La voz del universo
maria guasch con ilustraciones de
Esther sanz
Primera edición: marzo de 2022
Diseño de la portada y del interior: Laura Zucotti Maquetación: Endoradisseny
© 2022, Esther Sanz, por el texto © 2022, Maria Guasch, por las ilustraciones © 2022, la Galera, SAU Editorial, por esta edición
Dirección editorial: Pema Maymó
La Galera es un sello de Grup Enciclopèdia Josep Pla, 95 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com
Impreso en Límpergraf Depósito legal: B-474-2022 ISBN: 978-84-246-7037-5 Impreso en la UE
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UNA NOTA BAJO UN BANCO
Mi madre es una PESADA, así, en mayúsculas. Sí, ya sé lo que estás pensando: todas los son. Va en la condición de madre serlo y repetir una y otra vez frases como: «¿Cuándo piensas estudiar?», «Cómete todas las verduras» o «¿Quieres hacer el favor de recoger tu habitación?». Pero es que la mía, además de eso, es astróloga y siempre está con su rollo de los signos, los planetas y los mensajes del universo… Y suelta cosas como: «Luna, cariño, no me hagas enfadar que esta semana tengo a Marte dando guerra…» o «A tu amiga Beth se le pasará el enfado en cuanto cambie la Luna».
Lo peor de todo no es que a veces tenga razón —me duele reconocer que es a menudo—, es que todo el mundo adora a mi madre y les encanta escuchar todas esas tonterías del horóscopo… Especialmente a mis amigas del colegio: Vilma y Beth. Mi madre les regaló a las dos su carta astral el año pasado y se mostraron fascinadas con el retrato de su personalidad según la posición de los astros el día de su nacimiento… ¡Por favooor, mi madre las conoce desde que tenían tres años! ¿Cómo pueden creer que son los astros los que hablan de ellas?
Por eso, desde que voy al Universal, no llevo amigas a casa. En este instituto soy una chica nueva y tengo una reputación que proteger… Aunque, dicho sea de paso, tampoco tengo amigas. Aún. Hace apenas dos meses que mi madre y yo nos mudamos a esta estúpida ciudad y solo dos semanas que empezaron las clases.
—¿Quieres hacer el favor de recoger tu habitación de una vez?
Mi madre asoma la cabeza por la puerta y le lanzo la típica mirada de adolescente borde, como ella dice.
«Pues claro que no quiero», pienso, pero no se lo digo y le hago un gesto para que vuelva a cerrar la puerta. ¿Qué pregunta es esa? Si quisiera arreglar mi cuarto me habría pasado la tarde limpiando y ordenando, y no delante del ordenador, tratando de escribir una carta que ni siquiera sé a quién enviar.
Esto último es raro, lo sé, pero no es más raro que en-
contrarte una nota pegada con un chicle debajo de un banco del instituto.
Ocurrió ayer, mientras esperaba a Pol para que volviésemos juntos a casa. Los martes y jueves nos encontramos a la salida, cogemos el autobús y caminamos casi un kilómetro hasta casa.
Pol es mi vecino. Es un chico de tercero y es bastante guapo, para qué negarlo. Así que, cuando mi madre le preguntó a Matilde, su abuela, si podía pedirle a su nieto que me esperara dos tardes al salir del instituto, casi me da un infarto.
Estuve una semana sin hablarle a mi madre, y no porque tuviera a Marte cerca ni porque sea Leo y, por consiguiente, temperamental y algo rencorosa según ella, sino porque esta vez se había pasado tres pueblos. ¿Qué se había creído? ¡No soy ninguna cría a la que su madre tenga que buscarle canguro! Y muchos menos uno del instituto, solo un año mayor que yo.
—Tienes trece años —se justificó mi madre—. Y solo serán dos tardes a la semana. Esos días trabajo hasta tarde y me quedo más tranquila si vuelves con un amigo.
Quise decirle que no conocía de nada a ese chico y que no tenía ningún derecho a hacerme algo así… Pero sabía que sería inútil. Se había hecho amiga de su abuela nada más llegar al vecindario y, a estas alturas, estaba segura de que ya sabía su signo, y hasta su fecha y hora
de nacimiento, y que se había formado un retrato completo de él.
Pero volvamos al banco y a la nota que encontré enganchada mientras esperaba a Pol a la salida del instituto. Los martes tiene gimnasia a última hora y siempre tarda en salir. A veces veo desfilar a su clase entera antes de que él salga por la puerta, con el pelo mojado y oliendo a colonia.
Cansada de masticar mi chicle de fresa, me disponía a pegarlo debajo del banco, cuando mis dedos toparon con un papelito doblado. En ese momento, mi vecino se sentó a mi lado de un salto. El banco tembló por su peso y por el de la enorme mochila que dejó caer de su hombro, provocando que la nota resbalara de mi mano y que él la recogiera casi al vuelo.
—¿Eso que hay ahí pegado es un chicle? —me preguntó al entregármela.
—Eso parece… Estaba debajo de este banco.
