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Todo lo que sĂŠ sobre un corazĂłn roto


Primera edición: marzo de 2018 Diseño de cubierta: Lola Rodríguez Maquetación: Endoradisseny Edición: Helena Pons Dirección editorial: Iolanda Batallé Prats © 2018, Daniel Ojeda Checa, por el texto © 2018, Lola Rodríguez, por la cubierta y las ilustraciones © 2018, La Galera, SAU Editorial por la edición en lengua castellana Casa Catedral ® Josep Pla, 95. 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com facebook.com/lagalerayoung twitter.com/lagalerayoung instagram.com/lagalerayoung Impreso en Liberdúplex Depósito legal: B-568-2018 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-6281-3 Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.


Todo lo que sĂŠ sobre un corazĂłn roto Daniel Ojeda Checa



A mi abuelo, que me habla sobre la importancia de conocer todas las cosas que nos rodean, que espera paciente a que termine esta historia y me trae flores, mientras escribo, aunque vayan a marchitarse. A Beatriz Romeo, porque tu enseĂąanza fue una sonrisa, la misma con la que ahora te cuidan desde el cielo.


«Aquel día fue el más frío, del enero más amargo, quizá el inviernomás largo que el amor ha conocido...» «Y nieva sobre mi espalda cansada, sobre mi casa atrapada en una bola de cristal. Que la soledad agita cuando todo se termina, cuando todo acaba mal. Y nieva, nieva y nadie dice nada, quedan solo las pisadas de los que salen de escena. Nieva y solo se sonríen...» — fragmentos de nieva, ismael serrano


Nota del autor El «presente», «pasado» y «futuro» en los que se divide este libro son, en su mayoría, los tiempos que son importantes para los personajes, no necesariamente lo que está sucediendo en ese momento, ya que es un tiempo real. Probablemente esta no es la mejor historia que vas a leer, pero mientras la escribía guardé una rosa entre las páginas de la libreta de apuntes que a día de hoy se ha marchitado, me enamoré de la persona equivocada, eché mucho de menos a alguien que murió tiempo atrás pero noté cómo me abrazaba, me sentí solo demasiadas veces y otras encontré el momento justo para respirar en los amigos que están siempre conmigo. Comprendí que el éxito y el fracaso son algo interior, dejé ir a lo que ya no me aportaba, conocí a un buen chico y me conocí a mí —que es incluso más importante—, acepté la tristeza. Mientras escribía esta novela solamente escribía esta novela. Todos tenemos algo que contar; después de terminarla supe aquello que escondemos, aquello de lo que huimos y el porqué de lo que nos hace vulnerables. Y aquello que te hace vulnerable te convierte en alguien especial. Ahora, ya, puedes leerme.


El presente «Te quise tanto que cuando me rompiste el corazón te saqué de ahí para que no te hicieras daño.» mario benedetti


Yo ya estaba llorando. Era estúpida, me había creído cada una de sus palabras. Que me quería, que lo de la otra noche había sido real. No me había fijado en los pequeños detalles, los chicos como él no cambiaban. Y después de todo tenía las manos tan temblorosas que me era imposible hacer desaparecer las lágrimas. Entré en el instituto, y, al dirigirme a mi taquilla, todos me estaban mirando. Llevaban los ojos a sus móviles y seguidamente hacia mí. Eran como cuchillos que parecían tener la razón. «Guarra.» Bajé la cabeza, quería abrazarme, busqué miradas conocidas. «¿Te pongo el vídeo otra vez?» «Las mosquitas muertas son las peores.» ¿Por qué dolía tanto que me juzgaran? ¿Porqué nadie defiende a la mujer cuando habla? ¿Tenía que hacer caso a todo lo que decían sobre mí? Debía defenderme. Podría llorar y pelear a la vez, podría ser yo misma y protegerme. Protegernos a todas, alzar la voz y no volver a sentir nada por un chico. Nunca.

