La vida instrucciones de uso

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CAPÍTULO LXXX Bartlebooth, 3

En el tercer congreso de la Unión Internacional de Ciencias Históricas, que se celebró en Edimburgo, en octubre de 1887, bajo el doble auspicio de la Royal Historical Society y la British Association for the Advancement of Sciences, dos comunicaciones conmovieron violentamente la comunidad científica internacional y, durante varias semanas, hallaron gran eco incluso en la opinión pública. La primera comunicación la hizo en alemán el profesor Zapfenschuppe, de la Universidad de Estrasburgo. Tenía por título: Untersuchungen über dem Taufe Amerikas. Examinando el autor unos archivos subidos de los sótanos del palacio episcopal de Saint–Dié, había descubierto un lote de libros antiguos procedentes, sin que cupiera la menor duda, de la célebre imprenta fundada en 1495 por Germain Lud. Entre aquellos libros se encontraba un atlas al que se referían muchos textos del siglo dieciséis, pero del que no se conocía ningún ejemplar: era la famosa Cosmographiae introductio cum quibusdam geometriae ac astronomiae principiis ad eam rem necessariis, insuper quatuor Americii Vespucii navigationes, de Martin Waldseemüller, llamado Hylacomylus, el cartógrafo más renombrado de la Escuela de Saint–Dié. Por vez primera, en aquel atlas cordiforme, el nuevo continente que Cristóbal Colón había descubierto y había bautizado India Occidental aparecía con la designación de TERRA AMERICI VEL AMERICA, y la fecha que figuraba en el ejemplar —1507— daba, por último, fin a la áspera controversia que desde hacía cerca de tres siglos venía elevándose a propósito de Américo Vespucio: para unos, era un hombre sincero, un explorador íntegro y escrupuloso que jamás había soñado con tener un día el honor de bautizar un continente y que no lo supo jamás o sólo se enteró, si acaso, estando en su lecho de muerte (y varios grabados románticos —entre ellos uno de Tony Johannot— muestran al viejo explorador extinguiéndose entre los suyos, en Sevilla, en 1512, puesta la mano en un atlas abierto que le alarga, arrasado en lágrimas, un hombre arrodillado junto a su cabecera, para que sus ojos vean por última vez antes de cerrarse cómo la palabra AMERICA se extiende por todo el nuevo continente); pero, para los demás, era un aventurero de la raza de los hermanos Pinzón, que, como ellos, lo había intentado todo para suplantar a Colón y atribuirse el mérito de sus descubrimientos. Gracias al profesor Zapfenschuppe quedaba por fin demostrado que la costumbre de llamar América a las nuevas tierras se había establecido en vida de Vespucio. Este, aunque sus diarios y correspondencia no aluden a ello, debió de tener noticia del hecho: la ausencia de desmentido y la persistencia de la denominación tienden a probar, en efecto, que no debió de desagradarle el dar su nombre a un continente que creía, sin duda y con toda buena fe, haber «descubierto» más que el genovés, quien, en definitiva, se había

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