—¿Y cómo lo has…? Ibas a pegar tú uno, ¿verdad? —Rio mostrando los dientes—. ¡Confiesa!
Me puse roja porque tenía razón y me había pillado en algo asqueroso, pero negué con la cabeza.
—No, ha sido casualidad.
Lo miré muy seria tratando de controlar el rubor. Pero fallé en el intento al encontrarme con sus brillantes ojos oscuros mirándome fijamente.
—Vale, ¿y qué es ese papel?
Le mostré la notita. La tinta azul de la caligrafía se marcaba en el dorso.
—¿Las has leído ya?
Antes de que dijera que no, Pol se acercó a mí, esperando a que abriera el papel. Sentí su rodilla junto a la mía y tomé aire resignada antes de desplegar la nota.
La vida es un infierno. No tengo amigos de verdad. Me gustaría dormirme y no despertar hasta que acabe el instituto. ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? Si al menos me atreviera a hacer lo que me gusta y a actuar en la función… Pero ¿para qué? Seguro que todo el mundo se reiría de mí. Ni siquiera sé por qué he escrito esto. No creo que nadie lo lea ni que tenga una respuesta para mí.
Todo el mundo va a la suya. Nadie se preocupa por nadie.
Piscis
—¿Piscis? No conozco a nadie en el Universal que se llame así.
Solté una carcajada por el chiste, pero él no se rio y me di cuenta de que lo había dicho en serio. —Es su horóscopo.
—Ah, claro —asintió, y sacó su reloj de bolsillo para mirar la hora.
Lleva uno de esos antiguos, con cadena, enganchado
a la trabilla de sus vaqueros, que nadie de nuestra edad usa, y que le da un toque muy original.
—Es tarde —dice, guardándolo de nuevo—. Si no nos damos prisa, perderemos el autobús, Lu.
«¿Lu?» Nadie me llama así.
Corrimos hasta la parada justo cuando llegaba. El autobús estaba a rebosar de estudiantes que, como nosotros, cruzan la ciudad hasta la zona residencial de casitas donde vivimos.
Cuando llegamos, caminamos en silencio hasta llegar a mi puerta roja, justo al lado de la suya.
—Creo que deberías contestarle. Esa chica necesita ayuda.
Me gustó saber que él también había estado pensando en la nota durante el trayecto.
—¿Cómo sabes que es una chica? ¿Y cómo demonios voy a contestarle si no sé quién es?
—Sabemos que es Piscis.
—¿Bromeas? Debe haber decenas de alumnos en el Universal que hayan nacido entre el 20 de febrero y el 20 marzo.
—Un momento —durante un segundo me miró con recelo y pude deducir lo que estaba pensando: que la nota del chicle era mía—, ¿tú eres Piscis…? ¿No será tuya esa nota?
—¡Claro que no! Yo soy Leo —respondí medio ofendida—. Sé algo del horóscopo y todo ese rollo...
Él sonrió y yo noté cómo se calentaban mis mejillas. ¿Acababa de decirle que sabía algo del horóscopo? Lo que me faltaba, que pensara que soy una rarita. Y entonces añadí:
—Mi madre es astróloga.
—Ya. Entonces, búscala. Esa chica… o chico… o lo que sea, está muy triste.
Me hubiera gustado decirle que yo también me sentía triste. Echaba de menos a mis amigas, incluida Beth, aunque siempre estuviera de morros. Pero desde que nos habíamos mudado a más de seiscientos kilómetros de nuestra antigua casa, apenas hablaba con ellas. Verlas a través de la pantalla de mi móvil, en videollamada, me hacía sentir todavía más sola. Bien pensado, yo misma podría haber escrito esa nota… Y, como a esa persona, me hubiera gustado tener una amiga que me hiciera sentir algo mejor.
Así que ahora estoy en mi habitación, un miércoles por
la tarde, pensando en alguien de quien solo sé que está triste y que se siente solo.
Y que es Piscis. Menuda cosa. Siempre me he burlado de la astrología. Tal vez porque, como he dicho antes, mi madre es una pesada. Pero, si nos ceñimos a los hechos —dos libros publicados que son referentes en su género y colaboraciones semanales en varios periódicos de tirada nacional—, podríamos afirmar que mi madre es una de las mejores astrólogas del país. Ahora nos hemos mudado porque una importante empresa de cosméticos la ha contratado para crear una línea de «productos holísticos en armonía con el zodíaco». No sé muy bien qué significa eso, pero la idea es básicamente que les ayude a crear un perfume exclusivo para Escorpio o una crema de baño que sea ideal para Sagitario. ¡Vaya estupidez! Así mismo se lo dije a mi madre cuando me lo explicó emocionada y dando saltitos de alegría… Pero mi madre me miró muy seria y me dijo: «Esta estupidez pagará las facturas y hará que vivamos felices».
Desde que estamos aquí no me he sentido muy feliz que digamos, pero ahora decido olvidarme de mis problemas y centrarme de nuevo en Piscis. Y pienso en toda la información que hay almacenada en mi cerebro y que he escuchado tantas veces de mi madre, que también es Piscis, sobre ese signo.