Nueva York

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NUEVA YORK Dulce ARSÉNICO 0,2 Revista de creación artística y literaria


Dulce ARSÉNICO Revista de creación Artística y Literaria

C/ Camilo José Cela, 120 28806 Alcalá de Henares (Madrid) E-mail: dulcearsenico@hotmail.com www.dulcearsenico.blogspot.com www.dulcearsenico-enpapel.blogspot.com

Edición, maquetación y dirección: Eva Díaz-Ceso y Paz Cornejo

ISSN: 1888-0487



NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK La estela de YORK King Kong , Óscar Marín Repollet NUEVA YORK NUEVA NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK NUEVA YORK


TIMES NEW WOMAN Puede ser, que esta prisa la haya contraído yo en tu presencia, que toda tú me descalces el ánimo, que me prometas que vas a cambiar y mañana nada, y mañana otra vez, este truco atroz de quedar por siempre atrapada en ti. Por lo menos nosotras nos lo planteamos, me dices, como si esa frase tuviera algún significado descifrable, y no. No sé por qué nos hemos permitido el lujo de perder la vida, de caminar cada día sobre los desechos de nuestros pasos de ayer, de astillarnos la memoria con saxos en emepetrés. No sé. Pero este pálpito hace lo propio, nos c h o r r e a, salgo de la oficina con las pulsaciones aquí así es el pulso en la boca del estómago, la carne olvidada, la prisa a cuestas, sangre en las corvas, los ojos incapaces de posarse en algo que tenga s o s i e g o.


No queda en mis actos ya nada de mí, me salpico sin calma en cada cosa, me impaciento ante al agua a punto de hervir, tras del autobús que no llega, junto al móvil que no cesa, contra el tiempo en armas, y ya en la cama toda esta caja de madera mala me revienta de pensares. De pesares. Dicen que esta ciudad se repite dentro de cada uno de nosotros, como si fuéramos un souvenir de esos de urbes dentro de una esfera. Y no, nosotros somos… joder, iba a decir que ciudadanos, ciudadanos americanos. Tú y yo qué, qué vamos a ser ciudadanas. Nosotras no habitamos las calles, paso por ellas sin rozarlas ni mojarme. Sé que los muchachos que se bañan con las bocas de agua reventadas serán en la canícula de la noche más ciudadanos que tú y que yo; sé que los dos hombres afilados que se besan con sus bocas reventadas de agua serán más esta noche ciudadanos que tú y que yo. Y qué. Estas pastillas de horas muertas ya no me aplacan. Y soñarás conmigo, mujer que te echas en los quicios, náyade que va al cine este sábado, tipa del flequillo que algo esperas. Llegaré a ti sin querer desde el escaparate con fotocopias de ofertas de vuelo para dos personas, seis noches, cuatrostrellas; subiré a tus sueños desde el cartel del autobús, por la revista arriba y desde los anuncios de tus medias, por los codos de todos los clarinetes, en la serie de más éxito de tu canal satélite, entre todas las estampas rotas de Manhattan. Llegaré a ti, qué remedio, atravesada por Lorca poco a poco hasta hacerme la puñeta. Insensata que imaginas que en mi casa tengo indolencia y contestador, entradita recoleta, ganas de algo, una copa de vino junto al libro, sábanas chulas, lamparitas de lectura, perfumadores eléctricos: A mí tú ni me pienses. Date a otra. Date a otra que al menos viva, que tenga ganas, que ande entera, que no sea un túnel, que pueble, que se deje habitar las caderas, que le sobren horas, que nazca a veces, que se rasque y ya no quiera entender más, que te folle con algo más que con la mirada, que saque aquí a su cristo en procesión, que esté harta de guisar, que sepa odiar. Que su primer pensamiento no fuera, aquella


mañana, para los documentos desordenados al estrellarse el avión contra la segunda torre. Muda tu anhelo a otra, con otra gracia, de otro barrio, cruza el puente, colecciona fronteras, actualiza tus mentiras, entra donde la carne te apriete, encuentra tu casa, busca la ventana del tendedero, abre este abanico, date al azar. Pero no a mí, pero no a esta prisa. Encomiéndate a ella. Ancha es. Oh, Nueva York, orbe de urbe, ciudad sin disculpa, tú, que todo lo representas.

Carmen Camacho


Ana Santos


83 LATIDOS Y en cada piso que asciendo voy recortando una palabra, o dos alambres viaje luces de neón trilogía La piel volcada en este vértigo de arrojar heterónimos. Vine a ser aquellos que buscan la nieve cargada de sombras. Hipótesis eléctricas, reptiles del infinito… A través de estas miles de ventanas, una pista de despegue para cada nombre. Contin úo subiendo. No sé qué extraño laboratorio oculta la planta 49: alquimistas de boleros que viajan en taxis verticales. Todo implica cálculos recién salidos del hormigón de mis dudas. La envoltura de este edificio y de este otro más es una tonelada de besos de acero…, de cristal… En el piso 81, habré dicho ya que prefiero avanzar entre gabardinas artificiales. Una parada en esta trayectoria de velocidades esbeltas. Salen. Entran. Lo correcto es tan ambiguo… Dos alturas más para el oleaje final de cicatrices.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson, mientras la arquitectura de mi fiebre se tambalea desde aquí arriba. Milagros Valcárcel Osuna


A DESTIEMPO Y no era mala chica, y tampoco tonta, y con mundo a sus espaldas, que ya desde pequeña sus padres la mandaban en vacaciones a continentes como Inglaterra o África para que se forjara en otras culturas, en otros modos de pensar, y supiera decir que sí o que no en todos los idiomas. Por entonces yo aún vivía en el pueblo y sólo me importaba el río, el fútbol, ayudar a papá en la viña y observar de vez en cuando, en la distancia, a las primas mayores de mi vecino. Es por eso que cuando ella se despedía yo no acertaba a comprender ni el significado ni la magnitud de sus palabras: — Este verano tampoco nos veremos. Mis padres me mandan a Londres para aprender inglés. — Te voy a echar de menos pues hasta septiembre nada. Estaré en París aprendiendo inglés. Eso sí, Yolanda era mi novia y cuando volvía al pueblo allá por la feria y ya iniciado el curso en Madrid, era maravilloso pedir dinero a papá y llamarla por sorpresa y darle de la mano y pasear con ella por la plaza y merendar a medias algo (un bollo, un batido, lo que fuera) en la pastelería mientras mis amigos esperaban por mí en la mesa de al lado, expectantes y en absoluto silencio. No me extrañó tampoco que una vez acabada la universidad me dijese: — Voy a pasar un año en Nueva York. Mis padres me han dicho que sólo con la carrera no voy a ningún lado y allí los másteres son muy buenos. He pensado que podrías venirte conmigo. — ¿Para? — No sé, para estudiar algo (un curso, un idioma), para lo que sea. El caso es que estemos juntos. — Ya sabes que a mí sacarme del pueblo…Y luego están las viñas, y la bodega que queremos abrir en Toledo, y mi padre no — puede con todo. Y además, ¿quién quiere a estas alturas aprender francés?


