Martín Malaspina - Victoria

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Subpoesía





colecci贸n VOCES



Martin Malaspina

victoria

SubpoesĂ­a


Victoria Martín Malaspina Colección VOCES Subpoesía Buenos Aires, Diciembre 2015 Ilustración de tapa: Aldana Antoni basada en una fotografía de Panda Nube Edición y diagramación: León Pereyra www.subpoesia.com.ar


A Silvia Bustillo



victoria Pensaba en escribir mientras se alejaba. Estaba queriendo escribirle desde tiempo antes pero no encontraba los momentos ni las palabras. Ni en qué huecos meter las palabras. Eso era lo que ella pensaba cuando manejaba su camioneta por el camino al Bolsón y la lluvia empezaba a caer. Las palabras de la última conversación rebotaban sin remedio en su cabeza, caverna vacía y sin escape. Recordaba el incidente una y otra vez, fragmentaba los detalles y superponía conclusiones insalvables con miradas sin retorno, como los manotazos de un soñador que está a punto de despertarse cuando todo [ 11 ]


el castillo se le viene en banda. ¿Había sido un sueño o una pesadilla? Quizás un poco de ambos: el sueño duró lo suficiente como para hacerla entrar en la ilusión de pertenencia de ese templo del conocimiento mutuo y los momentos de ternura, esos tallos de luz que crecen de las heridas abiertas cuando soplan climas fértiles. La pesadilla en cambio, llegó como una tromba y la dejó con los brazos vacíos en medio del asfalto y el pasmo de diez años hechos humo. ¿Acaso quedaba algo que decir? Palabras más, palabras menos. Palabras metidas en huecos como lombrices en la tierra. Palabras de significados dormidos y duros, diferidos en el aura mineral de un silencio que se expande. Palabras plantadas hoy que dentro de dos centurias serán altos árboles verdes de recios troncos balanceándose en el viento del futuro. ¡Dios! ¿Por qué pensaba en todo esto? Pensaba en escribirle con el último arrebato para intentar torcer las cosas. Arrebato de antemano inútil, pues nada pueden los designios de nuestros sentimientos contra las fuerzas de

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la vida. Nada más que dibujar sus nombres en el agua y pensar que están acompañados un momento, arropados con esa fuerza exuberante y eterna que nos contiene sin responder, suspendidos en el vilo de una exhalación como estrellas diminutas. Esto era lo que ella leía en la visión borrosa de las gotas estrellándose contra el parabrisas como si fuera la pantalla de su propia mente, jugando con decisiones que era demasiado blanda para tomar, o que implicaban una significación mucho más larga y más profunda de lo que duraría su propia vida. Bah, no quería pensar demasiado de todos modos. Pero ¿es que acaso no nos arrastra la vida como hojas? Y así huía. “La única decisión que se puede tomar de vez en cuando es la de huir” se decía, “porque el placer y el dolor, la belleza, la lucha, el horror son palancas de una voluntad ajena” y mientras se repetía estas palabras sin rumiarlas demasiado, se aparecían en su cabeza esas laderas color del trigo donde de chica su viejo la llevaba a remontar barriletes. Donde podía oler la libertad en el barro de

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los mallines y contemplarla en el verdor de las alamedas y los pinos o en las nubes que surcaban el azul puro del cielo o sentirla en el viento fresco de esas tardes de otoño pegándole en la cara. Así era cuando todo ERA y no había nada que pensar. Después vendría el tiempo con su torbellino de rachas confusas desbarrando en certezas de adulto y toda la horda de constelaciones fingidas con la piel de lo humano para empaquetar la soledad. ¿Cómo podrá explicarse que esa ficción es su trampa, que tiene que partir del hecho de que siempre será una pequeña esclava de ese engaño?. Vagamente comprende que tendrá que aprender a negociar con sus debilidades si es que quiere tener algún control sobre sí misma. “Pero todavía queda un lugar adonde ir” piensa mientras fija sus ojos en un manchón de luz solar que descosió la borrasca iluminando una torre del Piltri. En el retrovisor ve cómo el pasado se va estrechando en la lejanía y por un instante le divierte la idea de haber podido salir

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de semejante agujero. Ahora las maquinaciones y los disfraces van quedando atrás para siempre. O al menos los que no eligió. Al norte una línea de nubes negras se arrastra hacia ella amenazante. Adelante y al sur brilla la promesa de tierras apacibles y la libertad se abre renovada en la inmensidad de sus ojos como una visión desmadejada y acuosa. Quién sabe qué descubrirá en la soledad del nacimiento. De momento, el peso de sus decisiones la dobla como a un junco. El viento de las pocas decisiones que se toman en la vida, la está azotando como a un faro en la tormenta. Su orgullo está rompiendo las cadenas del pacto filial: es ser ella o ser los otros. Así de simple. “No voy a volver a verlos nunca más” se juró aferrándose al volante, aceptando el rigor de un destino a la medida de sus anhelos más altos. Y un rictus de ironía le cruzó los labios cuando entendió que ya no estaba en edad de hacer ciertas locuras y de lo pequeños que nos va dejando el tiempo al lado de nuestros sueños de infancia, de que nos va desarmando

