Directo Bogotá # 41 by Revista Directo Bogotá

"" Fotoensayo

Marcha por la paz, abril de 2013

Foto: Laura Contreras

Edición

Mayo - junio 2013

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social

Directora Maryluz Vallejo Asistente editorial Mariángela Urbina Reporteros en esta edición David Arango, Laura Contreras, María Alejandra Soriano, Mariana Toro, Paula Guerra, María Paula Borda, Mariángela Urbina, Santiago Ruiz, Gabriela Santamaría, Mariana Botero, Simón Miranda, David Alonzo, Manuela Bernal, Ángela Sierra Portada y Contraportada Foto: Manuela Bernal Millonarios: la bandera más grande del mundo Ilustrador Juan David Sánchez Sección Humor David Alonzo Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf Decano Académico José Vicente Arizmendi C. Decano del Medio Universitario Ismael Rolón M. Directora de la Carrera de Comunicación Social Mónica Salazar Director del Departamento de Comunicación Mario Morales Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.directobogota.com

02 05 12

17 21 28

35 38

42 51 55 59 60 63

Cabos Sueltos Estación Central

Las dos sombras de Álex La cárcel le puede tocar a cualquiera Entrevista

Alberto Salcedo Ramos: escultor de crónicas Especial Fútbol

Tiempo de jugar en Cazucá La cumbia de los trapos bogotanos Patrimonio

Las gallinitas de cristal Las únicas vivas en Paloquemao Colectivo

Bogotá esotérica Música

“Soy un caleñito en Bogotá” Tendencias

¿Qué precio tiene El Cielo? Televisión

La casa de las otras muñecas Cine

Estrella del Sur: el riesgo de contar sin balas Humor

La mamá de los pollitos

El pollo de Cali Mío

Cabos Sueltos

Hace unos días, mi mamá sufrió un accidente en el que la culpa fue del motociclista que se pasó una señal de pare y terminó en el piso, luego de chocar la camioneta de ella. Resultó ilesa, aunque todavía no se siente cómoda manejando. El que llevó la peor parte fue el repartidor de domicilios de Cali Mío. Su boca sangraba y el dolor de cabeza era intenso, por lo cual una ambulancia debía trasladarlo a un hospital. Sin embargo, una regla de tránsito, que no entiendo todavía, impedía a los paramédicos llevarlo hasta un lugar de asistencia médica, pues debía llegar primero un agente de la Policía y autorizar la salida de la ambulancia, por lo cual el señor estuvo alrededor de dos horas esperando. Por lo que conozco de primeros auxilios, uno debe revisar todo el cuerpo del accidentado, pues hay algunos dolores que esconden otros y el de la cabeza podía esconder algo peor debajo de la ropa, que, por cierto, no le habían retirado.

Re-acción Poética

“El primer beso no es el más difícil, sino el último. Gabo”. Seguramente muchos han visto esta frase en algún muro de la ciudad y la han asociado con Gabriel García Márquez. A este tipo de intervenciones se ha dedicado un movimiento de redes sociales llamado Acción Poética, bastante popular en países como México, Puerto Rico y Ecuador. Las calles de nuestra ciudad se han revestido de fragmentos de libros que recuerdan obras de Antonio Machado, Paulo Coelho, Julio Cortázar, Jaime Sabines o Pablo Neruda. O solo aparecen frases, sin autor, como “Bésame mucho”, que el movimiento considera inspiradoras.

Así que poco efecto tiene la Bogotá Humana de este gobierno si hay tanta gente inhumana, que a falta de hígados no los tiene ni de pollo.

Pero así como cabe elogiar la labor de este movimiento, cabe también la crítica. Quizá el colectivo responde al momento actual. Quizá ya no tenemos tiempo ni de hojear un libro. Quizá necesitamos leer un poco de “literatura” y “poesía” mientras vamos en el bus o en el Transmilenio tuiteando y revisando correos. Quizá esos fragmentos sean la medida justa de literatura que necesita la Atenas Suramericana de hoy ―cuna de José Asunción Silva, Álvaro Mutis, María Mercedes Carranza―, y una frase como “soñé que me querías” nos transporte a la velocidad del tren bala.

Manuela Bernal Serrano

Natalia Guerrero

Pero lo peor del caso es que al enterarse del accidente, la empresa envió a dos hombres de seguridad, en moto, y lo único que pedían era el datáfono y la información de los dos domicilios que no alcanzó a entregar. No llegaron para preguntar a quién debían llamar y mucho menos para saber si estaba bien. Solo les importaban los pollos, el datáfono y constatar que el empleado no había muerto.

Prevención gratuita

Conejillas de Indias

Algunos piensan que la apuesta de Gustavo Petro por la salud de las mujeres y los niños no es segura, pero lo que sí es seguro es que miles de niñas entre los 9 y los 17 años se han visto beneficiadas por sus campañas.

A propósito de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) que se está aplicando, solo es apta para cuatro de los 200 tipos existentes de virus. Por ello, el Centro de Investigación del Hospital Universitario San Ignacio está realizando un estudio a 200 mujeres de la Universidad Javeriana para sacar al mercado una nueva vacuna que servirá para nueve tipos de este virus.

Empezó en julio del año pasado con la campaña “Abraza la vida” que, en alianza con el Grupo Éxito, instaló más de 40 puestos de vacunación en la ciudad donde se aplicaron de manera gratuita vacunas contra 14 enfermedades, con el fin de reducir el índice de riesgo y pérdida de vida por falta de inmunización, que en la capital alcanza el 11%. Una de estas enfermedades es el cáncer de cuello uterino, producido por el virus del papiloma humano (VPH), que solo ataca a mujeres y que en Colombia causa cerca de 3.300 muertes cada año. Este cáncer se puede combatir casi en su totalidad por medio de la aplicación de las tres dosis que constituyen el esquema de inmunización, siempre y cuando se aplique antes de que inicie su vida sexual. Por esta razón, la Secretaría Distrital de Salud, en concordancia con el Ministerio de Salud y Protección Social, ya dispone de brigadas en colegios públicos y privados para vacunar a las niñas entre los 9 y los 17 años. Entidades privadas ofrecen el esquema de vacunación a un precio que oscila entre los $80.000 y $150.000 por cada dosis, mientras que la Alcaldía de Bogotá, por medio de la Secretaría de Salud, brinda la prevención de manera gratuita. Estefanía Zárate Angarita •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Estas 200 mujeres han servido como conejillas de Indias durante los últimos dos años en los cuales se les han aplicado las tres dosis y han estado acompañadas constantemente por un equipo médico que hace las respectivas pruebas, entre las que se incluyen análisis de sangre, pruebas de embarazo y citologías para hacer un seguimiento a la manera en que la vacuna ha sido asimilada por el cuerpo. El ginecólogo Francisco Rebollo, quien encabeza el estudio, afirma: “La idea es que el pro-

ceso sea monitoreado para así saber las contradicciones médicas que puede tener, los síntomas y todo lo que puede conllevar la aplicación”. Viviana López, una de las jóvenes que participan en la investigación, valora la experiencia: “Aunque he tenido que

venir varias veces a hacerme exámenes y controles de rutina, espero que la vacuna sirva”. Ahora solo faltan unas últimas pruebas para saber si quedaron inmunes a este cáncer que provoca anualmente la muerte a 250.000 mujeres en el mundo.

Parranda santa

Los colombianos contamos con 20 días festivos en nuestro calendario, muchos de los cuales corresponden a celebraciones sacras, por ejemplo: el 3 de junio, Corpus Christi; 4 de noviembre, Todos los Santos, el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción. Ahora, por iniciativa de Carlos Alberto Zuluaga, representante a la Cámara por el Partido Conservador, se establecería un nuevo festivo el 21 de octubre para honrar a la madre Laura Montoya, primera santa colombiana de la Iglesia católica. Ya se aprobó en primer debate el Proyecto de Ley de Honores a la Reverenda, que además propone convertir a la santa en patrona de los educadores de Colombia, autorizar al Banco de la República a acuñar una moneda especial y reconocer al municipio antioqueño de Jericó, donde nació, como patrimonio religioso. O sea que, por cuenta de la canonización de la madre Laura, los colombianos, de todos los cultos, tendremos un día más de parranda y eso sin rezarle a la madre Laura ni acostarnos en su cama.

Luna Cepeda Reyes

July Andrea Guerrero

Palco en Canal Capital Canal Capital está cumpliendo la promesa de esta administración de una Bogotá más incluyente en lo que a la oferta cultural se refiere. En los últimos meses, los televidentes de todo el país hemos podido disfrutar de la magnífica programación del Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo, como los conciertos del director venezolano Gustavo Dudamel, The Cure y el Ballet Nacional de España. Eventos cuya boletería oscila entre los $35.000 y los $500.000. La primera transmisión del canal distrital fue el concierto de Paul McCartney, el 19 de abril de 2012, hecho histórico para la televisión pública, pero también polémico por su elevado costo y la transmisión parcial del concierto a la audiencia nacional. Pero ese fue el despegue de una política que Hollman Morris, director del canal, está aplicando con tino para democratizar la cultura. De esta manera, quienes se pueden dar el lujo de disfrutar del espectáculo en vivo, en el mejor escenario de la ciudad, seguirán haciéndolo; y los demás interesados, dentro y fuera de Bogotá, lo seguirán cómodamente en sus casas comiendo papas fritas sin perturbar a los vecinos de silla. Dora Alejandra Ramírez

Climbing en Transmilenio

Tomada de "el papel de los medios.com"

Mientras crece la fila en el paradero de Transmilenio, en la estación de la calle 45, en medio de estrujones y montoneras, un grupo de jóvenes corre para “aprovechar” la partida de un bus y la apertura de la puerta de la estación. Así se evitan el pasaje y se cuelan en la fila que todos los ciudadanos normales estamos haciendo. Es una escena casi cotidiana. No solo arriesgan su vida, sino que también ponen en tensión al resto de los pasajeros, pues nadie sabe qué puede pasar cuando saltan la puerta con censor en medio de una autopista donde probablemente pueden caer. No olvidemos que los conductores del articulado manejan una velocidad alta, aunque no esté permitida. Además, da rabia ver cómo estos jóvenes —universitarios bien vestidos, con ganas de hacerse los chistosos—, se burlan así de quienes respetamos las normas. ¿Acaso estos jóvenes están practicando para ir a escalar el fin de semana? Mejor podrían ir al oriente de la ciudad donde hay piedras y existen todas las medidas de seguridad para llevar a cabo el entrenamiento. Sobra decir que los policías bachilleres no hacen nada para evitar tan peligrosas escaladas. Verónica Orlando •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Restitución de tierras en Bogotá El abogado Rodrigo Arteaga pasó de trabajar con el Proyecto de Protección de Tierras, creado en 2003, a desempeñarse como director territorial de la Oficina de Restitución de Tierras de Bogotá, abierta en enero de 2012. Y aunque, desde que entró en vigencia la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras se han realizado jornadas en varias localidades, la restitución en Bogotá ha tenido bajo impacto, debido a que la capital es una ciudad receptora de desplazados por la violencia.

“Hasta hoy se ha realizado el 15% de las solicitudes de todo el país, es decir, alrededor de unas 5000 demandas”, según el director territorial. Los solicitantes, si bien son residentes de Bogotá, reclaman tierras de todos los departamentos del país, especialmente de Tolima y Meta. De Bogotá solo se han presentado 50 solicitudes. Por tal razón, en la Unidad de Restitución de Tierras no están realizando ninguna intervención tendiente a recuperar predios abandonados o despojados en la ciudad. “Tenemos una

pequeña porción de tierras ubicadas en las zonas rurales de Bogotá, hacia el lado de Sumapaz y detrás de los cerros orientales. Otras corresponden a localidades de la periferia: Ciudad Bolívar, Bosa, Suba. Pero son solicitudes sobre las cuales todavía no hay cifras exactas”, dice Arteaga. Curioso que haya habido tan pocas reclamaciones, si se tiene en cuenta que el 70 por ciento del territorio del Distrito Capital es rural. Mariana Toro Náder

05 Estación Central •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Las dos

sombras

de Álex

Texto y fotos: David Arango tante91@hotmail.com

Cuando avanza el proceso de sustitución equina de las llamadas ‘zorras’ por vehículos de motor, el cronista se pone en los cascos de Álex, uno de esos caballos de quien su dueño, con quien comparte hasta el nombre, no se quiere separar.

Tiene los ojos bien abiertos, exhala aire caliente por las fosas de la nariz y escupe. Álex es una sombra de cinco años que brilla cuando el sol toca su piel. Pasa por la calle, lleva a cuestas una tonelada de viruta, acelera el paso, la gente lo mira de arriba abajo como quien busca un defecto, una herida abierta, costillas marcadas… nada. No es el caballo carretero pequeño que cabalga por las calles de Bogotá. Álex es una masa negra de músculos y relinches que se abre paso como puede, trotando, entre carros y semáforos en rojo. Solo así sabe vivir. *** Son las 6:00 de la mañana de un Miércoles Santo en la avenida Villavicencio. A lo lejos se ve cómo el sol sale detrás de las montañas, abajo está el barrio Meissen. Los buses van llenos de pasajeros que se empujan con los codos y se pierden en su interior. A las 6:30 de la mañana, Roberto Grillo, de 57 años, suelta un carajo al aire: “Ya debería estar aquí, por

lo general está más temprano, pero le puedo sentir los pasos”, dice. Pasan cinco minutos y llega Alexánder Rozo, de 37 años; saluda de mano a su colega, entra a la pesebrera, se cambia de ropa y sonríe mostrando los tres orificios negros de los dientes que le faltan. Para sacar al equino del corral se requiere mover las demás carretas y así dejar un espacio para que animal pueda maniobrar. Alexander avisa que va a sacarlo y Roberto está pendiente. El animal se contonea como un boxeador que recién sale al ring; Roberto le pone la jáquima en la cabeza para llevarlo a la carreta. Lo demás es ponerle el apero completo, un cojín en la espalda para que no se lastime cuando hala la carga, las correas que amarran la grupa del animal, las lanzas de la carreta atadas por una cadena para que no se salga, y listo. Roberto va acurrucado atrás, en los tablones que conforman el vehículo. Pero el animal no espera, arranca sin más. Alexánder salta del asfalto y se sienta justo en el borde derecho de la colchoneta verde que hace las veces de silla para el conductor. El equino cabalga por la avenida Villavicencio en sentido sur, baja por Meissen y cruza frente a la cola de gente que espera entrar al hospital. Voltea a mano izquierda y se detiene en una

casa donde una mujer de cabello oscuro saluda a su dueño. Se llama Carolina, de 32 años, y es la otra persona que trabaja con Roberto para recoger el material, “y viera cómo tiene de fuerza; no tiene qué envidiarle a un hombre”, dice Alexánder, quien trabaja hace diez años con Roberto y hace dos con Carolina. *** No siente miedo cuando la volqueta de varias toneladas que está a su lado toca el pito para abrirse paso entre el tráfico. Álex pasa zumbando cerca de un bus y luego da una curva casi rozando el reflejo de sus cuatro patas en los vidrios de un taxi. En medio de todo es un animal calmado, pero no siempre fue así; cada caballo tiene un pasado a cuestas que se silencia en los corrales, en las calles. Nació en 2008 en el barrio San Joaquín. Su primer dueño lo tuvo hasta 2010, cuando fue vendido a un joven que se hacía llamar Kiko, de 24 años, quien lo bautizó Negro. Kiko hacía parte de una presunta banda criminal que operaba en la zona de Puente Aranda. A mediados de octubre de 2010, en uno de los atracos perpetrados por la banda, hubo un tiroteo con integrantes de la Policía.

Cada caballo tiene un pasado a cuestas que se silencia en las calles...

Los asaltantes lograron salir ilesos, pero Negro recibió un disparo justo en el casco derecho de su pierna trasera. Luis Eduardo Sandoval, médico veterinario y director de la Fundación Refugio Animal, fue contactado por Kiko, que quería mucho al animal y por eso insistió en operarlo. Kiko llevó a Negro a la clínica de grandes animales que tiene la Fundación; si no le extraían el proyectil, este podía causarle una infección en su extremidad. Sandoval recuerda que antes de operar al animal, “hicimos una búsqueda de infor-

mación en libros e internet; al parecer nadie había realizado esta clase de cirugía”. La intervención, que duró cerca de tres horas, es una de las que más recuerda Sandoval. Primero intentó extraer el proyectil por el orificio de entrada, pero antes probó el método en ocho patas de caballos. Mientras tanto, Negro recibía alimentos y cuidado en los corrales de la Fundación. Una vez iniciada la cirugía, lo sedaron con anestesia general, pero el método no funcionó debido a la profundidad del proyectil y el veterinario tuvo que diseccionar completamente el casco del caballo para extraer la bala. En los dos meses siguientes, Negro se recuperó de la operación, pagada en su totalidad por Kiko. La última vez que Sandoval lo vio fue a comienzos de diciembre de 2011, cuando se llevó a Negro: “Dijo que era peligroso para la

Fundación que el caballo estuviera aquí”. Una de las cosas que más disfruta Alexánder Rozo es hablar de cómo su vida se encuentra atada a las carretas. Dice con orgullo que es un carretero pura sangre: “Nací en una carreta y mi madre también era carretera”. Luego hace un círculo grande con las manos para describir el tamaño de los caballos de antes, “cada pata

era así, en ese tiempo el que tenía un caballo pequeño era un chichipato, era mejor que se comprara un perro. Este caballo que llevo aquí no era ni la mitad de un percherón”. *** La carreta entra al barrio El Tunal. Alexánder señala un edificio y recuerda: “Mi mamá tuvo

un azabache que se llamaba Negro, con ese caballo robábamos cemento y varillas en las construcciones del Tunal. Era fácil porque en esa época los celadores se acostaban temprano. Así levantamos la casa familiar”.

La cara de Alexánder, quemada por el sol y el frío de la mañana, se ve igual a la que el país vio el pasado 17 de enero cuando protagonizó una nota en Noticias Caracol, en la cual la periodista María Lucía Fernández se montó en su carreta y los acompañó en una jornada. Por eso dice orgulloso que su caballo es uno de los más famosos de Colombia. En la nota periodística realizó un simulacro de entrega de su animal, por lo que se granjeó no pocas molestias entre los demás carreteros. “Sabíamos

que había gente con mucha plata esperando la adopción de los caballos y como al Distrito solo le importa los que tienen plata, los que tienen poder, había que presionar”. La carreta da una curva y se interna en las calles del barrio Santander; luego se detiene al frente de una bodega cerrada. Alexánder, Carolina y Roberto se bajan del vehículo y caminan hacia una panadería cercana. Roberto se queda atrás con el animal. Alexánder le da la vuelta al agitador del tinto hirviente. José se llamaba su primer caballo, que duró tres días perdido hasta que lo encontró en una marranera; “estaba gordo de tanto comer lavaza”, recuerda. Fue ese caballo con el que inició la tradición de nombrar a sus animales como personas, “son como de la familia, no le

pondría nombre de animal a mi hija, o ¿usted si lo haría?”, dice mostrando sus dientes. Después tuvo uno llamado Álex, era un alazán muy violento, “ese me enseñó que los caballos son

así por estrés o falta de afecto”.

