Honor Sin Gloria

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La Pedrera, Honor Sin Gloria

Honor sin Gloria

La TrĂĄgica Historia de un HĂŠroe Olvidado

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Invistigación Histórica, Escuela de Infantería Colombiana General (RA) Carlos Alberto Ospina Ovalle

Autor General (RA) Carlos Alberto Ospina Ovalle Director Escuela de Infantería “Teniente Coronel Federico Alberto Mejía Torrez” Diagramación e Impresión John Edisson Jiménez Sección Publicaciones del Ejército Colaborador Capitán Robinson Báez Sánchez ISBN. 978-958-96488-6-5 Primera Edición 2016

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Índice Introducción...............................................................................................5 Capítulo I Abandono y Confusión .............................................................9 Capítulo 2 La Carrera hacia el Caquetá ..................................................15 Capítulo 3 La Pedrera, la selva y sus secretos.........................................25 Capítulo 4 Las Reformas Militares............................................................35 Capítulo 5 Las fuerzas se preparan..........................................................45 Capítulo 6 El inevitable choque................................................................55 Capítulo 7 La Respuesta de Gamboa......................................................65 Capítulo 8 Al ataque otra vez...................................................................75 Capítulo 9 El ocaso de los héroes...........................................................85 Capítulo 10 Nada es definitivo.................................................................95 Capítulo 11 Reunión de los jefes y regreso...........................................105 Capítulo 12 Consejo de guerra y olvido.................................................115 Capítulo 13 Epílogo, ¿quién ganó y quién perdió?................................125 Registro Fotográfico...............................................................................135 Bibliografía..............................................................................................145

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Introducción Durante los días 10, 11 y 12

de julio de 1911, en la remota, olvidada y malsana región de La Pedrera -actualmente un corregimiento del departamento del Amazonas en Colombia-, se presentó un enfrentamiento armado entre la gendarmería colombiana y tropas del Ejército y la Armada peruana, el cual finalizó con la ocupación por parte de las fuerzas extranjeras de la mencionada región, ocupación que fue precedida por un intenso y sangriento combate, en el que se puso a prueba la habilidad, entrenamiento y capacidad de decisión tanto de jefes como de subordinados. Los habitantes de ambos países, una vez conocidos los resultados, se lanzaron a las calles. Unos iban envueltos en el frenesí de la victoria y otros en la desazón, dolor e ira del fracaso. Se ensalzó y enalteció a quienes triunfaron y se vilipendió y juzgó a quienes sufrieron la derrota. Es así que el comandante de las tropas peruanas, el hasta entonces desconocido Teniente Coronel Óscar Benavides, inició una meteórica carrera pública que lo llevo a ocupar las más altas jerarquías no solo en el ámbito militar sino en el político, para convertirse en uno de los prohombres más notables de ese país en toda su historia, mientras el jefe colombiano, el General Isaías Gamboa, corrió con una suerte absolutamente diferente: el ostracismo y el olvido cubrieron para siempre su figura. Luego de algún tiempo, este incidente de La Pedrera fue olvidado. Años más tarde, en 1932, se presentó allí mismo otro enfrentamiento de mayores proporciones, conocido como la ‘Guerra con el Perú’. El manto de olvido que cubrió el incidente de 1911, conocido en Colombia como “el combate de La Pedrera”, ha sido tal, que con frecuencia se confunde con el de 1932 o se le menosprecia, minimizando la importancia de las realizaciones de sus protagonistas y el derroche de sacrificio y desprendimiento personal que caracterizaron el proceder de quienes participaron, particularmente de Isaías Gamboa, comandante de la fracción colombiana durante ese enfrentamiento. Este militar colombiano, a través de las guerras civiles que asolaron al país a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, logró revivir momentáneamente el interés del gobierno nacional y en general del pueblo colombiano, sobre las fronteras de la Amazonía, despertando un sentimiento nacionalista y patriótico dormido tiempo atrás, gracias a la desconfianza, exclusión y odio que durante muchos años sembró la violencia bipartidista en el alma de los campesinos colombianos. La actuación de Gamboa, pese a haber perdido la posición de La Pedrera, generó una admiración y respeto que posteriormente fueron menoscabados por sus detractores, quienes logaron sembrar

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la duda sobre su manera de dirigir la acción y sobre la rectitud de su comportamiento personal, lo que conllevó a que convocara un consejo de guerra con el fin de juzgarlo. Para el Perú, esta victoria sirvió para levantar el ánimo patriótico que se había visto afectado por la desafortunada Guerra del Pacífico, incrementando la legitimidad interna del gobierno y catapultando la figura de un nuevo héroe nacional, Óscar Benavides. Una serie de circunstancias de diferente orden llevaron a Colombia y Perú a enfrentarse en La Pedrera durante esos calurosos días de julio de 1911. Una de ellas fue la falta de una delimitación específica de fronteras, un problema que aquejó a estos vecinos desde 1548, cuando Pedro de Ursúa y Díaz Pineda crearon las provincias de Jaén y Quijos, originando lo que se llamó las ‘Misiones de Mocoa y Sucumbíos’ que dependieron del cantón de Pasto, a su vez dependiente de la gobernación de Popayán. En 1740, al restablecerse el virreinato de la Nueva Granada (suprimido temporalmente en 1722) se delimitó este territorio por medio de una Real Cédula con el territorio del Perú. En dicho documento, se estableció que la región septentrional del Amazonas (gran parte de las tierras que causaron posteriormente los diferendos) le pertenecía. Sin embargo, en 1802 Francisco de Requemada, un adelantado español, logró que se emitiera una Cédula Real que asignaba al virreinato de Lima la región del río Marañón y sus afluentes, que incluían entre otros Huallaga, Pastazo, Napo, Putumayo y Caquetá. Este documento fue el origen de los problemas que posteriormente se presentaron y de acontecimientos como la ‘Guerra entre los dos países’ de 1829. También incidieron otros tratados como el Larrea Lloredo-Gual de 1829, cuyos artículos V y VI establecen como límites entre los dos países, los mismos que tenían en el momento de producirse la independencia. Con este propósito, se dispuso el envío de una comisión demarcadora. Luego de muchas circunstancias, se firmó en 1905 un nuevo tratado de “modus vivendi”, utilizando el río Putumayo como límite y asignándole el margen izquierdo a Colombia, que no renunció a sus aspiraciones sobre el otro margen hacia el río Amazonas. Otro factor importante fue el ingreso de “la casa Arana” a la región y su paulatino progreso a lo largo del río Putumayo y sus afluentes, estableciendo sedes desde las cuales no solo usufructuaba el caucho y esclavizaba a los indígenas, sino que iba ejercía un control territorial total, con la displicencia del gobierno colombiano y la aceptación del peruano, que de esta manera e indirectamente, hacia una reivindicación territorial sobre tierras que de acuerdo con la Cédula Real de 1802, le pertenecían. Esa actitud explicaría el porqué del envío de una unidad militar conjunta a La Pedrera, con el suficiente poder de combate para desalojar a quienes allí se encontraban, es decir, los gendarmes colombianos. En este contexto surge la figura del General Isaías Gamboa, quien enterado de las consecuencias de la actividad de la casa Arana, inicia un periplo de acciones para

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establecer definitivamente el control colombiano sobre esa región que él consideraba, pertenecía a su patria. Este periplo lo lleva a enviar una carta al presidente de la República pidiendo que se efectúe un control, y se dispone a preparar la expedición que estará bajo su propio mando y que efectuaría la interminable travesía hasta La Pedrera para iniciar los preparativos correspondientes a la fundación de la colonia agrícola y a alistar sus hombres para luchar contra un enemigo que en todo los superaba. Ya en el combate, aquejado por varias enfermedades propias del trópico, debió resistir el fuego de cañones y ametralladoras de las tropas de Benavides, hasta que ya sin fuerzas colapsa y es retirado de la posición que defendía, cayendo en manos de los soldados peruanos. Una vez regresa a Bogotá, tiene que luchar en contra de los cargos infundados que se le formulan y que opacan su prestigio, conduciéndolo de forma permanente al más cruel de los castigos que puede sufrir un verdadero soldado: la indiferencia, la incomprensión, el escarnio y el olvido. De alguna manera, Isaías Gamboa representa la historia de tantos y tantos héroes desconocidos a lo largo y ancho de la historia, que luego de servir sin condiciones y exponer los únicos capitales que poseen, como son su vida y su prestigio; defendiendo los intereses nacionales, son luego vilipendiados y condenados. La presente obra está escrita de manera sencilla para facilitar su lectura. Con excepción del primer capítulo, que tan solo consta de cuatro hojas, el subsiguiente texto está diseñado de manera uniforme en grupos de ocho, de tal manera que la distribución de la información contenida es equilibrada y permite una aproximación ordenada a los puntos centrales. A su vez, el libro está sustentado sobre 13 capítulos. Los primeros cuatro capítulos constituyen una preparación y ambientación a través de información de temas que influyeron sobre los protagonistas y su manera de actuar en el momento del combate. Los siguientes cuatro contienen la parte central de la acción sucedida en La Pedrera, relatada de manera muy detallada y en ocasiones personalizada. Se puede apreciar en ellos, la manera juiciosa como Gamboa dirigió a sus hombres en momentos tan difíciles. Los posteriores capítulos se relacionan con las acciones diplomáticas que tuvieron lugar antes y después de la acción de guerra, para finalizar con los pormenores del consejo de guerra al que fue sometido el general colombiano una vez regresó a Bogotá. En el último capítulo se realiza un análisis desde los puntos de vista político, estratégico y táctico, de la acción de guerra de La Pedrera, profundizando tanto desde el punto de vista peruano como del colombiano, las circunstancias que llevaron a la dirigencia de cada país a tomar la decisión política de enviar tropas a esa zona. Este análisis se hace de forma inquisitiva, planteando varios cuestionamientos hacia la decisión mencionada. Realizado este ejercicio evaluativo, se concluye con la opinión del autor sobre quién fue el vencedor en cada uno de los niveles analizados, contrastando la validez de esa opinión con los hechos y tratados posteriores.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria Cap铆tulo I Abandono y confusi贸n

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ara 1911 Colombia y Perú no habían definido sus fronteras pese a dos acontecimientos políticos de gran importancia: la independencia lograda en 1810 y la disolución de la Gran Colombia en 1830. Aunque Perú no hacía parte de esa Gran Colombia, el hecho de que sus límites con Ecuador y Colombia fueran aún muy difusos en ese momento, dio lugar a una serie de incidentes tanto entre los dos estados, como entre particulares. Colombia asumía que el ‘uti posideti juri’ de 1810 estaba en vigencia y por ende, su territorio llegaba hasta el Putumayo. Por su parte, Perú consideraba vigente lo establecido con la bula de 1802, de acuerdo a la cual su territorio llegaba hasta el río Caquetá. Es así que el ciudadano peruano Julio Cesar Arana del Águila, tomó posesión de la franja entre los ríos Putumayo y Caquetá, desarrollando una prospera industria de explotación de caucho o siringa, producto de alta demanda en el mundo gracias a la segunda revolución industrial y posteriormente, a la aparición de la industria automotriz, que exigía inmensas cantidades de ese material proveniente del látex de los arboles amazónicos. Pero Arana no solo se había apoderado de territorio que Colombia reclamaba como suyo, sino que había esclavizado a las tribus indígenas de la región, convirtiéndolas en poblaciones sin ningún tipo de derecho y explotándolas inmisericorde y cruelmente, sin que ninguna autoridad colombiana siquiera se enterara. En esos días, los dirigentes liberales y conservadores colombianos se encontraban enfrascados en otra de sus guerras civiles: la “de los Mil Días”, por lo que otras problemáticas eran secundarias, incluyendo la preservación de la soberanía nacional en los territorios del sur, que paulatinamente empezaron a salirse de su control 1. La próspera empresa de Arana, llamada la ‘Casa Arana’, tenía su sede matriz en Iquitos-Perú y varias agencias en el -en ese entonces- caserío de Leticia sobre el río Amazonas y en la Chorrera, sobre el río Igara Paraná, en medio de la profunda selva del sur colombiano. Leticia no era sino un conjunto de chozas y su importancia radicaba en ser un puerto fluvial que permitía la comunicación entre diferentes localidades como Iquitos 2 y algunas de menor importancia como Caballo Cocha, Tarapacá, La Chorrera, La Pedrera y otras aún menores, que dependían de esta ruta de comunicación para sobrevivir. Con el tiempo y gracias a la prosperidad del negocio, la Casa Arana abrió otra agencia en Manaos-Brasil. La principal consecuencia de esta penetración y del evidente control de territorio por parte de Arana, fue el cumplimiento indirecto del objetivo político del estado peruano

1. Si bien no se había definido la frontera Colombia-Perú, se consideraba por Colombia el Uti Possidetis Uri de 1810 que incluía a esos territorios como propios. 2. Ciudad en Perú Iquitos, conocida también como Ciudad de Iquitos, es la ciudad capital de la Provincia de Maynas y el Departamento de Loreto

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de ocupar un territorio en disputa. La organización de las estructuras comerciales de la Casa Arana contribuyó a ello de manera significativa, pues “El imperio de Arana con sus secciones o haciendas, cada una a cargo de un gerente, un capataz, de 4 a 35 asistentes y entre 300 y 5000 indios reclutados por la Fuerza”3 ; se extendió rápidamente a lo largo y ancho de los departamentos del Caquetá y el Putumayo, convirtiéndose en una especie de estado ocupante en el que incluso, se administraba justicia de acuerdo con parámetros fijados por la compañía “Eberhard” 4. El devastador cuadro de “esqueletos encadenados que sobrevivían con fariña y agua, detenidos como ejemplo para otros indios que trataran de escapar.”5, era suficiente disuasión para los indígenas esclavizados, a quienes la pena de muerte se aplicaba como máxima sanción y cuyo modo de vida estaba regulado hasta en el más mínimo detalle por la compañía a la que “pertenecían”. Los funcionarios colombianos no ejercían ningún tipo de autoridad, pues ésta en realidad correspondía a los peruanos que la compañía mencionada, designaba en cada una de las secciones en que habían dividido al territorio. A tal punto llegó la falta de presencia de las autoridades colombianas, que los horrores que allí ocurrían fueron denunciados a través de la prensa inglesa y fue el gobierno inglés el que llamó la atención sobre ellos, mientras el colombiano continuaba sin involucrarse. La Casa Arana para ese momento, se había transformado en la ‘Peruvian Amazon Company Limited’ y había abierto una nueva casa matriz en Londres. De ahí que el gobierno inglés interviniera ordenando una averiguación en el terreno sin contar con el gobierno colombiano, probablemente asumiendo que en ese territorio en disputa, era la Casa Arana la que ejercía la soberanía, en nombre del gobierno peruano. Era de tal magnitud la pasividad y desentendimiento del gobierno colombiano, que incluso uno de los más conocidos escritores de este país, José Eustacio Rivera, denundió esa desidia a través de su aclamada novela ‘La Vorágine’, en la que se describían los horrores que se estaban viviendo en esa zona, sin que esto generara reacción alguna por parte del gobierno de Bogotá. La población indígena de esos departamentos fue diezmada de tal manera, que se calcula que de los 30.000 a 40.000 indígenas que vivían en esa zona al inicio de la era de la Casa Arana; solo 8.500 lograron sobrevivir 6. Con el tiempo, las denuncias en Inglaterra y el auge del caucho en varios lugares de Asia, hizo que el comercio de este material en el Amazonas se viniera a menos, hasta que prácticamente desapareció algunos años después. Pero las consecuencias del abandono perdurarán para siempre, pues dejó de existir en gran parte la población indígena de la región, así como sectores de su flora y fauna.

3. Alberto Donadio, La Guerra contra el Perú, Planeta Colombiana Editorial S.A. Bogotá 1995, pp. 19. 4. Nombre de un visitante norteamericano 5. Ibíd., pp. 19. 6. Ibíd., pp.35.

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En el Perú se asumía que la Real Cédula del 15 de Julio de 1802 7, era el tratado de límites vigente y de acuerdo con ésta, el territorio peruano se extendía hasta el río Caquetá mientras que el territorio colombiano iniciaba en la margen derecha de este río, aguas arriba. La Casa Arana actuó así con absoluta confianza y certeza de que se encontraba en territorio de su país. El peruano del común también pensaba así y estaba convencido que a su país le estaba siendo arrebatado el territorio por parte de Colombia y de otros países vecinos. El tema era muy sensible, ya que este país había perdido con Chile, en desarrollo de la Guerra del Pacífico en 1883; parte de su territorio, más exactamente las regiones de Arica y Tacna, aunque esta última había sido devuelta al Perú en 1929. La derrota en esta guerra, y la consecuente pérdida del territorio, habían dejado una honda herida en el corazón de cada peruano, por lo que el fervor nacionalista era muy fuerte. Colombia también había perdido a Panamá como resultado de la irracionalidad de los dirigentes liberales y conservadores, quienes llevaron la ‘Guerra de los Mil Días’ y sus consecuencias hasta esa región, lo que sumado al apoyo que los Estados Unidos, facilitó la separación al naciente estado panameño, cuyo territorio resultaba de estratégica importancia para el país norteamericano, que continuaba con su intención de construir el canal interoceánico a pesar de la negativa del congreso colombiano de apoyar un tratado que era lesivo para el país. Un sentimiento anti-colombiano se había apoderado de los habitantes del istmo, que lo único que habían recibido del inútil gobierno de Bogotá, era el abandono y posteriormente la guerra. Esta contienda bipartidista había sido devastadora para Colombia, al extenderse del 17 de octubre de 1899 hasta el 21 de noviembre de 1901, periodo en el cual se estima que aproximadamente 200.000 colombianos perecieron como consecuencia de ella. Tanto los conservadores que estaban en gobierno, como los liberales que representaban la oposición, se enfrascaron en acciones violentas de todo tipo, que culminaron con la derrota liberal en la batalla de Palonegro-Santander, entre el 11 y 25 de mayo de 1900. Las consecuencias materiales fueron inconmensurables y relegaron al país a la miseria, mientras que las confrontaciones ideológicas tuvieron trascendencia en el tiempo, prolongando la ola de violencia por muchos años. Pese a esos antecedentes, las regiones fronterizas en la región del Amazonas continuaban abandonadas, solamente la Casa Arana hacía presencia efectiva y ejercía como estado. A tal punto había llegado el control que ésta ejercía, que el gobierno peruano la utilizaba como una agencia propia para diferentes menesteres, considerando que lo que aconteciera en esa zona era un asunto interno suyo y que

7. La interpretación del historiador peruano Raúl Porras Barrenechea dice “Por Cédula real de 15 de julio de 1802 se dispuso que la Comandancia General de Mainas, y las misiones ‘establecidas en los ríos que desembocan el Marañón por sus partes setentrional y meridional y el gobierno de Quito dependieran en lo eclesiástico y político del Virreinato de Lima.”

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el caucho que se extraía de la inmensa región selvática, también. Iquitos, la capital amazónica peruana tuvo su auge y desarrollo gracias a esta bonanza, pasando de ser un pueblo sin importancia a un puerto muy moderno para la época. En Colombia, poco a poco el rumor de lo que allí sucedía empezó a crecer hasta llegar a oídos del propio Presidente de la República de aquel entonces, Ramón González Valencia, quien le dio poca importancia al asunto mientras la presión para tomar acciones creció en el congreso y en otros círculos, llegando al punto en que el cónsul de Colombia en Manaos, Santiago Rozo, envió una comunicación al gobierno central pidiendo el envió inmediato de una guarnición militar al Caquetá para que interviniera. Los liberales en el congreso, encabezados por Rafael Uribe Uribe cuestionaron al gobierno, pues las informaciones que llegaban de la región eran alarmantes y se creía que algo como lo sucedido con Panamá podría repetirse.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria Capítulo II La Carrera hacia el Caquetá

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La siguiente administración, en cabeza de Carlos E. Restrepo y su ministro

de relaciones exteriores el futuro presidente Enrique Olaya Herrera, aunque muy lentamente, fue prestando cada vez mayor atención a lo que sucedía en el sur del país, escuchando las diferentes quejas y reclamos no solo del congreso, sino de otras entidades y personas. Un militar colombiano, el General José Isaías Gamboa Diago, impulsado por un sentimiento patriótico, intervino ante el presidente Restrepo pidiendo que se enviaran tropas a la región, pues él también había tenido información sobre la militarización de la franja de territorio situado entre los ríos Putumayo y Caquetá, por parte del gobierno del Perú.

Gamboa proponía la colonización del Caquetá y la región amazónica, así como la protección de los indígenas, los colonos colombianos, la fauna y la flora que estaban siendo arrasadas. El General “Entendía que esa forma de dominio sería de avanzada para impedir que continuara la invasión y para robustecer los derechos de dominio y propiedad.”8 La visión de Gamboa era futurista, pues entendía la necesidad de llevar desarrollo a esa región fronteriza como única forma de preservarla del detrimento al que el gobierno peruano, a través de la casa Arana, había sometido a la región que consideraba propia. Lo que el alto oficial colombiano proponía, era todo un proyecto de colonización incluyendo desmonte, producción agrícola y otras ideas que beneficiaban a esas zonas olvidadas de la selva colombiana. Como veterano de la Guerra de los Mil Días, este militar colombiano tenía una amplia experiencia al servicio del ejército conservador, realizando un destacado papel en algunas de las acciones más notables de esta confrontación. Luego de ésta, y para poder continuar en servicio activo, se vio en la necesidad de realizar en 1907, un curso de aplicación en la recién fundada Escuela Superior, que estaba bajo la dirección del Coronel chileno Díaz. Este curso lo realizó junto a un grupo de Generales y altos oficiales que se encontraban en una situación similar como consecuencia de la reforma militar de 1907, ordenada por el Presidente de la República Rafael Reyes, la cual estableció que todos los oficiales superiores y Generales de la época, debían actualizar sus conocimientos y aprobar un curso especializado sobre arte militar. Del grupo, 40 aprobaron y Gamboa fue uno de los más destacados alumnos, obteniendo las mejores calificaciones.9 Esto lo sacó del anonimato y lo proyectó como uno de los oficiales con mejor preparación y experiencia de su generación.

8. Silvia Mora Sierra, Bases Antropológicas para un estudio integral del corregimiento de La Pedrera, Caquetá, 9. Álvaro Valencia Tovar, periódico el Tiempo, Edición 29 de Julio 2011, Bogotá, pp. 12

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Su excelente rendimiento como alumno-que lo llevó a ocupar el primer puesto de su promoción-, además de la carta que envió al Presidente de la República en la cual detallaba un proyecto coherente para la región, fue seleccionado por el Ministro de Guerra como candidato a comandar la expedición que sería enviada a la Amazonia con el fin de intervenir en esa área lo antes posible. Presentó exámenes de algunas materias como táctica aplicada, servicio práctico, conocimiento de armas, topografía e historia militar, administración y otros, aprobándolos con altas calificaciones y ratificando así que era el más indicado para dirigir tan compleja misión. En ese lugar ya había dos pequeños asentamientos militares colombianos perdidos en medio de la inmensidad de la selva, cuya acción era muy limitada, no solo por las grandes distancias, sino por la absoluta falta de medios para cumplir con la misión de controlar la frontera. Uno estaba sobre las márgenes del río Apaporis, al norte del río Caquetá y en territorio colombiano que no estaba en disputa. Desde allí ejercía su escasa autoridad un grupo muy limitado de guardias de aduana denominados ‘gendarmes’. En realidad su actividad era prácticamente simbólica, pero era la presencia de estado cerca de la frontera con Brasil. El segundo asentamiento sí estaba en el área en disputa sobre el río Caquetá, pero era simplemente un abierto aguas abajo, a mano derecha sobre este afluente. Este fundo, llamado Puerto Córdoba, había sido organizado por un ciudadano colombiano: Félix Mejía, quien era natural del departamento de Antioquia y había logrado despejar un sector de la selva para iniciar la siembra de productos agrícolas básicos, con lo cual logró dar vida a tan agreste región. Algunos indígenas se habían aproximado al fundo con la esperanza de intercambiar productos con don Félix y mejorar sus condiciones de vida. La única vía de transporte era la fluvial, que por lo general se recorría en canoa hasta La Pedrera, en un trayecto que dependiendo de las condiciones del río y la habilidad del boga, podía oscilar entre cinco y siete horas aguas abajo, en dirección hacia el Brasil. Había trochas que cruzaban la selva en diferentes sentidos, pero para utilizarlas era necesario tener prácticos o rumberos que las conocieran a la perfección, las travesías tomaban días y era necesario ir preparado para ello. Gamboa pidió una fuerza de 500 hombres, un buque de guerra y fondos suficientes para sostener esta fuerza durante un periodo prolongado, pues preveía que su labor sería ardua y difícil, por lo que necesitaría todo el apoyo posible. Pese a ello, y como casi siempre en estos casos; la trascendencia de la misión no fue entendida por el gobierno nacional, que además carecía de mayores recursos, por lo que solamente se autorizó el envió de una pequeña fuerza, dando la orden para que en Barranquilla-por donde la expedición debía obligatoriamente pasar en su ruta al Amazonas-le suministrarán

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fondos para cuatro meses y con la promesa de que posteriormente serían reforzados con elementos de guerra suficientes y con el crucero Cartagena, que en realidad era un cañonero fluvial que en ese momento se encontraba en reparaciones en una de las islas del Caribe. Finalmente, el grupo enviado constó de 100 efectivos, conformado por 76 gendarmes, ocho oficiales, tres sargentos primeros, seis sargentos segundos, cuatro cabos primeros, y tres cabos segundos. Los gendarmes no eran exactamente soldados-si bien varios de ellos lo habían sido-, más bien eran individuos contratados directamente de la vida civil y asimilados al servicio nacional, con poco entrenamiento militar, pues su función era más administrativa que bélica, siendo utilizados entre otras labores, para el control de las fronteras en las denominadas aduanas o controles. Los oficiales del grupo eran: los Generales Isaías Gamboa y Miguel Antonio Acosta, el Capitán Manuel Rengifo, los Tenientes Julio Duque y Luis Forero Román, los subtenientes ayudantes de los Generales, Antonio Mejía y Demetrio Reyes Barrera. Dado lo malsano de la región, también se incluyó un pequeño contingente sanitario integrado por el médico Domingo Irurita y el practicante José Vicente Garcés, hijo de un conocido médico bogotano.10 El gobierno nacional vio en esta expedición una oportunidad para enmendar en algo su falta de diligencia en la averiguación y esclarecimiento de lo sucedido con los indígenas durante la época de la Casa Arana. También envió una comisión judicial presidida por el ya mencionado General Acosta, que debería adelantar las diligencias necesarias. En el fondo, ésta se convirtió en su principal misión, lo que explica la falta de equipo militar, pues cada individuo solamente llevaba su fusil, un máuser de repetición, la dotación de munición y su reserva. Los gendarmes que habían sido contratados recientemente, carecían de dos elementos muy importantes: instrucción militar y disciplina. El General Gamboa había presentado un programa de colonización de la región, lo cual demostraba que tenía algún conocimiento sobre el área, por lo que se le encomendaron algunas tareas en ese sentido. El primer paso era fundar una colonia agrícola e iniciar la siembra de cultivos de pan coger, de tal manera que su producción fuera suficiente para inicialmente abastecer las necesidades locales y posteriormente, poder enviar a otras regiones del país. Para ello debía apoyarse en la colonia de Puerto Córdoba, pero primero debió ganar la confianza de esa comunidad, dando protección a indígenas y colonos, atrayendo a los primeros con actos de buena voluntad, “cumpliendo con todo lo que les ofreciera haciéndoles ver que el gobierno se preocupaba por ellos”.11 Por otra parte, debía determinar el calado requerido por las embarcaciones fluviales que navegarían con dirección a La Pedrera a partir de la desembocadura del Caquetá

10. Luis Forero Román ¨La Pedrera relato del combate entre colombianos y peruanos en 1911¨ editorial Bolívar Bogotá 1928 pág. 31 11. Luis Forero Román Óp. Cit, pag108.

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en el Amazonas, mediante la determinación de algunas variables como profundidad, velocidad de la corriente, etc. Igualmente debía recolectar la mayor información posible sobre las actividades tanto de las Fuerzas Militares peruanas, como de la Casa Arana en territorio colombiano, determinando localización, efectivos, rutinas y otros datos de relevancia. Se prestó especial atención al río Cahuinari, pues a través de éste se establecía comunicación con el Amazonas, razón por la cual esa vía podría ser utilizada para movilizar refuerzos desde territorio peruano. Otra de las actividades ordenadas, se relacionaba con la adecuación de trochas y caminos en coordinación con los indígenas, realizando los levantamientos topográficos requeridos. Ello debía complementarse con el estudio de las hoyas hidrográficas basándose también en levantamientos topográficos que permitieran determinar los datos necesarios para ampliar el conocimiento de sus características y rutas. En términos generales, a Gamboa se le pedía proteger población y territorio, establecer colonias agrícolas productivas, integrar los indígenas a la vida nacional, desarrollar infraestructura local de comunicaciones y transporte, desarrollar actividades de inteligencia sobre la presencia peruana en territorio colombiano y realizar trabajos de investigación sobre las hoyas hidrográficas de la región. Como puede observarse, su fuerza era desde todo punto de vista insuficiente y débil para cumplir con tan importantes responsabilidades, más si tiene en cuenta que iba a quedar completamente aislada de cualquier posibilidad de apoyo o refuerzo. El General Gamboa había sido habilitado como gobernador civil y militar, mientras el General Valencia como jefe jurídico de esa inmensa región. En realidad quien tenía el mando directo de los gendarmes era el Capitán Rengifo, pues los Generales cumplían funciones más políticas que militares. La oposición política representada por el partido liberal en cabeza de Rafael Uribe Uribe, criticó lo precario de las condiciones en las cuales fueron enviados Gamboa y sus hombres a la zona fronteriza, y dada la debilidad de esa fuerza, pronosticó “un desastre militar de consecuencias imprevisibles”. El gobierno en boca de Olaya Herrera “contraataca y acusa a Uribe de ser enemigo de la patria y de buscar dividendos políticos con sus absurdas ofensivas”. Forzado por esa presión, el Ministro de Guerra, General Ospina Vásquez, decidió enviar un refuerzo posterior al mando del General Neira, el cual debía llevar dos piezas de artillería y cien soldados apoyados por la cañonera Cartagena, una vez Gamboa estuviera establecido en la aduana situada en la región del río Caquetá. Se estableció así un plazo de 100 días para el envío de la segunda expedición.

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La expedición salió de Bogotá el 10 de diciembre de 1910 hacia la costa atlántica, pasando por Honda y de allí a bordo del vapor Hércules12-de destacada actuación durante la guerra civil de los Mil Días- hasta Barranquilla, el 17 de diciembre. En esta ciudad le fue suministrado un mínimo de recursos y muy poco dinero para sufragar los gastos dentro del límite de cuatro meses, el precario apoyo se debió a que quienes debían suministrarlo, no habían sido debidamente notificados por el gobierno central, tanto así que el Gobernador del Atlántico no sabía de la llegada de los hombres de Gamboa. Por esta razón, hubo una demora hasta el 4 de enero de 1911, luego de la cual salió de Puerto Colombia-Atlántico, rumbo a San Thomas en el Caribe. Allí hubo un incidente con las autoridades Danesas (en esa época la isla pertenecía a Dinamarca), que no permitieron el desembarco de los fusiles y la munición de los gendarmes, viéndose obligados a permanecer en la bahía a bordo de una lancha, hasta cuando fueron transferidos al vapor Bolivia, que transportó a los expedicionarios hasta Barbados, donde se realizaron las últimas compras de víveres, elementos de carpintería y de sanidad. La travesía de los viajeros continuó luego a Belén del Para a bordo del vapor Huwer. Al llegar a este punto, siguieron a Manaos y luego Tefe, en territorio brasilero.13 Este fue un recorrido de varios miles de kilómetros llenos de riesgos. Dadas las difíciles condiciones logísticas de Gamboa y sus hombres, estos riesgos terminaron por concretarse en el contagio del General Acosta, el Coronel Herrera y seis hombres más con beri beri y la temida fiebre amarilla, quienes luego de permanecer en esta localidad, desafortunadamente murieron. Gamboa y sus hombres arribaron a La Pedrera el 11 de abril de 1911. El trayecto recorrido fue superior a 4.000 km., algo realmente asombroso dada la precariedad de los medios disponibles y de que se prolongó por casi cinco meses, en medio de grandes trabajos, privaciones y condiciones sanitarias extremas. Durante el recorrido, y en territorio brasilero, se presentaron dos acontecimientos importantes. El primero fue la falta de transporte fluvial, ya que no había disponibles embarcaciones adecuadas para transportar la pequeña fuerza colombiana hasta La Pedrera, razón por la cual debieron permanecer en ese puerto de 34 días. El segundo fue la solicitud hecha por Perú a Brasil para lograr un permiso de ese país que les permitiera el tránsito de una fuerza armada por el río Caquetá, lo que significaba que podría presentarse una confrontación entre las dos fuerzas. Ante esta perspectiva, Gamboa solicitó nuevamente al gobierno de Bogotá el envió de un número importante de efectivos como refuerzo, así como de armas de artillería y víveres. Realizado lo anterior, continúo hacia La Pedrera.

