Los sucesos de Chicago. Mayo de 1886 y el proceso de Haymarket

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Editorial Aurora

Caracas, 2023

Transcripción

Zenaida Marrero Z.

Revisión y edición

Carlos Aquino G.

Diagramación y diseño

Carolina Sandoval Q.

Portada

Grabado en madera de la «revuelta de Haymarket», de Thure de Thulstrup (1848-1930), publicado en Harper’s Weekly el 15 de mayo de 1886. Fragmento coloreado.

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El Primero de Mayo, como día internacional de unidad y lucha de los trabajadores, tiene una importancia y una vigencia que deben ser honradas por las nuevas generaciones, para lo cual es fundamental estudiar y reivindicar sus antecedentes, asimilar su esencia y aprestarse a librar los combates requeridos para las distintas conquistas obreras y, especialmente, para la liberación definitiva de toda forma de explotación.

Las luchas laborales que se llevaron a cabo en EEUU en 1886 y, sobre todo, los históricos acontecimientos que se desarrollaron en Chicago, en donde se condenó arbitrariamente a ocho activistas obrero-sindicales –de los que finalmente ejecutaron a cuatro– para «escarmentar» a los demás, forman parte de esos insumos que deben fortalecer al ejército proletario en su diario batallar.

Las concepciones anarquistas y anarcosindicalistas que poseía la mayoría de los «Mártires de Chicago», no son impedimento alguno para que un genuino comunista pueda reconocer el heroísmo, valentía y firmeza que descollaron.

El texto que ponemos a su disposición fue extraído del folleto Centenario de los sucesos en Chicago (Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1986), de Svetlana Askoldova, Doctora en Historia egresada del Instituto de His-

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cionamos un apéndice con datos biográficos de los condenados en el «Proceso de Haymarket», y la convocatoria al mitin de trabajadores del 4 de mayo de 1886.

Finalmente, llamamos la atención del lector sobre algunos detalles formales que encontrará a lo largo del texto. En primer lugar, agregamos intertítulos para facilitar la lectura y estudio del material. En segundo lugar, las notas al pie de página incorporadas especialmente para esta publicación se marcaron como notas de la Editorial (N. de la Edit.), y las del autor se conservaron sin distintivo. En tercer lugar, los paréntesis pertenecen al original, mientras que los corchetes denotan adiciones y supresiones hechas por esta Editorial.

Abril de 2023

5 toria
Academia
Ciencias de la URSS. Adi-
de la
de

Aquel año de 1886 la Federación Estadounidense del Trabajo [AFL, por sus siglas en inglés] lo había declarado año de lucha por la jornada laboral de 8 horas. Naturalmente, se había planeado organizar reuniones, mítines, huelgas. En una de las circulares de la Federación se decía:

Camaradas obreros, hemos entrado en la etapa más importante de la historia del trabajo… Apoyándonos sólo en nuestras propias fuerzas, nos prepararemos para la lucha y arrancaremos la jornada laboral de 8 horas a aquellos que se nieguen a introducirla en mayo de 1886. […]

Camaradas obreros, vuestro deber ante vosotros mismos, ante vuestras familias y vuestros descendientes está claramente definido. Estamos dispuestos a hacer determinados sacrificios para lograr la disminución de la jornada laboral, el aumento de los salarios, el mejoramiento de las condiciones de trabajo y, consecuentemente, el aumento del promedio de vida de los obreros. ¡La hora de actuar ha llegado!

Ya en los últimos días de abril [de 1886] una considerable parte de las organizaciones de trabajadores había ya presentado sus reivindicaciones de implantar la jornada de 8 horas o de reducir de otra manera la que tenían.

Muchas insistían asimismo en que fuesen subidos los salarios, reconocidos los sindicatos, etc. Este movimiento cobró las mayores propor-

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ciones en los grandes emporios industriales:

Chicago, Nueva York, Milwaukee, Cincinnati y Baltimore, donde las organizaciones obreras eran fuertes.

Hacia comienzos de mayo en la lucha participaban 340 mil trabajadores. Unos 150 mil de ellos consiguieron que se les redujera la jornada sin recurrir otra vez a las huelgas, puesto que una parte de los patrones accedió a hacer las concesiones reclamadas. Pero los 190 mil restantes tuvieron que declararse en huelga.

Pese a la carencia de una acción única, la lucha adquirió de inmediato un carácter masivo y enérgico.

En Nueva York, la Central Obrera había fijado para el 1 de mayo una manifestación general en pro de la limitación de la jornada laboral.

Desde las seis de la tarde miles de obreros empezaron a llenar la Union Square. Lo hacían en forma organizada, llevando banderas, lemas y pancartas. Se reunieron más de 20 mil personas en total. En señal de solidaridad, participaron en dicha actividad incluso quienes ya habían conseguido no trabajar más de 8 horas.

En la tribuna se sucedían oradores que en nombre de sus organizaciones apoyaban ese movimiento. Figuraban entre ellos líderes sindicales y socialistas. El mitin transcurría con calma.

Cierta inquietud cundió cuando en la plaza aparecieron los policías. Al principio eran más de mil y luego les llegó un refuerzo. Los policías habían sido instruidos de una manera especial, para el

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caso de que se diesen «circunstancias extraordinarias», pero ni siquiera su presencia impidió a los obreros terminar el mitin tranquilamente.

