¿La revolución devora al revolucionario?

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ANTONI ROTLLANT

¿LA REVOLUCIÓN DEVORA AL REVOLUCIONARIO? MNEMOSINE



¿LA REVOLUCIÓN DEVORA AL REVOLUCIONARIO?

MNEMOSINE, 7



ANTONI ROTLLANT ¿LA REVOLUCIÓN DEVORA AL REVOLUCIONARIO?

emboscall


Ilustración de la cubierta: reproducción de un cartel de la guerra civil española, obra de Carles Fontserè i Carrió.

© del texto: Herederos de Antoni Rotllant © del prólogo: Xavier Clos Primera edición: junio de 2003 Primera edición digital: abril de 2006 Segunda edición digital: diciembre de 2013 ISBN: 84-9332272-5-5 www.emboscall.com


ÍNDICE PRESENTACIÓ / PRESENTACIÓN, por Xavier Clos

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PRIMERA PARTE LA FORJA Y EL AMBIENTE I SÓLO ME LLEVO LA FLAUTA II EL APRENDIZ DE CARBONERO III EL CORN DE LA REVOLUCIÓ

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SEGUNDA PARTE NACE Y MUERE LA REPÚBLICA I LOS AMORES DEL BOSQUETANO–AGRICULTOR II CAMBIARON LA CAMISA DE LA REPÚBLICA III SE ASESINABA BAJO LA BANDERA TRICOLOR

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TERCERA PARTE EN PAZ NACIÓ; MURIÓ EN GUERRA I ¿TRIUNFARÁ LA REPÚBLICA? II ¡LOS MILITARES NOS ASESINAN LA REPÚBLICA! III ¡NI DIOSES, NI AMOS!

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CUARTA PARTE LA TIERRA PARA QUIEN LA TRABAJA I REVOLUCIÓN Y GUERRA 301 II DOS FRENTES EN EL CAMPO REPUBLICANO 337 III ¿EL REVOLUCIONARIO MUERE EN LA REVOLUCIÓN? 389



PRESENTACIÓ / PRESENTACIÓN El marrec arriba de Juanhuix on un mestre li ensenya un dia a la setmana a llegir i escriure. El seu pare i els altres carboners, analfabets, després del dia esgotador fan bullir l’olla dintre de la cabana. Els ulls lluents contrasten amb la negror de les seves cares que tantes vegades li han explicat el llenguatge del fum del carbó o el trajecte dels estels. El marrec dóna una ullada a les piles fumejants i sap que a l’alba li tocarà treballar de valent. Ja dintre la cabana els carboners li demanen que els llegeixi els trossos de diaris esgrogueïts, vells i plens de greix que encara tindran mil utilitats. Un silenci tenuíssim del color del fum va instal·lant-se a la cabana mentre el vailet llegeix entrebancant-se. Les ganes de saber, d’aprendre i d’entendre el món per part dels bosquerols no té límits davant les injustícies que estan condemnats a viure dia rere dia. Es pregunten per què després de setmanes de treball esgotador el sou no els arriba [El crío llega de Juanhuix donde un maestro le enseña un día a la semana a leer y escribir. Su padre y los otros carboneros, analfabetos, después del día agotador cocinan dentro de la cabaña. Los ojos brillantes contrastan con la negrura de sus caras que tantas veces le han explicado el lenguaje del humo del carbón o el trayecto de las estrellas. El crío da un vistazo a las pilas humeantes y sabe que al amanecer le tocará trabajar duro. Ya dentro de la cabaña los carboneros le piden que les lea los trozos de periódicos amarillentos, viejos y llenos de grasa que aún tendrán mil utilidades. Un silencio tenuísimo del color del humo va instalándose en la cabaña mientras el muchacho lee tropezando. Las ganas de saber, de aprender y de entender el mundo por parte de los leñadores no tiene límites ante las injusticias que están condenados a vivir día tras día. Se preguntan por qué después de semanas de trabajo agotador 7


per estalviar, portar els fills a l’escola, comprar roba o omplir la panxa. El vailet, escolta amb la mateixa admiració que els carboners li han demostrat després de la lectura, les opinions de dos sindicalistes de Reus, amagats a les Guilleries, que els asseguren que la unió fa la força i que cal organitzar-se si volen condicions millors. El vailet poc s’imagina que en pocs anys aquesta unió farà possible una República, cooperatives, millores salarials, sanitàries i educatives que faran tremolar els poders econòmics, polítics i religiosos. El vailet no s’ho imagina, però lluitarà fins el límit per fer possible aquest somni que tocarà amb els dits. Finalment una guerra finançada i organitzada per militars, capitalistes i religiosos posarà fi a la República. El vailet –que ja és un home– és empresonat nou anys fins que aconsegueix escapolir-se a la França lliure des d’on continua la seva lluita.

el sueldo no les alcanza para ahorrar, llevar los hijos a la escuela, comprar ropa o llenar la barriga. El muchacho escucha con la misma admiración que los carboneros le han demostrado después de la lectura, las opiniones de dos sindicalistas de Reus, escondidos en las Guilleries, que les aseguran que la unión hace la fuerza y que hay que organizarse si quieren condiciones mejores. El muchacho no se imagina que en pocos años esta unión hará posible una República, cooperativas, mejoras salariales, sanitarias y educativas que harán temblar los poderes económicos, políticos y religiosos. El muchacho no se lo imagina, pero luchará hasta el límite para hacer posible este sueño que tocará con los dedos. Finalmente una guerra financiada y organizada por militares, capitalistas y religiosos pondrá fin a la República. El muchacho –que ya es un hombre– es encarcelado nueve años hasta que logra fugarse a la Francia libre desde donde continúa su lucha. 8


La història de l’Antoni Rotllant dóna suficients arguments per als cinc manuscrits que ha anat confeccionant. El Bosc, la República, la Guerra, la Presó i l’Exili són els pretextos sobre els quals gira la seva obra i la seva lluita per preservar la memòria tan manipulada pels guanyadors, com sempre... Literalment, en Ton és, tal i com s’autodefineix, un franctirador, per tant un autodidacta, crec que influït per la lectura de Victor Hugo, Duamas i Cervantes... No li importa invocar la filosofia, la narrativa, i, de vegades, la poesia per explicar les seves experiències reals i viscudes a les Guilleries, Sant Feliu de Buixalleu, Breda, Arbúcies... com canviar el nom d’alguns de personatges, o disfressar l’anècdota amb una fina capa d’imaginació, amb la passió amb què parla encara avui, als seus noranta anys, amb el convenciment que la revolució encara s’ha de fer avui amb un esperit crític ferotge cap a tots els dogmes, inclosos els anarquistes, ha La historia de Antonio Rotllant da suficientes argumentos para los cinco manuscritos que ha ido confeccionando. El Bosque, la República, la Guerra, la Cárcel y el Exilio son los pretextos sobre los que gira su obra y su lucha por preservar la memoria tan manipulada por los ganadores, como siempre... Literalmente, Ton es, tal y como se autodefine, un francotirador, por lo tanto un autodidacta, creo que influido por la lectura de Victor Hugo, Duamas y Cervantes... No le importa invocar la filosofía, la narrativa, y, a veces, la poesía para contar sus experiencias reales y vividas en las Guilleries, Sant Feliu de Buixalleu, Breda, Arbúcies... como cambiar el nombre de algunos de los personajes, o disfrazar la anécdota con una fina capa de imaginación, con la pasión con la que habla aún hoy, a sus noventa años, con el convencimiento de que la revolución está por hacer hoy con un espíritu crítico feroz hacia todos los dogmas, incluidos 9


anat evolucionant en la seva obra aprofundint en els causes i conseqüències que van impedir assolir un somni que semblava a l’abast de la mà. Vaig ser un dels primer en animar-lo a publicar perquè penso que els perdedors sempre han de deixar escrita la seva història i perquè crec que té un alt interès, tant sociològic com literari, el llegat que ens deixarà (espero, però, que ell ens acompanyi encara molts anys). Per això, crec que hem d’encoratjar-lo a continuar escrivint la nostra memòria. Xavier Clos, estiu de 2001

los anarquistas, ha ido evolucionando en su obra profundizando en las causas y consecuencias que impidieron alcanzar un sueño que parecía al alcance de la mano. Fui uno de los primero en animarle a publicar porque pienso que los perdedores siempre deben dejar escrita su historia y porque creo que tiene un alto interés, tanto sociológico como literario, el legado que nos dejará (espero, sin embargo, que él nos acompañe todavía muchos años). Por ello, creo que debemos alentarle a continuar escribiendo nuestra memoria.] Xavier Clos [Traducción del catalán: Jesús Aumatell]

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PRIMERA PARTE LA FORJA Y EL AMBIENTE



I SÓLO ME LLEVO LA FLAUTA Efectivamente, si yo fuera atrevido titularía este trabajo, más vivido que imaginado, BIOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA, vida y cómo se vive. Debiendo decir de antemano al lector que no espere un tratado de sociología y menos de biología, ni de otra materia científica. No soy hombre de cátedra. Un apasionado y nada más que tiene necesidad de testimoniar de lo vivido y sentido al haber pisado la tierra, cuyos ochenta y cuatro años arrastrando el cuero de bestia y de humano me llaman a recordar quién era y por qué soy tal como soy, buscando causas y efectos del camino andado; de tantos caídos por la libertad al haber andado por el mismo camino. Sin duda, con referencia a la intención del título, no faltarán quiénes digan...: «¡Bla... Bla...!»; y otros: «¿Por qué el título tal si no se penetra en las premisas científicas?» Cabe el reproche e incluso el sarcasmo. No me defenderé por ser el autor del supuesto altruismo, pese a que la ignorancia puede mucho, de la cual poseo arrobas, no pudiendo nada con ella debido al menester de testimoniar, lo que me conduce (y me place) en el terreno del autodidacta, donde las energías intuitivas simplifican las teorías metafísicas, físicas o científicas. «¡Ah, qué perder el tiempo!», si dicen que es oro. Mejor es meter mano a la obra. Desbrozamos los senderos a andar, del andar a marchas forzadas debido a la larga caminata, hacer con el corto tiempo de una vida, de este existir del ayer y de hoy saltando escollos, lo que aconseja allanar términos del palpitar biológico o sociológico, es decir, del cúmulo de materias que vivifican al ser, y como vive este ser en sociedad. Porque no hay luz del día si no se abren las 13


ventanas, si no se aparta la maleza que los sistemas han dejado y dejan embrollar el camino que el recién nacido debe andar al encuentro de su prójimo para darse ambos la mano al ir a la fiesta que ofrece generosamente la Natura sólo por el hecho de haber nacido. Sensibilidad llena de grandeza y curiosidad cuando por un momento te despojas de las quimeras cotidianas y en paz penetras en la selva de la arboleda, de la que venimos, sintiéndote libre como el primer humano que fue engendrado, cuyo lirismo te trueca en un soñador romántico sin querer por los efectos de las mil y una cosas que te rodean, y de vidas que palpitan al unísono al respirar los aromas del bosque, con los sones y los trinos de la fauna. ..................... No pienso que haya un humano que haya vivido más intensamente que yo el tic tac de la vida selvática entre los bosques. La comarca ya se llama la Selva. Ha sido mi universidad. En ella he aprendido a sufrir y gozar; gozar en particular, por un despertar amoroso debido al ambiente de la fauna y la flora que de mi tierna infancia respiré. Aún me sensibiliza cual fuera aquel niño de cinco años no cumplidos (hace ya setenta y nueve), que mi madre me dejó en el corazón de les Guilleries, cerca del Crous de Santa Margarita, al cuidado d’en Pep Carboner, mi padre. Quien año tras año carbonaba los encinares que visten los hermosos montes como habían hecho su padre, abuelo y bisabuelos... para mal vivir, y que yo continuaría el heritaje familiar de carbonero, de cuyo oficio llevábamos el mote «Carboner», el cual conocería antes que mi verdadero apellido, pues, de muy chiquitín, al corretear por las calles de Sant Hilari 14


Sacalm, sólo oía llamarme «Ton Carboner»; e incluso de mayor era conocido por este mote hasta que el crimen del fasciofranquismo no me arrojara lejos de las tierras de les Guilleries, las que siempre han estado en mi sentir a pesar de las peripecias que hemos tenido que soportar los republicanos españoles y antifascistas que hemos sobrevivido de nuestra entrega altruista en pro de la libertad con derechos humanos. Naturalmente que somos un complejo. Porque si la educación y el temperamento forjan el individuo, no se deben olvidar las circunstancias y el ambiente en que está rodeado; en particular en los primeros destellos del raciocinio, en este despertar inconsciente que el disco del subconsciente graba sin que el niño lo perciba. Quizá, esta hipótesis, sea determinante por el ser inquieto, por el ser que necesita comprender por qué no es libre si ha nacido para serlo, cuanto más si su naturaleza no se inclina por los bienes materiales como principios y fines, sino por la fraternidad por encima de fronteras y razas. Digo fraternidad, no encuentro otro vocablo que abrace más a lo humano, por sentirlo palpitar en mi interior, por sentir aún aquel mundo libre y acogedor, en que el niño que era fue protegido y cobijado por el ambiente viviente; árboles y pájaros, una vez pasado un momento de pánico, mi padre tuvo que unirse con el equipo de los hacheros, al quedar solo entre la fauna y la flora. Sería injusto decir que no tuve una buena educación, instrucción no es lo mismo, la que podían dar unos padres que dormían o descasaban el tiempo no siempre necesario para recuperar fuerzas; fuerzas que exigía el duro trabajo de los bosques y de la tierra. Cuanto más tener que nutrir siete hijos, se hubieran tenido que sumar tres más si no hubiesen 15


muerto al no haber conseguido el año, siete hijos escalonados de menos dos años de diferencia, siete bocas que pedían pan, y no solamente pan debían ganar los padres con el sudor de su frente para que aquella nidada de hijos, producto de sus necesidades biológicas y amorosas, llegaran a mayores a fin de que se ganaran el pan y demás necesidades como ellos habían aprendido de sus padres. Hoy comprendo y lo siento con todas mis fibras humanas, el dolor moral que debía sacudir hasta el fondo de su yo a mis padres al tener que alquilar a guardas niños y a servir a los poseedores de las riquezas a Dolores, mi hermana mayor, no habiendo cumplido ocho años. Pero las necesidades eran más poderosos que el amor que tenían a los hijos. Ley social cruel. La memoria de mi subconsciente me reproduce la imagen: mi hermanita, muy maja por cierto, con los ojos llenos de lágrimas nos miraba mientras seguía los pasos de mi madre que la llevaba de la mano. Sí, aun veo alejarse mi hermanita vestida de fiesta: alpargatas casi nuevas y el vestido de ir a misa (mis padres eran muy creyentes en dios) bien limpio y planchado, a pesar de lo usado que estaba. Efecto que no se borraría del disco de mi memoria. Quizá la primera impresión del caso real que viví al arrancarnos nuestra hermana mayor de la nidada, me hirió para siempre cual la herida del árbol al que le desgajan una rama a fuerza br uta. Digo la primera impresión porque no fue exclusivamente Dolores a quien sacaron del nido sin ser adulta para volar por sus alas, ya que no había pasado un año que fue el turno de Angeles... y luego fue el mío por ser el tercero de los mayores de los siete hermanos. No sé las huellas sentimentales que guardarían mis dos hermanas mayores de esta separación familiar. No lo sé ni lo 16


sabré nunca por haber muerto ya las dos hace años. Pero sí tengo fresco en mi memoria aquel domingo que después de haber comido el arroz mi madre me cargó el hato en bandolera, una muda y un par de zuecos de madera de pino herrados con gruesos clavos para que duraran años, y con la venia de mi padre me dijo con palabras entrecortadas por los sentimientos: –¡Irás con Isidro al Cortals! Es un buen amigo de casa. ¡Confía en él como un segundo padre! Sabía a medio saber que mis padres me alquilarían a guardar vacas en los primeros destellos de la primavera, pero no tenía indicios de cuándo ni a dónde y menos pensar que fuera a la masía del amigo de mi padre, y justamente este domingo que fue invitado a comer el arroz como a menudo ocurría. No tenía idea de tal precipitación. ¿No haber querido ir a misa el pasado domingo ni éste tenía algo que ver? ¡Qué sé yo! Rebelarse contra el cura era una condena, una mancha en el pasaporte de la sociedad convencional, y más grave para un niño de trabajadores, cuyos padres eran señalados por tener un tal hijo. Quizá yo era un tal hijo. La naturaleza me engendró así. Esta no adjuntó las partículas de la hipocresía; carta muy productiva en esta sociedad especulativa. Como estas particularidades, las de mentirse no estaban en mí, no cedí a los bofetones ni las amenazas de mi madre cuando le dije que no iba a misa. Suerte que todos los niños tienen un ángel salvador según la mitología. Mi ángel fue mi padre:

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–¿Qué ha hecho que lo abofeteas sin miramientos cuando sabes que no quiero que pegues a los hijos? –Mi padre buscaba siempre la paz por la palabra y el ejemplo. –¡Esto y más se merece un incrédulo como éste! – respondió fuera de si mi madre. Mi padre quedó sorprendido al oír la acusación, teniendo que oír aún: –¡Aún le daré más y con el mango de la escoba si a trote no va a misa! –¡Veo que se trata de la misa! ¿Es que lo debemos meter a la hoguera como hacía la Inquisición a quienes no se arrodillaban ante el dogma de la iglesia? Mi madre no respondió y bajó la mirada al suelo, a la vez que mi padre me preguntó con firmeza: –Con claridad y sin tapujos dime por qué no quieres ir a misa. Naturalmente, no podía ir con tozudeces a mi padre, era demasiado recto y bondadoso las más de las veces, y llanamente con lágrimas en los ojos le repetí lo que él sabía: Yo había sido siempre el primero en los ejercicios del catecismo en preparación a la comunión. Por lógica y derecho debía llevar el estandarte el día de la procesión. Me pertenecía. Yo era el primero. Pero como dijo Don Quijote al estudiante que iba a Salamanca: «No deseo que seas el primero porque el primero es el último...» No otro resultado fue el mío. Ni las borlas me dieron por ser el hijo de un carbonero; de un analfabeto que se pasaba toda la semana en el bosque cortando y carbonando la encinas. Condena que agrió en casa del «Carboner» la fiesta de la solemne comunión. Mis padres sufrieron y callaron. Estaban acostumbrados a la sumisión impuesta. No era lo mismo al niño íntegro que era yo: 18


–¡Mientras haya este párroco ni a palos, ni arrastrándome se conseguirá hacerme entrar a la iglesia! Por eso que no sé si esta actitud hizo precipitar a mis padres de alquilarme a guardar vacas. No serían las tres de la tarde que con mi hatico colgado en bandolera dejé la Calle Rocosa siguiendo al que ya era mi patrón, mi primer patrón. ¡Qué mal sonaba este vocablo a los oídos del niño callejero, de aquel temperamento que tenía la impresión de haber nacido para ser libre. ¿Comprendía en aquel momento lo que era la libertad en sociedad? Todo se embrollaba en mi mente. Las miradas de los vecinos y las sonrisas sarcásticas de algunos rapazuelos de mi edad salpicaban mi sensibilidad. ¡Qué despacio iba el reloj! Hubiera querido volar para atravesar las plazas y ganar las calles que conducían al carril de La Font Bella. Encabritado seguía a tres pasos los andares campechanos de Isidro dels Cortals. No sé si fue para entrar en comunicación conmigo, aun no habíamos cambiado una palabra, o que me quería hacer una gracia, a unos cincuenta metros del manantial de La Font Vella, donde el camino se cruza con el sendero que se empina hasta el Pla de las Arenas, se paró y mirándome con cara bondadosa me dijo: –Podríamos llegar hasta la fuente, sentarnos alrededor de una mesa para descansar (como hacen los veraneantes), al mismo tiempo compraremos una bolsa de anises, muy apetitosos y que invitan a tomar unos vasos de agua, de esta agua que cada día trajina más por las ciudades de España. –No tengo sed ni quiero anisetes –le respondí con voz de pocos amigos. –Pero no hará mal descansar un rato puesto que el camino es largo y empinado. 19


–¡Descansar! –exclamé, y refunfuñando añadí–: No son pocas las veces que he escalado este sendero descarnado por las aguas, yendo a buscar nidos con la pandilla de los descamisados. El no respondió y reemprendió el camino cuesta arriba con paso más lento, y yo lo seguí a cierta distancia y con la boca llena de glotona saliva que pedía los anisetes que no quise aceptar. La terquedad embrolla la mente y estanca la sensibilidad. En aquel momento no era yo a pesar de ser de carne y huesos el mismo rapazuelo: el correcalles, el trepamontes, el escalador de árboles, desplazándose de una rama a otra cual un mono buscando frutos o nidos de pájaros, sin poder resistir la tentación de subir hasta la rama más alta del árbol que podía resistir el poco peso de su delgado cuerpo, aunque la rama se inclinara, para dilatar su mirada hasta embriagarse de la hermosura del panorama que le ofrecían los bosques que vestían los montes que rodeaban su pueblo, es decir, el pueblo de Sant Hilari Sacalm, conocido más allá de sus límites por las aguas de la Font Vella y por los cientos de veraneantes que disfrutan días y meses no sólo del agua fresca y el buen clima sino también de la buena cocina. En aquella tarde que el sol empezaba a alargar las sombras, yo, bueno, el rapazuelo que era, sólo miraba donde tenía que poner las suelas de mis alpargatas sobre aquel camino desdentado, y oía la respiración más y más fuerte al escalar los últimos cien metros del que era mi patrón. Este vocablo «patrón» embargaba completamente mi mente. A tal punto, que como andaba cabizbajo, di un cabezazo a la altura de los riñones del cuerpo de Isidro, el cual se había parado en el rellano mirador, punto en que el sendero se unía con la carretera pedregosa que une Sant 20


Hilari y Vic. Cabezada que no hizo dar ninguna exclamación ni cambiar de posición aquel cincuentón de mediana estatura, bien macizo como son los payeses del Pla de les Arenes. Me chocó verlo que miraba sin pestañear hacia el pueblo cual una estatua de piedra. Y lo curioso es que yo también me planté en el mirador enderezando lo más posible mi pequeño talle de ocho años cumplidos para mejor ver aquel cuadro panorámico que ofrecía el pueblo, cual estuviese bajo nuestros pies, con la heterogeneidad de tejados, humeando sus chimeneas, cuyo humo se desintegraba sobre las tierras cultivadas que por el sistema de terrazas escalaban las faldas de las montañas hasta tocar los bosques de aquella herradura natural que guardaba Sant Hilari. Los dos cogíamos de aquella vista magnífica un sentido nostálgico que nos unía, como pude comprender luego de unos minutos de silencio, cuando habló con una voz algo cavernosa como que viniese de un lejano pasado: –Años ha que como tú, y en condiciones peores, anduve los pasos que hemos hecho el uno detrás del otro, con la diferencia que yo debía seguir los largos pasos de quien me arrancó del hogar a fin de hacerme pastor, no permitiéndome, al pararme yo en donde tú estás, despedirme del pueblo, pues me ordenó: «Anda, que las bestias nos esperan». –¿Y le obedeció? –le pregunté, sin haberlo premeditado. –No me tocaba otro remedio porque escaparme, ganas no me faltaban, y volver a casa de mi tía... –¡A casa de su tía! –exclamé. –¡Sí, a casa de mi tía Juana! –y luego de un corto lapso de silencio, y mientras emprendíamos el camino tres cuartos de hora hasta els Cortals, añadió:– Te explicaré mi aventura, que empezó como tu empiezas. 21


Nunca podré explicar cómo el deseo de escuchar desarmó el antagonismo que sentía hacia el payés, mi patrón. ¿Estaba y está en mi naturaleza no poder guardar rencor? Algo debía de haber de eso, que acompañado de las necesidades de saber, escuchando se aprende, diluyeron mi mal talante, poniéndome a su vera, el carril lo permitía y la circulación de machos tirando los carros como bueyes arrastrando las carretas, era muy poca (los motores de explosión aun no infectaban el ambiente), pude conocer la historia de Isidro de els Cortals, cuyo principio se parece mucho al de la mía: sacar una boca de la nidada para que las otras pudieran comer más pan. Sería largo y quizá pesado detallar lo que pude escuchar y que me emocionó durante casi una hora de un andar calmoso. Reviviendo penas y alegrías, tal vez me quería hacer depositario del tesoro sociológico vivido por el rapazuelo sin padres. Su tía Juana lo había ahijado a los cuatro años teniendo ya cuatro menores, hasta llegar a ser masadero de una finca con más de una docena y media de vacas, entre ellas dos pares de bueyes con varias hectáreas de campos y montes cultivables en esta meseta, de novecientos a mil metros de altitud del nivel del mar, compuesta de un perímetro de muchos kilómetros cuadrados, con un buen número de masías riquísimas desperdigadas entre los montes achatados por años que llevaban de cultivo: patatas o trigo, o cinco o seis años de descanso, durante los cuales las retamas tenían campo libre para vestirlos en flor la primavera, y dar sombra a la vacada al pacer el tapiz de yerba que producía aquella tierra ligera, sabrosa mejor dicho, de cuyas propiedades arranca el nombre «El Pla de les Arenes» y su esponjosidad –toda la meseta es una enorme esponja que retiene las lluvias y las aguas de las nieves– se alimentan un 22


sin fin de manantiales, lo que inspiró a los republicanos (19361939) a cambiar el nombre de Sant Hilari Sacalm por el de Fonts de Sacalm. Si bien yo miraba al andar al lado de Isidro el panorama primaveral que anunciaban las «lliroies», o sea, las retamas en flor, estaba más atento al relato de mi acompañante: de pastorcillo de vacas a mozo de vaquería y de labrador de aquellos montes achatados, cambió varias veces de patrono hasta el servicio militar. Que luego de un año de servicio en Cuba y dos en la península volvió a la última masía, debido a que en ella le esperaba la única hija del arrendatario, cuya unión les haría continuadores de la explotación hacia la que mis pasos me conducían. Fueron varios los temas que tocó en el relato: pocos indicios de los sufrimientos por estar lejos de la familia y de las penas del pesado trabajo; pero sí detallaba minuciosamente lo que diríamos poético del existir entre habitantes, en particular al alternar los domingos con la juventud en la plazuela de la Casilla, que ellos mismos habían aplanado entre unos árboles para bailar todos los días de fiesta, al son del tamboril y la flauta, de los tantos flautistas que aprendían las primeras notas guardando vacas. Y no es una fantasía lo que digo sobre estos músicos flautistas, los cuales se desplazaban, andaban kilómetros para ganarse el pan y ser libres, de parroquia a parroquia, de rincón a rincón de estos montes, para divertir a jóvenes y menos jóvenes. La música estaba en ellos. Incluso entre trecho y trecho de las caminatas no eran pocos que al descansar sentados sobre una piedra, tocaran melodías cual quisieran agradecer a los pájaros de los trinos o de las notas indispensables al son de la flauta. 23


Criterio que con maestría los decía Ventura del Flabiol entre músicos profesionales de las coplas catalanas encerrados en la cárcel de Gerona por ser republicanos. Era el año 1941, y pese a que yo no entendía ni entiendo de música, aunque me da placer oírla, me atraía el cambio de impresiones que tenían entre ellos, comprobando que rodeaban siempre al viejo Ventura del Flabiol, cual fuera un maestro de ellos, y eso que no se escondía de pregonar que no sabía solfa. ¿Y quién no conocía a Ventura del Flabiol? Pocos jóvenes habría en cuarenta kilómetros a la redonda que no hubiesen bailado al son de su flauta y al ritmo de su tamboril. Yo también había bailado, y bailado bastante en la plazuela de la Casilla, la que aplanaron Isidro y sus compañeros. Nada de extrañar, yo tenía unos doce años cuando cogí una muchacha de mi edad para bailar un pasodoble en la plaza mencionada, que me recordara, que aun recuerdo la pregunta que le hice cuando me señaló con su índice el lugar: –¿La hija de su patrón era su única bailadora? Isidro se puso a reír con ganas a la vez que me estiró de una oreja amistosamente. La risa y el tirón de la oreja derecha despertaron en mí una tierna simpatía hacia aquel hombre. Quizá fue chispa que alumbró las sensaciones humanas que fue depositando en mi yo infantil al hacerme vivir durante tres cuartos de hora lo que él había vivido en medio siglo. Reflexión hecha, en su lenguaje de trabajador de la tierra me dio una ecuación de principios naturales, no es que yo lo comprendiera en aquel entonces, sintetizado en el mirar y saber escuchar: –...desde pastorcillo al agricultor que soy hoy, qué hubiese sido en mi soledad (a menudo se está solo aunque se esté rodeado de semejantes, guardando la vacada o empuñando 24


firme la esteva del arado arrastrado por los bueyes), qué hubiese sido si mi vista no se hubiese alimentado de la gama de colores cambiantes en todos los instantes y con las formas de estos montes que nos rodean, además oyes el lenguaje de los elementos, sean los vientos al rozar con las ramas de los árboles, el pacer de las vacas al segar o rapar las yerbas con sus lenguas... y qué decir del don de la existencia de los pájaros para el pastorcillo solo entre la naturaleza, sino buscar imitar sus trinos con un pedazo de caña transformada en flauta... Y yo escuchaba el eco de su voz grave y pausada en el fondo de los valles mientras que las simpatías reducían las distancias que me separaban de él al salir de la casa de mis padres hacía una buena hora. Pero qué poca solidez tenía la simpatía que había germinado en mí, pues al salir de una curva del carril, a unos doscientos metros apareció la masía protegida de los vientos del norte por unas corpulentas encinas, y entre ella y nosotros unas quince vacas que pacían en un ancho prado. Sorpresa aterradora. Me quedé plantado casi sin respirar. Por añadidura una vaca levantó la cabeza y dio un fuerte mugido como para saludar a su amo, haciéndome dar un paso atrás con el deseo de escaparme como hice en invierno de la escuela del capellán Guilla; deseo que fue rehusado por saltar en mi juicio la falta de pan en casa. Movimiento que no pasó por alto a Isidro, pues aún no había pasado unos segundos que me dijo amistosamente: –¡Anda, que la merienda nos espera! Y sin preocuparse, o lo hacía ver, de mi decisión, se puso a andar hacia la masía. Y yo, sin haber dado un paso adelante ni atrás, como un extraño miraba el recibimiento que le hacían los perros de caza y uno peludo de guarda, cuyos ladridos pusieron en movimiento las vidas de la granja: todas 25


las vacas y bueyes levantaron la cabeza y algunas mugieron; las gallinas, patos y ocas de alborotaron y buscaron refugio bajo las encinas; jaleo que despertó a dos gatos que dormían en la caja de la careta, precipitándose los dos hacia la puerta de casa, chocando con las piernas de la patrona y de la sobrina (era una ahijada) en el momento que ellas pasaban el dintel de la puerta para ir a recibir al marido la una y al tío la otra. El pelo negro y abundante de la sobrina, que tenía un año menos que yo, ondeaba debido a la carrera que se daba para abrazar a su tío antes que la tía; pero al verme plantado en el medio del carril, paró en seco su carrera a unos pocos pasos de su tío, de lo cual aprovechó éste para decirle: –Bien, ¿lo conoces? –¡Ya lo creo! –y añadió–: ¿Y qué hace Ton de cal Carboner allí plantado? –Debe estar cansado –respondió entre dos aguas, diciendo luego–: Vete a ayudarle a llevar el hatillo. Cual empujada por una ventada, la traviesa Margarita no me dio tiempo de reflexionar si corría hacia casa o continuaba el camino de pastor. No es que no nos conociéramos. Ambos habíamos jugado en casa cuando sus tíos venían con ella a comer el arroz. –Verdad que estás cansado? –me preguntó al llegar junto a mí, al mismo tiempo que tiraba del hatillo para ayudarme. –¡Deja eso! –le dije, riñendo. –¿Por qué no quieres que te lo lleve? –interrogó extrañada. Sin responder le arranqué el hato de sus manos y me puse a correr hacia el mas, oyéndola preguntarse: –No sé qué le he hecho para que esté enfadado conmigo. Seguro que se dijo: «Ya no me casaré más con él», amenaza que me lanzaba cuando la hacía enfadar jugando en casa de mis padres. 26


......................... La rebeldía y malhumor no me privaron de hacer un buen papel en la merienda. ¡Qué rebanada de pan moreno pastado de las manos de consuelo, la esposa de Isidro, y con la harina del trigo de la cosecha, que untado de aceite de oliva, y acompañado de un buen pedazo de longaniza de sangre, lo tragaba más que no lo masticaba. Margarita me miraba boquiabierta, los tíos de ella si no miraban fijamente cómo yo engullía el pan y la longaniza, sí la satisfacción se reflejaba en sus caras de piel curtida por los aires, frío y sol. Consuelo cogió la cuchilla, yo estaba terminando el pedazo, y al poner el filo en la rueda de pan (de unos buenos cinco quilos) que apretaba contra su pecho, me dijo con amabilidad de madre: –¿Un poco más, y con miel de nuestras abejas? Dije que no con movimientos de cabeza. Las palabras no podían salir de la garganta. Estaba emocionado. La verdad era que me daba vergüenza de mi conducta debido al cariño con que me recibieron los amigos de mis padres. Isidro se había cambiado las ropas y se fue al prado con las vacas, Consuelo metió el pan en la panera y cogió la escoba y se puso a barrer aquella gran cocina–comedor, pavimentada de losas desiguales, la cual se calentaba con unos troncos de encina arrimados a una enorme cepa de roble, chisporroteando ambos como signo de vida bajo una chimenea de gran proporción, en cuyo hogar colgaba el perol permanentemente, calentando agua. Quedábamos en la gran tabla de roble, sentados en los bancos de la misma madera, Margarita y yo frente a frente, 27


sonriéndonos. Los enfados de los niños y jovenzuelos desaparecen tan rápidos como vienen. No cabe duda que en la amistad, las mujeres son más abiertas y espontáneas. Margarita rompió el silencio que nos retenía sentados en los largos bancos de roble. –¿Ya no estás enfadado? –No vale la pena hablar de lo que ya no existe. –Podríamos ir a jugar al escondite antes que la noche cierre los ojos. –¿Te crees que he venido a jugar? –respondí. Y sin esperar la réplica me fui al prado con el patrón. Ella me siguió a pesar de eso, dando también la mano a poner heno y paja en los pesebres de los establos antes hacer entrar el ganado, no habiendo vaca que se equivocase de su comedora. Era curioso ver la personalidad de cada una, pues a la que se traslimitaba la cornada que recibía le hacía comprender. No teniendo otro trabajo que pasar la cadena al cuello de ellas. Mas pronto era un hombre solo que lo hacía, persona que era la primera vez que veía y que me miraba sonriendo sin decirme una palabra. Isidro se puso a ordeñar una mansa vaca, luego de haberme ordenado que me pusiera de guarda con un garrote en la mano en una abertura sin puerta a fin de detener los terneros que no fueran al establo de los pares de bueyes. Trabajo inútil, porqué si en principio me asustaron los siete terneros salidos en tromba del redil, luego me divertía ver como cada uno se las apañaba para encontrar las tetas de sus madres; y ay del precipitado que se equivocaba, o saltaba de una madre a otra: por goloso era despedido por una coz de la vaca una vez le había olido el trasero, haciéndole comprender que la leche era para otro. Caso que veía por primera vez y que de buena gana me hubiera puesto a cuatro patas para chupar el pezón como 28


hacía un ternero a dos metros, pues la espuma de la leche le desbordaba de la boca, dándome un no sé qué, un gusto en la boca pese a que no recordaba la última vez que la había bebido. ¡Qué espectáculo era para mí! ¡Y qué ganas tenía de beber leche! Fue el ternero grandullón que tenía a mi vera que me hizo dar cuenta que me chupaba el dedo. Pues los golpes de cabeza que daba a la ubre de su madre para hacerle dar hasta la última gota, me hizo estremecer y morder el dedo que aún tenía en la boca. Violencia incomprensible para mí pese a que pude comprobar que no era él solo a estrujar las tetillas y sacudir la ubre. Naturalmente, su regreso al redil no fue voluntario, ya que corrieron de aquí para allá, metiéndose entre las piernas de las vacas. No obstante no pudieron con Ventura, quien, cogiendo uno por uno los chupones, al encerrarlos en el redil me sonreía sin responderme cuando yo le preguntaba algo. –¿Por qué no me responde? –pregunté a Margarita. –Salgamos al patio y te lo explicaré –me contestó tirando de mi zamarra. Poco me pudo contar la niña después de decirme que Ventura era sordo y mudo, sacado del hospicio por los tíos de ella cuando era mozuelo. Si ella me dijo poco, yo comprendía menos por no concebir que hubiese hijos en la tierra sin padres. Más tarde recordaría a Ventura. Raras fueron las cosas importantes de campo, las que recorrí con el trabajo de leñador y carbonero, donde no hubiese un «Ventura», un sacado del hospicio, moteado «el tonto» aunque los más no tenían de tontos, sino las deficiencias físicas desde el nacimiento; carencia que los padres inconsecuentes, o aplastados por la miseria, los llevaba a abandonarlos a la inclusa. Y este organismo sagrado los cedía a los explotadores 29


agrícolas, los cuales tenían un buen servidor por la comida y cuatro harapos mientras darían rendimiento, antes de devolverlos al hospicio para morir. Eran muchos que cerraban su ciclo en el lugar de donde habían salido. No fue el caso de Ventura. De aquel bondadoso que me sonreía, de aquel fiel trabajador, de aquel labrador, uno de los mejores del contorno, que al terminar sus días llevó en la sepultura la estima y el amor de su familia, por ser un miembro más de la familia de els Cortals. ...................... Por la mañana siguiente cuando Isidro me dejó en la frontera del trigal en yerba y del monte cubierto de retamas, dentro del cual pacían las vacas y unos jóvenes bueyes, que el perro y yo debíamos proteger el tendido de trigo, se me ofuscó la mente. Había olvidado los consejos que Isidro me había dado antes de dejarme solo con el perro. Situación de la que el mismo perro me sacó, ya que se puso de pie y dio unos ladridos amicales hacia un montículo frente a nosotros en el cual estaba labrando Ventura con un par de bueyes que no había visto, muy corpulentos y vestidos de un pelaje rojo oscuro. ¡Qué compañía encontré a pesar de la distancia! Él también nos vio y paró la yunta, y con su lenguaje natural nos saludó varias veces con el habla de sus manos. Luego arreó de nuevo la yunta, obligándole a aguantar fuerte la esteva, ya que el montículo que labraba era un yermo, es decir, hacía unos días que habían pegado fuego a las retamas, como periódicamente se hacía en todo el Pla de les Arenes: unos años de cultivo, unos años de retamas. De buenas ganas hubiese abandonado el puesto y me hubiera juntado con él andando dentro del surco tras sus pasos a fin de gozar de la 30


labor del arado al abrir y revolver la tierra por la maestría de Ventura, por el arte de aquellas manos sobre la esteva. Ilusión. Moro, el peludo guarda, dio unos ladridos y un vigoroso ataque a un joven buey que se atrevió a traspasar los límites. Bien dijo Isidro: «el perro podría guardarlas solo». No dudo que el patrón confiaba más en el perro que en el pastorcillo. ¿Qué sabía yo del deber que me imponían, y qué era yo, casi un niño, para detener un tal rebaño vacuno? Naturalmente, la acción de Moro me hizo recuperar energías, me hizo salir un poco de la nostalgia que me atenazaba, de esta psicosis que combatía en mi interior entre el querer y el deber, entre la libertad absoluta que quiere la naturaleza y las limitaciones de ella que exigen las conveniencias sociales, llamadas sociales. Pasaje de niño a hombre que hiere y entierra. ¿Hasta dónde llega la mutilación del ser en la fusión de hombre siendo un niño? ¿Cuál es el proceso de la semilla que el hombre siembra, que el pájaro o el viento desplazan a lejanas tierras sin el ambiente y las propiedades debidas para germinar y madurar? Propiedades genéticas de la naturaleza que la ignorancia del hombre pisotea en la inconsciencia de su tránsito. Yo miraba a Ventura como surco tras surco transformaba el monte de retamas quemadas en tierra de cultivo con melancolía cual fueran las últimas miradas de niño. El deber se imponía. Moro me instruía. Seguía sus pasos. Ora andaba o se sentaba según el ritmo de la vacada al ir subiendo el monte, que aunque no veíamos sus cuerpos por la altura de las retamas, oíamos los ruidos de sus lenguas al rapar las yerba como si fueran hoces. No serían las nueve de la mañana cuando Moro y yo llegamos a la cúspide del montículo. Mañana clara pese a que en el fondo del valle, en donde unos chopos en fila 31


ondulada acompañaban el arroyo, resistía la neblina que poco a poco se transformaba en rocío, el cual se evaporaba debido al sol que empezaba a calentar plantas y seres. Moro, que tenía el pelo chorreando como yo los pantalones de pana (mi madre los había compuesto de uno viejos de mi padre), tendió todo su cuerpo al resguardo de un zarza donde el sol daba de lleno, y como yo le hacía sombra al pararme delante de él, levantó la cabeza y abriendo los ojos me miró fijamente unos instante para luego cerrarlos de nuevo, a la vez que echó su cabeza sobre unas yerbas secas. Su postura tuvo un aire de reproche, haciéndome recordar un consejo del viejo Pablo: «No quites el sol de nadie, ya que sólo hay uno, y es de todos». A decir verdad, aun imité a Moro, buscando un resguardo de los vientos a fin que el sol que da vida secara mis pantalones y calentara mi cuerpo. Me debía haber dormido cuando sentía que alguien tiraba del zurrón que había llevado toda la mañana colgado en el hombro. La sorpresa fue mía al ver que era Moro, que al insistir, acariciándole la cabeza le dije: –¿Tienes hambre? Yo también tenía y como buenos compañeros nos repartimos la porción que correspondía al pequeño desayuno. Pero él no se conformó abriendo desmesuradamente la boca, teniéndole de dar el reproche: –Cierra el cinturón, porque si te escuchara... –Si lo escucharas se te comería hasta el zurrón –respondió Isidro, que salió como por encanto de entre las retamas. Susto y sorpresa los que me dio. No fue lo mismo Moro, que se enderezó y puso tan violentamente las patas delanteras el pecho de Isidro, que éste tuvo, para no caer atrás, que 32


inclinar su corpulento cuerpo sobre el perro, el cual aprovechó para lavarle la cara con su colorada lengua. Me quedé atónito al ver el cariño que tenía Moro a Isidro, y éste al perro. Luego dijo: –Como tengo que ir a dar la mano a Ventura, y no tengo tiempo que perder, he cogido uno de los senderos que las vacas abren entre las retamas... ....................... En aquel momento creí a pies juntillas todo lo que dijo. Es ahora que han pasado más de setenta y cinco años que sé que no era cierto lo que decía, pese a que para él no mentía; era un subterfugio provocado inconscientemente por un doble ser o una doble actitud que está en nosotros, y que según el ambiente o circunstancia decide la subjetividad intrínseca del individuo. ¿Isidro tenía planeado de pasar a inspeccionar el trabajo del pastorcillo antes de ir a dar la mano a Ventura? En principio debía de ser así. Pero algo psíquico, algo que llevaba dentro lo detuvo más de una hora de trabajo a hacer lo que se había propuesto, acompañándonos al paso que daban las vacas pastando alrededor del monte, quedándome en mi mente dos preguntas sin respuesta, si no son hipótesis deductivas. Porque si en lo inmediato hace pensar que fue a cerciorarse de que su aprendiz a vaquero estaba en su puesto, el contenido de su fantasmagórica aparición hacía parte del personaje interno que cobijaba aquella carcasa de rudo agricultor. Personaje que descubrí mucho más tarde con la ayuda de los libros y encuentros cotidianos, en particular en los siete años que sobreviví a las cárceles y trabajos forzados a que nos condenó el fasciofranquismo a los republicanos. 33


Isidro era un poeta, un humanista. Llevaba dentro de él el lirismo de la vida que da generosamente la creación en aquellas tierras. Poco habló al pastorcillo de lo que debía hacer para conducir el rebaño a la masía, sino que se puso a hablar, cual se hablara a sí mismo, del bien que hacían el sol y la lluvia a las plantas y a los seres... Señalando primero el Montseny y luego les Gavarres y otras altas sierras hizo un canto a la vegetación como del sinfín de verdes que visten los montes en la primavera y de amarillos en otoño... Valores que hoy saboreo y que cuando oigo los pájaros trinar me viene en la memoria algunas veces las docenas de especies que conocía por los tonos de sus plumajes y las notas de sus cantos, que él decía «lenguaje». Mucho era para que yo retuviera, y cuando pensé que nos iba a dejar solos, perro y yo, se sentó sobre una retama torcida, me invitó a que me sentara yo también, Moro se metió entre los dos. Se sacó una flauta del infierno de su zamarra y se puso a tocar entonaciones de viejos cantares, acompañando su ritmo con los golpes que daba con un tronco delgado a sus zuecos, los cuales servían de tamboril. Cerró el concierto con un pasodoble y alargándome la flauta para que yo la cogiera, exclamó melancólicamente: –¡Hubiera querido ser músico, un músico de flauta y tamboril de los tantos que hay en nuestra comarca, para llevar la alegría a jóvenes y viejos, alegrando a los tantos que se pasan la semana penando en los trabajos! Y como yo no cogía la flauta, con media sonrisa me dijo muy bajito: –Te la doy. Guárdala. Tengo otras, pues las colecciono como otros coleccionan pipas. Sin otra palabra se introdujo entre las retamas, no lejos de donde había aparecido. 34


....................... Al dejar de oír el ruido de la huida del patrón, no sé por qué me llevé la flauta a la boca y me puse a bufar. Tan mal sonaba la flauta que Moro se puso a ladrar de mala manera. No era que las vacas se hubieran atrevido a soltar el trigo en el yerbal, sino que mi compañero protestaba de como tocaba yo. Lo miré teniendo aun la flauta en los labios, Moro también me miraba muy fijo, haciéndome comprender que no había nacido para tocar la flauta, la cual metí en el bolsillo del infierno de la zamarra, la embocadura casi me tocaba la cara, y me senté al lado de Moro. Este tendió todo su cuerpo y echó su cabeza sobre mis rodillas. Gesto que aprecié y necesidad tenía en aquel momento que la nostalgia me embargaba al dirigir mi mirada hacia Sant Hilari. Comunicación altruista entre perro y niño porque no era más que un niño aunque me dieran la responsabilidad de hombre. El lazo que nos unía era natural si estábamos juntos y solos durante más de diez horas al día. Nuestra amistad no tenía el mismo equivalente: yo lo quería por lo bueno que era, por la compañía y la ayuda que me hizo en el trabajo más que todo; en cuanto a él, lo daba todo por la recompensa de unas palmadas sobre sus lomos y por unos mendrugos de pan. Puede ser que sin la compañía y la amistad generosa de Moro me hubiese ya escapado. El personaje interno me repitió si cesar: «¡Tú no has nacido para guardar vacas!» Me lo repetía pese a que mi raciocinio le repetía con ahínco: «Yo no seré pastor; pero debo cumplir el contrato; debo pasar el verano guardando el ganado y ver cada día a Margarita». Tenaz diatriba sociológica en el mismo individuo. 35


El viernes apareció sin una nube en el horizonte. Agradable madrugada. Los corazones se alegraban de las bocanadas de aire fresco que llenaban los pulmones. Los gallos dejaron de cantar y emprendieron desde lo alto de los pajares un largo vuelo para aterrizar en medio de un tendido de gallinas y polluelos que devoraban el trigo, cebada y maíz que la patrona sembraba en las eras. Me entusiasmaba verlo todas las mañanas al clarear el día. ¡Qué bullicio de vida! ¡Admirable naturaleza! Lo observaba mientras el patrón y Ventura hacían salir las vacas y bueyes de la cuadra, las cuales, las más jóvenes, brincaban de contentas. Yo también estaba contento. Incluso miré más de una vez la ventana detrás de la cual dormía Margarita, pensando que si fuera mayor podría venir conmigo a guardar las bestias, y lo pensaba como si yo hubiese tenido muchos años de diferencia. Efecto de sentirme hombre en aquellos momentos, pues cuando Isidro mandó a Ventura que me ayudara a conducir las vacas al monte, le dije con algo de orgullo: –Mi amigo Moro y yo somos suficientemente capaces. Lo que hizo responder al patrón: –¿No decía yo que el Carboner sería un pastor de primera? Con su lenguaje y un signo de cabeza afirmativo Ventura lo reafirmó. No obstante yo los dejé con sus cambios de impresiones, arreando vacas y bueyes hacia el monte de las retamas. Naturalmente, suerte de la experiencia de Moro si no escaparon hacia un campo de nabos en flor. Llegamos junto con el sol, el cual perseguía la poca neblina que había en los escondites del valle, a la vez nos calentó a Moro y a mí, siendo el primer día que miraba alegremente el panorama del Pla de les Arenes. 36


Como de costumbre, no habían dado las nueve de la mañana que apareció Isidro con su cachaza. Inspeccionó si la yerba estaba muy rapada, indicándome el montículo al que debía orientar el ganado. Se ve que tenía prisa; cinco minutos escasos estuvo. A mí me era lo mismo. Quién no estaba contento era Moro. Para calmarlo instalé el desayuno; a ambos nos sobraba apetito. ¿Quién no tiene hambre en tan magnífica naturaleza? Aire puro y el gozo que ofrecía el espacio del montículo, de los tantos montículos en su alrededor a una altura de más de mil metros del nivel del mar; casi hubiera podido decir el gozo de una libertad sin fronteras que desea todo ser viviente. Francamente Moro no estaba tan contento como yo cuando vio que guardaba la mitad de las provisiones. No estaba conforme. No había llenado el estómago aún. Ni yo tampoco, a decir verdad. Y tanto pidieron él y mi estómago, que dije: –Repartimos lo que queda como buenos amigos, y si al mediodía los estómagos piden, tendrán que contentarse de comer yerba como hacen las vacas. Y yo, inocentemente, me di un hartón de reír al ver la lengua de Moro que aprovechaba todas la migas. Tanto Moro como yo sucumbimos a la ley física: estómago lleno abre las puertas a la pereza... ¡Qué sueño nos íbamos a dar los dos! Lo permitía el tendido de retamas con campos de trigo en yerba a su vera. Mi sueño fue interrumpido por una voz que gritaba: «Si no te vas ahora, si no te escapas, estarás condenado para siempre a guardar vacas...» De un movimiento me puse en pie sin despertar a Moro que roncaba. No había nada que hacer. Me repetía siempre lo mismo con una voz aguda cual 37


un buril que perfora el granito por los tantos golpes de martillo... El razonamiento fue impotente. La libertad me llamaba. El campo no tenía puertas. Miré con pena a Moro, el cual abrió un ojo unos instantes para volverlo a cerrar y muy quedamente le dije: –Sólo me llevo la flauta.

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II EL APRENDIZ DE CARBONERO El año 1919 fue fausto para la pandilla de los Descamisados (recibían este mote por llevar la camisa por encima de los pantalones). El que más recuerdo porqué fue el último que gocé de la independencia, me había escapado ya de guardar vacas, que aportó la picaresca a la caterva de zagales de barrio, de estas cuadrillas que se agrupan en cada calle, batiéndose al primer encuentro por un quítame esta paja. Los de la Calle Rocosa y los de la Calle del Hospital formábamos un cuerpo –todos hijos de trabajadores– que yo capitaneaba. Éramos temidos por los de los otros barrios, en particular por la pandilla de los chicos cuyos padres vivían en la esplendidez gracias al trabajo de los nuestros. Entre ellos y nosotros no había pacto: vencer o ser vencidos. Todos llevábamos en nosotros las raíces de los dos extremos tradicionales que componía la sociedad española: el potentado y el indigente; quien al abrir los ojos tenía todos los manjares sin corvar el lomo, y quien al abrir los ojos al despertar el día tenía que correr para alcanzar unas migajas con el sudor de su frente. Unos y otros pertenecíamos a clanes irreconciliables debido a la creencia de quienes habían nacido para mandar por haberlo heredado, y de quienes se mordían el sentido bajo una sumisión impuesta incluso por las armas. ¿A quién obedecía la guardia Civil en los pueblos, a la ley o al SEÑOR? La Pandilla de los Descamisados temíamos a la Guardia Civil con más miedo que a Satanás, el demonio que nos inculcaba el cura en el catecismo, el mismo con que nuestra madre nos amenazaba al llorar en la cuna. Les teníamos un miedo atroz, a los tricornios. Más de una vez 39


perdimos la batalla contra la Pandilla de los Señoritos por su presencia, escapándonos como el conejo al ver al perro. Este año 1919 fue una data para el progreso de Sant Hilari Sacalm. Casi hacía un año que se había terminado la guerra llamada Primera Mundial, la cual había llenado de oro las bancas del estado y de la burguesía, y sí dejó de llegar oro en la fecha mencionada a España, por haberse dejado de matar en tierras francesas y llegaban maquinarias a cambio de materias primas del subsuelo y de productos de la agricultura y de los bosques. Maquinas, la mayoría de ellas, que llevaban tres años de guerra; tan usadas que aún me veo correr detrás de aquellos pesados Berliets de ruedas macizas, los cuales, en los últimos kilómetros de la empinada cuesta Arbúcies– Sant Hilari, bufaban como asmáticos, teniéndose que parar. Los de la Pandilla aprovechábamos para escalar sobre la carga, de cuando en cuando a fin que el ayudante del chófer llenara de agua el radiador pese a las bocanadas de humo como si hubiese sido la chimenea de un tren a vapor. ¡Pero qué nos importaba a los descamisados, a esta pandilla todos hijos de «bosquetanos», qué nos importaba si los mandamás españoles cambiaban riquezas del subsuelo y del campo, producto del trabajo de los hijos del pueblo, por máquinas viejas y usadas! Acaso, ¿no éramos aún libres de acometido por la especulación de los sistemas tradicionales a pesar de sufrir la pobreza de nuestros hogares? Todavía no estábamos uncidos al yugo, y las ansias de vivir nos devoraban por aquellas novedades: camiones, autocares con puertas a cada lado de los asientos, y también algún que otro automóvil particular con chófer vestido de librea; novedades que nos apasionaban como embriagan hoy las películas de ciencia ficción a los niños y no menos niños. 40


Todo cambiaba cual maldición. Los motores con sus explosiones empestiferaban los aires. Los pájaros abandonaban los bordes de las carreteras despavoridos para refugiarse en el fondo de la floresta, como disminuyen cada día, de aquella carretera que había visto construir a pico y pala, diligencias y tartanas, carretas y carros tirados por reatas de caballos y machos, día tras día se veían subir y bajar con el chirriar de sus ejes ganando la distancia Sant Hilari– Hostalric u Hostalric–Sant Hilari. Imagen histórica que se había grabado profundamente en mí porqué entre tantos carros y reatas de machos que iban desapareciendo porqué iban a desaparecer, había un carro con tres magníficos machos, los mejores según nosotros, que defendíamos a capa y espada cual hubiera sido nuestro; ya decíamos NUESTRO CARRO. Xerrich, el arriero de nuestro carro, fue el último en resistir la invasión mecánica, desafiándoles cuando los berliets tocando las bocinas lo dejaban atrás: –¡Resuella, resuella Satanás de puta, hijo de todas la víboras, monstruo pestífero de la paz, resuella, que no me vencerás!... Fue el último en medir el kilometraje Sant Hilari– Hostalric, aun pienso hoy, si él y sus machos no hubiesen envejecido, que aún subiría y bajaría por la carretera que yo vi construir a pico y pala. ..................... ¡Quimera! Desgaje dramático por el atalaje de un pasado que se iba, que se fue hasta la última generación heredera de una manera de ser y de vivir, de un comportamiento en el trabajo y en la convivencia vecinal, cuyo hábito antagónico 41


a toda transformación brutal se llevó a la tumba a los postreros románticos de la época. ..................... Si era ya histórico venir, en los veranos, los cansados burgueses, a recuperar la salud en estos montes de les Guilleries debido al buen clima y agua medicinales, el desbordamiento del progreso mecánico acabada la Primera Guerra Mundial triplicaría los veraneantes en Sant Hilari Sacalm. El gran edificio del balneario de la Font Picant, hoteles, posadas y pisos amoblados en el pueblo serían pocos para alojar la riada de ricos barceloneses y de otras ciudades. Ya dice el refrán: «No hay mal de unos que no sea bien para otros». ¡Era Jauja este verano de 1919! ¡Y qué enfermos! Las plazas se llenaban de espectadores y bailarinas al son de la sardana; en el Casino faltaban butacas para alojar a los deseosos de ver la variedad de espectáculos cotidianos; y eso que no faltaban un gran número de paseantes por las avenidas y sendas entre los bosques en busca de la fresca brisa que la arboleda sombreaba y aromatizaba. ¡Cuántas escenas amorosas vimos los de la Pandilla al trajinar por los bosques en busca de nidos de pájaros! Pues la tentación de encontrar mejor sombra invitaba a muchas parejas a abandonar el sendero. Alguna pedrada nos habíamos ganado por ser demasiado atrevidos. ..................... Recuerdos de una picaresca ingenua pienso hoy. Debiendo añadir que no siempre era libre para corretear. Tenía mis 42


obligaciones en casa y me retenían más este verano por la desobediencia de escaparme de pastor. Reflexión hecha, perdí al no querer guardar vacas, si se tiene en cuenta que quedaban en casa cuatro hermanitos más jóvenes que yo, y estando mis dos hermanas mayores alquiladas a guardar los hijos de los ricos, yo tenía que ser la niñera cuando mi madre se iba a hacer faenas para aportar unas perras indispensables. Y no era todo guardar a mis hermanos: tenía que cuidarme de la marmita en que se hacía el guiso de la familia, y del perol en que cocía la pitanza de los cerdos y gallinas. Además, cuando llegaba mi madre a media tarde tenía que cargarme el saco e ir al huerto a buscar yerbas para los conejos y terminar de llenar el saco con hojas de coles para el perol de la mañana siguiente; trabajo que hacía a toda máquina, ya que luego era libre. Sin embargo había algo que me chocaba, al volver de huerto con el saco lleno sobre mis hombros, hacía más bulto que yo y parecía que era el saco que andaba, me chocaba ver los paseantes sin excepción levantar la cabeza y no dejaban de mirarme hasta perderme de vista. Pero no eran las miradas de los veraneantes que me zaherían sino las de algunos de la pandilla de los señoritingos, como de algún padre de estos que añadían una mueca maliciosa. A tal punto me picaron, que el sábado por la noche, cenando toda la familia les expliqué, contestando mi padre gravemente: –¡Ibas con el saco al hombro! –exclamó, y añadió en seguida–: Nos llaman los del saco... –¿Por qué este mote? –le interrumpí. –Es la herencia a que estás destinado, cargarte el saco con las vituallas necesarias para la semana., cargarte el saco al despuntar el día, en particular los veranos, y haber salido 43


del pueblo antes de que el sol llegue para no afear el ambiente lujoso de este paraíso.... –Los comerciantes bien contentos están en invierno cuando van los del saco a comprarles –interrumpió mi madre. –El dinero da la sonrisa, no tiene olor, y más sonrisa tiene quien más paga. Mi madre iba a responder sobre el tema, pero mi padre objetó: –Comamos en paz el buen guiso con patatas y bacalao que ha hecho nuestra excelente cocinera, y gocemos plenamente la felicidad que nos permiten las pocas horas semanales de estar juntos. Efectivamente, había amor en la familia Carboner, y la Carbonera, mi madre estaba radiante de contenta al haber oído de su Pep el elogio de buena cocinera. Después del verano viene el otoño y con él las ráfagas de viento frío sacudiendo los amarillos que visten los bosques, y a los castaños les hace caer sus frutos por el goce de jabeliz, conejos, ratones y tantas más bestiolas que pululan libremente; como también es buscada la castaña y deseada por los en articular por los desheredados, ya que es el plato fuerte de la cena. Ella llevaba una alegría en el hogar a chicos y grandes, una alegría que iba aumentando a medida que mi madre con una gran sartén llena de agujeros sacudía las castañas entre las llamas del fuego de la chimenea, llamas que luego nos alumbraban para comerlas. Pero el viento frío de Otoño no sólo sacudía las hojas amarillas en los bosques de les Guilleries, sino que barrió los veraneantes de las calles de Sant Hilari Sacalm. El primer domingo de Noviembre de este año 1919 yo no cabía en la piel de contento. Luego de haber comido el arroz y mi padre haberse ido a tomar el café, salí a la calle a 44


desafiar el viento con mis correrías de ida y vuelta, pese a las llamadas de mi madre. –¡Te digo que entres a descansar! ¡Obedéceme!... ¡Guarda las fuerzas, porque el camino que debes hacer es largo, y vas cargado!... Por fin entré en casa, y al pasar el umbral me paré unos segundos a mirar el fato (talegas llenas de comida para la semana), pensando lo que debían pesar el zurrón y el saco que debía llevar mi padre, comparado con el pequeño saquito con vituallas que me estaba destinado. Aquel saquito me daba el título de bosquetano; inconcebible ver a un trabajador del bosque sin el saco al hombro, saco para el suministro, para cubrirte cuando llueve, también para ponerlo sobre la manta por las noches frías en la barraca. Nada de extrañar que no motearon los «del saco» a los bosquetanos o bosqueños. No tardó en llegar mi padre Este domingo no hizo la manilla como era costumbre. Tenía prisa de apersonarse al bosque. Pese a la confianza que tenía al viejo Pablo, quién hacía dos horas que había llegado del tajo y lo informó que las pilas en fuego seguían un buen curso carbonando los leños, pese a las palabras del viejo maestro carbonero, lo había sido de mi padre y parte lo sería de mí, fue cuestión de cargarse el saco y emprender el camino, pues la despedida de la familia era escueta y sencilla. No había besos ni abrazos. El mirar de cada uno lo decía todo con las palabras tradicionales, entre rigurosidad y amabilidad, de mi padre al despedirse de las hijos: –Espero que vuestra madre no me dará quejas de vosotros al volver el sábado próximo, deseando que Dios nos de salud.. –¡Qué Dios nos guarde a todos! –le respondía mi madre. 45


Esperanza común subjetivada al vocablo, dios los enlazaba, los reforzaba para enfrentar los quehaceres cotidianos. Llevaríamos ya más de media hora andando, y Linda, la vieja perrita, no se cansaba de correr de una a otra parte persiguiendo a todo pájaro que se levantaba del borde del carril primero y luego del sendero que a través de los bosques alcanzaba la masía del Crous de Santa Margarita. ¡Qué ganas tenía de ir detrás de la perrita, con la que había jugueteado hacía cuatro años, cuando por primera vez mi madre me dejó una semana entre los carboneros, pero al salir de Sant Hilari y ponerme a correr detrás de Linda, mi padre me lo prohibió diciendo casi las mismas palabras de mi madre: –Reserva las energías que la caminata es larga –y se calló mientras continuaba su medio andar a fin que mis piernas pudieran seguir la marcha. Andadura acompañada de un mutismo que me preocupaba y agriaba mi alegría desbordante sentirme con el título de trabajador del bosque al llevar en mi hombro el saco con las vituallas de la semana. Más tarde comprendería el sentido profundo de su pena. Justamente, lo que a mí me alegraba, el saco en el hombro, lo apenaba a él. Había sido impotente de salvar a sus hijos de ser un eslabón más de la cadena de carboneros que cual grillete arrastraba la familia generación tras generación. No por considerar indigno el oficio de carbonero, amaba el oficio, sino debido las injusticias económicas y sociales. El artesanado del bosque (con este nombre merecen ser calificados) estaba desconsiderado a tocar al desprecio por la gente pueblerina, cuando es un verdadero arte la transformación de la madera en carbón. El mutismo de mi padre no fue duradero, ni podía serlo debido a su carácter bonachón y comunicativo, desde el 46


primer descanso, para que el andar fuera más leve, me habló de Becaina y de Juan de Serrallonga, los llamados bandidos, que para él no eran bandidos ni atracadores aunque hicieran dar onzas de oro a los que poseían muchas, no habiendo ganado ninguna trabajando. Ambas historias, archivadas en la memoria del tiempo por el habla de padres a hijos muy diferentes de lo que describen los pergaminos de los escribas de la iglesia y la plutocracia, según mi padre las circunstancias injustas los llevaron echarse al monte. Becaina era un carbonero que se pasaba semanas enteras, y quincenas también, sin volver a una casucha no lejos de la Parroquia de Santa Margarita, en donde le aguardaban la mujer y cinco hijos menores. La alegría era grande en el hogar en la espera del padre y del marido por saber la hora y el día aproximadamente que llegaba. Pero un accidente imprevisto, serían la una del miércoles, al sol le faltaban calorías para hacer perder la agresividad fría del aire que Becaina tuvo que ir sin demora a su casa. Y como costumbre de los trabajadores del bosque, se puso su hachuela tras la faja, y durante tres cuartos de hora, ganando barrancos y, ladeando las montañas del Padró, llegó a su casa. Llegada sorpresa: ni perros ni hijos encontró; pero sí encontró en la cama a su mujer con el cura de la parroquia, el cual quedó tendido en la cama por los hachazos que le dio Becaina, haciéndole el pasaporte de la gloria que pregonaba. Luego miró a la madre de sus hijos, desde aquel hecho no la consideraba ya su mujer, la cual estaba en camisa en el fondo del cuartucho ennegrecido, la miró y remiró despectivamente, limpió la sangre de la hachuela con la sotana del cura, se la puso tras la faja y se echó al monte, sólo con el hachuela como arma de ataque y defensa. 47


En cuanto a Juan de Serrallonga, serían necesarias páginas y más páginas de lo que mi padre me explicó y mucho más de los libros sobre la biografía de este personaje maltratado y desfigurado, sobre la realidad de su verídica historia ¿Qué motivo lo empujó a regresar en la partida de los Nyerros? (Cadells y Nyerros hacía años que se hacían la guerra a muerte, éstos por la independencia de Cataluña, aquellos por continuar la integración bajo el absolutismo de Felipe IV) Dejaremos los distintos punto de vista de su ingresó a la resistencia catalana capitaneada por Roque Guinart (más tarde por Serrallonga), teniendo por cuartel general el corazón de les Guilleries (país de guillas –zorras– debido el vasto terreno despoblado y escabroso con bosques frondosos) y señalaremos datos históricos: El gran Imperio Español, según el tópico el sol alumbraba siempre terreno del imperio, se desintegraba por los cuatro costados. Felipe IV, o sus gobernantes, guerreaba en varios puntos de globo, y, en lo que nosotros nos atañe, es la guerra que mantenía con Francia. Pendencia en que el reinado francés explota o se aprovecha de un conflicto histórico de independencia catalana en oposición al absolutismo centrista. Invasión que los catalanes no podrán soportar. Los motines y revueltas marcaban el paso del tiempo, con derramamiento de sangre al ser aplastados por los esbirros del Imperio. Pero la revuelta que empieza en el Ampurdán, tierra de raíces republicanas, pega fuego a la mecha que alumbrará todos los campos de la comarca del Vallés en plena siega, cuyos segadores abandonarán los tendidos amarillentos de trigo para levantar la hoz y forzar las puertas de Barcelona el día mismo de Corpus, 7 de Junio de 1640, fecha del pregón que anuncia el nacimiento de la República Catalana, aplaudida por todos los hijos de Cataluña excepto por los que hoy 48


llamamos reaccionarios, más bien dicho francofascistas, quienes darían vida al movimiento llamado CADELLS, en oposición a la República (defendida por los Nyerros) la cual representaba una cabeza de puente a las fuerzas francesas en Guerra contra Felipe IV. Situación ambigua puesto que sin el apoyo del ejercito francés la República Catalana no hubiera podido hacer frente las tropas invasoras del Imperio Español, además de la carcoma interna que representaba el anticatalanismo de los Cadells. Días y años de zozobra por los hijos de las tierras catalanas en que no admitían ser ocupados por los imperialistas españoles ni por los franceses. Razón tenían, diecinueve años después, con el Tratado de los Pirineos, al ceder Felipe V el Rosellón y la Cerdaña a los reyes de Francia, estos dejaron de apoyar a la República Catalana, la cual murió por impotencia ante la avalancha de los mercenarios del Imperio español. No por eso murieron definitivamente las ansias de libertad del pueblo, y menos aún cuando ha gozado de su autodeterminación, cuyos idealistas continúan la lucha sin calcular sus intereses y vidas; savia de la resistencia catalanista teniendo que buscar refugio en los montes accidentados, en donde los ejércitos no podían desalojarlos. Les Guilleries eran un entorno predilecto para los Nyerros, como lo sería más tarde para los Carlistas (los trabucaires fueron los últimos supervivientes del carlismo), sin olvidar los republicanos españoles antifascistas. Y en estas tierras en que, a través de los siglos buscaron cobijó tantos luchadores por la libertad (la mayoría de ellos llamados bandidos), andaba yo al lado de mi padre, que de cuando en cuando relataba un hecho del pasado, hacia estos lugares donde yo me haría, hombre y almacenaría en mí el sufrimiento del trabajo y del palpitar de aquella vida selvática llena de leyendas y hechos históricos relatados por 49


descendientes de los que las protagonizaron, el viejo Pablo era uno de aquellos llamados bandidos por defender una determinada idea de sociedad. .................... Más de una hora hacía que andábamos cuando llegamos a la cresta de un montículo. Mi padre se paró en un espacio donde, cual ventana, los árboles dejaban ver una gran parcela de un encinar mutilado en donde humeaban cinco montañitas de tierra, cinco carboneras esparcidas proporcionalmente por el encinar mutilado. Como mi padre, me quedé plantado mirando el espectáculo. Naturalmente, nuestro mirar no tenía el mismo sentido. El leía con el humo de cada carbonera, con el respirar de aquellas vidas, la salud de ellas carbonizando la madera. Pasamos unos minutos contemplando aquel espectáculo, y al abrir la boca para hacerle una pregunta, él se avanzó al decir, como si hablara a la naturaleza: –¡Bien...! ¡Justo es el vaticinio de Pablo! No creo que yo en aquel momento cogiera todo el sentido de la frase. Además la Linda se puso a correr hacia la barraca, la habían edificado entre las pilas humeantes, llenando de ladridos el ambiente, ladridos que hicieron decir a mi padre: –Hay para estar contentos! –y dirigiéndose a mí–: Un día sabrás lo que significa para un carbonero el buen estado de salud de las «pilas»: el amor al oficio y el pan de cada día; esperanza y angustia, algo parecido a las inquietudes del agricultor, porque si el pan que nutre la familia de éste depende de la clemencia del tiempo, el nuestro está en manos de los caprichos del fuego. 50


Mucho era para mi tierno raciocinio: emociones y lecciones. Las palabras de mi padre se mezclaban desordenadamente con el entusiasmo que me embargaba por la presencia de las carboneras humeando. Hubiera querido correr como Linda hacia él y tocar con mis manos aquellas montañitas de tierra que escondían un volcán de fuego ardiente en sus entrañas. Deseo que se cumplió. Al llegar a la Barraca y haber ordenado las vituallas que llevábamos dentro de los sacos, mi padre cogió la cayada y se cargó el azadón al hombro, me invitó a ir a hacer una inspección a las carboneras pese a la buena situación que había leído por medio de las bocanadas de humo de cada una. Pero al llegar a la primera carbonera, con su cayada rozó la tierra que la cubría, cual la acariciara, a la vez me dijo con pausadas palabras: –No es la primera vez que vienes al bosque, pero sí el primer día que pones los pies en él para trabajarlo. A tal efecto, te repetiré las palabras que me sermoneó tu abuelo: «El aprendiz carbonero debe observar y buscar a comprender los que hacen los del oficio; más de lo que yo te puedo explicar es la práctica que te hará ver y sentir»... ..................... Ciencia intuitiva. Definición de la enseñanza que mi abuelo, Jaume el Carboner, inculcó a su hijo Pep, y éste a su hijo Ton, que era yo. Herencia que consistía en el arte de transformar los maderos en carbón, carbón sin humo y con el tintinear acerado, era el honor de este clan familiar enraizado en Les Guilleries. ¡Artesanado al que le era indispensable la técnica del hombre, el árbol y el fuego para obtener un buen carbón 51


vegetal; técnica de elaboración que no estaba dada a todos los carboneros. Porque si todos los del oficio tenían las materias primas, eran muchos a los que les faltaba la intuición del manejo del fuego, es decir, saber leer o comprender el lenguaje del humo. Cuyos tonos indican si hay que esperar o es hora de cambiar el tiro, cerrando y abriendo nuevos agujeros en la carbonera a fin que el fuego no devore el madero hecho ascuas, trasladando las corrientes para que el fuego carbonizase a otros maderos. Cuya técnica o prescripción no tiene escuela que dé reglas orales ni escritas. Nadie puede enseñar la comunicación del humo que sensibiliza al especialista. Ni éste lo sabe. Se siente y se aprende en la práctica como decía mi abuelo Jaume, dudando aún si se ha precipitado o ha tardado en maniobrar el fuego. Sólo cuando saca el carbón de la Pila, sabe si ha sido un buen carbonero. Inquietud comparable a la de un médico, el cual no sabe de seguro si el diagnóstico ha curado o matado al paciente. Hay un complejo de factores que intervienen en el periodo de transformación de los maderos a carbón: calidad de la madera y su estado (seca, mustia o verde); la tierra que la cubre (arcillosa o arenosa); temperatura atmosférica (sequía, lluvias o vientos); topografía (declive del terreno, si es pedregoso o si pasa un arroyo cerca de la carbonera, cuya corriente de agua atiza el fuego, y entre el pedregal se forman corrientes de aire que desequilibran la vida interna de la pila. Factores que indican la distribución de los maderos (los más gordos se colocan al lado débil de la contextura) desde la formación de la carbonera o pila; no obstante hay imprevistos que exigen la maestría técnica porque no siempre los imprevistos se parecen. 52


Eso quiere decir que la artesanía carbonífera se basa en una ciencia intuitiva. Sin embargo, el origen del oficio de carbonero me ha preocupado, pero no he sacado nada más que hipótesis de los libros. No cabe duda que ha tenido un principio. Nada ha existido ni existe que no lo haya tenido o lo tenga y que lleve en sí un fin. Nacimiento y muerte andan parejos. Ley que no hay poder ni magia que puedan cambiar: nudo físico– biológico de vida. Los artesanados que vienen del fondo de los tiempos no escapan de esta ley. Pero para conocer los orígenes de creación del oficio de carbonero se choca contra la barrera del desconocimiento. No hay archivo que de testimonio, si no es por una aproximación deductiva, de los artesanados prehistóricos y de los hallazgos de la antropología y de otras ciencias. Evidentemente, la forja y los oficios que han procedido de ella no hubieran existido sin el fuego, y quién dice fuego dice ascua y carbón, derivado de la evolución de la especie humana y sus costumbres, que la ciencia antropológica testifica por el número de fogatas la población aproximada y, por los restos de carbón, la época en que debe de haber existido. Ateniéndonos a estas conclusiones, encontramos la existencia del carbón vegetal como consecuencia inmediata del descubrimiento del fuego por parte del hombre, y, de rebote, los eslabones de lo que más tarde será el oficio de carbonero, debido al proceder del hombre primitivo al cubrir las ascuas de cenizas ardientes y de tierra a fin de conservar el fuego para la mañana siguiente. El cual, viniera de la chispa del pedernal o del roce de dos palos encendía las briznas de yerbas secas, de broza y leños que con la intervención del 53


aire se transformaba en fogata, calentando y alumbrando a los humanos. Ciclo de fuego y carbón, despertar del progreso. Porque si el carbón del origen de las fogatas no es el de la crónica del oficio de carbonero, no deja de ser carbón, llamado carbonilla o picón, empleado en los braseros... y en las forjas para alumbrar el carbón de piedra. Perenne revolución trascendental en la historia humana, la dominación, del fuego. Cuyos valores y descubiertas, las más por el azar, evolucionarán o revolucionarán costumbres, culturas y civilizaciones de la especie. No obstante, dichos hallazgos, pasarán por el tamiz convencional del dominio político–económico, cogiendo cada uno una preponderancia según la orientación del mercado; algunos han originado las grandes industrias al ser propulsados por la ciencia especulativa, otros han desaparecido, y pocos sobreviven casi en el anonimato. Por ejemplo el carbón vegetal, que si durante siglos fue una aportación primordial en energía, el descubrimiento de la máquina a vapor, y luego el motor de explosión.... lo han arrinconado a la sombra por nutrirse de carbón mineral, petróleos y otros combustibles más lucrativos. Lucro que ha excluido las búsquedas científicas sobre la importancia energética de la floresta, que amalgamada con las que pueden dar el sol, agua y vientos, se hubiera podido evitar el gran drama ecológico, y el caos económico–social (orígenes del paro) al hipotecar el porvenir viable debido a la especulación sin escrúpulos por el abuso de unas energías no renovables. Pero en 1919 la máquina no había penetrado aún en los bosques de les Guilleries y Carboner, mi padre, no podía pensar en la decadencia que iba a sufrir el carbón vegetal, ni podía imaginar que yo sería el último aprendiz carbonero de 54


la familia. De otra manera no se hubiese esforzado por encima del cansancio de más de media hora de andar cargados con la comida de la semana, no se hubiese esforzado en darme consejos y experiencias sobre el oficio de carbonero, ni hubiera reñido a la perrita, que insistía para juguetear, diciéndole un poco malhumorado: –Vete a guardar el castillo [la barraca], es tú trabajo, y deja a Ton, que aprende las primeras lecciones de carbonero. Verdaderamente, las palabras de mi abuelo, sumadas a las de mi padre, sin él ni yo saberlo, cerraron un pasado mío. Los saltos de Linda para que yo fuera a jugar con ella, más pronto me molestaban. Estaba muy preocupado por todos los detalles de lo que hacía mi padre al cuidado de las carboneras. Incluso a las tres últimas que visitamos, las que tuvimos de dar de comer, (abrir el centro de la carbonera –la chimenea– y con una percha atizar las ascuas hasta el corazón, luego llenar la chimenea de troncos cortados a medida, tapar la abertura con hojarasca y tierra encima a fin que no respirase por la chimenea, lo que obligaba al fuego a seguir la dirección que el carbonero le orientaba por mediación de agujeros que abría o tapaba según el proceso del fuego interno) y sin que mi padre me lo mandara, le ayudé en todos los trabajos. El sol había abandonado los bosques cuando regresamos a la barraca con luz justa del día para hacer una hoguera, y preparar el carburo, el cual nos alumbró para preparar la cena. Comida abundante: judías secas fritas con tocino graso de cerdo, un pedazo de butifarra negra, una cebolla chafada con sal, con pan moreno pastado de mi madre, y regado con un trago de vino tinto (mi padre se lo calentaba con un pequeño tupi –un tarro de tierra) del Priorat, que calentaba la sangre. 55


A poco de haber terminado la buena cena, mi padre me dijo entre dos bostezos: –Yo me voy a descansar. Tú harás lo que quieras, pues, ya conoces el sitio de la cama común, y el único ruego es que no me despiertes si aún no quieres venir a la paja. ..................... Ya conocía la cama que me esperaba. El cansancio me aconsejaba de ir bajo la manta y arrimarme al cuerpo de mi padre, pero el montón de brasas de ramas y troncos de encina que chisporroteaban no se cansaba~ de decirme: aprovecha mis calorías mientras escuchas el lenguaje de la noche. Voces de la fauna nocturna, de los vientos al bracear las ramas de los árboles, y de las aguas de los arroyos al saltar los barrancos. Voces que perforan el silencio de la noche e infundían temor y gozo a la vez por sentir me en comunicación con la Natura, madre de toda la vida; solitario y en plena noche entre los bosques, te sientes ser una partícula del todo, un hermano de la fauna nocturna que se habla entre sí. Efectivamente el temor y el gozo se entrelazan y se nutren del ambiente en que vives. Yo era un hijo del bosque. Ochenta probabilidades sobre cien que fui engendrado bajo unas corpulentas encinas en una de las visitas casi semanales que mi madre hacía a mi padre por lejos que estuviera. Ya a la edad de cinco años, en una de estas visitas, en que yo la acompañaba, me dejó en la barraca de los carboneros al cuidado de mi padre por los tres días que quedaban de la semana.