Roberto Grillo, colega de los Álex, en la cima de la viruta recolectada. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Los tres atraviesan el portón de la empresa Lanfer; con los guantes puestos, recogen la viruta de un torno. Es una montaña de metal retorcido mezclado con descongelante, que pala a pala desaparece en la cubeta que Alexánder levanta sobre su espalda y descarga en la carreta. Al fondo, Roberto silva la tonadilla de una canción de Vicente Fernández, que sale de una grabadora pequeña. El caballo, quieto, casi inmóvil, ignora que la montaña de metal ya ha cambiado de lugar; ahora se mezcla con tornillos, resortes y está a sus espaldas. Se ha formado un charco café debajo de la carreta, en el aire se aspira olor de aceite y óxido. Roberto se seca las gotas de sudor que caen de su frente, advierte a un Alexánder feliz que señala la masa metálica amorfa, “allí debe haber una tonelada”. Recogen las cosas, barren porque cada partícula de polvo cuenta. "Soy un carretero de pura sangre".

Álex, llamado Negro por su anterior dueño.

Álexander Rozo le "remonta el calzado" a su caballo.

En abril, el programa tenĂa un 70% de atraso; el Distrito apenas cuenta con $30.000 millones, de los $65.000 millones necesarios para realizarlo. Se han entregado 130 pero todavĂa pie devehĂculos, foto, hay 178 carreteros que esperan el suyo.

alcanzó a ver la salida de los caballos de la ciudad, mucho menos las caras de felicidad de los carreteros que recibieron las primeras camionetas el pasado 6 de marzo, porque fue asesinado el 24 de diciembre de 2010 en el barrio Las Cruces, debido a “una rivalidad con otra banda del sector”, afirma Sandoval.

Carolina le da el tinto matutino a Álex.

Lo demás en la vida de Álex ha sido el trabajo común de cualquier caballo carretero: subir y bajar por las calles de la ciudad, con sol o lluvia. Algo que disfruta, además de comer pasto, es el tinto que a diario Carolina enfría para él, quien en segundos deja seco el vaso de icopor. Roberto dice que Álex es mansito, y luego este, como con un látigo, le golpea la cara con la cola. “¡Este vergajo!”, dice Roberto, apartándose del equino, que parece querer pisarlo. Si un extraño se acerca, Álex lo muerde, exhibe sus dientes de cinco años de edad; le quedan aproximadamente 20 por cabalgar. *** La carreta se detiene frente a una bodega del barrio Meissen en la que hay un furgón parqueado. Son las 11:00 de la mañana. Sobre la carreta, una montaña de metal hierve con los rayos del sol. Roberto y Alexánder recuperan con palas la viruta de cada centímetro del planchón de madera. El material se deposita en un camión que envía los residuos a Mosquera, donde los funden para convertirlos en tornillos y tubos. Se enciende el motor del camión donde va sentado Alexánder. Se detienen sobre una báscula que pesa el vehículo. En la pantalla de una registradora se ilumina la cifra de 1.100 kilogramos.

La llegada a la compra venta de Meissen. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••

Se despiden de Yamid Ortiz, uno de los propietarios de la empresa. La carreta toma una curva, pasa por el Cementerio del Sur, en el barrio Matatigres. La cadena que sujeta el apero del caballo se suelta, hay que hacer una parada. Ignacio Joya ―también conocido como ‘Ignacio el de las Carretas’― fue el dueño de Negro hasta que Alexánder Rozo lo escuchó relinchar y no pensó dos veces en pagar $1.500.000 por él y bautizarlo con su mismo nombre. “Cuando

yo lo tuve estaba grande. Ahora debe estar gigante, eso es como cuando joven todas las mujeres lo miran a uno”, dice Joya. Kiko no volvió a saber nada del animal, tampoco

El peor enemigo de un carretero no es la Policía, tampoco los grupos ambientalistas. Es la balanza que señala el peso faltante para vencer el hambre y el frío. Todo carretero que trabaja con residuos sólidos debe la comida y el lugar donde duerme el caballo. Alexánder recibe su paga, casi $400.000, apenas suficiente para pagarles a Carolina y a Roberto. Los tres suben a la carreta, pasan por el Hospital de Meissen y luego por el retorno de la avenida Villavicencio. Se abren las puertas de metal de la pesebrera; antes de guardar al caballo hay que limpiar el corral. El aire huele a costales de excremento, a amoniaco producto

Álex en la pesebrera, tras la jornada laboral.

de la orina del animal; se ven moscas volar por todas partes. Amarran a Álex a la puerta de la pesebrera, y él se sacude de todos los insectos que se posan sobre su piel. Como quien no quiere la cosa, Alexánder evade la pregunta, cambia de tema, no quiere entregar a su caballo en adopción. Aun así, asegura que lo llevará a una finca cerca de Bogotá, “este todavía no se va, yo le tengo mucho cariño”. Habla de lo que hará cuando reciba el codiciado vehículo: “Una empresa de transporte de carga y vamos a tener varios asociados”. Otra historia será la de Miguel y Pirulo, sus dos alazanes delgados y mansos, que sí serán dados en

adopción. Alexánder apenas entra a la pesebrera le pasa las manos a cada uno por la cabeza. Miguel, más flaco, se aleja de cualquiera que se le acerque, “es que estos dos son bien nobles,

no sé qué haré sin ellos”. Álex abre la boca, toma el nudo y luego le da vuelta con su cabeza, suelta su cuerda y él mismo se quita la jáquima. Entre patadas y relinchos, saca a Miguel del corral, se come su pasto, se bebe su agua. Carolina y Roberto, enfurecidos, lo vuelven a amarrar a la puerta de madera de la pesebrera. Álex relincha con fuerza y su imagen se pierde con las moscas que levantan el vuelo.

La cárcel

le puede tocar

a cualquiera

Estación Central

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Vista exterior de la Cárcel El Buen Pastor de Bogotá.

Texto: Santiago Ruiz srf_21@hotmail.com

El autor testimonia lo que ha sido visitar cada sábado, en los últimos 18 meses, a su mamá en la cárcel El Buen Pastor, de Bogotá. Allí donde el sistema penal iguala por lo más bajo y degradante a las mujeres de toda clase, condición y peligrosidad. El 20 de octubre de 2011 llevaba meses sin sentarme a desayunar con mi mamá. Durante el desayuno llegó mi tío, vestido de paño, como nunca lo había visto. Mi mamá estaba muy elegante, se dirigía al Tribunal Superior de Bogotá. Mi tío, el relajado de la familia, hablaba de lo tranquilo que se sentía, sonreía, hacía chistes y me transmitió esa tranquilidad. Por su parte, mi mamá estaba callada, pensativa, se le veía la angustia en los ojos, pero yo no pregunté nada. Como muchas otras veces no me preocupé por lo que estaba sintiendo; no noté que necesitaba un abrazo, un beso o tan siquiera un “te amo”. Siempre pensé que la tenía asegurada, que siempre iba a estar ahí, pero la perdí de un momento a otro o, más bien, me la quitaron. Me encontraba en la Universidad a eso de las diez de la mañana cuando recibí una llamada de mi mamá. De inmediato noté su angustia; me pidió calma, tranquilidad y mucha atención. Como siempre, ella intentaba en los peores

momentos mostrar confianza para que mis hermanos y yo no nos derrumbáramos. Sentí como si un baldado de agua cayera sobre mi cabeza cuando me dijo que había sido hallada culpable. —Pero ¿culpable de qué?, ¿qué significa esto? —pregunté sin entender nada. ―Las cosas van a cambiar… ―¿Cómo así? ―Necesito que tomes un taxi y te vengas de inmediato al Tribunal Superior de Bogotá. Me han dictado medida de aseguramiento. ―¿Cuánto tiempo?, ¿por qué? ―No hay tiempo para preguntas. Durante el recorrido en el taxi no pude parar de llorar; por mi mente pasaron todos los momentos que había vivido con mi mamá, buenos y malos, alegres y tristes. No podía creer lo que estaba pasando, la mujer respetada, la que me enseñó a luchar, la que sola sacó adelante a tres hijos después de separarse de mi papá, iría a la cárcel. ¡Qué absurdo!, pero sobre todo, ¡qué angustia! Entré al Tribunal, pasé el filtro de seguridad y corrí lo más rápido que pude a las salas de audiencias. Llegué a un vestíbulo inmenso, silencioso y frío, donde solo se veía un gran televisor que anunciaba las audiencias. Aparecían nombres: “Acusado Fernando Salas, demandante Julio Flórez… ¡Joder!, no son. Nombres y nombres, pero ¿dónde carajos está mi mamá?”. Por fin apareció su nombre: sala 9, segundo piso. Corrí hasta encontrarla. Ahí estaban un policía y mi tío ―sin la sonrisa de la mañana―. Escasamente lo miré, no me importaba lo que pasara con él, lo culpé, lo culpo y lo seguiré culpando. Ya con mi mamá, nos entrelazamos en un abrazo fuerte, tal vez el más grande que nos hemos dado. Nos sentamos, sostuvo mis manos contra su pecho y una a una me dio instrucciones: la plata, las tarjetas de crédito, los seguros de vida, la EPS, los diplomas… La verdad, fueron tantas cosas que al final no recordé, solo la que me pareció más importante: en una maleta debía echar unas mudas de ropa, cobijas y comprar una colchoneta. Debíamos encontrarnos en Kennedy, en la Unidad de Reacción Inmediata (URI), donde se formalizaría su captura, para

después ser trasladados a los centros penitenciarios que les asignaron, La Picota a mi tío, y El Buen Pastor a mi mamá. No paré de llorar, una y otra vez me lamentaba por la falta de palabras de amor a mi mamá, por los abrazos que nunca di y nunca pedí, mis hermanos, mi familia, la casa que teníamos, pero sobre todo una pregunta importante: ¿con quién me quedo? Siempre quise independizarme, salir rápido de mi casa, pero no así, carajo, no así. Avenida Boyacá, calle 80, esa fue la ruta de la furgoneta de la Policía que seguí de cerca, hasta llegar al gran portón azul, por donde ingresó y por el que hasta el día de hoy no ha salido.

22 de octubre de 2011 Este fue el primero de muchos sábados de visita en El Buen Pastor. Mi hermano aún no había abandonado el país, teníamos que visitar a mi mamá, pero ¿qué podíamos saber dos muchachos “bien” sobre la visita a una cárcel? Absolutamente nada. A las 5:00 de la mañana llegamos a la calle 80 con carrera 47, justo donde termina la Escuela Militar. Me parecía increíble las muchas veces que desde el centro comercial que queda al lado observé la cárcel. Me daba asco ver la ropa colgada, me daba temor pensar que algún día perdiera mi libertad, pero no la perdí yo, la perdió mi mamá. Al otro lado de la calle 80 había varias tiendas, armadas con plástico y tubos, con mucha gente alrededor, pidiendo comida, ofreciendo fotos, fotocopias de cédulas, la coca (caja de plástico), guardar ropa, etc. Ese día entendí que todos somos iguales en ese lugar, que no importa si estudio en una universidad prestigiosa, si soy calibrador de ruta o ladrón, simplemente para la sociedad todos somos los visitantes de la escoria del país. Pablo, un calibrador de ruta con un cáncer de piel que le ha dejado manchas en su cara, de pelo largo ondulado, con chaqueta de cuero y gorra del América de Cali, se me acercó. Debo aceptar que me asusté. ―Con todo respeto, ¿le puedo decir algo? ―Claro, dígame ―respondí agitado. ―¿Es la primera vez que vienen, verdad? ―Sí, no sabemos que tenemos qué hacer, ni qué llevarle a mi mamá.

El Buen Pastor tiene

1.000

cupos, pero para el 15 de agosto de 2012 se encontraban en el centro

2.129 38

internas y niños •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Sin decirle nada, se acercó a mi bolsa. Me indicó qué debía llevarle:

Por fin abren la puerta, todos corren a la fila, empujones, estrujones, a veces desmayos por la presión de los cuerpos.

—El arroz adentro es muy malo, llévele arroz, en la tienda le venden un pollo, fruta, arepas y no puede llevar nada más. Ya sacaron el vaucher, la fotocopia de la cédula y la foto ¿verdad? —No, ni idea, por favor, ayúdeme —le dije afanado. Me indicó que todos los sábados, primero debía llegar a la puerta de la cárcel, a la pequeña ventanilla y ahí dar mi cédula para que me entregaran un documento para entrar, después íbamos corriendo a que nos sacaran la foto y la fotocopia de la cédula —Además, aquí mismo le guardan sus cosas. Rápidamente fuimos a la entrada, sin imaginarnos que habría una fila de 100 personas. Mi nuevo parcero nos llevó hasta allá; conocía a mucha gente, por lo cual logró colarnos. Un guardia nos puso un sello grande y uno pequeño en el brazo derecho. El grande era el número o turno, y el otro, un gatico sonriendo. Sacamos el papel, un recibo largo, blanco y amarillo, que dice el nombre de la interna y del visitante y, con esfero, el turno con el que quedé. Lo recuerdo bien, fui el 486 en entrar. Ya de vuelta en la calle 80, Pablo siguió asesorándome:

—Tómese la foto, saque la fotocopia de la

cédula, lamínela. Esa chaqueta no le sirve, a ese pantalón tiene que quitarle esos botones metálicos, solo una camiseta. Instrucciones y más instrucciones, pero no importaba, “lo que tenga que hacer por mi mamá, ya que ella por mí ha hecho todo”, me repetía mentalmente. Ese día entendí lo que miles de colombianos hacen por sus familiares presos; ese día entendí que todos somos iguales, pero también ese día entendí que la libertad, la humillación y demás vejámenes que viven los presos de este país no solo los afectan a ellos, sino también a sus familiares.

Sábado tras sábado No quería el 486 nunca más. Desde el segundo sábado que visité a mi mamá siempre he

entrado entre los primeros 200, parece ridículo decir los primeros 200, pero cuando entran más de 800 visitantes, estar en este primer grupo es motivo de orgullo. Llego a las 2:30 de la mañana a hacer fila, supuestamente a las 3:00 de la mañana abren la ventanilla, pero esto nunca sucede; a veces he tenido que esperar hasta las 4:30, bajo la lluvia, para sacar mi turno. Desde mi llegada y hasta que abren la ventanilla, empieza la locura: nadie respeta la fila, los que lo hacen, ven como se les van colando descaradamente. Si haces la fila, no avanzas, retrocedes siempre. Por fin abren la puerta, todos corren a la fila, empujones, estrujones, a veces desmayos por la presión de los cuerpos. Sale un guardia gritando: “¡Que se organicen!, manada de

hijueputas no les pongo el sello; donde me empujen, malparidos, no entran”. Todo es así, a los gritos y a los madrazos. Me ponen el sello, voy a la ventanilla, me dan el papel y me subo al carro. Mi papá, divorciado de mi mamá hace 18 años, me espera; me subo y nos vamos a su casa a dormir. Yo nunca concilio el sueño y cuando lo hago tengo que despertarme a las 7:30 para volver. Y yo soy un afortunado, muchos, incluidos Pablo o ‘Mechas’ ―como lo llaman en la cárcel― deben dormir bajo el frío inclemente. A las 8:00 de la mañana, supuestamente, abren la puerta. Otra vez hay que hacer fila, esta vez es por número. En el inicio de la fila hay un guardia con un marcador, escribe el número de turno en la bolsa transparente en la que llevamos la comida. Sigo caminando y entro por una pequeña puerta azul, otro sello, esta vez un cerdito, me dirijo hacia los perros. Rocky y Lucas, agentes caninos, huelen todo mi cuerpo; Urrego, el encargado de los canes, guardia acusado, ante la Oficina de Derechos Humanos del Senado de golpear a las mujeres, los pasa por nuestra entrepierna, grita si alguien habla, hace chistes estúpidos y se burla de los de la tercera edad. Me levanto y corro hasta la siguiente fila donde revisan la comida; las guardias, con asco, hurgan el pollo, meten la misma cuchara en las frutas, revisan toda la comida. Por esto no las culpo: muchas de las restricciones que se dan en la cárcel son por culpa de los mismos visitantes,

que se ingenian mil maneras de ingresar elementos prohibidos, celulares y drogas. Dejo mi bolsa sobre una mesa y paso a la requisa. En pequeños cuartos de un metro cuadrado, el guardia toca mis genitales, algunas veces me obligan a mostrarlos, no me gusta generalizar, pero la gran mayoría de los guardias de El Buen Pastor hacen que cada visita sea un infierno. Paso la requisa, otro sello, esta vez un perrito; recojo mi bolsa de la comida, otro sello, una estrellita. En este punto ya tengo cinco sellos, me miro el brazo: perritos, gaticos, estrellitas; es como si quisieran ridiculizar nuestra visita, no basta con tener a nuestros familiares encerrados, debemos ser humillados y maltratados, como si el castigo también fuera para nosotros. Otra fila. Mientras la hago, a la izquierda, veo un papel que dice: “El INPEC somos todos, el INPEC no recibe dinero por trámites, puestos de fila, aceleración de procesos”, y me pregunto: “Entonces, ¿por qué en la primera fila el

auxiliar recibía $20.000 por cada puesto? Qué extraño que alguna vez me ofrecieran sacar a mi mamá por 20 millones de pesos”. Al fin entro por una reja blanca, a un patio como de colegio, entrego el recibo a una ordenanza encargada de gritar el nombre de mi mamá para que ella salga. La veo, nos abrazamos y estrechamos nuestro vínculo día tras día. La visita es en un patio grande. La cárcel pertenece a una comunidad religiosa donde antes funcionaba un colegio; se siente como el patio central donde debíamos formar los estudiantes. Los patios 1, 2, 3, 4, 5 y 9 reciben la visita en el mismo lugar, los otros dos patios son los de seguridad, donde se encuentran políticas como Yidis Medina, hasta mujeres condenadas por robar en una cadena de supermercados, muchas veces por hambre. De 9:30 de la mañana a 2:00 de la tarde es el horario de visita, a esa hora empiezan los guardias a pitar, aunque la primera señal es la salida de los visitantes de los patios de seguridad. Aquí empieza otra vez la locura: al entrar en uno de los puntos de seguridad, entregamos la fotocopia de la cédula y una foto en fondo azul para el ingreso. Es tan importante, que debo cargar dos en mi billetera, una con barba y una sin barba, para evitar problemas con los

guardias. Ellos nos entregan una ficha con un número; existen tres colores de fichas: rosadas del 1 al 20, verdes del 21 al 40 y amarillas, cuando es conyugal o día de visita íntima, del 41 al 59. Normalmente, estoy entre los primeros dos, dependiendo del color. Terminada la visita, escucho pitos, veo llorar a hijos que dejan a sus madres, a padres que dejan a sus hijas, a quienes dejan a su pareja… En fin, todos tenemos nuestra historia, dejamos sábado tras sábado un pedazo de nosotros. Salimos a formar tres filas, cientos de personas organizadas por número, autorizan que sigamos y corremos para salir lo más rápido. Siempre corro, pues para mí después de ver a mi mamá, es importante salir de ese lugar: se siente la mala energía, las pésimas condiciones, los vejámenes inimaginables. Eso es una cárcel de este país. Se entrega la ficha, me devuelven mi fotocopia de la cédula, mi foto, me ponen otro sello, doy mi documento a una guardia sentada en un computador, que lo recibe sin mirar, sin hablar. Otro sello, a un metro de la puerta; la cruzo, respiro aire puro y estoy afuera. Así es una visita a El Buen Pastor.

