La vida instrucciones de uso

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Georges Perec

La vida instrucciones de uso

combinación de encaje. Las espigas caladas de sus medias acaban en punta de lanza y de su cuello cuelga una crucecita, cada uno de cuyos brazos es un dedo que sangra ligeramente por debajo de la uña. Está sentada delante de una máquina de coser, cerca de una ventana abierta por la que se divisan las rocas apiñadas de un paisaje renano, y en la lencería que está cosiendo se lee la siguiente divisa, bordada en caracteres góticos

La cuarta obra es un vaciado colocado sobre el ancho borde de la bañera. Representa, de cuerpo entero, una mujer andando, más o menos del tercio del tamaño natural. Es una virgen romana de unos veinte años aproximadamente. El cuerpo es alto y esbelto, los cabellos suavemente ondulados y casi enteramente cubiertos con un velo. Inclina levemente la cabeza, al tiempo que, con la mano izquierda, se recoge una parte del vestido, extraordinariamente plisado, que le cae desde la nuca hasta los tobillos, descubriendo así los pies calzados con sandalias. El pie izquierdo está puesto delante y el derecho, que se dispone a seguirlo, no toca el suelo más que con la punta de los dedos, mientras la planta y el talón se alzan casi verticalmente. Este movimiento, que expresa a la vez la soltura ágil de una mujer joven al andar y un reposo seguro de sí mismo, le da su encanto particular combinando un paso firme con una especie de vuelo suspendido. Como mujer avisada que es, Olivia Rorschash ha alquilado su piso durante los meses que estará fuera. El alquiler —que incluye el servicio diario de Jane Sutton— se ha llevado a cabo por medio de una agencia especializada en el alojamiento provisional de extranjeros acaudalados. Esta vez el inquilino es un tal Giovanni Pizzicagnoli, funcionario internacional que reside habitualmente en Ginebra, pero que ha venido a presidir durante seis semanas una de las comisiones presupuestarias de las sesiones extraordinarias de la Unesco dedicadas a los problemas energéticos. Este diplomático se decidió en pocos minutos fiándose de los folletos descriptivos facilitados por el representante suizo de la agencia. El no llegará a París hasta dentro de tres días, pero están aquí su mujer y su hijo pequeño, pues, convencido de que todos los franceses son unos ladrones, ha encargado a su esposa, una robusta bernesa de unos cuarenta años, que venga a comprobar si todo corresponde efectivamente a lo que se les había prometido. Olivia Rorschash ha juzgado inútil asistir a esta visita y se ha eclipsado desde el principio con una encantadora sonrisa, pretextando su marcha inminente; se ha contentado con recomendarle a la señora Pizzicagnoli que tenga cuidado con que su chico no rompa los platos decorados del comedor ni los racimos de vidrio soplado del recibidor. La empleada de la agencia ha continuado la visita con su cliente, enumerando el mobiliario y los accesorios y tachándolos al mismo tiempo de su lista. Pero no ha tardado en ponerse de manifiesto que esta visita, que no debía ser en principio más que una formalidad rutinaria, iba a suscitar serias dificultades, pues la suiza, visiblemente obsesionada en grado sumo por los problemas de seguridad doméstica, ha exigido que se le explicara el funcionamiento de todos los aparatos electrodomésticos y se le enseñara la situación de los cortacircuitos, los fusibles y los disyuntores. La inspección a la cocina no ha planteado demasiados problemas, pero todo se ha estropeado en el cuarto de baño: la empleada, abrumada por la situación, ha pedido auxilio a su director,

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