Libe

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LIBE

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1ª edición: Enero de 2023

Imagen de portada: Aitor Arana

Diseño de interior: Iturri

Maquetación: Erein

© Fotografía de solapa: Kontraluz-Look&Film

© Alaine Agirre

© de la traducción: Angel Erro © EREIN. Donostia 2023

ISBN: 978-84-9109-877-5

D.L.: D 78-2023

EREIN Argitaletxea

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LIBE Alaine Agirre

Traducción de Angel Erro

erein

—Quítate la camisa; así… –le dice Libe a la chica que está frente a ella–. Despacio, botón a botón… Y, sin saber de dónde llega, la asalta un impulso, Libe lo siente, y no puede contener la inercia de su arrebato…

—Te ayudo con el botón de arriba. Entonces, con dedos temblorosos, se acerca y hace ademán de desabrocharle el último botón a la chica. Mejor dicho, a la camisa. Pero también a la chica. Y le parece que, si le desabrocha ese botón del pecho, ella se sentirá más libre. O más Libe. A ella, a Libe, le gusta hacerlo. Darles a las chicas que le gustan un poco de libertad, un poco de aire, cederles una pequeña porción de esa sensación de libertad tan necesaria para ella. Porque Libe es así. Esa es la pequeña revolución de Libe. O no tan pequeña. Darles libertad. Porque ella lo es. Porque Libe es libre. Pero mientras piensa en ello, el botoncito se ha enredado con un hilo, y ha tenido que acercarse un poco más a la chica; acercarse hasta confundir el aliento de ella con el suyo; acercarse hasta esa

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mínima distancia en que un cruce de miradas resulta demasiado peligroso; acercarse hacia la intimidad, acercarse hacia la atracción, acercarse hacia el sentimiento de culpabilidad.

Efectivamente, Libe tiene pareja. Efectivamente, Libe ama a su pareja. Efectivamente, Libe tiene compromisos, vínculos y lazos con otra persona.

Aun así, no ha podido evitarlo…

—No puedo soltarte este botón… No te importa, ¿no?… –Y entonces Libe se acerca más a la chica, todavía un poco más.

—Ya lo suelto yo –le dice ella, y Libe siente sus palabras y la tibia caricia que transportan, en sus labios, que tan próximos están a los de ella.

Así que no ha podido evitarlo…

—Tranquila, cariño. –Una sonrisa–. Ya te lo suelto yo… –Un gesto con su mirada–. Y a ti también.

Quizás haya ido demasiado lejos. Quizás haya avergonzado a esa chica que tiene cerca, tan cerca, de sus labios. La ha llamado «cariño». Y le ha dicho

«ya te lo libero yo, ya te libero a ti». Igual ha ido demasiado lejos esta vez, quizás la haya avergonzado en exceso; y tal vez se esté ella culpabilizando también en exceso.

En ese momento consigue liberar el botón. Y con él, liberando también a la propia chica. Y no ha

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sido ella, al menos esta vez no ha sido Libe, quien se ha acercado a la otra y le ha dado un beso húmedo. —Perdóname, pero… –le dice Libe, pensando que la situación ha ido demasiado lejos–. No puedo. Y es entonces cuando ocurre. Es entonces cuando siente que los límites que se ha impuesto a su libertad le constriñen como si fuera un vestido estrecho. Es entonces, en ese momento, cuando Libe siente que más fuertes que sus ideas son los límites que percibe. Una cosa son las ideas y, otra, los sentimientos.

Quizás el hecho de que su madre nunca se haya casado, quizás el hecho de que su padre las abandonara, ha marcado la personalidad de Libe. O no. No es, o eso cree al menos Libe, que rehúya el compromiso, que tema al amor. No, no es esa la cuestión. Tampoco es hipocresía, querer imitar la actitud libertina de algunas chicas de su facultad. No, tampoco es eso. Es algo mucho más complicado. Mucho más… profundo. Libe quiere a su novia. Ha llegado a amar a su novia de la forma en que la ama. Ella. Libe. Ha llegado a tanto. Porque, de hecho, se ama distinto con una edad que con otra. Ella amaba a Estitxu con cinco años; amó, aunque de otra manera, con catorce, a Miren; ha amado a más de una persona, a más de una chica; pero a cada una a su manera. Ahora,

