El Taller, la crónica de la Tadeo - Edición 3

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No. 3 - SEGUNDO PERÍODO DE 2011 • UNIVERSIDAD JORGE TADEO LOZANO • PROGRAMA DE COMUNICACIÓN SOCIAL - PERIODISMO - BOGOTÁ

A pie por la calle del Bronx

Fotografía de Rocío Salazar

Por: ROCÍO SALAZAR

EN ESAS CONDICIONES geográficas es normal la convivencia entre estos monstruos con forma de humanos, indigentes que se conocen como ñeros.

l área, que en suma son la calle novena y décima con calle 14 conocida como la Caracas, es como una caja de fósforos atiborrada de seres oscuros, revueltos entre el fango y la miseria humana, en su mayoría de veces por la dependencia extrema a las incontables variedades de drogas ilegales que allí circulan libremente. Es un mercado popular de estupefacientes y armas, que se venden a la luz del día, pero aún así, se mantiene bajo un comercio clandestino, de forma discreta y selectiva. La crueldad que impone el aspecto de estas calles en medio del centro de Bogotá hace parecer que allí habitan no ya seres humanos, sino monstruos.

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Monstruos con forma de humanos que tiene que sobrevivir asegurándose un cupo en alguna escala de la división social. Estos habitantes, que entre ellos se llaman 'ñeros', pasan sus días persiguiendo eso que calme su adicción a las drogas, al dinero, o al poder, eso es lo que marca su jerarquización. Algunos son los jíbaros, expendedores de droga, otros los campaneros o informantes de cuadra, son quienes controlan la competencia y vigilan la infiltración de un 'ñero de parche ajeno' o la presencia de algún 'tombo' como le llaman ellos a los policías. Otros, a los que llaman 'los duros', son los que administras las caletas de (Continua Pág. 3)

1 Fotografía de Viviana Avendaño


EL TALLER, LA CRÓNICA DE LA TADEO

Editorial No. 3 - 02/2011 UNIVERSIDAD JORGE TADEO LOZANO • PROGRAMA DE COMUNICACIÓN SOCIAL - PERIODISMO - BOGOTÁ

El oficio de enseñar periodismo

Por: OSCAR DURÁN IBATÁ

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l hacer periodístico no sólo es el resultado de una reflexión y una deliberación previas a la resolución de informar, orientar y explicar, sino el fruto de un compromiso, en función del deber ser axiológico. Con valores sociales de libertad y paz, el ejercicio de la información supone un acto libre de justicia distributiva. Desde este presupuesto, el periodismo se asume como “un pensar”.

(García, 1997, p. 19). Los analistas también están de acuerdo con el valor del dominio de la palabra. “El lenguaje es el instrumento de la inteligencia… el periodista que domine el lenguaje podrá acercarse mejor a sus semejantes, tendrá la oportunidad de enredarles en su mensaje, creará una realidad más apasionante incluso que la realidad misma” (Grijelmo, 1997, p. 21).

A la tradición norteamericana se le atribuyen la crónica escueta de hechos, la objetividad, el interés humano, la indagación profunda, cierta investigación y el escaso intelectualismo con un estilo pragmático y efectista, espectacular, doméstico y de cuento individualizado; la británica recoge, en su modelo de prensa de cejas altas, la separación clara entre hechos y opiniones con un estilo más sobrio que el estadounidense (que es más sencillo) o el latino (que juega más con las palabras); la escuela latinoamericana es “más politizada y literaria que las otras dos” (Gómez, 1999, pp. 11 y 12). Los modelos de enseñanza responden a las particularidades de cada caso: en Estados Unidos, por ejemplo, la orientación se basa en el aprendizaje de técnicas, lenguajes y tecnologías, con mucho énfasis en la escritura periodística y en simulacros de redacciones periodísticas, incluso mediante convenios con distintas empresas informativas, junto a una gran preocupación por la investigación; los europeos responden a estudios generalistas, más cercanos a las ciencias humanas y sociales, lo que tendría que ver con que en este continente se “asignaban funciones distintas al periodismo, en severo contraste con el pragmatismo norteamericano” (Gargurevich, 1997, p. 391); y los latinoamericanos ligan el periodismo al estudio de Comunicación Social, con énfasis en las teorías y los campos de esta disciplina, sin perjuicio de un afán puntual por consentir la crónica literaria, a fin de cuentas, el género que le propusieron a la corriente anglosajona. Con todo, sus patrones de formación siguen obedeciendo a esquemas rígidos. “Frente a una audiencia por naturaleza enemistada con la rigidez y emparentada con el libre pensamiento, los educadores parecen empeñados desde entonces en enseñar y evaluar de manera estandarizada, con modelos que cuadriculan al estudiante y lo obligan a pensar de una sola forma”. Con la pirámide invertida, el lead forzado y los seis interrogantes básicos (que ya son diez), entre otros, “la clase estaría desconociendo la libertaria capacidad creativa de los individuos en formación, lo que significa ignorar el talante abierto, irreverente, libre y contestatario” de estas generaciones (Martínez & Durán, 2005, p. 392). Pues lo cierto es que los profesores se enfrentan hoy a una generación de estudiantes “competitivos, que se evalúan a través del “yo soy mejor que tú”; gustan de “las actividades en las que pueden botar adrenalina”; sienten animadversión por “todo tipo de reglas”; buscan siempre extender sus “redes de amigos”; detestan las reglas; son independientes y experimentan una constante seducción por las nuevas tecnologías (La impaciente generación “Y”, El Tiempo, 26 de octubre de 2009, p. 2-12). ¿Qué pasaría si, en respuesta a esos presupuestos, la metodología de enseñanza en periodismo se sobrepone al esquema?

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Revista de los estudiantes del Programa de Comunicación Social - Periodismo Facultad de Ciencias Humanas, Artes y Diseño Universidad Jorge Tadeo Lozano Carrera 4 No. 22 - 61 Sector A, Módulo 3 Oficina 303 Teléfono: 2427030 Ext. 1630 / 1631 / 1632 / 1634 comunicacionsocial@utadeo.edu.co

Decano Facultad de Ciencias Humanas, Artes y Diseño: Alberto Saldarriaga Decana Programa de Comunicación Social: Vera Schütz Administradora Docente: Consuelo Fajardo Cuerpo Docente: Raúl Acosta Andrés Barrios Juan Carlos Córdoba Oscar Durán César Giraldo Daniel Pineda Coordinador Editorial: Oscar Durán Textos y Fotografías: Adriana Escobar Andrés Garrido David Guacaneme Paola Núñez Paola Prada Rocío Salazar Estudiantes de la clase de Redacción de Prensa II. Diseño: Mila Muñoz Desales

Mila M.S. Bogotá - Julio de 2011


EL TALLER, LA CRÓNICA DE LA TADEO (Viene Pág. 1)

En el Bronx las castas de 'ñeros' y 'duros' se deben respetar, la única garantía para un negocio es la vida, el que no paga se muere

Hernando cuenta que en los cuartos, los huéspedes se reúnen a hacer orgías, otros a hacer ajustes de cuentas y otros a buscar un refugio para pasar la 'traba' o la 'borrachera' a puerta cerrada, y todo eso por cinco mil pesos que cuesta la noche o el ratico. El Bronx es una de las ollas más importantes del país. Existen ollas en todas las ciudades, unas más 'calientes' que otras, explica Hernando que todo depende del volumen que se trafique de armas y droga, pero que en todas el control del poder lo tienen grupos paramilitares, ellos conocen qué entra y sale de sus dominios. "Pille mona, entienda, todo se avisa con anterioridad, los mismos 'tombos' les avisan a 'los duros' unos tres día antes y entonces se preparan, se encaletan todo, se limpian y listo. Dejan por fuera algo para que todo parezca que sí, que se hizo una vuelta grande. ¿Si ve? ¡Ay mona no le digo! a este país lo manejan 'aquellos", me narra Hernando con total frialdad.

Fotografía de Rocío Salazar

LA VENTA DE MARIHUANA y otras sustancias se hace a plena luz del día.

Le propuse entonces que me llevara con él a recorrer las calles de su mundo, quería ver de cerca el famoso Bronx, quería contar esta historia a partir de lo que pudieran decir mis pies, a partir de un recorrido por sus olores, sus miradas. Tuve temor de ir sola, así que le pedí a un amigo que me acompañara, y juntos, guiados por Hernando, entramos. Nada garantizaba nuestra seguridad, si las cosas se ponían difíciles todo corría por nuestra cuenta, sin embargo asumimos el riesgo. Primera visita: Conociendo el valle de fango

drogas y armas, y algunos más, como Hernando, que administra uno de los hoteles del sector, hoteles que no alcanzan a tener ni la mitad de una estrella. Si se quiere permanecer en el lugar hay que seguir los códigos. En el Bronx las castas de 'ñeros' y 'duros' se deben respetar, la única garantía para un negocio es la vida, el que no paga se muere, cada uno en su papel, cada uno en lo suyo hasta donde quiera hundirse. Cuando conocí a Hernando me asaltaba una duda, ¿cómo este personaje había logrado sobrevivir?, pero conocer su historia, que me develó a lo largo de las tantas charlas en el andén acompañadas de un tinto, me daría la respuesta. Este hombre nació en Armenia, nunca conoció a sus padres, llegó a Bogotá a los 7 años y lo primero y lo único que conoce de esta ciudad son las calles del Bronx en las que aprendió a fumar marihuana, luego bazuco y después ya no distinguía el tipo de droga, lo único que sabe es que se envició. Con el tiempo conoció a una mujer que le dejó dos hijos, ella ya está muerta. Uno de ellos tomó el mal camino, como les pasa a casi todos los monstruos del Bronx, mató a un hombre y hoy paga una condena de dieciocho años. El otro tampoco tuvo opción y prefirió combinar dos oficios más o menos reconocidos y respetados en ese valle de fango, se volvió jíbaro y administra un hotel.