15 de julio de 2012, Bucaramanga Durante estos casi nueve meses que mi mamá lleva recluida es el tiempo más largo que he pasado sin verla, 15 días. Estoy en vacaciones y necesito trabajar; conseguí trabajo en un hostal en Bucaramanga. Ese día sentí algo raro en

Sellos que les ponen a los visitantes a la entrada con el número de ingreso.

el estómago, mal genio, debilidad, hasta que recibí la llamada de mi hermano. —Cálmese, siéntese —me dijo mi hermano mayor. Me senté, apreté mis brazos contra mi pecho y escuché—. Mi mamá —dijo— intentó suicidarse, al parecer está bien, no sé qué fue lo que pasó, pero se tomó unas pepas y se cortó los brazos.

Amenazan con traslados,

golpizas o lo que más asusta a las mujeres: la pérdida indefinida de la visita

Estallé en llanto, me sentía culpable por haberla dejado, inmediatamente cogí la primera flota de vuelta a Bogotá. En la mañana del 16 de julio llegué directo a la cárcel, nadie me daba información, los guardias en la puerta decían que ya estaba bien, que no me preocupara; las compañeras de mi mamá me llamaban a decirme que la iban a trasladar a un hospital. Mi mamá, sin control de esfínteres, derrumbada, envuelta en una depresión absoluta, duró dos días sin recibir ayuda psiquiátrica, pues en El Buen Pastor solo hay dos enfermeras, una doctora y un psicólogo, y a esto le llaman “sanidad”. Ya en el hospital Simón Bolívar, el trato fue humano, aunque devastador, pues verla rodeada de enfermos mentales fue muy difícil. Logré que una doctora me diera una orden médica para que en El Buen Pastor me dejaran visitarla todos los días, debido a que para su recuperación era fundamental el acompañamiento familiar. En la cárcel querían dejarme verla por una hora los sábados. ¡Qué absurdo!, mi mamá en un hospital, depresiva, y podía visitarla menos tiempo que si estuviera en la cárcel. Afortunadamente, este hecho la hizo más fuerte, menos vulnerable a los vejámenes que se viven a diario en esa cárcel; aún lucha contra la injusticia, pero como en El Buen Pastor no existe un manual de convivencia ―o sí existe, pero está en la cabeza de cada uno de los guardias, quienes se inventan y manejan las reglas a su antojo― es muy difícil. A nadie le deseo que un familiar termine en la cárcel, y ni qué decir, que decida quitarse la vida y más cuando es tu mamá. Hoy ya han pasado 18 largos meses. Mi mamá está más fuerte, más tranquila, dispuesta a luchar por el nuevo nieto, por mi sobrino que tiene cinco meses. Anhela verlo y disfrutar de la compañía de su familia, pero también está luchando por unas mejores condiciones

de los presos. En El Buen Pastor no hay agua las 24 horas del día, deben bañarse a las 3:00 de la mañana para conseguir chorro, si no, deben hacerlo con totuma. No hay medicinas en el puesto de salud, se agota rápidamente la insulina y pueden pasar hasta dos semanas sin tenerla de nuevo, considerando que esta es una medicina fundamental para los diabéticos. No hay gasolina para transportar a las enfermas a los hospitales, y muchas veces no hay personal para los traslados, por lo que pierden citas médicas y a veces se mueren. Las extranjeras no reciben visitas, las internas denuncian atropellos por parte de los guardias, los guardias masculinos las requisan muchas veces de manera inapropiada y algunas veces las golpean. Se venden puestos en las filas, se hace negocio con la encomienda, se roban lo que no dejan ingresar. Y ¿qué dice la guardia? Amenazan con traslados, golpizas o lo que más asusta a las mujeres: la pérdida indefinida de la visita. Hasta aquí mi relato y aclaro que no todo ha sido malo. La relación con mi mamá se fortaleció, he disfrutado cada uno de los sábados a su lado, aprendí a escucharla y ahora no desaprovecho ninguna ocasión para decirle que la amo.

El Mal Pastor El 20 de enero de 2012 el general Gustavo Adolfo Ricaurte se posesionó como director del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec). Ese día aseguró que afrontaría de manera radical el hacinamiento: “La idea es que terminando el año 2012 lo hayamos reducido a por lo menos el 16%”. Actualmente, la cifra está en 42% y va en aumento, pues a diario a los centros penitenciarios entran hombres y mujeres, pero los que salen son muy pocos. La capacidad de El Buen Pastor es de 1.000 cupos, pero para el 15 de agosto de 2012 se encontraban en el centro 2.129 internas y 38 niños. Hoy en día, la cifra es incierta, pero de seguro ha ido en aumento, pues en promedio ingresan ocho mujeres al día y no todos los días se registran salidas. Y si bien el sistema de visita ha mejorado, y ahora pido mi cita por internet o por teléfono, sin tener que madrugar, el trato sigue siendo igual de humillante para internos y visitantes.

Entrevista

Alberto Salcedo Ramos: escultor de crónicas

Texto: Gabriela Santamaría gaby_2009_@hotmail.com Fotos: Julieta Solincêe

Directo Bogotá le rinde homenaje al maestro de

periodistas, muy cercano a esta escuela, Alberto Salcedo Ramos, quien en mayo recibió el Premio Ortega y Gasset en España. En esta entrevista, el cronista barranquillero aclimatado a Bogotá, ciudad que lo seduce narrativamente, habla sobre su alquimia de escritor. Alberto Salcedo es un periodista barranquillero dedicado al periodismo narrativo. Sus crónicas han sido publicadas en revistas como SoHo, Malpensante, Etiqueta Negra y El Puercoespín, y en numerosas antologías: Antología de grandes crónicas colombianas (Aguilar, 2004) y Mejor que ficción. Crónicas ejemplares, (Anagrama, 2012), son solo algunos ejemplos. Salcedo Ramos ha sido distinguido con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa y ha sido pentaganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Sus crónicas se han traducido al inglés, el francés, el alemán y el griego. Quien supiera solo esto de él lo imaginaría disciplinado y serio. Y aunque en su trabajo como periodista Salcedo es así, el resto del tiempo es un hombre cálido y de buen humor, como buen caribeño. Suele hacer bromas, y su risa espontánea y estruendosa lo identifica. Es despreocupado y fluido: habla rápidamente y

moviendo mucho las manos, con un tono de voz expresivo. Sin embargo, puede ser despiadado al criticar un café insípido. Más que un cronista, Salcedo Ramos es un perseguidor de la perfección en el arte de construir una historia, como lo demuestra en esta entrevista sobre su proceso de investigación y de escritura. Directo Bogotá (DB): ¿Por qué se volvió cronista?

veces

Premio de Periodismo Simón Bolívar

"Considero que soy un narrador nato".

Alberto Salcedo (AS): Cuando era niño vivía en Arenal; un pueblo terroso, arenisco. Allí no había heladerías, ni centros comerciales. La luz se iba todas las noches y nuestra única diversión era la tertulia; allí ejercitamos la palabra desde muy temprano. Y yo supe que quería contar historias, solo que no sabía de qué tipo… Cuando empecé mi último año de bachillerato anuncié públicamente que quería estudiar literatura. Mi madre entró en pánico porque creyó que me iba a morir de hambre con una profesión de bohemio; ella era muy goda y le salió este hijo tirado a la perdición [risas]. Me trató de insinuar, de una manera no tan sutil, que estudiara derecho o medicina. Yo me rebelé. Estuve un semestre sin estudiar. Al final mi madre dobló la cerviz, pero con condiciones. Me dijo: “Ya que en literatura te

vas a morir de hambre, ¿por qué no estudias periodismo, que eso se parece?”.

Empecé a estudiar periodismo bajo el supuesto de que me encontraba allí temporalmente, pero una vez comencé a ejercer la profesión, descubrí que estaba donde quería estar. En el periodismo tenía la opción de contar historias de no ficción, historias que pudieran ser de interés para los lectores. DB: ¿Cómo empieza el proceso de escribir una historia?, ¿de dónde salen las historias? Hay unas historias que yo propongo, hay otras historias que me proponen los editores. Puede darse el caso de que yo proponga una historia que al editor no le interese, o que me propongan algo que no estoy interesado en hacer, como me ocurría antes. Los editores para los que trabajo me conocen tanto que solo me proponen temas que yo no puedo rechazar, y viceversa; es un diálogo de doble vía. Se trata de contar historias que desde el primer momento exciten mi voluntad de dejar un testimonio. DB: Entonces, ¿qué historias no contaría? Yo no contaría ninguna historia en la que me tocara encubrirme. Jamás engañaría a un personaje ocultando que soy periodista para que él me dé la información que busco. DB: En ese caso, nada de hacerse pasar por motociclista de los Hell’s Angels… [Risas] No, el periodismo gonzo no me interesa; bueno me interesa leerlo, pero no lo quiero hacer. DB: ¿Qué historias faltan? Me faltan historias de otros países: deportistas venidos a menos, músicos, temas de la cultura popular. Me gustaría viajar desde África hasta América con un tambor en la mano, y que ese tambor sea un pretexto para hablar de los negros en nuestro continente. DB:¿Cómo es el proceso de investigación previo a encontrarse con los personajes? A mí me gusta empezar con una exploración bibliográfica, ver qué se ha escrito sobre mi tema. Consultar bibliotecas, hemerotecas… Hoy en día la gente ha perdido la curiosidad por esta exploración porque todos nos hemos entregado de rodillas al dios Google. Para algunos esa es su única herramienta, pero se están perdiendo de lo maravilloso que es buscar en bibliotecas. En Google está el 20%

solamente, hay una cantidad de material que no está indexado en línea. Me divierte leer un periódico del 78 que me deja las manos ennegrecidas; me encanta ver propagandas de productos que ya no se usan. Después me gusta hablar con personas cercanas al personaje, pero no con el personaje mismo. A este me gusta dejarlo de último, acumular un bagaje que me permita saber mucho de él. Así, cuando lo encuentro, puedo aprovechar mucho mejor el tiempo que permanezco con él. DB: ¿Esto es lo más difícil de la crónica: estar preparado y tener todo para enfrentar el personaje? Lo más difícil es todo. Uno necesita desarrollar dos capacidades paradójicas: decirles la verdad a los lectores y mentirse a sí mismo pensando: “Qué fácil será la próxima crónica que voy a hacer”. Nada es fácil. Por el contrario, escribir es una de las actividades que se van volviendo más difíciles mientras más las ejerce uno. DB: ¿Cuándo se sienta a escribir? Cuando considero que tengo completas las piezas que necesito para armar el rompecabezas, cuando la gente con la que hablo empieza a contarme cuentos que ya he oído antes, cuando los testimonios se repiten. Entonces sé que estoy listo para sentarme a escribir. DB: ¿Planea lo que escribe, o es algo más orgánico, que va fluyendo? Yo planeo. Considero que sentarse a escribir sin planear es una irresponsabilidad. Es decir, entre la fase de investigación y la de escritura, debe haber una fase de pensar la historia. Adolfo Bioy Casares dio el consejo más útil: decía que un contador de historias debía aprender a contárselas a sí mismo. DB: ¿Cómo es el proceso de corrección? No sé si voy a citar la frase de manera exacta, pero Augusto Monterroso decía algo como:

“Uno es dos: el escritor que escribe, que puede ser bueno, y el escritor que corrige, que debe ser bueno”. Uno puede escribir algo con algún talento, pero se necesita mucho oficio para corregirlo. El que corrige hace que el que escribe se vea mejor.

DB: ¿Hay narradores natos? Yo considero que soy un narrador nato. DB: ¿Tiene que ver con ser del Caribe? Sí, somos una cultura narradora. Mi abuela estudió la primaria y nada más; sin embargo, yo llego a mi casa y ella me cuenta algo sobre la cotidianidad y me lo cuenta bastante bien: dosificando las cargas narrativas, dejando lo más sorprendente para el final. Nosotros, los costeños, no hacemos la historia dentro de la biblioteca, sino sentados en el taburete de cuero hablando con el vecino. DB: ¿Hay recursos narrativos a los que recurra más o le llamen especialmente la atención? ¿Qué ve en otras narraciones que inspiren las suyas? Todos los recursos: diálogo, humor, saltos de tiempo, etc. Leo mucho cuento y poesía, veo cine. Aunque en cine mi formación es precaria, soy un mal espectador. Yo me he vuelto muy escéptico, repito las películas que amo porque cuando voy a cine salgo desencantado. Hasta me pasó con Woody Allen, que siempre me brindaba la Coca-Cola cuando estaba a punto de morir de sed y este año me salió con una mazamorra de plátano. DB: ¿Lecturas obligatorias para un periodista? Hay que leer Hiroshima, de John Hersey; El secreto de Joe Gould, de Joseph Mitchell; El enterrador, de Thomas Lynch, y todos los libros de Gay Talese. Hay que leer a Truman Capote, John McPhee y la buena ficción también: Camus, Dostoyevski, Hemingway y Rulfo; me encantan todos ellos. DB: ¿Qué se necesita para ser buen periodista? Se necesita curiosidad, sensibilidad y ganas de echar el cuento. Pensar que la realidad está ahí para uno nombrarla. Yo no creo en las realidades que no puedo nombrar, no nací para fijarme en camisas que no me puedo poner. Se necesita, además, tener huevos, pero no lo entiendas de manera machista… piensa en Leila Guerriero, que tiene los huevos más grandes de todo el periodismo narrativo. DB: ¿Se debe estar distanciado de la historia? Sobre eso no puedo sentar un dogma. Pero yo no puedo ser frío, ni abordar mis temas con una mirada quirúrgica, observándolo todo

"NO contaría ninguna historia en la que me tocara encubrirme

desde arriba, sin ensuciarme del fango que describo. Yo necesito untarme, transpirar y vibrar con lo que voy a contar. DB: ¿Qué otra cosa es importante en el proceso creativo?

Sentarse. Parece una tontería, pero hay un consejo maravilloso de Balzac: hay que poner el culo en la silla. Eso significa que hay que trabajar, porque el mundo está lleno de dos clases de escritores: los que quieren serlo y los que lo son. DB: ¿Cómo afecta el plagio el proceso creativo de la crónica?

Vi un ángel en el mármol y lo esculpí hasta liberarlo

Foto: Andrea Camacho

Yo no respeto a una persona que plagia. Le tengo más respeto al que roba un banco que al que plagia; por lo menos el que roba el banco expone la vida, en cambio el que plagia es un comemierda y lo digo de esa manera. No tengo tolerancia con esa práctica. DB: ¿Está involucrado en el proceso de transformar su libro El oro y la oscuridad en una serie de televisión, tal como ya se anuncia? Sería conciliar dos tipos de narraciones diferentes… No, yo prefiero que traicionen el libro. Mientras menos se parezca la telenovela al libro, mejor para ellos y para mí [risas]. Yo prefiero no tener nada que ver con eso. DB: ¿Qué tan difícil es pasar de contar historias caribeñas a contar historias de Bogotá? Cuando yo llegué de la costa había contado muchas historias de mi región y para empezar a contar las de acá necesité tiempo. Acá hay otra voz, otro tono, otra forma de ver la vida. Necesité entrar más en el alma de la gente para

captar esas particularidades. No es fácil para una persona del Caribe conocer ciertos rasgos de la idiosincrasia de los bogotanos, como ese ensimismamiento permanente con el que la gente anda por ahí. En el Caribe hay una fuerte presencia de lo colectivo, se arman tertulias en todas partes, a toda hora, y todo el mundo se mete en la vida de los demás, opina, jode, dice cómo hay que criar a los hijos del vecino y cuenta en voz alta qué reputaciones han caído en desgracia. En cambio, acá prima lo individual y la gente pasa al lado de uno sin preocuparse de si uno está flaco o gordo, o si el hijo de uno perdió el año en el colegio. La gente habla mucho de la deshumanización de Bogotá, pero Bogotá es una ciudad incluyente. Tiene una élite aprovechada que jamás mira para abajo, como la de gran parte del país, pero la ciudad recibe al que llega. Acá hay una presencia regional muy fuerte, y cada colonia va armando su propio gueto. DB: ¿Es Bogotá una ciudad sobrenarrada o, por el contrario, faltan historias por contar? Bogotá es una ciudad repleta de historias de todo tipo: historias de cultura popular, movimientos urbanos, orden público, historias de resistencia, de la gente. Yo creo que Bogotá ha sido una ciudad bastante narrada, pero eso no significa que no exista la necesidad de seguirla narrando. DB: ¿Está interesado en narrar a Bogotá como ciudad, al estilo de Gay Talese con Nueva York? Tuve un programa de televisión en Señal Colombia que se llamaba Vida de barrio; ahí conté muchas historias de Bogotá. No tengo como punto de partida narrar a ciertas ciudades. Persigo el rastro de una historia que me interese, sin mirar mucho la ciudad que le sirve como telón de fondo. Con la ciudad yo enmarco el personaje. Hay crónicas en Antioquia, en la Costa, en el Valle del Cauca, pero no me puedo desviar del tema. La ciudad no es mi foco. Sin importar la cantidad de veces que explique su método de escritura, su estilo resulta inimitable; pule cada pieza con obsesión casi enfermiza porque ante la crónica periodística, Alberto Salcedo dice lo que Miguel Ángel a una estatua: “Vi un ángel en el mármol y lo esculpí hasta liberarlo”.

