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Frontera y ley

Migración global, capitalismo y auge del nacionalismo racista

Primera edición, 1200 ejemplares: marzo 2022

Título original: Border and Rule: Global Migration, Capitalism, and the Rise of Racist Nationalism

Copyright © 2021 Harsha Walia

© de la traducción del inglés, Juan-Francisco Silvente Muñoz, 2022

© de esta edición, Rayo Verde Editorial, 2022

Diseño de la cubierta: Tono Cristòfol

Ilustración de la cubierta: © Adobe Stock Fotografía de la autora : © Caelie Frampton

Corrección: Gisela Baños y Antonio Gil

Producción editorial: Pepe Arabí, Sandra Balagué y Mariló Àlvarez Maquetación: Sergio Pérez

Publicado por Rayo Verde Editorial S.L. Mallorca, 221, sobreático 08008 Barcelona · rayoverde@rayoverde.es www.rayoverde.es RayoVerdeEditorial @Rayo_Verde

Impresión: Estugraf

Depósito legal: B 3507-2022

ISBN: 978-84-17925-84-0

THEMA: JBFH, JPV, JPVR, RGCG

Impreso en España - Printed in Spain

Este libro está fabricado a partir de papel certificado de origen sostenible.

Una vez leído el libro, si no lo quieres conservar, lo puedes dejar al acceso de otros, pasárselo a un compañero de trabajo o a un amigo al que le pueda interesar. En el caso de querer tirarlo (algo impensable), hazlo siempre en el contenedor azul de reciclaje de papel.

La editorial expresa el derecho del lector a la reproducción total o parcial de esta obra para su uso personal.

Para Stella August (del pueblo nuu-chah-nulth), para Sheung Leung (popo 婆婆 Sue), para Beatrice Starr (del pueblo heiltsuk), queridas matriarcas ancianas del Downtown Eastside, una zona fronteriza de razas

Índice

Agradecimientos

Prólogo de Robin D. G. Kelley

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Introducción .................................................................................27

Parte 1. La crisis de los desplazamientos, no la crisis de las fronteras ........................................................ 51

Capítulo 1. Implicaciones históricas de la formación de la frontera estadounidense ............................................... 53

La conquista como formación de la frontera ......................... 58

La formación de la frontera mediante la eliminación de los indígenas ............................................. 60

Controles antinegros y política de frontera

67

La formación del Estado mediante la supremacía blanca.....73 Conclusiones

............................................................................ 80

Capítulo 2. Guerras de Estados Unidos allende fronteras, guerras internas ..................................... 83

La guerra contra la droga: criminalización, represión y contrainsurgencia ............................................... 86

Detención y violencia racial globalizada ............................. 95 Empobrecimiento neoliberal, militarización de la frontera y gobernanza carcelaria ..... 100 Guerras del terror preventivas ............................................. 108

.......................................................................... 13
.................................................
.......................

Capítulo 3. Desposeimiento, privación y desplazamiento: reestructuración de la crisis migratoria global ................. 119 Las zonas francas industriales como zonas extranacionales ....................................................................... 121

El desplazamiento mediante la esclavitud del salario y el aumento del nivel del mar ............................................ 124

El desposeimiento global a través de la apropiación de tierras y el cambio climático ............................................................. 130

Parte 2. «Ilegales» e «indeseables»: la criminalización de la migración....................................... 141

Capítulo 4. Regímenes fronterizos ................................... 143 Cuatro estrategias de gobernanza fronteriza..................... 145 La externalización como imperialismo de frontera ......... 158

Capítulo 5. Australia y la Solución del Pacífico ........... 169

La producción colonial de White Australia .................... 172 Detención obligatoria y detención en ultramar ...............177

Capítulo 6. La Fortaleza Europa ......................................187 Contenció imperial ................................................................ 191 Rutas segurizadas y de externalización .............................. 194 Alteración de la «bienvenida» liberal .............................. 212 El Mediterráneo negro ......................................................... 215

Parte 3. Globalización capitalista e internalización de la mano de obra migrante ................ 223

Capítulo 7. La mano de obra migrante temporal y los nuevos braceros ............................................................. 225

Cinco características de los programas de trabajadores migrantes ................................................... 234 Trabajo doméstico y cadenas asistenciales mundiales ... 240

Capítulo 8. El sistema kafala en los Estados del golfo Pérsico

.................................................................... 247 Niveles estatales de desarrollo y capitalismo en el golfo Pérsico .................................................................. 249

El sistema kafala como sistema de captura y controll ...... 255

Capítulo 9. Permanentemente temporal: la inmigración seleccionada en Canadá .......................... 261

El mito del Canadá multicultural ......................................265

El programa de trabajadores agrícolas estacionales ........ 271

El programa de cuidadoras

.................................................. 275

Parte 4. Creando raza, movilizando los nacionalismos racistas

...................................................... 277

Capítulo 10. Mapeado de la extrema derecha global y crisis de los apátridas ........................................................ 281 Nacionalismo blanco, sionismo, hindutva: asociados etnonacionalistas ................................................ 287

Populismo penal bajo Duterte y Bolsonaro ..................... 297

El nacionalismo del bienestar europeo y el racismo de género imperial ........................................... 305

La apatridia en un mundo Estadocéntrico ........................ 314

Capítulo 11. Rechazo de los nacionalismos reaccionarios .......................................................................... 323

Las clases bajo el prisma de la raza ...................................... 327

La creación del «extranjero» mediante las identidades nacionales ................................... 331 Las llamas del ecofascismo ................................................... 341

Conclusiones

.............................................................................. 347

Epílogo de Nick Estes ................................................................ 355

Agradecimientos

Como todas las empresas en pro de la liberación, este libro es el resultado de un esfuerzo colectivo.

Haymarket Books ha guiado diligentemente su elabora ción y me ha recibido con los brazos abiertos en su legendaria sede. Doy las gracias a Anthony Arnove, Ashley Smith, Róisín Davis, Jim Plank, Charlotte Heltai, Ida Audeh y a todos los componentes del equipo que han creído en él. Nisha Bolsey, en particular, respondió a todas mis preguntas de novata sobre la edición, y su cálido estímulo a pesar de mi carente afiliación académica o institucional, además de su generosa flexibilidad con el calendario a seguir y el recuento de palabras, fueron decisivos para la materialización de esta obra. La compañera Naomi Klein también me ofreció sus inestimables guía y asesoramiento. Me emociona y conmueve sobremanera que el genio de Robin Kelley, cuyo prolífico trabajo académico y férreo compromiso político han sido algunas de mis mayores inspiraciones, forme parte de esta obra, y que Nick Estes, uno de los pensadores políticos de nuestra generación más sólidos y profundos en este rincón del mundo, haya propuesto un epí logo. Quedo eternamente agradecida a los compañeros Robin y Nick por regalar y compartir su revolucionario e internacio nalista espíritu reflexivo.

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Me siento afortunada por que Tamara K. Nopper haya di rigido este libro con su rigor intelectual y ético, ofreciéndome la oportunidad de dar forma a mis argumentos y de pensar con mayor profundidad a partir de su aguda percepción y sus inquisitivas preguntas cuando empecé a redactarlo. La labor académi ca de Tamara ha sido una gran influencia para mí, y trabajar con ella se ha convertido en un sueño hecho realidad. Will Tavlin ha sido un diligente corrector, restringiendo mi euforia por la hipérbole en cada frase (¡ja!). El entusiasmo de Mehtab Chhina por la investigación me resultó contagioso y agradezco su ayuda en la transcripción de material valioso y por con sentir mis alicianas madrigueras de conejo. En medio de la pandemia del coronavirus y con sus propias vidas vueltas del revés, Adam Hanieh, Syed Hussan, Anja Kanngieser, Jenna Loyd, David Moffette y Dawn Paley me concedieron generosamente su tiempo para leer y formular comentarios que invitaban a la reflexión. Mi mayor deuda es con Stefanie Gude, una amiga paciente y editora rigurosa que merece todos los elogios por la claridad y la coherencia que contiene este libro.

El manuscrito no era más que una pila de palabras vomitadas hasta que la feérica pluma y la suave magia de Stef lo tocaron.

Mi agradecimiento a Nassim Elbardouh y Sozan Savehi laghi, quienes leyeron todo el texto y fueron testigos de mi tribulación durante las peores partes del libro, y me brindaron su inestimable ayuda y constructivo compromiso. Estos ángeles son dos de las más inquisitivas futuristas, y su amistad femi nista y solidaridad leal me han hecho crecer de la mejor forma posible. Harjap Grewal es el copartícipe más encantador y mi mayor crítico, y nuestros debates políticos han contribuido a agudizar mi capacidad de análisis y de argumentación. Nues tra camaradería es, a la vez, fuerte y mi fuerte, el mayor y más sorprendente regalo en esta vida. Mi radiante hija, Avnika, ha sido mi fuente de estímulo más poderosa, y su fe en mi capacidad por elaborar un libro útil («Tan solo di que las fronteras son malas») y ser una buena madre es como la luz del sol en el

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día más sombrío y solitario. Me cuesta recordar la vida antes de todo este grupito de bebés y niños a mi alrededor; sus incansables payasadas e incondicional afecto suponen una gran esperanza. Ojalá consigamos que el mundo sea merecedor de su confianza.