12. El vapor Hércules había tomado parte en la batalla fluvial de los Obispos cerca de Gamarra el 28 de octubre de 1899 en la cual hundió los vapores artillados con que el ejército liberal había pretendido dominar el rio Magdalena. 13. Información tomada por la autora del libro “ La Pedrera relato del combate entre colombianos y peruanos en 1911” por Luis Forero Román

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Casi simultáneamente, en el Perú el presidente Leguía también ordenaba el envío de tropas a la región amazónica, al tener noticia de la llegada de las tropas colombianas a La Pedrera. Paradójicamente Leguía años más tarde sería el promotor del tratado Salomón-Lozano que reconocía la soberanía colombiana sobre el trapecio amazónico, y que sería una de las causas de su derrocamiento por parte del General Sánchez Cerro en 1930. El gobierno peruano consideraba que la aduana colombiana ubicada desde hacía unos meses en Puerto Córdoba, muy cerca de La Pedrera sobre el río Caquetá y el envío de la expedición del General Gamboa, eran una afrenta a la soberanía nacional, pues asumía que el tratado Larrea-Gual de 1829 -que reconocía los mismos límites existentes en 1809 entre los virreinatos del Perú y Nueva Granada-, así como el tratado Tanco Argaez- Porras -que determinaba que la orilla derecha aguas abajo del río Caquetá era Peruano- estaban vigentes(En realidad este último tratado únicamente postergaba la cuestión limítrofe con Colombia hasta tanto el Perú solucionara sus diferencias con el Ecuador). Como consecuencia, el gobierno peruano ordenó el envío de un batallón de infantería a La Pedrera, con el fin de hacer respetar lo que se consideraba territorio nacional suyo. La unidad seleccionada fue el Batallón de Infantería Nº 9 de guarnición en Chiclayo, en la lejana costa peruana. Esta unidad estaba comandada por el Teniente Coronel Oscar R. Benavides, oficial que posteriormente fue presidente provisional del Perú en dos ocasiones: entre 1914 y 1915, y entre 1935 y 1939 14. También le fue conferido el grado honorario de Gran Mariscal por el congreso de ese país en 1940. Al igual que la tropa comandada por el General Gamboa en Colombia, este contingente tuvo que recorrer un gran trayecto para llegar a La Pedrera. En un periodo de 45 días, este batallón recorrió aproximadamente 2.000 km y pasó por Cajamarca, Chachapoyas, Moyobamba y Balsa Puerto a través de terreno accidentado, difícil y desconocido. En las cabeceras del río Huallaga obtuvo embarcaciones pequeñas como canoas con a bordo de las cuales llegó a Iquitos, sobre el río Amazonas. En este puerto recibió el apoyo de la cañonera América y de tres embarcaciones de transporte artilladas: Loreto, Estefita15 y Tarapoto. Una vez reorganizada su unidad, siguió hacia La Pedrera llegando frente a la posición colombiana el 10 de Julio de 1911. El Batallón Nº 9 de infantería peruana contaba con 500 efectivos, pero aparentemente se había reducido a 370. Sin embargo, al contar con el apoyo del cañonero América, aún tenían una ventaja considerable, ya que esta unidad fluvial contaba con dos piezas de artillería de 37 mm. y una dotación de 100 marineros, lo cual elevaba nuevamente la cifra de combatientes a casi 500. Su segundo comandante era el Mayor Manuel Ramírez Hurtado y el jefe de operaciones, el Mayor Pablo Rossel.

14. Luego del asesinato del Presidente Sánchez Cerro en 1934 asumió provisionalmente la presidencia de la Republica y negocio un tratado de paz con Colombia para finalizar el denominado conflicto amazónico. 15. En 1932 durante la campaña contra el Perú la lancha Estefita fue tomada por el Ejército de Colombia y utilizada como transporte de tropas para posteriormente luego de finalizadas las hostilidades devuelto a aquella nación.

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La información que tenían sobre los efectivos colombianos estaba un tanto inflada, pues asumían que sumaban 270 combatientes más 100 indios armados con fusiles, expresamente preparados para disparar desde los árboles. La realidad era muy diferente, pues las tropas de Gamboa se reducían a 100 hombres miembros del resguardo de aduana, que no eran propiamente soldados. Además estaban reducidos en municiones y en elementos básicos como víveres y abastecimientos. Como si fuera poco, estaban totalmente aislados, sin comunicación con Bogotá, sin posibilidad de recibir ningún apoyo y sin ningún tipo de movilidad, lo cual implicaba que la posición debía ser muy fuerte en base a fortificaciones para poder resistir un ataque en esas condiciones, pero carecían de elementos básicos para ello. Como consecuencia, la situación de la unidad militar colombiana en La Pedrera era desoladora y su capacidad de combatir, aún en un periodo mínimo; muy deficiente. Ningún indio de la región formaba parte de la pequeña guarnición ni se encontraba armado o en disposición de apoyar a los colombianos, por el contrario, luego de las atrocidades cometidas por la casa Arana, se mostraban reacios al contacto con los blancos. Es así que mientras el Teniente Coronel Benavides comandaba un batallón y tenía a su servicio una pequeña escuadra de embarcaciones fluviales, el General Gamboa, con mayor graduación militar, solamente comandaba un grupo de 100 gendarmes, lo proporcional a una compañía reducida, que normalmente es comandada por un oficial de grado Capitán. La función del General Gamboa no era tanto la de comandar a sus 100 hombres, sino que era más política, teniendo en cuenta que lo planeado era que iniciara un programa de colonización y de desarrollo de la región amazónica, con el propósito de afianzar la soberanía de su país sobre ese inmenso territorio. La idea en definitiva era la organización de una importante colonia agrícola en la región.16 Estando en esta labor de intentar organizar la aduana y de iniciar algún programa de colonización, el General recibió información de que la fuerza peruana se aproximaba por el río Caquetá a La Pedrera, por ello decidió asumir personalmente el comando de la pequeña fuerza comandada por el Capitán Manuel Rengifo. Este fue un acto de valentía del alto oficial, que a partir de ese momento actuó como un soldado de línea sin ningún privilegio y exponiéndose como cualquiera de sus subalternos, a la violencia de una confrontación armada. Hubiera podido fácilmente eludir tal responsabilidad y ocultarse tras las prerrogativas de su grado, limitándose a dar órdenes en su condición de gobernador civil y militar.

16. Luis Forero Román, La Pedrera: Relato del combate entre colombianos y peruanos en el año 1911, Editorial Bolívar, Colombia 1928, pp. 22.

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El General Gabriel Valencia y el Coronel Gentil Quintero, quienes también fueron enviados a participar de las labores de desarrollo y consolidación de la soberanía colombiana, también se incorporaron como dos combatientes más en el momento de la llegada del contingente peruano del Coronel Benavides. La fuerza peruana avanzaba por el río Caquetá. La flotilla estaba compuesta por el ya mencionado cañonero América y las lanchas de transporte Tarapoto, Loreto y Estefita. Estas últimas estaban artilladas con ametralladoras, lo cual les daba un poder de fuego adicional. Su comandante, el Coronel Benavides, era un militar muy bien preparado, que luego de su graduación en la Escuela Militar de su país, había sido destinado a la Brigada de Artillería ‘Dos de Mayo’ y posteriormente había cursado estudios de perfeccionamiento militar en Francia y Alemania, donde permaneció durante cinco años, recibió algunas distinciones y tuvo la oportunidad de observar algunas de las acciones bélicas que se habían desarrollado en esos países. Ahora al mando de su fuerza, progresaba de acuerdo con las condiciones del río. En oportunidades su caudal determinaba la cadencia de marcha de la flotilla, pero Benavides aprovechaba el tiempo en el planeamiento de la manera como atacaría a las tropas colombianas. Sabía que frente a La Pedrera había un raudal del río que dificultaría el desembarco y la posterior maniobra contra la posición de Gamboa, y por ello su prioridad se concentraba en hacer un reconocimiento del terreno. En Bogotá, una vez se recibió el pedido de auxilio del General Gamboa, se ordenó el envió de otra expedición al mando del General Neira, pero dadas las grandes distancias y la dificultad para recorrerlas, no llegó con oportunidad para ejercer ninguna influencia ni participación en las acciones bélicas.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo III La Pedrera, la selva y sus secretos

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Aún en 2015, La Pedrera es un corregimiento olvidado, aislado y sin mayores

posibilidades. Está habitado por algo más de 4.000 personas en el área urbana y cuenta con una pista aérea que permite la llegada y salida de aviones de mediano tamaño, con rutas de conexión a la capital de la República y otras ciudades. Para la época de los acontecimientos, este corregimiento era apenas un claro en medio de la inmensa selva amazónica, en donde confluían algunas de las tribus indígenas de la región. Su ubicación muy cerca de la frontera con Brasil era importante, ya que se constituía en un punto de apoyo para la navegación sobre el río Caquetá y era el último lugar colombiano habitado, justo antes de entrar a territorio brasileño y alcanzar el municipio de Villa Betancur, que a su vez era la primera población de ese país sobre el río Caquetá desde Colombia. Este inmenso río tiene un recorrido aproximado de 2.900 km, de los cuales la gran parte transcurren dentro del territorio colombiano, recibiendo importantes afluentes como el Yarí, el Caguán -conocidos por la existencia de laboratorios de cocaína en sus márgenes a partir de 1990, así como de campamentos centrales de las Farc-, el Cahuinari y el Miritiparana –los cuales fueron utilizados por las tropas colombianas y peruanas en desarrollo de la campaña de 1932-. La hoya hidrográfica del Caguán está cubierta por una selva que se extiende sin límite en todas direcciones, dentro de una extensión de más de 250.000 km2. La temperatura es elevada, con promedio entre 28 y 31 centígrados aumentados por una alta humedad. La época de lluvias -normalmente en marzo y noviembre- produce inundaciones en sus orillas, invadiendo algunas de las escasas áreas cultivadas en sus márgenes, dentro de un fenómeno conocido en la región como “las conejeras”. A su paso por la población de Araracuara, forma una serie de rápidos dentro del denominado ‘Cañón del Diablo’ que constituyen una verdadera maravilla de la naturaleza, un espectáculo impresionante en donde las aguas turbulentas del río rugen con furia intimidante. Más adelante se incorpora otro de sus afluentes importantes: el Apaporis. Su recorrido continúa frente a La Pedrera -donde también forma rápidos que serán mencionados en el presente relato-, para llegar luego a territorio brasilero donde su nombre cambia al de ‘Río Negro’, encontrándose inicialmente a Villa Betancur, en donde “nace el Brasil”.

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Sus aguas son turbias de color amarillento oscuro, su corriente es fuerte en oportunidades superior a 5 m/s, sus orillas están separadas por distancias que pueden llegar a 300 mts, aunque como es lógico, en aquellos lugares donde existen rápidos, la distancia se reduce considerablemente y la corriente toma en ocasiones tal fuerza, que impide la navegación al dividir el curso del río en sectores en los cuales no es posible el tránsito de ningún tipo de embarcación. Las características comunes de toda la región amazónica, hacen que el clima sea malsano y se presenten enfermedades tales como paludismo, leishmaniasis, disentería, fiebre amarilla y otras que si no son detectadas y tratadas a tiempo, pueden causar graves daños al cuerpo humano e incluso llevarlo a la muerte. En el caso de los sobrevivientes, quedan secuelas que pueden ser permanentes. Si los recursos médicos con los cuales se pueden contrarrestar estas enfermedades son precarios, como en el caso de la expedición del General Gamboa; estas enfermedades avanzan y deterioran a quien las padece de manera rápida y letal. Ejemplo de ello no son solamente las pérdidas humanas del grupo del General colombiano, también lo es el batallón del Teniente Coronel Benavides, que también fue diezmado por estos males. La Pedrera producía exclusivamente -y aún lo hace- agricultura básica, en especial yuca y plátano, que constituyeron la base de la alimentación de los indígenas y lugareños junto a otros productos de este tipo. El pescado era otra de las principales fuentes de alimentación de los habitantes de esa región, donde la gambitana y el pirarucu17 eran muy apreciados, particularmente el segundo, que es considerado como el pez de agua dulce más largo del planeta y es exclusivo de las regiones amazónicas. La leyenda dice que por alguna causa, este pez no evolucionó y por eso su forma es alargada como la de ciertas especies prehistóricas. Más tarde la extracción de madera se convirtió en otra forma de vida. Últimamente la presencia de narcotraficantes ha degradado la pureza de algunos de los ríos de la región con el vertimiento en sus cuencas, de químicos y sustancias empeladas para refinar la pasta de coca, en especial mercurio que ha afectado considerablemente la flora fluvial. Los pescadores utilizaban sus frágiles canoas con gran habilidad, constituyéndose en la principal forma de navegación del área, aunque existían pequeños vapores que efectuaban recorridos entre La Pedrera y Villa Betancur, e inclusio más adentro en territorio brasilero, como el vapor Purús, que regularmente enlazaba a La Pedrera con las poblaciones situadas río abajo, con itinerarios fijados por la compañía brasilera que era su dueña. El calado del río permitía la presencia de embarcaciones de algún tonelaje, en particular más abajo de los rápidos de La Pedrera, constituyéndose en la esperanza de los aislados habitantes de esta inmensa región selvática, para comunicarse con el mundo exterior. 17. Ambos peces tiene un tamaño superior al de la mayoría de los que se obtienen en la región por lo cual son consideraos como peces muy aptos para la alimentación de las familias de la región.

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El aislamiento de la región era total, teniendo en cuenta que no existían -como no existen aún- poblaciones colombianas cercanas con las cuales se pudiera comunicar. Aguas arriba solo se encontraban pequeños abiertos habitados por indígenas de la región y esporádicamente por colonos venidos de otras regiones de Colombia. Florencia, actual capital del departamento del Caquetá fundada en 1902 por un monje capuchino; se encuentra muy alejada y los rápidos existentes no permiten la navegación hasta allí. Leticia, que más tarde sería designada capital departamental, aun no poseía esa categoría en ese momento, era solamente un conjunto de ranchos cuya importancia radicaba en un puerto que servía de apoyo a los navegantes del Amazonas y está situada a más de 360 km de La Pedrera en línea recta, lo que implica que si se utilizan los diferentes ríos para intentar comunicarse a través de la navegación, esa distancia se incrementaría considerablemente. De esta manera, la Pedrera se encontraba totalmente aislada del resto de ciudades o poblaciones de Colombia, por lo que para el transporte de personas o mercancías, era más práctico descender por el río Caquetá hasta alcanzar el límite internacional con el Brasil, donde recibe el nombre de Yamura, y continuar hasta la población de Tefe para llegar al río Amazonas, luego descender a buscar su desembocadura, y continuar la navegación por el Atlántico bordeando la costa hasta el Caribe y aproximarse a Bocas de Ceniza, la desembocadura del río Magdalena para seguir por él hasta el interior de Colombia normalmente a Honda y de allí vía terrestre a Bogotá. Este viaje tomaba más de un mes dependiendo de diferentes condiciones y factores que en oportunidades obligaban a prolongarlo haciendo el trayecto mucho más largo y requiriendo un mayor número de recursos. Para la época en que sucedieron los hechos aun la aviación no había sido inventada y por ende la navegación fluvial era el medio de transporte utilizado en todos los casos. Brasil desde ese punto de vista tenía una importancia política y estratégica inmensa pues cualquier embarcación que ingresara a su territorio para continuar aguas arriba hacia La Pedrera aún bajo la forma de tráfico más inocente requería de permiso previo del gobierno de ese país que se reservaba el derecho de negarlo en caso de que fuera inconveniente para sus intereses, aunque durante esta campaña le fue concedido por igual a colombianos y peruanos. Estos últimos debían recorrer un trayecto más corto pues a partir de Iquitos navegaban por el río Amazonas hasta la ciudad de Tefe en donde continuaban hasta La Pedrera. Los indígenas que habitaban el Amazonas pertenecían a 26 etnias diferentes y cada una tenía su propia su propia cultura que incluía lengua y sistemas de vida que eran muy primitivos, pero basados en agricultura básica y caza. En oportunidades estas comunidades se entendían e inclusive realizaban trueques y actividades similares

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aunque la guerra entre ellos también era una constante. La etnia de los Huitotos era la prevaleciente. El corregimiento de La Pedrera no tenía este título -que adquirió en 1935-, limitándose a un papel muy marginal dentro de la vida nacional aparte de que precisamente el río Caquetá, constituía el límite del área en disputa entre los dos países vecinos. Por ello si se tomaba aguas abajo desde el punto de vista peruano, este límite llegaba a la margen derecha pues se tomaba como válida la bula de 1802 que anexaba para efectos religiosos esa parte de la geografía amazónica. Por el contrario, en Colombia el límite no se consideraba ni siquiera sobre las márgenes del río Caquetá sino muchos kilómetros más al sur sobre la margen izquierda aguas abajo del río Napo, pues ese era exactamente el límite entre los países en el momento de la independencia de España. Generaciones de jóvenes colombianos y peruanos habían crecido acostumbrados a ver los límites de su país mucho más amplios y de ahí que en el Perú la idea de que el Caquetá era peruano, era algo natural. En su libro “los ríos de la Amazonia Peruana estudio histórico, geográfico, militar de la Amazonia Peruana y de su porvenir en el desarrollo del Perú”, el Capitán de Navío Guillermo Fagua dice: “intimando la desocupación de la margen peruana en el plazo de dos horas”18 refiriéndose a la proclama enviada por el Teniente Coronel Benavides al General Gamboa, en la cual se puede apreciar cómo en el Perú se entendía que la margen derecha aguas abajo del río Caquetá era Peruana. Por su parte en Colombia, en un artículo de la época (1904) del “Nuevo Tiempo” esta publicación denunció cómo se habían efectuado en el año anterior inmensas exportaciones de caucho provenientes de las plantaciones colombianas del Putumayo y el Caquetá por la casa Arana del Perú, sin permiso del gobierno y sin que a la nación colombiana se le diera ningún beneficio.19 Pese a la manera teórica como se disputaba el territorio, en la práctica ninguna de las dos naciones había materializado su preocupación en el terreno y La Pedrera continuaba abandonada y sin esperanza. De hecho era uno de tantos puntos desconocidos y marginados que constituyen la inmensa región de la Amazonia y solamente la Casa Arana hacía presencia más al sur, en el área donde el departamento del Caquetá limita con el Putumayo, pero expandiendo su alcance de manera paulatina, tal como lo denunció el Nuevo Tiempo. La Pedrera propiamente es una elevación rocosa de algo menos de 15 mts de altura sobre la margen derecha aguas abajo sobre el río Caquetá. En ese punto hay una curva de este río con una muy pequeña planicie en esa época anegadiza y cubierta por la maleza, pero hoy en día lugar en donde se encuentra el área urbana. El ancho del 18.Tomada de A cien años del combate de La Pedrera, En la calle Julio 2011, Fernando Montalván http://escuchalacalle.blogspot.com/2011/07/cien-anos-del-combate-de-la-pedrera-10.html consultado Agosto /23 2015. 19.Credencial Historia, Las Guerras con el Perú, Revista Credencia Historia, Edición 191, Noviembre de 2005, Bogotá, pp.23

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río allí es considerable y por ello la aproximación es únicamente en materia de conocer el sentido de la corriente y actuar en consecuencia, pues en oportunidades y por diferentes factores como el nivel de las aguas, puede cambiar y tomar una dirección diferente desorientando al operador de alguna embarcación que se aproxime. Si esto se logra, la llegada es relativamente fácil y los pasajeros pueden desembarcar tranquilamente y acceder a la pequeña planicie. Más adelante y en dirección hacia la elevación rocosa, se encuentra un caño conocido como Las Toninas, con todas las características de las vías acuáticas de la Amazonia. Sus aguas no son estáticas, por el contrario es fácil apreciar la intensidad de su corriente, que lo hace difícil de pasar, así como se evidencia una profundidad que sobrepasa los 4 mts y quizás más en algunos sectores. El caño Toninas separa la pequeña planicie de la elevación rocosa de tal manera que esta ejerce un buen grado de control sobre aquella. En los alrededores la selva cubre el resto del área considerada llegando hasta el propio río. En 1911 la pequeña planicie no estaba totalmente despejada y aún existía vegetación pues el área abierta era mucho menor. Los lugareños afirman que en oportunidades se ven delfines rosados o toninas que suben por el río Caquetá provenientes del Amazonas y en recorridos que se inician en el océano Atlántico y permanecen en el caño cerca a la pequeña planicie de La Pedrera dándole su nombre. También se afirma que sus aguas están infestadas por las temibles pirañas. Sin embargo, ninguna de ellas es la característica más importante de esta localidad. Lo que realmente la diferencia es la existencia de un rápido o raudal que se forma frente a la pequeña planicie y divide el curso del río Caquetá. Este raudal comprime las aguas del río entre el cerro denominado Yupati aguas abajo a margen izquierda y el caserío cortado por rocas filosas y de algún tamaño que hacen que la corriente sea muy fuerte y existan desniveles en su superficie haciéndolo muy difícil para la navegación. Muy pocos navegantes se han atrevido a desafiar su furia y se dice que muchas personas han perecido en el intento. Este raudal también está lleno de leyendas que lo relacionan con tradiciones de los indígenas. El cerro Yupati ha sido considerado como un lugar sagrado por los indígenas de la región y es también fuente de leyendas y relatos que varían con cada comunidad. Su altura aproximada es de 340 mts. El acceso a su cima es difícil por lo escarpado de algunos sectores. Desde allí se puede observar a la distancia el puerto brasilero de Villa Betancur, así como la trayectoria del río que se pierde serpenteando en medio de la selva hasta donde la vista alcanza a percibir en los días del verano del trópico, en otros términos, la estación seca. Por el contrario cuando llueve, en medio del invierno o estación lluviosa, con frecuencia se encuentra cubierto por la niebla a partir de determinada altura obstruyendo la visibilidad. El cerro Yupatí se junta con las turbulentas aguas del Caquetá conformando orillas resbaladizas y en algunos

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sectores escabrosos. Todo ello contribuye para que la navegación se restrinja y solo sea posible hasta el caserío ubicado antes del raudal. Este raudal recibe el nombre de Córdoba y todo el conjunto forma parte del denominado Parque Natural del río Puré, decretado a partir de 2005. La región también es rica en fauna. Uno de los participantes de la expedición Colombiana quizás sorprendido por la gran cantidad de aves que libremente surcaban los aires de la Amazonia escribió “Entre las ramas, millares de aves preciosas de canto dulce y melodioso cubiertos con los más bellos y raros plumajes entre las cuales resaltan las garzas rosadas, blancas y morenas, el faisán, las gaviotas, el colibrí, los loros de varias clases, y el cóndor y el águila como aves gigantescas”.20 Pero no solo este tipo de animales se podían encontrar. Quizás el más emblemático de ellos, era y es el mono, denominado “mico” en muchas regiones de Colombia. Vive en lo alto de las copas de los árboles, en comunidades o manadas que se desplazan alegremente saltando de un lugar a otro con sus crías que se aferran a las madres mientras adquieren la habilidad de sus mayores para saltar de manera ágil en busca de las ramas del siguiente árbol. Algunos son de pequeño tamaño como los tanquies, chinchicos y leones, aunque hay otros más corpulentos como los “churucos.” Infortunadamente algunas tribus los cazan pues forman parte de la gama de alimentos tradicionales de esa región, utilizando para ello sus flechas y dardos. Al detectar la aproximación de algún ser humano, se alteran y emiten sonidos de rechazo aumentando sus movimientos y saltos y por lo general huyendo en dirección contraria. Otros mamíferos de mayor tamaño como los “marranos de monte” o báquiros -en oportunidades también llamados jabalíes-, las dantas o tapir americano, y los jaguares también forman parte del panorama animal en vecindades de La Pedrera y también son piezas de cacería muy apreciadas por los indígenas, pues como en el caso anterior, forman parte importante de su dieta alimenticia. Aunque son animales salvajes, y en ocasiones se les denomina “fieras” se intimidan fácilmente por el ruido y la presencia humana, huyendo de manera muy veloz cuando la perciben. Ocasionalmente pueden atacar cazadores aislados pero ello no es muy común. Las serpientes también forman parte de este panorama y representan un peligro mayor para los humanos que las denominadas “fieras”. Algunas son de mayor tamaño como las boas, que tratan de asfixiar y estrangular a sus presas luego de enrollarse en alguna de las partes de su cuerpo. Sin embargo, las más peligrosas son las venenosas, de menor tamaño, más difíciles de detectar pero mortales al atacar con su veneno los nervios o la sangre de los humanos. Aunque no hay estadísticas oficiales, el número de expedicionarios atacados por serpientes tanto colombianos como peruanos, parece haber sido relativamente bajo pues en los reportes oficiales de ambos bandos poco

20. Luis Forero Román, óp. cit, pp. 8.

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se dice al respecto. Sin embargo el solo hecho de pensar que el área es rica en este tipo de ofidios es altamente intimidante. Aunque en la época de los hechos no se consideró importante y no formó parte de las causas del conflicto, es importante mencionar que la región en general es rica en yacimientos de oro. En algunos sectores se encuentran terrenos auríferos, minas de este metal en filones o aluviones sueltos o comprimidos con otros metales preciosos. Sin embargo el factor distancia es un condicionante muy importante, pues la ausencia de cualquier tipo de infraestructura hace extremadamente difícil la explotación, transporte y comercialización de este metal precioso. En 1911, las condiciones eran aún más difíciles y extremas aparte que la explotación del caucho resulto ser más rentable y práctica. Se decía en la época que algunos ríos como el propio Caquetá, el Cahuinari, San Miguel y Sabaletas, al igual que otros de menor caudal como el Mandioca; eran depósitos de oro que solamente eran explotados en pequeñas cantidades precisamente por las dificultades de la región, y por el hecho de que el oro se encuentra en sus corrientes. Desde el punto de vista militar, La Pedrera tenía valor en dos niveles. Por una parte su control u ocupación materializaba el cumplimiento del objetivo estratégico inmediatamente derivado del objetivo político, de mantener o de establecer la soberanía nacional colombiana o peruana. En ese sentido, los términos eran perentorios y no había atenuantes en ninguno de los bandos. Por otra parte, dada la ubicación de ese lugar en medio de tan aislada región, controlarlo brindaba una indudable ventaja a quien lo lograra, pues de hecho establecía dominio como punto de apoyo sobre toda el área y era sin duda la base de la comunicación con el Brasil algo de extrema importancia. Tácticamente ofrecía algunas ventajas al defensor, pues la posición presentaba características especiales que permitían el establecimiento de un punto fuerte con capacidad defensiva. Pero por otra parte, para adquirir tal categoría, requería de una adecuación del terreno mediante la construcción de posiciones defensivas muy sólidas con capacidad de resistir el fuego de la artillería fluvial. Sin embrago, si ello se lograba, era también necesario poseer grandes recursos de todo tipo para poder sostener la posición por un periodo muy prolongado, pues las posibilidades de refuerzo eran remotas. Otra variable a considerar eran las condiciones de salubridad, pues el ambiente de la selva en 1911 era aún extremadamente malsano y propicio para la propagación de epidemias y la adquisición de enfermedades tropicales. La medicina aún no se había desarrollado lo suficiente y no existían antibióticos, vacunas adecuadas, ni tratamientos eficientes para enfermedades tropicales de tal manera que quien adquiría una enfermedad bajo estas circunstancias, tenía pocas posibilidades de sobrevivir. La suma de estas variables determinaba la calidad de la posición defensiva y si se evalúan objetivamente, se puede concluir que la situación no era ideal para la defensa.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo IV Las Reformas Militares

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l Teniente Coronel Benavides había planificado su maniobra con base a los elementos que tenía de fuego y de maniobra. La preparación que había recibido en su propio país y en Europa le daba confianza en cómo desarrollar la acción. En primer lugar la artillería de la América era su gran ventaja y el elemento que él pensaba que en definitiva, le daría la victoria que se materializaría con el desembarco de batallón de infantería en el lugar y el momento oportuno. La táctica utilizada en estos casos demandaba una estrecha coordinación entre los dos elementos que tenía disponibles: el poder de fuego suministrado por la artillería de la cañonera América y las ametralladoras de las demás embarcaciones y la maniobra que su batallón estaba en condiciones de efectuar. Benavides era el producto de una nueva generación militar peruana que había surgido luego de la desastrosa guerra del Pacífico contra Chile entre 1879 y 1883. La participación del Ejército Peruano en esa contienda había sido valerosa y en las batallas en que estuvo presente, sus efectivos dieron lo máximo de sí hasta el último momento. Pero algunos factores más de orden político que militar, habían contribuido a que el resultado en casi todas ellas fuera negativo. Especialmente en las batallas de Chorrillos y Miraflores, definitivas en la defensa y posterior caída de Lima, se observó improvisación y falta de recursos y dirección política, que en el terreno se tradujeron en una evidente impotencia para frenar el avance chileno bajo el mando del General Baquedano. En especial en Miraflores esto fue evidente. Ese lugar se constituía en la última línea de defensa antes de Lima. Si se perdía, la capital peruana estaría irreversiblemente perdida y podría ser ocupada por el Ejército chileno. Para llevar a cabo esta defensa, se reorganizó el ejército regular que el día anterior había sido derrotado en la batalla de Chorrillos y se aumentó con ciudadanos movilizados de la propia capital. Sin duda la proximidad del ejército chileno hacia surgir un inmenso sentido nacional y patriótico. La defensa con base a esta fuerza híbrida se organizó en 10 reductos que cubrían una línea que protegía el acceso a la capital peruana. Los defensores, en especial los civiles movilizados, estaban plenos de entusiasmo y ansiosos de defender su ciudad aunque armados con los elementos mínimos para ello. Sin embargo, el General Baquedano dispuso el ataque de tal manera que logró penetrar la línea de reductos impidiendo su apoyo mutuo y capacidad de refuerzo, haciendo colapsar el dispositivo. Una vez esto sucedió, Lima quedó indefensa y el gobierno peruano tuvo que capitular. El presidente del país, Nicolás de Piérola, tuvo que abandonar la ciudad y en definitiva ésta fue ocupada por el ejército chileno, ocupación que se mantuvo desde el 17 de diciembre de 1881 hasta el 23 de octubre de 1883. En la sierra peruana, el General Andrés Avelino Cáceres condujo una sostenida campaña de guerrillas y aunque inicialmente fue exitoso finalmente tuvo que capitular.

