Veinte calas en la historia de la pintura

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Veinte calas en la historia de la pintura José María Cumbreño Ediciones Liliputienses * Enero de 2011


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En ese inicio sin grandeza, abrumado por la incontinencia verbal del personaje, vislumbramos ya la intención narrativa de Hasek: degradar la historia, la Historia con mayúsculas, hasta convertirla en un trivial rosario de historias insensatas. - Sergio Pitol -

Con tristeza, el camaleón se dio cuenta de que, para conocer su verdadero color, tendría que posarse en el vacío. - Alejandro Jodorowsky -

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I

RAFAEL

Rafael murió prematuramente. Según parece, había pasado una noche en la que el ejercicio del sexo había sido tan intenso que hasta le produjo fiebre. Sin embargo, no contó a los médicos por qué se encontraba enfermo. Y éstos, en lugar de recetarle algún tipo de reconstituyente, le prescribieron un tratamiento en el que las continuas sangrías consumieron las pocas fuerzas que le quedaban. Tenía treinta y siete años. El tema que con mayor frecuencia se repite en su obra es el de la Virgen con el Niño.

II

MIGUEL ÁNGEL

De entre el conjunto de frescos que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina, sobresale con especial fuerza el conocido como El Juicio Universal. Pero ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Y hubo miembros de la Iglesia que no vieron con buenos ojos que tantas figuras se exhibiesen tal y como vinieron al mundo, razón por la que se decidió ocultar sus partes pintando sobre ellas algo semejante a unos taparrabos. Del encargo se ocupó Daniele da Volterra, a quien, por aquel impagable servicio a la moral, pusieron el apodo de Braghettone, que no es mal nombre para pasar a la historia.

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III

REMBRANDT

No hay duda de que el sino de Dánae es estar eternamente recluida. O eso o bien es que, como de costumbre, la vida se obstina en imitar al arte. La mitología refiere cómo Acrisio, su padre, la confinó en una cámara subterránea, tratando de impedir que tuviese contacto con algún varón, ya que el oráculo había vaticinado que el hijo de Dánae mataría a su abuelo. Después, cuando Dánae da a luz a un niño (Zeus la había fecundado en forma de lluvia de oro) y Acrisio se entera, éste los mete a ambos en un cofre que arroja de inmediato al mar. Rembrandt eligió la figura de Dánae para pintar un desnudo magistral en el que se muestra recostada en una lujosa cama con dosel, mientras mira hacia la izquierda como esperando a alguien. En 1985, un loco roció el cuadro con ácido sulfúrico y a continuación lo apuñaló. La restauración, que fue muy trabajosa, llevó doce años. Hoy, el lienzo se expone en el mismo lugar (el Museo del Ermitage, en San Petersburgo), aunque, claro, encerrado detrás de un cristal antibalas.

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IV

MODIGLIANI

Las dos mujeres con las que mantuvo una relación sentimental más estable supieron lo violento que se ponía cuando abusaba de la bebida o del hachís, circunstancia que se producía a menudo. Era como un loco encolerizado, atacado por un odio salvaje escribió André Salmon. Pero, mientras que la primera, la poetisa inglesa Beatrice Hastings, no dudaba en defenderse (se dice que Modigliani le confesó a un amigo que en una ocasión Beatrice había llegado a morderle los testículos), la otra, Jeanne Hébuterne, soportaba los maltratos sin rechistar, cegada por un amor enfermizo. Modigliani murió con treinta y cinco años, corroído por el alcohol y las drogas, el 24 de enero de 1920. Un día después, Jeanne, que estaba embarazada, se tiró por la ventana. Él la retrató muchas veces. Casi siempre mostraba esa mirada perdida que les daba a los personajes de sus cuadros la costumbre de Modigliani de pintarlos con las órbitas vacías.