Los días siguientes tuvieron lugar otras reuniones. En vista de que la mayoría de los patrones se negaba a satisfacer las reivindicaciones planteadas, 45 mil obreros neoyorquinos comenzaron una huelga. La mayor parte de ellos consiguieron que se les redujera la jornada laboral.

Los primeros sucesos alarmantes se produjeron a comienzos de mayo en Milwaukee1. Hacia aquel momento se supo que los capitalistas de esta ciudad habían hecho caso omiso de las reivindicaciones obreras. Los trabajadores respondieron con manifestaciones y huelgas masivas. El 1 de mayo estaban en huelga ya más de 10 mil. Al anochecer las calles de Milwaukee se llenaron de gente, salieron muchos huelguistas.

Una parte de las compañías accedió a hacer concesiones; sin embargo, las luchas continuaron. La atmósfera venía cargándose cada vez más.

Entonces los capitalistas y la policía tramaron una provocación. Habiéndose enterado de que el 3 de mayo debería realizarse una manifestación de todos los trabajadores de Chicago2, hicieron correr el rumor de que los socialistas estaban comprando armas. Pero durante la propia manifestación fueron los policías quienes –bajo el pretexto de defenderse– usaron armas de fuego. Entre los obreros hubo muertos.

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1 Ciudad del estado de Wisconsin, ubicada al norte de Chicago (N. de la Edit.) 2 Populosa ciudad del estado de Illinois (N. de la Edit.)

La indignación crecía, pero los trabajadores contenían su deseo de desquite, pues querían evitar una masacre. Al día siguiente sus grupos organizados, integrados cada uno por varios centenares de personas, empezaron a recorrer todas las empresas de la ciudad con el fin de preparar el paro general.

El gobernador del estado de Wisconsin, J.M. Rusk, convocó una reunión urgente de sus subordinados y de los empresarios, para discutir las «medidas a tomar». Entretanto, la policía comenzó a disolver a los obreros a porrazos. Al mismo tiempo el alcalde y el sheriff de Milwaukee demandaron una inmediata ayuda militar.

El gobernador envió a la ciudad de Milwaukee grandes contingentes de tropas. Las unidades militares especiales arribaron a la región de Bay View con la misión de proteger los bienes de los dueños de la planta metalúrgica local. Los obreros de esta empresa se dirigieron, organizados, a través de toda la ciudad, hacia la oficina central de la compañía. Cuando su reivindicación de implantar la jornada de 8 horas fue declinada, el comité huelguístico anunció el paro. En respuesta la compañía declaró que despedía a todos los obreros. En seguida se celebró un mitin. Los policías comenzaron a disolver a los obreros, las tropas abrieron fuego. Varios obreros cayeron muertos.

El 6 de mayo la policía y las tropas lograron reprimir una manifestación de los trabajadores. Los líderes de las organizaciones obreras y los

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miembros de los comités huelguísticos fueron encarcelados.

Sin embargo, el movimiento no decreció, siguió en aumento.

Las huelgas comenzaron en esta ciudad aun antes del 1 de mayo. Una de ellas, la que tuvo lugar en la fábrica de McCormick, duró varias semanas y fue aparejada de un lockout. 3 .

A fines de abril se sumaron a la lucha los cargadores de los principales ferrocarriles del Medio Oeste: fundaron su organización y eligieron un comité huelguístico que en nombre de ellos exigió a los patrones la jornada a 8 horas sin disminuir los salarios. Los propietarios de los ferrocarriles, agrupados en su asociación general, declinaron estas reivindicaciones. El 30 de abril los cargadores comenzaron la huelga, en la cual hacia el 4 de mayo participaban ya más de 2.500 de ellos.

Cuando la Illinois Central Company se negó a satisfacer las demandas mencionadas, sus cargadores abandonaron el trabajo y convocaron un mitin urgente. El obrero Dick Greydee les instó a entrar en el sindicato correspondiente que formaba parte de la Orden de los Caballeros del Trabajo4 y a declarar la guerra a los patrones. Un representante de la compañía amenazó a los huel-

3 Cierre patronal de la fábrica o empresa, dejando a los obreros sin trabajo (N. de la Edit.)

4 Organización sindical semiclandestina, con características ritualistas, constituida a inicios del último tercio del siglo XIX (N. de la Edit.)

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guistas con el despido, pero ellos no se replegaron. Los cargadores, junto con los empleados que registraban las cargas, se dirigieron, organizados, hacia la sede del sindicato.

Los patrones contrataron a esquiroles5 y obligaron a trabajar en la carga y descarga a los empleados de la compañía, bajo protección de la policía. No obstante, las líneas principales no funcionaban.

Al poco tiempo la situación de los patrones se complicó más aún, porque los guardagujas6, solidarizándose con los huelguistas, se negaron a atender los convoyes cargados por los esquiroles. Por eso una parte de los empresarios empezó a mostrarse propensa a hacer concesiones. Pero la mayoría de ellos se negaba a satisfacer las reivindicaciones de los huelguistas y decidió combatirlos con todos los medios (entre otros, reforzar los grupos de policías, incluir a los huelguistas en las «listas negras» y demandar del Congreso de EEUU que «tomase las medidas pertinentes»).

A fines de abril comenzaron a actuar asimismo los obreros de los talleres ferroviarios, de varias fábricas madereras, del sistema de suministros de gas y los fontaneros. En el movimiento en pro de la jornada de 8 horas participaban también todos los trabajadores de las fábricas conserveras de carne.