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¿Y si Marc no se merecía esto? —Tenemos que dejarlo. Marc se lleva las manos a la cabeza y parecen hundirse en su maraña de pelo. Ha dejado de mirarme como lo hacía antes, como si esas tres palabras hubieran hecho todo el trabajo. Sé que estoy mejorando porque ya no tartamudeo en los momentos previos, no muevo las manos intentando consolarle porque no serviría de nada y sé que inmediatamente después vendría el odio. Solo hemos estado juntos unos tres meses. Se sujeta a la bici que ha dejado contra la farola, detrás está la que dentro de unas horas será nuestra antigua casa. Mi madre y mi hermana siguen saliendo y entrando mientras meten cajas en el maletero del coche. Los encargados de la mudanza también nos miran a hurtadillas mientras van hasta el camión. Desvío la atención a la verja que nos separa del porche, el ventanal del salón en el piso inferior y mi habitación compartida que da al jardín. Recuerdo a Marc entrando por la ventana. Mamá hace un movimiento con la cabeza metiéndome prisa, y odio que no me deje estar concentrada en un momento tan importante. Observo sus cejas fruncidas que siempre preceden a una conversación sobre lo que es correcto o no. Justo cuando Marc se retira unos pasos y una vez montado en la bici, pone un pie sobre el pedal. —No sé, Simone, pensaba que lo nuestro iba bien. —Tiene los ojos humedecidos. 15


—Me he enfriado. —Pausa dramática—. Pero podemos ser... —¿Amigos? Mierda, no, no digas que podemos ser amigos. Da un golpe al manillar y veo cómo su mano se enrojece un poco. No hablo más, pero él espera que lo haga, hasta que se da cuenta de que lo mejor es irse. Me deja atrás cuando ha pedaleado lo suficiente para subir la cuesta que le aleja de nuestro barrio, al otro lado del puente que divide La Ciudad. Todo lo que conocía de Marc ahora es solamente un barullo de recuerdos. La primera vez que hablamos intenté pensar en un solo momento en el que nos hubiésemos dirigido la palabra, no lo encontré, él insistió en que habíamos ido juntos a una clase de primaria. Después me fijé en sus rizos, una maraña de bucles. Hace unos días era yo la que hundía los dedos en ellos, le encantaba que lo hiciera, pero aún sigo pensando en qué habría venido después, de qué forma se habría estropeado todo. Al fin y al cabo es lo que terminó pasando con los demás. 1º. Noël y yo éramos pequeños para ser nuestro primer beso. Fue húmedo, detrás del tobogán mientras el resto de niños comenzaban a irse de la mano de sus madres. Las nuestras lo ignoraron, distraídas. Nuestro primer experimento para saber lo que se sentía al posar una boca sobre otra. Como si se tratara del descanso al aleteo de un insecto sobre una flor. No volví a ver a Noël en el parque porque su madre creyó que era una mala influencia para su hijo, mi madre y yo dejamos de ir por miedo a represalias. 2º. Adrián y Darío eran los gemelos de mi clase al comienzo del instituto. Nunca supe distinguirlos. Los dos me mandaban notas e intentaban que les riera las gracias en los intercambios. A día de hoy el mundo piensa que tuve una relación paralela. 3º. El nombre más importante de esta lista es el de Jano. El chico malo. Antes de empezar segundo de bachillerato me prometió que saldríamos juntos de La Ciudad, pero él es la persona que ha hecho que sea imposible recomponerme el corazón. El tipo de chico al que jamás debería de haberme acercado. 16


