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ÁNGELES ENTRE NOSOTROS

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ÁNGELES ENTRE NOSOTROS 101 historias de milagros, fe y plegarias atendidas

Jack Canfield Mark Victor Hansen Amy Newmark

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CALDO DE POLLO PARA EL ALMA. ÁNGELES ENTRE NOSOTROS 101 historias de milagros, fe y plegarias atendidas Título original: ChiCken Soup for the Soul: AngelS Among uS: 101 inSpirAtionAl StorieS of mirACleS, fAith, And AnSwered prAyerS Diseño de portada: Departamento de Arte de Océano Imagen de portada: Shutterstock / MarinaP Traducción: Pilar Carril © 2012, Chicken Soup for the Soul Publishing, LLC Todos los derechos reservados. CSS, Caldo de Pollo Para el Alma, su logo y sellos son marcas registradas de Chicken Soup for the Soul Publishing, llC www.chickensoup.com El editor agradece a todas las editoriales y personas que autorizaron a ChiCken Soup for the Soul/CAldo de pollo pArA el AlmA la reproducción de los textos citados. D. R. © 2022, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Guillermo Barroso 17-5, Col. Industrial Las Armas, Tlalnepantla de Baz, 54080, Estado de México info@oceano.com.mx Tercera edición: 2022 ISBN: 978-607-557-528-5 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratmiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx Hecho en México / Printed in Mexico

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Índice 1

Intervención milagrosa

1. El guardián del barrio, 15 2. Medicina para el camino, 19 3. Una pluma blanca, 21 4. Conductor divino, 23 5. El niño de la piscina, 26 6. Prueba fehaciente, 29 7. No se metan con nosotros, 32 8. Ángel en el mercado, 35 9. Lo que sé de cierto, 38 10. Manos en mis hombros, 41 2

Mensajeros divinos

11. En las alas de una paloma, 45 12. ¿Quién era ese hombre?, 47 13. Un ángel de Tim Hortons, 50 14. El camino correcto, 52 15. Fascinada por una estrella, 55 16. La temeraria y el ángel, 59 17. El mensajero silvestre, 62 18. De todas las formas y tamaños, 64 19. Palabras de aliento, 67 20. El misionero, 69 3

Oraciones respondidas

21. Red, 75 22. Una mano de arriba, 79 23. Mi niñera soñada, 82 24. Los ángeles me guardan, 86 25. Conducir en hielo, 89 26. Mi ángel de nieve, 92

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27. Ángel en mi hombro, 96 28. El ángel de Ashley, 100 29. El poder de la oración, 102 30. Esperanza en la Unidad de Terapia Intensiva, 105 4

Ángeles disfrazados

31. Un protector insólito, 111 32. Un ángel de calma, 114 33. Los ángeles no necesitan tu dirección, 118 34. Daniel y el pelícano, 122 35. Varado, 126 36. Justo a tiempo, 130 37. Asistencia vial, 133 38. El alegre conductor de autobús, 136 39. El ángel de la camisa a cuadros, 139 5

Fe en acción

40. El niño de la bicicleta, 144 41. El ángel flotante, 147 42. Quería ver un milagro, 151 43. Fe en la niebla, 154 44. Ya entiendo, 157 45. No fue ningún accidente, 160 46. Salvada por los ángeles, 162 47. Las compradoras, 164 48. El conductor en el asiento trasero, 166 49. Fe en Cape May, 168 50. Alabad al Señor, 172 6

Visitas angelicales

51. Sin saberlo, brindé hospitalidad a un ángel, 177 52. Terapia espiritual, 180 53. Ángeles a la orilla del camino, 183 54. El ángel del vocho azul, 186 55. Ayuda celestial, 189 56. Lista para comenzar de nuevo, 192 57. Padre, hijo y hermano, 195

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58. Ángel nocturno, 198 59. El vaquero, 200 60. La misión, 203 7

