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Julian Budden

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verdi Traducción de José Adrián Vitier

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Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

De esta edición: © Turner Publicaciones S. L. Diego de León, 30 28006 Madrid www.turnerlibros.com Edición original: Verdi, © Oxford University Press, 2008 Pri­me­ra edi­ción en castellano: septiembre de 2017 © Julian Budden, 2008 © De la traducción: José Adrián Vitier, 2017 Imagen de cubierta: retrato de Giuseppe Verdi, fotografía de Ferdinand Mulnier, hacia 1870. ISBN: 978-84-16354-16-0 Depósito legal: M-18649-2017 Impreso en España Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante fotocopia, grabación ni de otra manera sin previo permiso de los editores. La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com

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índice Prefacio a la tercera edición ......................................................... 9 Prefacio .......................................................................................... 11 Créditos de las ilustraciones ....................................................... 13 Clave de las siglas ......................................................................... 15 Primera parte. La vida I. Primeros años en Busseto .................................................. 21 II. Éxito y fracaso en Milán ..................................................... 35 III. El viajero ............................................................................... 49 IV. Florencia, Londres y París .................................................. 61 V. Regreso a Busseto ................................................................ 75 VI. Viva V.E.R.D.I. ....................................................................... 89 VII. El nuevo orden ................................................................... 105 VIII. La década oscura ............................................................... 129 IX. Un veranillo ........................................................................ 151 X. Los últimos años ................................................................ 165 XI. Verdi como hombre y como artista .................................. 175 Segunda parte. La música XII. El contexto .......................................................................... 187 XIII. De ‘Oberto’ a ‘Ernani’ ........................................................ 193 ‘Oberto, Conte di San Bonifacio’, ‘Un giorno di regno’, ‘Nabucco’, ‘I Lombardi alla prima crociata’, ‘Ernani’ XIV. Los años de cautiverio ....................................................... 211 ‘I due Foscari’, ‘Giovanna d’Arco’, ‘Alzira’, ‘Attila’, ‘Macbeth’, ‘I masnadieri’, ‘Jérusalem’, ‘Il corsaro’, ‘La battaglia di Legnano’, ‘Luisa Miller’

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XV. El brillante mediodía ......................................................... ‘Stiffelio’, ‘Rigoletto’, ‘Il trovatore’, ‘La traviata’ XVI. Hacia la Gran Ópera .......................................................... ‘Les vêpres siciliennes’, ‘Simon Boccanegra’, ‘Aroldo’, ‘Un ballo in maschera’, ‘La forza del destino’, ‘Don Carlos’, ‘Aida’ XVII. Las últimas obras maestras ............................................ ‘Otelo’, ‘Falstaff’ XVIII. Composiciones operísticas misceláneas ...................... XIX. Conciertos de cámara ..................................................... XX. Obras corales y religiosas .............................................. Apéndices A. Cronología .............................................................................. B. Listado de obras ..................................................................... C. ‘Personalia’ .............................................................................. D. Bibliografía escogida ............................................................. E. Glosario de términos operísticos del siglo xix ...................

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prefacio a la tercera edición

Desde la aparición del predecesor de este volumen, las investigaciones sobre Verdi han generado nuevas ediciones críticas de sus óperas, publicaciones de su correspondencia, ediciones regulares del periódico Studi verdiani del Istituto Nazionale di Studi Verdiani en Parma y del newsletter (ahora titulado Verdi Forum) de su organización hermana, el American Institute for Verdi Studies, Nueva York. El centenario de la muerte del compositor en 2001 dio pie a varios congresos en Italia y en otros países que, junto con la reposición de versiones descartadas de su música, han completado el cuadro que ya tenemos del hombre y el músico. Entretanto, ha salido a la luz una pieza terminada, hasta ahora inaccesible: el aria sustituta “Sventurato! alla mia vita”, compuesta para que el tenor ruso Nicolai Ivanoff la insertara en Attila. Agradecemos de manera especial la reciente disposición de los herederos del compositor a permitir el acceso a los bocetos, borradores y “esqueletos” (melodía y bajo solo con ocasionales indicaciones instrumentales) contenidos en los archivos de la Villa Sant’Agata, todo lo cual aporta un fascinante vislumbre de su taller. Nos enteramos, entre muchas otras cosas, de que a pesar de su defensa en 1880 de la cabaletta como forma musical, siempre fueron las cabalettas lo que más trabajo le costaba a Verdi (de hecho, entre el material para I masnadieri se ha encontrado una versión descartada del “Tremate, o miseri!” de Francesco, mientras que del “No, non udrai rimproveri” de Germont en La traviata existen no menos de seis versiones). Incluso se ha podido hacer una reconstrucción hipotética de Un ballo in maschera antes de que la interferencia de la censura la modificara. Si bien estos experimentos no añaden gran cosa a la estatura del compositor, ciertamente arrojan luz sobre la suma de su pensamiento musical. El propósito de la presente edición es actualizar al lector, dando fe del inalterable entusiasmo por el legado 9

