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La Alemania de Weimar Presagio y tragedia

ERIC D. WEITZ

TRADUCCIÓN DE GREGORIO CANTERA


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Primera edición en español: febrero de 2009 Segunda edición: febrero de 2019 Título original: Weimar Germany. Promise and Tragedy

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de la obra, ni su tratamiento o transmisión por cualquier medio o método sin la autorización escrita de la editorial. Copyright © 2007, by Princeton University Press “Preface to the Weimar Centennial Edition” Copyright © 2018, by Princeton University Press D.R. © Turner Publicaciones S.L. Diego de León, 30 28006 Madrid www.turnerlibros.com ISBN: 978-84-17141-80-6 Traducción prefacio y capítulo 10: Ana Barrio Diseño de la colección: Enric Satué Ilustración de cubierta: “Cortado con un cuchillo de cocina Dada” (detalle), Hannah Höch, 1919. © Vegap, Madrid, 2009. Se ha hecho el mayor esfuerzo posible para referenciar correctamente las imágenes que aparecen en el presente libro. Cualquier omisión será debidamente corregida en subsiguientes ediciones. Depósito legal: M-3993-2019 Printed in Spain


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ÍNDICE

Prefacio a la edición del centenario de Weimar ................................

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Introducción .........................................................................................

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I

Un comienzo agitado .........................................................

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II

Un paseo por la ciudad.......................................................

57

III

El mundo de la política ......................................................

101

IV

Una economía en crisis y una sociedad en tensión........ 155

V

Edificios para una nueva Alemania ................................. 201

VI

Imagen y sonido .................................................................. 243

VII

Cultura y sociedad de masas ............................................. 293

VIII

Cuerpos y sexo..................................................................... 345

IX

Revolución y contrarrevolución de la derecha .............. 383

X

El legado de Weimar: una perspectiva mundial .......... 417

Conclusión ............................................................................................ 461 Notas ..................................................................................................... 469 Ensayo bibliográfico............................................................................. 499 Agradecimientos .................................................................................. 503 Índice de nombres y temas ................................................................. 505


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A mi padre, Charles Baer Weitz (nacido en 1919), y en recuerdo de mi madre, Shirley Wolkoff Weitz (19252004), que me inculcaron el amor al estudio


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PREFACIO A LA EDICIÓN DEL CENTENARIO DE WEIMAR

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ace poco realicé una búsqueda en internet con el término “Weimar”. No era la primera. Más o menos en 2007, cuando se publicó La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia, otra búsqueda dio como resultado miles de enlaces a artículos, libros y páginas web que expresaban puntos de vista radicalmente opuestos: desde un extremo se culpaba a la homosexualidad endémica de la caída de la República de Weimar y, a menos que se produjera una confrontación inequívoca con las fuerzas de la inmoralidad, se presagiaba el mismo destino para Estados Unidos; desde el otro se elogiaba la “degenerada elegancia” de los clubes neoyorquinos, precisamente por el hecho de que recordaban a la vida nocturna del Berlín de los años veinte del pasado siglo. La búsqueda más reciente, la de 2018, me ha llevado a páginas y artículos de procedencia y temática, si cabe, aún más insólitas. Una de esas páginas mostraba el eslogan “Unamos a la derecha” frente a los “Estados Unidos de Weimar”, y la misma consigna, “Estados Unidos de Weimar”, se repetía en otra página web junto a la imagen de un barco que naufragaba entre las llamas, esta vez acompañada de la afirmación “Sólo nos falta la hiperinflación” para que se hunda el país. Cien años después de la revolución de 1918-1919 y el establecimiento de la República de Weimar el 11 de agosto de 1919, “Weimar” continúa presente a lo largo y ancho del espectro político y cultural. Representa el aclamado símbolo de los estilos de vida alternativos, pero también la sobrecogedora señal de alarma de la degeneración moral. Ha llegado a erigirse como el preludio del Tercer Reich y ejemplo de los peligros de un “exceso” de democracia. Los fundamentales logros de la época, perdidos entre una desesperada explotación del pasado que trata de arrojar alguna luz sobre los actuales conflictos culturales y políticos, constituyen el tema principal de La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia. Cierto es que terminó mal, con la toma del poder por los nazis el 30 de enero de i