Así que marchó para un año y, con unas cosas y otras, estuvo cinco. En todo ese período volvió solamente dos veces por Navidad y en unas fiestas patronales, pero era genial ver lo guapa que era y la cara de estadounidense que se le iba formando en cada ocasión que venía. Mientras yo pensaba sobre sus ojos, Yolanda me contaba que Nueva York es la metrópoli, después de Tokio, con el skyline más alto del mundo, que Nueva York tiene cinco distritos y ella residía en el más peligroso, que allí vivía Woody Allen, que sus habitantes se llevan a matar con los de Boston y se descojonan de los españoles que, por querer aparentar cortesía, ceden amablemente el paso en la entrada de los sitios públicos sin darse cuenta de que, de ese modo, entorpecen el ritmo de la ciudad En su último regreso a Brooklyn (poco después lo sabríamos los dos) me intentó convencer de nuevo: — Vente a vivir conmigo a Nueva York. — Una razón. — Allí un actor no es considerado como tal hasta que no ha recibido una buena crítica en Broodway. Y que quiero que estemos juntos. — (Pausa) Tú quédate el tiempo que te tengas que quedar, pero yo te espero en el pueblo. Cumplimos dos años más de novios y luego nos casamos. Nos fuimos a vivir a Sonseca porque así estábamos cerca de papá, de sus padres, de las viñas y porque en una hora me plantaba con el coche en Toledo. Ella consiguió trabajo en un Bankinter, cerca de casa, y pronto la hicieron encargada, o algo de jefa, o parecido. Enseguida tuvimos dos críos (una niña y un niño) y en la bodega nos empezó a ir tan bien que papá y yo decidimos exportar nuestro vino a otros países. Empezamos con Inglaterra, luego Francia y después con Dinamarca, pero las cosas empezaron a ir bien de verdad cuando nos llamaron de Estados Unidos. Papá y yo decidimos entonces que él estaba muy mayor para viajar y que, si queríamos que el negocio prosperase, uno de los dos tendría que controlar esto desde allí, así que lo hablé con Yolanda:


— Hemos pensado en abrir como un almacén en Estados Unidos. Los distribuidores salen muy caros. — Bien. — Y hemos pensado también que es mejor que lo controlemos nosotros mismos y como tú conoces Nueva York… — Para, para. No es el momento, Javier. No podemos dejarlo todo aquí. Y luego están mis padres, y los niños. ¿Qué hacemos con ellos? — No sé. Si quieres tú quédate aquí todo el tiempo que te tengas que quedar y ya hablamos. Y es que te paras a pensar y oye: lo que cambia la vida. Porque Nueva York es magnífica: tiene uno de los skyline más altos del mundo (después de Tokio, creo), ningún actor es actor hasta que no ha pasado por Broodway y cuando acaben de construir el rascacielos ése donde estaban las Gemelas va a ser ya insuperable. No sé cuánta gente han dicho que va a trabajar ahí. Tú eras de Galicia, decías. La primera vez en cinco años. Tus padres tienen que estar contentísimos. No. Yo sí. Yo suelo viajar siempre en Reyes a España, que es cuando más ilusión les hace a los críos, aunque ésta no sé si va a ser la última en mucho tiempo. Mi padre está bien con mi hermana y si voy ahora es por mis hijos. Por ellos y por mi mujer, que quiere arreglar esto, ¿sabes? Dice que para no estar juntos es mejor divorciarse. Y tiene razón, la verdad. Yo he estado muchas veces por repetirle que se vengan conmigo, que Nueva York es una ciudad maravillosa, aunque pensándolo bien es mejor así: Yolanda no es mala chica, y tampoco tonta, y con mundo a sus espaldas, pero nunca ha sabido desprenderse de los suyos ni del viejo y ñoño sentimiento español de querer volver. Demasiado apego a la tierra, ¿no te parece?

Fernando Sánchez Calvo


Diego Santos Sánchez


Alguna vez te sentaste por la parte de atrás de un poema. Entonces viste Nueva York. ******** Tus piernas se balancearon [insensatas] entre estas letras y el Hudson. Los puntos del texto habían sido tiros de balas perdidas. Alguien habló una extraña mezcla de sonidos mientras mascaba una extraña mezcla de sabores. Otro alguien maldecía su suerte Y al otro lado de esa misma moneda un rostro besaba el suelo del recién puerto. Europa olía lejos. África sabía lejos. Rusia se oía mal. Nueva York se alisaba como esta hoja después de que hayas pasado muchas hojas sucesivas. Y al instante se erizaba como esos cuentos para niños en los que acecha un resorte de cartón y el gato boxea… [La semana cierra en baja para los mercados neoyorquinos]

Un indio [¿es broma esa palabra?] un alguien, un Lenape lee el New Yorker apoyado en su arpón de pescar truchas, dos días antes de que desembarquen los holandeses. Se ajusta las gafas, tararea a Sinatra. Te mira levemente desafiante a través de esta página, traspasando las letras como la humedad. Venderá la isla por 24 dólares. ******* Convertirse en la vagina de Norteamérica en la boca de Norteamérica el ombligo de Norteamérica


en la menos norteamericana de todos los norteamericanos a llevó a arrastrarse jadeando hasta tus pies para rogarte que la camines, que la corras, la pisotees le hinques tus rodillas sangrantes de barco y a la segunda generación lo olvides todo. [La alcaldía quiere que los neoyorquinos dejen de tomar agua embotellada para ayudar al medio ambiente]

Nueva York con el vello permanentemente erizado, busca resarcirse de no haber sido la hermana guapa. Un indio, un Lenape, atraviesa a nado el río y espía a Annie Hall. No hay siglos que puedan contra la disposición de esta frase o contra una letra de PJ Harvey desde un tejado de Brooklyn. Mannahata ha debido de significar algo para ese indio [¿otra vez esa palabra?] pero a día de hoy que es igual que ayer y mucho me temo que mañana le basta con extenderse por la parte de atrás de un poema encender cualquier proyector y ser el epicentro de la historia. La que cambia con la luz como cualquier otra puta ciudad. Como Petra. Como Caracas. Como la mía. Como la historia.

setembro 2007 Estíbaliz Espinosa


Algunha vez sentaches pola parte de atrás dun poema. Entón viches Nova York. ******** As túas pernas abanearon [insensatas] entre estas letras e o Hudson. Os puntos do texto fóran tiros de balas perdidas. Alguén falou unha estraña mestura de sons mentres mastigaba unha estraña mestura de sabores. Outro alguén maldicía a súa sorte E ao outro lado desa mesma moeda un rostro beixaba o chan do recén porto. Europa ulía lonxe. África sabía lonxe. Rusia oíase mal. Nova Iork alisaba como esta folla despois de que teñas pasado moitas follas sucesivas. E ao instante ourizaba coma eses contos para nenos nos que axexa un resorte de cartón e o gato boxea… [A semana pecha en baixa para os mercados neoiorquinos]

