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CrónicasArcanas 2
Kresley Cole Traducción de Aida Candelario

Primera edición: junio de 2023

Título original: Endless Knight

Ilustración de cubierta: Alisvart

Diseño de cubierta: evostudio.com

© 2012 Kresley Cole, por el texto

© 2023 Aida Candelario, por la traducción

© 2023 Elastic Books, por esta edición

Publicado con el acuerdo de Simon & Schuster Books For Young Readers, un sello de Simon & Schuster Children’s Publishing Division. Todos los derechos reservados.

Dirección editorial: Pema Maymó

Elastic Books es un sello de Grup Enciclopèdia Josep Pla, 95 08019 Barcelona

www.lagaleraeditorial.com

Impreso en Liberdúplex

Depósito legal: B 3.436-2023

ISBN: 978-84-19478-11-5

Impreso en la UE

Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

Campo de batalla

Durante el Destello, una llamarada catastrófica a nivel global, la superficie del planeta quedó reducida a cenizas y las masas de agua se evaporaron. Todas las plantas murieron, al igual que casi todos los animales. La gran mayoría de los humanos perecieron; las mujeres fueron las más afectadas. Hace ocho meses que no llueve.

Obstáculos

Los milicianos y los esclavistas unen fuerzas y consolidan su poder, con el objetivo de capturar mujeres. La peste se extiende y los caníbales se multiplican. Los mutantes, una especie de zombis contagiosos creados por el Destello, vagan sedientos por la noche buscando cualquier rastro de humedad, incluso sangre.

Enemigos

Los arcanos. En cada era oscura, veintidós niños nacen con poderes sobrenaturales y están destinados a luchar en una partida a vida o muerte. Nuestras historias están representadas en las cartas de los arcanos mayores de la baraja del tarot. Yo soy la emperatriz, y ahora volvemos a jugar. La muerte, el actual vencedor, no se detendrá hasta que mi sangre tiña su espada.

Armas

Para derrotarlos a él y a los demás, tendré que recurrir a mis poderes de emperatriz: curación acelerada, capacidad para controlar todo lo que arraiga o florece, tornados de espinas… y veneno. Soy la princesa del veneno.

REQUIEM, TENNESSEE FALDA DE LAS MONTAÑAS HUMEANTES

Este es mi verdadero yo…».

Jackson se apartó de mí a trompicones mientras se persignaba. Justo como predije.

Con ese simple gesto, me hizo añicos el corazón.

«Y, sin embargo, yo no podría sentirme más orgulloso, emperatriz», susurró la seductora voz de la muerte en mi cabeza.

Lo oí con tanta claridad que debía de estar cerca. Ya no tenía nada que perder, ninguna razón para tenerle miedo.

«Vigila tus seis, parca, porque estoy de caza».

Oí una risita áspera.

«La muerte te aguarda».

Empecé a reírme y no conseguí parar.

Jackson se quedó todavía más pálido. Ojalá ahora me abandonara y se llevara a los otros tres con él, fuera de mi alcance.

De lo contrario, la emperatriz podría matarlos a todos…

Algo húmedo me resbaló por la cara. ¿Una lágrima?

«Lluvia».

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DÍA 246 d. D.
«

Mientras Jackson y yo nos mirábamos, empezaron a caer gotas entre nosotros.

Dejé de reír al verlo apretar mi cinta de pelo con tanta fuerza que los maltrechos nudillos se le quedaron blancos; como si, al aferrarse a esa cinta, pudiera preservar el recuerdo de la dulce chica a la que creía conocer.

Sin embargo, esa chica había desaparecido y la había reemplazado la emperatriz, que seguía tensa y lista para luchar, de pie en medio del charco que habían formado los restos del alquimista. Mientras el pelo rojizo me caía sobre las mejillas, noté que mi rostro se contraía formando una expresión que no había puesto nunca: amenazadora.

Me sorprendió bastante que Jackson no me estuviera apuntando con su mortífera ballesta, que llevaba colgada del hombro.

Junto con la siniestra llovizna, la niebla empezó a extenderse por este pueblo fantasma y lo oscureció todo, pero percibí movimiento con el rabillo del ojo. Aparté la mirada de Jackson y la posé en el resto de nuestro variopinto grupo, formado por otros tres arcanos como yo.

Selena, Matthew y Finn.

Me centré en Selena, que se había descolgado el arco de la espalda y estaba sacando una flecha del carcaj que llevaba atado al muslo.

Enarqué las cejas, sorprendida. Supuse que la arquera se había cansado por fin de esperar para matarnos.

Cuando colocó la flecha en el arco, el tornado de espinas que se arremolinaba sobre mí se volvió más denso. La pequeña enredadera que había junto a mi cara se giró hacia Selena, como si fuera una víbora lista para atacar.