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Esta dolorosa derrota llevó a los peruanos a hacer profundas transformaciones políticas y militares. El ejército chileno había demostrado estar muy bien organizado, equipado y logísticamente apoyado. Estos tres factores habían sido definitivos y ahora en el Perú se intentaba asimilarlos para lograr una reforma que aumentara su capacidad bélica con miras a futuros conflictos. Además la doctrina militar peruana era obsoleta para esos días, pues no había evolucionado de acuerdo con el transcurrir de los tiempos. La dirección política del estado peruano, luego de una guerra civil que siguió a la guerra del Pacífico, entendió que era necesario poseer un ejército listo para actuar desde tiempos de paz, si bien el estamento militar continuó involucrado en tareas de conducción del estado que lo distraían de su labor castrense. Varios elementos eran necesarios y uno de ellos era contar con el poder militar adecuado desde las épocas de paz para cuando fuera necesario. Para ello se contrató en tiempos del Presidente Piérola, una misión militar francesa bajo el mando del Capitán Paul Clement en 1896, quien a su llegada a Lima fue nombrado Coronel del ejército de ese país y puso énfasis en la instrucción de oficiales y miembros de tropa, así como en la organización de una escuela militar en el barrio de Chorrillos para preparar oficiales verdaderamente profesionales que reemplazaran los “que sin formación militar ni previa podían incorporarse al selecto grupo de oficiales como una recompensa por el apoyo militar al caudillo gobernante o al victorioso en una revolución,”21 y posteriormente el establecimiento de una escuela superior de guerra para la complementación al nivel estratégico además de la reorganizaron los cuerpos de tropa con el establecimiento del servicio militar obligatorio. Adicionalmente se expidió una ley de Situación Militar que prohibía que los oficiales pudieran ser destituidos por razones políticas. En 1894 se organizó el estado mayor general (en realidad fue producto del Coronel alemán Carlos Pauli). De esta manera se corrigió uno de los grandes problemas detectados durante la guerra del Pacífico, en la cual se nombraban y destituían oficiales por razones políticas perjudicando la conducción de las operaciones. Se promulgó también un código de justicia penal militar inspirado en el francés y orientado a mejorar el comportamiento de los miembros de la institución castrense. En el fondo, la reforma tenía un propósito muy definido: la consolidación del concepto auténtico de democracia en el Perú a través de la total despolitización de la fuerza armada, para así colocarla como un elemento subordinado al estado, al contrario de lo que estaba sucediendo, dada la constante intervención del estamento militar en el manejo y control del estado. Junto a los Coroneles Eduardo Dogny y Claudio Perrot -también franceses-, trabajaron intensamente sobre la mente de las nuevas generaciones en la Escuela Militar de

21. David Víctor Velásquez Silva. La reforma militar y el gobierno de Nicolás Piérola. El Ejército moderno y la construcción del estado peruano. Universidad de San Marcos Lima Perú 2003 pp.186

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Chorrillos, buscando inculcar el respeto al orden constitucional y a las instituciones republicanas. Consideraban los oficiales galos que un buen ejército era el reflejo de un buen estado. El modelo de ejército adoptado fue el territorial, mediante el cual las diferentes unidades militares son enviadas a regiones del territorio nacional para cubrirlo dentro de un esquema descentralizado pero bajo un mando unificado y centralizado supervisado por el Estado Mayor. De esta manera se garantiza la seguridad de cada una de las regiones y el mando central está enterado de todo lo que sucede. Así el territorio peruano empezó a ser cubierto por reparticiones militares más modernas y con mejores medios. Durante la guerra el Pacífico, quizás éste había sido uno de los aspectos que más había influido en contra, pues tanto la organización territorial de las tropas como el mando, no eran claros y se habían prestado para confusiones en momentos definitivos de esa sangrienta contienda. En 1904 también se invitó a una misión naval francesa para que reformara la Marina de Guerra del Perú. En la Guerra del Pacífico pese a una evidente inferioridad técnica, había tenido una destacadísima actuación impidiendo que la armada chilena actuara libremente sobre las costas peruanas, pero la muerte del Almirante Miguel Grau y la pérdida de su nave insignia el Huáscar en la batalla de Angamos permitieron a Chile hacerse con el dominio del mar, aspecto que fue determinante en el resultado final de la contienda. Para reforzar la flota se adquirieron a Francia los submarinos ‘Teniente Palacios’ y ‘Teniente Ferre’ -los primeros en Suramérica-, así como el caza torpedero Teniente Rodríguez y la cañonera fluvial América, que tuvo luego una importante actuación al mando del Teniente Coronel Benavides en La Pedrera. La Marina de Guerra del Perú fue equipada con un moderno Sistema de radio comunicación, algo así mismo nuevo en la región. Para complementar se adquirió el crucero acorazado Almirante Grau, que en definitiva nunca llego a las costas peruanas. Aun así la marina del Guerra del Perú se constituyó en la más moderna de Suramérica condición que ha tratado de mantener a lo largo de los años. La marina de guerra no solo se fortaleció para labores en el mar sino que se enfocó también en el control de los ríos, muy particularmente en la Amazonia. Además de la ya mencionada cañonera América, se unieron naves de transporte con el propósito de proyectar la fuerza militar sobre todos aquellos lugares, en especial sobre la cuenca del Amazonas en donde aún había fronteras sin definir y posibilidad de conflicto. Iquitos, por su situación sobre los ríos Nanay, Itaya y en especial el Amazonas, se constituyó en una base ideal para la marina peruana, desde la cual podían operar cómodamente en el control del territorio de ese país operando por líneas interiores.

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Sin duda el modelo francés fue adoptado en un momento crítico de la vida del ejército peruano. Luego de tantos infortunios, se logró renovar la moral de las tropas a la vez que se profesionalizó y tecnificó a los oficiales y suboficiales. El mando institucional fue mejor preparado y culturizado a través de los cursos en la Escuela Superior de Guerra y especialmente se logró, si bien temporalmente, establecer la subordinación militar al poder civil y estabilizar el concepto de estado y de gobierno, logrando de alguna manera mitigar los efectos de la derrota de la guerra del pacífico. El Teniente Coronel Benavides se había beneficiado de dicha reforma, pues aunque había ascendido a subteniente en la Escuela Militar peruana en 1894, las transformaciones realizadas por los franceses le habían tomado en sus años formativos como oficial y había sido influenciado por ellas. Como es lógico, sus conocimientos básicos eran sólidos y posteriormente había tenido la oportunidad de viajar a Europa, en donde para esa época la conducción militar se había transformado en una ciencia y ya no dependía exclusivamente de valerosos conductores militares surgidos de entre las mismas tropas. Benavides, como consecuencia, poseía ideas tácticas avanzadas y modernas, y entendía a la perfección su papel como comandante militar, además de manejar criterios operativos claros y modernos obtenidos en sus estudios y observación del ambiente militar en Europa. Por ello la responsabilidad que le había sido confiada de comandar el Batallón de infantería Nº 9 en Chiclayo, era de por sí muy grande. De ahí que su designación para comandar la acción en contra de las tropas colombianas en La Pedrera, era absolutamente racional pues se trataba de una misión que requería un líder con verdadero talento, coraje y conocimientos tácticos. En realidad lo que se conformó bajo su comando fue una unidad conjunta con elementos de la Marina de Guerra y del Ejército del Perú, concepto que bajo los nuevos parámetros era innovador, ya que por lo general estas dos fuerzas habían operado en paralelo pero pocas veces bajo un solo mando. Benavides, más que un comandante de batallón era el comandante de una unidad conjunta. Con ella, más su importante bagaje de conocimientos militares, marchó hacia La Pedrera. Por su parte, la reducida unidad militar colombiana destacada en La Pedrera formaba parte de un ejército que también había pasado por un proceso similar, si bien carecía de elementos bélicos de la calidad de los que poseían las tropas Peruanas. A diferencia de aquel país, Colombia no había tenido una guerra con ninguno de sus vecinos, por el contrario había tenido dos experiencias igualmente traumáticas, la denominada guerra de los Mil Días y la separación de Panamá el 3 de noviembre de 1903 como consecuencia de una serie de errores, falta de visión y torpeza del

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gobierno colombiano, además de una actitud pusilánime y con falta de entereza. Este acontecimiento se venía gestando desde años atrás a través del abandono de Panamá y la ausencia de una verdadera autoridad central que regulara la vida en esa provincia. La Guerra de los Mil Días devastó al istmo. En su territorio, en menos de dos años hubo más de setenta combates entre liberales y conservadores, así como acciones que afectaron notoriamente a la población civil. Tal sería el abandono al estaban sometidos los panameños, que el batallón allí destacado, en un momento dado dejó de recibir los dineros con qué cancelar sus obligaciones, entre ellas el pago a sus soldados. Todo ello colmó la paciencia de sus habitantes, quienes complotando con los Estados Unidos declararon su independencia el 03 de noviembre de 1903. No hubo ningún tipo de enfrentamiento con Colombia, el batallón que debía garantizar la soberanía en el istmo no solamente no lo hizo, sino que se plegó al movimiento independentista encabezado por su comandante Esteban Huertas, y el batallón que fue enviado para tratar de controlar la situación no tuvo ningún tipo de actuación, al quedar aislado de sus jefes naturales que fueron apresados por los revolucionarios con la complicidad de funcionarios norteamericanos que controlaban el ferrocarril entre Colón y la ciudad de Panamá. Como es apenas lógico, había quedado una gran sensación de frustración y amargura en el pueblo colombiano que esperaba algún tipo de reivindicación. La Guerra de los Mil Días también fue un evento más que catastrófico. El enfrentamiento visceral entre conservadores y liberales llevó a Colombia a uno de los capítulos más negros de su historia, con un saldo según diferentes autores; de aproximadamente 200.000 muertos. La batalla decisiva denominada ‘Palonegro’, cerca de Bucaramanga, -en donde en definitiva se impusieron los conservadores luego de una terrible luchase extendió por 15 días y produjo algo más de 5.000 muertos. Los daños causados a la infraestructura nacional fueron incalculables e hicieron que se retrocediera en materia de desarrollo, de tal manera que el nuevo siglo fue recibido en medio de una situación angustiosa y de una gran pobreza, en especial en las regiones rurales de Colombia, pues la producción del café fue afectada en varias regiones. Los Generales que comandaron las tropas en ambos bandos eran producto, en algunos casos, de las guerras civiles de años anteriores, en donde habían iniciado su servicio militar a edades tan cortas como los 13 años, sirviendo como tambores etc. En otros eran alumnos de la Escuela de Ingeniería Civil y Militar que dirigida por los franceses había funcionado en Bogotá22. Era angustioso ver a antiguos compañeros de curso ahora enfrentados en bandos que se oponían.23

22. Francisco Duque Ramírez, Diario del Coronel, Fondo Editorial ITM, Medellín, 2010, pp.24. 23. Francisco duque Ramírez, op. cit, pp. 25

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El General Isaías Gamboa pertenecía al primer grupo. Se había formado al calor de las guerras civiles y había sido un combatiente destacado. En la última de ellas -la de los Mil Días- también sirvió con el ejército conservador y se destacó en algunas de las acciones. Finalizada ésta, en 1907 bajo la presidencia del General Rafael Reyes, al igual que en el Perú, se llevó a cabo una reforma militar. La reforma militar en Colombia tuvo una orientación muy similar a la que se le dio en el Perú, dado el grado de politización a que habían estado sometidos los miembros del ejército durante el interminable proceso de las guerras civiles y en particular la última de ellas. Se contrataron misiones chilenas a partir de 1907, pero luego de algún tiempo fueron retiradas por divergencias con el ministerio de Guerra. Las misiones chilenas estuvieron compuestas por destacados oficiales de ese país, como los Capitanes Pedro Charpin Rival, Diego Guillén Santana, Arturo Ahumada Bascuñan y algunos otros. En 1923 se contrató una misión militar suiza que entre otras actividades, organizó las primeras brigadas bajo el mando del Coronel Hans Juchler (en español pronunciado Chuler) combinado las unidades de infantería, caballería y artillería disponibles en las diferentes reparticiones militares. El propósito inicial de la reforma, como ya se dijo, fue apartar a la fuerza militar de la contienda política, pues ésta se había fraccionado entre liberales y conservadores y como consecuencia, la disciplina se había visto afectada. Durante la guerra, como en todo conflicto de esta naturaleza, la necesidad de aumentar los efectivos de los ejércitos había hecho que se reclutara masiva e indiscriminadamente, lo que creó la necesidad de mandos que dirigieran estos grupos, y esto a su vez obligó a que fueran incorporados como oficiales personas influyentes localmente, ya fuera por su fortuna personal o por su orientación ideológica, pero sin formación militar y muchas veces fanatizados en uno o en otro sentido. De ahí que una de las primeras acciones fue la fundación de una Escuela Militar de Cadetes que disciplinara, unificara la doctrina y formara dentro de los valores y virtudes militares a sus alumnos. Ello fue complementado con la organización de una Escuela Superior de Guerra, que habría de encargarse de introducir los oficiales a la conducción estratégica y a los niveles más altos de la ciencia militar dentro de los parámetros de un estado democrático con adecuada división de poderes y subordinación de la fuerza militar. Se brindó la oportunidad a los oficiales que habían participado en la Guerra de los Mil Días de ser parte de un proceso de actualización de conocimientos y tecnificación de su profesión, que a su vez se tornó en un evento obligatorio para poder continuar en servicio activo. Sin ese requisito tampoco se podría aspirar ascender a un nuevo grado. Como es apenas lógico, ello produjo algunas reacciones de los veteranos, algunos de

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ellos protagonistas de actos de valor en las mencionadas contiendas, que preferían su experiencia en los campos de batalla a las enseñanzas que se suministraban en los patios y aulas de la Escuela y como consecuencia inmediata, quienes no estuvieron dispuestos a seguir el curso fueron retirados de las filas del Ejército luego de haber sido compensados con sumas de dinero muy pequeñas. Isaías Gamboa fue uno de los que optó por tecnificarse y complementar los conocimientos prácticos que ya tenía. De hecho, en el momento de calificar su desempeño académico, fue evaluado como uno de los alumnos más destacados y de mejor rendimiento. La reforma militar colombiana también se enfocó en aspectos organizativos. Durante la Guerra civil, el Ejército había adoptado un sistema divisionario muy frágil dependiente más del número de efectivos y de la conveniencia política que de una lógica organizativa. Por ello durante la reforma, el Ejército fue estructurado en cinco divisiones, cada una de ellas ubicada dentro de zonas militares definidas para así garantizar unidad de mando y un mejor control operativo. Cada comandante de división recibió tropas mejor organizadas y entrenadas al mando de cuadros más profesionales. De hecho la nefasta actuación del batallón destacado en Panamá durante la independencia de ese país, se debió en buena parte a la falta de control jerárquico, pues su comandante no estaba encuadrado dentro de una línea de mando claramente definida y de ahí su ambigüedad en el momento de tomar decisiones. Buscando mayor equilibrio en las maniobras estratégicas de las divisiones, se organizó inicialmente una batería modelo de artillería y posteriormente el batallón modelo de la misma arma, en reemplazo del antiguo batallón de esta especialidad que participó en la batalla de Palonegro 24, para así reorganizar las demás unidades de artillería buscando que fueran ágiles, con buen poder de fuego y fáciles de transportar por sus divisiones. Igual procedimiento se realizó con la infantería, a la cual también se le organizó un batallón modelo, muy similar a los batallones chilenos que habían participado en la guerra del Pacífico. Con base a esas unidades, fueron posteriormente organizadas otras unidades de esas especialidades. También se organizó la Armada Nacional con base a la Escuela Naval Nacional en la ciudad de Cartagena. Se quería tener una fuerza naval adecuada, pero en definitiva estos esfuerzos no fructificaron y las escasas naves, en particular cañoneras, continuaron siendo comandadas por oficiales del Ejército25. Éstas en realidad eran embarcaciones fluviales dedicadas al control de aduanas y otras labores que poco tenían que ver con la actividad bélica. La única de ellas que poseía un cañón de 37mm era la Cartagena, pero en el momento de las acciones se encontraba en reparaciones

24. Henrique Arboleda Cortes, Palonegro, Imprenta Nacional Bogotá, 1900, pp.104. 25. Durante la guerra civil de los Mil Días hubo algunas acciones navales y fluviales y en ellas las naves participantes fueron comandadas por oficiales del ejército. Entre las acciones fluviales la más destacada fue el combate de los Obispos cerca de Gamarra el 24 de Octubre de 1899.

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en una de las islas del Caribe y por esa razón no tuvo ninguna participación en los sucesos de 1911. Pese a la reforma militar, el Ejército de Colombia siguió careciendo de elementos bélicos de calidad, de una estructura administrativa más ágil y de un estado mayor más eficiente y funcional. El ministerio de Guerra siguió en manos de oficiales generales en servicio activo y el esquema administrativo de esta dependencia continuó demostrando la necesidad de una reforma aún más profunda en este sentido. Se puede entonces apreciar que cuando las fuerzas colombianas y peruanas chocaron en La Pedrera en 1911, se enfrentaban ejércitos que recientemente habían sido reformados, reorganizados y reequipados de acuerdo con la capacidad y el interés de cada país, destacándose en este sentido el Perú, que había desarrollado mayor actividad y mayor inversión. Desde otro punto de vista puede decirse que se enfrentaron en pequeña escala dos escuelas de pensamiento militar opuestas en Europa: la escuela francesa representada por el ejército peruano y la escuela alemana, interpretada por los chilenos en el caso de Colombia. La primera caracterizada por la maniobra napoleónica y la segunda por la disciplina de los prusianos.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo V Las fuerzas se preparan

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Mientras Benavides se aproximaba con su fuerza conjunta recorriendo diversas

regiones del Perú para poder llegar a los Andes, tomar las cabeceras del río Huallaga, descender hacia Iquitos y de este lugar a La Pedrera; Gamboa había tomado muy en serio su misión. Tan pronto arribó a La Pedrera apreció que este lugar era más conveniente que Puerto Córdoba para ubicar la futura colonia agrícola y potencial polo de desarrollo. Ordenó entonces ampliar el abierto con el fin de poder construir una maloca para ubicar inicialmente a sus efectivos. Luego de manera metódica inició una serie de trabajos de acuerdo con las órdenes recibidas en Bogotá. Su primera actividad fue realizar un reconocimiento muy detallado de los alrededores de La Pedrera desde dos puntos de vista. Primero desde el punto de vista militar, con miras al establecimiento de un dispositivo de defensa pues ya tenía información de que el batallón Peruano apoyado por cañoneras se aproximaba. Rápidamente entendió que estaría aislado sin posibilidad de recibir ayuda y por ello tendría que hacer máximo uso en su favor, de las características del terreno. Por lo general la historia había demostrado que en este tipo de situación en definitiva se enfrentaban la fuerza de voluntad de ambos contendientes, pues si bien quien ataca tiene algunas ventajas, el tiempo de resistencia del atacado puede empezar a corroer las fuerzas de su adversario. Pero por otra parte quien se defiende con tan pocos recursos y en manifiesta inferioridad como Gamboa, puede ser doblegado por ataques masivos apoyados por fuego concentrado de artillería. De ahí que eligió una defensa en línea con alguna profundidad en el sector de la planicie que da contra el río en donde estaba ubicado el puerto. Este era un sitio obvio para una maniobra de desembarco. Por ello delegó al Capitán Manuel Rengifo para que con 25 gendarmes provistos de machetes, picas y otros elementos de ese tipo, construyeran la primera línea de defensa sobre el mencionado puerto para rechazar desde el primer momento cualquier intento de desembarco de los hombres de Benavides. Haciendo un gran esfuerzo, pues para una empresa de tal trascendencia se requiere equipo de mayor capacidad que simples machetes y picas, logró establecer una línea de posiciones de tirador de pie, con protección en todo sentido incluyendo la cabeza, no solo contra el fuego enemigo sino contra los elementos de la naturaleza. Esta posición permitía a los defensores moverse ágilmente a lo largo de ella en ambos sentidos disparando a cubierta de la observación y el tiro de quienes

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pretendieran desembarcar. Se podría decir que su ubicación era casi que ideal y sería muy difícil poder superarla aún con el apoyo de los cañones y ametralladoras de las naves Peruanas. Sin embargo, fue la naturaleza la que impido que pudiera ser utilizada por las tropas colombianas. Luego de un fuerte y prolongado temporal propio de las regiones selváticas, el río Caquetá presentó una “conejera” que inundó sus orillas arrastrando con la fuerza que le caracteriza, todo elemento que encontró. Así, la corriente terminó con la posición del Capitán Rengifo y sus hombres, dejando a La Pedrera nuevamente sin protección frontal. Fue una pérdida importante y obligó a que el concepto de defensa fuera replanteado, perdiendo su profundidad, limitándolo a un dispositivo lineal a lo largo de la orilla del río y con sus flancos anclados sobre el río Caquetá y la quebrada las Toninas. Pero Gamboa tenía una idea más amplia. Otro grupo de gendarmes al mando del Subteniente Severo Martínez, fue encargado de derribar montaña y ampliar el terreno en donde se colocarían las futuras cementeras. Para ello era necesario designar cuidadosamente líneas de derribo de árboles, con el fin de solo hacerlo con aquellos con los que esta acción era absolutamente necesaria y así evitar una depredación dañina. Luego, de acuerdo con las tradiciones campesinas, debían quemar para así de manera rústica, limpiar la maleza resultante de las talas y más tarde proceder a sembrar las semillas. El proyecto inicialmente era reducido pero la idea era ampliarlo paulatinamente a otras regiones del Caquetá. Inicialmente se sembró maíz, frijoles, caña y plátano. El abierto tenía forma rectangular y una extensión de trescientos por cien metros. Fue tal el empeño que se puso en esta labor, que en menos de tres meses estuvo lista y se empezó a cultivar en ella. En realidad en medio de un ambiente tan hostil era casi que una proeza lograr esos resultados. Si el ataque Peruano no se hubiera presentado en tan corto lapso de tiempo, esta huerta hubiera logrado producir los frutos esperados. Infortunadamente no fue así y el hambre fue uno de los aspectos que más afectó a los gendarmes colombianos. Los productos de la huerta de Don Félix en Puerto Córdoba estaban a más de 7 horas de distancia, y adicionalmente los medios de transporte eran muy precarios, por lo que no se pudo contar con ellos oportunamente. De todas maneras la energía y actividad de Gamboa fueron unos de los principales factores en el desarrollo de esta actividad. Tratando de que en caso necesario, el contingente no quedara aislado, el General también ordenó construir una trocha que comunicara a La Pedrera con Nariño, un punto de referencia sobre la margen opuesta sobre el río Caquetá muy cerca de la frontera con Brasil. Aunque la trocha tenía solo algunos kilómetros de extensión, su construcción era un trabajo verdaderamente agotador y por ende el ritmo de trabajo era muy lento en medio de la altísima temperatura, las nubes de zancudos y la falta de

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mejores herramientas. A pesar de todo el trabajo pudo ser realizado dentro de términos de tiempo aceptables, de tal manera que cuando fue necesario utilizarla, estaba lista. La trocha no solo permitía el desplazamiento de los gendarmes, sino que ampliaba en algo la escasa movilidad de los habitantes de la región, permitiéndoles llegar hasta la frontera con el Brasil por otra vía diferente a las que tradicionalmente habían utilizado. El General Gamboa estaba haciendo buen uso del tiempo disponible. Había ordenado la preparación de la defensa de La Pedrera, de una huerta que supliría sus necesidades alimenticias -aunque los tiempos mínimos de cultivo de los productos aún no se cumplían-, y se había adelantado al movimiento Peruano al ordenar la construcción de una trocha que en caso necesario, sería utilizada por los gendarmes colombianos cuando la posición no pudiera resistir el asedio. Las enfermedades tropicales ya habían empezado a mermar la salud de los hombres de Gamboa. Algunos permanecían en el improvisado hospital que se había construido en el abierto y allí el médico Domingo Irurita y su asistente Vicente Garcés, junto con el practicante Eugenio Londoño; atendían de la mejor manera posible al creciente número de enfermos que ya afectaba los efectivos disponibles para los diferentes trabajos. La disentería fue uno de los principales enemigos de la guarnición Colombiana. Es producida por amebas que contienen varios microorganismos en esencia protozoos que producen síntomas como diarrea sanguinolenta, deshidratación y otros. Hace que se inflame el intestino y se presenten dolores abdominales. Se adquiere al consumir agua o alimentos contaminados con quistes de ameba. Aparte de estas características, puede pasar a la sangre y producir enfermedad en el corazón, el pulmón o el cerebro, llegando a producir la muerte de tal manera que dentro de este tipo de enfermedad tropical, es la tercera productora de muerte.26 Por esa razón habían fallecido el General Castro y los otros miembros de la unidad del General Gamboa durante su paso por Tefe (Brasil). Ya en La Pedrera, la afectación era numerosa, aumentada por la debilidad en que se encontraba parte de la tropa debido a la falta de mejor y más abundante alimentación. A esta altura de la situación, el propio General Gamboa empezó a tener síntomas de esta enfermedad. Pese a ello, ordenó la continuación de los trabajos que tenía planeados aparte de los ya descritos. Para complementar la trocha y adecuarla mejor, ordenó la construcción de puentes improvisados sobre los caños que la cruzaban. Responsabilizó de ello al Sargento Primero Cesar C. López, que debía utilizar materiales del área para ello. El número de cursos de agua era considerable, pero aun así utilizando flotadores que habían traído con otro propósito, el abnegado Sargento López cumplió de manera eficiente con tan delicada misión, de tal manera que el tiempo de recorrido por la trocha hasta Nariño, se redujo de manera importante, algo que sería definitivo más adelante, una vez se produjera el ataque de las tropas peruanas. 26. Tomada de www.hola.com/salud/disenteria amebiana/ de internet consultada 09 sept. 2015.

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Simultáneamente dispuso la construcción de una mejor instalación que sirviera como sede permanente a la aduana en La Pedrera que permitiera alguna comodidad a los gendarmes y a la vez facilitara el control que se debía realizar sobre las embarcaciones provenientes del Brasil. Quizás fue uno de los trabajos más duros, pues implicaba el aserrío y adecuación de la madera necesaria con una gran precisión para que los tablones de las paredes, por ejemplo, encajaran perfectamente y así poder colocar el techo de tal manera que los protegiera de la lluvia y el sol. Sin perder tiempo ordenó la elaboración de un mobiliario rústico que incluyó asientos, mesas, camas o camarotes y similares, buscando brindar un mínimo de comodidad a sus hombres. Como es lógico, y pese a la realización de esos trabajos, la posible incursión de las tropas Peruanas continuaba siendo su prioridad. De ninguna manera quería que hubiera una sorpresa y con frecuencia ordenaba reconocimientos en diferentes direcciones. Una de las que más le preocupaba era la ruta que provenía del río Cahuinari. La razón era que sus cabeceras no están muy lejos de las guarniciones Peruanas situadas sobre el río Putumayo, y en un momento dado era posible que el movimiento que hacía Benavides por el río Caquetá, fuera complementado por una fuerza terrestre que tomara esa vía y llegara a la desembocadura de este río en el Caquetá, entre Puerto Córdoba y La Pedrera, envolviendo por completo a la guarnición Colombiana al tomarla por la espalda. Destacó al Coronel Gentil Quintero y a 10 gendarmes a cumplir con esta misión. Alarmados por una posible incursión peruana que ellos creían contribuiría a la expansión de la temida casa Arana a sus propiedades, algunos de los colonos se ofrecieron para guiar al grupo a través de la selva. Don Félix Mejía, el dueño del fundo en Puerto Córdoba, fue uno de los primeros en presentarse. Con él lo hicieron otros colonos como Felipe Cabrera, que llevó un grupo de 11 indígenas27 que trabajaban con él y que también estaban temerosos de la llegada de la casa Arana. Quizás a ello se debía la información que recibieron los miembros del ejército peruano en el sentido de que había 100 indígenas armados de fusiles y parapetados en los árboles, listos para disparar en su contra. En realidad los 11 indígenas no tenían fusiles como tampoco ningún tipo de arma de fuego, pues utilizaban sus elementos tradicionales como el arco y las flechas. El Coronel Quintero fue instruido por Gamboa para revisar cuidadosamente las márgenes del río, llegar hasta su cabecera, reconocerla y determinar si había o no presencia de miembros del ejército peruano. En caso de ser así debía regresar inmediatamente y dar aviso al jefe de la expedición colombiana. Si por el contrario, no encontraba señales de esta presencia, debía establecerse en una posición defensiva en la boca del Cahuinari y cerca de allí construir una maloca

27. Luis Forero Román, op. cit. pp.40

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para alojar a más de 80 hombres, pues Gamboa pensaba que si le era enviado el refuerzo desde Bogotá, debía destacar al menos una compañía a ese lugar y así definitivamente asegurar su retaguardia. Quintero recibió algunos víveres que debían durarle hasta el mes de junio y marchó a cumplir la orden de su superior. Luego de explorar el río Cahuinari logró establecer la no presencia de unidades peruanas, por lo que, siguiendo las instrucciones recibidas ocupó la desembocadura del río y estableció la posición defensiva. Adicionalmente, envió a los indígenas aguas abajo hacia el río para buscar rastros de presencia de tropas peruanas. Estos indígenas se internaron aún más en la selva, y luego de un recorrido de 10 días regresaron informando que no habían encontrado ningún indicio sobre la presencia de seres humanos en esa región. Informado el General Gamboa, ordenó su regreso a La Pedrera, en tanto que los señores Duque y Mejía regresaban a sus tierras en Puerto Córdoba. El regreso del Coronel Quintero fue providencial, pues casi coincidió con dos hechos importantes, uno era que la mayoría de los hombres de Gamboa estaban enfermos, en muy malas condiciones y ya prácticamente no había efectivos suficientes para la seguridad y funcionamiento de la posición colombiana. El segundo fue la llegada de la tropa de Benavides a La Pedrera con su flotilla en disposición de ataque contra los menguados colombianos. Sigilosamente, Benavides se había ido acercando a La Pedrera. Tomó todas las medidas pertinentes para garantizar que su llegada fuera sorpresiva y que la presencia de su flotilla amedrantara a las tropas Colombianas. Su convoy ocupaba más de 2 km y sin duda ello era impresionante en el río Caquetá, por cuyas aguas solo se deslizaban canoas y pequeños vapores. Cada una de las naves de la Armada Peruana desplazaba entre 250 y 300 toneladas, algo que en la navegación fluvial es importante. Además las fumarolas de las calderas de sus naves oscurecían el cielo y causaban impresión asustando las bandadas de garzas y aves que en general habitaban el área y que no estaban acostumbrados a tal despliegue de ruido y humo. El convoy estaba encabezado por la cañonera América, recientemente incorporada a la armada peruana procedente de Inglaterra, en donde había sido construida bajo especificaciones que le permitían adaptarse al ambiente amazónico y había llegado al país en 1906 siendo una de las más modernas en el mundo. Su tripulación había sido igualmente entrenada para tal fin, pues durante dos años se había dedicado a explorar los ríos Marañón, Napo y Cururay, levantando planos, determinando latitudes efectuando apuntes sobre la región amazónica. El Teniente Manuel Clavero Murga

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había sido designado como comandante de la unidad en diciembre de 1909 y había participado de estas actividades por el cual tenía un conocimiento detallado de las características de su buque en especial de la caldera que era la clave para la navegación así como de todos y cada uno de los miembros de su tripulación. Clavero había egresado de la nueva escuela naval del Perú en febrero de 1902 y ya como oficial había servido en la escuela naval, donde había sido profesor de hidrografía y maniobra para posteriormente ser trasladado al buque de transporte Iquitos que sería utilizado en la instrucción de los cadetes, dadas las malas condiciones en que se encontraba el Pontón Perú, que era en donde habitualmente hacían sus prácticas marineras.28 Pese a las buenas intenciones de la reforma, aun persistían inconsistencias como estas en las fuerzas peruanas. Ya en la América, Clavero continuó con reconocimientos por el río Putumayo, explorando los ríos Igara-Paraná y Cara-Paraná para verificar presencia de tropas colombianas. Era en esos ríos en que la casa Arana había establecido una de sus más importantes sedes, en la localidad de la Chorrera. Allí los indígenas eran explotados inmisericordemente y el esclarecimiento de estos hechos era la misión que llevaba el General Valencia quien tenía la idea de desplazarse a este lugar para establecer la realidad. A pesar del cuidado de Clavero, la sorpresa no fue total. Por una parte ya se sabía que la expedición peruana estaba en camino hacia La Pedrera y que su llegada solo era cuestión de tiempo. Además no había ni sorpresa estratégica ni táctica y la presencia peruana se daba como un hecho. El plan Peruano comprendía varias etapas. En primer lugar el movimiento desde Chiclayo hasta Iquitos. A diferencia del recorrido realizado por Gamboa, Benavides se desplazó en todo momento a través de territorio Peruano y no tuvo que depender de permisos de autoridades extranjeras o navegar por el océano en barcos de otras nacionalidades contratados. A lo largo de su movimiento fue apoyado por sus coterráneos y no tuvo mayores tropiezos salvo el inmenso esfuerzo que un desplazamiento de tal magnitud representa, iniciando al nivel del mar, ascendiendo a lo alto de la sierra peruana y luego descendiendo por caminos y trochas en muy malas condiciones hacia las cabeceras de los ríos principales de la Amazonia. Chiclayo está situado a la orilla del Pacífico, a 13 km de la propia playa y con una temperatura promedio entre 18 y 28 grados centígrados. Su siguiente destino Cajamarca está a 2.750 mts de altura sobre el nivel del mar y su clima agradable entre 7 y 21 grados centígrados ya sobre la cordillera los Andes. Chachapoyas 2.235. Esta fue la máxima altura alcanzada por Benavides y su tropa, pues a partir de allí inició su descenso hacia la selva amazónica, primero de manera suave hasta

