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El ruido de la academia

¿Pordónde debería empezar? Bueno, supongo que desde aquel jueves. Fue ese día cuando varias acciones que cometí sin pensar se entrelazaron dando lugar a un destino desafortunado. Me remontaré a una semana después de mi última alta hospitalaria para explicar lo que pasó durante ese tiempo.

Si has pasado una larga temporada fuera de casa ya lo sabrás, pero una semana es tiempo suficiente para volver a la rutina después del regreso. Quedar con los amigos por primera vez durante mucho tiempo y darse cuenta de que las vidas diarias de los estudiantes de instituto siempre son parecidas. Me dieron un permiso especial para celebrar mis primeras vacaciones de verano desde que empecé el bachillerato, pero todos estaban ocupados yendo a academias o en trabajos a tiempo parcial, así que ni siquiera pude disfrutar de un viaje emocionante con mis amigos, y hasta para verlos tenía que hacer coincidir mis horarios con los suyos.

Eso no quiere decir que me mantuviera desocupado. En cuanto mi madre escuchó que me daban el alta, me apuntó de antemano a una academia de inglés muy reputada y estuvo esperando hasta que pude acudir a clase. Según ella, yo no

podía seguir viviendo en Corea, en su opinión porque no paraba de entrar y salir de ese centro al que mi madre llamaba «residencia» y mi padre «ese sitio». A juzgar por el hecho de que ninguno de los dos lo llamaba por su nombre, «Centro de tratamiento neuropsiquiátrico», mis padres parecían pensar que recibir tratamiento psiquiátrico se iba a convertir en un gran obstáculo para mi futuro. Aun sin eso, mi futuro ya estaba lleno de obstáculos.

Estoy recibiendo tres tipos de tratamiento relacionados con el sonido: trastorno obsesivo compulsivo, hiperacusia y fonofobia. Una forma fácil de entender mi enfermedad es pensar en mí como en un recién nacido que es arrojado de repente al mundo y, confuso, es asediado por un ataque de sonidos. Cuando me encuentro indefenso y abrumado por esos ataques, me siento como si me tragara el mundo y me cuesta respirar.

Lo peor es que no hay un criterio definido sobre cuándo empiezo a ser consciente del sonido. Ese umbral varía según el estado de ánimo o condición en cada momento, a veces hasta el tictac de un reloj se convierte en ruido y otras, por más que pase junto a una obra en construcción, nada se me hace ruidoso.

Según el diagnóstico de ese viejo charlatán de médico, mi sistema nervioso se habría visto afectado por el estrés. Dijo que el tratamiento hormonal podía ayudar, pero que los impulsos compulsivos de querer vengarme de todo lo que hacía ruidos molestos serían difíciles de tratar con medicamentos.

En todo caso, lo de que estoy frecuentando el centro de tratamiento neuropsiquiátrico es un secreto. Tengo la identidad encubierta de un estudiante que va frecuentemente a estudiar inglés a algún lugar de la costa este de Estados Unidos.

Cada vez que me dan el alta, mi madre le dice a la gente que su hijo ha vuelto de un breve curso intensivo en el extranjero para mejorar su inglés, que ha estado varias semanas fuera como estudiante de intercambio o que ha ido a pasar unas buenas vacaciones visitando a unos parientes que viven en otro país.

Mi madre todavía no sabe la verdad, pero cualquiera de los que me conocen bien sabe que todo eso es mentira. Está malgastando sus energías en inventarse mi coartada. Bueno, de todas maneras, no tengo intención de detenerla.

—Como estudias en el extranjero, como mínimo deberías saber un poco de inglés.

No me opuse cuando mi madre sugirió con toda la intención que fuera a una academia de inglés. Supongo que como madre tenía un orgullo que mantener, así que yo intentaba interpretar, en lo posible, el papel de hijo modélico. Es mejor que verla desmoralizarse, ¿no? De todas formas, ésta es la causa de que ese jueves también fuera a la academia de inglés.

Antes de salir de casa me puse los auriculares con música clásica a un volumen bajo. Me sentí desconectado del mundo. Todavía usaba auriculares con cable porque su forma se ajustaba perfectamente a mis oídos, bloqueando bien el ruido exterior. Otra razón es que cada vez que cambio de auriculares me resulta difícil adaptarme al sonido, ligeramente diferente. Con una sensación de alivio y soledad caminé despacio hasta la academia de inglés, que estaba a tres paradas de bus. Habría ido más fresco en el autobús, pero no me apetecía estar rodeado de otras personas, así que decidí andar.