Todo lo que aquí escribo, ya se ha dicho. Las citas representan la herencia de una labor intelectual trazada por brillan tes escritores, y el libro también se inspira, en gran medida, en las innumerables conversaciones y colaboraciones con cientos de miembros y organizadores de la comunidad a través de los años. Los espacios organizadores de movimientos y las re des familiares que contienen siempre han sido mis primeros maestros. Doy las gracias a todos los compañeros mencionados anteriormente, así como a Adriana Paz Ramírez, Alaina John, Alejandra López Bravo, Alejandro Zuluaga, Alex Hundert, Alex Mah, Arthur Manuel, Audrey Huntley, Audrey Siegl, Avi Lewis, Ayendri Perera, Benita Bunjun, Binish Ahmed, Bridget Tolley, Carmen Aguirre, Carol Muree Martin, Cassie Sutherland, Cease Wyss, Cecilia Point, Cecily Nicholson, Chanelle Gallant, Chauncey Carr, Chin Banerjee, Chris Dixon, Clayton Thomas-Muller, Colleen Cardinal, Cynthia Dewi Oka, Daisy Chen, Dana Olwan, Dustin Johnson, Ellen Gabriel, Erica Violet Lee, Eriel Tchekwie Deranger, Faria Kamal, Fariah Chowdhury, Fathima Cader, Fatima Jaffer, Freda Huson, Glen Coulthard, Gord Hill, Gurpreet Singh, Hari Alluri, Hari Sharma, Hubie, Irene Billy, Irina Ceric, Ivan Drury, Jaggi Singh, Janice Billy, Jen Meunier, Jen Wickham, Jessica Danforth, Jorge Salazar, Kanahus Manuel, Karen Cocq, Karla Lottini, Kat Norris, Khalilah Alwani, Kiko Montilla, Khelsilem, Kirpa Kaur, Konstantin Kilibarda, Jerilyn Webster, Laibar Singh, Leah Lakshmi Piepzna-Samarasinha, Lee Maracle, Leila Darwish, Lena McFarlane, Liisa Schofield, Lily Shinde, Lindsay Bomberry, Mac Scott, Magin Payet Scudalleri, Mel Bazil, Melina Laboucan-Massimo, Melissa Elliott, Mike Gouldhawke, Molly Wickham, Mostafah Henaway,

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Myrna Cranmer, Naava Smolash, Nandita Sharma, Nanky Rai, Natalie Knight, Nazila Bettache, Nora Butler Burke, Omar Chu, Parker Johnson, Parul Sehgal, Philippa Ryan, Proma Tagore, Rachna Singh, Ray Bobb, Rita Wong, Robyn Maynard, Ros Salvador, Rosina Kazi, Ruby Smith Díaz, Rup Sidhu, Sacheen, Sadhu Binning, Samir Shaheen-Hussain, Samira Sud, Sara Kendall, Sean Devlin, Setareh Mohammadi, Shadrach Kabango, Shameem Akhtar, Sharmarke Mohamed, Sharmeen Khan, Shireen Soofi, Shiri Pasternak, Skundaal, Smogelgem, Stan Kupferschmidt, Suzanne Patles, Teresa Diewert, TJ Tupechka, Tracey Jastinder Mann, Wayde Compton, Wolverine, Yogi Acharya, Zainab Amadahy y muchas otras personas por todo lo que me han enseñado. El ecosistema de la resistencia es inherentemente colectivista, y mis agradecimientos son tan to una expresión de gratitud personal como una afirmación de las interdependencias existentes entre la mano de obra y las genealogías del conocimiento de los movimientos sociales producido entre todos.

El Downtown Eastside ha sido un hogar espiritual y político, y las mujeres y ancianas del vecindario, a quienes no nombraré para preservar su anonimato y seguridad, han compartido conmigo su confianza, respeto y enseñanzas, las cua les vivirán en mí para siempre. Su precisa y resuelta capacidad para discernir la verdad del mundo, así como sus prácticas diarias en el cuidado de niños, su coraje y su coexistencia suponen la materialización de la auténtica liberación. Mi praxis también ha evolucionado y sigue transformándose como resultado de las críticas generativas y los desafíos directos. Aun que difíciles de asimilar, la mayoría han sido necesarios y esta obra es parte de mi reflexión al cuestionar mis complicidades (siendo una colona inmigrante no negra savarna cisexual que ocupa un puesto directivo en el Non-Profit Industrial Com plex de unas tierras robadas) y ampliar mi análisis político y mis compromisos éticos. Mis privilegios materiales descan san sobre las irrenunciables jurisdicciones de las naciones

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musqueam, squamish y tsleil-waututh y, por mor de la per manente opresión, también de las tierras despojadas, la mano de obra explotada y las prescindibles vidas de muchos otros a nivel local y global. Este libro pretende contribuir al desmantelamiento de las violencias a las que estamos sometidos, me diante la concepción de nuevas relaciones y nuevos mundos.

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Prólogo

Escribo estas palabras en medio de una pandemia global. El ciclo de noticias veinticuatro horas está saturado tanto de imágenes de sufrimiento y muerte como de un desfile de profesionales de la salud reclutados para compartir historias desde primera línea o emitir opiniones expertas. Estos tra bajadores suelen ser surasiáticos, latinos, caribeños, filipinos o afroamericanos, muchos de ellos, presumiblemente, inmi grantes o hijos de inmigrantes. Conforman las tropas bélicas de una guerra de desgaste, no solo contra esta nueva virulenta cepa del coronavirus, sino contra un sistema de salud corporativo y privatizado, y contra unas políticas públicas que siguen anteponiendo el beneficio económico a las personas. Sin embargo, no por ello dejan de arriesgar sus vidas en medio de una creciente cultura política xenófoba y racista.

Por lo tanto, la crisis de la COVID-19 no hace más que evidenciar un mayor escenario bélico —un escenario que los principales medios de comunicación ignoran en gran par te—. El Gobierno de Estados Unidos ha acelerado el cierre de las fronteras, ha impuesto más barreras a los solicitantes de asilo y ha intensificado la detención de inmigrantes. Las leyes de protección de los trabajadores se eluden, mientras los de pendientes y almacenistas que prestan servicio en Amazon e

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Instacart, trabajadores precarios, y los de la industria de empa quetado cárnico luchan por su vida a medida que los índices de infección aumentan exponencialmente. El pueblo indio se ha convertido en el último epicentro del coronavirus en Estados Unidos, gracias, sobre todo, al perenne legado de negligencia practicado por el Gobierno federal. Los prisioneros y el personal de prisiones son los más vulnerables, como demuestra el hecho de que el 80 % de los reos del penal de Marion, en Ohio, dieran positivo en la prueba de diagnóstico. Hemos asistido a un gran aumento del racismo antiasiático provocado por el mito de que «los chinos» son portadores. Los casos de violencia doméstica también se han incrementado, por lo que muchas mujeres se han visto forzadas a elegir entre quedarse sin techo o «permanecer a resguardo» al lado de una pareja violenta. En el ínterin, milicias blancas armadas han comenzado a aparecer en diferentes concentraciones y en las escaleras de los capitolios estatales, desafiando las medidas de distanciamiento social. Después de pasar años viendo imáge nes de cómo personas negras desarmadas eran apaleadas y asesinadas por la policía, solo porque caminaban, deambulaban, corrían, estaban delante de sus casas, mostraban poca simpatía o protegían a sus hijos, o por ser niños, esas otras escenas de hombres blandiendo fusiles de asalto AR-15 en la cara de la policía y los agentes del Gobierno, librándose de la cárcel, de lesiones o de la muerte, provocan incredulidad. Frontera y ley, este incisivo y clarividente libro de Harsha Walia, no podría ser más oportuno. Su autora nos recuerda que las mencionadas guerras no son nuevas. La actual pan demia no es sino la última manifestación de la guerra que el capitalismo está llevando a cabo en estos últimos quinientos años en todo el planeta mediante el cercado de tierras, el desposeimiento, la ocupación, la extracción, la explotación, la mercantilización, el consumo, la destrucción, la contaminación, la pauperización y las formas opresivas de gobierno. Es una guerra en forma de violencia militar contra las personas,

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ejecutada en nombre de la «seguridad» —asegurar los recur sos, las fronteras, la vida y la «libertad» contra los dictadores, los terroristas y los comunistas—. Como consecuencia de ello, la mayoría de los habitantes de la Tierra se enfrentan a unos niveles sin precedentes de desplazamientos, detencio nes, deudas, precariedad, pobreza y muerte prematura. La pasada década dio testimonio de las insurgencias contra este régimen bélico global y su ideología neoliberal en forma de Occupy, Primavera Árabe, protestas antiausteridad, defensa de las revoluciones bolivarianas de Sudamérica y resistencia contra la cada vez más racial violencia de Estado por todo el orbe. No obstante, también hemos visto un resurgimiento del nacionalismo racista, la misoginia, el feminicidio y regímenes autoritarios elegidos hacerse con el poder.