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de alguien que, en palabras del difunto John Roselli, “construyó para perdurar”. Julian Budden

Nota del editor original: Julian Budden murió el 28 de febrero de 2007, mientras esta edición estaba en proceso. Oxford University Press le agradece sinceramente a Roger Parker su generosa ayuda en la preparación del manuscrito para su publicación.

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prefacio

Pocos compositores se han visto tan espectacularmente revalorizados durante los últimos cincuenta años como Verdi, especialmente en Inglaterra. Si bien su grandeza nunca estuvo en duda para algunos de nuestros críticos de entreguerras –Dent, Blom y Tovey principalmente–, para la mayoría Verdi era el compositor de Il trovatore quien solo adquirió respetabilidad con Otelo, Falstaff y el Réquiem. Los estudios precursores de Bonvia y Tovey sin duda ayudaron a revertir favorablemente la marea. Pero por muchos años los verdianos ingleses se sintieron a la defensiva, y en sus escritos sobre el tema destaca una nota exculpatoria. Pero, con el fin de la guerra, el renacimiento verdiano que había comenzado en Alemania en la década de 1920 no dio señales de agotamiento. Algunas óperas que habían sido dadas por irremisiblemente muertas fueron desenterradas, puestas en escena y redescubiertas en sus virtudes. La ominosa línea inicial de las críticas, “Es fácil ver por qué esta ópera ha sido tan pocas veces resucitada”, se fue haciendo cada vez más infrecuente. Un hito en la creciente apreciación de las obras de Verdi fue la fundación en 1960 del Istituto Nazionale di Studi Verdiani en Parma bajo la presidencia del veterano compositor Ildebrando Pizzetti. Durante los años siguientes, dicho centro fungió como punto focal de estudios internacionales. Su sucursal hermana, el American Institute for Verdi Studies en Nueva York, fundada en 1975, cuenta con una vasta y excepcional colección de materiales de archivo. Si comparamos la vida y obra de Verdi hecha por Bonavia en 1930 en ciento veinte páginas con la enorme monografía de 1978 de Busch sobre Aida o su libro de consulta sobre Macbeth, tendremos una idea de la distorsionada perspectiva existente sobre este compositor cuyo nombre Wagner no soportaba oír mentar. Entretanto, Verdi el hombre (1962) de Frank Walker impuso un estándar enteramente nuevo de precisión y perspicacia biográficas. 11

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Inevitablemente, el admirable estudio de Dyneley Hussey de 1940 en la serie Master Musicians de Oxford University Press no puede satisfacer las necesidades de hoy, aunque solo sea porque, al igual que sus predecesores, se vio obligado a evaluar óperas que nunca había visto y que ahora se representan en todo el mundo. De hecho, cabe preguntarse si es razonable dedicar un único volumen a la vida y la obra de Verdi, teniendo en cuenta la vastedad del material relevante para ambas. La respuesta es que un breve estudio escrito a la luz de los últimos avances en investigación sin presentarlos en detalle puede todavía serle útil al lector musical no especializado. El presente libro no contiene revelaciones sensacionalistas, ni ofrece perspectivas radicalmente nuevas sobre la música. Es más bien un panorama a vuelo de pájaro, cuyo propósito es brindar la información más relevante sobre nuestro protagonista en una forma compendiada y fácilmente accesible. Inevitablemente, algunas listas incluidas en los apéndices –principalmente la Bibliografía y la Personalia– han tenido que ser selectivas. La Bibliografía está basada en la de Andrew Porter, siguiendo la entrada de Verdi en The New Grove Dictionary of Music and Musicians. Debo ante todo darles las gracias al Istituto Nazionale di Studi Verdiani en Parma y a su organización hermana, el American Institute of Verdi Studies en Nueva York, por permitirme el acceso a diversos materiales; y también a aquellos amigos y colegas que menciono en los prefacios a mis tres volúmenes Las óperas de Verdi, quienes nunca han dejado de ofrecerme su valiosa ayuda. Julian Budden Para la nueva edición estadounidense (1996) he aprovechado la ocasión e introducido algunas correcciones menores y he actualizado la bibliografía. Julian Budden