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Digo cuidado de mi padre. ¿Cómo podía él vigilarme si el deber de responsable de los demás trabajadores, nueve hacheros, lo llamaba a manejar el hacha entre el equipo? Cuando mi madre se fue, serían las tres de la tarde, por cierto muy radiante de sol, mi padre estuvo unos cinco minutos alabando lo bien que se estaba en la barraca; y lo bonito que era aquel paisaje con la variedad de árboles y arbustos que poblaban las montañas, y todo alegrado por el canto de los pájaros. Y pienso que más hubiese descrito de aquel espacio magnífico si el chasquear de las hachas de sus compañeros no le hubiesen recordado el deber. Sólo me quedé en el umbral de la barraca de una capacidad para alojar doce personas. Soledad que duró poco, puesto que Linda, jovencita, y lo parecía más por ser de raza muy pequeña, no paraba de ladrar y saltar para lavarme la cara. Estaba contenta a no poder más. También lo estaba yo de su compañía. No obstante, había momentos que hubiera preferido, que se estuviese quieta y sin ladrar a fin de poder escuchar los trinos de los pájaros y ver sus plumajes al revolotear entre los tallos más altos de las encinas que rodeaban la barraca. Rato estuve contemplando y escuchando. Pájaros y la perrita llenaban mi sensibilidad, pese a que ésta última no paraba de en sus carreritas, como si me instara a visitar los bosques. Eso comprendía, pero yo no la seguía, ya que mi padre me había ordenado que no saliera de los alrededores de la barraca. Orden que me recordaban los repiques de los hachazos a la dura madera de encina, y el derrumbe de éstas llenando los valles de zumbidos. Si la memoria olvida o parece olvidar ante un deseo, la de los niños se inclina más fácilmente. Es más independiente. 57


La necesidad fisiológica de vivir lo inmediato le hace pasar por encima de los conceptos esclavizadores del individuo. Linda insistió tanto que el niño olvidó el mandato de su padre. Incluso los pájaros lo acompañaban en las correrías con la perra. Se hubiera dicho que hacían parte integrante de la fauna. Todo era alegría. Trinos, ladridos gritos del crío llenaban el espacio al andar explorando el bosque. Ciegamente y con regocijo seguí a Linda sin darme cuenta de lo que nos habíamos alejado del tajo, pues no se oían ya los chasquidos de las hachas ni el derrumbe de las encinas, asimismo los pájaros dejaron de trinar, pues se recogieron al resguardo de unas ranuras, de un tronco de árbol o de un zarzal para pasar la noche debido a la disminución de la luz diurna. Cuanto más para el niño al haber penetrado en un espeso bosque de corpulentos castaños, cuyas ramas privaban el paso de los rayos solares en pleno día, en donde la obscuridad lo envolvía. ¡Qué terror se apoderó, de él al oír el latido de alas de unos palomos torcaces al coger refugio sobre el mismo castaño, uno de los más corpulentos del castañar que había apoyado su cuerpo! Por añadidura no oía ni la perra, culpable de tal situación. ¿Qué debía hacer? En esto oyó un ser que le hablaba a distancia. Le hizo el efecto que le decía con sus píos–píos «no tengas miedo, no tengas miedo que aquí nadie te hará daño». Consuelo le fueron los píos, píos del petirrojo. Un hilo de salvación, ayuda del pajarillo más endeble de la fauna. Verdad es que el insignificante puede ser grandioso en ciertas circunstancias. El petirrojo fue la mano del consuelo hasta no oír la voz del padre que a grandes gritos lo buscaba. Linda también oyó la voz de Carboner, su amo. Cual supiera la irresponsabilidad, buscó remediarlo al llegar en 58


cuatro saltos a mi vera, es decir al lado del crío que era yo, y con ladridos preocupantes, a la vez tiraba de mis calzones, me hizo encaminarme hacia la barraca, habiendo dado unos veinte pasos cuando mi padre nos encontró, se había guiado debido los ladridos, cogiéndome en brazos, y poco pudo decir a la perra, ya que se infiltró entre la broza, no viniendo ni a cenar por miedo el castigo. –¡Vaya perra! –exclamaba mi padre de cuando en cuando con un tono melancólico de reproche, a la vez que con un bastoncillo de madroño hurgaba el rescoldo del fuego, aculado durante el día por haberse cocinado las dos comidas, del equipo de mi padre, nueve hombres, Linda y yo. Serían bien las ocho de la noche. Los compañeros de trabajo roncaban ya dentro de la barraca a unos diez metros de nosotros. Cuyos ronquidos me hacían pensar y decirme por qué mi padre no iba a descansar a enviarme a la paja. No es que yo tuviera sueño a pesar de hacer ya mucho rato que la luz del día nos había abandonado y las sombras de los árboles se habían unido en una masa compacta, inexpresiva e invasora, pues, luego de haber borrado las formas de los árboles y de los montes, se atacaba el círculo de luz que alimentaban las brasas de los rescoldos que mi padre hurgaba con la varilla de madroño. Yo miraba el fuego y escuchaba la vida nocturna que despertaba en las entrañas de los bosques. Serían mil voces o más que se comunicaban: mochuelos que se hablaban de barranco a barranco, gatos monteses se llamaban...., y más allá en el fondo de los bosques los canes de una masía aullaban; unos aullidos llegaban hasta nosotros como débiles llantos, cual fuera una pesadilla de algún árbol de tan calma; aquella noche, pues solo una tenue risa nos llenaba los pulmones, la que me aconsejaba acercarme al fuego, del cual, 59


al hurgar mi padre con la varilla, chisporroteaban de cuando en cuando unos racimos de estrellitas, que una tras otra la obscuridad se tragaba, teniéndome atónito tal espectáculo por ver por primera vez aquel artificio de estrellas tan hermosas y de tan efímera vida, lo que me indujo a preguntar a mi padre: –¿Las estrellas del cielo también son las chispas de una fogata? –No sé –respondió indiferentemente a la vez que levantó los ojos al firmamento cual buscara la respuesta. Esto pensaba yo. El conocía mucho de las estrellas. Por ellas sabía si llovería o nevaría, si haría calor, frío o viento. También yo levanté la mirada hacia arriba por si me decían algo. –¡Cuántas! –exclamé de la cantidad que vi. Era la primera vez que las observaba como hacía mi padre; pero tantas había; pequeñas y más grandes, tristes las unas y alegres las otras, y por tanto que mirase, mi pobre inocente magín no encontraba la puerta por donde entraban los elegidos de Píos para ir al Cielo. «Mi padre debe saberlo» me dije para mis adentros. Sabía tantas cosas que si me hubiese atrevido le hubiese preguntado. Sin embargo la pregunta rodaba en mi mente y cuando estaba a punto de salir de los labios, en el mismo instante, un mochuelo atraído por la luz del fuego pasó zumbando a rozar de mi cabeza, arrancándome un grito de terror cual hubiese sido el fantasma de Nache, la bruja tan presente en las leyendas. –¡De poco te asustas! –exclamó mi padre, poniéndose a reír de buena gana. 60


Pocas veces lo había visto reír de tal manera. ¿Sería el reír para no llorar al comprobar su derrota, al constatar que yo seguiría la cadena de carboneros? Es de mayor que he sentido esta tragedia en la risa al recordarla. Y en aquella noche silenciosa la risa, el eco de la risa retumbaba de barranco a barranco. Pero cual resorte, dejó de reír y alargando sus brazos me cogió con sus manos callosas de manejar el hacha, como si hubiese sido una paja, me pasó por encima de las ascuas y me puso entre sus piernas. ¡Qué bien estaba entre sus piernas, qué calor me daban sus pantalones de pana! ¡Qué sueño hubiera hecho si mi progenitor no se hubiese puesto a hablar, y cuando hablaba no era solamente para hablar! Empezó a explicar las diferentes aves y cuadrúpedos nocturnos que tenían su morada en aquellos bosques. Desde el ruiseñor que canta para él y para los desvelados, al jabalí que se desplaza de un monte a otro, kilómetros si daba el caso, para encontrar a su compañera o en busca de alimentos; y en cada especie le hacía resaltar la cualidad asociativa entre ellos y la relación directa o indirecta que se entrelaza con la convivencia de los hombres. Quizá habló más de media hora con una voz dulce y penetrante para que mi tierna sensibilidad penetrase en las palpitaciones de la vida sana y selvática de aquellos contornos, la cual debía su existencia al conjunto de seres y plantas, pese a la lucha individual, buscando y defendiendo sus necesidades, todos aportan en la unidad ecológica de la endeble yerba al corpulento árbol, desde la hormiga hasta la bestia llamada humana... Sin saberlo, el analfabeto Pep el Carboner dio un curso de biología , y sociología a su hijo, al niño que era yo, al chiquillo que aún no había cumplido cinco años. Pero los largos discursos poco siembran, y menos cuando el auditorio 61


es infantil. Porque si en principio sus explicaciones me embelesaban, me purgaban del miedo que me había atenazado en el castañar, sintiéndome en mi casa entre los bosques. y sus habitantes, fue disminuyendo mi atención, cuanto más que bailaban las estrellas en mi mente, no pudiéndome retener de preguntar en un punto de respiración que hizo: –¿Y las estrellas? –También hacen parte de este mundo –respondió sencillamente–. ¿Las fabrican en una gran hoguera? –insistí. –¡Bien he dicho que no lo sabía! –respondió con tono severo. Respuesta que me dejó con la boca abierta. «No puede ser que mi padre no lo sepa» pensé. Y como si hubiese adivinado mi pensamiento al ver que lo interrogaba con mi mirada, dijo con tono penoso: –¡No sé!... Cada día que pasa, mis ideas se embrollan sobre eso. Hay dos hombres que respeto y que saben mucho, los cuales se contradicen totalmente sobre las estrellas... Paréntesis para respirar o bien para buscar palabras adecuadas para que el niño comprendiera? –El párroco, quién no puede mentir por representar a Dios en Sant Hilari, dice que el Señor las creó para que el no pecador viera el camino del Cielo. En cuanto Jorobado, el amigo de la Cooperativa, quién nos lee libros y papeles clandestinos que hablan de la República que mataron los militares borbónicos, república que empezó a llevarnos escuelas y justicia social, este amigo que por ella se tuvo que escapar de Reus, nos demuestra con escritos que son otros soles como el que nos da calor y luz a nosotros, creados por la naturaleza del Cosmos. –¿Y qué es el Cosmos? 62


–El domingo que viene lo preguntaré a Jorobado. Pero ahora nos vamos a dormir. Mañana es día de trabajo –y sin esperar pregunta se levantó. ....................... «Mañana jueves, el otro viernes, sábado y después domingo, día en que el viejo Jorobado me explicará.... repetía mi tierna mente de cinco años a la vez que arrimaba mi cuerpo al de mi padre, dormía a puño cerrado, para sentirme protegido de las brujas que debían deambular por los alrededores de la barraca y al mismo tiempo sentir el calor que despedía. Aunque frío no hacía por no haber entrado en el invierno y por las calorías que despedían los nueve cuerpos, y con el mío diez, en cama común y contrapeados sobre paja y helechos, estando ajustados como arenques en saco. Las barracas de los carboneros se construyen en capacidad de los brazos que deberían trabajar en el tajo. Previsión sobre los rigurosos inviernos que se registran todos los años en estas tierras de les Guilleries, ancladas entre el Montseny y los Pirineos. Cuya posición geográfica está expuesta a los vientos helados del Norte y de las grandes nevadas que llegan de Levante cuando menos lo esperas. Todos los oficios del bosque construyen su barraca. Pero nadie iguala a los carboneros, y entre éstos, hay quiénes son más técnicos y meticuloso en el detalle. Mi padre exageraba hasta el punto de responder cuando le hacían una reflexión: –En el hogar que debemos vivir casi nueve meses al año, se debe garantizar el buen hospedaje; ni lluvia ni frío deben perturbar el descanso de las diez horas diarias del trabajo casi forzado que debemos hacer. Además, la buena 63


construcción de la barraca es la afirmación de ser un buen carbonero. Y yo lo creía, es decir creí todo lo que decía aquel hombre más alto que bajo, ni gordo ni delgado de una nariz algo aguileña, con un tinte de piel, piel fina por ser un carbonero y vivir en el aire libre, sanguínea, castaña, como castaños más bien que negros eran sus cabellos, que compaginaban con sus ojos pardos de bondadoso mirar. Era un cruce de los pueblos que habían invadido la península ibérica. Mi madre era el polo opuesto a mi padre con carácter y fisonomía, que ambos tenían un corazón de oro. Lo que él poseía de reflexivo, ella espontánea, un petardo de juguete que al diluirse como humo su mal genio desaparecía y se te quedaba mirando, cual te pidiera perdón por su arranque, con aquellos ojos negros que te daban ganas de besarlos; cuántas veces los acaricié con mi sentido. Y de mayorcito lo hacía de escondite de ella, pues no tenía cuatro años que tanto mis ojos se complacían mirar, que de un arranque de los suyos me quedé cohibido: «¿Es que estás enamorado de mí, que no dejas de mirarme?» ¡Qué cubo de agua fría recibí! No lo olvidaré Seguro que yo estaba enamorado de ella porque cuando se ama a una madre es que el amor es profundo, y el amor es el corazón de los sentimientos, distribuyendo las moléculas de las sensaciones, como las raíces del árbol alimentan las hojas que visten de colores sus ramas. ¡Sí, yo los amaba! Y a mi padre lo creía a ciegas. De otra manera no hubiese soñado despierto contando los días que faltaban hasta el domingo para ir a encontrar el Jorobado en la Cooperativa de Sant Hilari y nos dijera qué era el Cosmos y las estrellas. 64


Ni decir cabe la alegría que tuve este domingo de Otoño de 1915. Salté de la cama antes de costumbre. –¿Adónde vas tan temprano, si el sol sólo ha empezado a alumbrar estos montes? –me preguntó mi padre sin dejar de tostar el pan; todos los domingos por la mañana. hacía una tostada para cada uno de la familia., nueve en total, del pan que había pastado mi madre. –Ya ha llegado el domingo y debemos ir a preguntar al Jorobado... –¡Qué Jorobado ni qué cuartos! !Vuelve a la cama! –me interpeló mi madre que estaba untando de aceite y ajo las tostadas a medida que mi padre se las daba. –No dejaremos de ir a la Cooperativa –intervino mi padre– , pero ahora te vuelves a la cama como te ha dicho tu madre. Había que obedecer. Dormir, ¿quién hubiera dormido en mi plaza con las ganas de saber qué era el Cosmos a pesar de mis pocos años. Otro obstáculo se opuso. Hubo que ir al campo que cultivábamos a buscar, mi padre y yo que lo acompañaba, un saco de nabos para los cerdos. Luego sí que, vestidos de fiesta, serían las once de la mañana, entramos en la Cooperativa, pocos años antes fundada por un grupo de liberales, la mayoría forestales y agricultores, que gracias a Chich, que les había prestado provisionalmente una parte de su taller de carpintería, pudieron instalarse en la Plaza Grabolosa, que aunque el espacio no era mucho, era suficiente para las mercancías de primera necesidad que vendían. Verdadera Cooperativa de principios cooperativista. En ella no había empleado que cobrase sueldo. Por turno los asociados servían dos horas, de ocho a diez de la noche, los días de la semana, y el domingo todo el día, ya que al ser 65


fiesta, el local, además de ser un puesto de venta, se convertís en un lugar de encuentro político–social. En mi vida de luchador por la libertad, los Derechos del Hombre, he tenido aplausos y pedradas; bastante de estos, y muchas más de aquellas. Pero el primer aplauso que recibí, fue al pasar el umbral de la cooperativa cuando mi padre dijo: –Os saluda el viejo cooperador al presentaos la nueva generación cooperativista. ¿Llevaba ya en mi genética el germen del cooperativismo, o las palabras de mi padre y la acogida inesperada me lo inyectaron? En aquel momento más bien me asustaron. Fue un momento, porque mi objetivo era saber qué era el Cosmos. Y me daba la impresión, a causa del braceo del Jorobado (mote que hacía referencia a una característica física), quién tenía la palabra entre un grupo de cooperadores, que quizá hablaba de las estrellas, pues ponía una cara muy sería, y, a menudo, con su mano derecha indicaba hacia el Este. Mi padre se mezcló en la conversación. Nada oía de estrellas y del Cosmos. Sí, comprendía algunas palabras: Capitalistas... Guerra... Alemania... Francia... Asesinatos....; Víctimas....; El trabajador. Palabras que nada, me decían en aquel entonces. Más tarde sabría el significado del discurso que hacía el Jorobado, de aquel pacifista, botero de oficio y uno de los fundadores en Reus de la Primera Sección en España de la Asociación Internacional de Trabajadores, y perseguido al caer la República de 1873, cuando buscó refugio en Sant Hilari (más bien estaba escondido en estas montañas, morada de los derrotados) por la relación que unía a boteros y arqueros; la construcción de barricas necesitaba aros, aros de castaño que se fabricaban en las Guillerias. 66


Cansado de oír sin comprender, sin decir nada a mi padre, me fui hacia casa. Esta era mi idea. Sólo que a media cuesta de la calle Rocosa, ya encima del puente de madera, la riera no estaba escondida bajo el túnel que hay actualmente, miré las barquitas que el curso de agua llevaba desde los montes. Me tentaron. Con unos saltos me puse a tocar del agua, sin preocuparme de mojar las alpargatas, cogiendo con la mano muchas barquitas para luego volver a ponerlas en la corriente, cuyas hojas secas, vistas como barquitas por mi imaginación, me encantaba verlas navegar. ..................... Mucha agua había pasado bajo aquel puente de madera que temblaba cuando pasaba por encima un mulo o un carro. Hoy las aguas de los cien manantiales transitan por las carreteras y ciudades. Tampoco hay puente. Ton no se hubiese podido nunca imaginar que un día no existiría, en particular aquel domingo, cargado con el saquito de vituallas, oyendo las maderas crujir bajo sus pies al seguir los pasos de su padre. Sólo habían pasado cuatro años, durante los cuales se había divertido jugando con las barquitas que la corriente de agua conducía quizá hacia los mares. Era un niño, pensó al pasar el puente. Ya no jugaría más con las barquitas, no por pensar que el puente y el agua desaparecerían, sino por ser considerado como un hombre al aprender el oficio de carbonero. A pesar de que era yo aquel mozuelo de nueve años que mi padre dejó al lado de las ascuas al ir él a descansar, no puedo decir si el puente preocupó su mente cuando el ambiente de la noche y las sensaciones acumuladas del día 67


lo embargaban. Además, el cansancio y sueño le hicieron recordar unas, palabras de su padre: –Ya conoces el sitio de la cama común... No tardé en dormirme arrimado al cuerpo de mi padre, pese que aquella noche de otoño de 1919 estábamos los dos solos en la barraca. Teníamos toda la cama y las mantas de los ocho hacheros, que pasaban el domingo en sus casas. Sobraba sitio y cubiertas. No obstante una pesadilla se apoderó de mí. Resbalaba y no podía detenerme. Un profundo barranco se abría bajo mis pies. Mis manos buscaban un arbusto, una rama, una raíz para no despeñarme. Nada podía agarrar, y menos librarme de las zarpas de algún monstruo que me arrastraba a por los pies, monstruo que con sus carcajadas llenaba de ecos el barranco... Sueños y realidades se mezclaban. Desperté despavorido. ¿Qué vi al sacar la cabeza de debajo de la manta? El viejo Pablo, tirando de mis piernas, diciendo al ver que había abierto los ojos: –¡Dormilón, más que dormilón!. ¿Te crees que has venido al bosque para estar debajo de las mantas? ¡Ja... Ja... Ja... –y se salió de la barraca.. A las carcajadas que retumbaban en mi mente se adjuntó el tumulto de las discusiones del equipo de los hacheros que estaban desayunando alrededor de la fogata, mi padre la había alumbrado después de haber dado una vuelta de inspección alrededor de las carboneras, pues todos los lunes llegaban al trabajo entre siete y ocho de la mañana, y mientras afilaban el hacha, comían un bocado y descansaban un cuarto de hora antes de emprender el trabajo. Aun Pablo no se había unido con el equipo, que me puse de pie, despabilado ya de la pesadilla. Poco tiempo perdí en vestirme puesto que solo me había quitado la zamarra y las 68


alpargatas. Hábito de los trabajadores del bosque que dormían en el tajo. Cuyas prendas, camisa y pantalón, protegían del frío y de las zarzas; yo no podía ser una excepción. ¡Con qué saludo elocuente fui acogido al salir de la barraca! Todos muy amables al ver el aprendiz carbonero. Excepto dos, siempre hay excepciones, que, sonriendo, se chanzaban con frases como: «Aquí si que encontrarás nidos de pájaros solo alargando el brazo... No te faltarán ocasiones para demostrar tu estrategia para vencer a las pandillas enemigas de los Descamisados»... y tantas más que no me daban placer dichas mofas y me zaherían mucho más por quiénes las decían: el viejo Pablo, a quien quería como si hubiese sido mi abuelo, y Xeixa (mote que quiere decir en catalán semilla de trigo) el más joven del equipo. Personajes que bailan en mis recuerdos: Xeixa, de nombre familiar Jaume Vernedas, estaba más en mi casa que en la suya. Familia la muy honrada pero más faltada de recursos que la nuestra. Según me decía, me tenía por su hermano pequeño, nadie era tan rico como él, pues tenía dos hogares: «Can Caritnelo, en donde había nacido, y Can Carboner, en donde comía muchos domingos. Y el domingo que no faltaba era el que no tenía perras para sus travesuras; entonces no tenía prisa de irse, jugueteando entre nosotros, en espera que mi padre se fuera a tomar el café y jugar su acostumbrada partida de «manilla». Y seguro que mi padre no había hecho cincuenta metros cuando dejaba abandonada la nidada de chiquitines e iba al encuentro de mi madre, que solía estar ocupada arreglando el desorden que se produce en una comida con muchos críos la cual, conocía tanto aquel bala perdida (tendría unos catorce años), que sin esperar que Xeixa abriera la boca le refutaba: 69


–¡Si no hubieses despilfarrado la paga que Pep (su marido) te dio ayer noche no hubieras venido a comer, y menos a hacer ver que entretenías a mis hijos! –Es que... –Te conozco y no esperes nada! –Con dos reales tengo bastante –añadió como si no hubiese oído la negativa, a la vez que se puso entonar un vals, cogiendo a mi madre y haciéndole dar vueltas, llevaba la escoba en la mano, que por fin le dio un real para que la dejara en paz en sus trabajos. Era un personaje único en el pueblo. Los elementos biológicos habían engendrado un ser para ser libre y desinteresado de todos los conceptos de propiedad. Desde mozuelo, en que ganaba el pan sirviendo a los albañiles o en los quehaceres de los bosques, le dieron el mote de Xeixa, y cuando cogió el oficio de carbonero a fin de ser más libre, al mote de Xeixa la añadieron: «El bohemio de los bosques». No obstante, pese a su analfabetismo, poseía una lógica que cerraba la boca a los deslenguados, a éstos que para esconder sus fechorías sacan la ropa sucia de los demás. En ese contexto, Xeixa, sin tapujos respondía: –He nacido para ser feliz. Mi naturaleza no busca otra cosa: ser feliz y sin un real. Ya sé que es la contracorriente de esta sociedad de privilegios que tiene por corazón la peseta. Mi corazón es de partículas tan sensibles que solo palpita por el amor; y, desde el punto económico, vive de avances... Para él, los créditos no eran deudas, puesto que hacia el también crédito a su patrón desde que daba el primer hachazo por el lunes, no siendo pagado hasta quince días después. No le faltaba filosofía: 70


–...avance también es la yerba que come la vaca antes de dar leche. No había por donde cogerlo. La realidad es que no le faltaban créditos para sus despilfarros. Incluso una honesta casada que hacía favores pagando, semanalmente le hacía avances, los cuales eran zanjados céntimo sobre céntimo el día de la paga. Y cuidado si alguien se atrevía a decir algo sobre los amores con la casada y su manera de comportarse. –¿Te digo yo como debes ser? ¡Ah si todos fuerais como yo no habría más que paz y felicidad, porque no habría llaves, porque no habría puertas que solo encierran calamidades, de las que yo no tengo necesidad, por pagar todos los avances, aunque me quede virgen como nací. Sólo la muerte pudo hacerle cambiar de su libre albedrío. Es decir, el asesinato: pues fue asesinado por las balas del sublevamiento militar franco–fascista. Demostró ser hombre en el ideal de la libertad; cayó en el asalto de la ermita de Santa Quitaria. Su restos, con otros miles, abonaron las tierras de Aragón. Generosidad con que se paga la conquista de los Derechos Humanos del Hombre y que las nuevas generaciones olvidan. Yo no puedo olvidar. Cuando hurgo en el fondo de mi memoria sobre la guerra fratricida que nos impusieron los franco–fascistas al querernos arrebatar y asesinar la República, veo Xeixa, el bohemio, aquel amigo que me compraba golosinas cuando tenía reales. Con referencia al viejo Pablo son otros López. Era casi de la talla de mi padre pero más macizo, de musculatura acerada, y esto que mi progenitor no era endeble, pero la musculatura del viejo Pablo despedía una energía que no sólo al manejar la herramienta y pisar firme en los andares daba la nota de su persona, de aquel carácter y contextura 71


granítica, mordiendo todo el día la boquilla de pipa con una sana dentadura que contrastaba con los hoyos de la cara picada de viruela y guarnecida por unos largos bigotes blancos, colorido de su melena que encerraba su calva en herradura; cabeza nervuda y de combate a pesar de rayar los setenta años y tener un corazón de cordero. No eran pocos en el pueblo que creían que era un familiar. Sociológicamente lo era, aunque no lo fuese desde el punto de vista genético. Seguro que Pablo me había tenido más en sus brazos que mi padre, como había tenido más a éste en brazos que no su padre, mi abuelo. Hay que añadir que mi padre lo estimaba y respetaba cual hubiese sido el suyo, y yo lo tenía por mi abuelo. Los niños tienen necesidad de poseer un abuelo. Y de mi abuelo «el Carboner» guardo una imagen muy lejana e insegura de un viejo alto y delgado, derecho como una caña y de un paso firme, cuyo andar sacudía su barretina nuevecita encasquillada hacia delante como la cresta de un gallo; arropado de una corta chaqueta y de calzas de pana fina con alpargatas viguetanes (vicenses), daba la impresión de que el aire se apartaba cuando iba a misa los domingos por la mañana, puesto que los otros días estaba entre las carboneras. Imagen que no puedo asegurar que sea realmente mía. Más bien habrá sido Pablo que la depositó en mi memoria infantil. Me había hablado tanto de mi abuelo que si no hubiese olvidado podría escribir una larga biografía muy importante para la historia sobre la manera de ser de los hombres de los bosques de les Guilleries. No obstante recuerdo una anécdota que dice bien quién era Jaume el Carboner, mi abuelo. Hacía años que Cataluña sangraba por los cuatro costados debido a las guerras carlistas financiadas por los curas y ricos, 72


cuyos propietarios subordinaban y empujaban al pueblo llano a empuñar las armas contra los liberales, y como se puede suponer, un día que Jaume estaba en plena saca de carbón, en su cara sólo se veía la blancura de sus dientes, llegó el amo del carbón y señor de las tierras, y luego que dijo «Dios os dé larga vida», añadió: –¿Cómo es que aun no te has incorporado a las fuerzas del general Cabrera, defendiendo a Dios y a la Patria? (También los franco-fascistas empleaban este lenguaje). Jaume dejó de rastrillar el carbón. Se enderezó como un cirio, y sin abrir la boca miró muy fijo al señor de las tierras y patrón del carbón, el cual reaccionó como amo que se consideraba de todo: –¿No tienes palabras para contestar? –¡Me sobran! –contestó con alta voz el Carboner. –¿Qué quería saber? –preguntó a secas. –Estoy esperando que usted empuñe el trabuco para luego pensar lo que yo debo hacer. El amo y señor de las tierras no abrió la boca debido al tono de Jaume el Carboner. Podría reproducir en estas páginas muchas más anécdotas sobre mi abuelo, pues fueron estampadas en mi mente por el viejo Pablo, quien dice que era su padre real, a causa de la tragedia de los suyos: Había nacido en la más desértica masía del corazón de Caros. La vida fue dura para él. Desde muy tierna edad recorría aquel país lleno de leyendas de guerrilleros y bandoleros guardando las cabras y ovejas de su padre y podía ser que hubiera pasado su existencia entre aquellos barrancos y montes guardando bestias y cultivando las tierras de aquella finca arrendada por la tradición familiar sin otro saber que el que aprendía cotidianamente de la naturaleza (no sabía leer 73


y escribir), y las historias legendarias que su abuela contaba con orgullo por ser descendiente de uno de la cuadrilla de Juan de Serrallonga. Pero una epidemia fulminante de viruela negra exterminó toda su familia excepto él; estaba convencido que el perro de guarda no lo dejó morir. –Se debía pensar que dormía –palabras textuales de Pablo–, como tantas veces lo hacía bajo la sombra de un árbol en verano al resguardo de una peña en invierno, despertándome con sus ladridos o lamidos cuando las cabras y ovejas habían forzado el vallado y devoraban las legumbres de la huerta... Siempre que me contaba su drama, se interrumpía emocionado en el mismo punto, para luego decir: –No sé el tiempo que Moro luchó para despertarme. Tenía la cabeza llena de baba de tanto haberme lamido, la camisa hecha harapos por los zarpazos y mordiscos al tirar de ella para despertarme del pesado sueño... Aun me parece oír el ladrido victorioso que dio al verme abrir los ojos, ladrido que no tardó en transformarse en ruego, las bestias devoraban lo plantado en la huerta, luego en amenaza, hasta que se puso a arrastrarme como había visto hacer a mi padre cuando no me levantaba a su tiempo. Moro era muy fuerte. Un cruzado de perro ganadero búlgaro con el pirenaico. Podía conmigo. Clavó sus colmillos en el bajo del pantalón de pana gruesa de mi pierna izquierda y me arrastró hasta las eras, momento que el viento remolinaba las aristas y pajas sueltas de la trilla... Viento que llenó mis pulmones de polvo y de oxígeno, que fuera eso o lo molido que Moro dejó mis huesos al arrastrarme unos buenos cincuenta metros, me incorporé con la ayuda de la empalizada que protegía la era del ganado, el cual medio desfigurado lo vi en todo el tendido de la huerta rumiando la buena comida que se había dado; pero mi 74


impotencia me hizo caer de culo sobre las lozas frías de la era, cerré los ojos y mis oídos dejaron de oír los ladridos de Moro, y cuando volví a oír algo, ya no fueron los ladridos de Moro, sino la voz de Jaume de can Carboner. Lo que siempre había intrigado al viejo Pablo era ¿cómo fue o quién avisó a Carboner del drama trágico que asoló aquella familia aislada en la floresta selvática? Mi abuelo nunca había explicado por qué se encontró allí a pesar de tener el tajo a más de media hora de andar. El caso fue que Carboner, con hombres de su equipo y un pariente lejano de Pablo, dieron sepultura a los muertos y ordenaron el desbarajuste de tal situación, dejando a Pablo la libertad de determinar lo que iba hacer: –Aunque sólo quiero continuar la explotación de mis padres –respondió serenamente. En aquel hogar habían nacido y muerto generaciones de los suyos, y seguiría allí como habían hecho sus antepasados. Allí era libre; era una vida más en plena naturaleza. Iba a cumplir los trece años. Un hombre, ya que podía enfrentar la adversidad. Además, ¿dónde ir? Sólo había estado una vez en Sant Hilari sin compañía de sus padres y se prometió no volver más. Y Moro hubiera sido el primero en protestar si determinara abandonar el lugar en que habían nacido. Además pagaban poco de alquiler, y aunque no lo pagara nadie querría ir a vivir en aquel destierro. Se equivocó sobre esta última idea. Porque mientras fue pagando de las pocas economías que encontró de sus padres, las cosas iban de su agrado. El ganado se multiplicaba, el huerto se enverdecía y daba cosecha. Incluso llevaba siempre algo de su huerto cuando iba a pasar una buena hora al lado de Jaume el Carboner, su buen amigo. Ahora bien, el día que no pudo pagar, fue visitado por una pareja de guardias civiles y el 75


alguacil, con las amenazas que si no Pagaba le incautarían los bienes y el ganado, a la vez lo echarían fuera de la masía. Se debe decir que no le asustaron ni la justicia ni los tricornios. Los echó a cajas destempladas e incluso Moro los desafió. No obstante, cuando se hubieron alejado, cogió la cayada, cerró la puerta, y llamando a Moro se fue a pedir consejo a Jaume el Carboner. ¿Qué le podía decir mi abuelo, que conocía muy bien la ley del embudo a manos de los más fuertes? –Vende alguna bestia y paga la deuda. Esto de vender las bestias, que las había tenido en brazos al nacer, para que se enriquecieran unos cuantos que pagaban a una y vendían a diez, no lo harían con las suyas, o con su venia. El indomable no podía ceder. Mil ideas revolotearon en su mente. No había nacido para vivir de rodillas. Dos días pasaron de la visita al tajo de Carboner en que se levantó al clarear el día. El primer trabajo que hizo fue abrir la puerta del vallado de la huerta, y encaminar el rebaño para que se dieran unos buenos manjares con la sorpresa y la protesta de Moro: –¡Cállate, que aún no lo has visto todo! –le dijo dándole palmadas al hombro. Poco vio luego Moro, por haberse dormido con el estómago lleno de tocino a no poder más. Pues si no hubiera dormido se hubiese dado cuenta de la locura de Pablo, que vaciaba sacos de trigo y otros cereales en el empedrado de la era, llamando las gallinas y abrir las puertas de la conejeras para que todos los seres de la casa gozaran del banquete, último banquete que ofrecía de despedida. Él también comió, llenó el morral, abrió las puertas, todas las puertas, cogió la cayada y llamó a Moro que los siguiera. 76


A medida que andaba, y en dirección opuesta al tajo de Jaume el Carboner, le entró un remordimiento de no ir a despedirse de quien se había llevado como un padre. Lucha interna tenaz. Pero era un hombre, había cumplido los quince años, y debía comportarse como un hombre. Retrocedió camino y fue al tajo en donde trabajaba Carboner con su equipo. Mucho le costó llegar. Ora se paraba por si cambiaba de dirección, ora se ponía andar hacia el tajo. Al oír el chasquear de las hachas y el derrumbo de las encinas se sobrecogió. Instante que aun pensó volverse, pero al ver a Jaume que estaba solo en la barraca afilando un tronzador le dio animo de ganar la distancia. Los dos se saludaron como era costumbre en las visitas. Naturalmente, Jaume notó que la voz de Pablo se entrecortaba y que había algo que no correspondía a la pura visita. Sin embargo continuó afilando el tronzador en espera del motivo del encuentro. Pasaron unos minutos hasta que Pablo lo informara largamente de su determinación. –¿Cómo? –interrogó Carboner para que le detallara su idea. –Me voy para siempre –repitió Pablo. –Es la tercera vez que me dices lo mismo sin aclararme a donde vas. –Nada tengo que añadir –afirmó débilmente Pablo. Jaume miró interrogativamente al hijo de la tierra, que Pablo no pudo resistir, exclamando: –¡Ya no quería venir! –Debías venir. ¡Siempre te he esperado! –replicó Carboner con calma y fraterna voz. Pablo, con los ojos empañados, miró aquel hombre, seco como el árbol que muere de pie, sintiéndose un niño ante la solidaridad que expresaban sus palabras. 77


–Sentémonos y tomemos un trago –dijo Jaume a media voz–, y luego podrás continuar tu camino si es tu voluntad. Moro se tendió entre los dos. La borracha hizo dos idas y venidas. Pablo bebía sin hacer el mínimo ruido cual el tinto colara sin que la garganta interviniera, Jaume chirriaba como las ruedas de un carro mal engrasado. Luego, un silencio entre los dos que sólo era interrumpido por los chasquidos de los destraleros al dar con las hachas a la dura y maciza madera de encina cual fuera el único lenguaje de aquellos contornos. Puede que fueran las voces que hicieron levantar a Pablo como empujado por un resorte y preguntar a Carboner: –¿De quién es aquella hacha? –señalando la más grande de las cuatro que estaban descansando clavadas en un tizón carcomido de pino. –Tuya, si te conviene –respondió Carboner. Pablo puso la zamarra y la talega en un montículo por tierra sin decir palabra, y con largos pasos fue hacia el hacha y la empuñó; se la echó al hombro y se puso a andar hacia el corte... –¡No! Con ellos no –gritó Jaume. –¿Se cree, que no soy capaz de medirme con ellos? – respondió algo picado. –Puedes, y mucho más con tus quince años –respondió Jaume, añadiendo–: Pues, tengo un corte de bosque para abrir: lo haremos los dos. Te pido un poco de compasión por ese viejo si su entalla no es tan profunda como la tuya. Palabras que hicieron brotar una sonrisa a los dos semblantes, sonrisa que los unió fraternamente por muchos años. Según pude captar de lo contado y recontado del viejo Pablo sobre mi abuelo Jaume, este era un genio de carácter, 78


bondadoso y con mucho de psicólogo. No se dejaba pisotear ni pisoteaba, y allí estaba en los momentos que era necesario ser solidario. Cualidades genéticas heredadas de los tiempos primitivos en que la supervivencia del individuo se debió al apoyo mutuo. Porque si la instrucción puede dar alas para elevarse, igual puede cortarlas, e incluso neutralizar los miembros de traslación al encuentro del otro. Quiero decir, que estos humanos nacidos y crecidos en plena naturaleza selvática sin un soplo de la instrucción de las aulas de la enseñanza que les despertase el saber, tenían desarrollada la personalidad y los sentimientos humanos aunque no tuvieran el lenguaje llamado de sociedad, aunque solo poseyeran un lenguaje rudimentario, más mímico que hablado. Y yo nací en este mundo, en este mundo de Les Guilleries, en que las generaciones, hablo de las generaciones de los trabajadores del bosque, se sucedían sin que hubiesen cambios culturales. La historia de estas vidas, era oral. En realidad más ajustada a los sucesos, a los hechos reales que los documentos escritos por los escribas de la iglesia escribas a sueldo del Señor. Porque si hoy las historias escritas por llamados historiadores tienen mucho que desear (la historia de la guerra civil, en que fui actor, queda más a la sombra que a la luz y aun muchos sucesos están contados según color de la bandera), ¿qué credibilidad se le debe dar a la que el dogma de la religión o el personalismo del Señor autoritario? No es de extrañar que esté sacudido por este pasado de mis maestros analfabetos. Soy testimonio de la sed que tenían de saber. Cuando llovía o las nieves nos habían sitiado sin poder trabajar, me hacían leer y releer los pedazos de periódicos mugrientos de grasa, envoltorios que el tendero 79


empleaba. Yo sólo deletreaba y mal pronunciada la escritura castellana, no siempre comprendida por nosotros. Ganas de saber tenían aquellos rudos bosquetanos por haber comprendido, que no se liberarían de la tradicional esclavitud del trabajo del bosque, más de diez horas diarias para malvivir, sin que supieran leer un libro, sin que fueran capaces de calcular matemáticamente el valor de sus esfuerzos en la producción comparado con el valor adquisitivos que podían obtener con la mísera paga. Hay que constatar que la revolución interna de las ciudades y de los pueblos industrializados en que el productor, es decir el trabajador, tenía despierto el derecho y deber a ciudadanía ya hacía tiempo, y que las luchas a menudo eran violentas, fue penetrando en pueblos y contornos desérticos. El explotado perdía el miedo, este miedo de no tener trabajo o empleo, miedo que el mismo cura del pueblo alimentaba con su influencia de sumisión en la tierra para ganar el Cielo. La creación de asociaciones al margen de la patronaliglesia, como la Asociación de Areros y luego la Cooperativa en Sant Hilari era un verdadero despertar, era la voluntad de un pueblo, o de una corriente de pueblo, que luchaba por la igualdad de todos los Derechos y Deberes; pero este despertar necesitaba saber, instruirse. Una voluntad interna hurgaba en el sentir de aquellos trabajadores que atentamente escuchaban lo poco que yo les hacía comprender con mi deletreo de aquellos mugrientos pedazos de periódicos que habían servido para envolver el tocino graso, alimento indispensable, era el más barato, para que les diera fuerzas ante el rudo trabajo. Voluntad o necesidad que yo desconocía y que antes de conocerla me llevé un disgusto: yo pensaba que había ido al bosque 80


solamente para cortar encinas y hacer carbón; cuando mi padre me vino a encontrar, estaba arrimando leños al viejo Pablo, quien estaba construyendo una carbonera, y me dijo: –No he podido liberarte de ser carbonero, pero lo haré todo para liberarte de ser analfabeto como soy yo y han sido tus antepasados. Porque lo poco que has aprendido, lo vas a olvidar cuando el oficio de carbonero te haga prisionero... –Pero hay una hora y media de andar hasta Sant Hilari solo para ir una hora de noche a casa Sánchez –le respondí, pues pocas ganas tenía de hacer tanto trayecto diario. –Ya no es allí que irás –repuso mi padre, añadiendo–: la semana que viene pasará un maestro en la masía del Crous, y os dará una hora de lección dos veces por semana. La propuesta de mi padre me llenó de gozo. Estaba aburrido de hacer tal caminata diaria, hiciera frío o calor para una hora de clase con un maestro (le decíamos maestro por enseñarnos algo de lo que sabía, por lo cual cobraba cuatro pesetas al mes, la paga jornalera de un destralero. Naturalmente, el gozo era doble: no tenía que andar tanto, las distintas masías que rodeaban nuestros tajos, en que con los tiempos cambiaría de maestros, se situaban a menos de una hora de andar, que para mí era un juego buscando nidos en su tiempo, nidos que una vez descubiertos los dejaba tal como eran luego de haber contado los huevos o los pequeños que estaban calenticos en la nidada, y los dejaba sin tocarlos para que sus padres no los aborrecieran y para luego tener el placer de ver los nuevos pajarillos revolotear por los árboles. Era el ser más feliz de la tierra. ¡Libertad, y qué libertad entre la sana naturaleza! Raro era que anduviera por los senderos para ir a la escuela. Como un jabalí iba a campo traviesa. Ni barrancos ni montes me detenían. Siempre estaba en avance, sea porque no había llegado tal o tal pastorcillo, 81


sea que faltaba algún hijo de la masía u otro pequeño bosquetano como yo. La contradicción radicaba en esta enseñanza, no era que yo no me aplicara a prender, y aprendía bien, sino que al cambiar de tajo, cambiaba de maestro, por tener que ir a otra masía, si es que había maestro, transcurriendo semanas, y a veces meses, dolores de cabeza se daba mi padre para que no fuera un analfabeto como él, lapso de tiempo perdido como perdía yo gran parte de lo que había aprendido, con el agravante de la manera de enseñar y del saber del nuevo maestro. A todos los llamábamos maestros, que sin excepción les guardo a todos una estima y un reconocimiento sincero, aunque los más de ellos no supieran la regla de tres para ganarse el pan cotidiano, sembraban el saber en las mentes de los desheredados de los trabajadores de esta tierra tan brava y acogedora. ¿Cuáles eran las causas que inducían a estos seres a ser maestros ambulantes por un plato de sopa? ¿Plato gratuito que daba la masía, y unos reales que pagaban los padres de los alumnos? ¿Necesidad de ser libres, necesidad de despertar las inteligencias? De todo debía haber; hablaré de dos por la importancia de la forja que obró en mi manera de ser: Uno joven, tendría unos diez años más que yo, y unos setenta años tendría el otro. El primero, el joven, era alto y lo parecía más por la delgadez de su cuerpo y la palidez de su tez. Tenía por mote en aquellos tiempos «El Mal Hermano». Herencia por escapar de una de estas cofradías de la Hermanad de la Doctrina Cristiana, quiénes al ver las promesas naturales de un niño, le echaban la zarpa y lo llevaban a la guarida para hacer de él un servidor de la Iglesia. Pero este niño se 82


hizo mozo y hombre sin que las necesidades congénitas de gozo y de libertad fueran amordazadas por los sermones en el misterio del silencio. Debía volar y voló, y qué mejor espacio, que el que ofrecían los bosques de les Guilleries, de la tierra en la que había nacido, en la que nacieron sus hijos, y en la que sus restos, los restos de Ginesta (el alcalde), no descansarían por haber defendido la República. El segundo, corpulento y más bien pequeño, con una sonrisa y una mirada franca, con un algo de ingenuo, casi de un niño se hubiese podido decir, si no hubieran sido unos cortos espontáneos síquicos que reflejaban un fondo de inquietud voraz, ora de reluciente optimismo ora escéptico. Estado de que el no observador no podía darse cuenta por ser momentos fugaces, ya que la normalidad seguía el cauce. El libro en la mano izquierda, en el sobaco agarrotaba el paraguas, y la cayada en la mano derecha, subiendo y bajando las cuestas como un joven al trasladarse de una masía a la otra sin que el clima lo asustase, en particular bajo el sol veraniego tostándole la piel de su calva, en la cual patrullaban cuatro blancos cabellos empinados como antenas que captasen o transmitiesen el pensar a las ondas. Según el circuito que hacía, un día iba y otro volvía, hacíamos un pedazo de camino juntos, momentos en que no me echaba bosque adentro para acompañarle, mejor dicho, era tan instructiva la lección que me daba de la vida natural, del amor a todo lo viviente, y me lo decía con tanta sencillez y voz cariñosa, que encontraba corto el trayecto que ambos hacíamos. En cuya separación, era matemático, se quedaba plantado para verme como dejaba el sendero, y cual una bestiola de la fauna me perdía entre los arbustos. Ni yo, ni creo que nadie del contorno, lo vimos sentado entre el 83


trayecto para descansar. Sí que se detenía quedando de pie escribiendo en un cuaderno o leyendo un libro, para luego reprender el camino. ¿Comprendíamos los unos y los otros su manera de ser? Lo que comprendimos fue la pérdida de este hombre de saber el día que se fue sin saber adonde había ido, como desconocíamos de donde había venido. Un anónimo sembrador humano, y no pienso equivocarme, pues lo había visto varias veces paseando amistosamente con el Jorobado de la Cooperativa, de que era uno de tantos que buscó refugio en Les Guilleries, uno de tantos perseguidos por los borbónicos que destruyeron la Primera República.

Tanto el joven como el viejo, tanto un maestro como otro que encontraron el pan y la libertad en este país selvático, depositaron en mí partículas de la formación del libre pensar; pero los que más me dieron de humanismo fueron este equipo de analfabetos entre los que crecí. Necesitaría docenas de páginas para describir las penas y los gozos, los reproches y las lisonjas que de unos y otros del equipo recibí durante más de siete daños de carbonero. Porque por rudo y tosco que sea el trabajador del bosque, el ambiente forja el elemento, guarda un tesoro humano puro. Era lógico que recibiera más asperezas que agradecimientos. Ya hombre, para ellos yo era el rapazuelo que les había hecho la cocina o les llevaba botijos de agua al tajo; el curioso que los escuchaba al discutir entre ellos de las guerras carlistas y liberales (algunos habían luchado en un bando, y otros en el contrario), discusión casi siempre muy acalorada, siendo mi 84


padre que debía actuar de bombero para apagar el fuego, alargando la bota en brindis de paz. Pero en donde más pude aquilatar la personalidad humana de aquellos rudos trabajadores era durante los inviernos que avanzaba las grandes nevadas. Por tradición no llegaban hasta unos días pasadas las fiestas navideñas. Bajo esta óptica se ponían las pilas en fuego, con tiempo previsto para que el carbón fuera hecho y puesto en espuertas de sesenta quilos, media carga, que los machos trajinaban a menudo dos horas o más sobre sus lomos, hasta el carril para el transporte de carros y más tarde camiones. No obstante había años que la naturaleza no seguía la costumbre meteorológica que regía al carbonero. Las nevadas que venían del Levante antes de las fiesta navideñas nos sitiaban en los bosques, resistiendo mientras había comida. Cuando esta se terminaba, por instinto se organizaba la vuelta al pueblo, fueran más o menos los kilómetros hacer, fuera la cantidad de nieve que bloqueaba socorros exteriores. La primera vez que me encontré en tal peripecia era muy jovencito... La alegría del tendido de nieve, todo estaba blanco, incluso los árboles, los que habían resistido su peso, desapareció al ver la preocupación de los trabajadores. Era muy serio aquel preparativo. Demostraba el peligro que corríamos con los ventisqueros, con la aglomeración de nieve debido a las avalanchas que podían producirse en ciertos pasajes escabrosos, y ante unas pendientes de los montes muy propicias a los ventisqueros, cuanto más que con los dos días de nevar sin parar se habían borrado no sólo los senderos sino los más de los indicios con que el práctico de los bosques se orienta. 85


El viejo Pablo y mi padre, luego de haberse puesto de acuerdo entre los dos, propusieron el trabajo de cada uno. Éramos diez, mas quedaban ocho para la proeza a realizar, ya que a mí me tendrían que llevar a cuestas los dos tercios o más de camino, y un viejecito enfermizo y muy endeble, a quien mi padre mantenía en el tajo por solidaridad, sería transportado a las espaldas por turnos de cuatro mozos voluntariosos y fuertes; el resto del equipo se relevaría abriendo camino, muy cansado a causa de la espesor de unos ochenta centímetros de nieve, cuando no eran más, sin hablar de los ventisqueros. Planeada ya la misión de cada uno, envueltos los zuecos con pedazos de saco (sólo tres tenían botas) y habiéndose metido en los estómagos las últimas vituallas, y después de darle calorías con una buena ración de vino tinto caliente con grasa de tocino, Pablo iba a empezar abrir sendero cuando el viejo enfermizo se opuso a que se lo llevasen: –¡No, digo que no! –¿Cómo que no, si vas a morir de hambre y de frío? –le respondió muy serio mi padre. –Prefiero morir aquí entre los árboles, mis compañeros de toda la vida, que no en aquel rincón de casucha donde nadie me espera... –decía tristemente y muy resuelto.

Pero Xeixa no esperó saber más, y envolviéndolo con una manta, se lo cargó al hombro y se puso a andar por las pisadas del paso que abría el viejo Pablo.

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III EL «CORN DE LA REVOLUCIÓ» Si he relatado la vida y la manera de ser del bosquetano, de los trabajadores bosqueños del ambiente selvático de Les Guilleries, sería un relato mutilado si no aportara la idiosincrasia de los habitantes de Sant Hilari Sacalm, del carácter local, raíces de cuando los pueblos se regían por su autodeterminación, manera de ser, aparte creencias e intereses políticos y económicos, en que toda la vecindad participaba, también los bosqueños. Efectivamente la abundancia que llevó la Primera Guerra Mundial, 14–18, llenaba de gozo aunque las riquezas del producto vinieran del asesinato colectivo que son las guerras. Tabernas y cafés, casinos y comercios... y festejos no les faltaba clientela. Los duros rodaban, y rodaban mucho más en Sant Hilari al llegar los camiones por haberse terminado la carretera Sant Hilari-Arbúcies. Y como el duro pide duros, y como no exigía arrobas de inteligencia para comparan el bien económico que llevaba la carretera nueva, se lanzaron acto seguido a la construcción de la de Sant Hilari a Vic, mucho más larga y costosa por los montes que debían contornear. Empresa de un porvenir productivo por los kilómetros a atravesar de rica arboleda, entre la cual florecían docenas de masías ricas en leche y carnes, cereales y patatas, en particular el Pla de las Arenas que aprovisionaba de semientes de patatas a la casi totalidad de los agricultores del litoral catalán. Unánime voluntad la del pueblo. Por fin Sant Hilari saldría del cerco ancestral al tener comunicaciones de acuerdo al 87


tic tac del progreso. Pues, ya no sólo llegaría la rica burguesía barcelonesa a disfrutar del clima y engordar a hoteleros y comerciantes, sino también llegarían máquinas para el artesanado y para la industrialización de las materias primas que daban los bosques y la agricultura. Era un despertar. La esperanza de un mañana mejor encendía los corazones hasta en los barrios más desheredados; quizá más aún porque cuanta más miseria, más se sueña. –Por fin tendremos pan y bienestar para los hijos –gritaban entre sí los vecinos de los barrios obreros. «De ilusión vive el hombre». Yo añadiré: el desposeído muy en particular. Los que no tenían nada o casi nada a perder fueron los que más resistieron al toque de trompeta del pregonero alguacil. Toque de trompeta que enturbió el despertar; echó sal a los ojos de la esperanza. En cada calle el alguacil anunciaba las jornadas de trabajo gratuito que cada vecino debía hacer en la carretera de Vi. Es decir, los cabezas de familia debían construir a su cuenta los tramos de carril provisional a fin de que la poca circulación que había no se interrumpiera. Carga comunal que no había sucedido al construir la carretera de Arbúcies. Pregón que nadie esperaba ni hubiesen pensado nunca que el Consistorio pudiera dictar tal orden. Por eso, la vecindad se hizo el sordo. Pero no fue lo mismo: veinticuatro horas después con las ordenanzas pegadas en las entradas y salidas de calle que no sólo recordaban los deberes sino anunciaban el castigo para quien no cumpliera con la ley. Ordenanzas que remataron la esperanza, pero encendieron la protesta. 88


Ninguna de ellas, ningún papel sellado por el escudo del municipio pasó la noche en la calle y no ardiera en el fuego de los hogares, excepto en las calles del centro del pueblo, habitadas por los ricos y comerciantes, a quienes poco sudor les costaba pagar unas jornadas si tenían la libertad de aumentar los géneros a capricho, pues aun la Cooperativa Obrera era débil para contraacar el desafío de la especulación. Batalla sorda en principio. Los trabajadores no querían oír. Fueron pocos que por miedo cogieron el pico y la pala, y ninguno por altruismo. Tenacidad en extremo: el ayuntamiento mandando, el pueblo desobedeciendo. Porque si las autoridades ordenaban y levantaban la voz de las amenazas, no tenía otro efecto que el del fuelle de la forja al reavivar los rescoldos encendiendo la protesta, que de murmullo de vecino a vecino se transfiere una voluntad colectiva. Las autoridades olvidaban, quizá adrede, los hechos históricos cuando el pueblo decía ¡NO!, cuando no admitían un impuesto, una imposición contra su voluntad. No había habido ningún alcalde que hubiese podido poner una ley local en práctica o una modificación profunda si de antemano no era aceptada por el sentido ético que encarnaba la identidad vecinal, esencia solidaria por la independencia que habían heredado de la tribu, la cual resurgía de las entrañas de cada ciudadano cuando la autoridad autocrática olvidaba su deber: servir al pueblo. Sant Hilari era Sant Hilari por sus problemas íntimos. ¡Qué le importaba el Orden y Mando absoluto de la Nación, de la Región, de la Provincia! Los asuntos graves internos de su comunidad eran ellos, solo ellos que debían resolverlos; lo habían hecho siempre, y si llegaba el extremo, intervenía «El Corn de la Revolució». 89


El cuerno de la revolución, grueso y magnífico caracol de mar, que el más viejo vecino del Serrat, siempre era un arero, era el posesor y responsable por mandato de la vecindad, el cual lo ponía en acción cuando el pueblo no era escuchado. Momento en que el caracol de mar se personificaba en el «Corn de la Revolució», subiendo al Turó del Canó, bramando a los cuatro costados. Su voz penetraba hasta los sitios más recónditos del término del municipio, no habiendo un trabajador en la obra que no se cargara la herramienta al hombro, transformada ya en arma de combate, y a grandes zancadas se iba a defender el pueblo, su pueblo. Fue la primera vez que lo oí sonar, era un rapazuelo, a pesar de que había oído hablar mucho de él. Curiosa concha de caracol de mar. ¡Qué poder tenía su voz! ¿Desde cuándo sonaba desde el Turó del Canó? No hay respuesta. Los más viejos, cuando niños, preguntaron a los más viejos, quienes les respondieron que ellos ya lo habían oído cuando niños. Según se ve ya hace muchos años que se escapó de los mares y subió hasta Les Guilleries prestando su voz a la causa de un pueblo. Como digo era casi un niño cuando lo oí por primera vez y también pregunté a los más viejos, no teniendo otra respuesta: –El alcalde es un tozudo cacique. Exacto. El solterón y riquísimo Rovira era un tozudo cacique. Había sido más de una vez alcalde de Sant Hilari Sacalm y se había prometido que exterminaría para siempre aquella fuerza indomable que venía de los fondos de los tiempos. Voluntad y rigurosidad no le faltaban. Era autoritario por temperamento y por concepto. Estaba construido, aquel cincuentón de cabeza cuadrada y largos bigotes a la Lerroux, 90


del mismo granito que los contestatarios. Sólo que era la otra cara de la medalla. En Sant Hilari Sacalm se era o no se era. No había términos medios: él era el acérrimo representante del absolutismo, absoluto en sí mismo por el carisma que acompañaba su vida casi frailuna (dejó todas sus riquezas a una congregación de frailes): de casa al Ayuntamiento y viceversa, o de ésta a inspeccionar las propiedades para volver a encerrarse en su viejo y gran edificio. Ocupaba todo un lateral de la Plaza del doctor Robert, en compañía de su humana también soltera y de un proceder monjil, y en este ambiente morirían los dos muy viejos; lo que no puedo decir es si las riquezas, y eran muchas, que dio a los frailes se trucaron en una larga escalera que los llevó a los cielos, sus cielos. Memoria nefasta dejó este cacique en lo relativo a la convivencia vecinal. El caso que nos ocupa (y que relato cosas que he visto): le debía acompañar tal odio a la tumba que sus miembros debían patalear hasta la última molécula en putrefacción al no haber podido con la vitalidad cívica y solidaria de aquella comunidad de la que quería ser amo y señor. No es que no empleara medios coercitivos. La guardia Civil de Arbúcies invadió el pueblo. Hacía años que fue expulsada de Sant Hilari por no ser guardianes de la convivencia civil, sino de los intereses de la media docena de caciques que tenían el pandero en mano. También tuvo que sonar el «Corn de la Revolució». Expulsión que les dejó un amargo sabor. No sé si se puede decir venganza, pero sí un desquite cuando subían a poner el «ORDEN» a Sant Hilari, en particular contra los bosquetanos y cooperativistas. Esta vez no fueron mancos. 91


Aún veo de la manera que entraron aquellos asaltadores en mi casa contra la voluntad de mi madre, mi padre estaba trabajando en el bosque, violando el domicilio sin el menor escrúpulo, y mientras dos guardias civiles nos habían acorralado la nidada de hermanos (seis en aquel momento), con mi madre en una esquina de la casa, encañonados para mejor sujetarnos, el alguacil y dos empleados del municipio subieron a las habitaciones, bajando a no tardar cargados del colchón de crin en que dormían mis padres, dos mantas y un espejo de poco valor, algo roto, pero muy apreciado por mi madre, pues había sido el único regalo de novia que había tenido de su novio, mi padre; requisa que no había terminado: descolgaron del hogar una gran «perola» de cobre llena de remolachas, nabos y coles, vertiéndolo todo en el estercolero de eixida (patio), a unos tres pasos de la porqueriza, de donde salieron un rosario de gruñidos de los tres cerdos al oler la comida caliente. Se llevaron estos objetos, cargándolos sin precaución en el carro que los seguía para continuar la requisa en casa de otros vecinos... Dos días de diez horas diarias de requisa, de casa en casa de los que se negaron pagar o hacer las jornadas de trabajo gratuito en la carretera de Vic. ¡Qué desbarajuste en el pueblo! Los carros cargados de muebles, o trastos, no paraban de llegar al Consistorio, llenando una gran pieza de los sótanos, aula de la única escuela del estado, que transformaron en un almacén de bajo trapero, porque a pesar de que todo era viejo, no cuajaba el adjetivo anticuario por el mal estado en que habían llegado aquellos objetos tan necesarios y estimados para quiénes no tenían otra cosa. Aquella situación convulsionó el estado anímico del pueblo. ¿Qué va a pasar? Interrogante que estaba en el sentir de cada habitante. 92


Yo mismo, el rapazuelo que era, me sentía desconcertado, desconsolado y defraudado. Mi tierna sensibilidad, debido a mi pobre discernimiento, no podía comprender aquel pacifismo de la vecindad, ante el despojo de sus riquezas... ¿Era mentira lo que explicaba mi tío Baudilio del puntapié a la guardia civil al echarlos del pueblo a últimos del siglo pasado?... ¿Así yo no era descendiente de un valiente pueblo indomable?... ¿Era un cuento, como la aparición de brujas...? Me interrogaba, y sin querer me atropellaba a mí mismo. Cuanto más, me daba la impresión que los hombres al salir todas las mañanas al trabajo y volver por la noche iban cabizbajos y tristes como si fueran vencidos. Reflexiones que sacudían mi mente mientras estaba mirando el trajín de mi madre llenando ollas y más ollas de nabos y coles para que pudieran comer los cerdos, e, inconsciente, en voz baja pregunté: –¿El cacique Rovira ha ganado la partida? Y como si mi madre hubiese oído la voz, o adivinado el movimiento de mis labios, o bien en su interior le quemara su yo a la manera de los hombres con su genio temperamental dijo en alta voz: –¿Es que los han castrado? ¿Debemos las mujeres ponernos los...? ¡Qué salto di! Mi madre salió disparada hacia la calle, teniendo en una mano un gordo nabo cogido por las hojas, en el cual estaba clavado el cuchillo de cocina para despedazarlo, y en la otra mano sostenía su larga falda para mejor correr. Sólo al adentrase calle abajo para reunirse con las demás mujeres que iban saliendo de sus hogares, y todas pidiendo justicia, mi madre se dio cuenta que yo la seguía, y parándose de correr me ordenó: –Toma eso, y no te quiero ver hoy por la calle. 93


Ni un cubo de agua fría echada sobre mi cabeza no me hubiese hecho más efecto. Mi entusiasmo se heló. Como un sonámbulo obedecí y a paso quedo llegué hasta acercarme al fuego de la chimenea, mirando indiferentemente las ollas, aun no todas llenas de nabos, arrimadas a las ascuas del gran fuego, cuyos pedos, cual pedernal por los troncos de castaño, me hicieron recuperar el raciocinio y darme cuenta del nabo que llevaba en la mano con el cuchillo de cocina aun clavado; debía continuar el trabajo de mi madre porque los cerdos pudieran comer caliente, pues no debían sufrir las bestias las consecuencias de lo que pasaba, de habernos robado la «perola» aquellos esbirros. En el fondo de mí, ya sentado en banquito (herencia al respirar, banco de cuatro maderas que mi padre construía al nacer un nuevo hijo) mirando las llamas del fuego como cambiaban de color a medida que abrasaba los troncos, en el fondo de mi sentía consuelo con el trabajo que había hecho; incluso me parecía oír la voz de los cerdos dándome las gracias... Pero lo que oía y cada vez más claro al volver a la realidad era el griterío de la vecindad: –¡A ellos, a ellos... Hay que terminar con esos esbirros que nos matan de hambre y nos roban lo poco que tenemos!... ¡Debemos liberarnos de esos desalmados, de esos holgazanes que derrochan lo que produce nuestro trabajo, hay que terminar con ellos!... Voces que cual resorte me lanzaron hacia la calle; pero al querer traspasar el dintel de la puerta, vi la falda marrón bien conocida. Me había ordenado no corretear este día. Lucha interna entre lo prohibido y el deseo que me empujaba a saber. Fueron instantes. Retrocedí y a saltos subí la escalera 94


y fui a asomar la cabeza al ventanuco del cuarto donde dormíamos los cinco hermanitos que ya andábamos. La sorpresa fue grande. Hasta di las gracias a mi madre. Desde el ventanuco lo veía y oía todo, cual fuera un palco de teatro. Las tres cuartas partes de lo que pasaba en la Calle Rocosa estaba a mi alcance. Por la derecha dominaba el tránsito hasta la fuente de la empinada cuesta que daba a la calle Vernis, a unos metros del muro del caserón Rovira y de la Plaza del doctor Robert, en cuanto al resto de la calle estaba bajo mi óptica. Pero no comprendía por qué los vecinos y vecinas se habían concentrado en el fondo de la calle, a unos cien metros de la riera, discutiendo de aquello y lo otro que les habían robado, alternando con gritos de venganza cuando el Corn de la Revolució dejaba de bramar. –¿Qué hacen allí? –grité sin querer. El enemigo no estaba allí sino dentro del caserón Rovira. Estaba impaciente. Los minutos pasaban y sólo veía amotinados y oía gritos y bramidos del Corn de la Revolució. Por fin un ESTÁN AQUÍ unánime resonó hasta dentro de casa. Mis ojos se clavaron en la esquina de can Elías, donde vi uno, dos, tres, y más y más hombres que casi corrían del paso largo que llevaban., y, todos empuñando la herramienta de trabajo, –layas y orcas, picos y palas, azadones y guadañas...–, cargadas al hombro como arma de combate, y los más emprendieron la calle Rocosa, pues al verlos pasar por delante de mi casa tiré todo lo que pude mi cuello por la ventana y les grité: –¡Los ladrones están dentro del caserón Rovira...! No obstante mi vista no dejaba de mirar en una y otra parte por ver la llegada de mi padre con el hacha cargada al hombro en plan de combate. Rato estuve con esta 95


expectativa sin preocuparme de los tantos y tantos, jóvenes y viejos, que avanzaban con sus herramientas de trabajo al hombro. Pero la decepción era grande al no ver a mi padre. Y no lo vi; y eso que estaba presto para unirme con él para darles la mano a asaltar la casa de los ladrones. Impulsivo como era y tenaz a pesar de mis pocos años y de mi pequeña estatura, delgada como un palillo de dientes, no tuve que reflexionar al ver que mi madre entró en casa de una vecina. Había llegado el momento de ayudar a recuperar lo que nos habían robado, en particular la «perola» de hacer la calderada de los cerdos. Bajé a tumbos la escalera, ya que tropecé con el primer peldaño. ¿Pero qué importaba el dolor si la calle estaba libre de mi madre? Subí la cuesta volando. La dificultad la encontré al llegar a la calle Vernis. Había tal tapón de hombres y mujeres en la desembocadura de la Plaza del doctor Robert que me era imposible penetrar, y como mis fuerzas eran débiles para abrirme paso a codazos, se me ocurrió ganar los treinta metros que me separaban de la plaza gateando entre las piernas de los amotinados. No cabe duda de que oí protestas y algunas patadas, y cuando me iba a levantar, ya en la misma esquina del caserón Rovira, una fuerte mano me cogió por el cuello de la zamarra y me levantó como si hubiese sido un conejo, y abriéndose paso entre la gente, aquel energúmeno me depositó en la misma calle Rocosa, diciendo con voz ronca de tanto de haber protestado: –¡A trote bajarás voluntariamente la pendiente si no quieres que con un puntapié te mande rodando hasta casa! Como lanzado por un resorte, me encontré corriendo del empujón que me dio la mano al dejar el cuello de la zamarra, corriendo y sorprendido por el trato que me dio mi padre 96


cuando iba a darles la mano a echar por tierra la guarida de los ladrones. Hice un alto al llegar frente a casa. Tenía necesidad de bufar y ver si mi madre estaba en la calle. No la vi en ninguna parte. En pocos segundos ideé un plan, y me puse en dirección contraria en que estaba de puesto mi padre. Como un relámpago atravesé la riera, el puente viejo de madera casi ni crujió bajo mis pies, cogí la izquierda de la esquina de la tienda de Can Elías, luego la carretera de la Font Picant abajo hasta subir por la Calle de Muntsoliu para desembocar a la Plaza de Baix. Trayecto que, a parte del cansancio, hice sin obstáculo alguno. No fue los mismo al querer conseguir los cien metros que me separaban del caserón Rovira. Era un muro humano con un griterío «MATEU ELS LLADRES» que se levantaba más alto que los tejados. –¿Me tengo que quedar plantado en medio de la Plaza de Baix sin ver nada? –grité sin que nadie me oyera. No haba nacido para no forzar la idea que sacudía mi mente. No había otra solución que gatear. Y yo pienso que los contestatarios me tomaban por un perro intruso que intentaba escurrirse entre sus piernas, debido a las patadas que recibí. Patadas que di por bien recibidas al encontrar el espacio exiguo pero suficiente para encajar mi delgado cuerpo. Ni hecho a propósito podía estar mejor situado; estaba en el centro de operaciones. Desde la esquina del callejón Rovira, entre una laya y un hacha empuñadas por un agricultor y un bosquetano, veía hasta el fondo de la verja de la huerta del caserón, de unos ciento veinte metros, cuyo espacio, de unos cuatro metros de ancho, estaba rodeado por las fuerzas asaltantes, entres las que yo me encontraba. Había un sargento y tres parejas de la Guardia Civil fusil en 97


mano pegados a los muros del caserón, yendo y viniendo por la estrecha acera que daba a la Plaza del doctor Robert, invadida por los trabajadores del pueblo, que esperaban la voz del asalto pese a los fusiles del llamado orden público. Debía ser un momento álgido del combate psicológico de las negociaciones cuando llegué y me instalé en primera fila. Dominaba un silencio amenazador, feroz. Sólo las mordeduras al empedrado de las herraduras del calzado de los guardias civiles al ir y venir crispaban aún más aquella situación tempestiva, la cual nadie podía cómo acabaría, como nadie puede prever los efectos del relámpago. Yo mismo casi retuve la respiración. Enérgicamente entré en aquella competición, en aquel inminente estallido de una bomba que podía explotar con la mínima chispa... ¿Cuanto duró el inciso? Minutos... Segundos... En tal situación el tiempo es incalculable... –¡YA SALE! Irrumpió un fuerte grito colectivo, a la vez docenas y docenas de revolucionarios alargaron sus cuellos y abrieron de par en par las ventanas de sus oídos para saber la respuesta que traía el sargento de la guardia civil, estafeta entre el alcalde Rovira y el responsable mandado, por la protesta, a unos pasos de mí, el cual no se quiso dar por enterado de las nuevas que el sargento le dijo en baja voz, sino gritó de todo pulmón: –¡Hable más alto!... ¡Hable más alto!... El sargento dio un paso atrás y miró muy severamente al interlocutor. Reacción comprensible. No estaba acostumbrado que los raposos hablaran con tanta autoridad. Pero la severa mirada no intimidó al «rodellaire», de unos treinta y cinco años de edad y con las barbas negras de una semana, que con calmosas palabras dijo: 98


–Le repito que hable más alto, despacio y con claridad como quiere el pueblo. Los colores sanguíneos del rostro del sargento, ya de avanzada edad y bien conservado por no haber trabajado jamás y por haber comido siempre bien, cogieron un tinte azulado. No debía tener la idea de dar placer al «rodellaire». La mirada oblicua que dio hacia los guardias, los seis clavados de pie como un piquete fusil en mano, cual fueran soldados de plomo, bien decía lo que urdía su intención. Sólo que al producirse por reacción espontánea un movimiento de acción, los cuerpos de los amotinados se inclinaron hacia delante sin mover los pies del suelo como hace la fiera antes de asaltar la presa, hizo que el representante de la autoridad, es decir el sargento, casi gritando dijera: –Si he tardado en dar la respuesta de vuestra petición, se debe a que el señor alcalde ha revisado y vuelto a revisar el compromiso adquirido con la empresa de la carretera de Vic, como ha consultado los fondos de que dispone el Ayuntamiento, sacando siempre el mismo resultado: El pueblo viene obligado de hacer un esfuerzo gratuito y voluntario, sea en metálico, sea en jornadas de trabajo: de otra manera... Un rugido de protesta colectivo enturbió toda esperanza de paz. Había más que razón para que reventara la cólera acumulada de más de cuarenta y ocho horas. El pueblo estaba informado de fuentes seguras que en el importe del presupuesto de la carretera de Vic estaba incluido el valor de los tramos provisionales. Cuya suma, si el pueblo lo hacía gratuito, iría a los bolsillos del alcalde y amiguitos. El bosquetano responsable de los cinco trabajadores que formaban el comité de protesta, levantó los brazos en señal de silencio y respondió al sargento: 99


–No tenía la necesidad de cansarse el patriarca y señor Rovira para darnos la respuesta que docenas de veces nos ha dado. –No tiene otra –respondió el sargento, malhumorado, en un diálogo de sordos. –Eso constatamos –respondió el «rodellaire», añadiendo– : Él será responsable si hay que emplear la fuerza, ya que... –Si deben intervenir las fuerzas... –¡No me interrumpa! –cortó, seco, el representante del pueblo trabajador. –El que no debe interrumpirme eres tú; somos la fuerza del orden. –Mejor decir la del desorden, y le aconsejo que no termine la paciencia de los explotados, creyéndose intimidarnos con los cañones de estos seis monigotes que por un mísero sueldo disparan contra sus hermanos... Cansados estamos de vuestra justicia, de vuestro orden. Mientras hablaba el «rodellaire», como salidas de las entrañas de la tierra se fueron amontonando fajinas y más fajinas de leños en la misma esquina del caserón, y aparecieron también dos bidones de petróleo, lo que hizo añadir al responsable de la protesta, señalando con el índice: –Ya puede resumir el final del acto si el Alcalde manda devolver lo que ha robado, y devuelto en el estado en que estaba, a la vez que dimita de todos los cargos, tal como imponemos en nuestras condiciones. Es decir, devuelvan dos copias firmadas de las tres de que usted ha sido el portador. El sargento pasó unos segundos largos sin responder. Su deber y la determinación de los contestatarios lo habían colocado entre espada y pared. Desafió el peligro al ser fiel a su cargo, el de servir a la autoridad: 100


–La respuesta la tenéis –objetó nervioso, pues el señor Alcalde ha jurado ante Cristo que no haría vuestra voluntad. –Voluntad de justicia –repuso el bosqueño –y a ella vamos –añadió señalando los fajos de leños que esperaban el fuego. El sargento no pudo evitar mirar el montón de fajinas y los dos bidones de petróleo, su semblante había cogido el color de cera, y al volver su rígida mirada sobre el responsable, no tuvo tiempo de hablar, ya que el rodellaire, sin tapujos, le dijo: –¡No pierda tiempo! Vaya a decir al señor Rovira que haga salir a su hermana, que será respetada como lo debe ser todo ser humano, y que él se ponga en capilla si quiere ir al cielo... –Si debe haber fuego –respondió enérgicamente el sargento–, saldrá de la boca de los fusiles de las fuerzas del orden al menor movimiento... Un ¡BASTA YA! acompañado de reniegos ahogó la voz del servidor del ORDEN, ya la vez que se inició un gesto de asalto: los trabajadores levantaron las herramientas de trabajo; pero este impulso fue retenido por los cuatro contestatarios del comité y por la voz del «rodellaire»: –¡Debemos dar otra tregua, compañeros. Cinco minutos; cinco minutos, ni un segundo más. Y para que seamos puntuales, para que el ejemplo sirva para la posteridad y muestre hasta donde ha llegado el pueblo de Sant Hilari Sacalm en la conquista de la libertad, preparaos: empezad a llenar puertas y ventanas de fajinas prestas para arder dentro cinco minutos, ni un segundo más, a fin de purificar y exterminar el microbio del absolutismo. Este discurso que retuvo momentáneamente el golpe. Pero la descarga estaba en la balanza suspendida por un hilo, en el aire, ya que ni las bocas negras de los fusiles, ni los 101


uniformes de plomo, ni los tricornios de charol intimidaban el romanticismo revolucionario de aquellos herederos de los derechos vecinales. Aquella convulsión redujo el espacio de la calzada entre ambas fuerzas. Las armas, fusiles y herramientas podían cruzarse como espadas en un desafío de esgrima. La muerte palpitaba; estaba presente con su guadaña: los guardias civiles automatizados por la disciplina dispararían a la voz de fuego; la vecindad lucharía a muerte por defender la ética de su independencia. Psicología de un combate feroz. Incluso el sol se escondió detrás de un nubarrón sombrío y amenazador, como si anunciara el luto de un día trágico para un pueblo que quería vivir en paz, como si la climatología hubiese sido influenciada por el nerviosismo de aquella masa compacta de voluntades donde, de cuando en cuando, la ira estallaba como un trueno: –¡VAMOS A ELLOS!... ¡POR QUE NO PEGAMOS FUEGO!... Yo, que lo registraba todo, no estaba menos excitado, a pesar de mi poco raciocinio para comprender lo que estaba pasando y lo que pudiera pasar, pero sí que tenía en mi memoria lo que se habían llevado de casa y del mal rato que pasamos como prisioneros al encañonarnos los guardias civiles. Estado nervioso que me hizo gritar salvajemente en un momento de silencio: –Qué miedo os retiene de meter fuego a las fajinas? ¿Es qué no tenéis mixtos? Los que me oyeron bajaron sus ojos para mirar entre el laya y el hacha, que me estrujaban, a fin de ver el personaje que los insultaba a su manera, cuando un vecino a dos pasos de mí, un septuagenario encorvado y apoyado en una vara de castaño, me dijo en tono de broma: 102


–De buena hora empiezas. (Frase o vaticinio que me vino a la memoria unos cuantos años más tarde, después de haber sobrevivido a las peripecias a que la sublevación fascista nos condenara a los republicanos, después de septiembre de 1944, cuando me escapé de los campos de trabajos forzadas y entré a Francia. Entonces leí Los Miserables, de Víctor Hugo, cuya obra inmortal despertó en mí el recuerdo de la frase «De buena hora empiezas». No es que yo haya sido un Gabroche, pero el Gabroche que inconscientemente desafía a la muerte, y muere por la libertad, está en todas las revoluciones, está en este romanticismo en este altruismo de desafiar la muerte para vivir.) El abuelo apoyado con el garrote de castaño me miraba amistosamente con una expresión de niño, la cual cortó la respuesta que iba a salir de mis labios, y cuando recordé que iba a responder «si él había empezado tan joven», un silencio sepulcral me detuvo, y mis ojos dejaron de mirar al abuelo para unirse a los cientos que se enfocaron hacia la puerta del caserón Rovira. El sargento de la guardia civil salía con unos papeles en la mano derecha medio tendido el brazo, mientras que el brazo izquierdo balanceaba al paso marcial en dirección de los cuatro trabajadores del consejo revolucionario, cuyas enérgicas pisadas resonaban en los oídos de cada uno, como una incógnita preñada de un SI o de un NO, de las tantas revueltas habidas, a causa de las cuales las calles de Sant Hilari quedarían manchadas de sangre. La respuesta fue dada por las dos copias firmadas que el sargento alargó a los del comité, y reafirmada por las órdenes que dio de «firmes y marchen» sus subordinados, los cuales, 103


en fila india, siguieron al jefe camino de Arbúcies, como pedía una de las cláusulas de las peticiones reivindicativas. Si no fue triunfal, bajo una lluvia de «VIVAS y de VICTORIA», por la marcha de las fuerzas del poder al pasar por el pasillo, que por encanto se abrió entre las fuerzas vivas del trabajo, tampoco hubo palabras denigrantes sobre los vencidos, aunque las miradas decían bien que no hacía falta el uniforme para vivir en paz un pueblo de trabajadores. Pero la victoria no hubiese sido completa sin el gozo de la paz, sin la fiesta.. «Els Segadors», «La Marsellesa» y «El Himno de Riego» fueron cantados y entonados en holocausto de los caídos por la libertad y por el unísono anhelo de un futuro fraternal; y cantaron y cantaron sardanas que fueron bailadas. En el centro del redondel descansaban las herramientas, ya que mañana sería día de trabajo. También el «Corn de la Revolució» había dejado de sonar; descansaba por si volvía otra diada. Y descansaba el sueño eterno aquella concha que había sido un caracol de mar, y descansaba casi al alcance de la mano del abuelo del Serrat, que también recuperaba las fuerzas para la próxima jornada de mañana, transmitida de padres a hijos. Quizá el que más tardó en dormir aquella noche fui yo. No comprendí nada de cómo había acabado aquello, no entendía a los que proclamaban victoria. Muchos gritos, muchas amenazas, muchas promesas… mucho aquello y lo de más allá... todo quedó como estaba, cuando tenían al alcance de sus fuerzas todo lo que deseaban y se merecían por ser ellos los que producían. La decepción fue grande para mí al comprobar que todo el mundo se fue del callejón gritando victoria y sin pegar 104


fuego a los montones de fajinas, a fin de hacer cenizas a los gusanos del robo. Mi mente no lo discernía. –¿Puede que no tengan mixtos? –interrogué al abuelo, quien, cojeando, también se iba a la plaza. Su respuesta fue una débil carcajada. Quizá la última de contestatario... Lo vi alejarse. Yo era el último firme en el puesto. Aquellas fajinas me retenían. Alguien debía pegar fuego. No había fiesta apoteósica sin fuegos artificiales. Yo mismo hubiese encendido las retamas si al buscar en mis bolsillos hubiese encontrado un misto, como de costumbre llevaba. Pero la espera de quién debía dar la chispa a los fuegos artificiales no llegaba, y la espera inactiva no cabía en mí y menos en el niño rapazuelo. Recordé que para ver mejor los fuegos de la vigilia de San Juan mi padre me llevó al monte más alto del Serrat. Recordarlo y ponerme a correr fue lo mismo. Pero mi dirección no fue hacia el Serrat, demasiado lejos, sino al «Camp de la Mandra». Altura dominante y placentera. –¡Al Carboner lo debe perseguir la guardia civil! –dijo uno en son de burla. –A este correcalles alguna idea lo hace correr –respondió otro. La respuesta no me faltaba, pero tenía otros pitos a tocar. No debía perder tiempo... Como un bufido de viento atravesé la Plaza de Baix, y a todo pulmón ataqué la «Pujada de l’Hort Nou». Saltando dos por dos los escalones de la empinada escalera de las monjas en pocos minutos alcancé el rellano superior, en el cual tuve una sorpresa desagradable. En el mismo lugar donde las monjas esperaban a los niños y niñas que iban a la escuela, estaba plantado mi tío Bauldirio, 105


yo no me había dado cuenta, y me asustó al decirme malhumorado: –¿A dónde vas? Como yo me había quedado sin respuesta a causa del encuentro inesperado, me ordenó: –¡Andando y para casa, que aquí no haces nada! Bajé las orejas y volví atrás. Con mi tío, diez años mayor que mi padre, no podía haber réplica. Pero me volvía con el resquemor de no poder ver los fuegos artificiales. Fuegos artificiales de este día que sólo se habían producido en mi imaginación. El encuentro inesperado de mi tío Bauldirio en el rellano de la puerta, casi falsa, del convento de las monjas, me dejó en el registro de la memoria del subconsciente un interrogante: ¿Qué hacía mi tío allí al finalizar el crepúsculo? ¿Por qué no estaba cantando los himnos revolucionarios, si era un romántico de la libertad? ¿Esperaba entre luz y obscuridad una Elvira refugiada en el convento? Aquella última hipótesis cuadra con aquel Tenorio que fue capaz de abandonar hijos y esposa para saltar los Pirineos, llevándose a la grupa una Elvira aunque, no fuera de convento. Cuando uno mira atrás en el camino recorrido de la existencia, surgen una serie de preguntas que no puede contestar limpiamente, puesto que la responsabilidad y la irresponsabilidad están tan confundidas que no hay medios de deshilvanar la madeja. No basta la lógica individualista de mi interés o manera de comprender. Eso pienso yo; no creo ser el único. ¿Te pasa a ti? ¿Has tenido necesidad de preguntarte por qué procediste de tal manera y no de otra desde la niñez hasta la edad adulta, por no decir hasta viejo? ¡Cuánto se queda en la sombra, cuánto se arrastra hasta el hoyo! Nada de extrañar que los comerciantes de las creencias 106


explotaran y exploten el filón psíquico de la impureza del procedimiento, cuanto más que los códigos llamados morales te señalan con el índice, los códigos instituidos por los del poder, por los intereses creados, más autocráticos que democráticos ¿Tiene algo que ver el recién nacido con el arrastre de lo llamado civilizaciones (se han guerreado a muerte entre ellas) de este molde que plasma según conceptos preestablecidos? ¿Comprendían mis padres que nací por una necesidad de ellos, y sabían que el azar de existir me dotaba de una naturaleza para ser libre y gozar? ¿La sociedad tiene consciencia de eso? ¿Y comprendía y sabía yo el combate natural, sociológico y político que imponía la ley de existir entre elementos, seres, y entre los mismos humanos? Puede que la ignorancia sea el puente sin orilla sobre el que andas con la esperanza de alcanzar la vera del campo fraterno, el espacio sin límites que la utopía te sensibiliza desde la primeras palpitaciones de tu yo. .................. Ni decir cabe que cada uno es como es, o es como lo han moldeado, sin contar aquellos a quienes han enderezado (dicen enderezar por decir algo) a martillazos como el herrero forja el metal. Por mi parte, por haber tenido un padre muy tolerante, el ambiente y los hechos fueron el yunque. Porque, ni sé yo cuando empecé, desde muy pequeñín he estado siempre metido en los motines de protesta. ¿Era genético, temperamental, de los más de los hijos de este pueblo indomable? Todo tiene orígenes. Hay veces que me sonrío, sonrisa trágica en su fondo por muchos de los hechos en que he sido actor; de pocos autor. 107


No siempre el motín obedecía a unas llamadas del «Corn de la Revolució». Había gestas espontáneas por un quítame allá estas pajas. Otras, más graves, que podían provocar la subida al «Turó del Canó» del «Corn de la Revolució». Muy pequeñín era cuando intervine en un caso de esos. Es decir, el agua de la «Font Picant, muy reputada medicinalmente todo el siglo XIX y buena parte del XX, nace en el lecho de la Riera de Osor, a unos pocos quilómetros de Sant Hilari. Es un hecho histórico la apropiación de los bienes comunales por parte de algunos, como lo hizo un tal Ribot con esta agua al ver que eran un filón de duros, justificando que venían de sus tierras, ya que era propietario de muchas de aquellos montes, regados por la riera de Osor. ¿Que tiene documentos que demuestran que las agua dimanan de sus propiedades? No lo dudo. ¿Es que no tienen pergaminos, y sellados por los reyes, los terratenientes herederos de la repartición de riquezas del patrimonio de la geografía española cuando la expulsión de los árabes, de los judíos... y paso? Y, para no ir tan lejos, y no faltan testimonios en vida, no fueron pocos los militares y falangistas del fasciofranquismo a partir de 1939 que se apropiaron de las mejores fuentes de ingreso; y todo legalizado por la judicatura nombrada a dedo. Papeles mojados, mojados en sangre cuando se trata de la legalización del robo oficial. Pero dejando a parte la jurisprudencia, voy a contar los hechos del motín de niños, en que yo hacía parte, con referencia las aguas de la Font Picant. Dio el caso que Ribot prohibió a los habitantes de Sant Hilari beber agua de la fuente sin pagar el precio por vaso estipulado por él, cuando era tradición que todos los vecinos podían beber y llevarse libremente unas botellas para el uso familiar. 108


Derecho tradicional obtenido por muchas manifestaciones del siglo XIX al apropiarse del manantial, derecho de palabra dada, que por aquellos tiempos era un pergamino. Mas el dicho Ribot y su administrador olvidaron el honor de palabra dada. Sería muy sintomático ver la cara que puso el primer vecino que, sufriendo de hígado, se encontró un guardia que le prohibió de coger agua para sus necesidades. ¡Qué imagen tan expresiva sería! Pero no se podrá ver por no existir las cámaras de hoy. No obstante, si no se puede ver, se saben por los documentos transmitidos oralmente de padres a hijos las consecuencias que hubieran podido tener lugar si Ribot no hubiese hecho marcha atrás motivado por la protesta que empezamos los niños. Es decir, nosotros no éramos más que ejecutantes. Pere Serras, hijo de un propietario rico y liberal (poco se daba) reunió en la Plaza Robert un regimiento de niños, y nos dio un pito a cada uno: formados en fila de dos, debíamos seguir tras él en pasacalle y al compás del bombo que señalaba el ritmo, y cuando se paraba de andar y golpear el bombo, debíamos pitar con todo nuestro pulmón tres veces, y luego gritar unánimemente también tres veces MORI EN RIBOT, y a continuación pitar tres veces más y seguir el paso del bombo. Hicimos esta parada a cada cincuenta metros de las principales calles de Sant Hilari, y en las Plazas dábamos la vuelta. Al llegar a la Plaza de Baix (Ribot tenía allí su casa y había instalado el servicio de venta de aguas a los veraneantes) dimos una serenata de pitadas y gritamos «MORI EN RIBOT», cosa que fue largamente aplaudida por docenas de habitantes que fueron sumándose a la tropa de niños para recorrer el pueblo. 109


Ribot se dio cuenta de que tendría que vérselas con los bramidos del «Corn de la Revolució». Conocía el paño, y no se hizo tardar en anunciar el derecho a todos los vecinos del pueblo a coger gratuitamente agua para sus necesidades. Saludos y recompensas no nos faltaron. Pere Serras nos dio el pito y unos caramelos. ¿Quién habría podido prever que aquel hijo de padres liberales sería años después un jefe fascista? Fue responsable de la detención de muchos republicanos, y de varios fusilamientos, entre éstos había algunos de aquellos niños que él capitaneó para una gesta de justicia. ¿Recordó Pere Serras, cuando en la Plaza de Baix con el brazo en alto gritaba «FRANCO, FRANCO, FRANCO», aquellos niños que a todo pulmón unían sus gritos al suyo: «MORI EN RIBOT» ?Se necesita tener el corazón duro para no recordar. ...................... En la historia hay de todo, y hay enseñanzas selectiva si se escarbara bien, si los historiadores captaran la convivencia pueblerina, hechos parecidos, aislados pero que son los gérmenes de un despertar comunal, que sin esta hegemonía no puede haber transformación revolucionaria. Son los anónimos actores que construyen una vez rotas las cadenas del conservadurismo. Porque si las filosofías dan la ética sociológica, es la mancomunidad heterogénea la que la realiza. Hay que decir que no siempre los grandes discursos conmuevan los pueblos. Cuando hay veces que unos pequeños son más que suficientes, cual diríamos que la pólvora necesita la chispa para explotar, explosión de las 110


injusticias acumuladas con el tiempo. Y, como digo, la vecindad de Sant Hilari era un manantial de ejemplos, de los cuales podría llenar muchas páginas sobre la solidaridad que los unía por encima de creencias e ideologías. Solo faltaba que sonara «El Corn de la Revolució» para que se abandonara la faena y casi corriendo se hiciera acto de presencia al pueblo, y no siempre algunos estaban al corriente de donde venía el peligro. Psíquicamente el sonido del caracol de mar había sido y era para varias generaciones la voz de la esperanza, la voz interna que nos decía: el porvenir y la libertad están en tu mano. Quizá no será de más aportar unos elementos básicos, puesto que todo efecto tiene una causa: Desde el siglo pasado existían en Sant Hilari Sacalm dos organismos apolíticos: la Asociación de Areros (Rodellaires) y la Cooperativa Obrera. Y eran pocos los asociados que no fueran miembros de ambos organismos. Los principios de ambas organizaciones tenían como base ética la liberación humana. Mi padre era miembro de las dos, y fundador de la Cooperativa. Aclaración: no sólo éramos carboneros; pese a tener el mote «Carboner», mi padre había aprendido el oficio de «rodellaire», el cual nos enseñó, y a la edad de diecinueve años, antes de ser enviado a Cuba a matar cubanos, cogió el carnet de la Asociación de Areros. Datos necesarios; linternas que alumbrarán el sendero futuro.