28. Liceo Naval Capitán de Corbeta Manuel Clavero, nota publicada julio 13 de 2012.

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alcanzar Chachapoyas a 2.235 mts. sobre el nivel del mar y luego más abruptamente a Moyobamba a 860 mts de altura. En muchos trayectos de este recorrido no existían caminos o al menos trochas y la expedición Peruana tuvo que abrirse paso de manera penosa, en oportunidades utilizando machetes. Luego de algunos días se continuó el descenso hacia Balsa Puerto ya en el Alto Amazonas, a solo 250 mts sobre el nivel del mar. Allí la selva se extendía en todo sentido y las aguas corrían en dirección a la vertiente del Amazonas a través de los ríos Ucayali y Marañón. La tropa Peruana tomó las riveras del Huallaga hasta el Puerto de Yurimaguas. Allí el río permite la navegación de pequeñas embarcaciones, lo cual fue aprovechado por los extenuados soldados que luego de cruzar los Andes utilizaron lanchas y canoas para continuar su viaje aguas abajo, hasta llegar a Iquitos ya muy cerca de la frontera con Colombia. Pese a lo difícil del recorrido, a diferencia y de lo sucedido con la expedición Colombiana, no se presentaron bajas por enfermedad y la tropa llegó en mejor estado de salud sin sufrir epidemias o enfermedades tropicales, algo que cambiaría más adelante una vez se establecieran en la selva. Desde el punto de vista estratégico, este movimiento se hizo por medio de líneas interiores, es decir partiendo de una base de operaciones propia para avanzar a través de su territorio y luego de alcanzado el objetivo, desplegarse para el combate. Se considera que esta es una situación ideal para iniciar un ataque. Sin embargo, en este caso la enorme distancia con relación a la base de operaciones más cercana durante el cruce de los Andes, hacía que la situación no fuera tan ideal aunque luego ya sobre el río Huallaga y posteriormente el Caquetá, sí permitía alguna ventaja, pues la autonomía de las cuatro embarcaciones era un gran apoyo para la infantería, que no sufría desgaste y se le facilitaba abastecerse en los pueblos situados sobre las riveras de los ríos por los cuales transcurría su desplazamiento. Una vez realizado el movimiento inicial, seguía la segunda fase, la de aproximación hacia La Pedrera, que debía reunir algunas características. Por una parte debía ser rápida y ágil. Las embarcaciones, en especial la nave insignia, tenían que mantener una velocidad adecuada, al mismo tiempo que debía evitar alguna sorpresa que hubieran podido preparar los colombianos, aunque ello era bastante improbable. Era así mismo importante mantener el secreto del desplazamiento hasta cuando fuera posible, algo realmente difícil pues el humo que salía por las chimeneas procedente de las calderas era visible a larga distancia. En oportunidades el movimiento se hacía al amparo de la oscuridad, precisamente para evitar este problema. Por eso el movimiento era lento y en oportunidades difícil. Luego de salir de Iquitos las naves avanzaban aguas abajo y aprovechaban la corriente. A partir de la desembocadura del Caquetá en el Amazonas, se debía seguir en contra de la corriente que en oportunidades era muy

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fuerte. La América en este momento empezó a sufrir retrasos, ya que la frecuencia de los viajes realizados en años anteriores la habían desgastado y “debido a las pésimas condiciones en que se encontraba.”29 Pese a todos los esfuerzos, el mantenimiento no era el mejor y por ello la nave presentaba algunos problemas de funcionamiento que en definitiva fueron superados y el convoy continúo su marcha hacia La Pedrera, en cumplimiento de lo que se denominaba “la expedición reivindicadora del Caquetá”. Días más tarde alcanzó el Avati-Paraná en las bocas del Yapura o Caquetá ya en la región limítrofe que comunica al Brasil, Perú y Colombia. La tercera parte era la aproximación final, una parte crucial. Las naves debían llegar frente a La Pedrera y cubrir los últimos metros de manera ordenada para permitir al batallón desembarcar de manera coherente. El ejército peruano tenía experiencia en este tipo de operación y entendía perfectamente sus principios. La combinación de fuego, desembarco y rapidez eran un prerrequisito. Durante la guerra del Pacífico contra Chile, el Ejército de este país había conducido una operación de este tipo en el sector de Pisagua en el Océano Pacífico, en la cual los chilenos habían cumplido fielmente con estos principios y habían logrado colocar una cabeza de playa pese a la resistencia peruano-boliviana para luego desembarcar a la fuerza principal que terminó ocupando la región el 2 de diciembre de 1879 y permitió el avance hacia el norte. Aunque en una escala mucho menor y en condiciones muy diferentes, el comandante peruano esperaba realizar una maniobra similar que le permitiera de manera muy ágil, cumplir con el objetivo que le había sido impuesto por su gobierno. Benavides contaba con la ayuda de algunos factores de orden psicológico que esperaba que surtieran efecto sobre los colombianos, pues sabía de la debilidad en que se encontraban los hombres de Gamboa, su aislamiento y falta de recursos y confiaba en que desistirían de la idea de defenderse y pactarían algún trato honorable. Esos factores psicológicos a grandes rasgos eran la presencia de cuatro naves encabezadas por la América con sus calderas lanzando humo a todo vapor, que era sin duda una visión intimidante, la artillería de la América con sus dos piezas de 37 mm y las ametralladoras de las demás embarcaciones, que eran también un mensaje muy claro. Finalmente, estaban los términos perentorios con que escribiría una nota al General Gamboa exigiendo que abandonara lo que consideraba territorio peruano, brindándole apoyo con sus propias lanchas para tal fin, con lo que esperaba causar el efecto desmoralizador deseado.

29. Liceo Naval Capitán de Corbeta Manuel Clavero, op. cit.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo VI El inevitable choque

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amboa, consciente de su enorme responsabilidad, pues así el gobierno central lo hubiera enviado en tan precarias condiciones, en su mente de soldado sabía que estaba defendiendo lo que era parte de la soberanía nacional, frente a otro grupo de soldados como él que pensaban exactamente lo mismo con relación al país al que pertenecían. La mejor manera de defender esa soberanía era preparando a sus hombres para el combate, algo que había hecho desde que salió de Bogotá, entrenando a sus hombres y practicando situaciones. Se preocupó en especial por la habilidad de sus hombres en el manejo de las armas “también hizo ejecutar un polígono para el tiro al blanco en donde instruía personalmente la oficialidad y los gendarmes en el dominio de la puntería, de acuerdo con la doctrina establecida en el reglamento de tiro de infantería, usando el tiro de anillos.”30 Luego de un tiempo los esfuerzos del General colombiano fueron recompensados con el alto grado de efectividad de sus hombres como tiradores de fusil “Puso el General especial esmero, hasta que últimamente toda la expedición sabia apuntar con gran precisión en diferentes posiciones y manejaba cada individuo su arma de manera admirable.”31 En desarrollo del combate esa precisión sería evidenciada por las fuerzas peruanas. También se esmeró en instrucción individual y colectiva para el manejo de armas, instrucción teórica, etc. Gamboa no tenía conocimientos técnicos tan profundos como Benavides, pero era un verdadero veterano de guerra y conocía los intríngulis de la profesión. También entendía como soberanía la aplicación de justicia y por ello había ordenado al General Valencia el esclarecimiento de los hechos punibles cometidos por la casa Arana en los departamentos del Putumayo y Caquetá, estableciendo hasta qué punto el gobierno peruano había propiciado tales ilícitos brindando protección a través de miembros de su ejército. Ya había logrado recolectar algunos testimonios de los indígenas a través del Sr. Cabrera, y la investigación avanzaba. En esas actividades se encontraba la expedición colombiana, cuando se tuvo noticia del movimiento de las tropas de Benavides. Inmediatamente el General Gamboa envió dos colonos con esa información a Bogotá. Además informaba sobre las actividades que había desarrollado y pedía un refuerzo urgente en vista las carencias que en todo sentido lo afectaban. Dada la inmensa distancia que los separaba de Bogotá, los emisarios se embarcaron en la lancha Melita para alcanzar inicialmente Tefe en el Brasil, desde donde a través del cónsul enviaron un cable a Bogotá alertando sobre la inminente arribo de la tropa peruana, pidiendo el refuerzo urgente e informando que a su llegada a la capital ampliarían los datos generales sobre la situación. 30. Luis Forero Román op.cit.pp.40 31. Ibíd. pp.40

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Pero luego de la salida de los emisarios las cosas habían llegado al extremo en La Pedrera. El médico, Domingo Irurita atormentado por el elevado número de enfermos que crecía a diario y que ya no tenía capacidad para atender; atemorizado por la inminente llegada de los peruanos, y temiendo ser el próximo enfermo, renunció irrevocablemente y aprovechando la presencia de uno de los vapores que viajaba regularmente a Manaos, abandonó a sus compañeros de expedición, dejándolos en manos del practicante Garcés y condenando a muchos de ellos a morir por falta de atención médica. El General Valencia relató así lo que sucedió: “Día llegó en La Pedrera en que no había quienes cavaran una sepultura de algunos pies de profundidad para enterrar al amigo que acababa de rendir su tributo a la muerte, lejos de los suyos, lejos de todo consuelo.”32… “porque los pocos que aún podían dedicarse a esta penosa labor, estaban también enfermos, desfallecidos, hambreados y carecían físicamente de fuerzas para cumplir con lo que se les ordenaba”.33 Días más tarde, según la misma fuente, se llegó al extremo: “no pudo montarse guardia en el campamento próximo a ser atacado, porque no había personal disponible“34 dentro de los enfermos se encontraba el propio General Gamboa, quien se hallaba en cama aquejado por la fiebre. Más adelante el practicante Garcés también enfermó y la situación se hizo todavía peor, falleciendo sin que se pudiera hacer nada por ellos, Isidro Caro, Cándido Castillo, Cruz Parra y 16 hombres más, en medio de una epidemia de disentería. No alcanzaron a vivir para combatir a las tropas de Benavides y tuvieron que ser enterrados muy cerca de donde se había construido el campamento inicial. En esa situación se encontraba la guarnición colombiana cuando el 10 de Julio, poco antes del mediodía, uno de los pocos gendarmes que estaba en condiciones de realizar labores de vigía, desde un punto avanzado sobre el río, logró detectar el humo de un vapor que navegaba hacia La Pedrera. Minutos más tarde, pudo distinguir perfectamente a una nave que se aproximaba. De acuerdo con los protocolos establecidos para tales casos, dio la alarma mediante un grito: ¡vapor de abajo! Si bien aún éste se encontraba a alguna distancia, su silueta era ya visible y ello era suficiente para que se activaran las actividades establecidas para este tipo de evento. La primera de ellas era izar la bandera nacional en un mástil habilitado para tal fin, con el propósito que quien se aproximara supiera que se aproximaba a un puesto de control colombiano. En segundo lugar los gendarmes que estaban de guardia debían tomar sus armas y ocupar posiciones defensivas. En tercera instancia se utilizaban los binoculares para establecer nacionalidad de la nave que se aproximaba y se le hacían señas para que atracara en el improvisado muelle en donde seria sometida a revisión. Dada la calamitosa situación en que se encontraba la tropa colombiana, solamente fue el General Gamboa, quien se encontraba enfermo en cama con 40 grados de fiebre; quien haciendo un gran esfuerzo se incorporó y tomo los binoculares. En ese

32. Luis Forero Román óp. cit.pp.130 33. Ibid.pp.130 34. Ibid.pp.131

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momento una nueva voz de alarma del vigía alertó sobre la presencia de otra nave, luego de otra y posteriormente otra. El espectáculo era impresionante, las columnas de humo de las embarcaciones oscurecían el cielo. Gamboa no lograba identificar las embarcaciones y estás continuaban acercándose. Pero no se alarmó. Incluso llegó a pensar que se trataba del refuerzo que tanto había solicitado. Hasta llegó a decir que se trataba del General Neira con el cañonero Cartagena, el crucero Pinzón y dos buques más. Era tanta su ansiedad en medio de la fiebre que lo asediaba, que llegó a pensar que también llegaría la sección de artillería con los dos cañones que había pedido con urgencia, así como los víveres de los que estaban tan necesitados. Ello le causó un momento de euforia y se imaginó que sus problemas habían terminado, pues posiblemente también venía un médico con droga y otros elementos necesarios para continuar cumpliendo con su delicada misión. Pensaba que con ese refuerzo ya no tendría ningún inconveniente para enfrentar a las tropas que fueren enviadas en su contra por el gobierno del vecino país. Ante este panorama dio gracias a Dios. Para asegurarse, envió sigilosamente una canoa con algunos colonos para que se acercara y verificara la identidad de las embarcaciones. Los señores César López y Hernando García Herreros, tripularon hábilmente la pequeña embarcación y lograron acercarse constatando que las naves traían bandera peruana. Inmediatamente regresaron y dieron parte a Gamboa. Allí murió la ilusión. En realidad el General Neira, que ya había sido enviado desde Colombia, se encontraba lejos de allí. El cañonero Cartagena continuaba en reparaciones en una isla del Caribe y tampoco venía apoyo adicional. Minutos más tarde el propio vigía logró confirmar la identificación de las embarcaciones. Ninguna tenía la bandera colombiana y por el contrario, la bandera peruana hondeaba en ellas. A continuación pudo ver los cañones del primer navío y Gamboa entendió que se trataba de la cañonera América la más moderna de las naves de guerra que surcaban los ríos de la región amazónica y detrás de ella las ametralladoras de las otras embarcaciones que eran la Tarapoto, La Loreto y la Estefita y a bordo de ellas 500 hombres entre soldados y marineros que venían resueltos a expulsar a quienes ellos creían que habían invadido su territorio. Desde la América, Benavides hacía un análisis de la situación. La manera como había desplegado sus naves con suficiente distancia entre ellas y con sus chimeneas lanzando humo, era sobrecogedora y él lo sabía, pues era una de las medidas de orden psicológico que había planificado. Sin duda los colombianos, cuya situación conocía, debían estar observando el desfile de su pequeña escuadra. El sol hacía resaltar los cañones de la América que estaban situados a proa y desde la distancia

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eran fáciles de apreciar. Esperaba que ello fuera un factor disuasivo y no tener que combatir, aunque venía preparado y decidido para ello. Gamboa rápidamente entendió su error y volvió a la realidad, se trataba de la fuerza enviada por el Perú y de acuerdo a como la podía apreciar, era muy superior en todo sentido a su pequeño contingente, empezando por los cañones que se veían en la primera de las naves. No era la primera vez que sentía la ansiedad del combate. De hecho en la guerra de los Mil Días, muchas veces se había visto en situaciones similares. Por ello rápidamente hizo una apreciación de la situación. De manera inmediata debía ordenar la ocupación de las posiciones de combate que tan cuidadosamente se prepararon. Debía situar una línea de tiradores apuntando hacia la planicie por donde seguramente intentarían desembarcar los peruanos y cubrir las posiciones laterales que aseguraban su flanco frente al raudal. Hizo un inventario de sus efectivos. Tenía 22 hombres cuyo estado de salud era extremadamente delicado, los llamaba los moribundos pues presentaban exactamente los mismos síntomas e igual comportamiento de los que habían fallecido recientemente, estaban enterrados muy cerca de allí. Con este grupo no se podía contar para nada y por el contrario, sería necesario brindarles atención aunque no poseía personal para ello. Por el momento tendrían que esperar. Un segundo grupo, conformado por 30 hombres quienes también se encontraban enfermos, en cama y bastante debilitados por la pérdida constante de fluidos corporales; no estaban aptos para el servicio ni podrían ser utilizados, pero por el momento no estaban en peligro de muerte y en caso extremo, podrían ser considerados como una reserva si la situación se deterioraba, en este grupo se encontraba el practicante Garcés, el General Gamboa también estaba en estas condiciones pero la aparición de la flotilla peruana le había obligado a asumir las responsabilidades de comando que él mismo había asumido. Un tercer grupo, compuesto por aquellos gendarmes en mejores condiciones físicas -algunos de ellos habían superado la enfermedad, otros estaban en vías de hacerlo y la minoría no había sido afectada- sumaban 11 efectivos y eran quienes habían acompañado al General Valencia en su exploración por el río Cahuinari. Quizás el haberse separado temporalmente del foco de infección los había preservado en algo. Con este grupo contaba Gamboa para establecer su primera línea de defensa, algo totalmente desproporcionado con relación a la fuerza enemiga a la que se enfrentaba, más si se considera que no contaba sino con fusiles y no tenía ni artillería ni ametralladoras. Confiaba en su experiencia en combate y creía que la manera como había dispuesto la defensa, sacando ventaja de las condiciones del terreno, la presencia del raudal y la pericia de sus hombres como tiradores; serian factores que jugarían en su favor.

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De acuerdo con las normas establecidas, ordenó se hicieran tres disparos de fusil al aire como advertencia a las naves que continuaban acercándose. Al escuchar los disparos, el convoy disminuyó su velocidad considerablemente y empezó a virar buscando un lugar conveniente para fondear y tomar las acciones correspondientes. Benavides también había hecho su apreciación. Tenía ventaja en todo sentido y su superioridad era más que evidente. La demostración de fuerza que había hecho ahora sería reforzada con el envió de una proclama muy bien redactada, perentoria pero caballerosa, seria pero amplia y con el respaldo del uso de la fuerza. Por ello dejó avanzar el convoy hasta una distancia prudencial y ordenó hacer alto. Allí dispuso que se preparara una lancha con bandera blanca. Instruyó al Teniente Alberto Bergerie para que con una bandera blanca en la proa y una peruana en la popa y acompañado por un corneta y 4 marinos como remeros, se trasladara a la orilla colombiana y entregara la nota que desde hacía varios días había redactado. Así a la vez que daba paso a la segunda de sus acciones psicológicas para intimidar a los colombianos, cumplía con una tradición de caballeros que venía de la época de Vauban,35 según la cual antes de iniciar el ataque contra una posición fortificada, se debía enviar una nota conminando al enemigo a abandonarla y brindarle las condiciones y recursos para hacerlo, ofreciendo una salida con honor y de alguna aceptable. Al fin y al cabo Benavides había estudiado el arte de la guerra en Francia. El Teniente Bergerie perfectamente uniformado se dirigió a la orilla en donde lo esperaba Gamboa, que había visto la aproximación de la lancha con las dos banderas desplegadas. Una vez allí, descendió de la lancha y se dirigió a Gamboa a quien saludó militarmente. A continuación procedió a entregar la nota enviada por Benavides. El General leyó detenidamente la misiva mientras que el Teniente Bergerie esperaba. Luego, de acuerdo con las normas de protocolo, devolvió el saludo a Bergerie y le informó que en el menor tiempo posible respondería en la misma manera al Coronel Benavides. El Teniente regresó e informó a su comandante. La nota textualmente decía: “A bordo de la cañonera América, 10 de Julio de 1911. Señor General Comandante de las fuerzas Colombianas. Habiendo encontrado el Caquetá peruano o sea la margen derecha de esta margen de este río ocupada por fuerzas colombianas que Ud. Comanda, veome (sic) en el caso de notificarlo, para que dichas tropas desocupen la margen citada, en el término de dos horas, que comenzaran a contarse desde el momento de la entrega de esta intimación. Transcurrido el lapso sin que se haya procedido a la desocupación que exijo, me veré precisado en emplear la fuerza para hacer respetar la integridad nacional de mi patria. Creo que solo un error involuntario haya podido dar lugar a que usted y sus tropas ocupen la margen derecha del río Caquetá y no la izquierda (sic), pues los derechos de mi

35. Sebastien Le Pestre de Vauban, Mariscal de campo francés célebre por sus normas para la Guerra de asedio a fortalezas y quien en 1673 dirigió el sitio de Maastricht uno de los más famosos de su época. Una de esas normas establecía que antes de iniciar el ataque se debía enviar una nota caballerosa en la cual se pedía la rendición o abandono de la plaza por parte de los sitiados.

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patria sobre la primera, por no ser posible ni siquiera discutirlos han sido siempre y son reconocidos por las demás naciones. Las buenas relaciones y simpatía que han unido siempre al Perú y Colombia, me hacen creer en el error citado y es por esta consideración que ofrezco a usted todas las facilidades necesarias como lanchas y demás medios de que puedo disponer para que la tropa a su mando verifique su traslación a la margen izquierda de este río. Advierto a usted que todo movimiento de tropas en su campamento que pueda hacerse suponer preparación para resistir a la intimación que hago, la considerare como un acto hostil y procederé en consecuencia. Igualmente hago saber a usted que el oficial nombrado para la entrega de esta intimación y que dirá a usted a qué horas termina el plazo que doy para la desocupación, deberá encontrarse de regreso de su comisión, a bordo de esta cañonera a treinta minutos después de su partida y que no dudo que dada la cultura del Ejército Colombiano, se le guarden todas las consideraciones que en todo caso merece un oficial. Dios guarde a usted, Comandante Oscar R. Benavides.”

Inmediatamente partió el Teniente Bergerie, Gamboa se puso a trabajar. En primer lugar ordenó el mejoramiento de las posiciones frontales y con los pocos hombres disponibles y herramienta que tenía, ordenó de forma que cada uno tuviera los arreglos de última hora. Luego dispuso la entrega de munición a cada gendarme, de tal manera que tuvieran la dotación de cada fusil más una reserva y así evitar que en un momento dado tuvieran que suspender el fuego por falta de cartuchos. En cada posición se adecuó un pequeño orificio para colocar la reserva. Se aseguró que las trincheras tuvieran cubierta para la cabeza y así las explosiones de las granadas no los afectaran. Mientras eso sucedía, en compañía del Teniente Demetrio Reyes Barrera, inició a escribir la respuesta para el Coronel Benavides. En realidad lo que estaba haciendo era ganar tiempo, pues estaba convencido que el refuerzo proveniente del interior de Colombia al mando del General Neira podría llegar en cualquier momento. Afectado por la fiebre trabajaba de manera ágil tratando de preparar la defensa de la mejor manera posible, con la esperanza que sería reforzado muy rápido. Designó al practicante Garcés para que llevara la respuesta que daría a Benavides y ordenó preparar una lancha para tal fin. Pese a todas las adversidades y aún si no contaba con el refuerzo, estaba decidido a no retirarse y mucho menos a entregar el territorio colombiano a quienes consideraba como invasores. Sabía que tan pronto el comandante peruano recibiera la respuesta de parte de Garcés y éste regresara, se iniciaría el combate.

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Benavides no era ningún ingenuo. Sabía lo que Gamboa estaba tratando de hacer, aunque en el fondo guardaba la esperanza que se plegaría a ello y no habría combate. Pero no se hacía ilusiones, sabía que Isaías Gamboa era un buen soldado, un veterano de una guerra terrorífica y un hombre de principios. Pese a ello estaba decidido a cumplir con su patria y a iniciar el ataque con toda la contundencia posible y se preparó para ello en tanto llegaba la respuesta de Gamboa. Simultáneamente dio la orden a la cañonera América de preparar su artillería, a las demás lanchas de alistar sus ametralladoras y armas, y al batallón Nº 9 de alistarse para desembarcar en La Pedrera. Según algunos autores, la Tarapoto también tenía un cañón en la proa. Cada compañía recibió un objetivo a ocupar. El plan para el desembarco había sido preparado con anterioridad. El jefe de operaciones del batallón Mayor Pablo Rossel, quien a la vez era el tercer comandante de la unidad, supervisaba los movimientos en tanto que el Teniente Clavero comandante de la América revisaba su artillería. Benavides se trasladó a la Tarapoto e instaló allí su puesto de mando. Solo la respuesta de Gamboa restaba para iniciar el ataque.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo VII La Respuesta de Gamboa

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l tiempo corría y el General colombiano debía dar una respuesta. Aprovechando los servicios del Teniente Reyes como escribiente, redactó un oficio que era cortés pero también firme, pues desde que pidió ser enviado a esa región siempre tuvo la idea de defender el territorio nacional. Hubiera querido tener más medios y recursos, pero ya no había nada que hacer. El único refuerzo con que podría contar era el General Valencia y uno o dos colonos que en ese momento se encontraban en Puerto Córdoba realizando su investigación judicial. Valencia le había informado que tenía algunas declaraciones tanto de indígenas como de colonos muy interesantes y que involucraban a la casa Arana en actos en contra de las comunidades indígenas de la región. El practicante Garcés aún convaleciente, salió en la lancha que estaba preparada a llevar la respuesta al comandante peruano, que estaba escrita en los siguientes términos, “La Pedrera 10 de Julio de 1911 Señor Comandante de las Fuerzas del Perú Doy a usted contestación de su atento oficio, en que me intima la desocupación inmediata de la margen derecha del Caquetá, señalándome el término de dos horas para verificarla. Me permito decir a usted que hace más de un año se fundó en este puerto una aduana colombiana la que ha funcionado tranquilamente, con el reconocimiento del Brasil. La ocupación militar la hice por autorización del gobierno de mi patria y no podré desocuparla sin su consentimiento, pues de lo contrario desobedecería la orden recibida y por otra parte implicaría una falta al cumplimiento de mi deber como jefe del ejército y como colombiano. Soy de opinión si usted lo estima conveniente, que enviemos a la ciudad de Manaos dos comisionados a fin de que las cancillerías de Colombia y el Perú tengan conocimiento de tan delicado asunto y eviten de este modo un conflicto de graves consecuencias para las dos repúblicas que nacieron y se liberaron juntas. Advierto a usted que impediré todo desembarco de tropas peruanas que traten de verificar en este puerto, sin orden expresa de mi gobierno y que todo intento lo rechazare violentamente con las armas. Espero reciprocidad a las consideraciones que deben guardarse al comisionado, quien me traerá su última determinación. Dios guarde a usted, J. Isaías Gamboa”

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El Coronel Benavides tomó la nota y cuidadosamente la leyó. Su contenido significaba que las acciones de tipo psicológico que había desarrollado no habían sido eficaces del todo, pues los colombianos no solo no se rendían sino que se mostraban desafiantes, aunque no descartó que fuera una maniobra para dar paso a una resistencia simbólica y muy breve, luego de la cual el combate pudiera finalizar con honor por parte de los colombianos sin mayores daños para los dos bandos. Por ello después de enterarse del contenido de la misiva36 habló con el practicante Garcés diciéndole: “No veo el objeto que ustedes se sacrifiquen inútilmente. Sé que la guarnición colombiana no llega a 80 hombres, que casi todos están enfermos y agotados por el clima, que no tiene artillería y que carecen también de embarcaciones lo estoy viendo yo mismo con mis propios ojos. En estas condiciones me parece un suicidio luchar contra la fuerza y los elementos de que yo dispongo.”37 El Coronel tenía razón, la desproporción era más que evidente en todos los campos. Los efectivos peruanos sumaban casi 500 en total, mientras que los colombianos luego de la muerte de algunos de ellos como consecuencia de la partida del médico Irurita y el abandono de los enfermos, no llegaban a 90; es decir que la superioridad era casi de 5 a 1 en su favor. Además los peruanos pertenecían a un batallón orgánico, estructurado para la guerra, que tenía una línea de mando perfectamente definida con su comandante de unidad, jefe de operaciones y comandantes de compañía y así sucesivamente hasta el nivel escuadra. Sus compañías podían en un momento dado desplegarse en diferentes direcciones en forma de maniobra sobre algún objetivo y actuando de manera coherente pudiendo cuando fuera necesario, concentrar su inmenso poder de fuego. El batallón traía su tren logístico que lo apoyaba en todo momento y le permitía sostenerse durante sus períodos de operación de tal manera que estos se podían prolongar. Por el contrario, las fuerzas colombianas no constituían en sí una verdadera unidad militar, sino que eran un grupo de gendarmes armados (algunos con experiencia militar) con una organización muy elemental basada en escuadras. Ni el General Gamboa, ni el General Valencia, eran los comandantes directos de esa tropa. El primero asumió la responsabilidad de comandarla en tanto que el segundo que venía como jefe de una comisión judicial en el momento que se incorporó al grupo durante el combate, y lo hizo como un combatiente más. No tenían un tren de apoyo logístico y sus únicos abastecimientos los habían traído consigo desde el Brasil. Algunos alimentos ya estaban descompuestos por la humedad y el calor. En la misma forma, la munición no permitía prolongar un combate demasiado tiempo pues estaba limitada. Los fusiles en ese entonces no eran automáticos con capacidad de disparar ráfagas, sino que eran operados con cerrojo tiro a tiro, y

36. Carta que se envía a una persona para informarle de algo. 37. Carta del General Valencia, Números 1661 y 1672, El Espectador Septiembre de 1925.

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después de cada disparo tenía que ser accionado hacia atrás para poder disparar nuevamente, de tal manera que la cadencia de fuego era relativamente lenta y eso preservaba de un consumo excesivo. Otra de las grandes ventajas que tenía el comandante peruano era, como ya lo hemos dicho; la presencia de la cañonera América con su blindaje y su artillería. Sus dos piezas de 37 mm marcaban una verdadera diferencia pues para la época y en las circunstancias en que se hallaban, eran las armas de mayor poder en toda la región. Con ellas fácilmente podía destruir las posiciones de los colombianos. Las demás naves tenían algo de blindaje y poseían ametralladoras, otra significativa ventaja sobre Gamboa. En realidad éste no contaba con ninguna pieza de artillería para contrarrestar a las de la América, como tampoco contaba con ametralladoras. Sus hombres solamente tenían fusiles de repetición. Las naves brindaban gran movilidad a los militares peruanos, pudiendo en un momento dado efectuar desplazamientos en diferentes direcciones. La única y verdadera ventaja del general colombiano era que ocupaba una posición defensiva que había tenido oportunidad de preparar -si bien de manera precariautilizando las escasas herramientas que tenía. El cuidado que había colocado en su construcción, impidiendo que los hoyos de tirador fueran visibles y tuvieran buena protección de la naturaleza sin sobresalir mucho del nivel del suelo, había valido la pena y ahora sus hombres estarían muy bien protegidos, aunque un impacto directo de alguno de los cañones podría acabar con esa protección. El concepto “clausewitziano” de la defensa, enseñado en casi todas las escuelas de guerra del mundo, la presentaba como la forma de combate más efectiva y superior a la ofensiva. Según esa teoría la posición defensiva podía llevar al atacante a lo que denominó el “punto culminante”, es decir aquel momento a partir del cual el ataque pierde su ímpetu, deja de ser efectivo y empieza a poner a quien atacaba en una posición difícil, que termina por pasar a la defensiva. Pero para ello se debía contar con muchos recursos como cañones, ametralladoras, elementos de contra movilidad terrestre etc., de lo cual se carecía por completo. Además se debía tener abundante munición, abastecimientos suficientes, servicios de sanidad oportunos, reemplazos y otros, de lo contrario se llegaría a un agotamiento en todo sentido, que lleva a la derrota, que en esas circunstancias es solo cuestión de tiempo. Benavides envió su respuesta definitiva con el propio Garcés. La nota era explicita, cortante pero conservando la caballerosidad y buenas maneras:

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A bordo de la cañonera América 10 de Julio de 1911. Señor General Comandante de las fuerzas Colombianas En respuesta del oficio de usted en contestación a la intimación para que las tropas de su mando desocupen el Caquetá peruano, siento decirle que no me es posible aceptar ningunas de las proposiciones de usted y que en tal virtud terminado el plazo que di a usted, en dos horas o sea a las 3 y 20 de la tarde procederé a emplear la fuerza para obtener la indicada desocupación.