Justo el momento en que desbloqueé el teléfono para reproducir de nuevo la misma música, pasó un grupo de motos

rugiendo con estrépito. Eran cinco y sus motores hacían un ruido tan ensordecedor que parecía que iban a romperme los tímpanos. ¿Se creen que la calle es suya? A duras penas logré contener las ganas de perseguirlos para vengarme, mientras la sangre me hervía por dentro.

Después de llegar a la academia, saqué un refresco de la máquina expendedora y entré en el aula. Deokhwan levantó la mano para saludarme. Es mi mejor amigo, he estado con él desde la guardería hasta el instituto. Es muy buen estudiante y nunca ha sido un galleta. El mero hecho de que sus notas estén entre las tres mejores de todo el instituto refuerza su carácter. Además, Deokhwan se quiere y reconoce a sí mismo como alguien capaz, así que en el futuro tampoco se convertirá en un galleta.

Cuando me senté a su lado, al quitarme los auriculares escuché el ruido de una silla arrastrándose. Era una mala premonición. En los lugares en donde se congrega mucha gente es normal que haya varios ruidos, pero, incluso teniendo en cuenta eso, la academia cuenta con una colección de ruidos que me ponen realmente de los nervios. Hasta los sonidos cotidianos, como empujar ligeramente un escritorio o abrir de golpe la puerta, se transforman en ruidos molestos en una clase en la que tienes que concentrarte en silencio. Por supuesto, el sonido más insoportable para mí es el clic de los bolígrafos. A veces, acciones tan insignificantes como apretar una y otra vez el botón de un boli consiguen que pierda los estribos.

Si eres una de esas personas que lo hacen de forma inconsciente, te sugeriría que cambies ese hábito por otro que no moleste a los demás, como morderte las uñas o jugar con tu pelo. Sobre todo al tipo de la segunda fila que parece un

bonobo (chimpancé pigmeo). No habían pasado ni cinco minutos desde que empezó la clase y ya empezaba a hacer clicclic con su boli. Llevaba así más de media hora. Es una de esas conductas muy desconsideradas, de las que es imposible escapar a menos que uno salga de la clase. Hasta Deokhwan, que también parecía molesto, intentó llamarle la atención con una tos falsa, pero no se dio por aludido.

No pienso prestarle atención. Me concentraré en la pronunciación del profesor nativo… Cuanto más me decía eso a mí mismo, más sentía que ese ruido me perforaba la cóclea hasta golpear mis tímpanos. Para colmo, una vez empecé a ser consciente del chasquido del bolígrafo, todo empezó a molestarme: el ruido de alguien jugando con su boli, el de tragar saliva e incluso la risa del profesor. Traté de controlar con todas mis fuerzas las ganas de salir corriendo del aula en ese mismo instante.

Al final, cuando llegó la hora del descanso, el bonobo se levantó de su asiento con un ruido seco. Ya me sentía incómodo cuando al pasar hacia la puerta choqué con ese tipo que parecía un orangután. Al perder el equilibrio, golpeó con el brazo un termo que estaba sobre una mesa, al fondo. Cuando la bebida se derramó, su dueño se apartó rápidamente, sorprendido.

—Uy, vaya. No me fijé en que había alguien aquí. ¿Desde cuándo estás ahí?

El bonobo soltó una risita y salió del aula sin siquiera disculparse. El dueño del termo se quedó ahí solo y perplejo. El aula volvió a llenarse de bullicio, como si no hubiera ocurrido nada. Con el rostro enrojecido por la vergüenza, el chico sacó un pañuelo y empezó a limpiar sus pantalones y el suelo. Lo miré fijamente con el ceño fruncido. Sin duda, estaba apagado.

—¿Qué te pasa?

—Hay un galleta.

Deokhwan se colocó las gafas, entrecerró los ojos y miró en dirección al dueño del termo.

—¿Quién? ¿Ése de ahí? ¿Es un galleta?

—Sí.

—Qué raro. Tú también lo conoces, iba a nuestra escuela de secundaria.

—Ni idea. ¿Todavía vamos al mismo?

—No, seguramente se haya ido a otro para cursar el preparatorio para la universidad. Le hicieron mucho bullying en la secundaria, pero es sorprendente que ahora se haya convertido en un galleta.

Podía entender por qué Deokhwan estaba sorprendido. Por más que lo hubieran acosado en la escuela secundaria y su autoestima estuviera lo más baja posible, nunca había sido un galleta. Quizá estuviera sufriendo un acoso aún más grave en el preparatorio.

—¿En qué nivel está?

—En el primero.

La mayoría de los galletas se quedan en el nivel 1. En algunos casos, si tienen al menos una persona en casa, en la escuela o en la sociedad que le presta atención de forma continuada, a través de ese vínculo pueden mantener la fuerza necesaria para protegerse a sí mismos. Sin embargo, si siguen sufriendo acoso en la escuela o la academia, ni siquiera ese apoyo y esa fuerza que reciben de su familia les impedirá llegar a los niveles 2 o 3.

