POBRE NEGRO

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las fajinas –sépanlo bien los novatos de este año– se compromete conmigo a casarse como Dios manda y de los matrimonios, ya es cosa sabida, salen luego los bautizos que también dejan algo para el culto. Este paladino estilo de sus pláticas –que hacía sonreír a los mozos y ruborizarse a las muchachas, sin diferencias de clases– no se lo celebraban los mantuanos de edad circunspecta, y ya de ningún modo se lo toleraba Fermín Alcorta. —Rosendo –díjole por fin, como se lo permitía la íntima y antigua amistad que a pesar de todo los unía–, vas a quitarme la piadosa costumbre de oír misa. —¡Costumbre! –repuso el cura, gozándose en cogerlo en mal empleo de palabras–. Obligación, querrás decir. —Bien, sí. Pero me refería a la costumbre de asistir a la misa de nueve, que pronto habré de perderla si tú no modificas el estilo demasiado grueso, por no decir irreverente, de tus pláticas. —¿Tú qué sabes de eso, Fermín? –replicó el guasón–. Si yo predicara a tu manera, pongamos por caso, te aseguro que me quedaría solo contigo. Y como comprenderás, Nuestro Señor no me ha dicho: anda y predícamele a Fermín. Y luego, ya dentro de su exégesis: —Además, eso de grueso y delgado no reza con Dios. Él es el autor de todas las palabras y todos los estilos, como de todas las cosas y a todas las creó inocentes. La malicia la ponen los hombres. Pero dime una cosa, Fermín de mis tormentos: ¿No será la malicia también criatura de Dios, para amenizarnos un poco la vida? —¡Hombre! Eso... Claro que hay una malicia que no te puedo atribuir, porque te conozco bien. Pero de todos modos, ¿qué necesidad tienes de exponerte a que se te interprete mal? Sin embargo, todo el mundo estaba allí conforme en que el P. Mediavilla era un sacerdote ejemplar, por su conducta privada y por el celo con que desempeñaba su evangélica misión. Y con esto y lo que con sus cuentos y sus chacotas hacía reír al mocerío congregado en las "fajinas" –que, por otra parte, daban ocasión para que los novios de amores todavía no formalizados con la aceptación de los padres de ellas, "pelasen la pava" mientras desgranaban las mazorcas– nadie quería perderse de los nocturnos catecismos ya famosos. A fin de estar bien con Dios y con el Diablo –decía el cura– o sea con el pueblo y con el mantuano de su parroquia, pero guardando las distancias sociales –mientras otras cosas ya esperadas y procuradas viniesen a borrarlas–, Mediavilla distribuía equitativamente las "fajinas" a que todos deseaban concurrir: una noche para los mantuanitos –los hijos de don Fulano y don Zutano, ricos comerciantes y hacendados de la región, buenos cristianos, eso sí– noche de pocas mazorcas desgranadas, porque las manos eran finas y las ásperas tusas las estropeaban hasta hacerlas sangrar; otra para los hijos de ño Perencejo el pulpero y ño Menganejo el sastre o patrón de goleta, que ya era de mayores rendimientos; otra, finalmente, para los hijos del pueblo –para el "camisa de mochila" por contraposición al "mantuano"– noche de mucho maíz desgranado y mucho cuento de gracia gorda. Una mesa larga en el corredor de la casa parroquial, colmada de mazorcas; muchos desgranadores en torno, mozos y muchachas emparejados por el idilio... Cosas de campo y de amor, entre gente sencilla, aun la noche de mantuanos, bajo la vigilancia sagrada y patriarcal de la Iglesia. —Primero el Rosario, pero dándole a las tusas –decía el sacerdote ya persignándose y con su mazorca en la izquierda. Y los granos caían entre las avemarías. —Ahora vengan los cuentos. Una vez Tío Conejo... Los cuentos de Tío Conejo y Tío Tigre, que eran la especialidad del cura. La astucia y la fuerza, siempre victoriosa aquélla; la burla y la majadería, siempre en ridículo ésta; la humildad y la soberbia –Tío Conejo camisa de mochila, Tío Tigre mantuano, casi todas las noches–, ensalzada la primera conforme a lo cristiano de aquellos catecismos, pintada de tal modo la segunda, que a veces era de echar las tripas. Y con las risas se desgranaban las mazorcas. —Una vez Tío Tigre se metió a cura.


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