4º, 5º, 6º... Después de él fue cuando aprendí que el momento en el que llega el odio es cuando quieres venganza. Javier, Mario, Ethan, etc... Me vengué de cada chico que me hizo creerme todas las mentiras que salían por su boca, que se acercaba a mí con una sola intención en la cabeza, creyendo que mi cuerpo era un parque de atracciones para sus sucias manos. Ahora vengarme es mi único vicio. Ω, Marc. Puede que de una forma u otra, él sea el último. Nunca he pretendido que alguien piense que soy una buena persona. Creo que mamá y Roma lo hacen, pero empiezo a dudarlo cuando mi hermana me carga con una de mis cajas de la mudanza y me fulmina con esa mirada que dice que hay algo que no estoy haciendo bien. Lleva una diadema de animal print que sujeta parte de su pelo hasta que el resto le cae sobre los hombros, unas medias granates y una camiseta que simula ser un vestido. Mira a los lados preocupada, buscando paparazzis, pero no los encuentra. —Tenía lágrimas en los ojos, me debes diez euros. —Dijiste que lloraría y yo te dije que no. Solamente se le humedecieron los ojos, no hay ganadora en esta apuesta. Oigo cómo mi madre cierra la puerta de forma brusca, dando un portazo al pasado, y las dos nos volvemos para ver cómo pelea con nuestras últimas pertenencias y con los juegos de llaves. Termina de colocar el maletero, se ajusta las gafas que se le han resbalado por el puente de la nariz y nos mira muy fijamente. Varias gotas de sudor perlan su frente. Camina hasta nosotras sofocada y haciendo caso omiso de los de la mudanza. —Chicas, parad. —Roma se dirige a la parte de atrás del coche—. Tú, Simone, de jugar con los chicos durante unos meses para después huir despavorida cuando la situación se complica. Y tú, Roma, de pasártelo en grande con la vida sentimental de tu hermana. Siempre he admirado a mi madre por muchas cosas, pero sobre todo por la capacidad que tiene de regañarnos sin que parezca que lo esté haciendo por el tono de su voz. También por el valor que tuvo 17


de quedarse embarazada por inseminación artificial y por ser madre soltera en una sociedad que aún pone barreras a las mujeres independientes. Nunca hemos echado de menos la figura de un hombre en nuestra familia, por lo que ahora tendremos que acostumbrarnos a vivir con el abuelo. Mamá ha decidido dar un cambio por la casi continua presencia de la prensa a las puertas de casa y por el envejecimiento de su padre, que vive solo en un piso del centro de La Ciudad. Su casa no me queda demasiado lejos del instituto y siempre me he llevado bien con el abuelo Bas. Suelo pasar algunas noches con él viendo películas, también Roma y mamá se unen de vez en cuando, pero el abuelo y yo siempre hemos tenido predilección por el cine francés. También compartimos una pizca de mal humor en el carácter. Me hago rápidamente con el asiento del copiloto y empiezo a pensar en qué canción le pega a una despedida. Detrás queda el espacio suficiente para que Roma no vaya demasiado sepultada entre bultos. Aunque mi madre se niega a dejar los CD de lado, ella misma los graba y les pone títulos con permanente, enciendo la radio y dejo puesta la primera emisora que suena y mi madre la apaga. Le explico mi misión, necesito encontrar la canción indicada. —Mi mundo, mis normas —decimos las dos al mismo tiempo, adelantando la mano. Termino cediendo antes de que empiece con la duodécima charla sobre el respeto al espacio propio. El coche siempre ha sido su lugar predilecto. Veo por el espejo retrovisor cómo Roma se aleja de la realidad con unos auriculares que le han regalado en una de sus primeras entrevistas para la televisión. Cuando tu hermana pequeña tiene catorce años y es un saco de hormonas preadolescentes la vida es difícil, pero cuando se convierte en una polifacética «jovencita» que actúa y canta en series de televisión lo tienes muy jodido. Creo que un año ha sido suficiente para acostumbrarme a que prácticamente todo el país la conozca; aunque no hayamos llegado nunca al punto de no poder salir a la calle, empezamos a sentirnos observadas en el supermercado. 18


