Séptimo cielo by El Cubo Blanco

Carlos Cánovas

Séptimo cielo

Ciudadela de Pamplona Sala Polvorín

Del 3 de junio al 3 de julio de 2011

título séptimo cielo autor carlos cánovas organización y edición ayuntamiento de pamplona coordinación ángel arbe catálogo carlos cánovas laboratorio fotográfico ac imagen s.l. enmarcación marketeria lur s.l. montaje área cultural textos miguel leache fotografías ilustración juana arlegui / carlos cánovas impresión castuera industrias gráficas s.a. depósito legal navarra 1761-2011 isbn 978-84-95930-53-8

Séptimo cielo

¿Por qué los hombres no se habrán postrado ante las nubes? ¿Por qué flotan más fácilmente en el cerebro que en el cielo? E. M. Cioran

El buen gamberro Estas fotografías se reúnen alrededor de una primera en la que un aprendiz de grafitero ha escrito “7º cielo” sobre el cierre de una parcela sin construir. Hubo en el chico del espray un espíritu de equilibrio al que Cánovas añadió un cierto desajuste para que el encuadre fuera verdadero. El horizonte de la acera –más de un tercio para los planos cortos, como a él le gusta– permite que el asfalto, el bordillo y las baldosas no pierdan nada de su expresividad. El árbol y las casas del fondo equilibran el paisaje. Todo lo que parece soledad en el plano inferior, se ve acompañado por el movimiento transversal de las nubes. En otras fotografías, nubes lenticulares o cargadas de agua, atardeceres o nieblas ocupan la mitad de la imagen. La visión del espectador resulta muy natural y permite la convergencia de los planos en un horizonte equilibrado que recibe tanta información desde arriba como desde abajo. La mayoría de las imágenes lleva detrás una matriz clásica, una línea horizontal al estilo de Gustave Le Gray sobre la que luego volveremos.

Séptimo cielo, Zizur Mayor, 2008

Entre el texto y la grafía hay algunas contradicciones que solo el ojo distraído atribuirá a la impericia o a las prisas: el sintagma está subrayado con una fle-

séptimo cielo carlos cánovas

cha cuyos extremos curvados apuntan hacia abajo. Con el gesto medido de quien conoce el haz y el envés del paraíso en la Tierra, el buen gamberro enuncia así una realidad que los signos más opuestos no dejan de transmitir.

Paraísos en la Tierra Doscientos cincuenta años antes, Sir Joshua Reynolds mostraba al doctor Johnson el doble retrato de Mrs. Bouverie y Mrs. Crewe. Ambas están sentadas frente a la losa de un sepulcro en el que puede leerse: Et in arcadia ego.

Sir Joshua Reynolds. Mrs. Bouwerie and Mrs. Crewe, 1765

-¿Qué puede querer decir? –exclamó el señor Johnson–. No parece que tenga sentido alguno: Estoy en Arcadia. -El rey os lo habría explicado –replicó sir Joshua–. Vio ayer el cuadro y enseguida dijo: “Oh, hay una tumba al fondo: ay, ay, también en Arcadia existe la muerte”. En un breve y contundente ensayo sobre la tradición elegíaca1, Erwin Panofsky vuelve a dar el sentido original a la inscripción latina, que habla de la inevitable existencia de la muerte en Arcadia y no de la procedencia de quien yace en la tumba, como creía Poussin. Algo parecido le sucede a Simon Norfolk en la serie del mismo título, Et in Arcadia ego, en la que habla de la crudeza de la guerra, a veces con objetos propios de la batalla y otras con los paisajes donde se luchó, se fusiló o se enterró sin piedad. Cánovas conoce bien la obra de Norfolk2 y no creo que sea una casualidad la contraposición de una de sus fotografías con otra muy similar del autor nigeriano. En las dos, una canasta de baloncesto aparece en medio de la nieve. Norfolk nos advierte de que estamos en Bosnia. “MSF informó haber visto 700 prisioneros en este sitio, un equipo de ACNUR, alojado en un cercano hotel, relató haber escuchado disparos de armas toda la noche provenientes del estadio”. Las intenciones de ambas fotografías son tan plausibles como distantes, pero se enmarcan en series con títulos muy aproximados y es ahí donde merece la pena detenerse un momento en busca de la sutileza. Hablo, desde luego, del título y de cómo en el caso de Séptimo cielo el uso de la expresión mantiene un segundo sentido que debe descubrirse en la contemplación de las fotografías sin necesidad de otras informaciones. Desde

carlos cánovas séptimo cielo

Zizur Mayor, 2008

Simon Norfolk. Bosnia, 2005

luego, Séptimo cielo contiene sus propias advertencias; una, la escéptica rúbrica de la que ya hemos hablado y otra, la fotografía que pone fin a la exposición: la pared del cementerio donde el sol del Oeste se detiene a última hora de la tarde.

