POBRE NEGRO

Page 103

Acertó a desembocar al callejón que conducía a la Casa Grande a tiempo que por allí pasaba Luisana, de regreso del pueblo. Quiso evitar el encuentro, pero no le fue posible, y antes de que ella le hablase le preguntó: —¿Está Cecilio en la casa? —Seguramente –respondió ella, sonriendo a la visible turbación del que hacía preguntas ociosas–. ¡Cuánto no lo está, el pobrecito! —Voy para allá porque tengo que hablar con él. —Ya suponía que algo te traía por aquí. De momento nada más halló que decir Pedro Miguel y como Luisana aún sonreía, en seguida a él le pareció que el silencio ya se había prolongado demasiado y por romperlo de cualquier modo se le ocurrió preguntar: —Viene de visitar a su novio. ¿Verdad? —¡Ja, ja, ja! –rió ella, y luego repuso–: ¿No sabes que las señoritas bien educadas no acostumbran visitar a sus novios? —Pero como el suyo está en un cuartel... —¡Hombre! ¡Verdad! Siendo así he debido visitarlo. ¡Ja, ja, ja! ¡Lo que se le ocurre a un tímido cuando se decide! Tranquilízate, Pedro Miguel. Ni vengo de visitar a quien te imaginas ni a ese respecto tengo por qué darte explicaciones. —Y como yo tampoco se las estoy pidiendo... —Pues no tengo por qué decirte que Antonio de Céspedes no es novio mío. Lo fue. En pretérito perfecto. —¡Jm! Ustedes las mujeres se desviven por unas charreteras. —¿De veras? Pues cualquiera creería que son ustedes los que se desviven por ellas, puesto que son quienes se las ponen. —A mí, por lo menos, me inspiran risa. —Averigua si tras de esa risa, que por lo demás no se te ve en la cara, no habrá un poco de envidia. —¡Envidia! ¿Y con el camino que ya está abierto para que todos los que las desean puedan ganárselas prontamente? —No querría yo verte con ellas. Pedro Miguel dio un respingo que lo hizo sofrenar la bestia involuntariamente: —¿Y si me diera la gana de echarme al monte ahora mismo a buscármelas? —¡Allá tú! Faltaría saber, en todo caso, si serías capaz de regresar con ellas. —¿Es que se imagina que soy menos hombre que ese militar de Semana Santa? —En todo caso, repito, me quedaría yo diciéndome: allá va Pedro Miguel buscándose unas charreteras para hacerse persona. —¿Cree que no lo soy ya? ¡Dígamelo de una vez! —¿Te interesa mucho saber lo que yo piense de ti? —Quizás ni mucho ni poco. —Sin embargo –insistió ella–, me has hecho una pregunta y debo responderte. Quien te llama no te engaña. Él acabó de perder el aplomo que pudiera quedarle y repuso: —Le advierto desde ahora que a mí no me embojotan mujeres. —Y yo a ti que no vengo buscando amos que me tiranicen. A lo que él, comprendiendo que había dado un paso decisivo contra su voluntad: —¿Pero a qué viene todo esto? ¿Qué necesidad tenía yo de hacerle a usted esa advertencia? —Eso me pregunto yo también. Cabalgaron otro rato en silencio, Luisana sonriendo y él mirándola de reojo de cuando en cuando, hasta que ya cerca de la Casa Grande a él se le ocurrió preguntarle: —¿Quiere ir de una vez a recibir las plantaciones de La Fundación de Arriba que le faltan por recorrer?


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.