Por eso, con un galleta de nivel 1 lo más importante es avivar esa chispa de autoestima que aún no se ha apagado del todo.

—¿Vas a llevarlo al refugio?

El refugio era una especie de base secreta que habíamos establecido para ayudar a los galletas a recobrar la autoestima. Llevar allí a un galleta es como una promesa de ayudarlo hasta que recupera su autoestima de forma definitiva, así que intentaba no hacerlo a la ligera con cualquiera.

—No, voy a observarlo un poco más.

Me subí la capucha. No tenía intención de ayudar a ese chaval en ese momento. En vez de eso, llevaría a cabo una pequeña venganza contra el bonobo que había hecho tanto ruido y luego había sido maleducado con el galleta. Cuando dije que me iba a casa porque no me encontraba bien, Deokhwan salió primero del aula y me dijo: «Seong Jaeseong, la venganza no es cosa buena». Se apartó previendo lo siguiente que iba a hacer yo.

Fingí ponerme la mochila al pasar entre los escritorios y barrí la mesa del bonobo con ella. Su libro de texto y el bolígrafo cayeron al suelo con un ruido sordo. Coloqué el libro en su sitio y dejé el refresco que me estaba tomando justo al lado. Salí del aula con el boli del bonobo todavía en la mano.

Vi al bonobo con la raya del pelo perfectamente hecha. El orangután y otros tres que no sé de dónde habían salido reían tan fuerte que casi hacían retumbar el pasillo mientras lanzaban al aire las llaves de las motos. A juzgar por sus hombros anchos, parecían del equipo de deporte de la escuela y su presencia imponía bastante. La suerte es que había una papelera justo al lado del bonobo. Entonces, salí del aula con el boli en la mano haciéndolo girar entre mis dedos con actitud desafiante, y caminé directo hacia la papelera.

Hora de despedirse, dile adiós.

En el momento en que el bonobo hizo contacto visual conmigo tiré el bolígrafo a la papelera. Sin poder evitarlo, esbocé una leve sonrisa dirigida a esos tipos patéticos, y le dediqué unas palabras más en mi mente: «Ahórrate la paga y compra algo decente para escribir, como una pluma estilográfica. En tu próxima vida, no seas un capullo que molesta a los demás estudiantes con el ruido de su boli».

Me sentí un poco desahogado y bajé por las escaleras sin volver la vista. Ahora que lo pienso, debí girarme para observar bien la cara que ponía el bonobo y recordar sus facciones. No tenía ni idea de que esa pequeña venganza de tirar el bolígrafo a la basura y dejar el refresco a medio beber en su mesa crearían un vínculo duradero con ese chico. ¿Cómo iba a saber con ese primer encuentro que él era de los que siempre se cobra la venganza? Ni siquiera pensé que yo hubiera llamado tanto su atención. Así que, sin imaginarme lo más mínimo el desastre que ocurriría unos días después, salí a la calle convencido de que esa noche dormiría a pierna suelta, gracias a la satisfacción de mi venganza.

No me pareció educado volver a casa después de faltar a clase, así que anduve por las calles hasta la noche. Cuando abrí la puerta de casa, justo a la hora en que regresaba cuando salía de clase, me sorprendió encontrar a mi tía en el salón.

—¿Ya ha llegado mi sobrino tan guapo? Ahora que te han dado el alta y puedo verte la cara más a menudo, soy feliz. Mi tía estaba aspirando los pedazos de un marco roto, el que antes tenía la foto de boda de mis padres, mientras decía esas cosas que daban vergüenza ajena.

—¿Qué haces pasando tú la aspiradora, tía? ¿Y qué le ha pasado al marco?

—Lo rompió tu madre.

—¿Y eso?

—Problemas de adultos.

Mi tía me lo explicó con calma. Trabaja en una organización de derechos humanos y recibe muchas llamadas pidiendo asesoramiento. Hace poco había recibido una sobre un jefe acosador. La víctima había denunciado al departamento de recursos humanos que su superior estaba coqueteando con ella, pero él lo negó todo, asegurando que sólo le había dado consejos como veterano de la empresa. Resultó que ese jefe era mi padre, es decir, el cuñado de mi tía.

—El mundo es un pañuelo, ¿no?

En ese pequeño mundo mi tía le contó la verdad a su única hermana. Mi padre fue convocado con urgencia y los resultados de aquello estaban esparcidos por la sala de estar.

—Ahora mismo están librando el segundo asalto en el dormitorio.

