La vida instrucciones de uso

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CAPÍTULO XCII Louvet, 3

La cocina de los Louvet. En el suelo un linóleo verdoso jaspeado, en las paredes un papel con flores plastificado. En toda la pared de la izquierda están instalados aparatos «ganar espacio» separados por superficies de trabajo: fregadero–trituradora, placas de cocción, horno de asar, nevera–congelador, lavadora, lavavajillas. Baterías de cazos, estantes y armarios completan esta instalación modelo. En medio de la estancia, una mesita oval, rústica, de estilo español, adornada con herrajes, está rodeada de cuatro sillas de paja. Encima de la mesa, un salvamantel de cerámica decorada con una representación del velero de tres palos Henriette, capitán Louis Guion, entrando en el puerto de Marsella (según una acuarela original de Antoine Roux padre, 1818), y dos fotografías en un marco doble de piel: una muestra a un viejo obispo dándole a besar su anillo a una señora muy guapa vestida como una aldeana de Greuze y arrodillada a sus pies; la otra, un pequeño clisé sepia, representa a un joven capitán con uniforme de la guerra hispano–americana de ojos serios y cándidos y boca sensible de labios llenos bajo el sedoso bigote negro. Hace unos años los Louvet dieron en su casa una gran fiesta y armaron tanta jarana que, hacia las tres de la madrugada, la señora Trévins, la señora Altamont, la señora de Beaumont y hasta la señora Marcia, a quien suele dejar indiferente este tipo de cosas, después de llamar en vano a la puerta de los jaraneros, acabaron telefoneando a la policía. Enviaron dos agentes al lugar del suceso, a los que se sumó en seguida un cerrajero jurado, que los hizo pasar. Fue en la cocina donde descubrieron al grueso de los invitados, unos doce más o menos, que estaban improvisando un concierto de música contemporánea bajo la dirección del dueño de la casa. Este, vestido con un albornoz a rayas grises y verdes, los pies metidos en babuchas de piel, y con una pantalla cónica a modo de sombrero, estaba encaramado en una silla de paja y marcaba el compás, levantado el brazo izquierdo, erguido el índice derecho cerca de los labios y repitiendo sin poder aguantarse la risa aproximadamente cada segundo y medio: «Qui va piano va sano, qui va sano va piano, qui va piano va sano, qui va sano va piano, etc.» Tumbados en un diván que no tenía por qué estar en la cocina o revolcándose sobre cojines, los intérpretes seguían la mímica del director de orquesta, ya aporreando diversos cacharros de cocina con tenedores, cucharones y cuchillos, ya produciendo con sus bocas gritos más o menos modulados. Los ruidos más exasperantes los emitía la señora Louvet, que, sentada en medio de un verdadero charco, golpeaba una con otra dos botellas de sidra taponadas hasta que uno u otro de los tapones saltaba solo. Dos

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