Una noche de verano

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en desgracia; los suyos los consideraban unos traidores a la causa, los otros, unos miserables canallas: por su delación o por su interesada negligencia en la custodia. »No es jactancia, pero me resultó fácil moverme en función de mis intereses por los vendavales de aquella tormenta. Bastaba con que detectase una casa con gusano dentro. Una vez localizada, seguía invariablemente el mismo plan, que nunca fallaba. Merodeaba por sus alrededores, y, de vez en cuando, volvía mi rostro hacia su fachada, tejiendo los hilos de mi telaraña. Simplemente por este gesto de inofensiva apariencia, daba a entender que conocía lo que negaban sus muros y el aspecto habitual de sus ventanas, con lo que aumentaba, aún más, la intranquilidad de sus inquilinos. El siguiente paso no lo daba yo, dejaba que ellos lo diesen. Por mucho que sorprenda, creían que me evitaban, que seguían los itinerarios más improbables para no encontrarse conmigo, pero sus pies les arrastraban ante mi presencia, atraídos por una fuerza irrefrenable. »—Sé que tiene a una persona escondida en su casa. Pero no tema, no voy a delatarle. »—¿Qué pretende entonces? No tenemos dinero, ¡si apenas podemos comer! »—No se preocupe, no quiero más que el imprescindible para descargarle de su compromiso. »—¿Qué quiere decir? »—La situación se vuelve cada vez más complicada, más insostenible. Ya no existen lugares seguros. Igual que yo me enteré… »—Dígame, ¿lo sabe alguien más? »—El caso es que no llegue a quien no deseamos, aún estamos a tiempo. »—¿A tiempo de qué? ricardo labra

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