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La Herencia de Hosting © 2014 T. Dolmen Editorial sobre la presente edición 1ª Edición: Noviembre 2014 ISBN: 978-84-15932-48-2 Depósito Legal: PM 946-2014 C/Oms 53, 3º 07003 Palma dolmen@dolmeneditorial.com Autor: Vicente García Corrección: Toni Planas y Pilar Lillo Dibujo y diseño de portada: Tomeu Morey Editor: Jorge Iván Argiz Maquetación interior: Fernando Fuentes Dirección: Darío Arca

Con el apoyo del Institut d’Estudis Baleàrics

Ninguna parte de este libro podrá ser reproducida ni distribuida por sistema electrónico o mecánico alguno sin previa autorización escrita de su propietario o del editor, salvo para uso informativo. Todos los personajes y sucesos en esta publicación, más allá de los que son claramente de dominio público, son ficticios y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Precio en Canarias, Ceuta y Melilla incluye gastos de transporte.

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El ser humano ha sido incapaz de gestionar la aparici贸n y el desarrollo de su propia inteligencia, no ha sabido adaptarse a su evoluci贸n definitiva.

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Paul iba a morir en breve. Lo sabía y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. El destino le había sentenciado a muerte desde el preciso momento en que había pisado Hosting… y ya era tarde para evitarlo. Paul no era de los que se rendían fácilmente, pero tampoco era un estúpido que no reconociera la verdad cuando la tenía delante. Como buen jugador de póker, sabía que la vida era una continua partida de cartas, y en aquel momento no contaba ni con una mísera pareja de doses en la mano. La suerte estaba echada.

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El cansancio había comenzado a apoderarse de David. Llevaba conduciendo ocho horas sin descanso y su mujer, que se había esforzado en darle conversación, se había quedado dormida nada más esconderse el sol. Procuraba estar atento a la carretera que surcaba aquel espeso bosque en dirección a Hosting, un pequeño pueblo en el interior de los EEUU donde días atrás había fallecido un tío lejano suyo que no tenía más parientes que él. Era el único beneficiario del testamento, le había dicho el albacea, lo cual le produjo una agradable sensación interior de la que no estaba nada orgulloso pero que no pudo evitar, ya que la situación económica familiar no era precisamente buena. David miró a su esposa, dormida, que reposaba plácidamente su rubia melena en el respaldo del asiento. No pudo evitar pensar en cómo aquella adorable mujer había sido capaz de dilapidar todos sus ahorros en el juego. Ella misma había confesado aquella ludopatía que había nacido casi sin quererlo y que había ido creciendo en ella poco a poco, aumentando con el paso de los meses hasta perderlo todo por culpa del irrefrenable impulso por el juego en internet. Le gustaba jugar, a cualquier cosa, en cualquier momento, hubiera o no dinero de por medio. Aquella herencia podía ayudarles a salir del bache económico y a cimentar de nuevo sus vínculos de pareja. Por eso habían dejado a sus dos hijos adolescentes con sus abuelos y habían decidido tomarse aquel viaje como unas improvisadas vacaciones. Aburrido, conduciendo por aquella carretera interminable y con la esperanza de ver aparecer el pueblo al final de 7

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cada curva, intentó localizar alguna emisora de radio. En aquel momento perdió el control del coche. Apenas tuvo tiempo de reaccionar al escuchar la explosión seca del neumático al reventar. Con rápidos reflejos evitó que el coche comenzara a rodar dando vueltas de campana, aunque no pudo impedir que, tras zigzaguear, chocara de lado contra uno de los muchos árboles que lindaban a ambos lados de la carretera. Las manos le temblaban. Se giró hacia su mujer, que parecía estar bien. Se había desmayado y únicamente un hilillo de sangre resbalaba por la parte derecha de la frente como consecuencia del choque contra el lateral del vehículo. Le costó unos minutos abrir la puerta y sacar del interior a Martha, que por fin recobraba el conocimiento. —¿Qué ha pasado? —preguntó ella confusa. David, sin dejar de sujetarla, miró las ruedas del vehículo localizando con rapidez un agujero fácilmente visible en el neumático derecho. —Me imagino que una roca puntiaguda debe de haber reventado la rueda, aunque no tengo conocimientos de mecánica —respondió David. —Pues menuda ayuda, debería de haberme casado con un mecánico —Martha esbozó una sonrisa aunque estaba visiblemente mareada—. Hace mucho frío aquí fuera y creo que me he hecho daño en el tobillo. —Tienes suerte de estar casada con alguien con amplios conocimientos médicos —dijo David tapándola con su abrigo. —Bonito eufemismo para definir a un médico criminal forense que ha trabajado para la mitad de las agencias gubernamentales del país. Siempre tan modesto. —Dicho así parece que estés casada con un espía de fama internacional que además es experto en la lucha contra el mal. Ya sabes que no me gusta alardear de algo que tiene mucho menos romanticismo de lo que nos han hecho creer en el cine y la televisión —matizó mientras 8