¿Cómo valoramos nuestra condición actual? Si quieres respuestas, lee este libro. Si piensas que el culpable es Donald Trump y su camarilla, y que todo lo que necesitamos es volver a los buenos tiempos de Clinton/Obama/Biden, rotundamente: lee este libro. Harsha Walia no vende soluciones fáciles ni tópicos liberales. Tiene la habilidad de ir directa a la raíz de nuestra crisis planetaria y explicar cómo llegamos hasta aquí y qué podemos hacer al respecto. Aquellos que la venimos leyendo y siguiendo desde hace años no esperamos menos de ella. No es tan solo una de las pensadoras más brillantes de Norteamé rica, sino también una organizadora que ha dedicado su vida a luchar contra el capitalismo racial, el colonialismo, el militaris mo, la xenofobia y el patriarcado, y a defender los derechos de los migrantes, los pueblos indígenas, las mujeres y los sintecho.

Esta obra es una sacudida para el sistema. Las evidencias que reúne sobre las detenciones colectivas, la violencia tutelada por el Estado, la suspensión de la democracia, la mercantilización del cuidado a las personas y los bienes que necesitamos para vivir, y la escala global del autoritarismo arrancarán a cualquiera de su autocomplacencia y darán al traste con las explicaciones sen cillas sobre la crisis de los refugiados. Frontera y ley es también

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una especie de sacudida epistémica para el tan traído y llevado mantra de que Estados Unidos y Canadá son «naciones de inmigrantes». Los críticos de Trump y su régimen de dra conianas políticas migratorias no dejan de invocarlo, insistiendo en que construir muros y criminalizar a los sufridos trabajadores que buscan una oportunidad no es consecuente con los valores de los descendientes de inmigrantes. Además de borrar a los indígenas y a los negros, e ignorar el hecho de que todas las democracias modernas se fundaron como unos Estados etnonacionales o raciales en los que la exclusión y la xenofobia eran un lugar común, el paradigma de la «nación de inmigrantes» implica que el sueño impulsado por el primer asentamiento (europeo) era un sueño de libertad para todo el mundo que simplemente se vio incumplido. Walia expone esta historia como lo que es: una mentira. Estados Unidos, Canadá y Australia no fueron la creación de unos intrépidos y afanosos pioneros en busca de una vida mejor y más democrática para todos, sino que, más bien, fueron el producto de la violencia de la ex pansión capitalista y la ideología racial, de colonos armados con el apoyo de sociedades accionariales, de un aparato de Estado colonial y de capital en forma de mano de obra secuestrada. Walia incide sobre la historia del colonialismo de asenta miento y sus fundamentos racistas, patriarcales y nacionalistas, pero también comprende el momento que estamos viviendo y hacia dónde nos puede conducir si no reaccionamos. El resurgimiento de los nacionalismos de derechas, ya sea con Trump, Bolsonaro, Modi, Orbán o Duterte, no supone que la historia se esté repitiendo. No se trata de la restauración del fascismo de la década de los treinta ni tampoco significa el final del neoliberalismo. En todo caso, representa tanto la continuación de la lógica neoliberal como un nuevo bloque histórico que incluye a fundamentalistas de extrema derecha, intereses corporativos y una parte de la clase trabajadora desafecta, todo lo cual forma un nuevo movimiento autoritario y neofascista regido por el miedo, pero todavía gobernado por la razón neoliberal. Los

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vestigios del estado del bienestar se sustituyen por una amplia policía estatal militarizada, que está enfocada en proteger los «intereses nacionales», defender las fronteras, crear condicio nes favorables para el capital (sin importar el coste sanitario, medioambiental o de personas más vulnerables) y privatizar la riqueza mientras el riesgo se socializa. Siempre y cuando el Estado nación se interprete como una corporación y, por lo tan to, como poseído, la propiedad también repercute en la calidad del país. El discurso nacionalista se basa en proteger el frente patrio, y la nación se concibe como un hogar que necesita seguridad en medio de un mundo inestable.

Para Walia, el nacionalismo, el capitalismo y su impulso neoliberal hacia la privatización, así como la concomitante demonización del Otro —el extraño, la minoría, el migrante—, constituyen la auténtica amenaza a la seguridad. Tenemos que revertir ese sistema, necesitamos una revolución. A Walia no le espanta esta palabra ni subestima lo que se necesita para crear una solidaridad internacional genuina y efectiva. Confiesa que el poder de una clase trabajadora global queda enmascarado por la categoría misma de in/migrante. Demuestra que el migrante no es una cosa, un objeto, ni siquiera una identidad. El migrante es un contingente, una categoría relacional impuesta por el Estado. Se trata de una categoría que emplea la diferencia (a menudo, la raza) para determinar los derechos y privilegios de los ciudadanos, facilitar la segmentación laboral, asegurar un gran ejército de mano de obra ocasional y empo derar al Estado para utilizar la deportación con la intención de eliminar las peligrosas, indeseadas y pervertidas secciones de la clase trabajadora. La categoría de in/migrante ha sido esencial en la formación del Estado nación y la identidad nacional, la creación de fronteras y un régimen de seguridad para definirlas y politizarlas, además de la producción de ideologías que justifiquen la inclusión, la exclusión y la total criminalización.

El nacionalismo racista ha venido contemplando al «inmi grante», además de los autóctonos pobres, como una amenaza

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medioambiental. Walia revela de qué manera la amenaza de una catástrofe climática se usa para justificar la limpieza étnica, liberando al capitalismo de cualquier responsabilidad por el calentamiento planetario, los incendios incontrolados y las masivas desigualdades. Señala que los liberales son cómplices de la creación y el mantenimiento del actual ecoapartheid. Recurren a las corporaciones como si fueran las grandes salvado ras para promover el comercio de derechos de emisión, el gas natural y el «carbón limpio» como alternativas, y consideran que los refugiados climáticos son un problema que se debe tratar como cualquier otra crisis humanitaria; es decir, a base de asistencia, centros de acogida y ayuda temporal.

Mientras sigamos tratando a los migrantes y los trabajadores desplazados como sujetos dependientes de una filantrópica generosidad, no los veremos como lo que son: el epicentro de una fuerza laboral global cuyos desplazamientos están condi cionados por la guerra, el flujo de capitales, las políticas impuestas por los Estados y las corporaciones financiero-económicas internacionales, los regímenes de seguridad racistas y patriarcales, y las luchas de los trabajadores a uno y otro lado de la frontera. La promulgación liberal de que esta «nación de migrantes» debe alcanzar su fe en la inclusión, y recomponer nuestro fallido sis tema de inmigración racionalizando el proceso de documentación, naturalización y concesión de ciudadanía, oculta las fuerzas históricas y estructurales que producen estas personas, dando lugar a falsas dicotomías (por ejemplo, que los inmi grantes compiten con los trabajadores «estadounidenses»). Y posiblemente más importante aún, oculta su poder, el poder de poner fin al sufrimiento humano y salvar el planeta.

En otras palabras, lo que solemos llamar «luchas de “inmi grantes”» son incuestionablemente luchas de trabajadores o luchas de clases. No es casual que las leyes de extranjería y los llamados «sindicalismo criminal» y «leyes antisedición» se consideren, a menudo, como una y única cosa. Durante la pri mera mitad del siglo xx en Estados Unidos, muchos socialistas,

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anarquistas, comunistas y sindicalistas fueron víctimas de la de portación. Y esta es la razón por la que organizaciones como Industrial Workers of the World (IWW) insistían en que to dos los trabajadores se resistieran a la deportación basándose en el principio de que «un agravio a uno es un agravio a todos». Walia nos compele a cambiar nuestra perspectiva, a ampliar nuestra visión de la lucha no como si se tratase de derechos para los inmigrantes o de un problema de inmigrantes, sino como una lucha global contra el capital y el imperialismo cobijados por un sistema absolutamente racista y patriarcal. Nadie está excluido. Nadie es ilegal. Walia es muy clara res pecto de lo que debe hacerse:

Las proyecciones exclusivistas sobre quién pertenece y quién tiene derecho a la vida contribuyen al mantenimiento de la clase dirigente y del nacionalismo de de rechas, quebrando así la solidaridad internacionalista y consolidando el apartheid global. Debemos acabar con este sistema político y económico que trata a la tierra como una mercancía, a los pueblos indígenas como una sobrecarga, a la raza como un principio de organización social, a las cuidadoras como despreciables, a los trabajadores como explotables, a los refugiados climáticos como prescindibles y al planeta entero como un área de sacrificio.