Toques curativos

61. Nada menos que un milagro, 207 62. Atajo hacia la paz, 210 63. Vas a estar bien, 212 64. El ayudante del Gran Médico, 216 65. El ángel de la chamarra verde brillante, 220 66. El ángel de la cafetería, 222 67. Un kilo de intervención divina, 225 68. La noche que vino mi ángel, 228 69. El extraño, 230 70. Un toque de consuelo, 233 8

Amor desde el más allá

71. No me abandonó, 239 72. Visita nocturna, 242 73. ¿Cómo lo supo?, 245 74. Algunos ángeles usan sombreros, 249 75. El ataque de Bandido, 253 76. Una bailarina misteriosa, 256 77. La visita, 259 78. Un mensaje del Cielo, 261 79. El ángel de mi pequeña, 263 80. Un mensaje de mamá, 265 81. En bici por el Haleakala, 268 82. Ángeles en el Cielo y en la Tierra, 272 9

Ángeles guías

83. El líder del grupo, 277 84. ¿Qué puedes hacer?, 280 85. Un ángel en el aeropuerto, 283 86. Un ángel en un Buick amarillo, 285 87. Ve a casa, 288 88. En búsqueda de mi camino, 291

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89. El ángel del kilómetro 40, 293 90. Perdida, 296 91. “¡Atrás!”, 300 10

Protección angelical

92. Advertencia susurrada en la ciudad de Ángeles, 305 93. Salvada por la Voz, 309 94. Aprender a escuchar, 311 95. Un ángel al volante, 314 96. No estoy sola en realidad, 317 97. El ángel de rojo, 319 98. Un ángel salvador, 322 99. Equipo de ángeles, 324 100. Salvada por un ángel, 326 101. ¿Quién era esa mujer?, 329 Nuestros colaboradores, 333 Conoce a nuestros autores, 351 ¡Gracias!, 355 Mejoramos tu vida todos los días, 356 Comparte con nosotros, 357

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1 capítulo

Ángeles entre nosotros Intervención milagrosa

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El guardián del barrio

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ra verano y yo tenía doce años. Mi amiga y yo habíamos salido a dar una vuelta por el barrio. La tarde estaba cayendo, o ya había anochecido, porque era el mejor momento para estar afuera. Las calles estaban muy bien iluminadas, por lo que nunca nos sentíamos en peligro. Hacíamos lo que acostumbran las niñas de doce años: conversar, cantar, reírnos de todo y disfrutar de nuestra mutua compañía. Esa noche en particular tuvimos la esLos ángeles nunca calofriante sensación de que alguien nos obestán demasiado lejos servaba. Nos hallábamos más a menos a una para oírte. cuadra de nuestra calle y como no queríamos ANÓNIMO dar la impresión de tener miedo, seguimos caminando a paso firme, pero sin correr. —Llegaremos a nuestra calle en unos minutos —comenté. —Sí, nuestros hermanos todavía están afuera en sus bicicletas —respondió mi amiga. Era nuestra forma de comunicar al posible acechador que estábamos más protegidas de lo que parecía. La siguiente noche, los padres de mi amiga salieron y, en su ausencia, alguien trató de meterse a su casa por la ventana del baño. Sus dos hermanos mayores ahuyentaron al intruso. Vi las luces de la patrulla cuando la policía llegó a la casa de mi amiga, que vivía más adelante, pero no me enteré de lo que había ocurrido sino hasta el día siguiente.