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comenzaba a palparle el tobillo—. Afortunadamente no parece haber nada roto. Debe de ser la contusión por el golpe. Ha sido un choque bastante fuerte. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Martha sintiéndose entrar en calor gracias al abrigo de David. —No lo sé, estamos sin cobertura y por aquí no pasan muchos coches. Hace ya bastantes kilómetros que dejamos atrás Adkins, por lo que no deberíamos de estar muy lejos de Hosting. Podemos intentar caminar un poco e intentar llegar a pie. Martha asintió con la cabeza, aunque nada más apoyar el pie en el suelo notó un intenso dolor en el tobillo. —¡Mierda, qué dolor! —maldijo con gesto desencajado—. No sé si podré caminar con el tobillo así. —Quédate dentro del coche mientras busco ayuda —dijo David no muy seguro de su propuesta. Martha dudó, pero ante la perspectiva de tener que pasar la noche a la intemperie acabó aceptando. Tras besarla, David inició su camino intentando aprovechar la poca luz que, regalada por la luna, se colaba entre los árboles. —¿Ves algo, cariño? —escuchó decir a su mujer nada más girar la primera curva. —¡No, de momento no! Caminaré un poco más. Tranquila, quédate dentro del coche —gritó David, escuchando como su voz retumbaba en medio de un silencio que le pareció sobrenatural. Caminó algunos minutos por la carretera hasta que escuchó un ruido al otro lado. —¿H-hola, hay alguien ahí? —preguntó David inseguro, escudriñando con dificultad en la oscuridad, casi deseando no escuchar ningún tipo de contestación—. ¿Hay alguien ahí? El silencio fue la única respuesta, por lo que aguzó el oído hasta que escuchó claramente el crujir de algunas ramas secas a escasos metros. Había alguien o algo ahí, de eso no 9

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cabía duda, aunque con toda seguridad debía de tratarse de algún animal. Dudó sobre qué hacer. Finalmente decidió caminar un poco más poniendo toda la atención de sus sentidos. Avanzó por el centro de aquella vieja carretera con la esperanza de ver algún rastro de civilización al otro lado de la curva que se abría a escasos metros. —¡Maldición! —farfulló al ver una nueva curva ante él. No dejaba de mirar a su alrededor, inquieto, como si esperara que algo o alguien se abalanzara sobre él. Pero nadie lo hizo, aunque sí logró ver, iluminado por la luna, lo que parecía un pequeño y escondido camino que se internaba en el bosque. Tras sopesar la posibilidad de continuar varios kilómetros más a ciegas por aquella carretera o encaminarse por aquel sendero que alguien había abierto entre los árboles, se decantó finalmente por adentrarse un poco en el bosque en busca del rastro de civilización que mostraba aquel camino. . Aquel bosque parecía lo suficientemente tranquilo como para no temer nada de él. Muerto de miedo y de frío, avanzando casi a ciegas e intentando no tropezar con las abundantes ramas desperdigadas por el suelo, no tardó mucho en llegar hasta un claro donde numerosos árboles habían sido talados y en el que se encontraba una pequeña base de cemento rodeada de vigas que parecía abandonada a medio construir, con una cabaña derruida y un pozo de piedras a su lado. Sin saber muy bien el significado de todo aquello, se acercó como hipnotizado al pozo. Una vez junto al irregular borde de piedra que coronaba aquella estructura, decidió asomarse para lanzar una cerilla dentro y curiosear en su interior, lamentándolo casi al instante. Su instinto, ese del que presumía en ocasiones frente a su mujer y sus compañeros de trabajo, y que parecía funcionar por libre y aparecer solo para anunciar consecuencias funestas, comenzó a indicar10

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le que no estaba solo. No estaba solo. Había percibido algo a sus espaldas que le había hecho saltar todas las alarmas. Podía sentir una presencia tras él. Podría jurar que algo o alguien se encontraba a escasos metros y le estaba observando, inmóvil, sin hacer ningún ruido. David no se atrevía a girarse. No era ningún cobarde, pero aun así las piernas le temblaban impidiéndole reaccionar. Temía darse la vuelta y estaba experimentando la misma reacción que tienen los avestruces frente al peligro: si no ves el peligro, este no te alcanzará. Pasaron unos segundos antes de que sus piernas comenzaran, siempre de espaldas, a girar alrededor del pozo. Las manos que tenía apoyadas en las piedras le temblaban tanto que empujó una sin querer, que cayó al fondo y provocó un ruido seco que rebotó en el silencio de aquel claro. Fue en aquel instante que aquella presencia escapó del lugar. David pudo oír con claridad cómo iniciaba la carrera entre la abundante maleza. Tal vez la asustó el ruido de la piedra entrando en el agua del fondo. David agradeció por igual el poder respirar tranquilo y el saber que no se estaba volviendo un paranoico. Ya no había nadie a su alrededor. Pero la piedra había removido el fondo del pozo y de su interior se desprendía ahora un hedor a putrefacción que le invadía las fosas nasales. Aquella sensación era nauseabunda. Tras llenar sus pulmones de aire fresco, se atrevió a asomar de nuevo la cabeza en el pozo mientras aguantaba la respiración. No vio nada, estaba demasiado oscuro. Lanzó en vano varias cerillas pero tampoco pudo vislumbrar nada: solo la más completa oscuridad. Finalmente se decidió a lanzar una piedra con fuerza en su interior. Escuchó cómo, tras chocar contra algo, lo partía antes de llegar al agua. Aquel pozo debía de albergar el cadáver de más de un animal, pensó. Con la sensación de haber perdido el tiempo, decidió regresar al coche. Mientras caminaba le vino a la cabeza la posibilidad de que su mujer le necesitara. Tal vez había sido 11