Unos segundos después pude oír gritar a mi madre y a mi padre poniendo excusas. A juzgar por el llanto ocasional, al menos uno de los dos parecía estar llorando.

—Entonces ¿ahora van a divorciarse?

Éste no era el primer escándalo de mi padre. Hacía cuatro años lo pillaron patrocinando a una autoproclamada «actriz» que tenía una tienda online. Lo negó todo, asegurando que sólo estaba ayudándola, como parte de una relación puramente de negocios.

Según mi tía, que también estuvo presente en ese momento, mi madre había pronunciado la palabra «¿spoooooonsorrrrr?» durante más tiempo que cualquier otra palabra que le hubiera escuchado decir en sus cuarenta años de vida. Luego, sin vacilar, le dio una palmada en la nuca a mi padre, que suplicaba que lo perdonase. También prometió que a partir de ese

momento no ahorraría nada de dinero. Le preguntó qué sentido tenía ahorrar si, de todos modos, el dinero se estaba gastando de una forma tan inútil.

Después de aquel episodio, mi madre se volvió una apasionada de la teletienda. Empezó a comprar algo nuevo cada día, como si estuviera decidida a gastar cada céntimo de ese dinero que de otra forma terminaría desperdiciado. Además, a pesar de que en apariencia no había comido demasiado, comenzó a ganar peso año tras año. Siempre había estado regordeta, pero después del escándalo de mi padre ha ganado peso constantemente.

Por lo que a mí respecta, me es indiferente si mi madre se convierte en un hipopótamo gigantesco mientras eso no le suponga problemas de salud. Mi tía está el doble de gorda que ella y no le va mal. El problema es que mi tía está ganando peso felizmente, mientras come cosas ricas, y mi madre lo está haciendo por el vacío que le ha provocado esa traición. No importa cuánto compre en la teletienda, ese vacío emocional sin resolver está haciendo engordar a mi madre. Así pues, lo mejor para ella sería afrontar su herida y llegar a una conclusión de una vez por todas.

—¿Te quedarás a dormir hoy aquí, tía?

—No va a poder ser. Aunque no era mi intención, al final se ha armado todo este jaleo como si yo lo hubiera iniciado, así que ¿cómo voy a quedarme a dormir? Sólo voy a terminar de limpiar esto y me iré. ¿Por qué lo preguntas?

—No sé, me pareció que sería buena idea que te quedases hoy con mamá.

—Creo que es mejor que pasen la noche con sus discusiones. Tú tampoco deberías quedarte aquí. ¿Quieres venirte a casa mientras ellos llegan a una conclusión?

—No te preocupes, estaré bien.

Le dediqué a mi tía una de esas sonrisas ensayadas y me metí en mi habitación a recoger mis cosas. De haberlo sabido, no habría deshecho la maleta después de que me dieran el alta. Suspiré y observé el cuadro —un paisaje— que colgaba de la pared.

Siempre he soñado con un paisaje bucólico. Un cielo azul con nubes blancas que flotan perezosamente, una veleta que gira en la dirección del viento y, sobre ella, un pequeño pájaro que atraviesa el cielo en silencio. Un patio en el que distintas clases de flores brotan y se marchitan con el paso de las estaciones… Siempre he anhelado en secreto vivir rodeado de naturaleza, en un lugar en donde no se escuche otra cosa que el murmullo del viento.

Sin embargo, el lugar donde estaba distaba mucho de tener ese paisaje pacífico y hermoso. Desde el dormitorio principal volvieron a oírse los ruidos de lucha encarnizada. Lancé un suspiro y llamé a Hyojin:

—¡Responde, cambio!

—Creo que tendré que dormir hoy en el refugio. ¿Dónde está la llave?

—¿Otra vez has tenido bronca con tu padre? ¿Quiere ingresarte de nuevo?

Junto con Deokhwan, Hyojin ha sido mi compañera desde la guardería. Y también es alguien a quien salvé. En aquel entonces, era una galleta en nivel 3, una existencia al borde de desaparecer del mundo, empujada al límite.

Cuando todavía no sabía muy bien qué era un galleta, me la encontré difuminada y amenazada por un perro en un callejón desconocido. Su presencia era tan tenue que casi pasé de largo, pero su llanto me permitió reconocerla. Sin pensarlo,

me abalancé contra el perro, propinándole una patada con todas mis fuerzas, y acto seguido la tomé de la mano y huimos.