Robin D. G. Kelley Día del Trabajo, 2020

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Introducción

«Pero ¿cómo puede usted decir que los gentrificadores no son bienvenidos cuando piensa que nadie es ilegal?», me preguntó un oyente en la charla radiofónica de una emisora con servadora a la que asistí, en contra de mi buen juicio. Hacía referencia a una manifestación antigentrificación organizada por mujeres en el Downtown Eastside de Vancouver, uno de los vecindarios más pobres de Canadá. Yo estaba resumiendo las experiencias con respecto al aumento de los desplazados, a los sintecho y a la violencia policial, cuando un oyente llamó y aludió a la labor que mi organización de justicia para los emigrantes desempeña en contra de las detenciones y las deporta ciones. Está claro que me estaba provocando, pero la pregunta me atosigó durante meses. Las luchas antigentrificación ponen freno a las fuerzas del capitalismo racial y al privilegio de aquellos que buscan consolidar su poder mientras sacan provecho de las políticas vecinales que ya están bajo asedio. Enfrentarse a la gentrificación consiste en oponerse a quienes representan y reproducen la injusticia estructural y espacial, no en prevenir el desplazamiento de los oprimidos que buscan seguridad y dignidad. La gente se muda continuamente al Downtown Eastside en busca de mejores servicios, con el fin de asegurar se una vivienda social, procurar el cuidado necesario para sus

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familiares de más edad y tejer redes familiares en un oasis de residentes con rentas bajas, matriarcas indígenas, canadienses chinos ancianos, artistas, drogadictos, trabajadoras sexuales y disidentes cacofónicos. Migrantes y refugiados tienen mucho más en común con esos humildes residentes que con los codi ciosos hípsteres colonos.

Dado que el oyente era arrogante y oportunista al mezclar gentrificadores con migrantes y, de manera inversa, antigentrificadores con guardias de fronteras, la conclusión no fue ninguna sorpresa. Aunque los regímenes fronterizos trabajan para acaparar riqueza, para desplazar a las personas y por la segregación racial, la caracterización popular de los migrantes y los refugiados como «invasores extranjeros» convierte la frontera en una supuesta arquitectura anticolonial. Sin em bargo, la frontera se entiende menos como un movimiento político per se que como un método clave en la formación del Estado imperialista, del orden social jerárquico, del control laboral y del nacionalismo xenófobo.

En la línea de Vivek Shraya cuando plantea la cautivadora pregunta de «¿Por qué mi humanidad solo se ve o causa preocupación cuando comparto las formas en que he sido victimizada o violada?», este libro rechaza cualquier consumo antropológico. Circulan numerosas historias y fotografías sobre migrantes muertos y refugiados que intentan cruzar el Medite rráneo, el océano Pacífico, el río Bravo, el Sahara y el desierto de Sonora. A través de los medios de comunicación se vieron las imágenes de las muertes por ahogo de los bebés Alan Kurdi y Angie Valeria, que se hicieron virales y provocaron asombro y compasión; pues, bien, son esos mismos medios los que describen a los setenta millones de refugiados restantes en todo el mundo como plagas, riadas o invasores. Un solo refugiado puede provocar compasión, pero los grandes grupos se pintan como una amenaza. En vez de idealizar a los migrantes y a los refugiados como pobres víctimas o heroicos supervivientes, combinando sus experiencias, quiero apartar nuestra mirada

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de subjetividades varias y centrarla en los sistemas de poder que crean migrantes y, al mismo tiempo, criminalizan la migración. Clasificaciones como «migrante» o «refugiado», más que re presentar a grupos sociales unificados, simbolizan las relaciones de gobernanza y de diferencia reguladas por el Estado.

En ocasiones anteriores ya teoricé sobre el «imperialismo de frontera» para describir los procesos «mediante los cuales las violencias y precariedades del desplazamiento y la migración se crean y mantienen de forma estructural», in cluso a través del sometimiento imperial, la criminalización de la migración, la jerarquía racial de la ciudadanía y la explo tación obrera mediada por el Estado. Mientras que Undoing Border Imperialism es una contribución a la reformulación de los movimientos por los derechos de los migrantes, este libro es una modesta aportación para cuestionar con mayor profundidad la formación y función de las fronteras en cuanto estructuras de poder espacial y material. Estas son un régimen de ordenación, tanto congregadoras como congregadas por medio de la acumulación capitalista-racial y de las relaciones coloniales. Centrándome en distintas jurisdicciones reparti das por el mundo, también pretendo desvelar el nacionalismo metodológico —en concreto el excepcionalismo estadouni dense— y desenterrar las tendencias transnacionales. Muchos izquierdistas creen que las crueldades de la política migratoria de Estados Unidos nacen en este país y después se exportan, cuando, de hecho, la mayoría de las técnicas de la legislación sobre fronteras se perfeccionan en otros sitios. Frontera y ley: Migración global, capitalismo y auge del nacionalismo racista examina una serie de geografías dispares en apariencia, pero con lógicas compartidas en la formación de fronteras —des plazamiento, inmovilización, criminalización, explotación y expulsión de migrantes y refugiados—, que tienen la inten ción de dividir a la clase trabajadora internacional y consolidar la legislación imperialista, capitalista-racial, estatal, de la clase gobernante y ultraderechista.

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Tanto los conservadores como los liberales conciben la política migratoria de Estados Unidos como una cuestión de reforma nacional que debe ser tratada por el Estado. Expresio nes como «crisis migratoria» y la, con frecuencia, correspondiente «invasión migratoria» son un pretexto para apuntalar una mayor seguridad de las fronteras y las prácticas represivas de detención y deportación. Este tipo de representaciones retratan a los migrantes y a los refugiados como la causa de una crisis imaginada en las fronteras, cuando, en realidad, la migración masiva es el resultado de la crisis real del capitalismo, la conquista y el cambio climático. Como comento en la primera parte, la crisis de las fronteras queda mejor descrita como las crisis del desplazamiento y de la inmovilidad, impidiendo tanto la libertad de quedarse como la libertad de des plazarse. Es cierto que los estadounidenses liberales solicitan que termine esa violencia excesiva contra los migrantes y los refugiados latinos, lo cual queda ejemplificado en su oposición a los campos de concentración o a la separación de las familias, pero no suelen situar la inmigración y las políticas de frontera dentro de unas fuerzas sistémicas más amplias. La causa prin cipal del desplazamiento desde México y Centroamérica está conformada por toda una panoplia de sucios golpes de Esta do coloniales, acuerdos comerciales capitalistas que explotan la tierra y a los trabajadores, el cambio climático y la opresión impuesta. La migración es una consecuencia predecible de esos desplazamientos y, sin embargo, hoy en día Estados Uni dos está reforzando su frontera contra las mismas personas que se ven afectadas por sus propias políticas. Analizar la frontera como parte de unas relaciones imperialistas históricas y contemporáneas, y, por consiguiente, usar el término «imperia lismo de frontera», obliga a un cambio de las nociones de caridad y humanitarismo por las de restitución, reparación y responsabilidad.

Desde la temprana formación de la frontera entre Esta dos Unidos y México —enmarañada en los terrores de la

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expansión territorial, el genocidio de los indígenas, la escla vitud de los negros y la expulsión racializada— hasta la más reciente hemisférica guerra contra la droga y la guerra global contra el terror, los dos primeros capítulos detallan cómo la política bipartidista sobre inmigración de Estados Unidos es un elemento fundamental en la sincronización de la guerra nacional y global. La legislación sobre fronteras estadouni dense revela una perfecta relación entre la administración carcelaria del genocidio y la esclavitud nacionales, y la con trainsurgencia imperial más allá de los límites geográficos, los recortes en las políticas del bienestar neoliberales nacionales y las políticas exteriores referentes al comercio capitalista, así como entre los regímenes raciales interno y externo. Esto es inconfundible en el despliegue de la Border Patrol Tactical Unit (BORTAC), la unidad fronteriza de respuesta rápida estadounidense, para entrenar a los guardias de fronteras de Iraq y Guatemala, al tiempo que toma parte en operaciones al estilo SWAT para sacar a los manifestantes de las calles de Portland, desde unos vehículos sin distintivos, en el momento más álgido de las protestas lideradas por la comunidad negra contra la violencia policial en 2020. Esta sinergia entre lo local y lo global también se hace evidente en la propuesta del presidente Donald Trump de clasificar a todos los migrantes irregulares y pobres como «combatientes enemigos» y encarcelarlos en la bahía de Guantánamo. El patrón de presentar a los migrantes como extranjeros enemigos está emer giendo en todo el mundo, y se examina en el capítulo 3. Las narrativas mayoritarias sobre una «crisis migratoria global» describen a los migrantes como una amenaza sin tener presentes las crisis del desposeimiento forzoso, la privación y el desplazamiento. El desposeimiento capitalista y la subordinación imperialista modelan los regímenes fronterizos de las zonas francas industriales en Bangladés, el cercado de tierras en Mozambique y la ocupación de los colonos militarizados en Palesti na. Por lo tanto, las crisis de las fronteras no son tan solo asuntos

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nacionales que deban gestionarse mediante reformas políti cas. Más bien, deben situarse entre las asimetrías de poder globalizadas —clasificadas por razas, castas, clases, géneros, sexualidades, capacidades y nacionalidades— que dan origen a la migración y constriñen la movilidad.

