Directo Bogotá # 47

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" " Maryluz Vallejo

Fuera de lugar I

Fotoensayo


Edición

47

Diciembre 2014

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social Fundada en 2002

Directora Maryluz Vallejo Asistente editorial Helena Murcia Calle Reporteros en esta edición Andrés Palpati, Miguel Pineda, Juanita Rodríguez León, José Gregorio Pérez, Carolina Romero, Jesús Mesa, Santiago Triana, Natalia Carvajal, María Serrano, Juan David Olmos, Helena Murcia, Lizeth Mosquera, Theo González, Simón Miranda, Valeria Angarita, Angie Paola Sierra, Alexandra Pineda, Estefanía Isaza Fotografía de portada Foto: María Serrano Parque 93 Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Impresión Javegraf Decana Académica Marisol Cano Busquets Directora de la Carrera de Comunicación Social Mónica Salazar Director del Departamento de Comunicación Mario Morales Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: http://issuu.com/directobogota

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Cabos Sueltos Paz

La bandera del perdón Estación Central

Esmeraldas a la baja Fotorreportaje

Las anti-señales Deportes

Los veteranos del hockey Testimonio

Esperanza, el monstruo Colectivo

Los jardines colgantes de Bogotá Patrimonio

El Voto por la reconciliación Patrimonio

Colegios de corte europeo Patrimonio

Cien años con las gafas puestas Patrimonio

Bogotá tiene su bembé Divino rostro

El Sastre del rock bogotano Tendencias

Cuberos de alta velocidad Humor

Actualidad Panamericana: los mentirosos dicen la verdad Libros

Viaje alucinante


02 Cabos Sueltos

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Véase el platón con las contribuciones de los incautos.

El señor de los perros El 17 de octubre pasado, Acacio, “El señor de los perros” (como titulamos una crónica sobre él en la revista Directo Bogotá hace cinco años: http://issuu.com/directobogota/ docs/_25) fue la noticia del día (compartida en redes 3398 veces). Todos estaban espantados de saber que ese amante de los perros, que llevaba más de 10 años circulando por el norte de Bogotá con una veintena de canes, en realidad tenía un negocio con los perros callejeros a los que maltrataba en la intimidad de su cambuche. La Policía y algunas sociedades protectoras de animales realizaron un

operativo de rescate en los cerros orientales —a la altura de la calle 97, donde vivía el hombre, que dice tener origen venezolano—: cerca de 32 perros fueron llevados a Zoonosis y él fue arrestado por maltrato animal y por amenazar con machete a los uniformados. Pero una semana después, Acacio apareció de nuevo en la calle 95 con carrera 15, en compañía de tres perros. Pocos vendedores de la zona saben que fue arrestado, los caminantes aún dejan caer billetes de $1.000 y $2.000 en el plato de agua. Instaló su cambuche al lado de un local semiabandonado y junto a él descansan los gozques a los que impone su compañía con una cabuya amarrada al cuello. El señor de los perros aún recolecta el dinero suficiente para comprar la comida de él y el concentrado de las mascotas. Nadie alrededor recuerda las palabras escabrosas que divulgaron los medios durante el allanamiento: "huesos rotos, fetos y cuerpos colgando en los árboles”. Acacio seguirá recogiendo perros mientras la gente que le ayuda ignore que ese sujeto inimputable debido a problemas psicológicos es en realidad un “acumulador” y un maltratador de animales, que padece el llamado síndrome de Diógenes. Diana Arias @DianaArias_

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Recorderis mockusiano El 22 de octubre la tarifa plena del pasaje de Transmilenio subió $100. Varios usuarios convocaron a una ‘colatón’, bajo la campaña #YoNoPagoMás. Los organizadores de esta protesta aseguraron que esta manifestación había sido un éxito en México D. F., Atenas y Barcelona, y que seguro en Bogotá también funcionaría. Pero nuestra ciudad es un caso aparte y el colapso del sistema de transporte no se debe únicamente a una mala administración o al pésimo estado de las vías. Algunos bogotanos han olvidado que dejar salir primero es entrar más rápido, que el peatón tiene la vía o que hay que ceder el paso. Acciones como la ‘colatón’ reflejan que es momento de recordar que antes de la Bogotá Humana existió una Bogotá con cultura ciudadana.

