Memorias de una abuela apostadora

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Memorias de una abuela apostadora

Dayal Kaur Khalsa EDICIONES EKARÉ




Para todos los niños de la familia Khalsa

Traducción: Carmen Diana Dearden Primera edición en este formato, 2015 © 1986 Dayal Kaur Khalsa © 2000 Ediciones Ekaré Todos los derechos reservados Av. Luis Roche, Edif. Banco del Libro, Altamira Sur. Caracas 1062, Venezuela C/ Sant Agustí, 6, bajos. 08012 Barcelona, España www.ekare.com Publicado por primera vez en inglés por Tundra Books, Canadá Título original: Tales of a Gambling Grandma ISBN 978-84-943038-5-2 · Depósito Legal B.24541.2014 Impreso en China por South China Printing Co. Ltd.


Memorias de una abuela apostadora

Dayal Kaur Khalsa EDICIONES EKARÉ


M i abuela era una gran jugadora. Le encantaba apostar. Esta es la historia de su vida, tal como ella me la contó y como yo la recuerdo. Mi abuela nació en Rusia. Exactamente dónde y cuándo, no lo sabía. Solo recordaba que una noche los cosacos invadieron su pueblo. Entraron galopando en la oscuridad blandiendo sus espadas y asustando a todo el mundo. Mi abuela (que tenía entonces solo tres años) se escondió en una carreta llena de heno. En algún lado, perdió un zapato. Y así, con un solo zapatito negro, huyó a América. Atravesó el ancho y verde y gris océano Atlántico, escondida en una carreta de heno tirada por un caballo blanco y cansado. Al menos, esa fue la historia que ella me contó. Desembarcó en Brownsville, Brooklyn, en Nueva York. Allí creció. Cuando tuvo edad para casarse, mi abuela pidió prestada una balalaika. No sabía tocar la balalaika, pero sí sabía tararear. Todas las tardes se sentaba en los escalones de su edificio, esperando encontrar un marido.



U na noche, Luis el plomero, que regresaba a su casa agotado del trabajo, la vio: parecía un cuadro, con su balalaika, su largo pelo rubio y sus mejillas rosadas. Dejó caer la pesada bolsa de cuero con sus herramientas —clonc— y allí mismo le pidió que se casara con él. Y ella, tranquilamente tocando la balalaika plinc, planc, plunc, dijo: —Sí. Y así empezó nuestra familia. Mi abuelo consiguió un trabajo arreglando las cañerías en el escondite de Dutch Schultz. Dutch Schultz era un gángster muy importante y había burlado la ley muchas veces. Pero siempre se portó muy bien con el abuelo. Le pagaba mucho dinero cada vez que lo llamaba para una reparación, y siempre a tiempo. Pero un buen trabajo como ese no era fácil de encontrar. Para ayudar con los gastos de la casa, mi abuela aprendió a jugar póker. Era muy diestra. Tenía ojos de águila y manos rápidas como el viento. Podía marcar una carta con la uña y esconder ases en la manga. Y lo más importante, le encantaba ganar. Donde hubiera un juego de cartas en Brooklyn, allí estaba mi abuela, ganando dinero.



Tuvieron dos hijos. Cuando crecieron, el hijo se mudó a California y la hija (mi mamá) se casó con un hombre buenmozo del barrio de Queens. Cuando murió mi abuelo, mi abuela se mudó a la casa de su hija en Queens. Entonces, nací yo: una niñita rosada que ella podía abrazar y apretar. Mis padres trabajaban todo el día, así que, desde el principio, la abuela y yo andábamos siempre juntas. Pasábamos la mayor parte del tiempo en nuestro jardín bajo el gran sauce. La abuela parecía una montaña florida sentada en su silla verde. Todo el día tejía bufandas, chales y medias. Me contaba las historias de su vida y me dio dos consejos importantes.



Uno: Nunca nunca vayas al bosque sola porque te pueden robar. Y, si acaso tienes la suerte de escapar de este cruel destino, seguro caerás en un hoyo negro y profundo.


Dos: En caso de que los cosacos invadan Queens, aprende a decir da y ten siempre mucha sopa de remolacha en la nevera.


C uando me resfriaba, la abuela dejaba que me acostara en su cama. Construía una tienda de campaña con una sábana y una silla al revés. Y allí jugábamos. Luego, cuando me aburría, mi abuela abría lentamente la gaveta de su mesita de noche. La abuela de esta historia no es como las demás: pocas abuelas lesgaveta. enseñan a sus nietas a jugar póker, Me gustaba mucho esa o qué hacer en caso de que los cosacos invadan su casa. Juntas van al cine, a la montaña rusa y a tomar té en restaurantes chinos, Primero, sentía el aroma de un perfume dulce mezclado con pero lo que más disfruta la niña es escuchar las anécdotas el olor de viejasdemonedas de cobre. aparecía una la extraordinaria vidaDespués, de su abuela. botellita Una azulhistoria de agua de colonia Atardecer en París con forma cálida e irreverente que fue seleccionada como unoluego, de los «Mejores libros del Año»de por New York Times de caracola; una foto cuadrada miel abuela cargándome y como «Libro Notable» por la American Library Association. en sus brazos cuando yo era bebé; después, grandes horquillas negras y gordas de patas retorcidas, y por último, muchos centavos opacos y polvorientos encajados en las esquinas de la gaveta. Para sacarlos, tenía que usar las horquillas. Pasábamos Dayal Kaur Khalsa todo el día puliendo centavos de cobre. Nació en 1943 en Nueva York. De niña fue muy cercana a su abuela, Pero lo más fascinante era lavarias dentadura postiza de la abuela. quien inspiró de sus historias. culminar sus estudios, viajólapor Sudamérica, Nunca vi que Tras se la pusiera. Siempre tenía guardada en su México y Estados Unidos, y decidió establecerse en Canadá, gaveta y, si salía visita, la llevaba el bolsillo donde de comenzó a escribir e ilustraren libros para niños.de su vestido Recibió numerosos reconocimientos por su obra, sonriendo secretamente. lo cual la impulsó a continuar haciendo libros hasta su muerte en 1989.

Mi abuela me dejaba tocar todo, hasta la dentadura. Y prometía que si me curaba muy pronto, ella me llevaría de paseo…


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