Extender los brazos

Cizur Menor, 1993

Zizur Mayor, 2010

En este Séptimo cielo no hay espacios fugaces, como en aquellos de 1987, ni tienen ese carácter proscrito al que con tanta precisión se refirió Miguel Sánchez-Ostiz.3 La mirada busca ahora en lo cercano –no en lo cotidiano– y se apoya en el color. Una fotografía de 1993, “Cizur Menor”, podría hacer las veces de antecedente: el edificio de la ikastola San Fermín está apenas iluminado desde el ocaso y el asfalto, ya en penumbra, por los faros del coche del fotógrafo. Este tipo de adjetivos efímeros casi han desaparecido de la serie que ahora vemos. Y sin embargo, hay inquietud y movimiento. Porque estas fotografías invitan a la orientación: el espacio acoge a quien mira como a quien va a situarse. El cuerpo del espectador adquiere la misma dimensión que el paisaje que le rodea y éste invita a estirar los brazos en el gesto clásico de orientarse. Solo el cuerpo del observador se halla ausente, pero la mirada permite un entendimiento físico inmediato. Los puntos cardinales toman enseguida significado: cada cual busca una referencia en un espacio que vuelve a ser cartesiano. Si acudiéramos al símbolo, éste no se apartaría mucho de la razón: Dice Cirlot, hablando del espacio: “En cierto modo, el espacio es una región intermedia entre el cosmos y el caos. Como ámbito de todas las posibilidades es caótico, como lugar de las formas y de las construcciones es cósmico. La relación temprana entre el espacio y el tiempo constituyó uno de los medios para dominar la rebelde naturaleza del espacio. Otro, el más importante, fue su organización por medio de divisiones fundadas en su tridimensionalidad. Cada dimensión, en sus dos sentidos posibles –en la recta– facilitó dos polos de orientación. A estos seis puntos situacionales se agregó el séptimo: el centro del espacio quedó convertido así en una construcción lógica. El simbolismo del nivel y de la orientación completó su ordenación significativa”.4 La física y la filosofía del siglo XX nos han colocado frente a espacios en los que son necesarios procesos de pensamiento mucho más complejos. Nada nos obliga a renunciar a las ideas de Deleuze acerca de un nuevo espacio visto a la luz del Barroco5 o a la sensación de abismo que aún producen formula-

séptimo cielo carlos cánovas

ciones como la indefinición de las partículas. Pero, de momento, tomémonos el tiempo necesario y extendamos los brazos para sentir la posición del sol, incluso intuido tras las nubes. Estamos en el lugar adecuado. A partir de este reconocimiento casi primitivo, surge un sentido, el profundo, de estas fotografías de Cánovas. Un “estar en” que trasciende lo físico: el sujeto que mira se encuentra en el mundo mucho más que en el paisaje. Lo particular es aquí el signo inequívoco del todo.6 A pesar de la cercanía de los lugares retratados, no hay nada de cotidiano en el resultado, ni siquiera la niebla resulta misteriosa o la nieve suficientemente blanca. Estar en el mundo. Las escasas excepciones obedecen a la necesidad de añadir hitos de color, cambios de ritmo que sirvan de apoyo ante una idea tan contundente. Se trata, en definitiva, de una forma de conocer el mundo estando en él7, no sé si con el sentido trágico del Dasein heideggeriano pero sí alejado por completo de cualquier trivialidad.

Una figurita de plomo ¿Y el cielo? El cielo se nombra y se muestra sin pudor. Más que un fondo sobre el que contrastar los objetos, es parte sustancial de la narración, y como apenas estamos acostumbrados a que lo sea, su presencia resulta extraordinaria. Habituados a una lámina gris perla de efecto anestésico, toda esta abundancia de acontecimientos más allá del horizonte es una vuelta a informaciones arrinconadas. Las imágenes están tomadas alrededor de la casa del fotógrafo, pero el método de la estructura interna de la que antes hablábamos revela los excelentes resultados de quien se somete a ella. El método y no el emplazamiento hacen de estas fotografías el lugar donde podemos ser. Volvamos pues a Le Gray, a su disciplina: sus horizontes a la altura de los ojos, como en la foto de las maniobras militares en el campo de Chalons el día 3 de octubre de 1857.8 Las trincheras, los soldados, los caballos y los matojos son simples objetos incluidos en un espacio dado. El coronel Lepic, a caballo, es una figurita de plomo. Le Gray olvida su encargo y se somete a las reglas del espacio. Los materiales con los que cuenta no le permiten explorar el cielo. Tampoco parece importarle demasiado. Tiene frente a él una línea que recorre el objetivo, la placa y la retina. Sea lo que sea, el resto vendrá por añadidura, porque el lugar donde han de desarrollarse las maniobras es lo que de verdad importa. Le Gray sabe que ese espacio no es un diorama.9 Lo mismo sucede en la

carlos cánovas séptimo cielo

Gustave Le Gray. Maniobras militares, Cha lons, 1857

mirada de Cánovas en cuanto a los objetos que habitan la imagen: “Allá ellos”, parece decir el fotógrafo. Una vez establecidas las coordenadas que construyen el espacio, lo que sea hallado en su intersección no tendrá mucha importancia. Los elementos son aquí otros; son voluminosos, arquitectónicos, provistos de fugas, luces y sombras. Sin embargo, son también contingentes. No es que el fotógrafo los desprecie a la hora de componer la imagen, pero la estructura es tan sencilla y tan efectiva que las casas, los cruces y los caminos, los vehículos o las manchas de color parecen acomodarse a un lugar creado para todas las posibilidades. A pesar de su tamaño y de su preeminencia, apenas son mínimas unidades de información; bits necesarios, estructuras casi independientes que ayudan a comprender que la narración y el objeto de la narración pueden acercarse hasta hacerse uno.