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un error dejarla sola en aquel lugar abandonado de la mano de Dios. Aceleró el paso. A los pocos minutos se dio cuenta de que había cometido el peor de los errores. Con las prisas no había prestado atención y, ayudado por la oscuridad, se había perdido en aquel bosque. La desesperación se apoderó de él. Intentó por todos los medios localizar la maldita carretera. No podía estar muy lejos pero con cada paso que daba, temía estar alejándose más y más. De repente, un ruido gutural rasgó la noche. No era muy lejano, pero la perturbación que le acosaba no le permitía discernir y lo mismo podía ser el sonido de un perro golpeado por un coche como el chillido desesperado de una mujer reclamando ayuda. Comenzó a correr desesperado hacia el lugar de donde había salido aquel sonido. Poco después localizó la carretera y enseguida el coche. No había rastro alguno de Martha.

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El coche parecía abandonado. Ni rastro de las maletas ni de su mujer. Lo que sí encontró fueron rastros de sangre en la calzada, junto al coche. —¡¿Martha?! —gritó David nervioso, mirando a todos lados para intentar localizar a su mujer o buscar alguna pista de ella—. ¿Hola? El nerviosismo se había apoderado de él y, por momentos, no podía pensar con claridad. Con las manos en la cabeza, apretándose con fuerza las sienes, intentó por todos los medios despejar su mente, alejar aquel miedo irracional que le impedía razonar y tomar decisiones. De repente, todo a su alrededor fue silencio. Un silencio aterrador. Fue entonces cuando a lo lejos, proveniente del norte, escuchó una cancioncilla. Fue apenas un instante… pero estaba plenamente seguro de lo que había escuchado. Cogió la linterna que siempre guardaba en la guantera y, guiándose por todos sus sentidos, se adentró en el bosque, entre aquellos altos árboles y los matojos que le arañaban las piernas. Sabía perfectamente que la música había llegado en esa dirección. De vez en cuando se detenía y procuraba aguzar el oído para constatar que iba en la dirección correcta. En efecto, la música seguía sonando y parecía que estaba cada vez más cerca. Se detuvo frente a lo que parecía ser un viejo caserón a punto de caerse. Debía de hacer unos ochenta metros cuadrados, con paredes hechas a base de tablas de madera roídas por el paso del tiempo, ventanas con cristales rotos y una chimenea hecha de piedras mal colocadas que iba expulsando el humo prácticamente desde la base. 13

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Se parapetó detrás de un árbol mientras escuchaba cómo alguien cambiaba el disco de una vieja gramola. Una nueva canción comenzaba a sonar y se escuchaban algunas risas de fondo. ¿Quién podía estar despierto a aquellas intempestivas horas de la madrugada escuchando canciones de los años 40 en una destartalada casa en medio del bosque? David, tras comprobar de nuevo que seguía sin cobertura en su móvil, se acercó lentamente hacia una de las ventanas laterales de aquella casucha de donde salía un débil haz de luz. No sabía muy bien por qué, pero algo en lo más profundo de su ser le decía que no se encontraba muy lejos de su mujer. A través de la ventaba pudo ver el interior de aquella casucha. Bajo la exigua y amarillenta luz de un quinqué, un grupo de seis personas gritaban y bailaban semidesnudas alrededor de un vetusto gramófono que sonaba todo lo alto que podía. Sin duda debían de estar celebrando algo, y él prefería no imaginarse qué. Todo el asunto del accidente en la carretera le había dado mala espina desde el principio y aquello no hacía sino confirmar todas sus sospechas. El grupo lo formaban un señor de avanzada edad, delgado y con descuidada barba blanca; tres mozalbetes —uno orondo y grasiento, otro fuerte y musculado, y el último delgado y de piel blanca como la leche— que debían rondar la veintena de años; una chica de larga melena rubia con un blanco vestido que apenas cubría más que vestía, y una señora oronda de edad incalculable que permanecía sentada en una roída mecedora como si de un trono se tratara. Ella debía ser la matriarca del grupo. Observaba la escena callada y con mirada satisfecha, sosteniendo un gigantesco puro que inundaba con su humo las cuatro paredes de aquel salón. No hacía falta ser muy observador para ver varias armas de fuego tiradas aquí y allá, asomando entre papeles, bajo el sofá, sobre la chimenea. Todas ellas colocadas de forma descuidada, como si de pisapapeles o sujetalibros se trata14

