Un Mar de Historias La Alhambra

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Un mar de historias

La Alhambra Texto José Miguel Puerta Vílchez Ilustraciones Seisdedos

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La inexpugnable fortaleza roja

N

o os extrañéis, queridos Víctor, Nur y Yumán, de oír hablar a un monu-

mento. Enseguida sabréis por qué

Se cree que por la arcilla bermeja de tus for-

tificaciones, o por el resplandor que despe-

dían las antorchas de los obreros que las levantaban por la noche.

yo misma mi historia os cuento. Comenzó a

Todo es rojo en Granada: el nombre latino de

vino a Granada para gobernar el último reino

que la representa, el epíteto de esta extraor-

edificarme el rey Ibn al-Ahmar cuando en 1238

de los musulmanes de España. Gracias a las inexpugnables murallas que erigió y a la

Acequia Real que hizo bajar por las faldas de Sierra Nevada, sus descendientes me convir-

tieron en uno de los más queridos patrimonios de la raza humana. Tengo forma de barco, con la Alcazaba a proa, comandada por la Torre de

la Vela, en el puente de mando los palacios de Comares, Leones y el Partal, a babor, las gran-

des puertas de la Justicia y de los Siete Suelos,

y a estribor el paseo de las torres, al que va en-

ganchado el Generalife cual hermoso bote sal-

vavidas. A mis espaldas se elevan las más al-

tas y blancas cumbres de la Península y, frente a mí, en la otra ribera del Darro, podéis ver a

Granada en un barranco recostada. Cabeza de la capital del reino y armario del tesoro, soy

–a decir de mis poetas– una novia dulcificada por la lluvia que corteja a las estrellas, o la

corona de esta mágica colina, la Sabika, que domina el paisaje, la ciudad y las fronteras.

—¡Qué hermoso nombre, la Sabika, Lingote de Oro! ¡Y de qué enigmática y bella manera

te llaman a ti también, Alhambra, La Roja!

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la ciudad, los brillantes granos de la fruta dinaria fortaleza, el apellido de sus construc-

tores, los Banu al-Ahmar, y su bandera, y, naturalmente, los más intensos crepúsculos

del planeta que desde aquí se contemplan.

Pero, en realidad, me vistieron de blanco, protegiendo mis anchas y arenosas tapias

con cal. ¡Altos son y relucían!, exclamaron los cristianos al divisar mis bastiones, aunque nadie llegó nunca a asaltarme. Solo los Reyes

Católicos, Isabel y Fernando, pudieron por fin tomarme, un frío 2 de enero de 1492, al

rendirse mis dueños tras un prolongado asedio. —Dicen que tu último dueño, Boabdil, lloró de camino hacia el exilio porque contigo todo lo

perdió. Mas el amor que genera la fantasía y

perfección de tu arte, o algún benévolo talismán, han logrado que ni la mano ignorante y violenta de los hombres, que tantas veces te dañó, ni

ningún tremebundo seísmo, te llevaran a la des-

trucción. Por fortuna, aquella leyenda tan temida en Granada nunca se cumplió: cuando la mano grabada en la Puerta de la Justicia coja

la llave que hay bajo ella tallada, se derrumba-

rá la Alhambra, o sobre la Tierra no quedará nada.

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La torre de los siete cielos

45 metros de altura, alberga el mayor salón

Hacia fuera me muestro vertical, viril y her-

mi señor Abulhayách Yusuf, un culto y pia-

desde la ciudad con temor y cautela. ¡No en

este mundo en 1354 cuando, por desgracia,

denas! Pero por dentro soy femenina y estoy

la oración final del sagrado mes de ayuno,

veintitrés torres que poseo, grandes y peque-

edad, y aunque no pudo terminar su alcázar,

nante mole, la Torre de Comares que, con

Yusuf lo cubrió con la más grandiosa cúpula

del trono de toda la Edad Media. Lo edificó

mética, por lo que los súbditos me miraban

doso monarca, quien dejó prematuramente

vano de mí emanaban las órdenes y las con-

le agredió un demente mientras realizaba

llena de enigmas y sorpresas. De entre las

Ramadán. Solo tenía treinta y seis años de

ñas, sobresale, majestuosa, una impresio-

este salón es testigo de su gloria. Mi señor

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de madera del Islam. ¡Elevad la mirada, con-

nizado en la alcoba central del salón, en la

mento! Es una maravillosa labor de mar-

Ella es la Suprema Cúpula y nosotras sus hijas,

templadla, alta y estrellada como el firmaquetería realizada con 8.017 tablillas, que

reproducen los siete cielos del Corán, según los recorrió el profeta Mahoma en su ascenso

que llevo grabados estos versos dorados: aunque el favor y la gloria me distinguen, al ser yo el corazón y ellas los miembros…

Mi señor Yusuf, por Alá sustentado, me vistió

al séptimo cielo para ver el resplandeciente

con ropas de dignidad e indudable distinción,

2,5 metros y en las cuatro esquinas se dibuja

—¡Pues es verdad que hablas! ¡No es un cuen-

rostro de Alá. Sus estrellas llegan a medir el Árbol del Universo. Desde la cúspide, la luz

divina emana sobre el sultán Yusuf, entro-

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convirtiéndome en trono del reino.

to, ni producto de nuestra imaginación! ¿Qué más cosas dicen tus paredes?

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