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V

LEONARDO DA VINCI

De Leonardo era tan conocida su genialidad (sin discusión puede considerársele el paradigma del hombre renacentista) como la fama que tenía de dejar a medio terminar cualquier empresa en la que se embarcase. Diseñó máquinas voladoras que no volaron nunca y ballestas gigantes que no llegaron a construirse porque resultaban poco manejables. Esbozó infinidad de estudios preliminares (de brazos, de plantas, de embriones, de cabezas de ancianos o de jinetes) para cuadros que no existen. Trabajó durante toda su vida en un tratado sobre pintura que no pasó de ser un eterno proyecto. Y hasta trazó los planos de una ciudad que, por culpa del escaso desarrollo de los medios técnicos en la época, no se levantó. No es de extrañar, por tanto, que el bronce destinado a la estatua ecuestre que Ludovico Sforza había encargado a Leonardo, después de nueve años de bocetos y trabajos que sufrían un aplazamiento detrás de otro, terminase fundiéndose para hacer cañones cuando el duque entró en guerra con los franceses.

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VI

VELÁZQUEZ

Al fin, en noviembre de 1648, Velázquez consigue que Felipe IV le permita ir a Italia por segunda vez. El motivo del viaje era adquirir obras de arte para la decoración de los salones del Alcázar. Pero Velázquez, que se quedó allí hasta junio de 1651 (y eso que el rey no dejaba de enviarle cartas ordenándole que volviera), encontró tiempo también de solazarse con otros entretenimientos, como, por ejemplo, pintar unos cuantos cuadros geniales o engendrar un hijo bastardo con una romana. Fue en Roma donde recibió el encargo de retratar al papa Inocencio X. Vista la importancia de aquel trabajo, quiso desentumecer su pincel (creía que estaba perdiendo aptitudes) y practicar antes tomando como modelo a Juan de Pareja, el esclavo mulato que lo acompañaba. Pues bien, aquel ensayo dio un fruto tan en sazón que la crítica especializada distingue ambos lienzos (el de un papa y un esclavo, diferentes en la tierra, igualados en las paredes de los museos) como los más destacados de su producción retratística.

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VII

DURERO

A comienzos del siglo XVI, Oswolt Krel era alcalde de Lindau, una ciudad alemana pegada a la frontera con Suiza. A juzgar por el retrato con el que Durero lo inmortalizó en 1499, debía de ser un hombre con malas pulgas. El del cuadro, al menos, no infunde sino temor, con esa mirada de joven arrogante que se dejaría pintar mientras quizá andaba planeando intrigas y traiciones. Lo que son las cosas. A pesar del carácter temible que casi con toda seguridad tuvo el personaje en cuestión, a pesar de lo orgulloso que estaría de sí mismo (no cuesta imaginarlo) por haber logrado la posición social de la que entonces disfrutaba, hoy nadie habría sabido quién fue de no haber posado para el hijo de un orfebre. En la producción de Alberto Durero, abunda este tipo de trabajos realizados por encargo de mecenas ricos y poderosos (o simplemente ricos). Confieso que yo, cuando me encuentro con alguien que padece el incurable (y contagioso) mal de la vanidad (o cuando, lo que, por mis pecados, resulta bastante frecuente, es uno mismo el que sufre tal dolencia), me viene de inmediato a la memoria la imagen de Oswolt Krel. Gracias a que, acto seguido, y a modo de antídoto, me acuerdo también de lo aficionado que era Durero a pintar cualquier animal exótico que llegase a un puerto europeo. De manera que, y no alcanzo aún a explicarme la razón (o tal vez sí y lo que sucede es que no quiero reconocerlo), asocio inevitablemente el retrato de Krel a

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otra obra suya y a la moraleja que es fácil extraer de tal asociación: se trata de una xilografía (Durero dominaba esa técnica como pocos) en la que copió la figura de un rinoceronte que el rey Manuel de Portugal tenía la intención de regalar al zoológico del Papa. Asegura la sabiduría popular que Dios castiga sin piedra ni palo. Tanto si es así como si no, lo cierto es que aquella bestia inocente no llegó jamás a su destino, porque, al descargarla en el muelle de Lisboa, cayó al agua y se ahogó.

VIII

DEGAS

Entiende bien mis dichos e piensa la sentencia; non me contesca con tigo commo al doctor de Greçia.