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SEGUNDA PARTE NACE Y MUERE LA REPÚBLICA



LOS AMORES DEL BOSQUETANOAGRICULTOR –¿Qué me han comunicado, que has alquilado el más «Can Illa» de Joanet? –No han mentido. –¿Puede ser que vayas a vivir al campo teniendo los amigos, amiguitas y diversiones en el pueblo, además de ser uno de los activistas juveniles de la Cooperativa y del sindicato de areros (rodellaires)? –¡No comprendo tu extrañeza! –La de todos los amigos, preguntándose: ¿Podrá abandonar Sant Hilari?... –Mal veis la perspectiva de mi situación... –¡La real..! –La real no vale un real –le interrumpí, añadiendo–: La realidad es que voy a vivir a donde hay trabajo. Y si dejo la morada de Sant Hilari, no abandonaré las amistades y menos los deberes sociales. En cuanto a los amigos y amiguitas, bailes y juergas, me tendréis todos los domingos entre vosotros. –¡No será lo mismo! –Nada debe cambiar. ¿No vivimos toda la semana en el bosque, «carboners y roders» sin excepción, los que estamos fichados de revolucionarios, debiendo trabajar más alejados de la distancia que separa can Illa de San Hilario. –Eso he dicho a los amigos que te ven perdido por la vida rutinaria del payés...» Tenía diecisiete años cuando mi primo hermano, Hilario Rotllant, me interrogó. No había secreto entre él y yo. Ejercíamos el mismo oficio (rodellaire), y éramos socios de la Cooperativa y dé Asociación de Areros, afines en las ideas, 115


lo que daba calor a la amistad y dinamismo a la lucha reivindicativa ante el caciquismo que imperaba en les Guilleries. Algo más alto que yo, más corpulento y más instruido; en contrapartida, más tímido. Y no porque tuviera un año menos, sino por su temperamento. Era de los que raras veces tomaba la palabra en asambleas; pero no se quedaba atrás en la acción y en la generosidad. Su vida fue corta. Las balas fascistas lo asesinaron. Y no en el frente de Aragón o de Madrid, donde combatió voluntariamente por la causa de la libertad, sino en el cementerio de Gerona, ya terminada la guerra, por las balas que fríamente disparó el piquete de ejecución de la guardia civil al servicio: del francofascismo. No fue el único de Sant Hilari Sacalm que sus restos cayeron en la fosa común...; ya no hablo de los demás pueblos de la provincia que fueron fusilados. ................. Sobre mi futura juventud, Hilario y los amigos no iban desencaminados de que sería absorbido por la vida rutinaria del payés. Los hechos no siempre son fieles a la previsión placentera por calculada que esté. Uno es juguete de las circunstancias, del azar y de las necesidades pese a la íntegra voluntad del más tenaz, ideal y temple al enfrentar la realidad. La carga de años que han endurecido mi piel, me hace sonrojar al tener que relatar lo intrépido que fue aquel joven que fui, lleno de ideal y de ignorancia, viendo el mundo pequeño para las ilusiones de emancipación, que cual volcán arden en él. 116


No era una excepción en Les Guilleries, en Cataluña, en España. Eran un producto de la decadencia social, política y económica de siglos. Las generaciones se sucedían y el germen de la contestación se reproducía y se agrandaba por duras y sangrientas que fueran las represalias de los sistemas tradicionales. La contestación está en la biología de la naturaleza humana, y, sociológicamente, en las luces civilizadoras que llegaban de otros pueblos. No se podía vivir ya en una España castrada por la espada y la cruz. La voluntad reivindicativa generalizada necesitaba otra España, la que abriera sus senos al progreso y a la libertad con justicia. El problema más grave que teníamos los jóvenes de les Guilleries era el trabajo. Aquello de tener que pasar semanas enteras sin volver al hogar, a menudo hasta dos y tres debido las distancias que debíamos de ir al trabajo, esto cuando encontrábamos faena, era provocador y desmoralizador. Lo que originaba una dispersión de valores y radicalizaba unas minorías: los unos se pasaban al campo de los esquiroles aceptando el yugo tradicional: mal comer, trabajar y morir sin haber vivido; otros abandonaban los bosques y emigraban a las ciudades; y el resto esperábamos el día que se cambiarían las tortas. .................. Yo era de los últimos. Amaba demasiado mi tierra para abandonarla, para abandonar lo que aprendí en la escuela del tajo, en lo que me enseñó aquel maestro anónimo: la independencia y tu libertad están, en ti mismo. Hice comprender a la familia de ir a vivir adonde tendríamos el trabajo asegurado: entre el bosque y las tierras de la casa de campo. 117


Por eso alquilamos la masía can Illa, parroquia de Joanet, a una hora de largo paso de Sant Hilari. Casita aislada entre los montes de tres sacos de sembradura anual (ciento ochenta quilos de trigo), en la cual criábamos cuatro vacas (compradas a crédito) entre ellas la pareja de trabajo, igual cerdos, gallinas, conejos..., y las herramientas para labrar las tierras; gastos que endeudaron a mi padre hasta el último pelo de su calva. Debo reconocer que mis padres fueron valientes y amarme para dejarse embarcar en tal aventura en su avanzada edad, y romper radicalmente la forma de vida desde su unión, habiendo subido los hijos a flote. Las deudas eran muchas y son gusanos que tragan hasta la médula, y mi padre no tenía otras reservas que los hijos. Cuatro varones y una hermanita enferma en casa, pues las dos hermanas mayores se habían casado. Sin embargo padres e hijos nos sentíamos felices con el cambio de situación. Teníamos el trabajo a media hora de andar, eso cuando no trabajábamos la tierra, que pocas jornadas nos hacían perder a los cinco hombres juntos, ya que los pequeños trabajos agrícolas, los realizábamos los cuatro hermanos por los domingos, mientras mis padres iban a misa a Joanet. Pues sin buscarlo habíamos creado una colectividad libre y de responsabilidad, tomada de común acuerdo en asamblea familiar, que mientras nuestros padres no hubiesen pagado las deudas, trabajaríamos en equipo, cuyo producto pasaría a la administración de mis padres. Es decir, la cajera era mi madre, muy economizadora, ya que solo nos daba unas perras a cada hermano para festejar muy raquíticamente los domingos. Paga semanal con que mis tres hermanos aun hacían economías. No era lo mismo yo, que hacía caras y cruces, y si me salvaba algo, era especulando, no siempre, jugando a 118


cartas. Comportamiento que me valió una repulsa de mi padre: –¡Es indigno que un joven como tú e hijo mío, te vicies de tal manera! –¡Es diversión! –le respondí esquivando el bulto. –Por ahí se empieza, y espero que cambiarás de camino y de compañía de juego! Durante unas semanas la repulsa de mi padre tuvo su efecto. Digo durante unas semanas, puesto que al volver a saltar la valla emprendí el camino más torcido, y de más en más, pese a que en el trabajo, el lunes, que sólo tenía tiempo de cambiar la ropa de fiesta por la de trabajo, era el día que producía más. No por eso mi padre me perdonaba: –¡No haces caso de nadie, ni quieres comprender el mal renombre que das a la familia, y a ti mismo, pues tienes la fama de ser el primer tronera de Joanet. –La gente habla por hablar, pero no saben que una vez me case dejaré todos los vicios y... –Y esto que dejarás de los vicios cuando contraigas matrimonio, es lo que queda a ver, ya que es más fácil no aprenderlos que dejarse de ellos. Yo respondí levantando los hombros. ¿Qué podía responder, a mi padre? No cabe duda que era consciente que trasnochaba más de la cuenta. Pero cuando encontraba a los amigos, y en particular a las amiguitas, olvidaba mirar el reloj, siendo el reloj del alba el que me recordaba la distancia que me separaba de Can Illa para llegar a comer la tostada y ponerme la ropa de trabajo. «¡Tienes que vivir!» me aconsejaba una voz interna. No había sendero ni derrotero en todo el contorno que no conociera para cortar distancias. Pocas veces me equivocaba, por oscura que fuera la noche. El instinto 119


primitivo de la vida selvática que había vivido me guiaba: la topografía, el ruido de las bestias o pájaros nocturnos, la brisa o el viento al dar con las ramas de los árboles, el chocar de las aguas en los arroyos... era mi brújula. Pues sería difícil de encontrar un sendero, vereda o tajo en que mis alpargatas no hubiesen marcado las huellas. Las más de las veces solitario por no haber romería en el contorno que no fuera uno de los primeros al empezar el baile, y no abandonaba la feria hasta el último baile, excepto de haber encontrado una agradable moza que me había escuchado, o que tenía necesidad de ser acompañada por aquellos montes y barrancos para llegar a la masía en qué vivía. ¡Oh! Que aventuras podrían contar aquellos bosques. Hasta las ratas debían conocerme. Y las madres me temían más que sus hijas cuando veían que rondaba a una de ellas. No es que no me hubieran querido por yerno: «si sentara la cabeza, fama de trabajador la tiene; o...» Razón les sobraba. El mal ejemplo lo daba en el mismo baile, y no me explico porque las mozas no me daban calabaza una detrás de la otra. No porque fuera antipático, orgulloso o físicamente desproporcionado, sino por una especie de despotismo: sin yo darme cuenta en aquel entonces, que mis agilidades de bailarín me permitían escoger aquella o la otra según el baile o danza que tocaba la orquestamanubrio. Pero la que más hacía bailar y entretener en Joanet, muchas veces para descansar de las correrías, era una agradable muchachita, muy jovencita, de ojos verdes y cabellos de un rubio castaño, la cual no me rehusaba mis galanterías, galanterías que no pasaban más allá de las notas musicales. O así yo lo comprendía, no era lo mismo ella que lo tomaba en serio, ya que bailando un tango, me dijo amargamente: 120


–¡Nos engañas a todas! Me la miré sentimentalmente al contestarle: –Tiempo tienes de crecer, pues no me quiero casar hasta pasado los treinta años. Moneda de mal pagador. Vivir y gozar sin trabas. O estaba en mi mente porque sentimentalmente había un algo profundo que me hacía romper todo compromiso, que podía atarme al mínimo instante que sentía el afecto atractivo que une a dos seres por encima de las necesidades físicas. Momentos críticos para mí. No podía engañar ni engañarme: amaba a otra. Por este motivo los veranos sólo iba a bailar a Joanet los domingos, y no todos, en el baile que habíamos organizado entre diez y doce de 1a mañana en espera de las mozas que habían ido a misa de nueve rogando que su dios les diera fuerzas para resistir a la tentación de los mozos. Nosotros nos jugábamos al «Truc» las butifarras y el litro de tinto. El trajín que llevaba los domingos era intenso, no contando las horas que trabajábamos en la huerta si era preciso, es decir, más de media hora para ir a bailar y media hora de volver a Joanet, tragar el arroz y a paso largo subir montes arriba a fin de estar antes de las cuatro de la tarde en la Cooperativa, al empezar el «As d’Anglès» con el primer pasodoble, y continuaba en la sala hasta el último vals en espera que llegara la morena deseada, esperando aquel frágil ser que había penetrado en lo más profundo de mis sentimientos, aquel ser de quien no conocía nada, ni de donde era, ni su nombre conocía. ¡Qué cabizbajo reemprendía la vuelta a las horas pequeñas de la noche! ¡Juraba no volver, borrarlo para siempre! ¿Y qué sabía de ella? ¿Era una criada de las tantas que venían con sus amos de Barcelona, o qué era? 121


Algo encerraba en su aparición. La tenía en mi imaginación mientras andaba cuestas abajo, tropezando aquí y allí, mientras cortaba las distancias. Pero la veía tal como la vi la primera vez, frágil y tímida, plantada en él último rellano de la entrada de la sala como si me pidiera protección para penetrar hasta la pista, para abrirse paso entre aquella multitud de jóvenes y menos jóvenes, bosquetanos y agricultores los más, no recordando bien si le pedí para bailar el pericón que tocaba el «As d’Anglès», ni recuerdo porque nos encontramos emparejados danzando rítmicamente como si hubiésemos sido una vieja pareja. ¡Qué pluma tenía en mis brazos! Danzaba como una peonza. Yo le hablaba entre el descanso. Ella me contestaba con una sonrisa que expresaba su tez morena y por la mirada algo melancólica de sus negros ojos, a la vez que afirmaba o negaba con un movimiento de cabeza, lo que hacía balancear la negra y espesa cabellera, la cual descansaba en sus hombros cuando no movía su graciosa cabeza. ¡Sin separarnos, sin otra comunicación que el encuentro romántico de dos seres que se sienten unidos y solos entre muchos, y las sensaciones poéticas que la danza nos aportaba, bailamos hasta la quinta pieza, un tango estilo argentino que el «As d’Anglès» nos hacía marcar, cuando me pareció despertar al oír su voz precipitadamente en el mismo momento que el acordeón gimió la última estrofa del tango: –¡Debo irme! ¡Me voy! –exclamó a la vez que miraba el reloj, dejándome plantado. ¡Sorpresa! Jamás una moza me había hecho tal desplante. ¿Yo era yo en aquel momento? ¿Por qué me quedé pasmado hasta que un chotis muy marcado no vino a sacudirme? Por instinto hice un signo a una de mis bailadoras del chotis, teniendo que aguantar la sonrisa burlona y chacoteo 122


por el desplante recibido, pero cuando más me pinchaba, más puntuación le forzaba hacer marcando el chotis, diciéndome al dar el último paso: –Se ve que tienes que estar de mal talante para bailar a la perfección. No le respondí, sólo que al quererse ir a ocupar su silla, la cogí muy fuerte del brazo y le dije: –¿Quieres bailar todos los bailes que quedan? ¿Te ha picado alguna pulga? –¿Sí o no? Me contestó abriendo brazos para bailar un vals que empezó a tocar el «As d’Anglès». No sé cuantos tocaron, y tan apasionado es bailando que había olvidado la desconocida, y quizá la hubiera olvidado para siempre si no hubiese dejado de bailar mientras existiera. Pero se dice que los gatos son pardos por la noche. Y esta noche estaba oscura, y oscuro estaba el pensamiento. No había luz ni en los sentimientos. La naturaleza no se preocupaba de mis penas. Incluso la luna se había escondido detrás de los montes. Todo era negro y el camino de vuelta más negro que la noche. Larga fue la semana! Ni el cansancio de las herramientas calmó la imaginación turbia de fantasías y realidades, amor propio y amor puro, el hombre animal y el humano se entrechocaban; pero todos coincidían en que el próximo domingo pondría las cartas boca arriba. Segundo domingo del mes de Agosto de 1929 del segundo año que nos instalamos en can Illa. Seis meses me faltaban para cumplir los 19 años. Ella tendría unos dos menos que yo, calculaba mientras la esperaba en la sala de baile de la Cooperativa. Más de una hora pasó. Estaba bailando cuando la vi llegar, cuando nuestras miradas se unieron, la mía debía 123


quemar la suya, entristecida... No me miró ni me respondió la pregunta al cogerla para bailar: –¿Por qué has venido tan tarde? Sólo sentí que su cuerpo se ajustaba al mío, y, de tanto en tanto su mano entre la mía me comunicaba una fuerte tensión nerviosa. –¡No puedo estar más aquí; te quería ver! –exclamó muy bajo y preocupada, a la vez que se puso a andar hacia la escalera al terminar el baile. Por un impulso de disconformidad le cogía una mano y la detuve, soltándola acto seguido al ver la contrariedad de su mirada, pavor de aquellos hermosos y negros ojos, cual temiera un peligro inminente. ¿Qué debía hacer? No podía retenerla por fuerza, no podía herir aquel ser que amaba. Unos minutos, quizá tres o cuatro, hasta no precipitarme al encuentro de ella. La escalera la bajé a saltos y con la misma velocidad atravesé la tienda de comestibles...– ¿Te pasa algo, Carboner? –me preguntó un amigo. –¡Nada, tengo prisa! Prisa tuve en registrar plazas y calles, no dando ni con su sombra. Había desaparecido. ¿Qué hacer? Aun el sol alumbraba la vida de les Guilleries en el camino de retorno a Can Illa, encontrando una expresión triste y melancólica hasta a las hojas de un verdoso amarillo de los castaños, las cuales anunciaban el otoño, hermano del invierno, como mis amores con aquella de quien no conocía ni el nombre, y que no lo conocería nunca por haberla perdido para siempre pese al recuerdo ardoroso que no muere. ........................

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Sin embargo la vida palpita y el recuerdo amoroso no mata a la juventud dinámica. Quizá el desengaño de no volverla a ver en los próximos domingos, pese a las ansias de encontrarla, me hizo cambiar de rumbo, y me hizo acercar más a la jovencita de Joanet, sólo acercándome de cuando en cuando, ya que iba muchos domingos a Arbúcies en donde encontraba nuevas aventuras aunque tuviera que gastar más alpargatas (los zapatos los llevaba en un atillo) por ser la distancia más kilométrica. Así que poco iba a Sant Hilari. Meses enteros. El día 12 de Abril de 1931, al verme mi primo Hilario a las nueve de la mañana entrar en la Cooperativa, luego de darme dos manotadas al hombro, me dijo:– ¡Contaba contigo pero no tan temprano! –¡Hoy o nunca! –grité haciendo volverse las cabezas de muchos de los que estaban allí, sin contar de los que iban llegando por el mismo motivo, pues la Cooperativa era la CASA del PUEBLO de los republicanos. Se votaba en Sant Hilari Sacalm, como en toda España, por un republicano o por un monárquico. pese a ser unas elecciones municipales. Yo no tenía el voto aún, pero acompañé a mi padre (el voto de la mujer aun estaba prohibido por la ley tradicional de los caciques) a la vez que aporté mi ayuda a las juventudes republicanas en las que mi primo Hilario era un responsable. La noche había dado muchos pasos cuando cogí solito el camino de vuelta. Mi padre, luego de haber comido el arroz y haber tomado un café en casa de mi hermana Dolores, ella y su marido también eran republicanos, se fue (eran aquello de las tres de la tarde hacia) can Illa, sin olvidarse de decirme: –No trasnoches porque mañana saldremos muy temprano hacia Sant Feliu de Buixalleu, que deberemos estar toda la 125


semana allí para ayudar a terminar un tajo de Talleda de Arbúcies. Efectivamente, poco dormí y menos quejarme cuando la voz de mi padre, eran las seis de la mañana, anunció que las tostadas estaban sobre la mesa. Tostadas de pan moreno, de estos panes de cinco quilos que mi madre pastaba, y que desde muy pequeñitos, cuando mi padre no estaba en el bosque, tostaba una rebanada para cada hijo, a la vez mi madre las ponía cuidadosamente sobre una fuente, una sobre la otra, luego de haberlas regado de aceite de oliva, hasta hacer el cómputo. Debo decir, y con amor a mis padres, que para ellos dos el domingo comer el arroz sin faltar un hijo, y la tostada de las mañanas, fuera fiesta o día de trabajo, era una copa de felicidad que les pagaba, sentimentalmente, todas las penas que sufrían para subir una familia numerosa. ................... Si el 14 de Abril de 1931 es un día señalado y que está en los corazones de todos los hijos de España que aman ser libres, el día anterior, el 13, también fue señalado para la familia Carboner, ignorantes del resultado en toda España de las elecciones del domingo 12, ya que no poseíamos ni radio ni prensa. Recordaríamos este lunes por la carga que llevábamos a cuestas: herramienta y vituallas para la semana. Y el camino, una hora y media de andar, incluidos los descansos, para llegar a can Bach, municipio de Sant Feliu de Buixalleu, a dos horas de Hostalrich atravesando montes y bosques. Mi padre y mis hermanos no estaban de muy buen humor esta mañana. Más de un descanso me censuraban de haberme 126


comprometido cuando teníamos trabajo no lejos de casa. Tenían razón. Pero lo que no sabían eran los lazos de amistad y de ideas revolucionarias que me unían con Talleda de Arbúcies, responsable de terminar el tajo de «rodells» (aros), siéndole imposible por haber caído enfermo. El enfado desapreció al llegar al tajo del Bac y comprobar la buena faena que nos esperaba; una espesor de vástagos de castaño muy lisos y altos por los cuatro años que tenían. –¡Qué rodells tan bonitos y buenos haremos! – exclamamos los cinco a la vez. El amor al oficio aplanó la buena entente. Serían bien las nueva de la mañana, quizá más de las nueve y media, cuando terminamos de comer un bocado de pan y de butifarra de sangre, acompañado de unas regaladas de tinto del Priorato, cuando cogimos los unos el podón y otros hachas a fin de construir el hogar; una barraca improvisada de cuatros palos y unas retamas para cobijarnos la noche. Estábamos acostumbrados de improvisar cabañas en menos de una hora de trabajo, ya que cada uno de los cinco hombres sabía su trabajo. Pero esté lunes no tuvimos tiempo de plantar los primeros puntales. Una voz de «¡qué hacéis» nos hizo parar la faena, al mismo tiempo centramos nuestras miradas sobre el individuo que apareció entre los vástagos de castaño, que al estar a unos diez metros nos dijo: –No os deis tanto trabajo. Tenéis cama y cena en casa. –¡Pero..! –exclamó mi padre. –Talleda me ha enviado por mi yerno Jaume una carta hablándome de vosotros y del favor que le hacéis, y favor se paga con favor, recalcó con voz firme el propietario del bosque y de la masía; que percibíamos a mil metros más abajo cual estuviera colgada en el monte de castaños. 127


Ni hablar de la sorpresa que nos dio y lo agradecidos que estábamos, que si bien tenía físicamente buen parecido aquel hombre de la edad de mi padre y algo más bajito, lo encontrábamos muy campechano, lo cual pudimos comprobar su generosidad, pues a menudo decía: –Aunque propietario de la pequeña masía y de unas hectáreas de bosque, soy un trabajador como vosotros, y conociendo las penas del trabajo del bosque, jamás he permitido ni permitiré que un trabajador en mis tierras no tenga cama y un plato de ollada todas las noches. La impresión fue maravillosa y el recibimiento por la noche en el Bac no fue menos, y para mí la sorpresa vino luego de comer por las dos hijas de la casa (de uno y tres años menores que yo), que no habían parado de mirarme de reojo. Explotaron a reír. –¿Qué mosquito os ha picado? –preguntó la madre con tono de reproche. –¡No me equivoco, es él! –dijo la mayor a su hermana sin tener en cuenta la pregunta de su madre. –Cuando más lo miro, más se parece a aquel bailarín que Ridecós me dijo que era el hijo único del millonario Naulet –afirmó la pequeña. Sin más cambio de palabras volvieron a reír y a mirarme maliciosamente. Las demás personas de la mesa también me miraron algo sorprendidas. El preocupado era yo. Porqué había ido a bailar en la romería de Sant Feliu de Buixalleu del pasado año con Ridecós, propietario rico y vecino de can Illa; amigo a pesar de las diferencias sociales, que con su nuevo Chevrolet, a menudo, íbamos a pasar la fiesta a parroquias de alrededor de Arbúcies, no era falso. No obstante no encontraba la particularidad de haberme visto a bailar a su pueblo para reírse tanto y mirarme con tanta malicia como 128


de atribuirme ser el hijo de este millonario, amo de muchas propiedades en el contorno. Pero como mi temperamento no es para aguantar la vela y tomarme la libertad de deshacer entuertos, le pregunté a la mayor: –¿Mi cabeza es tan cómica como para haceros reír tanto? Las dos se quedaron sorprendidas y fue la pequeña que me respondió. –Efectivamente, hay muchas cosas en tu cabeza, la espesa cabellera negra y algo ondulada, la nariz un poco aguileña, tu tez morena y... –Y déjate de fotografiarme y vete al grano diciéndome lo del hijo heredero de Naulet. Víctima también de la rebelión fascista, su ideología, al ser alcanzado por la artillería antiaérea republicana el avión de caza que pilotaba). Al haber interrumpido a la hermana pequeña en la descripción de mi semblante los colores sonrosados de su cara fueron más pronunciados y en lugar de responder miró a su hermana, y esta aclaró el enigma. Es decir con claridad dijo que todas las jóvenes que rodearon a Riudecós, creyeron que yo era el heredero de este millonario. Y lo dicho por Pere, mi amigo, era más creíble porque él también era un rico. Lo que no sabían las mozas (raro era que algunas, generalmente las de mejor posición familiar, en las romerías no lo rodearan para conquistarle) era que desde jovencito tenía como amigos a los hijos de los trabajadores a consecuencia que su padre fue un esbirro, haciéndole trabajar las tierras, casi sin instrucción. Su padre murió cuando Pere tenía veinte años. Al otro año se compró el Chevrolet nuevo, y se dedicó a correr de una romería a otra con el auto lleno de amigos, todos hijos de los trabajadores, los más trabajaban en sus propiedades, como 129


nosotros. Debo añadir, que como él no sabía bailar contaba historias a las que buscaban pescarlo; y la que lo pescó y fue madre de sus hijos, es decir, de la que él se enamoró, era hija de un masover de una pequeña masía de Joanet. Seguro que se podrían llenar páginas de las historias, fantasías y parecidas realidades que se guardaba para él. Que si yo hubiera sabido lo que se debía divertir sobre mis costillas al embobar a las elegantes, porque no faltaban en Sant Feliu de Buixalleu, que lo escucharon, no me hubieran sorprendido las dos hermanas del Bac. Cuya historia nos llenó de risa a todos, y abrió puertas fraternas y amistosas, que tendría sus ramificaciones tres años después, por la sencilla manifestación que hice entre el jolgorio: –Si hubiese conocido este magnífico paisaje antes de alquilar can Illa, hubiese buscado una masía para alquilar... –Yo te sé una, que se ve desde aquí –me interrumpió el campechano José, añadiendo: –es una finca muy rica en tierras y árboles frutales, que hoy no produce nada por no querer trabajar el hijo que sucedió al morir mi amigo. En aquel momento fueron palabras que el viento se las llevó. Lo que no se llevó el viento ni el olvido fue la amistad que nació en aquella bien trabajada casa de campo, cual un jardín rodeada de bosques, de una espléndida arbolada, castaños, corchos y encinas, que vestían la geografía del extenso municipio de Sant Feliu de Buixalleu, poblado de masías que cual guerrilla estaban protegidas por los árboles, en particular de alcornoques centenarios. Impresión que los cuatro hermanos y nuestro padre comentábamos en los descansos de vuelta a can Illa de la semana de trabajo. Satisfacción que nos ayudaba disminuir las distancias. Naturalmente, había también otras ansias que nos preocupaban: llegar antes del anochecer a Joanet para 130


informarnos de como habían ido las elecciones del 12 de Abril, o sea, del domingo anterior. Porque en aquellos montes, y en la misma masía del Bac no estábamos informados, pues no había ni radio ni periódicos, ya que la única fuente de información se podía conseguir en ir los domingos a la parroquia, al ir a misa, o, los no creyentes en el cuento de dios, ir a jugar la partida. Quizá faltaban seiscientos metros para llegar Joanet, cuando vimos a unos pasos más adelante el viejo marino sentado sobre una cepa al lado del camino, que al vernos, se puso de píe gritando: –¡La República...! ¡La República...! –ondeando la Vanguardia en alto con pasión, como si hubiese ondeado la bandera tricolor. Y sin esperar la expresión de nuestra sorpresa de haber vivido ya cuatro días con república sin saberlo, nos mostró la página que llevaba la fotografía de los republicanos que formaban el gobierno provisional de la República, y con el índice de la mano izquierda en continuo temblor de nerviosidad señalaba una cabeza de largos bigotes, a la vez dijo con voz entrecortada de rencor: –¡Este es un traidor... el eterno traidor... el que traicionará la República como nos traicionó en 1909... (El exoficial de marina, Requerendo Busquets, hijo de una tía lejana de la madre de mi padre, se unió a los marinos del puerto de Barcelona amotinados que se adhirieron a la huelga general contra la guerra de Marruecos, llamada la Semana Trágica. El viejo marino debía vivir en aquellos momentos el drama de aquella semana sangrienta, que costó muchas vidas humanas, entre ellas la del fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer y Guardia; y, a nuestro 131


pariente, la degradación y expulsión del cuerpo de marina sin hablar de los años de cárcel que le infligieron). Tanta pasión había en la denunciación del traidor que nos quedamos parados y estupefactos a unos pasos del viejo marino. ¡Qué cuadro emotivo se compuso por un sentimiento compartido! Cinco bosqueños (el padre y cuatro hijos escalonados por la edad, sucios y haraposos con los sacos, mantas y herramientas en el hombro) ante aquel enérgico ochentón derecho como una caña, alto y bien vestido, que si las carnes no le sobraban, el temperamento desbordaba hablando de la República. De ella se pusieron hablar mi padre y él al ponerse andar uno al lado del otro siempre que el estrecho camino pedregoso lo permitía. Los cuatro hermanos en fila india seguíamos detrás de ellos escuchando, y lo que más yo retenía eran las esperanzas sociales que aportaría la República, llamada de trabajadores, aunque el marino lo salpicaba de pesimismo debido a la composición del gobierno provisional, debido al Judas metido entre ellos. Lo que me hizo preguntar a mi padre, al dejarnos Requerendo: –¿Quién es este traidor? –Se llama Alejandro Lerroux. Un personaje que siempre ha pretendido ser del lado de los explotados, llegando a decir en sus discursos incendiarios: «Asaltad los conventos y haced madres a las monjas», que una vez levantadas las masas, desertaba del combate, cual fuera un incitador al servicio de los caciques... ¡La República! La palabra república llenaba los corazones de los hombres liberales y revolucionarios, e hizo nacer la esperanza de tener escuelas y derechos como ciudadanos a 132


los desheredados por el tradicional caciquismo que dominaba España desde siglos y siglos. Ambiente que respiraba la familia Carboner en can Illa. Refuerzo el trabajo en comunidad que vivían, que pese a la falta de salud de Rita, la hermanita, todo iba sobre rieles. Las deudas iban desapareciendo, y pronto los tres hermanos podrían abrir sus libretas a la caja de ahorros debido al convenio que habíamos tomado: una vez pagadas las deudas, los tres hermanos menores encajarían para ellos el dinero ganado en los trabajos del bosque– según la aportación de jornadas de cada uno, y continuarían siendo alojados y comidos por la familia a cambio de ayudar gratuitamente en los trabajos de la tierra, como for ma de pagar proporcionalmente las compras de los alimentos no producidos en la finca. Debo aclarar que, como yo era el mayor de los varones, llamado el «hereu», continuaría dando a mis padres todo lo que ganaba, costumbre tradicional en la cultura catalana, puesto que el «hereu» heredaba la cuarta parte de las riquezas. Ley muy favorable a los que nacían en una rica familia, contrasentido para los de las familias pobres, pues moralmente el «hereu» debía cuidar y asistir a los padres hasta la muerte si no quería ser un hombre sin honor. En aquellos tiempos no le daba ninguna importancia a esta injusta ley. Las costumbres son una venda en los ojos del raciocinio, y cuanto más si se viste del honor, de la cultura oficializada, tal y como la encontraran los antepasados. Lo que provoca descontentos entre familiares hasta odiarse cuando la sed de intereses mata el cariño de hermanos. No pasaba esto en la comunidad de can Illa. Uno para todos y todos para uno era nuestro proceder. 133


Armonía tan altruista que daba la impresión que nada podía romper los lazos y la próspera marcha económica. Ilusión por lo que me atañía a mí independencia. Mi padre se accidentó, que estuve cuatro meses en el Clínico de Barcelona, y cuando volvió aún muy imposibilitado, el primer domingo a la comida del arroz, nos dijo con mucha serenidad: –Espero que todos estaréis de acuerdo sobre la determinación que hemos tomado vuestra madre y yo en pasar el mando y responsabilidad de la empresa que yo he llevado hasta hoy a Ton, más capaz que yo por saber leer y escribir y por conocer las cosas como nosotros mismos. No hubo protesta ni aprobación por quedarnos sorprendidos de la determinación de los padres. El que forcejó luego de reflexionar fui yo. Consideraba que aunque mi padre no podía hacer los trabajos como antes del accidente, tenía los conocimientos muy claros para orientar la comunidad, con el agravante para mí que me ataba de pies y manos para las aventuras de mis diversiones, ya que la responsabilidad de la masía y aún en deudas, debían tener fin: debía sentar cabeza y comportarme como un hombre responsable. Ninguna razón me valió para escaparme de tal obligación, ni mi poca experiencia, ni haber cumplido sólo los veintitrés años, pese de haber escapado de hacer el servicio militar por un buen número del sorteo. Lo que conseguí fue librarme de ser el administrador del dinero, ya que pude hacer comprender a mi madre que debía continuar siendo una buena cajera. El cambio de vida personal fue radical. Se terminaron las aventuras normales para todo joven lleno de vida y de necesidades de gozar de la existencia fuera de los deberes familiares y cívicos. Había escalado un rellano más de los 134


que forman la escalera de vida. Había dejado de ser un mozo para ser un hombre. Las noches de los sábados o domingos que no estaba en casa a la hora de la cena, no era por aventuras amorosas sino por el amor a las reivindicaciones sociales y políticas, con las que estaba cada día más comprometido desde la llegada de la República. La gran ilusión y esperanza que nos embriagaron al derrocar la monarquía de Alfonso XIII el 14 de Abril de 1931 y aureolar la República de Trabajadores como proclama el Primer Artículo de la Constitución, se iban trocando en un pesimismo al transcurrir el tiempo. No era que la República no hiciera escuelas, leyes y decretos para instruir a un pueblo en la ignorancia de siglos, y elevar el nivel de vida de los desheredados, como crear una Jurisprudencia para todos...; mucho hacía la República, y solo sobre papel quedaban las leyes fundamentales debido al antirepublicanismo de muchos funcionarios con la bandera monárquica en el corazón, y las nuevas organizaciones que los tradicionales caciques crearon en oposición las de reivindicación social, y las podían crear a la luz del día (ya no hablo de las clandestinas que llevarían la rebelión del 36) puesto que vivíamos en democracia, y si ya los griegos de antes de nuestra era dieron que era el mejor sistema de los malos, máxima de aquellos filósofos que aún nos enseñan, sabían que es la Demos-cracia: el pueblo gobernándose, la libertad debía ser para todos los ciudadanos, cuyas corrientes antidemócratas no se privaban públicamente de hacer manifestaciones fascistas, que para ir contra la República, estaban unidos de centro a extrema derecha. Y entre ellos encontraremos un personaje ya nombrado, Alejandro Lerroux, el traidor de la Semana Trágica de 1909 que señalaba con el dedo el viejo oficial de marina Requerendo Busquets, cuyo vaticinio se confirmó en las 135


elecciones de 1933, que al unir su partido, llamado radical, con la Ceda de Gil Robles echaron el gobierno republicano por tierra. El nuevo equipo del poder gobernaba en nombre de la República sin proceder republicano. Las leyes algo favorables a los desheredados fueron anuladas, y anuladas con despotismo por los que habían mandado siempre, volviéndose a regir señores y amos, y como las leyes de asociación aún no habían estado abrogadas, organizaron sindicatos amarillos, «esquiroles», en las poblaciones de temple social. En Sant Hilari Sacalm, por la misma ley de asociación de la República crearon un sindicato amarillo de rodellaires (aros). Jamás habían existido dos asociaciones en tal oficio, que se ejercía en media docena de pueblos vecinos de Sant Hilari y que estaban federados. Y lo más grave era que trabajaban a dos pesetas menos por carga sin respetar las ocho horas de trabajo, para obtener las cuales había costado mucha sangre. Poca imaginación se debe tener para comprender la situación creada a un pueblo indomable como era Sant Hilari, cuanto más que el patronato daba lo menos posible trabajo a los republicanos, trabajo que no podían hacer los esquiroles, llamados «Societat de Lleons». La cuerda se rompe si tanto se tira. Cada día habían más despidos de rodellaires, y no pocos habían decenas de años que trabajaban para el mismo propietario, sabiendo algunos de éstos que eran forzados a despedir por la coacción del extremismo dominante. Y a nadie extrañó que sonara «El Corn de la Revolució», y sonó desde el «Turó del Canó». Con la particularidad que cuando los vecinos de Sant Hilari oyeron los bramidos del caracol de mar, el pueblo estaba 136


cercado por los huelguistas y de él no salía ni una mosca, este segundo lunes de septiembre de 1933. ...................... Era normal que yo estuviera al corriente y participara en la huelga general que habíamos previsto con la Federación de Areros. Me lo guardaba en secreto por no querer que participaran mis hermanos y menos mi padre, apañándome en la cena del domingo de distribuir los trabajos del lunes, justificando que yo iría a terminar unos aros a la «Font del Coix». El alba había perforado la noche y los elementos cogían forma cuando pasé el umbral de la puerta de can Illa. Unos cincuenta metros hice, y estaba ya en medio de la era cuando mi madre me interrogó desde la ventana: –¿Cómo te has puesto estos pantalones para ir al bosque si aún son buenos para salir de fiesta? –¡Verdad! –exclamé, añadiendo–: Con las prisas y lo mal que alumbra el carburo no me di cuenta. –Prisas las tienes siempre, y puede que tus prisas te las dé una pastorcilla que te espera por estos bosques –contestó algo maliciosa mi madre. Yo me puse a reír y andar a la vez, teniendo que oír aun de mi madre: –¡Qué poco caso haces de mí –y levantando la voz recitó el estribillo–: Cásate de una vez y así dejarás tus correrías. Sonsonete que debía oír a menudo: «Te debes casar porque yo ya no puedo con tanto trajín...» No le faltaban razones. Hoy me pregunto como podía hacer tantas cosas al día, y muchas de ellas pesadas. Consejos y quejas de que no hacía caso. Empero, esta mañana que se anunciaba revolucionaria, 137


a medida que penetraba en el bosque donde tenía el tajo, el cual lindaba con la carretera de Arbúcies a Sant Hilari, en donde esperaría el autocar en que subirían los huelguista areros de Arbúcies, las palabras de mi madre hacían eco en mi interior, y no sé porque sentimientos, sus quejas se mezclaban con la acción directa que íbamos a ejecutar a no tardar, como si la injusticia que sufríamos los rodellaires no fuera un caso aislado, sino una partícula de la común de los desposeídos, de los que envejecían sin haber gozado de los valores humanos. Este monólogo me acompañó en el tajo. El sol da luz y vida. Debía meter mano a la obra para terminar los moldes antes de las ocho y media de la mañana, hora en que los autocares, dos como mínimo, se pararían en «La Font del Coix» para cogerme. Como de costumbre saqué las herramientas del escondite y me puse a afilar el podón y el «contell», y por automatismo, con el dedo pulgar de la mano derecha, pulsé el filo varias veces del «contell» por si estaba en su punto mientras que mi vista se fijó en unos tejados que asomaban entre las copas de los árboles; bajo uno de ellos vivía la pequeña de cabellos castaños, la jovenzuela de ojos verdosos hecha ya una moza. «Deberé casarme», me dije entre dientes. Era la primera vez que pronunciaba tal frase, y en mi mente quedaba como si ya hubiese sido decidido, pese a la diatriba en mi interior entre el sentir y el desear. Una ráfaga de viento arrancó unas docenas de hojas de un viejo castaño, lo que me hizo dejar de mirar los tejados al seguir el balanceo de algunas hojas que se escaparon de la brutalidad del viento, las cuales, a medida que planeaban y se ondeaban, iban reluciendo los colores otoñales por los 138


efectos de los rayos solares que invadían los montes y arrinconaban la neblina en el fondo de los valles. Impresión que por unos momentos me hizo olvidar la idea de casarme y del trabajo para ver como se terminaba el vuelo de aquellas amarillentas hojas casi secas, cogiendo las unas el suelo por cama, y otras, cual fueran más pícaras, se pusieron con mucha delicadeza sobre el balancín amarillento que formaban los peines de los helechos, como si hubiesen sido pájaros, a fin de hacer un descanso hasta reemprender el vuelo. Las explosiones de motores me hicieron aguzar los oídos, calculando que aún tenía tiempo de comer la amanida de tomates y cebollas con un pedazo tocino entreverado. Más que comer, tragué, y sin pérdida de tiempo cogí el podón, y en cuatro golpes corté un garrote que debía servirme de arma de combate. Justo llegar a «La Font del Coix» llegó el primer autocar. Con qué aplausos me recibieron, gritando viva la República de Trabajadores. No fue lo mismo encontrar un vacío donde colocarme de lleno que iba el autocar. En estas, el «Corn de la Revolució» bramaba, y sus ecos retumbaban hasta el fondo de los valles, lo que hizo preguntar una voz del fondo del vehículo, voz que conocía: –¿Qué son y por qué estos bramidos? –Si la pregunta que haces, Telleda, se dirige a mí, te diré... Y les conté algo de la historia y de lo que significaba el «Corn de la Revolució» cuando sonaba desde el «Turó del Canó». ......................

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Como he indicado ya, Sant Hilari estaba cercado e incomunicado desde las cinco de la madrugada. Incluso los autocares de línea de la Hispano Suiza tuvieron que volver a los garajes y los pasajeros a sus casas, como los obreros indiferentes y los esquiroles no pudieron ir a sus trabajos, excepto los responsables del sindicato amarillo, que fueron detenidos y llevados a la jaula de los bajos del Ayuntamiento, en donde estaban detenidos y bajo vigilancia las cabezas responsables de la patronal, salvo mosén Salvador, el capellán Guilla, responsable principal del movimiento antirrepublicano, que algún dios le había puesto a salvo; no faltan chivatos en todas las gestas. Tener unas imágenes filmadas con su propio movimiento, daría cuenta del susto que tuvieron los caciques y esquiroles cuando oyeron, muy temprano, el «Corn de la Revolució», y como ratas perseguidas se debían preocupar de escaparse. Porque no escapaba a nadie que aquel boicot desembocaría en la protesta, quizá la deseaban los que tenían las riendas y la guardia civil a su servicio, pero no de aquella manera. El mismo alcalde tuvo la sorpresa (ya no era el republicano Siset, sino el rico propietario Serras, de los mejores entre los malos derechistas), serían las siete de la mañana cuando abrió la puerta de su casa y vio un piquete de tres vecinos ante él, conocía sus ideas extremistas (los que no eran de ellos eran comunistas o anarquistas). Después de darle correctamente los buenos días, Martí, el responsable del piquete, sin preámbulos le dijo: –Hace rato que esperábamos por si hubiese tenido la idea de salir más temprano que de costumbre... –¿Qué pasa? –interrumpió muy molesto. –Nada grave debe pasar por nuestra parte, pues dependerá de vosotros –afirmó Martí. 140


–Explícame mejor por qué habéis venido a molestarme, cuando sabéis la hora que se recibe en el Ayuntamiento. –Me doy cuenta de que no está enterado que la Casa del Pueblo hace horas que está abierta, y le rogamos que vaya lo más pronto posible para enterarse de lo que pasa en el municipio. –¡No me vais a mandar lo que debo hacer –exclamó mirando fijamente a los tres rodellaires cual los viera por la primera vez cuando los tres habían hecho aros en su propiedad. –Algo o mucho mandamos hoy nosotros, y le dejamos la orden de estar presente no más tarde de las nueve en la Alcaldía –y sin esperar respuesta, los tres del piquete se fueron a la Cooperativa, a doscientos metros de allí en la plaza del Doctor Robert, a comer un bocado y cambiar impresiones con las docenas de huelguistas en espera de la acción. Juan Serras, que de tonto no tenía nada y que se había visto ya involucrado en otros motines, al haber desaparecido de su vista los revolucionarios, no pudo retener de exclamar quedamente: –¡Nos han cogido en la ratonera! Sin embargo se precipitó al teléfono, debía reaccionar antes que no fuera tarde, y al pedir comunicación, una voz preguntó: –¿Quién pide comunicación para Arbúcies? Sin darse cuenta y por hábito respondió que era el Alcalde. Tuvo que oír de la misma voz: –Ha llegado tarde para pedir un regimiento de guardias civiles, ja... ja... ja... –carcajada que aún tuvo que encajar. «Estoy en un mal paso», se dijo, teniendo aun el auricular en la oreja, cuando vio salir de la cocina la criada, una moza que no había llegado aún a los veinte abriles y de formas 141


apetitosas, que él contemplaba con éxtasis, y de escondites (según malas lenguas había más que contemplación); pero que hoy no pensaba en las apetitosas formas, sino en el servicio de enlace con los suyos que le iba a prestar. Y sin perder segundos le ordenó: –Deja el trabajo, vete corriendo a Can Saleta de la Plaça de Baix y que te informe de la situación, eso sin repetir una palabra a nadie, le recomendó con voz de amo. –Voy a cambiarme el vestido... –¡Ya vas bien así! No pierdas tiempo. Corre y vuelve en seguida... Pese a estar acostumbrado a los imprevistos, este pasaba de medida. No era cómodo tener que prescindir de un orden público donde apoyarse como era la absoluta obediencia de la guardia civil. Se sentía solo y no confiaba mucho en la fiabilidad de las noticias de la moza. Además, si bien sabía que Sant Hilari era el centro del conflicto por el proceder brusco del capellán Guilla, con quien no simpatizaba, se trataba de algo de mucha más envergadura, y sería grave si los demás pueblos, Arbúcies, Santa Coloma, Anglès y Osor llegaban a intervenir, por ser el nudo de la Federación de Areros, muy potente y de principios de acción directa. Un suspenso en sus reflexiones, con ansias de un hilo de esperanzas, al ver entrar la criada. Mas pronto fueron de pesimismo cuando la moza le dijo que no había podido llegar a can Saleta debido a la cantidad de forasteros y del pueblo que le interrumpían el Paso, y todos con garrotes, invadiendo plazas y calles. –Debías forzar y llegar –le dijo encabritado. –Ya lo hubiera querido ver a usted aguantando a los atrevidos mozos del pueblo hasta levantarme las faldas y decirme... 142


–¿Qué te decían? –le preguntó, interrumpiéndola. La moza, con los colores en la cara, tímidamente dijo: –... Si mi amo también me las levantaba bruscamente. ......................... Esto que he anotado, lo sé porqué la moza se lo confesó a otra moza, y cuando se confiesa, aunque sea ante el altar, se dice y lo que se dice y el rumor le da alas. Yo lo he escrito tal como me lo vendieron. Porque la conversación no la oí pese de estar en la Plaza del D. Robert y haber visto a la moza. Moza que había tenido en brazos bailando; pero si el rumor no hubiese circulado no creo que me hubiese acordado de haberla visto. En cambió se grabó en mi memoria la imagen del alcalde, Juan Serras, á quién conocía desde pequeño (él era propietario de la casa en que vivíamos en la Calle Grevolosa), es fantástico recordar cuando vi a los amotinados abrirle paso para que fuera al Ayuntamiento a presidir el conflicto entre el caciquismo y el progreso, entre los esquiroles y la patronal, ante ellos la Federación de Areros de la comarca. En la sala grande de reuniones, en su fondo, estaban de pie y garrote en mano un número muy elevado, quizá una centena, de huelguistas, luego dos líneas de sillas ocupadas por las delegaciones de las asociaciones de areros de los pueblos de la comarca; en la tarima tres sillas que debían ser ocupadas por el secretario de actas, el Alcalde y el responsable de la Asociación de Areros de Sant Hilari; y detrás de la tarima, ya presentes, estaban cuatro responsables de la patronal y toda la junta de los esquiroles. El cuadro estaba en plaza. Así lo encontró el alcalde con casi una hora de retraso. Tiempo que templaba los nervios 143


de los que esperaban, e hizo más grave la espera al plantarse bajo el dintel de la puerta y recorrer con su mirada el panorama sin haber dicho un buenos días. Quim, el secretario de la Asociación de Areros local, uno de los responsables de la protesta, lo invitó a que fuera ocupar su plaza y orientar el debate, si debate y diálogo podía haber entre los dos extremos. (En el fondo, los huelguistas de Sant Hilari Sacalm, aunque opuestos en ideas Políticas, le tenían respeto por ser uno de las menos malos que vivían explotando los trabajadores). Para añadir nerviosismo al ambiente, el «Corn de la Revolució» bramó con sones largos, llamando a unos y a otros a poner las discordias sobre el tapete. –Casi una hora llevamos perdida por dar gusto a los compañeros de Sant Hilari, que quisieron que el Alcalde, la máxima autoridad que encubre al esquirolaje, presidiera la asamblea, y continua ganando tiempo –gritó Peret de Osor, secretario de la Federación de Areros de la Comarca. Palabras que levantaron un remolino de protestas sobre la tardanza del Alcalde: –¡No hemos hecho docenas de kilómetros y hemos perdido la jornada de trabajo por la tranquilidad de un cacique! –¡Serenidad! –gritó Quim, levantándose de la silla, de una de las tres de la presidencia, añadiendo–: No hemos convocado esta reunión para arrear garrotazos, sino para alcanzar un acuerdo: que los amos sean amos de sus fincas y los trabajadores seamos dueños del valor productivo de nuestro esfuerzo. Intervención que fue seguida de un silencio general, hasta que el delegado de Arbúcies sugirió: –¡El Alcalde debería abrir la asamblea! 144


–Querría yo saber lo que pinto aquí –dijo el Alcalde levantándose–, y cual es mi trabajo. ¿Debo presidir? –¡No busque ganar tiempo y no haga perder la paciencia a la gente! –le reprocharon varios delegados al mismo tiempo. Quim se levantó otra vez de la silla y dirigiéndose al Alcalde le dijo: –¡No dé rodeos! Sabe bien de que se trata. Una semana hace que lo tiene por escrito en una petición que le hicimos. –Y como el Alcalde hizo unos gestos negativos, Quim añadió–: Y le recordaré, para conocimiento de todos los presentes, el contenido de lo que pide y exige la Federación Comarcal de Areros: a) Disolución de este sindicato de esquiroles; b) Que no haya rodellaire que ejerza el oficio sin estar asociado; c) Obligatoriamente se deberán hacer las ocho horas por jornada, y el mismo precio por carga según las cualidades del género ya estipulados en el contrato; d) Repartición del trabajo equitativamente, pudiendo el patrón escoger el encargado del tajo; e) La Federación se compromete y recuerda a todos los afiliados, que desde mañana, si de aquí sale el acuerdo, todos los asociados tendrán los mismos derechos y deberes sin discriminación por los hechos pasados; f) Y, por último, la patronal deberá pagar los gastos de los desplazamientos y las jornadas perdidas. ....................... Sería largo, y aburriría el lector, describir las intervenciones de unos y de otros; esquiroles defendiendo su posición: 145


–La ley nos permite estar asociados y no nos dicta ni precio por carga ni las horas que tenemos que de trabajar... Los patronos: –Libres somos de dar el trabajo a quien nos parece... Los huelguistas: –El antirepublicanismo ha creado exprofeso esta situación para destruir la a Germanor de Rodellaires, que data del siglo pasado; jamás se había intentado crear un sindicato amarillo... y encima trabaja a dos pesetas menos por carga y sin respetar las ocho horas por jornada, a satisfacción del patrón, que en contrapartida, les guarda los trabajos más cerca del pueblo, y despide a los cabezas duras republicanos... A Quim y al mismo Alcalde les era imposible ordenar el turno de palabras y calmar a los exaltados, prestos a servirse del garrote. La amenaza era continua. Los cuatro patronos no las tenían todas, y esquivaban la responsabilidad sobre los esquiroles, que si en principio resistían la pelea verbal, a la larga tomaron conciencia del peligro que corrían, ya que en su interior sabían que se comían el pan de muchas familias que tenían el derecho a la repartición de trabajos, como sucedía en tiempos pasados. Una pequeña calma fue aprovechada por Quim y el Alcalde para proponer una comisión de ambos grupos a fin de reunirse a parte y acercar posiciones. La ponencia fue aceptada y la reunión terminó como había empezado. Unos y otros se mantenían en la misma posición. Fracaso que encendió aun más el ambiente. Aquello no podía durar. La hora avanzaba. Los estómagos pedían comida. Miedo, cansancio y hambre entraron en la componenda, pues el Alcalde buscó reunirse con los del patronato y junto con el grupo de esquiroles en un simulacro de conciliábulo, saliendo de él la siguiente proposición: 146


–Se aceptan las bases presentadas por la Federación Comarcal de Areros, con las siguientes modificaciones a los puntos e) y f): e) Los patronos tendrán el derecho de poder escoger el encargado y dos compañeros más; f) La patronal solo pagará los gastos de los cinco cares, es decir, pagará el viaje. No faltaron de los amotinados quiénes no aceptaron. El debate se entabló entre los huelguistas. Pero no tardó en imponerse la razón, aunque la lógica de los inconformistas no estaba mal encaminada como no tardarían muchos meses a comprobarse. .................. El gozo desterró la violencia. La lucha se codea con los dos extremos; sangre y júbilo están en los platillos de la balanza. (El asesino por creencia o ideas canta sobre el cadáver de su víctima). Los dos extremos están en la pasión, a menudo fecundadas por unas necesidades vitales, como era el caso que nos ha ocupado. ¿De cuantas situaciones de gravedad he sido testimonio en este pueblo indomable? ¡Muchas! Sin embargo jamás se ha llegado a derramar una gota de sangre, incluyendo este segundo lunes de Octubre de 1933, ter minando las manifestación con cantos de victoria, pese de dejar vivir el microbio dentro el fruto. Esta impresión de dejar inacabada la gesta, pese a ser un pacifista y hombre de dialogo, ha sacudido siempre mi mente al oír los cantos de victoria, como si lo hubiese heredado con la decepción que tuve cuando niño al no pegar fuego a 147


los montones de fajinas que amenazaban quemar la guarida del cacique Rovira. También yo entonaba con los compañeros de Arbúcies al volver a nuestros hogares, a pesar de las sacudidas que daba el autocar debido a los virajes difíciles de negociar de aquella carretera que había visto construir, cuyo recuerdo me devolvió la imagen del arriero Xerric, que con su reata pasaba por encima del Pont de les Comes, momento en que dejé de canturrear para escuchar una voz interna: –¡Cuánta agua había pasado bajo el puente y cuánta pasaría, indiferente ante los problemas de los humanos! –¿No sería un simulacro más lo vivido?

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II CAMBIARON LA CAMISA DE LA REPÚBLICA «Se cosecha lo que se siembra», dice el refrán. No siempre es exacto, y menos en sociología. No obstante, yo coseché la represión que nos cayó encima a la mayoría de los que participamos en la huelga general. Los acuerdos firmados por la patronal fueron aguas de borrajas. Tenían el pandero por la mano, o el mango de la sartén... Dinero y mando. Alejando Lerroux (el traidor...), Gil Robles... y otros tantos y más Lerroux y Gil Robles cambiaron la camisa de la República; de República de trabajadores sólo llevaba el nombre. Los que estábamos en la lista, la llamaremos negra, cívicamente estábamos peor que bajo el reinado de Alfonso XIII. No por eso menguaron mis ideas republicanas. La República no era responsable si en las elecciones muchos de los que sufrían la explotación del caciquismo los votaron. La democracia tiene estos tropezones. Contrariedades que obligan a los románticos de la libertad a ser estoicos. Fíjense bien en la contrariedad que tuve, quince días después de la huelga: recibí la visita, en can Illa, de Pere de Ridecós, el amigo con quien íbamos de parranda con su Chevrolet, y que todos los inviernos yo hacía aros en su propiedad. –¿Qué te trae por ahí tan temprano? –le pregunté. No me respondió enseguida. Las palabras no le salían de su garganta. Por fin explicó el cerco que la patronal le hacía porque me daba trabajo...

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–...Pero eso me tenía sin cuidado; no iban a mandarme lo que debía hacer en mi casa –hizo una pausa para respirar–. Pero yo ignoraba el golpe que me iban a dar... –¿Dices golpe...? –reprendí. –Seguro que lo tenían preparado, pues, el comerciante, quién acapara las tres cuartas partes de la producción de rodells, y que domina a los demás, me dijo que rehusaba todos los aros fabricados por los Carboner por estar mal construidos. –Y es el capellán Guilla quién ha dicho tal barbaridad – intervino mi padre. –El mismo! –exclamó Pere. –¿Se atreve decir eso, éste, que le he quitado los mocos, éste, que le aprendí a hacer aros junto con su padre, mi amigo, éste? Le voy a arreglar yo, pon el auto en marcha y yo voy a pasar las cuentas el porque nos acusa de trabajar mal –decía mi padre fuera de sí. Pere quedó sorprendido de la reacción. Ni yo mismo esperaba tal protesta, aunque sabía que tocar el honor del trabajo a mi padre lo ponía fuera de sitio. Cuanto más de quién venía, de un hijo de su amigo, muerto ya, y que no olvidaba de la pelea que padre e hijo tuvieron en el tajo, él los separó para que no llegaran a los manos, día en que Salvador escapó del tajo, y cuando el padre volvió el sábado del trabajo, la esposa le dijo que el hijo estaba internado en el Seminario de Vic para estudiar de cura. Noticia que puso de mal talante al padre, no era amigo de los curas, pero la madre, rata de iglesia, se aprovechó de las circunstancias para catequizar al revoltoso hijo, así tendría una ayuda para subir al cielo. Mi padre estaba determinado a ir a dar una repulsa al capellán Guilla. Quizá solo veía en él el travieso muzuelo 150


que le había dado más de una lección del oficio de rodellaire, sin haber comprendido que aquel descamisado y correcalles se había vuelto el hombre más poderoso de la Comarca, dominando el comercio de los aros, de las empresas más fuertes de autocares que circulaban por las carreteras de la Provincia de Gerona, y administraba las grandes propiedades de Sant Hilari y de otras poblaciones, ya que los amos vivían en las ciudades. Y podría señalar de este cura, que sólo llevaba la sotana que creía en la doctrina de Cristo, tantas y tantas fechorías hizo, que las dejo en el tintero, remarcando, según rumores, que era un agente de la banca negra de la iglesia (hoy lo llamaríamos Opus Dei), ya que nadie se explicaba que un cura novato, al que dieron un puesto de enseñanza en la escuela de los curas (yo había ido un año con él), llegara en pocos años a amasar una fortuna tal, y un poderío, que todo lo que tocaba se transformaba en oro cual si hubiese dado el alma a Satanás como hizo Fausto. Debo decir que me costaron razones porque mi padre comprendiera que ni él ni yo debíamos ir a tener un careo con el capellán. Y si lo convencí fue al recordarle la jugada que nos hizo hacía un año con las sesenta cargas de aros que le vendimos, que al ir a cobrarlas, nos pagó un duro menos por carga, y con el despotismo: «¡Si no estáis contentos, los encontraréis en el puerto de Barcelona». De nada servía discutir con él. Por eso dije a Pere de Ridecós: –Has hecho bien de venir y ponernos al corriente de las maniobras que sufres. Trabajadores buenos para los aros no te faltarán. Yo tengo amigos que no están señalados como yo que estarán muy contentos... –¿Y dónde encontraréis trabajo vosotros? –me interrumpió Pere dando signos de preocupación. 151


–No nos faltará trabajo –le respondí, como si ya lo tuviera resuelto. El me miró a la vez, movió la cabeza negativamente. –Ya sé –le respondí–, que no encontraré trabajo en estos contornos. ¡Tranquilízate por eso! No hace muchos días que recibí una carta del amo del Bac, del padre de aquellas muchachas a las que tu contaste que yo el hijo d’en Naulet (te expliqué hace tiempo el hecho), en cuya carta me propone alquilar la masía Foravila que está libre y que el propietario vecino y amigo suyo está de acuerdo; ya puedes ver la coincidencia. –¿Pero no te encontrarás con los mismos problemas? – preguntó Pere. Era de esperar; pero, a menudo, el cambio de aire sanea el ambiente. Y para tranquilizarle, y tranquilizar a la familia, añadí: –Según informe, el propietario, Pol, del mas de Foravila, es un hombre liberal como tú, Pere, y también votó por la República el día 12 de abril, como hizo mi padre. Lo demás espero que se resolverá –terminé diciendo. ...................... Efectivamente, todo se resuelve, todo tiene una solución, bien o mal. Dolores de cabeza no faltaron: hacer viajes para ver la masía, tratar con el patrón, organizar el transporte de muebles y herramientas, prever el camino hacer al acompañar dos hermanos las vacas en trashumación de una finca a la otra, unas buenas tres horas de andar, y tantas cosas más llevaban los cambios de masía. Sin embargo no eran para mí estos trastornos el mayor problema, ya que la comunidad de uno para todos y todos 152


para uno que nos unía tenía la capacidad de sobrellevar esto y más. Lo que me preocupaba era lo sentimental: Ya no podría ver todas las semanas a la moza que ya he descrito con quien había pensado casarme. –¿Y si me caso antes de irnos a Foravila? –pregunté a la familia sentada alrededor de la mesa, en medio la cazuela de arroz humeando. Cuando mi madre iba a llenar los platos, dijo con el cucharón lleno de arroz: –¡Preferible mañana que no pasado mañana, por si cambias de idea! No pasaron muchas mañanas sin que la comunidad de los Carboners tuviesen un miembro más para emprender la campaña de Foravila, aunque no pasaron muchas semanas más sin que perdiéramos a mi hermanita Rita, enferma desde el nacimiento. .................... Así la familia Carboner dimos la espalda al boicot yendo a vivir a Sant Feliu de Buixalleu, en el corazón de La Selva, una parroquia de 99 masías perdidas entre los bosques de alcornoques, encinares y castaños. En una de ellas encontramos refugio. Cuya casucha, llamada Foravila, estaba más arruinada que las tierras en yermo, con tales rajas en los muros que los murciélagos podían entrar y salir sin pedir permiso. Pero pese a su mal aspecto, su posición geográfica, arrimada a un montículo cara el levante y las tierras de cultivo a unos doscientos metros de sus viejos muros, nos gustó, ya que con yeso tapamos desde el interior las rejas, y de una gran pieza en la parte derecha del primer piso, o piso granero, con planchas de madera hicimos cuatro habitaciones, donde en invierno no sentían el frío los que las habitaban, puesto 153


que debajo había la cuadra con seis vacas. Cuadra que estaba a la derecha de la entrada principal, y en la izquierda una cocina comedor espacioso con una grande chimenea y el correspondiente horno para cocer el pan que yo pastaba, pues mi madre estaba muy gastada de tanto trabajar para dar vueltas a la pasta. Finca abandonada de cuatro sacos de sembradura (doscientos cuarenta quilos de trigo) y de buena tierra, con árboles frutales, la vid que nos daba vino, y los olivos aceite para el año; pudiendo mantener seis o siete vacas, unos cerdos y los animales volátiles y de pelo acostumbrados en las masías. Lo espectacular de este abandono, tierras y vivienda de los payeses, estaba en que la destartalada casucha estaba arrimada, cual se apoyase para no caer, con los muros de una torre señorial, y adjunto había un parque espléndido, lujoso y bien entretenido, con una baranda–mirador, desde la cual se veían las tierras, los bosques, y varios pueblos de las llanuras de la Comarca de la Selva, y, alargando la vista, los días claros se veían las aguas del Mediterráneo. Contraste entre la vivienda de quienes trabajaban las tierras, y los propietarios que se divertían mirando como les trabajaban sus bienes. Sin embargo ambos se necesitaban debido a la imposición de la ley que exige al desposeído obrar para el poseedor. La injusticia histórica aunque le cambien el color o la expresión del vocablo. Como le ocurría en aquellos momentos, que habían cambiado la camisa de la república, llamarla República. Justamente coincidía en Foravila la imagen del encuentro de dos sensibilidades republicanas que habían votado el 12 de Abril de 1931 republicano: la casucha de los desposeídos arrimada a la torre de los poseedores. Encuentro 154


circunstancial. Momentos en que los humanos, inducidos por las necesidades de cada uno, andan juntos un pedazo de camino. ¿Los Pols, propietarios, y los Carboners (Rotllant), arrendatarios, se conocían cuando hicieron el contrato? Sólo por referencia. No se habían visto jamás. Pero los unos necesitaban alojamiento y trabajo con el mínimo respeto personal, y la familia Pol necesitaban que les trabajaran las fincas y los bosques sin avance salarial, hasta no haber vendido el producto, puesto que la vida de despilfarro, automóvil y lujo excesivo, les tenía la bolsa en seco... Situaciones claves que dieron personalidad a cada uno en el contrato y en la relación vecinal: Ni enemigos ni amigos en el deber de cada uno. ................. El primer lunes de Febrero de 1934 emprendimos la tarea, de roturar la finca. Mis tres hermanos cortaban zarzas y arbustos que invadían las tierras, mi padre y mi mujer quemaban toda la broza que ellos cortaban, y yo iba tras el tajo labrando con el par de vacas, que hacían chirriar el yugo y sudaban por lo duro que resultaba reventar el yermo. Hora tras hora, día tras día cambiaba la fisonomía de aquellos campos cual hubiese pasado un vendaval. Ni una bomba que hubiera hecho temblar el municipio hubiese despertado más curiosidad. ¿Quiénes eran aquellos extranjeros, aquellos desconocidos que según voces decían venir de Sant Hilari Sacalm, pueblo de veraneantes? El murmullo iba a galope: los antirrepublicanos decían: «...es un bluf esa fogosidad en el trabajo; ya se calmarán; los 155


revolucionarios no quieren el trabajo, sino repartirse lo de los demás». Cuanto los tibios o los indiferentes en política no daban otra opinó: «... trabajar bien sí saben hacerlo». Los únicos que nos defendían contra viento y marea, eran los pocos que no tenían miedo de decirse republicanos. Fue el siguiente domingo que empezaron a conocernos. Nuestros padres asistieron a la misa de nueve mientras los cuatro hermanos roturamos hasta la hora de comer el arroz que mi mujer guisó. Luego fue nuestro turno de festejar el domingo, de aprovechar la tarde para personarnos en la parroquia (teníamos una media hora larga de andar) y coger contacto con la vecindad, la cual se reunía, en principio, en la única plazuela con tres acacias en el centro, la escuela a un lado, tras ella una masía a cien metros entre los campos, y en el otro lado de la plaza la iglesia rodeada del cementerio, con dos viejas y modestas casas arrimadas al muro, cerrando el grupo de edificios un establecimiento que hacía las veces de hostal, comercio y gran almacén, cuyos bajos serían de depósito de mercancías del hostelero, y, en lo alto, la sala de baile donde un pianillo a tambor no se cansaba de aportar notas a los danzarines todos los domingos por la tarde. Cuando entramos los cinco de Foravila, los cuatro hermanos y mi esposa Rosario, saludando a los inmediatos, no quedó nadie en la sala que no nos mirara. Causó un efecto inquisitorial el ser inspeccionados por tantos ojos interrogadores. El único romántico y altruista era el pianillo que no paró de llenar el local de puntos y contrapuntos de un pericón, cuyos aires me dieron motivo de coger a mi esposa y danzar sin que las miradas de los mozos y mozas nos dejaran de observar, quedando servidos si sabíamos o no marcar el pericón. 156


Todo lo desconocido suscita un posicionamiento psicológico: te cae simpático o antipático, y en los pueblecitos eso pasa con más agudeza. El hilo fue roto. Un pasodoble sucedió al pericón. Mi hermano José se puso de pareja con mi esposa. Yo, bregado a las correrías de una feria a otra, conocedor de la bailadora por sus movimientos, fui a pedir el baile a una rubia de ojos chillones, que por automatismo se cogió en mis brazos, a la vez cambió de colores en su rostro, que luego de haber dado la primera vuelta a la pista, no bailaba mal, le dije con media sonrisa: –Pensaba que me ibas a dar calabaza. –Ni lo pensé –respondió tranquila–, ni esperaba la invitación. Terminada la danza, y una vez acompañada la bailadora hasta la silla donde la había encontrado, se me acercaron dos gallardos mozos de sobre unos veinticinco años cumplidos, y me invitaron a tomar un vaso. «¿Qué querrán», pensé. Pero no era cuestión de rehusar aunque no supiera de qué se trataba, ni quiénes eran por verlos por primera vez. En la mesa de la taberna en que fuimos a tomar asiento, la más aislada en el fondo del local, habían dos hombres sentados, uno de unos dieciocho años y el otro pasaría de la cuarentena, dándonos las buenas tardes los dos, y, sin darme tiempo de volverlas, el más cuadrado y algo rubio de los que me invitaron a beber un vaso, llamado Jaume, me dijo: –Hemos tenido suerte que vinieses a parar a este país perdido –y levantando el vaso de vino tinto brindó por la amistad que nos debía unir. Yo también levanté el vaso, y con un movimiento de cabeza y de hombros me adherí a al brindis. 157


–Telleda de Arbúcies, que es amigo tuyo y mío, me ha escrito una carta una carta refiriéndose a ti, cuyo contenido puedes adivinar. –Tiempo es que hagamos algo aquí –susurró un tal Terragrosa sin darme tiempo de opinar sobre la carta, cuyo contenido debía saber según Jaume, el yerno del propietario del Bar. En estas, el más joven, de nombre Xavier, se dirigió a Jaume: –Cuando me diste a leer la carta ya vi el sindicato de trabajadores del bosque y el partido republicano organizados. –Mucho corres, le interrumpió Juan, el cuarentón, con palabras pausadas. Y el cambio de propósitos continuó unos minutos, yo aun no había despegado los labios, cuando Juan propuso en baja voz: –Eso lo vamos a dejar para otro día, pues hay muchas orejas alrededor. Las precauciones de Juan me anunciaban un compañero de entendimiento y de sólida personalidad. No me equivocaba por el apoyo humano y social de la lucha solidaria que deberíamos enfrentar en un próximo futuro. No es que coincidiéramos en todo. Nadie es idéntico a otro en sentir. Él era un católico practicante, que no quiere decir un fanático católico; yo un librepensador, cada día más alejado de la metafísica y de los dogmas y de las teorías concretas que definen algunas filosofías. Él era un pequeño propietario, que cultivando sus tierras nutría la familia, casado y con tres hijos; yo debía trabajar la tierra de otros para adquirir unas partículas del esfuerzo. No obstante, él y yo estábamos identificados sobre la libertad, los derechos y deberes del hombre bajo una humana sociedad. 158


Una semana después pude valorar el grado de capacidad que Juan tenía como organizador. Cual una batida de caza (yo no soy cazador) nos encontramos veintiuno reunidos en el bosque del Viejo Castaño, saliendo de ello las bases de la Asociación de Trabajadores del Bosque, que dos meses después serían legalizadas por la Consejería del Trabajo Provincial. Cuando lo comuniqué a mi padre por la noche, y que no me pude escapar de aceptar el cargo de secretario por ser un conocedor del funcionamiento sindical, muy seriamente mi padre me dijo: –¡Prepara las maletas para cambiar de aires! Tenía razón; pero le contesté con una mueca y un movimiento de cabeza como diciendo «Somos o no somos». Me respondió también con una mirada entre higos, se levantó y, cojeando, se fue a la cama. Yo me fui a ver las vacas, mi mujer y hermanos ya estaban recuperando fuerzas, recoger el heno, que comiendo habían echado al suelo, para ponerlo al pesebre, y después de aparejarles la cama con paja y de darles unas palmadas en las ancas, en particular a las del trabajo, como si les diera las buenas noches, como lo hacía cada día, también me fui a recuperar energías, ya que a las seis de la mañana siguiente debíamos estar comiendo la tostada. A pocas semanas de haber organizado y estar legalizada la Asociación de Trabajadores del Bosque comprendí la clara evidencia que tuvo mi padre sobre la inoportunidad de haber creado un sindicato en aquel contexto político, cuando en nombre de la república y del Orden Nacional, el gobierno Lerroux abrogaba las reformas sociales y humanas que se habían decretado desde el 14 de Abril de 1931...; la más 159


importante para los agricultores, la Ley de Contratos de Cultivos, es decir, agraria. Porque si el origen de la creación del sindicato era en dirección a la defensa de los trabajadores del Bosque, todos sus asociados éramos agricultores también, fuera de familias numerosas, fuera de fincas pequeñas que daban a la familia vivir de la producción de la tierra. He ahí el doble combate que se encontró la Asociación recién nacida. Teniendo en cuenta que era la primera organización de inspiración republicana, aunque apolítica (la política está en todo) que existiese en el municipio de Sant Feliu de Buixalleu, compuesto por tres parroquias: Grions, Galserans y Sant Feliu de Buixalleu, ésta última tenía más habitantes que las otras juntas; pero la sede del Ayuntamiento estaba en la parroquia de Grions, en el extremo del término municipal, a dos kilómetros del centro de Hostalric. Convenio antiguo entre las tres parroquias debido a que, en aquel entonces, Hostalric era una plaza militar y semanalmente había un próspero mercado en donde los agricultores del contorno vendían bien sus productos. No hay necesidad de decir la mala acogida que tuvo esta organización de defensa de los trabajadores por los caciques, señores de todos los tiempos y bendecidos por el párroco. Nada de extrañar que los responsables nos inscribieran en la lista negra por cuando llegara el momento de las tornas. Debo señalar que la cabeza pensante de los caciques era el amo del mas llamado Buixalleu. De esta casa feudal el municipio heredó el nombre. Y si bien era más instruido y capaz entre los ricos propietarios para estar en la cabeza del mando, siempre estaba en segundo plano, cuando no en la sombra, pero nada se hacía sin su opinión, esto si no era él quien lo había propuesto para no decir ordenado; no le faltaba un 160


segundo como vocero, o fustigador. Eso en el extremo, puesto que diplomacia no le faltaba, y no tenía escrúpulos para comprar un enemigo y ponerlo a su servicio. De ello tengo recuerdo experiencias que más adelante relataré. Pero vamos al intento de seducirme, estando ya en marcha la Asociación de Trabajadores del Bosque hacía un mes. Había oído hablar de él pero no conocía su persona. Y por casualidad nos encontramos los cinco amigos sentados en la misma mesa de aquel día que nos conocimos y brindamos la fraternidad, cuando un automóvil se paró al lado de las tres acacias de la plaza. –Es Buixalleu –dijo Juan a media voz. –Qué viene a buscar por ahí el domingo por la tarde? – preguntó Jaume. –¡Si fuera por la mañana y a la misa de nueve se explicaría! –comentó Terragrosa. –No gasta la gasolina para nada; algo le debe preocupar! –afirmó Xavier. Yo no tenía nada a decir, y poco me preocupaba. Sin embargo, al ver que a paso firme se dirigía hacia el hostal, sin yo premeditarlo, mi vista se entretuvo en el personaje a medida que venía hacia nosotros: no debía haber llegado a los sesenta, mediana estatura y de musculatura bien proporcionada, con una cabeza algo ovalada y poblada de bigotes tordos como su caballera, y con unos ojos de mirada escudriñadora. –Buenas tardes a todos! –saludó con voz cristalina y simpática. –Buenas las tenga, señor Buixalleu –le respondieron casi todos los allí presentes. Yo le respondí a media voz: «Buenas las tengamos», sin señor. 161


Las conversaciones y las partidas de cartas hicieron un descanso para atender las ocurrencias: si la primavera se anuncia buena; si la lluvia viene a su tiempo, el trigo, las patatas, el maíz, si... Hablando con unos y otros hasta dejarse caer en nuestro corro, que luego de cambiar algunas palabras con Juan y Terragrosa me dijo: –Si no me equivoco, vos debéis ser el masover de Foravila. –Ha dado en el clavo –respondí con normalidad. Y después de un cambio de opiniones sobre el trabajo y lo agradable del país a pesar de no tener las comunicaciones necesarias, se despidió de unos y de otros con un «pasarlas bien». Las charlas y las partidas de cartas reemprendieron su curso, para muchos como si no hubiese venido. No fue lo mismo entre los cinco amigos: –Algo lleva en previsión bajo el sombrero –comentó Joan. –¡Lo extraño que haya sido tan afable y que nos haya ofrecido unas palabras cuando sabe quiénes somos! –opinó Jaume. –¡No seáis ilusos, ha venido a conocer a Foravila! – comentó Terragrosa. Cuyo comentario me hizo sonreír y decir: –¿No exageras, Terragrosa? –Yo pienso como Terragrosa –afirmó el joven Xavier. –Lo que sea sonará –respondí, y como era hora de volver al mas, me despedí de los amigos. Pero a medida que me acercaba a Foravila, la luz del día se iba a otras tierras, se iba agrandando en mi mente el cambio de palabras y la presencia del encuentro con Buixalleu. Incluso lo comenté entre la familia cenando. No obstante el trabajo del lunes en preparar las tierras para la siembra, con 162


el esfuerzo y puño firme sobre la esteva para que el arado abriera el suelo, no me vino ni en la memoria el encuentro con él. Estaba entusiasmado del buen aspecto que daba la tierra labrada, como si surco tras suco abriera los brazos a fin de estrechar las semillas en sus senos como hace la madre con el hijo recién nacido. No sabría explicarme ni sé por qué cuando labraba la tierra (y aun hoy cuando con el pico y el azadón cultivo el huerto y el jardín), me embargaba una sensación de agradecimiento, de esperanza creativa de nuevas vidas vegetales, sensación muy parecida a la de coger un libro y con paz interna ponerme a leer; ambos momentos, el trabajo y el saber, la tierra y la cultura, lo inmediato y más allá palpitan en mí al sentirme rodeado de la generosidad de la naturaleza al poder tocar y ver nuestra obra y a la vez habernos dado las facultades de viajar por el espacio que nos cobija a todos. Y no iba desacertado aquel filósofo griego: «La agricultura y el saber son la base de la vida». En aquel entonces pocos libros había tenido en mis manos. Pero el estímulo de agradecimiento que me daba la tierra por trabajarla, aunque no fuera mía, me pagaba largamente las gotas de sudor que caían sobre ella. «¿Qué cosecha nos dará?», estaba pensando, cuando de entre los alcornoques vi salir a Renau con la escopeta al hombro, y tras él un perro de caza. Paré la yunta y le pregunté, sin esperar que me saludara, ya que estaba a unos cincuenta metros: –¿No me dijiste ayer que hoy no ibas a cazar por tener que labrar el campo del lado del carril? –Esta era mi idea. Pero luego que nos dejamos topé con el propietario Iglesias (la masía a unos doscientos metros de la Plaza de las tres acacias) y me dio un recado para ti. 163


–¿Tan importante es que hayas dejado la labor? –Tú juzgarás, puesto que... –y no terminó la frase. Raro en él que de palabras tenía para vender. Su mutismo me chocó. No imaginé nada malo. Le tenía aprecio por ser uno de los que no nos cogió como extranjeros. Hasta tal punto tenía las puertas abiertas en casa, que por uno más allí, nos visitaba, en particular cuando la caza, porque si no éramos cazadores en la familia, de dos perros que teníamos, había uno de los mejores del contorno, y siempre venía a buscarlo. Además, era un miembro del sindicato desde el primer día en que se organizó. Algunos minutos transcurrieron hasta que explicó el motivo de su visita: –Pienso que debes estar al corriente de que existe en el pueblo una Mutualidad de San Isidro en ayuda a los enfermos. Yo soy miembro y de la junta. En la reunión que tuvimos la semana pasada, uno de peso del pueblo propuso que te invitasen, y si aceptabas, podrías ocupar un puesto vacante de la junta... –¿Y qué te retenía de decírmelo ayer? –le corté con tono algo cansado. –El encargado era Iglesias –contestó sin tapujos, añadiendo–: Nada vas a perder de aceptar... Le miré de tal manera que comprendió que era mejor no continuar por tal camino. Dijo: –Buena es esta tierra, debe dar buena cosecha, de la manera que la trabajáis. –Si el tiempo la acompaña, debe dar, por lo descansada que está. El problema es el agua, porque si no llueve a su tiempo, por buena y bien trabajada que esté, la tierra no hace milagros. 164


El cambio de opiniones no pasó del circuito de las fincas de secano, que excepto las propiedades que lindaban la riera de Arbúcies, quedaba en su mayoría dentro del término municipal Feliu de Buixalleu, y había años que se traban para el sol. Al poco rato se fue por donde había venido, y yo arreé la yunta de vacas teniendo la esteva bien empuñada mientras pensaba en la extraña visita. ................. La Asociación de Trabajadores del Bosque tuvo el primer conflicto a finales de verano de 1934. Una insignificante reivindicación de un duro semanal de suplemento que los destraleros profesionales de arrancar el corcho de los alcornoques pedían a los patronos, suplemento prometido según acuerdos anteriores al inicio de la campaña. El montante era de 160 duros a pagar entre cinco propietarios, correspondiente a 8 semanas de seis días de trabajo y de diez horas de jornada, por 20 destraleros. Representaban unas migajas en comparación el penoso trabajo bajo los soles de Julio y Agosto, y el importante valor del producto laborado. Por unas necesidades de la siembra de otoño, era un martes y a las últimas horas del sol, me fui a la Parroquia hacer el encargo al hostelero y comerciante a la vez que nos aprovisionaba de abonos y semillas a los agricultores que no teníamos tartana, ya no hablo de automóvil, para ir a la feria de Hostalric o Arbúcies, mercados a casi dos horas de un buen andar. Dando la casualidad de encontrar en el hostal a Juan y Xavier cambiando impresiones sobre el conflicto con un viejo de unos setenta años, casi sin carnes pero de pie 165


firme, y cuando clavaba el hacha al alcornoque para desollarlo, se podía medir con no importaba que destralero práctico. Tenía tal experiencia, más de cincuenta veranos de oficio, y tal golpe de mano que jamás hería la segunda piel del alcornoque. Al verme Juan a unos pasos de ellos, me dijo: –Llegas a punto. Escucha lo que dice Vicens. –Lo escucharé y le he escuchado siempre por la sensatez de sus enseñanzas. –Poco puede enseñar un viejo analfabeto que ya está chocheando –dijo con poca voz el abuelo. –Deja a parte la modestia y da tu opinión sobre por qué los patronos no quieren pagarnos el duro de suplemento acostumbrado cuando cosechas de corcho son buenas, como este año –insistió Juan. –Ya te he dicho que era para haceros la puñeta. –¿Para ir contra la Asociación de Trabajadores del Bosque? –interrogó Xavi. –Vosotros jóvenes no conocéis lo que son capaces de hacer si no obedecéis... La llegada de otros agricultores hizo que Vicens dejara de comentar y los amigos y yo cogiéramos el camino de vuelta luego de haber hecho los encargos. Comentamos las palabras del abuelo durante un pequeño cuarto de hora, hasta donde el camino se bifurcaba, y cada uno debía seguir por su lado. El punto de vista que era un ataque al sindicato lo compartimos en seguida, como comprendimos que tendríamos un futuro duro a pelar debido al gobierno derechista que destruía todas las leyes favorables a los explotados que la República había decretado en dos años, dando alas a los caciques. 166


Lo más difícil del hombre es la evolución mental, y cuanto más inculto y más alejado de los centros urbanos más encasquillado está en lo tradicional, lo que nos pone en juicio lo cerriles que eran los poseedores de las tierras y bosques, como del futuro de los habitantes de estas masías perdidas en la selva al considerarse amos y señores hasta el extremo de creerse que gracias a ellos podían trabajar para vivir. No hay regla sin excepción. En Sant Feliu de Buixalleu los había humanos, capaces de admitir la evolución; pero su peso era poco para contrarrestar la corriente feudal. El conflicto, en lugar de zanjar las diferencias, se extendió. A la protesta de los destraleros del corcho se sumó la de los que trajinaban las pencas de corcho hasta el sendero donde los machos de albarda podían transitar, y luego y luego hasta llegar a una huelga general de todos los trabajadores del bosque de Sant Feliu de Buixalleu en solidaridad con los destraleros; huelga que coincidió con el levantamiento de los mineros de Asturias de 1934, y que tuvo repercusión en todo España.