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silenciosamente sin dejarnos vuelta atrás. “Entonces, cuando la carne te empieza a apretar, dos más dos son cuatro y ya no hay vuelta”. Y justamente acá, en este punto en que la cuerda del alma alcanza su máxima tensión, es donde la mayoría de los hombres renuncian al fardo de sus decisiones y se afofan en el olvido de sí mismos. Ella aceptó los límites de su propia existencia tirando adelante por esa ruta desolada y sintió la luz de una alegría muy suave calentarle por dentro. No le preocupaba en absoluto lo que le estuviera esperando, ni de qué iba a trabajar, ni donde iba a vivir. Lo primero era pasar por la casa de su amigo Lucho, en el Foyel, a visitar a la familia. “Tu sobrino te extraña y nosotros también, no seas loca” le disparó Laura, su hermana. No sabía adónde iba, claro, sólo quería olvidarse del mundo y de sus modales. De toda esa rencilla de chantajes amistosos que la aguijonearon durante tanto tiempo, dejándole

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en claro que cualquier intento de vivir para ella era estar en deuda con todos. De esa libertad con alma de sirvienta que le daba a elegir entre dos o tres carreras, este marido o aquel, una casa más o menos grande, pero siempre dentro del círculo. Ahora lo sabía. Ese engendro vertiginoso y obtuso le había arrebatado los latidos con el candor de la ignorancia que todo lo traga. Ahora estaba herida y sabía que no quedaba otra forma de andar. Después de la escuelita tomó un camino que se abría a la derecha, anduvo una legua hasta la tranquera de Lucho y tocó dos bocinazos largos. Un par de labradores grandotes salieron a recibirla con ladridos y enseguida se abrió la puerta de una linda cabaña que soltaba un hilo de humo por la chimenea. - Que hacés amiga! – le grito Lucho trotando hasta el portón.- no tengas miedo no hacen nada. - ¡Qué hacés boludín!¡Cuánto tiempo!- contestó Victoria dándole un abrazo.

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- ¿Estás bien? Te veo un poco pálida... - ¡Uff ! Es que tantas curvas marean un poco. - Che, ¿cómo andan?¿No vino el Didi? - No, es que está enquilombado con la obra. Los perros jugaban al lado de la tranquera mientras Vicky y Lucho entraban charlando despacio y Lucía, su mujer, salía a la puerta con una beba recién llegadita al mundo.

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“Necesito estar un tiempo solo” le había dicho el Didi justo después de volver de Misiones. Y la frase desató un fuego de reproches cruzados, culpas, viejos rencores y sentimientos escondidos que venían a sumarse al desgaste de casi dos años de presiones económicas y las dificultades de la obra. Se pelearon feo. Quizás una hora o más. Al final la discusión se desbordó en una alharaca tragicómica de gritos y llanto en la que se terminaron echando en cara hasta el color de las medias. Se tiraron los platos por la cabeza, se ladraron [ 19 ]


como perros, después se cogieron en la ducha, se volvieron a pelear, lloraron y se separaron. Ella todavía tuvo tiempo de soltar las últimas lágrimas en la camioneta antes de meter la llave en el contacto y arrancar. La debacle había empezado un tiempo atrás, por una hilacha, como empiezan todas las debacles. Una noche de fiesta se le saltan los puntos a una mirada, el karma del amor se descose con un roce imperceptible y una bandada de pájaros azules levanta vuelo en la cabeza. Los ratones ningunean todo lo que creemos saber del otro y a las inseguridades empiezan a crecerle sombras que desbaratan nuestro mundo como a una estantería oxidada. Así es como de repente la felicidad empieza a transformarse en un desván oscuro y polvoriento, y esto era lo que estaba pasando entre ellos desde mucho antes que se dieran cuenta. Quizás el motivo gordo fuera el hijo que el Didi deseaba desde hacía años, en parte para cimentar la relación, y al que Vicky se resistía.