Un indio [é broma esa palabra?] un alguén, un Lenape le o New Yorker apoiado no seu arpón de pescar troitas, dous días antes de que desembarquen os holandeses. Axusta as gafas, cantaruxa a Sinatra. Olla para ti levemente desafiante através desta páxina, traspasando as letras como a humidade. Venderá a illa por 24 dólares. ******* Converter na vaxina de Norteamérica na boca de Norteamérica o embigo de Norteamérica


na menos norteamericana de todos os norteamericanos levouna a se arrastrar arquexando ata os teus pes para che pregar que a camiñes, que a corras, a acalcañes lle finques os teus xeonllos sangrantes de barco e á segunda xeración o esquezas todo. [A alcaldía quere que os neoiorquinos deixen de tomar auga embotellada para axudaren ao medio ambiente]

Nova Iork co pelo permanentemente ourizado, procura se resarcir de non ter sido a irmá guapa. Un indio, un Lenape, atravesa a nado o río e espía a Annie Hall. Non hai séculos que poidan contra a disposición desta frase ou contra unha letra de PJ Harvey dende un tellado de Brooklyn. Mannahata debeu de significar algo para ese indio [outra volta esa palabra?] mais a día de hoxe que é igual que onte e moito me temo que mañán abóndalle con se estender pola parte de atrás dun poema acender calquera proxector e ser o epicentro da historia. A que muda coa luz como calquera outra puta cidade. Como Petra. Como Caracas. Como a miña. Como a historia. setembro 2007 Estíbaliz Espinosa


Avenueofamericas, Chema Castell贸


BABILONIA leo en los papeles póstumos del señor Fort que el brazo aquel estaba constituido por un perfectísimo entramado de diminutas perlas de vapor de agua que emergieron de la nube desde la invisibilidad de un hombro absolutamente hipotético para asestar varias furiosas –creo yo– puñadas al cogote de un escandalizado obrero de madre mohawk y padre portugués justo cuando se disponía a machacar el undécimo remache de la viga con la que se daría inicio al asalto al piso 83 del edificio Empire y que ataques similares a este se sucedieron sin tregua mas también sin consecuencias –no hemos de olvidarnos de que según nuestra actual cosmogonía los nimbos son entes débiles sin la menor substancia propicia para la agresión– a lo largo del resto de unos meses de terca escalada y arquitectónica quimera hasta el victorioso amanecer de mayo de 1931 en el que después de las

palabras con acento a rancio de los capataces más de veintisiete

idiomas

prorrumpieron

en

un

júbilo

tan

variadamente incomprensible que no pudo menos que

comerse momentáneamente todos los silencios de los últimos cuatro mil años y pico —el subrayado es mío Javier Esteban


Nueva York, Óscar Marín Repollet


I WANT TO BE A PART OF IT Hay chicas que llevan botas hasta las rodillas y desean ser conquistadas como América, yo no te llenaría de estatuas. Millones de personas vuelan hasta ti deambulando de noche por tus grandes manzanas verdes doradas y rojas -

¿Desea algo señorita?- pregunta la azafata muy educadamente. “¿Qué me cante un bolero al oído mientras cruzo el Atlántico es mucho desear?” “Una cerveza, gracias” ¿Algo más? “¿Qué los hermanos Dalton sustituyan a los Reyes Magos de Oriente?” “Nada más”.

Pero no puedo decir que es suficiente. Ni autosuficiente. Es muy deficiente en letras mayúsculas. Y rojas. Como tu lápiz de labios, el que llevo tiempo deseando robarte y del que solo me ofreces un poquito muy de vez en cuando en los lavabos públicos de antros abarrotados. Si quiero, perdón deseo, gritar la palabra bragas en cualquier vagón de metro pintarrajeado y que todo se descarrile; hasta tú. Sonia Barba


EL PRIMER DÍA Me despertaré cabreado como cada mañana. Calentaré a fuego lento la cafetera italiana que habré dejado preparada la noche anterior. Justo antes de que salga el café encenderé el primer cigarrillo, ese que cada mañana odio pero sin el que no podría empezar a respirar. Seguramente toseré y tendré que abrir la ventana de la cocina que da a la W144th. Ya se podrá oír a los de la tienda de abajo armando jaleo. El café rasgará la garganta junto al humo. Una ducha no me vendrá mal. Todo estará preparado en la cartera. Me peinaré con cuidado y me aseguraré en el espejo que tengo junto a la puerta. Todo tiene que ser impecable. Saldré a la calle. 1692 de Amsterdam Ave. Seguirán en pie sus edificios de ladrillo, sus escaleras metálicas en las fachadas, sus restaurantes de malamuerte, ese árbol que crece sin criterio ante mi fachada. Con paso firme me dirigiré hacia el sur. No creo que nadie se fije en una persona trajeada con un maletín andando con paso firme hacia el sur. He pensado tomar un taxi, pero creo que no lo cogeré. Prefiero que nadie me vea la cara esa mañana. Seguramente pararé a la tienda del toldo amarillo a comprar una manzana. Son las mejores que he comido desde que vivo aquí. Saludaré a ese señor extraño con bigote que no hace esfuerzo alguno por comprenderme. Le daré la manzana que escoja, la pesará, me señalará el precio en la balanza y le pagaré. Esa será mi última parada hasta mi destino. Volveré al paso firme. Seguiré mi camino con la mirada en el suelo. 142th, 141th, 140th, 139th… Espero que cuando llegue a la esquina de la 138th no me quede mirando ese edificio negro que tanto me llama la atención. Esa mañana no tendré tiempo para nada. Seguiré rumbo hacia el sur. Pasaré el edificio de la Universidad de Columbia, siempre por la acera de enfrente. Hacia la 103th empezaré a sentir la humedad del Hudson y a lo lejos empezaré a divisar los primeros rascacielos. Tras pasar la 72th, cogeré Broadway siguiendo con mi rumbo sur. No sé por


qué siempre bajo por Broadway, esa calle donde hasta las personas que caminan por ella son artificiales. Bajaré por Broadway hasta que corte con Fashion Ave. Estaré ya algo cansado, seguramente un poco sudado por los nervios. Tras cruzar la 34th, ya estaré en la 7th Ave S, que no dejaré hasta llegar a mi objetivo, un par de kilómetros más al sur, justo el inicio de la Christopher St. Nada más comenzar la calle me han dicho que hay una excelente tienda de cigarros. Quizá me pare a comprar un buen cigarro por si cuando acabe todo esto hay algo que celebrar. Dejaré Village Cigars a mi izquierda y estaré en la pizzería. Entraré decidido. Pediré una porción y quizá un refresco para reponer fuerzas. Me han dicho que probablemente me atenderá una camarera enorme con cara de buena gente. No hay que dejarse guiar por las apariencias. No me iré sin fijarme en sus pechos que un día harán explotar la bata que lleva como uniforme. Me han dicho que es imposible no quedarse mirando. Quizá me encienda un cigarrillo, si me dejan. Me tragaré el trozo de pizza, seguramente recalentado de la noche anterior, e iré al servicio. Respiraré hondo, abriré el maletín, la cogeré sin miedo y la ocultaré tras el maletín. Espero que no me sude la mano, que no me tiemble el pulso y que pueda respirar sin problemas. Saldré del baño y abriré la puerta que da al patio trasero que hay junto a los servicios y que probablemente tendrá un cartel de “Private”. Subiré por la escalera metálica que hay en la fachada posterior. Tengo que llevar un calzado de goma para no hacer mucho ruido. Llegaré a la planta superior, giraré el pestillo, que se supone debe estar abierto y entraré sin miedo. Espero que aún siga dormido. La primera vez que haces esto esperas que todo sea sencillo, aunque nunca es así.