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III SE ASESINABA BAJO LA BANDERA TRICOLOR En Sant Hilari Sacalm, en Arbúcies, en Hostalric, en Breda, en Santa Coloma de Farnés, en Riudarenas, en todos los pueblos grandes y pequeños de alrededor de Sant Feliu de Buixalleu sabíamos que se detenían y encarcelaban a los republicanos y sindicalistas destacados. Por cientos llenaban las cárceles de Gerona en este mes de Octubre de 1934. También esperábamos nosotros con el ato presto para cuando la guardia civil nos viniera a detener; no pensábamos ser una excepción. Los días pasaban y las noticias, llegaban siempre con varios días de retraso, ya que ningún compañero recibía periódico ni poseía aparato de radio. Estábamos a la expectativa sobre los acontecimientos de Asturias, donde los mineros eran masacrados por parte la legión extranjera a las órdenes de un tal general Francisco Franco Bahamonde: se asesinaba bajo la bandera tricolor al pueblo asturiano por querer defender la República de Trabajadores, como proclamaba el Primer artículo de la Constitución. La esperanza del 14 de Abril de 1931, tres años y medio después se trocó en una dramática desesperación, en Asturias y en Cataluña en particular, sin olvidar las represiones que sufrieron las demás regiones de España. Donde se derramó más sangre fue en Asturias. Allí estaba el llamado General Franco aprendiendo el saneamiento que por Dios y la Patria haría al autoproclamarse Caudillo una vez derrotada la República. Si en Cataluña no se derramó tanta sangre, la persecución no tuvo límites: la Autonomía fue barrida con un escobazo y su presidente, Lluís Companys, condenado a la pena de 169


muerte, y los Consejeros encarcelados como todos los fichados peligrosos: republicanos, socialistas, ugetistas, cenetistas, anarquistas, poumistas, y quizá algún comunista (en Cataluña había pocos en aquel entonces), pero sí detuvieron los libre pensadores y pacifistas, y tanta gente detuvieron, que al faltar cárceles, habilitaron viejas embarcaciones, con lo que las autoridades de Dios y Patria en el Orden Castrense preveían un ahorro de balas y pólvora en caso de una condena colectiva a muerte (es decir, hundiendo los barcos en lugar de fusilar). Trabajo no faltó para la guardia civil con las miles de detenciones, requisas, y toma de declaraciones, ya que no hubo ningún pueblo por pequeño que fuera donde no hubiese presos que yo conociera, excepto Sant Feliu de Buixalleu, que día tras día esperábamos nuestro turno. No es que deseáramos que nos llevaran maniatados a chirona. Nada de eso. Pero sí que había un interrogante que no llegábamos a responder. En particular que no me encerrasen a mí, cuando fui el promotor de organizar la Asociación de Trabajadores del Bosque y de la huelga que paralizó los trabajos del bosque, y señalado desde Sant Hilari, era algo que no llegaba a explicarme. Pese a que cada vez que teníamos que ir a un interrogatorio de la guardia civil, al Ayuntamiento, cerca de Hostalric, una hora y media de andar nos decíamos Juan y yo: –Hoy Bajamos estas montañas, ¿las subiremos después de las declaraciones? Eso queda por ver. Y efectivamente, volvíamos a subir aquel sendero tan transitado, opinando: –La próxima vez no volveremos a subir. Y era de esperar por las tantas veces que nos hicieron hacer el viaje, y con interrogatorios cada vez más 170


amenazantes, haciendo de tripas corazón y un estoicismo individual ante el terror de los tricornios, una pareja interrogándote y otra fusil en mano como fuéramos de la banda Bono. Teniendo en cuenta que requisaron todas las escopetas de caza de los republicanos, pasamos meses de intranquilidad. No era exclusivamente por la represión. Te acostumbras a ella como a pasar hambre cuando no hay otro remedio. La intranquilidad interna eran unos negros nubarrones que oscurecían la ilusión que había germinado al llegar la República. Todo se derrumbaba pese a que ondeara la bandera tricolor. No eran pocos masoveros que tuvieron que endeudarse o vender vacas para pagar al amo de la finca los derechos que le habían dado la Ley de Contratos de la Tierra, de Conreus en Cataluña, pagos inmediatos y sin escrúpulo, arruinando el progreso de muchas familias. Para mi era inconcebible, que aquello pudiera pasar bajo una república; ya no hablo en una sociedad que se dice humana. El ideal se alimenta en la candidez y en la ignorancia. Pero, ¿puede vivir un humano sin ideal, sin la dosis de utopía que viste de esperanza el existir? ¿Comprendíamos aquel grupo de entusiastas lo que era la política, el sofisma de gobernar o de domesticar a los pueblos? ¡Qué íbamos a comprender y saber si no habíamos tenido instrucción, ni el tiempo de tener un libro en nuestras manos, excepto el libro de la vida, en el que cotidianamente volvíamos una hoja manchada de sudor y de sinsabores! .................... El último sábado de Febrero de 1935, sería aquello de las cuatro de la tarde, estábamos trajinando estiércol en 171


preparación de la siembra de primavera, el cartero me trajo una convocatoria semioficial para una reunión a las nueve de la noche de aquel mismo día en el edificio de la escuela de la parroquia. El cartero no me pudo decir o no quiso decir de lo que se trataba. Mi primera reacción era no ir; pero la opinión de mi padre y de mis hermanos fue la contrario, incluso Francisco me quería acompañar, que yo no quise porque era el día que iba a festejar con su novia. No obstante, antes de ir a la reunión, luego de haber cenado, fui a llenar el pesebre de las vacas de rama de encina mezclada con paja, y hacer juguetear el gordinflón José, nuestro hijo de pocos meses, que al coger al camino de Sant Feliu, tuve dificultad de hacer comprender a Pelut, un perro muy bueno de caza, que no podía llevarlo conmigo, pese de la compañía que me hubiese hecho aquellas horas de noche andar solitario por el carril bordeado de bosques oyendo solamente el despertar de la vida nocturna: el mochuelo se comunicaba con el mochuelo, el gato montés con el gato montés, la zorra...; voces interrumpidas por una ráfaga de viento al hacer chirriar las ramas de los árboles. Y mientras andaba, de trecho en trecho, también en mi interior había una voz que se preguntaba: «¿Sabes a dónde vas? ¿Quién ha convocado esta reunión y por qué?» Más de una vez entre la media hora de camino me paré y volví la cabeza por si deshacía el trayecto hecho, para volver a avanzar reflexionando como lo hacía. Por instinto, por esta intuición natural de observación al pisar en terreno desconocido, es decir, en algo que viene sin saber lo que viene, no fui directamente a la escuela, lugar de la reunión convocada, sino que di la vuelta al hostal viejo para salir a unos veinte pasos del edificio nuevo dé poco 172


construido, del cual oí un jolgorio de voces, y por algunas palabras que capté y algunos personajes que vi a través de los cristales comprendí que se trataba del banquete del cierre de la caza. Cada año se celebraba este encuentro: festejar la muerte de volátiles fauna de pelo. No estaban todos los cazadores brindando este año. A los republicanos les habían hecho entregar las escopetas, y por eso no podían estar en la fiesta, como no pudieron corretear montes y valles buscando el descuido de la fauna. Con los gritos y las imágenes que vi a través de los cristales, aunque no hubiese visto ni oído, sabía la mezcolanza que albergaban: pobres y ricos, explotados y explotadores bebían y cantaban al unísono. Ambiente que me puso triste. No pude comprender que los trabajadores estuvieran en pleno jolgorio mientras las cárceles estaban llenas de compañeros sólo por el hecho de querer derechos y deberes para todos. Pensamiento que me acompañó hasta las tres acacias de la Plazoleta. Los perros de los masoveros de can Iglesias se pusieron a ladrar, y se fueron hacia mí disminuyendo la violencia de sus ladridos hasta hablarme amistosamente al olfatear mis pantalones de pana gruesa. Nos conocíamos. Eran de un amigo que tampoco pudo ir a la caza por haberlo desarmado al ser republicano. –¡Ya está bien! –les dije, dándoles unas palmadas en los hombros– Ahora os vais a descansar a los pajares y vigilar el mas. No pude evitar de seguirlos con la mirada mientras se hundían en la oscuridad de la noche, eran bien las nueve, chocando mi vista con la masa compacta que formaban los muros del cementerio, de unos tres metros o más de alto, y de la iglesia en medio del campo de los muertos. 173


Pese a que no estaba lejos, tanta era la oscuridad, que tuve dificultad de contar los seis escalones que debían subir los creyentes para ir a arrodillarse ante el cura, un cura cincuentón y muy campechano, que con su andar demostraba que había guardado vacas en la casa agrícola de sus padres, cuando aún vivía en las tierras ampordanesas. Cuando uno está navegando sin brújula, o va adonde no querría ir, no faltan motivos inconscientemente para detener el reloj. Y me digo: ¿a qué venía la preocupación de contar los escalones si yo no había entrado nunca en esta iglesia por miedo que las tejas me cayeran encima y me aplastasen? Pero mi impotencia de detener el reloj del tiempo, ya eran las nueve muy repicadas, me aconsejó de entrar en la escuela a ver los ocupantes del momento, pues había oído voces y salía luz entre las rendijas de la ventana. El silencio que se impuso me hizo comprender que me esperaban. Yo saludé y me devolvieron el saludo los ocho parroquianos, conocidos todos por su manera de ser, de pensar y por la situación económica de cada uno, estando agrupado en dos corros: los propietarios Roquet y el Cacique Buixalleu cuchicheaban con cuatro agricultores arrendatarios; a parte, en los últimos bancos del aula, estaban Joan y Terragrosa, serios y sin abrir los labios. No pude evitar preguntarme internamente: «¿Qué novedad me espera?» al tiempo que fui a sentare al lado de Joan. Renau, uno de los cuatro trabajadores, de quién ya hablé porque vino a invitarme a ingresar en la Hermandad de San Isidro, haciendo alardes de republicano por haber votado dos veces, según él; fue quién rompió el fuego: –Pensaba que no vendrías, al no ser puntual como es tu costumbre. 174


–No tenía motivo al ignorar de lo que se trataba –y acentuando las palabras añadí–: Puede que si hubiese conocido el asunto no me hubiera molestado en venir. –A nosotros dos nos pasa lo mismo, objetó Terragrosa. –Espero que nos lo van a comunicar –añadió Juan–, si es que no esperan el alcalde o la pareja de la guardia civil, como pensaba encontrar aquí. En lugar de responder la insinuación, cual empujados por un resorte, todas las miradas allí presentes interrogaron al cacique Buixalleu: los cinco que lo acompañaban por miedo de meter la pata, y los tres asociados en sentido de acusación. Buixalleu, a quien no le faltaba inteligencia ni astucia para manejar la situación (era una de las cabezas de la Provincia que no quería cargos de primera línea por preferir estar a la sombra con las riendas en la mano) no se inmutó por las miradas, e indiferente dijo: –Renau y Pons os explicarán con más detalle los planes que llevan entre manos. Yo no soy más que un intermediario, como el señor Roquet, que si estamos aquí, es simplemente por petición de ellos, como nos rogaron que interviniéramos para convocaros... –Y lo hicimos de buen grado –intercedió Roquet (un mediano propietario, campechano y buena persona, pero se dejaba llevar como un perrito– ya que vimos la ocasión de hermanaros... –Eco del rico cacique. –Eso es –afirmó Buixalleu. Propósitos que dejaron una: pauta de espera, interrumpida por la voz de Renau, el cual se puso a detallar los motivos de la convocatoria, no pudiendo ir hasta el final de la intervención puesto que le interrumpí: –¿Se trata de formar una corporación de trabajadores, es decir, una asociación? 175


–Ni más ni menos –afirmó Pons. –¿Para qué otra si tenemos ya una legalizada? –intervino Terragrosa, mosqueado. –¡Está fuera de la ley! –refutó Renau. –¿Qué ley, si no es la de los fusiles de la guardia civil? – acusó Joan. –¡Dejad de polemizar! –intervino Buixalleu para cortar el mal camino que cogía la reunión, añadiendo:– Será mejor que lo pensáis y siempre podréis contar con nosotros. –¿Qué queréis más? –añadió Roquet. –Efectivamente, no hay materia para discutir –dije apaciguando mi genio a punto de estallar–, por lo que me toca a mí, porque si tuviera que decir algo sería rogar a los que mandan que dejan al pueblo libre como estaba antes de los hechos de Asturias del año pasado. Palabras que fueron mis buenas noches, pues no les dejé ni tiempo para que me respondiesen antes de darles la puerta por las narices. Aún no había traspasado el muro del cementerio, no tenía ganas de ver ni oír a los de la taberna, que oí detrás de mí los pasos de mis compañeros. Unas cuatro brazas nos separaban y nos separaron durante unos doscientos metros. Ni ellos buscaban alcanzarme ni yo aflojaba el paso para que se pusieran a mi altura, no habiendo otra comunicación que el lenguaje de las alpargatas. La noche era muy oscura. Distinguíamos el sendero gracias a las formas de la arboleda, al instinto y al hábito. En el cruce de caminos, en lugar de coger el que me llevaba a Foravila cogí el camí ral que habían andado los primeros pobladores para trasladarse de Hostalric a Sant Hilari o viceversa, ganando crestas y bajando y subiendo montes, hasta alcanzar, a un kilómetro de marcha, otro viejo 176


sendero transversal que enlazaba Arbúcies con Santa Coloma de Farnés. En el cruce había un manojo de grandes alcornoques, que nos invitaron al ofrecernos sus cuerpos para apoyar los nuestros. Pasamos unos buenos cinco minutos sin hablarnos. ¿Era el cansancio de la empinada cuesta o es que teníamos necesidad de aquilatar la sorpresa que nos habían preparado los enemigos de la República? Fue Terragrosa quien rompió el silencio murmurando: –¡Si fuera dinamitero y hubiera tenido una granada, con gusto la hubiese arrojado entre ellos! –No mates a tantos –le respondí. –Ni una mosca es capaz de matar –comentó Joan, añadiendo–: Bien parcos han sido, porque no se viera el humo del fuego que atizan. –Pero, ¿qué opinión tienes de este galimatías que se llevan? –le pregunté. Antes de contestar dio un fuerte respiro. Se había cansado más de la cuenta con la rapidez que subimos: pese a que era corpulento y enérgico, tenía veinte años más que nosotros (y cuatro hijos menores a mantener). –Bien dices galimatías. El proceder Buixalleu, que es el motor del hecho, sobrepasa mi capacidad, pero si tuviera que dar una opinión sería esperanzadora. –Explícate mejor –objetó Terragrosa. –Sabemos que cuando los caciques y reaccionarios te quieren dar algo es para mejor robarte, o bien que las cosas de su política no andan como ellos esperaban, previendo un cambio que no les es favorable. –De momento mandan y tienen cientos de trabajadores en las cárceles –exclamó Terragrosa. 177


–Cometieron un error y el pueblo no les perdonará aunque hayan liberado a un tercio de los perseguidos —dije a media voz. –Efectivamente, han arruinado a muchas familias –afirmó Juan para añadir–: En relación a la trama de esta noche, debemos hacer algo si no queremos que nos sieguen la yerba bajo nuestros pies. –Yo no veo otra –dije–, que convocar una reunión clandestina de todos los militantes de confianza y ponerlos al corriente de lo que están urdiendo, a la vez debe correr la noticia de oreja a oreja a fin que ningún republicano o sindicalista caiga en el cepo. –Eso sin perder tiempo –sugirió Juan–; convoquémosla mañana de ocho a nueve de la mañana en el bosque del Pino Quemado mientras ellos estarán en la misa. –Pidiendo perdón a Dios por los pecados –contestamos Terragrosa y yo al unísono. Identificados con la propuesta de Juan, nos separamos. Juan continuó el «camí ral», a ciento cincuenta metros rozaba los muros de su casa, Terragrosa y yo cogimos el viejo camino transversal, pero en dirección opuesta: él hacia el oeste y yo al este. Momento en que la luna irrumpía sobre las aguas mediterráneas, que a medida que yo avanzaba entre la arboleda, ella plateaba las cimas de los castaños, cuyos desnudos brotes relucían las yemas, las que esperaban la primavera para vestirse de verde. Transformación a nueva vida que penetraba mi imaginación hasta hacerme olvidar la trama de los reaccionarios de tanto que me encantaban los efectos de la luna, de esta luz opaca que tanto aprecia la fauna y el andante nocturno. 178


.................. ¡Qué placer sentía al andar entre los bosques bajo la luz de la luna! Si fuera poeta le cantaría las sensaciones agradables que me hacía vivir, y si fuera filósofo plasmaría sobre papel las ideas humanas de amor, que germinaban en mi cerebro por su influencia al dejar atrás el camino andado, al dejar atrás, o buscar de dejar atrás, los sinsabores cotidianos. Impresiones que siento en mí cual fueran genéticas en herencia del primado de los bosques, o que se incrustaron en mi yo cuando los más años de mi infancia, ya desde la edad de cinco años, fueron mis amigos los árboles la fauna y la flor, cambiando de tonalidades y de lenguaje bajo la luz solar o luna. Y quizá en esta noche al avanzar de la luna sentía mucho más la necesidad de este recogimiento fraterno. Sea psíquico, sea físico, el peligro provoca reacción. Y nosotros estábamos en peligro de habernos de arrodillar ante el señor tradicional... Unos ladridos de perros se interpusieron entre mis pensamientos y las sensaciones de la luna. Me hicieron dar cuenta de donde pisaba. Las tierras trabajadas de poco las habíamos labrado, yo también fui con mi par de vacas, la mancomunidad de vecinos, que sin mirar quien es el agricultor enfermo cultivase la finca antes que lo propio particular. Es una tradición ancestral. Una gesta solidaria que por encima del cansancio alegra los corazones. No obstante, esta noche, el ladrar de los perros, que conocía, y la tierra trabajada por la gesta solidaria me dieron un gusto amargo y me hicieron pronunciar a media voz: –¿No se burló de nosotros este rastrero? 179


Era la primera vez que calificaba de rastrero a Renau. Y me dolía por el aprecio que le había tenido pese a que su manera de obrar no era clara, y que su enfermedad tenía el microbio de la pereza, aunque para ir a la caza no le faltaba salud. Constataciones que cogen cuerpo al levantase el velo, y él se quitó la careta al prestarse a organizar un sindicato amarillo para hundir la Asociación de Trabajadores del Bosque, de la que era socio. Realidad que agriaba los momentos de placer que me hizo vivir la luna. Por suerte, a los perros el olfato les avisó que era un amigo y dejaron de ladrar, y al andar unos cincuenta metros más, la luna aun vino a apaciguarme y poner en el olvido a Renau, momentáneamente. Tuve que pararme para mejor ver a unos doscientos metros a mi derecha la casa del cura, que unas corpulentas encinas tenían prisionera bajo sus sombras. En cambio, y esto me detuvo unos minutos, a pocas varas de la casa la luz de la luna daba de lleno sobre un magnifico naranjo, el único que había en la parroquia, y no nos explicábamos porque conjetura climatológica el frío no se atrevía quitarle la vida. No faltarían quiénes creyeran en el milagro debido a la repartición que hacía mosén Pere cuando el fruto se podía comer, reuniendo todos los niños del contorno, y, a partes iguales, celebrarían el día de las naranjas. Por casualidad yo asistí una vez al reparto. Magnífico era ver aquel enjambre de niños y niñas rodeando al cura por si tenían la mejor parte, obligando a mosén Pere a poner orden: –No busquéis tener más de lo que no os pertenece, porque aquí los derechos son iguales para todos, es decir, hay la verdadera repartidora. La Repartidora era lo que pedían aquellos viejos bosqueños de les Guilleries que no conocían lo que era 180


comunismo, ni socialismo, y que no sabían deletrear un escrito por no haber ido nunca a una escuela. ¿Mosén Pere hubiera comprendido el grito de aquellos desheredados: «¡Volem la Repatidora!»? No creo que lo hubiera comprendido, pese a que hablaba a los niños de la «verdadera repartidora». Le pasaba como a tantos ciudadanos que no creen en dios y hablan de él como si fuera de la familia. Hábitos encontrados. ¡Cuántas expresiones se emplean sin haberlas analizados! Pese a eso, me plació oírle hablar a los niños de los derechos de igualdad para todos. Es lo que esperábamos los republicanos. Debo decir que el cura me era algo simpático. Era un buen vividor, aquel cincuentón, alto y corpulento, de un andar de agricultor o bosqueño. No había olvidado la tierra ni el gusto de trabajarla. No me extrañaría que encontrase más placer en manejar el azadón que en leer el librito que llevaba siempre cerrado en sus manos. Pues, tenía un huerto muy bien trabajado y un jardín de flores muy bien compuesto, y eso que iba desde los muros de la casa hasta rodear el naranjo. Jardín que, para vigilarlo el día de la repartidora, tenía que movilizar a su ama, una mujer rolliza y hermosa de unos cuarenta años, para evitar que los niños y niñas destrozasen las flores. –Es sagrado, gritaba –para añadir inevitablemente–: Sería un pecado mortal destrozar este bien de Dios. Y yo pienso que lo creía, aquel destartalado cura, lleno de buenas intenciones. Porque él bien sabía quién era yo si jamás había pasado el umbral de su viña. Puesto que fuera a la ida o la venida de ir a tomar el chocolate tres días a la semana a casa de los amos de la finca en que trabajábamos, es decir a la torre de los Foravila, si me veía cultivando la quinta se las apañaba para venir a saludarme, decía él, cuando 181


hablábamos de mil y una, ambos esquivando la política y la religión, y si alguna vez enfrentábamos las ideas y las creencias, poco duraban, pues se arremangaba la sotana y me cogía el azadón, o la esteva si labraba, para, devolverme el útil unos momentos después, exclamando: –¡Qué bien hacen la amistad y el trabajo! –y sin más se iba con largas zancadas. Yo no podía remediar de sentir simpatía al hombre que iba dentro de la sotana. ................... Faltaban veinte minutos para las nueve del domingo señalado que seis militantes nos encontrábamos en el bosque del Pino Quemado. Nos habíamos avanzado de la hora dada. Fue una idea de Juan, y lo primero que hizo fue ir a localizar un rincón del bosque para tener la reunión. Cosmos y yo, cada uno por un lado distinto, fuimos al montículo más alto y aun escalamos hasta las cimas del alcornoque más corpulento para ver mejor el panorama que nos rodeaba. Los dos seríamos lo primeros hasta el relevo. Había que cerciorarse por si se introducía un chivato entre la militancia que iba llegando, para que no tuviésemos la mala sorpresa que llegara la guardia civil en plena reunión. El alcornoque que escalé debía ser centenario. Era enorme. Sus ramas, mejor dicho brazos, perforaban el espacio y yo me senté a la que cogía más envergadura, desde la cual dominaba los senderos que subían de Sant Feliu y parte de los de Arbúcies. Tenía el aspecto de un palomo torcaz que espiaba a los cazadores. No hacía otra cosa desde el sustento en el vacío por un miembro del alcornoque. Ni un momento me vino a la idea que la rama se podía rajar y derribarme al 182


barranco que estaba bajo mis pies. Sino que aproveché del panorama que me ofrecía dicha altura. Mi vista se desplazaba como los faros giratorios que miran las aguas del mar. Porque si no veía agua, sí veía una mar de verdes, y más y más bosques que esperaban enverdecer, como la mirada también seguía el vuelo de alguna ave. Xavier me vino a relevar. La reunión tocaba a su fin. Esto era el convenio que habíamos premeditado. Juan era capaz e informado para orientar el debate. Además, no quería intervenir en la idea y propuesta que llevaba Jaume en buscar opiniones a fin de organizar un partido de izquierda republicana. De esto estaban discutiendo la docena y media de militantes. Lo que me hizo pensar: «Demasiado pronto he abandonado la atalaya». Puesto que al verme llegar, Obiols pidió la palabra, mejor dicho, la tomó, y luego de abogar por la necesidad de la creación de un partido que defendiera la República, me preguntó cual era mi opinión. –Jaume la conoce y habrá dicho como pienso –respondí. –Ya les he dicho a mi manera –objetó Jaume–, pero es preferible que te lo oigan decir, pues no pueden creer que estés en desacuerdo de que se organice un partido político. –Debo poner el asunto en claro... –Y que sea claro, me interrumpió Obiols. –A eso iba –respondí, añadiendo–: No estoy en desacuerdo que se organice un Partido republicano, considero que es necesario en el municipio, pero no se debe mezclar sindicalismo con política. –No seríamos los primeros, intercedió Jaume, como ejemplo tenemos el partido Socialista que engendró la U.G.T., y según rumores, los cuatro comunistas que hay en España también están interesados, hasta cierto punto lo han 183


conseguido, de tener un sindicato para servirles de caballo de batalla; y no es otro objetivo lo que están haciendo las derechas para mejor dividir a los trabajadores ,y serles más fácil matar a la República. Estás más informado que yo –respondí–, y si es así, poco lejos iremos los trabajadores si no tenemos autonomía propia en las organizaciones reivindicativas. La enseñanza la tengo de la Germanor de Rodellaires de San Hialrio Saclam, de esta sociedad de trabajadores apolítica, faltándole para tener medio siglo de vida. –Tal como te explicas, estás de acuerdo con la C.N.T., y los anarquistas –me interrogó Obiols. –No te puedo contestar porque no sé exactamente lo que es anarquismo, e incluso socialismo y comunismo. Pienso que vosotros no sabéis más sobre estas filosofías. –Esto pienso yo –añadió Cosmos. Tema que se alargaba. Cambio de palabras para decir lo mismo. Fue Juan que puso fin, convenciendo al conjunto de dejar el tema en suspenso para otro momento más favorable, ateniéndonos al trabajo inmediato: sabotear los propósitos que pretendían los caciques, a la vez estar en contacto con los pueblos vecinos. Esta reunión fue el preludio de tantas y más y más reuniones, ora en un paño de bosque, ora entre barrancos siendo cada día que pasaba más asociados clandestinos y con más enérgica posición para recuperar una verdadera república, pues la que gobernaban Lerroux y Gil Robles había sido mutilada de los principios de libertad, de legalidad y de justicia. Sistema que en nombre de la República se encaminaba hacia un fascismo como en Italia, o el nazismo en Alemania. 184


El ambiente de paz orientada a instruir el pueblo, sacar los trabajadores del analfabetismo, con tímidas reformas sociales (a largo plazo hubiesen sido profundas) que orientó la República de 1931 gobernada por intelectuales pacifistas, ambiente que fue enterrado por las derechas al coger el poder en 1933, cuyo gobierno antireformista dio alas a la extrema derecha (Falange, Cristo–Rey, y otros grupitos) hasta llegar al atentado. Puesto que recibían estos organismos de extrema derecha ayudas de Hitler y Musolini para provocar un levantamiento como tenían en sus países. Situación propicia para Falange al disponer de sumas importantes del fascismo italiano, sumas mensuales o trimestrales que aumentaban a medida que Falange cogía proporciones numéricas al arrastrar tras ella estudiantes, señoritos de la burguesía, e hijos también de obreros que veían su porvenir en un puesto de mando como muchos camisas negras del fascismo italiano. No digo que los principios de José María Gil Robles y de Alejandro Lerroux fueron fascistas. Me mordería la lengua de tal afirmación. Pero sí que la política gubernamental que llevaron favoreció la extrema derecha, carlismo y fascismo a la vez provocaron los extremos de izquierda como ocurrió con la revuelta de los mineros de Asturias, de este trágico mes de Octubre de 1934. Hechos que llevarían cola para la historia de España. De esta España que no se había purgado del orgullo de poder Imperial dogmatizada por una religión intransigente; ambas preferían emplear las hogueras quemando herejes o bien con la espada cortar cabezas de librepensadores antes de entrar en el concierto democrático como Francia e Inglaterra, nuestras vecinas inmediatas de tradición liberal, que no por eso el rico no era menos y rico, y el coco del comunismo, de este espantapájaros, que los antidemócratas lanzaban sin cesar como anatema sobre los 185


republicanos, no era el Ogro devorador, no era más que un partido de extremo, minoritario como son los extremismos, tener derechos de organización en un sistema democrático. Pues, cuyo anatema, el de comunista o rojo, era el mote acusador que salía de la boca del centro hasta el extremo derecha para manchar y desprestigiar a los republicanos por tolerantes y pacifistas que fueren. El politicismo no tiene entrañas por no conocer la moral; mentir para vencer es su ética. Si no hubiese sido así, ¿qué hombre hubiese podido acusar de comunistas a los intelectuales, y con ellos al pueblo que les dio el voto, que llevaron la República en 1931, cuando muchos de ellos eran católicos practicantes de partidos mas o menos reformadores? Con honradez y claridad, nadie podía imputar a aquella pléyade de liberales no querer el bien de España y de los españoles al buscar transfor mar la política en una convivencia humana que tuviera como principios la justicia con deberes y derechos para todos. Muy lo contrario de buscar una España bolchevique como el déspota Stalin, y los tantos stalins, que pisotean los derechos humanos en nombre del comunismo; cuando el comunismo no puede ser dictadura, puesto que el fundamento de una comunidad se alimenta de individualidades libres en su autodeterminación. Pero el politicastro, y no son las más de las veces los menos sobresalientes, para conseguir el poder ambicionado, o continuar mandando, no tiene escrúpulos de recorrer a la podredumbre de la inmoralidad. Lenguaje que los tradicionales, los autócratas que habían tenido siempre la sartén la por el mango, y los nuevos ambiciosos empleaban a trochemoche; para ellos, los que no obedecían su política, eran indeseables (¿Indeseables aquellos trabajadores que 186


pedían pan y escuela, qué luchaban para ser ciudadanos como otro ciudadano?). España andaba por mal camino. Las influencias extranjeras terminaban de llenar el vaso de la discordia, el desbordamiento de la encrucijada que vivía. Una más de las tantas históricamente que dos fuerzas internas se encuentran frente a frente: la de un pueblo que despierta para ser libre ante la clase tradicionalista que poseía el poder. La incógnita estaba en el aire. Los unos y los otros desconocían el futuro. Futuro trágico que me he impuesto testimoniar, al haber sobrevivido, la manera de ser de los trabajadores manuales de estos montes y pueblos de les Guilleries que sin conocer filosofías (¡qué pocos sabían lo que era el socialismo, comunismo o anarcosindicalismo, y los más ni siquiera habían oído hablar de esas teorías!) sabían por razón natural que habían nacido desnudos como otro hombre o mujer, y si bien el hogar en que habían nacido los diferenciaba, eran ellos, los desheredados, que producían las riquezas de las tierras que debían ser de todos, puesto que no eran de nadie al ser engendrada la bestia, al ser engendrado el ser humano luego por la naturaleza. No se piense el lector que quiero analizar el origen de la propiedad. No es esta la intención de este trabajo sociológico con las palpitaciones biológicas: es decir, vida y como se vive. Ambas andan parejas en no importa qué punto del Globo Terráqueo, y como los millares de seres humanos que lo pueblan es un compuesto de unidades, de unos individuos, el individuo base tiene plena conciencia que vive y que siente como debería vivir. Factor que en ciertos pasajes del existir coincide con tu inmediato vecino, pueblo, región, etc., de lo cual surge una voluntad solidaria que rompe los moldes 187


tradicionales para unir las manos con las manos del otro, de los otros a fin de construir una convivencia libre y humana. Era un ideal que había penetrado hasta el rincón más incomunicado de nuestra tierra. Cual manantial que alimentaba arroyos y ríos, así éramos cada uno de los reunidos clandestinamente una gota de agua, una gota de ideal, que al unirse con otras y otras y muchas gotas se formaron arroyos, y los arroyos ríos... de voluntades que querían la República; su República. Y llegó el 16 de Febrero de 1936, y sin verter una gota de sangre como en 1931 que por el sufragio universal, la República volvió a ser república con su camisa tricolor de vivos tonos. La Generalitat, vestida con sus cuatro barras catalanas salió de las tinieblas y la Asociación de Trabajadores del Bosque de Sant Feliu de Buixalleu, se volvió más fuerte que nunca de las correrías, cual conejos perseguidos por los perros, de entre árboles y matorros, de las tantas y tantas reuniones clandestinas.

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TERCERA PARTE EN PAZ NACIÓ; MURIÓ EN GUERRA



I ¿TRIUNFARÁ LA REPÚBLICA? Si por el voto universal se llevó por dos veces la República de Trabajadores, según el Primer artículo de la Constitución, en los destinos de España, quedaba el interrogante: ¿aceptarían vivir en democracia los tradicionalistas, la amalgama de partidos de derechas y extremo derechas; aceptarían las reformas sociales y políticas, liberales todas, del nuevo gobierno de la república; aceptarían las reglas de libertad que una democracia da a todos los ciudadanos? Interrogante que no éramos pocos que nos lo poníamos y nos enturbiaba el canto de victoria del 16 de Febrero de 1936. Yo tenía mis razones para estar al acecho. Las relaciones entre el propietario de la finca, Pol, y las nuestras se habían agriado de mala manera. No era por falta nuestra. Cumplimos siempre los tratos firmados desde el primer día. Fuimos de los pocos parceleros que no nos aprovecharnos de la Ley de Contratos de Cultivos: no quisimos. Las tierras eran unas de las mejor cuidadas de la parroquia, produciendo como jamás habían producido, aquellas tierras que encontramos yermas. Añadiendo sobre nuestro comportamiento que los trabajos de rodellaire que le hacíamos en el bosque, nos pagaba cuando había vendido y cobrado los aros, es decir nos debía siempre dinero, y, a menudo, no era poco por las jornadas que hacíamos cinco hombres en sus propiedades. El cántaro se rompió al dar con la política. Nosotros no habíamos dejado de ser republicanos y pacifistas des del punto de vista filosófico. Así pensaba Pol, nos decía, cuando le arrendamos el más de Foravila. El ambiente no podía ser mejor entre amos y arrendatarios. Ellos miraban, desde la 191


baranda de la glorieta del jardín que adornaba su torre, como los campos enverdecían, florecían y generaban las cosechas que nosotros cultivábamos, y que, una vez en la era y dentro el saco, uno para ellos y dos para nosotros, esto lo que era al tercio, porque ganado y otros productos eran a medias. Tratos eran eran tratos, que una vez cumplidos, las diferencias sociales archivaban, quedando de pie la autonomía de cada uno con su manera de ser. Lo que me correspondía personalmente sobre el cambio radical que Pol había hecho en política, se rumoreaba que había cogido el carnet de la Falange, me tenía sin cuidado. El era él y yo era yo. Para mí los tratos eran los tratos y el vecinaje y tratos personales no debían cambiar aunque las líneas políticas se hubiesen bifurcado. La actitud de Pol no era la misma y se ponía más áspera. Se veía que no estaba dentro de su piel. Aquel hombre franco y humilde (naturalmente dominado por su mujer llena de orgullo señorial) se presentaba tímido o violento según los momentos, lo cual se acentuaba más y más al acercarse las elecciones del 16 de Febrero, con la particularidad que por un no importa me venía a encontrar y se estaba ratos y ratos observando mi trabajo sin descargar el objeto del porqué se acercó a mí hasta alejarse con aires de enfado personal. Proceder que me inquietaba algo. Pese a que me daba una idea de sus frecuentes apariciones. Conocía las presiones con amenazas que hacían los patronos que no eran republicanos a sus obreros, lo que me daba pensar de que Pol, al haber cambiado de campo político, le debían haber impuesto a él, fuera su mujer o fuera el Partido, de decirme lo que le daba escrúpulos decirme. Faltaba una semana para las elecciones, yo estaba encima de una encina cortando ramas para darlas a las vacas por la 192


noche, mezcladas con, paja cuando lo vi aparecer con paso firme pero con una cara algo demacrada, parándose en seco a unos pasos de donde caían las ramas de encina, sin dar los buenos días, como acostumbraba. Como no decía nada tampoco le hablé, ni ganas tenía en aquel momento por el peligro en que tasaba al querer unas espesas ramas que con dificultad dio mi hacha con ellas. Pero al bajar a gatas de la corpulenta encina y aun tener los brazos alrededor del tronco me preguntó enérgicamente: –¿Qué piensas de las elecciones del domingo próximo? Yo, al tener firmes mis pies, quité los brazos del tronco de la encina y apoyándome en su cuerpo le respondí: –Después que se haya votado y sepa los resultados le podré dar la respuesta. –No es esto que quería saber –objetó muy seco. –Le ruego que me explique lo que quiere saber... –¡Sencillo! –exclamó; hizo una pausa y preguntó–: Quiero saber si vais a votar tú y la familia para mí. –¿Cómo, se presenta por diputado? Primera noticia... –¡No esquives el bulto, ya sabes que no soy yo, y te sobra saber cual es el motivo de mi pregunta! –¿Qué me contestaría usted si le pido que vote por mis ideas? La repuesta fue una mirada de odio. Jamás había visto tal expresión en él. «Cuánto lo han cambiado», me dije. Y lo que tuve que escuchar jamás lo hubiese podido imaginar de un hombre que había votado contra la monarquía de Alfonso XIII, escuchar de su boca la putrefacción: –Ya sabía que eres un rojo, ya sabía que queréis hacer una España bolchevique, ya sabía, y sé, que si domingo ganaseis destruiríais la España católica y civilizadora; pero sé que no vais a ganar, y también sé que si fuera lo contrario 193


jamás tendréis el poder porque tenemos en nuestras manos los medios de expulsar de España a los vendidos al comunismo, a la máscara de una república demócrata guiada del extranjero...! Y se fue con el rosario de anatemas, cuyas blasfemias iban disminuyendo de voz a medida que se alejaba. –¿Cuáles son los medios que pueden tener en sus manos? –me pregunté a media voz, mirando las ramas de encina tendidas por el suelo, cual si buscara en ellas la respuesta. Pregunta que se reprodujo en mi mente al depositar la papeleta en la urna de voto el día 16 de Febrero, que a pesar del gozo extraordinario que tuvimos al conseguir una mayoría para que la República de Trabajadores gobernara, no dejaba de ponerme el interrogante: «¿Aceptarán vivir en democracia...? ..................... Lo ocurrido con el amo de la finca en que trabajábamos no lo comenté con la familia, ni con mi padre, a quien le confiaba todo. Había un acuerdo tácito entre nosotros de no mezclar tratos económicos y política con el propietario Pol. Pues ni los cuatro hermanos, mi esposa y padres no desconocíamos el cambio radical que había sufrido la familia vecina, es decir, los señores amos de la casa que nos alojaba y de las tierras que cultivábamos. Las distancias se llenaban de desconfianza. Si bien no había desaparecido por completo el contacto humano condicionado por la relación trabajador y patrón, se redujeron a la mínima expresión: lo económico, que nos concernía a ambos. No era la primera vez que la familia Carboner debía hacer frente al descontento de los que pretendían ser obedecidos. 194


Llevaban callos incluso en su personalidad. Personalidad que cumplía hasta el último detalle de lo contratado; pero no transigía en lo tocante a la dignidad de ciudadano. Manera de ser que marcaría los límites a todo intruso, como así había sido el pasado. Ética que tenía como principios el trabajo y la libertad, la familia y la sociedad. Y gozaban de estos principios la comunidad Carboner viviendo en Foravilas. Trabajo no les faltaba, Pol tenía necesidad de los cinco hombres para que le elaborasen los aros de castaño, labor que pagaba luego de haber vendido, y la República les permitía de ser libres en la sociedad como no importaba qué ciudadano. En cuanto a la intimidad y convivencia familiar no podía ser mejor si se tiene en cuenta el carácter propio de cada una y también la independencia de los intereses propios de cada cual. Aunque parezca utópico estaban enlazados por el sentir de uno para todos y todos para uno. Es decir, el amor a la familia que el padre, Pep el Carboner, había sembrado en aquella nidada desde la más tierna infancia en respeto y en independencia sin el dogma patriarcal, y que al ir creciendo los hijos les hacía intervenir en dar el punto de vista a lo que iban a realizar, cual asamblea abierta, sensibilidad que había germinado en cada hijo y que los años no destruyó, en que los padres eran los padres, y ellos un todo cada uno. Cuyo ambiente era fortalecido por la independencia económica entre hermanos pese a trabajar colectivamente en las empresas de los bosques, repartiéndose a partes iguales el valor del producto, ya que continuaban el acuerdo, en que los tres hermanos – José, Francisco y Juan– ayudarían a Ton y a los padres a hacer los trabajos de más envergadura de las tierras a cambió de la pensión completa, excepto de los alimentos que no se producían en la quinta, pagados proporcionalmente. 195


En esta atmósfera fraternal había llegado otro ser que llenó de alegría a toda la familia, que luego de la jornada de trabajo, sentados ya cenando en la mesa, no quedaba ninguno que a su turno no alargara los brazos para tenerle un momento entre sus manos y hablarle cariñosamente, aunque él, llamado ya Josep, no sé si entendía, pero sí que pataleaba y abría la boca a la vez que miraba a quién le hablaba. El amor compartido con mi esposa Rosa, la jovencita que había dado su fruto, un hijo que reforzaba la unión y animaba la, tasca que habíamos emprendido. La vida nos sonreía a la familia Carboner, que desde que habitábamos en Foravila, los habitantes de la parroquia y su contorno nos llamaban los Foravilas. Yo era conocido por en Ton de Foravila, tomas el apodo del lugar donde vives. Y lo llevas con tanta normalidad como si fuera el de familia. En el fondo nos llenaba de satisfacción debido al progreso que le dábamos a aquella finca, haciéndole producir más cada año que pasaba. Y era normal, pues laborábamos con fuerza y saber las tierras en yermo, las tierras que hacía años descansaban esperando el agricultor que las trabajara, y sembrara con amor y sin regatear las gotas de sudor. Comprendo que quién no se siente feliz trabajando la tierra, y mucho más cuando no es tuya, le escapen las sensaciones de gozo en la creación constante del cultivo (cultura se le debería llamar) que desde el braceo de la tierra en que se abona y siembra hasta la cosecha se alterna un leguaje en tonos, en formas variadas llenando el espacio que la mano del rudo agricultor ha originado, cual no importa qué artista en su ramo artesanal. De hecho, es una artesanía, la agricultura familiar. Ella coge y da; el trabajo y el producto son un compendio de esfuerzo y recompensa en que el agricultor cuida la planta, como la madre al hijo, desde que 196


el germen se abre paso en la tierra hasta la madurez, cuyo transcurso el productor, o productora sigue los pasos leyendo en los verdes o tonos amarillentos de cada planta el estado de salud, y según necesidad aplique la materia o el proceder para que encuentre el equilibro hasta la lozanía... En el tiempo que narro, en estas masías perdidas entre los bosques de les Guilleries, la agricultura era una ciencia experimental heredada de los tiempos remotos en que el científico agrónomo no había aparecido. No obstante, no era una copia exacta de lo que habíamos visto hacer como los neófitos creen, menospreciando el arte agrícola. Porque si bien seguíamos las reglas establecidas debido el experimento de las generaciones anteriores con referencia a las maneras de tratar la tierra, las siembras a su tiempo y todos los pormenores, teniendo en cuenta la climatología y la variación lunar para muchos yo nadaba entre las dos aguas, a pesar de estas costumbres heredadas, había el saber hacer y la dinámica de cada agricultor. Importancia fundamental que no se daba a todos los agricultores aunque fuesen hijos y bisnietos del oficio de la tierra. La herencia no quiere decir integración. Porque mis padres fueron no quiere decir que yo soy. Ocurre en todo el comportamiento del existir. En la agricultura, si no te integras, si tu sensibilidad no palpita, jamás gozarás del cansancio físico, del agotamiento de la larga jornada en el campo, jamás gozarás como yo he gozado los domingos por la mañana cuando, en lugar de arrodillarme ante el cura, sosteniendo al hijo en brazos recorría los sembrados, miraba el viñedo, los olivos y árboles frutales como respiraban y enverdecían. Poeta querría ser para cantar aquel bienestar, o filósofo para describir la esperanza de futuro que alimentaba con amor a aquella familia unida en el trabajo y la convivencia. 197


Uno se puede preguntar: ¿Era bien felicidad, pleno gozo de una familia en que las jornadas de trabajo más pronto eran de diez horas diarias que de ocho trabajando la tierra de los demás, y tierra de secano, con las amenazas patronales y políticas que minaban la democracia restablecida por la victoria republicana de las elecciones del 16 de Febrero de 1936? ¡Cabe la pregunta! Pero no se debe olvidar que el ser humano tiene necesidad de sentirse en un bienestar. Por eso sueña con ello, y cuando hay un lapso de bonanza, disfruta plenamente al despertar, por encima de los sinsabores del pasado, y cuando se es optimista no se desconfía del futuro. No olvidando que vivías lejos de los centros urbanos, faltados de información sobre los acontecimientos internos de la nación y menos internacionales, al no tener ni radio ni prensa ninguno de los de la Asociación de Trabajadores del Bosque, pues la única fuente de información la tenían los domingos por la tarde al reunirse en la Parroquia de San Feliu de Buixalleu, por alguno que otro compañero que había ido a la feria de Hostalric, o Arbúcies y se había entrevistado con los republicanos. Además, tenía motivos para estar contenta y optimista, mi generación, a pesar de los nubarrones políticos. La libertad de que gozábamos y el derecho de asociación, no los habían tenido ninguna generación en España. La personalidad del ciudadano libre andaba al encuentro del otro ciudadano, ya no en la clandestinidad, sino en plena luz diurna desde que la República volvió a ser República democrática. .................

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La cosecha de trigo de este año de 1936 en Foravila fue abundante. El grano estaba hinchado de harina, del contenido que sería el pan del mañana, lo cual pagaba con creces las gotas de sudor que habíamos vertido en los campos. ¿Cómo no estar contentos habiendo salud, pan y libertad? Y el gozo fue completo el día de la trilla, porque mis hermanos debían desplazarse al término de Santa Coloma de Farnés, bien tres horas de atravesar montes, arrancar corcho de los alcornoques durante dos semanas, avanzamos la costumbre de la trilla a los primeros días de la segunda semana Julio. Pues es un día festivo y de brindis cuando el trigo está dentro el saco. Y este año 45 sacos de sesenta quilos en tres filas en medio de la era. Tres partes se hacían todos los años. El amo de la tierra con el dedo índice de la mano derecha señalaba la fila, es decir, el tercio que deseaba, los quince sacos que aun nos los cargábamos a los hombros para depositarlos en su granero. Hábito que hacíamos generosamente, pues el trato era el trato, y no había que pensar que era el producto de la tierra y de nuestro trabajo. Pero este año, no sé el porqué, al vaciar el trigo en el granero de Pol, me dio una mala impresión. Si todos los años me alegraba darle su parte, ni un & grano más ni un grano menos, este año no fue lo mismo por su agresividad en las pocas palabras que nos hablamos. Ni saludo al llegar a la era para escoger la fila de los quince sacos que deseaba, ni nos agradeció el haberle transportado por nuestra voluntad los novecientos quilos de trigo limpio a su granero, cerrando con llave la puerta detrás nuestro, jamás lo había hecho, como si temiera que le robásemos el grano. Impresión que me hizo murmurar entre dientes la pregunta que me hice el día que cortaba rama para las vacas sobre la amenaza por si ganábamos los republicanos las elecciones del 16 de Febrero. 199


-¿Cuáles son los medios que pueden tener en sus manos para destruirnos? Pregunta que me hice entre dientes a unos pasos de mis hermanos. Si me hubiesen oído me hubieran cuestionado. No lo deseaba, a pesar de ser afines en las ideas; algo menos activistas, quizá. Sin embargo la cuestión que murmuré fue a mí mismo a quien despertó una serie de interrogantes, debido a la actitud agresiva de Pol y de un cierto viaje, acompañado del propietario Buixalleu, a Madrid, para celebrar la diada de San Isidro, patrón de los agricultores, según dicen. Con la particularidad que en este encuentro cubierto por el patronato de los agricultores, no fueron los que trabajaban las tierras, sino sus amos. Y esto sucedió en los primeros días de Mayo de 1936, en que se reunieron los terratenientes y propietarios de las explotaciones agrícolas de toda España. Según informes que habíamos recibido del Centro Republicano de Arbúcies, no eran todos los propietarios de tierras que fueron invitados clandestinamente, sino los reaccionarios bien declarados contra la República. Bullicio de cuestiones que alteraban mi interior, que según se vio mi semblante, al llegar a la era donde estaba reunida la familia para brindar la cosecha, mi madre me preguntó: –¿Te encuentras mal? –Estoy bien, y tranquilo –me esforcé en decir, con media sonrisa. –La cara de manzanas agrias que tienes no lo demuestran –contestó Rosa, sosteniendo nuestro hijo en brazos. En mi hijo encontré un subterfugio, cogiéndole de los brazos de su madre, lo levanté en alto y le pregunté: -¿Y tú, te encuentras bien en las alturas?... 200


–Y qué continúes pudiéndole elevar –dijo mi padre con un deje algo pesimista, añadiendo–: Brindamos por la buena cosecha y la armonía familiar! Con unión levantamos el porrón uno tras otro. Luego los cuatro hermanos acarreamos sobre nuestros hombros saco tras saco de trigo, y como no tenía granero propiamente la casa en que vivíamos, en cada peldaño de la escalera se depositó un saco, y el resto fueron vaciados bajo las camas y en rincones sin muebles, sin peligro de la fermentación por el aire que penetraba por el tejado, y ventanas, mal ajustadas. E1 último rayo de luz del día nos abandonó, limpia ya la era y aparejadas las herramientas, en aparejo de la familia al irnos a sentar alrededor de la mesa y alargar cada uno el plato siguiendo al compás de mi padre, costumbre respetada desde niños, por ser él el primer servido, que mi madre aun continuaba llenando platos y mirar con ternura a cada uno a los ojos al depositar el último cucharón, como si te dijera: «Serás el mejor servido». Mirada que este día vino alegrarme el corazón. Quizá debido a mi estado anímico, por primera vez fui capaz de descifrar el lenguaje de amor profundo con que la madre se comunica con el hijo. Aquella mirada de los ojos negros y hermosos de mi madre, aquella corriente comunicativa de amparo revivirían en mi la dinámica del andar por encima de los obstáculos que me guardaba el futuro. ¿Quién no piensa en la ternura de la madre, en el esmero rodeado de cariño desde pequeño a mayor en protegerte, quién no lo recuerda, quién no busca esta mano acariciadora en los momentos cruciales? En aquella cena familiar, festejando de la trilla, en honor al guiso de patatas con bacalao en que mi esposa y mi madre habían puesto todo su saber culinario, la mirada de mi madre 201


me hizo desaparecer el mal talante, saboreando el banquete, y ser uno más en disfrutar plenamente del éxito agrícola. Además no dejaba de mirar a unos y a otros como las cucharas (en casa no había tenedores en aquella época), cual layas, penetraban entre patatas y bacalao en aquellos rellenos platos humeantes, cuyo humo aromatizaba el ambiente a olor a laurel que mi madre no olvidaba en los guisos de patatas con bacalao. Recuerdo grabado por ser la última cena que la familia Carboners celebrarían con amor al trabajo, al producto del trabajo y de la fraternidad.

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II ¡LOS MILITARES NOS ASESINAN LA REPÚBLICA! Del arado la labor, de la labor la siembra, de la siembra el cultivo, del cultivo la cosecha. Invierno, primavera, verano y otoño son los paseos que anda el agricultor. El sol marca los días, las estaciones del año el trabajo que debe realizar el payés, en particular las fincas de secano como era la de Foravila que cultivábamos. Limpios los campos de gavillas de trigo, aunque la tierra seca del caluroso verano, debían trabajarse para la cosecha de otoño. Se diría que el par de vacas de trabajo sabían, al llenarles los comederos de alfalfa seca antes de las cuatro de la mañana que era un día de madrugar, arando desde la punta del día hasta las diez de la mañana que sol y moscas nos hacían abandonar el campo, para volver aquello de las cuatro de la tarde. Trabajaba y esperaba en que el sol penetrara entre la espesa arbolada de la colina. «¡Qué día tan bochornoso este veinte de Julio de 1936!», me dije, sudando la gota gorda al tener que mantener la mano firme sobre la esteva para que el arado abriese la tierra, acción que levantaba una polvareda que se pegaba a mi rostro sudoroso y salpicaba la luz de un vivo color rojizo que los rayos solares despedían sin compasión sobre nosotros. Pues las vacas avanzaban penosamente entre rastrojos mientras que con sus colas esquivaban a los impertinentes abejorros, los cuales, semejantes a aviones de caza, escapaban con muchos zumbidos para volver a la carga. Algunos de ellos, en el recorrido del espacio, pasaban por debajo de un olivo y atacaban un gordinflón de poco menos de dos años, sentado sobre un saco a la sombra del árbol, 203


que con sus torpes manos se defendía de los insectos, expresando tal miedo que me hacía sonreír cada vez que pasaba frente a él, mi hijo, sin aflojar la mano de la esteva para que el arado mordiera a fondo la tierra seca. Tanto afán tenía en la labranza, que ni me daba cuenta de las gotas de sudor que regaban la tierra después de haber surcado mi tez morena y delgada, y más que morena, coloreada por el polvo que se empapaba en ella como una segunda piel. No obstante, arreaba el par de vacas con optimismo, como si tuviera prisa en revolver los campos, donde ayer ondeaba el trigo, y esperaba que llegarían las aguas de Agosto, y los vería enverdecer y dar la cosecha otoñal, la indispensable para atravesar los meses de invierno. Pese al calor, mi imaginación veía llover sobre la tierra trabajada y como la semilla, de nabos y de judías tardías... como enverdecían los campos; soñando y sonriendo a mi hijito al pasar frente a él en las idas y venidas sin dejar de tener firme la mano sobre la esteva. Momento de intensidad en el existir. Realidad e ilusión, presente y futuro, cosecha e hijo llenaban el ambiente que me rodeaba cual los montes vestidos de árboles me abriesen los brazos al disfrute de hoy y del mañana...; soñando estaba porque no sabía lo que estaba pasando en España. ................... Iba envuelto de polvo y de sol, serían aquello de las cinco de la tarde, y las ideas del porvenir fluían en mi raciocinio, cuando unas voces me hicieron volver la cabeza hacia al monte por donde la separación de los alcornoques dejaba al desnudo el usado sendero, en el cual vi a Quim, hermano de Jaume, que con grandes ademanes gritaba: 204


–¡La revolución, la revolución...! Paré la yunta, puesto que el chirriar del yugo y ruido del arado se mezclaban con las voces de Quim, además mi mente estaba ocupada en la labor y en la espera de la nueva cosecha, estaba lejos de un suceso tal cuando hacía menos que por unas elecciones democráticas la República volvió a ser República. Pero Quim continuaba gritando «la revolución...» a la vez que saltaba a grandes zancadas el terreno que nos separaba. –¿Es qué no oyes? –me interrogó a cuatro pasos de mí. –¡Qué revolución ni qué cuartos! –exclamé malhumorado. –La que ha estallado en España! –afirmó. -¿Cómo sabes tú eso, si yo no he recibido nada de Arbúcies ni de Hostalric? –le pregunté desconfiado. –Yo te llevo la noticia... –Y a gritos –le interrumpí. –Ha venido Talleda hasta el más, enviado del Comité revolucionario de Arbúcies por si no estábamos el corriente. -¿Cómo quieren que estemos informados en estos montes sin recibir periódicos ni tener un triste radio los republicanos? Quim sacó de su bolsillo una carta que me dio, y no sé la cara que puse al leerla, que aun no había terminado que él me preguntó: –¿Es exacto lo de la revolución que me ha dicho Talleda ? –El asunto no es claro. No sé si alguien sabe lo que pasa de fondo si no es que los militares, los falangistas, el clero y los facciosos se han sublevado contra la república, cuyos enemigos son muchos y bien armados, lo que me hace pensar: ¿Triunfará la República? –Así... ¿Qué debemos hacer? –preguntó algo decepcionado. 205


–No perder tiempo, como nos aconseja la carta. Reunir la junta da la Asociación de Trabajadores del Bosque y los compañeros de más confianza... –Lo veo bien –dijo sin esperar mis planes. –... En un par de horas de marcha forzada podremos concentrar un buen número en Can Terragrosa. Estamos obligados a separarnos y hacer un circuito cada uno, mira que en el Bosque Negro hay tres trabajando; a diez minutos debe estar Juan labrando, eso me dijo ayer; y saliendo uno del grupo debe llegar hasta el Roble de los Truenos en donde limpian bosque Ramón y su hermano. En cuanto al otro, debe recorrer la Sierra Quebrada, cuya cordillera le pondrá en comunicación con varios... –Con todo el trote que nos demos –me interrumpió– aun nos será imposible reunir a los noventa asociados... –No es eso lo que pretendo ni lo que propongo, ni conveniente sería que participaran en esta reunión los medias tintas. –¡Ya veo! exclamó, añadiendo: si te parece, yo puedo coger el recorrido del Bosque Negro, ya que es el más largo y tú aun tienes que desaparejar las bestias, a la vez aprovecharé llegar hasta casa de mi tío. –Me alegra que te hayas acordado de este viejo luchador, aunque el camino se te hará muy largo. –Si es todo... –Todo es; todo sin gritos ni jaleos, pues hay que pasar desapercibidos lo más posible, ya que los enemigos de la República están más informados que nosotros, pero debemos esconderles el motivo de nuestros pasos. Quim ni contestó. Los talones de las alpargatas le daban en el culo de la carrera que emprendió, y en menos de cinco minutos lo perdí entre los alcornoques y las encinas. Sabía 206


que el trecho que debía hacer era largo, y más largo lo haría él si el ideal se lo pidiera. Teníamos la misma edad, íbamos a los veintiséis, y si no éramos muy altos, tampoco éramos pequeños, y como las carnes no nos pesaban mucho, sacábamos la agilidad y fuerzas de nuestro temperamento rocoso. La diferencia entre él y yo, físicamente, es que él tenía un moreno acastañado y una figura menos ovalada que la mía; en cambio en situación era un bosquetano-agriciultor, casado y con una niña de la edad de Josep, mi hijo, y su esposa esperaba dentro pocos meses otro hijo, o hija, como también esperaba Rosa, mi esposa. ..................... No sé por qué, al desayuntar las vacas, no pude evitar de mirar el arado y las tierras para labrar. Algo se rompía en mi existir. Sin premeditación, cogí a mi hijo de debajo de la sombra del olivo, y tanto lo apreté en mi pecho, que más de cincuenta años después, oigo el quejido y el llanto de aquella tierna vida, inocente de lo que estaba pasando. Quizá también éramos inocentes nosotros por ignorar que hacíamos parte de una generación que no podía vivir sin justicia y libertad. ¿Comprendía el llanto de mi hijo por el apretón que le di, era consciente del estado que iba a dejar la familia? ¡No! Nada existía ante el peligro que corría la República. El ideal cierra los ojos a lo inmediato al ser llamado por el futuro. De otra manera no hubiese dicho con sinceridad y pensándolo a mi esposa al pasarle el hijo de los dos a sus brazos, y a mi padre al hacerse cargo de la yunta de las vacas: –¡Me voy! !Tengo prisa! !Volveré a no tardar! 207


El eco de «¡volveré a no tardar!» lo oía resonar de valle en valle cual me acompañara en mi carrera, más que andar. ................. Hacía bien media hora que la noche había cerrado los ojos del día. Unos dieciocho estábamos reunidos en la masía Terragrosa con caras cansadas y regadas de sudor, como algunos llevaban las camisas y los pantalones hechos añicos debido al trabajo que estaban haciendo y los mordiscos de las zarzas y las brozas que les obstaculizaban el paso por los montes. Cuadro al que la triste luz de dos candiles daba tonos enigmáticos y de desesperación con las oscilaciones de la candela. Ni Goya con su claroscuro hubiera podido reflejar las ansias de saber y de actuar que expresaban aquellas cabezas sin afeitar cuando saqué la carta del Comité Revolucionario de Arbúcies, y la leí para mejor informar. El silencio sepulcral que mantenía la inquietud, este momento que casi no se respira para saber, con la lectura explotó con violencia: –¡Nos la quieren matar para siempre! –gritaron los más. –¡No contentos de haberla atrofiado durante el bienio negro, le quieren dar muerte con la espada como matan a los toros en las arenas, porqué no han podido vencer en las urnas –gritó más fuerte Obiols. Yo me levanté del banco de madera en que estaba sentado, y manejando los brazos también grité: –¡Calma, calma y planeemos lo que debemos hacer... –Yo me preguntó –objetó Terragrosa con voz ronca–, ¿triunfará la República ante tantos enemigos armados hasta los dientes? 208


Unos cuantos más dieron sus puntos de vista, también preocupados, hasta que Juan se levantó del tarugo de madera en que estaba sentado en el fondo más obscuro de la piezagranero, casi no se le veía, y con palabras firmes y calmosas, era su manera de ser, impuso silencio al decir: –La República aún está en nuestras manos, para defenderla los pueblos y comunidades se han echado a la calle, sí, la defenderemos triunfalmente si cada trabajador, cada explotado sabe comprender lo que significa la República para el porvenir de nuestros hijos. Ninguno contradecimos a Juan. Era siempre el peso de la balanza, la corriente que encauzaba las sensibilidades y el raciocinio. Una comisión fue nombrada (Juan, Quim y yo) para ir, sin pérdida de tiempo a tomar orientaciones, mientras que los demás compañeros no saldrían de la masía en espera de nuestra vuelta. Montados en viejas bicicletas, con pésimas luces que no alumbraban a diez metros, emprendimos la pendiente de un usado carril lleno de baches y de rocas descarnadas por las lluvias. Necesidad había de ser hijos de estos escabrosos contornos y conocer bien el terreno para poderse aguantar sobre la máquina, de saltos y cabriolas que debía hacer. Juan y Quim no tenían problemas. Habían hecho muchas veces el camino y eran prácticos de montar esta máquina que no se tiene de pie. No era lo mismo yo, que no había montado dos decenas de veces en bicicleta, no haciendo mucho tiempo que había aprendido con la que tenía mi hermano Francisco, la única que había en casa. Además, no me entusiasmaba. Pero como la situación lo exigía, allí iba detrás de los amigos, no sin tener que meter los pies en el suelo de cuando en cuando, eso perdiendo la cuenta de las 209


caídas sin gravedad, lo que Quim aprovechaba para reírse de mí. Cuando llegamos al valle, a menos de dos kilómetros de Arbúcies, la bicicleta me llevaba mejor a pesar que debía pedalear fuerte para seguir ritmo de los compañeros, con la dificultad de llevar luces debido a una caída en que el faro se hizo trizas, en lo cual estaba pensando, sorprendiéndome una voz ronca: –¡Alto!... ¿Quién va? Habíamos tropezado con una barricada, la primera que veía; carros y troncos en medio del carril con varios fusiles que nos encerraban. ¡Qué impresión! Si me pinchan no hubiera salido ni una gota de sangre, del sobrecogimiento de aquellas bocas mortíferas; yo que no mataba ni un pájaro, ¿cómo comprender aquella sangrienta realidad? ¡Difícil para un pacifista aceptar los fusiles para tener la paz! Aun hoy siento aquel terror que me sorprendió; yo acostumbrado a los motines de Sant Hilari sin armas de fuego, sólo con garrotes nos lanzábamos a defender los derechos humanos. Pero no eran solo las armas de la barricada. Al entrar en la primera calle de Arbúcies, no debía estar lejos de medianoche, encontrábamos patrullas de milicianos armados con escopetas, fusiles y algún bicheste lucían con la luz eléctrica. En el Casal Republicano había docenas de antifascistas hablando o durmiendo, siendo pocos que no tuvieran su arma. Entre los que no tenían había el escultor y compositor de sardanas, el maestro de escuela y el secretario de la Sociedad de Rodellaires, a los que preguntamos una vez haber cambiado saludos: –¿Es que estáis en guerra en Arbúcies? 210


–Hace dos días que todo España está en guerra –respondió el escultor. –¿De dónde las habéis sacado? –preguntó Juan. –Los fusiles del cuartel de la guardia civil, y las otras escopetas y bichestes, de los registros de las casas de los reaccionarios –informó el maestro... –Y aún no se han terminado los registros –añadió el secretario de los rodellaires. –¡Silencio y oíd la radio! –gritó a todo pulmón el que estaba de puesto en la información, a la vez que dio más volumen al aparato: «Ací la Generalitat de Catalunya. El President us parla...» La voz de Lluís Companys estaba ronca pero llena de calor y de energía. Cada hora enardecía las voluntades al combate. Llamaba a todo hijo de Catalunya, a todo hijo de España, a levantarse contra el fascismo para defender las libertades del pueblo y de la República. Dando las esperanzas que la victoria estaba del lado de los republicanos, pues el general rebelde Godet y sus secuaces habían sido derrotados en Barcelona... Un grito de angustia y victoria era la voz del Presidente ante la traición de los militares al poner la espada al servicio de los fascistas tradicionales, no importándoles que Catalunya y España sangraran por los cuatro costados. Los vivas a Catalunya, a España y a la República se unieron con el himno de los Segadors, el de Riego, las Barricadas, los Hijos del Pueblo, la Internacional e incluso la Marsellesa; y otros himnos a la libertad llenaron el local del casal Republicano de Arbúcies, uniendo a todos los antifascistas en un solo combate. Allí estábamos todos mezclados: los oficios y las ideas, los manuales y los intelectuales; una misma causa nos unía: la libertad y la justicia ante todo. 211


–Ya puedes comprender, Tom –me dijo con voz algo ronca de tanto hablar y no descansar el compañero rodellaire–, que esta vez no se trata, de ir al combate con palos para asustar a los explotadores, como se hizo en Sant Hilari. –Efectivamente es más grave que no imaginaba –respondí medio desorientado aún por las palabras que venía de oír del Presidente de Generalitat. –¿Cómo os habéis organizado en Sant Feliu de Buixalleu? –preguntó el maestro de escuela que también hacía parte del Comité Revolucionario, junto con el escultor y el amigo rodellaire. –¡Nada hay en verdad! –respondió espontáneamente Quim. –Ignorábamos lo que estaba pasando –añadí–, pues conocéis lo incomunicados que estamos y faltos de noticias frescas, la primera que recibimos fue vuestra carta, que sin pérdida de tiempo, desde pasadas las cinco de la tarde de ayer, corrimos de un lado al otro, de este lugar al de más allá, pudiendo reunir a dieciocho militantes. –Y qué esperan en el mas Terragrosa, añadió Juan, y vista la gravedad de le, situación tendremos que reemprender el camino, y poner los asociados de pie antes que los reaccionarios no hagan de las suyas. –Será lo mejor –objetó el rodellaire–. Y malfiad de ellos, porque armas no les faltan y malas intensiones tampoco, puesto que debéis saber los propósitos que tenían previsto al ganar el golpe de estado, y seguro que lo llevarían en a la práctica si por desgracia salen victoriosos. –¡No ganarán! –le interrumpió Quim. -¡Déjame terminar de informaros! Lo que pasará no lo sabemos si los Fascistas de Italia y de Alemania los ayudan. La victoria no la tenemos aún. Debemos estar más que 212


prevenidos de la mala leche, del veneno que los inspira, según listas que han caído en nuestras manos con los registros... –¿Listas de qué? –pregunté sin yo pensar –Listas sobre los que tienen que ser encarcelados, y los más responsables fusilados inmediatamente para ahorrarse los gastos de encarcelarlos, y en esta comarca los rodellaires somos el número que engrosa más la lista, con la particularidad de que también somos más los que debemos ser eliminados al ser detenidos, y tanto tú, Ton, como yo estamos en la decena primera. –¿ A tal crimen pensaban llegar? –preguntó Quim. –Déjate de preguntas y vamos al grano –intervine yo, a la vez que propuse–: Tú, Juan, deberías ir a Sant Feliu y organizar a los compañeros y obrar en consecuencia, en menos escala, como han hecho los republicanos de Arbúcies. En Cuanto a nosotros, Quim y yo, deberíamos ir a la sede del Ayuntamiento del pueblo para saber quién tiene el poder allí, que hay que esperar que será el Ayuntamiento republicano que votamos luego del dieciséis de Febrero, puesto que debemos obrar en conjunto. –De acuerdo completamente –respondió Juan. –Vamos a ver –objetó el maestro de escuela– ¿Qué documentación y qué armas poseéis para correr de noche? –¡Ni armas ni papeles no nos hacen falta, pienso yo –le respondí extrañado de la pregunta. –Aun no habéis tocado de pies al suelo –objetó el escultor– , no habéis comprendido aún la violencia que nos ha impuesto la rebelión militar, fascista mejor dicho, y... –Y no veo –le interrumpí– lo que nos pueden servir las armas y los papeles. Somos conocidos de todos los vecinos, y si los fascistas nos acechan, no tendremos ni tiempo de bajar de las bicicletas. 213


No cabe duda de que, en particular yo, estaba lejos de comprender el peligro que corría el antifascismo, porque la rebelión no era otro objetivo que imponer a España un sistema fascista como en Italia. Se comprende que no comprendiera en aquellos momentos. ¿Había muchos individuos, incluso derechistas, que comprendían, en España, la gravedad humana que comportaba la rebelión de unas docenas de ambiciosos depravados? Y menos podíamos discernir las mentalidades forjadas en el trabajo y en la ignorancia, las mentalidades a las que su vitalidad propia les infundía un ideal fraterno de sociabilidad, en que la violencia, en particular con las armas, era condenable. Complejo psíquico que me hizo rehusar personalmente las armas que nos ofrecieron los compañeros de Arbúcies. Juan y Quim aceptaron unas pistolas, yo los saludé con el puño en alto al despedirnos de los antifascistas de Arbúcies. Juan se fue solo hacia la masía Terragrosa, Quim y yo hacia la Sede del ayuntamiento de Sant Feliu de Buixalleu, a dos kilómetros de Hostalric, lugar dicho La Conna. ............................... Ocho kilómetros de valle separaban Arbúcies de la Conne, si no eran más, y de una noche oscura, buena para las zorras que asaltan los gallineros de los cortijos de este despoblado. Más que valle, los dos tercios del recorrido eran gargantas, por la proximidad de las empinadas montañas del Montseny y de la sierra de Sant Feliu de Buixalleu, cuya obscuridad, llena de ecos de las aguas del río, daba una impresión preocupante de lo que podía suceder en el viaje, cuanto más al no tener luz en mi bicicleta, y tener que pedalear a marcha forzada por la carrera que Quim había emprendido. 214


Y Quim se hacía el sordo por tanto que le gritase para que aflojara la velocidad. No cabe duda que aun pedaleaba más. Y si yo no sacaba la lengua de cansado, eran las tripas que sacudía al no ver claro para esquivar los baches de acuella carretera empedrada y abandonada de los peones camineros, que en lugar de repararla pasaban más tiempo pescando barbos en el río de Arbúcies que tapando baches. Por fin Quim aflojó la velocidad y se puso a mi altura, y con una risotada, que resonó en el valle, me dijo: –Nunca ganarás una etapa si corres como un caracol. –Ya te la regalo; pero pedalea más despacio. Se hubiese dicho que aun daba más piñón al adelantarme. O yo lo pensaba de tan preocupado que estaba de no romperme la crisma antes de haber cumplido mi misión y haber aportado todo mi poder para vencer el fascismo. Muchos eran los acontecimientos que nos lanzaban en una negra incógnita, en un fondo sin fin arrastrados por un engranaje lejos de nuestro alcance, con la evidencia que debíamos seguir, como mi bicicleta seguía la de Quim sin poder hacer un alto. Quizá la psicosis y el cansancio me habían transformado en una pieza de aquella máquina que se tenía de pie y corría por la carretera porque mis piernas hacían de correa de transmisión, habiendo perdido ya la noción del tiempo y de la distancia hasta que unas sacudidas anormales me hicieron entrar en la realidades es decir, en el tiempo y lugar en que me encontraba. Había traspasado la vía férrea Francia–Barcelona. Me encontraba a quinientos metros de la Conne. Bajé de la bicicleta por ser incapaz de escalar con ella la empinada cuesta pese a que era corta. Quim hizo lo mismo y se puso andar a mi vera sin abrir los labios. Debía temer una explosión 215


de mi mal carácter. Tampoco dije nada yo, pensando que quizá él tenía razón de querer ganar tiempo en el viaje debido al ritmo vertiginoso con que se producían los hechos. Habríamos ya conseguido los dos tercios de la cuesta empujando las bicicletas, cuando los faros de un automóvil parado al borde de la carretera nos iluminó, y eran tan potentes que no nos dejaban ver ni la calzada, y al poco oímos unas voces que nos dieron él «alto quién vive», y en lengua castellana. –¡Será la guardia civil, será una barricada fascista! – murmuramos los dos al mismo instante. Murmurar y sacar Quim la pistola que le habían dado los compañeros de Arbúcies fue lo mismo. Si él fue espontáneo, no lo fui menos yo al cogerle el puño con que sostenía la pistola, y con voz baja le ordené que volviera la pistola al bolsillo de donde la había sacado; cosa que hizo. En esas, de detrás del camión atravesado en la carretera, salieron dos milicianos desconocidos, y encañonándonos con un fusil cada uno, nos ordenaron levantar los brazos. Las bicicletas se cayeron por el suelo al dejarlas de la mano, y al preguntarnos a dónde íbamos y quiénes éramos, una voz desde el coche gritó, antes que nosotros diéramos explicaciones: –Bajar los brazos y los fusiles, compañeros! Voz que me hizo respirar. Era la de mi amigo Rius de Grions. Que si no hubiese hablado, al verle salir del coche, no creo que lo hubiera reconocido, pues me dio la impresión de que era un revolucionario mejicano, un superviviente de los hombres de Zapata: el fusil en la mano, canana a la bandolera cargada de balas, un nueve largo en el cinto, en el que colgaban varias bombas de mano, que añadido a la 216


suciedad del mono azul, que el azul no se veía, y del rostro demacrado y cansado, decía bien que venía de un combate. ................. De un combate venía aquel viejo revolucionario cuarentón. Años hacía que combatía el curtido confederal, que jamás se llamaba anarquista aunque era conocido en el contorno por dicho apodo, y que cuando más, junto con Martí, al llegar la República, influenciaron para la creación de una Federación local de la C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo) en Hostalric. Militante activo de la Comarca de la Selva desde hacía mucho tiempo. Ya en la Dictadura de Primo de Rivera tuvo que escapar a Francia, lo que le condujo tomar parte, junto con los cenetistas de Salt, en el triunfo del antifascismo en Gerona. De allí hacía poco que había llegado sin descanso y sin sosiego; aun estaba en el frente de combate. ..................... –Si no es por tu voz no te hubiese conocido –le solté al verlo tan armado. –Con el caciquismo español ya no sirven las palabras – respondió al abrazarnos. Sin esperar mi respuesta añadió precipitadamente: –Tres noches que no duermo, que no dormimos el Llarg, Subirat, y el salmantino Torres, corriendo de un pueblo a otro con el Ford de Fonts, dijo mientras nos dirigíamos a la secretaría del Ayuntamiento, es decir, la única pieza que disponía la Alcaldía de Sant Feliu de Buixalleu, en el primer 217


piso de la taberna-restaurante de la Conne, punto de parada de los carreteros y camioneros que iban a descargar o cargar en la estación de Hostalric. –Tampoco hemos hecho kilómetros durante treinta y seis horas dando la mano en donde habían focos fascistas que resistían –añadió Fonts, un joven agricultor en buena posición económica que puso el automóvil y su persona al servicio del antifascismo. Al entrar en la secretaría del Ayuntamiento, vi a muchas caras desconocidas, los más vestidos con monos azules echados por el suelo durmiendo, cuyo sueño debía ser muy fuerte para resistir el teclear de una máquina de escribir y la voz del que dictaba. Cortada, el joven secretario que tecleaba, al verme entrar dejó tranquila la máquina de escribir, y luego de saludarme dijo: –Estábamos terminando una carta para vuestro sindicato; pensábamos llevarosla al clarear el día. –No hubiéramos perdido tiempo, puesto que es necesario saber cuáles son las medidas que la Asociación de Trabajadores del Bosque piensa tomar o ya ha tomado por ser la única organización antifascista organizada en el municipio –añadió el vejete, pequeño y no lejos de los sesenta años, que dictaba. –¡Medidas! –exclamé algo sorprendido de las palabras decididas y campechanas de aquel desconocido que no dejaba de mirarme simpáticamente con ojitos picarescos, cual me conociera de siempre. –A vosotros os corresponde la responsabilidad –añadió sin dejar de mirarme. –Quim y yo venimos de entrevistarnos con el Comité Revolucionario en defensa de la República, de Arbúcies, y 218


si hemos venido aquí, era para saber la posición que habían tomado los responsables del Ayuntamiento, los que no veo presentes, que excepto Cortada y Rius, a nadie más conozco, preguntando: ¿dónde están los elegidos? –Están los que somos, y los que no son no están –objetó el cenetista Rius. –Dejadme explicar! –intervino Cortada al ver que varios querían tomar la palabra. –Voy a explicar la cinta de los acontecimientos que provocó la rebelión militar y toda la tropa de reaccionarios: si bien el 19 de Julio se presentaron todos los Concejales, su acta de presencia fue para dimitir, que yo como secretario tomé nota y les hice firmar la dimisión, quedando el alcalde y yo hasta las cuatro de la tarde de ayer en que llegaron estos jóvenes de Grions a prestar mano por la República –señaló los que dormían por el suelo– , momento en que el alcalde también se rajó, diciendo que él era viejo para tanto jaleo, dejándonos responsables provisionalmente... –Las castañas eran demasiado calientes para esos politicastros –intercedió Rius. –Lo que sea –replicó el joven secretario Cortada– el caso es así y la realidad es lo que nos embarca a todos en una lucha que no somos nosotros que la hemos provocado, y con referencia a todos estos compañeros desconocidos que ves aquí –los dormilones se habían despertado– son voluntarios que sin llamarlos han venido a ponerse al servicio de la causa de la república: Unos de la C.N.T., afiliados a la Federación Local de Hostalric, otros puramente simpatizantes de la república, y este vejete alfarero de nombre Serradell es un viejo militante de la U.G.T. (Unión General de Trabajadores), como yo mismo, afiliados al sindicato 219


ugetista de Breda; pero que todos vivimos dentro de los límites de este municipio, sea en Grions o en Galsarans. –El panorama no puede ser más claro –dijo Serradell–, hay que obrar con el material que poseemos, puesto que nacionalmente el gobierno de la República se ha dejado coger con los meados en el vientre al no tener en cuenta las llamadas, las advertencias que ya hacía días que los dirigentes de la U.G.T. y los de la C.N.T. denunciaban los preparativos de la rebelión, preparativos acompañados de provocaciones y de asesinatos a luz del día... –Y que si no hubiesen sido los revolucionarios y el pueblo que levantaron barricadas y asaltaron cuarteles sin regatear las pérdidas humanas, hubiera sido un golpe de estado de salón como tantas docenas han hecho los reaccionarios en España para coger el poder y eliminar el progreso social – observó enérgicamente Rius, interrumpiendo a Serradell. –No opino diferente y que es lo palpable –continuó Serradell–, y nos lleva a responsabilizarnos, debiendo tener en cuenta las orientaciones que vienen de Barcelona, que según informes se va a a una especia de gobierno, o sea un Comité Antifascista, de todos las organizaciones y partidos políticos que se baten en las barricadas contra los sublevados, debido a que el gobierno que salió de las elecciones ha sido incapaz de ahogar en el huevo la conspiración fascista, la cual era bien conocida hasta del barrendero, como tu Rius afirmas. Entre lo dicho de Rius y lo que terminaba de decir Serradell, sumado a la dimisión de los elegidos republicanos locales, se encontraba Sant Feliu de Buixalleu sin gobierno y con el pueblo, es decir, los defensores de la República unidos en el combate en pro del progreso y la libertad. Imagen de la mayoría de los pueblos de Cataluña y de España. Lo que 220


hizo intervenir al secretario de la Alcaldía, el ugetista Cortada: –Pienso que los discursos sobran, y el hecho está en que en este Municipio solo hay un organismo antifascista legalizado, que es la Asociación de Trabajadores del Bosque, y, tú, Ton Rotllant, como presidente de la asociación debes ser en el momento un responsable en decidir. –¿Qué piensas que deberíamos hacer? –me interrogó Rius. –Pensar es una cosa y poder hacer es otra –respondí un poco perplejo. –¡No hay que dejar enfriar el bollo –objetó el Llarg. –A tu puesto –indicó Quim–, diría lo que se debe organizar basándote en el proceder de los republicanos de Arbúcies, visto que los compañeros de aquí te tienen en estima, y confianza en particular. –La cosa es muy grave, amigo, para tomar personalmente una determinación. Soy un federalista, que si, en lo que toca al individuo, decido por propia voluntad, en lo tocante a la organización me debo a los acuerdos tomados en asamblea. Quiero decirte, Quim, que lo primero que debemos hacer esta mañana al llegar en la parroquia, es convocar inmediatamente una asamblea extraordinaria y sus decisiones serán los puntos de vista que aportaremos aquí, y junto con los que nos rodean, si los ex-concejales no rectifican, se podrá nombrar el nuevo consistorio que la situación exige. –Es muy lógico lo expuesto –intervino Serradell–, pero los hechos no esperan... –Sé que todo se precipita y una situación atropella la otra –respondí, añadiendo–: Lo único que veo y estoy de acuerdo, es que aquí en la Conne deberéis organizar una junta o un comité de miembros, proporcionalmente de Galsarans y de Grions, y nosotros podríamos hacer lo tanto 221


provisionalmente, hasta ver cómo quedan las situaciones en Cataluña y España, al mismo tiempo la Asociación de Trabajadores del Bosque habrá tenido su asamblea. Esto sin perder el contacto entre los dos comités para informarnos y darnos la mano si es preciso, contactos por teléfono o vehículos que se deberán poner a disposición del antifascismo. –Justamente –intervino Serradell–, aquí ya hemos constituido el Comité antifascista, del que me han responsabilizado la presidencia, cargo que acepté hasta entrar en contacto con vosotros, la Asociación de Trabajadores del Bosque, ya que dicha responsabilidad recae sobre los militantes de vuestra organización, única legalizada en el pueblo. –Más que comité es un grupo de defensa antifascista para controlar los puntos estratégicos: la circulación de carriles departamentales, y esta carretera principal Barcelona – La Jonquera, y todo paso que los sublevados podrían penetrar y dominar el viejo Castillo militar de Hostalric, desde el cual controlarían la vía férrea y la carretera que se enlazan con Francia. –Posición muy estratégica –objetó Cortada–, y que no hace tantos años que ha sido desmilitarizada, y que, en la historia había tenido mucha trascendencia ante las invasiones de los francesas... Una fuerte detonación (el disparo de un máuser) en la barricada, seguido de un griterío de voces, sacudió el silencio de las últimas horas de la noche, y nos hizo precipitarnos a todos hacia la carretera. Excepto yo y el viejo alfarero todos corrían con las armas en la mano, fusiles, escopetas y pistolas como si se tratase de un ataque fascista. 222