La campaña de la Alcaldía de Bogotá para prevenir la evasión del pasaje se llamó #ElQueSaltaTeAsalta. Si bien colarse es una infracción, esta propuesta no promueve un comportamiento tolerante y respetuoso; en vez de educar a los usuarios, o de prevenir la “colada”, les están solicitando que denuncien a los que ingresan sin pagar. Pero otros ciudadanos también crearon su campaña contra la ‘colatón’, titulada #DecidíNoColarme, invitando a pagar el pasaje y así demostrar su civismo. Ese día la ‘colatón’ fracasó y aunque se demostró que aún quedan discípulos de la filosofía mockusiana, los bogotanos debemos hacer un recorderis de cultura ciudadana. Valeria Angarita valeria.angarita13@gmail.com


Animales en la Bogotá Humana No nos vayamos a pelear como unos líchigos porque Petro subió en $100 el transporte público. ¿Qué son 100 pesitos más? Una moneda al día se convierte en $200, no seamos tacaños. Por 30 días representa $6.000 y al año significa $72.000. Además, bien vale pagar por vivir la experiencia en la jungla de Transmilenio, donde ni las tendencias animalistas de Petro han logrado apaciguar a las fieras: les quieren dar un vagón preferencial a las mujeres para salvaguardarlas de los depredadores; y luego están las damiselas que se ponen, como carnada, para atrapar a los hambrientos carnívoros, que por más leyes que saquen no se volverán caballeros de los que ceden la silla. Se ven ciudadanos, que cansados por el hacinamiento, entran como rinocerontes al bus llevándose todo a su paso y que por el alza, para protestar, prefieren saltarse el torniquete y abrazar el instinto animal. Con tanta bestia indomable, Bogotá jamás será Humana.

Usuarios de la tarjeta TuDog se acuestan debajo de la silla del articulado como protesta por el alza del pasaje.

Foto: Andrés Palpati

Semáforo en rosa

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Andrés Palpati apalpati@javeriana.edu.co

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En este semáforo de la esquina de la carrera 7a con calle 134, sentido sur-norte, un señor atropelló y mató a una mujer. Desde entonces lo convirtió en un altar que periódicamente arregla con rosas rojas.

03


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400. 000 motociclistas en Bogotá

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Señales de jabón La inseguridad de los motociclistas —400.000 rodando por las calles capitalinas, según cifras del Registro Unificado Nacional de Tránsito (RUNT)—, se incrementó con las líneas blancas y amarillas de señalización en el pavimento, ya que pasar por estas franjas cuando el suelo esta mojado es como deslizarse por una superficie jabonosa, con alta probabilidad de que el motociclista pierda el control, sin importar la velocidad a la que vaya. Pese a que está comprobado que la pintura fabricada con plástico frío es segura y antideslizante, y que en Medellín se viene aplicando desde hace cinco años para la señalización de las calles, el gobierno distrital prefirió el acrílico, mucho más económico. El precio de la pintura en acrílico normal es de $7.500 el metro lineal; y el de la pintura en frío es de $8.500. O sea que los contratistas se ahorran $1.000 por metro lineal cuando señalizan con la pintura en acrílico. Este problema también afecta a los transeúntes y usuarios del SITP, expuestos en los paraderos a buses, motos y vehículos particulares que frenan atropelladamente sobre las fatídicas líneas. Para rematar, la nueva señalización del carril preferencial de la carrera 7ª para los buses padrones se hizo con pintura acrílica azul y blanca, la cual no ofrece ni las mínimas condiciones de seguridad cuando el suelo está húmedo. Rosembergt Díaz rosembergt.diaz@javeriana.edu.co