Juan Valera


SPOKEN WORD

En el margen izquierdo del gran jardín se hace poesía de movimiento interminable, repetido e impugnado, una y otra vez sobre un cráneo de asfalto. Giran brazos en el aire y de nuevo poesía. Hip con lazos azules y múltiples estrellas se enredan sobre la cabeza de Liberty. De nuevo hop y sólo se oye un grito de guerra en el corazón de la gran manzana.

Estel Julià


GERSHWIN’S DREAM Soñé todo sonido, todo el énfasis, todo el volar quebrado contra el cielo entre crecidas púas de este pequeño erizo que demostró ser monstruo. Sumados los acentos, los ritmos, las herencias, soñé la exacta música de la nueva Babel. Soñé el mundo en mi mano, y su mejor caricia inflamaba Manhattan a fuerza de crisol. Al compás de la historia creí vestirme de calle. Me llamaban George Gershwin, fui un soñador en Broadway. Hoy comprendo mi genio, la esencia del designio, la lucidez del fondo: por debajo del mundo, de las púas crecidas, sobrevive mi música a pesar de los muertos. Antonio Daganzo Castro


Carlos G. Burgos


LA CIUDAD HAMBRIENTA Siempre que me he imaginado viajando a Manhattan, lo he hecho en taxi a través de un puente; supongo que es un residuo que ha dejado el cine en mi cabeza. ¿Será por eso que dicen que en esta ciudad siempre hay una esquina en la que se está rodando una película? Sí, ése es el motivo de que toda la ciudad se haya convertido en un decorado y sus ciudadanos en actores, obligados a interpretar a varios personajes cada día: trabajando en diversos empleos, fingiendo el éxito para encontrarlo… con la felicidad de un maniquí en el rostro… anhelando ser otro, o lo que le contiene: su traje, su coche, sus zapatos… Primer mandamiento: El triunfo de uno vale la esclavitud de muchos. — ¿Es usted actor?… son demasiados…trabaje entonces de camarero sin sueldo y ensaye su simpatía a la caza de propina… deberá trabajar por las mañanas como taxista, o como músico en el metro, para pagar el alquiler de un cajón compartido. Quizá con el tiempo llegue su oportunidad…mientras, arderá en la hoguera de rascacielos, en sus pavesas de pretensiones, en los rescoldos de su avaricia. Algunas calles son calles, otras son números, o posiciones quién sabe: — Ha llegado usted a Bowery con la Novena, el último. — ¿Cómo es posible? — En taxi: son veinte con cincuenta. — Perdone, pero soy un actor famoso, ¿no me ha reconocido? — Y yo soy alguien que aspira a serlo; interpreto a un taxista que quiere ser actor pero que se ve obligado a trabajar como taxista. ¿No sé si me entiende? — No. — Son veinte con noventa y cinco. Segundo mandamiento: Babearás por un par de zapatos de diseño cruel, que cuestan lo que sufre un actor por trabajar durante un mes como taxista, para asistir a la lista excluyente de algún tugurio de moda —detesto a Candace Bushnell tanto como a su alter ego mediático Carrie Bradshaw, por vestir la frivolidad como forma de vida —.


— Si esa es la esencia de esta ciudad, por favor, de media vuelta y sáqueme de aquí. — Lo lamento, sitúese al final de la cola por favor. Si quisiera usted definir a esta ciudad con un solo término, diga: caníbal. Si uno le es insuficiente y necesita uno compuesto, diga: hormiguero caníbal. Son doce con cincuenta. Y alguien grita: Nueva York no es Manhattan; pero Manhattan existe, se yergue como un epicentro para magnates, desde el que te señalan con la impunidad de sus marcas. — Tú, sí tú, no serás nadie hasta que hagas eso mismo que estás haciendo con uno de mis calzoncillos encima de tus pantalones. ¿Calvin qué? Rellene lo que falta: Calvin ____ El taxista me miró de reojo a través del retrovisor, su reflejo mostraba aún inquietud por haberle impedido guardar mi estuche en el maletero, con el resto del equipaje. — ¿Es usted actor? — Dije nada más sentarme. — No. Al menos ya no. Hubo un tiempo en que lo intenté pero la ciudad me acabó engullendo. Esta ciudad se alimenta de actores, pintores, músicos… o de sus sueños… ¿No será usted músico, amigo? — dijo él. — No. Si lo pregunta por mi estuche le diré que se trata de un instrumento valioso. — Pues no lo pierda de vista… una vez se olvidó el suyo en mi taxi Mezz Mezzrow. ¿Sabe quien era? — Sí, ese blanco judío que quería ser un saxofonista negro. — El mismo… qué personaje, lo suyo era un error de pigmentación. — Creo que era cuestión vocacional más que talento… aunque no es poco siendo blanco y judío en Harlem. — Era de Chicago, pero era un tipo estupendo. Adoraba nuestra música, a nuestras mujeres… creo que nunca supo decidirse, pero aquí lo consiguió. — ¿Ser saxofonista? — No, ser negro. — ¿Sabe que Zelig, el hombre camaleón escrito e interpretado por Woody Allen está basado en él? — No, pero el otro día también se dejó su instrumento en mi taxi.