—¿Así son las cosas, arquera? —Tenía la voz ronca de tanto gritar de dolor. Sonaba como la mala de una película. Y también me sentía así. «Hay ardor en la batalla», tal y como me había dicho Matthew—. ¿Vamos a hacer esto ahora?

El agotamiento se iba apoderando de mí a medida que mi cuer-

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po se regeneraba. Aunque las granadas de ácido del alquimista me habían devorado parte de la ropa (y de la piel), todavía me quedaba algo de energía para luchar. Pero ¿durante cuánto tiempo?

—Eh, chicas, ¿qué está pasando aquí? —preguntó Finn con su acento surfero del sur de California—. Selena, ¿por qué diablos estás apuntando a Evie?

—La luna sale. La luna se pone —murmuró Matthew.

Selena los ignoró a los dos.

—No quiero hacerte daño, Evie —dijo mientras seguía apuntándome. Un brillo rojo teñía su piel perfecta, como si fuera una luna del cazador. El largo pelo le caía alrededor de la cara; era rubio platino, del mismo color que la luz de la luna—. Pero pienso protegerme hasta que detengas todo esto.

—He recordado lo que se supone que debemos hacer, Selena. —Matarnos unos a otros—. Dame una razón por la que no debería acabar contigo en este mismo instante.

Les hice un gesto a los dos enormes robles que había revivido antes. Detrás de Selena, el suelo retumbó cuando las raíces se fueron acercando, al mismo tiempo que se preparaban para arrastrarla bajo tierra.

Mis soldados aguardaban órdenes. Sería una forma horrible de morir.

—Me necesitas —contestó Selena—. Tú y yo, junto con otras cartas, debemos aliarnos para matar a la muerte. Es demasiado fuerte para que ninguno de nosotros lo elimine por su cuenta. Colaboraremos hasta derrotarlo. Luego, todo vale.

—¿Y si me niego?

Ella tensó la cuerda del arco.

El brillo de los glifos que me envolvían la piel se volvió más intenso, debido a la agresividad que me invadió.

—Dispárame, Selena. Te reto a que lo hagas. Simplemente me regeneraré y te enterraré viva.

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Solo era palabrería, pues me iba debilitando a cada segundo que pasaba, al igual que mis soldados.

Selena se arriesgó a echar un vistazo por encima del hombro.

—¡No tenemos tiempo para esto ahora! Se acercan mutantes. Nunca había visto a tantos juntos.

Después del apocalipsis, ninguna noche estaba completa sin esos zombis sedientos de sangre.

—Pero a J. D. —señaló a Jackson con un gesto de la barbilla— y a mí solo nos quedan unas pocas flechas entre los dos. Tuvimos que robarle un todoterreno a aquella milicia para llegar hasta aquí. Y digamos que no nos lo entregaron por las buenas.

Pude oír los espeluznantes gemidos de los mutantes en algún lugar en medio de la noche. Como si contara los segundos entre un relámpago y un trueno, calculé que estaban a cierta distancia. Pero también parecía haber muchísimos.

—Y, para colmo, otras cartas llevan un día siguiéndonos la pista —continuó Selena—. A estas alturas, ya saben que te has cargado a un arcano. La muerte del alquimista los atraerá hasta aquí. Pronto.

La mirada de Jackson iba saltando de Selena a mí. Quince minutos antes, él creía que éramos dos chicas bastante normales… o todo lo normales que podíamos ser después del Destello.

Ahora estábamos hablando de matarnos la una a la otra y de matar a una carta llamada «la muerte» mientras un tornado de espinas se arremolinaba sobre nosotros. Por no mencionar que Jackson había visto los restos del alquimista y sabía que yo había despedazado a un adolescente.

Selena aflojó levemente la tensión del arco.

—Tenemos que pactar una tregua durante esta noche y alejarnos todo lo posible.

—Una tregua… ¡Sí, buena idea! —exclamó Finn—. Pongámonos en marcha y hablémoslo luego. Evie, dime que tienes mi todoterreno.

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—Está sin gasolina.

—Mierda. El nuestro también. Por lo visto, nos va a tocar caminar.

Jackson no reaccionó. Parecía atónito y agotado a la vez. Tenía los ojos inyectados en sangre y una barba de varios días le cubría la mandíbula marcada.

El ardor de la batalla estaba remitiendo y ya no debía esforzarme por reprimir el impulso abrumador de aniquilar a los otros arcanos. Tal vez esa sensación había sido tan intensa porque me había negado a aceptar mi papel de emperatriz durante tanto tiempo.

Selena sería una idiota si me eliminara mientras la muerte siguiera con vida. ¿Era posible una alianza? Necesitaba tiempo para pensar en todo y para sopesar mis opciones.

—Tregua —accedí—. Durante esta noche.

