22577c

Page 1


LOS OLVIDADOS POÉTICA DE LOS FERROCARRILES

ILDEFONSO ACEVEDO, FOTOGRAFÍAS LUIS IGNACIO SÁINZ, TEXTOS

2

3


LOS OLVIDADOS POÉTICA DE LOS FERROCARRILES

ILDEFONSO ACEVEDO, FOTOGRAFÍAS LUIS IGNACIO SÁINZ, TEXTOS

2

3


ESTA CIONES

Algunos creen que el ferrocarril es una máquina carente de voluntad y quizá la razón les asista, siendo entonces, vil instrumento de los seres perversos y cándidos que lo ocupan y se transportan en él, usando sus vísceras para mover su carga, esconder sus sentimientos, acaso uir a n co reptil articulado ue carece de rutas propias, debe deslizarse en las líneas que le han sido procuradas. No puede, aunque se inventase una conciencia, transgredir las fronteras inmóviles de su propio movimiento. De modo que sus itinerarios preceden su misma existencia; limitándose serpiente tan humeante a agotarlos, fatigarlos y como si se hubiese hecho acreedora a un castigo cíclico, a repetirlos una y otra vez, como Sísifo y la piedra que rueda sin conquistar la cima del monte, deslizándose colina abajo y teniendo que emprender el ascenso sin descanso y, sobre todo, sin triunfo. Y este juego de ida y vuelta sólo puede cumplirse de contarse con orígenes y destinos: las estaciones y sus andenes, las alfas y los omegas de esa necesidad humana por trasladarse en la geografía de sus debilidades y expectativas. Los paisa es se ver n interrumpidos por la aparici n de esos descansos urados, donde reposan las bestias metálicas y donde también los seres humanos en su diversidad, sosiegan las almas, nutren los cuerpos y se destrampan los sueños.

Anónimo: Veracruz (c. 1920)

24

n estas redes namente te idas, en las ue brillan por su ausencia las ilanderas y las arañas, deslumbra la soledad de Paredón, Coahuila, deshabitada instalación en la que imposible resulta imaginar siquiera que, en cierto momento, los ires y venires de los trenes, sus pasajeros y sus fardos, bultos y paquetes, cortasen de tajo el horizonte de las miradas y el paisaje. Muros de adobe que ya superaron el desmoronamiento y su anterior descarapelado, dejando traslucir sus tripas de tierras secas y olvidadas, en las que ni siquiera quedan los rastros de los 25


ESTA CIONES

Algunos creen que el ferrocarril es una máquina carente de voluntad y quizá la razón les asista, siendo entonces, vil instrumento de los seres perversos y cándidos que lo ocupan y se transportan en él, usando sus vísceras para mover su carga, esconder sus sentimientos, acaso uir a n co reptil articulado ue carece de rutas propias, debe deslizarse en las líneas que le han sido procuradas. No puede, aunque se inventase una conciencia, transgredir las fronteras inmóviles de su propio movimiento. De modo que sus itinerarios preceden su misma existencia; limitándose serpiente tan humeante a agotarlos, fatigarlos y como si se hubiese hecho acreedora a un castigo cíclico, a repetirlos una y otra vez, como Sísifo y la piedra que rueda sin conquistar la cima del monte, deslizándose colina abajo y teniendo que emprender el ascenso sin descanso y, sobre todo, sin triunfo. Y este juego de ida y vuelta sólo puede cumplirse de contarse con orígenes y destinos: las estaciones y sus andenes, las alfas y los omegas de esa necesidad humana por trasladarse en la geografía de sus debilidades y expectativas. Los paisa es se ver n interrumpidos por la aparici n de esos descansos urados, donde reposan las bestias metálicas y donde también los seres humanos en su diversidad, sosiegan las almas, nutren los cuerpos y se destrampan los sueños.