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ra. Aquel grupo de personas bien podía componer una de aquellas familias que aparecían en las mil y una novelas de terror baratas a las que era aficionada su hija. Mientras pensaba en todo esto, la mirada del tipo gordo se dirigió distraída hacia la ventana por la que miraba. Se agachó rápidamente, aunque no podía asegurar que no le hubieran descubierto. A los pocos segundos escuchó la escandalosa puerta de la entrada chirriar y unos pesados pasos salir de la casa. ¿Le habían descubierto? Si era así estaba perdido. Buscó rápidamente algo que pudiera usar como arma y encontró junto a él una pala. Eso serviría. Pero justo en aquel momento los pasos cesaron. Tras unos segundos de silencio comenzó a escuchar ruido de agua cayendo, a la vez que un borbotón de palabras sonó más fuerte que la música del tocadiscos. —Creo que sería hora de arreglar el maldito pozo negro, papa —dijo una voz desde el otro lado de la casa—. Se me están helando hasta los huevos con este frío. —¡Sieeeempre igual! La misma cantinela cada vez que el chiquitín no puede más y ha de salir en mitad de la noche a echar su meadita. —Pobresito, deja de meterte con el niño —intervino una voz femenina de tono grave—. Le vas a plantar un trauma de esos en su cabeza. —¿De qué trauma me estás hablando? ¿Se ha muerto alguna vez alguien de una de esas cosas? A mí me da igual que tenga uno o un millón de traumas, con tal de que acabe siendo un hombre como Dios manda. —Soy un hombre, tranquilos, podéis preguntárselo a Maggie —cortó el primero desde fuera de la casa. —Deja a tu hermana en paz, que bastante tiene con su estado de buena esperanza —intervino una voz femenina pero ronca, que debía de ser la matriarca de aquel grupo—. Falta nos hacía un nuevo pequeñín en esta familia, ya creíamos que todos erais unos malditos imponentes incapaces de 15

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dejar preñá a la niña. Lástima que no sepamos de quién de los tres es. David no daba crédito a lo que oía. Pensó que si tenía que salvar a Martha de las garras de aquellos degenerados debía hacer alguna cosa. Intentando no hacer ningún ruido que lo delatase, agarró la pala con sus manos, que le temblaban sin poderse controlar. No tenía muy claro cuál era el siguiente paso. Pero el destino parecía decidido a resolver aquella situación por sí mismo y mientras se debatía en un mar de dudas, escuchó cómo a sus espaldas se rompía una rama. —Oye, qué haces aquí, no petenderás robarnos la pala —exclamó un hombre con marcado acento sureño a sus espaldas. —N-no, en absoluto —respondió David mientras se giraba para ver con quién hablaba—. Simplemente he visto la pala ahí tirada y la he recogido para que no se perdiese o cayera en manos de algún desaprensivo. —¿Desaprencivo? —Quiero decir que no quería que la pala cayera en malas manos —matizó intentando ganar algo de tiempo. —Ya lo sabía, por supuesto que sí —añadió su interlocutor mientras se subía la cremallera del pantalón y le dirigía una sonrisa—. Me llamo Joshua, y si quiere puede entrar en casa y tomar algo. Padre seguro que querrá agradecer su generosidad y charlar un poco. No suele venir mucha gente por aquí, ¿sabe? David dudó por un momento. Tal vez era con aquella candidez como aquellos tipos capturaban a sus víctimas. —Pase, hombre, que no le vamos a comer —repitió al tiempo que insistía en mostrar una sonrisa conciliadora como intentando transmitir una cordialidad que David estaba lejos de percibir. —Gracias, de verdad, comenzaba a tener frío aquí fuera —añadió finalmente David—. Me he desviado de la carretera. Estoy buscando… a mi perro. 16

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—Espero que su chucho no se haya acercado mucho por aquí. A mis hermanos les gusta bastante hincarles el diente a esos animales y jugar antes un poco con ellos. Ya me entiende, ¿verdad? No suelen pasar muchas cosas por estos lugares y nos hemos de entretener con lo que podemos —dijo añadiendo de nuevo aquella estúpida mueca de pretendida sonrisa. David optó por no soltar la pala y entrar en la cabaña sin dar en ningún momento la espalda a aquel proyecto de ser humano que apenas si sabía componer frases compuestas y subordinarlas. —¡Familia, tenemos un invitado! —anunció Joshua al resto del grupo mientras entraba por la puerta. El más absoluto de los silencios dio la bienvenida a David. Todas las miradas se centraron en él, quien de un rápido vistazo sitúo a todos los componentes de la familia. Cerca del gramófono, que seguía girando y haciendo sonar una vieja y alegre canción, había una puerta que tenía todo el aspecto de conducir a un sótano. Ese debía de ser sin duda su objetivo, aunque en aquel momento tenía muy complicado el acercarse hasta allí. Pasada la sorpresa inicial, Joshua presentó al recién llegado al resto de la familia. —Faltan mis dos hermanos pequeños, Erico y Nathalian, que deben estar durmiendo la mona fuera. Este de aquí es mi hermano Phillips, esta otra mi hermana Polca —Joshua iba haciendo las presentaciones mientras David saludaba uno por uno a aquella curiosa familia al tiempo que aprovechaba para inspeccionar visualmente el cuchitril. El lugar apestaba y tenía pinta de no haber sido limpiado a fondo en años. Todo estaba mucho peor de lo que había observado en un primer instante. Pronto le tocó el turno de saludar al padre de la familia, que permanecía tranquilamente sentado en una silla de ruedas desde donde le contemplaba con mirada firme y penetrante, escrutándole detenidamente. 17