El 1 de mayo se sumaron al paro otros 30 mil

5 «Persona que se presta a ocupar el puesto de un huelguista.», Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 23ª edición, 2014 (N. de la Edit.)

6 «Empleado que tiene a su cargo el manejo de las agujas en los cambios de vía de los ferrocarriles, para que cada tren marche por la vía que le corresponde.», Real Academia Española, idem (N. de la Edit.)

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obreros de las mayores fábricas de muebles, de las de cobre, siderúrgicas y madereras. Más grande aún era el número de participantes en las manifestaciones y mítines. Aquel día dejaron de funcionar dos tercios de las empresas industriales de Chicago. La vida oficial se vio paralizada; el comercio y las operaciones financieras, interrumpidos. La Central Obrera convocó un mitin al que acudieron 25 mil trabajadores y en el cual, entre otros, hablaron August Spies, Albert Parsons, Samuel Fielden y Michael Schwab, quienes exhortaron a los obreros a defender con perseverancia sus intereses y actuar con denuedo y resolución.

Desde que empezó el paro general, las autoridades no dejaron de provocar a sus participantes para que emprendiesen acciones susceptibles de servirles de pretexto para desatar represiones masivas.

Procurando no dejarse provocar, los huelguistas se portaban con entereza y organización en el curso de las luchas. Al protestar contra las arbitrariedades de los órganos del poder, 12 mil de los mismos se reunieron en un mitin cerca de la fábrica de McCormick para exigir que se pusiese fin a las fechorías de la policía. En este mitin hablaron Parsons y Schwab.

Pero la policía prosiguió actuando como antes. Así fue también el día 3 de mayo, en que el sindicato reunió a los huelguistas en las inmediacio-

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nes de la misma fábrica para debatir las reivindicaciones por presentar a los patrones. A petición de los obreros, la Central Obrera de Chicago envió a Spies en calidad de su representante en la reunión. Pero este orador socialista no pudo concluir su discurso, porque justamente en aquel momento en la fábrica de McCormick había terminado el turno de día y de allí comenzaron a salir los esquiroles, cuya aparición hizo montar en cólera a los obreros de dicha empresa que estaban en huelga.

Entonces la policía, llamada por los patrones, abrió fuego contra todos los reunidos. Seis de éstos cayeron muertos y muchos fueron heridos.

Aquel mismo día Spies redactó un artículo, motivado por la amargura y la ira, calificando en él a los patrones y a los policías de asesinos. Dirigiéndose a los obreros, decía en dicho escrito:

Sus patrones enviaron contra ustedes a sus sabuesos –policías–, quienes mataron esta tarde a seis hermanos suyos de la fábrica de McCormick… Les mataron a pobres desdichados, porque ellos, igual que ustedes, tuvieron el coraje de desobedecer la suprema voluntad de los dueños. Les mataron, porque ellos habían osado pedir que se les redujera las horas del trabajo pesado. Les mataron para demostrarles a ustedes, «libres ciudadanos de América», que deben estar satisfechos y contentos con cuanto sus amos tengan la condescendencia de permitirles, si no quieren ser asesinados. Años ustedes están sufriendo las máximas humillaciones; años ustedes están también sufriendo desmesurables iniquidades… Si ustedes son hombres, si ustedes son hijos de sus antepasados que habían derramado su sangre

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por hacerles libres, deben reunir sus fuerzas hercúleas y destruir a este hediondo monstruo que pretende destruirles.7

Cuando más de mil ejemplares de este texto redactado por Spies fueron divulgados en las numerosas reuniones efectuadas la misma noche, brotó la idea de organizar al día siguiente, en la plaza de Haymarket, un mitin de protesta contra las matanzas. La promovió el grupo «Lehr und Wehr Verein»8, por iniciativa de George Engel y Adolph Fischer. Muchos sindicatos la apoyaron. Al prepararse para este nuevo mitin, sus organizadores no se proponían oponer su propia fuerza armada a la de la policía. La notificación sobre el mitin, difundida al día siguiente por la mañana en las organizaciones obreras, llamaba a protestar con calma y sin entrar en choques con la policía.

Así, pues, el 4 de mayo a las siete y media de la noche unos dos o tres mil obreros acudieron a la plaza de Haymarket. August Spies, Albert Parsons y Samuel Fielden, quienes condenaron en sus discursos a las autoridades y a los patrones, tampoco hicieron incitación alguna a la lucha armada.

Spies, por ejemplo, hablando de cómo venía desarrollándose el paro general y de los sucesos registrados en las 48 horas anteriores, dijo que

7 Henry David, The History of the Haymarket Affair, Russell and Russell, New York, 1958, pp. 191-192.

8 «Asociación de Enseñanza y Defensa», una organización miliciana fundada en Chicago en 1875 (N. de la Edit.)

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las autoridades habían difundido rumores de que el mitin fue convocado para provocar nuevos disturbios, pero que el objetivo real de éste consistía en discutir hechos bien conocidos por todos. Señaló que la culpa por la violencia de que vinieron aparejadas a veces las huelgas, la tenían los patrones, quienes no reparaban en nada con tal de amortiguar la legítima cólera de los obreros a quienes explotaban y de hacerles desistir de sus reivindicaciones también legítimas. Insistió en que McCormick debía responder por la matanza de varios obreros realizada el 3 de mayo. Agregó que en Chicago de 40 a 50 mil obreros se estaban muriendo de hambre, porque los jefes de las mismas no podían aguantar la imposición por parte de un reducido número de despojadores ni oponerle una resistencia eficaz9 .