Anónimo: Veracruz (c. 1920)

24

n estas redes namente te idas, en las ue brillan por su ausencia las ilanderas y las arañas, deslumbra la soledad de Paredón, Coahuila, deshabitada instalación en la que imposible resulta imaginar siquiera que, en cierto momento, los ires y venires de los trenes, sus pasajeros y sus fardos, bultos y paquetes, cortasen de tajo el horizonte de las miradas y el paisaje. Muros de adobe que ya superaron el desmoronamiento y su anterior descarapelado, dejando traslucir sus tripas de tierras secas y olvidadas, en las que ni siquiera quedan los rastros de los 25


rieles, tampoco los cables del telégrafo. Abandono del mundo y los elementos; observándose en exclusiva una suerte de plantilla de tiro al blanco que, observada con detenimiento, es una seña de identidad de un partido político que se intuye igual de desamparado que lo fuera un mínimo conjunto arquitectónico.

De echarle un vistazo a las otrora relucientes cuentas de esta especie de rosario industrial, se nos viene el alma a los pies: Tamasopo, “lugar donde gotea” en el corazón de la Huasteca, San Luis Potosí; Manantiales, Puebla; Ávalos y sus 34 habitantes en Concepción del Oro, Zacatecas; Puente de Ixtla, Morelos; Valle de antia o, antes amémbaro, en purépec a lu ar de esta ate Artemisia ludoviciana), Guanajuato; o Nanacamilpa de Mariano Arista, santuario en Tlaxcala de las luciérnagas, esos seres de luz que evocan a los seres fantásticos mayas que habitan el Popol Vuh, como lo asume Miguel Ángel Asturias (1899-1974): Soy uno de los grandes brujos de las luciérnagas, los que moran en tiendas de piel de venada virgen, descendientes de los grandes entrechocadores de pedernales; los que siembran semillas de luces en el aire negro de la noche, para que no falten estrellas guiadoras en el invierno…2

Los ojos iluminados de las locomotoras comparecían justo como esas “semillas de luces en el aire negro de la noche”; sus fanales fueron chispas de esperanza para los pobladores del pasado, brindaban seguridad y aliento, en su movilidad y sus desplazamientos. Hoy día se les añora… Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), ese cirujano metido a poeta, escritor y periodista, embozado en el pseudónimo cosmopolita de El Duque Job, levantó un diagnóstico durísimo sobre el estado que la literatura mexicana guardaba hacia 1881, su acinesia y falta de vigor fueron señalados mediante críticas veladas al campeón del transporte a vapor: ...no hay un solo periódico literario, si exceptuamos la edición semanaria de El Nacional, única que se atreve entre la tos asmática de las locomotoras, el agrio chirriar de los rieles y el silbato de las fábricas, a hablar de los ardines de cademus, de las estas de spasia, de los rboles del ireo, en el habla sosegada y blanda de los poetas.3

Alfred Briquet (1833-1926): Estación de Puebla del Ferrocarril Mexicano.

La misma tristeza impera en Libres, Puebla, cabecera del municipio del mismo nombre desde 1860, cuando el gobernador del Estado, Miguel Cástulo Alatriste, decidiera que le había llegado la hora postrera al pueblo de San Juan de los Llanos. Historia que se repite a lo largo y ancho del territorio nacional, ese que se vertebrara justo gracias a la presencia y funcionamiento de los ferrocarriles: Montemorelos, Nuevo León, conocido como la capital naranjera de México; Irolo, Hidalgo, cuya única gracia consiste en situarse a 2460 metros de altitud; o (San Miguel Arcángel) Guatimapé en Nuevo Ideal, que intermediara el paso del expreso de Durango a Tepehuanes a partir de 1900. Tan apabullante dominio del mito del progreso y su concubina la modernidad, asociados sin la menor duda con el fuelle vigoroso del ferrocarril, en el cenit del desarrollismo por rista, nos parecen o d a materia de ciencia cci n 26

En estas líneas brevísimas, cifra la incomodidad de lo moderno con el sonido y su perversión, en procesión que aglutina a una corte ruidosa: la tos asmática, el agrio chirriar, acústicas vinculadas a la esencia misma de los trenes, y el silbato industrial, frente a los terrenos atenienses donde Platón instalase su Academia, el car cter estivo sensual de uien enamorase a ericles uien la cali cara de Hombres de Maíz (1949), edición crítica, Gerald Martin, coordinador; Madrid, colección Archivos/UNESCO, número 21, 1992, p. 250. 3 Véase, “El movimiento literario en México” (1881), en Obras I, México, UNAM, 1959, p. 372. Publicado originalmente justo en El Nacional, en su edición del 4 de mayo de 1881. Creador del modernismo, fundador de La Revista Azul (1894) y diputado al Congreso de la Unión que nos ha legado quizá la prosa más límpida y armoniosa de nuestro agitado siglo XIX. 2

27


rieles, tampoco los cables del telégrafo. Abandono del mundo y los elementos; observándose en exclusiva una suerte de plantilla de tiro al blanco que, observada con detenimiento, es una seña de identidad de un partido político que se intuye igual de desamparado que lo fuera un mínimo conjunto arquitectónico.