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—Encantado, joven, mi nombre es Gary —se presentó aquel tipo delgado que le estrechó la mano y parecía que se negaba a soltársela, como si quisiera que le reventara. Sin tiempo de responder le llegó el turno a la matriarca, una señora gorda como pocas, que permanecía sentada en una mecedora sobre la que se balanceaba amenazando con romperla con su peso, y cuya mirada, como la de su marido, parecía atravesarte. ¿Habría deducido alguno de ellos el verdadero motivo de su presencia en aquel lugar? David habría jurado que sí. Aunque tenían aspecto de retrasados mentales, seguramente distaban mucho de serlo si habían sobrevivido tanto tiempo en aquel sitio apartado de la civilización. David intentaba prestar atención a la conversación que aquella señora pretendía establecer con él, mas su cerebro no cejaba en el intento por buscar alternativas que pudieran hacerle escapar de aquella casa junto con su mujer. Y eso si se podía definir como ‘casa’ a aquel lugar que parecía a punto de caerse en mil pedazos y que cuanto más contemplaba más náuseas le daba. No había nada ni remotamente limpio. Nada. Todo resultaba repulsivo. Mirara donde mirara, solo lograba que el estómago se le revolviera un poco más. Platos sucios en el sumidero apilados desde hacía días, pañuelos con mocos verdes aquí y allá acampados junto a unas colillas que nadie parecía querer recoger; incluso se podían apreciar diminutos y asquerosos gusanos blancos arrastrándose con tranquilidad entre los restos de comida y algunas cucarachas de un tamaño como no había visto nunca pululando por el suelo. Pero lo peor era el olor. O los olores, porque parecían competir entre ellos por ver cuál era el más repulsivo. Hedor a agua estancada, basura putrefacta y humedad competían en aquel lugar con los olores provenientes del pozo negro situado fuera y que por momentos lo invadía todo, provocando que David tuviera que hacer enormes esfuer18

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zos para no hacer evidentes las arcadas que todo aquello le provocada en su estómago. Además, como guinda de aquel pastel, estaban los múltiples sonidos emitidos por aquella pandilla de subhumanos y que ninguno de ellos parecía interesado en esconder. Al margen de la desagradable y seca tos de Gary, de lo que poca culpa tenía, estaban las continuas flatulencias de la matriarca y los eructos de la niña. Un espectáculo que embriagaba por completo todos sus sentidos y del que no quería sino alejarse cuanto antes. —Son unos guarros —dijo la matriarca pareciendo adivinar los pensamientos de David al tiempo que soltaba una ventosidad—. Pero qué le vamos a hacer, demasiados hombres entre estas cuatro paredes, y la única mujer, la niña, es la peor de todos. —Y diciendo esto se bebió de un trago el contenido del vaso que tenía en las manos al tiempo que le ofrecía un trago a David. —Tome, le gustará —espetó la señora mientras se servía ella misma otro vaso repleto de aquel mejunje que apestaba a alcohol puro—. Brindemos por la noche, lo que nos ha traído y lo que nos traerá. —Tras estas palabras, de un trago engulló el contenido del vaso, mientras con la otra mano hacía señas a David para que la acompañara. Ante tanta insistencia, David probó aquel brebaje. —¿Qué demonios es esto? —preguntó David entre toses mientras su garganta le ardía como una brasa, lo que provocó las risas de toda la familia. —Una vieja receta familiar especial para pasar las largas noches de invierno —respondió orgullosa la matriarca—. Por culpa de esta bebida nacieron varios de esos inútiles —añadió señalando a sus hijos, que seguían riendo y bebiendo. David depositó el vaso sobre la mesa a la vez que notaba cómo algo le pellizcaba el culo. Se giró rápidamente cruzando su mirada con la de la matriarca cincuentona entrada en 19

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carnes. ¿Le acababa de tocar el culo aquel esperpento de mujer que además ahora le miraba con aire picarón? No podía evitar sentirse contrariado, ya que no había podido impedir tener una erección que ahora asomaba incipiente por su entrepierna. Aquello había gustado a la señora, que le guiñaba un ojo señalando con la mirada la puerta de lo que debía de ser el dormitorio. Debían de haberle añadido algo a la bebida que había tomado y que le estaba afectando muy seriamente a la cabeza. Con la esperanza de no haber sido envenenado, intentó sopesar todas las opciones a su alcance. Estaba claro que el tiempo corría a su favor ya que aquella pandilla de antisociales, conforme avanzaban los minutos, estaban más borrachos. De hecho, uno de los hermanos yacía ya rodeado de vómitos en un sofá. Fue entonces cuando una mano se posó sobre su hombro. —Toma, otra copa, la necesitarás. —Era el patriarca del grupo que desde su silla de ruedas le ofrecía otro vaso. —¿Perdón? —preguntó David intentando evitar tener que coger el recipiente. —Creo que te conviene tomarte otra copa —le insistió el hombre con el tono de quien le explica por tercera vez algo básico a un niño—. Al final, todos caen, tiene algo con los hombres que la hace irresistible. David, confuso, no acababa de entender si se refería a la bebida o a su mujer. Tal vez quisieran envenenarle y acabar con él. O emborracharle para así reducirlo más fácilmente. O sencillamente hacerle más fácil un trance por el que no estaba dispuesto a pasar. De una forma u otra tenía que ganar tiempo, por lo que agarró la copa y, sin pensárselo dos veces, se la tomó de nuevo de un trago. La segunda vez no sabía tan mal, aunque de nuevo sintió como ardía su garganta. Ahora su cabeza comenzó a girar. Resultaba obvio que toda aquella gente no podría aguantar mucho más aquel ritmo frenético que 20