Este orador habló también del papel poco decoroso que venía desempeñando la prensa burguesa de Chicago: tergiversaba los hechos, defendía a los capitalistas y acusaba a los obreros. Spies no exageraba en absoluto. Por ejemplo, el Chicago Tribune llamó «multitud embrutecida» a los obreros reunidos en el mitin, defendía abiertamente al asesino de McCormick y elogiaba a la policía que había abierto fuego contra los obreros. Al informar al otro día de los acontecimientos en la plaza de Haymarket, exhortó a aplastar el anarquismo y el comunismo puesto que representaban un gran peligro para la nación.

Parsons, en la parte principal de su discurso,

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9 Henry David, Op. cit., pp. 199-200.

comentó las penosas condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Manejando datos irrefutables de estadísticas oficiales, explicó que los obreros reciben sólo el 15% de los bienes materiales que producen, apropiándose del resto un pequeño puñado de capitalistas. El alcalde de Chicago, Carter Harrison, quien escuchó a Parsons, dijo que fue un discurso audaz contra el capital.

Parsons manifestó que los capitalistas pregonaban con hipocresía que el movimiento en pro de la jornada de 8 horas era peligroso para la sociedad, pretendiendo justificar de tal modo el trato brutal que daban a los trabajadores: «Toda vez que ustedes demandan un incremento en el pago, ellos llaman a la milicia, al sheriff y a los hombres de Pinkerton para disparar contra ustedes, para golpearles con porras y para matarles en las calles. Yo no estoy aquí para tratar de incitar a nadie, sino para exponerles los hechos tales como son, incluso si esto me va a costar la vida antes de que llegue la mañana»10 .

A Fielden le tocó ser el último orador. Él habló de la explotación capitalista y de las atrocidades que se permitía la burguesía para reprimir el movimiento obrero. «Los obreros nada pueden esperar de la legislación –dijo–… La ley es solamente un biombo para aquellos que les esclavizan»11 .

En aquel instante comenzó a llover y casi la mitad de los reunidos se marchó del mitin que estaba ya terminando. De repente arribó a la plaza un nutrido grupo de policías, que se concentró

10 Henry David, Op. cit., p. 201.

11 Henry David, Op. cit., p. 202.

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junto a la improvisada tribuna.

Como se conocería más tarde, unos 200 policías habían sido instruidos con antelación en cómo «restablecer el orden».

Sin embargo, hasta el alcalde de Chicago, quien asistió al mitin casi hasta el fin, estaba convencido de que los policías eran completamente innecesarios en la plaza de Haymarket, por lo cual fue a la comisaría, donde dijo al capitán Bonfield que nadie había instigado a los reunidos a usar la fuerza, que nada de lo que requiriese la intervención había sucedido ni sucedería, y que sería bien que el capitán diese la orden de disolver el grupo enviado a la Haymarket. Bonfield contestó al alcalde que él ya había decidido hacerlo con base en la información de que disponía.

Sin embargo, los policías estaban en el mitin. A la policía y a quienes se encontraban detrás no les convenía un desenlace pacífico. No cabe duda de que existió un plan trazado con el fin de provocar un incidente serio al objeto de utilizarlo luego para destruir al movimiento obrero y acabar con sus líderes. A juzgar por cuanto pasaría la estratagema no falló.

Todo sucedió en contados minutos. Uno de los oficiales de policía empezó por dirigirse a los congregados en la plaza demandando que se marchasen de allí inmediatamente. Fielden, obligado a abandonar la tribuna, sólo pudo decir en respuesta: «Nuestro mitin es pacífico…». En aquel instante se vio volar en el aire una bomba que cayó y estalló entre los dos grupos en que estaban di-

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vididos los policías. Muchos de éstos se desplomaron. Uno cayó muerto. Los policías no vacilaron en abrir fuego contra los obreros. Disparaban al azar… Los obreros, horrorizados, se dispersaron.

Pasados varios segundos, la plaza estaba casi vacía, quedaban sólo los que no podían abandonarla: heridos o muertos a causa de las acciones policíacas.

Así concluyó la «rebelión de Haymarket», como las autoridades denominaron aquel mitin pacífico, y comenzó el «proceso de Haymarket».

El estallido de aquella bomba y la muerte de un policía desataron las manos de los «guardianes del orden público». Como escribió Sorge, «resonó un ensordecedor grito de venganza y de furia que emitieron las autoridades y los ciudadanos, los custodias y “héroes” de la ley y el orden público. Todas las garantías constitucionales y legales de la libertad y seguridad personal fueron pisoteadas, toda garantía de protección individual fue rechazada, volviendo a imponerse en la ciudad el despotismo arbitrario de la policía, la brutal policía de Chicago»12 .

En la ciudad comenzaron las detenciones y los registros generales. Fueron apresados todos los activistas conocidos del movimiento sindical y obrero, prohibidas todas las organizaciones anarcosindicalistas y clausurados sus órganos de 12 Friedrich A. Sorge, Labor Movement in the United States, Greenwood Press, 1977, pp. 214-215.