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LA ALEMANIA DE WEIMAR

1933, y que el Tercer Reich resultó mucho peor de lo que cualquiera hubiera podido imaginar en aquel momento; no obstante, tal y como expongo en el libro sería un error interpretar la Alemania nazi partiendo de Weimar, pues se distorsiona así su historia al mostrarse como un simple peldaño para el ascenso del Tercer Reich. El total reconocimiento de los logros de Weimar ha demostrado ser una tarea sumamente complicada, sobre todo en Alemania. Podría incluso decirse que imposible. El 9 de noviembre se repite en cuatro ocasiones como una fecha trascendental para el siglo XX alemán; es uno de esos grandes caprichos de la historia y podría compararse al hecho de que tanto Thomas Jefferson como John Adams fallecieran el 4 de julio, la fecha en que se conmemora el Día de la Independencia de Estados Unidos. Si comenzamos por el final, el 9 de noviembre de 1989 fue el día en que se produjo la caída del Muro de Berlín, cuando miles de berlineses del este cruzaron al oeste en un acontecimiento que marcó el desmoronamiento de la República Democrática Alemana y abrió el camino hacia la unificación del país; en 1938, el 9 de noviembre tuvo lugar la Reichskristallnacht, o “Noche de los Cristales Rotos”, el enorme pogromo auspiciado por el Estado durante el cual miles de judíos fueron apaleados y enviados a campos de concentración mientras sus casas, sus negocios y sus sinagogas eran saqueados y destruidos; en 1923, Adolf Hitler trató por primera vez de hacerse con el poder en el llamado “Putsch de la Cervecería”; y en 1928, la fecha marcó el apasionante día de la revolución alemana, cuando el káiser Guillermo II abdicó del trono mientras miles de soldados, marinos y obreros se manifestaban por todo el país y el socialdemócrata Philipp Scheidemann proclamaba la República Alemana desde el balcón de la Cancillería del Reich de Berlín al mismo tiempo que a escasa distancia, frente al Palacio Real, el antiguo socialdemócrata convertido en comunista Karl Liebknecht proclamaba una república socialista. Dos enormes logros democráticos que flanquearon dos de los episodios más nefastos de la historia de Alemania, preludio del Tercer Reich y el Holocausto. Sin embargo, debería poder conmemorarse el desastre del régimen nazi y la persecución de los judíos sin dejar de afirmar la tradición progresista y democrática que ha formado parte de la historia alemana desde finales del siglo XVIII y que cristalizó en la revolución de 1918-1919 y la República de Weimar. El 9 de noviembre, no obstante, ii


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PREFACIO

ha sido silenciado en Alemania y ni tan siquiera se celebra como el día de la unidad patria. El gobierno proclamó como fiesta nacional el 3 de octubre, fecha de la unificación oficial entre la Alemania Oriental y la Occidental. Es entonces cuando se pronuncian los debidos discursos y en las escuelas se presentan las lecciones correspondientes, si bien ni el 3 de octubre ni el 9 de noviembre se asemejan lo más mínimo a las arraigadas celebraciones de la toma de la Bastilla en Francia, ni al 4 de julio en Estados Unidos, ni a ninguna de las numerosas conmemoraciones similares que tienen lugar por todo el mundo. No cabe duda de que la revolución alemana de 1918-1919 y el establecimiento de la República de Weimar deberían ser motivo de celebración tanto dentro como fuera de Alemania, pues sus logros fueron inmensos. Las movilizaciones populares inmediatamente anteriores a la revolución forzaron la abdicación del káiser Guillermo II, así como la del resto de reyes y príncipes que regían los estados alemanes (Alemania era entonces un sistema federal, al igual que en la actualidad). El Reich alemán, fraguado por Otto von Bismarck en 1870-1871 como una unión de familias dinásticas y de los territorios que dirigían, había desaparecido, derrocado por la inmensa presión del Ejército, la Marina y la clase obrera, de manos de aquellos hombres y mujeres que tomaron las calles demandando el fin de la Primera Guerra Mundial y la imposición en Alemania de un sistema más abierto y democrático, incluso socialista. Tanto sus actos como las instituciones que surgieron, entre ellas los consejos de trabajadores y soldados, aunque fugaces, dotaron al pueblo de determinación, de capacidad para modelar el orden político al que se encontraban sometidos. La gran esperanza de algunos, una democracia socialista, resultó insostenible; no obstante, la jornada de ocho horas, seis en las minas, pasó a convertirse en algo habitual que, pese a la derogación de la reforma en 1924 tras la crisis de la hiperinflación, sigue constituyendo la norma en la actualidad. Aún no se había completado la revolución cuando el Gobierno de mayoría socialdemócrata convocó elecciones a una asamblea constituyente. Los encargados de redactar la constitución abandonaron Berlín, una ciudad prácticamente sumida en la guerra civil, para trasladarse al entorno más tranquilo que ofrecía la pequeña ciudad de Weimar. Esta ciudad había ocupado un lugar destacado en la historia de Alemania, puesto que había sido la sede de la floreciente cultura alemana del siglo XVIII y iii