Aunque llovía y el frío era implacable, no teníamos puesto más que una ropa informal y poco abrigada, todo para seguir las instrucciones de Hernando que nos advirtió no dar 'visaje'. Sin miramientos, Hernando tomó la delantera, luego estaba yo y luego mi amigo. Entramos. De inmediato el ambiente es otro, no el típico del centro de la ciudad que de por sí es enrarecido y pesado, este es un lugar que para entrar hay que atravesar la cortina de humo de marihuana y bazuco. Estuvimos a punto de regresar porque el olor se hacía insoportable. Antes de entrar en un trance forzado, por el espeso humo de marihuana que inhalaba, logré hacer un inventario a primera vista del total de la población indigente: unos borrachos, otros drogados, otros tirados por el suelo durmiendo, otros hablando, otros cuidando la zona, pero cualquiera fuera su estado, todos estaban con sus olores de droga, alcohol y días seguidos sin baño sumados. Hernando avanzaba con una sonrisa que más que pícara resulta desafiante. Nos presentó a algunos que se acercaron como 'sus nuevos clientes' -son nuevos decía- fue una jugada hábil que según él iba a evitar que nos comieran vivos si descubrían el objetivo de nuestra visita. Hay edificios en cada una de las cuadras, todos de mal aspecto, con ventanas oscuras y algunas rotas. Había uno que otro

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Las calles son completamente derruidas, hay fangos formados por la mezcla de barro, excremento de perros y de humanos, hay huecos, hay rincones con charcos de sangre, allí no hay vida, no hay color personaje asomado mirando hacia afuera, en otros edificios el movimiento era en la entrada. Hay tiendas donde se vende cerveza y aguardiente principalmente, pero también un trago especial que ofrecen por mil pesos a los más alcohólicos que no tienen cómo sostener el vicio, una peligrosa mezcla de alcohol industrial con panela, que les alivia la ansiedad pero los enferma. Las calles son completamente derruidas, hay fangos formados por la mezcla de barro, excremento de perros y de humanos, hay huecos, hay rincones con charcos de sangre, allí no hay vida, no hay color. En mi mente se formaba un espiral de imágenes, y el corazón me palpitaba con fuerza, la única pregunta que me hacía mientras avanzaba era: ¿qué estoy haciendo aquí? Llegamos al sector del comercio, una especie de mercado de las pulgas, en el que hay dispuestas unas meses sencillas, algunas con manteles, y son atendidas por hombres y mujeres que con

hombre de la mesa con mantel le pegaba a la caja de la mercancía y llamaba a su clientela asegurando vender calidad y a buen precio, todo es competencia agresiva, todo es 'clandestino'. Hernando en ocasiones nos hablaba muy de cerca para mostrarnos a los vigilantes o campaneros, nosotros ya entrenados, no mirábamos de una vez, y sólo lo hacíamos si no había que voltear la cabeza. De repente de una puerta de uno de los edificios salieron tres hombres, uno de cuerpo atlético y espalda ancha, otro de pelo corto con gafas, todos con camiseta. Se abalanzaron y tomaron de los brazos a mi amigo, lo sacudieron y lo empujaron, al tiempo que le decían amenazantes "oiga bájese la capota, bájesela". Todo fue tan rápido que yo, que iba justo adelante, supuse que lo estaban atracando, cuando me di vuelta recordé lo que nos dijo Hernando en nuestro entrenamiento: "si pasa algo así explíqueles de forma pausada qué están haciendo allí" y la respuesta debía ser: 'comprando merca'. De inmediato Hernando reaccionó y muy seguro en tono humilde les dijo: "No, tranquilos, todo bien ellos vienen conmigo", y a mi amigo le dijo "chino la capota" haciéndole señas para que se la quitara, porque en el Bronx la cara tiene que estar visible.

Fotografía de Rocío Salazar

Ya con un nuevo código aprendido, estos hombres nos dejaron en paz, y aunque duramos temblando un buen rato, mudos y con una sonrisa nerviosa, yo me sentía un poco más familiarizada con lo salvaje del lugar, con ese orden impuesto con brutalidad, con esa ley que sólo entienden los que, como Hernando, han logrado sobrevivir.

“DE LLEGADA AL BRONX, nos detuvo una mujer de un puesto con la intención de averiguar qué hacíamos allí”.

sus gestos demuestran que no están ahí propiamente para simpatizar. Ya más calmada, o mejor resignada, logré hacer otro inventario: a simple vista la oferta se componía de varias bolsas negras con marihuana, pipas, cocaína, bazuco, tabaco y algunos artefactos para consumir las drogas; aunque no hacía falta observar pues bastaba escuchar lo que a gritos vociferaban estos vendedores para saber qué predominaba. La mujer de la mesa de la esquina con tambor en mano acompañaba su pregón, el

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Cuando salimos de esa cuadra, Hernando se reía de nosotros y en tono burlón decía: "quedaron pálidos", a mí en particular me decía entre carcajadas: "la mona quedó como un papel" Llegamos al hotel donde trabaja Juan, el hijo de Hernando. Atravesamos un corredor de un poco más de un metro que nos llevó a la primera habitación que él terminaba de arreglar, nos miró de forma despectiva y poco amable. Contrario a lo que había imaginado la habitación de ese tipo de hotel también puede llegar a ser un lugar habitable, éstas por ejemplo, tenían una cama limpia y tendida con cobijas térmicas, una mesa de noche con cajones metálicos, un televisor y el piso sin rastro del lodo que queda en los zapatos que han recorrido el Bronx. Hernando intentó, con atenciones, hacernos sentir 'como en casa', tarea difícil cuando se está en un ambiente radicalmente ajeno a nuestra propia realidad, pero con el tinto que nos ofreció estaba logrando al menos hacernos sentir cercanos a él.


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El ambiente se puso algo tenso, todos estábamos callados, el único que hablaba era Hernando, entraba y salía, hablaba con nosotros, con Juan y una pareja de amigos que estaban allí. Volvió a entrar y con una seña y una voz fuerte le dijo a su hijo: 'páseme el… el encarguito', y ahí comenzaba otra historia. Resulta que Hernando además de administrador de hotel del Bronx es coleccionista de palabras desde los quince años, y alimenta su colección con lo que le es familiar y con lo que lo rodea, la jerga de los ñeros. No pudimos conocer más porque tuvimos que desocupar la habitación para una pareja que había llegado a pasar un ratico, así que el tema del encarguito quedó pendiente.

A todos se les permite entrar y poco a poco van jalonando al que puedan comprarle la voluntad con muestras gratis. El Bronx no distingue edad, sexo o raza, en ese lugar el que viva por consumir es bienvenido Salimos y Hernando empezó a relatar historias de su barrio, habló de las mujeres que andan armadas, asegura que son más bravas que un parche grande. Habló de las historias que combinan sexo y droga, en las que los más vulnerables son los viciosos que no tienen para su dosis, pues en medio del desespero entregan su propio cuerpo para conseguir una pipa o pegante. El visitante del Bronx lo catalogan como 'consumidor frecuente' o 'cliente potencial'. A todos se les permite entrar y poco a poco van jalonando al que puedan comprarle la voluntad con muestras gratis. El Bronx no distingue edad, sexo o raza, en ese lugar el que viva por consumir es bienvenido. Segundo visita: El final del recorrido Esta vez, el grupo lo conformábamos Lucero, mi profesora de Redacción de Prensa I, Hernando y yo. Convencí a mi profesora luego de plantearle el tema y de contarle lo que había ocurrido en la primera visita, así que la llevé para que de paso me ayudara a concluir el trabajo. Llegamos al punto de reunión y Hernando no pudo disimular lo incómodo que le resultaba tener a la 'profe' en la expedición, pues la sentía como una intrusa, pero poco a poco pudimos derrumbar muros y dimos comienzo a nuestro segundo día de recorrido. De nuevo Hernando era el mismo, hablando hasta por los codos, y ahora que lo pienso en cada historia que contaba había algo de exageración y fantasía, pero tal vez era una forma de disfrazar lo siniestro del mundo del Bronx, que según parece, cada vez es más fuerte e indestructible, un lugar que todos

conocemos, pero un entorno que por ser ajeno al nuestro preferimos ignorar. Llegando al Bronx nos detuvo una mujer de un puesto de venta, preguntó por la cámara que llevábamos, la misma que había dejado en manos de Hernando para que tomara las fotos, de lo contrario era riesgoso hacerlo. La mujer la pidió, y Hernando le dijo que yo la estaba vendiendo, la mujer me miró de arriba abajo y dijo: 'cuánto pide', yo le respondí tratando de esconder mi voz temblorosa, 'doscientos mil pesos', esperando que no se animara; la mujer tocaba la cámara, la volteaba y me miraba, de inmediato Hernando se la quitó y dijo: 'esta mona pide mucho, vamos a ver qué le dan'. Se despidió y seguimos. Esta vez entramos a la tienda junto al hotel donde trabaja Juan, había que pedir algo, para estar ahí tranquilos, entonces terminamos tomándonos dos cervezas, una para Lucero y una para mí. Hernando no tomó, en cambio consumió bazuco. Echó una moneda en la rockola de la tienda y puso su canción preferida, estaba contento. Nos fuimos pronto, entramos al hotel y la sorpresa fue encontrarnos con el jefe de Juan, un señor con algunos años encima y la experiencia a flor de piel. Tranquilo, pausado, en mi mente dije: "este parece ser uno de los duros". Yo estaba callada y pensativa, la que sí tomo la palabra fue Lucero, quien empezó a hacerle preguntas al jefe. Hernando me hacía señas, hasta que se acercó y me dijo al oído: 'mona dígale a la profe que no le haga más preguntas al patrón, ya se la tiene pillada." Yo entré y no sabía qué hacer, me quedé un rato ahí de pié, luego llegó la hija del señor, una mujer que con voz fuerte, le dio razón de alguna cosa pendiente, y aproveché esa oportunidad para llamar a la profe, Hernando nos susurró: 'nos abrimos'.