De echarle un vistazo a las otrora relucientes cuentas de esta especie de rosario industrial, se nos viene el alma a los pies: Tamasopo, “lugar donde gotea” en el corazón de la Huasteca, San Luis Potosí; Manantiales, Puebla; Ávalos y sus 34 habitantes en Concepción del Oro, Zacatecas; Puente de Ixtla, Morelos; Valle de antia o, antes amémbaro, en purépec a lu ar de esta ate Artemisia ludoviciana), Guanajuato; o Nanacamilpa de Mariano Arista, santuario en Tlaxcala de las luciérnagas, esos seres de luz que evocan a los seres fantásticos mayas que habitan el Popol Vuh, como lo asume Miguel Ángel Asturias (1899-1974): Soy uno de los grandes brujos de las luciérnagas, los que moran en tiendas de piel de venada virgen, descendientes de los grandes entrechocadores de pedernales; los que siembran semillas de luces en el aire negro de la noche, para que no falten estrellas guiadoras en el invierno…2

Los ojos iluminados de las locomotoras comparecían justo como esas “semillas de luces en el aire negro de la noche”; sus fanales fueron chispas de esperanza para los pobladores del pasado, brindaban seguridad y aliento, en su movilidad y sus desplazamientos. Hoy día se les añora… Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), ese cirujano metido a poeta, escritor y periodista, embozado en el pseudónimo cosmopolita de El Duque Job, levantó un diagnóstico durísimo sobre el estado que la literatura mexicana guardaba hacia 1881, su acinesia y falta de vigor fueron señalados mediante críticas veladas al campeón del transporte a vapor: ...no hay un solo periódico literario, si exceptuamos la edición semanaria de El Nacional, única que se atreve entre la tos asmática de las locomotoras, el agrio chirriar de los rieles y el silbato de las fábricas, a hablar de los ardines de cademus, de las estas de spasia, de los rboles del ireo, en el habla sosegada y blanda de los poetas.3

Alfred Briquet (1833-1926): Estación de Puebla del Ferrocarril Mexicano.

La misma tristeza impera en Libres, Puebla, cabecera del municipio del mismo nombre desde 1860, cuando el gobernador del Estado, Miguel Cástulo Alatriste, decidiera que le había llegado la hora postrera al pueblo de San Juan de los Llanos. Historia que se repite a lo largo y ancho del territorio nacional, ese que se vertebrara justo gracias a la presencia y funcionamiento de los ferrocarriles: Montemorelos, Nuevo León, conocido como la capital naranjera de México; Irolo, Hidalgo, cuya única gracia consiste en situarse a 2460 metros de altitud; o (San Miguel Arcángel) Guatimapé en Nuevo Ideal, que intermediara el paso del expreso de Durango a Tepehuanes a partir de 1900. Tan apabullante dominio del mito del progreso y su concubina la modernidad, asociados sin la menor duda con el fuelle vigoroso del ferrocarril, en el cenit del desarrollismo por rista, nos parecen o d a materia de ciencia cci n 26

En estas líneas brevísimas, cifra la incomodidad de lo moderno con el sonido y su perversión, en procesión que aglutina a una corte ruidosa: la tos asmática, el agrio chirriar, acústicas vinculadas a la esencia misma de los trenes, y el silbato industrial, frente a los terrenos atenienses donde Platón instalase su Academia, el car cter estivo sensual de uien enamorase a ericles uien la cali cara de Hombres de Maíz (1949), edición crítica, Gerald Martin, coordinador; Madrid, colección Archivos/UNESCO, número 21, 1992, p. 250. 3 Véase, “El movimiento literario en México” (1881), en Obras I, México, UNAM, 1959, p. 372. Publicado originalmente justo en El Nacional, en su edición del 4 de mayo de 1881. Creador del modernismo, fundador de La Revista Azul (1894) y diputado al Congreso de la Unión que nos ha legado quizá la prosa más límpida y armoniosa de nuestro agitado siglo XIX. 2