Roma se hizo conocida a raíz de presentarse a un casting que buscaba directamente a la próxima estrella infantil, y el resto fue explotando con el tiempo. Mi madre nunca fue consciente de lo que podría pasar el día en que ella nos insistió para que la llevásemos a una prueba que habían anunciado en una televisión local. Era algo pequeño. Cuando todo eso pasó yo quedé relegada a ser la hermana mayor, la que en segundo de bachillerato aún sigue completamente perdida, la que hace collages y pinta con rotuladores las estatuillas con las que empiezan a premiar a la famosa de la familia y que ella considera un elogio más. Un detalle colateral que no le hará tener más éxito sino engordar su ego, el cual no tiene un tamaño precisamente pequeño. Observo por el espejo cómo tararea una canción y mueve las manos al ritmo de la música. Mi madre me llamó Simone en recuerdo a una escritora feminista, y a Roma por lo trágico y romántico que sonaba el nombre de una ciudad en ruinas; pero yo no soy alguien a quien el resto recordará cuando haya muerto, y mi hermana está muy lejos de estar acabada. La vuelvo a observar, esta vez está bailando mientras utiliza una botella pequeña de agua como si fuera un micrófono. Todavía parece la niña que solamente soñaba con ser aquello en lo que se ha convertido. Aún sigue sentándose como los indios y mordiéndose las uñas. Apoyo la cabeza contra el cristal. Puedo reflejarme en ella, aunque no sea físicamente. —¿Sigues enfadada? —Mamá fija la mirada en la carretera. —Déjame pensar... Nuestra vida no para de dar giros inesperados, como si fuéramos el final de una novela que aún no está claro —suspiro—, y como eso no es suficiente nos metes en una mudanza cuando el curso ya ha empezado. —Eres una dramática. Debí de imaginarlo, tenía que haber sabido que ser bibliotecaria y un poco friki haría que una de mis hijas pareciese recién salida de una obra de Shakespeare. —Deja de burlarte. 19


—No, no me estoy burlando. Pero deberías relativizar las cosas, es tu último año antes de comenzar la universidad y esa es tu máxima preocupación. No creo que llegue el día en el que los adultos consigan entendernos. Es sencillo, no va a suceder. Mamá y yo siempre hemos encontrado un punto en común en la creatividad o en la libertad de las personas para escoger su forma de vida. Sin embargo ella no está preparada para aceptar que su hija no parará de cometer errores hasta que averigüe de qué tiene hecho el corazón. Si es que hay algo ahí dentro. Ella es la persona con más sentido de la justicia que conozco y, sin embargo, hay algo que me lleva a saltarme todos sus límites. Roma era la más responsable de la familia, al menos hasta que entró en un mundo donde es difícil serlo, ahora tiene que lidiar con los problemas normales de una estrella infantil. Mi maleta está repleta de vestidos estrafalarios junto a mi docena de pitillos negros, tops, chaquetas de cuero y vaqueras, botas y deportivas. —Te prometo que terminaré el instituto viva. Mamá retira un segundo la vista de la carretera con cara de susto. —Que no cunda el pánico, acaba de copiar el diálogo del siguiente capítulo de mi personaje —dice Roma desde el asiento trasero, esta vez sin auriculares en los oídos. Sonrío a mi hermana pequeña y pienso en el último chico al que he roto el corazón.

La Ciudad no es muy grande, pero siempre ha salido en esa sección de las revistas en las que recomiendan lugares alejados del ruido donde descansar en vacaciones. Creo que es porque aquí te sientes aislado y eso te da la posibilidad de hablar contigo mismo. La divide un puente y los barrios están muy marcados por la gente que vive en ellos. La 20