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prensa. Los directores y editores del Arbeiter Zeitung [«Periódico de los Trabajadores»] fueron encarcelados. La policía se ponía a vigilar a cuantos intentaban defender a los presos. Quedaron proscritas todas las reuniones obreras. Bajo el pretexto de protegerse «contra los atentados posibles», las autoridades militares mantuvieron listo para el combate un regimiento de infantería. Los patrones formaron grupos especiales al objeto de «preservar el orden y la propiedad». La prensa reaccionaria reclamaba que los líderes obreros presos fuesen ejecutados sin demora. El New-York Tribune divulgaba el infundio de que los obreros habían estado esperando en la plaza de Haymarket a los policías para vengarse por sus compañeros muertos. Sólo unos pocos periódicos reprodujeron los acontecimientos con veracidad y denunciaron a los reales culpables de la violencia. Así, el John Swinton’s Paper escribió:

No hay motivo alguno para dudar de que los discursos de los oradores hubieran terminado en calma y paz, a la hora habitual de las diez de la noche, si no hubiera acudido a la plaza un grupo armado o si este grupo se hubiera abstenido de los intentos de frustrar el mitin, que no presentaba síntoma alguno de tumulto…13

August Spies, Samuel Fielden, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Oscar Neebe y Louis Lingg fueron detenidos.

La policía no logró capturar a Albert Parsons. Éste, al enterarse de que lo reclamaba la justicia, se sentó por su propia voluntad en el banquillo de

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13 Henry David. Op. cit., p. 214.

los «acusados», solidarizándose con sus compañeros. Siendo uno de los líderes de los obreros de Chicago creía que su deber era denunciar en público las provocaciones fraguadas y defender a los obreros. «Ellos me matarán, pero yo no he podido quedarme en libertad conociendo que mis camaradas estaban aquí y que habrían de verse castigados por algo de que son inocentes igual que yo…»14 .

A todos ellos les incriminaron formalmente el haber instigado a los asesinatos y el haber asesinado un policía. Pero, en rigor, les instruyeron un proceso por sus ideas políticas. Al decir de Sorge, «el socialismo, el comunismo y el anarquismo –y hasta el movimiento obrero– están ahora sentados en el banquillo de los acusados»15 .

Los juristas ni siquiera lo ocultaban. Por ejemplo, el fiscal Grinnel declaró lisa y llanamente que Parsons y sus compañeros serían procesados por haber dirigido las manifestaciones obreras. «Ellos no son más culpables que los miles que le siguen –dijo, reclamando a continuación–: condenen a estos hombres para aleccionar a los demás, ahórquenles para salvar nuestras instituciones, nuestra sociedad»16 .

El fallo definitivo, referente al proceso por incoarse a los revolucionarios, lo debía dictaminar el Gran Jurado reunido el 17 de mayo. Como comentaría más tarde uno de los abogados defen-

14 Henry David. Op. cit., p. 237.

15 Friedrich A. Sorge, Op. cit., p. 216.

16 Albert R. Parsons, Anarchism: Its Philosophy and Scientific Basis, Chicago, 1887, p. 53.

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sores, todo el mundo comprendía que los magnates famosos que integraban dicho jurado habían sido seleccionados con un fin determinado. No es de extrañar que los círculos gobernantes manifestasen su satisfacción con este motivo. La prensa capitalista predecía: «Es indudable que Spies, Parsons, Schwab y otros instigadores del crimen serán entregados a los tribunales»17 .

En efecto, el Gran Jurado dictaminó precisamente este fallo.

La selección de los jurados no fue menos tendenciosa. Había de elegirse doce personas para actuar como tales. De mil candidatos presentados sólo seis eran obreros y, por supuesto, fueron rechazados. Más aún, fueron declinadas las candidaturas de cuantos habían tenido contacto alguno o habían simpatizado con las organizaciones obreras.

Conforme a la ley, los jurados debían ser absolutamente imparciales. Pero el juzgado hizo caso omiso también de este requisito. La mayoría de los que se desempañarían como tales en el «caso Haymarket» declararon, de inmediato, que tenían una idea completa de los acontecimientos. Todos los jurados eran patrones o personas que dependían de sus patrones, profesaban un odio abierto a los obreros y eran firmes enemigos del socialismo.

El proceso comenzó el 15 de julio. Los procesados fueron acusados de haber atentado contra la Constitución, la Declaración de la Independencia

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17 The New-York Tribune, May 17, 1886.

y la libertad del pueblo estadounidense, así como de haber participado en un complot y de estar implicados en asesinatos.

Hubo «testigos», instruidos, naturalmente, con antelación. Eran los provocadores Waller, Schrade y Seliger. Pero sus declaraciones resultaron ser poco convincentes. Así, Waller, cuya hermana informaría más tarde que él había sido comprado por el capitán de policía Schaack por una considerable suma de dinero, debía testificar que los acusados se habían «confabulado» y tenían decidido lanzar una bomba contra los policías en la plaza de Haymarket; pero se confundió en sus declaraciones, pues, al contestar a las preguntas que se le formularon, dijo que la policía se había presentado en el mitin inesperadamente para todos.

La afirmación de otro testigo de cargo –Gilmer– de que la bomba había sido tirada por Schnaubelt [cuñado de Schwab], Fischer y Spies, fue desmentida por muchos que habían estado en la plaza Haymarket y declararon que Spies en aquel instante estaba a la vista de todos, en la tribuna, mientras que Fischer se hallaba en otra reunión. En lo que se refería a Schnaubelt, el mentiroso de Gilmer ni siquiera pudo describir su físico.