No hubo tal. Ni sangre se vertió. Una inexperiencia del manejo del fusil de un joven miliciano, uno de tantos que aun ayer tenía en sus manos el mango de una herramienta productiva. Tantas palabras inconvenientes le decían que tuve que intervenir para que lo dejaran en paz, reprochándoles a los sabihondos que serían más provechosas lecciones del manejo de armas. Este accidente nos dio la idea de crear una escuela para enseñar el manejo de las armas, dando la responsabilidad a Torres, ex-sargento del ejército, desertor de la última guerra de Marruecos. Su apellido no era Torres, ni tampoco era salmantino, sino un prófugo madrileño que por amor a la libertad vivía fuera de la ley. Cuya clandestinidad le hizo encontrar a otro clandestino en acción cuando la dictadura de Primo de Rivera, el libertario Rius, que de clandestinidad a exilio, y del exilio a media clandestinidad se encontraron juntos en la defensa de la libertad ante el fascismo. ¡Cuánto llegamos a prever en aquella noche tan corta! ¿De dónde sacábamos las ideas creativas? No pienso que se haya podido calcular nunca lo que el humano es capaz en situaciones tales, en estas excepciones cuando una tormenta lo arranca de sus costumbres y lo coloca en el índice de su propia acción si no quiere despeñarse, si no quiere dejar de ser un individuo en ciudadanía. Los historiadores describen las revoluciones sobre los hechos, los sociólogos sobre los resultados sociales, siempre que unos y otros no sean farsantes de la pluma o mercenarios de su saber. Tanta hay y tanto monta si no se ponen a la luz las causas, y porqué el actor ha obrado o improvisado. ¿Ha habido etnólogo que ha investigado exhaustivamente por qué en situaciones caóticas el individuo está predispuesto 223


instantáneamente a improvisar y crear..., las más de las veces sin cultura del hecho? ¿El subsistir físico, el subsistir del ideal?, me pregunto. El cúmulo de hechos a resolver que nos impuso la sublevación fascista del 18 de Julio eran enormes e impensables por un pueblo, por el pueblo del trabajo aparejado durante generaciones con el yugo de la herramienta. Sin embargo la dinámica colectiva era tal que por la improvisación resolvíamos todos los obstáculos que se cruzaban en el camino de la libertad. Incluso se improvisó en un girar de ojos nuestra vuelta a Sant Feliu de Buixalleu. El ideal despierta el genio de cada uno. Aún veo con la maña que Llarg y Torres se apañaron para cargar y atar las bicicletas sobre el Ford de Font, mientras que Quim, sentado al lado del chófer, Font, tenía abrazados cinco máuseres, la mitad del botín que Rius y sus compañeros habían traído de Gerona, destinados al comité que íbamos a constituir. Rius y yo ocupábamos la parte trasera de aquel autobalancín. Ni él ni yo abrimos los labios al emprender la marcha el coche, y eso que sacudía al coger velocidad, y no digo los saltos que daba al pasar sobre los raíles y las traviesas de la vía férrea. Mi cabeza dio dos veces en el tejado, recordándome que fueron menos violentas las sacudidas que recibí al traspasar la vía con la bicicleta, no debía hacer mucho más de una hora y media. Nadie hablaba. Cada uno de los cuatro pasajeros estábamos sumidos en nuestras cavilaciones. El único lenguaje eran las explosiones del motor y las sacudidas que daba el Ford al negociar las revueltas y baches de aquella empedrada y polvorienta carretera. Con el agravante para mi sensibilidad pacifista de que cada movimiento brusco 224


del vehículo, y eran muchos, el nueve largo y dos bombas de mano, que Rius llevaba en su cinto, rozaban mi cuerpo, recordándome en cada roce, que aquel insignificante vehículo estaba lleno de armas mortíferas. «¡Qué noche tan larga y preñada de improvistos!», exclame para mis adentros. ¿El agricultor bosqueño que era yo, atado en la naturaleza y a la paz, podía dar por real la situación de encontrarme dentro un bólido lleno de explosivos, cuando no hacía veinticuatro horas que estaba labrando con la esperanza de la cosecha de otoño? Y no era un sueño: Quim tenía bien abrazados los cinco fusiles, Rius armado hasta los dientes tenía bien empuñado su máuser, y Font pilotaba a toda velocidad sin que los faros aportaran las luces necesarias para negociar las vueltas. ¡Qué sé yo lo que somos capaces de hacer y soportar cuando el ideal nos hace movernos! En mi tranquila vida, o acostumbrada vida, jamás me hubiesen hecho viajar en aquel viejo Ford, vehículo–juguete por sus constantes movimientos balanceantes, viejo Ford polvorín, y en una marcha desenfrenada, que fuera por los explosivos o por salirse de la carretera y estrellarse en un barranco teníamos nuestras vidas en un hilo. Y Font apretaba el piñón más y más, a tal punto que al dejar la carretera departamental Hostalric-Arbucias y coger el carril de Sant Feliu de Buixalleu dio una maniobra tan brusca que me echó sobre Rius, viéndome aterrizar entre el maíz del mas Vilá. Impresión instantánea puesto que el Ford recobró su balanceo acostumbrado. El que se rió de nuestro susto fue Font, y cambiando de tono nos dijo en alta voz para que lo oyéramos: 225


–Ahora que seréis los amos del pueblo, espero ensanchareis y pondréis como es debido esta maldita cuesta... –¿Cuántos kilómetros hay de subida? –preguntó Rius. –Menos de cuatro –respondió Quim, añadiendo–: Si el carril es estrecho, lleno de baches y mal empedrado, no hay para quejarse tanto porque hay otros peores. Además si bien yo lo subo y bajo con mi vieja bicicleta, mejor lo debe subir con más facilidad este auto, si no es de manteca o no está asmático. –¡Si no está demasiado cargado, como es el caso! –afirme yo. –Podéis estar tranquilos que subirá, y subiría aunque estuviera más cargado –indicó Font. Efectivamente el Ford negociaba con holgura la empinada y tortuosa carretera, como si tuviera prisa que el día no llegase antes que él a la plazoleta de las tres acacias. Sin embargo, a unos cincuenta metros de la plazoleta de las acacias, Font tuvo que dar un frenazo desesperado y parar el Ford en seco: cuatro hombres armados de escopetas salidos de detrás de los muros y de entre la obscuridad se plantaron en medio de la calzada, y con un farol en la mano nos hicieron señales de bajar del vehículo. Fui el primero en poner los pies en el suelo, y aún con la mano derecha en la puerta del coche, grité a todo pulmón: –¿Es que queréis que el automóvil os aplaste? –¡Ah... sois vosotros! –exclamó Xavier. –¿Y si hubiesen sido fascistas? –interrogó Quim, encañonándolos con un máuser. –¡Deja el arma para la guerra! –le reñí a la vez que le levanté el cañón hacia las estrellas. –No es así como se defiende una posición, exponiéndose al blanco del enemigo –dijo Rius al acercarse a saludar a los 226


compañeros, al mismo tiempo que juntos fuimos andando hasta la Plaza de las Tres Acacias, que se llamará así, en cuya embocadura había unas carretas atravesadas en forma de barricada, no habiendo otra luz que un rayo que llegaba desde la taberna. Lúgubre impresión. Las tres acacias parecían fantasmas. Cuanto más, aun no habíamos traspasado la barricada que un extraño ruido llegado de la parte norte interrumpió el diálogo y nos hizo mirar hacia la iglesia, y ver bultos moverse de entre las tinieblas, del espacio mismo del cementerio, bultos y más bultos que saltaban el muro de unos dos metros para alcanzar la plaza cual fueran los muertos ya cansados del camposanto, que al oír la trompeta se levantaron para dar la mano a los revolucionarios. Pero la poca luz que llegaba del hostal dejó ver que no eran guadañas lo que empuñaban sus manos, sino escopetas de caza. ................ Juan no había perdido el tiempo de cuando nos separamos al salir del Casal Republicano de Arbúcies hacía menos de cinco horas. Según explicó, al llegar al mas Terragrosa, en donde los compañeros aun esperaban, y haber informado, los más jóvenes, pese a la oscuridad de la noche, traspasaron montes y sierras yendo de masía a masía como palomos mensajeros alertando a los antifascistas, mientras que éstos se cargaban la escopeta de caza al hombro y afluían a los senderos, uniéndose en cuadrilla al encontrarse por los caminos que atravesaban bosques y praderas. Riada humana que a largo paso se concentraba en Sant Feliu como si hubiese sido un día de caza. 227


(Sólo la esposa, la madre, la hermana palpitaban por el marido, el hijo, el hermano que de noche habían salido con la escopeta de caza). Noche larga; largas noches de espera. ¡Cuántas esposas esperan aun el marido; la madre el hijo, y la hermana el hermano que vieron salir del hogar con la escopeta de caza en aquella infinita noche. Al mismo tiempo que los jóvenes emprendieron los camino para alertar la vecindad, Juan, Terragrosa, Jaume y otros tantos fueron directamente al pueblo, los unos para organizar la guardia y construir la barricada con los antifascistas que fueron llegando de los montes, y otros, presididos por Juan, fueron al hostal a requisar la radio e incautarse del teléfono público que se encontraba en la salacomedor del hostal. Cuyo edificio era construido de nuevo con líneas modernas, las cuales hacían escarnio a cuatro casuchas envejecidas y raquíticas, las únicas que había en la parroquia, que envueltas de la oscuridad de la noche, quedaban más empobrecidas debido a unas potentes lámparas que resplandecían sobre el dintel de la puerta de la taberna. Teniendo en el interior un exceso de confort al ser un hostal perdido entre los montes, como adjunto había la tienda de ultramarinos repleta de los artículos usuales. Estaba abierto aún cuando Juan y los compañeros llegaron. Siempre hay clientes que no salen de la taberna hasta que el tabernero no los echa a la calle. En una mesa había cuatro agricultores del pueblo que hacían la partida, teniendo al alcance de la mano el porrón de tinto. En otra, en el fondo del comedor, tres individuos desconocidos cuchicheaban ante tres vasos vacíos. Y detrás del mostrador, el negociante tabernero de estatura mediana, obeso, corto 228


de cuello y de cabeza casi redonda con unas docenas de cabellos castaños en guerrilla, poco común en los hombres de la sierra tener la piel clara y fina como los pechos de una rubia nodriza; pero si sus carnes eran blandas (la papada casi le llegaba al pecho), dura era la mirada que despedían los verduscos ojos de aquel cuarentón. Mirada que centelleó al ver entrar a los republicanos, alguno con escopetas de caza. Sabía de qué se trataba por estar bien informado debido a la radio y algunas llamadas telefónicas que había recibido de los suyos. No obstante dominó el pánico que le roía las entrañas, recibiéndoles como si iban hacer la partida. Además fue espléndido y generoso al comunicarle Juan a qué obedecía la visita. Y cual si hubiese sido el más republicano, les dio la pistola, la escopeta, la radio y sin más ni más dejó ocupar el teléfono, además ofreció la vieja taberna para instalar el comité Revolucionario, no cediendo más porque los republicanos le dieron la espalda para organizar la resistencia. Otras preocupaciones tenían que las de llenar el estómago vacío de los manjares y bebidas que les ofreció el hostelero. Las noticias que la radio daba de media hora a media hora eran para no perder el tiempo. Porque si las fuerzas republicanas y revolucionarias iban triunfando en las grandes ciudades, no dejaban de informar y dar la consigna de estar de pie para vencer el fascismo, a la vez orientaba y daba plenos poderes a las fuerzas vivas antifascistas de cada pueblo o villorrio de la geografía española. No cabe duda que Juan y los compañeros hubieran podido ocupar la sala-comedor del nuevo edificio, muy grande por cierto, para instalar el Comité. Pero fueron más humildes al contentarse de la vieja taberna. Una casucha abandonada y llena de trastos, llevándoles parte de la noche para limpiar 229


lo que había sido tienda, y la sala comedor: una estancia trasera de la casa, de construcción abovedada, especie de cava, puesto que sólo poseía una raquítica ventana aspillera que dejaba entrar la luz del día. Un siniestro lugar en que los antifascistas instalaron su campamento, el que había sido durante años, y quizá siglos, el cobijo de generaciones agrícolas, de estos empedernidos de las cartas y del vino, jugándose el dinero y la salud bajo aquella húmeda bóveda, ennegrecida por el humo del quinqué. Quinqué que aun alumbraría durante días y semanas a los antifascistas que habían dejado la herramienta para entregarse al combate de la libertad. Edificio que ya nadie miraba, de pronto vino a ocupar el primer plano, cual el corazón del pueblo palpitara en él. No son las tejas, los muros o el armazón del decorado que da actualidad sino el contenido vivo de sus entrañas. Cuya casucha casi en ruinas, que la memoria había dejado de lado, de golpe se transformó en el punto de mira de los amigos y enemigos de la República. Además, la revolución naciente en contrapartida a la rebelión tradicional del caciquismo, de estos carcas empedernidos que habían preferido siempre matar antes que ceder el progreso, también despertó aquellas viejas piedras al dar cobijo al Hogar de la Casa del Pueblo. ................ Pasada la sorpresa que nos dieron los que asaltaron lo muros del cementerio, bien una docena y media que estaban en el acecho, Xavier indicó a Rius el lugar de concentración, y excepto cuatro que se quedaron de guardia, los demás nos fuimos a la vieja taberna, encontrando a Juan y compañeros dando la última mano en la limpieza. 230


Hechas las presentaciones, como Rius y Font debían regresar a la Conne, yo propuse que informara, lo que Rius aceptó diciendo que no era un hombre de discursos: –Las palabras no son más que palabras si no van acompañadas realmente de hechos que no se ajusten relativamente a ellas –empezó diciendo–. La sofística es común en los que pretenden gobernar; pero como yo no quiero gobernar ni ser gobernado, me ahorro la sofística y el palabreo. Quiero decir que mis hechos han sido paralelos siempre a la idea de libertad y justicia que defiendo, lo que me ha dado más penas que alegrías, historia personal en que no voy emplear el tiempo, ni hacéroslo perder a vosotros, sino recordar que las derechas y los reaccionarios en general que no han admitido la república burguesa salida de las elecciones del 16 de Febrero de este año, y que a sangre y fuego quieren aún arrebatar las pequeñas reformas la poca libertad que da esta República de intelectuales, se han jugado el todo por el todo al destruir el estado democrático, ya que no contaban con la resistencia y la contraofensiva de los sindicatos partidos de izquierda, y el pueblo que quiere ser libre al unirse en el combate contra los opresores de siempre, hoy llamados fascistas... Rius hizo un alto, miró los compañeros que lo escuchaban atentamente, y terminó diciendo: –Somos mayores de edad, y como somos los que producimos, lógico es que tomemos parte equitativamente en el reparto, y que los útiles del trabajo sean de la sociedad, y la tierra de quienes la trabajan. Lenguaje que jamás habíamos oído aquellos agricultores que para defender la república nos encontrábamos reunidos más de una cuarentena de la Asociación de Trabajadores del Bosque, bosqueños y agricultores todos, que si no 231


conocíamos la filosofía de una sociedad sin explotador, sabíamos que la parte de cosecha que se llevaba el dicho amo de las tierras era el producto del sudor de nuestra frente. Rius y Font fueron despedidos con un fraterno saludo luego de haber sembrado en el campo de cada uno las semillas de una nueva sociedad, de una nueva manera de vivir, que día tras día germinarían. Larga había sido la noche. El día quería abrir los ojos. Debíamos descansar para la próxima jornada. Sin embargo, como nos encontrábamos la casi totalidad de la Militancia de la Asociación de Trabajadores del Bosque, se nombraron por unanimidad los cinco responsables del Comité provisional: Juan, Cosmos, Terragrosa, Xavier y yo en el puesto de presidente, con el amplio acuerdo en que todos los compañeros debían sentirse concernidos. La tarea cumplida, ya en plena alba, cada uno se tendió donde pudo para dormir unos instantes; pero todos con la escopeta de caza a su lado.

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III ¡NI DIOSES, NI AMOS! La Naturaleza era indiferente de lo que le ocurría al hombre; quizá se reía de él al continuar andando. Pues aun brillaban en el manto azul del firmamento algunas estrellas que ya el sol daba un baño de oro a las crestas de las sierras y hacía relucir el plumaje de los palomos torcaz que revoloteaban mientras que algunos de ellos adornaban 1 as copas de los árboles puestos en guardia; otras y muchas más de la especie volátil gozaban de la llegada del sol y de una libertad que hacía tiempo no habían conocido. La mañana era fresca y apacible, y había desaparecido el hombre de los campos de las mieses: ni cazador furtivo, ni agricultor estaban al acecho; las puertas de la libertad se habían abierto para ellas o ellos en la naturaleza... No obstante, la astuta y desconfiada perdiz, que desde el despuntar del día venía dialogando por intervalos con los suyos, no abandonó el instinto de recelo antes de llamar a la familia para asaltar las gavillas, asomando la cabeza en el bancal por entre la broza y mirando con sus vivarachos ojos si había el animal hombre; pero lo que vio y le hizo llamar a su nidada precipitadamente fueron los pinzones, los pardales, las tórtolas... desgranando las espigas del trigo y jugueteando por encima de las gavillas que aun estaban en el campo. –¿Había muerto el hombre? –se debían preguntar las familias volátiles y las de pelo que tenían por hogar los bosques y los campos. ..................

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Este día veinte y uno de Julio de 1936 me desperté sobresaltado. Poco había dormido, y a consecuencia de los kilómetros andados (a pie, en bicicleta y en auto) y los trastornos del día anterior, con la noche comprendida y de la mala posición en que dormí, sentado sobre los ladrillos y mi cuerpo apoyado sobre una caja de trastos, me sentía molido y los témpanos golpeaban dentro mi cabeza como si hubiera un tam-tam. Un foco de sol entraba por la ventanucha y lamía los semblantes dormidos de aquellos voluntarios republicanos, de aquellos agricultores que quizá estaban soñando que acarreaban los trigos o... cuando las escopetas que tenían a la portada de la mano los inducían hacia un desconocido ejercicio. Captando como máquina fotográfica aquella imagen, aquel grupo de desinteresados, no pude más que preguntarme: –¿Por qué el ideal nos concentró aquí, dejando en nuestros hogares los padres, la esposa e hijos; el ganado, la cosecha y las ilusiones de nuestras creaciones...? Y con la impresión de esta pregunta salí fuera. Tenía necesidad de aire, de espacio, de ver los árboles y los montes y oír los pájaros cantar. Serían casi las siete de la mañana. Y todo estaba allí; como ayer y anteayer. La floresta cubría laderas y valles de una gema de verdes, y bajo este manto pululaba la fauna, los seres que cotidianamente nos encontrábamos buscando de vivir y gozar. Puesto que ellos y nosotros éramos uno bajo el firmamento, y entre la abundancia que ofrecía la tierra aunque fuese el 21 de Julio, pues el sol alumbraba como los demás días. Aun hoy pienso que debí, soñar durante unos minutos al penetrar imaginativamente en la selva y sentir la encarnación de hermandad con las plantas y los seres como sentí cuando 234


niño por crecer entre ellos. ¿Qué sensibilidad me arrastraba al fondo de los bosques, al fondo de la memoria de mi infancia? ¿Era la incógnita que nos absorbía, el temor de haber de empuñar las armas para ser libres?... Unos pasos no lejos de mí se desvanecieron mis pensamientos, el hilo de mi imaginación; cuanto más al oír a Juan preguntarme: –¿No has dormido? –¡No sé; algo quizá, como los demás! –¿No has pensado en lo que debemos organizar? –Lo debemos pensar porque no vale la pena de ser tantos a perder el día de trabajo cuando hay muchos que aun no han entrado el trigo... –Y otros trabajos no faltan en las tierras de todas las quintas –añadió Juan, a quien interrumpió Terragrosa, que asomó por la puerta de la casucha y desde el dintel gritó con fuerza: –Ton, Ton, alguien te llama por teléfono. El tintín del aparato, las voces y la comunicación despertaron a los últimos dormilones, fueron varios a la vez que me preguntaron que pasaba en la Conne cuando dejé el auricular: –Nada de nuevo que no sepamos, sólo que Rius insiste en que pasemos sin demora al desarme total de todas las derechas, requisando radios y autos, y que no perdamos de vista a los jefes y a los falangistas. –¿Cómo vamos a requisar los dos automóviles que hay en la parroquia si no hay ninguno de nosotros que sepamos conducir? –Ya aprenderemos –objetó Xavier el más joven del grupo– , de momento que sean ellos que los traigan aquí al Comité. 235


–¿Para qué tantas preocupaciones? –dijo algo malhumorado Terragrosa. –¡Quizá no es tanto como dicen! –opinó uno del grupo de los dormilones. –¿Qué no es para tanto? –intervino Cosmos, añadiendo– : Si hubieses oído lo que he oído yo mientras roncabais (era el que estaba a la escucha de guardia) no hablarías así, ya que Barcelona, Madrid, Sevilla, Badajoz... y casi todas las capitales de provincia están en una balsa de sangre. El asunto es muy grave, compañeros. Cosmos dio tanta fuerza a sus últimas palabras, que sólo nuestros ojos se enfocaron sobre él, sin que saliera una palabra de nuestros labios durante unos instantes, siendo Quim quien rompió el silencio: –No pongo en duda tu palabra. De acuerdo de pasar a la acción, por eso estamos aquí. Pero antes debo poner gasolina al motor: desde ayer de mañana que no he probado bocado, siendo la primera acción que debemos emprender: llenar el estómago. Quim tuvo e1 apoyo unánime; quien más quien menos tenía el estómago vacío, en particular los que emprendimos el trote ayer por la mañana. No obstante yo intervine: –Muy bien la propuesta, sin embargo, antes de ir a poner gasolina, como dice Quim, deberíamos dividirnos por grupos para que cada uno haga un circuito determinado, sin olvidar que se deben quedar unos compañeros presentes en el Comité, en la guardia y en la escucha de la radio. Punto de vista aceptado con la añadidura que mientras no podamos regresar a nuestros hogares comeríamos en el Hostal. Y no con desagrado aceptó el hostelero, el cual movilizó su esposa e hija y en menos de una hora todo el mundo fue servido abundantemente, en mucho menos 236


tiempo desterramos el hambre y cada grupo emprendió el camino para cumplir la misión, esto sin dejar las escopetas de caza. ....................... El grupo que permaneció de guardia lo componíamos ocho compañeros. Juan y yo como responsables: él para controlar los gastos de posada, la guardia y los pormenores que pudieran suceder; yo, por ser el presidente del Comité, quedaría de puesto en el local para registrar los portadores de armas, e informarme de las noticias que daba la radio, la cual no paraba de funcionar. La primera cosa que hice fue poner la radio a media voz para captar mejor las noticias, organicé un escritorio no lejos de la puerta para controlar mejor el exterior con una mesa y tres sillas que recuperé de los trastos en desuso, sillas que tuve que calar para que no cojearan, a la vez quitar las telarañas del viejo tejido. A continuación barrí el suelo de ladrillos carcomidos, puse papel de embalaje sobre la mesa manchada y roída a fin que no se ensuciase el papel de escribir, trabajo en que puse toda mi voluntad, no soy nada mañoso, mientras escuchaba atentamente las noticias que daba la radio, interesantes por dar en detalle la derrota de los militares y su rendición en Barcelona; pero señalaba los focos aun de resistencia fascista en las iglesias y conventos... Momento en que unos fuertes pasos en el empedrado de fuera me hicieron mirar quién era el pasante, viendo el cura que a largas camadas iba hacia la iglesia. Pasó de largo como si en aquella vieja casa no hubiera cambiado nada y su cabeza tiesa mirando hacia los montes y 237


sin preocuparse donde ponía sus enormes zapatos por el hábito que tenía de pisar aquel pavimento. Empero, a pocos pasos del hostal, en una pequeñita plazoleta, paró de andar y enderezó todo su cuerpo mirando hacia la Plaza de las Tres Acacias. Había visto la barricada y hombres en armas. Instantes que un joven gato juguetón se propuso coger la cabeza que dibujaba en el suelo la sombra del cura. Pero el pobre animal poco pudo jugar, pues el cura se puso a andar, sólo que en lugar de ir a la iglesia entró en el hostal. Del cual salió a no tardar, y con pasos medidos reemprendió el camino que venía de hacer pero con miras hacia el Comité, comprendiendo que iba a entrar, bajé a cero la voz de la radio. –¿Se puede entrar? –preguntó con voz normal. –Si es su gusto –respondí con la voz que empleaba siempre cuando conversábamos, en el campo. Se paró en el mismo umbral cual plantón. A su cabeza le faltaba poco para dar con el dintel. Era alto y corpulento. Su mirada chocó con la mía. Frente a frente nos miramos. Yo le sonreí. El con voz algo temblona dijo: –Buenos días. –Buenas las tengamos –le respondí, ofreciéndole una silla. Esta crujió con insistencia al tener que cargar con la pesada masa de carne y huesos del ensotando, que, al darse cuenta, aseguró un pie y la silla dejó de chillar. –El tiempo puede con todo –le dije como excusa de no poderle ofrecer un sillón como el que encontraba en Foravila, en la torre de los amos al ir a tomar el chocolate todas las semanas. Él contestó con un sí muy vago. Quizá interpretaba mal mis palabras. Y visto que no se decidía a hablar, le pregunté cuál era el objeto de su visita: 238


–La misa! –respondió, exclamándose. –¿La misa? –interrogué sorprendido. –¡Sí! Se trata de la misa –respondió el cura muy seriamente. –Si no se explica mejor, me quedo a oscuras, pues no es aquí que debe celebrarla, y espero que no me venga a buscar... puesto que sabe que no soy cliente. Pasaron unos segundos, había cerrado los ojos para mejor buscar las palabras, y dijo al fin, mirándome fijamente: –Verdaderamente no soy lo bastante claro; quería decir que al ir a la iglesia he visto hombres armados y me he asustado. –No sé si tiene motivo de asustarse de una gente que conoce, ya que todos han pasado por la iglesia, o los han hecho pasar para hacerlos cristianos como ustedes llaman – dije mirándolo a los ojos también. –Es la voluntad de los padres... –La voluntad o la ignorancia cuando no se es forzado; quizá son raíces el porque estos llamados cristianos están armados, y que tanto lo han asustado al ir a decir la misa. –Es que soy muy cobarde ante las armas –objetó –¿Así no tendría el valor de disparar con el trabuco como ciertos colegas suyos ametrallando a la gente del pueblo en las ciudades? Pregunta de la que no se dio por aludido. Lo que hacía comprender que estaba bien al corriente de lo que estaba pasando en España. Y soslayando mi intención, dijo: –No soy valiente a pesar de ser grandote. Si he venido, ha sido para preguntar si pondrían algún obstáculo para que mis fieles pudieran oír misa. –Se podía bien ahorrar los pasos. Somos amantes de la libertad y en ella hay el respeto de los otros piensen como piensen. 239


–No esperaba menos de ustedes y tenía confianza que respetarían la iglesia... –¡Respetar! –exclamé levantando la voz. Añadí–: Si la iglesia hubiera respetado la República, esta República que dejaba libres de pensar y de creer, si la iglesia no hubiese dado el brazo a la reacción, seguro que nosotros no estaríamos aquí, sino en los campos, laborándolos. Me miró y con palabras secas respondió: –La iglesia católica y romana, el clero en general no tienen ninguna responsabilidad. Nuestra misión es salvar almas. La vida material no nos pertenece. Son las almas que nos hacen desvivir para que no sean condenadas a una atroz eternidad, y... Yo ni le escuchaba ensalzar la misión del capellán en salvar almas, lenguaje carcomido de tanto usarlo, como la pobre vieja mesa que me servía de escritorio y que apoyaba mis codos, a la vez miré la radio, de la que aumenté un poco el volumen para informarme. El locutor aun hablaba de los falangistas y frailes resistiendo en el convento de Sarrià, y como el tema del capellán correspondía a la salvación de almas, di toda la voz del aparato: «Hemos repetido ya muchas veces –gritaba el locutor– nuestra recomendación de que nadie circule por las calles de la zona del convento de Sarrià porque aun no se han rendido los frailes y falangistas, disparando sobre todo ser humano que se pone a la punta de mira de sus fusiles.» Bajé otra vez a cero la voz de la radio, el cura se mordía los labios y su semblante luciente había perdido el color, y le dije con áspera expresión: –No solamente es en el convento de Sarrià, sino en donde hay una iglesia es donde los combates han sido más encarnizados, reductos más inexpugnables por haberse 240


parapetado con los clérigos falangistas y reaccionarios de toda calaña. Lo que afirma vuestra espiritualidad. Sabemos lo que predican y lo que hacen. No caben engaños, mosén Pere, entre usted y yo. Hemos conversado muchas veces sabiendo dejar las ideas de cada uno de lado. Lo que la mayoría de los asotanados no han hecho porque continúan con las ideas de Torquemada: quemar herejes, hoy ejecutan con los fusiles, para salvar almas como es vuestra consigna. –¡No comprendo! –exclamó titubeando. –¡No comprende! Mejor diría que no pensaban que la tortilla les caería en la ceniza, y que sería un golpe de estado de salón como costumbre disfrutaban los absolutistas de toda estirpe en España. No esperaban la unidad del pueblo para defender sus libertades. En esas, me sorprendió un repique de campanas a misa. También sorprendió al cura, lo que me hizo decirle: –El sacristán tiene la conciencia limpia. Hace sonar las campanas como los otros días porque es inocente de lo que pasa, como tampoco tendrá que arrastrar durante su existencia la responsabilidad de los crímenes que ya se han cometido y de los asesinatos que se pueden cometer aún por no respetar la democracia que el 16 de Febrero se dio el pueblo. –¡No todos tenemos la culpa! –expresó en voz baja. –Cada uno con la suya, señor párroco. Lo que pasa en España no es de un país civilizado, no sólo lo que está pasando ahora, sino lo que ha pasado desde tiempos remotos, y la iglesia ha colaborado siempre con los absolutistas. Pero tocando a lo que nos atañe a nosotros, aquí no debe haber injusticias humanas. No añadí más de lo mucho sufrido durante generaciones. Pues, en el fondo, tenía por buena persona a mosén Pere, 241


fuera de las funciones de salvador de almas, y casi me daba pena. Y pienso hoy que los dos estábamos en un impasse debido a la situación que ni él ni yo habíamos creado, siendo actores por la fuerza. –Si no hay injusticias humanas entre nosotros –dijo él, rompiendo el silencio que sin querer se había impuesto entre los dos–, ningún daño haré de ir a celebrar la misa. –Bien claro le he dicho que no tenemos nada que ver con lo que hace en su casa. Además, sin querer echarle fuera de aquí, debemos dar fin a la entrevista, ya que afuera hay gente que espera, como puede ver. No se hizo rogar, y diciendo «gracias, gracias», se fue hacía la iglesia. Donde encontró el sacristán y dos viejas que esperaban, que llamando a los tres, les dijo algo a la oreja. Los tres se despidieron del clérigo. El sacristán se fue con paso ligero hacia su casa, y las dos viejecitas quedamente y persignándose bajaron las escaleras, mirando tan pronto a los milicianos debajo de las tres acacias, como luego la iglesia. Mientras que el sacerdote, una vez sólo, abrió el postigo y se encerró dentro de la iglesia. Pero al poco llegó otra vieja que, cansada de esperar, cogió las de Villadiego. ................ Ni decir cabe la cara de pomas agrias que ponían aquellos agricultores al tener que dejar sus escopetas de caza en el depósito del Comité. No estaban acostumbrados a ello. Les vino de nuevo a los que se llamaban a sí mismo «gente de orden». Ya no eran los republicanos, los habituados a no poder ir de caza a la más pequeña perturbación política. Y lo que más les zahería es que fueran aquellos jóvenes asociados que les obligasen a dejar las armas. Además, Quim, 242


que recogía las escopetas mientras yo hacía el recibo de entrega, les respondía a cajas destempladas, teniendo que intervenir más de una vez s para apaciguar las voces y los temperamentos. El más duro a convencer fue Maspuig. Uno de estos payeses que al andar parece que arrastra la tierra, no muy alto pero cuadrado de musculatura. –Tú alteras las palabras –le repetía –no quitamos ni robamos las escopetas de nadie, las guardamos en depósito unos días hasta que se aclare la situación nacional, las cuales os serán devueltas como las habéis dejado. –¿Pero por qué los unos sí y los otros no, como Buixarols, que ha pasado antes que yo y se vuelve con ella? –No desconoces el porqué. Él es un republicano, y tú no. –¿Por haber votado por las derechas? –Y otros detalles que tú sabes de comportamiento; por ejemplo, cuando nos persiguieron después de los hechos de Octubre. –Tanto se dice; además, qué sé yo de derechas y de izquierdas. Si voté derecha fue por miedo que vinieran los comunistas, dirigidos por Azaña y Largo Caballero, y me robaran las cuatro vacas que tanto trabajo me ha costado ahorrarlas, y lo peor, dicen que violan a las hijas, y yo tengo dos mayorcitas. Pese a que había oído y oído tales falacias y argucias políticas, no pude evitar estallar en una, carcajada al oírlo de aquella masa de musculatura y huesos, de aquel buen hombre en su ignorancia, y uno de los mejores trabajadores del pueblo sin luces sociales, que al verme reír, comprendió que la burla era sobre sus palabras, y muy convencido afirmó: –¡Es lo que pasa en Rusia!... ¿No...? 243


–Lo dicen los que viven sin trabajar, como también dicen que los republicanos somos comunistas y anarquistas; cuando no añadan que somos unos vagos y maleantes, despilfarradores y unos incapaces de gobernar, como si ellos hubiesen vestido España de oro, y no a la miseria como la encontró la República en Febrero de 1931. Maspuig, al oírme, se quedó con la boca abierta a la vez que con su manaza calluda se refregaba el sudor de su frente. Sin embargo, al alargarle el recibo del depósito del arma y decirle: –No perderás la escopeta, y te ruego que juzgues las personas y sus ideas por el ejemplo palpable de los hechos que tú puedes comprobar. No sé si me escuchó, pero sí me preguntó: –¿Y cómo defenderme de los ladrones si vienen a robarme lo poco que tenemos? –Como nos hemos defendido nosotros cada vez que nos han requisado las escopetas. Además, con la justicia y la libertad con derechos y deberes para todos que la República de Trabajadores protegerá, se habrán terminado los ladrones... –Eso querría yo –respondió en serio, interrumpiéndome. –Si no lo hemos tenido antes, la culpa la tenemos los explotados, por dejarnos robar. Me miró entre dudas y se despidió diciendo que la ayunta de las vacas le esperaba para ir acarrear el trigo. Durante el lapso de tiempo que Maspuig resistía para no dejar la escopeta, Quim iba y venía con el fusil al hombro. Nada de extrañar que pensara que tendría que emplearlo. Lo que no pasó desapercibido, y al censurarle tal actitud, me respondió a secas: –¿No estamos en revolución? 244


–Eso parece; pero las armas para la guardia y el frente. Aquí hay bastante con los razonamientos. –Mucha confianza tienes tú en esos despiadados. –¡Déjate de estas niñerías! Somos gente de paz y los fusiles son enemigos de ella. Y vamos a lo que estamos; que entre si alguien espera. –Hace rato que esperan la madre de Terragrosa y la esposa de Cortada. –¿Por qué no las has hecho entrar antes? Tú mismo hubieras podido preguntarles lo que querían... –No me gusta tener tratos con la entrometida vieja. Te las envío y allá tú. Yo las esperé en el umbral, y las miré con agrado mientras se acercaban. Una con un gran puñado de años encima, un poco encorvada y con pliegues en la cara. Contraste con la joven de mediana estatura, cuya salud se reflejaba en el semblante de colores vivos como los campos florecientes cual ella fuera una flor silvestre. Ellas y yo nos saludamos primero con una sonrisa mutua hasta que pregunté: –¿Cómo va la salud, abuela? –Aun resisto, gracias a que no me pesan mucho las carnes para subir y bajar cuestas –respondió con una mueca burlona. –Ya decimos que a la centena. En esperando, siéntense y luego hablaremos... Ten cuidado, Concepción, con esta silla –dije a la joven–, que no está muy fuerte. –Debe ser más vieja que yo –observó la abuela. –Y menos fuerte –y añadí–: no sabía que estuvieras esperando. –No es que no le haya dicho a Quim que te lo comunicara –y como si fuéramos extranjeros decía en alta voz–: Estamos 245


en una nueva sociedad sin privilegiados, y los republicanos debemos ser los primeros en dar el ejemplo. –¡Qué ejemplo ni qué cuartos! –apoyaba la voz la abuela– ¿Qué tiene que enseñarme este mocoso, que le he cambiado los pañales decenas de veces? ¡Dios mío, qué desmandada está la juventud, y qué tirón de orejas le daré al salir... –No le hará mucho daño –le interrumpió la joven con pícara expresión. –¡Eres tú que no lo harías por miedo a sonrojarte –contestó maliciosamente–. Pero a mí me son indiferentes estos zagales. Soy ya del otro mundo. Cuanto más que los he visto crecer y hacerse hombres. El que no conozco es a éste, terminó señalándome. –¿No me conoce?... –¿Cómo quedamos –respondió Concepción–, si al venir me decía que tenia mucha amistad con él? –¡Virgen Santísima! –exclamó la abuela– No soy ninguna embustera, moza. –Moza con dos hijos y veinticinco años a cuestas. –Zagala eras a mi lado. Y volviendo a éste, lo conozco y tengo amistad, sólo que no lo he visto crecer como a los demás. –No se tome en serio lo que le he dicho –se excusó Concepción–, y pienso que no haremos mal de decir el motivo de nuestra visita y hablar menos. –Hacemos honor a la fama que tenemos las mujeres. –¡Cómo que a los hombres no les gusta el palique! – añadió la joven. –Somos de la misma madera, y las astillas se parecen – dije, añadiendo–: Es bueno pasar un rato; necesario, a menudo, hablar para no decir nada. De eso les doy las gracias, 246


por haber me hecho pasar unos momentos sin preocupaciones. –¡Bueno! No me des tantas gracias y dime lo que está pasando –replicó la abuela sin dejarme respirar. –¿Es el objeto de vuestra visita? –No venimos exclusivamente por eso –aclaró Concepción–, sino por saber ella de su hijo y yo de mi marido. Pero como lo hemos encontrado por el camino, hemos decidido de venir a saludarte y que nos explicaras lo que pasa, ya que ellos nos han dejado como estábamos. –Lo que te decía –añadió la abuela– menos gracias y más verdades de las que tenemos derecho a saber. –No cabe duda que tenéis derecho a saber, sin embargo, poco más puedo decir aunque quisiera... –Así... ¿Qué hacéis correteando con las escopetas? – objetó la atrevida abuela. Yo hice gesto de responder. Una pequeña pausa se hizo entre los tres. Un tiempo de espera para encontrar una explicación que se ajustara a la realidad lo más suavemente posible a fin de no hacer sufrir a la madre y a la esposa de un compañero. –Como decía, todos los que amamos la libertad debemos estar al corriente de lo que pasa. Debéis saber ya que los militares los falangistas y los que posean las riquezas se han sublevado contra la República que hace seis meses votamos, y es natural que los republicanos salgamos a defenderla. Os puedo informar de que las tres partes del territorio español y las principales ciudades están en manos de los republicanos, que si esto continua así, dentro de una semana, o menos, estaremos de vuelta en casa, cantando el himno de la libertad al compás del arado. 247


–¡Que Dios nos ampare, porque tantos preparativos me asustan, respondió la abuela con voz enternecedora. Las dos se levantaron, o nos levantamos los tres, porque fui a acompañarlas hasta el cruce de los dos caminos, a unos cien metros del Comité. La abuela me abrazó al despedirnos, la joven me dio un saludo con una mirada preñada de interrogantes. Me quedé plantado en medio del sendero mirándolas hasta que se perdieron entre las encinas. Mi corazón palpitaba desordenadamente a medida que subían la cuesta y los árboles las iban escondiendo. ¡Podían ser mi madre y mi esposa! Imagen y recuerdo se confundían, embargando mi sensibilidad, ya que las veía en casa afanadas en los quehaceres del mas, a la vez preocupadas por donde andaríamos los cuatro hermanos a quienes el vendaval nos había arrancado de las labores cotidianas. Como si perteneciera a la historia, como si algo se hubiese roto para siempre, sentí un sufrimiento nostálgico al revivir en mi magín el festín dominguero familiar en que padres e hijos saboreábamos el bien sazonado arroz, a la vez que gozábamos del triunfo del trabajo semanal al encontrarnos todos reunidos alrededor de la mesa llenos de salud y de esperanzas. Imagen lejana cuando hacía menos de una semana que había palpitado en el corazón de cada uno como si el puente que une el ayer y el mañana se hubiese hundido, como si yo no perteneciera ya a aquella sociedad. ¡Qué lejos estaba de aquella empresa familiar! Un alboroto en la Iglesia de las tres Acacias me hizo revenir a la realidad. Algo grave debía pasar. Debía volver al local del Comité y corrí hacia mi puesto. .................. 248


Aun no me había sentado en la vieja silla del escritorio que comprendí lo que significaba el alboroto. Juan, con su cachaza y fusil en mano, iba detrás de un fuerte y bien trajeado hombre que rayaría los sesenta años, que si no hubiese sido conocido se le podía tomar por un filósofo debido a la seriedad de su compostura fisiológica y de sus largas y entrecanadas barbas castañas, las cuales hacían resaltar la severidad de su blanca tez. Al entrar al comité, estilo del perro de la casa y sin remover la cola, y sin dar tiempo que Juan hablara o que yo preguntara, me lanzó esta interrogación a bocajarro: –¿Con qué derecho me quitáis el automóvil, la radio y las armas? –y con mirada severa añadió–: Sólo los ladrones obran así! –¡Cálmese!... No robamos ni quitamos nada de nadie –le respondí con el mismo tono severo con que me interrogó. –¡Explícate! ¿Por qué me obligáis a traerlo aquí? –Si no fuera tan creído y recalcitrante, usted mismo se daría la respuesta. –¿Qué respuesta tengo que darte de lo que es mío? –objetó gritando. –Le he dicho que se calmara. Le oímos perfectamente, no somos sordos. Y ya sabe usted que no nos asustan los gritos, las amenazas, ni los latigazos que nos suministró la guardia civil obedeciendo sus órdenes. Lo que le debe aconsejar que no se vaya por las ramas y razone con mente pausada y humana, porque si tenemos que hablar de robo, usted y su clase son profesionales, ya que llaman suyo lo que no han ganado... –Lo he heredado de mis padres! –afirmó a media voz. 249


–Y sus padres de sus padres, y así hasta el fondo de los tiempos, en que una banda de ladrones se repartieron lo que era de todos. –Veo que queréis hasta las propiedades... –Un día llegará que las tierras y las fábricas sean del pueblo. Es decir, que lo que da la naturaleza sea para todos equitativamente. Mientras tanto –le dije muy seriamente–, razone y cumpla la orden de la cual le ha informado Juan, y tómese las cosas tal como pasan para su bien. Porque hombres de proceder, no todos tendrán la suerte de usted. –¡Pero sin coche!, con la caminata que hay para llegar a casa. –Le hará bien a su cuerpo, a la vez podrá comparar la condena impuesta por ustedes a las generaciones al tener que andar kilómetros y kilómetros para ganar un mendrugo de pan que se les ha dado como limosna por diez horas de trabajo cuando no era más, eso sin hablar de otras humillaciones. Me miró despectivamente (seguro que me condenaba a muerte) y como yo le alargué el comprobante, lo cogió con violencia y salió refunfuñando del comité sin despedirse. No cabía en su mentalidad, criado y envejecido en el mando caciquil, que los vasallos le pudieran dictar leyes. La soberbia no le dejaba ver el peligro que corría, o que hubiese corrido si no hubiésemos sido unos humanistas, unos verdaderos idealistas, sin nosotros saberlo, de la revolución que ellos habían provocado con la rebelión contra la República. Empero olvidé pronto la mirada de venganza que me dio el cacique Buixalleu debido a un sin fin de vecinos que no pararon de llegar hasta entrada la noche, unos para depositar las armas, y no pocos curiosos, pues era sorprendente, para 250


los herederos de los siervos ver a los feudales y servidores de estos ser desarmados por el pueblo del trabajo; primera vez en la historia de esta vecindad. ................. Llegó la noche, cómo casi todas las noches de verano en España, era serena en el firmamento y bochornosa en la tierra. Arriba lucían las estrellas con paz eterna; abajo el hombre estaba en guerra contra el hombre. Los pasos de los centinelas, es decir de los milicianos, resonaban en la Plaza de las tres Acacias, al ir y venir con el fusil al hombro y con marcha monótona cual péndulo de reloj. Poco faltaba por la media noche cuando se precipitaron a la vista de los valles. Una gran hoguera había eclipsado las luces de uno de los tres pueblos que se divisaban allá en las planicies no lejos del mar Mediterráneo. –¿Qué será? –se preguntaron mutuamente. –¡Aguardad, que voy a llamar a los compañeros! –exclamó Quim, poniéndose a correr hacia el comité sin esperar la opinión de Xavier. Con la velocidad que emprendió la carrera no dio tiempo al minutero dar muchas vueltas a la circunferencia, y con la misma precipitación gritó: –¡De pie todo el mundo! La dos decenas y pico de antifascistas que recuperaban fuerzas, cual durmieran en espera de una acción, sin preguntar lo que pasaba, echaron mano a las escopetas, y se lanzaron como un solo hombre tras los pasos de Quim. Al llegar a la plaza y ver las llamas, más de uno amonestaron a Quim:

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–Una tunda te mereces por interrumpirnos el sueño – dijeron unos de mal humor, y otros, con el mismo acento–: Si no son más que unos pajares que queman... Pero los reproches fueron ahogados por otra gran hoguera que devoró luces eléctricas de otro pueblo. –Eso no es normal –opinó Juan, proponiéndome que fuera al Comité y telefoneara a la Conne por si estaba al corriente de tal suceso. No fue fácil de establecer contacto con los compañeros de la Conne. Por fin oí una voz que conocía. Le pregunté: –¿Eres Rius? –................... –Me alegra que seas tú. –......... –Nada nos pasa aquí en la sierra. Lo que nos intriga, por eso he llamado, son los incendios que hay en las poblaciones de las llanuras, de lo cual querríamos saber de qué se trata, si vosotros estáis al corriente. –........ –¿Qué dices, las iglesias? –........ -¿Una orden de Barcelona? –....... –Ah, comprendo, si los clérigos y los fascistas se parapetan en ellas! –....... –¡Cómo!... ¿Quemar nosotros las iglesias del pueblo? –.................... –¿Habéis perdido la cabeza? –.......... 252


–Aquí no nos hacen ningún daño estos edificios llenos de trastos. Las derechas han entregado las armas y el párroco sería mejor por pastor guardando ovejas. Además que cree en los sitos y en los dioses quién quiere; otros trabajos tenemos. –........ –De acuerdo de destruirlas donde los fascistas no se quieren rendir; pero en cuanto a los sitios donde no sirven de parapeto a los sublevados, hay que dejarlas que se derrumban por viejas o transformarlas en museos o escuelas que mucha falta tiene España para desterrar la ignorancia que los curas han impuesto durante décadas y siglos. –............ –Será mejor que dejamos eso de las iglesias, y ahora que tenemos el hilo, infórmame un poco de como van los acontecimientos. –............. –Así se confirma que los fascistas italianos ayudan a los sublevados. –................. –Efectivamente, las cosas se complican. –.................... –No cabe duda que los venceremos, y estoy de acuerdo contigo de dejar la piel antes de perder las libertades que poseemos y las perspectivas sociales que se han conquistado al vencer los fascistas en la barricadas. –................ –No pases cuidado por los que se pueden esconder y organizarse en estas sierras. Hemos puesto puntos de guardia en los cruces de carreteras y carriles transitados. Todos los republicanos estamos de pie y dispuestos a defender la democracia. 253


–............... –También os saludan los compañeros. Colgué el auricular, dejé la mano encima del aparato cual estuviese pegada a é1. La noticia me tenía preocupado. Las noticias, mejor dicho: la quema de iglesias y la aviación italiana transportando a España el tercio y demás ejercito sublevado y vencedor en Marruecos, a zonas en donde dominaban los felones generales como en partículas geográficas de Andalucía y otros pocos lugares. Noticia preocupante. Signo de un principio de guerra civil; cuyo proceder está injertado en la sangre del militarismo español; golpes de estado y guerras civiles es la herencia que los españoles arrastramos del llamado imperio que fundaron los Reyes Católicos bajo el estandarte de la cruz y de la espada. A pasos quedos y con la preocupación del negro porvenir que se anunciaba en mi raciocinio me fui hacia la Plaza de las tres Acacias, en donde los compañeros estaban discutiendo de un tercer fuego que se había alumbrado allá en la plana, no lejos del Mediterráneo. Tan acalorada era la discusión, que me paré a escuchar a unos pasos de ellos en un rincón donde las potentes bombillas del hostal no podían desvanecer la oscuridad compacta de la noche. Momento en que Terragrosa afirmaba burlonamente: Yo os redigo que no estamos en San Juan para encender tales fuegos de noche, y a tal hora, que si no me equivoco el minutero debe andar hacia la primera del día 22 de Julio. –Si no estamos en los santos, replicó Cosmos con sorna, es que se olvidaron en el día señalado, y lo hacen de común acuerdo para celebrar la fiesta. –Quizá no tienen calendario y se creen estar el 24 de Junio, añadió uno del grupo que debía tener más ganas de ir a dormir que de pensar. 254


–No se olvidaron ni se equivocan ahora. En su día preciso, la velada del 24 de Julio, yo los vi como todos los años desde la cúspide del monte que abriga mi morada –dijo un intruso con voz posada pero firme, un setentón que nadie había llamado, ni nadie se había dado cuenta de él hasta que salió de la obscuridad y tomó la palabra. .................... Un individuo que los que pretendían conocer lo tomaban por un chalado y por un cargado de misterios. Quizá en un pueblo menos ignorante lo hubieran tomado por un original, pues la vida que llevaba fomentaba unas y otras opiniones. Pues las relaciones con la vecindad eran pocas, por no decir nulas. Nadie lo había visto aprovisionarse en la tienda, y no se podía comprender de qué manera vivía, con la particularidad que al instalarse en el término era una novedad curiosa hablar de él para olvidarlo luego, considerado un salvaje al que habían apodado «el Solitario», de cuyo apodo nos serviremos en el futuro por ser un personaje indispensable en la narración, y de tal diremos: Hacía unos años que había venido de tierras lejanas a vivir solo en una casucha en ruinas y deshabitada de largo tiempo, desde que había muerto el último morador, desde que encontraron casi roída por los gusanos y otros animalejos una viejecita que también vivía sola en aquel desértico lugar, en una de las más apartadas masías; si masía se podía llamar a unos cuatro muros con tejado y unos huertos encarado en el término hacia el noreste. Era de suponer, según opinión del pueblo, que este vejete llamado Solitario haría el mismo fin que la viejecita: «Sería pasto para los gusanos y las ratas». Afirmación que había 255


zanjado la disparidad de criterios a los meses de su llegada, por lo cual se habían hilvanado una serie de historias hipotéticas entrelazadas con la vieja y el marido de ésta, muerto unos años antes que ella. Había materia para incitar a las imaginaciones. Y al ser humano no le falta. Más pronto le sobra la inventiva de ciencia-ficción que la sensatez de razonar y sentir lo cotidiano, lo propio y lo común. Pero no está en nuestro alcance aquilatar el prejuicio de hablar por hablar del otro, y mejor si es un desconocido, un extranjero; incita mucho más cuando hay una incógnita, como en el caso del Solitario. La inesperada intervención de Solitario, pocos habían en el grupo que hubiesen oído su voz hasta aquel momento, dejó en suspenso a todos. Fue Juan que rompió el silencio: –Ya sé que eres aficionado a los fuegos de estas fiestas santificadas. Aunque lejos, desde casa, te veo celebrarlas todos los años en el pico más alto de la Sierra de los Palomos. Varios del grupo estallaron en una fuerte carcajada que llenó el eco de la noche. Pero Solitario no se achicó, respondiendo: –No os riais, incrédulos. Y os digo incrédulos Para no trataros de incultos, que no es vuestra la culpa si ignoráis! Qué más querría yo que supierais por qué dos veces al año hago una gran hoguera en el pico más alto de la Sierra de los Palomos. –Sabemos que los curas bendicen los fuegos –objetó Terragrosa. –¡No a todos! –replicó– Y menos a los que yo hago todos los años. –Tú eres una lucecita entre las estrellas, opinó Juan, y los curas buscan los astros mayores. 256


–Qué astros y que cuartos! –objetó el viejo, añadiendo–: No mezcléis los curas con el origen de los fuegos. Buscad comprender. No habléis por hablar, como los que predican sin dar nada. Puesto Que antes que existiera la iglesia y los santos, y no solamente los de la religión católica, los paganos y las religiones de más allá que la historia ya ha olvidado, los fuegos ya se hacían en fechas dadas, como hago yo, en los montes más altos. –Si tanto sabes –intervino Quim–, explícanos porqué se hacen la vigilia de san Juan, anunciando su veneración. –La respuesta está en el contenido histórico y físico de la naturaleza. Pues, si los fuegosse hacían, antes de que existieran las religiones que hoy se conocen, en un momento del año llamado solsticio, es que los santos de estas religiones los han puesto en dicha data, oportunismo para apoderarse de toda la corriente popular e incluso científica, que desgraciadamente lo consiguen por la ignorancia, indiferencia y comodidad de la mayoría aplastante de individuos; pagándose caro luego por aceptar vivir en la mentira.... –No nos hagas un discurso y vete al grano, le interrumpió Terragrosa. –No hay discurso a hacer, ni las palabras deben ser complicadas: el fuego representa un factor primordial de la vida, llamado dios en tiempos remotos, como también medio de comunicación, y hoy la fuerza de la industria que da pan... y guerras, al ser manipulado por los estados, mejor dicho, por los poseedores de las riquezas. Palabras que provocaron una explosión de preguntas y controversias entre los asistentes, cuyas ganas de saber o no querer creer derivó en un pugilato de una riqueza sociológica las opiniones dispares que se vertían bajo las estrellas del firmamento por aquel grupo de antifascistas que habían 257


olvidado los trabajos que se habían propuesto hacer en los campos, y también, debido los cambios de propósitos, olvidaron las hogueras que devoraban edificios allá cerca del mar, según idea nuestra. Pese a que yo no había intervenido, ni puse cuestiones, no dejé de preguntarme sobre el llamado Solitario: ¿Cuáles serían las causas que llevaron a este hombre a aislarse de los hombres cuando parece conocer mucho sobre la sociedad? Y como si Xavier hubiese oído mi cuestión mental, le preguntó: –¿No te aburres en esta vida de ermitaño? –El hombre no siempre está acompañado por estar entre los humanos, ni está solo por no tenerlos a su lado. –Por ningún precio del mundo haría la vida que llevas – objetó Xavier. –Ni yo ahora podría llevar la tuya. Cada uno cree acertada la suya aunque no esté contento de ella. Además, joven, tampoco estaría de acuerdo con tu edad. La juventud necesita expansión, la vejez reflexión. El hombre, como los pájaros: vuela cuando joven por tierras cada vez más lejanas, y al disminuirle las fuerzas, regresa, si puede, a las tierras que lo vieron nacer. –¡Pero sin familia! –exclamó uno del grupo. –¡Familia! ¿Qué es...? ¡Ah no! No debo hablar de eso – rectificó Solitario. –¿Por qué no? –insistió Xavier. –Tú eres un travieso –le respondió, amonestándole con el dedo pulgar de su mano derecha–. Porque tu curiosidad me haría zaherir los sentimientos de tus compañeros. Seamos discretos por tener yo un concepto de la familia muy distinto del que enseña y hace practicar la madre iglesia, en el cual coinciden laicos y creyentes, y tú mismo que deseas saber. 258


–Me quedaré con las gamas –objetó Xavier–, teniéndote que decir –el joven lo trata de tú– que no sé si son travesuras mis preguntas y mi querer saber; tus razonamientos me intrigan hasta extrañarme que aquella casucha desértica cobija un tal elemento. –No eres tú solo en este error –aclaró Solitario–. Juzgar sin conocer es una enfermedad general. Si se comiera para vivir, y no se viviera para comer, las opiniones serían otras. Teniendo en cuenta que cada acción obedece a una causa, y mucho más complejo tocante a lo intrínseco del individuo, puesto que cada uno somos un mundo que gira alrededor de su imaginación, si dejamos las circunstancias y las imposiciones a parte. Por eso, pensar que tu prójimo sienta y obre como tú es un disparate. Realidad que al no comprenderla extraña la manera de vivir del otro. Porque tocante a mi proceder, lo que os intriga, vivo en una sociedad de acuerdo con mis necesidades naturales como son los recuerdos mis mejores consejeros, y los árboles y los pájaros mis fieles amigos. –No me convences del todo –replicó Xavier–, y querría comprender mejor. –¿Comprender qué? –interrogó el Solitario. –¿Eres feliz? –¡Qué vocablo tan deseado y que resbala como un pez en mano cuando se cree poseerlo! –exclamó Solitario para añadir–: Completamente si en la relatividad del existir se puede emplear este vocablo absoluto que el hombre tiene en su diccionario. Porque te debo asegurar que nada me falta desde que comprendí que se tiene todo no queriendo nada. Las ansias de vivir, la explosión de la juventud, me lanzaron al torbellino de las ciudades, que luego de gastada la vida por la vida, la vida misma me indicó el sendero de la sencillez, 259


conduciéndome a seguir los pasos de una viejecita que había comprendido antes que yo que el gozo de vivir está en todas partes siempre que esté en sí... Palabras que provocaron un silencio en plena noche. Los oyentes no replicaron, como si no hubiesen descifrado el contenido, pese a que sentían el fondo del drama, y Solitario se había callado cual su pensamiento se hubiese alejado a otras latitudes. Un común sentimiento los unía: el recuerdo de la madre turbó aquel estoico ser; el correrse el velo de la incógnita impresionó a aquellos bravos trabajadores al comprender que se encontraban frente al hijo de aquella vieja que le dieron sepultura casi descompuesta. Sin embargo, Solitario como si tuviera necesidad de apaciguar el dolor interno continuó hablando: –¡...Para mí está en sí el placer de vivir si no se quiere lo absoluto! Dos cabras, cuatro colmenas, unas gallinas, y un huerto para las legumbres, y las frutas que me aportan los árboles del bosque, colman mis necesidades materiales, y aun me sobra para dar a los hermanos andantes llamados mendigos. En cuanto al alimento intelectual y sensitivo: el Don Quijote de Miguel de Cervantes de Saavedra y el libro abierto de la naturaleza son mi biblioteca; el primero es el paso del hombre, el segundo la vida cotidiana; aquél refleja como somos, y en este se es; dos contenidos inagotables: filosofía y poesía se alternan, y si no soy filósofo ni poeta necesito de ambos; los humanos necesitamos pensar y contemplar, discernir y gozar, que es en lo que empleo mi existencia, y cuando el raciocinio y el cuerpo están cansados, sea de pensar o trabajar, encuentro el descanso en el deleite que da la naturaleza con sus montes, valles y llanos poblados de arbustos y árboles, cuya vegetación ofrece una gama de colores y tonos que pincel no ha plasmado aún. 260


Solitario hizo un alto y miró durante unos instantes el firmamento como si hubiese querido contar las estrellas, y como nadie tomó la palabra para dar su réplica, él continuó: –Quizá jamás habéis mirado un árbol para comunicar con él, ni quizá dado un cuarto de hora para contemplar la arboleda desde la cima de uno de estos montes. ¡Cuánta sensación poética se esfuma! ¿Y por la noche? Sensitivas son las oscuras, en las que no se ve más lejos de la nariz; sensitivas por la incógnita que lleven dentro el vientre, en donde pululan un mundo de seres, cuyas voces engarzadas con el chapotear de las aguas en el fondo del arroyo, y la brisa o viento al hacer hablar las ramas, da una sensación de composición musical si escuchas con los ojos cerrados. Noches obscuras y del claroscuro, cuando la luna platea, pero incomparables en la llamada vigilia de san Juan por el valor memorial que expresan las hogueras en holocausto al sol en los equinoccios, y por haber sido un medio de comunicación de nuestros primitivos padres. Hogueras que no sólo se alumbraban este día. Y como estoy hablando de alumbrado, creo que sería aconsejable que Foravila nos alumbrara sobre lo que le habrán comunicado por teléfono con referencia a las hogueras que arden a los tres pueblos de allá a los llanos. –No le falta razón –indicó Juan. –¡Tiempo hay. La noche aun no se ha terminado para informaros de lo que pasa –respondí–. No obstante – continué–, será mejor de ir todos al Comité, excepto la guardia, porque deberemos reflexionar con referencia a la acción a realizar cuando claree el sol. ................... 261


Ni un cubo de agua helada sobre la cabeza de cada uno no hubiera hecho más efecto a aquellos antifascistas la noticia de que dichos fuegos eran iglesias que estaban quemando. Se había oído decir que no había gran motín en las ciudades sin que no hubiese alguna iglesia quemada. Eso en las ciudades; pero jamás se había producido en los pueblos. Y la sorpresa aun fue más grande cuando les dije: –Al tener la comunicación con el Comité de la Conne, coincidió que Rius se puso al aparato, y luego de decirme que las hogueras eran iglesias que quemaban, sin titubeos añadió: «Es la consecuencia de la tenaz resistencia fascista en las iglesias de las ciudades y de ciertos pueblos, reductos de los sublevados, cuyo comportamiento pone a la luz del día la intervención del clero a la rebelión contra la república...» –¡Sí que es grave! –interrumpió Cortadell. –Y aun no me has dejado comunicar lo peor; pues hay la consigna que no debe quedar ninguna iglesia sin quemar. No faltan razones –objetó Xavier. –Hay razón y no la hay –contestó Juan–. De acuerdo que se quemen las que se han prestado a transformarse en fortines de los sublevados; pero hay que dejar tranquilas las que se han tenido al margen del conflicto. –Es lo que yo he respondido a Rius –dije. –Yo no creo en la iglesia –arguyó Terragrosa, ni creo en nada que no sea palpable; sólo que pegarles fuego son higos de otro cesto. –Es lo que me digo –insinuó Quim–, pese a que se debería hacer tabla rasa de todas, fueran de la creencia que fueran. –A mí me dan tres pitos una cosa que otra; por lo que me atañe personalmente, no me hacen falta –dije–. El problema está que siendo los defensores de la libertad, en la libertad están las creencias de los demás... 262


–Mucho es decir –me contradijo Conrado–, libertad para todos los que respetan la libertad de cada uno. Lo que no hace la iglesia católica con el agravante que se mezcla con todos los problemas socio-políticos hasta el extremo de influenciar a los patronos antes de daros trabajo o alquilaros una finca si eres eso o aquello, si eres practicante de la iglesia católica o no. Método vergonzoso e inquisitorial. –Todos conocemos estas humillaciones –afir mó Terragrosa; y dirigiéndose a Solitario le preguntó–: ¿No tienes nada que decir? –No siempre –respondió algo distraído. –¿Escuchabas? –le preguntó Quim. –Escuchaba y pensaba en mi pasado. –¿Y qué tiene que ver tu pasado con el presente? – preguntó Juan. –¡Mucho! –exclamó con voz lejana, y añadió luego–: ¡Todo presente tiene las raíces en un pasado, en las sucesiones de hechos que hacen imaginar un futuro en presente, es decir, en una irrealidad para los necesitados de justicia y libertad! ¡Qué fantasía! ¡Qué propiedades tiene la ilusión! No hay generación romántica que no se cree un Mesías: hacer de la nada un mundo nuevo cuando los materiales que se poseen son viejos y usados de tanto que han servido, como los vocablos mismos están vacíos de dinámica y de sustancia debido a la sofística, pues no hay discurso por opuesto que esté que no hable de redención y del bienestar futuro de la humanidad hasta quienes prometen la eternidad... –¿No estás desvariando? –le interrumpió Cosmos. –No sé, Cosmos, si estoy bien o mal de la cabeza. No sé discernir un loco de un cuerdo, una mentira de una verdad, ni sé la hora que marca el reloj de la sensatez. Tiempo hace que la brújula ha perdido el norte. La ética fue despojada de 263


su personalidad cuando la ciencia especulativa se introdujo en las letras, cuya alquimia descompuso lo real en figurado para mejor jugar coz con los vocablos a fin de explotar el estado anímico del hombre. Pues nada de extrañar vuestra indecisión. Se es un engendro de esta amalgama. Y en Occidente, en particular en España, la iglesia católica con sus hogueras inquisitoriales redujo a cenizas la vitalidad racional, si aun rebrota algún retoño, lo aplasta, a golpes de cruces. Factor que explica la quema de iglesias en la más pequeña revuelta de libertad, puesto que es el monstruo, el Ogro devorador del libre pensar... –Pero no has dicho lo que harías en nuestra plaza – insistieron a la vez varios de lo oyentes. –Lo que haría yo, y pienso hacer, es ir a dormir; aprovechar las pocas horas que quedan de noche. –La idea no está desacertada –dije precipitadamente para evitar la continuación del discurso, cuanto más que quise informar sobre las nuevas dadas de la rebelión militar al inmiscuirse los italianos fascistas, de lo cual Juan preguntó: –Las noticias de la radio, con referencia a la intervención de Mussolini, lo ha confirmado Rius? .. –Ya no es suposición sino realidad –respondí–. Pero lo más grave es que se han apoderado de Zaragoza y parte de Castilla la Vieja, sin contar otras provincias donde aun no está clara la situación, que con la llegada de las fuerzas militares sublevadas en Marruecos y el apoyo de la aviación italiana, el conflicto se trueca en guerra civil. Según Rius, en las ciudades donde ondea la bandera republicana, en particular Madrid, Valencia y Barcelona, se organizan 264


columnas de milicianos para ir a liberar los pueblos ocupados por los rebeldes... –También saldremos voluntarios nosotros –respondieron unánimemente los presentes. Y Xavier gritó más que habló: –¡Qué vengan, qué vengan esos invasores! ¡España no es Abisinia! ¡Aquí encontraran la horma de sus zapatos...! Otros cogieron la palabra expresando un surtidor de vituperios contra los felones militares y fascismo en general. Hasta el viejo Solitario se ofreció para ser uno más en las columnas de combate. –Tú eres muy viejo para empuñar el fusil –le respondí–. Será mejor que vuelvas a tu casa con tus cabras, que te deben esperar. –¡Eso no! –exclamó emocionado– No puedo ser insensible a la llamada de la libertad. Años hace ya que combato. Vuestra suerte es la mía. Porque la lucha que habéis abrazado es la que abracé cuando joven y menos joven, cuyos rescoldos aun arden... –¡Pero con tus años! –objetó Juan. –Con más razón debo estar con vosotros. La libertad es para todos, y todos tenemos un puesto para defenderla. Ya que mi presencia entre vosotros no es un azar, ni permitirme estar en esta reunión sin ser militante de la Asociación de Trabajadores del Bosque una casualidad, sino una llamada que nos mancomuna por la misma causa; quizá la más grande que habré intervenido de tantos motines y revoluciones en que he sido partícipe. –No dudo ni te digo que no debes estar entre nosotros –le respondí– pero ¿y las bestias y las tierras de tu finca? –Pregunta que se puede dirigir a cada uno de los que están aquí, y nadie la ha oído ni esperado porque el ideal es más 265


fuerte que el interés de cada uno. No somos los mismos que éramos anteayer. La libertad de los pueblos, nuestra libertad, nos ha llamado y hemos corrido a defenderla. Como vosotros que no habéis puesto reparo en los quehaceres cotidianos, así me ha ocurrido a mí. Pues por unos papeluchos llamados diarios, que de tiempo en otro por casualidad caían en mis manos, me hacían dar cuenta del peligro que corría la débil libertad de la República, añadido a lo que vi desde los observatorios de los montes, y las noticias que me comunicó el Cojo andante hace tres días, el que solo tiene por techo el firmamento, fueron más que suficientes para que levantara el áncora. Además, las quejas del Cojo mientras nos repartíamos la merienda que le ofrecí, comentaba: «La vida se va a poner muy mal para nosotros los vagamundos que vivimos de caridad si continua la revolución o guerra; qué sé yo lo que va a pasar...» aclaraba muy preocupado, dándome la idea, y él vio el porvenir momentáneamente asegurado, al yo decirle: «Vive en esta morada a cambio de hacer vivir lo que te dará vida ya que yo debo alejarme porque el deber me llama». Me miró estupefacto. Conocíame bien por las muchas veces que se había cobijado y comido en casa para saber que la determinación era seria, lo que le hizo responder: «Conservaré lo existente para que encuentras la existencia al volver de los libres caminos, en los cuales reemprenderé el oriente de mi estrella». –¿Y tienes confianza con este pordiosero más hablador que una cotorra y que no olvida periódicamente de visitar a quienes le dan de comer? –interrogó burlescamente Xavier. También era un cliente tres veces al año de casa y que efectivamente tenía mucho palique y a menudo daba con el clavo. A esto le contestó Solitario: 266


–No dudo de su palabra, y si mucho habla, es para airear la filosofía de un trotamontes. Sin embargo, ayer habló poco. También siente el drama de España. Sólo con un movimiento de cabeza nos despedimos al ocupar él mi puesto en el hogar y yo emprender el camino que él había andado, llevándome solamente el Quijote y la cayada como equipaje. Al dejar de hablar, Juan le preguntó: –¿Tu determinación es seguir nuestra suerte? –¡Aquí estoy y aquí me quedo! –respondió golpeando el suelo con el pie cual dijera aquí hay movimiento. ................ Pocas horas nos quedaron para dormir, ni puedo afirmar que alguien del grupo durmiera sin la pesadilla de los acontecimientos que se acumulaban sobre la responsabilidad de aquellos bosquetanos–agricultores que habíamos dejado, mejor dicho abandonado, los trabajos del campo para defender la República. Yo no cerré el ojo. Bailaban en mi mente las grandes hogueras de los tres pueblos de allá a los llanos, no lejos del Mediterráneo, mezclándose con las palabras de Rius en el teléfono, quemar las iglesias y la intervención de los fascistas italianos a favor de las sublevados, preocupaciones irresolubles en mi estado psíquico, que sólo el sueño hubiese podido atenuar, el cual, en el más pequeño síntoma, era barrido por los fantasmas de la iglesia en llamas y de la aviación italiana transportando mercenarios al socorro de los rebeldes militares que asesinaban la República. Oí que los gallos cantaban. Anunciaban el alba. Por momentos parecíame que cantaban como ayer y anteayer, la llegada del día con saludos, por momentos eran lloros debido a la sangre que se derramaría durante el día. 267


–¿También sienten el drama que nos sacude o es mi alteración anímica que interpreta y traduce su anuncio? –me dije entre dientes. Me levanté y salí a tomar el aire. Fresco lo encontré y tenía el mismo olor de ayer a aromas de flores y yerbas campestres, pero no llegaba mi sentido saborearlo, destilarlo y sus moléculas deambulasen hasta el fondo de mis sensaciones. Riqueza sensacional que todas las mañanas me brindaba la naturaleza gratuitamente al ir a llenar de heno el pesebre de la yunta de vacas de trabajo... ¿Y por qué no me hacían vibrar esta mañana como las demás mañanas, si la naturaleza era la misma? ¡Qué metamorfosis subjetiva traslada la sensibilidad! Ya no seguías siendo el mismo. La rutina del vivir se había roto. El ser o no ser libre se impuso por encima de intereses y conformismos hasta la obsesión de la entrega personal por una nueva sociedad en que el individuo dejaría de explotar al individuo, siendo solidario en la mancomunidad de individuos. Pasado y futuro estaban en revoltijo en mi mente mientras me personé en la barricada, en la Plaza de las tres Acacias, saludando a Xavier y Cosmos que estaban de guardia. –¿Vienes solo a relevarnos? –me preguntó Xavier. –No tardarán en venir, como no tardará el sol a aportar luz a la vida –respondí vagamente a la vez que avancé unos pasos plaza adentro, encontrándome frente a la iglesia. Ya no era el pasado y el futuro que embargaban mi raciocinio sino el presente: la iglesia que se debía quemar por ser la inteligencia de la rebelión antirepublicana, según palabras de Rius en el teléfono. Me quedé plantado mirándola, pese a que sólo veía una masa oscura imponente. La cual dominaba por su corpulencia 268


y por estar edificada sobre un terreno de varios metros de altura vis-a-vis del nivel de la plaza. Cuya mole de piedra me daba la impresión de ser un Gigante que me amenazaba, un enemigo que tenía enfrente y que tenía que combatir cuando jamás había sentido una hostilidad contra el edificio (y su clientela) pese de haber dejado de entrar en él desde muy joven. Al volver a juntarme con los compañeros de guardia, comprobé que a ellos les pasaba lo mismo. Incluso evitamos de hablar de la Iglesia. Teníamos otros trabajos más importantes que lo de discutir si se quemaba o no. Cual hubiese sido una consigna, de la treintena de compañeros agrupados en el Comité prestos a lo que fuera en defensa de la República, a ninguno se le escapó una palabra sobre la suerte de la iglesia. Como dije, otras ocupaciones, como recibir agricultores despavoridos por los sucesos verídicos o falsos, que el de ocuparnos de la iglesia. Sin haberlo acordado dábamos tiempo al tiempo, y seguro que hubiese quedado tal como estaba si a las dos de la tarde no hubieran intervenido elementos extraños a la comunidad de Sant Feliu de Buixalleu. .................. Las explosiones de un motor no sólo asustaron a los pájaros que dejaron de cantar, sino que puso en alerta a la guardia, preguntándose los cuatro milicianos que estaban en la barricada: –¿Son amigos o enemigos los que vienen a visitarnos? Al poco apareció un viejo camión de unas tres toneladas cargado de una docena de hombres armados hasta los 269


dientes, vitoreando y saludando con el fusil en alto, presididos por la bandera tricolor que ondeaba a la delantera de la cabina. –No hay peligro... ¡Son republicanos! –exclamó Terragrosa. Los cuatro milicianos de la guardia salieron del escondite y también se pusieron a saludar con el fusil en alto al pararse ante ellos el viejo camión que dejó de bufar cual asmático, y como si estuviese convenido, una voz firme preguntó desde la cabina: –¿En dónde está al Comité? –Allá, en aquella casucha –indicó Terragrosa algo sorprendido. El que había hecho la pregunta, sin añadir nada más, saltó del vehículo, y, casi corriendo, vino hacia nosotros, que estábamos observando desde la puerta del comité. Se ve que tenía prisa. No pasaría de la treintena, muy alto y enjuto, y si su vestimenta, un mono azul, estaba sucia y descompuesta, no le faltaban armas: un máuser colgado al hombro, un nueve largo balanceándose del cinto adornado de balas y de bombas de mano. –Salud, compañeros –gritó a unos pasos de nosotros, a la vez que levantó el puño en alto. –Salud –respondimos sin levantar el puño los siete compañeros que estábamos allí. –¿Cómo vais por ahí? –preguntó con franca voz. –Esperando el desenlace –le respondí, añadiendo–: ¿Y a ti, qué te trae por estos montes? –Informarme de como se ha puesto de pie el movimiento revolucionario, puesto que ha estallado la revolución social en respuesta a la rebelión falange-fascista.

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–De buenas ganas te informaríamos si supiéramos quién eres, o quién sois porque veo que vas bien acompañado –le respondí llanamente. No se hizo rogar, mostrando una credencial hecha por el Comité Antifascista de Gerona, donde era responsable de una patrulla destacada a recorrer pueblos para llevarles solidaridad y métodos de organización si el caso lo requería. –Algo sabemos ya, y saludamos fraternalmente vuestra visita –le alargué la mano amistosamente, a la vez que añadía– : Entra y coge asiento, que luego se responderá a tus preguntas. Ambos nos sentamos. El dio un fuerte respiro, demostró que poco había, descansado desde la rebelión militar, y pregunto: –¿Cómo estáis de fascistas y como los controláis? –No podemos controlarlos por no conocer fascistas en el pueblo –respondió Juan antes que yo abriera los labios. –Que lo sepáis o no corre a vuestra cuenta; pero que los hay en este pueblo, como en todos los pueblos de España, no cabe duda, puesto que todos los antirrepublicanos, directa o indirectamente, son responsables de la sublevación falange-fascista... –Sobre la vigilancia –le interrumpí– de los enemigos de la República los tenemos al ojo, y somos los suficientes para darles respuesta al más pequeño movimiento de rebelión. –Me he dado cuenta de que aun no habéis quemado la iglesia –dijo mirándome severamente. –No la consideramos de ningún peligro –contesté evasivamente. –La respuesta de todos los comités tímidos, lo que nos impone hacerlo nosotros por no acatar vosotros la consigna. 271


–Mucho te adelantas en casa ajena –le respondí de mal talante, pues me estaba agotando la paciencia. Me miró con una media sonrisa burlona y triste a la vez antes de decirme: –Sé que no es fácil dar este paso para gente del terruño, esclava de la tradición aunque no cree en esta religión perversa. Os comprendo al decir que nos adelantamos en casa ajena. Sonsonete que no es la primera vez que oímos. Pero como se trata de la iglesia, de este nido de reaccionarios, de este centro de envenenamiento mental, nos la tomaremos a nuestra cuenta, pues nuestro grupo de milicianos posee la potestad para ello. –No discutiré lo que dices –objeté algo picado–, empero aquí no se hace nada sin nuestro pleno acuerdo, y menos admitir que se pase por cima de la voluntad del pueblo sin medir las fuerzas. –¡Poco ganarías! –respondió con severidad. –Ni vosotros –objeté, añadiendo–: Estamos para defender la libertad y el respeto. No defendemos la República para que los más fuertes dicten a los débiles. Ni pienso que con tus armas quieras hacer tu voluntad a una gente que han dejado los trabajos y familia, seguro como tú, por una causa común. –Veo que tienes temperamento aunque pocas carnes te sobran como a mí. Y te digo que no nos vamos a pelear por una mísera iglesia. Los fascistas de estos montes se hartarían de reír. Su táctica ha sido siempre la de dividir los trabajadores y los humanos que luchan por la libertad. Entre vosotros y nosotros no les daremos este gusto. Y como aún no hemos comido, iremos al hostal a reponer el estómago mientras vosotros reflexionáis sobre la suerte de esta guarida de cuervos, la que os llevará más problemas que pensáis. 272


–No es mala idea y bien hora es de haber comido, y propongo que Juan os acompañe para que os den todo lo que os haga falta; mientras, nosotros estudiaremos la situación –le respondí agradablemente por salir del impasse. ............... El hostelero de que hablé, observando en detalle todo aquel trajín, tanta gente y armada, no pudo evitar de comentar en su mente: «Ahora me doy cuenta de que los republicanos del pueblo son ángeles comparados a estos hijos de Satanás que hace poco han llegado». El pánico no le dejaba discernir. Bien hubiera escapado por la puerta trasera. Era tarde; estaba ya el jefe de la banda en la puerta acompañado de Juan. No quería agravar el momento. En estas cavilaciones estaba cuando su vista se paró en una botella de coñac, cogiéndola más rápido que pensado y sin necesidad de vaso se tragó un buen tanto, cuyo alcohol le hizo reaccionar y coger color a su pálido semblante, como también le ayudo a recobrar la serenidad para escuchar la conversación tranquila que llevaban Juan y el revolucionario desconocido, que, al entrar, saludaron sencillamente cual clientes que van a tomar un vaso, pudiendo contestar pausadamente como si no pasara nada a Juan cuando éste le preguntó si habría comida para los que habían llegado en el camión: –No faltará de comer sea de una u otra cosa –contestó simpáticamente, preguntando–: ¿No tendréis mucha prisa? –Lo que nos falta es tiempo –respondió el desconocido, añadiendo–: Haz algo que sea rápido. –No podéis tampoco quemar la etapas en detrimento de vuestra salud, amigos. Descansad y tomad unos aperitivos para dar tiempo a mi señora, quiero decir a mi esposa, maldita 273


costumbre del trato de señor, y junto con mi hija mataran unos pollos y conejos para haceros un buen arroz y un buen rustido. –Nada de arroz y rustidos. Con embutidos, pan y vino vamos que chutamos –objetó muy determinado el desconocido. –Poco será, y si queréis llevaros un buen recuerdo de la buena cocina de esta hostelería, dejad preparar una buena comida, la que os ofrezco por simpatía a nuestros republicanos... Juan, como no perdía de vista al hostelero, pudo convencerse del grado de hipocresía que infundía el miedo. –No insistas –le interrumpió el desconocido– el tiempo es oro en este momento. Cuanto a pagar, despreciamos el dinero. –Y mirando fijamente al hostelero le preguntó–: ¿Sabes lo que hicimos ayer en una iglesia de Gerona al encontrar una caja llena de billetes de banca y alhajas? –¡Llevarlas al cura-párroco! –respondió la inocente hostelera que estaba preparando la mesa. –Lo echamos a quemar con los santos –la mujer iba a decir algo, pero el marido llegó a tiempo para cerrarle la boca con una relampagueante mirada–, y hubieseis quedado atónitos al ver de que manera, santos y billetes, se transfor maron en cenizas –afirmó con malicia el desconocido. –¿Así con los embutidos, pan y vino a voluntad habrá bastante? –preguntó el hostelero para cambiar la conversación, que ya empezaba agriarle el estómago. –Sobra, para gente como nosotros que no somos exigentes –respondió con voz pasiva el revolucionario.