El pánico producido por las fronteras que inunda los titulares de los periódicos da por supuesta la «ilegalidad» de los migrantes, y la criminalización de la migración es el núcleo de la parte 2 de este libro. Las personas desplazadas se convierten en «ilegales» debido a las crecientes técnicas que actúan de muro contra la migración, como las restricciones de visados, los acuerdos afianzados con terceros países, la detención en ultramar, la deportación, la intercepción, la militarización de espacios marítimos y un imperio de externalización, todo ello detallado en el capítulo 4. Dichas restricciones de Estado fuerzan a las personas a emprender viajes migratorios irregulares y, a menudo, fatídicos. Erik Prince, director de la mayor organización mundial de entrenamiento mercenario y de la turbia Blackwater, que se extiende desde Iraq hasta Nueva Orleans, ahora está vendiendo la idea de una asociación público-privada por medio de la pujante industria de seguridad fronteriza para militarizar todavía más el Mediterráneo, que ya es la frontera más mortífera del mundo. Mientras las élites corporativas y los políticos se superan unos a otros para ver quién puede levantar el muro más alto como construcción que simbolice el nacionalismo xenófobo y la soberanía del Estado, en realidad las fronteras son elásticas. Explico cómo funcionan mediante cuatro modos de gobernanza primarios, más allá de los muros: la exclusión, la dispersión territorial, la inclusión mercantilizada y el control discursivo.

La mayoría de los mapas no conceptualizan la cambiante cartografía de las fronteras. Los regímenes fronterizos se com plementan cada vez más con la vigilancia mediante drones, la intercepción de embarcaciones de migrantes, los controles de seguridad y los efectivos sobre el terreno mucho más allá de los

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límites territoriales. Esto queda bien ilustrado por la expor tada geografía de la detención en ultramar que practica la Australia blanca, convirtiendo centros coloniales en cárceles, tema que se trata en el capítulo 5, y la externalización de la seguridad de las fronteras de la Fortaleza Europa a través de paisajes acuáticos, representada en el capítulo 6. La subordinación ejercida por Estados Unidos, Australia y Europa sobre Centroamérica, Oceanía, África y Oriente Medio obliga a los países de esas zonas a aceptar puestos de control externos, la detención en ultramar, las campañas de prevención contra la migración y a los deportados expulsados como condiciones de los acuerdos comerciales y de ayuda. Los países de esas regiones, como Libia, Mali, México, Nauru, Níger, Papúa Nueva Guinea, Turquía y Sudán, se han convertido en las nuevas fronteras de la militarización fronteriza; se ven todavía más desposeídos de sus recursos y sus tierras se están utilizando para construir estructu ras externalizadas de control de la migración bajo una gestión imperial racial. El imperialismo ya está en la raíz de la migra ción global, y ahora la gestión de esa migración por medio de la contratación externa se está convirtiendo también en un medio de preservar las relaciones imperiales. Entretanto, los migrantes y los refugiados pasan a ser una simple mone da de cambio para líderes autoritarios como Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y el general Mohamed Hamdan Dagalo (Hemedti) en Sudán. A la dependencia económica, la deuda climática y la dominación militar, según teorizaron grandes eruditos sobre el movimiento de masas como Walter Rodney y Edward Said, también podemos añadir el tenue poder de la diplomacia de la inmigración como un pilar central del mantenimiento de nuestro presente colonial. Nos dicen que la política de inmigración versa sobre la ley y el orden, no sobre la exclusión racial en una supuesta socie dad posracial. Sin embargo, no existe ningún hecho objetivo que certifique la ilegalidad de los migrantes; como sostiene Catherine Dauvergne: «La migración ilegal es producto de

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la legislación sobre migración. Sin prohibición legal, no hay ilegalidad». Por un lado, las fronteras están organizadas jerárquicamente y son permeables para los expatriados blancos, una diáspora de inmigrantes seleccionados a dedo y la rica clase de inversores, y, por otro, forman una fortaleza contra los millones de integrantes de la «deportspora», a quienes se rechaza, inmoviliza y expulsa. El giro global hacia la deporta ción y la detención como los principales medios de control de la inmigración está al servicio del auge del neoliberalismo. La consolidación del espacio carcelario mediante las prisiones y las fronteras está correlacionada con la concentración de la rique za, el desmantelamiento de los servicios públicos y la creación y disciplina simultáneas de las poblaciones excedentes. Los actuales levantamientos abolicionistas liderados por la población negra en respuesta a los asesinatos a sangre fría de George Floyd, Breonna Taylor, Ahmaud Arbery y otras incontables víctimas a manos de la policía exponen la crisis de la legitimidad de los regímenes estatal, capitalista y carcelario. La policía, las pri siones y las fronteras operan a través de una lógica de la inmovilización compartida, manteniendo comunidades oprimidas bajo el capitalismo racial. En particular, la palabra mob, un término criminalizador que es empleado para vincular con el desorden social a grandes grupos de personas pobres y racializadas, tanto en ciudades del interior como fronterizas, deri va de la palabra mobility. Aunque, en una época de supuesta «ceguera al color», la mayoría de las políticas de inmigración estatales han derogado las prohibiciones racistas explícitas sobre las personas de ciertas razas y orígenes, la movilidad se sigue manteniendo y conteniendo, obedeciendo a límites que se aplican según el color, la clase y la casta. Los discursos so bre seguridad climática, que fusionan la crisis climática con la crisis migratoria para apuntalar el ecoapartheid, intensifican esa inmovilización. En medio de apocalípticas invocaciones a las crisis del clima, la austeridad y la migración, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por ejemplo,

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sugirió renombrar la cartera de las políticas migratorias como «Promoción de nuestro modo de Vida Europeo».

Más aún, independientemente del estado real de la inmi gración legal, se califica a las personas racializadas de «forasteras» en discursos multiculturales superficiales y simplistas. Las fronteras y las nociones de pertenencia que engendran no representan lo mismo para todo el mundo solo porque estén demarcadas por imponentes muros; en realidad, se sustentan en el racismo y lo reproducen dentro de los espacios que esta blecen. Se ha desarrollado un círculo vicioso: las rutas migratorias legales —apadrinamiento de las familias, concesiones de asilo y residencia permanente— están limitadas, incrementando así el cruce irregular de fronteras, que, a su vez, se convierte en una pieza central de la política codificada sobre los «ilegales» y «excesivos inmigrantes» para justificar ulteriores controles migratorios racistas. Finalmente, las taxonomías esta docéntricas como «llegada desautorizada» o «solicitante de asilo» solo son posibles mediante una aceptación previa de las fronteras como instituciones legítimas de gobernanza. Incluso los liberales que promulgan unas políticas de inmigración más humanas presuponen que la frontera es algo natural, sin explicar a quién sirve ni cómo funciona. Con respecto a esto, Nicholas De Genova sentencia: «De no haber fronteras, tampoco habría migración; solo movilidad». Lo más irónico es que la crisis migratoria se anuncia como una nueva crisis en los países occidentales posicionados como víctimas, aunque, du rante cuatro siglos, casi ocho millones de europeos se convirtieron en colonos en las Américas y Oceanía, mientras que cuatro millones de trabajadores asiáticos en régimen de servidumbre se esparcieron por el globo y el comercio trasatlántico de es clavos secuestró y esclavizó a quince millones de africanos. El colonialismo, el genocidio, la esclavitud y la diseminación no solo se erradican convenientemente como una continuidad de la violencia en las actuales invocaciones a la crisis migra toria, sino que son también las condiciones posibles perfectas

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para que el mundo occidental pueda conservar su preciosa so beranía imperialista.

Las fronteras no son líneas fijas o estáticas, se trata de re gímenes productivos generados de forma simultánea que son producto y productores de relaciones sociales de dominación. Aparte del hecho de que la migración ya sea de por sí consecuencia del imperio, el capitalismo, la catástrofe climática y las jerarquías opresivas, en el mundo contemporáneo es en sí misma un modo de gobernanza global, de acumulación de ca pital y de formación de clases racial y sexista. Radhika Mongia señala que «el desarrollo mismo del Estado nación surgió, en parte, para controlar la movilidad en torno al eje de la nación/ raza»; lo cual se refleja en la antigua organización de pasaportes para regular los desplazamientos dentro del Imperio britá nico, presagiando así el Estado moderno. Contrariamente al análisis que suele hacerse, el hecho de que las fronteras estén tanto monetizadas como militarizadas —abiertas al capital, pero cerradas a las personas— no supone una yuxtaposición contradictoria. El libre flujo de capital requiere mano de obra precarizada, la cual queda modelada por las fronteras median te la inmovilidad. Este requerimiento queda probado de forma inequívoca por el discurso internacional sobre «migración gestionada» y el preocupante giro hacia una «migración de trabajadores temporales» en los países de renta alta. La mano de obra interna de los programas de migración laboral y la mano de obra contratada en las zonas de libre comercio re presentan las dos caras de la misma moneda. Se trata de una bifurcación y una segmentación de la fuerza laboral global, precarizada por medio de las prácticas fronterizas.