Yo entré y no sabía qué hacer, me quedé un rato ahí de pié, luego llegó la hija del señor, una mujer que con voz fuerte, le dio razón de alguna cosa pendiente, y aproveché esa oportunidad para llamar a la profe, Hernando nos susurró: 'nos abrimos' Nos despedimos rápidamente. Al final, Hernando recibió un reconocimiento en gratitud por su ayuda, prometí vernos de nuevo para averiguar por su diccionario conformado por las palabras de la gente del Bronx, gente que con el tiempo y por el vicio, se convierten en esos monstruos que entre el fango y la miseria viven una clandestina realidad que pareciera estar orquestada por una mano invisible que legitima su existencia y le permite aumentar su poder.

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Fotografía de Andrés Garrido

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PERRO EN REHABILITACIÓN, diagnóstico: patas delanteras y cuello lastimados.

Un experimento

animal

Por: ANDRÉS GARRIDO

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a clínica Dover, en el norte de Bogotá, alberga animales que han sobrevivido a experiencias traumáticas, como por ejemplo, los experimentos de estudios acerca del desarrollo de los huesos, que como consecuencia, dejan a algunos de éstos sin patas traseras. Hay también casos de animales en estado de desnutrición, abandono y víctimas de otros dolorosos sucesos que encuentran en esta clínica un lugar de salvación y rehabilitación.

Todos los miembros de su familia fueron sacrificados, y cuando ella estaba a punto de correr la misma suerte, milagrosamente fue salvada

Mafalda es una perrita que está feliz y saludable. Todos los días, se la pasa jugando y revoloteando en el jardín de sus nuevos dueños, su inconfundible forma de correr resulta divertida. Ahora es muy sociable, juega con los niños de su familia adoptiva como si fuera el primer día de su vida, y en cierto modo, lo es.

suerte, milagrosamente fue salvada. La rescataron de un grupo de animales nacidos y criados para la experimentación con animales. Hasta el día de su rescate, a Mafalda no le esperaba ninguna clase de futuro, las pruebas científicas se llevarían a cabo en ella y luego sería sacrificada. Ese fue el destino de sus antecesores y de un incalculable número de perros que nacen para ser un experimento y mueren antes de tener la opción de ladrar en libertad.

Es una sobreviviente que sus primeros tres años de vida perruna los vivió en encierro, en una jaula como si estuviera pagando una pena de prisión. Todos los miembros de su familia fueron sacrificados, y cuando ella estaba a punto de correr la misma

El nuevo ciclo para Mafalda comenzó en el año 2011, cuando los médicos veterinarios, Jenny García y Bernardo Barrera, visitaron el Centro de Rehabilitación de Fauna Silvestre Oriente de Caldas, lugar donde habitan animales de diversas especies.

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"Nos dijeron que los perros fueron rescatados en Teruel, un pueblo olvidado en el departamento del Huila, pero que lamentablemente por el mal aspecto físico y por la mala salud de algunos, aún no habían podido encontrarles un hogar". Dice Jenny tímidamente, una joven que tiene por vocación ayudar a conservar las especies que se encuentran en vía de extinción y a salvar la vida de los animales. Bernardo y Jenny trasladaron algunos de estos animales, entre ellos a Mafalda, a la clínica en Bogotá, donde continuarían con su rehabilitación y tendrían una mejor oportunidad para encontrarles un hogar. "La soledad es una forma de tortura psicológica para un animal social como el perro, estos animales estaban tan ansiosos por alguna forma de contacto", dice Bernardo con visible nostalgia. Luego de saber un poco de la historia de los animales que llegan a este lugar, quisimos conocerlos. Una vez dentro de la clínica, pude observar que los perros tienen varias heridas en su cuerpo, uno de los médicos me dijo que no todas las enfermedades son consecuencia de los experimentos, algunos animales que adoptan han estado varios días bajo la inclemencia del clima, soportando noches heladas y durmiendo sobre su propio orín.

Todo tipo de experimentos con animales siguen siendo llevados a cabo en nuestro país y lo preocupante es que no todos tienen la suerte de Mafalda. Sin embargo, hay personas comprometidas con esta causa, "lo maravilloso de mi trabajo es tener la posibilidad de conocer de cerca lo increíbles que pueden llegar a ser los animales, sentir su agradecimiento y fidelidad; y la satisfacción más grande es saber que mi trabajo se ve reflejado en su bienestar", asegura Bernardo con entusiasmo. La clínica trabaja todo el tiempo para brindarle una medicina especializada a los animales más vulnerables y un seguimiento a las mascotas. No sólo es una clínica veterinaria que cura heridas, también acompaña a estos sociables caninos en su recuperación y en su camino a una mejor calidad de vida. Finalizando el recorrido escuchaba en los pasillos ladridos y maullidos de animalitos que luchan por sus vidas. Veía cirujanos que con el bisturí devolvían el normal funcionamiento a los cuerpos de seres que llegaron casi moribundos; pero además vi, que en esta clínica demuestran que una causa noble en la que se trabaja a diario encuentra su recompensa en una pata amiga, y en una cola que baila de lado a lado porque encontró un lugar para ladrar en libertad. Foto de José Alejandro Gómez

"Cuando llegamos nos encontramos con un grupo de perros que saltaron a nosotros en busca de afecto, uno de los perros estaba viviendo en un aislamiento total, sin ningún tipo de contacto, ese perro era Mafalda", comenta Bernardo.

Diversas organizaciones que se dedican a la protección de los animales, luchan incansables por garantizarles sus derechos, pues aseguran que éstos son tan importantes como los de los seres humanos. "Aquí analizamos los diferentes casos clínicos, ayudamos a liberar y rehabilitar especies silvestres que el humano ha sacado de su hábitat para traficar con ellos. Nuestra misión es salvar a todo animal que ha sufrido maltrato", explica Jenny.

Fotografía de Andrés Garrido

La soledad es una forma de tortura psicológica para un animal social como el perro, estos animales estaban tan ansiosos por alguna forma de contacto

En la clínica le proporcionan al animal una atención integral, no sólo se ocupan de la parte física, sino también de la emocional. La oferta de servicios que les prestan es amplia: oftalmología, fisioterapia, neurología, comportamiento animal, cuidados intensivos, manejo integral de pacientes con tratamientos especiales, control reproductivo y cirugía. En la lista de animales adoptados hay perros, gatos, conejos, entre otros. Todos ellos vienen de distintas partes del país y con enfermedades comunes: como intoxicación por ingesta de sustancias tóxicas, fracturas, desnutrición o mal estado general por la falta de vacunas. "Lo más importante para mantener un animal sano, es tener las vacunas al día con sus refuerzos, dar una fuente de alimento adecuada relacionada con la edad del animal y su estado físico, también son fundamentales las visitas regulares al veterinario y mantener al animal en un ambiente en donde pueda desarrollar su comportamiento natural", afirma la médico Estefanía Noriega.

PERRO en post-operatorio

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En las entrañas de una sala porno El erotismo y la pornografía son conceptos que invitan al ser humano a sentir pudor, tal vez porque la sociedad nos ha inculcado que es algo prohibido, o porque nos cuesta aceptar que es algo innato, que se constituye como una emoción que a todos nos gusta sentir, pero que nuestra doble moral no nos deja aceptar

E

n el centro de Bogotá se concentra una amplia variedad de atractivos culturales y lugares marcados por la arquitectura colonial. Existen museos, teatros, galerías de arte, salas de concierto, monumentos, etc. También residen los ejes del poder: entidades bancarias, gubernamentales, eclesiásticas, centros universitarios, bibliotecas y colegios. Ofrece diversidad de restaurantes, bares y discotecas, todos con sabor local. Sus calles las caminan personas de todas las edades, estratos sociales y nacionalidades, y una gran parte de esta esfera cubre lugares que se exponen a la vista de todos, pero que muchos de los transeúntes de la ciudad capitalina prefieren mantener escondidos.

Foto de Natalia Suárez

Lugares inimaginables que son concebidos por el simple hecho de que el sexo y la pornografía son comportamientos inaceptables en esta sociedad, y que aunque nos guste o no, lo prohibido es algo que nos atrae. Esta relación promueve que existan lugares llenos de lujuria y placer, que se liberan tras las fachadas de sitios aparentemente normales. Movida por la curiosidad y con la intención de explorar algo fuera de lo común, que rompiera mi cuadrícula de escrúpulos y principios, propuse ante mis compañeros de la clase de Redacción de Prensa II, desarrollar el tema de 'una cabina de video pornográfico' para esta crónica. Sentí que para algunos resultó indecoroso que una joven de veintiún años quisiera

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Fotografía de Paola Prada

Por: PAOLA PRADA

Para algunos, nombrar la palabra sexo o pornografía, resulta algo más que indecoroso.

ingresar a un lugar como estos para un trabajo académico. Sin embargo, quise dar rienda suelta a esa habilidad camaleónica de nosotros los comunicadores de indagar y comprender, en gran medida, al ser humano, y qué mejor para esta oportunidad que inquirir en uno de los prejuicios más grandes y, cabe mencionar, lucrativos de la sociedad colombiana. La pornografía. El jueves 31 de marzo del 2011, en la tarde, le comenté a mi compañera Nury, y a dos de sus amigos, que iba a hacer una crónica sobre 'teatros xxx'. No tuve que insistirles mucho para que me acompañaran a hacer una primera visita a conocer los precios y los requisitos o restricciones para el ingreso. Caminamos por la calle veintitrés hacia la Séptima, a mitad de cuadra sobre el costado occidental llegamos a un lugar que en apariencia es una sala de cine, en donde su oferta es anunciada por carteles que ubican al espectador en el tipo de películas y la especialidad del mes. En este momento las risas y ciertamente la vergüenza afloraron, pues con nosotros transitaban buses y transeúntes que, podíamos sentir, clavaban su mirada en el grupo de jóvenes que saciaba la curiosidad y obtenía información en el lugar de lo prohibido. Sin vacilar les hice un gesto para que entráramos. En la puerta, hay un letrero blanco de más o menos uno ochenta metros de ancho por dos metros y medio de alto que tenía la imagen en rojo de una gata muy sensual. A la izquierda, junto al


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letrero, se encontraban tres carteles con escenas de las películas que se exhibían ese día, cada una de ellas con el título y la descripción del elenco.

