La vida instrucciones de uso

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Georges Perec

La vida instrucciones de uso

de puzzle ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro.

Para encontrar quien le hiciera los puzzles puso Bartlebooth un anuncio en Le Jouet français y en Toy Trader, pidiendo a los candidatos que le presentaran una muestra de catorce centímetros por nueve dividida en doscientas piezas; recibió doce respuestas; la mayor parte eran anodinas y sin atractivo, del tipo «Entrevista del campo del Paño de Oro» o «Velada en un cottage inglés» con todos los detalles de la ambientación: la vieja lady con su vestido de seda negra y su broche hexagonal de cuarzo, el maître d’hôtel trayendo el café en una bandeja, el mobiliario Regency y el retrato del antepasado, un gentleman de patillas cortas y casaca roja del tiempo de las últimas diligencias, con calzón blanco, botas con vueltas, sombrero de copa gris y sosteniendo una fusta en la mano, el velador cubierto con un tapete hecho de distintas piezas, la mesa junto a la pared con unos cuantos números del Times extendidos, la gran alfombra china de fondo azul celeste, el general retirado —reconocible por el pelo gris cortado a cepillo, el corto bigote blanco, la tez rojiza y la colección de condecoraciones— al lado de la ventana consultando el barómetro con expresión arrogante, el joven de pie ante la chimenea sumido en la lectura de Punch, etc. Otro modelo que representaba sencillamente un magnífico pavo real haciendo la rueda gustó lo bastante a Bartlebooth como para convocar a su autor, pero éste —un príncipe ruso emigrado que vivía más bien miserablemente en el Raincy— le pareció demasiado viejo para sus proyectos. El puzzle de Gaspard Winckler respondió exactamente al deseo de Bartlebooth. Lo había recortado en una especie de estampa de Epinal40, firmada con las iniciales M. W. y titulada La última expedición en busca de Franklin; durante las primeras horas en que intentó resolverlo creyó Bartlebooth que consistía tan sólo en variaciones sobre el blanco; de hecho, el cuerpo principal del dibujo representaba un navío, el Fox, aprisionado por los bancos de hielo: de pie cerca del timón helado, cubiertos de pieles de un gris claro de las que apenas emergen sus caras terrosas, dos hombres, el capitán M’Clintoch, jefe de la expedición, y su intérprete de inupik, Carl Petersen, levantan los brazos en dirección a un grupo de esquimales que sale de una niebla espesa extendida por todo el horizonte, y viene hacia ellos en trineos tirados por perros; en los cuatro ángulos del dibujo, cuatro tarjetas mostraban respectivamente la muerte de sir John Franklin, sucumbiendo a la fatiga, el once de junio de 1847, entre los brazos de sus dos cirujanos, Peddie y Stanley; los dos navíos de la expedición, el Erebus, mandado por Fitz-James, y el Terror, mandado por Crozier; y el descubrimiento, el seis de mayo de 1859, en la tierra del rey Guillermo, por el teniente Hobson, segundo de a bordo del Fox, del cairn que contenía el último mensaje dejado por los quinientos supervivientes, el veinticinco de abril de 1848, antes de abandonar los navíos aplastados por el hielo para intentar llegar, en trineo o a pie, a la bahía de Hudson. Gaspard Winckler acababa de llegar a París. Tenía veintidós años escasos. Del contrato que hizo con Bartlebooth no se supo nunca nada; pero a los pocos meses se instaló en la calle Simon–Crubellier con su mujer Marguerite, que era miniaturista y había pintado la aguada que había servido a Winckler para su puzzle de prueba. Durante 40

Véase nota del capítulo VIII. (N. del T.)

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