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–Pues, puedes llamar a los compañeros –dijo el hostelero, y, dirigiéndose a su hija, le ordenó–: Ponles bastantes aceitunas para que les ayuden a comer mejor. Fue Juan que llamó a los milicianos del camión, al mismo tiempo aprovechó para llegar hasta el comité e intervenir sobre la suerte de la iglesia mientras los forasteros llenaban los estómagos. Los milicianos no se hicieron rogar. En tromba entraron en el hostal, y unos de pie y otros sentados devoraban lo que madre e hija iban sirviendo. Pero cuando los estómagos fueron pidiendo menos, las conversaciones se animaron, girando alrededor de los presentes hechos, de la concomitante bolsa y cruz y espada sublevados contra la República, lo que obligaba al tendero a hacer nuevos esfuerzos para que no apareciese el pánico en su semblante. Estaba afable y generoso. Insistía en que comieran y bebieran. Y aunque tuviera dificultad por el volumen de su persona para abrirse paso entre aquella clientela, no paraba de servir vino a uno y a otros. Demostraba tener un gran dominio de sus nervios, pues para entrar en el mostrador, su barriga debía enojar a un revolucionario de cara de pocos amigos y armado de fusil y pistola, el cual no dejaba de pasar vuelta sin pincharle aquella masa de grasa con el dedo y con sorna decía: «Cuánta comida para los gusanos». La llegada de los del Comité pusieron fin a tal sufrimiento, pese a que le esperaba otra prueba: Al aceptar que se quemara la iglesia, todos los milicianos se fueron hacia ella, comprendió que aquellos hijos de Satanás no se iban y quizá volverían a tomar refrescos una vez los santos y la iglesia estuvieran en llamas. 275


–¡Qué miráis! –descargó coléricamente sobre su mujer e hija al quedar solos en la hostelería. –¡Qué pánico! –exclamó la esposa mientras que la hija temblaba a su lado. –¿Miedo...? No hay que tenerlo –vociferó. Pero sus nervios se habían destemplado y la máscara había desaparecido: tenía la cara como la de un muerto. –¡Cómo no hay que tener miedo con lo que pasa! – sollozaba la esposa. –Te digo que no hay que tenerlo. Hay que enfrentar la adversidad. Vosotras os quedareis aquí por si aun vienen a comer otra vez. Yo debo marcharme. Tengo algo hacer que me espera –decía autoritariamente mientras cogió la puerta trasera. Madre e hija se quedaron amedrentadas. Tanto pavor tenían que parecían estatuas, girando solamente las cabezas para fijar la vista a la puerta trasera o mirarse las dos cual si se interrogasen. Bien estuvieron unos tres minutos absortas hasta ver un cliente que se acercaba tranquilamente con una cayada en una mano y un libro en la otra, lo que les hizo recomponerse, arreglando las mesas la hija, y la madre se fue tras el mostrador. –Buenas tardes –dijo Solitario al entrar a la tienda-taberna. Las dos mujeres le devolvieron el saludo con voz temblona aún, y la madre le preguntó qué deseaba. –Un vaso de agua –respondió Solitario a la vez que se sentó al lado de la mesa que le permitía ver el panorama de los montes y poder divisar lo que pasaba en la Plazoleta de las Tres Acacias, que, bajo una de ellas, la que daba frente a la escalera de la Iglesia, aun estaban las dos viejecitas a las que acababa de aconsejar que se fueran a sus casas. 276


–No tenemos costumbre de vender aguas; ¿quizá una gaseosa como refresco? –indicó la hostelera. –Bebo sólo agua, y si no lo vendes, me puedes servir un vaso pagando el servicio, pues, necesito refrescarme y descansar de este jaleo –respondió Solitario. –¿También tiene miedo de esta gente? –preguntó tímidamente la hija. El viejo Solitario miró amablemente a la moza y no pudo dejar de pensar: «Qué flor en plena primavera», antes de responderle: –No tengo y busco que no haya miedo en mi alrededor, motivo de mi presencia en vuestra compañía por si os aporto un poco de seguridad, ya que me di cuenta de lo desamparadas que quedabais al escaparse quien os tenía que proteger. La madre bajó la mirada sobre el vaso de agua que servía –pero la hija tenía necesidad de oír hablar. –¿Sabe usted lo que puede pasar luego de haber quemado la iglesia? –No dudo que se darán por satisfechos. Cantarán victoria creyendo que la sociedad está ya purificada. La historia de los movimientos revolucionarios en España lo confirma: el pueblo se cobra los sufrimientos de años y de generaciones quemando templos; lo ha aprendido de la misma religión al no parar de quemar libros puestos en el índice, como no se ha privado de quemar humanos tildados de herejes. –Si sólo es la iglesia –murmuró muy bajito la madre. En esas se oyó un gran estruendo, un disparo de fusil que venía del lado de la iglesia. ........................ 277


La cerradura de la iglesia no cedió hasta el segundo disparo, vengándose del miliciano al herirlo del brazo izquierdo con un diminuto fragmento de metralla, teniendo que ir a curarse al hostal mientras los demás milicianos, forasteros y del pueblo y entre estos algunos propietarios antirrepublicanos que por miedo se unieron a derribar santos. De los cuales no daré el nombre por respeto a hijos y nietos. Postura extraña. ¿En dónde está la personalidad por los más? Los mismos cantarían el Cara el Sol en la zona fascista que el Himno de Riego en la zona republicana. Los disparos sobre la cerradura de la puerta de la iglesia fueron un anuncio. También aterrorizaron a las dos viejecitas que continuaban estando debajo de las acacias de la plaza, y al ver la sangre profana del herido al bajar la escalera se persignaron: –¡Dios mío! –dijo una. –¡Virgen Santísima! –exclamó la otra. Sus dos cuerpos encartonados por los años y lo mucho que habían trabajado, sostenían aun las cabezas erguidas, cuyas caras arrugadas tenían unos ojos de mirada de niñas, las cuales estaban fijas sobre la entrada de la iglesia, mientras que el movimiento de sus quijadas denotaba que rezaban. ¿Por quién lo harían? ¿Pedían a su Dios castigo o perdón para aquellos hijos desperdigados que se estaban condenando por la eternidad? Seguro que pedían perdón. No cabía duda que rezaban por ellos, pues, al ver el primer castigo por haber violado la puerta sagrada, contaban ya entre los muertos a aquellos extraviados. Y lo que más horrorizaba a las viejecitas, era que entre los del pueblo había cuatro vecinos que no eran republicanos y que asistían todos los domingos a la misa (los cuales, más 278


tarde, se llamarían del ORDEN y harían encarcelar a los republicanos por haber quemado la iglesia, sin contar los que serían fusilados). Pero las viejecitas no hacían diferencia entre los muertos por el relámpago divino que iba a fulminarlos. Ellas rezaban para todos y lo hacían de más a más cuando más ruido oían por el derribo de los santos y altares, que ellas confundían en sus sensibilidades por una batalla entre santos y profanos. Poco después vieron salir a los profanos de la iglesia, todos llenos de polvo de telarañas. Para mejor ver la batalla, se pusieron de puntillas, estiraban sus cuerpos encartonados, y al dejar de mover las quijadas se les agrandaron las arrugas de la frente al forzar abrir los ojos para ver el milagro. El desconsuelo de las abuelitas fue de no ver santos que perseguían a los revolucionarios, sino humo y llamas cual la puerta de la iglesia fuera la boca del infierno. (¡Pobres viejecitas, pobres abuelas! No habéis sido vistas ni tenidas en consideración, vosotras que os habéis vuelto ninfas, y que en vuestro pecho no puede cobijarse el odio, merecedoras que os la hubieran dado intacta, cual juguete para terminar los días en vuestras creencias adorando fervorosamente el madero de cerezo esculpido en Cristo. Pero no; el hombre tiene duro el corazón y las ideas políticas lo ciegan) ................ El humo de la madera labrada y de la pintura que daban for ma y expresión a los símbolos llamados santos, consagración por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que los vientos esparcieron por el territorio comunal, fue un clarín inesperado. Ningún vecino no dejó de enterarse de la 279


quema de la iglesia. ¡Cuántas opiniones, hizo hervir en las mentes de aquel pueblo adormecido por una política de la ignorancia y por el embrutecimiento de un trabajo para existir, cuántas ideas despertó, cuantas personalidades reveló aquel humo que recorrió valles y montes. Aquellas dos docenas, o algo más, de jóvenes que organizaron la Asociación de Trabajadores del Bosque, y que en el Bienio Negro de 1934 se reunían clandestinamente entre barrancos y montes en espera que la República volviera a ser República, como llegó en la elecciones democráticas del 14 de Febrero de I936, y que la sublevación reaccionaria fascista de Julio de 1936 les hace coger la responsabilidad de la defensa de la República en el pueblo de Sant Feliu de Buixalleu, jamás podían pensar en los cambios políticos y sociales que se iban a producir, de los cuales serían actores y autores al dislocarse la tradición y abrirse el oriente de una humana sociedad. Los acontecimientos construyen o destruyen. El acontecimiento de la quema de la iglesia sacudió las voluntades. Ya no había indiferentes político social que no se sintiera revolucionario, y los que habían votado contra la República, es decir los reaccionarios, excepto unos pares de los más calificados que cogieron las de Villadiego, y eso que no fueron perseguidos ni molestados por ser de derechas, excepto éstos, la gran base derechista se dieron por vencidos y equivocados, ofreciéndose para ser unos más en la construcción de la España de la libertad. Sin embargo, pese a la gran base que se adhirió al movimiento revolucionario quedaba el interrogante: ¿Triunfaría la República? Triunfaría, triunfaría, se decían pese a la intervención del fascio italiano y de la probabilidad de la intervención del nazismo alemán. 280


¿Cómo no debían triunfar si el pueblo quería la transformación? Cuanto más que el ideal los unía en una misma causa, haciendo germinar en ellos unas energías y un saber desconocido en cada ciudadano. ..................... El día siguiente de la quema de la iglesia, de muy temprana hora, tuve que meterme en el despacho para recibir a los agricultores y jornaleros del campo y del bosque. Se hubiera dicho que habían tomado el Comité por el Consejo de todas las riquezas del pueblo, o por un consultorio para resolver todos los problemas particulares desde la venta de una vaca a una gallina, desde un conflicto habido con el amo de la finca, o de un obrero con sus empleados. Uno no sabe de donde saca el saber, las energías y la paciencia. No nos faltaron a Juan y a mí las docenas de casos múltiples y variados para ejercer nuestro raciocinio y templar los nervios. Es increíble lo que están incrustados los prejuicios religiosos y pecuniarios del pasado sobre las mentes individuales. No es de extrañar que la evolución humana, la fraternidad y solidaridad entre los seres sea tan lenta y encuentre tantos escollos al andar, cual liberado que dudara de su liberación. Atavismo que nos dificultó, y no siempre se iban convencidos de las improvisaciones debido a la convulsión de los hechos, pese a que fueron los menos de los tantos que pasaron el umbral del Comité, que aun no se llamaba revolucionario, sino republicano. Pero no hay regla sin excepción, y el más peliagudo se nos presentó aquello de las once de la mañana. El sol picaba de lo lindo cuando vi llegar al de la barba, conocido con el pelo y cabellos enmarañados y revueltos, 281


sudando como un carretero, y con unas facciones descompuestas de terror. –¿Qué le pasa? –le pregunté al verlo en tal lastimoso estado. –¡Estoy perdido y les vengo a pedir un favor! –exclamó con voz trémula. –Si está en nuestra alcance –le respondí llanamente. –¡Gracias de antemano! No sabéis el bien que me haréis, y que otro día me acordaré de él... –Le ruego que no vaya por ese camino de promesas. Es nuestro deber ser solidarios; pero solidarios para todos sin esperar recompensas. Y le ruego que vaya al grano en qué le podamos ser útiles. –¡Sí!... Eso es... ¿Cómo lo diré...? –Y se manoseaba la barba con su mano derecha sin decir otra palabra, extrañándome que aun no hubiese cogido el camino de Francia, como otros ya habían hecho, pese a que no se había detenido a nadie ni estaba en nuestra intención; quizá estuvo un minuto retorciéndose la barba hasta que dijo–: En casa nadie ha pegado un ojo de toda la noche. Muy grave. Al quemar la iglesia aquella gente ha sembrado el pánico en todo el pueblo... –Deberá querer decir a su pueblo, a los de su casta, porque antes de usted han pasado muchos vecinos, republicanos y antirrepublicanos, y nadie se ha quejado de la quema de la iglesia, los más se les veía contentos, ni de que tuvieran miedo ya que saben que no perseguimos a nadie por las ideas ni por los hechos del pasado. Puede, que sea en usted un caso de conciencia, añadí mirándolo fijamente. –Debe ser lo que usted dice –rectificó el zorro, tratándome de señor, cosa que jamás había hecho y que me molestó– pero para nosotros es muy difícil. No tenemos ninguna 282


defensa si vinieran a atacarnos aislados como estamos y sin una vieja escopeta. –Me hago cargo de su dificultad, acostumbrado a poseer todos los poderes sin contar las pistolas, escopetas y carabinas que poseía, cual un fortín. Sólo que las armas nunca han asustado a los ladrones profesionales; y no creo que ahora le hagan falta, ya que no habrá ladrones si el dinero no hace la ley. –¡Sí que los habrá! –respondió muy autoritario, como si hubiese olvidado que había perdido el poder. –Así que pretende... ¿que le devolvamos las armas y el automóvil? –No es exclusivamente eso. Pagaría buenos jornales si nos mandaran un par de hombres armados, que podrían pasar por obreros de la casa, en donde comerían y dormirían... –¿Una guardia querrá decir? –Algo así –susurró apartando su vista de la mía. –Ahora me doy cuenta porqué le costaba tanto pedir el favor: nada menos que velar el sueño de los que nos persiguieron y mandaron apalearnos cuando los hechos de Octubre de I934, y que volverían a hacerlo si volvieran a tener el mando absoluto... Respóndame, ¿qué haría en nuestra plaza? –le interrogué malhumorado. No despegó los labios y miraba con insistencia al suelo como si buscara un agujero donde meterse, eso sin dejar de manosearse la barba. Quizá me sobrepase de medida al no poder reprimirme de decir lo que sigue: –Jamás hubiera pensado que el cinismo, por considerarnos unos ignorantes, le hubiera enturbiado la inteligencia, y eso que no le falta para explotar y hacer negocios, combinar y compaginar con la máscara del paternalismo humano. Si no fuera tan dramática la situación que habéis llevado a España 283


al sublevaros contra la República, si no fuera tan dramático el momento en que caen vidas a centenares por las armas de la rebelión, si no fuera la sangre que se vierte, no podría aguantarme de reírme de sus barbas del favor pueril que nos pide. ¿Alguna vez, cuando usted tenía el mando absoluto, ha puesto guardias a vigilar la vida y los intereses de sus arrendatarios, cuando una gallina para ellos tenía más valor que un buey para usted? La suerte que tiene usted y los de su casta, es que los explotados de siempre, los que de padres a hijos hemos sido sujetados al yugo del poderío, no defendemos la República sólo para nosotros, ni estamos aquí por el odio, sino por un sentido de justicia. Quiero decir que su pasado, pasado está. El futuro debe contar; el futuro preñado de presente en que para comer se debe trabajar; trabajar todos... Aun con su mano agarrotaba la barba cuando se levantó de la silla como empujado por un resorte, y su despedida fue tan confusa, que ni Juan ni yo comprendimos si nos injuriaba o nos bendecía. ................ Hay que decir que la visita de este personaje me cansó moralmente de mala manera. Mi temperamento no puede resistir el cinismo. Esfuerzos tuve que hacer para no hablarle más tajante y no hacer con él lo que nos hizo hacer por la guardia civil cuando los hechos de Octubre de 1934. Pero no era nuestra filosofía de tratar a palos a quienes nos habían apaleado. Nuestra República de Trabajadores debía ser limpia: el pasado debía ser un punto histórico por referencia y no una justificación para pasar cuentas de las injusticias sufridas. El presente debía construir el edificio social en que 284


cada ciudadano aporte su grano de altruismo y solidaridad para el futuro humano que por encima de los criterios dispares en la libertad, el hogar común debe ser el punto de encuentro en que se aporta o coge según facultades y necesidades. Una democracia democrática no puede ser fundada en la persecución y en la sangre. Este era el ambiente que nos animaba, esta era la filosofía que nos orientaba, pese a que éramos neófitos de las corrientes filosóficas y sociológicas, llevábamos en nuestra naturaleza el sentido de hermandad y la noción de que el hombre no es más que otro hombre... Mientras andaba hacia Foravila (tuve necesidad de tomar el aire y ver la familia, luego de la entrevista del personaje de la barba), bien media hora de andar, entra la ida y la vuelta, mi magín se debatía entre el pro y el contra de la amalgama de situaciones a que debíamos hacer frente, económicas y políticas, los republicanos ente el caos social que al dislocarse la administración estatal debido a la rebelión militar y antirrepublicana; es decir, la sublevación en masa de la reacción, sublevación organizada y apoyada por el fascionazismo. La media hora de andar entre los bosques llenos de vida fue un bálsamo, y los sesenta minutos que estuve entre los míos (padre; esposa e hijo) suavizaron los nervios y dieron luz al raciocinio para ver la sima que la rebelión había agrietado entre la sociedad y el individuo, entre la familia y la colectividad. Valladar casi infranqueable. Lo sentía en mi interior. No hacía tres días que había dejado de labrar los rastrojos, ausentarme del trabajo y de la habitual convivencia cotidiana, que me daba la impresión de haber pasado un lustro, como si aquella existencia no hubiese sido real, cual yo no hubiese sido otra cosa que un pasajero, pese a que 285


amaba la familia, en espera de esta lucha, absorbidos por ella, la cual aportaba el futuro emancipador y justiciero. Al volverme hacia el Comité, no podía estar ausente muchas horas, y ver a mi hijito, mi esposa en espera de otro hijo, y mis padres que con nostalgia e intensidad me miraban cada paso que me alejaba de ellos, no pude evitar de interrogarme si, inconscientemente, sentían que ya no estaba con ellos al ser preso de la causa de la libertad. ................ Poco hacía que había llegado al comité, serían las tres de la tarde, que hubo una visita inesperada. Una mujer cuarentona y guapetona pese a la edad y exceso de carnes deformando sus líneas; pero conservaba aún unos rasgos de belleza que, sazonado por el color otoñal con rasgos melancólicos retocaba la sensibilidad cual resaltar la ingenuidad de la mocedad, de la zagala que por primera vez abre los ojos a la poesía amorosa. Tímida lo era, pues, al vernos varios hombres en el local, le faltó decisión para franquear el umbral, siendo yo que fui a su ayuda: –Entre, señora, entre si quiere algo del Comité. –Por eso venía –dijo luego de saludar a todos los presentes. –¿En qué podamos ser útiles? –le pregunté con media sonrisa. –Mi amo me hace venir para saber si habrá inconveniente en recibirle. –Ninguno! Ya lo sabe él por haber estado aquí hace dos días. –Ya me hizo referencia –y añadió, sopesando las palabras– : Le parece que ha cambiado mucho de anteayer. 286


–Todo cambia, señora, empero poco ha cambiado en nuestro proceder. –Lo sabemos por buenas personas que se preocupan de los que sufren. –¿Será que está enfermo? –le pregunté. –Tanto como enfermo –respondió, dando un respiro de segundos para añadir–: La quema de la iglesia lo ha aterrorizado. –Lo comprendo. No habrá sido a él solo. Unos y otros se consolarán cuando comprendan que nada les debe pasar personalmente porque aquí no se persigue a nadie por lo que haya sido. –Es que él se quiere marchar de aquí si le permiten. –Para nosotros es bien libre de hacerlo, pues puede ir adonde quiera, siempre que no sea para coger las armas contra la República. Sin dejarme terminar la frase preguntó con voz melosa: –Así, si no hay inconveniente, ¿cuándo podrá venir mi amo a hablar con ustedes? –Aquí estamos para recibirle esta misma tarde si es su deseo –le respondí. ............... Cuando los oídos de ella no pudieron oír lo que se hablaba en el Comité, Solitario hizo esta observación: –¿Cómo ha moldeado el cura a esta mujer? Ni por descuido ha pronunciado el nombre de dios. –Y eso que antes no decía cuatro palabras sin mentarlo – afirmó Juan. –Parece lista –dije. –El amor hace milagros –asintió el viejo Solitario. 287


–¿Quieres decir que será verdad lo que se rumorea? – preguntó Cosmos. –Fuego hay o lo ha habido cuando hay humo –añadió Quim, que había dejado la escoba con que barría el local para tomar parte en la conversación. –Rumores siempre son rumores y no siempre son fundados –intervine con la idea de desviar el tema; pero Cosmos volvió a interrogar a Solitario: –¿Quizá sabes algo sobre la vida del largo? –se refería al párroco. –Conozco una porción de su vida de seminarista de fuente segura; pero no le doy importancia porque los amores son necesidades de la vida, y cuando son personales deben ser respetadas. –Nos dejas con los rumores y las suposiciones, si no aclaras lo que hay de cierto –le amonestó Quim. –Quim tiene razón –achuchó Cosmos. –Si tanto os empeñáis os diré que lo que yo sé de ellos ocurre a todos los seres a quienes la naturaleza ha constituido normales, normales como se dice. –Lo anormal será si nos dejas con el sabor en la punta de la lengua –refutó Quim. –Os digo normal con la intervención de las circunstancias –añadió Solitario. –Las circunstancias pueden ser múltiples y el hecho amoroso es concreto –objetó Cosmos. Solitario, con una mueca casi risible, luego de mirar a los deseos de saber, dijo pausadamente: –En los seminarios dan más latín que comida, y ese regimiento de hambrientos, reclutados de familias modestas para no decir hambrientas, que han cedido los hijos a la iglesia para asegurarles un buen establo, y como el estómago no 288


admite razonamientos, se inventan las mil y una para calmar el hambre, pasando los más al campo de la picaresca aunque sea con sotana y la cruz en el pecho... –Ya veo que te desencaminas –le indicó Xavier que hasta aquel momento no hacía más que escuchar. –No me aparto del sujeto –ratificó Solitario, añadiendo– : La picaresca es hija del hambre. Y Pere (se refería al cura), que de ganas de comer no le faltaban, pese a que daba la impresión de ser un santón, no era de los menos espabilados, según me contó un amigo revolucionario, íntimo amigo de Pere antes de escapar del seminario y alistarse a las filas de la anti-iglesia. Parece ser que el grandullón, por unas circunstancias descubrió una mina de buenos manjares sin costarle un chavo, a cambio de un rosario de mentiras que debía inventarse para adquirir el permiso de salir de los cuatro muros. Mentiras, en el seminario dicen pecados, que tenían un fondo de verdad: cada dos meses los padres de Pere venían lejos, del fondo del Ampurdán, a Gerona, para verlo y traerle lo poco que podían aquellos honrados trabajadores, y siempre merendaban en la misma fonda, de la que no recuerdo el nombre, y tan bien servidos estaban, que dos días después, Pere decidió ir a gastarse cuatro reales qué poseía para acallar el impertinente estómago. Pues quien no ha pasado hambre no pude comprender, y se extrañarán de las picardías de Pera y de que todo era por la gracia del Señor cuando la sirvienta le puso dos raciones en el plato en lugar de una, la moza le dio pena al verlo pálido y escuálido, como también lo atribuyó al todo Poderoso que le devolviese el cambio de un duro al pagar con una peseta, no dudando de meter dentro de su puño pesetas y calderilla de la vuelta si era Dios que lo hacía. No obstante, al subir por la larga y empinada escalera al volver al seminario sintió escozor en la 289


conciencia, alma decía él, ¿había pecado? Se debía confesar, pensó. ¿Y sabéis con quién se confesó? –preguntó Solitario. –Con su confesor señalado –replicaron Xavier y Quim a la vez. –Mal las hubiera pasado si así lo hubiese hecho. –Pero se habría limpiado de pecado –señaló Juan. –Pues su confesor fue el amigo que más tarde colgaría los hábitos, el cual me dijo: «¿Sabes la penitencia que le di? (entre los dos no había secretos), que volviera a por otra comilona, es decir nos dimos los dos una buena comida, ya que me quiso pagar la tranquilidad que di a su alma». –¿También la sirvienta dio doble ración a los dos? –le pregunté yo. –Sé de memoria –repuso Solitario– la respuesta porque también le hice la misma pregunta: «¡Qué va», exclamó. Aquella criada sólo veía como hambriento al largo. ¡Y qué platazo le llenó! Tuve que retener la envidia, y para que mi plato no estuviera vacío y el de mi amigo con pitanzas, mis ojos buscaban siempre los movimientos de la zagala, que me inspiraban ideas pecaminosas por lo atrayente de su garbo y las formas de aquel cuerpo provocativo. Más de una vez envidié a Pere, pensando que le hubiera devuelto la caridad si el caso se presentase. ¡Aquellos ojos azules, el cimbrear de su cuerpo que rozaba mi sotana de seminarista al pasar y volver a pasar, arrancaba de las entrañas de la materia el anhelo de vivir plenamente y que no podía exteriorizarse debido al credo que nos tenía enjaulados bajo la loza del dogma. Momento que el análisis mental constataba el paraíso que había fuera de la iglesia. Como también pude observar, en ciertas ocasiones, que Pere, a hurtadillas, abrazaba la zagala con una mirada bestial, y para contrariedad mía, ella 290


le correspondía, teniéndome que conformar si era él el preferido». El Solitario cesó de hablar y como hizo movimientos de salir fuera del local para tomar los aires, la temperatura era excesiva, Xavier le detuvo e insistió que terminara la historia. –¡Mal he hecho de meterme donde no me llamaban! –Muy al contrario –objetó Cosmos–, nos has hecho pasar un buen rato y a la vez nos has instruido, sería más aprovechable la lección si terminaras la historia si es que no está terminada entre el párroco, la sirvienta y el amigo que colgó los hábitos. –Ya que insistís dejaré hablar al amigo: «Nos apañamos para volver, y el hecho fue repetido, llenado los estómagos y los ojos de ilusiones. Pero a poco fui trasladado al seminario de Vich, que jamás he podido saber el motivo de dicho traslado, del cual me escapé y colgué los hábitos de pretendiente a Papa. Hecho que no me hizo olvidar el amigo Pere, y más que todo, las formas de la zagala. Y quizá fue el motivo de hacer el viaje hasta Gerona para ver otra vez aquella guapetona, que encontré más sazonada y más mujer respetable. ¡Qué cambio había hecho en los tres años de no haberla visto. En el fondo me alegré, ya no la miré como hembra de las noticias que me dio: «Pere hace su aprendizaje de novato cura en Sant Feliu de Guíxols y que me he comprometido con él de ser su sirvienta cuando será párroco.» Trato que no olvidaron, que no podrían olvidar si el amor los unía por la vida.» –El testimonio de amor nos lo ha demostrado ella: con los sentimientos que pedía ayuda por su amo, hace media hora –dijo Juan. –¿Y qué sabes de la vida del que colgó los hábitos? – preguntó Quim. 291


–¡La vida de mi amigo, del que teníamos los mismos principios ideológicos, cesó de existir dramáticamente. No vería la unión de la zagala y Pere. Caería de las balas de Arleguis y Martínez Anido, no lejos de las ramblas, y a menos de cuarenta metros de donde yo estaba, ya que los dos estábamos en misión por hacer parte del mismo grupo revolucionario. –¡Qué historia! –exclamó Cosmos. –Ya decía yo que de donde sale humo seguro que hay fuego –añadió Quim. –Pero yo os repito –dijo calmamente Solitario–, que el amor se debe respetar por ser particular y profundo en la existencia, lo único que puede hacer milagros... Los comentarios fueron interrumpidos por la llegada de Torrents, un mediano propietario, antes pequeño que grande y de temperamento decidido que al entrar al comité saludó diciendo: –Mucho es el calor! –Aun el sol aprieta. Es su tiempo. ¿Qué te trae por aquí? –le pregunté. –Tengo una vaca a punto de parir y debía librarla ayer a Arbúcies, y como es fácil adivinar, tuve miedo de llevarla con estos líos que pasan. –¿En qué fundamentas el miedo? –le pregunté. –¡Qué se me quedan la vaca sin pagar! –exclamó escuetamente. –No me hagas reír. No se ha llegado a tanto... –Eso es lo que se rumorea –dijo interrumpiéndome para añadir–: Se dice que no trabajar pero que se nos quedaran las vacas cuándo estarán criadas. –Buen trabajo hacen los enemigos de la justicia, los que son maestros del robo bajo las leyes que han hecho siempre 292


ellos. Lo que me hace ver que aun no han comprendido o no han querido comprender lo que debe ser la República de Trabajadores, preguntándote a ti, Torrents, que eres de buena fe: ¿Te imaginas que yo, que Juan de Terragrosa, que todos los compañeros que estamos aquí somos ladrones, que no trabajaremos y robaremos las vacas para vivir derrochando lo que los otros han producido? El campechano Torrents me miró con los ojos muy abiertos, como abrió la boca sin pronunciar una sílaba. –Los que defendemos la libertad para todos y con justicia no ambicionamos las vacas de los demás –le repetí. –Efectivamente, uno no piensa: ¿Cómo podéis quitar nada de nadie si sois unos honrados trabajadores? –Hablas justamente –y añadí–: Dejemos eso por ahora, que el tiempo juzgará quienes son los ladrones los maleantes, mientras tanto voy a hacerte un aval para que no tengas dificultades para cobrar la vaca en Arbúcies. Algo confuso cogió el aval, y aprovechando que el párroco esperaba en la puerta, dijo: –Os dejo porque no quiero hacer impacientar a mosén Pere. No obstante, antes que el cura entrara, aconsejé a los compañeros, excepto Juan, que se alejaran del local. No porque no pudiesen oír lo que se pudiera hablar, sino lo que venía de decir Torrents sobre el robo por parte de los revolucionarios era una herida que llevábamos en el corazón (no había momento de libertad o que se fuera por el camino de ella, que la reacción no lanzara contra los del progreso el anatema del desorden, del robo y de la prostitución) y la presencia de un representante de la iglesia, del clero, primer asociado contra la República, podía excitar los nervios y provocar una disputa innecesaria. 293


.................. Debo decir que tuve que mirar dos veces para reconocer y asegurarme que bien se trataba del párroco del pueblo, y eso que iba acompañado de su ama o criada. Pues había trocado el hábito por ropa de paisano con tan mala suerte, que la chaqueta y el pantalón le faltaban bien diez centímetros para alcanzar la medida. Se ve que no tenía amigos de su estatura, o bien que él no tenía una reserva de trajes de paisano para salir de noche de parranda como la mayoría de ellos. La desproporción daba más volumen a los zapatos a lo Charlot que llevan los curas pobres de pueblo. Efectivamente daba pena, y en otras circunstancias se hubiese podido reír al dar la impresión de un payaso que entraba en escena, en lo que significaba de grotesco y dramático además de su semblante cadavérico y descompuesto cual le hubiesen arrancado las carnes a puñados de su semblante. Sinceramente me daba pena, y no pude retenerme de decirle, luego de estar aposentados en las sillas cura y ama: –Se toma las cosas demasiado a pecho, mosén Pere. –No puedo remediarlo –respondió con voz trémula. –Debe hacer un esfuerzo y debe pensar que aquí no nos comemos a la gente; por lo demás, es considerado como otro vecino cualquiera –le dije. –Es lo que le digo yo –añadió el ama tímidamente. –¡Sí!... ¡Sí... decirlo es fácil! –Natural que lo digamos –arguyó–. No está en la miseria. Tiene una ama que le cuida la mar de bien y es joven y fuerte para hacer una larga vida trabajando la tierra o en el bosque al lado nuestro, que lo cogeremos bien como un compañero más. –¡Eso querría yo! –exclamó casi gimiendo. 294


–Querer es poder, se dice. Yo mismo le enseñaré tan bonitos oficios como son los de la agricultura y de bosqueño, y aun el trabajo será más atractivo desde ahora por dejar de existir los explotadores; pero con la instrucción que tiene usted no tendrá que trabajar la tierra ni el bosque para vivir bien y en libertad... –Estoy tan acostumbrado a hacer de sacerdote –dijo interrumpiéndome–, que me siento morir si no puedo continuar. –Morir en plena salud ni se debe pensar –le respondí sin tapujos, añadiendo–: Antes de volver a la madre tierra, si ama a su prójimo como todos los domingos predicaba en la iglesia, tiene otra misión que yo la considero más importante que predicar. Sabe usted bien que el cáncer que más mata en España es la ignorancia, el analfabetismo que usted puede y debe combatir en este pueblo, enseñando a leer y escribir libremente para que los trabajadores puedan pensar por ellos mismos. Misión que le llevaría la estima de todos, y seguro que tendría más fieles. –Comprendo su intención –respondió el cura tratándome de usted y levantando por primera vez la mirada del suelo– , pero yo no valgo para nada, deseando solamente irme al pueblo que nací para terminar los días que Dios me ha ofrecido en donde tuve la infancia y que mis padres descansan en paz. ¿Cómo interpretar a este desorientado?, me dije internamente. Juan me miró haciendo una mueca de duda, haciéndome comprender que también sentía la diatriba que vivía aquel representante de la iglesia y que los dos hubiéramos querido convencerle que continuase en el pueblo, ya que no pasaría peligro su vida. Pero ninguno tomó la palabra para dar respuesta. Pasaron bien dos minutos sin 295


que nadie cogiera el hilo de la madeja. Pensaba yo que la ama era la más concernida; pero ella solo miraba los gastados ladrillos del suelo. Por fin respondí: –No nos opondremos a su voluntad si desea irse. Lo que no sé si ha calculado los obstáculos con el río revuelto que hay, y por sobrecarga ser un cura. –Lo sé. Por eso he pedido hablarle, dijo sin titubeos. –Le escucho. –Poco es lo que voy a pedir –y se calló un momento pera decir luego–: ¿Y si tuviera la bondad de hacerme un pase para trasladarme? –No lo negamos a nadie; se le hará como a todo habitante, sólo que le va a perjudicar hacerle un favor, puesto que debe constar conducta y profesión. –¿Está obligado a escribir que soy cura? –preguntó clavando sobre mí una mirada persuasiva que me chocó. –La profesión que ha tenido hasta el momento, no le conozco otra –le respondí algo molesto. –Podría hacer un excepción conmigo –objetó sin dejar de mirarme con insistencia. Yo también lo miré muy fijo al responderle: –¡Excepción...! ¡Privilegio...! ¿No es el mentirás que predica vuestro apostolado? –¡Va de mi vida! –exclamó con genio. –De mí la honradez –respondí calmosamente. –Las faltas se confiesan y se perdonan –dijo sin titubeos. –¿Creo que quiere decir los pecados según lenguaje de la iglesia? –Sí...!; eso es –dijo por el cuello de su camisa. –Forma aprovechable para los pillos y deshumanizados –le respondí malhumorado. 296


–Quizá me he excedido –asintió, para añadir–: ¿Así no puedo contar...? –Tal como indica la ley, sí; tal como es su deseo o necesidad, no. No puedo ni quiero; no pueden haber excepciones. –Pues no ensucie papel –dijo a la vez que se levantó–; de nada me serviría. Le pido perdón por si le he hecho perder el tiempo u ofendido. –No hay para tal, puesto que no ha habido ofensa, deseándole salud a usted; y buen viaje si no se quiere quedar en el pueblo enseñando a los analfabetos y ser un ciudadano más. La actitud de no ceder del cura, de irse por encima de todo, nos dejó algo desorientados a Juan y a mí. En particular me dejó pasmado. Aun cura y ama no habían franqueado los dos peldaños de la entrada, o salida del comité, sin la intervención de mi voluntad, mis ojos se cerraron estando sentado en la silla y mis oídos fueron captando la disminución de las pisadas de la pareja que se alejaban, terminando de confundirse con el murmullo de la naturaleza; pero que mi imaginación veía la pareja andar por el sendero que penetraba entre los encinares. Es decir, particularmente era a ella que veía, a la víctima, a la zagala que había descrito hacía poco Solitario, la que por amor robó y renunció a ser madre, y que por amor seguía la suerte de aquel hombre... –¿Te pasa algo? –me preguntó Juan al verme ensimismado y con los ojos cerrados, no acostumbrado a verme de tal manera. –¡No sé... esta pareja... esa mujer! –¡Qué caso! –¡Que drama! 297


–¿Qué somos? –interrogó Juan mirando los alcornoques, más allá de la Plazuela de las Tres Acacias, cual les preguntara a ellos. Yo me levanté de la silla y sin responder miré hacia el espacio que empezaba a perder la luz del día.

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CUARTA PARTE LA TIERRA PARA QUIEN LA TRABAJA



I REVOLUCIÓN Y GUERRA Sin salir del contexto y circuito de la rebelión militar que hizo dejar los hogares al grupo de agricultores-bosqueños cuya peripecia vamos siguiendo, y sin pretender hacer una síntesis de causas y efectos históricos, necesario es coger un farol que alumbre el sendero accidentado que deberán coger nuestros personajes, que sin esta sublevación fascista no hubiesen conocido jamás los derroteros capaces de franquear, ni hubiesen sabido la sensibilidad revolucionaria que llevaban en sí, como la capacidad de improvisación que tenían para construir una nueva sociedad, una sociedad de individuos responsables y altruistas. La historia de los pueblos nos demuestra que no es un fenómeno excepcional en el individuo o en el grupo sino una ley del existir y del morir. Se es un elemento anclado en el conjunto de elementos dentro de la naturaleza, que con más o menos independencia no escapa de la relación cósmica pese al complejo del hombre en sí mismo, ante su semejante y ante las especies que lo conforman. La vida del individuo, como de la misma especie, se desarrolla y se mueve dentro un torbellino de elementos y de conceptos internos y externos de la misma especie o especies. Porque si tiene existencia, se debe en parte a la necesidad del individuo para existir, desde el cual entra en juego la relación y la multiplicación, causa de la diatriba entre la partícula y el todo, entre asociado y sociedad por ser compuesta ésta de individualidades, de partículas que forman un todo en sí mismo, factor fundamental en las crisis colectivas. La semilla silvestre se reproduce sin la intervención del hombre y de la ciencia. El individuo crea sin el estado. Cuando 301


el cataclismo arrasa regiones y cosechas las semillas silvestres que han sobrevivido germinan y repueblan. Como la sociedad, que estalla a pedazos; pedazos éstos que serán los embriones de diminutas sociedades debido a lo intrínseco asociativo que biológicamente tiene impuesta la subsistencia individual... .................... El 18 de Julio de 1936 se dislocó la sociedad española. La rebelión de los antirrepublicanos destruyeron el Estado sin haber podido vencer al Pueblo Republicano, el conjunto de los hijos que no podían vivir sin libertad, humanos altruistas que se dieron las manos al poner sus pechos ante las balas y la metralla de los traidores militares y de aquella amalgama de reaccionarios a todo progreso humano, la que nunca había temblado de llegar al asesinato para ser amo y señor, ni tampoco dudaría un instante de vender España al nazi-fascismo al registrar su derrota, al no ser un golpe de estado con trompetas y tambores como costumbre en la España tradicional. Pues, desde las Cortes de Cádiz de 1812 la Militarada de la bolsa, cruz y espada había dado más golpes de estado y pronunciamientos que años no distaba del levantamiento fascista de 1936, cuya ceguera por el poder oligárquico echarían España en un mar de odio y de sangre. Lo destruyeron todo: Estado jurídico, estado político, estado económico; todas las instituciones dejaron de tener realmente potestad, no quedando más perspectiva en España que Revolución y Guerra. En la zona que cayó bajo la bota de la rebelión, menos de un cuarto de la piel de toro, falangistas, requetés, alfonsinos y tradicionales de toda calaña levantaron estandartes de su 302


revolución; pero no fueron más allá de los estandartes, la camisa azul y la boina roja, quepis y insignias de Cristo Rey. No fueron más allá de los símbolos impuestos que los militares no se habían levantado, no habían traicionado la República para los partidos políticos tradicionales, ni los extremistas de renovación nacionalista, ni para reinstaurar Alfonso XIII, o poner en el trono un descendiente de Carlos Borbón; otras ambiciones llevaban en la punta de la espada: a sangre y acero forjarían la España del Uniforme para que se marcara el paso al son del tambor. ¿Qué mejor ocasión para hacerse amos del poder los sublevados militares si la guerra civil se desencadenó al fracasar el golpe ele estado? Ellos eran el corazón y el cerebro de la guerra; además contaban con la ayuda del fascismo italiano y del nazismo alemán. Con la particularidad del orgullo de casa y la pretensión irrazonable de ser los herederos de aquellas glorias, llamadas imperio, las que tenían que hacer revivir para salvar el Occidente del peligro comunista y dar el esplendor a la España tradicional; tradicional de privilegiados, quienes habían abierto las bolsas y puestos sus poderíos a las organizaciones antidemócratas, las que desde la llegada de la República la sabotearían por todos los medios hasta la blasfemia, hasta sembrar el anatema de terrorista y comunista por pacífico que fuera el republicano. Ambiente corrosivo que inspiró a los cabecillas militares diciéndose: «Somos los amos». Y mandaron: los acaudalados aportarían los caudales; falangistas y requetés, los que no fueron enrolados en el ejército, juntos con los guardias civiles policías, asegurarían la sumisión del pueblo en su retaguardia depurándola de sus enemigos (republicanos y sindicalistas) cuyos cuerpos serían sembrados desde el primer día por las cunetas, barrancos y cementerios; en cuanto a la Iglesia 303


Católica, instigadora moral de la sublevación, bendeciría falangistas y requetés, acaudalados y militares para que les volvieran la España de Torquemada... Intereses de ambos, que debido al fracaso inmediato del golpe de estado y tener tan poca área territorial bajo su bota, hizo que el instinto de conservación los llevase a supeditarse a un mando único militar y dictatorial bajo el jefe, un hijo de un libertino, llamado Francisco Franco Bahamonte. Distinto fue el enfoque en la zona republicana. Puede ser que el gran triunfo al derrotar la rebelión militar en las principales ciudades, pueblos y aldeas de las más de las tres cuartas partes del territorio los embriagara. El pueblo en armas y vencedor en las calles, con la adhesión del mundo del trabajo, llenó el ambiente de «VIVAS A LA LIBERTAD y MUERAS AL FASCISMO». La victoria era del pueblo del trabajo y democrático, cuyo grito unánime era: «EN CUATRO DÍAS EL FASCISMO SERÁ VENCIDO EN ESPAÑA». No se equivocaban si en lugar de levantar banderas partidistas y no haber dejado enfriar las armas en la retaguardia que habían cogido a los militares rebeldes los hubiesen perseguido (como hizo una pequeña minoría) y echarlos fuera de España antes que se organizaran y recibieran refuerzos del fascio internacional. No cabe dudo que la victoria hubiese sido de los republicanos si durante unos meses hubiese continuado la unidad, si hubiese continuado en un bloque para defender la libertad de todos como hicieron en las barricadas y los asaltos a los cuarteles sublevados el 19 y 20 de Julio, pues tanta ardor altruista había en el combate, que nadie hubiese podido detener la avalancha de voluntades. Pero no fue así. El triunfo aplastante de las primeras cuarenta y ocho horas despertó las ambiciones partidistas. Y en río revuelto no faltan 304


pescadores. No sería una. excepción la España vencedora del fascismo, de esta peste del divide que vencerás por microbios internos y externos. Teniendo en cuenta que el terreno era favorable tanto por la situación política internacional como por el contexto politicosocial heredado de los gobiernos de la Segunda República, con el agravante de la dislocación del estado y sus instituciones por la traición de los altos mandos del ejército. De cuya rebelión tenía gran responsabilidad el mismo gobierno, que debido a su celo demócrata, no cortó a tiempo el levantamiento, ya que la conspiración fascista contra la República se hacía a la luz del día, para no decir al son de clarines y tambores. Porque si el golpe de estado no fue un pasacalle de los militares sublevados, de estos acostumbrados a los PRONUNCIAMIENTOS, se debió en particular a las dos centrales sindicales (Unión General de Trabajadores y a la Confederación Nacional del Trabajo) las cuales hacía días que la élite de militancia se relevaba por estar al acecho; estaban preparadas para oponerse a la militarada fascista, a la rebelión que el menos observador preveía. Por eso (sin dejar de señalar el valor en el combate antifascista de partidos llamados de izquierda, fuerzas de orden público fieles al gobierno, e individualidades anónimas que fueron valientes como el primero) que esas dos centrales sindicales, que no estaban lejos del millón de afiliados cada una, eran una potencia organizada, que si ambas hubiesen querido, el poder era de ellas por estar en sus manos el grueso del combate de la calle. Situación que abría las puertas a la revolución social, para no decir socialista, ya que las dos centrales sindicales eran hijas de la filosofía socialista, aunque una fuera de origen marxista y la otra libertaria. No obstante, ni la una ni la otra 305


buscó coger el poder sino abrir los brazos a organizaciones y partidos antifascistas, de cuyo encuentro nacería el Comité Antifascista nacionalmente compuesto de todas las organizaciones, políticas y apolíticas, y partidos que habían empuñado las armas para defender la democracia. Lo que significaba una gigantesca fuerza para arrollar y echar al mar a los sublevados, como señalo anteriormente, si no hubiesen habido los topos que minaron el cuerpo de la unidad y de la auto-responsabilidad ante el drama que presentaba si España era invadida por el fascismo, señalando que también de entre las cenizas del combate salió y ocupó su puesto el Gobierno republicano en acuerdo con el Comité Antifascista. ....................... Dramática era la situación de España en la última decena de Julio de 1936. Dramática y compleja el braceo de fuerzas del antifascismo, en que cada barriada, en cada pueblo se constituían Comités Antifascistas según el contenido de partidos y organización; pero pueblos e individuos pusieron sus brazos y su saber desde el primer día. Revolución y guerra, retaguardia y vanguardia: las centurias formaban columnas al coger el camino del frente de combate; los ciudadanos se agrupaban y ponían en marcha la economía paralizada al ser abandonada por las direcciones implicadas en la rebelión. Pues; guerra y producción formaban el mismo frente en donde la iniciativa y la improvisación individual eran el motor propulsor debido a la defección de la mayoría de los técnicos y empresarios. Pero cuando hay ideal el individuo cree y se adapta, se transforma y transforma, como un contramaestre ocupa la 306


plaza de ingeniero, y un albañil el mando de una columna, cual hubiese nacido para ser general. Fantásticos momentos, fantásticos por comprobar lo que el hombre (y la mujer) es capaz de realizar cuando el altruismo y el amor al prójimo lo idealizan. En cuyo contexto se encoraban los agricultores y bosqueños de Sant Feliu de Buixalleu, como hemos visto y veremos en las nuevas responsabilidades que la rebelión militar les impuso. Eran cinco bicicletas, y eso que habían dos automóviles requisados y estacionados en la Plaza de las Tres Acacias, ninguno de ellos sabía conducir, que al despuntar el alba del último día de Julio del 36, salieron del Comité de Sant Feliu de Buixalleu y se pusieron a rodar cuesta abajo hasta alcanzar el fondo del valle y al llegar a la carretera Arbúcies-Hostalric doblaron a izquierda, doblamos porque yo era uno de los cinco ciclistas pese a mi poca práctica y gusto de montar un vehículo que no se tenía de pie. A menos de dos kilómetros y cruzado el puente de la riera de Arbúcies nos paramos a saludar los compañeros milicianos que guardaban la bifurcación Breda-ArbúciesHostaric, puesto a cargo de la Asociación de Trabajadores del Bosque guardado día y noche por relevos de cuatro militantes a la vez. Pero la visita que hicimos los cinco ciclistas (Solitario, Juan, Terragrosa, Quim y yo) no era el relevo, sino que luego de cambiar impresionen por si habían visto reaccionarios fugitivos hacia Francia o reagruparse en los montes para atacar a la República por la espalda, que negativo fue, reemprendimos el viaje hacía Hostalric, es decir, ir a reunirnos con el Comité de la Conne, o sea, los representantes de Grions y Galsarans. El sol hacía coger brillo a las hojas de los árboles de las altas sierras de Sant Feliu de Buixalleu cuando llegamos a la 307


Conne. Los milicianos que controlaban la carretera Barcelona-Gerona, a unos metros del Ayuntamiento del municipio de Sant Feliu, nos dejaron el paso libre. Nos conocían, y Torres, responsable del puesto sabía que llegaríamos temprano, como costumbre teníamos de ser presentes antes de la hora. La sorpresa fue la que Torres nos tenía preparada: un almuerzo de un plato de roscos y abundante café caliente. Calculó que nos haría ganar tiempo. Sabía que nosotros éramos madrugadores y que los responsables del Comité de la Conne no solían levantarse temprano. –¡Ya me figuraba que desembarcaríais temprano! –dijo Torres mientras llenaba los vasos de café. –Foravila [me nombraban las más de las veces por el mote del mas que por mi nombre propio] es el responsable. ¡Bien le dije que podíamos dormir aun dos buenas horas más! – respondió Quim refunfuñando. –Preferible que sobre tiempo –objetó Juan. –Son muchos los asuntos a tratar –añadí yo. –¡No discutas con las sillas! –exclamó burlonamente Quim. –Yo cuento que no tardarán en llegar –indicó Torres, añadiendo–: Además de saber que sois puntuales, me deben relevar, puesto que a las siete debo estar en el centro de milicias de Hostalric por otros trabajos tan indispensables o más que los de hacer guardia. Torres hacía de instructor. Tres días por semana enseñaba el manejo de las armas y de como se combatía en el campo de batalla. Preparaba una centuria de voluntarios antifascistas del contorno para ir con ella a los frentes de batalla, prefiriendo el de Madrid, en su tierra, en la que hacía cuarenta años que había nacido en una pequeña aldea del 308


valle del Manzanares a pocos kilómetros de Colmenar Viejo, y que hacía veintidós abriles que no había vuelto a pisar aquellas tierras tan recordadas, en las que debían habitar sus padres y hermanos, si es que no habían muerto, como muerto se creían que él estaba. Como dije, Torres no era su nombre, aunque continuaremos llamándolo así, como constaba en sus papeles pues una cabezonada de juventud, un pugilato por una moza, le hizo descargar tal mazazo a su contrincante que lo dejó por muerto tendido el suelo. Pensó que lo había matado, que no era así, y cuando sus padres se enteraron del hecho, se había alistado al Tercio con un nombre falso; pero no el de Torres sino el de Pájaro. Y siete años estuvo enjaulado el pájaro en la disciplina legionaria; tenaz en cumplir, y además de instruirse, le valió llegar a sargento por su bravura. Galones que sólo ostentó unos días de Julio de 1921 en el Monte Gurugú cuando los rifeños tapizaron aquellas áridas tierras de cadáveres, de miles de cadáveres del pueblo español. Quedando sólo él de la sección con vida, y aun tendido entré los muertos y los heridos que iban muriendo por falta de asistencia. ¡Qué trago amargo pasó! Le daba la impresión de ser uno, más que esperaba ser devorado por las moscas y los cuervos, las fieras y las aves rapaces bajo un sol asfixiante, y el poco aire que respiraban sus pulmones sentía la sangre putrefacta, que añadido a la disminución de quejidos, los pocos que llegaban a sus oídos le producían la sensación de estar viviendo un apocalipsis. Horas interminables de angustia y de pánico en espera de la noche, ya que los moros disparaban sobre todo bulto que se movía. Y cuando la noche lo envolvió todo en un manto obscuro se preguntó si sabía adónde iba. Porqué él no quería guerrear más. No quería volver al Tercio, cuyo deber era matar y 309


siempre matar. Con un vivo arranque de su genio se arrancó los galones y los pisoteó y se puso en marcha sin norte, aunque el instinto lo empujó hacia el este, y con mil peripecias dio con la zona francesa, y a Francia se trasladó, y allí encontró un joven anarquista, Rius de Grions, escapado cuando los sucesos de Martínez Anido; trabaron ambos tal amistad, que al proclamarse la segundo República, entró con su amigo en España, hospedándose a casa de Rius por unos días, pensó él, pero aun estaba en Grions al producirse la sublevación fascista... Relato que los cinco compañeros llegados en bicicleta a la Conne escuchábamos muy atentos sin interrumpirle, y aun hubiésemos oído otros detalles con placer, si Quim no hubiese metido la pata afeándole por hablar en castellano: –¿Cuándo te decidirás hablar como todo el mundo? –le preguntó en catalán, que Torres lo comprendía y hablaba a medias. –¿Como el mundo catalán, querrás decir?, porque yo podría preguntar –añadió Torres–, ¿por qué no el francés, chino o una de las miles de lenguas locales que se hablan? –Justa respuesta –objetó Solitario–, aunque se esté divagando, porque si tuviéramos compresión y voluntad, y mucha responsabilidad, aprenderíamos todos el ESPERANTO, primer peldaño para entenderse unos a otros, por la conquista de las libertades y el respeto humano. –De acuerdo contigo –afirmó Torres–, pero quería señalar a Quim que si no me atrevo hablar en catalán, es debido a un recuerdo que tengo de Francia ya que... –¿Tiene algo que ver el francés con el catalán? – interrumpió Terragrosa. –¡Déjame, terminar! –exclamó Torres, añadiendo–: Allí encontré españoles que habían olvidado su idioma sin haber 310


aprendido el francés, expresándose con un galimatías de lenguaje que no los hubiese comprendido la madre que los parió. La llegada de los antifascistas del Comité de la Conne (comité de Grions y Galsarans) interrumpió el diálogo, que, después de saludar y decir a Torres que Llorens cogería la responsabilidad de la guardia, nos preguntaron: –¿Porqué habéis bajado en bicicleta teniendo automóviles requisados y a nuestro servicio, al servicio de la Revolución? –Siempre se va más rápido que ir a pie –respondí, esquivando lo de los automóviles. No obstante, Quim no se pudo retener y sacó lo que tenía en su pecho: –Hemos bajado con bicicleta debido el miedo que Foravila tiene de los autos conducido por uno que no tenga papeles, como si los que tienen carné son inmunes a los accidentes. Ya les he dicho –añadió–, que si no fuera que me quiero ir con Torres al frente, ya correría con automóvil por esas carreteras y hoy, si no he bajado con auto aunque hubiese sido el único pasajero, se debe a que el desconfiado Foravila ha escondido las llaves de los tres cacharros que se están pudriendo en la plaza a tocar el muro del cementerio. –Ya estás con la canturria –le reprendí–, y sabes bien que no he escondido las llaves por ti sólo ni por miedo que te estrelles, sino por considerar que los autos tienen un propietario y cuando se les devuelvan deben estar como los dejaron; además, estos vehículos no se conducen como una carreta. –Mas difícil es una bicicleta, que no se tiene sola de pie – arguyó Quim–, pues anteayer te demostré como sabía ponerlo en marcha, avanzar y recular... Juan lo interrumpió: 311


–¡Pienso yo que no hemos venido aquí para discutir de mecánica! –¿No sería mejor de ir a comer un bocado antes de emprender la tasca –preguntó Sarradell–, ya que a lo del chofer se le dará solución? ...................... Unas rebanadas de pan con tomate y unas lonjas de jamón, regado con un porrón de tinto, que no paraba de circular, fueron la provisión de energías de cada uno, de aquella docena de antifascistas que no siempre estaban de acuerdo tocante la interpretación de las ideas. Sin embargo, el altruismo que los animaba los unía a la obra que debían llevar a cabo responsablemente. Y esta reunión de los dos comités debía ser transcendental: se debía componer el Ayuntamiento según normas de la Generalitat de Catalunya y del Consejo Antifascista. Órganos compuestos proporcionalmente por los partidos políticos y organizaciones sindicales que combatían los sublevados, y que oficialmente estaban constituidos legalmente en los Municipios. Lo tocante al municipio de Sant Feliu de Buixalleu era fácil resolver cogiéndose a la ley: Sólo tenía potestad la Asociación de Trabajadores del Bosque, no había otra organización ni partido político oficializado ni organizado de hecho. Esquerra Catalana no pasó de un estado embrionario pese de ser la tendencia más votada cuando las elecciones, cuyos representantes se eclipsaron en el primer día de LAS CASTAÑAS CALIENTES. Si oficialmente el Ayuntamiento debía ser formada solamente por miembros de la Asociación de Trabajadores 312


del Bosque por ser la única organización, no fue así por no pretender adueñarnos de los cargos, que si bien la ley era la ley para quienes se aprovechaban de ella, nos tenía indiferente a los asociados con la lógica en que debíamos repartirnos las responsabilidades, es decir, debían participar en los cargos los que desde el primer día estaban en la brecha, organizando el Consejo municipal, fusionando los dos comités, que entre ellos habían cuatro cenetistas afiliados a la Federación Local de la C.N.T.. de Hostalric, dos ugetistas (U.G.T.) pertenecientes al sindicato de Breda (Serradell hacia veinte años que tenía el carné) y republicanos sin partido. Tuvimos una pequeña polémica en buscar las proporciones por aldea (Grions, Galsarans y Sant Feliu) y mucho más en determinar a cual grupo representarían los concejales. Empero, como todos sentíamos la misma causa se zanjó de la siguiente manera, en proporción de habitantes: * Sant Feliu de Buixalleu tendría cinco: 3 por la Asociación, y 2 representando a los republicanos; * A Galsarans le correspondían tres: 2 en representación de la U.G.T., y 1 republicano; * A Grions le pertenecían tres: 2 de la C.N.T. y 1 republicano. Hay que aclarar que los agricultores, que éramos la mayoría, eran incluidos con los republicanos, para no decir que ambos representábamos el todo comunal. Resolución que como debía constar en el libro de Actas, el secretario de la alcaldía, un militante joven de la U.G.T., que a la vez presidía el debate, preguntó si habían votos contra, y al no haberlos, dijo: –Vista la unanimidad, se puede pasar al nombramiento de cargos. 313


–Es lógico –dijo Serradell en nombre de la U.G.T.–, y propongo que sea alcalde un compañero de la Asociación de Trabajadores del Bosque, puesto que es el único organismo que estaba y está activo en el pueblo. Rius, en nombre de la C.N.T.. se adhirió, señalando: –Es la aldea que tiene más habitantes y más compañeros capaces y bregados en la lucha, recordando que el Bienio negro no pudo amordazarlo, por la tenaz resistencia clandestina, y que han sido unos de los primeros en responsabilizarse ante la sublevación fascista, que en este capítulo hay que nombrar los sublevados contra la República. Teniendo en cuenta, que sin ellos no se hubiesen ganado las elecciones el 16 de Febrero próximo pasado. No hubo delegado que no se adjuntara a la propuesta de Serradell. Los que no nos pronunciamos fuimos nosotros, mutismo que hizo que el presidente de mesa nos preguntara cual era nuestra opinión: –Debo decir –dije–, que no llevamos mandato de nuestra asamblea para tal cargo [el día anterior nos habíamos reunido más de cien asociados], ni se tomó posición sobre el cargo de alcalde, puesto que consideramos que el presidente debe vivir lo más cerca posible del edificio del Ayuntamiento, y quien mejor que Serradell para desempeñar un tal cargo por no estar lejos su domicilio y por la experiencia que tiene de las luchas sociales y lo que ha aprendido con los años de vida... Las proposiciones llovieron, los pros y contras se multiplicaban; no quedó un compañero que no fuera propuesto por alcalde. Parecía un juego, una partida de tenis y al caer otra vez la pelota a la raqueta de Serradell, este la dirigió sobre el terreno de Solitario luego de haberle hecho los elogio de sus ideas del mundo, provocando a Solitario 314


una risita chillona que no sólo hizo callar a Serradell, sino que todos miramos extrañados hacia el ángulo del local en donde él estaba, y que transformaba la risa en risotada; por fin dijo: –¡Verdaderamente! De anacoreta a rey de bastos, que es tanto como decir de ermitaño a rector con sombrero de teja. ¿Debe ser una broma la propuesta? Un sueño por quien rehuya el mando. Es el caso de todos vosotros: ¿por qué no habéis aceptado? Sin duda en el interior de cada uno resuena la carcajada de lo absurdo de la sociedad tal cual. Que al pulsarla ciega o repugna por esta ética llamada moral, abigarrada de complejos, que nadie tiene que ver con la responsabilidad, ya que no se puede ser pastor no queriendo que hayan corderos... –Ya estás con las tuyas –le interrumpió Quim. –Estamos en plena libertad para decir lo que se piensa – objetó Rius. –Evidentemente –añadió Cortada, el secretario–, siempre que se atenga al tema que se trata. –Justamente –dije yo–, ha hecho nacer en mi magín la idea de que empezamos la casa por el tejado. –¿A qué te refieres? –me preguntó Serradell. –Sencillamente, con responsabilidad, nadie puede aceptar un cargo si no conoce de antemano cual será su misión. Me explico: todos queremos una sociedad justa y libre; pero cada uno de nosotros vemos el camino a seguir según nuestra óptica filosófica: quienes andan por una república reformista, quiénes por un socialismo, comunismo, comunismo libertario hasta el anarquismo de produce lo que puedas y coge lo que necesites. Lo que aconseja de abrir un debate sobre ello, porque el bollo de construir una nueva sociedad está en el horno en todo España. 315


El silencio y la reflexión fueron la respuesta de mi sugerencia. Bien transcurrieron tres minutos hasta que Badia de Galsarans no diera su punto de vista: –Es de principios, como bien dice Ton, o sea Foravila, de saber la orientación que cogerá el Municipio en su gestión político-económico, que sea el que sea, si está convenido en asamblea, no debe desunirnos en la acción que llevemos contra el fascismo. Siendo yo de la opinión que vencido éste, ¿por qué no debemos continuar unidos encauzando la evolución nacida de la República, de la que no deberíamos desviarnos para llegar al ideal de una verdadera sociedad humana igualitaria? –¡Ya estamos, cataplasmas! –exclamó Rius–. Ya hemos llegado a la vida ideal por esta evolución adormecida y banal que hace siglos se promete. Otra forma de paralizar a los bobos, cual el sentir y saber del padre lo hereda el hijo, como si el altruismo para la libertad y la justicia pasara de una generación a otra sin baches. La historia niega tales teorías. Sociológicamente es un choque sin cesar entra explotado y explotador. No hay términos medios. Esclavitud, aunque sea moderna, o libertad sin trabas. Por eso que las tácticas libertarias son radicales cuando llega el momento, y el momento lo tenemos en nuestras manos. Los reaccionarios que han vendido España al nazi-fascismo por no admitir la tibia democracia que representaba la República llamada de Trabajadores nos han abierto las puertas para que los trabajadores pongamos en marcha el comunismo libertario y... –Ni tan poco ni tanto –objetó Serradell interrumpiendo a Rius, añadiendo–: Si en la república evolutiva de la especulación en la oferta y demanda, los especulados son los jornaleros que viven de una mínima retribución a su aporte 316


a la producción, eso cuando tienen empleo, de este sistema al comunismo libertario queda mucho para andar según mi manera de ver. Porque estando en desacuerdo con una república burguesa, y no hablamos de los zánganos de los reyes, basada en el valor oro, no llego a concebir una economía sin patrón y estado. Porque tocando a este pueblo, y no señalo las ciudades y las industrias, ¿cómo vamos a hacer comprender a los agricultores, que no han salido del terruño, que tienen que trabajar sin cobrar un céntimo, o que las vacas ya no son suyas, por tanto que les ofrezcas para colmar sus necesidades si todo lo ven en la peseta? Sin duda se consideran robados, siendo el pasto de las intrigas y de los aprovechadores antirrevolucionarios aunque se llaman de la revolución mundial. Por eso que no veo otra orientación de una sociedad entre el librecambio y el socialismo. –Ya he dicho cataplasmas en lugar de bisturí –refunfuñó Rius. –Pues yo estoy en completo desacuerdo –gritó Badia–, en lo tajante de Rius y las medias tintas socializantes de Serradell, ya que al quitar la idea de propiedad tendrás las tres cuartas partes del pueblo en oposición, puesto que quieren más a una vaca que su mujer, materialmente. –Pese a que no entiendo de vuestros desacuerdos –dijo Quim un poco aturdido–, la socialización se podría hacer por etapas... –¿Para embrollarlo mejor, quieres decir? –replicó Rius, añadiendo su definición–: La administración, los caciques y todos los privilegiados que forman el concierto de los vividores a la espaldas de los demás, hace ya tiempo que están socializados por llevar en común y al unísono el sistema de chupar y beber la leche de la vaca que no han criado, sean monárquicos o republicanos, dictatoriales o llamados 317


demócratas, basado en la propiedad privada, de la cual se refuerza el conservadurismo, que no tiene otro principio que la ley del más fuerte y más astuto. Serradell replicó, Badia volvió sobre la revolución, Rius dio ejemplos de crítica al poder del dinero, y nosotros, los de la Asociación de Trabajadores del Bosque también intervenimos, dando lectura de los acuerdos que habíamos tomado en Asamblea General sobre la gestión municipal: PRIMER ARTÍCULO: Todas las grandes propiedades (las que los propietarios habían abandonado, y habían desaparecido por ser adictos a la sublevación fascista) serán intervenidas por el Municipio, siendo administradas de la siguiente manera: a) Los bosques serán explotados y cultivados por una Comisión responsable; b) Las casas de campo agrícolas de estas propiedades que estén cultivadas y explotadas por arrendatarios podrán continuar con independencia, teniendo como patrón de la finca el Ayuntamiento, el cual dará instrucciones a su debido tiempo; c) Las casas de campo agrícolas de estas propiedades cultivadas y explotadas por el patrón de la finca con jornaleros, quedan a disposición de estos trabajadores si es su deseo de asociarse entre ellos para crear cooperativas o colectividades, cuyo organismo será responsable de las riquezas del mas, es decir, ganado y herramientas y cosecha según las normas del municipio; d) Tanto a b como a c se les hace depositarios de las herramientas, ganado y cosecha actual, que pertenecían al expropietario, hasta que el Ayuntamiento no haya tomado disposiciones según las exigencias de la guerra. 318


SEGUNDO ARTÍCULO: Las propiedades cultivadas y explotadas por los dueños de las fincas: a) No hay modificación en función del más; b) Mientras se esté en guerra, el producto del bosque y de la tierra deberán ser declarados, y lo sobrante del consumo de la finca, puesto a la disposición de las necesidades del pueblo, con el valor relativo del momento. TERCER ARTÍCULO: Se creará una Consejería de Trabajo, la cual tendrá a su cargo: a) El control riguroso de la riqueza forestal: PRIMERO: No se debe dejar en el municipio un palmo de terreno sin árboles, excepto la dedicada a la agricultura, plantando especies necesarias a la sociedad, sin olvidar las posibilidades y características del país; SEGUNDO: Los cortes de bosque en las explotaciones jamás se harán fuera de tiempo; no se cortará un árbol con savia, o que no haya llegado a su desarrollo de producción, excepto si es necesario esclarecer una plantación para dar luz y espacio al desenvolvimiento de la vida de los demás; TERCERO: Que no haya bosque sin ser cultivado, es decir, cuidar sus jóvenes árboles y limpiarlos de zarzas, arbustos y ramas parásitas. b La responsabilidad de orientar los equipos de trabajadores del bosque, como los machos de desbarde, y el trajín de carros y carretas para arrimar carbones, maderas y moldes de aros a las carreteras de estado irá a cargo de la Consejería de Trabajo.

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CUARTO ARTÍCULO: Debatida la función intermediaria entre el productor y el consumidor, factor de la desproporción de precios, se acordó de ir a la creación de una cooperativa de PRODUCCIÓN Y CONSUMO, con la siguiente misión: a) De hacerse cargo de la comercialización de toda la producción del Municipio: bosques, ganados y la agricultura en general que no sean las necesidades internas de las familias productoras; b) También la Cooperativa se responsabiliza de proveer al Municipio o vecindad los artículos de consumo que no se producen en el término; d) Una vez la Cooperativa en función, se deberá crear una comisión de estudio para la creación e impulso del artesanado, indispensable en el pueblo como son: herrería, albañilería, carpintería, etc., que jamás han existido en Sant Feliu de Buixalleu. QUINTO ARTÍCULO Vemos el menester de hacer un estudio sobre mejoras a realizar: Escuelas, carreteras entre los bosques, riegos, electricidad... etc., pues no faltarán medios una vez las riquezas, bosqueñas y agriculturas, estén para el bien del pueblo y de sus habitantes en equidad. SEXTO ARTÍCULO Sugerencias generales: a) Dar por terminado el periodo de controles de carreteras por los milicianos, los cuales podrán volver a sus trabajos respectivos o ingresar en la Centuria capitaneada por Torres que dentro poco debe tomar camino hacia el frente; 320


b) Aunque las milicias permanentes estén disueltas, los que quedamos en retaguardia debemos formar parte de una reserva movilizada en caso de que se organizaran grupos fascistas en los montes, o de una llamada para dar la mano a otro pueblo; d) Como toda función de esa sociedad requiere dinero, y la empresa a realizar no será poca antes de no haber ingresado los productos de los bosques, proponemos que se ponga sin tardar un impuesto de guerra para equipar la Centuria que irá al frente, y además para impulsar la nueva economía del Municipio. Acuerdos tomados en Asamblea General por la Asociación de Trabajados del Bosque, firmados y sellados. Una vez dada lectura de los acuerdos presentado por nosotros, el secretario propuso: –¿No sería mejor de ir a comer antes de empezar el debate ,visto que las doce ya han repicado? No hubo oposición. El único disgustado era yo, que me quería volver a casa a comer, y para añadidura, Quim que se dio cuenta de mi decepción, se acercó y con voz bajita dijo burlonamente: –¿Ves?, si me hubieses dejado manejar el auto, ahora te llevaría a ver las vacas! En el fondo tenía razón, ya que desde el primer día nos debíamos de haber metido a aprender el manejo de aquellas máquinas, si un hombre es capaz como otro hombre... ................

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Con veinte minutos escasos de andar nos aposentamos en el hotel-fonda del centro de Hostalric, donde el Comité de la Conne tenían hospedaje. La comida no nos cogió mucho tiempo. A las dos menos cuarto de la tarde ya estábamos discutiendo los puntos y comas de los acuerdos que nosotros, los representantes de la Asociación de Trabajadores del Bosque, habíamos presentado, añadiendo y quitando según quién tomaba la palabra; ora parecía que el acuerdo estaba a punto de ser zanjado, ora quedaba hecho trizas. Serradell y Juan compaginaban para que el camino a seguir fuera alrededor de los acuerdos de Sant Feliu. En cambio, Rius y los compañeros cenetistas no lo aceptaban por ser una mezcla contradictoria y conservadora; contrario de este punto de vista de los de la Confederación Nacional del Trabajo, corriente moderada de los republicanos, los cuales lo rehusaban en bloque por considerarlo en extremo revolucionario la municipalización de las riquezas. Se diría que está en la naturaleza del ser humano crearse dificultades, como el gusano está en la manzana. ¿Cual podía ser la fuerza intrínseca que provocaba la discordia entre nosotros cuando éramos unánimes en el combate antifascista, y en que había que poner la economía en marcha y alimentar el combate contra los sublevados que lo habían desorganizado todo? ¿El temperamento de cada uno, esta necesidad, a menudo inconsciente, de hacer resurgir la personalidad propia al marcar una posición...? Debía haber un poco de todo; pero la dosis debía ser el carácter propio más bien que las filosofías. Porque si bien Rius y Serradell (Solitario no había tomado aun la palabra en aquella polémica) tenían mundología y conocían las teorías de la filosofía que defendían, los demás no habíamos salido del bosque, y poco letrados, cuya cultura social se reducía a la 322


heredada, de oído a oído, y la que nos habían enseñado las contradicciones del vivir, o esta mi cultura. Empero, tanto se manejaron los temas para llegar al punto cero, que el tedio se adueñó de la reunión, quedando el secretario de actas con la pluma en la mano por falta de intervención. Impase que hizo tomar la palabra a Solitario: –Ante todo debo decir que no tiene derecho hablar quién no quiere responsabilidad. No obstante, entre amigos se puede hacer una excepción, y a esto me remito: considerando que amistad e ideal deben ir juntos para andar por el sendero de la relación y construcción humana, despertando la sensibilidad en el raciocinio. Puesto que la disparidad de criterios es lógico y creador siempre que las deducciones no estén encerradas en un dogma, que es tanto como decir falta de luces y resbaladizo hasta el barranco del amor propio. Lo que me conduce a preguntaros ¿Os habéis interrogado profundamente lo que quiere decir ayuntamiento, municipio, consejo, democratizar, municipalizar, comunizar, socializar, anarquizar...? Si no lo habéis hecho, reflexionadlo y pasadlo por la criba de vuestra sensibilidad, y no dudo de que si hacéis la comparación entre lo real y lo teórico, os saldrá un gazpacho de mala calidad. Y desgraciados de vosotros si recorréis a los diccionarios llamados de la Lengua, buena la haréis como el llamado dios lo hizo cuando dijo: «Creced y multiplicaos». Que, dicho sea de paso, poco conocía este señor al hombre, si no fue en segundas de cambio, porque desde aquel entonces, se han perdido las nociones de substracción de tanto multiplicar, multiplicando lo superfluo en lugar de emplear la tabla de restar que Diógenes aplicó cuando Alejandro el Grande le preguntó que quería: «Qué te quites de mi sol.» Es decir, que no le hiciera sombra. Que a pesar de que Alejandro fuera llamado el Grande, Diógenes 323


sacó el obstáculo que le quitaba calor y luz. Lo que no han sido capaces de hacer las filosofías y dogmas religiosos, pretenciosos de salvar el hombre, en lugar de hundirlo en la charca de las contradicciones... –¡Conclusión! –vociferó Quim, al que desesperaba con sus teorías. –La de Diógenes: simplificar –respondió Solitario, añadiendo–: Y como en toda construcción hay un compuesto, hay que empezar a hacer la mezcla descomponiendo para componer: De ayuntamiento igual ayuntar; de municipio a agrupar; de comunidad a común, que empleando la regla de Diógenes, da como resultado: ayuntar, equivale unir las partes en un todo; agrupar, reunir los dispersos en un todo; y común, de todos. Cuyo resultado por la substracción y la suma tiene: todo más todo es de todos. Más claro que el agua... –Quieres decir que dejemos de ser estúpidos –objetó Serradell un poco molesto por la originalidad de aquel personaje (era la primera vez que lo veía) en tales situaciones. –Ni Sócrates ha dicho verdad de más peso –respondió Solitario–, porque los vocablos tienen el valor que se les da, y por bien que suenen, si son mal aplicados, sienten a huero. Los nervios de Quim estaban tensos como las cuerdas de una guitarra, a punto de a estallar, lo que me hizo adelantarme a proponer, antes que saliera con una de la suyas contra Solitario: –No me atrevería a opinar si son verdades o estupideces lo que encierra el inciso de Solitario; pero sí que debemos constatar que hemos llegado a un punto muerto, y para salir de ello, sugiero que se tomen nuestros acuerdos como punto de partida, y si hubiesen obstáculos en realizarlos, o que se 324


pudieran amplificar en el transcurso de la gestión, somos siempre libres de reunirnos para tomar otras disposiciones. La idea fue aceptada. Ni intervención hubo en contra, ni modificar punto ni coma, cual las dos horas de polémica en cortar y recortar, añadir y quitar hasta no quedar nada del original hubiese sido un pasatiempo. –¡Cuánto puede el cansancio al ser germinado por la imposibilidad de imponer un criterio! ¿Por qué este fenómeno en las asambleas democráticas malgastando el tiempo ,en que las tres cuartas partes de la duración se llena de viento, de discursos y más discursos, polémicas y mas polémicas como si el hombre tuviera necesidad de medirse por la dialéctica en lugar de un diálogo constructivo? ........................ Razón tuvieron los asambleístas laboristas ingleses del siglo pasado en delimitar el tiempo dé la palabra y de honorar al orador que con menos da cinco minutos exponía mejor un criterio sobre lo que se estaba debatiendo. Ya dice el comentarista: «Los largos discursos en asamblea son antidemócratas y vacíos de contenido por una síntesis constructiva, y casi todos afirman y niegan el sujeto en el transcurso de una larga peroración». ..................... Debilidad que si bien los que estábamos reunidos (más de una docena) en la sede del Ayuntamiento de Sant Feliu de Buixalleu no éramos hombres de discursos, no dejamos de perder el tiempo forzando criterios, teorizando programas, que si todos podían ser puestos en la práctica, sólo había 325


cabida para uno. Quizá, si fue aceptado el que presentamos los asociados del bosque, sería por contener partículas de todas las tendencias que componían el antifascismo del pueblo. Aceptado el programa, los nombramientos de cargos no presentaron dificultad: Serradell sería nombrado alcalde, y se redujeron a dos grandes Comisiones la gestión administrativa y económica del municipio, que serían presididas por Rius, la una, y la otra por mí mismo. Cuanto a la que presidiría Rius, la de Economía, estaba coligada con la presidencia del Consejo, puesto que se trataba de gestión administrativa en concordancia a las iniciativas a realizar para mejorar las necesidades del Pueblo: proyectos de carreteras entre los bosques, escuelas, crear la cooperativa, instalar la electricidad a las casas de campo, y lo más inmediato construir un cementerio nuevo a la parroquia de Sant Feliu de Buixalleu. En cuanto a la Comisión que yo presidía, la del Trabajo, correspondía al cultivo y explotación de las tierras y bosques, y todas las ramificaciones que de ello se desprendían. ......................... Un municipio más en la España republicana que libremente escogió su sistema político-económico. Una revolución puramente propia y sin más ambición que la de la convivencia vecinal en derechos y deberes; una agrupación humana más en España, en la España antifascista, que ante el caos económico y político, cívico y ético que provocaron los antirrepublicanos con su rebelión armada, supo coger en manos la continuidad de la vida del país y en plena libertad 326


ciudadana bajo la divisa: UNO PARA TODOS Y TODOS PARA UNO. Ejemplos mil pueden encontrar los historiadores sociológicos en esta cantera de hechos que relatamos si cada pueblo, cada industria reemprendió el camino del vivir y luchar por la iniciativa de un puñado de ciudadanos, dando una orientación según ideas creativas, evolutivas o revolucionarias. Habiendo municipio que no modificó el sistema de oferta y demanda especulativa de antes de la rebelión antirepublicana del 18 de Julio de 1936, a municipios desde el centrismo semirevolucionario al comunismo libertario. Variedad de convivencias que no fueron impuestas pistola en mano –la pistola y los fusiles apuntaban hacia el fascismo– sino por la reacción natural de un pueblo que se echó a la calle para defender sus libertades, a la vez tuvo que construir por sus propios medios, ideas y dinámica no le faltaron, la economía y organizar la defensa hasta el extremo de meter en pie un ejército. ¿Encontraran los historiadores, los historiadores sin prejuicios políticos o pecuniarios, en el embrollo de este pasaje histórico del pueblo español la realidad de los hechos, los ejemplos sociológicos puestos en práctica con resultados afirmativos de una manera diferente de vivir de la actualidad aunque no tuviera años de existencia, algunos meses, debido la contrarevolución de los que pescan en río revuelto? Digo embrollo debido la multiplicidad de artículos y libros que se han escrito, y que aun se escriben, sobre la guerra civil (36-39) española, y los ensayos sociológicos en la zona republicana. Es tanta la crítica y juego de tendencias, y no poca comercialización, que ni con una lupa no podrán encontrar los historiadores la limpieza de aquel altruismo, de aquellos hombres y mujeres que lo dieron todo sin otra 327


ambición que la de vivir en fraternidad y sin que el hombre explotara al hombre. ¿Qué pasó esto y aquello? Efectivamente pasó aquello y esto. Y pasó por la intolerancia de la BOLSA, la CRUZ y la ESPADA; dominantes durante siglos de los destinos de España en que el pueblo desheredado no tenía otros derechos que el de obedecer: trabajar, procrear y morir; procrear para asegurar el relevo del trabajo antes de dejar de existir; y así pasaban años y más años. Cuyo andamio tripartito –ORO, CLERO y GUADAÑA– arrancaba hasta las raíces el verde de un futuro, cortaba cabezas desobedientes, y hasta agarrotaba las ideas de libertad, de este gozo que la naturaleza ofrece gratuitamente a todo ser viviente. ¡Pero la mordaza! ¿No tiene todo un límite? Bien dice aquel filósofo que la esclavitud crea rebeldía, y la rebeldía engendra el revolucionario, y un revolucionario y otros revolucionarios se enlazan por un concepto, concepto opuesto a la esclavitud, que por lógica es el de la libertad. Años de diatriba entre el conservatismo castrense y el progresismo humano. Cientos de páginas se necesitarían para narrar las reyertas entre los dos polos siendo siempre vencidas las progresistas, fuera por una maniobra política, fuera por un pronunciamiento o golpe de estado, las más de las veces de una represión violenta, no faltando guerras civiles, en que la BOLSA pagaba, la ESPADA ejecutaba, y la CRUZ bendecía, y sin remordimiento de conciencia se instalaban en el pedestal. Sin embargo, como la necesidad de ser libre está ya en la genética, en el nacimiento, no pasaba generación que no hubiese rebrotes contestatarios por una sociedad más justa, perfilándose en el transcurso del tiempo un discernimiento personal e ideológico, cual reloj que repique las horas, 328


despertaba la sensibilidad de los futuros humanos, cuanto más de las ventoleras de libertad que llegaban de más allá de los Pirineos; siembra de semillas en un campo abonado, las cuales llegaron a florecer el 14 de Abril de 1931, cuya democracia vio la luz del día sin verter una gota de sangre por el amor de paz del pueblo que la engendró, del pueblo que dio el pecho el 18 de Julio de 1936 para barrer el paso al fascismo, máscara que encubría a los caciques a los negreros históricos del pueblo productivo de España. Diminuto esquema del génesis, del germen que engendró el romanticismo altruista a la generación nacida en las últimas décadas del siglo pasado y principios de éste, en la que yo hago parte por haber nacido en 1910, que inconscientes del ideal con que nos había impregnado la historia, el sufrimiento de no ser libres, el respiro del soplo en que el hombre debe ser tanto como el hombre en deberes y derechos, que por naturaleza abrazamos la república, y por razonamiento e ideal abandonamos los quehaceres propios para defender el bien común, la libertad y los derechos del ser humano, que el fascismo, es decir, el caciquismo con la camisa azul y parda nos quería arrebatar, lanzándonos al torbellino de los acontecimientos, los que narro, lo que nos hizo actores y autores de un paso histórico, de una real aventura, la cual, transcurridos los años, uno se pregunta si es un sueño lo vivido. Y queda mucho en el tintero de lo que improvisamos, de los que realizamos; que tuvimos que realizar precipitadamente debido la precipitación de reforzar los frentes, la guerra, y la reestructuración político-económica de la retaguardia, con la particularidad, como queda dicho, que cada municipio creaba su convivencia según conceptos 329


sociológicos, saber y medios de que disponían, como lo visto ya en Sant Feliu de Buixalleu y lo que se va ver: Hecha ya la constitución del Municipio y la orientación acordada de municipalización de las riquezas del término, respetando la propiedad por quienes la cultivaban por sus medios, la Delegación que presentábamos la Asociación de Trabajadores del Bosque teníamos que dar cuenta del mandato, y como había varios problemas a tratar, en particular sobre la ley sindical, la Junta decidió de convocar una asamblea general, con dos objetivos primordiales: PRIMERO: Reestructuración sindical. SEGUNDO: Reunir todos los habitantes de Sant Feliu de Buixalleu, es decir de las tres parroquias, para informales de la orientación futura del municipio. La asamblea tuvo lugar el tercer domingo de Agosto de 1936. Se celebraban las reuniones los domingos para no perder jornadas de trabajo, con la asistencia de todos los afiliados de antes de la sublevación, más de noventa, y otros tantos de la vecindad que pedían ingreso a la Asociación de Trabajadores del Bosque, los cuales, en esta asamblea, fueron presentes pero sin voto, hasta no haber tomado acuerdos. Pero vamos por los puntos que dieron solución pasando por alto los de pura forma de toda reunión: TERCER PUNTO: El informe que dimos los cinco delegados a la constitución del Ayuntamiento, y la aceptación de nuestras proposiciones sobre la municipalización de las riquezas principales del Municipio, trajo unos rumores y alguna protesta de los oyentes sin voto, de algún reaccionario al que su temperamento le hacía olvidar su pasado derechista y antisindicalista y que si se había acercado al sindicato era para tener un carnet, es decir, para camuflarse. 330


CUARTO PUNTO: En este punto, el de federarnos a una Central sindical (U.G.T., C.N.T..) como ordenaba una ley de la Generalitat, hubo un largo debate, motivado por la ignorancia general de los asambleístas sobre los principios y finalidades de dichas centrales. Desconocimiento por la desinfor mación y denigración que las tendencias conservadoras habían hecho de ambas organizaciones. Lo que había creado una aversión psicológica, la cual retenía la mayoría a determinarse por una o por otra. Pero como se tenía que resolver, Juan me propuso que explicara sintéticamente lo que eran, lo que representaban para los trabajadores. Sin embargo, poco pude detallar de las características de ellas, diciendo lo que había oído de Rius, fundador de la C.N.T. de Hostalric, y que Serradell no negaba, militante de muchos años de la U.G.T., de que en Cataluña, la U.G.T. era el sindicato de los funcionarios y trabajadores de corbata, cuanto la C.N.T. era la de los trabajadores manuales y traje azul calzando alpargatas. Imagen que se ajustaba bastante a la realidad aunque la nota daba tonos disonantes. En realidad, de hecho, la U.G.T. no se había podido implantar en los medios obreros de Cataluña, de temperamento federal. Síntesis esquemática, rudimentaria y caricaturesca para algunos; pero no era mi intención, pese a que abogaba por el ingreso a la C.N.T., puesto que el apoliticismo del anarcosindicalismo correspondía a la lucha social que había vivido desde muy joven en Sant Hilari Sacalm en la Sociedad de Areros. Resultado que al pasar a la votación después de varias emociones, sólo hubo un voto en pro de la U.G.T., cuatro abstenciones, y unos noventa en favor a la fusión con la C.N.T.;

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QUINTO PUNTO: Hubo más calor en la discusión en este punto que en los precedentes, ya que se trataba del ingreso al sindicato de los ochenta y pico de vecinos que pedían carnet. Paradoja entre la justicia y la responsabilidad: como vecinos y trabajadores tenía derecho; pero como responsabilidad sabiendo quiénes eran y el porqué pedían el ingreso era otro asunto, poniéndose los viejos militantes la cuestión siguiente: ¿Serían responsables en el deber de asociado o serían un virus destructor de la armonía confederal? Conclusión: Podrían ingresar al sindicato, fueron unos veinticinco, todos los que vivían del bosque y de la tierra como jornaleros, como también se daría el carnet a los pequeños propietarios de una masía pequeña, los que debían trabajar unos meses en el bosque para poder vivir. (¿Era justo el acuerdo? Fuera justo o injusto fue la conclusión que tomamos aquel grupo de antifascistas que contra viento y marea habíamos sobrevivido a los boicots de la patronal y a la represión del caciquismo, y que, como un solo hombre, nos levantamos en defensa de la República, y que lo dábamos todo para construir una nueva sociedad a la vez aportábamos hombres y productos de la tierra en el frente con el fin de vencer a los sublevados). SEXTO PUNTO: Este punto llevaba dos contenidos: el parroquial y el comunal: Primero: el local: a) Que se fuera a la construcción de un nuevo cementerio tan cacareado a fin de quitar la pesadilla de las tres familias, cuyos edificios sostenían las tierras del cementerio, formando un rellano con la iglesia, bien un metro y medio de altura, que no sólo mantenían una humedad constante en las Piezas 332


habitables, sino que cuando llovía chorreaban las paredes cual manantiales; b) Que la Cooperativa tuviera la sede en Sant Feliu (tenía el doble de habitantes que las otras parroquias) y que se destinara la casa de Roig después de reparar el edificio inhabitado y casi en ruinas en la misma Plaza de las tres Acacias. Muchos más acuerdos se tomaron en un ambiente dinámico y fraternal, siendo aplaudido por toda la asistencia, sindicados y no sindicados, republicanos o no, que si no hubiese sido que nos conocíamos todos, y que cada uno era quién era en su realidad, daba la impresión aquella vecindad de ser sólo una voluntad para edificar una nueva convivencia, pues se había dado el caso que a medida que la Asamblea avanzaba, más habitantes llegaban, y de todas las edades y sexos, y los jovenzuelos y las mujeres no eran los menos entusiasmados en aquella fraternidad). Segundo: el comunal: a) Para realizar lo previsto en el Municipio, la Asociación de Trabajadores del Bosque fue encargada, es decir la Comisión de Trabajos del Bosque y de la Tierra, que componíamos la delegación completa de la Asociación, que yo presidía, de reunir todos los habitantes, que de hecho todos éramos agricultores o trabajadores del bosque, si no éramos los dos las dos cosas a la vez, a fin de informarles de los derechos y deberes de cada habitante. A tal fin acordamos de convocar la reunión por la tarde del domingo próximo a Can Lledó, masía de tierras muy ricas del valle entre la Riera de Arbúcies y la carretera de Hostalric por considerarlo el centro del Municipio. Zanjado este punto, no hubo desacuerdo en lo propuesto por el Municipio, se pasó a Asuntos Generales, que no vamos a describir el sin fin de preguntas que Juan y yo tuvimos que 333


responder, y pienso que aun nos hubieran puesto más si la hora no hubiese llamado el regreso a casa para cuidar las bestias y lo cotidiano familiar. ...................... Dos días después de haber tomado los acuerdos de federarnos a la Confederación Nacional de Trabajadores, se hicieron los trámites. No hubo obstáculo alguno debido a la inter vención del veterano anarquista Rius, y de mi frecuentación de los medios confederales, aunque no tuviera el carnet. A tal punto fui invitado a una reunión en Arbúcies, por la mañana del domingo próximo, es decir, el cuarto domingo de Agosto, y crear el Comité Subcomarcal, el cual fui nombrado miembro. Como se puede ver no se perdía el tiempo y que el peso lo llevábamos un puñado de militantes. Y como nadie sabía conducir el automóvil entre nosotros, pese de haber dos a nuestra disposición, tuve que hacer el valiente e ir a Arbúcies en bicicleta, pese al miedo que me daba esta máquina que no se tiene de pie. No eran las siete de la mañana del cuarto domingo de Agosto que salí de Sant Feliu de Buixalleu puesto que el día era cargado de trabajo: debía entrevistarme por varios asuntos con el Comité Antifascista de Arbúcies, luego la reunión de la C.N.T. alrededor de las unce de la mañana, para después de comer trasladarme a Can Lladó, en donde estaban convocados todos los habitantes que componían el municipio de Sant Feliu de Buixalleu. Traslado que hice en el autocar-correo, aunque fui el último vecino a llegar en la concentración, lo que me valió algunos silbidos por mi tardanza; oí un comentario sobre mi persona: «Este delgaducho, este poca cosa es el tal nombrado Foravila, al que me imaginaba un 334


corpulento hombre, debido al bombo que le dan por sus actividades y por...» Qué se yo lo que añadió, puesto que los silbidos y vivas, había de todo, no me dejaron oír la frase. Se ve que no me conocía en persona, como debía pasar con muchos de los concentrados en Can Lladó, ya que debido el elevado número de presentes, había para pensar que no faltaba ningún vecino pequeño o grande, y de ambos sexos; era impresionante. Juan y los compañeros del Comité estaban también allá. Quim refunfuñó por mi tardanza, y habían dispuesto una carreta de bueyes para estrada, que por indicación de Cosmos, de un salto me puse sobre las planchas salpicadas de heno de las partículas que testimoniaban el trajín del día anterior. Durante unos momentos me quedé plantado sobre la carreta sin venirme una idea, una expresión de lo que debía decir. Sin yo saberlo estaba emocionado, Debe pasar a todos los novatos que hablan por primera vez a un público numeroso. Numerosa era para mi aquella concentración de ciudadanos y ciudadanas ávidos de estar informados y que no paraban de silbar y dar vivas. Cuyo jaleo vino a mi ayuda; despertó mi genio y arrancó de mi fondo revolucionario, que gritando con energía, a la vez levanté los brazos con los puños cerrados, dije: –¡EL AMO HA DESAPARECIDO; HA MUERTO EL VIEJO SISTEMA; DESDE AHORA LA TIERRA ES DE QUIEN LA TRABAJA! Cuyas palabras, veredicto pronunciado por la convulsión de los hechos que nadie esperaba aunque se deseara profundamente, hicieron enmudecer espontáneamente el jaleo de silbidos y de vivas en un silencio profundo, segundos 335


solamente, ya que un trueno de aplausos y de vivas invadieron el valle. Un sinfín de corros se formaron cambiando impresiones del pro y contra; pero saboreando todos el futuro de la nueva sociedad. Quizá, el más despistado era yo, de pie encima de la carreta de bueyes. Porque lo dicho si bien era el fondo que encaminaba la revolución, quedaban muchos problemas a resolver, en particular estar unidos y darlo todo por vencer los sublevados, lo que yo buscaba hacer comprender y que no podía hacerme escuchar pese a los gritos pidiendo silencio. A tal punto, que Juan y Cosmos, subieron al tablado, es decir a la carreta, y entre los tres pudimos llevar la calma y escucharan atentamente los acuerdos de Municipalización, los que no voy a repetir, pero si les hice constar muy seriamente que sobre la parte de cereales y ganado de la cosecha actual, la que correspondía al amo, o el ex-amo de la finca, no podían disponer particularmente de ello: DEBÍAN GUARDARLO EN DEPOSITO POR SI LA GUERRA U OTRAS NECESIDADES SEGÚN CIRCUNSTANCIAS EL AYUNTAMIENTO DEBÍA DISPONER. Unos aplausos y un sí de conformidad firmaron el informe y la recomendación, cerrando el acto con un grito unánime de muera el fascismo, y con la entonación del Himno dels Segadors, se disgregó la concentración, y los tres, Juan, Cosmos y yo, desde encima de la carreta de bueyes saboreábamos el ambiente entusiasta de las despedidas, que cual un pino lunar se llenaban los senderos de todos los horizontes del término municipal para alcanzar cada uno el mas que les esperaba entre montes y arboledas.