Foto de Natalia Suárez

Seguimos caminando al interior del teatro y al fondo, en la esquina derecha, encontramos la pequeña taquilla en la que una mujer, que a juzgar por el asomo de canas ya pasaba los cuarenta, nos hizo una mirada de sorpresa. Imaginé que no le era usual la presencia de un grupo de cuatro jóvenes dentro de este espacio. Mientras mis compañeros inspeccionaban minuciosamente el contenido de la cartelera de películas, yo me acerqué a la taquilla para hacerle a la mujer varias preguntas. Primero quise confirmar si efectivamente allí había cabinas de video, y de ser así, cuánto costaba la entrada. La mujer asintió con la cabeza, acto seguido respondió que la entrada costaba cinco mil pesos. Ya de forma disimulada y en tono más bajo, para generar más cercanía con la mujer, le pregunté si era posible entrar en pareja, ella, abriendo los ojos y en tono animado, exclamó: "claro que sí". Sonreí tímida y seguí con la conversación. ¿Señora y si yo quiero tomar unas fotos lo puedo hacer? La mujer se puso en pié y con

una moneda empezó a golpear el vidrio de la taquilla, fue tan sorpresiva y brusca esa acción que di varios pasos atrás muy asustada. Cuando la vendedora de tiquetes terminó de dar golpeteos apareció un hombre de más o menos sesenta años, estatura baja, vestido con traje de paño: -Sí, a la orden- yo sin saber quién era le pregunté: ¿usted es…? - ¿Qué es de qué?replicó. Completé mi pregunta: ¿usted es el administrador, es que quiero saber si puedo tomar unas fotos? Él, tajante, respondió que allí no se podía hacer eso. La actitud de este hombre no fue la más cordial, aunque es entendible, pues me imagino que por ser un lugar que trabaja con el sexo y la pornografía son muchos los curiosos y otros tantos los ladinos. Este momento fue de vergüenza e incomodidad, sensación que vivieron también mi compañera y sus dos amigos que me acompañaban. Pero sabía que esto solo había sido un abrebocas de lo que me esperaba al realizar la crónica. Entendí que en los sitios de exhibición de cine rojo son muy precavidos, y, por obvias razones, reservados. Seguí recorriendo entre calles del centro para tener la información necesaria para la redacción de la crónica de lugar. Esperé diez días, y de nuevo, pero esta vez sola, fui al mismo sitio. El 'Esmeralda Pussycat', así

VOLANTES QUE DIARIAMENTE se reparten en la calle, son invitaciones que la mayoría de veces sólo se entregan a los hombres.

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Fotografía de Paola Prada

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Al divisar la entrada solo vi unas escaleras oscuras. Ya arriba, vi una barra de bar con copas y tras la barra una mujer robusta, con voz gruesa, y dos hombres que la acompañaban, a ellos no les di importancia, no quería saber de hombres, al menos administradores de cabinas porno. Entré y al mirarla ella se dirigió hacia mí y me dijo: "Siga señorita ¿qué se le ofrece?, si viene sola le tengo cabinas sencillas o cabina de pareja con camilla para masajes". ¿Cuál es el precio de cada una? pregunté, "la de masajes cuesta quince mil pesos y tiene 3 sillas, el televisor, una camilla para masajes y yo le doy la sábana, el papel higiénico, un aceite de almendras y un preservativo, porque acá cumplimos con todas las normas de higiene". Cuando terminó le pregunté por la sencilla, ella sonrió y respondió: "esa solo cuesta diez mil, tiene 2 sillas y el televisor, y yo le doy preservativo y papel higiénico, ¡Entonces mamita cual quiere, mire bien y me avisa tranquila!". Hicimos un recorrido por las cabinas para que yo pudiera decidir.

EN LA HABITACIÓN había aceite de almendras, papel higiénico enrollado, un preservativo de una marca poco conocida y una sábana del mismo color de la camilla, azul.

se llama el sitio del cartel blanco con una gata sensual, en el que la taquillera casi me mata del susto cuando le pregunté si podía venir en pareja y tomar fotos. Siendo las 4:20 de la tarde del lunes 11 de abril y un poco nerviosa entré al lugar. Leí una frase simpática, que no vi en mi primera visita, y me hizo sentir más a gusto: "No haga la guerra, haga el amor". Me dirigí a la taquilla, pero esta vez se encontraba otra mujer, un poco más joven y con el cabello oscuro, me quedé mirándola y le dije: ¿tiene cabinas pornográficas?, ella respondió 'sí, a cinco mil la entrada'. Nuevamente, sin saber de dónde ni ante qué señal, volvió a aparecer el hombre de traje. 'Su cédula, déjemela ver porque usted tiene cara de pollita'. Saqué mi billetera y tuve que entregarle mi contraseña y el carné de la universidad, me replicó casi a gritos: '¡le dije que la cédula!' y le expliqué que había perdido mis papeles y que en remplazo me habían dado una contraseña en la Registraduría. El viejo me miró con prepotencia y me dijo que no podía entrar porque eso no me servía como identificación. Indignada le arrebaté mis papales de sus manos, lo miré a los ojos con indiferencia y repudio, y sin ningún reparo le di la espalda. Disgustada salí a las 4:25 del 'Esmeralda Pussycat'. Me sentí derrotada, seguí caminando por la Séptima y no sé por qué razón volteé por la calle 23 hacia abajo. Sin rumbo y con la cabeza agachada iba a cruzar de calle cuando una mano que me estiraba un volante interrumpió mi recorrido. En el volante vi la palabra video seguida de tres grandes equis, levanté mi rostro para mirar al personaje que me entregaba el volante, era un hombre de mediana estatura, aproximadamente unos cuarenta y cinco años, lo miré con expectativa y pensé: ¡Eureka! Él me indicó que el lugar quedaba una cuadra arriba y luego debía voltear a mano izquierda, que allá con gusto me atenderían.

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Luego de 5 minutos de haber revoloteado por el lugar curioseando, logré detallar un verdadero inventario: había tres cabinas pequeñas de no más de dos por dos metros de largo y ancho delimitadas una de otra por paredes de lata, cada una de ellas contenía en su interior dos sillas de color azul y un televisor de diecisiete pulgadas. Al lado de la barra del bar se encontraba la cabina de pareja, la cual era de aproximadamente cinco metros de largo por tres metros de ancho. Viendo esto decidí tomarla pues era la más higiénica y amplia. Ya pasada la primera prueba, la mujer me pasó un par de folders que tenía en la portada escenas de películas pornográficas y sobre éstas las categorías que clasificaban las películas: colegialas, colombianas, zoofilia, prívate, etc. Yo, nerviosa, entreabrí el catálogo de oferta, dirigí mi mirada hacia ella y le dije: ¡No sé, póngame cualquiera! A lo que ella me dijo: "¡tranquila yo le pongo una bien buena, tengo la ultima de Prívate!". "CSI, ese es la última que me llegó, es sobre unos detectives", yo asentí con la cabeza, entré a la cabina, la mujer me puso la película y me pidió los quince mil pesos para pagar por anticipado. Entré y me senté frente al televisor que se encendió de repente. En la primera escena unos detectives inspeccionan lo que

Veo que está tomando fotos", a lo que yo respondí asustada que sí, "¿eso no me va a traer problemas a mí?", preguntó, y yo le expliqué que era para un trabajo de la universidad. "Eso espero", me dijo, "le pido el favor que de todos modos tenga cuidado


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parecía ser el cadáver de una mujer que se encontraba colgado sobre una reja con el cuerpo medio desnudo. Estas imágenes me desconcertaron, de inmediato salí y le dije que por favor me cambiara la película y ella me dijo: "¡espere entonces ya le busco otra mejor!". Volví a entrar a la cabina, en el televisor aparece la escena de una mujer desnuda en un fondo verde, no presté atención a la imagen y me dispuse a sacar la cámara para tomar fotografías del lugar. Luego de un par de fotos, de repente, tocaron a la puerta, la cual era también de lata y tenía un pequeño pasador. Una voz femenina detrás de la puerta me dijo: "ábrame, sólo es un momentico". Asustada camuflé la cámara entre la sábana y abrí rápidamente, ella se paró frente a mí y me dijo: "veo que está tomando fotos", a lo que yo respondí asustada que sí, "¿eso no me va a traer problemas a mí?", preguntó, y yo le expliqué que era para un trabajo de la universidad. "Eso espero", me dijo, "le pido el favor que de todos modos tenga cuidado", remató. Cerró la puerta sin lugar a respuestas. Después de 25 minutos, aproximadamente, la película se paró, salí de la cabina y lo primero que vi fue una mujer alta, de cabello rubio, con unas botas en cuero que le llegaban hasta las rodillas y con un tacón de casi doce centímetros, con una pequeña falda blanca que sólo le cubría lo necesario. Al sentir mi presencia corrió a esconderse, eso me impactó, no sabía qué estaba pasando, así que dije en voz alta: ¡se paró la película! sin mirar a un lugar fijo, a lo que la mujer robusta respondió: "ya le pongo otra", así que procedí a entrar otra vez a la cabina. Después de un corto tiempo tenía la imagen en el televisor.

Fotografía de Paola Prada

Cuando la película estaba mostrando unas escenas de sexo entre mujeres, me puse a examinar con cuidado cada uno de los elementos que se encontraban en una repisa de madera colgada en la pared. Había aceite de almendras, papel higiénico, preservativos de diferentes marcas y un par de sábanas de color

EL CENTRO DE BOGOTÁ está repleto de teatros XXX, un promedio de diez hombres por hora ingresa a ver películas pornográficas.