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primera parte

LA VIDA

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i primeros años en busseto

“… mas ¡ay! nací pobre, en una pobre aldea, y no tenía los medios para adquirir cultura; me pusieron entre las manos una mísera espineta, y algún tiempo después comencé a escribir notas […] notas una tras otra. Eso es todo […] Y el hecho es que ahora soy viejo y tengo grandes dudas acerca del valor de esas notas […]”.1 Estas palabras que Verdi, en estado de depresión y en la víspera de su setenta y ocho cumpleaños, le escribió a Caterina Pigorini Beri, se han tomado con demasiada frecuencia al pie de la letra por parte de sus biógrafos, como un esquema resumido de su carrera. Tampoco él hizo nada por desalentar esto. La historia del campesinito iletrado que ascendió con su propio esfuerzo hasta convertirse en una deidad tutelar de su país tenía para aquel siglo moralizante un gran atractivo; otro progreso desde una cabaña de troncos hasta la Casa Blanca. La verdad es menos espectacular, aunque no tan distinta como ciertos autores recientes quisieran hacernos creer. Los orígenes de Verdi fueron ciertamente provincianos; y debido a esto solo pudo avanzar lentamente, aun cuando desde una edad temprana sus dotes fueron evidentes. Ningún compositor italiano de comparable eminencia tuvo que esperar hasta los veintiséis años para estrenar su primera ópera. En el siglo anterior, tales orígenes no hubieran sido un obstáculo para un temprano éxito. Haber tenido una cuna musical, como Bach, Mozart y Beethoven, hubiera sido ciertamente una ventaja; pero en tanto hubiese en la comarca algún noble melómano que lo tomase a su servicio, el chico que mostrase talento para la música tenía todas las oportunidades para desarrollarlo. Su patrón lo enviaba con los gastos pagados a algún prestigioso centro musical donde podría perfeccionarse en la última moda de la composición y a su 1 civ, p. 25.

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debido tiempo hacer honor al estatus de su mecenas. Pero con el declive de las orquestas privadas, la fundación de conservatorios en los que las plazas eran muy disputadas, y el desplazamiento general del centro de gravedad musical hacia el norte de los Alpes, el panorama cambió. Para alguien que aspiraba a la máxima realización musical, Verdi estaba mal colocado. Nació el 9 de octubre de 1813 en la aldea de Le Roncole, a cinco kilómetros de Busseto, una aldea de mercado en la provincia de Parma. Pronta a volver a su condición de ducado, Parma era por entonces parte del reino de Italia bajo Napoleón; de ahí los nombres de pila franceses de Joseph Fortunin François, ingresados en el registro municipal, en lugar de Giusseppe Fortunino Francesco. Su padre, Carlo Verdi, provenía de una familia que alguna vez tuvo propiedades en Busseto y sus inmediaciones, pero cuya fortuna había mermado en los años anteriores. Él mismo era dueño de la posada de Roncole que también hacía las veces de tienda de abastos. En 1805 se había casado con Luigia Uttini, hija también de un posadero de la provincia de Piacenza. Pequeños comerciantes, pues, y no campesinos; y aunque en un reportaje sobre la familia publicado en Busseto en 1832 se califica a ambos de “illetterati” (“incultos”, que no “iletrados”, pues el término italiano para esto es “analfabeto”) Carlo tenía suficiente cultura para fungir como secretario de la tesorería de la iglesia, S. Michele Arcangelo, de Roncole desde 1825 hasta 1840. Han sobrevivido varias cartas de su puño y letra; una incluso fue exhibida en una exposición teatral organizada por la Casa Ricordi en 1894. Nunca tuvo fundamento la creencia de que Carlo Verdi no supiese leer ni escribir. De la infancia de Verdi poco es lo que ha llegado hasta nosotros salvo la leyenda y algunas anotaciones para una biografía no escrita, hechas por su compatriota de Busseto y fanático admirador Giuseppe Demaldé. Se dice que cuando los ejércitos aliados atacaron en 1814 Luigia se vio obligada a refugiarse en el campanario de la iglesia junto con su bebé. Dos años más tarde daría a luz una niña, Giuseppa Francesca. Según se contaba, el cerebro de Giuseppa quedó afectado a causa de una meningitis; pero Demaldé, al registrar su muerte en 1833, no menciona nada de esto, solo que era agradable, hermosa, buena y de buenos modales y que Verdi la amaba como a sí mismo. Las familias italianas suelen estar muy unidas; pero no hay evidencia alguna de que Verdi se sintiese jamás muy unido a la suya, aunque una vez labrada su fortuna se ocupó de que vivieran con holgura y comodidad. Sus contemporáneos lo 22