Dios guarde a usted, O.R. Benavides.38 Gamboa se preparó para lo peor. Ya los hombres que estaban disponibles y en condiciones de combatir estaban en las posiciones. Esos 11 hombres sabían que tendrían que afrontar la parte más dura del combate, dado que los peruanos harían sin duda un primer gran esfuerzo para cumplir con su misión de manera rápida y haciendo uso de todos sus medios. Por ello esperaban un ataque masivo de fuego de artillería y luego el avance de la infantería. Así lo había planeado el Coronel Benavides. Mediante un movimiento envolvente de flanco, a través del desembarco de una de sus compañías en el sector próximo al raudal y luego un avance mediante fuego y movimiento,39 complementando con la fijación frontal por parte de otra de ellas, que a la vez que disparaba, avanzaba apoyada por el fuego de las naves, esperando quebrar la posición colombiana ágil y rápidamente para luego ocuparla y tomar posesión de La Pedrera. Era una idea coherente, pero como se verá, presentaba una serie de problemas. Además dos compañías con las dos lanchas restantes quedarían como reserva, listas para explotar el éxito o en caso necesario para relevar a alguna de las que cumplirían con la tarea principal o reforzar el ataque, bien en el sector del flanco o en el frente. Gamboa entendió perfectamente la idea de maniobra del batallón peruano, pues en las escuelas militares se enfatiza en el envolvimiento y el asalto de unos de los flancos en tanto que otra fuerza hace una demostración o intenta atacar de manera frontal con apoyo de artillería. Era la maniobra fundamental en esa época. Estaba preparado para ello. Había colocado su primera línea de defensa con base a los 11 efectivos que estaban en buenas condiciones de salud. Los había situado de tal manera que cubrían con su fuego las posibles avenidas de aproximación, causando el máximo daño a quienes intentaran avanzar mientras quedaban protegidos del fuego gracias a las improvisadas pero fuertes posiciones de combate construidas para tal fin. Esta línea defensiva estaba comandada por el Subteniente José Antonio Mejía secundado por el Sargento César C. López.

38. Los textos de las cartas cruzadas entre los dos comandantes han sido tomadas textualmente del libro La Pedrera, relato de del combate entre colombianos y peruanos en el año 1911, por Luis Forero Román. 39. Maniobra básica de la infantería en la cual la fracción que avanza combina alternadamente el fuego de sus armas con el movimiento coordinado de sus efectivos contra la posición enemiga.

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Con quienes estaban convalecientes, que eran 30 hombres; preparó una segunda línea más a retaguardia sin exponerlos demasiado, pero ubicados de tal forma que podían influir con el fuego de sus fusiles en caso necesario. Estaban bien protegidos y si bien su estado de salud no era el mejor, Gamboa esperaba que en el momento en que se necesitaran actuarían con decisión. Eran la reserva del dispositivo colombiano. Los restantes 22 gendarmes no estaban aptos para el servicio. Su estado de debilidad era extremo y difícilmente podían estar de pie. Continuaron en cama dentro de la improvisada enfermería bajo el cuidado del practicante Garcés. Le había sido ordenado tenerlos con el máximo de reposo y cuidado, pese a las circunstancias, con la esperanza que lo antes posible pudieran ser empleados así fuera como reserva, pues el comandante colombiano estaba seguro que la acción se prolongaría por varios días. A las 3:20 de la tarde y de acuerdo con la descripción que hiciera el Teniente Forero Román, “se rompieron los fuegos de las cuatro cañoneras peruanas y blindadas convertidas en otras tantas bocas del averno, salían sendas trombas y comenzaron a estallar grandes bramidos que las máquinas de guerra producían incesantemente. Los cañones, ametralladoras y fusiles no cesaron un instante de disparar sobre el campamento colombiano.” 40 Ya no había marcha atrás. La decisión del general colombiano de defender su posición solo podría conducirlo en dos direcciones, o bien una resistencia hasta que las condiciones y el escaso material lo permitieran, o una entrega vergonzosa. Había recibido a través del consulado en Manaos un cablegrama enviado por el embajador colombiano en Río de Janeiro que decía: “salieron fuerzas Lima atacar resguardo Puerto Córdoba. Evite desastre”.41 Otra comunicación enviada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Enrique Olaya Herrera, lo exhortaba a pasar a la otra orilla del río Caquetá, en caso de que sintiera que no tenía la fortaleza para resistir el ataque peruano. Sin embargo el Ministerio de Guerra del cual dependía directamente, no se pronunció al respecto, pues confiaba que la expedición de refuerzo que ya había sido enviada llegaría a tiempo, cosa que no sucedió. Pese a todos esos antecedentes, Gamboa decidió defenderse, pues consideraba indigno, cobarde y contra el honor de su patria, retirarse de La Pedrera como consecuencia de la llegada del batallón peruano. La versión peruana indica cómo se inició el ataque: “El Teniente Clavero en la América cubría a la Loreto en rumbo decididamente para atacar la posición enemiga. Estando limitada su maniobra al canal de navegación del río esperó el momento adecuado para disparar sus cañones. A las 16:20 horas el cañón de proa manejado personalmente

40. Luis Fernando Román, óp. cit, pp. 56 41. Transcrito del libro “Los ríos de la Amazonia Peruana. Estudio histórico-geográfico, político y militar de la Amazonia peruana y de su porvenir en el desarrollo socio económico del Perú” por En la calle: A cien años del combate de la Pedrera-10 de julio de 1911-Historias cuasi desconocidas. Julio 2011, Lima Perú

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por el Teniente Mercado hizo el primer disparo, los que luego se sucedieron.” Así inició su maniobra Benavides. La cañonera América, tal como estaba planeado, se acercó al flanco colombiano disparando su cañón de proa sobre la línea de posiciones que permanecía en silencio. “La América se aproximó hasta 150 mts de tierra hundiendo la lanchita colombiana de enlace, más no consiguiendo desembarcar las tropas peruanas del transporte Loreto, debido al intenso fuego de sus defensores.” 42 Ante la sorpresa de las tropas peruanas, los tiradores ubicados por Gamboa, que permanecían ocultos en sus posiciones, abrieron fuego concentrado sobre los navíos que se aproximaban al amparo de los disparos del cañón de la América. Fue tal el volumen de fuego y la precisión con que fue desencadenado éste por los 11 gendarmes apoyados por algunos de los miembros de la segunda línea, que tanto la América como la Loreto tuvieron que retroceder, algo que no se esperaba. Sin duda el entrenamiento impartido por el General Gamboa a sus hombres había sido muy efectivo. En algunos momentos este jefe fue muy duro con sus hombres e inclusive determinadas técnicas de motivación no fueron del agrado de algunos de ellos, en especial del grupo que no tenía ningún tipo de experiencia militar, pero en definitiva había sido eficaz y en el momento preciso en que se necesitaba. Se podía apreciar la experiencia de combate del jefe colombiano y su veteranía en la conducción de tropas bajo fuego. Había establecido su línea de defensa, anclada en dos obstáculos naturales, el río Caquetá, limitado por el raudal que dificultaba cualquier maniobra de las naves peruanas y la quebrada de las Toninas, que impedía el acceso a la posición colombiana de tal manera, que un envolvimiento era muy difícil a menos que las naves lograran superar el raudal y siguiendo corriente arriba desembarcaran las tropas a la espalda de la guarnición colombiana. “Frente a la guarnición existe una “cashuera” formada por una línea de rocas unidas por un fondo bajo y pedregoso, haciendo que el agua adquiera gran velocidad al pasar entre ellas formando fuertes remolinos en los extremos”.43 Ese obstáculo limitaba la aproximación de los navíos peruanos y los obligaba a desplazarse solo por una línea en la cual la corriente circulaba libremente permitiendo la navegación y precisamente sobre esa línea era que estaban los 11 tiradores colombianos en sus posiciones de combate. Con gran determinación y pese al fuego del cañón enemigo y de las ametralladoras y fusiles provenientes de los dos navíos, los gendarmes mantenían una elevada cadencia de fuego que pronto empezó a tornarse en mortífera. El comandante de la cañonera América, Teniente Clavero era un hombre decidido,

42. Ibíd. 43. En la calle, óp. cit.

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valiente y convencido de su misión, pero el fuego de los colombianos era muy intenso y especialmente preciso, lo que ya empezaba a causar daño a su tripulación, pues pese al blindaje, los rebotes de los proyectiles mas algunos que penetraban los diferentes compartimientos de su nave, impactaban peligrosamente a la tripulación. La Loreto empleaba su ametralladora, concentraba su tiro sobre la posición enemiga así como el fuego de los fusileros que iban a bordo, pero la respuesta colombiana era también contundente. Clavero apreció que la posición de las dos naves era vulnerable debido a que las piedras del raudal limitaban su maniobra, obligándola a colocarse de flanco y eso era lo que aprovechaban los colombianos. Ordenó entonces retroceder con el fin de buscar un mejor ángulo de aproximación. Comunicó su decisión a Benavides y ordenó marcha atrás a las dos naves. Poco a poco se fueron retirando y quedando fuera del alcance de los fusileros de Gamboa. Mientras lo hacían reconocían el raudal, contemplando la posibilidad de intentar superarlo, haciendo cálculos sobre las capacidades del motor. Por su parte los colombianos se sintieron aliviados, pues el fuego de los cañones y ametralladoras ya había empezado a desmantelar sus posiciones. Esto permitía un descanso breve para los hombres, entre ellos Gamboa, que pasada la tensión del combate empezaban nuevamente a sentir la debilidad consecuencia de su enfermedad. El General se sentía muy cansado y constantemente pedía agua. Su actividad había sido febril. El combate había durado hasta las 6:30 de la tarde, es decir tres horas de intenso intercambio de disparos. Durante todo ese tiempo, “no cesó el General Gamboa en un solo instante de desplegar en toda la línea de combate su actividad. La puntería certera de su fusil producía, cada vez que se empleaba, verdaderos estragos en las naves. Personalmente cargaba las municiones y las herramientas, y las entregaba a los soldados al mismo tiempo que comunicaba a éstos órdenes e instrucciones alentándonos con palabras que ardían el ascua del honor y la llama del patriotismo.” 44 En otras oportunidades, moviéndose en medio del fuego peruano, “los estimulaba también con promesas de gran porvenir en el Ejército, por virtud de ascensos y condecoraciones que constituirían una gran carrera.” 45

44. Luis Forero Román, óp. cit, pp.57 45. Ibíd. pp.57

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo VIII Al ataque otra vez

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Las naves peruanas regresaron a la orilla en la cual se encontraba ubicada la reserva.

La noche había caído y era necesario preparar las acciones del día siguiente. Clavero maniobró su nave hábilmente y pronto estuvo acoderado en el lugar que le correspondía. Rápidamente se procedió a desembarcar las bajas sufridas. En ese primer intento de desembarco, había realizado cuatro veces la maniobra de aproximación y en cada una de ellas los colombianos habían reaccionado fieramente, causando muertos y heridos a las tripulaciones de ambas naves. Entre los oficiales en la América, cayó muerto el Subteniente Alberto Bergerie, el mismo oficial que había llevado la nota en la cual se exigía el abandono de la margen derecha del río Caquetá por parte de las tropas colombianas. Este joven había estado en cubierta preparando el desembarco de las tropas que venían en la Loreto y audazmente había tratado de responder al fuego que se le hacía desde la orilla. Un certero disparo cegó su vida. “Benavides, que se encontraba a bordo supervisando la maniobra, trató de auxiliarlo, pero Bergerie ya moribundo le dijo: “no es nada mi comandante”, al seguir haciendo esfuerzos sin poder articular palabras, se le proporcionó papel y lápiz, alcanzando a escribir Viva (…) antes de fallecer.”46

En la Loreto, el Teniente Cesar Pinglo, perteneciente a la compañía del Batallón de Infantería Nº 9 de Chiclayo que llevaba la misión de desembarcar y avanzar sobre la posición enemiga, también fue mortalmente herido. Pinglo intentaba alistar la rampa de desembarco cuando fue alcanzado. “fallecieron además algunos soldados y marineros que fueron enterrados en la margen derecha del río aguas abajo.” 47 Algunos de los muertos fueron el Primer práctico Francisco Zambrano, el Contramaestre José Navarro, los Marineros Manuel Piña y Manuel Tuanama y los fogoneros Juan Sandoval y Lisimaco Plan; todos ellos miembros de la tripulación de la cañonera América. Además fueron gravemente heridos el Cabo Pedro Vera, los soldados Eugenio Pérez y Luis Quispe, así como el músico José Santacruz, miembros del mismo Batallón. 48 La difícil maniobra cerca del raudal había cobrado un precio muy alto entre la tripulación de la cañonera América y de la Loreto. La tropa colombiana había sido más afortunada pese al intenso cañoneo a que había 46. Tomado de Internet escuchalacalle.blogspot.com/.../cien-anos-del-combate-de-la-pedrera- Consultado octubre 9 de 2015 47. En la calle, op.cit. 48. Luis Forero Román, op.cit. pp. 135.

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sido sometida. Los agotados gendarmes tuvieron dos muertos, Aquilino García y Pedro Becerra, cuya posición fue alcanzada directamente por una granada procedente del cañón de proa de la mencionada cañonera y un herido por proyectil de fusil, Pedro Mejía Uribe. Otros dos gendarmes también habían resultado heridos. Había sido una jornada favorable para ellos, pero no se hacían ilusiones, sabían que vendría un nuevo asalto quizás con más fuerza y no sabían si podrían resistir, ya sus recursos empezaban a agotarse. La munición aún alcanzaría para otro combate, pero de ahí en adelante sería muy difícil continuar. Una vez las naves peruanas desaparecieron del horizonte, el comandante colombiano y sus hombres descansaron de tan fatigosa jornada. Pero casi que inmediatamente fueron enviados de nuevo a sus posiciones, pues se temía que se desarrollara un ataque nocturno en su contra y en cualquier momento se reanudara el fuego de las cañoneras y los intentos de desembarco. Ante su agotamiento, el mando colombiano ordenó la distribución de alimentos y agua en cada posición. Bajo la supervisión del jefe colombiano cada combatiente recibió una ración de fríjoles y carne acompañados con un jarro con agua, si bien ambos alimentos ya presentaban signos de descomposición. Tal era el estado de agotamiento y desnutrición de estos hombres, que prestos los consumieron como si se tratara de exquisitos manjares. Previendo la posibilidad de que los navíos enemigos iniciaran un avance silencioso y sin luces, el mando colombiano procedió a requisicionar una canoa perteneciente a uno de los colonos para enviar a bordo al Sargento Primero César C. López con el fin de que sigilosamente se deslizara aprovechando la corriente y se ubicara en un sitio desde donde pudiera observar los movimientos de la tropa peruana, en especial la actividad que se desarrollara en los buques, con el fin de dar la alerta en caso necesario. Si ello no era observado, el Sargento Primero López debía regresar al amanecer. En caso contrario debía dar una señal e inmediatamente proceder hacia la posición que ocupaban sus compañeros. El General Gamboa era uno de los que peor estado de salud presentaba, y el practicante Garcés aprovechó el tiempo para tratar de rehidratarlo y bajarle el estado febril en que se encontraba, que era superior a 40 grados. Aún así se mantuvo alerta toda la noche, supervisando la vigilancia que desarrollaban sus hombres. Esporádicamente las naves peruanas disparaban con el fin de hostigar, no dejar descansar y atemorizar a los colombianos. Para hacer las cosas más difíciles, minutos más tarde se desató un torrencial aguacero propio de la región selvática, acompañado por truenos y relámpagos que se confundían con el sonido de los cañones. A pesar de ello, utilizando una canoa arribó a La Pedrera el General Valencia, con el Coronel Gentil Quintero y ocho colonos procedentes de Puerto Córdoba, con la idea de reforzar a sus compañeros. Una vez en este lugar recibieron fusiles y se incorporaron

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como simples tiradores a la línea de combate. Fue la única ayuda que se recibió. Por su parte, el contingente del Coronel Benavides una vez en tierra, procedió a desembarcar sus muertos y heridos. Aquellos fueron enterrados en un lugar aguas abajo en medio de honores militares.49 En emocionada alocución, Benavides resaltó el heroísmo y el valor de sus hombres, que sirviendo en esa lejana región habían entregado su vida al servicio de la patria, combatiendo a los invasores de su territorio. Los heridos fueron atendidos en la Tarapoto y simultáneamente se convocó una junta de guerra con los comandantes. Se analizó la acción llevada a cabo durante el día. Sin duda, algunos factores habían influido en el resultado negativo que se había obtenido. En primer lugar, la ubicación de la posición colombiana que la hacía muy difícil de asaltar aun teniendo las ventajas que se tenían; el raudal impedía la libre maniobra de los navíos y los obligaba a exponerse al fuego enemigo con los resultados observados, la planicie frontal tampoco podía ser sobrepasada pues era batida por la acción de la fusilería situada al frente y así los infantes peruanos veían su avance frenado debiendo permanecer a cubierto, ya que el acceso a la posición había sido perfectamente desprovisto de árboles y matorrales. En esas condiciones avanzar no era posible. La eficacia de los disparos de los colombianos era otro factor que afectaba, pues aparte de ser muy preciso, en determinados momentos se concentraba y lograba atravesar el blindaje de las cañoneras. Luego de este análisis se tomaron algunas decisiones. El Teniente Clavero debía aproximarse a mayor velocidad y en el momento de colocarse de flanco, sus tripulantes debían saturar con fuego la posición enemiga de tal manera que se facilitara la aproximación de la Loreto, que aprovechando esa circunstancia desembarcaría sus infantes que atacarían a la bayoneta de forma rápida, agresiva y contundente para así evitar bajas. Simultáneamente la unidad que se situaba frente a la posición abriría fuego constante para evitar que desde este lugar se reforzara el flanco que era atacado por las tropas desembarcadas por Clavero. Otra opción sería que la cañonera en lugar de tomar la corriente para efectuar el desembarco, forzara el raudal, lo sobrepasara y lograra llegar al otro lado en donde el curso del agua transcurre de manera normal. Ya en esa posición podría aproximarse a la retaguardia colombiana para así envolverla por completo, atacarla por la espalda y luego de una carga a la bayoneta lograr su rendición. En esta opción también se requería el fuego frontal por parte de la otra compañía. El elemento clave de este curso de acción era el cruce del raudal, determinado a su vez por la habilidad de la tripulación y la capacidad del motor que era impulsado a vapor. Se decidió la primera opción con la esperanza que todo funcionara mejor y en

49. En homenaje a los dos valientes oficiales las guarniciones peruanas en el Marañón y el Putumayo fueron bautizadas con sus nombres respectivamente.

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esta ocasión se lograra el objetivo de ocupar La Pedrera de manera no tan sangrienta como había sido la jornada anterior. Se confiaba que la coordinación entre las dos fuerzas participantes, el poder de fuego y la agilidad en los movimientos de las cañoneras serían factores decisivos en favor de la tropa de Benavides. El 11 de Julio amaneció nublado, a pesar de que las nubes habían descargado una enorme cantidad de lluvia la noche anterior. Por ende, a esa hora la temperatura aún no estaba tan alta. El Sargento López regresó de su misión de vigilancia anunciando que desde las primeras horas los buques peruanos se estaban alistando para zarpar en dirección a La Pedrera y ya las unidades de infantería estaban embarcando en ellas, lo cual implicaba que habría nuevos intentos de desembarco. Los gendarmes colombianos que habían permanecido toda la noche en sus posiciones de combate, recibieron un magro desayuno compuesto por un jarro con café y unas galletas que al igual que la ración recibida la noche anterior, fue consumida rápidamente. La orden de Gamboa de organizarlos en grupos de acuerdo con su estado de salud, preservando a los más enfermos en lugares no tan expuestos al fuego enemigo y con algunas facilidades como estar a la sombra, reposar acostados en el suelo, tomar agua y recibir las escasas medicinas que el practicante Garcés les suministraba; había permitido que algunos de ellos se recuperaran parcialmente para ser llevados a la primera línea de combate, reforzando así las posiciones, pues se preveía que los ataques peruanos esta vez serían más contundentes. Así fue como 12 gendarmes50 más, se sumaron a los 11 que el día anterior habían rechazado los esfuerzos de las tropas de Benavides por desembarcar. Sobre su real estado, el Teniente Forero escribió: “al principio apenas alcanzaban a arrastrarse y a sostener el rifle, después, si era cierto que estaban tambaleantes por la fiebre y si bien no se podían sostener de pie, hacían incesantes disparos tendidos en el suelo o débilmente acomodados en cuclillas, al amparo de barrancos, piedras y árboles que recibían la lluvia de balas que les asediaba sin descanso”51 Ahora se contaba con 23 efectivos en primera línea, uno más que el doble de los que habían estado el día anterior y su distribución era más adecuada haciendo énfasis en el flanco cercano al raudal, pues era lógico que nuevamente este sería el objeto del principal ataque peruano. Quienes habían estado combatiendo allí el primer día de combate, ya estaban familiarizados con la manera como maniobraban los buques enemigos y por ende sus fusiles tenían direcciones definidas de hacia dónde disparar. Incluso se ayudaban con mampuestos u horquetas y en determinados momentos su fuego se coordinaba sobre un solo blanco. Entre las 10 y las 11 de la mañana se inició el avance peruano. Al igual que el día anterior, la América encabezaba el convoy seguida de la Loreto y más atrás la Tarapoto

50. Policias de la época 51. Luis Forero Román, óp. cit, pp. 59.

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y cerrando la Estefita. Tan pronto estuvieron a distancia suficiente se inició el fuego del cañón y luego de las ametralladoras. En el sitio señalado se desprendieron la América y La Loreto para dirigirse aguas arriba en dirección al raudal y allí tomar el canal para aproximarse a la orilla. El volumen de fuego era muy fuerte y el Teniente Clavero maniobraba con mayor conocimiento su cañonera. Sin embargo la corriente dificultaba gobernar su timón y al igual que el día anterior pronto se vio al alcance del fuego de los colombianos que disparaban sin cesar y de manera muy precisa. En medio de la posición colombiana Gamboa ya había iniciado su incesante actividad de animar a sus hombres, disparar su fusil, corregir errores y reamunicionar cada posición cargando él mismo las pesadas cajas con los ansiados cartuchos, pues no había personal de apoyo y no quería retirar ni un solo hombre de la línea de fuego. Para traer las cajas de munición debía ir hasta el rancho improvisado para tal fin situado aproximadamente a 500 mts. en un recorrido batido por el fuego de las cañoneras. Una vez en el rancho debía cargar sobre sus hombros las pesadas cajas y regresar por el mismo lugar de manera rápida para proceder a distribuirla. El sol, la disentería, la deshidratación y la fiebre estaban causando daño progresivo en el organismo del General, hecho que se haría evidente más adelante y le causaría una crisis que sería determinante en el resultado final de la acción. Entre tanto se habían iniciado los ataques peruanos de acuerdo con el plan discutido la noche anterior. La América nuevamente luchaba contra la corriente, contra el raudal y contra el intenso fuego colombiano. La Loreto navegando detrás la apoyaba con su ametralladora. Luego de varios intentos de acercarse a la orilla, las dos embarcaciones tuvieron que retroceder nuevamente. Clavero conferenció con Benavides y decidieron tratar de sobrepasar el raudal pues no había otra manera. Los defensores estaban listos para tal contingencia y arreciaron su fuego logrando concentrarse en la América. Nuevamente su blindaje empezó a ser afectado por los tiros de fusil provenientes de la orilla. La Loreto también fue blanco de esos disparos y se empezaron a producir bajas en las tripulaciones. Benavides era también un hombre valiente y estaba a bordo de La Loreto desde donde intentaba dirigir la maniobra, pero cada vez ésta se dificultaba más y más, sin que esto les impidiera responder el fuego enemigo con ardor y coraje. Los apuntadores de cañón hacían un gran esfuerzo tratando de suprimir las posiciones que ocupaban los gendarmes. En un momento dado pareció que los buques iban a superar el raudal, pero otra vez el fuego concentrado desde la orilla mas la corriente, lo impidieron y los buques quedaron por instantes como en suspenso, lo que fue mortal porque los disparos se concentraron en ellas. Finalmente, lograron maniobrar y retroceder alejándose de la orilla derecha. Una vez libres, los navíos se dirigieron hacia su punto de partida para reorganizarse e intentarlo una vez más.

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Con renovada energía y el firme propósito de lograrlo, nuevamente avanzaron. Pero el resultado fue el mismo. En esos intentos ya habían pasado varias horas y eran casi las 3 de la tarde. La ansiedad empezó a apoderarse de Benavides, que entendió que debía hacer algo diferente o estaría cayendo en un propósito negativo, es decir en un desgaste inútil que no traería nada positivo. Por ello ordenó suspender la operación y regresar a su posición inicial. Era necesario evacuar los muertos y tratar a los heridos, redistribuir munición, reparar los blindajes de los buques, revisar sus máquinas y reajustar el planeamiento para la siguiente acción. Ese día murieron el Sargento Segundo Benedicto Villalba y el contramaestre señalero José Navarro Solano -primer apuntador del cañón de proa- ambos tripulantes de la América, así como los soldados Pedro Infante, Saturnino Guerra y José C., grandes todos ellos del Batallón de Infantería Nº 9. Adicionalmente resultaron gravemente heridos el Sargento Segundo José Llerena y el soldado Lorenzo Quispe. Los fallecidos fueron enterrados muy cerca de donde yacían sus compañeros muertos el día anterior, mientras los heridos fueron enviados para su recuperación a la Tarapoto. En la reunión el Coronel Benavides expresó su tremenda frustración pero también su decisión de cumplir la misión, con esta frase: “Por hoy no atacaremos más. Pero mañana o perecemos todos o nos tomamos La Pedrera.” Se llegó a la conclusión de que lo hecho hasta ahora no había sido efectivo y había fracasado causando muchas y muy dolorosas bajas. La única posibilidad era que los buques forzaran el raudal y lograran llegar al otro lado para una vez ahí, con más espacio de maniobra, tomar río arriba y luego aproximarse a la orilla, desembarcar a los infantes del batallón y lanzar el asalto final. Si ello no era posible, la situación se tornaría muy difícil para las tropas peruanas. Lo que se había hecho hasta ahora, no se salía de lo que normalmente se hace mediante una maniobra tradicional, por ello Gamboa había entendido los movimientos que se realizarían y había obrado en consecuencia, anticipando los diferentes intentos de desembarco y haciéndolos fracasar a pesar de contar con recursos muy limitados y un número muy inferior de efectivos. Lo que ahora se proponía hacer Benavides era un movimiento profundo a la retaguardia del enemigo para envolverlo y atacar desde una dirección en la cual no tenía posiciones defensivas ni estaba preparado para combatir. Ello haría que la línea de defensa que hasta ahora había utilizado Gamboa perdiera toda trascendencia y quedara inútil. Durante ese segundo día de lucha, Gamboa había nuevamente desplegado su increíble actividad dentro del campo de combate, dirigiendo desde la primera línea, cargando sobre su espalda las cajas de munición, arengando a sus subordinados y disparando contra el enemigo que intentaba avanzar. Su cuerpo ya empezaba a dar

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muestras de desaliento, la fiebre había vuelto a acosar y la disentería no lo dejaba tranquilo, pero este bravo soldado no disminuía en nada su increíble ímpetu. Una vez se produjo la retirada de los peruanos, nuevamente Gamboa reorganizó su tropa. Esta vez logró reunir 42 efectivos, algunos enfermos y otros en mejores condiciones. Con ellos cavó nuevas trincheras sobre el flanco izquierdo, previendo otro intento de desembarco del enemigo. Sin embargo no se cavaron posiciones a retaguardia, pues se asumía que los peruanos repetirían su maniobra. Gamboa ignoraba la orden emitida por Benavides, que de ser exitosa anularía su línea defensiva. Hechos estos últimos preparativos, ordenó a sus hombres ocupar sus posiciones y esperar el posible ataque peruano, pues la noche anterior se presentó un intento de aproximación de una de las naves enemigas al raudal, el cual fue rechazado por los gendarmes que estaban alerta bajo la supervisión del incansable general Gamboa. Así la noche se pasó en vela, pero no hubo ningún incidente. El día 12 de julio nuevamente la madrugada fue muy fresca. Los colombianos continuaron trabajando en el mejoramiento de sus trincheras cerca a la orilla del río. Gamboa ya presentaba signos avanzados de debilidad, pues aparte de su tremendo ritmo de trabajo y la disentería, llevaba tres días sin dormir. La escuadra peruana se preparó desde muy temprano. Hubo una revisión de las calderas y los motores de las embarcaciones. También se les reparó el blindaje, que había sido muy afectado en los días anteriores y presentaba orificios múltiples, planchas que ya no servían y puntos muy vulnerables como consecuencia del fuego colombiano, que solamente había utilizado fusiles. Se aprovisionaron de leña en buenas cantidades, levantaron vapor en las calderas y los soldados del Batallón de Infantería Nº 9 ensayaron la maniobra de desembarco y el posterior ataque a la bayoneta. Benavides supervisaba, arengaba y ordenaba. En un momento dado invocó la memoria de todos aquellos que habían muerto en desarrollo de los combates de los días anteriores, los puso como un modelo a seguir, pidió honrar su memoria combatiendo con valor y decisión, para luego dar dio la orden de avanzar. Se embarcó nuevamente en La Loreto, desde donde podía dirigir cerca de la acción y decidir sobre la marcha, con base al resultado de los planes, las variaciones y cambios que debía hacer. Iba decidido a triunfar o no regresar si no lo hacía. Clavero también llevaba en la mente el cruce del raudal. En realidad todo dependía de él y de la manera como maniobrara su embarcación, que como en los casos anteriores, navegaba a la cabeza y servía de guía a La Loreto. En esta oportunidad no solo tenía que forzar el raudal y apoyar el desembarco de La Loreto a espaldas de los colombianos, sino que también debía devolverse, cruzar en sentido contrario el raudal, situarse frente a la posición colombiana en donde los días anteriores se había intentado desembarcar infructuosamente, y cañonear sin descanso de tal forma que los defensores atacados por la espalda y bombardeados por el frente, no tendrían opción diferente a rendirse.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria Capítulo VIX El ocaso de los héroes

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Nuevamente tronó el fuego de cañón, signo inequívoco de un inminente intento

de desembarco. Las granadas de 37 mm castigaron las trincheras colombianas. Los gendarmes, aunque estaban alerta, sintieron la zozobra que precede al combate. Tomaron posición y prepararon sus fusiles, levantando los seguros y alineando las miras. Gamboa recorría la línea gesticulando y animando a sus hombres, pero era obvio que estaba enfermo y que su inmenso espíritu militar era lo único que lo mantenía en pie. La América una vez más avanzó en medio de una lluvia de balas que los colombianos lanzaban desde sus posiciones. Eran las 10 de la mañana y el sol ya abrasaba, haciendo más difícil la situación de muchos gendarmes que aún estaban atormentados por la fiebre. Pese a ello confiaban en que sostendrían una vez más la posición. El Teniente Clavero ordenó aproximarse a la posición colombiana, pero esta vez no intentó un desembarco sino que viró y se dirigió hacia el raudal con la firme intención de forzarlo. El cañón de proa disparaba sin cesar. La Loreto iba más atrás, también disparando su ametralladora y la fusilería de los infantes que iban a bordo. Era un duelo entre la ofensiva y la defensa, entre el poder fuego y la maniobra contra la solidez de la posición. Al ver el movimiento de las naves, Gamboa ordenó concentrar el fuego sobre ellas. Los 43 fusiles apuntaron a un solo blanco: las paredes del puente de gobierno de la América, que acribillaron sin misericordia. El blindaje que estaba basado en láminas soldadas unas al lado de otras, empezó a resentirse y los proyectiles a traspasarlo. Era increíble que una fuerza armada solo de fusiles presentara resistencia de esta manera. Pese a su esfuerzo, Clavero tuvo que ordenar marcha atrás, pues la combinación de fuego, corriente y rocas se hacía insoportable. La nave retrocedió y se colocó fuera del alcance de la defensa colombiana. Era necesario efectuar algunas reparaciones para volver a intentar cruzar el raudal. Clavero urgía a sus hombres a trabajar con rapidez. Antes del mediodía, nuevamente el navío estaba listo. Se ordenó entrar otra vez en acción y tomar dirección río arriba. Benavides, preocupado por lo que podía suceder, dispuso el refuerzo del cañón de proa con 11 soldados, que ubicados tras el blindaje, batieron la posición colombiana con sus fusiles para así cubrir los espacios que quedaban entre disparo y disparo de la pieza de artillería. La América avanzó y nuevamente se presentó el duelo entre nave y trinchera. La máquina luchaba contra la terrible corriente en medio del fragor del combate. Por un momento la situación se mantuvo en suspenso. Clavero ordenaba forzar la máquina,

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“así fuera necesario hacer explotar la caldera.” 52 Mientras tanto, las balas colombianas seguían golpeando su blindaje. En un momento dado, un extraño silencio se apoderó del puente, pues los fusileros habían dejado de disparar. Benavides ordenó verificar qué pasaba. Según confesó Benavides posteriormente, “habiendo reforzado con 17 infantes las piezas de artillería de la cañonera América, al subir encontró todo en silencio y en el suelo tendidos los 17 soldados gravemente heridos”53 Entre ellos se encontraban el armero Manuel Crisanto, el Sargento Segundo José Antonio Borda, el Práctico Antonio Paredes, el Contramaestre Pedro Soto, los Soldados Carlos Juan Caloma, Leandro Leiva, Estanislao Camallo, Gerardo Cahuana, José Castillo, Teófilo Silopu, Samuel Reyes, Jesús Landes, Emeterio Apaza, Rufino Alvarado, Asencio Quispe, Andrés Chacón, Lázaro Note, Eliseo Reyes, José Ovalle, Santos Rafaile, Teodoro Aguirre, Rudesindo Chore, Manuel Incaquinuo, y los marineros Jesús Mory, Isidro Juansavo y Francisco Pisango. La cañonera peruana persistía en luchar contra la corriente, seguida por la Loreto. Lentamente la máquina empezó a superar el obstáculo. Clavero exigía más y más de la caldera y de sus hombres. Luego de 15 interminables minutos, la nave forzó el raudal, con lo que la persistencia del Teniente Clavero había sido premiada. Ahora su nave se deslizaba suavemente sobre las aguas del río, esperando a La Loreto que también luchaba contra la corriente y la furia del raudal. El timón de la nave chocó contra una de las piedras y el gobernarla se convirtió en un serio problema, pero la tripulación logró hacerlo manualmente, superar el obstáculo y unirse a la América. Ahora los dos navíos se dirigían aguas arriba buscando un sitio para desembarcar a la espalda de la posición colombiana. La situación había cambiado radicalmente en favor de la fuerza peruana, pues ahora estaban en capacidad de atacar por un lugar en donde no encontrarían resistencia organizada por parte de los colombianos y podrían asaltar con la fuerza de la unidad de infantería, inclusive la carga a la bayoneta era posible. Clavero divisó un lugar que reunía las características para desembarcar la unidad de infantería, y protegiendo a La Loreto con sus cañones logró que esta maniobra se realizara exitosamente. Las tropas ya estaban en tierra a espaldas de la posición colombiana y habían empezado su avance contra ella. Sin perder tiempo, Clavero viró y se dirigió hacia el raudal ahora en favor de la corriente, lo cruzó y se ubicó, de acuerdo a la orden recibida, de frente a la posición colombiana y empezó a batirla con su cañón. Eran las 2:20 de la tarde. Gamboa y sus hombres mientras tanto resistían con fiereza. Gentil Quintero, el Coronel, estaba encargado precisamente de uno de los flancos que ahora trataba de detener el progreso de la América, ubicado en un punto al que denominaban “el embudo”. El General lo reforzó con 10 hombres de los menos enfermos. Simultáneamente recibió un pedido de apoyo del General Valencia, responsable del otro flanco que con 52. En la calle, op. cit. 53. Luis Forero Román, óp. cit, pp. 75.