— El clarinete. — Los bucles de una peluca de rabino…— rió — una máquina de escribir — dijo. — Creí que escribía a mano, o en un ordenador personal. — Ya lo ve, hay quien todavía piensa que el instrumento también tiene algo que decir. — Desde luego —dije tamborileando los dedos sobre el estuche mientras el taxista volvía a echarle un vistazo rápido por el retrovisor. Me apeé y pese a haberle cedido el cambio no conseguí mitigar su gesto. El taxi se desvaneció en una columna de humo que exhalaba la calle. Miré a mi alrededor — parece mentira que en tiempos esto fuese un poblado de colonos que dijeron: Ey, John… mira que sitio más bonito para vivir junto al mar. Está claro que somos estúpidamente gregarios. Nos gusta apelotonarnos en colmenas para vivir peor, para volvernos caníbales, para ignorarnos, para tener a alguien por debajo y a alguien por encima, para sentirnos solos entre tanta gente. ¿Por qué a medida que crece la ciudad menguan sus habitantes? Sus cimientos son personas que se han convertido en insectos y, uno no triunfaría si miles no fracasaran. Qué gracia tendría el triunfo colectivo. Para triunfar hay que sobresalir: —To be the number one… or not to be. —Dice un anuncio de Nike en medio de la sexta avenida, con un deportista de élite vestido como William Shakespeare. Dicen que el territorio que comprende Manhattan se vendió por unos cuantos dólares de plata. A día de hoy, la multimillonaria neoyorquina Leona Helmsley le ha dejado doce millones de dólares a su perrita Trouble. Estamos hablando de un lugar en donde los perros se pueden hacer multimillonarios. ¿No es ese el sueño de todos los que peregrinan allí?… convertirse en millonario. Y sin embargo acaban convertidos en perros. Me quedo con Mezzrow, y con los que como él llegaron y se fueron persiguiendo otra cosa, la alcanzasen o no. Reescribo sus últimas palabras con una máquina de escribir a la que he convencido de que es un instrumento musical, guardándola en la funda de uno de percusión. Mientras tecleo suena:


"Cuando me toque salir de escena no lloréis por mí, pero tampoco dejéis que me lleven a Potters Field, a amontonarme con la caterva de parias y desdeñados. No quiero que mis puentes dentales sirvan para engordar el bolsillo de un yonqui o un borracho. Nones. Meted mi cadáver en un horno y, cuando esté bien consumido, coged las cenizas, mezcladlas con laca y prensad con la pasta un disco con la etiqueta King Jazz. No añadáis, por favor, el sello D.A. Escribid, simplemente: Aquí yace eternamente Mezz, El Presi. Y luego grabad de un lado Gone Away Blues, del otro Out Of The Gallion, llevadlo a Harlem y regaládselo a cualquier niño harapiento, de ésos que no pueden pagarse la entrada al Apolo y ni siquiera un batido de vainilla. Y que el chaval haga sonar el disco hasta que cruja y se agote, o hasta que él se canse, y si éste es el caso que lo tire por ahí. Haced esto, y podéis estar seguros de que descansaré feliz. Lápidas no me hacen falta." Milton “El Presi” Mezz Mezzdrow (fragmento extraído de El Buque Fantasma)

Carlos G. Burgos


Desembocadura del Hudson ¿Para qué volver? Whitman no recuerda a Lorca El casi cántabro asmático vivirá siempre Lennon no se levantaría de la cama Al judío no le quedan obras maestras y a Cohen solo melancolía de unas sábanas del Chelsea Ni siquiera Joey Ramone tendría ya donde mear Desde que murió la poesía no nieva en Nueva York Gustavo Díaz Santiago

Diego Santos Sánchez


El sueño manchego Se veía el puente de Brooklyn. Su estructura iluminada en mitad de la noche neoyorkina. Detrás, el skyline: todos esos edificios legendarios perlados de luces, el Chrysler, el Empire State Building e incluso la Torres Gemelas que aún no habían caído. Era hermoso. Un hermoso póster que había colgado en la caseta de Rodrigo, donde pasábamos las tardes huyendo del calor que asfixiaba La Mancha aquel verano. Al lado del póster, por el ventanuco, se veía el terreno árido, amarillento y un árbol desnudo, seco y solitario sobre el que el sol caía a plomo. Nos tirábamos, a eso de las cuatro, en el sofá destartalado que allí había, con el torso desnudo cubierto de sudor y dormitábamos contemplando Nueva York. En silencio. Por si el sopor no fuera poco, aquel día Rodrigo empezó a liarse un porro. Yo saqué una botella de agua bien fría de la nevera de playa que teníamos en la caseta y volví al sofá. Tendríamos que viajar a Nueva York, dije tras dar un trago a la botella. Rodrigo, sentado a mi lado, casi tumbado, asintió levemente concentrado en el canuto. Luego buscó una boquilla dentro del paquete de tabaco. Ver todo aquello, continué. ¿Sabes?, en la zona central de Manhattan las calles forman cuadriculas perfectas y están numeradas en orden. Además hay grandes avenidas que recorren la isla de norte a sur. La quinta avenida ¿te suena?, la de las películas, esa divide la isla entre este y oeste. Es casi imposible perderse. Rodrigo se incorporó para encender el porro. Dio una buena calada. No empieces otra vez con lo de Nueva York, dijo, voy a acabar quitando ese puto póster de ahí. Callé un rato mientras el humo comenzaba a flotar frente a mis narices. Pero eso no es lo mejor –hablé de nuevo- lo mejor es que hay una calle, Broadway, que, entre todo ese orden, recorre la isla en diagonal, cortando todas


las calles y avenidas ortogonales. Se dice ortogonal ¿no? Qué locura. Tal vez por eso sea la calle de los teatros y los musicales. Mira tío, dijo Rodrigo, ni tú ni yo vamos a ir nunca a Nueva York, al menos por el momento. Con tu trabajo en el taller y yo trabajando en el campo no creo que podamos pagarnos un viaje. El padre de Rodrigo había muerto hace poco y ahora él se ocupaba enteramente de los terrenos familiares, de los que malvivía cultivando ajos y berenjenas. Quizás tú vayas algún día, dijo, eres mecánico y coches averiados hay en todas partes. Pero yo estoy atado a mis tierras. Y tengo que alimentar a mi madre y a mi hermana. Mi vida va torcida, como la calle rara esa de la que hablas. Rodrigo me pasó el porro, sus manos estaban curtidas y su piel enrojecida por el sol. Me repantigué en el sofá, con el porro entre los labios. Qué se yo, dije, tal vez las cosas cambien algún día para bien. Rodrigo necesitaba ánimos. Lo de su padre había ocurrido hacía tan solo un mes. A su muerte la familia ya estaba en la ruina. No pudieron ni costearle un entierro digno. El dueño de la funeraria, un hijodeputa, no quiso ceder, pedía demasiado dinero. Al menos le dio la oportunidad de hacérselo él mismo. Tuvo que cavar la tumba de su padre con sus propias manos. Yo le ayudé. Estuvimos horas dándole a la pala. Acabamos exhaustos. Cuando le quise devolver el porro a Rodrigo, éste ya se había quedado dormido. La cabeza se le había caído hacia un lado. Dejé el porro en el cenicero. Miré el árbol seco encuadrado en la ventana. Parecía que la luz lo iba a aplastar. Miré después las luces que adornaban el puente de Brooklyn. El Skyline detrás. Iremos algún día, pensé. En esa tierra crecen las oportunidades en vez de las hortalizas. Entonces todavía creíamos en esas cosas. Sergio C. Fanjul


A Julio y a Chema, dos hermanos.