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recordaban como un chico solemne y reservado para quien la música, así fuese el retintín de un organillero ambulante, lo era todo. Una vez, mientras oficiaba en la iglesia de S. Michele, se hallaba tan absorto cantando que se olvidó de cumplir sus deberes litúrgicos y recibió una bofetada del airado sacerdote. “¡Que Dios te fulmine!”, gritó el muchacho al levantarse. Nunca amigo de los clérigos, Verdi solía relatar con deleite cómo se cumplió aquella maldición. Años después cayó un rayo en la iglesia de Madonna dei Prati, matando a dicho sacerdote y a varios miembros de la congregación, entre ellos un pariente del propio Verdi… aunque sobre esto solía guardar silencio. El organista de S. Michele era Don Baistrocchi, quien también enseñaba en la escuela primaria. Se nos dice que fue él quien primero descubrió la inclinación musical de Giuseppe y convenció a Carlo para comprarle la “mísera espineta”, la cual había sido propiedad de un cura de la vecindad; y existe una reliquia más tangible: una tarjeta firmada por un tal Stefano Cavalletti, reparador de instrumentos, rehusando un pago por haber restaurado el mecanismo del teclado y añadido pedales, “viendo la buena disposición que tiene el joven Giuseppe Verdi para aprender a tocar su instrumento”. La fecha es 1821. A los diez años de edad Verdi fue enviado al ginnasio de Busseto donde se alojó con un zapatero llamado “Pugnatta”. Pocos meses antes de la muerte de Don Baistrocchi, Verdi había sido nombrado para ocupar su puesto como organista; esto significaba que los domingos y los días festivos tenía que recorrer a pie los cinco kilómetros que separaban Busseto de Roncole. Sus honorarios como organista eran insignificantes (Walker estima que serían el equivalente de cuatro libras por año);2 y tenía que pagarse su alojamiento en Busseto. Aunque Luigia era, según el consenso general, una “buena administradora”, Carlo nunca logró ganar dinero. Diez años antes de que naciera Giuseppe, fue condenado por permitir apuestas en su posada, pero las autoridades certificaron que era incapaz de pagar la multa. En 1830 incurrió en una deuda que solo logró saldar al cabo de catorce años. Cabría creer la historia de que el joven Giuseppe caminaba descalzo desde Busseto hasta Roncole y luego de vuelta para no gastar las suelas de los zapatos. Se ha dicho que el gran arte se origina en las llanuras con vistas a las montañas. El horizonte del joven Beethoven estaba cercado por 2 wmv, p. 4.