Así fueron los «testigos» de cargo. Pero, pese a que las declaraciones que hicieron eran evidentemente falsas, los acusadores no admitieron ningún mentís18. Y en razón de que las «pruebas» de la «culpa» eran muy flojas, se valieron de frag-

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18 «Declaración o comunicado que desmiente algo o a alguien o niega su veracidad.», Real Academia Española, idem (N. de la Edit.)

mentos de los discursos que habían pronunciado los acusados en distintas reuniones y de los artículos que habían publicado. Estaba absolutamente claro que a los procesados se les incriminaban sus convicciones políticas.

El 20 de agosto el tribunal dictaminó el veredicto. Pese a que se había comprobado de facto la inocencia de los acusados, siete de ellos fueron condenados a la pena capital19, y Neebe a 15 años de trabajos forzados. La apelación que elevaron los defensores a la Corte Suprema del estado de Illinois y a la Corte Federal para que el caso fuese revisado, resultó inútil. El veredicto conservó su vigencia.

La burguesía de Chicago y de todo el país cantaba victoria, haciéndolo con el máximo cinismo. El Chicago Tribune habló de la «satisfacción general con que fue acogido el veredicto del jurado» y lo calificó de una «prueba de que la legislación de EEUU es lo suficientemente poderosa como para proteger a la sociedad contra las conspiraciones de los asesinos extranjeros organizados», sosteniendo a continuación que la importancia de dichos veredictos «se extiende… mucho más allá de los límites locales», puesto que no sólo «extirpó el anarquismo en Chicago, sino que también ha advertido a toda esta camada de víboras del Viejo Mundo: a los comunistas…, a los socialistas…, a los anarquistas… de que no pueden venir a este país y abusar de su hospitalidad y de la libertad de palabra»20 .

19 Spies, Parsons, Fischer, Engel, Lingg, Schwab y Fielden (N. de la Edit.) 20 The Chicago Tribune, August 21, 1886.

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Los comentarios reproducidos demuestran, en rigor, la causa real de la pena dictada a los revolucionarios. La clase gobernante de EEUU creyó que, habiéndola inspirado, logró lo que durante varias décadas habían venido procurando los políticos, filósofos y periodistas a su servicio: convencer a la clase obrera nacional de que el socialismo le era «ajeno» y «carecía de perspectivas» en el contexto de la «democracia reinante en este país».

Los discursos que pronunciaron los procesados, igual que todo el comportamiento de éstos, fueron un dechado de valentía y entereza. No sólo desmintieron tajantemente las acusaciones formuladas, sino que también denunciaron el intríngulis político de la provocadora «causa penal» amañada por las autoridades del estado de Illinois: primero calumniar y castigar a los líderes de los trabajadores y después destruir al propio movimiento obrero.

Spies dijo ante el tribunal que el proceso que les fue instruido demostró que en el país cualquiera podría ser acusado de conspirador y, en casos determinados, de asesino; que esto era válido para cada miembro del sindicato, de la Orden de los Caballeros del Trabajo21 o de cualquier otra organización obrera. Calificó el veredicto de arbitrariedad total. Volvió a subrayar que la única culpa de él y de sus compañeros consistía en volcarse al movimiento por acabar con la opresión y los sufrimientos. Reconoció que ellos, realmente,

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21 Véase la nota 4 (N. de la Edit.)

habían exhortado al pueblo a prepararse para los cambios impetuosos por sobrevenir y que precisamente por eso fueron condenados. Advirtió, dirigiéndose a la burguesía de EEUU, de que se equivocaba creyendo que, al ahorcarles a ellos, podría destruir el movimiento obrero, en el cual buscaban su salvación millones de hombres que no recibían en recompensa de su trabajo nada sino penas y miseria. Señaló que al ahorcarles a ellos apagarían la chispa, pero que ya por doquier se habían estado prendiendo las llamas, y los capitalistas eran impotentes de sofocarlas. Concluyó diciendo que si la muerte era el castigo por haber revelado la verdad, él pagaría con orgullo y sin miedo aquel precio tan elevado. Fischer, después de demostrar que no estaba implicado en la explosión de la bomba que se produjo el 4 de mayo, dijo que él y sus camaradas eran condenados a la pena capital por las ideas y convicciones que propugnaban. «Este veredicto es un golpe mortal contra la libertad de palabra, la libertad de prensa y la libertad de pensamiento en este país; y el pueblo tomará conciencia de ello también»22 .

Lingg declaró que la «conspiración» que se les imputaba no era sino la de la unidad de ideas, convicciones y anhelos en la actitud hacia el monstruoso e injusto sistema capitalista. Dijo que el fiscal y los jueces, quienes obraban contra la legalidad en aquel proceso, estaban comprados. Exclamo: «Les odio a ustedes, a su orden y sus

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22 The Chicago Martyrs, Op. cit., p. 21.

leyes; odio su poder que se sostiene sobre la fuerza.

¡Ahórquenme por ello!»23 .

El discurso de Parsons, el tribunal lo tuvo que oír en dos sesiones, el 8 y el 9 de octubre. Parsons habló con detalles sobre la lucha que había venido librando el proletariado estadounidense contra el yugo capitalista, expuso la historia del socialismo y el anarquismo en EEUU y se detuvo en el trabajo que había realizado junto con sus compañeros en el seno de la clase obrera.