04

Un Halcón en el Campín “La mayoría comienza a decir que soy un loco, pero cuál loco”, dice Juan Alirio Carvajal, de 57 años, que se describe como un tolimense “con barriga rola”, que empezó a ir al estadio desde los siete años. Se rebautizó como ‘el Halcón’ porque lleva la sangre azul, tanto por sus padres conservadores, como por el color distintivo de su equipo, Millonarios. Un personaje que muchos hemos visto recorrer la pista atlética del estadio: parte de la tribuna occidental, sigue por lateral sur, llega a oriental, continúa hacia lateral norte y finaliza de nuevo en occidental. Su llamativo atuendo, diseñado por él mismo, consta de un traje color azul con el escudo de Millonarios en la parte delantera; el pelo pintado y parado en forma de cono, coronado con algún símbolo del equipo; guantes blancos; rostro pintado con los colores de Millos, y zapatos blancos. Durante su recorrido ondea una bandera azul y blanca bordeada por una estrella con el número 14. Al pasear de tribuna en tribuna evoca alegría y pasión: saluda, regala fotos, hace su espectáculo. Sin embargo, más allá de llamar la atención del público, este particular personaje lleva consigo un mensaje, no solo para los hinchas del cuadro embajador, sino para el país: “Colombianos, estemos con la paz en los estadios”. Laura Pulido laura-pulido@javeriana.edu.co Cada loco con su equipo.


05

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Paz

La bandera

del perdón Texto y fotos: María Serrano maria17323@gmail.com

Pañuelos, telas blancas y hasta una sábana ancestral llegaron a Bogotá para unirse en una sola bandera que espera ser llevada a La Habana, Cuba. Ángela María Botero y Carlos Alberto Idárraga son los artistas que con el proyecto ‘Dale una mano a la paz’ ondean la esperanza para quienes, como ellos, han padecido el conflicto armado.

A Mercedes le mataron a su hijo, al Tino lo quemaron con ácido, la Rolita perdió a sus papás, Teresa es una madre de Soacha, Mauricio es desplazado de Arauca, Marina fue testigo del asesinato de su esposo. Son historias diferentes, pero todas tienen el mismo final. ***

Desde joven he sido un romántico soñador que por no tener pelos en la lengua se ha metido en mil líos y ha defendido sus ideales hasta arriesgar la vida, más de una vez. Nací en un pueblo violento del Eje Cafetero, que nos vio crecer a mi esposa, Ángela María, y a mí, y que fue testigo del amor gracias al cual estoy vivo. Tras un atentado que me hicieron actores armados, donde recibí dos balazos, estuve escondido durante 17 días, sin tener acceso a una sola llamada. Cuando volví a la casa, Ángela me dijo: —Nos vamos de aquí, quiero que vivamos tranquilos. 2 de diciembre de 2012. Colgaron en un palo la sábana que más tarde se convertiría en bandera. La pusieron en su camioneta blanca y salieron a recorrer la capital. A la gente le llamaba la atención: “¿Para qué es eso?”, les preguntaban. Al explicarles que era una bandera de paz quisieron participar. Varios plasmaron su mano untada de pintura amarilla, azul o roja en la tela ondeante. Algunos agregaron un mensaje con marcador negro; otros se negaron a despegar su mano de ella. El destino de la bandera era claro: la Fundación Sikuani, ubicada en el barrio Ciudad Jardín Norte, al noroccidente de Bogotá, donde se llevaría a cabo la inauguración del proyecto liderado por Ángela María Botero y Carlos Alberto Idárraga, ‘Dale una mano a la paz’.


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06

La Habana, Cuba, sería el lugar al que llegarían todas las banderas recolectadas, unidas en una sola, para exigirles a las partes de la mesa de negociación el derecho de la ciudadanía colombiana a vivir en paz. A la mano amarilla del director, con firma incluida, le siguió la de Ángela María, y después muchas más. Niños de todas las edades, con ayuda de sus papás, dejaron sus huellas sobre la tela. Algunos quisieron untarse más que la mano; un monje franciscano hizo de su pie una bandera tricolor que quedó plasmada. Un hombre mayor no quiso soltar la bandera y recorrió con ella todo el patio de la Fundación. Así se dio inicio a esta aventura que, después de dos años, sigue creando revuelo adonde llega. *** El Tino habita en las calles de barrio Santafé. Se pregunta por qué la gente es tan indolente, si muchas veces los ladrones se visten de corbata. Cuida a las personas de su barrio, conoce la vida de todos. A cambio recibe miradas displicentes y malos tratos. Le quemaron la cara con ácido. ***