Hoy me parece un milagro lo que ocurrió justo después de que saliéramos de ese callejón, aquel día. Nos encontramos a Deokhwan saliendo de su clase de arte. En aquel entonces tenía cinco años y su vista era excelente, a diferencia de ahora. Él nos miró fijamente y pudo reconocer a Hyojin, que estaba agotada de tanto correr. En el momento en que me preguntó quién era esa niña, el contorno de Hyojin se volvió más nítido, como si alguien lo hubiera repasado varias veces con pinturas de cera.

Cada uno sujetamos una mano de Hyojin y la acompañamos a casa. Por pura coincidencia nos topamos con su padre en frente del portal. De haber estado sola como de costumbre, era muy probable que su padre hubiera pasado delante de su hija casi transparente sin reparar en ella.

Pero ese día iba con nosotros. Puede que sintiese nuestro apoyo a través de nuestras manos apretadas, porque se la veía con mucha más claridad. Cuando su padre la llamó, se lanzó a sus brazos de un salto.

Gracias a Hyojin aprendí que ser un galleta de nivel 3 significaba aislarse del mundo y ocultarse en un profundo valle, estrecho y oscuro. Me dijo que el día en que me arriesgué a rescatarla, una pequeña llama se encendió en su corazón al darse cuenta de que alguien la había reconocido, y cuando su padre finalmente la llamó por su nombre reunió el valor para mostrase al mundo. A simple vista, podría parecer que Deokhwan, su padre y yo fuimos los que la trajimos de vuelta al mundo. Pero si uno observa con más atención, en realidad fue ella misma la que logró romper su propio caparazón duro y salir.

Hyojin reunió la valentía para decirle a su padre que quería ir a la misma guardería que nosotros. Después de perder a su

madre en un accidente de tráfico, había descuidado su corazón roto por completo, pero fue sanando y haciéndose más fuerte con el tiempo. Al recuperar la confianza en sí misma, empezó a hablar más como si su personalidad original comenzara a emerger al fin. Ahora mismo, sus armas son mostrar interés por el mundo y responder de forma activa. Y justo en ese momento, esa Hyojin habladora y entrometida estaba a punto de desplegar sus habilidades:

—¿Qué pasa? ¿Por qué quieres dormir en el refugio? ¿No será que quieres largarte de casa porque ya no te aguantan?

—No es eso. No saques conclusiones tan rápido.

—Si no es eso, mejor. Cuando vengas, tráeme algo de sushi y te doy la llave.

—¿Me ves cara de repartidor? Pídele a Deokhwan que te lo lleve.

—Está en la academia. A estas horas tú eres el único que tiene tiempo y anda cerca.

—En fin, llegaré antes de las siete, así que enciende las luces del refugio.

—Eh, Jaeseong, ya sabes que me gusta el de salmón y el de anguila. Tráeme algo sabroso, ¿eh?

Ni siquiera escucha lo que digo.

Compré sushi y me fui para el centro. Un edificio destartalado que no encajaba en medio de todo ese bullicio albergaba el Jin Study Room Café en el que Hyojin trabajaba a tiempo parcial. Todo el edificio de cinco plantas era un conjunto de salas de estudio gestionado por su padre. O quizá sería más preciso decir que invirtió en él, ya que su padre tenía pensado deshacerse del edificio lo antes posible, en cuanto se dieran

las condiciones adecuadas. Por eso, no le importaba que la sílaba «dy» del cartel se hubiera caído y se leyera «Stu Room Café». Dicen que hoy en día, en las salas de estudio modernas te envían un mensaje cuando se te acaba el tiempo de uso, pero en ésta todavía se avisa por un interfono. A Hyojin, que trabaja en la recepción, le gustaría heredar ese edificio algún día para reformarlo y ampliar la empresa.

Por otro lado, su padre parecía tener planes distintos. Es un hombre realista, que no cree que tenga que dejarle un negocio en herencia sólo porque sea su hija. Si Hyojin se graduara con honores en Administración de Empresas en alguna universidad prestigiosa de Seúl, su padre se plantearía dejarla a cargo de una parte de su negocio. De hecho, ese café es sólo una pequeña parte de las empresas que posee. Sin embargo, para entrar en una universidad de renombre hay que ser buen estudiante y a Hyojin sólo se le da bien la educación física. Aun así, no se deja amilanar y parece estar trabajando a tiempo parcial con la intención de aprender las prácticas de la gestión empresarial.

Cuando entré, Hyojin estaba reponiendo las bebidas de la nevera del vestíbulo.

—¿Ya estás aquí, ovejita negra?

La empujé con la rodilla y saqué una coca cola fría de la nevera.

—Eh, no te bebas los refrescos para vender.

Las burbujas hicieron que me diera vueltas la cabeza. La sensación de opresión que había tenido hacía un momento en casa empezó a disiparse un poco.