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angustia pedía le enviaran munición, pues se veía en situación difícil. Ante esta nueva circunstancia, ordenó a Quintero intensificar el fuego sobre la embarcación peruana que en ese preciso momento intentaba cruzar el raudal, y con presteza se dirigió a apoyar a Valencia. Para ello debía cruzar un espacio abierto de aproximadamente 300 mts pasar frente al rancho en donde se encontraba la munición de reserva y tomar la línea de posiciones en donde se encontraba Valencia. Corriendo llegó al sitio en donde se encontraba la munición tomó una de las pesadas cajas (su peso aproximado es 30 kilos) y con ella sobre sus hombros alcanzó el inicio de la línea de trincheras, allí bajo un sol canicular, agotado por la fiebre y por el tremendo esfuerzo, entregó la caja al gendarme Jesús Perea con instrucciones de llevarla a Valencia y ya sin fuerzas, colapsó y cayó al suelo. Aún consciente, ordenó al Sargento López, el vigía de la canoa que había observado los movimientos de la América unas noches atrás; correr hasta donde se encontraba el Coronel Quintero y ordenarle intensificar el fuego para detener los buques peruanos y no retirarse de la posición. Haciendo un esfuerzo supremo se incorporó y se dirigió al sitio que consideraba más importante, el flanco dirigido por Quintero y allí tomó el fusil de un gendarme disparando contra los buques peruanos. En esa situación nuevamente colapsó y tuvo que ser conducido a la enfermería. El Teniente Forero describió así este crítico momento: “se levantó tambaleante y se encaminó de nuevo al punto que comandaba el Coronel Quintero en donde dirigió personalmente el ataque y cargó también sobre el enemigo con el fusil de uno de sus hombros”54… “sintiendo que las fuerzas le abandonaban y que la naturaleza era ya impotente para obedecer a los mandatos de su robusta voluntad, cayó al suelo completamente exánime.”55 Ya en la enfermería mandó llamar al General Valencia y le ordenó que asumiera el mando de todo el dispositivo, pues su situación le impedía continuar dirigiendo la defensa de la posición. En este momento la América ya estaba superando el raudal y ya iniciaba su recorrido aguas arriba. De ahí la orden de Gamboa de no dejar de dispararle y seguir concentrando sus fuegos. El General colombiano intentó incorporarse, pero la fiebre y a la deshidratación eran más fuertes que su voluntad. Con angustia pidió agua. El practicante Garcés le pasó un vaso “que contenía un líquido transparente que el General bebió ansiosamente.” Casi que a continuación, empezó a evidenciar síntomas alarmantes. Cambió de color y su rostro se tornó más que blanco, experimentó tremendas convulsiones que agitaban su cuerpo sin cesar, sufrió vomitó y empezó a perder la conciencia, luego sus ojos parecía que se fueran a salir de sus órbitas. Luego perdió el sentido y cayó en una inconciencia profunda. Es muy posible que los factores que lo estaban afectando desde hacía varios días, más el inclemente sol le hubieran producido una fuerte insolación combinada con deshidratación, lo que le produjo el colapso en el momento menos oportuno, pues ya la infantería peruana avanzaba hacia la zona en la que no se tenían trincheras o posiciones defensivas. Fue un hecho fortuito que influyó en el resultado de la acción, 54. Luis Forero Román, óp. cit.pp 63 55. Ibid, pp.63

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pues al no tener a su jefe dirigiendo, combatiendo y arengando en el momento preciso, la defensa de los colombianos empezó a perder su esencia. La cohesión se pierde cuando la coordinación entre los elementos que la constituyen se diluye, cuando cada uno empieza a luchar de manera individual tratando de preservarse y cuando no hay un liderazgo que impida que eso suceda. El General Valencia no era un líder como Gamboa, y por ello no pudo recomponer la defensa. Atacados ya a corta distancia por ambos flancos, los gendarmes empezaron a retroceder. En su mayoría no habían servido en el ejército, eran civiles sin mayor entrenamiento y no poseían la estructuración táctica que les permitiera pensar en una defensa en profundidad, lanzar un contraataque, o al menos intentar reagruparse. Quienes estaban a cargo de los enfermos, en especial del General Valencia, emprendieron la retirada llevando a quienes estaban en mejores condiciones y podían caminar. Gamboa fue llevado inconsciente entre varios hombres, incluido Garcés. Tomaron la trocha que con anterioridad habían construido y se internaron en la selva para evitar ser tomados prisioneros. Así, sin mando, cada individuo y cada fracción empezó a actuar bajo su propio criterio. Sin embargo, un último grupo de gendarmes al mando del Teniente Forero, permaneció en sus posiciones protegiendo la desordenada retirada de sus compañeros con disparos cada vez más esporádicos. La infantería peruana, en la medida en que se aproximaba, apreciaba cómo la resistencia colombiana disminuía en cada momento y cómo su eficacia iba desapareciendo. Eso hizo que aceleraran el paso, animados por sus oficiales. Dentro de la posición, con excepción del pequeño grupo de Forero; ya no había quién combatiera. El General Valencia perdió totalmente el control y se quedó solo. En realidad durante el combate había asumido un papel muy secundario y por ello nunca tuvo una idea del panorama general de lo que sucedía, lo cual fue uno de los factores que le impidieron asumir eficientemente el mando en el momento oportuno, aunque individualmente combatió con valor. En esa situación, ya la posición defensiva estaba perdida. Los defensores se dividieron en varios grupos. Unos se internaron en la selva y se dispersaron en ella. Otros marcharon por la trocha preparada de antemano llevando al exánime General Gamboa. Un grupo minoritario permaneció en el lugar del combate, unos protegiendo la retirada de sus compañeros y otros enfermos imposibilitados para caminar. El General Valencia solo, en medio de la selva, también fue capturado y confundido por la tropa peruana con el General Gamboa. Entre tanto los infantes peruanos que avanzaban enardecidos por el momento que vivían y llenos de entusiasmo y patriotismo, penetraron la posición, ocuparon La Pedrera y capturaron al Teniente Forero y sus pocos hombres, así como a los enfermos. También encontraron pertrechos abandonados por los gendarmes, entre ellos algunos fusiles, munición, algunos víveres descompuestos y en general, señas de los elementos utilizados durante el encarnizado combate.

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Una vez dentro de la posición, las tropas extranjeras se enteraron de la verdadera situación de los colombianos. Muchos de ellos creían que los defensores de La Pedrera eran mucho más numerosos, apoyados por indígenas que disparaban parapetados desde los árboles con fusiles y que además habían sido reforzados por la tropa del General Valencia, que pensaban, era muy numerosa. Solo hasta ese momento comprobaron que la tropa del General Valencia no existía y que se trataba del General con algunos colonos, y que los indios witotos ni se habían acercado, ni habían tomado parte en la contienda. Se sorprendieron de que tan pocos hombres hubieran presentado tan enconada resistencia, les hubieran causado tantas bajas y hubieran obligado a emplear todos los recursos de la tropa peruana y el máximo pericia de sus comandantes. Pese a ello, una de las versiones peruanas dice: “Entonces ya se habían reforzado las tropas del General Gamboa con las del General Valencia procedentes de Puerto Córdoba y con los indios witotos quienes con fusiles Winchester disparaban desde los árboles”56 Benavides estaba emocionado por el triunfo, un triunfo luchado y que le había costado muy caro, pero triunfo al fin y al cabo. Desde el punto de vista táctico, sabía que la defensa era la forma más fuerte de combate y la más difícil de derrotar, debido a que el atacante se enfrenta a un defensor que lo está esperando en un terreno escogido por él y que le brinda ventajas, como sucedió en este caso. Pensaba que había recuperado para el Perú una franja de territorio que había sido ocupada arbitrariamente por la fracción colombiana que acababa de derrotar. Como soldado peruano sabía que había actuado correctamente. Se sentía orgulloso de su acción pues entendía que tendría repercusión nacional y habría grandes expresiones y demostraciones de júbilo. Pero antes de celebrar debía tomar todas las medidas encaminadas a contrarrestar un posible contraataque de los colombianos. Para ello ordenó establecer posiciones de combate, avanzadas, exploradores y alerta en los buques por si su fuego o su presencia era requerida en alguna parte. Además ordenó reaprovisionamiento de todas sus tropas y verificó el tratamiento de sus heridos. Una vez satisfecho, ordenó formalmente la izada del pabellón peruano sobre La Pedrera. Eran las 5:00 de la tarde del 12 de julio de 1911, una fecha que pasaría a la posteridad como una día de triunfo. Mientras esto sucedía, continuaba el repliegue de la tropa colombiana por la selva. El grupo que llevaba al General Gamboa iba camino a Puerto Córdoba. Al principio de la marcha su cuerpo era sostenido por tres gendarmes: Pedro Uribe, Domingo Salgado y Tobías Guevara, pero en la medida en que se fueron internando en la selva, todos querían ayudar a transportar a su admirado jefe. Poco a poco la noche empezó a caer y la selva los envolvió con su intrincada oscuridad. En ese instante llegaron a la orilla de un caño en donde encontraron unas canoas que utilizaron para pasar al otro lado. 56. Tomado por En la calle: a cien años del combate de la Pedrera -10 de julio de 1911-Historias cuasi desconocidas, basadas en el ya mencionado libro “Apuntes sobre algunas acciones de armas libradas en el teatro del nororiente por el Teniente Coronel Don Luis Velásquez del Carpio

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Continuaron la marcha y más adelante, a la altura de un punto perdido en la manigua que llamaban el Quebradón, cerca al río Caquetá y en medio de la noche, el General Gamboa empezó a dar señales de recuperación. Quizás la temperatura más fresca de la noche, el agua que a través de paños le aplicaban en la frente y quizás algún factor fisiológico, lo hicieron evolucionar positivamente. Al cabo de varios minutos recuperó la conciencia y salió del estado de sopor en que había permanecido por varias horas. Se sorprendió al no ver las trincheras ni escuchar el fragor del combate y un tanto desorientado indagó sobre el lugar en el que se encontraban y al recibir la respuesta, reaccionó muy a su manera. Ordenó regresar inmediatamente a La Pedrera y alistar un contraataque para recuperar la posición perdida y si era del caso morir en el intento. De manera consciente sus subordinados le explicaron la situación, pues entendían que aún no se encontraba del todo bien y su mente no captaba la realidad. Le explicaron que solo un grupo se encontraba con él y que no sabían nada del resto de gendarmes y de algunos de sus oficiales, que había otros dispersos en la selva y otros habían sido tomados prisioneros. Ya no había munición y la posición peruana era ahora más fuerte. Pero por encima de todo le hicieron ver que al igual que él, ellos también estaban enfermos y agotados. Luego de reflexionar, el General entendió su situación. Había perdido a La Pedrera a pesar de sus esfuerzos y ya no podía hacer nada. Junto con sus hombres permaneció allí el resto de la noche descansando y tratando de recuperarse. Al otro día, sintiéndose mejor, reorganizó sus efectivos y ordenó buscar a aquellos que se encontraban dispersos en la selva. Hecho esto continuó la marcha hacia Puerto Córdoba tratando de llegar lo antes posible, pues había una probabilidad que Benavides pretendiera también tomar esa posición y expulsar definitivamente a los colombianos de todos los sitos que ocupaban en la margen derecha del río Caquetá. Llegó aproximadamente a las 2:00 de la mañana y de inmediato inicio los trabajos de protección del sitio. Al igual que en La Pedrera dispuso la construcción de posiciones de combate y la distribución de munición por anticipado, aunque sus reservas ya estaban empezando a agotarse. Colocó vigías y esperó con sus ahora más escasos efectivos, dentro de las trincheras. El día pasó sin observarse nada anormal. Más tarde con base a informaciones que recibió, llegó a la conclusión que los peruanos no atacarían Puerto Córdoba ni se moverían de La Pedrera. Ya sin posibilidad de contraatacar, aún enfermo y sin recursos, decidió que los hombres que se encontraban con él, cruzaran el río Caquetá y se dirigieran al río Apaporis cerca de la frontera con el Brasil, ocultando el armamento en territorio colombiano para evitar problemas con las autoridades de ese país. Gamboa permaneció en el lugar pues aún no estaba en condiciones de acompañarlos. El contingente peruano se instaló definitivamente en La Pedrera y sin que lo supiera su comandante, pronto empezarían a ser afectados por los mismos problemas de salud

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que tanto habían afectado al contingente colombiano. En efecto, a los pocos días los soldados peruanos empezaron a enfermar a un ritmo muy alto y la disentería, la fiebre amarilla y el Beri Beri se hicieron presentes. Muchos de ellos perecieron posteriormente y otros sufrieron sus secuelas durante mucho tiempo. Una vez recobró su energía, Gamboa inició su desplazamiento hacia el Brasil, por la misma ruta que habían tomado días antes algunos de sus hombres, mientras otro grupo encabezado por el Teniente Forero era transportado hacia Lima como prisioneros de guerra a bordo de las cañoneras que habían tomado parte en la acción en La Pedrera. Entre los prisioneros se encontraba también el Subteniente Efraín Correal, quien en el momento de ser tomado cautivo estaba enfermo de neumonía y posteriormente falleció a bordo de uno de los navíos de la flotilla que había apoyado al Coronel Benavides. Durante la marcha hacia el Brasil, Gamboa logró recuperar a algunos hombres que habían quedado rezagados del primer grupo, pues presentaban diferentes enfermedades. Una vez hecho esto reinició la marcha y luego de algunos días se embarcó en el ya mencionado vapor Puruz con los remanentes de su tropa hacia Tefe. Así finalizó la misión del General Gamboa en La Pedrera. Su gran esfuerzo, su valor y su espíritu de lucha no tuvieron a corto plazo recompensa. Las enfermedades le causaron más bajas que el combate, ya que solamente dos de sus hombres murieron en acción de guerra. Se hable de que el número de efectivos peruanos muertos en desarrollo de la lucha fueron nueve y que 39 más resultaron heridos, aunque no hay coincidencia entre las diferentes fuentes. Días más tarde los dos comandantes se encontrarían otra vez en condiciones absolutamente diferentes pero por el mismo motivo: la posesión de La Pedrera.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo X Nada es definitivo

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Mientras las acciones bélicas se desarrollaban en medio de la selva, en las oficinas

de los consulados de Colombia y Perú en el Brasil se trabajaba con ahínco, buscando detener los enfrentamientos. Una nueva expedición colombiana al mando del General Carlos A. Neira, llevando 150 efectivos, estos sí soldados; había salido de Cartagena y se encontraba luego de la interminable travesía por el Caribe y el río Amazonas, en Manaos, territorio brasilero. Entre el material de guerra que traía estaban las dos piezas de artillería que Gamboa había recomendado traer. Si no había intervención diplomática, era muy posible que las acciones bélicas con esta nueva expedición se intensificaran y pudieran llevar a una situación más difícil de resolver. El cónsul colombiano en Manaos, Santiago Rozo, era un digno representante del gobierno colombiano y un hombre activo, visionario y lleno de entusiasmo. Durante los días anteriores a los combates en La Pedrera había hecho todo lo posible para apoyar a Gamboa. Cuando éste llegó con su contingente, logró encontrarles alojamiento mientras se obtenía transporte para seguir a La Pedrera. Ayudó a obtenerlo y colaboró en todo momento con el General y su tropa. Durante el tiempo en que éste ocupó La Pedrera, Rozo estuvo atento a todo lo que sucedía. Él fue quien informó sobre la salida de la fuerza de Benavides y de la intención que traían de atacar a Gamboa en La Pedrera, adjuntando detalles sobre la composición de esta fuerza. También alertó a Bogotá sobre lo que podría pasar si no se apoyaba a Gamboa. Durante el desarrollo de las acciones estuvo alerta a colaborar con las tropas colombianas y comunicó todo lo sucedido al Ministerio de Defensa en Bogotá. Una vez enterado de la trágica manera como terminó la acción en La Pedrera, convocó una reunión con su par peruano en Manaos, el señor Rey del Castro. Entre ambos acordaron enviar respectivas comunicaciones a sus ministros de relaciones exteriores con el fin de que se suscribiera un documento conjunto entre los dos países, con miras a detener las acciones bélicas que con la presencia del General Neira y su tropa en territorio brasilero, amenazaban con reanudarse, pues el alto oficial colombiano tenía órdenes de seguir hacia La Pedrera, y el contingente que traía estaba más preparado que el que había sido enviado con el General Gamboa. La sugerencia con carácter urgente de los dos cónsules fue aceptada por sus ministros de relaciones exteriores, quienes se reunieron para discutir los términos de un documento que pusiera fin a las hostilidades en la región amazónica. Durante ella se expusieron diferentes propuestas y soluciones que luego de ser discutidas llevaron a la conclusión de que se debía volver a la situación inicial, es decir que las tropas

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peruanas debían desalojar La Pedrera para que pasara nuevamente al control de Colombia, esto dentro de una serie de condiciones que incluía que la unidad militar colombiana que se encontraba en Manaos, no avanzara más y permaneciera dentro del territorio brasileño. Sin duda el cónsul colombiano Santiago Rozo, demostró gran habilidad para lograr convencer al cónsul peruano Rey del Castro de tal solución. Es muy posible que la amenaza que representaba la presencia del General Neira y su tropa haya sido un factor determinante, aunque no intimidó en lo más mínimo al Coronel Benavides, como se verá más adelante. Ya no se trataba de un problema a ser resuelto por la vía militar sino utilizando la diplomacia y varios aspectos que sin duda fueron analizados desde el punto de vista peruano. Por una parte estaba la situación de su provincia de Tacna, aún ocupada por Chile como consecuencia de la guerra del Pacífico y luego del tratado de Ancón, pendiente de un plebiscito para determinar su futuro como territorio peruano o chileno. No le convenía en ese momento al Perú enfrascarse en otro problema territorial que le implicara un posible uso total de su fuerza militar. Por otra parte, el escalamiento militar de la situación de La Pedrera podría traer consecuencias muy serias en todo sentido hasta llegar a evolucionar en un enfrentamiento de mayores proporciones, algo totalmente inconveniente dadas las circunstancias regionales que se vivían. Por su parte Colombia tampoco estaba interesada en enfrascarse en un nuevo conflicto luego de la guerra de los Mil Días. El país había quedado devastado, la economía estaba por el suelo, el Ejército aún no se recuperaba, y si bien ya se había hecho la reforma militar, era mucho lo que faltaba por ser implementado dentro del nuevo concepto de esta institución. Políticamente también había una gran polarización generada por lo que se llamó la ‘República Conservadora’, que duraría hasta 1930. Esta lucha entre los partidos dificultaba concentrar la atención sobre el manejo de fronteras. Desde el primer momento en que los cónsules se reunieron, entendieron que no podrían solucionar el problema limítrofe de manera definitiva y que en lo que debían centrarse, era en el caso de La Pedrera para evitar mayores contratiempos. Por ello llegaron a la conclusión de que lo mejor era volver al estado primario de la frontera, para así evitar el derramamiento de sangre, acogiéndose a la figura del “modus vivendi” que es una figura política utilizada en casos como este, que sin entrar a solucionar de fondo el problema básico, permite un arreglo temporal para, bajo circunstancias diferentes y en tiempos posteriores, poder discutir y solucionar el problema inicial. Bajo estos criterios fue que los cónsules sugirieron a sus ministerios adelantar una

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negociación entre los dos países. Este fue el primer paso para solucionar el conflicto. En ambos casos fue autorizado por los respectivos ministerios de relaciones exteriores y es precisamente aquí que se ve la habilidad de Rozo, que logró que se aceptara la desocupación de La Pedrera por las tropas peruanas. Sin embargo, cuando el documento fue suscrito por los ministros de relaciones exteriores sufrió algunos cambios, aunque la desocupación de La Pedrera por parte del ejército peruano continuó siendo el punto más importante. Se limitaba el número de efectivos colombianos que podían permanecer en ese lugar a 110, los cuales debían ser miembros del resguardo de aduanas y no del Ejército Nacional. Además se les prohibía movilizarse hacia el sur -es decir hacia el Putumayo- y se les imponían otras restricciones de movilidad, lo cual afectaba el concepto de soberanía, pues de hecho la sometía a condiciones foráneas. Por su parte a los peruanos se les prohibía el avance hacia el Caquetá, debiendo desviar hacia el Putumayo cualquier expedición de soldados o caucheros que tuviera como destino el Caquetá. Ambos países deberían evitar actos hostiles o actuaciones que pudieran ser interpretadas como tal. Para los colombianos el documento estaba suscrito por el ministro de Relaciones Exteriores Enrique Olaya Herrera, en tanto que para los peruanos por el ministro de relaciones de ese país. Debido a las dificultades de comunicación en la época, el documento llegó primero al cónsul colombiano en Puerto España-Brasil, y luego a través del primer vapor disponible fue enviado a Manaos, en donde Rozo lo recibió y a su vez lo hizo llegar al general Gamboa. Simultáneamente se reunió con el cónsul peruano y discutieron los términos de su implementación ya en el terreno. A su vez el funcionario peruano, que ya había recibido notificación de su gobierno, informó al Coronel Benavides de que se encontraba a bordo de la Loreto, muy cerca de La Pedrera. Ya para este momento se sabía en Lima del triunfo de Benavides. El júbilo había explotado y la alegría era inmensa. Por todas partes se comentaba la gran habilidad del Coronel, que a partir de este momento y hasta el fin de sus días fue considerado como un héroe nacional, al punto que aún hoy es una de las figuras más respetadas de la historia peruana. Quizás esta gran alegría que le brindó a su patria mitigó en algo la trágica historia que con anterioridad había acompañado a las tropas peruanas y permitió a la ciudadanía volver a expresar sentimientos de patriotismo reprimidos desde hacía mucho tiempo, así como su fe y confianza en la Fuerza Militar, pues no sólo el Ejército había participado sino también la Marina de guerra, en una verdadera operación conjunta. Las banderas nacionales volvieron a ondear en Lima y en todo el Perú, la hazaña de Benavides fue ampliamente difundida por la prensa con detalles de todo tipo, incluyendo los trabajos que tuvieron que sufrir los expedicionarios para

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movilizarse desde Chiclayo en la costa peruana, hasta el corazón del Amazonas, además de las incidencias del combate contra los colombianos. En Bogotá por el contrario hubo una gran ola de indignación, principalmente contra el propio gobierno nacional por su falta de previsión y apoyo a los hombres que fueron enviados al Caquetá, pues era inconcebible que unos guardas de aduana que no eran ni siquiera soldados, hubieran sido abandonados de esa manera. Se culpaba también al canciller Olaya Herrera, cuya gestión se calificaba como deficiente, poniéndolo a tambalear como ministro y como hombre público. Se criticó al presidente Carlos E. Restrepo por su indecisión. También contra la representación diplomática del Perú en esa capital hubo protestas. Manifestantes apedrearon la casa de la legación peruana y pisotearon su bandera clamando por venganza, a la vez que demandaban acción gubernamental. Grupos de exaltados exigían el envió de tropas a la región y demandaban una acción punitiva inmediata. “Así es que al compás de las vociferantes manifestaciones que pedían marchar a Lima y los relatos espeluznantes sobre las crueldades cometidas por la casa Arana contra los indígenas; Olaya Herrera logró un acuerdo de ‘modus vivendi’ con el Perú, cuyo primer efecto fue la orden de la cancillería peruana de poner en libertad inmediata a los soldados colombianos (que como hemos dicho, en realidad no lo eran) y prestar atención a los enfermos.”57 “El país ardió en patriotismo. Se organizó la Junta de Defensa Nacional, la junta Patriótica de Clubes y Clubes de tiro al blanco en todas las capitales de la República, donde podrían entrenar los futuros héroes que marcharían al Caquetá a lavar con sangre la ofensa inferida a Colombia”.58 Políticamente se abrió un gran debate sobre responsabilidad entre el gobierno conservador, denominado Republicano, y la oposición liberal. El presidente Carlos E. Restrepo. cuyo período de gobierno inició el 7 de agosto de 1910, se había esforzado por propiciar la reconciliación de los liberales y los conservadores, tratando de acercar a ambos bandos. En un acto audaz nombró a algunos liberales como ministros de su administración y asumió posiciones neutrales en las controversias partidarias, de ahí que había preferido ser conocido como gobierno Republicano y no conservador. La oposición liberal encabezada por el General Rafael Uribe Uribe, (otro veterano de la guerra de los Mil Días y participante en las más importantes acciones que se libraron en ella) mantenía una actitud extremadamente crítica y se produjeron candentes debates en el congreso, a donde acudió Olaya Herrera a defender la actuación del gobierno en este infortunado incidente. La oratoria desplegada tanto por Olaya Herrera como por Uribe Uribe paralizó al país. Éste último, con anterioridad a las acciones de La Pedrera, había hecho públicos detalles sobre el abandono en que se encontraban Gamboa y sus hombres. Inclusive

57. Revista Credencia Historia, Edición 191, Bogotá, Noviembre 2005. 58. Ibíd.

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aprovechando la información que había recibido del médico Irurita -el mismo que había abandonado a Gamboa en el momento en que la epidemia de disentería hacia estragos en las huestes de general colombiano-, quien relató cómo la expedición estaba en un estado calamitoso y sin recursos, responsabilizando al gobierno de tal situación. El gobierno había respondido que la divulgación de esa información era inconveniente y podía perjudicar más aún al General y sus hombres, calificando a Uribe de antipatriota. Ahora que el desastre se había consumado, nuevamente el líder liberal volvía a la carga en contra del gobierno y concretamente en contra de Olaya Herrera. Calificó como extraña la manera como éste último estaba manejando la situación y exigió acción más contundente. Uribe sabía que tenía el respaldo de la mayoría de los colombianos que se sentían ofendidos y humillados por la ofensiva militar peruana, a la cual consideraban desproporcionada, teniendo en cuenta que sin previa declaración de guerra, se había enviado un batallón con 500 hombres y cuatro naves de guerra en contra de un grupo de 100 gendarmes que carecían de armas de ese tipo y que solo estaban adelantando labores de control. También hizo mención a los editoriales de los periódicos El Tiempo y la Gaceta Republicana, publicaciones a las que señaló de defender los intereses del gobierno por encima de los de la patria, siendo apoyado en esta afi9rmación por otro combativo senador, el señor Laureano Gómez, quien de manera vehemente denunció esta posición parcializada de la prensa. Olaya ripostó con elocuencia y energía, sabiéndose respaldado por el presidente Restrepo. Desoyó las voces que clamaban por una acción bélica y se concentró en demostrar la eficacia la acción de la diplomacia que él encabezaba. Hizo ver cómo el problema se estaba resolviendo en términos aceptables para Colombia y cómo la situación normalizaría muy pronto entre los dos países, tradicionalmente amigos. Olaya utilizó un tono moderado pero firme, convincente pero claro, y logró sobrevivir políticamente a tan difícil prueba, de tal manera que años más tarde fue electo Presidente de la República. Curiosamente en 1932, le correspondió enfrentar una segunda ocupación de territorio colombiano por parte de un grupo de ciudadanos de la provincia peruana de Loreto, que posteriormente fueron apoyados por el gobierno del Presidente Sánchez Cerro, originando un conflicto que se ha denominado la Guerra contra el Perú. Entre tanto en el remoto Amazonas, los comandantes de las fracciones peruana y colombiana que habían combatido entre sí, se encontraban a la expectativa. Benavides en poder de La Pedrera, en donde había desplegado su batallón en tierra y había ocupado las mismas instalaciones que los colombianos construyeron ampliando el número de ranchos que servían de alojamiento, teniendo en cuenta que los efectivos con que contaba eran muchos más que los de Gamboa. Allí era precisamente que se habían incubado las bacterias que durante todo el tiempo que duró la acción y aun

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desde antes, los habían acosado, atacado y diezmado. Benavides pensaba que su unidad permanecería allí por mucho tiempo y se estaba preparando para ello. Se había preocupado por ofrecer mejores condiciones de higiene, pues contaba con recursos y médicos. Además la movilidad que le brindaban las cañoneras les permitían obtener los recursos que en determinado momento requirieran. En esta situación fue informado de la firma del “modus vivendi” entre los dos países y la necesidad de que éste fuera implementado lo antes posible para dar cumplimiento a sus términos. La orden de abandonar La Pedrera y permitir que fuera ocupada otra vez por los colombianos le pareció desde todo punto de vista absurda. Sus hombres se habían sacrificado e inclusive habían muerto para desalojarlos y ahora se pretendía regresarles lo que a su modo de ver, no les pertenecía. Sus tropas también demostraron su rechazo a tan desmedida orden y era evidente su inconformismo. Pero Benavides era un buen soldado y sabía que las órdenes tenían que ser cumplidas y en definitiva tendría que hacerlo. Se fijó un plazo prudencial para finales de Octubre. Gamboa, luego de su marcha por la trocha que lo llevó al río Apaporis, se dirigió a Nariño, el puerto brasilero sobre el río Caquetá. Estando en este lugar fue notificado por el cónsul Rozo del documento del “modus vivendi”. El General era un hombre de honor y si bien se alegró, también sintió que su recuperación debía haber sido por la fuerza para así resarcir la derrota que había sufrido. Sin embargo, al igual que Benavides estaba dispuesto a cumplir la orden que se le emitía. Consideraba que al menos se hacía justicia y el territorio de La Pedrera se regresaba a quien realmente le pertenecía, es decir a Colombia. Su estado de salud ya era mejor y se encontraba en plena recuperación, pues ya había recibido atención médica y sus condiciones de vida eran mucho más saludables, mientras por el lado peruano se estaban deteriorando. Luego del 28 de Julio, día en que se celebró su independencia nacional, paulatinamente los soldados peruanos empezaron a presentar síntomas preocupantes. Pese a todos los cuidados, de manera colectiva empezaron a ser atacados por los mismos males que habían diezmado a los colombianos. El Beri Beri, la disentería y la fiebre amarilla se expandieron de manera asombrosa. Muchos de los vigorosos hombres que habían cargado contra la posición de La Pedrera, ahora eran seres debilitados que difícilmente podían caminar. Se informó a Lima y se pidió ayuda para superar la crisis. Tan pronto esta situación se hizo pública, hubo indignación popular. No era posible que estos héroes hubieran sido abandonados a su suerte luego de la hazaña que habían realizado. Muy a pesar de Benavides, la permanencia en La Pedrera se estaba tornando en insostenible debido al número de soldados enfermos y a la dificultad de acabar con la fuente de las enfermedades. En un lapso muy corto de tiempo perecieron 30 soldados.59 Si los colombianos contratacaran en este momento, se

59. Revista Credencial Historia, op. cit.

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encontrarían con una situación muy similar a la que ellos mismos habían vivido cuando fueron atacados por los peruanos, que ahora yacían enfermos. El gobierno de Lejía fue duramente criticado y hubo verdadera indignación. En ese preciso momento se firmó el “modus vivendi” con Colombia de tal manera que los dos eventos (documento sobre modus vivendi y las diferentes epidemias) coincidieron. A través de los cónsules de ambos países se decidió convocar una reunión entre los jefes militares para coordinar algunos de los detalles de la aplicación del “modus vivendi” que recientemente se había firmado por parte de los cancilleres de ambos países. De común acuerdo fueron citados en el puerto brasilero de Nariño. Gamboa se encontraba allí desde el 21 de Julio y con él estaban los gendarmes y oficiales que se habían replegado por la trocha ya mencionada del Apaporis. El 22 hizo presencia el Coronel Benavides con parte de su expedición. Venían a bordo de sus cañoneras. Días más tarde procedentes de Manaos arribaron en el ya conocido vapor Puruz, el médico Irurita -quien luego de su defección de La Pedrera se había dedicado a labores más políticas que relativas a su profesión original-, los representantes consulares de Colombia, Benjamín Castillo y Rubén Vásquez, junto con el Coronel colombiano Antonio J. Echeverry y German Klinge, delegado del cónsul peruano en Manaos, quienes traían los textos del convenio recientemente suscrito por los cónsules en representación de sus respectivos ministros de relaciones exteriores. Estos representantes de los funcionarios consulares traían los pliegos para ser entregados a los jefes militares, quienes debían realizar una reunión de coordinación. De manera caballerosa el Coronel Benavides ofreció su nave insignia, la Loreto, para desarrollar la reunión y a través de los comisionados consulares invitó al General Gamboa a bordo. El jefe peruano entendía que si bien cada uno luchaba con ardor en defensa de su patria y que ello implicaba la utilización de las armas; esta utilización era racional y esos enfrentamientos se realizaban dentro de determinadas normas, una de las cuales era la caballerosidad y el respeto por el adversario. Pese a la intensidad de los combates y a la manera como cada jefe había planeado y empleado su fuerza en contra del otro, ahora se reunirían de acuerdo con los dictados de la diplomacia y presentarían sus puntos de vista con el fin de dar cumplimiento a lo que ya había sido pactado y acordado por sus respectivos gobiernos, aunque cada uno de antemano conocía los textos del tratado, los términos que establecía y las responsabilidades que a cada uno competían. Además, como es apenas lógico, cada uno tenía preparada una posición basada en la manera como entendía que debía defender los intereses tanto de su país, como de sus soldados.