}

Tiempo de jugar

21 en Cazucá Especial Fútbol

Texto: Simón Miranda Jaramillo simonmiranda10@hotmail.com

Fotos: Miguel Suárez López

En Altos de Cazucá, zona 4 del vecino municipio de Soacha, viven alrededor de 120.000 personas desplazadas por el conflicto armado. En La Loma, como la llaman sus habitantes con cariño, la Fundación Tiempo de Juego ―creada por Andrés Wiesner en 2006―, intenta ofrecer oportunidades a los niños y jóvenes por medio de la metodología Fútbol por la Paz.

21 21

Andrés Wiesner, fundador de Tiempo de Juego.

La formación titular Como es costumbre en el fútbol, el arco siempre es protegido por la experiencia, el recorrido y la trayectoria de los mayores. Jorge Segura, padre cabeza de familia, ha vivido más de cuatro décadas para saber cómo dar seguridad en la retaguardia de un equipo. Sus canas y arrugas demuestran veteranía, necesaria en el ámbito futbolístico para acompañar a los de menor recorrido. “Nos parece bueno

para los muchachos que estén distraídos los sábados en vez de que cojan la calle y los malos hábitos”, asegura Jorge. Basado en la táctica del modelo “colectivo, cooperativo y comunitario”, el equipo de la Fundación Tiempo de Juego busca un equilibrio entre la juventud y la experiencia de sus miembros. La tendencia cooperativa de este equipo se ve reflejada en su red de monitores. Hace casi siete años, cuando Tiempo de Juego llegó, ellos eran beneficiarios. Ahora representan la solidez defensiva de este equipo. Aunque todavía jóvenes tienen la capacidad de defender lo que les pertenece y de impedir que la violencia y los vicios les hagan gol. Por eso Jeison, Rojas, Jessica y Bocanegra, entre otros, alimentan con sus ganas y esfuerzo

las virtudes de este equipo que día a día intenta ganarle a la indiferencia bajo la que crecen los niños de la comunidad. Jeison, monitor de la categoría de menores, recuerda cómo Tiempo de Juego plasmó su modelo táctico en el barrio:

“La Fundación llegó como una esperanza para muchos más muchachos porque a los 15 o 16 años, más de uno pasa por el proceso de ir a meter vicio, robar o hacer cosas malas, mientras que Wiesner lo que intentó fue sacarnos de las pandillas y todo eso”. Edison Rojas es considerado como el monitor “cuchilla”, encargado de la sesión de inducción; todos los niños y jóvenes que quieran pertenecer a este equipo deben pasar por su método de enseñanza. “La verdad es que

yo soy igual que todos los demás monitores, sabemos lo mismo, solo que lo aplicamos de maneras distintas”, asegura él, mientras que el grupo de primíparos atiende con atención a los compromisos que deben adquirir. El medio campo de la Fundación Tiempo de Juego está conformado por más de 400 niños. Es en esta zona donde se gestan todas las jugadas de ataque y, a su vez, las de respaldo a la defensa. Ante la pregunta de por qué les gusta de ir los sábados, los integrantes de la

categoría menores responden: “Por el fútbol”. Con esa picardía, Steven, Santiago, Ómar y Henry desbordan las bandas y son punzantes a la hora de atacar, en busca de un futuro con oportunidades. Osman ‘el Fosforito’ López, ex jugador de Millonarios y de la selección Colombia afirmó una vez: “Goles son amores y en el fútbol lo más lindo son los goles”. En este caso, la delantera apenas tiene sus representantes, que con el tiempo irán rotando para llenar de gloria a la institución. Hay muchas formas de hacer goles y de salir victoriosos. En la Fundación, todos los días se hacen goles para que los niños de Cazucá se acerquen más a realizar sus sueños. En este momento el goleador y portador de la 9 puede ser David Osorio. Mejor conocido como ‘el Paisa’, Osorio es considerado la punta de lanza de este proyecto, que con el tiempo se ha ido consolidando. Él recuerda su formación bajo la dirección de Tiempo de Juego: “Comenzamos en una can-

chita allá arriba. Era de pura tierra y piedras y solo íbamos como 40 niños. De un momento a otro empezamos a crecer y el terreno se nos quedó pequeño”. El crecimiento no se hizo esperar y, según el Paisa, cuando ya eran bastantes se bajaron a un potrero baldío a seguir con el entrenamiento.

“El pasto nos llegaba como hasta el pecho, casi que ni podíamos correr; jugábamos con vacas y todo dentro de la cancha”, recuerda con una sonrisa. Hoy, siete años después, Osorio es gestor comunitario de la Fundación y el encargado de liderar y programar el área de fútbol, además de adelantar sus estudios en cultura física deportiva y recreación, lejos de los delincuentes que lo intentaron reclutar en su pueblo natal, Sonsón, Antioquia. Los goles son amores, y Osorio se lo ha demostrado a su equipo.

El director técnico Esta fundación, encabezada por Andrés Wiesner, tocó las puertas de Cazucá en junio del 2006, para integrar a la juventud en torno a un balón y así alejarla de la violencia y el conflicto armado que hostigan el sector. Lo que comenzó como un ejercicio periodístico para la clase de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad de la Sabana es hoy un alimentador de ilusiones y

En la mitad, Santi, rodeado de sus compañeros de pelota.

Entrenamiento de la categoría de menores.

Aspirantes a vincularse a la Fundación.

sueños. De empezar en una pequeña cancha, con no más de cuatro balones, un grupo de estudiantes inexpertos y tan solo 40 niños, pasó a contar con una cancha de fútbol semiprofesional, material específico para entrenar y educar a los beneficiarios, una red de monitores capacitados en entrenamiento y pedagogía para formar a cerca de 400 niños de La Loma. Además de ser apasionado por el fútbol, Wiesner vio en este deporte la manera de que los niños y jóvenes de la comunidad se interesaran por el proyecto, sin que se dieran cuenta de todos los valores que estaban aplicando para el crecimiento social que se quería lograr. “Nuestra preocu-

pación era ocupar el tiempo libre de los niños para que no se fueran por los caminos equivocados; por eso el trabajo que realizábamos los sábados no era suficiente. Necesitábamos hacerle seguimiento a lo que se hacía en las prácticas de fútbol, por lo cual surgió el programa Acompaña la Jugada”, dice Wiesner. Este programa consiste en crear un modelo incluyente donde los diferentes intereses de los beneficiarios en música, arte, temas académicos y otros deportes converjan en un mismo lugar, y tengan la posibilidad de explorarlos también entre semana.

En los entrenamientos se pueden ver niñas y niños compartiendo detrás de la pelota.

Esta Fundación tocó las puertas de Cazucá en junio de 2006 para integrar la juventud en torno a un balón.

Este partido que ha durado mucho más de 90 minutos ha llenado de conclusiones a Wiesner.

“La supersatisfacción que he recibido de este proyecto es que la comunidad está empoderada de él”, asegura Wiesner, mientras que explica la vinculación de los padres de familia y jóvenes al funcionamiento de la Fundación. Por otra parte, las dificultades que se han generado a lo largo de este proceso son bastantes. Según cuenta Wiesner, lo más frustrante que han encontrado son las amenazas violentas que han recibido

“porque los grupos creen que uno les está dañando el negocio y quitándoles los chicos”.

Arriba: El "equipo técnico" de la Fundación con los que están en la jugada. Abajo: Padres de familia en sesiones de couching.

El club Ad portas de cumplir siete años, el crecimiento de la Fundación ha sido bastante rápido. De la cancha de tierra se pasó a la del parque Tibanica. A pesar de pertenecer al municipio de Soacha, Tiempo de Juego realizó la gestión económica para la creación de este parque, que cuenta con un campo de fútbol semiprofesional, dos canchas de tenis, dos canchas múltiples, salones para distintas actividades, baños y camerinos. A partir de esta labor se creó el convenio para que la Fundación pudiera trabajar allí no solo con la escuela de deportes Tiempo de Juego, sino también con las distintas actividades que componen sus programas. La escuela de deportes, manejada por monitores que a su vez siguen la guía de un grupo de profesionales, se encarga de enseñar a los beneficiarios fútbol, fútbol sala, baloncesto, porrismo y atletismo. Para dar formación integral a sus jugadores, la Fundación mantiene tres programas en el área deportiva. Primero está “Acompaña la Jugada”, con el colectivo de periodismo, el refuerzo escolar, la capacitación en sistemas, en break

dance, artes y manualidades que desarrollan los fines de semana. Segundo, el programa GOL: Generación de Oportunidades Laborales, que busca ofrecer a los jóvenes capacitación y formación para conseguir un trabajo estable, según cuenta Estaban Reyes, director general de la Fundación, que maneja este programa con apoyo del sector empresarial. La panadería, Acompaña la Jugada y el taller de screen se crearon como formas de autosostenimiento. Desde la panadería se preparaban, en un principio, los refrigerios de los sábados para los niños. Hoy en día producen para la venta dentro de la comunidad y ofrecen como novedad el uso de la soya en todos sus productos. En el taller de screen se confeccionan los uniformes del equipo, y también se estampan camisetas, petos y cachuchas para la venta. Estos espacios son los primeros en abrir las puertas al mundo laboral a los jóvenes deportistas. Y como “encontrarles empleo a tantos pelados es muy complicado”, según afirma Reyes, se diseñó el programa Toma y Dame. En el fútbol, esto es hacer una pared, es decir, elaborar una jugada con el aporte de dos personas. En Tiempo de Juego es lo mismo, pues con este programa se crea la columna vertebral del equipo: la red de monitores, para que sean los mismos beneficiarios los que monitoreen las actividades de la Fundación. De esta manera se crean empleos en la misma Fundación.

Palmarés Son muchas las victorias y goles que Tiempo de Juego ha conseguido. El caso del Paisa es un golazo al abandono social de Cazucá. Montañez también compone la ofensiva naranja y negra de este equipo. Fue él, quien a través de sus estudios en la Tecnoacademia del Sena, presentó su proyecto en química a los expresidentes Álvaro Uribe y Bill Clinton. Un antiguo miembro de la Fundación, Johan, alcanzó a representar este proyecto en Paraguay y Argentina, y hoy en día se encuentra trabajando en una empresa de instalación de alarmas. No siempre se gana y normalmente las derrotas son más dolorosas. La historia del ‘Patico’ representa uno de los goles más tristes que ha recibido Tiempo de Juego. ‘Patico’ fue miem-

bro de la Fundación desde sus inicios: “Se nos

iba y lo jalábamos. Lo poníamos de capitán porque era líder, pero se nos terminó yendo”, afirma Wiesner. El ‘Patico’ fue miembro de una pandilla, a la cual después traicionó en busca de respaldo de otra de las bandas del sector, y vio cómo mataron a su novia “para probarlo”. En la correccional no encontró una resocialización ni la oportunidad de cambiar, conoció el bazuco y todo empeoró. Hoy paga una condena de 18 años en la cárcel Modelo, lejos de la cancha de tierra donde conoció a Wiesner.

Fútbol por la Paz

Para el día de la mujer la ONG, Women a Win, acompañó a las niñas de la fundación en el programa de inclusión.

El modelo Fútbol por la Paz fue creado por el profesor alemán Jürgen Griesbeck y su estudiante Alejandro Arenas en Medellín, tras el asesinato del futbolista Andrés Escobar. Esta idea surgió luego de realizar un partido de fútbol entre las dos pandillas más peligrosas de la capital antioqueña. Griesbeck y Arenas se dieron cuenta de que a través de este deporte se pueden difundir valores y conseguir la paz. Este modelo de juego propone tres etapas: la primera es la generación de acuerdos, es decir, la creación de reglas propias de ese partido. La segunda es el partido en sí mismo, y la tercera consiste en una retroalimentación sobre el cumplimiento de los acuerdos convenidos. La idea gestada en Medellín después del Mundial de 1994 se ha difundido por todo el mundo y hoy en día existen redes como Street Football World, alrededor del mundo, y la Red Fútbol y Paz, en Colombia.

La cumbia de los

28 trapos Especial Fútbol

bogotanos

Texto y fotos: Manuela Bernal Serrano manubernal@gmail.com

No todo lo que rodea el espectáculo futbolístico es intolerancia y violencia entre las barras. Sobre todo los hinchas más jóvenes se citan cada ocho días en El Campín para alentar a su equipo, casi siempre con banderas y trapos distintivos de sus barrios y localidades. Un colorido mapa futbolero de la capital.

En el templo del balón de la calle 53, los equipos bogotanos tradicionales, Millonarios y Santa Fe, adornan las graderías cada ocho días, turnándose la localidad. En Bogotá, los trapos, además de adornar el Nemesio Camacho El Campín, bien sea de rojo o de azul, son el reflejo de zonas de la capital que representan un grupo de personas. Estos trapos son “el alma de un grupo de pelaos”, como dice Cristian*, hincha del equipo rojo de la capital. Por eso una de las agresiones o castigos más difíciles de enfrentar para una hinchada es que le prohíban el ingreso de estos estandartes al estadio o que la contraria se los robe. Sin embargo, a estos pedazos de tela —que oscilan entre 120 por 20 centímetros y 600 por 40 metros (como la última bandera de Millonarios)— las barras agregan cánticos y otros elementos, como papel picado, humo de colores, bengalas, mosaicos, bombos, platillos, trompetas, liras… siempre dependiendo de lo que las autoridades permitan ingresar.

Hinchadas y guerra territorial Las dos hinchadas de Millonarios son Blue Rain y Comandos Azules, ubicadas en las tribunas sur y norte, respectivamente, mientras que la más famosa de Santa Fe es la Guardia Albi-Roja Sur, ubicada, por supuesto, en sur. Están conformadas por cientos de jóvenes, divididos en pequeñas barras organizadas. Los nombres de estas barras están reflejados en los trapos, al igual que los demás grupos que no son parte de las hinchadas populares, pero que tienen un espacio en el estadio, bien sea en las tribunas occidental u oriental. Los trapos varían según los partidos, pocos son los que están en todos los encuentros. Las letras que más se pueden encontrar en un partido de alguno de estos dos equipos son “Pte”, que significan presente. Así mismo, se puede ver una cantidad de trapos que tienen un número y una letra, por ejemplo, la Z, en relación con una zona de la capital. “Z-4” es la representación de la localidad de San Cristóbal, mientras la “Z-19” es la de Ciudad Bolívar,

Mientras los "rojos" se juegan la vida en la Copa Libertadores, los "azules" tienen la bandera más grande del mundo.

La fiesta La fiesta está dividida en varias etapas. Con anterioridad se reúnen los integrantes para planear, juntar recursos, preparar los elementos y, finalmente, ingresar al estadio. Pero lo que más importa a un hincha apasionado no es lo que se ve por fuera del estadio, sino lo que está en “el tablón”. Primero se cuelgan los trapos; operación que requiere alzarse en hombros entre ellos para alcanzar los andamios superiores de las tribunas norte, sur y oriental. Luego se cuelga “el frente”, es decir, el trapo que identifica a las barras en un solo grupo: Comandos Azules Distrito Capital, Blue Rain y La Guardia Albi-Roja Sur. Después se produce el ingreso de los integrantes, que se puede hacer con un estilo “entrada triunfal” o con una entrada normal. Los instrumentos, el corazón de la música y los cánticos, suenan poco antes de empezar los actos protocolarios.

Uno de los momentos más importantes es la salida del equipo. Anteriormente, algunos integrantes de las barras llenaban extintores con humo de colores y los utilizaban en el momento de la salida, lo que levantaba una gran nube de humo de colores que dejaba pintados a los asistentes. Desde que llegó la FIFA para el Mundial Sub20, se prohibieron los extintores y las bengalas, por lo cual ahora las salidas se ambientan con papel picado, rollos de registradora y humo controlado.

según los números de las 20 localidades del mapa distrital. Además de las agresiones por demostrar el poder que se pueden ver en casi todas las hinchadas del país, hay una violencia que se da —ya no por pasiones de equipos, llamada “combates”—, sino por el control total de una zona específica. Esta se puede presentar entre hinchas del mismo equipo o entre seguidores de equipos diferentes. Los trapos y los cánticos son las pruebas de un grupo para mostrarles a los demás que tienen el control de un lugar, especialmente cuando han robado trapos de otro grupo, lo cual significa una guerra por recuperarlo.

Luego siguen los actos protocolarios, los himnos. Siempre está el de Colombia y en los partidos por los torneos locales, también el de la capital. El nacional no se respeta y las hinchadas cantan más fuerte para que este no se oiga; luego se canta con fervor y gran respeto el de Bogotá, que cada equipo interpreta diferente. Los de Santa Fe cambian las palabras “Bogotá, Bogotá, Bogotá” que se oyen al final, por “Santa Fe, Santa Fe, Santa Fe”, mientras los de Millonarios juran lealtad a la bandera con el brazo derecho apuntando a la cancha, juntando los dedos índice y pulgar, que mueven al son de “Bogotá, Bogotá, Bogotá”. Luego, durante los 45 minutos del primer tiempo, se escucha una guerra de cánticos, todos ellos con intención de alentar al equipo,

agredir al equipo contrario y a su hinchada o recordar una vieja historia de guerra entre barras. En el medio tiempo, las botellas de agua, gaseosa o jugo se rellenan con agua en los baños y se descansa, esperando por la segunda parte del partido. Cada vez que hay un gol, los jóvenes de las laterales se comprimen en las primeras filas para alentar al goleador y si el caso es en contra, las barras cantan más fuerte para sofocar el grito de gol del equipo contrario. Mientras, en las localidades occidental y oriental la gente se levanta para gritar el gol o para maldecir al culpable del gol en contra. La salida es un momento clave para las laterales. Si se sale victorioso, la hinchada continúa celebrando y desde ese momento se empieza a organizar la barra para viajar con el equipo o para lo que será el siguiente partido en la ciudad. Si el resultado es contrario, solo se realiza la logística del siguiente encuentro. Pero en los partidos clase A (clasificación que significa mayor probabilidad de actos de violencia), la guerra de los cantos deja de ser por el partido y empieza a ser contra la barra contraria, aludiendo a la procedencia o a los campeonatos ganados por el equipo. Distintos trapos reflejan lo que siente y piensa la barra, por eso se pueden encontrar trapos con mensajes como: “La fuerza de un pueblo”, “El rolo soy yo”, “Adicto a ti”, “No alcanzará la vida para alentarte”, “La razón de mi existir”… Pero estos trapos tienen restricciones. “Hay

que pagar un espacio en la Guardia. Por eso la Banda del Expreso se abrió de las laterales ―dice Sergio* hincha santafereño―. Además, toca viajar para ganarse el respeto de los ‘capos’ y poder colgar el trapo de uno”.