—Vas a ganar el récord Guinness de bebedor de coca cola más rápido. Ya que tienes un récord, aprovecha y mete las bebidas que me faltan en la nevera.

Hyojin me arrebató el sushi de las manos y se metió rápidamente detrás del mostrador.

—Es tu trabajo, hazlo tú.

—No es mío. Es de Changseong.

Changseong es el primo de Hyojin. Su tía, que ya no aguantaba verlo holgazaneando desde hacía años, se lo encasquetó al padre de Hyojin como quien deja un fardo. Changseong no parecía tener ninguna intención de aprender a gestionar el lugar como es debido, así que cada dos por tres se marchaba para probar trabajos como empleado de seguridad, instalador de cableado, comercial de material deportivo, etc.; pero, unas semanas después, cuando se le acababa el dinero volvía para echar una mano en el café durante un tiempo.

—¿Se largó dejándote todo el trabajo, otra vez?

—Ni me saques el tema. Ya tengo bastante con que pase del trabajo y ahora resulta que ni paga el alquiler. Como se mete a escondidas a vivir en nuestro refugio, tengo que ocultarle las llaves y me tiene loca.

A juzgar por las apariencias, daba la impresión de que su primo estaba intentando manipularla para sacarle un poco de dinero. Pobre Hyojin. Ya que soy buena gente, no me quedaría más remedio que ayudar a una pobre amiga, supongo.

—Hoy me siento generoso, así que las voy a meter —solté con aires de importancia, mientras terminaba de colocar los refrescos en la nevera y entraba al mostrador.

Hyojin dejó la bandeja de sushi en el estante del mostrador y empezó a tararear.

—¿Todavía comes aquí? Te va a sentar mal. Vete a comer a la sala de descanso. Ya puestos en faena, hasta puedo encargarme un rato del mostrador de recepción.

—Ya estoy acostumbrada, no te preocupes. Siéntate tú también.

Me sacó una silla plegable, así que no tuve más opción que sentarme a su lado. Como estábamos uno al lado del otro, de cara a la puerta principal, ese sushi no ayudaba a mi digestión. Hyojin se comió su parte en un abrir y cerrar de ojos y, justo cuando iba a echarle mano al nigiri de gambas, la detuve con los palillos. Ella entrecerró los ojos.

—Hoy estás un poco kkari.

—¿Quisquilloso yo? ¡Si eres tú la que me quiere robar la comida! A ver si controlas esa gula.

—Nooo, en dialecto de Gyeongsang, kkari se refiere a «guapo». Deberías dejar de desperdiciar esa cara y abrirte un Instagram o algo. Te harías influencer en dos días.

Hyojin nació en Seúl, pero le encanta utilizar dialectos. Cree que es parte de su originalidad o algo así.

—Por más que me adules, no voy a ceder. Hoy estoy de bajón, así que necesito comer bien.

—¿Qué ha pasado?

No podía decirle que mi familia estaba en ruinas gracias al excesivo «amor por la humanidad» de mi padre, por lo que seguí comiendo el sushi en silencio. Cuando Hyojin me agarró por el cuello y dijo que se lo contara rápido, el sushi casi se me cae de la boca En ese momento, entró un cliente.

—Buenos tardes, ¿tiene una reserva?

—¿Una reserva? No…

—¿Para cuántas personas necesita la sala?

—¿Cuántas personas?... Hum, para dos.

El hombre llevaba una camiseta dada de sí, el pelo despeinado le caía sobre la frente y apestaba a alcohol.

—Un momento, ¿para cuántas horas sería?

—¿Un par de horas?

—De acuerdo, se paga por adelantado. Dos horas son diez mil wones.

El hombre hizo sus cuentas y le pidió la llave.

—Está abierto, puede entrar simplemente.

Con una mirada llena de sospecha, el hombre se metió en el ascensor. Mientras yo lo observaba distraído, Hyojin aprovechó para zamparse lo que quedaba de mi nigiri de gambas sin ningún remordimiento.

—¿Seguro que no pasa nada por dejar entrar a alguien que parece haber estado bebiendo? No parece que el tipo haya venido a estudiar.

—No deberías ser prejuicioso con los clientes.

Cuando estaba a punto de replicar algo, sonó el teléfono. Hyojin se aclaró la garganta y respondió:

—Atención al cliente. Disculpe, no se escucha bien, ¿podría hablar más alto? ¿Cómo dice? ¿Que por qué no hay cama?

¿Perdone? Sí, esto es un room café. Un study room café. No, ¿por qué me insulta? ¿Qué? ¿Qué ha dicho? ¡Salga de la habitación de inmediato! ¡Eh, oiga!