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A la hora convenida, Gamboa subió a bordo de la Loreto con sentimientos encontrados. Por una parte, sabía que pese a la derrota en el terreno, su esfuerzo no había sido en vano y La Pedrera seguiría siendo colombiana de acuerdo con el “modus vivendi”, por otra estaría a bordo de una de las naves que lo habían atacado y en especial de la que había desembarcado los infantes peruanos a su retaguardia en el momento en que él había sufrido el colapso, que terminó con la pérdida de cohesión de su esquema defensivo, pues ya sin su liderazgo, había reinado la confusión y el caos.

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ara subir a bordo, Gamboa estuvo acompañado por los comisionados Echeverri y Vásquez. Su uniforme si bien estaba limpio y ordenado, mostraba la dureza de la campaña, pues había perdido parte de su color. No portaba armas y su actitud era serena. Benavides por su parte estaba muy bien uniformado y tan pronto el jefe colombiano piso el portalón de su nave, dispuso que la guardia le rindiera los honores que correspondían al grado y categoría de General, lo cual dio un marco de solemnidad a la reunión. Una vez a bordo y de manera cordial, los dos comandantes intercambiaron experiencias, pues Benavides a través del Teniente Forero y otros de los gendarmes tomados como prisioneros; se había enterado de que en desarrollo de los combates realizados el primer día, solamente 11 efectivos le habían hecho frente y le habían obligado a retroceder luego de haberle causado un número importante de bajas, entre ellos el Teniente Alberto Bergerie a quien conocía personalmente y había sido su emisario durante ese fatal primer día. Al recibir confirmación del General colombiano acerca de esta información, no pudo menos que expresar su sorpresa, recordando que desde su puesto de mando en la Loreto, había pensado que se enfrentaba a una fuerza superior. Como soldado reconoció el valor de esos hombres y la acertada dirección que recibieron de Gamboa. De la misma manera, expresó su admiración por la eficacia de los tiradores colombianos que en desarrollo del tercer día de combate, habían herido a los 17 infantes que reforzaron el cañón de la América durante el primer intento por sobrepasar el raudal. Caballerosamente reconoció las difíciles condiciones en medio de las cuales el contingente colombiano lo había enfrentado, más ahora que sus hombres en La Pedrera estaban sufriendo y padeciendo las mismas enfermedades que habían afectado a las tropas de Gamboa. Aunque no lo expresó, esa circunstancia habría hecho que posteriormente aceptara el regreso de La Pedrera a los colombianos, pues en las condiciones de salud en que se encontraba su tropa era muy difícil seguir ocupando ese lugar. Ya varios de sus hombres habían muerto y otros estaban en estado crítico afectando muy seriamente la moral de los soldados que querían regresar a su sede en Chiclayo. Gamboa correspondió a la actitud caballerosa del jefe peruano con palabras de cortesía y fórmulas igualmente caballerescas, para así dar comienzo a la parte formal de la reunión. Como punto inicial de la reunión, Gamboa exigió el cumplimiento del punto central del “modus vivendi”, consistente en la entrega de La Pedrera a Colombia. De acuerdo con

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ello, los términos eran perentorios y no cabía dilación, por lo cual exigió a Benavides la desocupación inmediata del mencionado lugar. Como elemento de presión manifestó que había demorado en Manaos el refuerzo que venía comandado por el General Carlos Neira, cuyas órdenes emitidas en Bogotá eran de atacar a la fuerza peruana que ocupaba La Pedrera, algo que se vería forzado a hacer sino se daba cumplimiento a lo acordado. El médico Irurita, también presente en la nave peruana, intervino pidiendo el cumplimiento de los acuerdos. Era curioso ver cómo este hombre que había abandonado a sus compañeros en un momento difícil, ahora los apoyaba con vehemencia. Era posible que quisiera resarcir en algo su actuación poco decorosa de días anteriores. Con una actitud muy digna, el jefe peruano se negó a reconocer la validez del acuerdo, explicando que la acción de armas con que había vencido cambiaba los términos, ya que implicaba una ocupación por la fuerza, algo que el gobierno de su país desconocía y por ende él tenía primero que informar sobre la nueva situación a sus superiores y esperar la determinación que ellos tomaran. Además agregó que aún en el caso de recibir la orden del Ministerio de Guerra peruano de entregar La Pedrera, “él se reservaría el derecho de protestar enérgicamente contra semejante medida.”60 Mientras tanto sus tropas seguirían ocupando La Pedrera. Luego de varias horas de discusión, en la cual este punto fue analizado desde diferentes ángulos, se decidió sentar un acta en la cual se consignaron los puntos de vista de cada una de las partes. En términos generales el acta decía que “el General Gamboa había pedido que las fuerzas peruanas se retiraran de La Pedrera y demás lugares del Caquetá y que para facilitar tal acción se comprometía a dar la orden al General Neira de permanecer en Manaos y no continuar con su tropa hacia el mencionado lugar. Esperaba que el jefe peruano correspondiera a este gesto, dando cumplimiento al acuerdo de “modus vivendi” en el menor tiempo posible. A continuación pedía que los oficiales y gendarmes que habían sido tomados como prisioneros y que se encontraban en manos del Coronel Benavides, fueran puestos en libertad y devueltos a las autoridades colombianas. Benavides a su turno también fue enfático. “Dada la distancia a que se encuentra tanto de Manaos como de Iquitos, ciudades en donde únicamente su gobierno podía tener conocimiento de la situación actual, derivada de los combates realizados los días 10, 11 y 12 del presente mes, las instrucciones que le había dado el Sr. Cónsul en Manaos eran una situación no conocida por su referido gobierno.(en realidad ya en Lima se sabía lo sucedido y el ministerio de relaciones exteriores del Perú había obrado en consecuencia y ya en Lima había habido manifestaciones de júbilo ).”61 En realidad era una hábil maniobra de Benavides, que buscaba dilatar el proceso, aunque él sabía que de todas maneras tenía que cumplir con el mandato. A continuación introdujo 60. Luis Forero Román, óp. cit.76 61. Luis Forero Román, op. cit.pp78

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otro punto que demuestra su capacidad como negociador, en el que planteaba “que habiendo obligadamente llevado a cabo una acción de fuerza para la ocupación de la margen derecha del río Caquetá y estando en la actualidad en posesión de ella, era el gobierno quien en vista de tal situación que ignoraba, quien debía ordenarle lo que creyese conveniente.”62 Además agregó algunos otros puntos, el primero de ellos manifestando que ya había instalado una aduana peruana en la margen derecha del río Caquetá y que solamente el gobierno central podía disponer de ella. De manera muy zagas y quizás enterado de la real situación de la unidad colombiana que venía al mando del General Carlos Neira para apoyar la recuperación de La Pedrera, dejó constancia de que no tenía conocimiento de que dichas tropas estuvieran de manera voluntaria en Manaos. Como último punto manifestó que ya al principio de la conferencia había ofrecido al jefe colombiano la entrega de los prisioneros que tenía en su poder en la embarcación y que posteriormente lo haría con los que en ese momento eran trasladados a Lima (entre ellos el Teniente Forero Román). Se decidió así que hasta que Benavides recibiera alguna orden, él permanecería en La Pedrera, los colombianos lo harían en el Brasil o sobre la margen izquierda del río Caquetá, y que los prisioneros serían devueltos a Gamboa. En esos términos finalizó esta histórica reunión. Pese a ello los dos jefes sabían que La Pedrera sería entregada muy pronto y que solo se trataba de un procedimiento moral para no acabar de golpe con el espíritu de la tropa peruana.63 Además ya la epidemia en especial de fiebre amarilla estaba causando graves estragos a sus hombres, quienes en esas condiciones eran conscientes de que pronto tendrían que abandonar lo que tanto trabajo les había costado conquistar. Esa misma mañana fueron entregados a Gamboa los gendarmes Rafael García, Manuel López y N. Arévalo, quienes se encontraban enfermos en el momento de ser capturados en La Pedrera. El resto de prisioneros del grupo del Teniente Forero, que eran quienes habían ofrecido resistencia protegiendo la retirada de sus compañeros; fueron liberados y entregados a las autoridades colombianas unos días más tarde. Como ya se dijo, el Subteniente Efraín Correal, quien formaba parte de ese grupo, murió de neumonía estando en cautiverio y nunca regresó a Colombia. Finalizada la conferencia, el General Gamboa y lo que quedaba de su tropa se embarcaron nuevamente en el vapor Puruz y siguieron con rumbo a Tefe. En el momento de abordar este vapor, se encontraba muy cerca la cañonera Loreto con algunos de los soldados peruanos. El contraste era evidente entre estos, con sus uniformes en

62. Ibíd., pp.78. 63. En realidad la reunión de los cancilleres se efectuó el 15 de julio 3 días después de sucedidos los combates, pero para esa fecha los cónsules ya sabían lo que había sucedido y ya habían enviado un reporte a sus superiores. Inclusive hay versiones que el cónsul peruano Rey de Castro había informado a su gobierno que las bajas de Benavides habían sido 40 muertos y 93 heridos algo que no fue confirmado y por el contrario desmentido por Benavides que informo 9 muertos y 39 heridos para un total de 38 bajas. En este sentido Gamboa reporto solo 2 muertos y un herido para un total de 3 bajas.

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muy buenas condiciones, y los colombianos, cuyos uniformes reflejaban la dureza de la prueba por la cual habían pasado, además del aspecto macilento y enfermizo que hasta el propio Gamboa presentaba. En Tefe el General se despidió de su tropa, que quedó al mando de su comandante natural, el Capitán Rengifo, y verificó que estuviera bien aprovisionada antes de seguir hacia Manaos para tomar contacto con Bogotá y recibir nuevas instrucciones. Allí se le ordenó regresar a la capital lo antes posible, lo cual hizo abandonando la Amazonia por la cual había luchado con tanto ahínco y por la cual estaba ahora dispuesto a responder ante sus superiores jerárquicos. Al poco tiempo Benavides fue también llamado a Lima, quien igualmente se despidió de su tropa y partió de acuerdo con la orden recibida. Inicialmente hizo escala en Iquitos, donde el recibimiento fue más que apoteósico, en concordancia con la imagen de héroes que tanto él, como sus hombres, habían alcanzado. Bandas de música, colegios enteros, sirenas, desfiles, calles de honor y discursos de bienvenida por parte de las autoridades regionales y locales, fueron parte del acompañamiento preparado para ellos en ese punto, cuya plaza de armas fue el escenario de una imponente ceremonia en la que Benavides fue ascendido de Teniente Coronel a Coronel. Ese fue el inicio de una meteórica carrera. Como había contraído algunas de las enfermedades que también afectaron a sus hombres y anteriormente a la guarnición colombiana en La Pedrera; fue enviado a Europa para que se recuperara. Allí permaneció hasta mediados de 1912, cuando regresó a Lima y fue recibido nuevamente con todos los honores. Se realizaron varios actos oficiales para homenajearlo, siendo el más importante de ellos, un desfile militar en la plaza de armas de la capital peruana. Luego fue promovido al grado de General y nombrado jefe de una las regiones militares en que se dividió el Perú con la reforma militar. En 1913 fue nombrado Jefe de Estado Mayor del Ejército, y al poco tiempo, debido a la destitución del presidente Billinhurst; fue nombrado presidente de una junta provisional de gobierno. En un término de dos años Benavides pasó de ser comandante de un batallón perdido en el norte de la costa peruana, a héroe de la Patria, General del Ejército, y presidente encargado del Perú, un cargo que posteriormente ejercería nuevamente. También sería nombrado luego, Mariscal de Campo. Gamboa no tuvo tanta fortuna. Inicialmente en Manaos verificó la situación en que se encontraba el General Neira y su tropa, pues de acuerdo con lo que se le había informado, este refuerzo debería haber llegado a tiempo para enfrentar a las fuerzas peruanas. Verificó que sus efectivos eran 150 soldados, un número superior al que se le había informado. Muchos de ellos habían sido instruidos de manera conveniente, otros eran veteranos de varias campañas y estaban bien dotados. Además traían dos piezas de artillería, algo que hubiera sido definitivo para enfrentar a las cañoneras adversarias. Esas piezas bien ubicadas en las posiciones en tierra hubieran mantenido a raya a las

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mencionadas embarcaciones y se hubieran convertido en un verdadero peligro para ellas. Pero el problema había sido otro. El General Neira, si bien veterano de la guerra de los Mil Días y un soldado de primera calidad; era un inexperto administrador de los recursos y desconocía los procedimientos aduaneros y de tránsito de fracciones armadas a través de otros países. Carecía de un tren administrativo que lo apoyara o al menos lo asesorara oportunamente. A lo anterior se añade que este oficial era un hombre de mal carácter y que con frecuencia interponía su opinión sin mayores reflexiones. De ahí que durante la larga travesía desde Cartagena hasta el Brasil, con sus diferentes escalas en puertos de países muy diversos; pocas veces pudo efectuar los trámites de transporte de material de guerra de manera eficiente y se vio sometido a todo tipo de demora y molestia. Ello estimulaba su mal carácter y muchas veces terminaba inmerso en inútiles e interminables discusiones con funcionarios de aduana de bajo nivel, que lejos de resolver sus problemas los prolongaban, así como el tiempo de tránsito por cada aduana. El otro problema era que la cañonera Cartagena aún no estaba reparada y la expedición debía seguir en vapores alquilados. El diligente cónsul colombiano en Manaos, Santiago Rozo, con la debida anticipación había pedido al gobierno central la suma de US $ 50.000 para la compra de un vapor que consideraba adecuado para la movilización de las tropas colombianas. Someramente había descrito la embarcación, haciendo notar que tenía posibilidades de ser bien blindado, que tenía luz eléctrica y que sus características lo hacían apto para la misión que debía cumplir en la región amazónica. Sin embargo, los trámites burocráticos, las preguntas de comprobación sobre la validez de la compra, de la verdadera la conveniencia de adquirirlo, etc., hicieron que la compra nunca se materializara y que las tropas colombianas quedaran sin transporte propio, dependiendo del que se pudiera contratar. Por ello su presencia en Manaos y su falta de oportuna asistencia a Gamboa. Esas circunstancias no eran secretas, pues contratar una embarcación era algo común a lo largo del río Amazonas. El cónsul peruano sin hacer mucho esfuerzo se enteró de todos estos detalles y los comunicó a Benavides. Por ello, cuando en el desarrollo de la reunión en la Loreto se le trató de presionar utilizando como argumento la presencia de Neira y su tropa en Manaos; él con conocimiento de causa la desestimó en la parte final del acta que fue levantada en esa ocasión. Quizás la actitud del General Neira fue definitiva, pues sin duda faltó diligencia y mayor interés en la resolución de los problemas administrativos.

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El jefe colombiano siguió hacia Bogotá utilizando la misma ruta que había utilizado en su camino al Amazonas. Entre tanto los detalles de lo sucedido en La Pedrera habían sido divulgados en Colombia. Se supo cómo este oficial con un grupo reducido de gendarmes, muchos de ellos enfermos y armados solo con fusiles, había enfrentado a un batallón peruano con más efectivos, muy bien equipados y respaldados por el fuego de cuatro naves armadas con artillería y ametralladoras. Se supo que el General personalmente comandaba desde la primera línea la acción, compartiendo el peligro con sus subordinados e incluso que este abnegado soldado cargaba sobre sus hombros las pesadas cajas de munición para repartirla a sus hombres. Su desvanecimiento producto de la enfermedad, la insolación y el agotamiento, eran prueba de su entrega incondicional. Todo ello causó admiración entre los ciudadanos. Los colombianos del común pensaban que pese a que no pudo sostener la posición, su actitud hasta el último momento había sido valerosa. A partir de ese momento empezó también a ser considerado como un héroe. Aún antes de pisar el territorio patrio procedente del Caribe, ya había manifestaciones de admiración y de gratitud. Tan pronto se produjo su arribo a Puerto Colombia, la población civil se volcó a la calle a recibirlo. Fue algo sin precedentes en la vida de este puerto. Era costumbre de la época el envío de mensajes telegráficos como reconocimiento o manera de saludar a alguien especial. La oficina telegráfica de Puerto Colombia fue atiborrada por numerosos mensajes que llegaban de diferentes partes del país. Su presencia era considerada como un honor y un privilegio para la localidad. En la medida en que fue progresando hacia la capital de la república, estas manifestaciones fueron haciéndose cada vez más y más notorias. En Barranquilla las muestras de admiración y aprecio fueron también multitudinarias. Allí se realizó otro de los actos que demostraban respeto y admiración, la retreta. En la retreta una banda militar interpretaba himnos y música patriótica en honor de un personaje que se quería homenajear. Gamboa fue varias veces homenajeado con retretas, además de continuar recibiendo telegramas de saludo, respeto y sobre todo admiración. Las autoridades regionales se hicieron presentes en todos estos actos, testimoniando la participación del sector oficial en estos. En otras ciudades también sobre su ruta hacia Bogotá, los habitantes se manifestaron con grandes muestras de cariño. Mensajes, retretas, colegios cantando el himno nacional, delegaciones de damas de la localidad, saludo de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, se sucedían en cada una de ellas. En Facatativá le entregaron una corona de laurel adornada con cintas multicolores, significando la gloria y alegría que brindaba a sus conciudadanos.

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Ya en Bogotá continuaron las manifestaciones y reconocimiento por el valor demostrado por Gamboa y sus hombres. En la Estación de la Sabana, sitio de llegada del tren, se hizo presente una inmensa multitud que quería conocer al General que ya era catalogado como un héroe. Comisiones de la cámara de representantes, del senado y de los demás poderes públicos salieron a recibirlo y a entregarles saludos protocolarios en notas de estilo. El coche que abordó para dirigirse a la residencia en donde se alojaría, que era tirado por caballos, fue tomado por un grupo de jóvenes que utilizando sus brazos lo tiró hasta la mencionada residencia. La gendarmería nacional también rindió un gran homenaje, destacando la acertada manera como había manejado a la sección Nº 11 en La Pedrera, y el comandante de esta institución, el General Gumersindo Rozo también le rindió honores. Los estudiantes del tradicional colegio de San Bartolomé organizaron una fiesta y en medio de ella le obsequiaron una tarjeta de plata. De esta manera finalizó el regreso de Isaías Gamboa a Bogotá. Hasta ese momento, al igual que su contendor en La Pedrera el Coronel Benavides, había recibido homenajes y reconocimientos de sus conciudadanos y ello de alguna manera compensado los grandes sacrificios, las enfermedades y trabajos que habían tenido que afrontar. Pero a partir de este momento las cosas cambiarían para Gamboa y su vida sufriría un vuelco de 180º, pasando de ser considerado un héroe a ser acusado de haber actuado como un villano, y como consecuencia de ello relegado al escarnio, la duda y luego al olvido; al punto que las nuevas generaciones no solo de ciudadanos sino de miembros Ejército colombiano, desconocen por completo la figura de Isaías Gamboa.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria CapĂ­tulo XII Consejo de guerra y olvido

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La figura de Isaías Gamboa, que había alcanzado dimensiones de héroe y prohombre,

pronto empezó a perder trascendencia y esa aureola con que había sido rodeado. Dos de los hombres que habían estado con él en la Amazonia, repentinamente empezaron a expresar su inconformidad con los homenajes que el General estaba recibiendo. Inicialmente, expresaron que era injusto que se le homenajeara solo a él y se excluyera a los demás participantes en la acción, pues decían que todos merecían el mismo tratamiento. Posteriormente cambiaron el tono de los ataques y se concentraron en la persona de Gamboa. Decían sus detractores que en el momento en que las tropas peruanas desembarcaron a retaguardia de la posición colombiana, el General había abandonado a sus hombres y se había retirado del lugar de la acción. Más adelante, intensificaron sus acusaciones y se llegó a decir que la razón por la cual Gamboa se había retirado del lugar del combate había sido cobardía y que no había sufrido ninguna enfermedad sino que por el contrario la había fingido para así justificar su indigna retirada.

Los acusadores de Gamboa eran el médico Irurita y el General Neira64, quienes se habían acercado a algunos de los periódicos que funcionaban para la época en Bogotá. Según la versión de los dos funcionarios, todo había sido un montaje y en realidad Gamboa no había sido afectado por ninguna enfermedad. El caso, como es apenas lógico, causó un gran revuelo en la ciudad e incluso a nivel nacional. Hubo duda y desconcierto y se empezó a mirar a Gamboa con otros ojos. Paulatinamente fue perdiendo su aureola y su prestigio. Notoriamente afectado por estos acontecimientos, el General Gamboa pidió ser juzgado por un consejo de guerra que fuera convocado para que determinara su conducta en desarrollo de los hechos de La Pedrera. Se dirigió directamente al Presidente de la República para que en su calidad de “Comandante General de los Ejércitos”65 fuera él quien presidiera el mencionado consejo de guerra. Para la fecha el Presidente de la República era José Vicente Concha, quien se había hecho conocido cuando ejercía como embajador ante los Estados Unidos al negarse a firmar el tratado que permitía la intervención de este país en Panamá y que posteriormente generó su separación. Ante la solicitud de Gamboa, el presidente Concha inició el proceso investigativo previo y nombró como funcionario de instrucción al General Manuel Antia. En su condición de funcionario de instrucción, Antia estableció inicialmente que ninguno de los dos acusadores había estado en lugar de los acontecimientos en el 64. Luis Forero Román, óp. cit, pp.103 65. En esa época se denominaba así la función de comandar las Fuerzas Militares por parte del Presidente de la Republica.

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momento en que habían sucedido. En efecto, el médico Irurita abandonó el contingente que ocupaba La Pedrera sin causa justificada, cuando tuvo conocimiento sobre la aproximación de las tropas que comandaba el Coronel Benavides. Intempestivamente abordó el conocido vapor Puruz y se dirigió a territorio brasilero en donde permaneció mientras se desarrollaban las acciones en La Pedrera. Posteriormente hizo presencia durante las negociaciones que se desarrollaron entre los dos jefes militares a bordo de la cañonera Loreto, una vez finalizados los combates. Es decir se estableció que el médico Irurita en ningún momento fue testigo directo de las denuncias que posteriormente elevó. Ello dejaba dudas sobre su veracidad o intención pues el General Gamboa lo había responsabilizado de la muerte de algunos de los gendarmes que habían quedado sin atención médica en medio de la epidemia de fiebre amarilla que se había levantado, luego que el mencionado médico se había ausentado de la guarnición. No había constancia médica de este galeno que certificara científicamente sus afirmaciones sobre el estado de salud de Gamboa, por lo cual éstas se limitaban a conceptos sin un respaldo serio. Por otra parte el General Neira tampoco aportaba pruebas en contra de Gamboa aparte de su testimonio. Él mismo había sido acusado de negligencia pues su desplazamiento hacia el Amazonas en donde debía apoyar con su tropa a Gamboa había estado llena de irregularidades, demoras no justificadas y problemas con los funcionarios consulares y de inmigración de los diferentes países por donde había tenido que transitar, factores que le impidieron llegar a tiempo para cumplir con su misión de reforzar a los combatientes de La Pedrera. Por ello los días en que estos se presentaron y en concreto el tercer día, en el cual se produjeron los hechos de que acusaba a Gamboa, se encontraba muy lejos del sitio de la acción y en ningún momento fue testigo directo u observó los hechos que denunciaba. No se estableció cuál era la base de sus afirmaciones o qué prueba concreta tenía para sustentarlas. Posteriormente el mismo funcionario de instrucción hizo un amplio acopio de los documentos existentes, como comunicaciones entre el jefe de la expedición y el ministerio de guerra, comunicaciones del mismo con el ministerio de relaciones exteriores, con el consulado en Manaos y otras de diferente nivel y con diferentes entidades que arrojaban luz sobre aspectos importantes dentro de la investigación, en especial del comportamiento del General Gamboa. También se analizaron algunas otras cruzadas entre dependencias del ministerio de relaciones exteriores como los consulados y el despacho del ministro. Había algunas realmente interesantes que dejan ver descoordinación y falta de comunicación entre los propios ministros.

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Por ejemplo el 11 de marzo de 1911 el ministro de relaciones exteriores Enrique Olaya Herrera envió a Gamboa un “telegrama”66 que textualmente decía “circunstancias que indicaran en que banda del Caquetá se debía situar en la aduana, resguardo. Si no tiene confianza pleno éxito, esquiven encuentro pasando banda norte”67 Sin embargo el jefe directo de Gamboa, el ministerio de guerra le había ordenado “Defender tanto la aduana como a la comisaria judicial, y amparar la navegación del Caquetá en territorio colombiano contra todo ataque que pretenda desconocer los derechos de la soberanía de Colombia en esa región.”68 Esta última comunicación estaba basada en la aceptación del Uti possideti Juris de 1810, según el cual el territorio colombiano se extendía más allá del río Caquetá llegando hasta el Putumayo. Como se puede ver, había una abierta contradicción entre los dos ministerios, pues en tanto el de Guerra veía la situación como un problema de mantener la soberanía, el de relaciones exteriores lo veía como una discrepancia entre vecinos que debía evitarse, algo muy típico de la diplomacia internacional. Sin embargo el superior directo de Gamboa era el ministerio de guerra, por lo cual éste acogió su orden. Si bien Gamboa era miembro del Ejército Nacional, los gendarmes no lo eran y por ello el gobierno dispuso que quedaran bajo el mando del ministerio de guerra y que fuera éste quien les emitiera las instrucciones correspondientes. Este tipo de comunicaciones contradictorias continuaron, así nuevamente el ministerio de relaciones exteriores hasta el 13 de mayo insistía en que “diga cónsul Manaos qué gobierno desea solo por ahora sostener resguardo aduana evitando fracaso funesto”.69 En realidad no solo se trataba de sostener el resguardo, pues las órdenes emitidas a Gamboa eran mucho más amplias. Entre las más importantes estaba la de proteger a los indígenas de la región, y donde estaban más amenazados era en la margen derecha del río Caquetá, pues allí la casa Arana seguía expandiéndose desde el Putumayo hacia el Caquetá. En la misma forma, la comisión judicial que encabezaba el General Valencia debía realizar sus trabajos sobre la mencionada margen, debido a que era allí en donde debía recoger los testimonios y las pruebas contra los funcionarios peruanos para demostrar los abusos que habían cometido contra las diferentes comunidades. De hecho, cuando se produjo el ataque contra el resguardo de La Pedrera, Valencia ya había recaudado un importante acerbo probatorio en contra de numerosos funcionarios peruanos -casi todos empleados de la casa Arana-, que luego de su captura por las fuerzas peruanas se extravió. Otras comunicaciones alertaban sobre el inminente ataque de las tropas peruanas al resguardo de aduanas de La Pedrera, como la siguiente enviada por el eficiente cónsul Rozo el 15 de marzo de 1911 al gobierno central “Perú hostilisimo intenta atacar resguardo La Pedrera. Solicito enviar refuerzos inmediatamente Crucero Cartagena. Espero atiéndame.”70 66. Comunicación enviada a través de equipos de radio. Abreviación de cablegrama. 67. Luis forero Román óp. cit. pp. 111. 68. Ibíd. pp. 108. 69. Ibíd. pp. 111 70. Luis Forero Román, óp. cit.pp124.