“La violencia no es solo por los equipos” Desde la iniciativa Goles en Paz, en 2007, la salida de los hinchas de cada equipo no se hace al tiempo. Primero sale la hinchada visitante y, en los clásicos, según el resultado, sale una o la otra en primer lugar. A pesar de las buenas intenciones de las autoridades locales y de la Policía, los jóvenes integrantes de las hinchadas continúan enfrentándose de forma violenta. Si bien el estadio

no es una zona peligrosa y el aumento de las familias produce tranquilidad a las autoridades encargadas, las guerras se generan precisamente por los trapos, por el control de las zonas o de la gran hinchada.

“A mí me parece más peligroso ahora el tema de las hinchadas; antes todo era a puño y patada, ahora son chuzos, pistolas y piedras. Eso no era así cuando yo era hincha de las populares. Además, la violencia no es solo por los equipos”, dice Johan*, hincha de Millonarios, exmiembro de Comandos Azules. Para los entendidos, es claro que pasar una frontera invisible como la que hay en Nicolás

de Federmán o en Bosa puede ser motivo de una guerra entre barras que, fuera del estadio, no identifican plenamente. Lo mismo sucede en zonas como San Cristóbal, Santa Fe o Fontibón… Según el docente y periodista William R. Zambrano, las barras de Millonarios dominan 12 de las 20 localidades bogotanas, en las cuales un hincha de Santa Fe no puede ingresar.

“Ellos, las autoridades, siguen pensando que poner ‘tombos’ en el estadio va a ayudar, y no saben que a uno lo esperan en los barrios. Los que salen primero esperan los buses en las paradas de la localidad y ahí es donde toca andar pilas”, asegura María*, hincha del azul. Pero los hinchas, además de ser más tolerantes con el resto de hinchadas, también tienen programas sociales, encuentros deportivos, eventos de inclusión social y aportan, más que cualquier otro grupo organizado, el sentimiento y la responsabilidad de hacer parte de una comunidad.

“Es que el problema es la Policía. Si a ti te agreden, tú agredes. Y los ‘tombos’ no

respetan ni hacen respetar las filas y por eso uno se molesta. Y ahí vienen los problemas, además se creen los duros con los bolillos y pues uno tampoco se deja”, dice Juan Camilo*, miembro activo de Expreso Rojo, una de las bandas que alientan a Santa Fe. Durante lo que va corrido del 2013, los hinchas de Santa Fe han recogido útiles escolares y alimentos para repartir entre las familias de escasos recursos de Soacha y diferentes localidades de la capital. Por el otro lado, en las toldas azules, los hinchas han reunido dinero con bazares y eventos culturales en su sede de la carrera 36 con calle 9ª para coser, por sus propios medios, la bandera más grande del mundo. Como dice Juan*, un hincha de Santa Fe: “So-

mos una comunidad, tenemos reglas, responsabilidades, leyes y debemos cumplir. No somos unos vándalos y tampoco unos asesinos como nos muestran en los noticieros. Es que solo ven lo malo, y ¿lo bueno qué?”.

Z-4

Localidad de San Cristóbal

****

Z-8

Localidad de Kennedy

****

Z-19 Localidad de Ciudad Bolívar

Poco se sabe de las fundaciones y eventos que realizan estos jóvenes, tales como el que hizo

La Guardia Albi-Roja Sur con la Fundación Proyecto de Vida, y la creación de la Fundación Juan Manuel Triana, por parte de integrantes de las barras de Millonarios. Los capos de cada barra son foco de la Policía, pues estos líderes son responsables del manejo, la organización y la fiesta de las hinchadas, tanto dentro como fuera de los estadios. Por eso personajes como Chiqui, Moneda, Juanito, Pecas, Taberna y Carachas, entre otros, han sido históricamente claves en el dominio de las localidades de Bogotá. Nadie niega que controlar un grupo de más de 4.000 jóvenes es un acto de liderazgo deseado por muchos. Pero más allá del estigma de las barras, las localidades y los barrios de Bogotá son su lugar de encuentro, no solo para enfrentarse, sino para divertirse y fortalecer los “trapos” de identidad. Por eso la fiesta, que llega desde Inglaterra y Argentina con su música y sus tradiciones es una cumbia, una cumbia villera que demuestra el folclor, el color y el amor por un equipo. Es así como cuando las populares (laterales norte y sur) se llenan de trapos y se mueven o bailan al son de la música que las grandes hinchadas corean, parece una cumbia de los trapos.

Nombres cambiados para proteger la identidad de las fuentes.

35 Las gallinitas Patrimonio

Texto y fotos: Mariana Toro Náder mtoronader@gmail.com •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

de cristal Aunque no tiene nada que ver con la fábrica alemana original, la Cristalería Rosenthal ―fundada por paisas en el municipio de Itagüí y con asiento en Bogotá desde hace 45 años―, mantiene la tradición del cristal tallado a mano.

“Yo soy talladora de cristal, todo lo hago a mano”, dice, orgullosa, Elizabeth Rojas, de 60 años. Hace 43 años trabaja en la Cristalería Rosenthal, ubicada en la carrera 17 con calle 67, en la localidad de Barrios Unidos, en Bogotá.

••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Arriba: El local de Chapinero. Abajo: Elizabeth Rojas, que talla en un día 30 copas o vasos.

En agosto de 1968, William Tobón Cambas, antioqueño con amplia experiencia en producción y venta de vidrio, se asoció con el tallador Hernando Robayo y fundaron la cristalería. La registraron en la Cámara de Comercio de Bogotá como Cristalería Rosenthal, tomando el nombre de la famosa empresa alemana, productora de porcelana y vidrio tallado. Desde su pequeña oficina, Carlos Alberto Tobón, hijo del fundador y actual dueño , observa desde arriba, como los árbitros de tenis, el local repleto de vidrio. “Aquí, al principio, se

dedicaban básicamente a tallar vidrio. Había

tres tipos de talla: popular, fina y semifina. Años después se inició la producción de lámparas, vidrio doblado, cerámicas y todo lo relacionado con objetos artesanales”, cuenta con su marcado acento paisa, a pesar de los años que lleva viviendo en la capital.

La época de esplendor Las estanterías, llenas hasta los bordes con jarras, jarrones, vasijas y copas, reflejan la luz que entra por las ventanas. Ese brillante día bogotano le hace justicia a la belleza del cristal. Flores pintadas y gallinitas de colores resaltan entre las transparencias. La tradicional cristalería sigue produciendo lo que desde hace 45 años las señoras compran con fines utilitarios o estéticos: desde vajillas pintadas a mano hasta floreros, lámparas, ceniceros y los famosos saleros en forma de gallinitas. Es difícil imaginar cómo serían los tres trasteos de productos tan frágiles en la historia de la cristalería. “A los cuatro años de fundada, mi

papá se quedó con la empresa. Originalmente, la fábrica quedaba en la calle 41 con carrera 13 y, después de la separación de los socios, fue trasladada a la avenida de las Américas con calle 19. Allí fue donde se volvió famosa y empezó a crecer. Tenía 120 empleados. Él era un hombre muy emprendedor, con una amplia visión de los negocios, honrado y arriesgado; además era de buenas: todo lo que hacía le funcionaba”, recuerda Carlos Alberto.

Años duros como el cristal “A principios de 1990, la empresa empezó a ser manejada por nosotros, los hijos, y cuando llegó la apertura del presidente Gaviria tuvimos que diversificarnos en otras áreas, como las lámparas y las cerámicas, pero llegaron las lámparas chinas que costaban menos de dos dólares. Luego vino la crisis económica, en los gobiernos de Samper y Pastrana, y mis hermanos dejaron el negocio tirado, pero yo les compré su parte. Trabajé muchos años en producción y cuando llegó el momento decidí quedarme con la empresa. Me daba pesar dejarla acabar. Tuve que hacer una reestructuración, reducir el personal al mínimo, pero ahí vamos, haciendo lo mismo de hace 50 años”, agrega Tobón.

“La crisis pasó y estamos fortalecidos para un futuro con apertura, pero tenemos una visión más objetiva. La idea es abrir puntos de venta donde los clientes encuentren cualquier cosa de vidrio que quieran para suplir sus necesidades. Trabajamos con productos 90% nacionales, aunque tenemos la idea de empezar a mezclar con productos importados”, sigue relatando el único dueño de la cristalería. Tobón aclara que la fábrica de cristalería queda en Itagüí (municipio del área metropolitana de Medellín), donde solo fabrican por encargo piezas especiales, porque lo comercial se manda a hacer a otras cristalerías. En el local de la carrera 67 con calle 17 de Bogotá funciona el taller para pintura, donde disponen de un sandblaster (máquina para dar opacidad), un horno para doblar vidrio, materiales para lámparas, repuestos, ensamblajes y vidrio repujado.

“Únicamente tengo una talladora para piezas especiales. En total, hay diez empleados, incluyendo pensionados, porque no me gusta cambiar el personal. Prefiero los maduritos a los sardinos”, asevera entre risas. La entrada al taller queda sobre la carrera 17. Una angosta puerta blanca lleva a las escaleras. A quien suba lo recibe un compresor que le da la energía al sandblaster. A la izquierda se encuentra el horno para doblar vidrio y se observan unas lámparas adentro. En ese segundo piso de la Cristalería Rosenthal se producen algunos productos de los que se venden diariamente en los almacenes de cadena. En el almacén se encuentra Doris Cortés, quien lleva 23 años trabajando en la cristalería: “Mis funciones son mantener el almacén

surtido, vender, empacar, facturar, limpiar… todo. Toca limpiar con paciencia, al principio rompía cosas, pero ya no. Uso guantes especiales para que no se me vaya a deslizar ni a caer nada. A veces en los floreros hay astillas, y uno se corta, pero rara vez pasa. Llevo muchos años trabajando, ya tendría que pensionarme”, dice con más risa que convic-

Tallando vidrio En una esquina está Elizabeth Rojas, vestida con un uniforme azul oscuro, un delantal blanco y guantes negros con verde, como para lavar loza. Está cortando vidrio a mano ―lo cual asusta un poco por la falta de guantes industriales― y se detiene para mostrar el proceso de talla de cristal, usando como modelo una copa de vino marcada. Utiliza “piedra de 220”, lo cual representa el grosor del grano: cuanto más alto el número, más suave la piedra. Es increíble pensar que con una piedra redonda girando, un papel periódico que guía una gotera y un poco de agua, Elizabeth logra crear cristal de talla francesa. Cuenta que al día puede hacer unas 30 copas o vasos, así como varias vajillas, dependiendo de lo que el cliente pida. No tarda más de cinco minutos en todo el proceso. Muestra la piedra pómez para suavizar, las piedras “de esmeril de 60 para rematar el borde por fuera y por dentro” y el ‘corchocaucho’ para brillar. Es una experta.

“Con este trabajo, toda la vida, he sostenido a mis cuatro hijos, con la ayuda de mi esposo. A mí me tocaron todos los locales, pasé muchas metas”, dice Elizabeth mirando al vacío con sus ojos oscuros, estirando las pequeñas arrugas que los años le han marcado. “Ya me

pensioné, sino que mi jefe no me ha dejado ir, de buena gente… Me quieren bastante. En una palabra, es un privilegio trabajar en la Cristalería Rosenthal”.

Carlos Alberto Tobón, hijo del fundador y propietario de Rosenthal. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••

ción. Se aleja y vuelve a sus tareas. Alrededor se observan libretas de facturación y muchos papeles. Bien decía Carlos Alberto Tobón:

“Aquí hacemos todo a la antigua, con papel y lápiz”. La tradición ante todo.

38 Patrimonio

Las Ăşnicas vivas en Paloquemao

Texto y fotos: Paula Guerra plguerra.arjona@gmail.com

A la plaza de mercado de Paloquemao todos los animales llegan despuĂŠs de ir al matadero, menos las gallinas, que se exhiben vivas para que el cliente elija la mejor.

Lo único a la venta que todavía se mueve en la plaza de mercado de Paloquemao son las gallinas. Los cerdos ya están colgados boca abajo en cada mostrador: sin tripas y sin pezuñas. Las vacas ya visitaron el matadero y en la plaza solo se ven sus partes divididas, rojas y congeladas. Los peces dejaron de nadar. Ahora duermen tiesos y con los ojos abiertos sobre montañas de hielo. Solo existe un puesto de gallinas vivas en toda la plaza. Cerca de las verduras hay un alto techo blanco, un galpón destinado a este negocio. Huele a gallinero. Hay plumas entre las uniones del baldosín del piso y residuos de concentrado mojado. Los trabajadores lavan el suelo con manguera, mientras el agua fluye rumbo al sifón. No se sabe qué es peor: si quedarse en el galpón oliendo a mierda de gallina, o en el corredor de pescados, donde les quitan las escamas que salpican en la cara. Hay tres filas de jaulas. Cada fila de tres pisos, unas 30 jaulas y en cada una de a cinco a siete gallinas. Cacarean las gallinas intensas, y las que tienen espacio, aletean. Uno que otro gallo canta como si fueran las 5:00 de la mañana. A las 6:00 se abre el galpón y a las 5:00 de la tarde se cierra. Se dejan adentro aquellas que tuvieron la suerte de no ser vendidas.

Cáqueza, otras de Guateque, de Choachí, de Fómeque y de Ramiriquí. Las mejores son las criollas, las que fueron criadas por el campesino al aire libre y de menos calidad son las que fueron criadas en galpones ordenados. Ese pasado las separa en el momento de la venta: a un lado las criollas, y al otro lado las de galpón, según explica Vicente. Comprar la gallina viva tiene su ciencia, como comprar buenas frutas. Un aguacate: para ensalada que sea duro, para guacamole que sea blandito. Que la naranja no esté blandita porque puede estar dañada; que el banano no esté tan negro, porque entonces solo sirve para torta. Dicen que todo entra por los ojos, pero no siempre. A veces hay que tocar y oler para confirmar qué tan bueno está el producto. A las gallinas las cogen de las axilas y luego, poniéndolas boca abajo, les unen las patas y las agarran entre el puño. Y como si fueran un resorte en el aire, las bajan y las suben para sentir su peso. Solo el que sabe de gallinas, elige la mejor: la que tenga menos de 5 años, la que no esté vieja y, por ende, no tenga escamas en las patas, y no puede faltar… que se vea bonita, saludable y gordita.

Llevo

años

viviendo de las gallinas pero ya no puedo comerme ni una

No son muchos los clientes. Algunos prefieren ir a los congelados y llevar la gallina pelada y lista para cocinar. Pero si la venta de gallinas lleva 40 años (lo que tiene la plaza de fundada) es porque conservan su clientela.

“Llevo 30 años viviendo de las gallinas, pero ya no puedo comerme ni una”, dice Vicente, sentado en una silla rimax mirando hacia el corredor central del galpón. Viste un uniforme verde. Un abrigo largo con botones en el centro que le aprietan su barriga. Vicente no ha sufrido de hambre.

“La grasa de la gallina, mata. Yo un día amanecí muerto en la cama. Si no fuera porque soy cristiano, Dios no me resucita”. Don Rafa, su ayudante, se ríe y dice: “Eso es puro cuento”. Su barriga inflada y templada lo dice todo. Ellos y dos mujeres más, ninguno de Bogotá, cuidan las gallinas. Algunas vienen de

“Esa señora viene cada 15 días a llevarse cuatro gallinas. Me paga $40.000 por cada una”, cuenta Vicente, mientras llega el primer cliente: una señora acompañada de otra mujer y un joven. Ella sabe lo que hace. Se dirige a las jaulas de las criollas, las mejores. Al sacarlas, hace todo el ritual y charla con don Rafa mientras la gallina ve el mundo patas arriba. Cuando se les da el visto bueno, las amarran para llevarlas. Don Rafa coge un pedazo de cabuya amarilla, les une las dos patas y las pone en el suelo. Ya rendidas, se acuestan y se quedan quietas sin poder escapar de la compra.

“Antes se pelaban las gallinas acá mismo, pero Sanidad ya no nos deja. Ahora hay que hacerlo afuera”, afirma. Les pagan entre $3.000 y $4.000 por la desplumada y unos $5.000 si la limpian por dentro, aunque Vicente aclara que hay clientes, como esta señora, que prefieren llevarlas con vísceras. La algarabía del lugar es la misma durante todo el día. Las gallinas siguen con su canto. Hay hombres y mujeres que gritan y ofrecen sus productos. Otros muchachos que piden vía encartados con bultos de papa sobre la

espalda, y otros con carrito de carga llevando verduras y cajas de frutas. Vicente sigue sentado. Le llevan tinto. Habla con sus colegas y todos esperan que llegue un cliente más. Que monótona es su rutina. Mira plácidamente a sus gallinas. ―¿Y cómo se matan? ―Hay dos formas: una es del cuello, del pescuezo, se jala y ahí queda muerta; la otra es arrancarle una de sus plumas y metérsela por el pico hasta que se ahogue. ―¿Y las plumas? ―Esas se quitan con agua caliente. Después de unas horas, la primera cliente del día vuelve por sus gallinas.

••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Pagan entre

$3.000y $4.000 por la desplumada y unos

$5.000

si la limpian por dentro.

Saliendo por la zona de carga, cruzamos el parqueadero, luego la calle y llegamos al separador de pasto. Al lado de un asadero de arepas, la peladora le entrega a su cliente un costal blanco rematado con un nudo. Hay que mostrarle al cliente el trabajo final. Así que abre el costal blanco y veo a las gallinas patas arriba, pero esta vez sin una sola pluma. Blancas, con venas moradas, las patas amarillas y llenas de puntos como si tuvieran frío. Esa sí que es la verdadera piel de gallina.

42 Colectivo

Ilustración: Juan David Sánchez

Ciudad esotérica

Ángel de mi guarda Texto: Mariana Toro Náder mari_toro7@hotmail.com

Práctica: Angelología Experta: Giovanna Casas Cobus Dirección: Calle 63F # 73A-67, El Encanto Giovanna Casas, angelóloga desde hace más de una década, saluda siempre a sus clientes con un abrazo. Su ‘consultorio’ es un pequeño cuarto dentro de la peluquería Valentt, en el barrio El Encanto. El letrero especifica “Fashión y Stylo” (sic), pero no, pero no dice nada sobre el trabajo de Giovanna. Solo una pegatina de hada permite descubrir que ahí se realizan prácticas esotéricas.

