MANUAL URGENTE PARA RADIALISTAS APASIONADAS Y APASIONADOS

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Oyente. Mantener estos espacios de manera permanente y abierta a todos sería un excelente sistema para controlar la calidad de la oferta radiofónica, para garantizar la ética y la estética de los programas, así como la seriedad periodística de los espacios informativos. Algunas emisoras populares, con buen criterio democrático, se rodean de asesores y representantes de la comunidad. Estos se reúnen periódicamente con los directivos de la radio para evaluar la programación. El mecanismo es válido, pero deja fuera la opinión del gran público. Abriendo un espacio regular —una media hora diaria, un espacio de fin de semana— donde los oyentes puedan llamar y participar, habríamos dado un gran paso hacia la programación interactiva. Digamos, por último, que estos representantes deben saber de radio para relativizar las propuestas inviables o antitécnicas, y deben saber de público para no tramitar cualquier majadería sugerida por un grupito de fans. Por ambas exigencias, los ombudsmen trabajan de la mano con el departamento de investigación.13

Una programación sensual Me gusta esta palabra: sensual. Suena bien, sabe sabrosa. Ninguna más apropiada para el lenguaje de la radio. Sensual quiere decir que nos entra por los cinco sentidos. Y que nos deleita. Que despierta en nosotros vibraciones, emociones, apasionamientos. Somos materiales, no podemos negarlo. El alma sólo se descubre a través del cuerpo, decían incluso los antiguos escolásticos. De este cuerpo tan hermoso con que la naturaleza nos ha dotado. Hasta en el polo norte, los inuksuit —figuras de piedra para guiar a los viajeros perdidos en la nieve— tienen la forma de un cuerpo humano. No confundamos sensualidad con erotismo barato ni cursilería. Los colores, los olores, los sonidos, los sabores, las texturas, todas las imágenes auditivas que podemos crear con un buen uso del lenguaje radiofónico, producen belleza. A eso nos referimos cuando hablamos de una programación sensual. Necesitamos programas técnica y estéticamente bien terminados, bien musicalizados, excelentemente conducidos, armoniosos, coloridos, poéticos, atractivos, cautivantes. Metamos ahí todos los adjetivos que queramos, todos nos ayudarán a describir el tipo de programación seductora que andamos buscando. Por suerte, ya pasó el tiempo en que lo popular se confundía con lo tosco y, a veces, hasta con lo sucio. Por suerte también, el público se ha vuelto más exigente y ya no aguanta esos programas facilones donde todo es un pretexto —incluida la gente que participa— para darle un brillo fatuo al animador, típicos de las estaciones comerciales. Hacer buena radio, independientemente de su finalidad servicial o lucrativa, tiene mucho de arte. Todas las letras de artista se hallan en la palabra radialista. Sensuales y sentimentales, para que las palabras no se queden en la piel y lleguen al corazón, a los pliegues profundos del espíritu. No sé quién inventó la paticoja definición de la radio como música y noticias. No sé quién la echó a andar, pero muchos la siguieron. ¿Qué pasó con los formatos dramatizados, de alta temperatura? ¿Dónde quedaron los cuentos, los mitos, las leyendas, las fábulas, los sketches que provocan risa, la narrativa que desencadena en nosotros mil emociones diferentes? Cuando acabes de conducir tu revista, pregúntate si los contenidos fueron adecuados, si el público aprendió algo que no sabía, si intercambiaste trigo y no sólo paja. Pero pregúntate también por las emociones: ¿lloraron, rieron, sintieron ternura por alguien, detestaron algo? Si no transmitiste 13

La propuesta de los Observatorios de Medios va mucho más allá que los ombudsmen. La desarrollamos en Ciudadana Radio, el poder del periodismo de intermediación, lima 2004.


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