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La actitud de ella hizo que él se sintiera rechazado en lo mas hondo y con el tiempo fue haciendo mella en su carácter primero y en la relación después, impulsándolo a un comportamiento errático y distante. Pero Vicky callaba algo más. En el fondo estaba la sombra de su hermano, Oscar; la sombra de su muerte deslizándose como un abandono silencioso sobre el recuerdo atormentado de su vida, el peso de una vida incomprendida flotando como un cadáver en el río . La impotencia de ese hermano estrechando su claustro irreductible a dimensiones de parálisis, que fue llenándole el talento con alcohol. Y más allá, el hedor de esa vida malgastada esparciéndose como una nulidad abarcadora en los pensamientos y actos de quienes lo negaron. Oscar exudando ese contraste venenoso, el dolor de las antiguas criaturas, el espejo en que ninguno quiso verse. En cambio, lo ahogaron en lo hondo de sus conciencias como a un ente indeseable pero necesario. Ellos, que pasaron

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flotando con risas saludables por la masacre sin precio, ahora van encadenados a ese niño que ayudaron a matar como a una noria en el abismo. Victoria nunca se había ocupado de su hermano menor hasta después de muerto, cuando su presencia se hizo ineludible. La presencia de la muerte es el espejo inevitable de los que no quieren verse. Inconscientemente, la idea del Didi de traer un hijo al mundo le provocaba el doloroso reflejo del hermano perdido al que no supo cuidar. Quizás ahora todo su mundo se redujera a eso, a la insignificancia de soportar un dolor tan enorme con toda la blandura de su ser. Y, claro, la verdad no ofrece garantías. La vida da y la vida quita, nada es para siempre y siempre quedan besos y desgarros en el alma. Los recuerdos del hogar volaron en el eco de su risa como fragmentos de un planeta sin sentido. “Círculos de este infierno esclerótico desafinando sin remedio” pensó mientras abría la tercera lata de cerveza.

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“Siempre fui demasiado pequeña como para que mis actos pudieran pesar en la vida de alguien” pensó, “entonces ¿por qué tendría que cargar con la culpa de esta voluntad desmesurada? Demasiado pequeña para trazar un camino a mi antojo pero lo suficientemente grande como para abarcar tanta desdicha, arrastrada como un trozo de roca sorda y muda en la corriente del magma... ¡Uuf! Con lo impresionable que soy”.

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otros títulos de la colección VOCES

01. El nudo / León Pereyra 02. Escribiendo en el polvo de los huesos / Aldana Antoni 03. Poemas del sueño / Henry Bedoya 04. Rutas / Ramiro Álvarez 05. Poemas simples / Gaby Mena 06. Poemas del insomnio / Gaby Mena 07. Creo, luego existe / Calopippilota 08. Temperley / Patricio Foglia 09. Entre el hombre y el pájaro / Martín Malaspina 10. Versos magros / Patricio Suárez 11. El oficio del presente / León Pereyra 12. All you need is all / Calopippilota 13. La construcción de la realidad / Gaby Mena 14. Perill / Martín Malaspina 16. Fondo negro, placa con letras blancas / Francisco Benincasa 17. El junco en la altura / Nicandro Pereyra 18. Los Pterodáctilos - José Sbarra 20. El cero absoluto de la creación / Maximiliano Leivas 21. La realidad incesante / León Pereyra 22. Antitetánica / Tomás Chaves 23. Suspensión / Pasto Manfredi 24. Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano / Marcelo Díaz


25. Las ruinas de Disneylandia / Marcelo Díaz 26. El silencio se dice con las manos / Amalia Dimilta 27. La última oleada se llevó todo menos esto / Gabriela Pignataro 28. Hoffman Fulbo Clú / Vicente Gost 29. Sushi / Juan Xiet 30. Galumphing / Martín Malaspina 31. Las cosas / León Pereyra 32. El fantasma de la electricidad / A. M. Tolosana 33. Andrea / Axel Alfaro Asad 34. A veces caminamos por el jardín / Marcelo A. da Cunha 35. Poética / Miguel Spallone 36. Las marcas inestables / Lara Sade 37. Plaza Italia / León Pereyra & Benjamín Fariña 38. Down / Axel Alfaro Asad 39. Yo quería ser una estrella de rock and roll / El Reptil Anarquista 40. Ideal para los lunes / Emanuel Frey Chinelli 41. Una violenta melancolía del mundo / Goyeneche 42. Reflujo de la vida / Tomás Chaves 43. Poemas de Raíz Negra / Raíz Negra 44. Técnico en quimeras / Oytis 45. Porno para niños / Vicente Gost 46. Salir a pegar / Grau Hertt 47. Rusia / Andi Landoni & Gabriela Pignataro 48. Agitando el insecticida / Germán Arens 49. De brujas, monjas y hadas / Alicia Benitez


50. Escritos rescatados de una pequeña agenda / Alicia Benitez 51. Mike / E. A. Wallis Budge 52. Picún Leufú / Ramiro Mases 53. Cómo matar al Papa en 3 días / Walter Godoy 54. El cielo en la mesa / Facundo R. Soto 55. Guarda bien este secreto / Ioshua 56. Victoria / Martín Malaspina


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Este libro fue impreso y armado en los talleres de la editorial subpoesía BUENOS AIRES Diciembre, 2015






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