Nerviosa e incómoda empecé a bajar uno a uno los escalones que conducían a la calle, fue inevitable que en mi mente retumbaran los gemidos y las imágenes que había acabado de observar en el televisor azul que combinaban con la camilla. Pasados 40 minutos volvieron a golpear a la puerta y una voz exclamó: "listo, se acabó el tiempo". Cuando salí, la señora estaba hablando con un hombre de avanzada edad, así que me desplacé a la salida y le di las gracias. Nerviosa e incómoda empecé a bajar uno a uno los escalones que conducían a la calle, fue inevitable que en mi mente retumbaran los gemidos y las imágenes que había acabado de observar en el televisor. Ciertamente la experiencia no fue muy agradable, pero en el ámbito de la investigación fue bastante satisfactoria. Ya caminando, me pregunté si este tipo de cabinas no serían un delito, así que decidí dirigirme a la alcaldía de la localidad de Santa Fe, con la esperanza de despejarme la duda. Después de varias entrevistas, nadie logró darme respuesta, frustrada, decidí entonces caminar al CAI del barrio las Nieves, allí un agente me contó que la respuesta estaba en la ley 232 del 95. Consulté a un abogado las restricciones de este tipo de lugares, él me contó que en Colombia hay libertad de empresa y por esta razón este tipo de establecimientos no son prohibidos. "Lo único que exigen para estos lugares", me dijo, "son los documentos que por ley debe tener todo tipo de negocio. Les exigen cumplir con parámetros de higiene, control de niveles de ruido y que no se viole el orden público, el cual se concibe como un avance de equilibrio entre libertad y responsabilidad".

Al reconstruir en mi mente lo vivido en este lugar, afirmé mi postura frente a explorar y a indagar aspectos que son tal vez "tabú" para la sociedad colombiana. Reiteré en mis adentros, que Bogotá esconde tras sus calles y fachadas mundos diversos, en donde la moral es dejada a un lado y donde el pudor es remplazado por un poco de placer 11


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En Alcohólicos Anónimos Alcohólicos Anónimos (A.A.) es una organización de carácter internacional que existe hace más de setenta y cinco años y fue fundada por Bill Wilson, un negociante estadounidense de principios del siglo XX que vivió -como se dice coloquialmente- las duras y las maduras debido al licor

Fotografía de David Guacaneme

Por: DAVID GUACANEME

EN LA ENTRADA el aviso de Alcohólicos Anónimos es el más pequeño y escondido del área.

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lcohólicos Anónimos (A.A.) es una organización de carácter internacional que existe hace más de setenta y cinco años y fue fundada por Bill Wilson, un negociante estadounidense de principios del siglo XX que vivió -como se dice coloquialmentelas duras y las maduras debido al licor. Llevó una vida muy polémica para su época debido a los excesos y a la implementación de curas alternativas al alcoholismo como el LSD. Este hombre fundador de A.A. fue considerado por la revista Time, en 1999, como uno de los cien íconos del siglo XX. Alcohólicos Anónimos llegó a Colombia hace cincuenta años al puerto de Barranquilla, luego pasó a Medellín donde se estableció, para luego ampliarse en el resto del país.

Me di a la tarea de asistir a uno de estos centros de rehabilitación para alcohólicos. En Bogotá hay por lo menos diez grupos que trabajan con esta problemática en diferentes lugares de la geografía capitalina. La sede a la cual acudí está en el barrio Polo Club en el noroccidente de la ciudad. El nombre del centro: "La Sobriedad". El primer contacto fue telefónico. Llamé a pedir información sobre el programa. Sandra, recepcionista y psicóloga de la sede,

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me explicó que son una organización que está desligada radicalmente de cualquier tipo de fundación, secta o movimiento político y que no tienen ningún ánimo de lucro. Luego de entender, en términos generales, el objetivo y el modo de operación de este centro, concretamos una cita para asistir a una terapia grupal esa misma noche a las siete en punto.

Pensar en la sesión de grupo, en la que estaría unos minutos más tarde, me hacía sentir ansioso, me preguntaba cómo sería el comportamiento de un alcohólico, y cómo debería actuar yo para que, en medio de la terapia, mi ejercicio de suplantación fuera creíble


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Fotografía de David Guacaneme

Mientras caminaba buscando la dirección de la sede, reflexioné acerca de lo indiferente que había sido en mi vida con respecto a este tema del alcoholismo. Pensar en la sesión de grupo, en la que estaría unos minutos más tarde, me hacía sentir ansioso, me preguntaba cómo sería el comportamiento de un alcohólico, y cómo debería actuar yo para que, en medio de la terapia, mi ejercicio de suplantación fuera creíble. Miré el letrero: "Grupo La Sobriedad, Alcohólicos Anónimos", tomé aire y golpeé en la puerta blanca.

Sobre la mesa de centro estaban unos libros con títulos referentes a temas como la conciencia, al espíritu y el manejo de adicciones; todos de la editorial de Alcohólicos Anónimos. Al lado del baño estaba la clásica greca de café con muchos vasos desechables, mezcladores y bolsitas de azúcar, y sobre la misma mesa, una gran cantidad de folletos explicativos sobre A.A. Marco Aurelio, me entregó uno de esos folletos explicativos sobre la organización, mientras lo leía me contó la historia de A.A. a forma de presentación de una empresa con cada detalle minuciosamente desglosado. Lo escuché atentamente, y luego de quince minutos de historia, anécdotas e información general, comencé a preguntarme por los alcohólicos y sus experiencias. Interrumpí a Marco Aurelio para transmitirle mi inquietud y él me dijo que los muchachos siempre se demoraban un poco, sin embargo, me expresó que era preferible tratar 'mi caso' en un contexto de socialización grupal y más aún en mi primer día de terapia. Cada vez se hacía más tarde y preferí no quedarme más en esa zona, sin conocer el sector pensé que podría ser peligroso. Un poco desilusionado le agradecí a aquel hombre por su tiempo y le prometí regresar pronto. Él me extendió un nuevo folleto y me dijo que lo leyera junto con el que me había dado anteriormente, y después decidiera si quería volver o no. Al salir pensé que el tema no era tan complicado como parecía, sin embargo, en ese mismo momento dije que volvería a los dos días. Y así lo hice.

Me recibe un señor robusto, de estatura mediana, canoso y con bigote igualmente blanco, se llama Marco Aurelio; su expresión facial denota a un hombre cansado, tal vez por la jornada, pero sus ojos reflejaron el gusto que tenía por verme. Le pregunté por Sandra y Marco Aurelio me contestó que no estaba, pero que igual siguiera, que era bienvenido.

Dos días más tarde, y a la misma hora de la última vez, me encaminé a la sede 'La Sobriedad', ya con los folletos leídos y con la firme intención de tener una terapia grupal como me lo propuse cuando acepté hacer una crónica sobre una experiencia en Alcohólicos Anónimos. Al entrar, me encontré de nuevo con Marco Aurelio, quien esta vez no ocultó su emoción al verme. Me dijo que era bueno verme y que por el hecho de estar allí, ya había dado un "gran paso en mi vida". Sentí un poco de vergüenza por asaltar la buena fe del hombre, pues nunca revelé mi verdadera intención al asistir, le devolví el gesto con una sonrisa y me mostré animoso para iniciar el proceso.

Al sentarme me llamó la atención el ambiente del recinto y su decoración. Es un local realmente pequeño, comparable con una peluquería de barrio donde sólo hay espacio para colocar las sillas, una mesa de dos metros de largo aproximadamente y un baño en el fondo que a su vez sirve de cuarto de aseo, perchero y desván. En cuanto a la decoración se destacan los cuadros y afiches dispuestos sobre las paredes blancas y verdes con frases alusivas a la causa por la que trabaja, que creo yo, son frases típicas de un centro de rehabilitación: Viva y deje vivir, Piense. Piense. Piense y Lo primero, primero.

Una vez más llegué antes que los integrantes de la terapia y que la psicóloga Sandra. Ya familiarizado con el lugar me senté en la misma silla de la última vez. Marco Aurelio me empezó a tomar la lección de los folletos, como se acostumbra en el colegio. Esta vez pude interactuar, pues la información que éstos contenían daba para hablar de la historia de Alcohólicos Anónimos, lo que son y que no son, y además, permiten resolver inquietudes y romper mitos acerca de estos lugares que son el primer paso para la rehabilitación. La lección se interrumpió por un momento, un hombre de 55 años entró al lugar.

EN MEDIO DE UNA SESIÓN grupal explicando las razones por las cuales creo tener problemas con el licor.

Me dijo que era bueno verme y que por el hecho de estar allí, ya había dado un "gran paso en mi vida". Sentí un poco de vergüenza por asaltar la buena fe del hombre, pues nunca revelé mi verdadera intención al asistir 13


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Fotografía de David Guacaneme

“Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar… Valor para cambiar aquellas que puedo Y sabiduría para reconocer la diferencia." "Buenas noches, mi nombre es Gabriel y soy un alcohólico", fue lo primero que dijo aquel hombre inmediatamente después de la oración. Para continuar la sesión grupal, Gabriel buscó al interior de una maleta un libro que se titulaba: Tratado de los Alcohólicos Anónimos. Era un compendio de reflexiones para los 365 días del año que guían los temas a tratar por sesión, e incluye además, una guía donde están estipulados todos los procedimientos que se siguen para incorporar a un nuevo integrante a la comunidad. De aquel tratado Gabriel leyó el siguiente fragmento: Únicamente usted puede decidir. Si le parece que su modalidad de beber le está causando problemas o si su bebida ha llegado al punto de que algo le preocupa, puede ser que tenga algún interés en conocer más de Alcohólicos Anónimos y su programa para recuperarse del alcoholismo. Después de escuchar la información que hasta acá ha recibido, puede que llegue a la conclusión de que A.A. no tiene nada que ofrecerle, si éste es el caso le sugerimos que considere su situación con mente abierta, estudie cuidadosamente su modalidad de beber de acuerdo a lo que puede aprender de este texto. Decida usted mismo si el alcohol se ha convertido o no en un problema para usted y recuerde que siempre será bienvenido entre miles de personas que en A.A. han dejado atrás sus problemas con la bebida y viven aún sus vidas de manera normal y constructiva manteniendo su sobriedad diaria (...)

