Siburbujas

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Sin tierra bajo los pies mojados. Agua salada entre burbujas de aire sobre la superficie de un río estéril. Sueño intransigente, sumergido en lo profundo del silencio. Sentidos apelmazados, convertidos en susurro quedo. Murmullos sordos al despertar. Delirio, ensoñación. Tránsito entre dos mundos. Pulmones anegados de sal. Perdidos en las aguas bienaventuradas de la esperanza puesta. Ojos vacíos. Cóncavos. Cerrados. Espaldares erguidos como una fortaleza. Muralla de redención por los pecados todos. Hombres partidos en mil pedazos, desgarrados y acuchillados por la fiebre de la huida. Solos. La madre ausente. El vientre santo reventado de gracia. Instruido en la lejanía. La madre lo sabe todo. Ahogada susurra quedo, casi en silencio. Camino empolvado sin rastro, sin huellas ni pisadas. Tan solo objetos desgajados. Esparcidos en mil pedazos. Las manos rotas, cortadas, arañadas, destrozadas. Y el hambre. El vacío sordo de un estomago que arde. Que no tiene combustible. Sin energía y sin alimento. Impasible el hambre y constante. Y la sed. El cuerpo seco, el alma vacía. El apremio. ¡Agua, agua! El mediterráneo colmado de agua. Agua magnética, salada. Agua conductora de fenómenos. Y las barcazas repletas de hombres que ansían un nuevo espacio. Sordos al eco de la selva. Solos ante el rumor del viento que anuncia libertad.


Engañosa libertad, encadenada al hundimiento o al destierro, al ignominio. Confundirse. Hundirse. Hacia el fondo. Flotar en la negrura espesa y húmeda. Amontonarse. Cuerpos contra cuerpos. Suave y áspero contacto. Frío y mojado. Cantos mezclados de sirenas celestiales y ecos sofocados. Atronadores ronquidos desgarrados lo inundan todo. En medio de la Tierra, soledad mojada. Negra y profunda la espesa bruma. Mar salado de en medio de la tierra. Mare Nostrum. Espíritus pueblan tus aguas, y claman. Del azul intenso al rojo y, del verde profundo al gris insondable de la muerte. El mar en ciénaga. ¡Vida, vida, más vida!!! Eco de albatros, sonidos rotos. Hambre, desprecio, humillación. Hablan entre ellos despacio. Como un eco desolado. Cantan voces infantiles. Ojos que ven burbujas en el agua. Luces de un sol descompuesto y fluctuante desde lo más hondo del profundo sumidero. Niños y niñas juegan en círculo y cantan seducidos por el nuevo escenario agonizante. Por la falta de hambre. Por el no dolor. Bebés lloran desolados, quedo, quedo… a través del cordón de dulce leche y madre ausente. Los otros, los que se salvan. Abatidos, en tierra extraña, son deportados al fin. En círculo, de vuelta al patíbulo de la tragedia humana.

María José Vela/2015


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