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mantenía copa tras copa. Si ganaba tiempo sería mucho más sencillo llegar hasta el sótano y rescatar a su mujer. Necesitaba media hora más. Media hora. Aquello podía resultar una eternidad en aquellas circunstancias, y más si tenía que beber más de aquel licor. Fue entonces cuando la segunda vía se le apareció de nuevo. La matriarca, a unos cinco metros de él, se había introducido en el dormitorio principal y desde el interior le hacía gestos obvios para que se acercara sin importarle lo que opinara el resto de la familia. ¿Es que todo el mundo allí carecía de la más mínima decencia o del más básico de los decoros? Frente a la opción de seguir bebiendo y perder el conocimiento como el resto de los que estaban en aquella habitación, comenzó a contemplar la posibilidad de entrar en aquella habitación e intentar ganar tiempo como fuera con aquella señora redonda y grasienta que parecía querer intimar con él.

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Mientras se dirigía lentamente a la habitación, como un cordero que va hacia el matadero, la mente de David intentaba centrarse en cómo ganar tiempo una vez atravesara el umbral de aquella puerta. El tiempo jugaba a su favor. Por mucha tolerancia que tuvieran a la bebida, era imposible que aguantaran más de media hora, tal vez una hora, si mantenían aquel ritmo. De modo que se trataba de alargar la conversación al máximo y dejarse tocar a lo sumo los muslos por aquella señora. Pensó que tal vez el marido o alguno de los hijos le impedirían llegar hasta la puerta. Nada más lejos de la realidad. Todo el mundo continuaba la fiesta por su cuenta, solo acompañados por la música de la vieja gramola. Debía ser una práctica habitual que la señora atrajera cual mantis a los invitados hasta su habitación, ya que a la vista estaba que aquel tipo que hacía las veces de marido no estaba en condiciones de satisfacerla de muchas maneras. Tras dudar, llamó a la puerta de forma protocolaria y la empujó dando un par de pasos hasta su interior. No vio a nadie. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que sucedía y cuando lo descubrió, ya era demasiado tarde. Aquella señora lo esperaba detrás de la puerta, acechándole más bien. Antes de que pudiera reaccionar, se encontró atrapado por aquel mastodonte que lo inmovilizaba con sus férreos y obesos brazos. Por si fuera poco, las copas de aquel alcohol infernal que había ingerido le estaban provocando un mareo de tal magnitud que no lograba coordinar adecuadamente ninguna de sus extremidades. Estaba jodido y bien jodido. 22

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La había cagado, había caído en la trampa y ahora parecía condenado a pagar con su vida por su estupidez. En apenas unos segundos se encontró sobre la cama, con aquella inmensa mujer encima de él dispuesta a golpearle con todas sus fuerzas hasta dejarle inconsciente. O eso pensaba él. Pero pronto vio que estaba equivocado. En lugar de un golpe mortal notó la gruesa mano de aquella mujer agarrando su entrepierna con fuerza, agitando el pene con sus dedos rollizos como morcillas, como pretendiendo masajearlo. ¿Pudiera ser que las pretensiones de aquella mujer fueran sexuales? Intentó revolverse sin el más mínimo éxito. Sobre él debía de haber, ¿cuántos? ¿140, 150 kilos? El peso exacto daba igual, ya que en sus precarias condiciones no hubiera podido desplazar ni siquiera 100. Y mientras tanto, aquella mano continuaba moviéndose bajo sus pantalones, entre sus piernas, manejando su pene con la palma y autocomplaciendo a su dueña con los nudillos, que se restregaban contra su propio sexo masturbándolo. Aquello no podía estar sucediendo, debía de ser una pesadilla. Su mujer atrapada un par de metros más abajo y él siendo vejado sexualmente por aquella morsa. —S-señora, pare, por favor —murmuró David con el poco aliento que toda aquella grasa sobre él le permitía. Pero no hubo ninguna respuesta a su súplica. Es más, su ruego debía de haber excitado a la señora que, con su otra mano, como las aves hacen con su pico, desembuchó primero un pecho y luego el otro, dejando ver su inmensas ubres de pezones pequeños como lentejas e inmensas aureolas. —Chupa y calla —fue lo último que alcanzó a oír David antes de que comenzaran a estrellarse sobre su cara aquellas dos inmensas tetas. Primero la derecha, luego la izquierda, la derecha, la izquierda. La mujer estaba como enloquecida, mientras que a él todo aquello solo lograba aumentarle el tremendo dolor de cabeza y las ganas de vomitar. 23