La parte 3 del libro detalla la función y la expansión de la migración laboral temporal. Una de las cinco características principales de los programas de migración laboral temporal, descritas en el capítulo 7, es la conexión legal del estatus de los inmigrantes con el empleo. Ello convierte a los trabajadores migrantes en un grupo tutelado por el Estado sin libertad y en

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régimen de servidumbre. El Estado los califica como «trabaja dores migrantes», cuya fuerza de trabajo se capta, en primer lugar, en la frontera, y después es manipulada y explotada por el empleador. El empobrecimiento es una consecuencia, y no una coincidencia, del capitalismo. La migración laboral tem poral es un método de acumulación fundamental que contribuye a que 2 200 multimillonarios posean más de 9,1 billones de dólares de la riqueza global, mientras que los 3 800 millones de pobres en todo el mundo poseen 1,4 billones de dólares. Los trabajadores migrantes permanecen obedientes mediante amenazas de rescisión y deportación, presentadas en tándem como mecanismos de represión antisindical, revelando así la conexión crítica entre su estatus de migrantes y su precaria posición laboral. La inclusión mercantilizada de los trabajadores migrantes está «en consonancia con la exclusión, más que en oposición», dado que la frontera controla el canal de migra ción irregular dentro de la migración laboral temporal.

La globalización neoliberal, como fase actual del capitalismo avanzado, facilita el movimiento de capital y de militares, pero restringe la movilidad de las personas racializadas empobre cidas a menos que acepten su inclusión como trabajadores migrantes con un poder laboral reducido y sin ciudadanía legal o social. No debemos confundir esta inclusión mercantilizada con la libre migración. Los programas de trabajado res migrantes son regímenes carcelarios en los que a muchos trabajadores se les confisca su identificación, son cautivos en su puesto de trabajo y son tratados como mercancía por los empresarios. Así pues, tal y como ocurre con los migrantes y refugiados irregulares indocumentados, las experiencias de los trabajadores migrantes legalmente autorizados están orga nizadas, sobre todo, a partir de la inmovilidad.

Los programas de trabajadores migrantes modelan y son modelados por el capitalismo racial. En dichos programas, se asigna tanto la tierra como el trabajo, pero las personas están pri vadas de todo derecho. Por ejemplo, los granjeros y campesinos

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endeudados provenientes de México y Ghana, desplazados de sus propias tierras y sin sus medios de subsistencia por la liberalización comercial capitalista, se convierten en trabaja dores forzosos para la agroindustria estadounidense e italiana. Debido a que estos trabajadores migrantes distintamente racializados son categorizados como «extranjeros», se produce una diferenciación material e ideológica entre ellos y los ciudadanos. Tal distinción aúna, en última instancia, la raza con el Estado nación, refuerza las identidades racializadas y nacionalizadas de la clase trabajadora, y exacerba la vulnerabilidad legalmente construida y estatalmente tutelada de los trabajadores migrantes. Estos últimos quedan segregados de los trabajadores ciudadanos en un grupo laboral divergente y no pueden acceder a las protecciones laborales ni a los ser vicios públicos. Es típico que no puedan traer a sus familias y, en el caso de las trabajadoras domésticas, llevan a cabo la tarea sexista de cuidar a los familiares de otros cuando se ven separadas a la fuerza de los suyos. Este racismo sexista no deriva, sino que es constitutivo, de las prácticas fronterizas, especialmente dada la conexión entre feminización del trabajo, pobre za y migración. No hay nada inherente a la baja cualificación o al salario bajo con respecto al trabajo doméstico, pero se devalúa de forma intencionada por el funcionamiento del racismo sexista mediante el capitalismo y las cadenas asistenciales limitadas por las fronteras.

Mientras que los trabajadores migrantes son temporales, la migración temporal es permanente. Esta se ha convertido en una modalidad primordial de la formación del Estado, la re gulación de la ciudadanía, la segmentación laboral dentro del mercado laboral nacional y el orden social segregado. En el ca pítulo 8 analizo el sistema kafala en los países del Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo, y, en el capítulo 9, el Programa de Trabajadores Extranjeros Temporales canadiense. Elijo esos dos programas porque cuando el sistema kafa la suele ser diseccionado y condenado, el programa canadiense

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es etiquetado como el «Rolls Royce» de la migración labo ral. El partido de extrema derecha Alternative für Deutschland, por ejemplo, exige que la política de inmigración alemana se base en el modelo canadiense. En lugar de emplear una dicotomía liberal para designar un programa como «esclavitud contemporánea» y el otro como la «mejor práctica», sugiero que los dos son sistemas de disciplina laboral y exclusión racial perfeccionados. El misógino cargo delictivo de fuga en los países del Golfo y la cuestión capacitista de la deportación médica en Canadá proveen dos de los ejemplos más contundentes de la mercantilización y prescindibilidad de los trabajadores migran tes. En todo el mundo, a medida que asistimos a una escalada de la xenofobia antiinmigrantes, del alarmismo sobre el cambio demográfico racial y del pánico por la pérdida de puestos de tra bajo debido a la austeridad, el imperialismo de frontera produce trabajadores migrantes como un grupo de mano de obra desva lorizada y desechable sin alterar el orden social racial. De este modo, la migración laboral modela la capacidad estatal y del capital para coaccionar a los trabajadores y gestionar la ciudadanía, encajando perfectamente con los nacionalismos racistas.

En resumen, el imperialismo de frontera provoca el desplazamiento de masas, mientras inmoviliza a los migrantes a través de técnicas opresivas que prohíben y criminalizan la libre migración, junto con políticas que expanden los grupos laborales de trabajadores migrantes en régimen de servidumbre, todo ello entrelazado con los nacionalismos reacciona rios, que son el foco de la parte 4 de este libro. En el capítulo 10, trazo la conexión entre la violencia racial antiinmigrante y el auge de los nacionalismos racistas de extrema derecha. Por mucho que los asesinatos de la utlraderecha se suelan calificar de actos de «lobos solitarios», una red coordinada de grupos y Gobiernos, especialmente en Estados Unidos, Israel, India, Filipinas, Brasil y Europa, están intensificando el odio fascista tanto contra los migrantes como contra los ciudadanos some tidos. Exploro cómo se movilizan las entrelazadas ideologías

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del etnonacionalismo, el populismo penal, el nacionalismo del bienestar y el racismo de género imperial, operando de manera conjunta para consolidar la relación entre Estado, capitalismo y racismo.

La ciudadanía racial es un factor de motivación universal para los votantes de extrema derecha. La xenofobia antimigrante se puede cartografiar a través de una guerra racial constante contra las comunidades indígena, paria, negra, musulmana, gitana y latina, así como una guerra social contra las comunida des de los campesinos rurales y los pobres de las ciudades. Esta arquitectura del nacionalismo racista, secundada por la xe nofobia contra los migrantes, se hace más evidente en la creciente crisis de la apatridia. Hago un esbozo de las prácticas por convertir a los ciudadanos ya-sometidos en no-ciudadanos apátridas en sus propios países de nacimiento como la India, Birmania, la República Dominicana y la región del golfo Pérsi co. Estas inhabilitaciones colectivas mantienen un orden social jerárquico arropando la ciudadanía racial exclusivista y son tan vitales produciendo nacionalismo racista como la propia xenofobia antimigrante.

Los demagogos de la derecha están haciendo crecientes llamamientos populistas sobre los «extranjeros» que roban nuestros puestos de trabajo, gastan nuestros servicios, arruinan nuestro entorno, infectan nuestros vecindarios y corrompen nuestros valores. Semejante retórica desvía la responsabilidad de los subyacentes sistemas que producen la desigualdad colectiva, el empobrecimiento y la miseria utilizando a conveniencia a los «extranjeros» como chivos expiatorios. Los llamamientos de los populistas de la derecha arrancan de raíz la lucha de clases contra la acumulación de capital y el control de la élite y, en su lugar, la revisten con proyecciones autorizadas y exclusivistas sobre quién constituye de forma legítima el Estado na ción. Los sentimientos antiinmigrantes respaldan este racismo demográfico y complementan el nacionalismo reaccionario. Estos manifiestos en las luchas de la clase obrera, animados

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por las tendencias racista y nacionalista o ecofascista en los movimientos medioambientales, se describen en el capítulo 11. No obstante, el nacionalismo de derecha —que enfrenta a los blancos contra las personas racializadas, a los trabajadores migrantes contra los trabajadores sindicados, a los refugiados contra los ciudadanos, al mundo occidental contra el resto— es una ideología de la clase gobernante. Rompe la solidari dad internacionalista, rebaja el salario mínimo para todos los trabajadores y mantiene el extractivismo y la exclusión en un mundo que se está calentando. El nacionalismo de derecha pretende defender a la clase trabajadora, pero es vehemente mente anticomunista.