- Arcipreste de Hita -

El descuido con el que dan la impresión de estar rematados muchos cuadros de Degas no es sino aparente. Antes bien, en ellos ningún elemento se deja al azar. Todo, absolutamente todo, se ha previsto. Desde el gesto aburrido de las bailarinas entre ensayo y ensayo hasta ese insignificante juego de luz en el que al principio ni se repara.

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Enero de 2011 El propio Degas reconocía que pensaba (y planeaba) cada obra como si se tratase de un asesinato.

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BOTTICELLI

En la National Gallery de Londres se expone uno de los cuadros que mayor fama dio a Botticelli: Venus y Marte, pintado alrededor de 1483. La tabla tiene forma apaisada, lo que indica que probablemente estaría destinada a decorar un arcón, habitual regalo de boda entre la aristocracia de Florencia. En él, Venus, diosa de la belleza y del amor, se muestra recostada, plácida y tranquila, pero a la vez muy despierta, mirando con fijeza y un punto de altanería a su amante, Marte, dios de la guerra, quien, por el contrario, duerme despreocupado y desnudo a su lado. El tema principal parece fuera de toda duda: el triunfo del amor sobre la guerra. Salta a la vista que Venus, recurriendo a armas no menos peligrosas, ha conseguido que Marte se olvide durante un rato de su obsesión por estimular entre los seres humanos la poco saludable afición de aniquilarse unos a otros. Parte de la crítica, no obstante, sin cuestionar que el motivo central de la composición sea el que se ha descrito, apostilla que quizá haya que añadir una nueva lectura de la obra: la de que hacer el amor da fuerzas a la mujer, mientras que al hombre lo deja extenuado, pues ése acostumbraba a ser uno de los comentarios picantes que, como

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broma (pese a que un servidor la tenga por advertencia de las que conviene tomarse en serio), con asiduidad se hacía en la época a los recién casados.

X

PICASSO

Definitivamente, las noticias que llegaban desde España no eran nada halagüeñas: en apenas unos meses, en contra de lo que se pensó al principio, las tropas de Franco habían avanzado mucho y el fascismo amenazaba con apoderarse del país entero. De modo que Picasso aceptó de inmediato el encargo del gobierno de la República para que pintase algo (algo que, dadas las circunstancias, tuviese un fin propagandístico), con vistas a exhibirlo en el pabellón español de la Exposición universal de París, que iba a celebrarse durante el verano de 1937. Le costó encontrar el tema del cuadro. La política y el arte, casi siempre, son como el aceite y el agua: no hay medio de mezclarlos. A lo que hay que añadir que por entonces Picasso tenía la cabeza donde la tenía, porque trataba de divorciarse de una mujer, vivía con otra y era amante de una tercera. El veintiséis de abril, los aviones alemanes de la legión Cóndor bombardearon Guernica, una ciudad vasca sin ningún valor estratégico, alejada del frente y en la que sólo había ancianos, mujeres y niños. La prensa internacional dio cuenta de la matanza dedicándole sus primeras páginas e ilustrándola con fotografías de edificios en llamas. Picasso, horrorizado por la masacre, acababa de hallar el motivo de la obra para la Exposición de París. El resultado fue una tela enorme, tanto que ocupaba una pared entera del pabellón español. La bautizó con el nombre de aquella ciudad arrasada: Guernica.

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Enero de 2011 Varios años después, el ejército de Hitler ocupa Francia. Picasso

se refugia en la pintura, su única arma contra los nazis, quienes consideraban que el arte abstracto era un arte degenerado. Y pinta. Pinta sin parar. Un día, la Gestapo se presenta por sorpresa en su casa para efectuar un registro. El oficial que estaba al mando, cuando ve sobre la mesa una foto del Guernica, le pregunta: ¿Ha sido usted quien ha hecho esto? Yo no. Ustedes, contestó Picasso.