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la cordillera Siebengebirge y la romántica Drachenfels del famoso cuadro de Turner. Mozart podía levantar la vista hacia las colinas del Salzkammergut. Pero la región de Italia donde Verdi nació y creció y donde construiría su hogar no puede menos que catalogarse como un terreno poco prometedor. Las estribaciones de los Alpes Apuanos, visibles hacia el oeste desde Parma, no se divisan en absoluto desde Busseto, sino solo la Bassa Parmense en su vista más anodina, animada si acaso por alguna ocasional hilera de álamos y el encanto antiguo de sus granjas e iglesias. Apenas ha cambiado nada allí desde la infancia de Verdi. Un ferrocarril regional se tiende hacia el norte desde Fidenza (por entonces Borgo San Donnino) pasando por Busseto; de hecho, la línea fue construida en vida de Verdi, para gran disgusto suyo pues cortaba a la mitad sus propiedades. Una autopista moderna pasa a menos de cien metros de la Villa Verdi, y por ella transita un flujo interminable de camiones que van y vienen de Cremona. Pero ninguna proliferación de chalés de fin de semana estropea la campiña; hay bien poco que estropear. Se comprende por qué una vez instalado en Sant’Agata, Verdi creó, de muros adentro, su propio paisaje romántico. Sin embargo, Busseto en la década de 1820 no era en modo alguno un desierto cultural. Su ginnasio podía ufanarse de excelentes profesores, eminencias en sus respectivos campos del saber, de los que podía obtenerse una buena educación liberal. De hecho, muchos de sus graduados llegaron a ocupar puestos de importancia como matemáticos, científicos, abogados y teólogos. Su director era Don Pietro Seletti, quien también dirigía la biblioteca pública y llegaría a fundar una academia de lengua y literatura griegas. Verdi, quien incluso antes de entrar a la escuela había iniciado sus estudios clásicos bajo dos franciscanos, recibió clases de gramática italiana del propio Seletti, y de “humanidad y retórica” con Carlo Curotti y Don Giacinto Volpini. En 1825 ingresó en la escuela de música de Ferdinando Provesi, organista de la iglesia de San Bartolomeo y maestro de música municipal. Seletti, al parecer, quedó lo bastante impresionado con sus progresos para querer convertirlo en sacerdote, pero pronto se rindió ante la evidencia de la verdadera vocación del muchacho. Fue durante esos años cuando a Verdi lo acogió Antonio Barezzi, un acaudalado comerciante a quien Carlo compraba sus suministros. Verdi pasó a vivir en su casa, junto con sus cuatro hijas y dos hijos. Barezzi era el fundador y presidente de la Sociedad Filarmónica, una banda miscelánea de instrumentistas que daba conciertos en la plaza y a veces tocaba en la iglesia. So24

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lían ensayar en casa de Barezzi, y este participaba como flautista. Un registro de 1834 da una idea de la composición de esta banda: seis violines, un cello, una viola, dos contrabajos, ocho clarinetes, dos oboes, dos flautas, cinco trompetas, cuatro cornos, un bombo, otros seis instrumentos de percusión y “varios otros instrumentos pequeños”. Fue así cómo Verdi se vio en el vórtice de la vida musical de Busseto. En un documento de 1853 nos habla de las innumerables piezas que compuso desde sus trece años: marchas y oberturas para la Sociedad Filarmónica, variaciones para piano que él mismo tocaba en sus conciertos, arias y cantatas para que los cantantes locales las interpretaran en la iglesia o en el teatro, de las cuales él destaca un Stabat Mater. A esto añade Demaldé una obertura para la ópera de Rossini Il barbiere di Siviglia que “como todo el mundo sabe no tiene obertura” (¡!); y una escena de I deliri di Saul de Alfieri, para barítono –”verdadera joya, una piedra preciosa, algo realmente magnífico, que ningún compositor reconocido se avergonzaría de firmar” […]–,3 un juicio cuya validez bien podemos respetuosamente poner en duda. Sea cual fuera el nivel de cultura general en Busseto, no hay razón para creer que el estándar de la música fuera otra cosa que modesto, por decir lo menos. Las sociedades filarmónicas era una institución transalpina (no se oye hablar de ellas en Roma o Nápoles por aquel tiempo). Fundamentalmente surgieron después de las guerras napoleónicas a fin de reemplazar a aquellas orquestas privadas, aristocráticas, para las que Haydn y Beethoven escribieran sus sinfonías. La Gesellschaft der Musikfreunde vienesa surgió así, cuando los nobles amantes de la música unieron sus recursos con los de los miembros más ricos de la nueva burguesía. El propio Verdi encontraría otra sociedad del mismo carácter en la ciudad de Milán, controlada por Austria: los Filodrammatici. Pero hay un abismo entre una organización capaz de interpretar oratorios de Haydn y una que cuenta sobre todo con instrumentos de viento, y para la cual hay que arreglar toda la música. El administrador principal de los estados de Parma bajo Napoleón, Moreau de Saint-Méry, hizo en un reporte especial hincapié en la pasión de los habitantes de esta ciudad por la música; pero uno tiembla de pensar en la forma que adoptaría la música en tiempos de la adolescencia de Verdi. De hecho, los programas de mano cuentan su propia historia: marchas y oberturas, variaciones –con toda seguridad de naturaleza sub-pa3 aivs, boletín no. 1, mayo de 1976, p. 10.