Demostró cuál era el verdadero intríngulis de la inventada versión sobre el «complot»: el movimiento en pro de la jornada de 8 horas había comenzado a tomar proporciones colosales y la burguesía se asustó de que «las grandes bolsas de comercio se vieron convulsionadas por recelos de una rápida baja de precios en el caso de que el paro a favor de la jornada de 8 horas tuviera éxito. Las industrias permanecían paralizadas, porque miles de obreros estaban parados, envueltos en el movimiento de 8 horas. Debía hacerse algo para parar este movimiento… que tenía la mayor fuerza en el Medio Oeste, en Chicago, donde 40 mil obreros estaban en huelga por 8 horas de trabajo…, algo para dar un ejemplo a ellos, una lección que, al decir del Times, obligaría a los demás a la sumisión… Repito que los hombres de Nueva York que fueron capaces de sugerirlo, son también capaces de llevarlo a efecto. ¿Acaso esto no les cuesta a ellos los millones de dólares anuales para hacerlo?»24 .

26
23 Idem, p. 23. 24 Idem, p. 74.

Parsons denunció la farsa que habían montado los falsos testigos, el fiscal y el juez, y demostró que todo el proceso era una conspiración –pagada por los millonarios de Chicago– que se había tramado contra la libertad. En la cárcel, Parsons terminó, poco antes de ser ejecutado, un libro en que expuso sus criterios referentes al desarrollo de la sociedad. Lucy Parsons25, su viuda, simpatizante siempre de los encausados, consiguió más tarde publicar los discursos de los ejecutados, los documentos del proceso y el libro de su esposo. Los compañeros de lucha de Parsons lograron editar dicho libro en Chicago en 1887, año en que en Londres fueron impresos también los discursos que habían pronunciado los enjuiciados en el tribunal.

La noticia referente a los sucesos en Chicago se divulgó por el mundo. Las máximas simpatías y solidaridad se manifestaban hacia los procesados, «mártires de la lucha por la causa obrera y por la libertad». El gobernador de Illinois recibió de todos los países peticiones y solicitudes de que indultase a los condenados, firmadas por individuos y en nombre de organizaciones enteras

–Bernard Shaw, la Cámara de Diputados de Francia, el Concejo Municipal de París y el del Departamento del Seine, obreros de Francia, Rusia, Italia, España–.

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25 Lucy Eldine González Parsons, 1851-1942 (N. de la Edit.)

En defensa de los condenados se manifestaron varias eminencias de la justicia y de la vida pública de EEUU: Henry D. Lloyd [reconocido periodista y activista político progresista]; Lyman Trumbull, veterano senador; Stephen S. Gregory [destacado abogado de Chicago]; Lyman Gage [economista de oficio y político]; Robert G. Ingersoll [veterano de la Guerra Civil, eminente abogado, político y orador].

Los proletarios estadounidenses vieron una vez más la fisonomía verdadera de las autoridades públicas y judiciales. La mayoría de ellos, pese al terror desatado contra sus organizaciones a raíz de los acontecimientos relatados, manifestó su indignación por el arbitrario veredicto. Los que eran internacionalistas, calificaban las acciones de las autoridades de Chicago de atentado contra las propias organizaciones obreras y contra las libertades democráticas en general.

El Congreso del Partido Obrero Socialista, reunido en septiembre de 1887, declaró que este partido y otras organizaciones obreras consideraban injusto el fallo del juzgado, puesto que había sido impuesto por la prevención y el odio de clase. En la resolución que adoptó, se decía:

Fue admitido por todos que ninguno de los condenados había tirado la bomba… y nosotros no podemos hallar conexión alguna entre lo que profesa un individuo y los actos de una persona desconocida, porque es un hecho que hasta ahora nadie sabe quién tiró la bomba. No podemos comprender cómo es posible conocer los motivos que guiaron a esta persona desconocida. De acuerdo con los testimonios, el mitin en el cual fue lanzada la bomba,

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era pacífico y hubiera terminado de una manera pacífica, si la policía no se hubiera entrometido ilícitamente para disolverlo. Por eso nosotros declaramos que el fallo es una arremetida contra la libertad de palabra y contra la libertad de reunión, y que la ejecución será un asesinato judicial.26

En la Orden de los Caballeros del Trabajo, [Terence] Powderly y sus allegados no ocultaban su animadversión hacia los mártires de Chicago. En la Asamblea General que la misma efectuó en 1887, Powderly manifestó (comentando una resolución que había sido propuesta para condenar el premeditado asesinato de los líderes obreros) que más valía ahorcar siete veces a unos siete que permitir que la Orden fuese mancillada por haber tenido contactos con elementos destructores27 .

Los militantes de la base de la Orden de los Caballeros del Trabajo tenían otros estados de ánimo. Aún en el verano28 de 1886 la asamblea de éstos, cuyo miembro era Parsons, recibió la indicación de expulsarlo de sus filas, pero se negó a hacerlo. En noviembre del mismo año la asamblea distrital de Chicago adoptó varias resoluciones en que se manifestaban simpatía con los condenados y se proponía ir recaudando dinero para organizar su defensa.