Doblaba esquinas y saltaba semáforos No hacía nada a derechas iba y venía por los ojos de la gente Entre venida y avenida entre cascos rotos de caballos veloces una turbamulta de voces grises que no se dejaban aprehender Las haches son el pasado me dije Y medí y reduje cada proporción y cada miembro el hombro y el costado el vértice de aquel edificio que parecía una pagoda china sin serlo la curvatura que se alza queriendo ser y no es más que un enigma Hay tantos reflejos que nadie puede conocerse en esta ciudad Hay tanta euforia que nadie vive de soslayo Tanta premura tanto aprieto


Aquí cabe todo como en mi mano Aquí las pirámides son anchas en el papel de cada dólar He venido a seguirte el rastro he venido a hacerme una traqueotomía de urgencia he venido a pedirte que no vuelvas que te des una espalda nueva y me dejes combatir por los pliegues de tu falda y tu calendario Hay parques en el centro de esta tierra que horadan y crecen que diezman y multiplican todos los pasos y sus ecos Yo quise estar aquí pero no como un hombre sino como un recuerdo antes de que tú vinieras a cocinar la piedra y el metal estas letras que ya no soN tuYas ni mías

Simón Arriaga


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Harkaitz Cano


NIGHT IN BROOKLYN Solitaria en la noche una sombra cruza los puentes de la vida. En una ciudad que se eleva -hablo de ti Nueva York, que me vives y me matas con la misma frialdadbuscando la gloria de los cielos y tejiendo historias de sueños perdidos y miseria entre los túneles del Subway. Una ciudad que no duerme, que no descansa y bulle con millones de celdas encendidas en el enjambre de su eterna locura. Solitaria avanza mi sombra. En una esquina, tras una cristalera de un Starbucks, una joven levanta su mirada del ordenador y observa como cruzo la noche. Somos dos solitarios en la misma encrucijada. Los dos andamos buscando una respuesta. Pero yo soy huésped de Brooklyn en la desolada acera de Tillary Street. Yo camino -sin saber si voy o si regresosobre las huellas de millones de vidas o de muertes que han forjado la historia de esta ciudad, de esta ciudad forjada con pequeñas historias, con sombras solitarias que cruzan la noche como se cruza el puente Brooklyn y la vida.

José Luis García Herrera


Afroalba, Chema

Castelló


LUCES DE LA TIERRA (YA LO DIJO SAMUEL BECKETT) No, duerme de costado mirando hacia la puerta. Lana está sentada en la cama jugando con el mando a distancia y mirando las luces de los rascacielos. Le da pena pensar que esas luces le parecen más hermosas que una noche estrellada. Escribe en su libreta: ANYTIME, ANYWHERE

En Times Square un hombre blanco dijo que iba a dispararme. Me empujó contra la pared y apoyó el cañón de su arma a la altura de mi estómago. Miró mi vaso de cartón y preguntó: -¿Qué bebes? -Coca-cola. Parecía no tener prisa. -¿Por qué vas a matarme? -No lo sé. Le ofrecí el refresco. Mi pasado, mi presente y mi futuro estaban en sus manos. El hombre blanco relajó la mirada y, antes de sorber por la pajita, sonrió de medio lado. -Pensándolo bien, no necesito que mueras. Supongo que las burbujas le hicieron cosquillas y, al estornudar, apretó el gatillo. Mira a No. Le da pena pensar que esas luces le parecen más hermosas que su cuerpo dormido.

Isabel Bono


Diego Satos Sánchez


EN NUEVA YORK VIVE UN HOMBRE LLAMADO RETSUA OLBAP En Nueva York vive un hombre llamado Retsua Olbap. En este preciso momento en el que tú duermes en Europa y tu mujer intenta olvidar tus ronquidos, o en el que tú le susurras una frase de cariño a tu marido y él te responde con un monosílabo, Olbap abre un periódico y busca lo que busca en la sección de anuncios por palabras. Su dedo recorre de arriba a abajo la página, con el mismo movimiento que tú realizas, maquinal y tediosamente, cada vez que te afeitas o te depilas las piernas. Por primera vez en su vida, necesita un detective privado, y no está seguro de qué número debe marcar. Detrás de cada hipotética llamada se esconde un destino muy diferente. Así que, de la misma manera que tú no eliges las cifras de un boleto de lotería, él deja al azar su decisión: cierra los ojos y señala con el índice uno de los anuncios. Gira el cuerpo del sillón a la mesita, como lo haces tú para coger la cajetilla de tabaco. Marca, y su pulso titubea tanto como lo hizo el tuyo en aquella ocasión (recuérdalo: tenías quince años y habías apuntado su número en el envoltorio de un chicle; y eso que tú sólo querías ir al cine: imagina el trance en que se encuentra Olbap). Suenan dos tonos acompasados. El detective responde. El todavía no sabe nada. ⎯ Smith & Lewis, detectives privados. Al habla Robert Lewis. ⎯ Tiene que vigilar a un hombre. Pausa. ⎯ Disculpe, pero las cosas no funcionan así, amigo. ⎯ Tiene que haberlo. ⎯ Y usted tiene que venir a mi oficina, identificarse y, por supuesto, pagarme. ⎯ No hay tiempo para todo eso. ⎯ ¿Ah, no? ⎯ No, no lo hay. ⎯ Pues búsquese otro detective. ⎯ Espere a que termine. Y claro que le pagaré.


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Pausa. Está bien. Diga. Tiene que vigilar a un hombre. Se llama Olbap, Retsua Olbap. ¿Ruso? Puede. Pero no importa en absoluto. Entiendo. Y debo vigilarlo porque… … porque es un tipo despreciable. Me apuesto lo que quiera a que nunca ha conocido un pedazo de mierda como ese. ¿Venganza? Puede. Pero no importa en absoluto. Pausa. Entiendo. Volvamos a la forma de pago. Un apartado de correos a su nombre y al mío. Ya le está esperando el adelanto. ¿Y después? Un pago por cada informe. Un informe a la semana., cada lunes. El martes por la tarde, alguien le da el relevo, y usted recoge el sobre. Usted no sabe cuánto cobro. Usted no sabe cuánto pago. Descuide. Pausa. Perdone que insista… ¿Se tira a su mujer? Puede. Pero no importa en absoluto. Entiendo. ¿Y usted?, ¿cómo se llama usted? Martínez- miente Retsua Olbap-. Francisco Martínez- el detective, mientras se queja entre dientes de los endemoniados nombre latinos, apunta en su libreta Faysco Maytnes-. Y debo informarle sobre la vida de-deletreando- R E T S U A…O L B A P. Exacto. Pausa. ¿Cuándo consideraría terminado el trabajo? Eso depende. ¿De qué? De la disponibilidad de sus servicios. Yo investigaré hasta que usted me indique lo contrario. O hasta que Olbap muera.


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Pausa. Como comprenderá, eso no puedo hacerlo. Tampoco yo se lo he pedido. ¿Quiere usted matarlo partiendo de mis informaciones? Puede. Pero no importa en absoluto. Entiendo. Creo que puedo aceptar el encargo. Muchas gracias, señor Lewis.