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Este diligente funcionario había urgido al gobierno con anterioridad a no abandonar la región amazónica y había solicitado el envío de tropas bien equipadas. Con fecha 6 de octubre de 1910 envió la siguiente comunicación al ministerio de relaciones exteriores: “insisto en pedir a su excelencia que se envié inmediatamente al bajo Caquetá, compuesta de 100 hombres debidamente armada, municionada y equipada y con tres piezas de artillería de campaña. El personal de la guarnición se debe componer de tropas veteranas y uno de los oficiales de la guarnición debe conocer científicamente el manejo de la artillería. Si su excelencia y el gobierno de Colombia no le dan a esta nota consular la importancia y trascendencia que ella tiene y no envían la guarnición que solicito con el carácter de urgente indispensable y necesario, el porvenir se encargará de justificarme”.71 Esta comunicación incluida en la investigación del General Antia permitió al juez del consejo de guerra analizar cómo la visión del cónsul había sido muy objetiva, pero aparentemente el ministerio de guerra no la había tomado con la seriedad requerida y de ahí que en el momento del combate, los colombianos hubieran tenido que actuar en condiciones de inferioridad en todo sentido, lo que a su vez le permitió apreciar la calidad del liderazgo de Gamboa quien logró resistir tres días empleando solamente fusiles operados por gendarmes que no eran exactamente soldados. Es muy posible que esta documentación haya jugado un papel muy importante en la emisión del veredicto que posteriormente fue promulgado por el juez del consejo de guerra y ampliamente difundido por la prensa nacional y regional. Una vez practicadas estas diligencias, se dedicó a escuchar los testimonios de los miembros del grupo que había sido comandado por Gamboa, incluyendo a oficiales y gendarmes. Para tal fin los hizo comparecer a su despacho. Uno de los primeros en concurrir fue el Teniente Luis Forero Román, comandante de una de las secciones de la tropa de gendarmes enviada al Caquetá. Forero estuvo presente en todas las actividades que se desarrollaron a partir del momento en que la expedición salió de Bogotá, en donde había sido constituida inicialmente con la base de 20 gendarmes disponibles que luego fue ampliada. Este oficial, el día en que Gamboa fue evacuado hacia la selva por sus subalternos, estaba presente y fue testigo de lo sucedido ese día en La Pedrera. En su exposición ante el funcionario de instrucción, Forero hizo una detallada descripción del desarrollo tanto de las acciones previas como de las ocurridas durante los días 10, 11 y 12 de julio de 1911, de manera cronológica. La parte de su testimonio relacionada con el General Gamboa contiene descripciones como la siguiente: “Durante el combate vi al General recorrer la línea de fuego, hacer fuego con el fusil que llevaba, cargar parque y herramientas y dar órdenes.” Refiriéndose a cómo se había comportado Gamboa durante el primer día de combate, enfrentado a las cañoneras peruanas. Respecto a su actuación en los días posteriores 71. Ibíd. pp. 123.

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expuso: “el General Gamboa, como en el día anterior, recorría las líneas de combate, llevaba parque y daba órdenes. Se combatió hasta las 6 de la tarde, hora en que las cañoneras se retiraron”.72 Al comenzar su declaración, también hizo referencia a cómo el alto oficial había actuado: “El 10 de julio (primer día de combate) el General Gamboa se levantó de su cama, en donde se hallaba postrado por la fiebre y la disentería y dio la orden para que la tropa enferma se levantara y se armara como se acostumbraba a hacer cada vez que alguna embarcación se aproximaba”.73 A lo largo de su exposición, Forero va detallando la conducta de Gamboa durante los tres días de tal manera, que el funcionario de instrucción pudo concluir que efectivamente el General Gamboa sí se encontraba enfermo durante el combate contra las tropas peruanas. Otros oficiales fueron también llamados a declarar por el General Antia. Entre ellos el Subteniente Demetrio Reyes, comandante de otra sección de gendarmes, quien compareció ante el funcionario de instrucción el día 26 de marzo de 1912. En su declaración ante el General Antia hizo un relato muy similar al que Forero ya había hecho. Habló sobre las enfermedades que los habían afectado, de la actitud valerosa en del General, de cómo los peruanos lograron superar los rápidos y envolverlos al alcanzar su retaguardia haciendo muy difícil la defensa de la posición. En sus palabras, Reyes describió la conducta del jefe colombiano durante el combate así: “el General Gamboa recorría las líneas de tiradores y daba las órdenes para evitar la toma del puerto” refiriéndose al segundo día de combate cuando la América y la Loreto se habían aproximado a menos de 100 mts del puerto que defendían los colombianos. También dio fe de las enfermedades que los castigaron durante todo el tiempo que estuvieron en La Pedrera y aún antes de llegar a este sitio. A continuación fueron llamados a declarar ante el General Antia más miembros del grupo de gendarmes. Entre ellos compareció el Sargento López, quien era el vigía que estuvo atento a la actividad de las cañoneras de Benavides, luego del primer día de combate. Sus palabras confirmaron lo dicho por quienes le habían precedido en el despacho de Antia y en la actitud de Gamboa durante toda la acción. Otros declarantes como el Coronel Quintero, el General Valencia, el Capitán Manuel Rengifo y varios gendarmes entre ellos Rubén Vásquez, Tobías Guevara, y Emigdio Martell coincidieron en la conducta del General Gamboa. Ninguno de ellos emitió concepto contrario a lo ya dicho por los demás testigos. Por el contrario, la coincidencia en esos aspectos fue total. Dos de los integrantes de la expedición, entre ellos el Capitán Rengifo, manifestaron que en el momento oportuno habían aconsejado a Gamboa desistir de su idea de defender La Pedrera en vista de la superioridad de las unidades peruanas que se aproximaban. Desde un punto de vista muy realista, le manifestaban que la actitud

72. Luis Forero Román, óp. cit. pp. 116. 73. Ibíd. pp. 116.

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que estaba asumiendo al pretender resistir tal fuerza solo le conduciría al fracaso y al sacrificio de los gendarmes que lo acompañaban. En términos generales estaban en desacuerdo con la decisión tomada por su superior, pero en ningún momento criticaron su conducta en desarrollo del combate. Otro de los testimonios que fue de gran trascendencia lo constituyó el del cónsul de Colombia en Manaos, Santiago Rozo. El General Antia era conocedor de la seriedad y del inmenso deseo de servicio a Colombia que este funcionario había demostrado, y por ello le prestó la mayor atención. Sus primeras palabras fueron de desasosiego, pues demostró desde el primer momento que con la debida anticipación había advertido al gobierno central de la grave amenaza que se cernía sobre el Caquetá. Su insistencia en el envío no solo de tropas sino de elementos tales como piezas de artillería y la cañonera Cartagena, estaba fundamentada en el conocimiento que tenía de las previsiones que a su turno el gobierno peruano estaba adoptando para enviar su propia expedición hacia La Pedrera. Era tal su indignación, que amargamente expresó “en cualquier otra nación el Sr Wiesner (el emisario enviado con la misiva en la que solicitaba el mencionado material) hubiera sido atendido y el primer magistrado de la nación lo hubiera oído con atención en varias audiencias como quiera que se trataba de grandes intereses y el honor de la patria, mas no fue así.”74 Y fue mucho más allá: “consta por que no encontró apoyo alguno en el gobierno, que el señor Wiesner tuvo que apelar a la prensa y era en mi opinión, al excelentísimo señor Presidente de la República a quien le competía la obligación ineludible de atenderlo y ordenar a sus ministros que las notas de Gamboa y el cónsul colombiano en Manaos fueran consideradas, porque era a él a quien principalmente estaba dirigida una de las comunicaciones. Y es a él según la constitución a quien corresponde la dirección y la responsabilidad de las relaciones exteriores del país.”75 Luego añadía que el General Gamboa hubiera podido derrotar a las tropas del Perú si hubiera contado con los recursos que había solicitado oportunamente al gobierno nacional. No tenía duda de la competencia profesional de Gamboa “los agentes subalternos como el General Gamboa y el ex cónsul en Manaos cumplieron con sus deberes. Y los verdaderos responsables de estos sucesos están todavía en las alturas oficiales y a una gran distancia de la gravísima responsabilidad efectiva en que incurrieron.”76 Uno de los últimos declarantes fue el General Gabriel Valencia, jefe jurídico del Caquetá y encargado de investigar los graves abusos que allí se cometieron por parte de la casa Arana. Aunque también era un veterano de la guerra civil de los Mil Días y había participado con el bando conservador en la terrible batalla de Palonegro como miembro del estado mayor del General Prospero Pinzón; en desarrollo de esta expedición no tuvo mando directo, por tener funciones muy diferentes relacionadas 74. Luis forero Román pp. 113 75. Ibíd. Pp. 113 76. Ibíd. Pp. 113

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con la investigación judicial, incorporándose a partir del segundo día de la lucha como un combatiente más. En los combates finales que tuvieron lugar durante el tercer día, fue encargado por Gamboa de comandar uno de los flancos de la posición, integrado por siete gendarmes y una vez perdida la cohesión de la defensa ante el ataque peruano, quedó solo y se dirigió a la selva en donde fue capturado por las tropas de Benavides. En su relato ante el funcionario instructor del proceso contra Gamboa, confirmó una vez más lo afirmado por oficiales y gendarmes. Algunos apartes de lo dicho por él sustentan lo afirmado sobre los parámetros que rigieron la conducta del General Gamboa: “con la entereza que lo honra contestó al jefe peruano que su deber le imponía permanecer donde estaba y que solo por la fuerza abandonaría la margen derecha del Caquetá.”77“si es cobardía haber sostenido tres días de combate contra 500 hombres y cuatro cañoneras de guerra con ese puñado de moribundos que no pasaban de 50, díganlo quienes imparcialmente puedan juzgar los hechos con seriedad y patriotismo que el caso exige.”78 Con estos documentos debidamente ordenados más otros de los que no se ha hecho mención en este recuento, las diligencias le fueron enviadas al presidente del consejo de guerra, que era a su vez, como ya se había dicho, José Vicente Concha Presidente de la República. Con la seriedad que tan delicado caso requería, el señor Concha estudió las pruebas, declaraciones, y en general todas las diligencias que componían el voluminoso expediente. Luego de un tiempo prudencial de estudio, de efectuar consultas y analizar los testimonios y documentos, llegó a una conclusión el 6 de julio de 1915. Esta conclusión decía: “El General José Isaías Gamboa no solo no faltó a ninguno de los deberes que incumben a los jefes con mando de tropas, sino que los cumplió estrictamente y defendió con honor el puesto que se le había confiado, aun careciendo de elementos bastantes para ello y en consecuencia estando reunidos los elementos suficientes para formar juicio cabal sobre los hechos y no habiéndose obtenido prueba de ello que dé lugar a responsabilidad de ninguna especie del General José Isaías Gamboa, se declara de acuerdo con el concepto del señor Auditor de Guerra, que no hay lugar a la práctica de instrucción criminal contra las leyes militares y se ordena archivar las diligencias practicadas.” Esta providencia fue firmada el día 6 de julio de 1915. Para entonces las denuncias que en su contra se habían hecho en 1911 ya habían calado en la opinión pública y a pesar de no habérsele encontrado ninguna responsabilidad, el General José Isaías Gamboa fue olvidado y su huella se perdió en las injusticias de la historia.

77. Luis Forero Román óp. cit. pp.133. 78. Ibíd. pp.133.

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La Pedrera, Honor Sin Gloria Capítulo XIII Epílogo - ¿Quién ganó y quién perdió?

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En octubre de 1911 las fuerzas peruanas desocuparon La Pedrera para nunca

más volver. Para esa época el Coronel Benavides ya se encontraba en Europa recuperándose del Beri Beri que había contraído durante los días que estuvo expuesto a él en el interior de la selva. No vio el sentimiento de desilusión con que su batallón desocupó La Pedrera, y utilizando los mismos navíos en que había llegado tomó rumbo a Iquitos, dejando sus muertos enterrados frente a la pequeña población. Si bien iban satisfechos por el deber cumplido y se sentían orgullosos de su acción, en el fondo llevaban una inmensa frustración pues les parecía totalmente injusto que tuvieran que salir de allí. Pensaban que habían sido traicionados por los políticos que ellos creían le habían causado tanto daño al Perú a lo largo de su historia. Silenciosamente, las embarcaciones tomaron la última curva y La Pedrera desapareció de su vista. Pero entonces surge una pregunta, si tuvieron que desocuparla ¿para qué entonces la ocuparon? La decisión política de hacerlo proveniente del más alto nivel de la conducción del estado, parece haber sido apresurada, equivocada o mal interpretada. Otra versión determina que la presión fue producida por la casa Arana que con la presencia de las tropas colombianas en la región veía su imperio cauchero amenazado y en peligro, además que no estaba interesada en que se investigaran las denuncias sobre abusos con los indígenas de esa remota región.79 En el primero de los casos, es muy posible que movido por sentimientos causados por nacionalismo, presión política o ira reprimida, el gobierno haya ordenado el movimiento del Batallón de Infantería Nº 9 con base en Chiclayo. Esta decisión sin duda fue hecha racionalmente, pues implicó la selección deliberada de una unidad en particular, quizás por las condiciones de su comandante, quizás por su rendimiento profesional o por su localización con relación a su futuro teatro de operaciones en el Amazonas, si bien la distancia era bastante considerable y la ruta a recorrer muy difícil. Por lo general los historiadores peruanos la presentan como una reacción al envío de la expedición colombiana que estaba siendo preparada para salir hacia esa remota región que era considerada como peruana en virtud a la bula o cédula real de 1802, lo cual habría forzado al Presidente Leguía a hacerlo, pues los colombianos estaban a punto, y de hecho lo hicieron, de ocupar territorio peruano en La Pedrera. Tal acción, por ilegal merecía ser castigada y el territorio peruano reestablecido. De ahí la manera como se equipó a Benavides con un poder absolutamente superior que 79. Alberto Donadío, La Guerra con el Perú, Planeta colombiana editorial, Bogotá 1995, pp.41

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garantizaba el éxito. En este caso entonces la razón de su envío seria recuperar el territorio perdido y como reza en casi todos los textos escolares de ese país expulsar al “invasor colombiano”.80 Si eso era así, ¿por qué una vez recuperado, se ordenó su desocupación? ¿Por qué el “modus vivendi” fue aceptado y se permitió que La Pedrera, que antes no tenía presencia de colombianos, fuera controlada por ellos? ¿No hubiera sido más lógico, en aras a la justicia, que hubiera permanecido libre de presencia de tropas de ambos bandos? ¿Permitir presencia de tropas en determinado lugar no es reconocer soberanía? En ese sentido parece haber sido una decisión tomada sin estudiar ni analizar las consecuencias políticas que sobre el planteamiento estratégico podría traer, una vez obtenido el objetivo a ese nivel. En efecto no se previó dentro del marco político que gobernó la acción estratégica, una continuidad lógica con relación a los términos que establecería el hecho cumplido de la derrota de las tropas colombianas y la consiguiente ocupación territorial peruana. Desde ese punto de vista la acción de Benavides parece haber sido una acción táctica sin repercusión estratégica ni política, sino por el contrario contraproducente, pues finalmente el Perú a través del “modus vivendi”, reconoció algo que hasta ese momento estaba en duda, como era la soberanía colombiana sobre la margen derecha del río Caquetá, y la aceptación de la presencia de tropas de ese país en el tan disputado territorio, permite reforzar esta idea. Desde ese punto de vista, la decisión política parece haber sido apresurada, producto de alguna de las presiones mencionadas anteriormente, o de una combinación de varias, pues en un momento dado el recuerdo de la situación vivida con Chile en desarrollo de la guerra del Pacífico, junto con una idea nacionalista muy profunda, más un buen grado de presión de la opinión pública, puede haber producido la decisión analizada. De alguna manera ello podría explicar la falta de previsión desde el punto de vista político. ¿Fue la decisión política un error o una equivocación? La idea de soberanía vigente en la época y que por lo general que se tiene en estos casos, está por lo general influenciada por un profundo elemento realista, es decir la preponderancia de los intereses del estado por encima de consideraciones de otro orden. En este sentid, la soberanía del estado en sus aspiraciones territoriales es incuestionable y por ende la diplomacia puede pasar a un segundo plano de acuerdo con determinadas variables. Una de ellas es la estabilidad del régimen, otra el grado de legitimidad que en un momento dado tenga ante sus ciudadanos. En el presente caso, el gobierno del Presidente Legía enfrentaba problemas de legitimidad interna, hecho que quedó de manifiesto cuando 80. Capitán de Navío Guillermo Faura Gaig op. cit.

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un grupo de amotinados encabezados por Carlos de Piérola, hermano del antiguo Presidente Nicolás de Piérola y dos hijos del anterior, lo secuestraron y le exigieron que firmara su renuncia, algo a lo que Legía se negó hasta tanto fue rescatado por fuerzas leales a su régimen en medio de un sangriento episodio en el año de 1909. Posteriormente, en 1911 se produjo el incidente de la frontera con Colombia en la región de La Pedrera. Se consideró que el territorio nacional está siendo invadido. En ese momento se toma la decisión de enviar el batallón comandado por Benavides. No se hace uso de ningún recurso diplomático, no se intenta obtener una explicación ni se presentan recursos, anteponiendo una actitud eminentemente realista en defensa de los intereses del estado en contraposición de otro como en este caso Colombia. La decisión de enviar la expedición a recobrar el territorio de La Pedrera entonces es adoptada por el gobierno pero sin un marco político que pudiera, en el evento de triunfar en el terreno, permitir desde este punto de vista consolidar lo obtenido a través del enfrentamiento armado. Por ello la acción de Benavides no culmina políticamente a favor del Perú y por el contrario se obtiene una consecuencia no deseada, como es la presencia de las tropas colombianas en ella. En este sentido puede decirse que la decisión de enviar las tropas a la región amazónica fue equivocada dentro del marco político existente. Una última posibilidad es que la casa Arana haya ejercido presión sobre el gobierno peruano con el propósito de proteger sus intereses económicos y evitar investigaciones que un momento dado hubieran podido comprometer a sus principales directivos, como consecuencia de las denuncias que ya habían sido hechas por diferentes entidades entre ellos el gobierno inglés, la iglesia católica y otras. En realidad la casa Arana llegó a las regiones del Putumayo y parte del Caquetá luego de que algunos caucheros colombianos como Gregorio Calderón explotaran y abusaran de los indígenas en esa región, decidieron asociarse con Julio C Arana a quien posteriormente vendieron sus derechos, dejando en manos de éste la producción de caucho en toda esa inmensa porción de selva amazónica. El empleo de los indígenas como mano de obra barata, disponible e inacabable hizo prosperar el negocio hasta transformarlo en un verdadero imperio, con gran capacidad económica. Paralelamente a la expansión de la casa Arana, el gobierno peruano envío algunas tropas a la región e instaló un puesto avanzado sobre Tarapacá en el río Putumayo en 1901.81 A partir de ese momento la producción de caucho se torna en una industria de primer nivel, hasta que se empiezan a producir informaciones sobre lo que allí sucedía. Finalmente, en 1911 Colombia envía la expedición al mando del General Gamboa, trayendo al General Valencia como cabeza de una investigación en contra de la casa Arana. ¿Fue proteger este importante negocio la causa del envío de

81. Silvia Mora Sierra, Bases Antropológicas para un estudio integral del corregimiento de la Pedrera en el bajo Caquetá, Bogotá 2013.

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la expedición de Benavides? Según esta hipótesis todo habría obedecido a intereses económicos. Es posible que algún funcionario de la administración política de ese país se haya beneficiado con algún dinero proveniente de la casa Arana. Sin embargo, la manera como estaba planteado el panorama político, da la impresión de todo lo contrario, es decir que era el gobierno peruano el que utilizaba a la mencionada casa Arana con fines de ocupación territorial de la inmensa zona comprendida entre los ríos Putumayo y Caquetá, y por eso la presencia de soldados en sitios como Tarapacá. Las actividades que realizaba la casa Arana en el fondo no eran la razón de ser del apoyo del gobierno peruano, sino una consecuencia de un interés nacional como lo era el control del territorio en disputa con Colombia. El envío del Coronel Benavides con su batallón, por lo tanto, no estaba relacionado con intereses de la casa Arana, sino con los intereses del gobierno peruano. Puede decirse que los intereses económicos, si bien eran importantes dentro del contexto general, no fueron la causa del envió de las tropas que combatieron contra las del General Gamboa, sino una variable dependiente de un interés superior. El resultado de la acción de La Pedrera tuvo poca influencia en la vida de la casa Arana, que continuó aún por unos años más, hasta definitivamente entrar en su fase de declinación que la llevaría a su final. Analizadas desde el punto de vista del gobierno del Perú, las razones para la toma de la decisión política de enviar las tropas a La Pedrera, no están claras y por ello el objetivo final tampoco estaba claro y no se estableció cuál era, si ocupar definitivamente La Pedrera, atacar las tropas colombianas, o hacer una demostración de fuerza. De ahí que políticamente la acción no tuvo un significado claro y oscureció los intereses peruanos, la zona en disputa pasó a control colombiano, primero de forma parcial y luego total. Desde el punto de vista táctico, la manera como se presentó el combate favoreció a las tropas peruanas. La maniobra que el tercer día logró desarrollar Benavides le permitió desplegar tropas sobre el punto más vulnerable de la defensa colombiana, que era su retaguardia y efectuar un envolvimiento que la hizo colapsar. Para ello hizo uso de su capacidad conjunta con las cañoneras que lograron superar el raudal, en la cual se apoyaba uno de los flancos del dispositivo colombiano. Esta maniobra requirió gran pericia técnica de parte de los miembros de la armada extranjera para lograr que un navío, especialmente la cañonera América que desplazaba entre 200 y 300 toneladas; superara este obstáculo bajo el fuego intenso de los gendarmes colombianos que era muy intenso.

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En este mismo nivel, la actuación de los colombianos también debe ser destacada. Por una parte, la mayoría de los combatientes no tenían preparación militar y estaban armados solo con fusiles, pero lograron durante tres días detener a una fuerza infinitamente superior, que incluía las cañoneras y algunas piezas de ametralladora. Sin duda el liderazgo del General Isaías Gamboa fue un factor determinante para que ello fuera posible, y solamente su colapso causado por la enfermedad que lo aquejaba, permitió que se perdiera la cohesión de la defensa, estructurada con base a un dispositivo convenientemente anclado sobre dos flancos constituidos por obstáculos naturales muy difíciles de superar, cubiertos por líneas de tiradores ubicadas en posiciones de enfilada que les permitían batir los blancos de manera eficaz, dentro de un concepto de defensa de línea sin profundidad y sin una verdadera reserva, guardando las proporciones similar a la utilizada en algunas acciones por los ejércitos alemanes en desarrollo de la primera guerra mundial, pero sin la fortaleza que brindaban las armas de acompañamiento como ametralladoras, morteros de bajo calibre y similares. En el campo táctico, los colombianos fueron derrotados por la fuerza de Benavides y se retiraron de la posición de La Pedrera, aunque no hubo rendición ni se pudo capturar un número importante de prisioneros por parte de la fuerza atacante. Solamente quienes cubrieron la retirada de sus compañeros y unos pocos enfermos cayeron en su poder. Así mismo, el General Valencia fue capturado posteriormente cuando solo y sin armas transitaba por la selva. Políticamente, Colombia fue más coherente aunque esa coherencia no fue demostrada en el momento de enviar la fuerza que cumpliría con el objetivo propuesto. Pese a que como casi todos los gobiernos colombianos, el del señor Carlos E. Restrepo era también muy débil en la toma de decisiones con relación a la preservación de las fronteras; las presiones que sobre él se concentraron, lograron que se tomara la decisión política de ejercer soberanía sobre un territorio colombiano a través de la colonización, la investigación de actos crueles cometidos en contra de la población indígena de la región por la casa Arana y el establecimiento de una aduana. Las presiones mencionadas vinieron de parte del sector oficial en dos sentidos: desde la periferia, es decir de la propia región amazónica por parte del cónsul en Manaos; y desde el interior, por parte del desconocido General Isaías Gamboa. Estas presiones, que fueron aumentando con el tiempo y la participación de la prensa, obligaron a que el gobierno prestara atención sobre un objetivo político importante para el país, que era la ocupación de La Pedrera.

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Sin embargo, dentro del propio gobierno se presentaron dos visiones diferentes. El Ministerio de Defensa, que debería de haber pensado en la utilización de una fuerza militar, teniendo en cuenta que se trataba de la obtención de un objetivo relacionado con la defensa de la soberanía o de la nación; creyó que dicha tarea era más administrativa y propia de una institución de otra naturaleza. Por su parte el Ministerio de Relaciones Exteriores, en cabeza de Enrique Olaya Herrera y asesorado por sus funcionarios subalternos ubicados en la región amazónica -como el cónsul Rozo-, entendieron que la situación requería la presencia de una fuerza de naturaleza militar, y no solo eso, sugería que ésta contara con armas de guerra como el crucero Cartagena, cañones y muy particularmente hombres experimentados, advirtiendo que la situación era de beligerancia extrema por parte del Perú. Resulta paradójico que hubiera sido el Ministerio de Relaciones Exteriores la entidad que tuviera la visión militar mientras el Ministerio de Guerra estaba enfocado en una que era esencialmente administrativa, permitiendo así que se enviaran gendarmes y no soldados. Los gendarmes eran una organización de carácter civil dependiente del Ministerio de Gobierno, a su vez responsable por la seguridad y el orden interno, además de otras tareas como control de prisiones, juzgados y tribunales, Corte Suprema de Justicia e higiene pública, todas ellas de carácter policial. De hecho la gendarmería era la fuerza policial de la época, creada de acuerdo con la Ley 90 de 1888 y organizada y reformada en 1890 por el comisario de la policía francesa Marcelino Guillibert. De esta reforma nació la actual Policía Nacional. En la época en que sucedieron los hechos, el mando de esta organización correspondía a oficiales del Ejército, pues no existía un lugar en donde la gendarmería preparara a sus cuadros de mando. Se puede afirmar que la concepción política de Colombia era coherente, permitía la elaboración de un objetivo estratégico que a largo plazo se identificaba con uno de los intereses nacionales más importantes como la soberanía en la región amazónica. El desequilibrio estaba en la elaboración de la estrategia. Si se acepta la fórmula de Fines, Maneras y Medios,82 como base para su diseño, se puede apreciar que los dos primeros elementos estaban claros, pues se pretendía afirmar la soberanía nacional en la región amazónica (Fines) a través de la ocupación física de uno de los lugares que permitía controlar el acceso a ella (Maneras). Lo que no era coherente eran los Medios, pues en estos casos se utilizan recursos del poder nacional normalmente a través del poder militar y no como se pretendió, a través de uno de los elementos constitutivos del poder político como era la gendarmería nacional.

82. Fórmula utilizada en los Estados Unidos para presentar la aplicación de la estrategia en un caso determinado.

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Si se comparan las actuaciones de Colombia y Perú y se trata de establecer quién ganó y quién perdió, se pueden llegar a algunas conclusiones. La primera es que políticamente Perú no tuvo claro su objetivo a largo plazo y se limitó a una acción táctica sin ninguna repercusión de fondo, entonces se puede afirmar que perdió políticamente pero ganó tácticamente. Por su parte Colombia, pese a la renuencia de su gobierno a tomar alguna acción como respuesta a las presiones institucionales provenientes de niveles subordinados del Ministerio de Relaciones Exteriores, la prensa y un actor independiente como el General Gamboa; decidió con mayor visión política, diseñando un objetivo a largo plazo, sostenible pese a la situación presentada en el terreno (la derrota) y reforzada con la firma del “modus vivendi”, logrando afirmar definitivamente su soberanía en la región a partir de un reconocimiento parcial que se convirtió en absoluto en poco tiempo, como consecuencia del tratado Lozano-Salomón de 1922, en el cual Perú renunció a cualquier pretensión sobre el Caquetá y en particular sobre La Pedrera. Colombia perdió en el terreno, es decir a nivel táctico, pero obtuvo un inmenso triunfo en el nivel político. El General Isaías Gamboa fue sin duda una figura militar muy importante en este periodo. Con su carta al Presidente de la República, urgiéndolo a tomar acción para reafirmar la soberanía de Colombia en la región amazónica, contribuyó notoriamente a que ello fuera llevado a cabo. Su disposición a correr todos los riesgos comandando personalmente la expedición que sería enviada a la mencionada región, fue un acto de valor y desinterés poco común. Ya en el terreno y en medio de todas las adversidades relatadas en la presente investigación, demostró una vez más ser un líder de las más altas calidades, particularmente en medio de las angustiosas condiciones con que tuvo que conducir el combate en La Pedrera, bajo el fuego enemigo, sin posibilidad de refuerzo o apoyo y enfermo, pero resistiendo hasta que le fue físicamente posible. Su colapso implicó el colapso de la posición colombiana, pues no había entre los oficiales quién lo pudiera reemplazar. Posteriormente sufrió las graves consecuencias de denuncias malintencionadas y por ello pese a haber sido vindicado y haberse demostrado la claridad con que actuó en todo momento, pasó al olvido para siempre. Todo ello ha llevado al autor de esta obra a concluir que el General Isaías Gamboa, actuó con HONOR SIN GLORIA pues ella le fue negada de manera mezquina y vivió la TRÁGICA HISTORIA DE UN HÉROE OLVIDADO.

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Contenido Extra Registro Fotogrรกfico

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Ubicación de la Pedrera

Tomado de trabajo de Yessica Rojas Helena Brochero

Croquis aproximado combate de la Pedrera Julio 10-11 12 Julio 1911

A Brasil

Cerro Yupati

Ruta Flotilla Perú

A puerto Córdoba

Tercer día de combate Desembarco Batallón Nº 9

Sitio de mayor Raudales Intensidad en el Primero combate

y Segundo día de combate

Guarnición colombiana

Intentos fallidos de desembarco peruano

Sitio despliegue Batallón Nº 9 Tercer día de combate

Ruta repliegue colombianos

Ruta de repliegue colombianos

En la época no existía la pista de aterrizaje

Imagen preparada y modificada por el autor

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La maniobra vista desde el cerro Yupati

Posición colombiana Desembarco peruano Cañonera América

Caño Las Toninas

Rápidos

Imagen preparada y modificada por el autor

Exploración hecha por el Coronel Quintero Junio de 1911

Desembocadura en el río Caqueta

A Puerto Córdoba

A la Pedrera

Río Cahuinari

Probable ruta tropas peruanas

Perú Río Putumayo

Imagen preparada y modificada por el autor

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General Isaías Gamboa Foto tomada meses antes del duro combate de la Pedrera cuando adelantaba el curso de capacitación en la Escuela Superior de Guerra Bogotá

Tomada libro Luis Forero Román 139


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Tomada revista escuela Superior de Guerra Colombia

General Ă“scar R Benavides presidente del PerĂş y sra.

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Oficiales Peruanos muertos durante el primer dĂ­a de combate en la Pedrera

La Loreto desde donde Benavides dirigiĂł el combate. Atras se ve la Tarapoto

Tomada de historia y arqueologĂ­a maritima

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Capitán de corbeta Manuel Clavero comandante de la América

Cañonera América alistandose para combatir en la Pedrera

Tomada de historia y arqueología marítima

Tomada de historia y arqueología marítima

Cañonera América antes y después del combate. Se pueden apreciar los impactos del fuego colombiano

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Cañonera América en 2011

Tomada Revista Marina del Perú

Cañonera América 1911

Tomada de historia y arqueología marítima

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Batallón de infantería N* 9 llegando a Iquitos antes del combate de la Pedrera. Fueron enfrentados por 80 gendarmes colombianos

Tomada de historia y arqueología marítima

Delfín rosado del Amazonas. Río Caquetá

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Bibliografía Libros Alberto Donadío, La Guerra contra el Perú, Planeta Colombiana Editorial S.A. Bogotá 1995. David Víctor Velásquez Silva. La reforma militar y el gobierno de Nicolás Piérola. El Ejército moderno y la construcción del estado peruano. Universidad de San Marcos Lima Perú 2003 Francisco Duque Ramírez, Diario del Coronel, Fondo Editorial ITM, Medellín, 2010. Enrique Arboleda Cortés, Palonegro, Imprenta Nacional Bogotá, 1900, pp.104 Luis Forero Román ¨La Pedrera relato del combate entre colombianos y peruanos en 1911¨ editorial Bolívar Bogotá 1928. Revistas y Periodicos Álvaro Valencia Tovar, periódico el Tiempo, Bogotá, Edición 29 de Julio 2011, Bogotá Credencial Historia, Las Guerras con el Perú, Revista Credencia Historia, Edición 191, Noviembre de 2005, Bogotá. Carta del General Valencia, Números 1661 y 1672, El Espectador Septiembre de 1925. Liceo Naval Capitán de Corbeta Manuel Clavero, nota publicada julio 13 de 2012. Artículos Silvia Mora Sierra, Bases Antropológicas para un estudio integral del corregimiento de la Pedrera, Caquetá. Notas de Internet A cien años del combate de la Pedrera-10 de julio de 1911-Historias cuasi desconocidas. Julio 2011, Lima Perú http://escuchalacalle.blogspot.com/2011/07/cien-anos-del-combate-de-lapedrera-10.html consultado Agosto /23 2015. www.hola.com/salud/disenteria amebiana/de internet consultada 09 sept. 2015.

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