“Tienes que saber que el mundo de los ángeles es inmenso. Así como hay cosas buenas, también hay cosas malas”, me dice mientras acaricia mis manos con unas gotas, una suerte de aceite. Cuando ya están embadurnadas, deja quietas las suyas por unos segundos: “Te

estoy mirando el aura. La tienes limpia, pero los colores están una locura; como tú eres joven, tienes volando la mente en todas partes”. Un suspiro de alivio. La angelóloga examina y concluye que nadie me ha hecho nada malo. El pequeño bombillo que cuelga sobre el cuarto de dos metros cuadrados comienza a dar una luz intermitente. Giovanna mira hacia arriba:

“Son los ángeles, ellos a veces juegan así, yo les digo ‘mis niños’, porque molestan más que mis hijos”. Cuando termina de decirlo, su asiento se baja un poco: “¿Ves?, ya empezaron… esta silla tiene dañada la palanca, pero igual ellos la mueven”. Acto seguido, comienza a hablar en latín. Supuestamente se calman. La angelología ―o angeología, mal dicho― es la rama de la teología que se dedica al estudio de los ángeles. Analiza la Biblia y los extractos donde se hace explícito el papel de serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, ángeles y arcángeles, según la ‘jerarquía celeste’. Pero Giovanna la utiliza como terapia. Interpreta el tarot de los ángeles, lee el aura, sabe de grafología, hace masajes espirituales y realiza

Giovanna en consulta "celestial".

reiki (práctica japonesa que, a través de las manos, busca la sanación y la canalización de energías del paciente). Giovanna no recibe a todos los que quieren sus servicios. “A mí no me gusta atender a todo el

mundo… Yo no utilizo a los ángeles para enriquecerme. Es más, en mi grupo, Angelorium, me dicen el ‘ángel pobre’, porque mientras ellos cobran unos $300.000 por sesión, yo cobro $50.000”. Lo que más le molesta es que le pidan que lea el futuro. “Lo que yo les enseño aquí, como

guía espiritual, es que si tienen amor propio, podrán tomarse la vida con más tranquilidad, y no pensando que siempre les van a echar el mal de ojo”. Giovanna les recomienda a sus clientes envolverse en color rosa para la confianza y en lila si quieren cambios de vida. Pero ese día no va a realizar terapia: “Qué pena, tocará dejarla

para después, porque de tanto hablar de este mundo, se nos llenó de espíritus el cuarto. Vuelve otro día”.

$ 50.000

por sesión •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

El oráculo naranja

Texto: Alejandra Soriano W. lisaleja@hotmail.com Fotos: Álvaro Cabanzo P.

Práctica: Interpretación del almanaque Bristol Experto: Juan David Castillo

Almanaque

1832

36 páginas por

$2.000 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••

Juan David Castillo, intérprete del Bristol.

Dirección: Carrera 19 # 18-51 Sur, plaza de mercado del Restrepo

El almanaque pintoresco de Bristol permanece en las vitrinas de los puestos de yerbas y elementos esotéricos de la plaza de mercado del Restrepo. Es objeto de culto, de admiración y hasta de colección. Incluso es utilizado como prueba judicial de la defensa de Laura Moreno y Jessy Quintero, quienes decidieron presentarlo para demostrar que en el momento de la muerte de Andrés Colmenares, Bogotá pasaba por una temporada de lluvias, y así el cuerpo

de la víctima fue arrastrado por las aguas del caño del Virrey. El librito, de tapas naranja y 36 páginas, alberga información invaluable, especialmente para la gente del campo. Margarita Díaz es una campesina de Choachí que lo compra cada año

“para mirar los cambios de luna, para saber cuándo es menguante para sembrar el maíz y de una vez uno consulta el horóscopo”. En la plaza de mercado del Restrepo, en el sur de la ciudad, se acomodan tímidamente los ejemplares del almanaque. En el puesto 118, se encuentra, detrás de varios atados de yerbas medicinales y aromáticas, Juan David Castillo, quien desde hace trece años trabaja en este lugar impartiendo las enseñanzas que le transmitió su abuela. Vende velones, riegos, jabones y, por supuesto, el almanaque. Además de venderlo, él lo entiende, y sabe explicarle a cualquier visitante en qué consiste la sabiduría del pequeño libro naranja. Antes de empezar, unta en sus manos unas gotas de un aceite; dice que no es necesario para leerlo, pero añade con una sonrisa que es para empezar bien, para atraer. Mientras lo hojea, explica que sirve para saber cómo están situados los astros, los días de los santos, las fiestas del año, los signos zodiacales. Incluso, sirve para vender productos esotéricos, como el Agua de Florida de Murray y Lanman, que tiene varios usos y que en la plaza se vende para atraer las buenas energías. El almanaque, que cuesta $2.000, es publicado y distribuido por la compañía estadounidense Lanman & Kemp-Barcalay, que en 1859 compró los derechos de reproducción al químico Cyrenius Chapin Bristol, quien empezó a escribirlo en 1832 para difundir sus conocimientos. El uso que se le da y las tradiciones que después de muchos años se han creado alrededor del almanaque, convirtieron al Bristol en un calendario esotérico. En la plaza de mercado del Restrepo, muchos no lo ven como un elemento para la buena suerte, pero es la fe o quizás los buenos deseos del “Niño Prodigio” que promociona sus servicios de adivinación y orientación espiritual en el libro, los que hacen de este pequeño oráculo naranja un manual de la buena fortuna.

Indio ido

Texto: Laura Piedrahíta laurapiedrahitap@gmail.com Fotos: Constantinos Papailias

Práctica: Lectura del pasado, el presente y el futuro

Expertos: El Indio y la India Dirección: Avenida Caracas con calle 39 Fui a acompañar a mi hermana al ‘consultorio’ del Indio Amazónico. Ella quería que le hablara sobre su futuro laboral. Una escultura de Buda aparentemente bañada en oro nos recibió en la entrada del ‘templo’, que, al igual que otros íconos del lugar, tiene pegado un letrero con la frase: “Deposite una moneda y se le concederá un deseo”. Y no falta la estatua del Divino Niño como expresión del sincretismo religioso. En las paredes, de cerámica, así como en el piso, hay en placas de mármol con innumerables testimonios de clientes que agradecen los favores recibidos y exaltan los poderes del Indio Amazónico: “Gracias al Indio Amazónico

tengo casa propia. Dios lo bendiga”, “Mi hogar era un fracaso. Consulté al Indio Amazónico y gracias a su ayuda ahora vivo feliz”. Como parte de la decoración, la figura de un pene flota en una sustancia del color del aceite en un frasco del tamaño de un dedo. También está presente el típico muñeco negro para hacer vudú, con cientos de agujas clavadas en las partes íntimas.

“Si vienes por curiosa, te atenderé sólo cinco minutos y debes pagar $30.000. Pero si quieres algo más, que te lea el pasado, el presente y el futuro, el precio es $300.000”, me dijo la que supuse que era la secretaria. Aclaré que la consulta era para mi hermana y noté que la mujer estaba maquillada con tonos pasteles y tenía uñas postizas, el pelo recogido con plumas de todos los colores, aroma a esencias de las que marean y una toga morada pegada a su poco esbelta figura. Mientras caminábamos por un pasillo largo y oscuro, le mencioné a mi hermana el precio

tan módico. Me contestó que valía la pena, que este sujeto era excelente. Cuando abrimos la puerta al final del pasillo, nos encontramos con la ‘hija’ del Indio Amazónico (la que antes confundí con la secretaria), quien se disponía a atender a mi hermana.

Entrada del consultorio, muestra de la variedad de cultos.

Como ya habíamos pagado los $300.000, no quedó otra opción. Nos ofreció leer el tarot, las manos, los ojos…

“Te vas a casar muy pronto, es más, en este primer semestre del año”, “Gracias a tu trabajo vas a viajar tanto nacional como internacionalmente”, “Cuida a tus hermanos, alguno de ellos va a tener un accidente”. Cuarenta minutos después, al salir de la consulta, mi hermana dijo:

“Qué $300.000 tan bien invertidos. ¡ME CASO! Pero ni siquiera tengo novio. Menos mal que voy a viajar con el excelente trabajo que no tengo. ¿A cuál de todos mis hermanos cuido si sólo tengo una hermana?”. Decepcionadas quedan las personas que buscan al personaje, tan publicitado, cuando descubren que el Indio Amazónico ni siquiera vive en el país, sino en Estados Unidos, donde tiene varias sedes. “Y tal vez su hija ni siquiera sea su hija”, comentó mi hermana, defraudada cuando supo que el brujo del penacho no la atendería, sino la India, que ni siquiera se le parecía, aunque llevara un tocado de plumas.

$30.000 por curiosidad

$300.000

por saberlo todo •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

José Gregorio en familia

Texto: Laura Contreras pecosin.contreras@gmail.com

Práctica: Sanación física y espiritual Expertos: Hermano Gabriel, hermano Francisco y hermana Aurora Dirección: Carrera 30 # 2-11, barrio Santa Isabel

Consulta a

$7.000

Desde el bus de Transmilenio se ve la foto del doctor José Gregorio Hernández ubicada en un segundo piso sobre la carrera 30. La entrada es discreta. Un hombre duerme junto a la puerta de la que el galeno nunca saldrá para llamar a sus pacientes. Murió hace 94 años y aunque la Iglesia católica no lo reconoce en su santoral, sus fieles creyentes sí lo canonizaron. En vida se solidarizó con los más necesitados. Juan Pablo II lo nombró “venerable” y

en Caracas ha sido una de las estatuas más vendidas, superada este año solo por la del comandante Hugo Chávez, tras su muerte. Pasan largos minutos antes de que alguien abra. Lo hace el hermano Gabriel, quien junto al hermano Francisco y la hermana Aurora atienden a los pacientes. Al entrar, hay que subir unos 20 escalones. El blanco se impone. Es un consultorio de tamaño mediano, cuyo olor a antiséptico penetra en todos los rincones. Gasa, un vaso de agua, un velón blanco, tijeras, cruz de madera, algodón, jeringa y una estatua mediana del médico venezolano hacen presencia en forma de altar. Al lado izquierdo hay unos frascos llamados tónicos gregorianos y un altar con velas de todos los tamaños y colores. El hermano Francisco aclara que nada se encuentra a la venta. Él lleva una bata blanca, aunque en su vida nunca ha pasado por una facultad de medicina. Es joven, y de su cuello ―como en los de sus hermanos― cuelga un rosario de color azul. Ellos creen en la medicina terrenal, así la llaman. La consulta vale $7.000 y dura máximo media hora. Francisco tiene el don de la mediumnidad, y el doctor José Gregorio se le apareció en un sueño. A otro hermano también, al igual que a una tía y a otra hermana se les apareció en carne propia o “de manera vivencial”, como él dice. Es un don familiar y, de paso, un buen negocio. Tienen otras sedes en el Siete de Agosto, en Quirigua e incluso una en Girardot. El 70% de las personas que acuden al consultorio lo hacen por problemas de salud, aunque el 30% “viene en busca de paz interior, guía espiritual o ayuda psicológica”, afirma el hermano Francisco. Según él, los pacientes nunca dejan de acudir a su médico tradicional, y el doctor José Gregorio solo receta medicamentos naturales. Si en la primera cita el espíritu del médico se manifiesta en Francisco, quien le realiza al paciente un “escáner espiritual”, hay que pedir una segunda cita, que cuesta otros $7.000 para que el médium determine los padecimientos de la persona. Al final, y según la gravedad del paciente, los hermanos operarán con las manos invisibles de san José Gregorio.

La mano del “manito”

Texto: Ángela Sierra patriciasierra900@gmail.com

Práctica: Lectura del tarot y de la mano Experto: El Maestro Dirección: Cra. 17 # 61A-24, Chapinero. Templo Esotérico Espiritual Kefren

El templo del Maestro de la Hermandad de la Gran Pirámide es un pequeño garaje de Chapinero con olor a incienso de lavanda, pintado de blanco y con algunos estantes distribuidos por las paredes. En ellos se encuentran bien organizadas vasijas con formas de monumentos de diversas partes del mundo, figuras de animales hechas en cerámica, velas, pétalos secos, inciensos y diferentes esencias. En la entrada hay una mesa circular con un mantel donde se alcanzan a ver los nombres y símbolos del zodiaco, así como piedras de varios tamaños y colores, un recipiente con un polvo rojo y otro con semillas de mostaza. Detrás de un escritorio que lleva un mantel de encaje rojo y blanco, veo al Maestro: un mexicano de mediana estatura y con fuertes rasgos indígenas. Su voz es amable, me explica que la consulta vale $25.000, que consiste en la lectura del tarot y la mano. También me dice que al final puedo hacer tres preguntas para que las cartas me las respondan. Acepto. Me lleva a un cuarto pequeño y mal pintado. Una vez acomodados, frente a frente, saca de una pañoleta azul un bulto de cartas tan desgastadas que podrían romperse tan solo con escoger una.

a esta experiencia: la muerte. El Maestro me pide que le dé mis manos y pone las suyas encima, cierra los ojos: —¿Qué sientes? —me pregunta. —¿Energía? —respondo. —¿Como calor…? —vuelve a preguntar. —Sí, por supuesto, calor. Resulta que estoy despolarizada por culpa de la envidia de personas que me han tratado de hacer daño en el pasado; debo pedir una nueva cita para estabilizar mis chacras y hacerme baños durante los próximos nueve martes con sal marina y una piedra que no recuerdo cómo se llama. Me obsequia la piedra, pero la sal marina y la estabilización de los chacras valen $10.000, más lo que mi corazón esté dispuesto a dar. Cuando estoy cruzando la puerta de salida me dice: —Tu tarot es el mejor que he leído este año. Recuerda que tú puedes lograr lo que te propongas, eres fuerte, poderosa y sabes manejar a quienes tienes alrededor. Le sonrío y le doy las gracias. En últimas, un libro de autoayuda cuesta más o menos lo mismo, pero al menos me queda la experiencia.

Consulta

25.000

$ Estabilización de chacras:

$10.000 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••

En cuanto empieza la lectura del tarot, me siento leyendo un libro de Walter Riso. Mi pasado y mi presente son perfectos; he tenido el poder, pero no he sabido trabajarlo. En el futuro aparece de nuevo el poder, aunque mucho más grande: voy a tener el mundo a mis pies, siempre y cuando me esfuerce y trabaje duro para lograrlo. No sé por qué siento que he escuchado esto antes, tal vez de boca de mi mamá. En una de las cartas del futuro aparece la peor pesadilla de cualquier persona que se someta

Lectura:

$30.000 Combo para la prosperidad:

$25.000 •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••

dencial. La casa queda en toda la esquina de la calle y sobresale por la fachada amarilla.

María, de 40 años, atiende a los clientes en su casa, justo detrás del Cementerio de Chapinero y a dos cuadras de la avenida NQS. El barrio es humilde, con un aire más industrial que resi-

“Bueno, mijita, ¿qué quiere saber? Tengo rezos para los novios, para los esposos, para los amantes”, me dice esta mujer de ojos

Ingeniera del tabaco Texto y fotos: María Paula Borda Esquivel borda.mp@gmail.com

Práctica: Lectura del tabaco Experta: María, licenciada en ciencias ocultas Dirección: Carrera 29 con calle 60

Aunque María ofrece los servicios de lectura del tarot y del café, su especialidad es el tabaco. Una vez el cliente entra a su consultorio, situado en el tercer piso, se encuentra con un cuarto grande que tiene dos sillas dispuestas frente a frente. En la mitad, en una mesa pequeña, se ven los restos de una veladora que antes estuvo encendida, un paquete de cigarrillos, una caja plástica con cascos de naranja y un tarro lleno de un aceite rojizo.

verdes y pelo dorado amarrado con una pañoleta roja. Le contesto que solo quiero saber lo que me sale en el tabaco. Acto seguido, humedece una de las puntas del tabaco con el aceite rojizo que, según dice, “es aceite de

óleos, el mismo que se utiliza en ceremonias como el bautizo y en los santos óleos”. Mientras tanto, empieza a contar con desparpajo que aunque su “don” es una herencia familiar, estudió ciencias ocultas en México, su país natal, en una universidad especializada.

“Esa carrera allá está acreditada; dura cuatro años, como cualquier ingeniería”, afirma. De hecho, ella también estudió ingeniería química en su país, formación que según dice le ha servido muchísimo para la alquimia de las ciencias ocultas y para preparar todas las pociones como el “Ven a mí" y "Garrapata", entre otras; eso sí, no practica la magia negra, aunque sabe cómo revertirla. Para iniciar el procedimiento, María reza el tabaco con la oración de los siete arcángeles. Lo hace de forma sigilosa y pone el cigarrillo justo al frente de su cara. Luego lo aspira y exhala el humo que escupe en un balde verde. Por suerte, el cliente no tiene que fumarlo. Una cita vale $30.000 y dura media hora. Si alguien decide llevarse un combo “para la prosperidad”, debe pagar $25.000. Además, como es clarividente, dice que la contratan del DAS y la Sijin para que les ayude a encontrar criminales o personas desaparecidas. Lo de encontrar novio es trabajo de menor cuantía para esta “ingeniera” del tabaco.

Regina 11 en La Soledad

Texto: Simón Miranda simonmiranda10@hotmail.com Fotos: Constantinos Papailias

Práctica: Saurología Experta: Regina 11 Dirección: Carrera 28 # 36-11, La Soledad

“Empecemos por decir que usted no me puede comparar con ningún esotérico de aquí: yo ni leo el naipe, ni el cigarrillo, ni el tabaco. Yo soy sauróloga”, afirma tajantemente. La saurología es el conocimiento de sí mismo. Según Regina Betancourt de Liska, mejor conocida como Regina 11, “todos los seres humanos

poseemos poderes; poderes que se concentran en nosotros y que a través del conocimiento de uno mismo se pueden desarrollar”. Esta experta sauróloga no solo conquistó al país con sus poderes y extravagancias, también con su incursión en la política. Según ella, el presidente Alfonso López Michelsen (19741978) censuró su programa de radio “El campo magnético de Mamá Regina”, "que, le garantizo, hasta su abuela y su mamá oyeron”, por considerarlo brujería. Este evento la impulsó para vincularse a la política. Los políticos le temían y las masas la apoyaban, tanto, que fue concejal de Bogotá en 1982 y ocupó una curul en el Senado de la República entre 1991 y 1995, donde utilizó la saurología como herramienta de trabajo para ganar reconocimiento entre los colombianos. En diciembre próximo, Regina cumplirá 77 años, intensamente vividos. Ha publicado once libros, ha recorrido el mundo dictando cursos y ha sido consejera de poderosos, como el presidente Julio César Turbay. Tras el robo de las armas del Cantón Norte en 1978, el periódico El Bogotano tituló: “Adivina, adivinador ¿dónde están las armas del cantón?”, refiriéndose a la mentalista que ayudó a dar con el paradero de las armas robadas. Según ella, también ayudó a sacar a los rehenes de la Embajada de República Dominicana en Bogotá, en 1980.