Llegamos a Bogotá a vivir estrechamente. Pero Ángela María salía todos los días a pintar, con qué ilusión, a una terraza. Siempre tuvimos un hogar iluminado por la esperanza y el optimismo que ella, una artista echada pa’lante, me contagiaba. Ya no importaba el sufrimiento del pasado; los atentados, las amenazas y el miedo que sentimos pasaron a un segundo plano. Mientras ella pintaba sus cuadros, yo me dediqué al trabajo con vitrales. Después, empecé a ser también su mánager. *** 14 de abril de 2013. Son casi las diez de la mañana, hay pocas personas. El parque de la 93, usualmente concurrido los domingos, está vacío. Quizá el cielo nublado invita a quedarse en la cama. La sábana blanca, impecable, ya está en el piso. Al lado hay tres bandejas rectangulares de icopor; cada una contiene un color diferente: amarillo, azul o rojo. Quien se arriesgue podrá hundir su mano en cualquiera de ellas para dejar constancia de que exige la paz. Los deportistas circulan por el parque. Ocho niñas del equipo Fair Play caminan rumbo a


su entrenamiento; se topan con la bandera y al escuchar la propuesta, quieren participar. —Escojan el color que quieran para poner su mano, les dicen. Cada una elige, y entre risas apoyan sincronizadamente sus manos contra la bandera. Para algunos, hacerlo revive el dolor de volver al pasado. Para ellas, que no superan los 13 años, es un juego. Una se pone la mano pintada en la cara y vuelve con sus amigas adonde el entrenador. Jóvenes en plan de ciclovía también pasan por ahí, estampan su mano o dejan un mensaje de paz y siguen su camino. Santiago, abogado en potencia, escéptico de alguna posibilidad de paz, coge de dos esquinas la bandera y la lleva ondeando a sus espaldas, a veces rozando el piso. Le da una vuelta al parque en sus patines y vuelve a ponerla en su sitio. La arenera es una zona cosmopolita. Algunos extranjeros también deciden participar; un gringo se acerca con sus dos hijos, Corina y Bob, entre los dos y los cinco años. ―Con la manito —les dice, mientras ellos se agachan para untar su mano de azul y rojo. El papá les ayuda y posteriormente plasma la suya. *** La Rolita es desplazada de Puerto Boyacá. Vivía con su papá en una finca. El Ejército se lo llevó un día y apareció muerto en un río. Su mamá desapareció; les quemaron la casa. Ahora carga mercados en la plaza. No cree en la justicia, pero dice que hay que negociar la paz; que está dispuesta a perdonar a los asesinos mientras no sigan haciéndole daño a la gente.

separan la sociedad y crear medios de comunicación en las comunidades para que las personas puedan informarse y participar más. Una estudiante de pedagogía infantil está convencida de que la solución está en formar a los niños integralmente e inculcarles valores. Arturo, de arquitectura, quiere reconstruir lo que ha dañado el conflicto armado en el país, por medio de voluntariados. Desde la ciencia política se busca mantener bien informadas a las personas para que la paz se construya desde abajo, para que no sea impuesta, sino asumida con convicción por cada ciudadano. Pilar, profesora, considera que la paz se construye desde el aula de clase, en debates con los estudiantes, y desde el sitio de trabajo, mediante la solidaridad con los colegas. No solo participan los javerianos. Laura estudia diseño en la Universidad de Los Andes; después de poner su mano, propone hacer juegos, productos y servicios para formar entornos pacíficos. Dos banderas resultan de este encuentro, en el que la reflexión y el debate fueron protagonistas. Se unirán con las del parque de la 93 y con

Carlos Alberto Idárraga, artista que impulsó el proyecto junto con su esposa. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

*** 17 de mayo de 2013. La bandera busca llegar a todos los ambientes. Por eso, llegó a la Universidad Javeriana, para que estudiantes, profesores y empleados puedan no solo expresar sus ganas de paz, sino también plantear formas de lograrla, cada uno desde su propio ambiente. Los estudiantes de comunicación proponen reconstruir los vínculos comunicativos que

07


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las que lleguen de otras ciudades de Colombia, y de otros países, elaboradas por grupos de ciudadanos que al enterarse, lideraron un encuentro para apoyar la campaña. El momento de partir cada vez está más cerca.