Apariencias de soledad

Claude Monet. Charing Cross Bridge, 1899

Piscinas, Zizur Mayor, 2010

Ser abiertamente en el mundo, entregarse a él. No hay una galería donde refugiarse. Tal vez no de la misma forma en la que lo hace Baudelaire, cuando observa, distante, las masas de hombres autómatas que circulan por la calle, sin rumbo y casi sin luz en un panorama desolado. El poeta describe Londres como una ciudad “donde se puede caminar horas enteras sin llegar siquiera al comienzo de un fin… (Los hombres) se adelantan unos a otros apuradamente, como si no tuvieran nada en común, nada que hacer entre ellos; sin embargo, la única convención tácita que los une es la de que cada cual mantenga la derecha al marchar por la calle, a fin de que las dos corrientes de multitud, que marchan en direcciones opuestas, no se choquen entre sí; a ninguno se le ocurre dignarse dirigir a los otros aunque sólo sea una mirada. La indiferencia brutal, el encierro indiferente de cada cual en sus propios intereses privados, resulta tanto más repugnante y ofensivo cuanto mayor es el número de individuos que se aglomeran en un breve espacio”.10 Nuestra ventaja es la falta del Spleen; la desaparición de la melancolía y de la reflexión. Estas renuncias convierten a Cánovas en un plenairista contemporáneo; un fotógrafo que, trípode al hombro, no quiere pasear entre las masas y que, sin embargo, habla del hombre y su relación con el mundo como una “construcción lógica”.

séptimo cielo carlos cánovas

Leves subrayados: un rojo contra pronóstico, los restos de un taller abandonado, una lámpara eléctrica tras la ventana, luces ambarinas cuando llega la noche. “Salgamos a la luz”, decía Monet a sus visitantes. Hagámoslo porque veremos el puente de Charing Cross trazando un horizonte en la primera contaminación del maquinismo o una piscina municipal sin adjetivos, dispuesta a privarse del mínimo brillo con tal de hacernos entender dónde estamos. Las fronteras se desvanecen en cuanto dirigimos nuestra mirada al horizonte. Todo es todo. Una rosa de los vientos pintada en el suelo marca el séptimo punto; aquel en el que habremos de situarnos. Salgamos. Cuánta ‘luz’ haya, será cuestión de quién nos la muestre y de si estamos dispuestos a mirar el tiempo necesario. De lo primero, hay garantías.

Miguel Leache

1 El significado de las artes visuales. “Et in Arcadia ego: Poussin y la tradición elegíaca”, Erwin Panofsky, Ed. Alianza. 2 Genocidio, paisaje, memoria. “Hacia un inventario convulso”. Texto de Carlos Cánovas. MACUF (Museo de Arte Contemporáneo Unión Fenosa), A Coruña. 3 Los escenarios de un merodeador. Miguel Sánchez-Ostiz, catálogo de la exposición de Carlos Cánovas, “Paisajes fugaces”, IVAM - Instituto Valenciano de Arte Moderno, Valencia, 1997. 4 Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot, Ed. Siruela. 5 El pliegue, Gilles Deleuze, Ed. Paidós. 6 Al término de una exposición en la ciudad X, el galerista mostró su entusiasmo a Cánovas: “Son unas fotografías magníficas. Lástima que no sean de la ciudad X.” 7 Cfr. Con El fenómeno del mundo en Martin Heidegger, Pablo Galvín Redondo. NEXO. Revista de Filosofía, núm. 2 (2004): 123-153. 8 Une passion française, Photographies de la collection Roger Therond, Ed. Filipacchi. 9 Al contrario que Baudelaire: “Quisiera volver a los dioramas, cuya magia enorme y brutal me impone una útil ilusión. Prefiero contemplar un decorado de teatro, donde encuentro expresados artísticamente y con trágica concisión, mis sueños más caros. Estas cosas, siendo falsas, se hallan infinitamente más cerca de lo verdadero; mientras que la mayor parte de nuestros paisajistas mienten justamente porque se olvidan de mentir.” 10 Sobre algunos temas en Baudelaire, Walter Benjamin, Ed. Leviatan.

carlos cánovas séptimo cielo

Rosa de los vientos, Zizur Mayor, 2010

FotografĂas

Séptimo cielo, Zizur Mayor, 2008 53 x 68 cm.

carlos cánovas séptimo cielo