Selena retiró la flecha del arco y se la guardó en el carcaj con un movimiento fluido. No pude evitar poner los ojos en blanco. ¡Qué presumida!

En cuanto esa amenaza desapareció, empecé a refrenar mis poderes. Mientras mis garras se transformaban de nuevo en uñas rosadas normales, hice que el tornado de espinas se desplomara sobre la calle. Las púas cayeron en picado como si un enjambre de abejas hubiera muerto, todas al mismo tiempo. En mi antebrazo izquierdo, un glifo con forma de tres espinas pasó del dorado al verde antes de atenuarse.

Le di un beso de despedida a la enredadera que me acariciaba. Cuando se filtró en la piel de mi brazo derecho, como si se sumergiera bajo el agua, un sinuoso glifo con forma de enredadera brilló y luego se desvaneció. Mi pelo rojo y salpicado de hojas volvió a ser rubio. Supe que mis ojos estaban cambiando de un tono verde al azul habitual.

Jackson, tan observador como siempre, estudió mis movimientos y mis reacciones con cautela, como si se encontrara ante un ani-

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mal salvaje. Era comprensible. Yo me volvería loca al ver todo esto por primera vez.

De hecho, eso fue lo que me ocurrió cuando vi estas cosas a través de las visiones de Matthew.

Esta noche, Jackson había descubierto que el mundo no era en absoluto como él creía. Ahora mismo, tenía pinta de querer estar en cualquier otro sitio menos aquí. Pero, si me tenía miedo (o a todos nosotros), ¿por qué no se había marchado?

Estaba a punto de preguntárselo cuando empecé a sentir mareos y escalofríos. El proceso de regeneración estaba minando las fuerzas que me quedaban. Las gotas de lluvia eran escasas, pero suficientes para humedecerme el pelo y la piel al descubierto. Mientras me dirigía cojeando en busca de mi chaqueta, me pregunté si tendría tiempo de extraerles la vida a los robles.

Podría clavarles las garras en la corteza y dejarlos secos, como si me chutara energía. Pero eso requería tiempo. Uno de los inconvenientes de usar árboles como armas era que, después del Destello, debía proporcionarles mi propia fuerza vital, mi sangre.

Otro inconveniente era que no podía llevármelos conmigo.

Los demás entraron en la casa detrás de mí, bordeando el charco de restos humanos. «“Entrar” no es la palabra adecuada», pensé al contemplar aquella imagen surrealista.

Aunque la casa se había partido en dos, y las paredes exteriores y el tejado se habían derrumbado, algunas partes del salón estaban intactas. Todavía había tapetes sobre las mesas y la chimenea seguía en pie y encendida.

Esta casa era como yo. Habíamos empezado el día de una forma y ahora ambas habíamos sufrido daños irreparables. «Pero una parte de mí sigue igual. O eso espero».

La mirada de Jackson recorrió las marcas de quemaduras esparcidas por el suelo. El ácido había corroído algunas zonas trazando el mismo patrón que presentaban mis piernas llenas de ampollas. La

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madera estaba agujereada alrededor de dos huellas perfectas, como si fueran islas gemelas.

Cuando Jackson le echó un vistazo a mi piel en proceso de curación, supe que estaba descifrando lo que me había ocurrido aquí.

Seguramente, ahora entendería por qué había tenido que hacer lo que hice.

Mis ojos se posaron en la grabadora de Arthur, que seguía encima de una mesa auxiliar y que ahora estaba salpicada de gotas de lluvia. Había una cinta dentro que contenía la historia de mi vida. La grabadora se había apagado justo antes de que Arthur me amenazara con rajarme la cara con un bisturí…

Matthew se acercó a mí. Era tan alto que tuve que echar la cabeza hacia atrás para ver la amplia sonrisa que me dedicó y la fe en mí que reflejaban sus grandes ojos castaños.

—He echado de menos a Evie. La emperatriz es mi amiga.

El arrebato de agresividad que experimenté mientras estaba en pleno modo emperatriz se había desvanecido casi por completo. ¿De verdad había creído que podría hacerles daño a los demás? Me avergoncé de mis propios pensamientos. Por supuesto que nunca le haría daño a Matthew. Y eso implicaba que nunca participaría en este juego.

Lo vi alzar su rostro rubicundo hacia el cielo, en medio de la llovizna. Hacía ocho meses que no llovía y Matthew había predicho que la lluvia traería todo tipo de cosas malas.

«Cada amenaza a su debido tiempo».

—Tenemos que encontrar refugio, cielo. Preferiblemente, uno que todavía tenga techo y en el que no haya trozos de cuerpos desperdigados. —Hice una mueca debido al dolor que me invadía las piernas y le pregunté—: ¿Tengo tiempo para extraer energía de los robles?

Matthew contestó que no, a la vez que Finn gritaba:

—¡Mutantes!

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