Hyojin colgó el teléfono de golpe, echando chispas. Sacó de la estantería unos pantalones de deporte verdes y se los puso debajo de la larga falda negra que llevaba. Desconcertado, bajé los palillos y aparté la mirada, sin saber muy bien donde fijarla. Mientras yo seguía incómodo, ella ya había dejado la falda doblada sobre la silla.

—¿Vas a irrumpir ahí?

—Ese imbécil maleducado necesita que le den una lección.

—¿Y si te ataca? Mejor llama al encargado del aparcamiento y ve con él.

Hyojin me dio un golpecito en la mejilla con los dedos.

—Aunque no lo creas, ya llevo cinco meses currando aquí.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Deja de preocuparte y cómete el sushi.

Hyojin agarró un bate de béisbol que estaba apoyado contra la pared.

—Eh, ¿qué piensas hacer con eso?

—Cada una tiene sus métodos. No me sigas. No era de las que se dejan convencer. Subió las escaleras dando zancadas firmes con el bate al hombro. Yo dudé unos segundos y luego empecé a rebuscar en los estantes del mostrador. Agarré un espray desinfectante y una botella de agua por si la situación se salía de control.

Pulsé el botón del ascensor y lo detuve piso por piso en busca de señales de Hyojin. Al pensar que ya habría entrado en la sala, oí su voz desde el pasillo de la cuarta planta. Estaba golpeando enérgicamente, con el bate, una puerta al fondo del pasillo Que parecía cerrada con llave. Los clientes que la observaban desde las puertas de sus salas se apresuraron a cerrarlas en cuanto me vieron pasar.

—Primero abra la puerta, antes de que las cosas se pongan peor.

Aporreaba la puerta como si fuera a echarla abajo. De pronto, se oyeron murmullos desde dentro. El hombre decía algo, pero hablaba tan bajo que Hyojin no pudo entenderlo. Yo sí, eran claramente insultos.

—¿Qué ha dicho?

—Te está insultando.

Visiblemente alterada, Hyojin empezó a golpear el pomo de la puerta con el bate de béisbol. ¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! Sentí que me iba a dar un ataque por el ruido antes

de que consiguiera romper el pomo. Me faltaba el aire. La agarré de la muñeca.

—Vas a terminar cargándote la puerta para nada. Los clientes están estudiando, así que sería mejor solucionar esto en silencio. Hay una llave maestra, ¿no? ¡Baja a buscarla!

—Es verdad, ¡la llave! ¡Señor, más le vale estar preparado para la vergüenza que se le viene encima cuando abramos!

Hyojin bajó las escaleras a toda prisa, todavía empuñando el bate. Tras cerciorarme de que ya no estaba en la planta, me acerqué a la puerta y llamé con suavidad. Por más que sea un pervertido, un cliente es un cliente y no podía permitir que se manchase la imagen del negocio, así que decidí echar una mano.

—Oiga, la chica de antes es capaz de cualquier cosa, aunque se rompa la cabeza en el intento. Y, para que lo sepa, su hermano mayor es un matón conocido en el barrio. La tiene muy mimada, así que, si se entera de que ha tenido una pelea con ella, lo más probable es que termine enterrado en medio del monte. Mejor pida disculpas y lárguese rápido, antes de que abra la puerta y termine con la cabeza rota y la dignidad por los suelos.

No hubo respuesta desde dentro. Procedente de alguna otra sala llegó una voz: «¡A ver si hacemos el favor de guardar un poco de silencio!».

El hombre no parecía tener ninguna intención de abrir la puerta.

Mientras tanto, Hyojin llegó corriendo con la llave maestra. Venía a toda velocidad.

—¡Oiga! Ya tengo la llave, así que ahora vamos a verle la cara de idiota.

En cuanto metió la llave en la cerradura, la puerta se abrió de golpe desde dentro. Los ojos del hombre estaban

alerta. No me había fijado antes, pero tenía una cicatriz en la mandíbula que parecía un corte de cuchillo. Hyojin cambió el bate de béisbol de la mano izquierda a la derecha.

—¿Ha venido en una máquina del tiempo, o qué? ¿En qué época cree que estamos para venir buscando una cama a una sala de estudio?

Como si le costara respirar, el hombre se estiró un par de veces el cuello de la camiseta, que terminó cediendo aún más.

—Me confundí por el cartel… —habló en un tono mucho más tranquilo que cuando soltó los insultos, hacía un momento.

Sólo entonces, Hyojin bajó el bate. Tal vez se estuviera activando mi hipersensibilidad auditiva, porque el ruido de la saliva que tragó el hombre resonó con intensidad en mis oídos.

—Pero pareces una estudiante, ¿no?

—Trabajo aquí a tiempo parcial.