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Intentando respirar, abría la boca, logrando atrapar algo de aire justo antes de que se estrellara contra él uno de aquellos pechos, para satisfacción del ballenato, que comenzaba ya a gemir de placer. Fue entonces, en el momento en el que el repiqueteo de los senos parecía darle un descanso, cuando la cara de la mujer se abalanzó sobre la suya y, sacando su enorme lengua, se la introdujo hasta la garganta. Le dio la sensación de que le llegaba hasta la campanilla y que la revolvía desenfrenadamente arriba y abajo. Fueron unos segundos eternos. Un chorro de saliva le invadió la boca, momento en el que abrió los ojos que ni recordaba haber cerrado, solo para ver aquel horrible rostro sobre el suyo. No estaba seguro de qué era lo más horrible de aquel plano contrapicado que tenía de la señora, si la enorme verruga bajo el ojo derecho, los gruesos pelos que afloraban desde la nariz o los granos de pus que asomaban aquí y allá, algunos explotados y algunos a punto de hacerlo por sí solos. Y eso por no hablar de aquel aliento que despedía su boca, casi agradeciendo el olor a alcohol que inhibía otros posibles peores aromas, que se entremezclaban con el hedor corporal de aquella mole sudorosa que se restregaba contra él. Pero lo peor aún estaba por venir. Los movimientos de aquella señora lo habían excitado y su pene permanecía ahora firme y erecto. David se preguntaba para sí qué clase de degenerado era para poder excitarse en unas circunstancias como aquellas. Cuando por fin notó cómo la lengua escapaba de su boca cual serpiente saliendo de su madriguera, sintió un peso caer sobre su entrepierna. Sin acabar de creérselo, elevó la cabeza y por entre los pechos y los pliegues de aquella enorme barriga pudo contemplar la escena. Aquella hija de puta había logrado desabrocharle la cremallera, desenfundar su pene de entre los calzoncillos e introducírselo en la vagina, o lo que fuera que aquel ser tuviera entre las piernas. 24

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—Sigue, sigue campeón —gritaba ella una y otra vez mientras apoyaba sus manos a ambos lados de la cabeza de David y meneaba el culo arriba y abajo follándole—. Oh, sí, qué gusto, qué grande. David intentó gritar, no sabiendo si por desesperación o por miedo, logrando solo que aquella mujer bajara su cabeza y volviera a introducir aquella lengua en su boca callándole automáticamente. No tenía muy claro el tiempo que duró aquello, ni quería saber si él o ella habían acabado corriéndose. Para cuando el proceso terminó, ya no se oía ningún ruido fuera, ni siquiera el de la música de la vieja gramola. Debían de estar todos derrotados por el alcohol y el resto de sustancias psicotrópicas consumidas, aunque él tampoco es que estuviera mucho mejor.

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El dolor de cabeza persistía aunque comenzaba a remitir ligeramente. Sospechaba que había permanecido desmayado durante algún tiempo, aunque había perdido por completo la noción temporal. Tendida a su lado, todavía sudorosa, permanecía aquella mujer que, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, había abusado sexualmente de él. Con una sensación de asco de la que no lograba librarse, se subió los pantalones, se abrochó la cremallera y comenzó a caminar con pequeños pasos hacia la puerta. Aquella era su oportunidad. Llegó hasta ella y comenzó a empujarla intentando hacer el mínimo ruido posible, logrando justo todo lo contrario al escupir las bisagras un largo chirriar que le provocó un sobresalto en el corazón. Su acosadora continuaba yacente sobre la cama, roncando y con un grueso reguero de saliva que le caía por su comisura derecha de la boca. Más allá de la puerta, el resto de la familia se encontraba tirada aquí y allá, ajena a él, esparcida por suelo, colchones y sofás. Todos parecían fuera de combate. Los siguientes pasos que dio se le hicieron eternos. Sus temblorosas piernas conducían unos pies que no lograban sino hacer crujir el suelo que pisaban, teniendo la sensación de que se le podía escuchar en varias leguas a la redonda. A punto estuvo en diversas ocasiones de tirar el jarrón o la lámpara de turno, hasta que por fin llegó hasta la puerta que conducía al sótano donde estaba su mujer. Casi podía oler su perfume en medio del asqueroso hedor existente. Pero el destino parecía estar lejos de querer aliarse con él en aquella eterna noche, ya que la joven de la familia, Pol26