EN EL LUGAR existen avisos invitando a la gente a que se una al grupo si tiene algún tipo de adicción.

El hombre que recién llegaba usaba gafas y bastón, traía puesto un gabán largo y una gran sonrisa que era lo que mejor lucía. Saluda calurosamente a Marco Aurelio, le entregó un par de obsequios, se presentó como Argemiro y se sentó a mi lado izquierdo; acto seguido, entró otro señor de más o menos la misma edad, pero éste último se veía más dinámico, de hecho llegó en bicicleta y con ropa deportiva, se presentó como Gabriel, saludó a Marco Aurelio y a Argemiro como si fueran amigos de mucho tiempo atrás. Ya reunidos en grupo, era evidente que la sesión podía comenzar. "Todos los miembros de pie", dijo Marco Aurelio, yo obedecí sin ningún problema. Gabriel tomó la vocería y dijo: "Démosle de nuevo la bienvenida a David y según nuestra tradición pidámosle a nuestro Dios, cualquiera sea nuestra concepción de él, su presencia con una oración". ¿Tradición? ¿Invocar a Dios? ¿Concepción personal? En ese momento pensé que por fin todo comenzaba a tener forma de 'sesión de grupo'. "Esto se puso bueno", dije. Todos repitieron al unísono el siguiente lema:

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Decida usted mismo si el alcohol se ha convertido o no en un problema para usted y recuerde que siempre será bienvenido entre miles de personas que en A.A. han dejado atrás sus problemas con la bebida y viven aún sus vidas de manera normal y constructiva manteniendo su sobriedad diaria (...) En ese momento mis tres compañeros de sesión se quedaron mirándome, yo estaba realmente concentrado en el texto que leía Gabriel de manera que cuando caí en cuenta de que me miraban, me sentí intimidado y al descubierto. Por fortuna Marco Aurelio tomó la palabra y me explicó que el alcoholismo no es un vicio, es una de las enfermedades más antiguas del hombre y que no tiene cura "¡el que es alcohólico, se queda


Carolina Hernández

Foto de Arturo González

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Fotografía de David Guacaneme

SEMANALMENTE se establecen los horarios, temas y directores de cada charla.

alcohólico de por vida!", me dijo, en ese momento entendí el porqué del saludo inicial de Gabriel en el que se autoproclamaba alcohólico. Eso me estremeció.

A partir de mi reflexión, consideré que tal vez también podría llegar a ser alcohólico a futuro como mis compañeros de sesión. El tema, por primera vez, me estremeció hasta los huesos.

Entonces Marco Aurelio sacó un papel y me dijo que me iba a formular un test de doce preguntas más específicas para resolver si definitivamente tenía problemas o no con el alcohol, y que las interpretara con la información que hasta ese día había recibido. Fueron preguntas con opción de respuesta sí o no, entre las cuales me llamaron la atención algunas como: ¿ha tenido usted alguna vez lagunas mentales? ó ¿en reuniones sociales donde la bebida es controlada, trata usted de conseguir tragos extras? Entre otras. Después del test me dijo que cualquier persona que responda, sí, a cuatro o más preguntas de las doce, tiene tendencias alcohólicas definidas.

La sesión se desarrolló de acuerdo a la temática programada, terminó un poco después de una hora y me fui pensando seriamente en el alcoholismo.

Hice el conteo mental de las respuestas, tuve más de cuatro afirmativas, así que, aunque consideraba que esa problemática estaba alejada de mi vida y de mi contexto cultural y familiar, el test demostraba que yo tenía tendencias alcohólicas definitivas.

Aquella noche decidí tomar una ruta diferente a casa y curiosamente pasé por un bar que se veía concurrido de gente y con buen ambiente, me vi tentado a entrar para tomarme una cerveza y pensar en toda la información que había recibido y en el resultado de mi test, pero al final desistí de la idea pues no me gusta beber solo, y sobre todo, porque sería un poco contradictorio reflexionar respecto al tema con una botella de licor en la mano. La tercera y última sesión a la que asistí consistió en escuchar testimonios de mis compañeros y hacer el ritual de aceptación. Marco Aurelio me recibió con una sonrisa y con un café, lo

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Me vi tentado a entrar para tomarme una cerveza y pensar en toda la información que había recibido y en el resultado de mi test, pero al final desistí de la idea pues no me gusta beber solo, y sobre todo, porque sería un poco contradictorio reflexionar respecto al tema con una botella de licor en la mano colocó en la mesa y enseguida el resto de mis compañeros se pusieron de pie. Recitamos la oración tradicional previa a cada sesión, esta vez yo también la recité como un miembro más del grupo y continuó todo el protocolo de iniciación. Marco Antonio tomó la palabra y comenzó a decir que las experiencias de los alcohólicos siempre tienen algo en común; relató que de joven no le interesaba ningún plan en el que el licor no estuviera presente, que se irritaba cuando alguien le reprochaba su modo de beber y se tornaba violento, todo esto le comenzó a generar problemas con su familia hasta que tocó fondo y por eso llegó a Alcohólicos Anónimos, hace 22 años. Luego Argemiro tomó la palabra, a decir verdad tenía mucha curiosidad con este compañero, pues siempre tenía una sonrisa, parecía una persona noble y no tenía apariencia de alcohólico. Contó que él descubrió su enfermedad hace cuatro años cuando salió de una reunión familiar en la casa de su madre, en el barrio Santa Isabel. Iba conduciendo ebrio por la carrera 30 a la altura del Campin, recordó que ese día había un partido entre Millonarios y Santafé, cuando un grupo de policías lo pararon en un retén, allí se molestó y comenzó a discutir con los agentes, de ahí no se acuerda nada más. Despertó al día siguiente rodeado de toda su familia que no sabía qué había pasado, su carro había desaparecido, pero por fortuna él estaba bien. "Me suspendieron la licencia por cuatro años y en la multa estaba

estipulado que tenía que asistir a obras sociales y de comunidad por cuarenta horas, ahí descubrí Alcohólicos Anónimos y comprendí el riesgo tan grande que corrí al manejar totalmente borracho. Terminé mi sanción el mes pasado y entonces decidí volver porque esto le cambia la vida a uno para bien", sentenció. Me sorprendió la sinceridad como relataba su experiencia. Su voz temblaba, sujetaba las manos fuertemente a los brazos de la silla y sudaba mientras me miraba con ojos de papá dando un consejo para la vida a su hijo, y creo que así lo tomé. Inmediatamente después de que Argemiro terminó de contar su experiencia, Gabriel, sin dejarme terminar de digerir la historia me dijo: "bueno, después de escucharnos a todos, es su turno", ahora era yo quien debía decirle a los compañeros cómo me estaba sintiendo y que si estaba decido a aceptar el problema. Miré a una pared y encontré la siguiente frase que resume su lema: "Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables” En otras palabras, querían que reconociera que era alcohólico. A esas alturas del partido estaba tan sensible al tema del alcoholismo como una enfermedad, que siento que olvidé mi trabajo periodístico. Guardé silencio por unos segundos, bajé la mirada y medité un poco. Al levantar la cabeza vi que mis compañeros me miraban con ansiedad por mi posible respuesta. "Sí, soy alcohólico", respondí, y un aplauso efusivo se escuchó en todo el salón. En ese momento me abrazaron, me dieron la bienvenida y sentí que había soltado un gran piano de mis espaladas. Finalmente me despedí de todos haciéndoles la promesa de que algún día volvería para otra sesión y que esperaba encontrarlos a todos de nuevo. Le dejé un saludo a Sandra, la psicóloga que me ayudó a ubicar el sitio pero a la que nunca pude conocer. Fueron tres sesiones donde logré encontrar gente que hablaba abierta y sinceramente de sus problemas, gente que en Alcohólicos Anónimos, encontró un espacio que ningún otro lugar les había ofrecido para aceptar la realidad de sus vidas. Entendí que personas como ellas son valiosas, pues del apoyo y superación de sus problemas, dependerá el salir de ellos con dignidad y firmeza. Ahora, después de escribir la crónica, tengo mucho que pensar sobre mi futuro.

A esas alturas del partido estaba tan sensible al tema del alcoholismo como una enfermedad, que siento que olvidé mi trabajo periodístico. Guardé silencio por unos segundos, bajé la mirada y medité un poco. Al levantar la cabeza vi que mis compañeros me miraban con ansiedad por mi posible respuesta. "Sí, soy alcohólico", respondí, y un aplauso efusivo se escuchó en todo el salón. En ese momento me abrazaron, me dieron la bienvenida y sentí que había soltado un gran piano de mis espaladas 16


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Un día como mesera Por: PAOLA NÚÑEZ GÓMEZ

Fotografía de Paola Núñez

Ese día me recibió la administradora un tanto estresada, tenía unas ojeras que reflejaban su cansancio. Me entregó el uniforme y sin más preámbulos empezó a enlistar las múltiples misiones que me encomendaba, habló tan rápido que parecía una locomotora: "Le asigno la zona de fumadores, que es la terraza, a su cargo quedan 11 mesas, 44 sillas, 4 sillas por mesa, 24 ceniceros, los cuales deben permanecer limpios, 400 portavasos, 102 juegos de cubiertos, 16 paquetes de servilletas, un limpiador y un pañuelo. Al finalizar el turno, debe entregar el inventario, como yo se lo estoy entregando, ¿Entendido?".

Me entregó el uniforme y sin más preámbulos empezó a enlistar las múltiples misiones que me encomendaba, habló tan rápido que parecía una locomotora

"NO BASTA con poner el plato y sonreír, se necesita entrega, concentración y resistencia".

