La vida instrucciones de uso

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Georges Perec

La vida instrucciones de uso

que se hizo vitalicia: ello le asegura una renta mensual, libre de impuestos, de cuatrocientos ochenta francos, o sea exactamente 16 francos diarios. La señora Albin es una de esas mujeres de estatura alta, secas y huesudas, que se dirían arrancadas de Las de los sombreros verdes. Todos los días va al cementerio: sale de casa sobre las dos, coge el 84 en Courcelles, baja en la Estación de Orsay, coge el tren de Juvisy–sur–Orge, y está de vuelta en Simon–Crubellier a eso de las seis y media o las siete: el tiempo restante se lo pasa encerrada en su habitación. Su vivienda está siempre limpísima; les da cera a los baldosines del suelo y obliga a sus visitas a andar con unos patines que confecciona con tela de arpillera; sus dos butacas llevan fundas de nailon. Encima de la mesa, de la chimenea y de los dos veladores hay unos objetos envueltos en viejos números del único periódico que lee con gusto, France–Dimanche. Es un gran honor poder verlos: nunca los desempaqueta todos y pocas veces más de dos o tres para una persona determinada. A Valène, por ejemplo, le hizo admirar un juego de ajedrez de madera de palisandro con incrustaciones de nácar, y un rebab, violín árabe de dos cuerdas, considerado del siglo XVI; a la señorita Crespi le enseñó —sin explicarle su procedencia ni la relación que podía guardar con su vida en Siria— una estampa erótica china que representaba a una mujer tendida boca arriba y galantemente honrada por seis diminutos gnomos de caras arrugadas; a Jane Sutton, que no le gusta porque es inglesa, sólo le dejó ver cuatro postales asimismo sin relación aparente con su biografía: una pelea de gallos en Borneo; unos samoyedos embutidos en pieles, cruzando con sus trineos tirados por renos un desierto de nieve al norte de Asia; una joven marroquí, vestida de seda listada, cubierta de cadenas, anillos y lentejuelas, con el pecho prominente y medio desnudo, las ventanas de las narices dilatadas, los ojos llenos de una vida bestial, riéndose con toda su dentadura blanca; y un campesino griego con una especie de boina grande, una camisa encarnada y un chaleco gris, empujando su arado. Pero a la señora Orlowska que, como ella, vivió en el Islam, le enseñó lo más valioso: una lámpara de cobre calado con unos agujeros ovales que dibujaban flores fabulosas, procedente de la mezquita omeya en la que está enterrado Saladino, y una fotografía pintada a mano del hotel que hizo construir ella: un gran patio cuadrado, rodeado en tres de sus lados de edificaciones blancas con anchas franjas horizontales rojas, verdes, azules, negras; una enorme masa de adelfas cuyas flores abiertas manchan de rojo el verde del jardín; en medio del patio, por el pavimento de mármol de color, corretea una pequeña gacela de cascos finos y ojos negros. La señora Albin empieza a perder la memoria y tal vez también un poco la razón; se dieron cuenta los vecinos del rellano cuando empezó a llamar de noche a sus puertas para prevenirlos contra peligros invisibles que llama ella los bloussons noirs43, los harkis44 y a veces hasta la OAS45; otra vez empezó a abrir uno de sus paquetes para enseñárselo a Smautf y éste vio que había empaquetado, como si fuera uno de sus preciosos recuerdos, una latita de zumo de naranja. Hace unos ocho meses, una mañana, se olvidó de ponerse la dentadura postiza, que enjuagaba todas las noches en un vaso de agua; desde entonces ya no se la ha puesto más; la dentadura se ha quedado en su vaso

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Bloussons noirs, gamberros de los suburbios de París, entre los años cincuenta y sesenta. El nombre alude a las cazadoras de piel negra que llevaban. (N. del T.) 44 Harkis, soldados árabes que lucharon con los franceses contra sus correligionarios en Argelia, teniendo que refugiarse después en Francia. (N. del T.) 45 OAS (Organisation de l’Armée Secréte): Organización del Ejército Secreto. Organización clandestina opuesta a la independencia de Argelia. (N. del T.)

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