La política del miedo es una medida de distracción contra la desigualdad y una base material para la inhabilitación de las comunidades racializadas y la explotación de los trabajadores racializados. La supremacía blanca dentro de la clase obrera no es, sin más, una rabia mal dirigida debido a la preocupación económica ni se trata de un racismo que se pueda sepa rar de la formación de clases. Denominaciones tales como «clase obrera blanca» o «clase obrera nacional» existen a expensas de todas las personas trabajadoras, en especial de las mujeres inmigrantes, quienes constituyen la mayoría de la clase trabajadora. Las mujeres racializadas son las principales integrantes del infrapagado sector de la atención a la depen dencia, hoy en día una primera línea que lucha por una nueva economía verde y cuyo valor como servicio esencial que re habilita la vida a nivel social ha quedado diáfanamente claro durante la pandemia de la COVID-19. Enfermeras, personal de limpieza, docentes, trabajadoras domésticas, dependientes y dependientas, funcionarios y funcionarias, madres solteras y defensores de la tierra que han liderado luchas políticas durante la pandemia, y mucho antes, afirman de modo tajante que la desigualdad es producto de la austeridad y también de las diferencias creadas a partir de la nacionalidad, la raza, el género, la sexualidad y la capacidad, que son coconstituyentes de las

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relaciones de clase. Como sociedades interdependientes e inte rrelacionadas, nuestra lucha ferozmente internacionalista no es contra los «extranjeros», sino contra todos los opresores.

Las respuestas de los Estados a la pandemia global de la COVID-19 han desvelado las prácticas fronterizas y legales y han dejado al descubierto las fallas que dividen nuestras sociedades. «Corona es el virus, el capitalismo es la pande mia», es el lema que retumba muy fuerte mientras millones de personas soportan devastadoras pérdidas de puestos de trabajo, cuidados médicos traumáticamente inadecuados, redes de seguridad social colapsadas, crueles desahucios y ejecucio nes hipotecarias, así como condiciones laborales deplorables desde los supermercados hasta las empresas de envasados cárnicos. Tal y como lo expresa Whitney N. Laster Pirtle: «El capitalismo racial es una de las causas fundamentales de las desigualdades raciales y socioeconómicas en la nueva pande mia del coronavirus». Mientras el «movimiento derechista anticonfinamiento» es un reflejo palpable de la lógica colo nialista de la libertad de fronteras, los más vulnerables son los más controlados por las diferentes fuerzas estatales capitalistasraciales del abandono social junto con la violencia organizada, según lo describe Ruth Wilson Gilmore. Los refugiados y los migrantes están soportando una distribución desproporcionada de riesgo y violencia. A pesar de que no exista ninguna direc tiva de la Organización Mundial de la Salud en este sentido, y en violación del principio legal de no devolución que prohíbe a los Estados repatriar a una persona a un país en el que podría ser perseguida, una asombrosa cantidad de cincuenta y siete países han cerrado sus fronteras a personas que buscaban seguridad.

La pandemia, como todas las crisis globales anteriores, ofrece una excusa perfecta para priorizar la estrategia de la seguridad fronteriza e instaurar el estado de emergencia de forma permanente. El Gobierno de Malta abandonó diversos barcos con refugiados y migrantes en el Mediterráneo, dicien do que se veía sobrepasado por la pandemia. En una ocasión,

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este país hizo oídos sordos a las desesperadas llamadas de los pasajeros de una embarcación que se estaba hundiendo. Los gobernantes malteses dejaron que el barco estuviera a la deriva cinco días, durante los cuales siete personas murieron de deshidratación y otras siete murieron supuestamente ahogadas. Con posterioridad, el propio Gobierno maltés pagó de forma clandestina e ilegal a unos armadores privados para que de volvieran a la fuerza el barco a Libia. Del mismo modo, Italia impidió que barcos de refugiados rescatados en el Mediterrá neo entraran en sus puertos, Bangladés y Malasia se negaron a que unos arrastreros atracasen con quinientos refugiados ro hinyás que habían estado a la deriva durante meses y Hungría suspendió de forma indefinida la admisión de cualquier migrante o refugiado a través de su frontera con Serbia alegando una conexión entre el virus y la «inmigración ilegal».

La crisis sanitaria global también ofrece un pretexto para una mayor internalización de la frontera, con una vigilancia policial de la pandemia que acrecienta la contención carcelaria y la inmovilización de los migrantes y los refugiados dentro de los Estados. Los Gobiernos siguen encarcelando a los migrantes y los refugiados en centros de detención horriblemente sobrepoblados y repugnantes, y los campos de refugiados y los centros de acogida están cerrados a cal y canto con las órdenes de imponer serias restricciones de movilidad. Los refugiados sirios en el Líbano, por ejemplo, están sometidos a restricciones discriminatorias, como toques de queda más largos que no son de aplicación a los ciudadanos libaneses, y se les amenaza con revocarles sus documentos de identidad por cualquier violación de las normas. Los migrantes africanos en la ciudad china de Cantón están sujetos a pruebas obligatorias, cuarentenas alea torias, vigilancia masiva y desahucios forzados, y además tienen prohibido entrar en los hospitales, las tiendas y los restaurantes.

En otros lugares, las inspecciones policiales para imponer las órdenes de salud pública son un modo de canalizar el control de la inmigración, y los migrantes están cada vez más

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aterrorizados de entrar en espacios públicos altamente vigilados, incluso cuando necesitan acceder a asistencia sanitaria, por temor a que las autoridades de inmigración los devuelvan. En una operación en Malasia, con el pretexto de prevenir la expansión del virus, 586 migrantes fueron acorralados, dete nidos e internados. Los migrantes y los refugiados sintecho se ven especialmente afectados por la distribución estructural de la vulnerabilidad. Incapaces de encontrar cobijo definitivo, están entre los más expuestos a contraer el virus, al mismo tiempo que se ven sujetos a un fuerte control estatal. Más de trescientos migrantes y refugiados sintecho viven en los al rededores de París, en unos campamentos de tiendas sobrepoblados donde el distanciamiento físico no es factible. En marzo de 2020, la policía desalojó a unos setecientos migran tes sintecho del campamento de Aubervilliers, invocando el riesgo para la salud pública y la aplicación del confinamiento nacional. Tópicos como «Todos estamos juntos en esto» son repugnantes frente a muestras tan evidentes de desigualdad y jerarquía ante los derechos de seguridad, dignidad y bienestar. Mientras que la pandemia ha desembocado en prohibi ciones en la mayoría de los desplazamientos a través de las fronteras, como el desplazamiento esencial de los refugiados que buscan seguridad, los vuelos de deportación están expulsando a las personas de forma violenta y exportando el virus a países con unos endebles sistemas sanitario y de saneamiento. En abril de 2020, casi una quinta parte de todos los casos de coronavirus detectados en Guatemala provenían de personas deportadas en Estados Unidos. Entretanto, los vuelos para lelos que traen trabajadores migrantes siguen siendo de alta prioridad para los intereses del Estado capitalista-racial. Los trabajadores de la industria de la agricultura y la alimentación en Estados Unidos han sido calificados de «grupo esencial» durante la pandemia. Aunque casi todos los demás procesos de inmigración y de refugiados se han detenido, los visados de los trabajadores agrícolas H-2ª se están entregando a destajo

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con la intención de mantener un abastecimiento continuo de mano de obra barata para las cadenas de suministro de alimentos. Los dirigentes gubernamentales también están valorando la posibilidad de reducir el salario de los trabajadores agrícolas migrantes como medida de alivio para la agroindustria. Si bien las mercancías que producen los trabajadores agrícolas migrantes son consideradas esenciales, los propios trabajado res están mal pagados y desprotegidos, y son desechables y deportables —lo cual revela no una contradicción, sino más bien una función central de la legislación sobre fronteras imperialista—. Millones de migrantes y trabajadores indocumenta dos por todo el país padecen empobrecimiento y unas condiciones laborales letales en granjas sobrepobladas e insalubres, plantas de envasados cárnicos y supermercados. Al no poseer un número de seguridad social válido, muchos no son aptos para recibir los cheques de estímulo asistenciales federales ni un seguro sanitario adecuado, y se ven atrapados en el sueño americano de elegir entre vender su trabajo por un salario en unas condiciones más que letales o morir por desempleo e indigencia. Entretanto, la clase multimillonaria estadounidense ha experimentado un crecimiento de su riqueza en 434 000 millones de dólares durante la pandemia del coronavirus.