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ca, se encontraba dormida y con la cabeza apoyada en la entrada que permanecía cerrada. A pesar del frío reinante, David no dejaba de sudar mientras intentaba encontrar una solución. Decidido a no marcharse de allí sin Martha, agarró cuidadosamente a la joven por las axilas con la idea de apartarla de la puerta. Fue justo en aquel momento cuando una voz situada detrás de él estuvo a punto de provocarle una taquicardia. —¿Dónde crees que vas, machote? ¿No has tenido suficiente con mi jaca que ahora quieres montar también a la pequeña yegüilla? Si será cabrón. David no sabía qué responder y mucho menos cómo reaccionar. A escasos metros, sentado en su silla de ruedas, el patriarca mantenía su mirada clavaba en él. —La gente de ciudad sois todos iguales, unos asquerosos viciosos que nunca tenéis bastante —continuó diciendo aquel hombre en tono acusador—. ¿No creerías que ibas a conseguirlo sin pasar por caja? Una cosa es satisfacer a mi mujercita y otra muy diferente gozar de la niña. —¿P-perdón? —trastabilló al hablar David—. N-no le entiendo… —Pues que si te quieres tirar a la chica te toca apoquinar, soltar la pasta, vamos. David no lograba reaccionar, incluso se planteó durante unas milésimas de segundo aceptar la oferta para resarcirse de lo que le acababa de suceder, lo cual no le hizo sentir bien. —No, no, se equivoca no quiero acostarme con ella —apuntó David sin saber si estaba rechazando la oferta por el mínimo de dignidad que se presuponía le quedaba o porque tenía la sensación de que el padre no querría perderse el espectáculo en caso de aceptar la proposición. —Oye, que no te estoy diciendo que te la quedes ni que le hagas la cosa esa del amor, hablo simplemente de follártela… Y tranquilo, que no está muy usada, solo sus hermanos y pocos más. 27

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David no dejaba de preguntarse en qué antro de mala muerte se encontraba y comenzaba a dudar por la integridad física de su mujer, rezando para que en aquellas escasas dos horas no hubieran tenido tiempo para someterla a muchas vejaciones. Tras retroceder dubitativo unos metros, el codo de David rozó un quinqué que cayó al suelo esparciendo su contenido y prendiendo la seca superficie de madera como si de gasolina se tratara. Sin poder hacer nada por evitarlo, en cuestión de segundos se desató el infierno. No tardó en darse cuenta de que contaba con escasos segundos para tomar una decisión o sería demasiado tarde. En un acto casi reflejo agarró a la todavía dormida joven, la apartó bruscamente de la puerta y se encaminó hacia las escaleras. Sin mirar hacia atrás, y notando el calor a su espalda, descendió los escalones de tres en tres. Cuando llegó a abajo, le sorprendió un hedor que no pudo soportar. A la primera inhalación del pútrido aire de aquel lugar la arcada le sobrevino y vomitó sin poder evitarlo. El olor era inaguantable, insufrible, denso. Parecía pegarse a la ropa, desgarrar las fosas nasales y abrasar la propia garganta de quien lo aspiraba. Intentó centrar su mirada en el sótano con la idea de discernir algo en medio de aquella oscuridad. —¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó con la vana esperanza de que le respondiera la voz de Martha. Únicamente pudo escuchar el zumbido de lo que parecía ser un ejército de moscas revoloteando. Sacó la linterna de su bolsillo y la encendió. La batería estaba en las últimas y apenas daba algo de luz. Con la escasísima iluminación de la linterna, y sin poder localizar el interruptor de la luz, comenzó a caminar de un lugar a otro, perdido, respirando lo mínimo y tropezando con todo lo que había tirado y esparcido por el suelo. En una oscura penumbra pudo ver cómo cerca de la escalera se 28

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apilaban montones de cajas de cartón aquí allá, junto a alguna bicicleta y numerosos muebles rotos. Estanterías, sofás, escritorios… todo amontonado sin ningún tipo de orden. Eso fue lo último que logró enfocar antes de que las pilas se agotasen por completo. —¿Puede escucharme alguien? —gritaba al caminar—. ¿Martha? El sótano parecía ser más grande que la planta superior y estaba tan lleno de trastos que casi no había espacio. Comenzaba a sentir algo de claustrofobia cuando llegó a un lugar que parecía más despejado que el resto. —¿Martha? —repitió casi sin esperanzas mientras daba unos pasos y se topaba de bruces con algo pringoso que colgaba del techo. Se detuvo unos segundos para intentar ver con qué había chocado. Solo logró vomitar por segunda vez. Era un enorme y deforme trozo de carne colgado de una cadena con un garfio en su extremo. Había más ganchos como aquel a su alrededor. Las moscas revoloteaban por toda la habitación. David chocaba con masas de carne constantemente. Necesitaba respirar aire puro o moriría allí adentro, por lo que se dirigió hacia uno de los ventanucos para romper el cristal y notar el fresco aire de la noche en sus pulmones. Estaba en estado de shock y las lágrimas corrían por sus mejillas. Podía imaginarse perfectamente qué era todo aquello. Una despensa humana o alguna clase de macabro ritual que llevaban a cabo los paletos de allí arriba. Aquello era demencial. No tardó en alcanzar uno de los ventanucos que daban al exterior. Lo rompió con sus puños. Afortunadamente, su cuerpo cabía por él y pudo salir de allí para salvar su vida. Cuando estuvo fuera corrió como alma que lleva el diablo. Se giró únicamente dos veces en su carrera para alejarse de aquel lugar. En la primera pudo ver cómo al29

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guien, prendido en llamas, salía de la casa saltando a través de una de las ventanas, atravesándola y rompiendo todos los cristales; fuera quien fuera el desgraciado, ardía como una tea. Instantes después se volvió a girar únicamente para ver cómo la casa se venía abajo desmoronándose como un castillo de naipes. A partir de ahí, corrió y corrió dejando atrás aquella pesadilla.

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