división solo establece una zona donde es más caro vivir y son más asiduas las casas, y la otra está poblada por altos edificios y barrios empresariales. La playa más cercana está a una hora, el alcalde siempre promueve la cultura y, pese a todo ello, hay algo que hace que la mayoría queramos irnos a La Capital al acabar los estudios. El piso donde vive el abuelo es antiguo, su exterior es de día de color marrón, pero la luz de las farolas que alumbran el camino lo tiñen de azul cuando se esconde el sol. Está solo, junto a un parque y una plaza, no hay vecinos a nuestro alrededor, pero todos los paseantes lo observan como si alguien hubiera construido esa torre de ladrillo en un rincón al que no pertenece. Siempre lo he visto como un refugio al que huir cuando estaba enfadada o triste, pero a partir de hoy es mi casa. El camión de la mudanza aparca cerca de nosotras. Las tres salimos del coche, mi madre con las llaves en la mano. Roma aún mira hacia todos lados y yo solo me preocupo de abrir el maletero para rescatar alguna caja. Observamos a un señor sentado en uno de los bancos, no se preocupa por no ser visto, solamente nos apunta con su cámara y dispara repetidas veces hacia nuestra dirección. Roma saca la lengua, posa con poca naturalidad y, finalmente, le despide con la mano. Mi hermana aún es una novata, por lo que disfruta de sus minutos de fama, a los fotógrafos les encanta que para ella todo esto siga siendo un juego. —Roma, ve subiendo a casa del abuelo. Más tarde bajamos a por el resto de cosas. Mamá se ajusta las gafas para poder ver mejor al hombre y le hace un gesto amable, con el que pretende evitar que siga haciendo fotos. Por el contrario, yo le hago un corte de manga y sé que, probablemente, sea lo que destaque en el artículo. No importa la mudanza, no importa que estés molestando a una familia, solamente quedará reflejada en una revista la imagen de una chica defendiendo a su hermana pequeña. 21


—¿Cuándo piensan dejarla en paz? —le digo a mamá, malhumorada. —Su representante dice que esto irá a más, espero que se equivoque. Sé que no estás acostumbrada, pero nos tocará aguantar, porque, al fin y al cabo, es lo que ella quiere. Te irás acostumbrando y lidiar con ello será cada vez más fácil. Subimos las escaleras hasta el último piso. Mientras que a mi abuelo le cuesta coger el ascensor por el mero hecho de que así hace ejercicio, creo que a nosotras no nos acaba de parecer buena idea meternos en esa vieja caja de cerillas. Roma ha dejado la puerta abierta para que vayan entrando los chicos con el resto de las cajas, desde el pasillo puedo percibir el olor tan característico que siempre ha tenido este lugar. Una mezcla de limón y hierbabuena. Mi madre va por delante de mí y hace comentarios sobre la decoración de la casa donde creció. Puedo intuir que ya no tiene nada que ver con lo que era antes. El abuelo Basil aún está profundamente enamorado de la abuela, que murió joven, un año después de nacer mamá, por lo que desde ese momento no volvió a ser el mismo. Tiene la casa repleta de post-it donde puedo leer su desordenada caligrafía. Pese a que aún no es muy mayor, siempre ha sido un hombre independiente y ahora le cuesta reconocer que está pasando el tiempo. Nunca ha querido una casa mejor distribuida al otro lado de La Ciudad, más cerca de nosotras. La cocina se encuentra próxima a la puerta de la calle, al lado un baño, el salón donde el abuelo está sentado en el sillón más cercano a la ventana y, desde allí, el piso continúa y se encuentran las cuatro habitaciones. Roma está sentada cerca de él, hablándole de algo que no llego a escuchar, y mi vista se pierde en el armario de las películas. Las hemos visto casi todas y destacan tres de sus preferidas que sobresalen. —Mis niñas. Aún sigo sin entender la cabezonería de vuestra madre con eso de que ya no estoy para vivir solo, pero quiere decir que me entusiasme la idea de teneros aquí. 22