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—¿Crees que fue la misma persona que nos estaba observando ayer? —pregunté. —Estoy segura —susurró ella—. Alguien estaba vigilando y trató de entrar en cuanto vio salir el auto. Ese hombre podía haber sido la misma persona que nos estuvo observando. De hecho, no teníamos pruebas de que alguien nos hubiera observado, era sólo un mal presentimiento. Pese a todo, temí que después intentara ir tras de mí. Hablamos mucho al respecto durante la semana siguiente. Para unas niñas de doce años, era un suceso lleno de dramatismo. No teníamos miedo durante el día. Lo que temíamos era a las noches. Bueno, yo les temía. La casa de mi amiga estaba llena de gente a toda hora. Yo sólo tenía a mi mamá y dos hermanos menores. Mi papá estaba en Vietnam. No teníamos un sistema central de aire acondicionado, sino sólo una unidad empotrada en una de las ventanas de la cocina. Por las noches, a menos que hiciera demasiado calor, la apagábamos y abríamos las ventanas. Empecé a mantener mis ventanas cerradas con seguro y las cortinas corridas. Además, me tapaba hasta la barbilla; una estrategia de seguridad ridícula, pero que todo niño entiende. Me quedaba acostada, sin poder dormir, imaginando que alguien nos observaba y aguardaba. Cuando al fin lograba conciliar el sueño, despertaba varias veces por la noche, por lo general, empapada de sudor a causa de las ventanas cerradas, las mantas y el miedo. Recuerdo que recitaba una oración que aprendí desde que era muy pequeña: “Ángel de mi guarda, oh, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, porque si me desamparas, mi alma se perdería”. No quería cerrar los ojos, pero la fatiga siempre me ganaba. Una noche, mis hermanos, mi mamá y yo fuimos a visitar a una familia que vivía más adelante, en la misma calle. Disfrutamos de la cena y luego jugamos a las cartas un rato. Como no había dormido bien durante días, fui la primera en cansarme y decidí marcharme a casa. Casi de inmediato noté que un automóvil me seguía por la calle. Había llegado a la esquina y el automóvil no pasó de largo. Avanzaba al mismo ritmo que yo. No quería volver porque me encontraría de frente con el auto, y no quería correr, al menos no todavía. Cuando llegué a la entrada de mi casa, estaba segura que el auto continuaría su camino. Me equivoqué. Me siguió por la entrada de autos y cuando llegué a la puerta principal de la casa, oí que una puerta del auto se abría y se cerraba detrás de mí. 16

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En nuestro vecindario, las puertas de las casas rara vez se cerraban con llave, a menos que todo el mundo estuviera ya acostado. Habíamos salido y no cerramos la nuestra con llave. Todas las luces estaban apagadas. La casa, por dentro y por fuera, estaba totalmente a oscuras. Una parte de mí tenía miedo de entrar en la casa, pero sentía la urgencia de hacerlo lo más pronto posible. En ese momento, nuestro vecino de junto, un Boina verde, llegó en su motocicleta y se estacionó en la entrada de su casa. Era imposible no notarlo, pues la motocicleta hacía mucho ruido. Se quitó la boina cuando bajó de la motocicleta y me saludó con la mano. Supongo que su presencia ahuyentó al conductor que me había seguido. Oí que la puerta del auto se abrió y volvió a cerrar. Me volví a tiempo para ver que el auto se alejaba de mi entrada. Gracias a Dios, también vi al resto de mi familia que venía de regreso a casa. Esperé en el porche para que entráramos juntos. —¿Quién estaba en la entrada de autos? —preguntó mi madre. —No sé —respondí—, pero me siguió hasta aquí. —No lo creo, cariño. ¿Por qué habrían de seguirte? —preguntó mi madre—. Tal vez sólo se equivocaron de casa. Le conté toda la historia; le hablé de la sensación de que alguien nos observaba; de lo que pensaba sobre el intento de robo en la casa de mi amiga, y ahora esto. Fue evidente que mi madre pensó que estaba dejando volar demasiado mi imaginación. —El señor M. llegó en su motocicleta y espantó al intruso —añadí. Mi mamá me miró extrañada. —Sabes bien que el señor M. está en Vietnam, con papá —advirtió. Sí, lo sabía, pero me sentí tan aliviada cuando lo vi llegar que lo olvidé por completo. —Pues ya debe de haber vuelto —insistí—. Incluso me saludó con la mano. —No, querida, no ha regresado. No me convenció. Yo lo había visto. Tuvo que llevarme a la casa de junto para hablar con su esposa, la cual confirmó que el señor M. todavía estaba fuera del país. Esa noche, después de rezar y repetir mentalmente la rima de mi ángel de la guarda, pensé en el señor M. Había estado ahí. Yo lo vi y oí su motocicleta, lo mismo que la persona que me siguió. De pronto, noté una luz al pie de la cama. Al principio pensé que se trataba de una ilusión óptica por el ángulo de la luz de la calle que se colaba por las cortinas. Me