La espeluznante explotación de migrantes y trabajadores indocumentados y la cruel expulsión de migrantes y refugiados se justifica mediante la deshumanizada retórica de la extrema derecha, que acusa a los grupos racializados de «contagiosos» y «enfermos». Trump se refirió al coronavirus como «el virus chino», ignorando la red industrial capitalista de produc ción alimentaria que se extiende desde China hasta Estados Unidos; también vinculó la necesidad de un muro fronterizo contra la amenaza que suponían los migrantes como transmisores de la enfermedad. El alarmismo racista de Trump se hace eco de una larga historia xenofóbica de vilipendios hacia irlandeses, africanos y asiáticos por los brotes de cólera, ébola y SARS. En marzo de 2020, los Centers for Disease Control

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and Prevention de Estados Unidos emitieron una orden de gran alcance que suspendía la entrada de extranjeros provenientes de países en los que existiera un brote de alguna enfermedad contagiosa, y que justificaba así la inmediata deportación de migrantes y refugiados a la frontera por motivos de salud pú blica. Calificar al Estado nación estadounidense de institución vulnerable y pura que debe ser protegida de contagios extran jeros es ofensivo, en particular cuando los migrantes viven en condiciones letales y peligrosas que los hacen más susceptibles de contraer el virus; es también ahistórico, dado que los colonos europeos introdujeron enfermedades en Estados Unidos y emplearon la guerra biológica para cometer genocidio contra los pueblos indígenas, y es falso, puesto que la expansión inicial del coronavirus está más estrechamente relacionada con el lujo y los viajes de negocios de la clase alta de los países ricos que con el desplazamiento de migrantes y refugiados.

La expansión del nuevo coronavirus a través de las fronteras pone al descubierto otra verdad: aplanar la curva requiere aplanar todas las desigualdades. Para que cualquiera de nosotros esté sano, debemos procurar que cada uno de nosotros esté sano. Aun así, la mayoría de los discursos sobre inmigración tienden a enfatizar de forma aparente cuestiones neutras y tecnocráticas sobre cuotas e ilegalidad. El centrismo liberal intenta convencernos de que la mejor solución para el revan chismo contra la derecha y su implicación con la xenofobia antiinmigrante es un antirracismo superficial, ejemplificado con las cantinelas «El racismo es malo» y «El odio es un virus». El análisis antirracista liberal, obsesionado con la representación superficial y el patriotismo, evita de forma intencionada cuestionar las estructuras materiales que derrocarían el racismo. En cambio, se nos presenta la trivial política del humanitarismo, con frases como «Bienvenidos, refugiados», o el multicultura lismo liberal, que proclama «Todos somos extranjeros en algún lugar» o mercantiliza los tópicos tales como «Los inmigran tes construyen nuestra economía». Este tipo de discursos

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moralizadores enfatizan la generosidad hacia los «buenos» inmigrantes y refugiados, para quienes «comprar poder, respetabilidad, asimilación y nacionalismo es el precio de bienve nida» a la ciudadanía neoliberal. Las personas que pertenecen a la clase profesional, próximas a la raza y la casta dominantes, cisheteronormativas y sin antecedentes criminales son seleccionadas y bienvenidas como acto de benevolencia para servir a las economías políticas capitalistas-raciales.

Frente al evidente racismo de extrema derecha, los centris tas liberales defienden un multiculturalismo hueco, aunque sus esencializados marcos culturales alientan la violencia racial. Los liberales multiculturalistas y los nacionales racistas comparten el supuesto de que las comunidades racializadas son «mantenedoras de la diferencia», y, por lo tanto, el multiculturalismo de Estado se organiza para sustentar, no desmantelar, el poder racial. Sarah Ahmed lo explica así: «Los extranjeros no son tan solo aquellos a quienes no reconocemos, sino aquellos que reconocemos como extranjeros». Aunque el liberalismo pueda desafiar los estereotipos negativos asociados con el «extranjero», sigue asumiendo e infundiendo significado en el recono cimiento de los inmigrantes como tales. La categorización de los inmigrantes como «extranjeros y foráneos», ya sea tolerada mediante la inclusión mercantilizada o marcada para la exclusión, consolida la gobernanza racial del Estado. Nuestros movimientos deben rechazar tanto a la agresiva extrema derecha como al banal centro liberal. El liberalismo del statu quo que apoya el capitalismo liberal está interrelacionado con el nacionalismo derechista conjugado por la clase, la raza, la casta, el género, la sexualidad, la capacidad y la ciudadanía. Tanto la xenofobia antirrefugiados como los gestos liberales de caridad evitan desafiar las causas esenciales del desplazamiento y la complicidad capitalista-colonial con la intención de preservar las asimetrías globales de poder. El etnonacionalismo racista y el multiculturalismo liberal sirven, de igual modo, al sostenimiento de los regímenes por

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medio de una organización social de la diferencia. Una afirma ción como «Los inmigrantes nos roban nuestros puestos de trabajo» y su réplica «Nuestra economía necesita a los inmi grantes» tratan a los inmigrantes como mercancía por la que se debe negociar en el mercado capitalista y que es descartada si se juzga defectuosa. La justicia para con los migrantes no debe respaldar las categorías de deseable o indeseable, ni las expecta tivas de gratitud o asimilación, ni los gestos de humanitarismo caritativo, ni las recurrencias sobre migrar hacia la modernidad, ni la mercantilización de la mano de obra para beneficiar la acumulación de capital, ni las fronteras estatales y otros regímenes carcelarios como instituciones de gobernanza legitimadas.

Una suposición que prevalece, incluso entre los más progresistas, es que, si bien las insolentes restricciones sobre inmigra ción son racistas, demasiada inmigración «contaminaría» los valores culturales e «inundaría» los mercados laborales. Esto es obvio en la fundación de Aufstehen, un movimiento izquierdista alemán que se opone a la apertura de las políticas de fron tera, así como en el auge del grupo laborista de presión Blue Labour durante y tras las elecciones británicas de 2019, que hizo un llamamiento al «socialismo conservador» en oposición a la plataforma por la migración de Jeremy Corbyn. Sin embargo, las fronteras no protegen la mano de obra; la frontera es una mezcla de relaciones y modos de gobernanza que actúa a modo de solución espacial para que el capital pueda segmentar la fuerza laboral y amortiguar la racionalización de los progra mas sociales universales. En pocas palabras, las fronteras crean divisiones entre la clase trabajadora internacional, pues están explotadas por la clase dirigente clasista mediante la contratación externa e interna para debilitar los derechos de negocia ción del colectivo y la resistencia de la clase obrera al capital transnacional y a sus medidas de austeridad. Solo una izquierda internacionalista radical y desacomplejada puede confrontar las condiciones sociales, políticas y económicas cultivadas y convertidas en arma arrojadiza por la extrema derecha.

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Finalmente, no podemos permitir que el Estado y las élites se conviertan en los árbitros de la migración y, de este modo, calificarla de «crisis» cuando, de manera hipócrita, se presen tan ellos mismos como las víctimas de los migrantes. Ghassan Hage observa que la dominación colonial viene modelada de forma necesaria a través de un victimismo imaginado: «Una sensación de estar acosado por las mismas personas a quienes uno está colonizando en realidad». El multimillonario Jason Buzi ha propuesto una de las soluciones más insultantes para la crisis global de migrantes y refugiados, la «Nación de los refugiados», un proyecto para realojar a los desplazados del mundo en un Estado isla. Presentándolo como un gesto humanitario, Buzi comenta que se trata de «un país que cualquier refugiado, de cualquier procedencia, podría llamar “hogar”». Las ideas de Buzi son ambiguas, como cuando sugiere construir una nueva isla en aguas internacionales o comprar un Estado isla como Dominica, pero está convencido de que el inglés sería la lengua nacional y se formaría a todo el mundo para que trabajara sin prestaciones sociales. Harry Minas lo describe de forma correcta como una «idea descabellada» y «análoga a tiempos no tan lejanos en los que teníamos colonias de leprosos».

Existen otras ideas igual de retorcidas. Hay un multimillo nario que quiere comprar una isla en Italia o Grecia en la que guardar refugiados, un arquitecto que quiere construir un nue vo Estado ciudad en la meseta tunecina, y dos académicos han propuesto una red llamada Refugia. Estas propuestas muestran un deseo de aislar a los migrantes y los refugiados, un plan perfecto para nuestro actual sistema de apartheid global, donde los desplazados se ordenan por razas y se segregan como superfluos, donde el tecnosolucionismo capitalista pretende resolver lo que ha creado y negociar en un mercado de desposeimientos, donde los Estados imperialistas mienten cuando dicen que se preocupan por los refugiados sin mancillar su propia soberanía celosamente conservada y donde el humanitarismo de élite se posiciona como más pragmático que la valiosa justicia.

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En lugar de todo ello, los migrantes y los refugiados —la cara externa constitutiva de los regímenes fronterizos y cuyos desplazamientos son, en gran medida, un balance de deudas, reparaciones y redistribución debidas desde hace mucho tiempo— tienen que ser las autoridades de nuestros propios movimientos emancipadores. En 2018, 164 defensores de la tierra fueron asesinados mientras protegían sus territorios de las industrias invasivas como la minera, la maderera y la agroindustria. Aquel mismo año, los controles fronterizos mata ron a 4 780 personas en todo el mundo. La libertad siempre está por encima de las economías capitalistas, las clasifica ciones jerárquicas y las soberanías fronterizas; la libertad de quedarse y la libertad de circular están, por lo tanto, interrelacionadas, y son las respuestas más urgentes y éticas a las asimetrías de poder que generan los desplazamientos masivos y la inmovilidad de hoy en día.

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