Ya no es la Regina 11 montada en escoba ―como era la imagen de su campaña presidencial―; ahora es una mujer reposada, que divide su tiempo entre la sede de la calle 13 # 68D-40, donde se reúne todos los días con sus seguidores a hacer “bailoterapia, para activar

la energía y para los que están medio inflados se desinflen”, como dice ella sonriendo. Y la sede de la carrera 28 con calle 36, donde tiene un punto de venta de ropa femenina que ella misma diseña y confecciona. Además, cuenta con una línea de zapatos y botas que exporta a Estados Unidos. Durante los últimos años, ha limitado su labor a dictar un solo curso anual, mientras que sus aprendices ―graduados de maestros― dictan cursos todo el año. Allí enseñan métodos de sanación y curación, a conocerse a sí mismo, a estudiar sin ser esclavo de los libros y a encontrar el punto azul y verde para realizar trances. Por $70.000 y un fin de semana de dedicación, los seguidores de Regina 11 pueden empaparse de su doctrina y absorber su luz. Regina 11 también ha publicado anualmente sus predicciones sobre los acontecimientos más destacados del año. Para el 2013, según la mentalista, “La tecnología y la ciencia tendrán

vastos cambios en bien y en contra de la humanidad”; “Las carreteras se verán fragmentadas como si se tratara de un bizcocho que se parte para la novia” y “Los diálogos de paz van a la caneca de la basura y la violencia se ve por todos los lugares”… Descendiendo por la escalera de mármol, sobre los tacones color cobre diseñados por ella y con un vestido de tonos extravagantes, ceñido al cuerpo, Regina 11 es recibida por dos asiduas seguidoras. “Vienen ellas con otros 30 familiares”, dice. El choque de puños en forma de saludo, acompañado de gritos de “Te amo mucho” y “Te queremos, mamá” expresa la devoción que le tienen. Ellas, como miles de personas que han seguido a la mentalista durante décadas, tanto en sus intervenciones astrales como en las terrenales y en las de YouTube, se reencuentran, paradójicamente, en su nuevo templo de La Soledad.

“Soy un

caleñito

51 Música

en Bogotá” Texto: Alejandra Soriano W. lisaleja@hotmail.com Fotos: Dainer Eduardo Martínez C.

La banda en un "toque" en La Macarena.

Tres músicos vallecaucanos se radicaron desde hace seis años en Bogotá. De sus encuentros surgió Cinemacinco, una banda que mezcla el blues y el rock con la salsa, la música tropical, los refranes y las tradiciones populares. En la casa de Teusaquillo donde ensayan, hablaron sobre este proyecto musical y sobre su último disco, ‘Buen camino’, lanzado en abril.

Un flotador, unos guantes de boxeo, un tablero de parqués pegado a una pared y varios instrumentos musicales ambientan la sala en la que Tino Núñez, Álvaro Bonilla y Alejandro Álvarez conversan con Directo Bogotá. No siempre son tres, cuando se suben al escenario suman cinco, con Luis Carlos Chica y José González, quienes completan el sonido particular de la banda. Sin embargo, Alejandro, Tino y Álvaro han estado juntos desde que se armó el proyecto. Al ritmo de los boleros de Benny Moré y Daniel Santos, dialogan sobre sus experiencias como músicos que llegaron a la capital con el Valle a cuestas y que han sobrepasado las dificultades, gracias al trabajo constante y a una apuesta que les ha dejado La república de la alegría, su primer álbum; la participación como banda sonora de la serie A mano limpia y, recientemente, la representación de Colombia en Austin (Texas) en el Festival South by Southwest 2013.

Directo Bogotá (DB): Para empezar, ustedes deﬁnen su música como pacíﬁco, mambo blues y bolero rock. ¿Esa fusión es a propósito, o por accidente?

Tino Núñez (TN): Creo que es una fusión, casi Inquierda: Tino Núñez, vocalista. Derecha: Alejandro Álvarez, guitarrista.

como un llamado natural que tenemos, no es programado, dejamos que salga lo que nos gusta y ahí surgen esos géneros y algunos más, como la salsa y la música tropical.

Álvaro Bonilla (ÁB): Además, nosotros arrancamos haciendo música electrónica y después

terminamos escuchando un bolero cubano. Entonces, la salsa, el bolero y la balada terminaron siendo como una revelación de lo que hoy hace Cinemacinco.

Alejandro Álvarez (AÁ): Más que electrónica, queríamos hacer música, y ese fue el punto de partida. DB: Entonces, cuando estaban haciendo música electrónica ¿se dieron cuenta de que ese no era el camino? TN: Lo que hicimos fue poner el radar pa’l bolero, para esa música que recuerda a los padres, que nos acercara más a lo nuestro y no necesariamente a ese modelo anglo de rock.

DB: ¿Cuándo deciden el nombre de la banda? ÁB: En este mismo cuarto surgió. Empezamos a cocinar la idea de que fuera cinema, y yo venía pensando en cinco, pero a mis compañeros no les gustaba. Al final, decidimos unirlo y quedó Cinemacinco porque somos cinco y por la forma de contar las historias, por la proyección que hace Cinemacinco desde sus letras.

• • • • • • • • • • • • • • • • • •

DB: Una de sus canciones es “Soy un caleñito en Bogotá” ¿cómo surgió la banda en la capital?

TN: Eso es importante porque esta banda se creó aquí. No fue fácil, en particular para nosotros, provincianos de zona cálida en una ciudad fría.

DB: A ustedes, ¿el folclor los sedujo, los escogió, o los convenció?

ÁB: Cuando uno viene de la provincia trae los motetes —como dicen los costeños— o los chécheres, como decimos nosotros. La chancleta de meter el dedo, la camisa esqueleto, el short de jean y con todas esas cosas viene la manera de hablar, de contar las historias, de cantar como lo hace Tino. AÁ: No es que hayamos buscado X o Y fórmu-

ganas de sacar el proyecto adelante, creemos que la única manera que tenemos para llegar a ser felices es la música.

DB: ¿De dónde viene esa canción titulada “Santo no soy de tu devoción”? AÁ: Surgió por un sobrino muy travieso que tengo. Me lo imaginé a él cantándole esa canción a toda la gente que lo molesta. En definitiva, es un canto que nos refleja a nosotros: no somos santos de la devoción de nadie para caer bien. DB: Todas estas expresiones populares se cuelan en sus canciones. En deﬁnitiva, ¿a qué le canta Cinemacinco? TN: No hay un tema en particular: son te-

la, sino que esta banda suena a eso. Puede que cada uno por separado tenga otro sonido porque cada quien tiene sus gustos. También en esta etapa hay otros músicos que nos acompañan y dan su aporte y su color: Lucho, el bajista, viene de hacer otras cosas, pero acá suena diferente, y lo mismo el trompeta, que es el director de Toño Barrio, una orquesta de salsa. Ellos saben que acá es otro cuento y le dan su toque a la banda.

mas universales, como el amor, el destierro, la lejanía, la nostalgia, la desigualdad, los encuentros… No nos inventamos temáticas, porque hacen parte del drama humano, pero las contamos a nuestra manera. Nos afecta el tema del campo no solo por lo dramático, sino también por su belleza, ese es el tema de “Campesino”, o la sensualidad en el “Pum pata pum” o la historia del tipo que no llega a su casa temprano.

DB: También los une el hecho de que todos sean vallunos. ¿Qué signiﬁca Cali para ustedes?

DB: ¿Alguna vez se sintieron como el primo de

TN: Cali o el Valle son la casa, pero también

fuera de Colombia y me sentía en un lugar extraño, con gente que miraba diferente.

Bogotá, porque llevamos mucho tiempo acá y nos ha acogido bonito, aunque a quienes venimos de zonas cálidas nos da duro llegar a esta ciudad.

“Entonces qué, primo”, como el inmigrante?

TN: Claro, yo particularmente viví tres años Álvaro Bonilla, baterista.

AÁ: Y mirá que ocurre algo curioso y es que la gente que nos escucha dice que cargamos los sonidos del Valle. ÁB: Es el trasteo que uno hace; se lleva en la sangre todo ese son, todo ese tumbao, todo el ritmo.

DB: ¿Cómo han logrado mantenerse a ﬂote estos siete años en un medio tan hostil para los artistas nuevos? TN: La fe… no sé. ÁB: La fe es la base de cualquier proyecto. Lo que nos mantiene siempre vigentes son las

DB: En “Baila, cariñito” ustedes dicen que las pantallas tienen maña, pero han participado en las dos temporadas de A mano limpia, la serie de RCN. ¿Fue difícil vincularse con esa industria?

ÁB: Uno no puede decir “de esta agua no beberé” porque posiblemente termina hasta nadando en ella.

AÁ: En el caso de A mano limpia, hubo una coherencia por la temática social que tiene la serie. Esta historia es sobre unos pelados de barrio que a través del boxeo salen adelante; es coherente con lo que nosotros hacemos. TN: A los productores les interesaron las can-

Tino Núñez, Alejandro Álvarez, Álvaro Bonilla en esta entrevista.

DB: Bueno, y en un país tan golpeado ¿por qué apostarle a una República de la alegría, como el nombre de su primer disco? ÁB: En ese disco, hay climas, hay regiones, hay dolores, hay colores. TN: El disco tiene pisos térmicos: una región

DB: En cuanto al alcance, ¿aspiran a tener un

muy caliente en la que están “Baila, cariñito” y “Carnaval”. Tiene momentos muy tristes como “Sentimiento bambuco”, esa nostalgia de lo frío, de la ruana. También elementos muy citadinos. Nosotros no queremos sonar de una sola manera, no porque queramos abarcar todos los géneros, sino porque el alma presenta matices y diferentes colores.

sonido universal, o quieren conservar lo que llevan hasta ahora?

AÁ: Colombia es un país difícil y La república de la alegría es el lugar mental en el que te encuentres.

DB: La parte visual en Cinemacinco es muy importante. ¿A qué le apuntan en el campo visual?

ÁB: Yo estuve a cargo de la parte gráfica del primer disco y para cada una de las canciones desarrollé un arte que tiene que ver con lo que dicen y con lo que yo siento para expresarlo con mis pinceles y mis colores.

TN: Siempre hay una intención que acompaña la música. En “Campesino” hay una intención, nos gusta ir a Paloquemao, no es una impostura; igual que en “Baila, cariñito”, sobre los elementos típicos de tierra caliente.

ciones, que estaban hechas antes de la novela. Les pareció un soporte importante para contar esas cosas de barrio. En todo caso, a Cinemacinco no lo determina la vitrina, sino la calidad del producto. No es que no nos importe la industria musical ni nos alejamos del mainstream, porque tenemos que ser viables, pero no somos los que se venden al primer postor.

TN: Nos encantaría que nos oyeran por todo lado, pero no queremos conquistar eso queriendo parecernos a otros, sino aportando nuestra ‘colombianada’; si eso es llamativo pa’l mundo, bienvenido el mundo.

DB: ¿Cómo va Buen camino, su próximo álbum? TN: Va bien, con piedras, con zonas escabrosas, pero sentimos que vamos por buen camino. La expectativa frente al nuevo trabajo se siente, interrumpen la conversación para revisar el video de “Dime”, una de las canciones de Buen camino, que explora el amor en la vejez.

“A veces se piensa que la belleza es patrimonio de los 20 y que de los 50 pa’llá estás un poco desahuciado. Queremos mostrar que hay historia después de los 50”, afirma Tino. Mientras terminan de hablar sobre su último trabajo, cada uno toma un instrumento y afinan sus guitarras para una noche más de canciones, charlas y recuerdos que llevan al ritmo de su música que suena a pueblo, a balneario y a plaza de mercado.

Tendencias

¿Qué precio tiene

El Cielo?

Texto y fotos: Mariana Botero Boada mariboterob@hotmail.com María Paula Borda Esquivel borda.mp@gmail.com

El momento de las arepas de mote y el hogao "desintegrado".

Hace dos años se abrió en Bogotá un restaurante originario de Medellín, especializado en cocina molecular, al que no se va simplemente a comer, sino a vivir toda una experiencia para unos digna de repetirse y, para otros, frustrante.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Restaurante El Cielo, en la zona

El restaurante El Cielo, del chef Juan Manuel Barrientos, es el único de comida molecular que hay en Colombia y al cual hay que ir preparado con un promedio de $120.000 por persona para vivir la “experiencia”, como dice su personal. Espumas de lichis, chocolate líquido con azúcar para exfoliarse las manos, huevo de cheesecake de maracuyá y otros platos igual de curiosos hacen parte de su oferta gastronómica.

Cocina con química La cocina molecular es la que introduce elementos químicos o combina aquellos que tienen una composición molecular de fácil manipulación con el fin de crear platos inéditos e innovadores. Es considerada por algunos expertos como una disciplina científica que estudia las transformaciones de los alimentos. El afamado chef catalán Ferran Adrià ―quien vino recientemente a Bogotá― ha ganado reconocimiento gracias a su restaurante El Bulli (en Cala Montjoi, Cataluña), especializado en comida molecular, que obtuvo el título de mejor restaurante del mundo en cinco ocasiones y está en la lista S. Pellegrino de los 50 mejores restaurantes del mundo elaborada por Restaurant Magazine. Aunque cerró el 31 de julio de 2011, en 2014 se abrirá la Fundación El Bulli, que por supuesto tendrá un restaurante.

En Colombia, los hermanos Rausch fueron los pioneros de esta cocina y abrieron un restaurante en el 2010, Allan, cerca al Parque de la 93, que no dio resultado. Por otro lado, en su restaurante insignia, Criterión, han incursionado en este mundo, pero solo con el menú de postres, los cuales han tenido una buena acogida.

Seguidores y detractores En entrevista con el chef colombiano Arturo Boada, propietario y cabeza de Arturo Boada Cuisine, uno de los restaurantes más prestigiosos de Houston (Texas), nos explica que para poder lograr estas técnicas de la cocina molecular es necesario contar con un equipo muy caro y por ello se trata de una oferta gastronómica costosa. Boada no se declara un detractor de la cocina molecular, pero tampoco la considera la forma más tradicional o placentera de disfrutar de la gastronomía debido a sus peculiares innovaciones que, según él, rayan muchas veces con la extravagancia y el esnobismo. Pero así como este tipo de cocina tiene muchos seguidores alrededor del mundo dispuestos a probar los inventos gastronómicos más raros e inusuales y a pagar altas sumas de dinero, también existen detractores de esta nueva tendencia de cocina. Santi Santamaría, chef catalán merecedor de tres estrellas Michelín en su restaurante El Racò (Barcelona), repudia este tipo de cocina y arremete contra el abuso de sustancias químicas, colorantes y aditivos perjudiciales para la salud, así como del uso y reemplazo de sustancias naturales por sustancias procesadas.

Experiencia en Directo El equipo de Directo Bogotá quiso ir a probar la comida, acompañado de un experto en el tema, para evaluar la “experiencia” y su relación costo-beneficio. El chef Alejandro Correa Valencia, graduado del Politécnico Grancolombiano, especializado en coctelería y cocina molecular y chef de su propio restaurante, Once Onzas, en Bogotá, nos dio su concepto profesional. Después de reservar con dos días de anticipación, pues se trata del restaurante de moda en la capital, llegamos a El Cielo, ubicado en la Zona G de la ciudad (carrera 5ª con calle 69), en una casa amplia y sobria, no muy vistosa.

La atención fue inmediata, y el servicio de meseros, personalizado: dos meseros por mesa y un sommelier que recomendaba el maridaje para los platos, es decir, qué tipo de vino tomar con cada tipo de comida. Entre la oferta gastronómica que ofrece El Cielo se encuentran platos tan curiosos como espumas de lichis, limón, durazno, leche condensada y cristales de sal, de postre, o las crispetas cubiertas con Milo y servidas encima de una espuma de leche condensada. Varios de estos platos o “momentos” ni siquiera eran comestibles, sino experiencias sensoriales tales como humo con olor a coco, una exfoliación para las manos con chocolate derretido, azúcar y bolas de gelatina. La carta ofrece dos opciones: la primera, llamada “La visita”, consta de 10 momentos y tiene un valor de $89.000. La segunda, “La experiencia”, con 15 momentos, cuesta $118.000. Estos precios no incluyen las bebidas. El momento fue una concha grande con un poco de agua dentro la cual había que sumergir una masa blanca que se asemejaba a una menta o a una pastilla grande. Esta “pastilla”, al ser sumergida en el agua de la concha, se expande como una especie de acordeón y resulta siendo una toalla para limpiarse las manos. En el segundo momento experimentamos una exfoliación para las manos. El mesero trajo unos platos grandes y hondos con unas bolas de gelatina transparentes en el fondo. Nos lavó las manos con un chocolate derretido con olor a rosas presentado en una gran taza de cerámica. Luego había que jugar con las bolas de gelatina para lograr la experiencia de exfoliación. Finalmente, nos vertió agua caliente para poder quitar los restos de chocolate de las manos.

Lo bueno y lo malo Más que bueno, Alejandro se refirió a la comida o a los momentos como “descrestantes”. Lo que más le llamó la atención fue el postre: a primera vista, un huevo servido en un plato hondo. Al abrirlo, resultó ser un cheesecake de maracuyá que se asemejaba perfectamente a un huevo duro hervido en agua. Y, además de la creativa presentación, el sabor daba gusto. Pero hubo platos que nos dejaron con bastantes dudas y nada satisfechos. El mesero llegó con tres arepas preparadas con maíz mote y queso emmental envueltas en papel kraft. Y unas tiras de hojas de romero acompañadas por un “hogao desintegrado”: ajo, tomate y pesto esferificados, pero cada ingrediente estaba servido aparte. De solo pensar en la combinación de una arepa hecha con maíz traído del Perú y queso emmental —considerablemente costoso y escaso en los recetarios— se nos hizo la boca agua. Pero la experiencia sensorial fue decepcionante. Las arepas estaban insípidas y el “hogao” no tenía un sabor definido ni rico al paladar.

