La vida instrucciones de uso

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Georges Perec

La vida instrucciones de uso

óperas suyas: Erindo (1693), Porus (1694), Píramo y Tisbe (1694), Escipión el Africano (1695), Jasón (1697). En 1710 fue nombrado maestro de capilla de la catedral de Dublín, cargo que ocupó hasta su muerte. Fue uno de los creadores de la ópera hamburguesa, en la que introdujo «la obertura a la francesa», y uno de los precursores de Haendel en el campo del oratorio. Se han conservado de este artista seis oberturas y otras varias composiciones.

Tras varios intentos infructuosos realizados con todo tipo de colas animales o vegetales, Kusser atacó el problema de un modo completamente distinto. Comprendiendo que le era preciso encontrar una sustancia capaz de coagular íntimamente las fibras del papel sin afectar a los pigmentos coloreados de los que era soporte, se acordó oportunamente de una técnica que, en su juventud, había visto aplicar a ciertos medallistas italianos: tapizaban el interior de sus cuños con una capa finísima de polvo de alabastro, obteniendo gracias a ello unas piezas que salían del molde casi perfectamente lisas, con lo que resultaba prácticamente inútil toda labor de desbarbado y pulimentado. Prosiguiendo sus investigaciones en este sentido, Kusser descubrió una variedad de yeso que dio resultados muy satisfactorios. Reducido a polvo casi impalpable, mezclado con un coloide gelatinoso e inyectado a una temperatura dada y bajo una fuerte presión, con la ayuda de una microjeringuilla que se podía manejar de modo que siguiera perfectamente la forma compleja del cortado realizado inicialmente por Winckler, el yeso reaglomeraba los filamentos del papel, devolviéndole su primitiva estructura. El polvillo se hacía perfectamente translúcido a medida que se enfriaba, sin provocar ningún efecto aparente en los colores de la acuarela. El proceso era sencillo y sólo exigía paciencia y meticulosidad. Se construyeron especialmente los aparatos adecuados y se instalaron en la habitación de Morellet, el cual, retribuido con generosidad por Bartlebooth, fue descuidando cada vez más sus funciones en la Escuela Politécnica, para dedicarse por entero al rico diletante. A decir verdad, Morellet tenía poco que hacer. Cada quince días le subía Smautf el puzzle cuya difícil reconstrucción acababa de realizar, una vez más, Bartlebooth. Morellet lo metía en un marco de metal y lo introducía en una prensa especial, obteniendo una copia del cortado. A partir de esta copia, fabricaba por electrolisis un bastidor calado, un rígido y mágico encaje de metal, que reproducía fielmente todas las líneas del puzzle, sobre el que se hallaba entonces finamente ajustada aquella matriz. Tras preparar su suspensión de yeso, calentada a la temperatura exigida, Morellet llenaba la microjeringuilla y la fijaba a un brazo articulado de tal manera que la punta de la aguja, cuyo espesor no superaba unas pocas micras, se apoyaba exactamente en el calado de la plantilla. El resto de la operación era automático; la expulsión del yeso y el desplazamiento de la jeringuilla estaban dirigidos por un dispositivo electrónico a partir de una tabla X–Y, lo cual aseguraba un depósito lento pero regular de la substancia. La última parte del trabajo no era de la incumbencia del auxiliar de laboratorio: el puzzle vuelto a juntar, transformado de nuevo en acuarela pegada a una delgada placa de madera de chopo, se mandaba al restaurador Guyomard, quien despegaba con un instrumento cortante la hoja de papel Whatman y eliminaba cualquier rastro de cola en el dorso, operaciones delicadas, pero rutinarias para aquel experto que se había hecho famoso extrayendo unos frescos cubiertos con varias capas de yeso y pintura y partiendo en dos, en el sentido del grosor, una hoja de papel en la que Hans Bellmer había dibujado por las dos caras. Morellet, en definitiva, debía simplemente, una vez cada quince días, preparar y vigilar una serie de operaciones que duraban en total, incluyendo la limpieza y la ordenación del taller, algo más de un día. 27


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