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¿ADÓNDE VAN LOS ÁNGELES DE NIEVE?


Para Iris Zelda, con amor — M. O’F.

Para mi familia, la original y la adquirida, por todo su apoyo práctico y emocional. Para mi hijo Mio, por hacerme sentir enamorada cada día. Y especialmente para Edith, por posar pacientemente como mi Sylvie, y por dejarme arrastrar a su familia entera al mismo fin. — D.J.T.

Primera edición: febrero de 2021 Título original: Where Snow Angels Go Maquetación: Endoradisseny Dirección editorial: Ester Pujol © 2020 Maggie O’Farrell (texto) © 2020 Daniela Jaglenka Terrazzini (ilustraciones) © 2021 Adriana Beltrán del Río (traducción) © 2021 La Galera (edición) La Galera SAU Editorial Josep Pla, 95 - 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com Impreso en Egedsa Depósito legal: B-57-2021 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-6961-4 Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.


MAGGIE O’FARRELL Ilustraciones de

DANIELA JAGLENKA TERRAZZINI Traducción de

ADRIANA BELTRÁN DEL RÍO



A

¿

lguna vez te has despertado de repente, en

mitad de la noche, sin saber por qué? Una vez, y no hace mucho tiempo, esto le pasó a una niña. Sus ojos se abrieron de golpe, sin previo aviso, y ella miró a su alrededor. Las paredes de su cuarto vibraban con una luz extraña y parpadeante. Las cortinas se movían muy levemente, como si algo —o alguien— acabara de pasar por allí. ¿Era la imaginación de la niña, o el cuarto estaba más frío que de costumbre? Y en la repisa de la chimenea y sobre la librería, ¿acaso no había un camino de escarcha? Entonces la niña, cuyo nombre era Sylvie, vio algo que le heló la sangre en las venas e hizo que el corazón le diera un vuelco en el pecho. No había duda alguna. Alguien estaba atravesando el cuarto de puntillas.

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Su silueta resplandecía con un brillo lunar, su piel era de un blanco azulado. Pero lo más increíble de todo era lo que se extendía sobre su espalda: un par de alas enormes, hechas de las plumas más suaves y blancas que se pudieran imaginar. Se abría paso por la habitación, susurrando para sus adentros, con las alas flotando tras él. —Primero salva a la persona —le oyó decir Sylvie—. Y luego vuela hacia abajo… No, así no… Busca a… No, espera… Primero, vuela hacia abajo. Segundo, busca a la persona. Tercero... —Sacudió la


cabeza, atolondrado, y cerró los ojos como buscando inspiración—. A ver, ¿qué es lo tercero? Se me ha olvidado, y de verdad… Sylvie cogió aire. Lo soltó. Cogió aire otra vez y dijo, con voz ronca: —Disculpa. El visitante se dio la vuelta rápidamente, dando un chillido, como si hubiera pisado algo puntiagudo sin querer. —Santo cielo —dijo con la mano en el pecho—. Me has asustado. Solo estaba… —Se calló y dio un



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