A pesar de que le había preguntado otra cosa, Hyojin respondió con firmeza, con algo totalmente distinto.

El hombre parecía estar a punto de quejarse, pero quizá por respeto al ambiente tranquilo que se había creado pasó junto a mí en dirección al ascensor, sin decir nada

—Un momento.

Hyojin lo detuvo, sujetándolo del brazo, y el hombre se sobresaltó. Luego rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un billete de diez mil wones

—Como no usó la sala de estudio, le devolveré el dinero.

El hombre pareció dudar, pero yo le hice señas para que lo aceptara. Se guardó el dinero y entró en el ascensor. Hyojin y yo salimos también de ese pasillo lleno de toses fingidas y bajamos por las escaleras.

—¿Le devuelves el dinero después del escándalo que ha montado? Qué generosa.

—Si no ha usado la sala es lo correcto.

—¿Y también es lo correcto resolverlo a batazos?

—Como has estado ingresado, no sabes cómo funciona el mundo, ovejita negra. Pero últimamente hay mucha gente con la que no sirven las palabras. Gracias a esa sílaba «dy» que falta en el cartel, los más jóvenes que nosotros se piensan que esto es un «room café» y me amenazan para que les venda alcohol. Es un verdadero incordio. Todo el mundo piensa que cualquier cosa es posible mientras pague.

No me costaba mucho imaginarme a Hyojin pateando el trasero y echando a algún estudiante de secundaria que le pedía alcohol.

—Pero ¿qué pensabas hacer con el desinfectante y el agua?

Sólo entones me di cuenta de que todavía sostenía el desinfectante y el agua. Acababa de perder mi dignidad. Presioné el espray, soltando un poco en el aire, y Hyojin me dio un golpe en la espalda.

—Eh, ¿qué narices es eso?

La maceta de la palmera de bambú que había descansado tranquilamente en un rincón del vestíbulo hasta hacía un momento, estaba rota. Hyojin dio un fuerte pisotón contra el suelo. Hacía mucho tiempo que no la veía tan alterada de los nervios.

—¡Mierda! ¡Debí cargármelo hace un momento! ¡Y pensar que hasta le devolví el dinero! ¡Mal rayo le parta a ese cara de pulpo!

Por pura cuestión de mala suerte, más adelante Hyojin volvió a tener que tratar con ese hombre. Y yo también. De haberlo sabido, no lo hubiera dejado marchar así, pero ¿cómo iba a saberlo? Después de todo, no somos dioses.

Me vino a la mente que Hyojin podría acusarme de traidor si se daba cuenta de que había intentado ayudar al hombre,

por lo que me puse a limpiar los pedazos de la maceta para fingir que llevaba la iniciativa.

—¡Ya está! Uf, qué cansancio. Ha sido un día largo. Dame la llave del refugio ya.

—Hoy has trabajado mucho, deberías tomarte un descanso hasta mañana. Aquí abrimos a las once.

—Tengo que ir a clases de inglés.

—Lo sé, pero de todas formas no ibas a ir.

Esta chica lo sabe todo sobre mí.

—Cierra bem la puerta y duerme.

Alcé la mano y le hice un gesto de despedida. Tomé el ascensor hasta el quinto y subí las escaleras. Nuestro refugio está en la azotea del edificio. Al abrir la puerta metálica apareció un espacio abierto, decorado como un parque infantil, con un tobogán, una barra fija y un sube y baja. El refugio fue un regalo que nos hizo el padre de Hyojin para que pudiéramos jugar a la vista sin restricciones, así que todavía estaban allí muchos de los juegos que usábamos cuando éramos pequeños.

Quizá te preguntes cómo podría quedarse alguien tan sensible al ruido en un refugio que está en la azotea de un edificio en pleno centro de la ciudad. La primera vez que lo visité, me mareé tanto que no podía adaptarme. Ahora sólo me da un ligero dolor de cabeza. A veces tengo la sensación de que la azotea se aplana y otras me olvido por completo de que estoy en una zona tan concurrida. ¿Y hoy? Supongo que no lo sabré hasta que lo experimente.

Al entrar en el contenedor azul, me encontré sobre la mesa unos tapones para los oídos y un altavoz inalámbrico con una nota:

«Úsalos si no puedes aguantar el ruido».

Si mi vida fuera uno de esos juegos de buscar personajes ocultos en un dibujo, Hyojin sería una respuesta obvia. No es alguien que salte a la vista de inmediato, pero sí la primera persona que vería. Alguien que está junto a mí en silencio y ejerce su influencia para que mi vida no descarrile. Por eso, haberla arrastrado a lo que pasó ese día y haber causado que saliera herida es algo de lo que aún hoy me arrepiento con todo mi ser.

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