Carta con

2 opciones: "La visita" de 10 momentos=

$89.000

"La experiencia" de 15 momentos=

$118.000

“Una experiencia extraña y poco satisfactoria” para Alejandro y para nosotras. Más adelante, nos sirvieron un pollo cocinado al vacío con una salsa de pistacho, otra de fresa que estaba bastante ácida y una galleta

Huevo de postre relleno de cheesecake de maracuyá.

Según el mesero, con la exfoliación se busca resaltar los sentidos y dejar las manos con un 40% de humectación adicional, y así comenzar la experiencia sensorial de El Cielo. Hasta este momento, todos los platos habían sido solo eso, momentos que involucraban nada o casi nada de gastronomía. El primer plato fue una sopa de cebolla y jengibre con cilantro que, según nuestro experto, Alejandro Correa, estaba buena, “pero nada del otro mundo”.

alargada que sostenía uno de los trozos de pollo del plato y salía en forma vertical, lo cual servía como decoración. En este plato, el pollo cocinado al vacío estaba crudo por dentro, y además, había muchos sabores dentro del plato que se mezclaban y confundían entre sí. Según Alejandro Correa, además de que el pollo estaba crudo (falla gravísima, pues a diferencia del pescado y de la carne de res, el pollo debe estar bien cocinado), en un plato siempre debe haber un solo sabor predominante. Los otros deben servir como complemento y jamás deben opacar o confundirse con los demás. Otro de los platos que nos dejaron un sinsabor fue el salmón servido en finas láminas y cubierto con una salsa de maracuyá, acompañado por un arroz cremoso de coco.

El salmón estaba bien, nada remarcable, pero el arroz sí estaba delicioso; tenía una textura muy suave, cremosa, resaltada por el agradadable sabor a coco. El problema radicó en que la porción era demasiado pequeña y quedamos con ganas de más. La experiencia en El Cielo es diferente e innovadora; sin embargo, la cantidad de sabores y de tipos de comidas que se sirven en una sola noche puede resultar un poco desconcertante. En esta velada, el equipo de Directo tuvo la oportunidad de probar pollo, cerdo, res, espumas de lichis y de leche condensada, una sopa de cebolla y jengibre, las crispetas con Milo y espuma de chocolate Santander, entre otros sabores. Y aunque las porciones sí son pequeñas, la sensación después de comerse todo esto no es precisamente la de haber quedado ligero y satisfecho. Al contrario, la gran variedad de sabores y de ingredientes produce sensación de pesadez. Pero preferimos cederle la palabra a la cronista argentina Leila Guerriero, quien en un artículo para la revista Soho titulado “Contra la comida molecular” nos quita las palabras de la boca:

Utilería del performance.

“Así, esta comida solo puede consumirse en una cantidad irracional de platos —en el Bulli eran treinta y seis—, en un bombardeo masivo de melón y después merengue y después huevo y después ostras y después raviolis y después langostinos y después carne y después sopa y después tres postres. La probabilidad de que todo eso combine y siente bien es la misma posibilidad de que combine y siente bien un vestido con lunares, rayas, bordados, puntillas, apliques, flecos, tajos, escote en la espalda, volados y falda evasé”. Por otro lado, la periodista afirma que esta cocina se trata más de un performance, que de darse un gusto gastronómico excepcional, por lo que puede servir para propósitos diferentes a los que sirve la cocina tradicional. Claro que a juzgar por el éxito del restaurante, y la cantidad de clientes satisfechos de Bogotá y de otras ciudades del país, que repiten su ritual, este cielo es más incluyente que el de arriba, y su entrada se puede pagar en cómodas cuotas. La nuestra costó $490.000.

La casa de las otras

59 muñecas Televisión

Texto: Mariángela Urbina Castilla milanyela_0593@hotmail.com Fotos: Cortesía de la producción

Casa de muñecas es un producto audiovisual que cuenta historias de la comunidad LGBT y pretende ser pionero en Colombia. Crea una narrativa transmedia para evitar los estereotipos.

script de cine y televisión. El resultado: Casa de muñecas serie web. La primera temporada ya está escrita. Los ojos de Alena, la protagonista, se extienden a través del lente de su videocámara para narrarnos no solo su historia, sino las de los inquilinos que van llegando a su casa. Tiene 23 años y mil preguntas. La música, los proyectos de vida y, por supuesto, la identidad sexual, son las inquietudes de este personaje. Esta serie responde a una necesidad educativa, cultural y política, ya que hay muy pocos referentes LGBT para ver en nuestro país como proyectos audiovisuales. "Es un gran orgullo

hacer parte de un proyecto que hará parte de la historia cultural", afirma Paola Guiza, asesora de comunicaciones.

Alena, grabándose. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Juliana Ramírez Plazas miraba a su alrededor, cambiaba canales de televisión, hurgaba en distintas páginas de internet, y solo se encontraba con estructuras morales rígidas, con identidades construidas a partir de estereotipos, con una ciudad sin espacios para la comunidad LGBT. Así que decidió ponerse a la tarea de crear ese espacio. “Yo soy lesbiana y necesito

contar la historia de alguna forma, siempre quise ser activista sin convertirme en política. No encontraba modelos en mi país con los que pudiera identificarme, las series que veía eran muy lejanas de mi contexto, aisladas de mi vida en Bogotá”. Entonces, decidió aplicar las herramientas que había aprendido en el Politécnico Gran Colombiano, y que ha perfeccionado en productoras independientes como guionista, realizadora y

Juliana comenzó la escritura de los libretos hace seis años, pero su idea inicial era realizar una película llamada “A solas”. En mayo de 2012 reescribió el guión y transformó el proyecto en serie web, pues ese medio permite jugar con el espectador, quien también podrá intervenir la historia. El tráiler de la serie deja ver un producto audiovisual cuidado, con colores y música que capturan. Una estética original, que se separa de los modelos tradicionales de televisión en Colombia y que no necesita de muñecas de la mafia para capturar seguidores. Estas son muñecas diferentes, con un pasado que contar y variedad de elementos para generar identidad. Resta esperar el desarrollo de los capítulos. Los ojos de la directora, Juliana Ramírez

60 CINE

Estrella del Sur:

Narrar sin balas

Texto: Mariángela Urbina Castilla milanyela_0593@hotmail.com Fotos: cortesía del director

Estrella del Sur es la ópera prima del director y guionista

Gabriel González, de 26 años. La realidad de los estudiantes del Colegio Distrital América Latina, ubicado en el barrio Estrella del Sur, es el tema de este filme en el que sus protagonistas son el retrato de personajes reales que viajan de la esperanza a la angustia.

Los jóvenes de Estrella del Sur están enfermos de miedo, y Gabriel González lo sabe. Trabajó como profesor en el colegio donde filmó su película, de allí extrajo el carácter de sus personajes y le quedaron bien ajustados a la realidad, llenos de mundo. Los dibujó con las faldas remangadas a la fuerza, las manos ásperas, los rostros cansados y los ojos ansiosos. Aunque los estudiantes que protagonizan la película parecen sacados de un documental, son actores formados en teatro, quienes con su experiencia logran interpretaciones limpias y contundentes a la hora de transmitir sentimientos.

“Ya estaba cansado de los actores naturales; si hubiera optado por actores naturales, la 'peli' no tendría ni la mitad de la fuerza con la que quedó”, dice Gabriel. Mucho antes de tener los recursos para la producción de la película, ya sus actores estaban seleccionados y conocían el libreto. “Por eso cuando rodamos nos ahorramos tres o cuatro horas de trabajo”, explica. Acierto enorme para una producción que se vio obligada a economizar modificando el libreto y que pudo realizarse gracias a un premio de $600 millones otorgado por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico (también gracias a las deudas que hoy persiguen a su director). En las dos primeras semanas de exhibición la vieron 6.400 espectadores. El objetivo de Gabriel era alcanzar 6.000. Mientras tanto, Roa, otra película colombiana estrenada este año ―que fue producida por RCN Cine y publicitada a través de ese canal― recibió 200.000 espectadores. “Pero claro —anota González—, cuando

te están invitando a ver la película en televisión cada cinco minutos, imposible no ir a verla. Y, además, no es fácil pelear contra Iron Man”. Gabriel estudió cine en la Universidad Nacional en Bogotá. Desde que se graduó se ha dedicado a la investigación y a la docencia, lo que le ha permitido observar de cerca las realidades sociales. Con su trabajo pudo conocer a los muchachos, lo que se hace evidente en la película. Escribió el guión en 2007, luego el argentino Jorge Goldenberg “reacomodó la historia” y, finalmente, los mismos actores adaptaron las líneas. Pero el personaje adulto del filme, Soraya, interpretada por Julieth Restrepo, no corrió

con muy buena suerte. Frente a la fuerza de los demás, de los jóvenes, Soraya se pierde. Es profesora de literatura, y el primer día de clase, como les pasa a muchos de los maestros novatos que llegan a enseñar en el Distrito, el rector le pide que “no se involucre”. Soraya no puede evitarlo, pero no porque la realidad la abrume, porque quiera ayudarlos como maestra o porque las historias de sus estudiantes la conmuevan —razones suficientes para que un maestro termine afectado personalmente por el medio en el que se desenvuelve—. El motivo de Soraya, en cambio, es que se enamora de Antonio, uno de los alumnos. Con una realidad tan cruda, que atrapa en sí misma, cualquier arandela es irrelevante. Aunque las historias de amor suelen ser un ingrediente atractivo dentro de la ficción, en

•••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Arriba: En el rodaje. A la derecha, la maestra protagonista.

Abajo: Gabriel González, director de cine. Foto: Mariángela Urbina

este caso sobran. La historia de Estrella del Sur ya estaba perfectamente elaborada y tenía mucha tela de dónde cortar. El espectador no se emociona cuando Soraya y Antonio se besan o se miran, pues la tensión de la película se centra en otros aspectos de la trama. Claro está que la intención de Gabriel era

Cartel de la película.

“hacer una construcción narrativa, limpia, de ficción”, una película, dice, “que no se pareciera a las de Víctor Gaviria. Yo sabía que nos iban a comparar, pero el simple hecho de la técnica de los actores (Gaviria usó actores naturales) es una diferencia enorme. Lo que él hace no está tan depurado, tiende más al documental”, afirma. El argumento de Estrella del Sur gira alrededor de Antonio, un muchacho de undécimo grado, que siendo muy joven sufrió el asesinato de su papá. Sueña con ser piloto y así sacar adelante a las mujeres de su casa: la hermana, la mamá y la abuela. Él, al igual que la mayoría de sus compañeros de clase, vive en Estrella del Sur, un barrio en el que la “mano negra” está imponiendo una especie de limpieza social que quiere acabar con todos los muchachos que no les parecen buenos.

La grabación se realizó en el barrio que le da el nombre a la película, situado en la localidad de Ciudad Bolívar. Cuenta Gabriel que los habitantes del sector se acostumbraron a toparse con extraños y que pese a verlos todos los días, solo hasta el día del estreno, el 3 de mayo, el equipo de trabajo se conectó directamente con la comunidad. “Aprendimos cuándo nos iban a robar en

serio y cuándo no había que pararles bolas a los rumores. Teníamos un buen equipo de seguridad durante el rodaje porque cuando uno hace una película la seguridad es fundamental, grabemos en Ciudad Bolívar o en cualquier parte”. El secreto de la producción estuvo en poner “la técnica al servicio de los actores”, insiste Gabriel. El camarógrafo se colgó la cámara en el hombro para darles libertad de movimiento a los personajes. “Limitar a un actor dicién-

dole dónde se debe parar es un gran error”, agrega. Esto explica por qué algunos planos no aciertan, por qué algunas tomas son muy largas y con movimientos molestos. Da la impresión de que el interés es generar caos, pero el resultado visual no da en el punto. El color, retocado en posproducción, convierte el escenario en un lugar opaco, blancuzco. Si bien existe la intención de crear una atmósfera que refuerce la sensación de miedo y pobreza, en algunos momentos disminuye la calidad de la imagen. Ahora bien, nada de esto es más importante que el riesgo de Gabriel y su equipo de trabajo. Apuntarle a contar una historia que hable de un mundo invisible para muchos, sin caer en la apología del narco, o en el uso desmedido de la sangre, demuestra que en Colombia sí es posible narrarnos de otra manera; que el cine sí puede contribuir a contar nuestras realidades urbanas desde los ojos de un protagonista ingenuo y soñador; que existe una juventud bogotana que sufre, pero que también ama, siente y merece ser escuchada. Esta película, para esos muchachos que están encarcelados en una realidad áspera, es la primera puerta de escape; el primer escenario para mostrarse y contar esas historias que ni siquiera a sus maestros pueden relatar. Porque mientras el espectador sale de la sala de cine, los jóvenes de Estrella del Sur se quedan atrapados en el barrio.

63 Humor

La mamá de

los pollitos

Texto: David Armando Alonzo C. david.alonzoc@gmail.com Ilustración: Santiago Rodríguez •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Quiero compartir mi alegría. Imagínense que me dio por venir a la plaza de Bolívar a echarle maíz a las palomas y veo con fascinación que la biodiversidad de la ciudad ha aumentado, la plaza parece un corral: a la derecha, las gallinas, lideradas por mis queridas Clarita Sandoval y Claudita Wilches; a la izquierda, pollos multicolores, bueno, y uno que otro que no es tan pollo, como el senador Benedetti, que se metió en la colada. Pero, ¡qué digo!, si es que esto es todo un festín y no me habían invitado. Seguro me mandaron la tarjeta con algún buitre de cuello blanco, como el honorable senador Gerlein, a quien no podríamos juzgar por echarse una cana al aire y detenerse para picar algún manjar excremental. No llegó, pero qué importa, tal como él lo dijo hace 45 años cuando agarró curul: aquí estoy y aquí me quedo. Como buenas anfitrionas, mis amigas no escatimaron en gastos: hay refrigerios, pancartas, camisetas, vuvuzelas, transporte de ida y vuelta y hasta una tarima con sonido de alta calidad, de esos que solo una iglesia cristiana del caché y los fondos de la Misión Carismática Internacional puede pagar.

El muchacho de la ambientación musical lleva la camiseta de nuestra selección Colombia y lidera un estribillo a ritmo de rap que retumba por toda la plaza: “No callaré, no callaré, el

matrimonio es entre un hombre y una mujer”. La fiesta resultó ser el lanzamiento oficial de la Sociedad de Damas Ilustres a Favor de la Preservación de la Humanidad. Después de

Clarita, concejal de Bogotá y férrea opositora de la mafia LGBT —que se está tomando el Distrito por culpa de Petro— y de Claudita Wilches —heredera de la patrona, Claudita de Castellanos—, la senadora que ahora promueve la recolecta de firmas para acabar con las tres excepciones que permiten el aborto, pasó Ilva Myriam Hoyos, más conocida por su afición al espionaje en los debates del Congreso y por practicar el derrumbe de instituciones como la Clínica de la Mujer en Medellín, un antro promotor del aborto dirigido por el entonces alcalde Alonso Salazar. Detrasito y no menos importantes: la ministra de Justicia, Ruth Stella Correa, admiradora de Ilva Myriam y de su trabajo por los derechos de las mujeres; Amada Rosa Pérez, la misma que dejó los bikinis cortos por los tirantes largos de la Procuraduría, y, por supuesto, la recordada Lilianita Rendón, más protectora de los hombres que se defienden a golpes de las mujeres celosas pa’dónde, ¿cierto? Con este ejemplo de mujeres ahora sí apoyo la ley de cuotas, ¡carajo! Esto parece la versión criolla de las señoras de Stepford; sí, las de la película de Nicole Kidman que resultaron ser esposas robots de un grupo de hombres que tuvieron que deshacerse de las reales; pero que no se atrevan a culparlos porque la perfección tiene un precio. Si no, que lo diga Clarita, que ha tenido que encaminar a las buenas o a las malas, en sanas terapias de choque o talleres educativos, que incluyen el texto ¿Cómo vencer la homosexualidad?, a unas cuantas ovejas

•••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

descarriadas, que ahora que no se les puede acusar por ser negras, les dio por seguir la moda de pintarse de arcoíris. Yo también me sumo a esta fiesta y me meto las manos al bolsillo porque, como dicen los sobres del diezmo, “Dios ama al dador alegre”. Tenemos que oponernos a la imposición de esta moda pervertida y escatológica. Y que no nos vengan con el cuento de que es la misma defensa que hacían antes por las mujeres porque, como dice Clarita, se nace hombre o mujer, lo otro son decisiones privadas de unas minorías. Luego de varias horas de regocijo, las anfitrionas nos recuerdan las diez razones en contra del matrimonio entre homosexuales. Yo me pido el micrófono para decir la primera, pues estoy convencido de que eso no es algo natural y nosotros nos oponemos a todo lo que no sea tan natural como el bótox de Lilianita. Ilva Myriam me sigue, diciendo que a los niños se les pegará lo gay, así como a uno a veces se le pega lo negro o lo alto de las personas con las que anda, y que algunos querrán casarse con sus animales, como en Sudán, donde vive el viudo de la cabra. Obvio, acá en Colombia

los perros tienen estatus legal y pueden firmar contratos de matrimonio. Un poco tímida y con rosario en mano, Amada Rosa, tan amada por Alejandro Ordóñez, nos recuerda que el matrimonio heterosexual existe desde hace mucho tiempo y no ha sufrido ningún cambio, por eso a quienes se quieran separar les toca viajar hasta Panamá (donde, a propósito, contraerá nupcias María del Pilar Hurtado, otra víctima de la injusticia colombiana). Antes de terminar el decálogo, el muchacho de la repartición de la torta, Roy Barreras, pide la palabra para decir que los verdaderos matrimonios son capaces de procrear y por eso se lanzará un proyecto de ley para prohibir el matrimonio de parejas estériles y de adultos mayores. ¡Fuerte aplauso, senador! La lluvia no nos dejó terminar. Me despedí de Clarita y de las otras mamás gallinas del corral. Solo echamos de menos a Natica París, cuya teoría sobre el efecto de las hormonas del pollo en los humanos será patente científica. Seguiremos cantando “no callaré” hasta que a todos los pollitos se les repare la alita rota. Pobrecitos, y nosotros que los queremos tanto…

"" Foto: Laura Contreras

abril de 2013.

Marcha por la paz,

Fotoensayo