Sábado 1 de mayo del 2011, 1:45pm, un día despejado y soleado. Ahí estaba yo frente a ese restaurante, dispuesta a asumir el puesto como 'mesera guerrera'

S

e preguntarán por qué la categoría de 'guerrera', pues bien, se darán cuenta que este oficio es algo más que solo tomar la orden o pedido, disponer los cubiertos, servir los platos sobre la mesa correcta, estar familiarizada con la oferta del menú, que en este caso se componía de 46 tipos de bebidas y 26 ofertas de plato fuerte, sin mencionar las entradas y los postres y, además de todo, sonreír.

Quedé estática, deseé haber podido grabar ese trabalenguas para repetirlo y entenderlo. Con la mirada intenté hacer una súplica para una nueva explicación, pero antes de hacerlo o de pronunciar palabra alguna la administradora agregó algo más, esta vez manoteando con la mano derecha: "Cada mesa que se le vuele, es decir que salga sin pagar, corre por su cuenta y se le descontará de su sueldo. No se puede sentar en las horas laborales, ni recostarse en las paredes. Constantemente debe sonreír y a la hora de llevar el pedido no se puede equivocar. Por cada equivocación se le descontarán mil pesos. Luego de ella haberse callado, pensé si hubiera sido más fácil asumir el rol de profesora de jardín, tema que el profesor me había propuesto inicialmente, pero ya con el uniforme de mesera puesto no había oportunidad de salir corriendo. Fueron 20 segundos de silencio y recordé que había mucho en juego, así que debía ser una mesera guerrera, sin lugar a equivocarme, de ser así el pago que me correspondía por el turno de trabajo, no alcanzaría a cubrir el error. Cada mesa, de las once que me correspondieron, gastaba alrededor de setenta mil pesos y cambiaban de cliente cada hora. Mi turno sería de ocho horas, así que tener a cargo un promedio de ochenta y ocho cuentas y despachos de pedidos era una responsabilidad de grandes proporciones, pero decidí asumirlo como un reto personal.

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Fotografía de Paola Núñez

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"CADA MESA CONSUMÍA alrededor de $70.000 pesos, y a mi disposición estaban 11 meses, las cuales cambiaban de cliente cada hora".

Cada mesa que se le vuele, es decir que salga sin pagar, corre por su cuenta y se le descontará de su sueldo. No se puede sentar en las horas laborales, ni recostarse en las paredes. Constantemente debe sonreír y a la hora de llevar el pedido no se puede equivocar. Por cada equivocación se le descontarán mil pesos

En el baño acomodé mi uniforme, me retoqué el cabello y salí armada con mi talonario para apuntar los pedidos y mi lapicero. Eran casi las cuatro cuando empecé a arreglar mi lugar de trabajo, me sentía entusiasmada por atender el primer cliente, que después de un par de minutos llegó. Se trataba de un hombre que se sentó en la primera mesa de mi zona, algo dudosa me le acerqué. Mostré la sonrisa de protocolo, que en mi caso fue más bien un reflejo de mis nervios.

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Buenas tardes señor ¡bienvenido a Bogotá Beer Company! Esperando un oportuno saludo, el señor me mira con picardía y me dice: ¿Usted tan chiquitica y trabajando? Eso es ilegal … Me sonrojé y estuve de acuerdo en su apreciación, sin embargo le aclaré que yo ya tenía 21 años, seguido de esto, le pregunté si deseaba ordenar. El hombre pidió un Lattes acompañado de un


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El reloj marca las seis. Ya a esa hora la melodía de clientes hablando y disfrutando de un buen momento que susurraba mis odios, se convirtió en un ruido desagradable; un tumulto de gente empezaba a entrar, mi zona se iba llenando, la mesas, ya desordenadas, no respetaban la numeración asignada que iba de la veinte a la treinta y uno. Tuve que poner a prueba mi agilidad mental para distinguir el destino de cada pedido.

Luego de cinco horas de trabajo ininterrumpidas la planta de mis pies comenzaron a doler, hubiera querido sentarme pero tenía sobre mí, cuatro cámaras que supervisaban cada uno de mis movimientos. Media hora después empecé a sentirme rara, ya no tenía el mismo nivel de concentración, el estrés me invadió, el hambre me atrapó, el tumulto me desesperó, las piernas me hormigueaban, confundía los rostros de los clientes, ya no entendía la carta del menú.

Fotografía de Paola Núñez

short de whisky de 18 años, le entregué su pedido como él lo solicitó. Así transcurrió la tarde, un cliente iba y otro venia, no había manera de que se me volara una mesa, y pensé: todo está perfecto. Ya con el Sol ocultándose las luces de la calle comenzaban a alumbrar, el clima estaba cálido y tuve la sensación de poder hacer ese trabajo toda una vida.

"PAOLA YA TERMINASTE TU TURNO", fueron cinco palabras que estuve esperando

Todo lo veía en cámara impacientemente. lenta. En mi cabeza sólo estaba la meta de evitar esas multas de mil pesos. Comencé a sentir tensión al tener a cargo once mesas que debía diferencia e identificar por su número, cuarenta y cuatro caras que debía memorizar para no equivocarme cuando tuviera que entregar las órdenes. Mis ojos parecían como los de una araña, que con sus múltiples pares de ojos puede mirar en diferentes direcciones. Me esforcé al máximo para que el hemisferio izquierdo de mi cerebro, pudiera almacenar cada orden, cada exigencia especial. Traté además de mantener mi cuerpo con movimientos rápidos y a la vez serenos para hacer las entregas con agilidad, sin dejar caer los platos y los vasos de vidrio al suelo.

La planta de mis pies comenzaron a doler, hubiera querido sentarme pero tenía sobre mí, cuatro cámaras que supervisaban cada uno de mis movimientos

Hacia las nueve y media de la noche la administradora me dio escasos quince m i n u t o s p a r a c o m e r. Increíblemente ese tiempo fue mi inyección de energía para poder terminar la noche. Pendiente del reloj comí y regresé a mi zona. Karol, la compañera que me remplazó me hizo entrega de mi zona y me notificó los nuevos pedidos, y me advirtió de una mesa, de una pareja de casados, que

recién habían llegado y no tenían aún el menú. Fui a atender aquella mesa, era la número 24; cuando atendía a parejas prefería dirigir mi mirada a la mujer para así evitar problemas con esposos o novios coquetos y mujeres neuróticas. En esta oportunidad, mientras la mujer de la mesa me hacía el pedido, noté la mirada del esposo hacia a mí, no le di importancia, tomé la orden y seguí con las demás mesas. Luego de un rato mi compañera Karol se acercó "¿Pao, has notado que el señor de la mesa 24 no te quita la mirada de encima?" Miré de reojo y me empecé a preocupar, no sólo por el hecho que me estuviera mirando el esposo, sino porque su mujer medía casi dos metros, y si ella se daba cuenta podía meterme en un problema de gran tamaño. Hablé con la administradora y le pedí el favor que me cambiara de zona mientras ellos se iban. Seguí con mi labor, luego de unos minutos di la vuelta y la mujer de dos metros estaba detrás de mí y se agachó para susurrarme algo al oído: "Mira mujer, he notado que mi esposo te mira mucho, dice que eres muy bonita, ¿pero sabes? eso no me molesta, al contrario, a mí también me pareces muy bonita. De hecho me gustaría que te pasaras a la mesa de nosotros y si no te molesta quisiera que le dieras el número de tu celular a mi marido, pues te quiere conocer mejor".

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No sabía, qué hubiera sido peor, que esa mujer me hubiera armado un problema, o que me hubiera dicho eso. Quedé inmóvil, tartamuda, confundida, pues en ese momento no comprendía lo que ella me decía, luego de un segundo lo único que se me ocurrió fue 'agradecerle' y zafarme del problemita de forma diplomática. Tuve que excusarme diciendo que no la podía atender porque era obligatorio rotar las zonas entre los meseros. Finalmente ellos se fueron, me dejaron el número de teléfono con mi compañera karol y yo volví a retomar mi zona. Ya sentía los segundos de cada minuto, el tiempo parecía no avanzar, en mi mente recordaba mi frase antes de iniciar la jornada en la que aseguraba poder hacer de mesera toda una vida pues me parecía sencillo; ahora me retracto, ya con varias horas de trabajo y cansancio encima puedo concluir que este rol no está hecho para todo el mundo

No importaban en ese momento los descuentos y las equivocaciones, lo único que me alivió fue escuchar la frase: "Paola ya terminaste tu turno", fueron cinco palabras que estuve esperando impaciente desde el momento en que dejé de sentir las piernas por el cansancio y que la espalda me dolía. Regresé a mi casa a eso de las tres de la mañana, me recosté en mi cama y tuve que ayudarme con una pastilla para conciliar el sueño, y aunque esa noche soñé con platos, mesas y cervezas, quedé con una concepción distinta de este trabajo que no se valora de la mejor manera en nuestra sociedad, pues en verdad son meseras y meseros 'guerreros', eso sí, no volvería a realizar un oficio como estos.

Fotografía de Paola Núñez

A las dos de la madrugada terminé mi turno y la administradora se acercó a mí para darme el pago: "Paola has terminado tu turno, desafortunadamente te equivocaste diez veces en la

entrega de los pedidos; una factura no la hiciste bien y hubo un descuadre de quince mil pesos que correrán por tu cuenta, así que de los treinta mil pesos que te correspondían por las horas de trabajo, más seis mil por el tiempo extra, menos los descuentos, te queda un total de dieciséis mil pesos".

"VEÍA TODA CLASE DE PERSONAS, gente sencilla, gruñona, impaciente… para cada una debía tener un trato especial, un trato diferente".