En octubre de 1886 el semanario de la Orden los Caballeros del Trabajo comenzó a publicar las autobiografías de los mártires de Haymarket

26 Report of the Proceedings of the Sixth National Convention of the Socialistic Labor Party, held at Buffalo, N.Y., Sept. 17, 19, 20 & 21, 1887, New York Labor News Company, 1887, pp.16-17.

27 Terence V. Powderly, Thirty Years of Labor, Columbus, 1890, pp. 285-286.

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28 En EEUU es de junio a septiembre
N. de la Edit.)

condenados a muerte en el tribunal de Illinois «por haberse valido de la libertad de palabra».

La Asamblea de los Caballeros del Trabajo, del distrito de Nueva York, declaró brindar su ayuda moral y material a los condenados. Junto con la Central Obrera neoyorquina apoyó el llamamiento firmado por 14 famosos líderes del movimiento sindical, instando a las organizaciones obreras a que realizaran manifestaciones y mítines de protesta contra el ilícito veredicto.

El 20 de octubre tales mítines obreros se celebraron en Nueva York, Chicago y algunas otras ciudades. Sin embargo, este movimiento de protesta contra la sentencia dictada y contra la ofensiva que había lanzado la burguesía no pudo cobrar grandes proporciones, por carecer de una dirección única y combativa.

Esto permitió a la burguesía estadounidense ensañarse fácilmente con los encausados.

El 11 de noviembre de 1887 Parsons, Spies, Fischer y Engel fueron ejecutados en la horca. Estos mártires dirigieron sus postreras palabras a la clase obrera. Para Fielden y Schwab la pena capital fue reemplazada por cadena perpetua.

Los ejecutados y Lingg, fallecido en la cárcel29 , fueron enterrados en el cementerio de Waldheim, de Chicago. Sus funerales desembocaron en una genuina manifestación de solidaridad obrera: 25 mil personas acudieron a rendir el último tributo a sus hermanos de clase y de lucha.

29 El día antes de la ejecución, accionando en su boca un detonador que le proporcionó de contrabando un compañero de prisión (N. de la Edit.)

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Durante años los obreros y los medios democráticos demandaron revisar el caso Haymarket. El 26 de junio de 1893, J.P. Altgeld, nuevo gobernador de Illinois, perdonó a Fielden, Schwab y Neebe, que estaban presos. Al dictar el acta de indulto, señaló que estos hombres, igual que sus compañeros, eran inocentes, y que el castigo que recibieron había sido resultante de la sicosis y de una flagrante violación de las normas jurídicas.30

En el mismo año de 1893 los obreros de Chicago erigieron un obelisco sobre la tumba de los mártires de Haymarket.

)

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* * *
30 Véase Gov. John P. Altgeld’s Pardon of the Anarchists and his Masterly Review of the Haymarket Riot [«Indulto del gobernador John P. Altgeld a los anarquistas y su magistral revisión de los disturbios de Haymarket»], Lucy E. Parsons, Chicago, 1915 (N. de la Edit.

August Spies, nació en Alemania el 10 de diciembre de 1855. Emigró a EEUU con su madre y hermanos en 1872. Activista, articulista y editor de Arbeiter-Zeitung («Periódico de los Trabajadores»). Tenía casi 32 años al momento de la ejecución.

Albert R. Parsons, nació en Alabama (EEUU) el 20 de junio de 1848. Periodista y activista. Tenía 39 años al momento de la ejecución.

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Adolph Fischer, nació en Alemania en 1858. Emigró a EEUU con su familia en 1873. Tipógrafo e impresor de Arbeiter-Zeitung. Tenía 29 años al momento de la ejecución.

George Engel, nació en Alemania el 15 de abril de 1836. Emigró a EEUU en 1872. Obrero y activista. Tenía 51 años al momento de la ejecución.

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Louis Lingg, nació en Alemania el 9 de septiembre de 1864. Emigró a EEUU en 1885. Carpintero. Tenía 23 años al momento de su muerte.

Michael Schwab, nació en Alemania el 9 de agosto de 1853. Emigró a EEUU en 1879. Activista, articulista y coeditor de Arbeiter-Zeitung. Tenía 32 años al momento de los sucesos de Haymarket. Falleció en Chicago el 29 de junio de 1898, a causa de una enfermedad respiratoria contraída en prisión.

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Samuel Fielden, nació en Inglaterra el 25 de febrero de 1847. Emigró a EEUU al cumplir la mayoría de edad. Jornalero y activista. Tenía 39 años al momento de los sucesos de Haymarket. Falleció en Colorado (EEUU) el 7 de febrero de 1922.

Oscar Neebe, nació en Nueva York (EEUU) el 12 de julio de 1850, de origen alemán. Obrero manufacturero, vendedor, gerente de la oficina de Arbeiter-Zeitung. Tenía casi 36 años al momento de los sucesos de Haymarket. Falleció en Chicago el 22 de abril de 1916.

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Volante (en inglés y alemán) convocando al mitin de trabajadores en la plaza Haymarket, el 4 de mayo de 1886, puntualizando:

«Buenos oradores estarán presentes para denunciar el último acto atroz de la policía, el tiroteo de nuestros compañeros de trabajo ayer por la tarde.

¡Trabajadores, ármense y aparezcan con toda su fuerza!»

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37 La Editorial Aurora valora altamente su opinión acerca del contenido, diseño y diagramación de la presente publicación. Igualmente, agradece cualquier otra sugerencia. editorialaurora1917@gmail.com
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