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principios del XIX. Goethe, Schiller, Herder o Fichte, entre muchos otros, pasaron allí largos periodos bajo los auspicios del gran duque, y allí produjeron poemas, obras de teatro, discursos filosóficos y estudios científicos. La constitución fue redactada entre enero y agosto de 1919 en la distinguida ciudad y Weimar dio nombre a la república. La constitución estableció las condiciones más democráticas bajo las que los alemanes habían vivido hasta el momento. Todos los derechos políticos consagrados en los textos fundacionales de la revolución estadounidense, la francesa y las latinoamericanas hallaron lugar en el documento, entre ellos el derecho a la libertad de expresión, de reunión y de prensa, así como el derecho a la seguridad de la persona y la propiedad. Hombres y mujeres fueron declarados iguales ante la ley. La constitución establecía el sufragio universal y el reconocimiento de los sindicatos, y la clase obrera logró el derecho a participar en la regulación salarial y laboral. Pero no era oro todo lo que relucía y las disposiciones de participación de los trabajadores dependían del equilibrio de poder económico y político. La clase obrera, que había gozado de gran peso durante los primeros años de la república, vio mermada su influencia según fue avanzando la década y, en 1919, 1921 y 1923, las fuerzas de seguridad del Estado y las milicias ultraderechistas reprimieron brutalmente a los obreros radicales. Por otra parte, tampoco se hizo gran cosa para garantizar la igualdad de género que había sido redactada en forma de ley. Aun así, la Constitución de Weimar fue una de las más democráticas, quizá la más democrática, de los años veinte del pasado siglo. No obstante, la significancia de la constitución no reside exclusivamente en sus términos específicos. Al igual que la revolución, su esencia democrática se filtró a la sociedad y la cultura, contribuyendo a ese espíritu de Weimar, inquieto y creativo, que ha permanecido hasta la actualidad. Escritores, artistas y compositores, unidos a activistas obreros, creían estar forjando un mundo nuevo, más abierto y progresista, un mundo moderno. Las nuevas expresiones teatrales, con pioneros como Bertolt Brecht, los collages de John Heartfield y Hannah Höch, los extraordinarios edificios modernistas diseñados por Walter Gropius y otros arquitectos actualmente menos conocidos pero igual de innovadores como Erich Mendelsohn y Bruno Taut, las novelas de Thomas Mann, las esculturas de Käthe Kollwitz, las reflexiones filosóficas de Martin Heidegger o la obra de cineasiv


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tas como Walter Ruttmann y Billy Wilder, este último uno de los muchos que prosiguieron su carrera en Hollywood convirtiéndose en leyenda, constituyen tan sólo algunos de los ejemplos del espíritu creativo que definió a Weimar. Casi todos habían comenzado ya su producción con anterioridad a la Primera Guerra Mundial, pero el desastre de la guerra total, unido a la revolución y la democracia de Weimar, les impulsó a colocarse entre las mejores mentes creativas del siglo XX. Su obra, la de los más destacados y la de los menos conocidos, constituía una lucha con el sentido de la modernidad, las posibilidades de mejora que ofrecía y la alienación interior resultante, marcada por la ruina humana que produce la guerra. Lejos de la creencia actual, la cultura de Weimar nunca tuvo un carácter unilateral, nunca se basó exclusivamente en el miedo, el desastre y la destrucción, sino que también pretendía crear un futuro mejor, quizá utópico. Esa esperanza se manifestó en el alzamiento de la Torre Einstein de Mendelsohn, así como en el gran número de programas sociales que se extendieron por todo el país. La vivienda social, moderna, elegante (para la época) y, lo que es más importante, dotada de agua corriente, calefacción y cocina de gas y cuartos de baño en el interior de todos los apartamentos, mejoró en gran medida las condiciones de vida de aquellos afortunados que lograron acceso a los nuevos edificios. Las clínicas públicas ofrecían atención y orientación de todo tipo, incluso sexual, y en este sentido se produjo una mayor aceptación de determinadas cuestiones entre las que se incluía la homosexualidad. Los judíos prosperaron y, pese al ascenso de los movimientos antisemitas, gozaron de muchas más oportunidades económicas, culturales y sociales que en cualquier otro momento de la historia de Alemania, si bien la administración estatal y el ejército permanecieron en gran medida fuera de su alcance. Se trata de algunos de los logros de la Alemania de Weimar. No obstante, la república, ya de por sí una entidad frágil, se encontraba además sometida al ataque constante de todas las facciones sociales, y la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, unida a las disposiciones del Tratado de Versalles, terminó por convertirse en una carga para la misma. Los nazis no inventaron la leyenda de la puñalada trapera, esa idea de que judíos, socialistas y otros “traidores” patrios habían socavado la gran causa y producido la derrota de Alemania cuando se encontraba a punto de lograr la victoria. Ya antes del final de la guerra, v