Entonces la historia cambia de perspectiva. Lewis comienza a investigar y constata que no le han mentido. El sueldo que asegura el primer sobre le permite alquilar un apartamento frente al de Olbap. Sólo los separa una calle estrecha y poco transitada. El primer informe que le remite a su Martínez dice:

Estimado señor Maytnes: Antes de nada, debo reconocer que no me esperaba una suma de dólares como esta. De ahora en adelante sólo me dedicaré a su caso. En cuando a Olbap, usted sabrá por qué se gasta tantísimo dinero en vigilar a alguien que ni siquiera sale de casa: en esta semana, no ha pisado ni una sola vez la calle. Un chico latino le trae los encargos cotidianos, una vez al día, a eso de las doce. Seguiré informándole. Sus rencillas personales no son asunto mío. POSDATA: Por si esto le interesa, no ha entrado ninguna mujer en el apartamento. Así que, al menos que yo sepa, no se tira a su mujer. R. Lewis Lewis pasa los siete días siguientes pegado al cristal de su ventana. Al otro lado de la calle Olbap desayuna ligero, lee la prensa y el correo, y se dedica a ver la tele hasta caer, rendido por el tedio, a las ocho de la tarde. El detective se pregunta a qué puede deberse esa actitud: quizás lo ha descubierto y espera a que se aburra; o, tal vez, no sabe que lo espían pero sí que Martínez trama algo en su contra, y por eso se decide a llevar la vida de un eremita. En ningún momento se plantea la posibilidad de que Olbap sea realmente un hombre encerrado en sí mismo.


La segunda memoria dice:

Olbap no se mueve de aquí. Creo que tiene miedo. No habla por teléfono, no recibe más visitas que las del recadero, y no parece tener amantes de ningún sexo. Lo veo a todas horas porque su casa no tiene cortinas, y me consta que ni trafica con drogas, ni extorsiona, ni dirige cualquier otro asunto turbio desde el apartamento. Además, mis contactos en la policía me confirman que no tiene ficha policial. Si no me hubiera asegurado usted que se trataba de pura y dura escoria, yo lo tendría por un simple maniático inofensivo, uno de esos colgados que no soportan la presencia de las personas. A veces, he de confesárselo, me llega a producir cierta ternura, algo parecido a la compasión. No me cansaré de decirle que no veo el motivo de tanto odio y preocupación. No me incumbe, pero si quiere lo dejo esta semana, señor Maytnes. Por cierto: ni rastro de mujeres por aquí. R. Lewis. Para la tercera semana Lewis cambia de estrategia y considera conveniente contratar a un par de chavales para que visiten a Olbap. El jueves uno se viste de cartero y finge haberse equivocado en el reparto, pero no consigue ningún tipo de información, aparte de una equívoca sonrisa de compromiso. El otro se presenta como un vecino que recoge firmas para pintar la escalera de incendios; tras cinco minutos de monólogo, Olbap rechaza la iniciativa y zanja la situación con un lacónico: “Lo siento”. Lewis está casi desesperado, como atestigua el escueto tercer informe que le prepara a quien él considera Martínez:

Le sonará muy raro, señor Maytinez, pero me siento inútil. Por mucha pasta que me pague, no creo que mi esfuerzo sirva para nada en absoluto. No tengo ni idea de qué hacer a partir de ahora. Ojalá supiera qué final darle a este relato absurdo. Admito cualquier sugerencia por su parte. R. Lewis


Inspirado por sus propias palabras, el detective decide dejar de ser su narrador para inmiscuirse de lleno en la historia: la única solución es visitar a Olbap en persona. Quizás ni siquiera necesite una excusa. Tal vez bastaría presentarse abiertamente, con la impostada generosidad del que interroga a un criminal primerizo. Lewis estudia el escenario, hora tras hora, durante tres interminables días. El viernes, a las cuatro y media de la tarde, decide llamar a la puerta de Olbap. Respira hondo antes de llamar al timbre. Aunque va armado y Olbap parece el tipo más pacífico del mundo, un miedo irracional le congela el sudor en las axilas. Para su sorpresa, no le abre la puerta Olbap, sino el chico de los recados. — ¿Qué desea?- tiene un fuerte acento latino- ¿En qué puedo ayudarle? Antes de que Lewis responda, una voz lo llama desde el fondo del pasillo (el mismo que lleva observando, inútilmente, tres semanas): — Déjale pasar, Francisco. Es el detective Lewis. Aún no ha recompuesto las piezas del puzzle, y ya está sentado frente a Olbap. Lewis se maldice por la torpeza de sus conclusiones. ¿Quién lo ha contratado? ¿Quién es el hombre que ha estado vigilando? Por un momento le cruza por la mente la descabellada posibilidad de que sean la misma persona, pero tampoco tiene tiempo para valorar la hipótesis, porque Olbap (o quien sea ese tipo) le apunta con un revólver, y no está de broma. — Yo también voy armado - masculla Lewis en respuesta a la amenaza, dobla la apuesta-. Si dispara, me lo cepillo Y puede estar seguro de que no fallaré. Todo es absurdo, pero también terriblemente cierto. Hay una pausa. Los ojos de su oponente dicen “Adelante”, pero Lewis se resiste. — ¿No le he pagado lo suficiente, señor Lewis? Ahórreme las molestias, y ahórrese a usted de mismo el balazo. Pausa. El maíz refulge en Illinois. Los labios de Lewis (o, sencillamente, de Robert) se acercan a los de Linda, centímetro a centímetro. El atardecer es casi eterno. Las ramas del álamo se cimbrean. La brisa detenida del verano. Nunca lo olvidará, cómo podrá hacerlo. Qué pena que nada terminase bien. El color, la primera luz de la tarde colándose por la ventana. En Nueva York.


Hacer frío en Nueva York. Los tonos del invierno. Mañana nevará, seguro. El hielo brilla en los estanques de Central Park. Retsua Olbap se la juega, y da en el blanco. Lewis tiene buenos reflejos. Hay música en Clinton Street. Alguien esnifa en un lavabo del Chelsea Hotel. El tacto de la nieve entre los dedos. Todo queda en silencio. Lewis tarda en morir. El cerebro de Olbap, pulverizado junto a un armario, demora todavía su recorrido en la pared.