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con diecinueve, ha llegado a amar de la manera en que ama a su pareja. Tanto porque con diecinueve años tiene otra madurez, como porque la ama de una manera concreta. De hecho, Libe cree que a cada persona la amamos de una manera diferente, ya sea por el momento vital en que nos encontramos o porque esa persona es única y genuina. Libe ama a su novia. Pero también ama los árboles del paseo en el campus de Leioa, ama las ciudades que visita, ama su cámara analógica, y ama también a Oier, a su madre, a sus amigos del Gaztetxe, a los de la carrera, y, por qué no, aunque tiene novia, ama también, de otra manera, en otra dimensión difícil de medir, a otras chicas. Es la propia vida la que le trae una persona u otra para que pueda aprender algo de cada una, para que pueda experimentar algo. Pero, si ese es su pensamiento, ¿por qué negarse a esa riqueza? Nunca ha amado a nadie tanto como a su chica, pero Libe sabe que no puede esperar que una sola persona colme todas sus necesidades. La propia Libe tampoco podría colmar todas las necesidades de su pareja. Por eso Libe cierra los ojos. Por eso Libe respira hondo. Por eso, con la fuerza de su imaginación, se desprende de barreras, de limitaciones y límites; coge impulso y…

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—…quisiera volar –le dice Libe a la chica que tiene enfrente–, contigo.

Dicho lo cual, le quita la camisa. Le baja el tirante del sujetador negro de encaje.

—¿Estás preparada?

Y ella afirma con la cabeza. Entonces toma la cámara que está a su lado. Enciende los focos y las luces. Y así comienza Libe a disparar su cámara, clic, sobre el hombro de ella, clac, en el lago interior de su clavícula, y al cabello rojizo que cae de su nuca, y al mentón que medio oculta vergonzosa, y…

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—¿Qué tal la sesión de fotos? –le pregunta Oier a Libe.

Libe toma un sorbo de su café cortado, mientras clava la mirada en Oier, aunque sin llegar a responderle.

—¿Qué iluminación has utilizado? –continúa preguntando Oier–. Has estado dos horas en el estudio, ¡supongo que sacarías miles de fotos!

Libe toma otro sorbo de café, dando a entender que mejor está callada.

—No me digas nada, has estado fotografiando a una chica –insiste Oier.

Otro sorbo, otra mirada, otro silencio.

—No me digas nada, os habéis liado –vuelve Oier a conjeturar.

Y en ese momento suelta una risotada, mientras Libe termina su café y comtinua callada. Porque las palabras están de más, como siempre, entre Oier y Libe.

Están en la cafetería del campus de Leioa, aprovechando una de las pocas horas en que coincide

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que ambos tienen libre, para tomar un café y hablar de sus cosas.

—¿Se lo vas a contar? –pregunta, esta vez más serio, Oier.

Libe ya no tiene más café en la taza para dar otro sorbo. Ya no tiene sentido alargar ese silencio, ni razón para hacerlo.

—No lo sé –dice Libe.

—¿En vuestro «contrato» se incluye la posibilidad de que cada una tenga relaciones fuera de la pareja?

—No hemos hablado de eso, por el momento.

—¿Por el momento, dices?

—No hemos tenido ocasión para hablarlo…, o no hemos tenido tiempo…, o yo qué sé.

—Lleváis cuatro meses pegadas la una a la otra como dos lapas, ¿y no le has dicho lo que piensas?

—Joder, Oier…

—No, Libe: joder, tú.

—Creía que eras mi amigo.

—Por eso te lo estoy diciendo, porque soy tu amigo. Ella no sé qué pensará, y me importa de verdad, pero me importa más que tú seas tal como eres. Que seas tú misma.

—¡No me digas eso!

—¿Entonces hasta cuándo piensas callarte que prefieres una relación abierta?

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—No empieces ahora con «relaciones abiertas» y esas etiquetas… ¡sabes que no me molan!

—¡Pero en la práctica es eso lo que quieres, Libe!

—No, Oier, no. Y lo sabes. Yo no busco nada, ni a nadie. No voy por ahí buscando ligar con cualquiera… Ya sabes qué pienso. Y en qué creo.

—Sí, lo se: «Libe es libre».

—Oier, cagüendiós, no me ha pasado en cuatro meses, porque no lo he buscado, pero ha surgido, la situación ha venido así, esa persona ha venido a mí, y también las ganas, la atracción y el deseo de follar con ella… ¿Por qué no iba a hacerlo?

—Pues, no lo sé Libe… por ejemplo, ¿por Maren?

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