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II DOS FRENTES EN EL CAMPO REPUBLICANO La constitución del Ayuntamiento con su programa de Municipalización y la buena acogida por el 90% o más de los habitantes, no era el todo para la tranquilidad de los responsables que llevábamos la orientación del desarrollo económico y social del municipio, puesto que los problemas aparecían a chorro diariamente, los cuales se debían resolver, a menudo improvisando normas que jamás habían existido; y no solamente eran los asuntos internos, fáciles éstos a solucionar por la buena armonía entre la población, sino los externos que cuando menos lo esperábamos ponían en dificultad nuestra conducta de sociedad por introducciones políticas o venganzas personales. ......................... Venganzas explicativas si uno suma las injusticias que sufre un pueblo esclavo. Pues si España no había sido un estado esclavista, sí servil, gemelo moderno en la esclavitud. Porque los derechos que se adueñaron durante siglos unos pocos, guardados por unos cuerpos armados cerriles, sobre los demás, poseedores sólo de deberes, había avivado un odio al subconsciente del explotado, de este ser que había visto a su padre trabajar toda la vida y morir sin un derecho, y que él estaba uncido en el mismo yugo, yugo que heredarían sus hijos. Lo que elucide al estallar la revolución la acción de las TORNAS llamada venganza, de esta justicia que todo pueblo explotado de la tierra aplica en las pocas circunstancias que la historia les ofrece. 337


Hechos inevitables. Y no son los teóricos de la revolución que los incitan, sino el mismo proceder despótico del pasado que fer menta en la memoria y hace desbordar la individualidad pacifista, cuyo embrollo se confunda justicia y venganza, lo cual abre el sendero de los instintos bestiales y de los aprovechadores de río revuelto. Cuanto más del proceder de los sublevados en la zona que dominaron, que, sin un alto, llenaron las cárceles de republicanos, es decir antifascistas, sin contar las centenas que dejaron sin vida en las cunetas y senderos descampados. Pese a que estábamos entregados incondicionalmente a la unidad antifascista de todos los pueblos del área republicana, en los dos meses primeros, cada municipio era una marmita en ebullición cual caldera ferroviaria que aumenta la presión para arrear los vagones sobre los raíles. En Sant Feliu de Buixalleu también el tren estaba en marcha. Por la mañana siguiente, es decir, el lunes después de la concentración de los habitantes del pueblo en el mas Can Lladó, estábamos liquidando los asuntos del Comité, el que dejaba de existir, serían aquello de las cinco de la tarde, cuando vimos llegar el mismo camión, el que impuso quemar la iglesia, cargado aún de milicianos armados; pero con diferente bandera: habían cambiado la tricolor por la roja de la hoz y martillo. –¿Qué querrán aún estos enfurecidos? –preguntó Terragrosa en alta voz. No tardamos en saberlo. Cuatro milicianos armados de pistolas y rifles, con pañuelos rojos en el pescuezo, acompañaban al jefe ya conocido, no menos armado éste, que luego de haber levantado el puño, los escoltas lo imitaron, con fuerte voz dijo: «Salud Camaradas», a la vez echó un sobre encima del 338


escritorio del comité. Aquello nos chocó, y, cual hecho exprofeso, los miramos todos, diciéndoles «Bienvenidos, compañeros». Yo, sin preámbulos, me senté en la silla del escritorio y me puse a leer para mí el contenido que llevaba el sobre; pero interrumpí la lectura a las cuatro líneas, poniéndome de pié como empujado por resorte y de muy mal talante dije al emisario a la vez que le devolvía el pliego: –¡Toma, que te has equivocado de dirección!: Respuesta que puso en alerta a los compañeros; mi tono les hizo sentir algo grave. Solo que el «camarada» no se dio por enterado y contestó con mucho aplomo: –Es una denuncia que hemos recibido en la Comisaría de Gerona, lo que nos ha conducido a consultar los archivos falangistas que han caído en nuestro poder, los cuales confirman la autenticidad de la denuncia, la de ser dos falangistas activos y peligrosos... –No continúes –le interrumpí–, pues, sabemos que son de derechas de vieja solera, y si hubiesen sido activistas falangistas de peligro, se hubiesen escapado como otros y no estarían trabajando el mas esperando que la justicia los llamara. Además, la acusación debía venir a este Comité y no a Gerona; nadie más que nosotros pueden dictaminar si hay causas pasadas para de detener un vecino. –Si no han hecho la denuncia a vuestro Comité, es que el denunciante conoce vuestra determinación de no detener a nadie por fascista que sea, motivo por el cual ha recurrido a nosotros para hacer el trabajo que sois incapaces de hacer. –¿Trabajo de matar a sangre fría? –preguntó Juan. El tono subió con la intervención de otros compañeros y de la misma escolta de los forasteros, y para vencer la 339


obstinación nuestra al no admitir que detuvieran a los denunciados, el emisario dijo con voz mitinera: –Obráis contra la justicia. Caro os puede costar vuestra actitud, sea que no estáis informados o que sois unos saboteadores!... –Y dirigiéndose a mí añadió con desafío–: Es que no estás enterado que en las ciudades y pueblos que han caído en manos de los fascistas persiguen hasta el simple lector que votó por la República, dejando en los bordes de los caminos y carreteras, cementerios y descargas públicas decenas de cadáveres de trabajadores insumisos? ¿Y debo repetirte que todo el que huela a revolucionario es asesinado, y si su familia, si no hace el mismo fin la condenan a la miseria? ¿Y...? –Y no añadas y escucha –le interrumpí aprovechando un respiro, diciéndole–: ¡No somos saboteadores ni ignoramos del todo el crimen que están haciendo los sublevados...! –y con calma le añadí personalmente–: Sé quiénes son y lo que son capaces de hacer. Pues, en un registro que hicieran los compañeros de Arbúcies buscando armas en casa del jefe de los reaccionarios, encontraron un documento en el cual están inscritos los nombres de quienes debían ser fusilados por revolucionarios peligrosos del contorno; entre éstos, estoy yo en el grupo de la primera decena. Y no dudo que lo hubieran hecho y brindado con champaña si hubiésemos caído en sus manos. No obstante, no es que queremos dar un ejemplo de pacifistas, aquí no se persigue ni se mata a nadie por hechos pasados. Queremos borrón y cuenta nueva. No somos partidarios de crear una nueva sociedad en un charco de sangre como pretenden y hacen los llamados «NACIONALES», sino una sociedad de paz en la convivencia, en la cual se puede pensar libremente y con responsabilidad y solidaridad, puesto que si hay derechos 340


habrán deberes, deberes en el trabajo para todos los aptos a ello... –Sois más que utópicos. –Utópicos o no, mantendremos la tesis de no detener ni perseguir a nadie por los hechos personales del pasado. ¿Que los sublevados, es decir los fascistas, asesinan desde que empuñaran las armas el 18 de Julio? ¡No vamos nosotros ser crueles como ellos; aquí nada de eso va pasar! –No discutiré vuestra manera de interpretar la gravedad de la situación. Sin embargo, y no nos conocéis... –Ni ganas por la misión que lleváis... –Y que cumpliremos por encima de vuestra oposición – replicó al mismo tiempo que puso su mano derecha sobre la culata de la pistola. Palabras y gesto que tuvieron una respuesta instantánea: Quim, Xavier y Terragrosa lo encañonaron con sus fusiles. Acción que me hizo blasfemar y dar un puñetazo sobre la mesa, pluma y tintero rodaron por el suelo, y luego de haber hecho depositar las armas a los compañeros, con templadas palabras dije al justiciero: –Ya no tenemos nada a decirnos, excepto si quieres hacer verter la sangre por probar si somos o no somos capaces. Hecho que habéis podido comprobar que también hay quién tiene la sangre caliente. Deseando a unos y a otros que se conserven estas energías para emplearlas en los frentes contra el fascismo. No hubo tiros, ni más palabras hubieron; solo la mirada del jefe abrazó mi persona cual me fotografiase, dándose media vuelta seguido de los cuatro escoltas... .................... 341


Los compañeros, eran cinco en aquel momento, se reunieron en corro discutiendo y comentando la tragedia que no había habido. Yo, destemplado y necesitado de estar solo, salí fuera, y al ver el camión que daba la media vuelta a la Plaza de las Tres Acacias, y coger velocidad cuesta abajo – con la monumental bandera roja con la hoz y el martillo ondeando al viento, plantada su asta en medio de la cabina del camión sin cubierta, la cual envolvía de cuando en cuando los cuatro milicianos, que con el puño izquierdo en alto mientras que con la mano derecha enarbolaban el rifle–, me dio una agria impresión, como si en aquel vehículo hubiese el germen del principio de una época extraña de la que mi poco saber no daba a mi mente el discernimiento, pensando: «¡Quizá es el cansancio de tantos días de trajinar mucho y dormir poco, y por añadidura el pugilato habido en el comité, que me hace pensar mil de estos antifascistas!», mientras que mis ojos siguieron el ondear de aquella bandera, que veía por primera vez en cuerpo e insignias, hasta desaparecer entre las ramas de los alcornoques. Sólo el ruido del motor llegaba a mis oídos, pese a que veía mentalmente la bandera de la hoz y el martillo sacudiendo con sus ondulaciones aquellos cuatro milicianos con el puño y las armas en alto... ....................... Años llevé el interrogante de esta imagen que no me explicaba, y que, en el fondo, la llevo aún a pesar de lo que viví y habérmelo explicado ya hace tiempo: la guerra de banderas en el campo republicano. ¡Si! Fueron las banderas que agriaron la sensibilidad revolucionaria de aquel cándido que era yo. 342


No fue el cansancio ni el altercado sino la sorpresa y el proceder de aquellos antifascistas, así se llamaban, ya que cuando el suceso de quemar la iglesia enarbolaban la bandera tricolor, la republicana, y los modales eran de compañeros; ¿qué había sucedido que los mismos; en menos de un mes, hubiesen cambiado de bandera y de tono? ¿Es que ya eran comunistas bajo la bandera tricolor o continuaban siendo los mismos republicanos ondeando la roja de la hoz y el martillo? Cuestión que si no se la puso el cándido bosquetanoagricultor que era yo, la sintió. No era partidario de banderas. Se opuso a qué pusieran sobre el dintel de la puerta del Comité la republicana. Eran los hechos que debían contar. Porque al seguir el camino del abanderado, ellos hubiesen tenido que izar la roja y negra por haberse adherirse a la Confederación Nacional del Trabajo; pero ni aquella ni esta, ni pañuelos e insignias abanderadas. ¿Discernían el fondo real de las mezcolanzas teóricas de las filosofías que encubrían las banderas? Ignoraban el ABC de los credos. Socialmente eran naturaleza, nada más que naturaleza socialmente. Si habían municipalizado y dado las tierras a quienes la trabajaban sin abolir la propiedad de quién la cultivaba, no era por tal o tal filosofía sino que los acontecimientos, al ser desorganizada la economía del Estado Republicano por la sublevación del reacionarismo los llevaron a recomponer la existencia, que si en lo cotidiano eran formas de las nuevas filosofías, en su fondo ancestral tenía las raíces en el primate, en los remotos tiempos que el hombre se instalaba en donde se podría nutrir sin otros formalismos que lo impuesta por la naturaleza, respetando el área topográfica de otra familia o grupo, ley biológica de todas las especies. 343


En las raíces de cada individuo, en particular por los que no han salido del terruño, hay la sensibilidad de la vida libre. Está en la genética. Y más se siente y se suena cuanto más uno se desprende, aunque sea sólo en la imaginación, de los hábitos deformadores de esta sociedad de intereses. Concepto que, a lo que atañe al análisis, no deriva de filosofías ni de búsquedas científicas, sino del registro del existir entre los elementos circunvecinos: seres y plantas. Tanto se pegó en mi naturaleza aquella libertad selvática que mamé desde que empecé andar, desde que fraternicé, casi puedo decir, con la fauna, con los seres de distintas especies que poblaban los bosques de les Guilleries, que cuando fui mayorcito y supe que aquellos bosques, montes y valles estaban fraccionados y poseídos por un tal y otros tales, y que él disponía en amo y señor, me fue difícil avalar la píldora, puesto que encontraba al hombre, la civilización de los hombres, inferior a las otras especies que habitaban en los bosques de la tierra que me vio nacer y me dio cobijo, inferiores en libertad, pues, aquella fauna no pedía permiso para traspasar los términos ni preguntaba de quién era aquella yerba o fruto para comer cuando tenía hambre. Utopía del romanticismo infantil porqué luego... .......................... Sensaciones que vienen de lejos y que uno piensa haber olvidado. Sin embargo, rebrotan por efectos circunstanciales, mezclándose el pasado y el presente, y cuanto más tétrico el momento, más remontan los incisos vitales del pozo de la memoria. La venidas de aquellos justicieros, según ellos, en la que llevaban la pena de muerte de dos cartas reaccionarios y 344


antidemocráticos de solera, conmovieron en mí una serie de hechos, demostrando la fragilidad creativa por un ideal conciliador. ¿Qué podía el ideal humano ante un mundo fanatizado por los dogmas y filosofías?, me pregunté con la mirada fija a las ramas de los alcornoques que escondieron el camión de los justicieros. Y en esta estaba, no oía ya las explosiones del motor de dicho camión, cuando vi salir de entre los alcornoques a Lluís subiendo la cuesta, corriendo como un desesperado y sudando a gota gorda. –¿Qué te pasa? –le pregunte al estar a unos pasos. Quiso hablar pero no salió respuesta de su garganta, sino unos continuos bufidos a la vez que tenía sus manos en el pecho para que el corazón no estallase. –Vamos al comité y descansar –le dije al echarle la mano al hombro. Pero no habíamos andado una docena de pasos que con palabras entrecortadas de pena murmuró: –María ha muerto. –¿Qué María ha muerto? –exclamé más bien que interrogué. María era el noveno vástago de una familia numerosa que había llegado a la docena; casi cada año sumaba uno nuevo, que, en la época de las castañas, éstas sustituían el pan, y no era que los padres no fueran trabajadores, sino que sobraban bocas por la nutrición que había. Lluís, el padre, se pasaba la semana entera en el bosque en los quehaceres del carbón, y los domingos hacía los trabajos más penosos de la tierra, los que la esposa no tenía fuerzas para hacer de la pequeña finca que habitaban a una hora de marcha de la parroquia de Sant Feliu, finca perdida 345


en lo más desértico del contorno, pasando meses sin ver un transeúnte aquella familia que moría trabajando para existir. ..................... Llegados al Comité, el compañero Lluís fue asistido de todos: quiénes fueron a buscarle refrescos y comida, quiénes vertían palabras de consuelo. No obstante, nadie podía atenuar la desesperación de aquel padre, que sufría cuál Maria hubiese sido hija única. Yo también sentía profunda pena por la pérdida de Maria, de aquella frágil rubita de seis años que tantas veces había balanceado en mi rodillas al ir a hacer algunas visitas al republicano, y a la vez llevar golosinas para los más pequeños de aquella nidada; de aquella nidada que ya no encontraría jamás a la rubita Maria, pensaba, cuando oí a Lluís: –¿Qué hago yo? –No te preocupas por lo que hay que hacer –respondió Juan–, nosotros nos encargamos de todo. –Lo que debes hacer –intervine yo–, es volver a casa por hacer compañía a Consuelo y a los hijos. Además, propongo que dos compañeros vengan contigo para hacer los trabajos indispensables y a haceros compañía. Jaume y Solitario emprendieron el camino con él, y yo fui a acompañarlo hasta medio trayecto, de lo cual aproveché para llegar hasta Foravila, y estar un rato, no más de una hora, con los míos. ............................ Al llegar otra vez al Comité, encontré a los compañeros discutiendo sobre los derechos que teníamos de entrar al cementerio y asignar el sitio que se debía enterrar el muerto; hasta aquel momento había sido el cura que dirigía el campo de la paz. Maria era el primer muerto bajo nuestra 346


responsabilidad de gestión. Además sería el primer entierro civil y con la bandera republicana según voluntad del padre, lo que daba más calor a la polémica, puesto que, por realistas y racionalistas que pregonábamos ser, en los más había el atavismo de ver al cura con sus salmos en la plegaria y con el hisopo asperjar el agua milagrosa que asustaba al Demonio. Se ve que hacía reto que polemizaban, y cansados de no ponerse de acuerdo, aun no puse los pies dentro del local, me pidieron mi punto de vista: –Por lo poco que he oído –empecé–, estáis perdiendo el tiempo... –¿Cómo perder el tiempo? –arrebató Conrado–. Porque si los vecinos llevamos los muertos voluntariamente en la carreta o a la percha por los caminos del derecho vitalicio de pasar los difuntos, y que hacemos la fosa y le damos sepultura, no es lo mimo en disponer del lugar donde hay que abrir el boquete... –No te rompas la cabeza, Conrado –le interrumpí, añadiendo–: Tantas instituciones hemos echado por tierra de las que nos tenían esclavos, que esta será otra más. –¡Los muertos son sagrados de todo respeto! –exclamó Rosendo. –No sé qué entiendes por sagrado –preguntó indirectamente Terragrosa. –Entiendo lo que entiendo –objetó Rosendo. –Pero yo entiendo –intervine, que tenemos que ir al grano. No debemos perder el tiempo. La noche se acerca y debemos de aparejar los trastos y documentos del Comité. Pues mañana subirá una camioneta para trasladarlos a la sede del Ayuntamiento, ya que según acuerdos tomados en Consejo Municipal, quedan disueltos lo dos comités y las milicias para pasar bajo el control del Ayuntamiento... 347


–¿Y qué tiene que ver eso con el caso del cementerio? – interrogó Terragrosa. –A eso iba si no me hubieses interrumpido. Se hace una montaña de lo que es un simple llano. El cementerio no es de los curas sino del pueblo. Si tensan la mano sobre ello era por el dominio político que han tenido sobre los gobernantes, cuyos intereses los hacían cómplices: los unos para llenarse los bolsillos, y la iglesia para imponer el dogma, puesto que al apropiarse ésta del cementerio, cogía la otra punta de la cuerda de la vida, es decir, con el agua bendita del bautizo y la del hisopo al asperjar la tumba tiene el hombre encerrado en el redil de sus contradicciones: el niño crece y el viejo teme. Tinglado que la Revolución Social ha hecho polvo. Nosotros mismos hemos dado un gran paso debido al acuerdo de construir un cementerio con un nicho gratuito para cada masía sin ostentación ni monumento para que sea un símbolo de igualdad en este terreno que no debe ser de nadie. –El cementerio nuevo sólo está en el papel –intervino Juan–, pero el cuerpo de Maria pide tierra. ¿Qué hacemos de él? –Enterrarlo –respondí, y añadí–: como en asamblea de casi todos los habitantes de la Parroquia se tomó el acuerdo de que nadie sería sepultado por tierra, esta sería plantada de arbustos y flores, yo propongo que al cuerpo de Maria se le cobije en un nicho, y como no tenemos albañiles para construir uno, que sea en el nicho que más años lleva sin estar abierto. Proposición que fue aceptada pese a que hubo opiniones distintas. Así, que antes que oscureciera Juan y Conrado fueron al cementerio para saber el nicho que debía dar morada al cuerpo de Maria, mientras que los demás nos dábamos prisa para lo que quedaba de la gestión del Comité. 348


....................... Los dos compañeros, Juan y Conrado, no estuvieron mucho rato en el cementerio, los nichos eran pocos, pero volvieron atolondrados al comprobar que el que hacía más años de no haber sido abierto, bien cuarenta, era del rico más rico del contorno, se decía de la provincia de Gerona, que veraneando en una de sus propiedades del término, se le murió su heredero, y, por reconocimientos, la Parroquia hizo construir la tumba de más valor del cementerio de Sant Feliu de Buixalleu. La nueva llevó otra dificultad, y hubiese entablado otra larga discusión si Cosmos y Obiols no hubiesen apoyado inmediatamente mi punto de vista: –¡No veo obstáculo! ¡Mejor que mejor amigos! Bien se merece eso la buena e inocente Maria. Coincidencia maravillosa en este momento que la España del absolutismo muere por la justicia y la igualdad de todos en que en una misma tumba se cobijen el hijo del más rico y la hija del más pobre, cuyas moléculas se fusionaran sin los prejuicios de los vivos. Y en aquella ostentosa tumba fue sepultada la Maria de Lluís con la bandera republicana, y con una asistencia jamás vista en la Parroquia de Sant Feliu de Buixalleu. (¡Ironía de la historia! Los compañeros que sobrevivimos de la fratricida guerra, seríamos condenados a treinta años de condena perpetua, escapamos por tablas de no ser fusilados por violadores de tumbas, pese a que dejamos un nuevo cementerio con noventa y nueve nichos, uno gratuitamente para cada familia, construido a unos quinientos metros de la parroquia entre los árboles). 349


................... Liquidados los comités de Sant Feliu y de Grions, que se habían formado precipitadamente los primeros días del levantamiento en armas de los enemigos de la República, cayó toda la responsabilidad de gestión municipal sobre la Comisión Permanente, la cual componíamos Serradell, Rius y yo mismo, con la retribución de diez pesetas diarias, salario único de todos los trabajadores del pueblo y de los milicianos que combatían en los frentes. Serradell, que había sido nombrado alcalde, estaba en permanencia durante catorce horas en la alcaldía para recibir y dar curso a las gestiones burocráticas con la ayuda del secretario del Ayuntamiento; Rius representaba el Consejo de negocios Extranjeros y del Orden público, resolviendo asuntos vecinales y poniendo las paces entre habitantes, como corría a su cuenta encaminar los donativos semanales de alimentos hacia el frente, donativos de patatas, judías, trigo, gallinas, conejos, corderos, cerdos, terneras... más de una tonelada semanal era el contenido solidario hacia los combatientes, solidaridad que perduró altruistamente durante varios meses hasta que las banderas partidistas no empezaron a minar la hegemonía nacida los primeros días para defender la República; Cuanto a mi responsabilidad, la explotación y cultivo de los bosques y de la agricultura, siendo los bosques que me ocupaban las tres cuartas partes de la jornada, pese a que era asistido por Juan cuando me era imposible desplazarme para inspeccionar un tajo, orientar los trabajos y mercancías del producto de una centena de trabajadores en la madera, aros y carbón, habiendo además los trajineros con las arreatas de machos a la albarda, los 350


carros y carretas para arrimar los géneros en las carreteras departamentales a fin de que los camiones lo transportasen a sus destinos, sin olvidar la comercialización de toda la producción, que era mucha, hasta que no fue organizada la Cooperativa de Producción y Consumo, porque si las maderas y los aros tenían el circuito por ferrocarril, los carbones los transportábamos, las tres cuartas partes, directamente a las Colectividades de San Andrés del Besós, Santa Coloma de Gramanet y alguna barriada de Barcelona, transportado con un viejo Ford que habíamos transformado en camión (1000 k.), yendo yo como ayudante del chofer, muy a menudo, para cobrar el importe y contratar los trueques de mercancías que hacían falta al pueblo. Tarea compleja era la mía. Ni hoy, después, me puedo explicar de donde sacaba las energías y las ideas para propulsar aquel motor económico –nada se emprendía sin pedir mi parecer–, ni en donde encontraba las fuerzas físicas para recorrer por aquellos montes, casi siempre a pie o en bicicleta, a fin de controlar los trabajos y dar órdenes desde el destralero al transportador; y no eran pocos los días que sin volver a casa o al Ayuntamiento, una vez ayudado a cargar el camión, me fuera con el cargamento hacia Barcelona con el mismo traje de pana usado y manchado de carbón. Conocido era por los barceloneses y vecinos de sus alrededores que cocinaban y se calentaban con nuestro carbón. Es comprensible que al principio me mirasen de reojo, y no faltaban quiénes me cogían por un estrafalario. No cabía en la mente de muchos que un responsable de un comité revolucionario y secretario de una Federación Local de la Confederación del Trabajo pudiese ir sin el mono azul guarnecido del correspondiente correaje equipado de un nueve largo y una bomba de mano. Moda del momento, que 351


daba a conocer a qué organización o partido pertenecías gracias también a las insignias pegadas al pecho y por los colores de los pañuelos envueltos al cuello. Forzosamente debía ser una nota discordante entre aquella mar de monos azules mi traje de pana usado y de un descolorido acastañado de tanto haber trabajado con él y de ser arrastrado de una y otra parte, puesto que siempre iba con él cuando iba al carbón, ya que no sólo me abrigaba, sino que los dos bolsillos, la bolsa del infierno de la chaqueta me servían de servilleta para meter los pliegos de billetes de banca que cobraba del carbón y madera. Lo que hacía sonreír a un viejo anarquista y contable de una Colectividad al verme empujar los billetes al infierno, quien me decía: –Un día te van a atracar por estas callejuelas de la ciudad que estás obligado pasar, cuando se den cuenta que estás desarmado. Mi respuesta era una mueca de duda porque si no llevaba arma, tenía las piernas muy ligeras. Además, cuando llevaba los bolsillos llenos de miles de pesetas no paraba de andar con ligero paso hasta llegar a donde me esperaba el camión; y si el viaje había sido por el tren, como ocurría muchas veces, evitaba las callejuelas más siniestras de los barrios bajos barceloneses, como no me dejaba encantar por los tantos charlatanes que venden los duros a cuatro pesetas en cada esquina de la ciudad. Cuanto más que aquella gran aglomeración no me hacía el peso: demasiada gente paseándose siendo la hora de estar en el trabajo, demasiados monos azules bien planchados, demasiadas insignias y banderas... cuando faltaban brazos para producir y combatir. Cual vicio, al llegar a la Conne, es decir al Ayuntamiento, de estos viajes que semanalmente hacía a la ciudad por negocios, debía encontrar una razón, pretexto a menudo, 352


luego de haber hecho entrega al tesorero del haber entre lo cobrado y pagado, para escaparme hacia los bosques a fin de desintoxicarme del aire vicioso de aquellos barrios bajos de la ciudad, de los gases de los vehículos y de los ruidos que mutilaban y herían mis tímpanos. No siempre podía dar rienda suelta a la necesidad de encontrarme solo en la floresta y entre la fauna que me hacía recordar y soñar con mis tiempos infantiles en que mi corazón palpitaba de gozo por estar hermanado en el existir de aquel ambiente selvático: ¡No! Mi libertad estaba hipotecada a la responsabilidad impuesta por los acontecimientos, impuesta por el combate de ser o no ser libres. Y eran muchas que me cercaban: reuniones del Ayuntamiento o de la Comisión Permanente de Gestión, o por asuntos de la C.N.T., fueran internos en la Federación Local, fueran externos en el Comité Departamental (en Blanes) o del Comité Subcomarcal (en Arbúcies), de los que yo era uno de los componentes. Responsabilidades que no siempre podía delegar a otro compañero, lo que me obligaba, al apearme del camión, a subir al automóvil de Font para desplazarme a Blanes, a Arbúcies o a otra población donde contaban con mi presencia por problemas orgánicos o de trámites comerciales. Muchas teclas debía tocar. Y lo peor eran los imprevistos, siendo muchos semanalmente que se presentaban debido a la convulsión de sucesos que se producían en aquella lucha feroz y pasional que acarreaba la guerra, que nos imponía el avance del fascismo por encima de la tarea de construir una nueva sociedad más justa y libre. De hecho, no disponíamos de nosotros mismos, y menos de la vida familiar, por estar delante de las responsabilidades veinticuatro horas sobre veinticuatro. 353


Por eso, cuando había un vacío y me escapaba de la Conne, hacía la demora donde me separaban padres, esposa e hijos, escapada a través de los montes, revivía durante la hora y pico de un buen andar. Y debía ir solo para embriagarme del lenguaje de los bosques y de la fauna, pese el peligro que corría, pese de ser un blanco del enemigo (también la Quinta Columna se había organizado en les Guilleries) como fue asesinado el compañero y amigo presidente del Comité Antifascista de San Miquel de Cladells, una emboscada ejecutada por unos desertores capitaneados por el conocido falangista de can Xuclà de Joanet. Y no sólo fue el amigo ejecutado por la espalda por los esbirros y enemigos de la Libertad, sino que fueron muchos los hijos de les Guilleries que cayeron sin ver al asesino. Yo hubiese podido ser unos más según rumores y afirmaciones sabidas después. Más de una coartada montaron los de la Quinta Columna, que si fracasaron, no fue premeditación mía, yo ignoraba el peligro por ser indiferente al miedo, sino debido a mi naturaleza selvática hambrienta de sensaciones a la descubierta de montes poblados de árboles y de vidas en libertad, lo cual me incitaba abandonar los senderos concurridos, pasando hoy por el lado oeste, y otro día por el este, sin coger dos veces seguidas el mismo camino, o entre malezas, a fin de ver y sentir nuevos paisajes. Desordenadas correrías, fuesen para ir a inspeccionar un tajo, o ir a pasar esa unas horas con la familia, dándoles la mano en los trabajos pesados que no podían hacer, puesto que mis tres hermanos se habían ido voluntarios al frente. Pocas eran las ocasiones que pasaba veinticuatro horas seguidas en Foravila trabajando y gozando entre los míos. Era un verdadero descanso. El desgaste físico era una compensación psíquica, ya que anestesiaba parcialmente las 354


preocupaciones de aquel combate desigual, donde cada día que pasaba éramos menos en la fidelidad unitaria del antifascismo tal cual se había pactado y organizado en la primeras semana de la rebelión. Drama doble para quienes habíamos dejado aparte herramientas y familia por la defensa de la República. Puesto que no solamente había un frente a combatir, el del fascismo, sino dos, y el peor era el de la retaguardia, en el que el partidismo destruía la moral (indispensable para retener, y más tarde vencer, el avance del ejercito llamado «NACIONAL» capitaneado por el traidor general Franco) y abría brechas en el campo re publicano, por las cuales la Quinta Columna se introducía hasta la médula de los partidos, en particular los nuevos que se habían creado después del 18 de Julio, como por ejemplo el Partido Socialista Unificado de Cataluña, engendro de cuatro diminutos partidos de un total de 2.500 afiliados (el Partido Comunista de Cataluña aportó 400, y el Partido de Comorera, que era el más numeroso, no aportó ni 1.500) que, si eran pocos en el mes de Agosto de 1936, serían docenas de miles el segundo trimestre del 1937, preguntándose ¿quiénes eran estos miles de nuevos afiliados, si los demás partidos y organizaciones antifascistas que ya existían también aumentaron?; de donde podían venir si no quedaba más contenido que de los descontentos de la República y otras semillas, las del fracaso de la sublevación. El desgaste de la unidad antifascista fue tanto, que a últimos del 36 se perfilaba el combate interno del antifascismo, diríamos, el frente opuesto a la revolución social que había puesto en marcha la economía, e incluso la industria de guerra, fomentado por el diminuto partido estaliniano que obedecía las órdenes del jefe. 355


Empezamos muy pronto pagar caro la pseudo-ayuda bolchevique (pagada largamente con peso de oro). Los mismos hijos de los bosques sentíamos esta presión aunque no conociéramos los detalles y menos los intríngulis clandestinos que minaban, como los topos, aldeas, pueblos y ciudades. Pero por instinto natural sentíamos aproximarse la borrasca debido al roce del lenguaje comunicativo, en que sin palabras se nota la simpatía o antipatía de tus semejantes. Factor desmoralizador para los tibios y preocupante para los idealistas. ..................... No obstante, la esperanza en la candidez del ideal atenúa, sino destierra, el pesimismo. Y yo me decía: «El mañana debe ser humano»; y llegaba a convencerme mientras arreaba mi par de vacas para labrar lo más pronto posible el campo inmediato a tocar la masía antes del atardecer. Quizá este convencimiento era influenciado por las horas que llevaba labrando, como al tener la familia a mi alrededor: mis padres los veía trabajar en la huerta, mi hijo José agarrado a mi pantalón siguiendo mis pasos sin parar de charlar con su medio lenguaje, mientras que mi esposa, sentada, en el muro de la era, nos observaba sonriendo a la vez que amamantaba nuestra hijita recién nacida. El sol alargaba las sombras del atardecer cuando terminé el campo; desayunté el par de vacas y las dejé en libertad para que pastasen en el pequeño prado entre la era y el campo labrado, y cuando estaban tranquilas rapando la hierba con sus lenguas en posición de hoz, dije a mi hijo que no me dejaba tranquilo: 356


–Ya que quieres trabajar, te doy la guarda de las vacas, con la ayuda del Pelut –el perro de guarda. Tan pronto dicho, tan pronto José (tenía poco más de dos años) se puso a correr y se echó al cuello del dócil animal. Pero al ver que fui a sentarme al lado de su madre, dejó el perro, era él que hacía la guarda, y con sus cortas piernas se puso a dar largos pasos como si quisiese medir la distancia que nos separaba. Luego le interrumpí al ordenarle que se fuera a su puesto, lo que hizo, y, sin ganas de divertirse, se sentó al lado de Pelut, y el animal, como si comprendiese el enfado del amiguito, lo invitó a jugar lamiéndole la cara. Teniéndome que escuchar de la madre de mis hijos: –No sé por qué no lo has dejado venir, pues nada hace allí, y hubiéramos estado los cuatro juntos, que no siempre tenemos la ocasión. La miré y sonriendo le dije: –Nunca es demasiado temprano para aprender a trabajar y sentirse responsable de algo. Respondiéndome ella y sin sonreír: –Tómala y empieza a darle la lección de responsabilidad! –poniendo en mis manos callosas a mi pequeña, Lliberta. Me emocioné al contemplar aquel frágil ser en mis manos. También su madre la miraba conmovida. Los dos nos habíamos callado y con ternura nuestras miradas se deleitaban ante aquel que era nuestro ser, nuestra fusión en el amor. Pero los ojos verdosos de Lliberta, como los de su madre, clavaron su mirada en la mía, dándome la impresión de verla por primera vez. Seguro que me decía algo. Empero, ¿qué? ¿Me reprochaba de no tenerla más a menudo en mis brazos? ¡Eso debe ser!, me dije internamente. Porque bien decían algo aquellos ojos. Oh, a lo menos despertaron en mí 357


un vació, una sensación de estar más y más separado de la familia. Era bien eso que embargaba mi sentido y agriaba aquel momento de felicidad. La lucha contra el fascismo y la tarea idealista de construir una nueva sociedad por el futuro de nuestros hijos me tenía alejado de ellos. Lo que me hizo levantar la mirada de sobre mi hijita y mirar a José que jugaba con el perro, para luego dejarla correr hacia el huerto en donde trabajaban mis padres, y, después, mirar las vacas, los campos trabajados, los olivos, la vid, los montes y el bosque, quedando la mirada fija en el horizonte, cual quisiera ver el corazón de España... Y tan ensimismado estaba en lo que pasaba, en los compañeros que caían en los frentes, que me parecía oír cañonazos cuando no era otra cosa que los gritos de la madre de mis hijos dando órdenes al perro para que diera vuelta a las vacas, exclamando: –Estas glotonas nunca están contentas! –No hay para tanto –respondí por automatismo. –No te has dado cuenta que iban a asaltar el huerto? ¡Menudo se hubiese puesto tu padre! –exclamó censurándome. Yo no respondí. Miraba otra vez a mi hijita dormida en mis brazos. También su madre se puso a contemplarla para no dejar escapar la sonrisa que se dibujaba en aquel tierno semblante. La pequeña lo decía todo por nosotros. Nada nos teníamos que decir. La sensibilidad amorosa del agricultor y del bosqueño de estas tierras es parca en palabras, y su lenguaje más íntimo y profundo es el silencio. Gozando inconscientemente en estos momentos el murmullo del vientecillo al rozar las ramas de los árboles, los trinos de los pájaros, al rapar las yerbas las lenguas de las vacas, y de 358


cuando en cuando se mezclaba un grito de José o un ladrido de Pelut por estar en pleno altercado del juego. Momento de felicidad cuya la luz externa solo Vincent Van Gogh hubiese sido capaz de trasladar en un paisaje, con el estremecimiento de nuestras vidas; la tormenta en el interior de cada uno cuando la naturaleza nos brindaba un baño de felicidad. Un soplo y un respiro profundo míos motivaron la pregunta de ella: –¿No te encuentras bien? –¡Sí! ¿Por qué me lo preguntas? –¡Oh, no sé!; respiras tan extrañamente mirando a Lliberta... –¡Pensaba! –¿En qué? –¿En qué quieres que piense? –No adivino. –Quizá en lo que pensabas tú cuando mirabas hacia los bosques; mejor es no pensar –dije quedamente. –¿Es qué se puede dejar de pensar? –Ya vendrá la paz. –¡No sé...! –Todo lo que empieza termina. Esto no puede durar – añadí sin convencimiento. –Eso dijiste el 20 de Julio pasado cuando te fuiste al encuentro de los compañeros para defender la República: «No puede durar cuarenta y ocho horas», y aun dura y cada día que pasa más hombres se lleva la guerra.... –Nadie podía imaginar lo nos ha venido encima. –¡Qué sé yo! Pero tengo miedo por tus tres hermanos que están en el frente y por ti mismo. Te pueden asesinar por estos bosques o que te tengas que ir a la guerra, pues hay 359


muchos padres de familia que han sido movilizados por las quintas... –Y te he dicho que no se debe pensar –le interrumpí, añadiendo–: Las cosas van como van, y yo no puedo hacerlo de otra manera, pese a que me hago mala sangre por no poder ayudaros más en el trabajo de la finca. –Por eso no debes sufrir. La tierra y el ganado es lo de menos. Yo también labro y aparejo la yunta cuando es preciso. Eres tú. Nos haces falta. Los padres envejecen, y los hijos y yo... –no pudo terminar la frase porque el llanto le cortó la palabra. Yo no respondí ni encontré palabras de consuelo sino envolverla con mi brazo izquierdo y arrimarla fuertemente sobre mi pecho. José, el pequeñín, que quizá pensó que también jugábamos, abandonó el perro y las vacas para intervenir, y dando vuelta por la era y escalar el pequeño muro de unos treinta centímetros de alto, saltó sobre mis espaldas, llamando a Pelut que también abandonó las vacas para participar en la reunión de familia. Poco pudimos gozar del encuentro. Las explosiones de un motor llegaron hasta nosotros, y como si despertase aquel cuadro, nos pusimos de pie: la madre con el hijo a los brazos y yo con la pequeñita durmiendo en los míos. –¡Ya vienen! –dije yo algo aturdido. –¡Se ha terminado el gozo! –exclamó Rosa, dejando caer las sílabas una a una, nostálgicamente. Font y su automóvil me vinieron a buscar. Allá abajo en la Conne, en el Ayuntamiento, me necesitaban. Algo extraordinario debía pasar. Era indispensable mi presencia. La casa y la familia pasaban a segundo término. 360


Este día, que casi era de noche, como tantos días, debía dar mi punto de vista y mi conformidad sobre un caso de solidaridad en pro del pueblo de Hostalric, el cual pasaba por una crisis aguda de trabajo (ya se les había dado el cementerio nuevo de Sant Feliu a construir); crisis de trabajo y de sociedad. Su posición geográfica, como término municipal, estaba reducido como un pezón entre las aguas del océano. No tenía media decena de hectáreas de tierra y de bosque cultivables. En tiempos lejanos vivían de las tropas permanentes en el fuerte militar...; luego, cuando llegó el tren, el comercio y algún artesano hacían vivir la población poco numerosa; y cuando la guerra, pese a que pusieron todas las riquezas en común y que nosotros les suministrábamos trigo y otros productos de la tierra y del bosque, vegetaban por depender de los pueblos del contorno. La especulación comercial había desaparecido al ser todo colectivizado y el artesanado no daba para tantas bocas a consumir y brazos para trabajar. Lo que impulsó al Comité, es decir el Ayuntamiento, de convocar a todos los habitantes en una asamblea abierta para determinar el porvenir, saliendo de ello tres fundamentales acuerdos: PRIMERO: Las colectivizaciones debían agruparse en una Cooperativa Comunal de Oficios Varios, la cual debía ser el motor de la producción y de la distribución; SEGUNDO: Había que buscar unas hectáreas de tierra alrededor de los pueblos vecinos para crear una cooperación agrícola que diera productos de la tierra al pueblo. A tal objetivo, ponemos la confianza sobre la buena vecindad que tenemos de Sant Feliu de Buixalleu y Riudellots; 361


TERCERO: Esta explotación agrícola debe ser el pan de cada vecino, y cada vecino debe ayudar a pastarlo para que tenga derecho a comerlo. Es decir, hasta que la explotación no esté en marcha, no debe haber habitante en Hostalric en condiciones de trabajar y no tenga empleo, que no esté en el tajo, y los días festivos, sin excepciones y diferencia de clase, se debe dar la mano hasta el mediodía, porque si los que ganan la jornada dan el importe a la caja comunal, lógico es que forjemos una comunidad sin holgazanes... En resumen: un pueblo que por la necesidad de existir se mancomune en una voluntad, y en asamblea democrática se afirma unánimemente a luchar uno para todos y todos para uno, y sucede en el siglo XX. El levantamiento fascista, destructor del estado económico y político de la República, representó para Hostalrich lo que los cataclismo geológicos y meteorológicos en tiempos remotos, que aislaban a grupos humanos, que si subsistieron se debió a la ayuda mutua. ........................ El chofer y compañero Font me puso al corriente de los acuerdos mientras ganábamos el trayecto de Foravila a La Conne, a la vez que íbamos perdiendo la luz del día. Lo que me daba materia para poder reflexionar y poder responder a la Comisión de Hostalric que esperaba mi llegada en el Ayuntamiento de Sant Feliu de Buixalleu, digo responder cuando sólo encontraba negativas en mis reflexiones para poder ser solidarios con nuestros vecinos y compañeros en el combate. Pues no veía campos cultivables para darles si cada campesino los necesitaba para su explotación o que no 362


cedería por voluntad, hecho que hubiese sido fácil durante los dos meses de la rebelión, puesto que el altruismo estaba en los corazones de cada ciudadano, altruismo que había desaparecido en los agricultores de las grandes fincas debido a las influencias subterráneas del partidismo de la contrarrevolución. El problema tenía doble preocupación: no provocar la rebelión de los reacios agricultores y la de poder ayudar a un pueblo que tenía necesidad de garantizar su independencia económica cuando en el Municipio de Sant Feliu de Buixalleu sobraban riquezas naturales en el tendido, uno de los más grandes de la provincia de Girona, con muchos bosques salpicados de fincas agrícolas. A decir verdad, al bajar del automóvil y dirigirme al Ayuntamiento, iba intranquilo por no ver solución al problema. Además, Font, no supo decirme quiénes eran los comisionarios de la delegación de Hostalrich, ya que con algunos tenía más relación que con otros. La sorpresa fue buena al comprobar el trío que la componían: el alcalde, un viejo republicano de toda la vida; un anarquista de la escuela de Francisco Ferrer y Guardia (fusilado por Alfonso XIII en 1909); y un centrista, ex-patrón de obras públicas, y de los de la casita y el huertito del Macià. Los cuales formaban una amalgama de buenos sentimientos, antifascistas todos, pero diametralmente opuestos en finalidades ideológicas. ¿Era concebible que aquellos tres antifascistas tan opuestos antes de la sublevación fascista pudieran estar unidos para una realización comunitaria en donde no podía haber amo ni patrón?, me pregunté al verlos. (Y demostraron ser hombres de fraternidad humana. Realizaron lo impensable. El franquismo los gratificaría 363


condenándolos a perpetuidad por su altruismo y amor solidario, por su responsabilidad personal en pro de una comunidad que necesitaba un medio de alimentarse y ser libre por sus propios valores.) «¿Qué podremos planear?» fue el saludo unánime con que me recibió la decena y pico de compañeros allá presentes. Rius, como si hubiese adivinado mi inquietud, se adelantó diciéndome: –No preguntes sobre la tierra cultivable que necesitan... –¿Cómo no quieres que pregunte –le interrumpí–, si tienen necesidad de sembrar? –Ningún agricultor del pueblo tendrá que ceder un palmo de tierra de la que trabajan –añadió Serradell guiñando el ojo. –No sé si queréis trastocarme o qué –respondí algo molesto, preguntando–: Explicadme, porque no creo que pretendan sembrar sobre la calzada. Martí, el anarquista y amigo mío, tomó la palabra y señalando un punto del mapa de la región (entre Riudellots, Hostalric y Sant Feliu de Buixalleu) dijo: –Son unas decenas de hectáreas pantanosas que nunca han sido trabajadas y que sólo dan pasto a una docena de vacas, terreno más que suficiente para lo que necesita el pueblo de Hostalrich. Mi amigo no me convenció, nada claro veía del cultivo de aquel terreno pantanoso, por eso pregunté: –¿Cómo pensáis cultivar en aquel barrizal? Xirau, el empresario, tendió unos planos sobre la mesa del secretariado, en los cuales yo no veía nada más que líneas rectas, curvas, puntos y redondeles trazados de colores por lápices. Pero el ex-patrón me dijo con cálida voz a la vez que con un lápiz señalaba: 364


–Estas líneas rectas –indicaba–, son los canales de desagüe; los redondeles serán los pozos secos que ayudarán a sanear el terreno; y los cuadriculados serán dos grandes embalses que nos guardarán el agua para regar cuando haya sequía... No sólo yo sino todos los agricultores allí presentes nos quedamos embobados, y seguro que todos pensaban como yo: «¿Cómo se ha dejado perder tanta riqueza durante siglos, que tanto bien hubiese hecho a los agricultores de secano, como eran la casi totalidad de las fincas de aquellos montes? La petición fue aceptada. Ni un Consejero hizo observación alguna. Lo que llevó un pequeño debate fue determinar el título de posición: si se debía alquilar; si se debía vender; y si... y tantos síes que mi temperamento espontáneo atajó por lo recto: –La tierra debe ser de quien la trabaja; así acordamos cuando reunimos el campesinado del pueblo, lo que yo interpreto que no debe haber dos pesos y dos medidas, sea el productor una familia o la vecindad entera de un pueblo. Los reunidos me miraron como si esperasen más detalles de mi parte, pero fue el Alcalde de Hostalrich que intervino: –Debemos razonar. La ayuda mutua es indispensable. Empero, no debemos olvidar que hay leyes de términos municipales que se deben respetar. –Se entiende –asesoró Serradell, alcalde de Sant Feliu de Buixalleu– que se debe establecer un documento que os haga dueños del usufructo indefinido siempre que la cultivéis para las necesidades de vuestra comunidad. Naturalmente, pagando el prorrateo arancelario si un día hay tasas municipales a pagar. –Justo es –pronunciamos todos los Concejales a la vez. 365


........................ Aquella noche, como tantas otras noches, cené y dormí en la posada de Hostalrich que veníamos habitando, desde la rebelión, los responsables que nos encontrábamos lejos de nuestros hogares. Pero si comí bien, dormí mal. Muchos quehaceres debería resolver la mañana siguiente: el Ford transformado en camioneta no era suficiente fuerte para librar tres toneladas de carbón a Santa Coloma de Gramanet, lo que me obligaba a buscar un transporte; una querella entre un equipo de destraleros pedía mi presencia; normalmente hubiese tenido que ir a Barcelona con la carga de carbón del Ford. Y lo que más me hizo perder el sueño fue el contenido de una carta-circular que recibí del Comité Comarcal (en Blanes) de la C.N.T., convocando una reunión extraordinaria de todos los militantes de la comarca para estudiar la posición a tomar sobre dos asuntos: los resultados despóticos de la militarización de las milicias (el estalinismo se había infiltrado en todos los altos mandos del Ejército Popular de la República), como el hecho grave de la eliminación de muchas colectividades en donde se instalaban los militares de influencia bolchevique, a pesar Decreto-Ley de Legalización emitido por el gobierno de la Generalitat y de la República. Aquella noche recordé varias veces una máxima de mi padre: «cuando no encuentras la solución, vete a dormir, que la noche es buena consejera». Dormir era lo que hubiera querido. En cuanto a los consejos de la noche, fueron tajantes aunque no fuesen excelentes: encargué a Rius que fuera al transporte te colectivizado de Hostalric para obtener el camión necesario; en lo relativo a ir a Barcelona a cobrar los géneros, lo dejé para la otra semana; en lo referente a la disputa de los 366


destraleros, iría personalmente, puesto que entre ellos había Cosmos y otros militantes de la organización, a los que quería poner al corriente de la carta–circular–convocatoria, a la vez que hacía dicho trayecto, dando algunas desviaciones, iría al encuentro de otros militantes, contando que iría a pasar la noche a Foravila con la familia. Por eso me levar-té muy temprano. No habían dado las siete de la mañana cuando emprendí el «camí ral» de Grions a Sant Feliu. ¡Qué madrugada! La alborada era fresca, de este frescor que anuncia la primavera, cuando al llegar el sol la templanza se evapora a trueque del canto de la vida. Aquella algarada alimentaba mi optimismo: aquí unos pájaros dejaban de trinar y escapaban revoleteando, más allá algún conejo sorprendido en su desayuno con la yerba tierna del borde del sendero se precipitaba esconderse entre la broza...; lo que me hacía alargar el paso para ver y oír, lo cual no sólo gozaba de la variedad de vidas que habitaban los bosques, sino que me acompañaban en el largo camino que debía andar para encontrar el máximo de compañeros y llegar a casa por el mediodía, si era posible. Ya hacía rato que habían repicado las ocho y media cuando llegué al tajo de la discordia; de la discordia que había habido, puesto que los encontré en buena armonía, habían zanjado las diferencias sin la intervención de un tercero, afilando las hachas a la vez que aprovisionaban los estómagos, aceptando yo la invitación y con apetito me comí una rebanada de palmo de pan moreno (pastado en cada masía del trigo de su cosecha) con una buena lonja de entreverado y una mediana cebolla con sal, todo regado con un par de tiradas de tinto, cuyo acopio me dio energías para reemprender los senderos entre malezas. 367


Pese de estar aún en los últimos días de invierno, el sol calentaba y mi camiseta se empapaba de sudor. Subir y bajar y atravesar collados y montes para encontrar militantes de la C.N.T. imponía un pie firme y ligero y unos pulmones sanos. Naturalmente, me tomaba algunos minutos de descanso. Más bien que para recuperar fuerzas, era retenido por una llamada del ambiente de aquella naturaleza: un panorama de árboles y montes que mi mirada abrazaba; unas aves que planeaban en el espacio; unas bestias cuadrúpedas que con fogosidad escapaban, que si no podía verla, sabía de cual se trataba por el ruido de sus pasos sobre las hojas secas... En aquel momento olvidaba el hombre y la sociedad con sus quehaceres. Momento en que, arrimado mi cuerpo a un árbol corpulento, o sentado sobre un peñasco, miraba y escuchaba en silencio. Porque si en el instante, pájaros y bestias precipitadamente se escondían, con el silencio no tardaban en salir del escondite en busca de comida, de compañía o de amores; es la ley del existir. En uno de estos altos, cuando desde la altura de un peñasco contemplaba la sábana verde–oscura que alfombraba con hojas de alcornoques el espacio de una ladera, y escuchaba muy atentamente el mundo viviente que abrigaba aquella bóveda, apercibí en la falda del «Puig del Casal» tres individuos que andaban a lago paso hacia el este, de los que, a línea recta, no estaba separado más de medio kilómetro, pese a que cada minuto la distancia se hacía más larga, pues, según su dirección, iban hacia Gerona, y más probablemente hacia Francia. –¿Quiénes serán? –no pude evitar de preguntarme. Como pensé que si no me hubiese parado a observar la vida de aquella naturaleza, nos hubiéramos podido encontrar 368


cara a cara en el collado «El Coll del Bosc». Idea que me hizo recordar los reproches que Rius me hacía cada día que me veía salir a pie por los bosques: –Un día vas a tener un tropezón. Las montañas de les Guilleries y de la comarca de la Selva están llenas de fascistas camuflados, y, de ellos, de estos criminales, no te escaparás, como tantos compañeros que han sido asesinados en estos bosques, y que tú no quieres ni llevarte aunque sea un petardo para asustarlos... Y me alargaba un nueve largo para defenderme. Arma que no cogí. Sólo al verla, me ponía piel de gallina... ¿Y qué hubiese hecho de la pistola al ser incapaz de apretar el gatillo? No obstante, las amonestaciones de Rius tenían su acierto. La aparición de aquellos tres individuos, los cuales habían desaparecido tras un encinar, me despertó precaución, que poco me hubiese servido sin defensa, por el resto del camino hasta no llegar a Foravila. Cuya morada, al asomar ante mis ojos, alegró mi corazón. Sin embargo, no pude dejar de comparar la ruin casa en que vivíamos los que trabajábamos las tierras y los bosques con la lujosa y espaciosa villa que habitaban dos tercios del año los llamados propietarios. Desigualdad significativa de los extremos; reflejo de la escala de valores de los regímenes tradicionales de las Españas de Dios y Patria. Mientras miraba y comparaba desde el montículo cercano al mas, en su falda empezaban las terrazas cultivadas, se asomó a mis labios una mueca amarga y un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver aquella casucha arrimada a los muros de la villa para no caerse, cual las pocilgas de los siervos pegados a los fuertes de los señores feudales. –¿Cuál era la diferencia del ayer con la realidad de hoy? – preguntó en alta voz mi raciocinio, reafirmándome la 369


necesidad de ganar la guerra y a la vez llevar la revolución adelante a fin de construir una España de más justicia y equidad... Reflexión que fue cortada por la voz de mi hijo llamando a su padrino, mi padre trabajaba en el huerto, que dejando la faena, renqueando con su tercera pata, nunca abandonaba la cayada, y el azadón al hombro fue ganando la distancia que le separaba del hogar. Yo no hice menos. El humo que salía de la chimenea que se diluía por los aires llenaba mi olfato el olor de la escudella que me esperaba. Que, bien pensado, no estoy seguro que fuera el olor a puchero lo que me hacía correr cuesta abajo, sino el deseo de estar unas horas entre mi familia. Pero hacía tanto ruido por no mirar a donde ponía las alpargatas, que mi padre y mi hijo me vieron, incitando al pequeño de venir a mi encuentro, y, como torna, cargármelo al hombro como era su deseo y el mío, naturalmente. .................... No me equivocaba el olor. La escudella y la carn d’olla humeaban sobre la mesa. Ni decir cabe el placer con que comíamos aquel manjar, obra del saber culinario de mi madre. Que añadido al gozo de encontrarnos los seis daba la sensación de un banquete, aunque fuera salpicado del recuerdo de los tres hermanos que estaban combatiendo en el frente, recuerdo que provocó que mi madre no pudiera retener unas lágrimas y decir: –¡Si ellos estuvieran aquí...! ¿Qué les darán de comer, si es que aun están en vida? Lliberta, que yo tenía en mis brazos, se puso a llorar por las trastadas que le hacía su hermanito, al no querer comer 370


la sopa que él le daba con su pequeña cuchara, pese a mis reproches. Y cual un desahogo, mi madre me la sustrajo y salió de la casa sin dejar de reñir a su nieto: –Eres un revoltoso como fue tu padre y terminarás revolucionario como él. Mi padre meneó la cabeza en protesta y continuó comiendo la carn d’olla. Rosa y yo nos miramos cambiando una sonrisa sin olvidar las coles con patatas, la pilota y tocino. El que se enfadó fue José, que se puso a correr tras su abuela para recuperar su hermanita. En ésas, aun no habíamos terminado de comer, el coche de Font introdujo en el hogar las explosiones de su motor. Los tres nos quedamos boquiabiertos y la cuchara en suspenso (el tenedor no se usaba aún en la familia), siendo Rosa que rompió la sorpresa: –¿Cómo no has dicho que debían venir a buscarte? –No podía decirlo porque no había nada de eso, ni sé ni puedo decir a qué viene. –¡Seguro que no trae los postres! –exclamó de malhumor la madre de mis hijos. No tardamos en saber. Pues Font inmovilizó el automóvil delante de la puerta de la casa sin parar el motor, y luego de saludar me dijo desde el umbral: –Deja de comer y vente que allí bajo hay mucho jaleo y te necesitan... –¿Es que han desembarcado los moros? –Si no son moros, deben ser fascistas, estos payeses que nos han recibido con las escopetas... –Si son los agricultores –le interrumpí–, la sangre no llegará al río. Siéntate, que vas a comer. –Hambre la tengo y el buen olor del compuesto me fabrica saliva en la boca; pero nos esperan... 371


–No se va a pegar fuego por cinco minutos más o menos... –¡Sin dar vueltas al puchero! Unas cucharadas de carn d’olla, y andando. –¡A ver si me matas para recuperar diez minutos que has perdido llenando el estómago! –¡Hay prisa! –Siempre la tienes cuando estás al volante –le reproché. –Me gusta ir a todo taco, y mucho más cuando tú estás a mi lado... –Buena noticia me das –le interrumpí refunfuñando. –Tú me envalentonas. Tanto es el miedo que tienes, que mi pie acelera sin yo quererlo –objetó con una carcajada. No respondí. Nada hubiese conseguido de decirle que aflojara. Ni tampoco tuve ganas de preguntarle sobre la protesta de los agricultores, por no distraerle de la desenfrenada velocidad en aquella pendiente llena de curvas y de baches, cuyo estrecho carril no había sido construido para los automóviles. Pregunta que esperaba hacerle al llegar al valle, en la carretera departamental Arbúcies Hostalric, que si la calzada no era mejor, de piedra y tierra, tenía menos curvas; pero fue él que me dijo, estando aún a media cuesta: –¡Estás muy serio!... –y al poco me preguntó–: ¿Es miedo o preocupación de lo que pasa? –En verdad las dos cosas: el miedo lo tengo siempre cuando voy dentro de un auto y en particular si conduces tú, y eso que eres un buen chofer; en cuanto a la preocupación, me tiene inquieto una seria de murmullos de algunos que los primeros días se hubiesen tragado vivos a los fascistas, que coincida con la protesta de los agricultores, y también, con los emboscados, cada día que pasa son más los desertores, dándome esta mañana casi en las narices con tres individuos desconocidos... 372


–¿No estaría Pol, el amo de la finca que cultivas?; pues, según las últimas noticias, se ha echado al monte y está organizando un grupo de la Quinta Columna. –Si estaba entre los tres no lo puedo decir. No me parece haber distinguido su silueta. De que está en el monte o escondido, hace ya meses que lo sé; aunque no debe estar lejos porque sé que son muchas las noches que pasa en la villa con su mujer e hijos, que, de buena madrugada, vuelve a los bosques o a un escondite. –¿Y por qué no lo haces detener antes que te haga una mala jugada? –No me sería difícil. Mi filosofía es no detener ni matar a nadie. Allá él si un día lo cogen con la masa en la mano. Porque si hasta ahora no hemos perseguido a nadie sabiendo que son simpatizantes de los sublevados, no voy a ser yo que empiece con él, pese a que no me faltan razones personales: robar patatas y todo lo que cae en su mano, como vaciar el embalse de la huerta sin tener en cuenta que sus hijos y su mujer, y seguro él mismo, comen las hortalizas que mi padre les da, como huevos y algún pollo que mi mujer o mi madre les dan; yo hago los ojos gordos. –¿Y por qué se ha echado al maquis, si no habéis perseguido a nadie? –¡Vete a saber! Si un motivo veo, es el de no querer trabajar para mantenerse, como son los principios de nuestra municipalización, la vez de dejar de ser el señor por ser un ciudadano más. –No digo que no; pero habrán otros asuntos que lo habrán inducido a huir al monte? –La situación es muy compleja. El fascismo mundial que ayuda a Franco, con la tibieza y la indiferencia de las democracias vis-a-vis de nosotros deben ser un factor. 373


Teniendo la experiencia de los caciques que votaron el 14 de Abril de 1931 contra Alfonso XIII, que luego se hicieron falangistas o del partido de Calvo Sotelo, han sido los que más han saboteado la República y han cogido, juntó con los militares traidores, la cabeza de la sublevación. Constatando que al dejarlos en vida y pasado el miedo de los primeros meses, están otra vez en la brecha; unos en el monte, otros en las ciudades alimentando la Quinta Columna, y, los más, infiltrados en los Partidos y Organizaciones antifascistas para mejor sabotear los comités de los frentes y la nueva sociedad económica y de convivencias que estamos creando... –Y estos, los emboscados, serán los que te harán la piel – objetó Font mientras maniobraba el bólido por aquellas curvas. No quise responder ni dar otra opinión, pese a qué tenía toda la razón sobre la maldad de esos desentrañados; empero yo no había nacido para perseguir, y menos matar. Él comprendió y no volvió a hablar hasta llegados a la Conne. Mucha gente había, pasaba la docena, con escopetas, y sin contar los miembros del Ayuntamiento. –¿Qué significa esta compañía de milicianos? –pregunté a Serradell. –Los hemos organizados, si estás de acuerdo, para llamar un camión de cinco toneladas y pasar de casa en casa de todos estos agricultores reaccionarios para requisar todos los cereales que debían dar a los propietarios de la finca, cereales que tú les dijiste que guardaran en depósito. –¿Tan grave es el problema? –Nos estaban esperando –atestiguó Rius–, más de una quincena con las escopetas, y mientras algunos disparaban en alto, los otros nos dijeron que diéramos media vuelta, lo 374


que hicimos, teniendo que telefonear a los Comités de Brega y de Hostalric que no contasen con el trigo que mensualmente les proporcionábamos. No obstante, no podemos dejar que se salgan con la suya. Además, no se puede dejar estas dos poblaciones sin pan cuando en nuestro municipio sobra... Mientras Rius comentaba, yo sopesaba el pro y el contra. Naturalmente que el trigo no era de ellos, eran los depositadores y tampoco tenían necesidad de él para vivir, cuando a otros humanos les faltaba. Pero a sangre calienta e influenciados por la contrarrevolución y la venta a precio de oro por el estraperlo, eran capaces de recibirnos a tiro limpio, lo que se provocaría un derrame de sangre; hecho a evitar por encima de todo. Por eso dije: –Yo pienso que antes de ir con fuerzas armadas, hay que buscar otras soluciones. –¿Cuáles son las que ves, tú? –preguntaron varios a la vez. –Si Font me quiere acompañar, iremos los dos solos y sin armas. De otra manera, si no voy solo andando, es por la distancia y por el tiempo que no debemos perder. De los que oyeron mis propósitos, no hubo uno que no pusiera su mirada sobre la mía, y el más aturdido era Font, que no dio signo de acompañarme. –¿Qué me respondes? ¿Me llevas con tu magnífico Ford hasta el fortín? –le pregunté con determinación. Luego de mirarme y sonreírme burlescamente, me dijo: –Si se te ha puesto de ir en tu dura cabeza, vamos a ello. –Vendremos tres o cuatro armados a acompañaros – propuso Rius. –¡Ni pensarlo! Sin armas no hay peligro de guerras. Además, aconsejo a Font que por una vez deje su petardo en la armería. 375


....................... Cuando llegamos con el Ford, la furgoneta en el fortín, la masía más productora de trigo de Galsarans, había en el patio dos perros famélicos que con pereza ladraron meneando la cola, en el umbral de la puerta principal un gato que nos miraba de reojo, y un sin fin de gallinas despavoridas por doquier en busca de un escondite. Ni un ser humano respiraba a nuestra vista; ni un niño por curiosidad asomó la cabeza desde la casa o en alguna esquina de los hangares. Nada daba señales de vida humana que habitasen aquel hogar. Aconsejé a Font que parara el motor del vehículo. Yo me fui a llamar a la puerta, la cual estaba cerrada, y, a pesar de los fuertes golpes con el picaporte, nadie respondió. Los golpes resonaban en el interior de la casa a la vez que los aires arrastraban el sonido través de los campos. Pero como comprendí que era inútil amartillar la puerta, cogí asiento sobre una gran piedra que había al lado de la entrada, e hice una mueca a Font cual le dijera: «Ya vendrán». Los animales de la granja se dieron cuenta de que éramos gente de paz: los perros dejaron de ladrar y se echaron a dormir, el gato aprovechó mi pantalón de pana para limpiarse las cenizas de sus pelos, que poca gracia me hacía, y las gallinas y ocas, y los mismos pájaros, salieron de sus escondites para emprender la tarea en busca de alimentos; todos estaban presentes menos el humano si así se puede llamar. Pasaron bien veinte minutos hasta que no saliera el primer hombre del acecho: el arrendatario avanzaba (había salido de detrás de unos matorrales) hacia mí sin parpadear y con cara de pocos amigos, y a unos diez metros se plantó 376


enderezando todo su cuerpo y con voz amenazante preguntó,: –¿Qué vienes a hacer aquí? –¡A verte! –respondí sin levantarme de la piedra. –Si vienes por el trigo, te puedes volver como has venido para ganar tiempo y ventajas... –Eso estaba pensando –respondí mirándole tranquilamente, añadiendo–: Pero antes de marcharme y decirte por qué he venido, te quiero pedir un favor. –¿Cuál? –Ir al furgón y mirar lo que hay a dentro. –¡No me importa lo que pueda haber! –contestó malhumorado. –¡Sí que te importa, y te ruego que vayas a ver! –dije con voz asentada. –¡Aunque hubiesen ametralladoras me es indiferente! – gritó el payés. –Puede haber cañones o viento –le respondí con burla – pese a que no era el momento para bromas. –¿Qué significa esto? No respondí a taco a taco. Unos segundos pasaron hasta no decirle con firmeza: –Significa poderte contestar o decirte a lo que he venido, y tú sabrás también a qué atenerte al saber lo que hay bajo el toldo riel furgón. –¿Te crees que tengo miedo de ir? –Nada de eso pienso. Sé que no eres cobarde. Y como no te quiero mal, te ruego que vayas a ver. Picado por el amor propio aquel hombre de pecho de buey y macizo como la madera de corazón de roble, dio media vuelta y en pocas zancadas llegó a la camioneta y con un zarpazo de su callosa mano derecha apartó el trasero del 377


toldo, asomando la cabeza en el interior de la caja, que en el acto la sacó gritando tempestivamente: –¿Te burlas de mí? –¡No! ¡No estamos en momentos para tal! Ya sabes que no es mi carácter y menos cuando las armas están por el medio. –¿Pues... –me miró de mal talante–, por qué me has hecho ir si no había nada a ver? –Era el motivo que no había nada a ver. –Tampoco hubieses ganado nada aunque hubieses venido con un regimiento. –Estaba en tu imaginación. No en la mía. No soy hombre de armas y evito la violencia en espera que el tiempo juzgue. –Así... ¿a qué has venido si sabes que no he querido dar trigo a Rius? –¡Aquí está el caso! –exclamé, añadiendo–: El trigo te tiene obcecado como si solo existiera este cereal tan buscado por los que se enriquecen con el hambre del pueblo mientras que los hijos mueren en los frentes para defender la libertad y la justicia que lleva la República. Hablé con tanto énfasis, mirando los ojos del agricultor, que éste bajó su mirada sobre sus alpargatas vicenses, mirándolas unos momentos hasta que me preguntó: –Di, ¿a qué obedece tu visita? –¡Hablarte! Pero en un campo de paz y no de guerra. Quiero decir que levantes el sitio: que salgan del escondite tus bravos milicianos y que tu mujer e hijos recobren la libertad. –Qué quieres decir...? –¡Déjate de simulaciones! Sabes a donde voy. Siempre he hablado claro y claro te hablaré: sé los que son y quienes son... Y aun te diré más: vuestro consejero es el único que 378


no está y que espera que nos peleemos y que brindará con champaña si hubiera muertos entre nosotros. Sin decir ni sí ni no se fue hacia los pajares, y, al poco rato se oyeron dos silbidos. –Debe ser una consigna –dije a Font, testigo mudo del encuentro, el cual me respondió con una tibia sonrisa. ................ Efectivamente, unos quince agricultores armados con escopetas salieron del escondite de entre las acacias, acequias y zarzales de los alrededores y parajes, mirándome cual fuera un ser extraño me rodearon, y el arrendatario dijo: –Ya puedes hablar; no falta uno para oírte. –¡Sí! Vamos al grano –empecé con voz mesurada, diciendo a continuación–: Naturalmente, no os haré un discurso. No soy hombre de paliquear, ni vosotros con vuestras escopetas y caras amenazantes estáis dispuestos a perder tiempo. Una pregunta solamente quiero hacer: –Pregunta –contestó Ventura, exalcalde de la República y llamado de Izquierda Republicana, el cual abandonó el cargo a las primeras cuarenta horas de la sublevación... (Las castañas eran muy calientes). –¿Por qué no queréis dar trigo, pagado al precio corriente, a los vecinos necesitados si a vosotros os sobra? –Las razones las sabes, respondió secamente Ventura. Cuanto más que tú mismo nos dijiste y dices que la tierra es de quien la trabaja, y como el trigo que nos hacéis dar a un precio irrisorio está cosechado en la tierra que trabajamos, es bien nuestro y hacemos de él lo que nos da la gana. Además estamos cansados que nos mandéis –terminó chirriando los dientes. 379


–¡Toma! En este último criterio estoy de acuerdo contigo. También estoy cansado del cargo que tengo y que tú fuiste el instigador para que cayera sobre mis espaldas. –¡Nadie te obligó aceptar! –exclamó con duras palabras cual salivazos. –Te doy la razón de que no debíamos haber aceptado la responsabilidad, u obrar de otra manera. Pero debo decir, y esto lo sabéis bien, que si los revolucionarios nos hubiésemos estado en casa, el fascismo no hubiera tenido ni medio bocado de los republicanos de pandereta como tú, y que los tuyos y los nuestros hubiésemos pasado por la misma depuración... –Suposiciones de lo que hubiera podido pasar –me interrumpió un tal Rosendo, añadiendo–: Hoy es hoy y no ayer, y lo nuestro es nuestro por haberlo producido. –Bien claro está –objetó Ventura en alta voz, acompañado por un coro de afirmaciones. –Claro oscuro, deberíais decir si os atenéis a los acuerdos que tomó el Comité Revolucionario y que el Ayuntamiento se hizo cargo: «Todo lo que pertenecía de los cereales al expropietario queda depositado bajo vuestra responsabilidad por si el conflicto exigiera de ellos», y que vosotros aplaudisteis el acuerdo, de cuyo contenido sólo se os ha pedido el 30% para el frente y en solidaridad con los vecinos, quedando más de las dos tercias partes, que si nosotros cumpliéramos con nuestros deberes, es decir lo que pide la Generalitat, vendrían los camiones de requisa llevándose lo sobrante e incluso de lo que os sobra de lo vuestro. Esto de que llegarían los caminases de la requisa, sabían que ocurría en otras municipalidades, tocó el alerta. Se miraron entre ellos y fue Ventura quien respondió unos instantes después: 380


–Nosotros no nos negaremos a dar cuando haya un ayuntamiento votado por el pueblo. –Mal justificativo pones. Tú presidías el Consejo elegido por el voto republicano, el que disolviste por miedo a la militarada fascista sin preocuparte si la República sería condenada a muerte... –El caso era muy grave para los payeses que somos –me interrumpió. –Y más grave es hoy para los payeses que no hemos dejado de ser, cuanto más que aquellos payeses a que te refieres, directa o indirectamente colaboran con la Quinta Columna. –¿No nos cojearás ni nos calificarás de tales, espero? – interrogó Rosendo. Me lo quedé mirando intensamente contra mi voluntad como si buscara adivinar lo que se escondía en su mente, diciendo: –No está en mi convicción, pese a que vuestro proceder es un factor montado por los que quieren destruir la República. Y como creo que aún está en vosotros lo esencial republicano, sabréis reflexionar la gravedad del caso, en el que me ha llevado aquí a hablaros. Sobre lo cual no tengo más a decir ni tiempo a perder, dejándolo a vuestra responsabilidad la entrega del trigo que Rius venía buscar. –Bien haces de dejarnos en paz, y a la vez puedes borrar de la suma los sacos de trigo si esperas que te los llevemos – apostilló Ventura. –No son sólo palabras lo que os he anunciado. Las habéis bien comprendido, y me da la seguridad que cada semana aportaréis el trigo necesario por miedo que vengan los camiones de la Generalitat... –¿Y sí no te dejamos salir en vida? –amenazó uno del grupo apuntándome con la escopeta de caza. 381


–¡Nada solucionaríais! No soy más que una partícula de esta gran fuerza antifascista. El problema quedaría de pie; quizá peor. Pues el refrán dice: «Vale más un loco conocido que uno para conocer». –Sería uno menos... –Poca cosa por los tantos que caen en el frente para defender la República en los frentes, y quizá entre los caídos hay un hijo de este pueblo. Mención que cerró el paréntesis de la violencia; todos teníamos alguien que recordar. Silencio que aproveché para volver a mi misión: –Como he dicho, dejo bajo vuestra responsabilidad el abastecimiento del trigo... –No continúes puesto que yo también he dicho que no esperes nada –afirmó Ventura. –Comprendo que las palabras sobran, y como eres tú uno de los capitostes te hago responsable si mañana por la mañana, no más tarde de las ocho, no hay los diez sacos llenos de trigo en la Conne... –¿Y quién eres tú para ordenarme? –me interrumpió enfurecido. –¡Una autoridad en función; tómalo muy en serio! –y me fui deseándoles salud. ................... El escandaloso ruido del motor del Ford ensordeció el ambiente, y asustó a los volátiles: una bandada de gorriones que picoteaban en los pajares, fueron a buscar refugio a la copa de un gigantesco pino. Como tres niños, no tendría diez años el mayor, salieron a la puerta de la masía al comprender que el peligro se había alejado; igual la madre 382


asomó la cabeza por la ventana para ver y a la vez escuchar a los amotinados: –Poco avanzaremos discutiendo si pagamos a no pagamos, pues, ante todo debemos zanjar un acuerdo entre nosotros –puntualizó el arrendatario. –¡No debemos dar un grano más! –exclamaron varios. –Ya os decía yo cuando lo vimos llegar, que lo mejor era darle una paliza, cargarlo en el furgón para que volviera a hacer el viaje que había hecho –comentó el agricultor que nos había amenazado con la escopeta. –Darle una tunda, eso no –reprochó Ventura, añadiendo– : Es de muy buena fe y desinteresado; pero sí que no debíamos haber parlamentado, ya que Foravila la sabe muy larga. El arrendatario volvió a insistir, molesto de una inútil disputa, arrepentido ya de haberse dejado arrastrar en un tal conflicto, según me informó con detalle uno del grupo, también enredado en aquel zarzal de especuladores. Fue mucha la saliva que gastaron debatiendo el pro y el contra hasta no decidir de ir a consultar a Buscata, el consejero e instigador del motín. ...................... Buscata, llamado el abogado de los pobres, habitaba en Hostalric, cerca de la Plaza de la Iglesia, cuya casa burguesa olía a muebles viejos y rancios. No era viejo, no pasaba de la cincuentena, de mediana estatura con sobradas grasas y tez de funcionario. Se desprendía de su semblante la mirada astuta del estudiante fracasado y que quiere ejercer una carrera con el don de la disciplina, del fraile para conquistar la bolsa del moribundo, psicología de convencer, lo que le 383


hizo adquirir el mote, que más justo hubiese sido EL ABOGADO DE LOS IMBÉCILES, por arreglar asuntos arreglados; pero los agricultores de los alrededores salían de su despacho contentos y con las bolsas más ligeras. Políticamente siempre flotaba sobre el agua de las circunstancias. Antes de la República fue un luchador por las libertadas catalanas, de las libertades que defendía Cambó. Cuando la República, a los catalanes como él se les puso el problema: ser de izquierdas o de derechas; pero como en las derechas las plazas estaban ocupadas, y ser de izquierdas era reñir con la bolsa, determinaron llenar el vacío que había entre los dos: nació Acció Catalana. Eran tan de centro que daban el brazo a las dos corrientes predominantes según la línea política dominante en el gobierno. He aquí como en los sucesos de Julio del 36 son considerados antifascistas en la zona Republicana. He aquí porqué el abogado de los pobres podrá continuar deshaciendo entuertos hasta transformarse en el consejero de los antirrepublicanos del contorno. Como este día, llegada la noche, Ventura y el arrendatario pasaron el umbral de la burguesa morada, en cuya puerta estaba inscrito: DON A. BUSCATA, AGENTE DE SEGUROS. Sorprendido de ver entrar en el despacho a los dos clientes, se levantó el señor Buscata del confortable sillón y fue a estrecharles efusivamente las manos, diciéndoles con amabilidad: –No les esperaba, señores míos –teniendo aun sus manos blancas entre las callosas de los agricultores. –Veníamos... –¡Siéntense, primero...! No aquí, en los sillones estarán mejor. 384


–Sabe usted –le dijo el arrendatario al poner su trasero en el blando sillón– estoy tan hecho a la dureza de los bancos y de las piedras, cuando no es por los suelos, que estos muelles me dan la sensación de sentarme sobre el vientre de una mujer. –Falta de costumbre. No les faltarán sillones en sus hogares el día que esto termine. –¿Quién sabe cuándo se terminará? –dijo Ventura con voz quebrada. –Todo tiene un fin –afirmó como un profeta el abogado de los pobres, y añadió–: Pero dejando esto tan espinoso vamos a lo que desean sus señorías de este humilde servidor. El tono con que se expresó, acompañado de una sonrisa forzada, el tratamiento pomposo de señorías embobaba a aquellos forzudos trabajadores. Ya que el trato de tú despectivo que siempre habían recibido de los amos, había forjado en sus mentes un sentido de inferioridad sin ellos saberlo, el cual contrastaba con el de señor. No obstante, si lo anímico de inferioridad es hermano del orgullo, con facilidad se trueca un extremo a otro. Y los razonamientos del señor Buscata, les hacían sentir un mañana acaudalado: pues la posición en que los puso la revolución al haber desplazado los tradicionales amos, les abrió las puertas por los hechos contundentes en que unos se empobrecen y otros se enriquecen: tal era el resultado final, históricamente, de las grandes revoluciones, terminó afirmando el abogado de los pobres. Sin embargo había mucho camino a seguir hasta no haber llegado al fin de las hostilidades, cuya evidencia no convencía a los contestatarios agricultores al decirles que habían ganado la primera batalla y que debían organizar la próxima. 385


–No veo tal victoria, ni como dar palos a uno que no se quiere pelear como es Foravila –dijo Ventura, a quien roía el sentimiento de responsabilidad sobre los sacos de trigo. –Tampoco veo yo solución –añadió el arrendatario. –Hay que ver más lejos. Nada de pesimismo. La victoria está en el hecho de haber conmovido y unido voluntades en la negativa a obedecer. Porque la solución hay que buscarla en la legalidad, constituyendo partidos y organizaciones, que una vez legitimadas, pedirán sus puestos en el Ayuntamiento. –Esto es más difícil que echarlos a escopetadas. –No lo crean. Se ha producido ya en otros municipios con más dificultades de las que ustedes tienen en Sant Feliu de Buixalleu... –Se deberá explicar mejor –interrumpió Ventura, para que yo comprenda donde está tal facilidad. –Sencillamente, en vuestro pueblo, legalmente sólo existe el sindicato C.N.T., con derecho a tres concejales. Los demás miembros del Ayuntamiento no tienen partido u organización propia en el pueblo. Lo que quiere decir que ustedes organizan la U.G.T., el P.S.U., el P.E.R., y la U.R...., y aún más si conviene, tendrán una mayoría aplastante para barrer el patio. –No somos tanta gente ni sabemos cómo se manejan estos movimientos –comentó el arrendatario. El astuto abogado de los pobres hizo un lapso de espera antes de decir lo que ya tenía previsto, a la vez le convenía que lo propuesto sacudiera las neuronas de aquellos payeses, de aquellos hombres que deslizaban hacia el embrollo de los intereses personales. –También digo yo –apuntó Ventura– que no hay tanta gente predispuesta para responsabilizarse... 386


–Sobran. Todo está previsto, señores míos. Cuando se quiere se hace el milagro de los panes y los peces; cada uno de ustedes pueden poseer un carnet de un sindicato y de un partido político... Fue detallándoles que con pocos republicanos, o que habían sido republicanos, podían constituir varias organizaciones y partidos políticos, cuanto más que muchos elementos de derechas, antirrepublicanos arrepentidos, serían unos buenos colaboradores al poder poseer un carnet, documento de identidad social de gran valor en el momento, carnet de un Movimiento antifascista. ¿Hasta dónde los llevaría el abogado de los pobres? ¿Hasta dónde los llevaría el egoísmo de apoderarse de lo que no era suyo? Un mal paso no va solo. Rectificar es lo que no sabe hacer el hombre. Seguirían los consejos de Buscata, como también llevarían los diez sacos de trigo de esta semana y de las próximas por obedecer las tácticas previstas en espera de dar el asalto a los mandos del pueblo.