27


se elevaron a la categoría de metáforas de nuestro progreso y también de nuestro empeño por fundar una nación más justa y equilibrada; lo mismo devienen escenario de momentos cardinales de las Fiestas del Centenario de la Independencia Nacional como de los movimientos de tropas durante las campañas militares que enfrentaron a los federales con los distintos bandos revolucionarios, al extremo de que serán protagonistas en todas las novelas de la época.

Charles Betts Waite (1861-1927): Estación de San Luis Potosí.

Serán entonces las locomotoras, los músculos y las cabezas del sistema ferroviario de transportación. Tras la extinción de la empresa gubernamental que de hecho constituía un monopolio, y mientras no se procedía a la licitación y asignación de concesiones de líneas, los equipos quedaron varados en la geografía del país, alojando las diversas regiones sus cuerpos cansados: Oriental en Puebla; Paredón y Saltillo en Coahuila; Apizaco en Tlaxcala, donde la numeral 212 cambió de vocación para convertirse en marcador urbano que presume, oronda, su belleza; mínimos ejemplos de las que exhalaban gases o aires en proceso de condensación. Sin distinción por su tipo de tracción, las diésel-eléctricas también quedaron regadas a lo largo de sus antiguas rutas: en Mérida, Yucatán; el Valle de México; Ciudad Valles, San Luis Potosí, botones de muestra mínimos para no abundar en el desastre que ha supuesto el menosprecio por tan versátil medio de embarque y traslado. 52

Anónimo: Locomotora y sus operarios (c. 1925).

Con independencia de los modelos, el imaginario ferroviario conquistó un sitio de preeminencia en nuestra identidad cultural. En particular la música adoptó varias de sus manifestaciones. Por ejemplo, durante los festejos programados para la puesta en marcha de la estación Puebla del Ferrocarril Central Mexicano, sobresalió la comisión de una partitura al recién repatriado Melesio Morales

53


se elevaron a la categoría de metáforas de nuestro progreso y también de nuestro empeño por fundar una nación más justa y equilibrada; lo mismo devienen escenario de momentos cardinales de las Fiestas del Centenario de la Independencia Nacional como de los movimientos de tropas durante las campañas militares que enfrentaron a los federales con los distintos bandos revolucionarios, al extremo de que serán protagonistas en todas las novelas de la época.

Charles Betts Waite (1861-1927): Estación de San Luis Potosí.

Serán entonces las locomotoras, los músculos y las cabezas del sistema ferroviario de transportación. Tras la extinción de la empresa gubernamental que de hecho constituía un monopolio, y mientras no se procedía a la licitación y asignación de concesiones de líneas, los equipos quedaron varados en la geografía del país, alojando las diversas regiones sus cuerpos cansados: Oriental en Puebla; Paredón y Saltillo en Coahuila; Apizaco en Tlaxcala, donde la numeral 212 cambió de vocación para convertirse en marcador urbano que presume, oronda, su belleza; mínimos ejemplos de las que exhalaban gases o aires en proceso de condensación. Sin distinción por su tipo de tracción, las diésel-eléctricas también quedaron regadas a lo largo de sus antiguas rutas: en Mérida, Yucatán; el Valle de México; Ciudad Valles, San Luis Potosí, botones de muestra mínimos para no abundar en el desastre que ha supuesto el menosprecio por tan versátil medio de embarque y traslado. 52

Anónimo: Locomotora y sus operarios (c. 1925).

Con independencia de los modelos, el imaginario ferroviario conquistó un sitio de preeminencia en nuestra identidad cultural. En particular la música adoptó varias de sus manifestaciones. Por ejemplo, durante los festejos programados para la puesta en marcha de la estación Puebla del Ferrocarril Central Mexicano, sobresalió la comisión de una partitura al recién repatriado Melesio Morales

53


Oriental, Puebla.

56

57


Oriental, Puebla.

56

57



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.