Francisco Martínez Morán


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Harkaitz Cano


EL SUEÑO DE VITRUBIO Nueva York, ciudad tocada por el sueño de Andrea Palladio [1508-1580], a caballo entre los ojos de lechuza que le dieron nombre, explota por primera vez en Londres, por segunda vez en Washington, hasta el día en que aquella pesadilla de cristal llamada erizo sobre la faz de la esfera, cuyas púas son los falos sobre la isla de Manhattan o Frankfurt del Meno, dos cabezas españolas aplastadas bajo el tren o sierpe, las pisadas del sin nombre marcándoles los ojos, huellas sobre un papel al que se le ha prohibido el blanco, caras lavadas por la historia y trasladadas a lugares neutros, Europa visitada por el odio, destruido el codex unicus vitrubiano, convertido en un rincón cerrado de una vitrina especialmente vertical y opaca, perecida de una vez toda posible gracia, baja de la nube en que vivía y regresa a su Padua natal, y a su Moguer, Vicenza, Fuentevaqueros. Eugenio d’Ors entrega en la redacción la cuartilla con su glosa del día. Vitrubio es raptado por la nada inmediatamente, en ese preciso instante se produce la cremación. Andreu Navarra


CREACIÓN YO también se amanecer la ciudad con un chasquido podría llenar las aceras de piernas inundar de luz la Quinta Avenida confundirme con el aire y ser con insistencia un nuevo día, un nuevo hombre. Tendría la certeza de dar vida y sentido a las cosas y a los seres que amo, sobre las hojas ocres de Central Park, sobre las calles estrechas de Greenwich, sobre la arena contaminada del río Hudson. Pero no quiero, porque sólo cuando me reflejo en los escaparates de Madison Square y en tus ojos cóncavos me convierto en un hombre diminuto y pálido. Juan Pardo Vidal


UNA NOCHE DE INVIERNO A Pol Ribes y a Pedro Juan Gutiérrez

Estábamos a mediados de febrero del año ochenta y pico, en Nueva York, y por esa época uno ya sabe, hace un frío que te jodes. Me había despertado como a las cuatro de la madrugada porque últimamente sufría claustrofobia, sobre todo cuando se hacía de noche. El motivo era un contrato que firmé con una editorial americana después de haber publicado otras dos en España, y me había venido a vivir aquí hacía trece años pero la cosa es que nunca me había dado por escribir en inglés. Lo que digo es que firmé porque necesitaba el dinero, y recuerdo que salí del despacho contento y con ganas de ponerme, y también me viene a la cabeza la sonrisa afilada del editor sentado en un sillón de cuero con esas gafas negras de espejo puestas que a mí me molestaban mientras hablábamos, porque no dejaba de verme reflejado y eso lo hacía todo un poco raro. Como si mi voz rebotase contra un muro y yo me fuese haciendo cada vez más pequeñito. Pero mira, te repito que me marché de allí feliz, directo a cobrar el adelanto que era más de la mitad de lo que iban a darme, y cuando salí de aquel lugar respiré con fuerza los gases de las alcantarillas como si fuera el oxígeno más puro de los Alpes, porque allí dentro había como un tufillo a azufre que se me quedó pegado en la ropa unos cuantos días. Bueno, pues digo que por eso estaba bastante agobiado aquella noche y me fui a la calle a despejarme un poco, y así, caminando, llegué hasta el Central Park y me senté en un banco a fumar. Cuando vino para mí ya deduje que era hispano por esa camisa de flores que traía abierta, recién sacada de un escaparate, aunque ya no sé si el tipo era mexicano o chileno… o no, espera, sería argentino, porque en esa época eran los que estaban de moda, pero yo nunca he visto a un argentino con camisa de flores, así que por eliminación tenía que ser cubano. Llegó hasta donde yo estaba y se sentó apoyando los codos en el respaldo, y echó una ojeada a su alrededor y hacia el cielo y me pidió una calada y yo se la di, pero no sé para qué, la verdad.


Puedes quedártelo, le dije.

— Gracias amigo -contestó, y chupó largo y tendido del cigarrillo y prosiguió- No te molestaré demasiado. — Tranquilo tío, me hacía falta esto. — La claustrofobia, ¿a que sí? A mí también me pasa de vez en cuando, y por eso salgo. Esta hora es mi preferida. Uno no sabe qué hacer, se aburre todo el santo día ahí metido. — Si, ya imagino, le dije, mientras me encendía otro cigarro. — ¿Sabes lo que más echo de menos? La jodienda. — Claro… — Eso y mi pinga, compadre, yo tenía una buena pinga, entonces. “Gozadora”, así la llamaba una novia que tuve. Fíjate, como si fuese la espada del Cid, o algo así. La graaaaaan Gozadora, papito, me decía. Y yo creo que la quería a ella más que a mí. Pero, tú sabes, algunas mujeres son así, insaciables. Yo era bueno, te lo juro, las hacía pasárselo en grande. Y mírame ahora, en los huesos. Menudo chiste, ¿eh? Y el tipo empezó a partirse de la risa, a desternillarse del puto chistecito que acababa de soltar por su boca, y no paraba y no paraba, así que saqué el paquete y el mechero y se los dejé en el banco porque pensé que le harían falta y le dije “puedes quedártelos, tío, disfrútalos”, pero él ni se daría cuenta y yo me marché de allí, y la risa no dejó de oírse en todo el parque hasta cosa de diez minutos más tarde. Pero no estuvo mal, lo confieso. Cuando llegué a casa había olvidado por completo la novelita y caí rendido en la cama. Nunca está de más charlar con un muerto. Borja Criado


G.D.R. caminamos por los bordes de un precipicio de cemento /armado una pendeja punk muestra sus tajos cuenta cómo la liberaron por loca la dejaron suelta cuando se cortó TODOS ESTAMOS LOCOS ACÁ cuenta explica porque caminamos por los bordes sin pasamanos ¿seremos el olor a goma quemada? un humo negro se fuga al cielo y no hay bloque que lo pare. Seguimos caminando por el borde, recuerdo a mi abuela subiéndose a un barco para ir a España con mi abuelo muerto y no el día de lluvia en que nací MI ALMA me mira desde un cenicero quiere fugarse de esta asamblea de moscas atraídas por cordilleras bolsas negras de basura en pilas a los niños boy scout les advierten de los riesgos de una deposición al aire libre pues la mosca, atraída, puede introducirse por el ano


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Ahora que somos grandes lo sabemos: que el ano era de cemento y varillas de hierro de diez milĂ­metros (a veces mĂĄs gruesas) incrustadas como cobertura la punk tiene las medias rojas de nylon empolvadas enterradas y hace trofeos de cicatrices donde cruzar el borde puede transformarse en un corte.

Marcos Wasem

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CONTENIDO Cuadernillo Óscar Marín Repollet Carmen Camacho Ana Santos Milagros Valcárcel Fernando Sánchez Calvo Diego Santos Sánchez Estíbaliz Espinosa Chema Castelló Javier Esteban Óscar Marín Repollet Sonia Barba Juan Valera Estel Julià Antonio Daganzo Castro Carlos G. Burgos Gustavo Díaz Santiago Diego Santos Sánchez Sergio C. Fanjul Simón Arriaga Harkaitz Cano José Luis García Herrera Chema Castelló Isabel Bono Diego Santos Sánchez Francisco Martínez Morán Harkaitz Cano Andreu Navarra Juan Pardo Vidal Borja Criado Marcos Wasen


Marcapáginas Áreo Lórima

Tarjetas Nacho Montoto y Agustín Calvo Galán Nuria Ruiz de Viñaspre y Diego Santos Sánchez Julio Castelló y Chema Castelló Rodolfo Franco Eva Díaz-Ceso y Diego Santos Sánchez Chema Castelló y Mariano Peyrou

Cd Chema Ponte Surribas


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