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quedé muy quieta y la observé, meditabunda. Una sensación de calma se fue apoderando poco a poco de mí. Entonces supe, con la misma certeza que sabía todo lo demás sobre este mundo, que un ángel me había visitado. Dios había enviado a ese mensajero para advertirme. Me estaba cuidando. Tal vez era ese ángel al que confundí con el señor M. Todo mi miedo desapareció. Hice a un lado las cobijas, me levanté y abrí las ventanas para recibir la brisa suave y agradable. Volví a acostarme y miré al pie de la cama. La luz seguía ahí, una forma tenue y brillante. Dormí mejor de lo que había dormido en muchos días. No hubo ningún otro incidente que perturbara esos días despreocupados de verano. ~Debbie Acklin

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Medicina para el camino

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í la voz desesperada de papá al otro lado de la línea telefónica. —¡Se me acabó mi medicina! Desde que papá envejeció, trataba de recordarle que no dejara que se le acabaran sus medicamentos. Sin embargo, una vez más nos hallábamos en ese aprieto. Aparté la cortina de mi ventana y miré a la calle. Esa mañana había nevado desde muy temprano y mi automóvil estaba cuLa naturaleza es bierto, por lo menos, de quince centímetros implacable. La de polvo blanco. Respiré hondo y pensé un naturaleza dice: “Voy a momento. nevar. Si tienes puesto —No te preocupes, papá —lo tranquiliun bikini y no tienes cé—. Llamaré a la farmacia e iré a llevarte la zapatos de nieve, qué pena. Voy a nevar de medicina. todos modos”. —Ten cuidado —advirtió él—. Me parece que el pavimento se está poniendo muy MAYA ANGELOU resbaladizo. No se estaba poniendo resbaladizo, ya lo estaba. Me quedé en la ventana un momento más, después de terminar la llamada y miré los autos que avanzaban a vuelta de rueda, pues los neumáticos apenas tenían tracción sobre el pavimento. No tenía muchas ganas de salir, aunque papá vivía a poco menos de dos kilómetros y medio, y la farmacia me quedaba de paso. Me vestí y abrigué de acuerdo con el tiempo y tomé las llaves del auto. Cuando bajaba por los escalones de la entrada, oí las sirenas de emergencia que ululaban en la avenida.

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Un accidente. Arrojé las llaves del auto dentro de la casa y me arreglé la bufanda que llevaba al cuello para cubrirme mejor. Más valía ir a pie a cumplir con este encargo. Cuando hacía buen tiempo, recorría a pie el trayecto con cierta frecuencia. Me gustaba el ejercicio y la oportunidad de relacionarme con algunos vecinos en el camino. Pero ese día, en esas condiciones, la idea no me entusiasmaba demasiado. Sin embargo, cuando llegué a la farmacia, di gracias por haberme decidido a caminar. Los autos tenían problemas para avanzar, dar marcha atrás y detenerse. Levanté la mirada hacia el cielo gris al iniciar el último tramo del recorrido y recé en silencio dando gracias por estar a salvo y poder seguir adelante; muy pronto descubrí que en realidad estaba disfrutando de la situación. El aire frío era vigorizante y me di cuenta que estaba gozando de los paisajes y aromas de la nieve recién caída. A decir verdad, realmente no había disfrutado de una nevada como ésa desde que era niña. Entonces, mientras estaba abstraída en mis pensamientos, sentí que una mano me sujetó con fuerza por el codo y me dio un tirón brusco. Caí dando traspiés en el jardín de un vecino y en ese momento vi que un auto se precipitaba sobre la acera. El vehículo se detuvo en el lugar exacto por donde yo iba caminando. Impresionada, me levanté, me sacudí la ropa y me volví para darle las gracias a la persona que me había librado del peligro. No obstante, no había nadie cerca de ahí, ni se veían otras huellas aparte de las mías en la nieve. Cuando reanudé mi camino, ofrecí en silencio otra oración de gratitud, esta vez por el ángel enviado para protegerme y mantenerme a salvo en la nieve. ~Monica A. Andermann

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