XI

JOHN EVERETT MILLAIS

Millais es uno de esos nombres que la historia apunta en sus márgenes. Y con minúscula. Como el de tantos otros. Alguien que iba para genio (fue lo que suele llamarse un niño prodigio), pero que acabó estancándose, convertido al final de su vida en un pintor simplemente estimable. Hay ocasiones en las que uno no está muy seguro de si preferiría conocer lo que se esconde detrás de un cuadro que nos entusiasma (aun a riesgo de enterarnos de ciertos detalles que puedan debilitar nuestra fascinación) o, por el contrario, continuar admirándolo justo por el misterio que desprende. Millais pintó a Ofelia flotando boca arriba en el lago. La muchacha se había suicidado al saber que el príncipe Hamlet era el asesino de su padre. El mismo Hamlet que, para más inri, poco antes no había tenido empacho en burlarse del amor que ella le acababa de ofrecer.

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Enero de 2011 La modelo que usó era una infeliz llamada Elizabeth Siddal, quien, a fin de recrear las condiciones en las que se hallaba la pobre Ofelia, posaba sumergida horas y horas en una vulgar bañera llena de agua tibia.

XII

GOYA

Porque sé que los sueños se corrompen, he dejado los sueños.

- Luis García Montero –

Cuando el pueblo se levanta contra las tropas napoleónicas y estalla la Guerra de la Independencia, Goya no acierta a saber qué es lo que de verdad siente y quiere. Por un lado, anhelaba que las ideas ilustradas sacasen a su país del atraso de una vez por todas, lo que lo llevaba a preferir el gobierno de José Bonaparte al de Carlos IV y Godoy; por otro, no comprende por qué la instauración de un sistema que, en teoría, buscaba devolver la salud a una sociedad gangrenada ha desembocado en semejante carnicería. El ejército invasor se había entregado a la destrucción y la rapiña. Y él, a la postre, era un patriota. Si bien hubo de soportar, durante mucho tiempo, que se le tildase de lo contrario por el mero hecho de que sus convicciones provenían del enciclopedismo francés.

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Enero de 2011 Roma no paga a traidores, pero me temo que aún trata peor a quienes se preocupan por ella, empeñados en que progrese. Un botón de muestra es el caso de Gaspar Melchor de Jovellanos, al que retrató en 1798. En ese momento era Ministro de Gracia y Justicia. Jovellanos representa a la perfección al gobernante recto que está convencido de que la política, bien ejercida, tiene la facultad de cambiar el destino y la forma de ser de los hombres. Ahí está para corroborarlo, y no es sino un ejemplo, su Informe sobre el expediente de la ley agraria. Como recompensa a tal honradez, unos años más tarde, fue juzgado por la Inquisición y encarcelado en el castillo de Bellver. Me imagino lo que Goya, harto de la mezquindad humana, opinaría al respecto. Seguro que algo parecido a lo que pensó al comprobar, casi al final de su vida, cómo intelectuales de la valía de Leandro Fernández de Moratín o Manuel Silvela, lo mejor de cada casa, se habían visto forzados a exiliarse en Burdeos debido a que en España se les acusaba del imperdonable crimen de ser afrancesados. Para colmo, la sordera terminó aislándolo en medio de un mundo cuyas reglas no lograba entender. Desde 1919, los restos de Goya se encuentran en la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid. Al cadáver le falta la cabeza, ya que parece ser que la donó a un médico para que la estudiase. Aportación última a la ciencia que dio lugar a la iluminadora paradoja de que él, teniendo como tenía una fe ciega en la razón, esté enterrado sin el continente de esa razón en la que había fundado sus esperanzas.

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XIII

VAN GOGH

He visto. Pero, ¿qué?

- César Simón -

Vincent Van Gogh llegó a pintar más de treinta autorretratos. Copiaba una y otra vez su propia imagen (con barba, sin barba, con sombrero, con una oreja vendada …) como si necesitase cerciorarse de que realmente existía. No sé. Quizá esa obsesión por reproducir su rostro en tantos lienzos tuviese que ver con la visita que hizo al cementerio de Zundert cuando cumplió veinticuatro años. Ese día, solo, había cogido el último tren de Dordrecht a Oudenbasch. Desde ahí fue a pie hasta Zundert. Después de caminar un rato entre las tumbas, se detuvo frente a una lápida en la que se leía: Vincent Van Gogh, 30 de marzo de 1852. Su hermano. El hermano que había nacido muerto justo un año antes que él y al que sus padres habían puesto su mismo nombre.