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ganiniana– a cargo de algún virtuoso local, el último “hit” vocal de Rossini. Tampoco sorprende encontrar un movimiento de I deliri di Saul arreglado para fagot solo. La única ventaja que Verdi pudo haber extraído de aquel ambiente es aquella noción de pronta y no pulida eficacia que se ve tan claramente en sus primeras partituras.4 En 1829 solicitó el puesto de organista en la cercana aldea de Soragna pero a pesar de la recomendación entusiasta de su maestro, Provesi, no fue aceptado. Clausurada así la perspectiva de un empleo lucrativo en las inmediaciones, se hizo evidente con el paso de los años que Verdi necesitaba una formación profesional mejor que la que podía proporcionarle Busseto. Se había enamorado de la hija mayor de Barezzi, Margherita, y quería ponerse en situación de casarse con ella. Así pues, se decidió que Carlo Verdi pidiese una beca del Monte di Pietà, la institución caritativa de la localidad, para enviar a Giuseppe durante cuatro años al conservatorio de Milán como alumno de pago. La solicitud fue recibida con simpatía; pero las becas para los dos años siguientes ya habían sido asignadas. No importaba; Barezzi acordó adelantar el dinero necesario, con la garantía de que le fuera reembolsado (lo que finalmente no sucedió sin un buen puñado de contratiempos). Verdi, por tanto, fue enviado a Milán en junio de 1832 para el examen de admisión. Tal era su reputación en Busseto y las cercanías que Barezzi y sus amigos recibieron con incredulidad la noticia de que lo había suspendido. Fue uno de esos tempranos reveses que los compositores del temperamento de Verdi nunca logran perdonar u olvidar. A lo largo de toda su vida denostó los conservatorios, afirmando que jamás enseñaban a un compositor nada que mereciera la pena saber. Pero, en su mayoría, los biógrafos han dejado de culpar a las autoridades de Milán por su veredicto. Basily, el secretario y examinador principal, dijo en su informe al director que El signor Angeleri, profesor de pianoforte, hizo notar que Verdi tendría que cambiar la posición de sus manos, lo que, dijo, a los dieciocho años de edad sería difícil. En cuanto a la composición que presentó como propia, concuerdo plenamente con el signor Piantanida, profesor de contrapunto y subsecretario, en que si se aplica con atención y paciencia 4 Quiere una tradición que la marcha de la banda del Acto IV de Nabuco sea una composición de la época de Verdi en Busseto. Musicalmente tiene poco fundamento.