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III ¿EL REVOLUCIONARIO MUERE EN LA REVOLUCIÓN? Cada día que pasaba de la primavera del 37, menos podían mis ojos y mi sensibilidad gozar del bien que ofrecía la naturaleza campestre. Tanto era el trajín que me imponían las responsabilidades, y por sobrecarga la hostilidad reaccionaria de muchos que habían gritado ¡Viva la Revolución!, que atravesaba las florestas sin oír los pájaros cantar, sin ver la gama de los verdes de las hojas de los arbustos o árboles ni hacer caso de tantas variedades de flores silvestres que adornan estos contrafuertes del Montseny en primavera...; nada veía o sentía como si la vibración poética que hay en cada uno hubiese muerto en mí. Y lo duro, para un bosquetano contemplativo como yo, era que palpaba la fría indiferencia del existir, en que sólo contaba la empresa social a la que la sublevación fascista nos había lanzado al no tolerar aquella débil y burguesa república, aquella pasiva república que iba mentalizando el pueblo español a fin de saber convivir en democracia. «¿A cuántos acontecimientos hemos tenido que hacer frente en menos de diez meses?», me pregunté y exclamé en alta voz sin querer para los animalejos de aquella selva mientras andaba a paso largo de muy temprana hora y solitario entre los bosques y campo traviesa para alcanzar la estación ferroviaria de Breda... La República elegida por el voto democrático era inmolada... Revolución y guerra... Altruismo y traición.... ¿El revolucionario muere en la revolución? En mi magín no paraban de sonar afirmaciones y preguntas mientras andaba por el sendero que había hecho 389


muchas veces cuando debía ir a Barcelona por los negocios de carbones y maderas, y de trueques de mercancías. Aquel día, por ciertas circunstancias, no iba con el furgón, ni iba a coger el tren en la estación de Hostalric como cuando tenía que visitar algún trabajo del término de Galsarans. Pero este cuatro de Mayo de 1937 en que las luces del día me encontraron en un tercio hecho del camino hacia Breda, si hubiese ido a coger el tren en la estación de Hostalric, y antes hubiese pasado por la Conne, es decir por el Ayuntamiento, no hubiera hecho el viaje, pese a que ellos poco sabían en concreto de lo que estaba pasando en Barcelona. Empero yo sabía menos, es decir nada, puesto que hacía dos días que daba la mano a la familia en los trabajos de la finca; ignorancia que me hacía andar ligero a fin de que el tren no se me escapara. El cual llegó con mucho retraso; no había hora fija. Nada reparé al apearme en la Estación de Francia. Quizá había más gente, más nerviosidad en el vaivén de los pasajeros. Sólo después me vino a la memoria retrospectivamente, puesto que en aquel momento tenía toda mi intuición en abrirme un pasaje entre la multitud; casi siempre era un atropello para el payés aquel ir y venir de la capital catalana por los quehaceres. Respiré al salir de aquel grandísimo hangar, que dejando aquel hormiguero detrás, cogí el Paseo Colón. Como de costumbre, al dirigirme hacia Las Ramblas, no perdía el tiempo en mirar eso o aquello, autos y tranvías tocando aquellos las bocinas y estos las campanillas, confundiéndose de cuando en cuando con bramidos de algún barco para entrar o salir del puerto, impresión que me cerraba la garganta, como si anduviese entre las naves de una fábrica de telares, 390


pensando que jamás haría nido en aquella colmena parecida a un manicomio. Efectivamente, andaba tan ensimismado que iba sólo, cual en una selva desértica, entre aquel vaivén de vehículos y de gentes, que al poner el primer paso en La Plaza Palacio una descarga cerrada y contestada por un nutrido tiroteo, me sacó de mis cavilaciones. Me asusté y me arrimé a una palmera para refugiar me. El tiroteo continuaba desesperadamente. No comprendía lo que significaba si no era una rebelión fascista, una acción de los emboscados de la Quinta Columna, sublevándose como hicieron el 18 de Julio de 1936. No pude evitar exclamar en voz alta: –¡Quizá un desembarco en alguna orilla de la costa catalana! No hacía tantos meses que nos tuvimos que movilizar, y varios cientos con escopetas de caza estuvimos más de una noche vigilando en la Costa Brava debido a los rumores de un desembarco. Sin embargo, este cuatro de Mayo de 1937 me sentía sólo entre un mundo que se puso a correr buscando escondite cual conejos, como si aquella sublevación de la Quinta Columna o desembarco fascista no debiera movilizar a todos, dando el pecho para vencerlos definitivamente. –¿Qué debía hacer? –me pregunté. Y acto seguido pensé: «¿Cómo me las voy apañar para dar con una barricada de los míos y darles la mano en el combate?», pensaba, cuando una joven mujer que corría a toda pierna me gritó: –Márchate de aquí si no quieres que los contrarevolucionarios no te acribillen. Aquella voz desesperada fue mi conductora, y me puse correr tras ella. Empero, a cien metros, entró en un edificio. 391


Yo dejé de correr en el mismo portal, y, durante unos segundos miré la cancela, no obstante, mis piernas reemprendieron la carrera hasta llegar a la Estación de Francia y subir a un tren en movimiento que se dirigía hacia el Este. ........................ –¿Quién peleaba contra quién si no era que los fascistas no se habían sublevado? Pregunta que me hice varias veces mientras el tren avanzaba, y que me hicieron los compañeros del ayuntamiento al llegar a la Conne, y que no supe responder. –Pero vamos a ver –replicó Rius–, si has llegado hasta la Plaza Real [yo decía del Palacio] y estabas a cuatro pasos del puerto, no comprendo que no hayas llegado hasta el Comité del Puerto, donde hubieses encontrado a mi amigo Martínez, que te hubiera informado... –¡Tu amigo! –exclamé, añadiendo–: ¿Crees tú que conozco Barcelona como los bosques de les Guilleries? La respuesta que Rius iba a dar fue cortada por la llegada de un automóvil turista, del cual bajaron Pedro de Hostalric y dos miembros más del Comité Comarcal de la Selva. Cuyos confederales, luego de haber saludado a los presentes, nos invitaron a Rius y a mi a subir en el coche, pues habían asuntos particulares de la C.N.T. a comunicarnos. –No hay para mucho tiempo –dijo Pedro al despedirse de los del ayuntamiento. El Citroén emprendió la marcha. Éramos seis que lo ocupábamos. Y luego de haber pasado la vía férrea y subido une pequeña cuesta en dirección de Arbúcies, el motor empezó a coger revoluciones y a lanzar el vehículo a toda velocidad. Pues la línea recta y las prisas que provocadas 392


por los acontecimientos, invitaron al chofer de pisar el piñón hasta la plancha. –Mucho corres –advertí. –Volar haríamos si fuera posible –me respondió Gilbert. –¿Qué es lo que pasa? –preguntó Rius. –Los estalinianos y los fascistas camuflados han aprovechado unas circunstancias para atacar la telefónica de Barcelona, de rebote a la C.N.T. y el Movimiento Libertario, y de paso al Partido Obrero de Unificación Marxista... –Habla más alto, que no comprendo bien con el ruido del automóvil –le interrumpió Rius. Gilbert, miembro muy capacitado del C.D. de la Selva, fue desgranando el porqué la C.N.T. y el M.L., sostenidos por los militantes del P.O.U.M. y muchas otras individuales, habían levantado barricadas en los puntos neurálgicos de la ciudad para cerrar el paso de la contrarrevolución capitaneada por el P.S.U.C. (Partido Comunista catalán), y sostenido por las minorías del Estat Català, como indirectamente eran partícipes los partidos reformistas republicanos, enemigos de la economía autogestionada por el Movimiento Confederal y Socialista... No cabe duda que el informe era tendencioso a pesar que el fondo era real. Todo el mundo echa el agua a su molino. No obstante, el deterioro de la unidad antifascista por las ambiciones partidistas (lo que dio margen y facilidad a los antirrepublicanos de poseer un carnet antifascista, y no pocos llegarían a la dirección de responsabilidad, lo cual da a comprender la infiltración masiva de la Quinta Columna en los partidos que se crearon; luego del 28 de Julio de 1936 por una componente de grupos o diminutos partidos, como botón de muestra: el P.S.U.C., que de 2.500 afiliados que 393


reunieron cuatro partiditos marxizantes –el P.C. en Cataluña aportó 406 afiliados, y el que más trajo fue el Partido que orientaba Comorera con casi I500...– para luego sumar decenas de miles a los pocos meses de su engendro) atestigua Gilbert la gravedad del momento tanto por la construcción de una sociedad libre con derechos y deberes como por vencer al ejercito fascista que capitaneaba el traidor Franco. –¡Sí! La situación era determinante –según Gilbert, porque si los estalinianos cogían el poder, no tendríamos otro fin que el que tuvieron los mencheviques o libertarios en la Revolución rusa de 1917... –Una vez más el revolucionario muere en la revolución – constató Rius interrumpiendo a su amigo y compañero de ideología. Yo escuchaba atentamente para no perder detalle. Todas las coincidencias históricas que los dos bregados revolucionarios comentaban eran desconocidas para mí. Sin embargo me sentía identificado en la lucha. Debíamos darlo todo para que en España no se instaurara la dictadura franquista ni la estalinista. Mientras tanto el motor del Citroén escupía fuego por arrastrar la carga en la empinada cuesta de Sant Feliu de Buixalleu; mucho era el peso para su vieja mecánica. Bufaba como un asmático. Contento se debía poner, un kilómetro antes de llegar a la Plaza de las Tres Acacias, cuando dije al chófer que estacionara en un recodo que ofrecía un carril de bosque. –¿No quieres que te llevemos hasta tu casa? –me preguntó Gilbert. –De momento es secundario. Lo primordial es que me pongas al corriente de las iniciativas que debemos emprender. –Hubiéramos podido llegar hasta el pueblo –objetó Rius. 394


–Es por dos motivos que no me interesa llegar: el primero es que los árboles no oyen y si oyen no hablan nuestro leguaje; el segundo, este viejo carril me conducirá a ciertas masías en donde encontraré militantes de confianza, pues hay que desconfiar de muchas apariencias según comprendo por lo que venís de comentar y lo que he vivido en Barcelona, sin añadir los sabotajes de un buen número de agricultores y de ciertos llamados republicanos. Lo presentía. La selva que me había amamantado me dotó de este instinto de anticipación por ciertos detalles. Me ahorré muchos pasos al hacer detener el automóvil en el camino de carretas que conducía a can Terragrosa, ya que debíamos reunir a los militantes y formar grupos de defensa. Durante unos minutos, antes de emprender el recorrido para reunir compañeros como hice el mes de Julio próximo pasado, me quedé inmóvil mirando el panorama sin apercibir los pormenores de la vida íntima que encerraba cada planta por sus verdes y tus brotes mientras que mi pensamiento coordinaba y mis oídos captaban indiferentes los zumbidos del Citroén al bajar la cuesta como si el ruido de aquella máquina fuera un ronquido del conjunto de las vidas de aquel panorama inerte en mi visión debido a la preocupación de mi raciocinio. Al ponerme a andar hacia el encuentro de Terragrosa por haber planificado ya la acción a emprender, fui un habitante más que vibraba y sentía bajo el techo de los árboles y del cobijo de los montes, no pudiendo evitar de razonar sobre la sociedad de seres y plantas que convivían en aquellos contornos, comparada con la sociedad de los llamados humanos incapaces de vivir sin traicionarse y asesinarse. Las agujas del reloj daban vueltas. La noche debía llegar y llegó para los andantes ocasionales pero no fue obstáculo 395


por estos republicanos antifascista de encontrarse por la mañana siguiente. Dieciséis combatientes estábamos reunidos en la vieja casita que había servido de cuartel general al Comité Antifascista, en Sant Feliu de Buixalleu, que, psicológicamente, nuestra dinámica combatiente era la misma por no haber disminuido la voluntad de lucha en defensa de las libertades, con la diferencia que no sabíamos en concreto quiénes eran los enemigos en aquel término, pese a que debíamos estar armados contra los fascistas emboscados o los antirrevolucionarios, que se enriquecían debido al drama de la guerra. En apariencia, nada hacíamos los dieciséis militantes con las escopetas de caza allí estacionados. Tampoco nada debían hacer los de Grions y Galsarans que Rius había reunido y organizado. Cuanto más que en el mes de Mayo el cultivo de las tierras pide brazos, y mucho más en esta primavera que faltaba mucha juventud por encontrarse en los frentes de combate, eso los que aun estaban en vida. Normal fue que tomáramos el acuerdo de dividirnos en cuatro grupos, uno de puesto, y los otros tres iríamos a los quehaceres de las masías hasta el turno de relevo. Yo era un integrante de estos, pues se me dio la preferencia de ser del último turno debido a que hacía más de veinticuatro horas que no había cerrado los ojos ni descansado a consecuencia del viaje a Barcelona y el recorrido que me di por aquellos montes al encuentro de compañeros. Pero el plan se deshizo: al poner el pie en el umbral de la puerta del Comité, sonó el teléfono: –¡Sí!... Habla que soy yo...! Sí..; Sí... Comprendo... Bien hemos oído la radio... de acuerdo. Estaremos allí a la hora que dices... No te preocupes, iré en persona a ver los 396


compañeros de Arbúcies... No dejaremos de estar en nuestro puesto... ¡Salud! –¿Qué pasa –interrogó Juan al punto de dejar el teléfono. –Los estalinistas van haciendo de las suyas, asaltando en muchos pueblos de Cataluña los ayuntamientos donde hay mayoría cenetista, y en particular destrozan los locales de la C.N.T. y hasta hacen prisioneros a los compañeros que se resisten, eso si no les han pegado cuatro tiros... –¿Y por qué no vamos a por ellos? –propuso Jaume. –No te extrañe si llega el caso –respondí, añadiendo–: De momento debemos estar prestos por si nos llaman, como debemos nombrar una delegación para asistir a un pleno extraordinario de la Comarcal que tendrá lugar mañana en Blanes. –¿Y cuándo irás a ver a las compañeros de Arbúcies tal como has dicho por teléfono? –preguntó Terragrosa. –Ahora mismo, en bicicleta. –¿Y por qué en la bicicleta, si irías mes rápido llamando a Font que venga a buscarte con el auto? –sugirió Juan. –No le debe faltar trabajo en el Ayuntamiento con lo que está pasando. Y al coger la bicicleta para ir al encuentro del secretario de la C.N.T. de Arbúcies, Juan me rogó que comiera y durmiera unas horas, a lo que respondí: –Primero es lo primero. ................... A las dos de la tarde del día seis de Mayo nos paseábamos por las calles de Blanes Juan, Rius y yo acompañados del chofer, Font, esperando la abertura del Pleno. No estábamos 397


solos. Muchas delegaciones conocidas de otras reuniones nos cruzábamos o nos abrazábamos; pero el día no era de fiesta. Si los apretones de manos y abrazadas eran de una fusión solidaria, la preocupación era común. El mismo tema en todos los encuentros: destruir la contrarrevolución. Las discrepancias ideológicas habían desaparecido entre nosotros (faistas, anarquistas individualistas, libertarios, sindicalistas revolucionarios, y otras tendencias apolíticas); la polémica verbal había hecho plaza a una voluntad unánime de hacer frente por todos los medios a la QUINTA y a la SÉPTIMA COLUMNA, que nos querían arrebatar los progresos socieconómicos que el pueblo revolucionario había y estaba forjando con su sangre. El Pleno empezó a las tres y media. El local más grande (la sala de proyección cinematográfica) de Blanes estaba abarrotado de delegaciones. Una gran bandera roja y negra, en cuyo centro destacaba un semicírculo de laureles que servía de arco a dos manos encajadas en signo de fraternidad, adornaba el fondo de la presidencia. El ambiente era impresionante. Jamás había asistido a una tal reunión. Había sólo un pensar y un sentir. Si la Presidencia fue escueta en su informe, no menos lo fueron las delegaciones de las F.F.L.L., y todas las voces y propuestas fueron orientadas a la organización de cuadros de defensa En principio, cada secretario de Federación Local, de ipso facto, era miembro del Comité de Defensa del sector a pesar de que la responsabilidad coordinadora estaba a cargo de tres militantes en permanencia de las comarcas o subcomarcas. Es decir, la Comarca de La Selva se había dividido en seis sectores, y cada sector unos responsables que estaban en contacto con el Comité de Defensa del Secretariado Comarcal, recayendo la responsabilidad por la subcomarcal de les Guilleries a 398


Matamala de Fonts de Sacalm (Sant Hilari Sacalm), a Rauret de Arbúcies, y yo mismo en representación de Sant Feliu de Buixalleu, y además me nombraron responsable del trío, nombramiento que se produjo por la propuesta de Pedro de Hostalric. Al despedirnos luego de terminado el Pleno, ya entrada la noche, Matamala (éramos amigos de infancia), señalándome con el índice de su mano derecha dijo a Pedro: –¿Cómo se te ha ocurrido de proponer a esta gallina a quien hacen miedo las pistolas? El viejo anarquista nos miró, y sonriendo dijo: –Los dos hacéis un completo: lo que Ton no vencerá con palabras, te lo lograrás tú por la acción. A decir verdad, hubiese preferido que hubiese habido otro en mi puesto, y menos acarrear la presidencia del grupo. De nada sirvieron mis protestas y con ahínco propuse a los dos amigos que cogieran mi responsabilidad, que ni uno ni el otro aceptaron, como fue la opinión de Pedro y del Secretario del Comité Comarcal...; y como siempre, acepté por el deber a la causa, confiando de que no deberíamos entrar en acción. La noche daba en su pleno cuando Font, con su automóvil, nos dejó en la Plaza de las Tres Acacias, en donde había dos compañeros de guardia como los primeros días de la Sublevación de los fascistas. También estaba Solitario mirando las estrellas y con su Quijote en la mano. Se ve que había olfateado la contrarrevolución. Cuyo abuelo de lucha social me acompañó hasta la vieja casucha sin preguntarme lo que había ocurrido en Blanes. No fue lo mismo los catorce compañeros que estaban de puesto. Un chorro de preguntas de aquellos inquietos antifascistas que hacía horas esperaban nuestra llegada. Juan me ayudó a responder a esto y aquello. Solo Solitario escuchaba y miraba la profundidad de la noche desde el 399


peldaño de la puerta. También miré yo a fuera durante unos instantes para refrescar mi memoria. ¿Qué podía decirles más, del estado de defensa que había organizado el Movimiento? Debíamos estar en pie de combate Debíamos olvidar el trabajo que cada uno tenía previsto en sus labores, e incluso olvidar que hubiésemos estado mejor durmiendo al lado de nuestras esposas; y mucho más debíamos olvidar para estar en primera línea de este segundo frente que el estalinismo y la Quinta Columna habían abierto en la retaguardia antifascista. El alba nos encontró desparramados por el suelo recuperando las fuerzas, excepto Solitario y Juan que dormitaban sentados en desvencijadas sillas con medio cuerpo encima de la mesa que había servido de escritorio del Comité Revolucionario del mes de Julio próximo pasado. ¿Es que dormimos? ¿Se podía dormir con la inquietud de estar prestos a acción sin saber cómo ni contra quién? ¡No hay sueño recuperador. Las horas se hacen largas, tan largas que se termina con el anhelo pasional que estallara la bomba o que llegara la paz. Pero de la psicosis anímica, el estómago se desentendía y pedía lo suyo. Debíamos procurarnos comida. No pondríamos el hostelero a nuestro servicio. Hubiéramos podido. Teníamos personalmente dinero o poder para hacerlo si hubiésemos querido. Pero no. Se organizó por turnos que se fuese a comer en los hogares de cada uno, excepto yo (Terragrosa me trajo la comida de su casa), ya que no podía abandonar el teléfono debido a la responsabilidad de la presidencia del grupo de defensa subcomarcal de les Guilleries. A media tarde sonó el teléfono. Era el secretario del Comité Comarcal de Defensa de Blanes, que, sin otras 400


explicaciones, pidió con urgencia una docena de hombres bien armados. Como eran los acuerdos, acto seguido, telefoneé a Matamala y a Rauret. Cuatro bajarían de Font de Sacalm y cuatro de Arbúcies, cuyos automóviles nos cogerían a los cuatro de Sant Feliu de Buixalleu en al paso de Can Vilà, en el valle, por lo cual tuvimos que andar más de media hora Terragrosa, Conrad y José, con las escopetas ellos, y yo con la cayada en la mano. El sol se iba escondiendo tras los montes, y las aguas mediterráneas de la Costa Brava cogían tonos obscuros cuando llegaron al centro de Blanes los dos automóviles, cuyos muelles se centraron al poner pie al suelo los pasajeros. También nosotros sentimos alivio al respirar el aire salino del mar. Pese que poco tiempo pudimos gozar de él con tranquilidad, ni recrearnos con el reflejo de puesta del sol, que el espejo de las aguas dibujaba a lo lejos. Un miliciano nos esperaba y a paso largo nos introdujo en un local, en el cual estaba instalado el Comité General de operaciones. –Muy tarde habéis llegado! –fue el recibimiento del responsable. –¿De qué se trata? –preguntamos Matamala y yo al unísono. –Los «chinos» han asaltado y están asaltando varios locales de la C.N.T. en la Comarca. Por eso os hemos llamado, pese a los muchos grupos que ya están actuando. Uno de los puntos álgidos es Tordera, donde ya hemos enviado refuerzos por dos veces. Por si acaso, os personaréis allí; y si no hacéis falta, pondréis la dirección de los vehículos, y a toda velocidad, hacia Breda...

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–¿También en Breda, donde la U.G.T. y el P. Socialista tienen la Mayoría, con Izquierda Republicana? –le pregunté algo precipitado. –Los carnets no marcan las acciones de quienes los poseen, puesto que hace un cuarto de hora que he recibido una llamada telefónica del secretario de la federación Local de la C.N.T. de allí, que los están asaltando; pero no me ha podido dar otras explicaciones por haberse cortado la comunicación, la cual no he podido reemprender a pesar de haber insistido varias veces... Ya no quisimos saber más, porqué si bien teníamos que dar una pequeña vuelta por si Tordera tenía necesidad de alguno de los dos vehículos, Matamala y yo estábamos preocupados de lo que estaba pasando en Breda. Pues personalmente conocíamos a todos los cenetistas, y, en particular, el secretario, amigo de infancia cuando ambos vivíamos en Sant Hilari. Efectivamente, los motores de los dos autos zumbaban. Pararon al llegar a las puertas de Tordera. ¡Sorpresa! Oímos resonar el canto de «Las Barricadas» en el valle arenoso. Ni penetramos en el pueblo. Una Patrulla de confederados nos quería describir el aplastamiento de los contrarevolucionarios. Empero dimos velocidad a la máquinas hacia Breda. Sólo nos paramos unos instantes en el Ayuntamiento de Sant Feliu de Buixalleu, es decir en la Conne, para poner al corriente a Rius de la misión que nos llevaba a Breda. No obstante, en lugar de continuar la carretera llamada nacional en aquel entonces, la única, la cual seguía el valle de la Riera de Arbúcies hasta la bifurcación, una vuelta de más de diez kilómetros de perdida, hice cortar a lo recto por un carril de carros y carretas de muy mal estado por los automóviles, en 402


el cual transitaban las mercancías de los bosques y de los campos, así como los habitantes de Galsarans. Decisión que hizo aumentar las protestas de Matamala y de otros, cuando había la carretera empedrada aunque se hicieron unos cuantos kilómetros de más. Pero ni mi amigo de infancia ni los otros sabían el plan de operaciones, ni se lo dije, porque si les hubiese puesto al corriente se habría abierto un debate que podía estropear la maniobra, ya que ellos contaban zanjar las diferencias, en particular mi amigo, a tiro limpio, cosa que no coincidía con mi enfoque. Naturalmente, tenían razones más que sobradas de protestar al tener que avanzar por tan desastroso carril, cuanto más que la oscuridad de la noche desfiguraba la topografía, con el agravante que los automóviles debían andar con las luces de cruce por delatar menos nuestra presencia, y los chóferes desconocían el camino. Yo era el único que había andado por aquel carril, y debo decir que cuando los faros me anunciaron el bosque que debíamos alcanzar para detener los autos y parar los motores, como apagar las luces, me saqué un peso de dudas sobre si las máquinas resistirían las sacudidas de los baches. Pararse las explosiones de los motores y oír repicar las diez de la noche en el campanario de Breda fue una misma cosa. No estábamos lejos de las primeras fábricas de ollas y cántaros de tierra. Teníamos el campo de operaciones a poca distancia y con la oportunidad de infiltrarnos por los traseros de los edificios, plan que expuse una vez todos reunidos bajo un corpulento castaño: –Matamala y yo nos introduciremos al pueblo para llegar hasta la Alcaldía y parlamentar con las autoridades, con las cuales tenemos buenas relaciones. Y todos vosotros os quedaréis aquí escondidos sin las luces ni hacer jarana hasta nuestra vuelta. En el caso que pasaran dos horas sin que 403


nosotros volvamos, un coche y Lluís irán a Hostalric a encontrar Pere, el cual sabrá lo que debe hacer una vez informado de que estamos presos... –¿Y si asaltamos y los cogemos por sorpresa? –propuso Rauret. –¡Déjate de sorpresas! Están armados y deben ser muchos que están al quién vive por estar informados de la derrota de Tordera. Además se debe recordar que la C.N.T. es minoritaria y que la U.G.T., fundada de muchos años, le ha puesto siempre troncos en las ruedas. –¿Y qué haremos los otros aquí? –aun preguntó Rauret. –Esperar que lleguen los refuerzos. Mi amigo Matamala no estuvo convencido de mi táctica. Seguía mis pasos refunfuñando y con la mano en el bolsillo empuñando la pistola, ya que no pude convencerle de que dejara el arma como dejó el fusil al grupo que esperaba. No hubo razones que valieran y repetirle que las armas no vencerían y que no eran más que estorbos para la misión que íbamos a realizar. Más de una vez, mientras atravesábamos los huertos, me dije que debía haber escogido a otro, idea que mi sensibilidad rehusaba por instinto. Habíamos ido juntos tantas veces desde ya mozuelos a pillar las primeras frutas de las viñas, buscar nidos y pájaros con ballestas. De mayores, unidos en las juventudes sindicalistas de las organizaciones de areros y carboneros, encabezando todas las protestas y huelgas del pueblo cuando sonaba el Corn de la Revolució, el caracol de mar, para defender los derechos comunales; pues habíamos ido tantas veces codo a codo que me hubiera sentido mutilado sin él a mi vera, porque si tenía su espontánea reacción violenta, sabía que se retenía de no romper el marco de la 404


amistad que nos unía, y que en su fondo personal era tan altruista o más que yo. Soliloquio mental que fue ahogado por un cuchicheo de voces humanas. No me equivocaba. Eran bien voces humanas. Porque a pesar de la obscuridad apercibí unos bultos que se desplazaron al resguardo del primer edificio. Sorpresa poco agradable. Empero debíamos avanzar. Quizá eran hambrientos que se aprovisionaban del contenido de los huertos. E iba a pensar qué podían hurtar aquellos desconocidos cuando un «¡Alto quién vive!» me sorprendió y por automatismo respondí: –Somos vecinos de la Conne. –¡Brazos en alto, que ya sabremos quiénes sois! –nos ordenaron cuatro individuos con un brazalete rojo en el brazo a la vez que nos encañonaban con fusiles máusers. (Y eso que los estalinistas gritaban sin parar: «Los fusiles al frente»). Lúgubre situación, y, como si presintiera el drama, por instinto agarré la mueca del amigo que ya se prestaba a dar respuesta, acción que por la oscuridad no vieron los del brazalete rojo, o, quizá mis preguntas les desvió la mirada del gesto que di: –¿Como es que no me conocéis? ¿Es que no sois de Breda? –añadí levantando la voz. –¡Quiénes somos no te importa! –objetó el que parecía el jefe, preguntándome si llevaba armas. –No soy hombre de ellas –respondí con voz indiferente. Pese a lo que le respondí, se puso a cachearme de arriba a abajo; en aquel momento, sin haberlo premeditado, me puse a decir al jefe: –Si los del Ayuntamiento de Breda te vieran registrarme se pondrían a reír como locos, eso si no te echaran bronca por desconfiar de quién es el más inofensivo del contorno... 405


–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó defraudado de no haber encontrado sobre mí las armas que buscaba. –Qué pierdas el tiempo como lo perderás con mi camarada [camarada y no compañero era el vocablo estaliniano], amigo de Sixto desde que los encerraron en la cárcel de Gerona por los hechos de Octubre de 1934... –También estuve yo encerrado en la Modelo por ser miembro de «els Escamots». –Por la misma causa me condenaron a diez años de cárcel –dijo Matamala con tono malhumorado. –¡Ah! –exclamó el jefe. [Los responsables de los «Escamots», los más, estaban con los comunistas para aplastar la hegemonía libertaria en Cataluña]. La exclamación del jefe puso un suspenso, unos instantes, que yo aproveché para decir: –Lo mejor es que nos lleváis al Ayuntamiento para saber quiénes somos y conocer nuestra conducta. –Allí os debo llevar si fuerais fascistas o faistas, colaboradores ambos de Franco. Y acto seguido dio órdenes a dos que continuasen la guardia, para decirnos: –Como conocéis el camino, andando y a paso ligero, y hay de vosotros si buscáis escapar. No había cuidado que lo probáramos. A cuatro pasos de nosotros venían el jefe apuntándonos con la pistola, y el subordinado con el fusil presto... Lo que jamás me he podido explicar cómo corrió la voz que habían detenido dos terroristas. ¿Es que había un quintacolumnista en la guardia que hizo correr la noticia?... ¿Era montaje propagandístico para justificar las buenas razones de haber ocupado el pueblo, o como anunciar la victoria sin vencidos? 406


Casi de todas las casas, pese a la hora avanzada, serían bien las once, salía gente para ver a los terroristas faistas o fascistas, y cuando más avanzábamos hacia el centro, siempre los dos detenidos éramos encañonados, más curiosos habían. De entre el ruedo de mirones salió un viejo, bien ochentón, pequeño y delgado, andando con los brazos abiertos hacia nosotros hasta ponerse delante de los cuatro, que desgañitándose gritó: –¿Estos son los terroristas?... ¡Si son mis queridísimos amigos...! –repetía al lanzarse abrazarnos sin preocuparse de los del brazalete rojo. Era Sixto, el viejo revolucionario ollero fundador de la U.G.T. y socialista de toda la vida, que cuando le preguntaban por el momento en que ingresó al combate de los Derechos del Hombre, respondía con la sonrisa del niño bonachón: –¡Mi madre me parió envuelto con la bandera que adoptó Pablo Iglesias! ........................ ¡Si! Era Sixto. El humano a quien más tarde vi llorar de alegría en la cárcel de Gerona (allí moriría) cuando les anuncié a los muchos viejos encarcelados por el franquismo que la ocupación de Inglaterra por Hitler no era verdad, que era un bulo urdido por los franquistas al sentir el nazifascismo que tenía la guerra perdida y que... Y que también mis ojos se mojaron por la emoción de alegría que di a aquellos abuelos, a nuestros padres de lucha, a aquel almacenamiento en el tercer piso de viejos antifascistas los más; saldrían hacia el cementerio como mi amigo Sixto, entonces yo era responsable de informarlos (los cenetistas estábamos organizados clandestinamente dentro de la cárcel), lo que hacía muy a 407


menudo pese a que no siempre las buenas noticias sólo tuvieran una pequeña parte de verídicas, ya que los sentimientos que tenía por aquellos viejos combatientes de la libertad me hacían ampliarlas porque la esperanza palpitase, y vibrase aun el ideal que se extinguía con los cuerpos en las mazmorras de los inquisidores tradicionales. ............. Y Sixto no mentía que éramos sus amigos. Con Matamala se habían repartido penas y alegrías durante varios meses en la cárcel de Gerona cuando Octubre del 34, y, conmigo, nos encontrábamos casi todas las semanas, él era consejero de gastos en el Ayuntamiento de Breda, al suministrarles trigo, viaje que yo aprovechaba para dialogar con aquel viejo militante, manantial de experiencias sociológicas y humanas. ¡Qué grandeza y valentía vi y sentí en aquel hombrecillo al enfrentarse con los del brazalete rojo!: –No admito replicas ni palabras hueras! ¡Ya os dije que el enemigo está en el frente, y allí os espera el ejército fascista para demostrar vuestras pelotas... eso si es que las tenéis... –Las tenemos y cumplimos la misión en detener los incontrolados –respondió el jefe, amenazante. –¡Sí, hombres! Incontrolados como estos los querría a docenas; los que han dado la cara desde el primer día mientras que muchos pacificadores patriotas, como os llamáis, estaban escondidos en las cloacas. No sé lo que el jefe le hubiese respondido si Sixto no hubiese dicho con firmeza: –No vale la pena que me cuentes el disco. Lo conozco demasiado. Pero de estos me encargo yo. 408


Los del brazalete rojo al ver que otros mirones se manifestaban a nuestro favor, dieron media vuelta y seguro que fueron en busca de terroristas. Sixto se puso entre los dos, y, dándonos una mano a cada uno, cual fuera el abuelo que acompaña los nietos a la escuela, nos dijo: –Vamos andando que ya me cuidaré yo de esta pandilla. Palabras que acompañadas de unos apretones que su tierna mano daban a la mía, callosa; su mano era pequeña y blanda por los casi setenta años moldeando barro para dar forma artística a las ollas, cacerolas y cántaros de renombre, y su contacto me impresionó unos momentos hasta que le pregunté: –¿Me puedes explicar lo que está pasando aquí? –Ni yo casi lo sé, aunque sea miembro del Consejo. –Si tú no lo sabes, ¿cómo lo sabremos nosotros? –recalcó Matamala. –Bailamos sin saber quién tiene la manivela del pianillo –empezó diciendo reposadamente, y añadió–: Todo viene de la unificación de las juventudes comunistas con las socialistas que se hizo no hace tanto tiempo en España. Santiago Carrillo, secretario general, al pasarse al P. Comunista en las primeras semanas de la rebelión fascista, entregó el grueso de las Juventudes Socialistas Unificadas, más de ciento cincuenta mil cogieron la carta del P.C. estaliniano, los que serían los cuadros de choque del diminuto partido, haciendo de ellos oficiales y comisarios del Ejercito Popular Republicano, policías y guardias de toda calaña... –No continúes –le dije interrumpiéndole–, porque sabemos de sobra el error que cometió Francisco Largo Caballero al unificar las juventudes. Pensó que el fuerte se comería el débil. Y fue lo contrario, pues, en política, las 409


democracias se nutren del concurso popular, cuando las dictaduras, una vez tienen el mando, el terror y la obediencia sin condiciones son sus principios. –Eso es, y cara la pagamos, la mala operación, pese a que yo y mi sección estábamos en desacuerdo; pero la Ejecutiva hace y deshace. Ya que si aquí en Breda no había problema en la unificación de las juventudes por no haber partido comunista, ni se conocían rastros de él, no fue lo mismo cuando tránsfugas de otros partidos organizaron el P.S.U.C., los que arrastraron y maniobraron las J.S.U. –¿Y son ellos que han ocupado la alcaldía? –preguntó Matamala. –¡Eso no! Continuamos los mismos. Sin embargo han cercado el pueblo y detienen vecinos sin darnos cuenta, ni sin querernos escuchar, en cuenta del orden público, republicano y patriota, justifican ellos. –¿Así qué pinta el Alcalde de Esquerra Republicana? – interrogué –Les hace el juego, y, pienso que está contento en su interior porque le limpian los hombres de la revolución. –Luego vendrán a pedir el voto, y la ayuda para que los comunistas no los coman –replicó mi amigo. –Ya os he dicho que nos hacen bailar una macabra danza –dijo con voz triste Sixto, el ochentón socialista... Con esas llegamos al Ayuntamiento. La Plaza estaba llena de gente a pesar de ser la hora de estar descansando. No faltaban algunos hombres armados de escopetas, dos llevaban fusiles máusers, y con el brazalete rojo en el brazo. En el primer piso encontramos el alcalde discutiendo con el Consejero de Defensa, el cual se había instalado en una oficina principal con su secretaria particular y una pareja de fusileros del brazalete rojo como enlaces de un estado mayor. 410


«Debe ser el general de la plaza», pensé yo en el mismo momento que el alcalde exclamó al verme: –¡Toma! Estábamos hablando de ti. –No me extraña con la rapidez que circulan las noticias en vuestro pueblo –objeté malhumorado. –La policía está bien montada –añadió el amigo Matamala sin dejar de empuñar la pistola en su bolsillo. –Es nuestro trabajo –replicó el jefe de los contrarevolucionarios con aplomo. No pude evitar de mirar con severidad al intruso, al que hacía unos dos meses que era miembro del Ayuntamiento de Breda debido a la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña. No obstante, dándole la espalda, pregunté al Presidente del Consejo: –¡Vamos a ver! ¿Eres o no eras el alcalde de Breda? –¡Si no hay otra novedad, aun soy quién tengo la autoridad! –Así debes ser responsable de lo que pasa en Breda, por lo cual te pregunto: ¿que es lo que han hecho los compañeros de la C.N.T. para que sean detenidos y perseguidos? –Seré yo que te contestaré –intercedió el consejero de defensa. –Nada tengo que saber de ti –le interrumpí–. No calzamos las mimas botas sobre la libertad y la justicia. Y te ruego que no te inmiscuyes en nuestros asuntos. Una carcajada presidió la réplica: –No hables tan seguro. Porque si reflexionases, o no fueras tan fanático, sabrías que el poder y las armas están en nuestras manos para exterminar el desorden de los anarquista y los trotskistas en que habéis sometido la España Republicana. Mi amigo Matamala no pudo retenerse: –No desconozco eso del poder y de las armas, de esas armas que tanto habéis pregonado: «Las Armas al frente». 411


Las armas, que el pueblo revolucionario cogió de los militares fascistas sublevados, las que os hacían falta para instaurar una República Bolchevique como Stalin rige en Rusia, y... Sixto cortó el arranque de Matamala: –No continuéis por este camino –y, dirigiéndose al alcalde–: Ya te señalé ayer que eso andaba mal y eres tú que debes zanjar el desbarajuste que has permitido que sucediese... –¡Yo! –exclamó el Alcalde, añadiendo–: Ya sabes lo que pasó, en Barcelona y en otras ciudades, y hemos puesto mano... –Lo que habéis puesto son armas contra el pueblo –le interrumpió Sixto–, porque lo que pasa fuera de aquí ya se sabrá quién es el provocador. Lo inmediato es volver la paz en el pueblo, y os afirmo, dijo Sixto con toda energía y enderezando su cuerpo, que si el alcalde es incapaz de hacer entrar cada vecino a su hogar y desarmar a los del brazalete rojo, seré yo que amotinaré el pueblo, pasando de casa en casa a levantar a los antifascistas; y no digo más. Ya había dicho bastante. Ni una bomba que hubiese estallado no hubiese tenido más efecto entre los presentes. Tal energía y tal determinación llevaban las palabras de aquel viejo ugetista, que su edad y pequeña estatura se cargaron de virilidad y altura. El alcalde sabía que con Sixto no se jugaba. También lo sabía el camuflado comunista en socialista unificado. Además yo les recordé lo que había pasado hacía unas hora en Tordera, y que aun la C.N.T. tenía pujanza para hacerlos polvo. El reloj del campanario de Breda repicó la media de la primera hora del día siguiente cuando Matamala y yo nos despedimos con un emocionado abrazo de Sixto, del viejo 412


militante de la paz que a poco más de dos años moriría en las cárceles franquistas. La jornada había sido larga, y volviendo por donde habíamos venido, el ambiente nocturno era placentero, me pregunté: –¿Qué nos aguarda el mañana? ...................... Una semana después, un día de buena mañana (el sol no se había bebido el rocío del alba), estaba en la cuadra aparejando la cama de las vacas, cuando oí que alguien preguntaba por mí, y con la horca en la mano salí por la puerta de la granja, dando casi de narices con dos gallardos mozos desconocidos. –¿Eres tú el llamado Foravila, de nombre Antón Rotllant? –El mismo –respondí extrañado. –Debes seguirnos –respondieron a la vez me enseñaron los carnets de policías secretos. Me quedé más que sorprendido. Los miré, para luego dejar caer la mirada sobre mi esposa y padres que estaban presentes y atónitos por no saber de que se trataba. Su presencia me hizo decir a los policías: –Qué poca delicadeza gastáis en vuestro oficio. –¿En qué sentido? –interrogó el jefe de la pareja de mal talante. –No teníais necesidad de dar un mal rato a la familia y montar un espectáculo cuando debéis saber que todas las tardes estoy en la Conne si no pasa algo excepcional. –Cumplimos con las órdenes... No respondí y los olvidé durante unos minutos, el tiempo de ir a dar unos besos a mis hijos que dormían en sus camas, 413


cambiarme la ropa, y asegurar a mis padres y esposa que debía ser un error y que al llegar a la Conne y entrar en contacto con el Ayuntamiento todo quedaría claro como el agua que sale de la tierra. No quedaron muy convencidos de mis explicaciones. Y eso que yo pensaba sinceramente, mientras el Hispano corría a toda velocidad, estando yo encajado entre los dos policías en la banqueta trasera, que no pasaría de la Conne. Pero el coche pasó de largo, y ni una palabra pude cambiar con Serradell que, con gestos, me interrogaba desde la puerta del Ayuntamiento. Mala espina me picó en aquel momento, haciéndome recordar el chequeo al que estuve metido antes de subir al Hispano, como si hubiese sido un criminal. No era que tuviera miedo; sí preocupación. Era la primera vez que estaba entre guardias como acusado. No estaba en mi temperamento ir en una dirección que no había escogido y menos sin saber por qué. Lo que me incitó a entablar diálogo con los policías, los cuales me respondían con monosílabos, reduciéndome al silencio. Al llegar a la Comisaría de Gerona aun se complicó más la lógica de mi discernimiento. Estaba llena de gente y no diferenciaba los detenidos de los policías. A mi parecer, aquello era un despilfarro de energías, ya que todos aquellos hombres y mujeres, jóvenes y llenos de salud, hacían falta en la producción y en los frentes; consideré que era un sabotaje contra la República y el antifascismo. La sala de espera y un largo pasillo rebosaban de humanos. Dos máquinas de escribir instalada en el pasillo tecleaban por intervalos, llenando fichas preliminares para luego pasar al examen interrogatorio de uno de los cuatro comisarios 414


instalados en uno de los cuatro despachos que daba al famoso pasillo. Era un trabajo en serie. No podía ser de otra manera, ya que no paraban de llegar nuevos convictos, y con ellos se levantaban un revuelo de preguntas, puesto que los más eran militantes de la C.N.T. y del P.O.U.M., y muchos nos conocíamos por las relaciones orgánicas. Tocó mi turno. La mecanógrafa me recibió con una expresión agradable. Era la primera sensación humana que encontraba en la corporación. No fue lo mismo al entrar en el segundo despacho. El comisario, sin dignarse mirarme, metió la mano a los papeles que le dio un policía y cual un autómata dijo: –Vamos a ver si esta santidad también es pura, si... – calló unos instantes al leer unas líneas de un contenido que seguro no esperaba para preguntar luego–: ¿Tampoco has hecho nada verdad? –Querría saber que es la nada que insinúas –le pedí con voz de pocos amigos. El tono seco de mis palabras le hicieron de súbito levantar la mirada de los papeles y ponerla sobre mis ojos, los cuales sintieron que ya se habían medido otra vez, pero la memoria, siempre más lenta, se interrogaba adonde y cuando se habían encontrado. Siendo unos segundos cual reto; pero él dejó de mirarme para buscar en los papeles quién era y de donde... –No has cambiado de temperamento –terminó diciendo con tono moderado, y al volverme a mirar dijo–: ¡Eres el mismo... el hijo de los bosques! Pensé que quería desconcertarme y cogerme con buenas palabras mientras mi mirada se puso sobre un perchero en el fondo de la pieza, detrás del comisario, el cual sostenía dos cintos-correas con sus pistolas y ristras de peines de balas. 415


–¿Es que no me has conocido al entrar? –me preguntó. –Tanta gente he visto que la ceja de mi memoria esa pequeña para retener, le respondí indiferentemente sin haber dejado de mirar los correajes y los útiles de muerte. –Me extraña puesto que por dos veces nos medimos a poco de hacer cantar las armas. –Te debes equivocar y confundirme con otro, pues, nunca he empuñado una pistola con idea de servirme –objeté. Pero al mirarlo detenidamente reconocí el del camión de los descamisados que vinieran a quemar la iglesia, y luego, querer depurar el pueblo de fascistas. –Veo que ya sabes quién soy... –Mucho has cambiado –dije–, en cuanto a saber quién eres me da lo mismo; me basta constatar el puesto que ocupas. El me respondió con una severa mirada, y, cogiendo el expediente con su mano derecha, y balanceándolo dijo: –Suerte has tenido de caer en mi despacho, y estoy seguro de que no sabes quién te ha hecho la denuncia. –¡Ni idea! –Un fascista de los que te opusiste a que fuera depurado, llamado Pol. –¿El amo de la finca que cultivamos? –pregunté extrañado. –El mismo. –Pero si se marchó desde los primeros días. –En alguna parte está y se ha valido de medios legales para que la denuncia de requisas y de terrorismo de que te acusa siguiera su curso. Aun repito que has tenido suerte que la acusación cayera en mis manos. Como él las va pasar malas. Hay que desemboscarlo y que pase por la ley. Cuanto a ti puedes volverte a tu casa, no olvidando el peligro que corres, pues, debe tener mano bien plazada y se puede, valer de otros medios en este momento de revoltijo. 416


Como trabajo no le faltaba, pues tenía que tomar declaraciones, al alargarme un pase-conducto, en el dorso había escrito su dirección, me dijo: –No dudes en recurrir a mis servicios, y te aconsejo que entierres tu candidez ante el enemigo –alargándome la mano que yo estreché efusivamente. ........................... Mientras el tren me llevaba hacia Hostalric, mi pensamiento rememoraba las peripecias ocurridas en el transcurso de las últimas cinco horas y la fragilidad de nuestras personas tanto físicas como social que corríamos en aquellos momentos inestables, que la vida de un ser era menos que un soplo arrastrado por un vendaval. El consejo del Comisario sobre el peligro me retuvo unos momentos de reflexión buscando comprender el embrollo que nos envolvía por las ambiciones partidistas puesto que los primeros días de la rebelión todo estaba claro: fascistas, y antifascistas cara a cara. Ellos querían imponer una dictadura, nosotros la democracia; un sistema arcaico conventual, querían, nosotros los derechos y deberes del hombre y de la mujer en libertad. Tan presa estaba mi mente de estas preocupaciones que hice el viaje sin ver el panorama que desfilaba a través de la ventanilla del tren. Incluso en la estación de Hostalric no tuve ganas de cambiar impresiones sobre esto o aquello con algún conocido. Tenía ganas de llegar a la Conne, es decir, en el Ayuntamiento para informar a los compañeros y hacerme conducir por Pont hasta a Foravila con el coche. ¡Ilusiones! Mala impresión tuve al ver más de dos docenas de agricultores conocidos agrupados ante la puerta del Ayuntamiento. «¿Se me espera aún?», me pregunté, pensando 417


que el asunto no correspondiera a mi Consejería, dejaría el paquete para Rius y Serradell, y yo me iría a pasar la noche con los míos; sentía una necesidad profunda de encontrarme rodeado de mis padres, esposa e hijos; lo anhelaba como jamás, quizá era la primera vez desde el veinte de Julio que dejé de labrar para ir a defender la República que deseaba aislarme con los míos. Al llegar junto a los agricultores, estos dejaron de hablar. Puede que hablasen de mí, o de algo que me atañía. No por eso dejé de saludarles con la misma simpatía con que lo hacía cuando los encontraba en el campo u otros quehaceres. En cambio; ellos, en lugar de devolverme el saludo, se abrieron en dos filas a fin de que tuviera paso para entrar en el local del Ayuntamiento. Actitud que me sorprendió y me hizo sentir un malestar como si algo grave me esperase. -¡Ya está aquí! –exclamaron varias voces al medio abrir la puerta de la sala de reuniones, sala espaciosa en que estaba ya ocupada a lo menos por una veintena de personas, no todas conocidas. Empero, espontáneamente, sin saludar, salió de mis entrañas esta expresión: –¡Me han hecho hacer imbécilmente el viaje...! –No es por eso que nos alegra tu llegada –cortó Serradell por no dejarme decir asuntos que no convenía que oyesen los desconocidos además de cuatro agricultores, entre ellos Ventura, y el Ayuntamiento en pleno. –Me parece que es importante –indiqué, y cuando os lo explique encontrareis su valor. –No lo pongo en tela de juicio –reemprendió Serradell–, pero lo inmediato es lo que proponen estos dos representantes de la Generalitat, que vienen a destituir el Ayuntamiento. 418


–¡Ah! –exclamé sorprendido. –¿Así usted es el secretario de la Confederación Nacional del Trabajo de Sant Feliu de Buixalleu y miembro de este Comité? La palabra comité y el trato de usted hicieron que los mirara algo de reojo antes de contestarles afirmativamente. Ellos me preguntaron: –¿Me puede enseñar las credenciales por favor? –dijo con buenos modales pero frío el que parecía ser el jefe. –¿No estamos perdiendo el tiempo? –argüí de mal talante, agriado ya del viaje de Gerona. –Nosotros trabajamos siempre sobre papeles –objetó el responsable de la Generalitat. –Y nosotros sobre la tierra –afirmé–, cuyo producto es como es pero nunca puede ser falso como la identificación por una mar de papeles en denuncias y documentos traficados que embrutecen y corrompen el antifascismo. Mi desentonada intervención hizo poner las caras muy serias a los dos funcionarios y me miraron de hito a hito. Yo también les planté cara y les dije: –¡Si queréis ver los papeles los veréis! ¡Pero no sé a quiénes los mostraré! Como gatos viejos del oficio de la caza, conocedores del ratón al poco de tratarlo, me enseñaron sus credenciales de policía, y yo no me hice esperar de alargarles el carnet de trabajador de los bosques y de la tierra, diciéndoles que no me hicieran perder tiempo porque me esperaba un trabajo de carbón que debía llegar no más tarde de la once de mañana en Santa Coloma de Gramanet. Dieron una ojeada al carnet y al devolvérmelo el jefe dijo: –Comprendo que os choque nuestra presencia y la misión que venimos a cumplir: poner orden en donde no existe. 419


–Buen trabajo si es así –respondió Serradell. –Estamos bien informados –aseguró el funcionario en jefe–, de lo que pasa aquí. Pues el oficio que poseemos nos dice claramente que el ayuntamiento está constituido por gente no todos del pueblo y otros no pertenecen a organismos de la localidad, excepto los tres concejales de la C.N.T., los cuales toleran esta mezcolanza por servir a sus intereses, cuando hay organismos legalmente constituidos que no puedan acceder a sus responsabilidades debido a la violencia que ejercen los que se apoderaron del mando en los primeros días de la rebelión, y... –Y me lleváis de sorpresa a sorpresa –grité cortándole la palabra–, y no entiendo nada de que tenemos el poder por la violencia cuando en este pueblo no ha habido ninguna detención de los tantos caciques que ha habido y hay, y de los llamados antifascistas de la primera hora y que hoy sabotean la economía vendiendo los productos, los que no son suyos, en el estraperlo; como me deberéis aclarar que es eso de «Organismos legalmente constituidos» si no hay otro en el pueblo que la Asociación de Trabajadores del Bosque adherida a la C.N.T. Porque si os referís a los que fueron elegidos antes de la sublevación, fueron ellos que abandonaron los puestos cuando vieron que las castañas quemaban, y, como testimonio de lo que vengo de decir, tenéis aquí mismo el ex-alcalde –con el dedo señalé a Ventura–, que si quiere ser hombre de palabra como son los republicanos de verdad, y él se tilda de tal, no contrariaría mis palabras. Ventura bajó los ojos hacia el suelo y no abrió los labios. En cambio Serradell tomó la palabra antes que los policías o agentes de la Generalitat. 420


–Debo explicarte –se dirigió a mí–, que hace más de una hora este local fue invadido por los cuatro agricultores que están presentes y los que has encontrado en la calle, esgrimiendo libros, estatutos y credenciales de partidos y organizaciones, bien unos cinco, creados hace poco en el pueblo con el fin de tomar las riendas del Ayuntamiento, para no decir asaltarla. Y lo paradójico para mí, es que también han constituido la Unión General de Trabajadores a mi espalda cuando hace treinta años que milito en ella, como sabes. –¿Y por qué no habéis organizado en Grions o en Galsarans la F.A.I. y las J.L., que no existen en el pueblo? – dirigiéndome a Ventura, representante de las Comisiones reivindicativas. –Estamos en la ley –afirmó sin añadir razones para entrar en el mutismo cual fuera la consigna a fin que fueran los representantes de la Generalitat que les secaran las castañas del fuego. –Efectivamente, la ley les da dichos derechos –reafirmó el policía. –¡Pero qué ley y qué cuartos, y qué ley puede proteger y justificar la posición de estos vecinos, que unos abandonaron sus puestos en el momento de peligro, y los otros, no los trataré de fascistas, han sido enemigos del sindicato y de organizaciones republicanas, votando siempre por la derecha. –Vuestros problemas pasados no nos incumbe... –Pero metéis la pata –intercedió Rius que había estado callado hasta aquel momento–, y de rebote destruís el corazón del antifascismo en el pueblo. –Hubierais hecho mejor trabajo si antes de actuar os hubieseis informado en buenas fuentes –los acusó Serradell. 421


–Nuestra misión es evitar disturbios –objetó, cansado de oírnos, el policía en jefe, añadiendo con cara de pocos amigos–: Os advierto que si no lo conseguimos con buenas maneras, deberá intervenir el orden público para zanjar las diferencias. –Por mi parte no tendrá que intervenir la fuerza armada –dijo Serradell con reposada voz–. Como soy uno de los encartados, me iré a mi casita de recreo. Puesto que si habito en el extremo de Galsarans, a tocar la estación ferroviaria de Breda, soy un vecino de este pueblo, y debo decir, como Alcalde que he sido hasta este momento que dimito, que no hay ningún miembro de este Consistorio que sea hijo del municipio de Sant Feliu de Buixalleu; por otra parte, si milito a la U.G.T. de Breda (he sido creador de ella con Sixto), es por no haber podido constituirla aquí en Galsarans por falta de sindicalistas. Cuando mi intervención en oposición a la rebelión de los reaccionarios, era mi deber personal de llevar mi apoyo al pueblo en defensa de la República de común acuerdo con esta juventud leal a la democracia, los cuales por mi experiencia de luchas sociales que llevo a cuestas me ofrecieron la responsabilidad de Alcalde que acepté, y hace casi once meses que abandoné los quehaceres familiares por ser útil a mi cargo y a la defensa de la República, digo aún. Y digo sobre el relevo según la ley, que sea bien venido si continúan el combate del antifascismo, que dudo de ello por el procedimiento que emplean: los demócratas sinceros obran a la luz del día, y jamás emplean la mentira y la traición para ocupar los puesto de mando; métodos de los reaccionarios y de los fascistas. Tales verdades dijo el viejo militante ugetista, que a la comisión de los contestatarios se les subió el pavo en el semblante. Su interior de hombres se encontró ante el piquete. 422


La candidez y la ambición les hicieron pasto del politiqueo maniobrero de intereses partidistas, en las cuales había una amalgama directa e indirecta de sectores llamados antifascistas con fascistas camuflados de la Quinta Columna, ambos con el mismo objetivo inmediato: destruir las instituciones que habían germinado en las mismas luchas sangrientas de las calles a partir del 18 de Julio. Porque en el fondo de ellos, los cuatro de la comisión se sentían republicanos y antifascistas. Por eso, las últimas palabras de Serradell los zaherían, y aun tuvieron que escuchar a Rius: –No voy a repetir lo dicho. Añadiré que me hacen un servicio de echarme de las responsabilidades municipales. No he nacido para gobernar ni ser gobernado, y menos sacrificarse por un pueblo que olvida que fue esclavo, y que volverá a serlo si el antifascismo pierda la guerra, o si los estalinianos zarpan la victoria como hicieron con la revolución rusa en 1917. Si; la historia se repite: las revoluciones se comen los revolucionarios, y el pueblo del trabajo se somete al yugo. Se es incapaz de ser responsables y dirigir la libertad. Por eso defiendo el anarquismo. Y si no hubiese sido por el deber solidario hacia estos humanos del bosque y del campo, estos compañeros altruistas, tiempo haría que hubiera dejado el cargo, y con más deseo desde que los comunistas se han apoderado directa o indirectamente del caballo de batalla debido a la necesidad de armas que tiene la República, armas pagadas con creces en oro a Stalin, el verdugo de los revolucionarios rusos, quién explota el vergonzoso acuerdo de la NO INTERVENCIÓN de la Sociedad de Naciones, hipotecando la democracia española a sus se vicios, a sus objetivos de que España sea la fosa de la Primera, Segunda y Cuarta Internacional [lo atestigua con su libro Jesús Hernández, ministro del gobierno Negrín, y 423


uno de los principales jefes comunistas: «Stalin no enviaba armas para vencer, sino para resistir»], antes que vencer el franquismo. Postura criminal que sólo aprovecha al fascismo, a este sistema mili-clerical que quiere cortar todo soplo de libertad, y en cuyo negro porvenir están colaborando los ramplones como ejemplo tenemos en este momento en la alcaldía de Sant Feliu de Buixalleu, de cuyo Consistorio he dejado de ser miembro voluntariamente en este instante, sólo con la condición de un balance de la gestión y quede escrito y firmado por todos los presentes, los que nos vamos y los que llegan, sin olvidar sus firmas los representantes de la Generalitat. Un chaparrón de protestas llovió después de sus últimas frases. Los agricultores, por no concernirles el pasado y por el tiempo que iban a perder mirando papeles que nada entenderían, y por su parte los inspectores deseaban escaparse de aquel lío en que les habían metido, a constatar por las discusiones, no eran lo que les habían pintado los actuales del Ayuntamiento. Pero Rius al ver que se desfiguraba su proposición, hizo una pregunta al jefe de la policía: –¿Si estuviera en mi plaza, o en una plaza de uno de los compañeros, dejaría en manos de no importa quién sin aclarar la gestión? –Naturalmente que no. No obstante, yo no tengo nada que ver con vuestras historias, añadió para esquivar el bulto. –Mucho tienes que ver... El secretario del Ayuntamiento fue oportuno cortar la polémica (ejercía la función un viejo periodista, tío del joven secretario, el cual se había ido a luchar al frente desde el principio) al sentenciar: 424


–Si se me permite decir dos palabras sobre el caso, de ser lógica la petición de Rius y de los otros que son o serán dimitidos, pues están en su derecho y es normal del balance de gestión. Algo que preví en tenerlo todo en el detalle desde que conocí sucesos parecidos en otros municipios, lo que facilitará la tasca si metéis todos un poco de voluntad y si os dividís por comisiones. Propuesta aceptada. Los que refunfuñaban eran los cuatro agricultores que representaban los contestatarios. No se podían escapar del jaleo en que se habían metido. Pues, a medida que se iban revisando los papeles constataban la lealtad y el gran trabajo que habían hecho los del Comité, que pasó a ser el Ayuntamiento luego, siendo agricultores como ellos y que habían abandonado sus masías para defender la República, mientras que ellos disfrutaban de unos derechos sin haberlos defendido. Situación que los achicaba. Pero debían bailar el baile que Buscata tocaba, que el director en las tinieblas les indicaba. Uno de los más inquietos era yo, yo y los compañeros agrupados por la C.N.T. y que los Inspectores de la Generalitat no podían destituirnos y nosotros no podíamos dimitir lógicamente sin haber presentado la dimisión a la organización. Momentos que la determinación personal, el libre albedrío, se debe atener al compromiso aceptado en asamblea. Porque mi voluntad quería ser solidaria con Serradell, Rius y todo el equipo dimisionario. Eso por una parte de mi inquietud, cuando la otra, era la familia, las horas de congoja y angustia que los cernía desde que por la mañana la policía me detuvo y me embarcó en su Hispano. Si los veinte y pico agricultores, los de dentro el local y los de fuera, estaban hasta la punta sus nervios del tiempo que pasaba comparando cifras y datas por el deber que tenían 425


de ir a ordeñar las vacas y quedar tranquilos en sus hogares, mi preocupación era la expuesta, y como vi que el balance llevaba más tiempo y complicación de lo que el viejo periodista, es decir el secretario, había anunciado, decidí enviar a Font con su auto a Foravila, comunicando a la familia que lo de los policías fue un malentendido, y que por asuntos de la Conne no llegaría hasta entrada la noche. Pues fue bien la noche y a las horas pequeñas cuando se dio por terminada la tarea si terminada de puede decir con los problemas pendientes y agudos que quedaban a resolver, en particular reconstituir el nuevo Ayuntamiento. Puesto que los de la C.N.T. no podíamos aceptar ningún cargo con el equipo mayoritario (tres representaban E.R.C., dos A.C., tres los Rabasaires, tres del P.S.U.C., y Tres de la U.G.T; cinco organismos creados y legalizados hacía diez días, que entre todos tenían una treintena de afiliados, ya no digo militantes, que repartidos en sindicatos y partidos, aunque todos tenían dos carnets en el bolsillo, contenía el número que exige la Ley de Asociación), mayoritarios con el mismo objetivo los cinco organismos. Lo paradójico era que los tres de la Confederación Nacional del Trabajo, en aquella situación e instante, no podíamos dimitir de los cargos, ni ellos echarnos por la puerta ni obligarnos a aceptar. Y como en la reunión no estaba el abogado de los pobres, Buscata, para orientarlos, y ninguno de ellos se veía capaz de llevar la administración sin Buscata como secretario del Ayuntamiento, que era el objetivo que el abogado de los pobres pretendía, y menos se veían en la responsabilidad administrativa de regular las riquezas municipales, y muy directamente el cargo que llevaba yo sobre la centena de trabajadores en el carbón y maderas con lo que representaba la distribución de equipos en los bosques 426


a talar y el manejo comercial de ventas y transportes etc. etc...; que visto de fuera era una cosa, pero de dentro se achicaron como el alumno que no ha estudiado la lección ante el profesor. Las horas pequeñas de la noche sonaban y el impase continuaba. Los dimitidos no quisieron aceptar provisionalmente reemprender las responsabilidades, y los nuevos no aceptaban los cargos de compromiso. Había para reír a carcajadas sino hubiera sido dramático el porvenir de la creación revolucionaria y transformadora hacia una sociedad de derechos y deberes para todos. A tal punto se había llegado, no dormíamos ni decidíamos, que se hubiese podido esperar un estallido revolucionario o una sumisión sin condiciones. La suerte era que el viejo periodista estaba bien despierto y él aun propuso la solución: –Que los tres de la Nacional del Trabajo, bregados en la principal de las riquezas del Municipio, se responsabilicen en administrar y tramitar las funciones del Ayuntamiento durante una semana; unos días de reflexión para ambos. Como no había otra solución, se aceptó la propuesta. ........................ Pese a los sesenta años transcurridos, y que todos los republicanos pagamos cara la traición partidista, aun no tengo idea de lo que pudieron tramar los subordinados a Buscata y que el P.S.U.C. patrocinaba, los incondicionales del Komintern. Lo que sí sé es el comportamiento que tuvieron durante unas semanas de hacer parte integrante de la misma alcaldía, misión en que yo estaba opuesto cuando la Asamblea extraordinaria de la C.N.T. acordó que se debía estar presentes, nombrándonos: Juan, Terragrosa y yo mismo. 427


La primera reunión, la de la constitución del Ayuntamiento, empezó con muchos halagos y sonrisas. Daba el efecto de unos herederos en casa del notario para repetirse la fortuna de un riquísimo tío) muerto en América. Los reservados y con largas caras éramos Terragrosa, Juan y yo, y, también, la seriedad grave, del viejo periodista que debía retenerse por el cargo de secretario, aunque de sentimientos fuera solidario con los desposeídos y ausentes. Primero y segundo alcalde fueron nombrados en dificultad. Los de la C.N.T. votamos sí a todas las propuestas. Incluso les chocó a los recientes comunistas camuflados bajo las iniciales del PSUC no dejaron de acusarnos, diciendo que nuestra blandura era una maniobra. Quizá hubieran deseado una intrigante oposición para derrotarnos con su mayoría aplastante; satisfacer la venganza del débil por tener plena conciencia que la única verdadera organización en el pueblo y que se puso al servicio desinteresado en defensa de la República fue la Asociación de Trabajadores del Bosque, y que aún continuaba aglutinando en su seno, pese a haberse adherido a la C.N.T., la totalidad de los trabajadores manuales y muchos agricultores arrendatarios y no pocos pequeños propietarios de las tierras que cultivaban. Diciendo las cosas tal como fueron los tres estalinistas, o que seguían la consigna, eran los únicos que buscaban hacernos la puñeta. Los demás veían con buenos ojos que estuviéramos bajo su batuta por necesitar de nuestra experiencia. Por eso, que el mismo Ventura, nombrado Alcalde, me propuso para continuar en la Comisión de trabajos y de economía. Propuesta aceptada a medias por los del PSUC si se limitaba exclusivamente a los trabajos del bosque, sacando de esta Comisión la parte económica, es 428


decir, la gestión comercial debía pasar a otra Comisión, en la que nombraron un camarada de ellos. Como no rehusé la modificación que había cumplido hasta el momento, y con el éxito que demostró el balance de cuentas, Juan propuso el cargo al «psuquista» y secretario de la U.G.T., y quién llevaba la voz cantante de los tres delegados del partido, el cual respondió: –¡Yo... o! –exclamó, añadiendo–: ¿Cómo quieres que me meta en tal embrollo con tantos hombres a distribuirles trabajo si no soy conocedor de los bosques? –¿Por qué no serás capaz? Lo deberías ser, siendo secretario de una gran central sindicalista como lo es Foravila –subrayó Terragrosa maliciosamente, y por tal responsabilidad debes conocer lo que es la lucha social, como debes tener compatibilidad para defender los interese de los trabajadores, excepto que seas un monigote o un sectario de cartón. Ni un chorro de agua helada hubiera enfriado más a los reunidos que las últimas palabras de Terragrosa. El silencio se impuso. Los halagos también se helaron. ¿Se sentían todos aludidos? El viejo periodista, cargado de experiencia y de psicología dijo: –Pienso yo que no hay mala fe entre vosotros. Quizá algunos malos consejos os hacen decir lo que no sentís. Porque debéis pensar que una cosa es estar en el palco y la otra en escena. Constatación que si reflexionáis bien, os hará comprender que vuestra responsabilidad personal está coligada en la responsabilidad de cada uno que compondréis el Consistorio, única comunión para llevar a bien las tareas y éticas del Municipio. Lo que quiere decir, que si hasta aquí Foravila ha hecho un trabajo excelente, que pocos hubieran 429


podido hacer, ¿por qué no se le debe dar la confianza?, pregunto yo pidiendo perdón de haber dado mi opinión cuando mi deber es anotar las opiniones de los demás asambleístas. Nadie de los nuevos respondió al secretario mirándose los unos a los otros, hasta que el arrendatario que no quiso dar el trigo dijo: –El secretario tiene razón en el saber la buena voluntad de Foravila y quién lo niegue miente. –Pero... –El que no esté contento que venga él –interrumpió Jaume de Galsarans. Vista la crisis que se perfilaba entre ellos, Ventura miró a sus compañeros inmediatos, que con un sí de un movimiento de cabeza le dieron el acuerdo, unos tras otros lo propuesto por el secretario. Sólo que yo para continuar la tarea, pedí plenos poderes y la asistencia de Juan y Terragrosa, lo cual fue concedido. Ya no éramos sólo los tres de la C.N.T. que decíamos sí a las propuestas. ................... Ventura, alcalde ya por segunda vez, y yo éramos los dos permanentes. El en la función de Presidente y yo como responsable de la economía. Ambos nos llevábamos con buena armonía en la responsabilidad de los cargos. Cada domingo por la mañana se reunía el Consejo y los dos permanentes: él en la función de Presidente y yo como responsable de economía. Ambos llevábamos con buena armonía en la responsabilidad de los cargos. 430


Cada domingo por la mañana se reunía el Consejo y los dos permanentes debíamos presentar, cuenta y un informe detallado de la gestión semanal. Mucho era pedir cuando habían operaciones que estaban en curso. El método mensual del Consejo anterior era más lógico y podía ser más global. Pero los acuerdos mayoritarios eran la ley. Sin embargo, el primer domingo, se terminó la reunión con buen entendimiento. No fue lo mismo el segundo: dos acuerdos fueron votados por la mayoría de 14 por 3 en contra, los tres de la C.N.T., sobre la liquidación del Centro (la Cooperativa de Producción de Distribución del Municipio, organismo creado, hacía ocho meses, porque no hubiese especulación entre el productor y el consumidor); en cuanto al segundo acuerdo, dejar de abastecer de trigo a los ayuntamientos de Hostalric y de Breda, quedando libres los agricultores de comercializar sus productos, incluso del stock de trigo de reserva. Acuerdos que el derroche de razones que expusimos los tres de la C.N.T. no pudo hacer borrar del libro de actas. Tenían los acuerdos tomados ya antes de empezar la Asamblea; Buscata les había dictado. Era ya una determinación sin modificación, visto que si en el debate, que duró bien una hora por nuestra razones alternativas, se producía una flexibilidad en busca de un entendimiento, los estalinistas tomaban pie recordando la disciplina; lo que nos hizo comprender que era inútil batallar. Eso él segundo domingo, es decir la segunda reunión del Pleno. La tercera reunión, o sea el tercer domingo, aun fue peor: aun el viejo periodista, el secretario, no había terminado de leer por completo el acta anterior, que Ventura propuso de nombrar un secretario nuevo y fijo para el Ayuntamiento, justificando que el joven Cortada era interino y quién sabía 431


si saldría en vida de la guerra, y que su tío era demasiado viejo para la tarea de la secretaría. A los tres confederales nos sorprendió la propuesta y su forma de presentarla, indignándonos por el descaro y lo inhumano de querer quitar el puesto de secretario al joven Cortada, aquel valiente socialista que se consideró más útil para combatir el fascismo con un fusil en la mano en el frente, que no con una pluma en el despacho cuando su viejo tío era más que capaz para hacer funcionar la secretaria. Empero yo pregunté con mucha serenidad al Alcalde, Ventura, si ya tenía a alguien previsto. –¡Quién mejor que Buscata de Hostalric, hombre capaz e hijo del país, dispuesto a poner su saber en bien del pueblo siempre que se lo titularice oficialmente! –se precipitó a decir Jaume de Galsarans sin haberse dado cuenta que descubría la trama. Yo no pude responder porque Juan me cogió la delantera, que, con un arranque de enfado jamás visto en aquel pacífico hombre, durante cinco minutos fue el mazo que machaca el hierro sobre el yunque, que, aunque frío, sacaba chispas debido a la energía que ponía en su verbo, verbo lleno de sentido republicano y lealtad solidaria ante el deber de combatir el fascismo... Aun Juan no había terminado de acusarlos de traidores y de vendidos a la Quinta Columna, que los catorce representantes de partidos y sindicatos empezaron a discutirse entre ellos, metiéndose los trapos sucios a las caras, como vulgarmente se dice, poniendo al descubierto sus ambiciones desde que se amotinaron para no ceder trigo a fin de venderlo al estraperlo...

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Aquella tercera reunión terminó como el rosario de la aurora, quedándonos solos en la sala los tres confederales y el secretario, el cual dijo: –Si aun fuera periodista, que papel enviaría al diario! Buena falta hubiese hecho que un crítico periodístico hubiese llenado una página de en diario, señalando como unos incapaces o unos especuladores propulsados por intereses personales destruían la mancomunidad salida del fragor del combate. En aquella misma semana hubo tres Plenos Extraordinarios del Consejo. En cada reunión había caras nuevas que reemplazaban los dimitidos. Dimisiones provocadas por el debate que les imponíamos los confederales cada vez que presentaban una proposición para deshacer factores de la obra social que habíamos adoptado vistas al cambio de sociedad; y sin variación, un momento u otro salía el nombre de Buscata, «que si fuera secretario las cosas no se pasarían en el desorden». Siempre la palabra DESORDEN era lanzada como un bólido sobre uno de nosotros curando la lógica de justicia humana se oponía a la constitución de su ORDEN, de este orden que históricamente ha castrado el libre albedrío, y que ha favorecido el privilegio. Debates inútiles y destructibles. Aquello no podía durar, no podía continuar. Pues nuestra lógica perdía el efecto ante los nuevo venidos, fanáticos y recalcitrantes que hubiesen pertenecido al partido conservador del viejo Maura, llegando a proponer de quitar las tierras a quiénes las trabajaban para devolverlas a los ex-amos, los más desertores y luchadores en las filas fascistas contra la República. Pero cuando iban a proponer tal disparate al voto, los tres de la Asociación de Trabajadores del Bosque, adherida 433


a la C.N.T., presentemos la dimisión, exigiendo por mi parte un resumen del Debe y del Haber sobre el trámite de mis responsabilidades. Mi petición fue aceptada. No podían rehusarla, aunque una minoría quiso oponerse a que me fuera dada una copia firmada y sellada. Tenían sus razones. Aquel documento los acusaba del verbalismo corruptor y bajo: «incapaces, desorden, y terror, y a la vez les cerraba la boca por lo que podían decir después, ya que el balance arrojaba un Haber de un buen puñado de miles de pesetas por encima de los grandes trabajos que hicimos en menos de un año: un cementerio nuevo en Sant Feliu de Buixalleu con noventa y nueve nichos, uno gratuito para cada masía de la parroquia, fuera grande la explotación o pequeña; abrir carriles y senderos entre los bosques a fin de poder acarrear los carbones y maderos, como los aros para barricas y otros productos de aquellos ricos montes por su floresta; igual podría señalar el local en reparación que debía ser el centro de la cooperativa de producción y consumo, y el edificio actual del Ayuntamiento, como el furgón y otros viejos vehículos, pero más que todo, las docenas de toneladas de productos de la tierra en donativo para los combatientes de los frentes; y etc., etc. Naturalmente, nuestra dimisión alegró a los más, aunque Ventura no la deseaba, nuestra presencia no permitía ser arrollado por los que no tenían nada de antifascistas y por los que estaban allí en miras al partidismo. Con un mes casi de trabajar juntos y tocar de dentro la responsabilidad comprendió el equilibrio que teníamos que hacer de trabajar juntos. Equilibrio que tuvimos que hacer desde que abandonó el cargo de alcalde a los primeros días de la sublevación, para poner en marcha la economía abandonada por los patronos adictos a la rebelión, y los que no la 434


abandonaron y no se escondieron en los montes, que no fuesen perseguidos, además considerados como no importaba qué trabajador de la tierra con los mismos derechos y deberes. El viejo periodista y sustituto de su sobrino a la secretaria, una vez hecho el balance del Debe y del Haber, que exigía, y de darme la copia firmada y sellada, dijo con gravedad: –He sido un periodista independiente sin dejar de ser independiente en el manejo de la pluma por una prebenda monetaria o de escala como tantos olvidan la ética en el ejercicio del libre informador. No será hoy que deje mi manera de ser por unos garbanzos: mi misión aquí ha terminado y la plaza pueda ocuparla quién la espera... –¿También los deja? –interrogó Juan. –Nada útil puedo hacer aquí con este ambiente de Quinta Columna, ni esperar que me echen a la calle como un trapo sucio, cual restos del desorden o del terror. Los tres confederales, uno tras otro, abrazamos fuertemente el viejo periodista, un joven liberal a pesar del peso de sus años; unas lágrimas regaban sus mejillas al separarnos de aquel republicano, en la plazoleta de la Conne, emprendiendo él a pie la carretera de Hostalric, menos de un kilómetro tenía que andar, y nosotros cogimos el sendero real de Grions, el cual, a paso ligero, con una hora o un poco más nos llevaría a nuestros hogares, diseminados entre los bosques de la parroquia de Sant Feliu de Buixalleu. ......................... Casi sesenta años después, me veo subiendo la cuesta, muy empinada en ciertos puntos, bordeada de viejos alcornoques, encinas y castaños, bien una hora bien picada 435


por aquel sendero tortuosos y pedregoso, sin ganas de hablar con Juan Terragrosa por mi estado anímico, taciturno y tempestivo, con una fija idea: Marcharme inmediatamente al frente para vencer el fascismo... y luego los sobrevivientes construirían la nueva sociedad de Derechos y Deberes para todo hijo nacido en la tierra, en que la Solidaridad sería el lazo que hermanaría los humanos. ......................... Y aunque fuera un sueño, lo sentía con todas las fibras de mi ser.

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La edición impresa de ¿La revolución devora al revolucionario?, obra original de Antoni Rotllant, se realizó en Vic en junio de 2003. En 2006, poco después de la muerte del autor, se colgó en la web de emboscall una primera edición digital de lectura abierta (on-line), que ya no está disponible. La presente edición digital se ha hecho en Barcelona, en diciembre de 2013.



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