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XIV

VERMEER

En la obra de Vermeer no hay héroes enfrentados a la ira de los dioses ni validos, reyes o emperadores sosteniéndole la mirada a la eternidad. Nada de eso. Basta un poco de luz que entra en la alcoba. Y una mujer que lee ensimismada una carta frente a la ventana.

XV

CARAVAGGIO

Se diría que Caravaggio se tomaba al pie de la letra eso de que los últimos serán los primeros, porque escogía a los modelos para los cuadros piadosos que le encargaban entre los muchos amigos que tenía en el hampa romana. Bueno, tampoco él era alguien demasiado recomendable, que digamos: con un carácter irascible, metido de continuo en reyertas, duelos o asesinatos y al que sus mecenas hubieron de sacar más de una vez de la cárcel. Y aunque hoy en día, casi cuatrocientos años después, ya con las bendiciones oficiales que otorgan los manuales de historia del arte, no importe en exceso quién fuese quién, yo, al menos, que siento tanta debilidad por la paja como por el grano, duermo con la conciencia bastante más tranquila desde que sé que representaba a la Virgen

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Enero de 2011 con el rostro de prostitutas muy conocidas, que sus ángeles en realidad eran chaperos y que a cualquier mendigo, golfillo o timador de medio pelo lo convertía en apóstol e incluso, si se terciaba, en santo.

XVI

FRA ANGELICO

Que el fondo y la forma, por muchas vueltas que se le dé, parece que en definitiva vienen a ser lo mismo lo prueba el hecho de que Fra Angelico, cuyas tablas reproducían insistentemente pasajes de la Biblia, nunca comenzaba a pintar sin haber rezado antes.

XVII

TOULOUSE-LAUTREC

En la antigüedad (Dios aún andaba en casa de todos), los pintores cuya obra alcanzaba el favor de sus coetáneos enseguida recibían encargos para decorar iglesias, basílicas o catedrales. Obviamente, temas tan elevados (se debía trabajar en la mayoría de las ocasiones subido a un andamio) exigían que fuesen los artistas de mayor prestigio quienes los tratasen. Lo primordial era despertar la fe del pueblo a cualquier precio. A tal efecto, no había que pararse en barras (poco importaba la catadura moral del elegido) ni escatimar gastos. Ya se pasaría luego el cepillo entre los feligreses y asunto concluido.

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Hay que ver cómo cambian los tiempos. Corría el año (no me atrevo a decir que del Señor) de 1892, cuando a Toulouse-Lautrec le pidieron que pintara unos cuadros con el fin de colgarlos en el vestíbulo de un burdel parisino muy famoso. La serie consta de dieciséis piezas. En ellas se exhibe la imagen de distintas mujeres, en la cama, besándose (muchas de las pupilas de aquel tipo de establecimientos practicaban el lesbianismo) o insinuando (y sin insinuar) el inicio de un escarceo sexual. Los lienzos servían como reclamo, puesto que no se buscaba sino animar a los clientes a que subieran a las habitaciones con alguna de las muchachas. El negocio era el negocio. Un número considerable de trabajos de Toulose-Lautrec recrean el motivo de la prostitución. Lejos de lo que pudiera parecer en un primer momento, la insistencia en ese tema no es fruto de una mente podrida. Más bien, él siente por las mujeres que se dedican al oficio algo parecido a la piedad. Las retrata en actitudes cotidianas (subiéndose las medias, jugando a las cartas mientras aguardan, aburridas, la llegada de los parroquianos o pasando el obligatorio reconocimiento médico), lo que las convierte en seres próximos, tan indefensos y humanos como el resto de los mortales. Nada que ver con esas representaciones de santas de mirada perdida, mártires que soportan el suplicio sin una queja y vírgenes inalcanzables de tan puras, castas y perfectas. María Magdalena, tú que conociste el peso de los hombres, ruega por nosotros.