El abuelo tiene los ojos azules, el poco pelo que le queda es blanco y le tiemblan un poco las manos; es leve, pero cuando me acerco a saludarle se las sujeto intentando que paren. —Padre, a mí no puedes engañarme. Ya ni siquiera sales a la calle por no bajar las escaleras, cada día te cuesta más... ¿Tanto te cuesta coger el ascensor? —Anda, ¿y quién te ha dicho a ti eso, un pajarito? Roma estalla en carcajadas y el abuelo se viene aún más arriba. —Porque soy capaz de romper mi dieta y empezar a comer pájaros. No creas que me importa, si con eso acabo con la especie que hace que dudes de que pueda seguir siendo un hombre capaz de valerse por sí mismo. El abuelo le puso a mamá el nombre de Olivia porque siempre le había gustado. En su caso no utilizó imágenes que le parecieran románticas o referentes históricos, el abuelo la llamó Olivia porque así se llamaba la doctora que pensó que su mujer podía recuperarse. Fue un mal parto y las cosas se complicaron, pero él siempre dice que aquella señora tuvo esperanza. Me concentro en las historietas del abuelo, pero el sonido de mi móvil me interrumpe. Voy hacia la que será mi habitación y descuelgo. —¿Ya has cortado con él? —La voz de Meiling es inconfundible. Llegó de China hace diez años, por lo que su español es perfecto. Ella es una de las personas más interesadas en acabar con mi situación actual. Quiere sacarme de mi bucle continuo antiamor. Meiling es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo. Nos conocimos por la animadversión de mi madre hacia las lavadoras. Los padres de Meiling, al llegar a España, abrieron una lavandería cerca de casa. Aquella niña que estaba en la puerta con un chupachups en la boca me caía mucho mejor que el resto. Y cuando empezó el curso la vi junto a la profesora, nerviosa al ser presentada como la nueva frente a toda la clase. Éramos las chicas de los nombres raros, pero rápidamente todo el mundo entendió que entre nosotras se estaba forjando una amistad irrom23


pible. Cuidábamos la una de la otra incluso cuando sabíamos que no llevábamos razón. Sin embargo, ella siempre ha tenido una visión más idealizada de las cosas. —Sí, las cosas empezaban a complicarse. —Simone... —¿Qué? Tú misma lo dijiste con ese proverbio chino, prefiero vivir lo bueno y escapar. Acepto que soy una cobarde, pero que... —... a los largos sentimientos, largas consecuencias. —Silencio en mi lado de la línea —. Pero creo que te lo estás tomando demasiado en serio. Me tumbo sobre el colchón de mi nuevo cuarto y miro el techo de madera; la habitación está prácticamente vacía, solamente hay una mesilla de noche y un armario. Mientras Meiling me pide todos los detalles de la ruptura con Marc yo pienso al mismo tiempo en qué le falta a este lugar para que comience a ser mío lo antes posible. Le hablo sobre él, le cuento que ha venido a verme a casa antes de la mudanza, que le había dicho que teníamos que hablar y el resto se ha ido precipitando. Le detallo cómo se le han humedecido los ojos antes de irse. Pero no le cuento que yo tenía el estómago contraído, que sabía que lo estaba haciendo mal, que a lo mejor en el fondo sé que podría haberlo hecho de otra manera. —¿Estás segura? —me pregunta Meiling mientras tiene algo de comida en la boca. —Nunca he estado tan segura de algo. —¿Y si Marc no se merecía esto? —¿Cuántas relaciones han salido bien en el instituto? —¡Ya estamos! La pequeña pitonisa con nombre de francesa vuelve a la carga. Río, me quito las botas militares y hacen un sonido sordo al golpear contra el suelo. —Espera —digo —. ¿Cómo has tenido tanto control de la situación como para llamarme cuando hace apenas una hora que ha pasado? 24


—¿No te ha llegado el mensaje al correo? —Cojo el teléfono y lo compruebo—. No te lo vas a creer pero le han visto montado en la bici, llorando... Esa chica de primero, Aless, la gótica, le ha hecho una foto a lo lejos y ya lo sabe todo el mundo. Meiling sigue hablando, pero yo he dejado de escucharla.

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