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los generales Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff abrigaron la idea con el fin de desviar del punto de mira su propia responsabilidad respecto al desastre. Los nazis, no obstante, la utilizaron con mucha frecuencia. El Tratado de Versalles había impuesto severas cargas financieras y políticas que la república fue incapaz de afrontar. Los dirigentes socialistas tuvieron la oportunidad de volver las tornas en 1918-1919, responsabilizando de la guerra al káiser y sus generales y purgando las instituciones gubernamentales, los ministerios, el ejército, la administración y el mundo de los negocios de todos aquellos que eran hostiles a la democracia, pero tanto el socialdemócrata Friedrich Ebert, primer canciller de la revolución y en aquel momento el primer presidente de la república, como su círculo de allegados, fueron demasiado cautos, temerosos del bolcheviquismo. Se trataba de una exageración, puesto que una Alemania bolchevique era algo prácticamente imposible; sin embargo, esa cautela resultaba asimismo comprensible en un momento en que Rusia, Alemania y otros muchos países de su entorno se encontraban sumidos en la revolución y la guerra civil, en 1918-1919 y hasta 1923 en diversos lugares. Los socialdemócratas mantuvieron en sus puestos a los miembros de la élite alemana conservadora, antidemocrática y antisemita, un fatídico acto que se volvería contra la república durante sus últimos años. La hiperinflación de 1923 y la Gran Depresión, que pasaron rápidamente de Estados Unidos a Alemania en 1929 y 1930, socavaron aún más la república y todos los logros de la misma. Aun así, si pudiéramos concebir el siglo XX sin la Gran Depresión, algo ciertamente complicado, quizá seríamos capaces de imaginar un creciente apoyo a la república. En 1928, antes de que estallara la crisis, el nacionalsocialismo constituía una fuerza política marginal que había cosechado tan sólo el 2,6 % de los votos en las elecciones nacionales de aquel año. En muchos estados seguía estando prohibido, y Hitler se enfrentaba a numerosos problemas en el interior del partido. Los comunistas, por su parte, habían salido asimismo malparados de las elecciones, y las estadísticas dejan claro que se había producido un retroceso hacia el centro, hacia los partidos de la Coalición de Weimar: socialdemócratas, católicos y liberales. Es posible que la república hubiera podido sobrevivir, pero no en medio de una depresión que dejó sin empleo a una tercera parte de la mano de obra y de un sistema político que se enconvi


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traba paralizado por seis partidos principales y alrededor de una docena de partidos menores, todos ellos dando palos de ciego, a excepción de los nazis y los comunistas, que sí disponían de una visión clara de futuro. Weimar no colapsó como un castillo de naipes; por el contrario, hubo de enfrentarse al ataque sistemático e implacable de la derecha, tanto por parte de los conservadores a la antigua usanza como del enérgico partido nazi, que representaba algo totalmente novedoso en la escena política. En última instancia, los nazis lograron reunir a todas las fuerzas que despreciaban la democracia y el socialismo, culpaban a los judíos no sólo de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, sino también de todo lo que iba mal, y pensaban que Alemania necesitaba constituirse nuevamente como una gran potencia en Europa. Los ataques minaron la resistencia de la república y llegó un momento en que incluso sus defensores se encontraban hastiados, derrotados por la intensa e incesante hostilidad de los enemigos de Weimar y por su propia incapacidad de dominar otro cúmulo de crisis políticas y económicas. Weimar ha permanecido, pero su significancia no reside en las descabelladas ideas que se aprecian en algunas páginas web. Weimar constituye un excelente ejemplo de la fragilidad de la democracia, se trata de una señal de alarma para el momento actual, cien años después de la revolución y el establecimiento de la república, que nos alerta de lo que puede suceder si las instituciones y las personas que conforman una democracia se ven sometidas a un ataque feroz e implacable, si la política se convierte en una guerra por el dominio total de una facción, si determinados grupos son condenados y marginalizados a gritos, si los conservadores tradicionales negocian con la derecha racista y radical, concediéndole una legitimidad que nunca podría alcanzar por sí misma. Los grandes logros de Weimar, la democracia, la creatividad cultural, la apertura hacia formas diversas de sexualidad y las reformas sociales, fueron precisamente los elementos que más odiaba la derecha. Esos logros deben ser reconocidos y celebrados cien años después, de lo contrario dejaremos que sean los enemigos de la democracia y el progreso quienes definan el pasado, concediéndoles una victoria póstuma. Princeton, enero de 2018

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