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XVIII

CANALETTO

Entre los turistas que visitaban Venecia en la primera mitad del XVIII, aristócratas en su mayor parte, se puso de moda adquirir como recuerdo alguno de los cuadros en los que Canaletto reproducía minuciosamente rincones tan típicos como la plaza de San Marcos o el puente de Rialto. Una de las viejas aspiraciones del arte y de los artistas ha sido y es describir la realidad punto por punto. Copiarla. Imitarla. Apresarla. A Canaletto, además de esos lienzos dedicados a lugares existentes, le gustaba pintar lo que los expertos denominan caprichos y él llamaba vistas inventadas. En ellas componía un conjunto imaginario con fragmentos de edificios que había conocido durante sus viajes a Roma, Padua e Inglaterra. Y, considerando que en unas y otras empleaba la misma técnica figurativa (idéntico el respeto a las proporciones, idéntica la maestría de las pinceladas), resultaría imposible, de no ser por pequeñeces como el título de la tela en cuestión, distinguir las ciudades verdaderas de las fingidas.

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XIX

DALÍ

HOMBRE 2. La puerta del teatro no se cierra nunca.

- Federico García Lorca -

Dalí vivía dentro de un personaje. Los pescadores que lo trataban a diario en Port Lligat (y muchos de los amigos que iban a visitarlo) coincidían en que su paisano tenía un carácter de lo más normal. Igual que el de cualquier hijo de vecino. Todos lo definían incluso como tímido y educado. Hasta que se presentaba en casa un periodista blandiendo una cámara o grabadora en ristre. Entonces, aquella persona afable se metamorfoseaba, de repente, en un ser excéntrico llamado Salvador Dalí al que le daba por poner cara de loco y perorar a voz en cuello, entre otras lindezas de calibre similar, sobre la metafísica de las ventosidades y los excrementos.

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XX

ERIK EL BELGA

EL DIRECTOR (Ante lo insostenible de la situación.) ¡Ficción! ¡Realidad! ¡Al diablo con todos! ¡Luces! ¡Luces! ¡Luces!

- Luigi Pirandello -

Según los informes de la policía, René Alphonse van der Berghe, más conocido como Erik El Belga, participó, entre 1977 y 1982, en unos sesenta robos, mediante los que se apoderó de alrededor de seis mil obras de arte. Con todo, mayor fama aún si cabe que sus expolios a cualquier edificio religioso que careciese de vigilancia (la primera vez que yo oí hablar de él fue en Paredes de Nava, de cuya iglesia se había llevado varios cuadros de Berruguete) se la proporcionaron sus hazañas como falsificador. Él ha confesado que lo hacía para divertirse, por puro placer. Un ejemplo: falsificó el retablo de Oberwesel y luego se lo vendió a los alemanes, que no se dieron cuenta del timo hasta que transcurrieron nada menos que veinte años. En concreto, en ese caso justificaba su fechoría arguyendo que se trataba de una especie de venganza por el holocausto nazi, dado que su padre había estado preso en un campo de concentración. De cuando en cuando, en el hueco de la pieza que acababa de robar, dejaba, como tarjeta de visita, una botella de champán y dos copas vacías. Al parecer, para

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Enero de 2011 él terminó convirtiéndose en un guiño que equivalía a ensayar un brindis por la belleza y el amor, que no sé si en el fondo será lo mismo que decir por la fragilidad de la verdad. Actualmente, Erik El Belga, tras haber entrado y salido de la cárcel en unas cuantas ocasiones, es un anciano de ojos cansados que vive en Málaga, que pinta vírgenes y angelotes que después regala al clero (quién lo ha visto y quién lo ve), que asesora, si se lo piden, a museos y coleccionistas, que fuma tabaco de picadura, que padece diabetes, que está operado del corazón, que se ha casado siete veces y que tiene seis hijos con seis mujeres distintas. Salud.

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