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al estudio de las reglas del contrapunto logrará controlar la genuina imaginación que demuestra poseer y de este modo se convertirá en un compositor de mérito.5 Pero el conservatorio estaba abarrotado; el propio Verdi, a sus dieciocho años, rebasaba el límite de edad requerido y era además extranjero en el ducado de Parma. No había suficientes motivos para hacer una excepción en su caso. Entre los examinadores estaba Alessandro Rolla, profesor de violín y exdirector de la orquesta en La Scala, para quien Provesi había dado a Verdi una carta de presentación (los dos hombres se habían conocido cuando Rolla dirigía la orquesta de la corte en Parma). Fue él quien hubo de darle la decepcionante noticia. Aconsejó a Verdi recibir clases privadas en Milán, indicando dos posibles maestros, de los cuales Verdi eligió a Vincenzo Lavigna, profesor de composición y, como el propio Rolla, antiguo miembro de la orquesta de La Scala, donde ocupaba el cargo de maestro al cembalo. Todo dependía ahora de Barezzi, cuyos gastos supondrían más del doble si tenía que financiar el alojamiento de Verdi. Afortunadamente, Barezzi había tomado las riendas de aquella situación y no tenía intenciones de echarse atrás. Se decidió que Verdi, durante sus estudios con Lavigna, se alojara con Giuseppe Seletti, sobrino del director del colegio de Busseto y amigo personal de Barezzi. No fue un acuerdo feliz. Las cartas de Seletti a Busseto son bastante cordiales en un inicio pero no tarda en deslizarse en ellas una nota de amargura. Claramente los gastos de la vida en Milán, incluso para un estudiante de música, eran mayores de lo que Barezzi había previsto. Había que comprar papel pautado, pagar un bono para un asiento permanente en La Scala, una suscripción para que los vendedores de música le facilitaran las últimas partituras. Además, Verdi necesitaba ir decentemente vestido para no avergonzar a su anfitrión. Barezzi nunca dejó de pagar las cuentas que le enviaba Seletti. Pero, antes de que pasaran dos años, Seletti dejó bien claro que ya no deseaba tener a Verdi en su casa. No menciona otro mal comportamiento que sus “modales burdos” y que “es el tipo de hombre al que nunca hubiera querido conocer”. La guinda fue que Verdi se negó a alojarse con la familia que Seletti había elegido para él. “Así llegue a ser mil veces más grande que Rossini –despotricaba Seletti–, siempre diré que lo conocí como un maleducado, un arro5 wmv, p. 9.

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gante, y, conmigo personalmente, un poco canalla”.6 A esto siguen insinuaciones sobre una conducta que él preferiría no revelar al futuro suegro de Verdi (¿habría mostrado excesiva familiaridad con la hija del propio Seletti?, nos preguntamos). Verdi no tardó en recibir una dura nota de Barezzi señalándole cuánto había gastado este en sus necesidades desde que abandonara la casa de Seletti. Quienes busquen la causa de la posterior obsesión de Verdi con la independencia económica no necesitan ir más lejos. Nunca la dependencia de otros le había resultado más odiosa. Afortunadamente, las clases con Lavigna iban rindiendo frutos. El profesor enviaba informes regulares al Monte di Pietá, elogiando la aplicación de su pupilo, su creciente destreza y su irreprochable carácter moral. Verdi dio su propia versión de aquellas clases en una famosa carta a Francesco Florimo de 1871: Lavigna era muy fuerte en contrapunto y un poco pedante, y no quería saber de ninguna otra música que la de Paisiello (su maestro). Recuerdo que corrigió a la manera de Paisiello toda la notación de una sinfonía que yo compuse. ‘Así sea’, me dije; y desde ese momento no volví a enseñarle mis composiciones originales y en los tres años que estuve con él no hice otra cosa que cánones y fugas, fugas y cánones de todo tipo. Nadie me enseñó orquestación ni cómo abordar la música dramática. Fuera de contexto esto podría parecer un reproche, por no decir una indelicadeza. Pero no era eso lo que Verdi pretendía expresar. En una época en que los jóvenes italianos se sentaban a los pies de Liszt y Bülow con la esperanza de ser conducidos a la tierra prometida de la música trascendente, el granjero de Sant’Agata insistía en las virtudes superiores de la mera disciplina técnica. No importaba que Lavigna fuese un compositor absolutamente menor; Verdi lo valoraba como Beethoven a Albrechtsberger. Su carta terminaba así: “Él [Lavigna] era docto y yo desearía que todos los maestros fuesen como él”.7 Fue también Lavigna quien presentó a Verdi a los Filodrammatici, una Sociedad Filarmónica de la que formaban parte varios miembros de la nobleza milanesa y que contaba con un coro excelente. 6 mgv, pp. 37-38. 7 agv, i, pp. 118-119.

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