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Por: ADRIANA ESCOBAR

Como abeja al panal

A

las 4:30 de la mañana sonó el despertador, era hora de levantarme para tener mi primer encuentro con las abejas; me arreglé, desayuné y alisté mi cámara. Enseguida mi novio me recogió y tomamos un taxi que nos llevaría hasta la Cra 7 # 180-75. Esa es la dirección de Codabas, la Central de Abastos al Norte de Bogotá. En Codabas está el local de Apiarios el Pinar, el número diecisiete en el módulo cero, que fue el lugar en que acordamos la cita con Juan José Ricardo, el dueño de este apiario.

Llegué al lugar, encontré a Juan José quien nos recibió muy amablemente. Él preparó su equipo y acomodó todo en su carro, un campero que sería muy útil pues para llegar al criadero de abejas hay que recorrer un camino destapado. Luego de unas instrucciones iniciales subimos al carro y sintiéndome ansiosa tomamos el camino.

Tuve tiempo de hacerle preguntas sobre el tema, Juan José se mostraba presto a responderlas desde su experiencia en la materia, que data desde el año 1992 en el que creó su propio apiario. Me contó además que todo empezó luego de una capacitación en la Federación Nacional de Cafeteros, a partir de la cual le surgió un interés por este arte de la apicultura que se define, según el diccionario, como "el arte de criar abejas para aprovechar sus productos: miel, propóleo, polen y derivados". Mi propósito entonces era trabajar en este apiario por un día. Eso me intrigaba pues no cualquier persona soporta el zumbido y la sensación de tener muchas abejas alrededor, y no sé si yo podría. Seguimos la conversación y cada vez nos acercábamos más a nuestro lugar de destino. La ruta era por la autopista norte vía a Cajicá, allí tomamos un desvío por la vía destapada, una carretera llena de barro por la lluvia de la noche anterior. A los costados del camino podíamos ver cultivos de flores y hortalizas, el paisaje era hermosísimo, los bosques se perdían entre las montañas del lugar.

Fotografía de Andrés Barón

Mi propósito entonces era trabajar en este apiario por un día. Eso me intrigaba pues no cualquier persona soporta el zumbido y la sensación de tener muchas abejas alrededor, y no sé si yo podría

VERTIENDO EL JARABE alimenticio y ahumando las cajas de las abejas.

Bajamos en una tienda cerca al apiario para tomar un descanso, yo pedí una gaseosa para refrescarme. Mentalizada a ser una apicultora por un día, me puse el traje que tiene varios accesorios: un overol de cuerpo entero, de tela muy gruesa, con velcro en los puños y en los tobillos para que el ajuste sea

A los costados del camino podíamos ver cultivos de flores y hortalizas, el paisaje era hermosísimo, los bosques se perdían entre las montañas del lugar 21


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VIVEN EN COLONIAS compuestas por alrededor de 50.000 abejas.

perfecto y no permita que se cuelen las abejas, de sólo imaginar esa escena me empezó a picar el cuerpo. Para la cabeza una capota grande con una mascarilla en malla de mosquitero que cubre el rostro y está sostenida por un alambre para que no se caiga la careta y mantenga una distancia prudente entre el rostro y la malla, para poder ver con nitidez y respirar. Para las manos, unos guantes gruesos y para los pies unas botas de caucho, material que resulta impenetrable para las abejas.

Antes de aceptar esta misión, Juan me advirtió de la posible reacción alérgica a las picaduras de las abejas que algunas personas tienen, yo nunca he sido picada por abejas así que no sabía si era alérgica o no Juan José ajustó algunos detalles en mi traje, cerró bien las cremalleras y se aseguró de no dejar ninguna zona descubierta. Me miré al espejo y parecía como si tuviera puesto un traje de protección radioactiva, pero en este caso era un traje antiabejas. Antes de aceptar esta misión, Juan me advirtió de la posible reacción alérgica a las picaduras de las abejas que algunas personas tienen, yo nunca he sido picada por abejas así que no sabía si era alérgica o no.

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Anduvimos en el carro tres kilómetros aproximadamente después de la tienda, y allí estaba el apiario. Lo primero que vi fueron una especie de cajas de madera que están entre arboles altos, algunos de eucalipto, y cercado por alambre de púas. Algunas cajas son de colores y están enumeradas, me acerqué más y cuando Juan José destapó una de ellas salió una bandeja. Quedé estática al darme cuenta que ese marco de madera, que tiene unos alambres horizontales que van de un lado del marco al otro, era una colmena de abejas. La colmena que Juan José sostenía con unas pinzas especiales llamadas palanquetas, tiene el aspecto de una malla de color amarillo con orificios hexagonales donde las abejas depositan la miel. Luego bombeó la bandeja con un ahumador, una cámara de combustión en la que mezclan hojas secas y algo parecido al fique. Me dio instrucciones precisas para que yo hiciera lo mismo que él. Comencé con la primera caja, la destapé, separé el marco o bandeja con una espátula, pues por los residuos de miel a veces se pegan, y con las palanquetas las destapé. El paso siguiente, bombear la bandeja con el ahumador, me hizo pensar que las abejas se alterarían, sin embargo Juan José me explicó que en la apicultura el humo es muy necesario; se usa para tranquilizar las abejas y hacer que se aparten, pues algunas intentan quedarse en la bandeja a cuidar su colmena. Así lo hice con las veintidós cajas a las cuales les saqué el polen, que son unos granitos que parecen cereal de colores, el color lo da el tono de la flor de la que provengan, y son el resultado de lo


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La tarea se complicó cuando Juan José hizo un anuncio: "ahora tenemos que mover las abejas de cada bandeja para encontrar la reina de cada caja, la reina la puedes identificar porque tiene un punto azul que yo les pinté con esmalte que desechan las abejas después de hacer el proceso de fabricación de miel. Este polen se pone en un colador y después se pesa para saber qué producción tiene cada caja, aproximadamente cada una produce un kilo mensual. Hasta este momento todo estaba tranquilo pues las abejas estaban en sus bandejas y yo hacia mi labor y nadie había sido picado por una de estas zumbadoras. La tarea se complicó cuando Juan José hizo un anuncio: "ahora tenemos que mover las abejas de cada bandeja para encontrar la reina de cada caja, la reina la puedes identificar porque tiene un punto azul que yo les pinté con esmalte". La gran pregunta: ¿Cómo sacarlas sin que me piquen? Lo observé y él utilizaba un cepillo, así que comencé a hacer lo mismo. El cepillo se utiliza para barrer las abejas de los panales en las revisiones habituales, son de cerdas largas, blancas y suaves. Al barrer los panales las abejas se dispersaron y el zumbido se hizo más intenso, sentí angustia al verlas pegadas a la

malla que cubría mi cara, algunas se acercaban tanto que pude verles el aguijón. Temblando busqué rápido a la reina que tenía el punto azul y le avisé a Juan José, él me explicó por qué esa era la reina: "es de mayor tamaño, es gorda y grande, y debes saber que un panal trabaja por la supervivencia y protección de su reina". La sujeté con mi mano; con los guantes no se siente la textura ni el cuerpo de la abeja, sin embargo es inevitable sentir su zumbido que se hizo más fuerte. El área era de diez metros y absolutamente todo el espacio en el aire estaba lleno de abejas volando, era como una mancha negra gigante que se movía. A esa hora ya empezaba a subir la temperatura y estar atrapada en ese traje me produjo un calor terrible que me hizo desear acabar rápido. Ya eran la once de la mañana. Como última labor tuve que verter jarabe a cada caja; el jarabe es una solución de azúcar y agua de la cual las abejas se alimentan como suplemento al néctar que toman de las flores.

La sujeté con mi mano; con los guantes no se siente la textura ni el cuerpo de la abeja, sin embargo es inevitable sentir su zumbido que se hizo más fuerte Fotografía de Andrés Barón

SACANDO LAS BANDEJAS de la caja del apiario con las palanquetas para buscar a la abeja reina.

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Fotografía de Andrés Barón

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LAS ABEJAS EMPEZARON A ZUMBAR a mi alrededor, algunas se acercaban tanto a la malla de mi cara que pude verles el aguijón.

Ahí finalicé mi primer día entre abejas, mi labor como apicultora y mi jornada de procesamiento, producción y almacenamiento de los productos de un apiario Luego de esto cerré cada una de las cajas y marqué las bolsas con el polen que recogí. Me quedé con las ganas de extraer miel pues en ese momento las abejas no estaban en época de producción, así que recogí los utensilios de trabajo, y tomamos el camino hacia Bogotá. De regreso nuevamente a Codabas, bajamos las bolsas de polen y las llevamos hasta la planta que queda en este mismo lugar. Ahí finalicé mi primer día entre abejas, mi labor como apicultora y mi jornada de procesamiento, producción y almacenamiento de los productos de un apiario. Enseguida me quité el traje y bajé al local Apiarios el Pinar para ver los productos que allí vende Juan José. Encontré implementos apícolas para otros apicultores, miel de abejas,

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polen, propóleo, jalea real, cera de abejas y varios productos a base de miel como granola, granola con frutas, granola dietética, galletas, caramelos con miel, con ajonjolí, turrones, entre otros. Compré miel y granola. Me sorprendió que se pudieran obtener tantos productos de la miel, es increíble pensar que estos animalitos tan pequeños trabajan tanto y producen algo tan delicioso. Según la historia desde el Mesolítico 10.000 a 5.000 años AC, el hombre empezó la recolección de miel en colmenas silvestres y en el Neolítico fue cuando se educó para investigar las abejas y sus enjambres. Además algunos antecedentes históricos muestran que hubo pequeños roces con la apicultura en el periodo predinástico de Egipto, fue así que la apicultura contemporánea despegó cuando el hombre descubrió que la miel servía para endulzar y además tenía propiedades alimenticias y medicinales. Por eso actualmente la apicultura es una actividad reconocida mundialmente, que a mi parecer, y desde mi nueva experiencia, es muy productiva. Sin embargo, el apicultor tiene que amar su oficio para poder desempeñarlo con dedicación y pasión, para aprovechar las bondades que estos animales brindan, tal vez, sin ser ese su objetivo natural, pero del que los humanos nos beneficiamos.


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