Enrique, del barrio La Victoria, después de plasmar su mano, coge la bandera y se la entrega a la gestora del proyecto, que lo mira a los ojos y le dice que se compromete a llevarla hasta la mesa de negociación.

***

Llega un artista callejero que se hace llamar Rinar. Se apodera de una sábana completa para expresar su deseo de paz. Con un marcador negro empieza su obra de arte; al principio es un misterio, pero poco a poco va tomando la forma de una paloma con un ojo muy grande, que finalmente es rematado con una larga lágrima.

Teresa es indigente, desplazada; es una de las madres de Soacha. Perdió a sus dos hijos: uno apareció muerto, al otro nunca lo volvió a ver. En Acción Social la acusan de infiltrada y no le dan razón. No ha podido conseguir la partida de defunción ni de desaparición de ninguno de ellos. *** 4 de junio de 2013. Un cielo soleado cubre la Plaza de Bolívar. Ya hay varias banderas llenas de manos que fueron cosidas con hilo; esperan sobre el piso, frente al Palacio Liévano, junto a otras todavía blancas. Algunos lustradores que trabajan en la plaza se acercan para poner su mano. Uno que otro ejecutivo, de camino al trabajo, decide unirse a la bandera de la paz. También lo hacen los estudiantes que al mediodía frecuentan el centro de la capital.

Cerca del mediodía, se han llenado varias banderas. La meta es unirlas a las de anteriores jornadas para armar una gigante. *** Mauricio es hijo de un contratista arauqueño. Su familia fue obligada por la guerrilla a salir de su pueblo en un plazo de ocho horas. Perdieron su casa y todo lo que tenían. Al hijo de Mercedes lo mató un sicario que escapó y dejó a sus hijos abandonados. Ella todos los días les prepara a sus nietos el desayuno y se hace cargo de ellos. *** Octubre de 2014. El dinero ha sido un obstáculo. Cuando se trata de proyectos sin fines políticos ni económicos es difícil conseguir apoyos. Ya tienen 15 banderas. Vendieron su camioneta blanca, en la que cargaron por primera vez la bandera, y han recorrido varios lugares para obtener ayuda. El resultado: siguen en Bogotá, con las banderas, ya unidas, guardadas, a la espera de encontrar un patrocinio que les permita llegar hasta La Habana, o a alguien que se ofrezca a llevarlas. *** La Rolita, escéptica de la justicia, decidió aprobar la propuesta de negociar; el Tino, seguir cuidando a los vecinos de su barrio; Teresa, pedir un tiempo de reflexión para alcanzar un acuerdo; Mauricio, formar una banda musical con los jóvenes de su barrio, y Mercedes, cuidar a los hijos del sicario que le quitó a su hijo. Momentos diferentes, contextos diferentes, historias diferentes. El fin los llevó a todos a tomar la misma decisión: perdonar y darle una mano a la paz.

08


Esmeraldas

09 a la baja

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Estación central

Texto y fotos: José Gregorio Pérez magregor@hotmail.com

En la avenida Jiménez, en el centro de Bogotá, funciona la joyería de puertas abiertas más grande del mundo. Sin embargo, el comercio de gemas ya no tiene el esplendor de antaño. Los guaqueros dicen que escasean las esmeraldas ‘gota de aceite’, las más puras y valiosas del mercado, como lo atestiguan los personajes de esta crónica.

Antes de salir de su casa en el occidente de Bogotá, Virgilio Gámez se arrodilla ante un altar de la Virgen del Carmen que tiene en su habitación y celebra un ritual que dura unos minutos. Gámez hace la señal de la cruz en su frente y le ofrece a la patrona de los esmeralderos dos sobres en los que lleva envuelto un lote de 25 esmeraldas. En una mesa reposan un crucifijo, una estampa de la Virgen de Chiquinquirá y la imagen de la Virgen del Carmen, en cuya base dos esmeraldas del tamaño de una papa resplandecen con la luz del pabilo de una veladora. Cuando Virgilio Gámez habla de las esmeraldas que vende a diario, sus ojos se iluminan como si en ellos estuviera impregnado el misterio que rodea a las piedras preciosas comercializadas en la avenida Jiménez:"Esta


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25 *

gemas que pesan

3

quilates

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es la única zona de Latinoamérica donde las esmeraldas se venden en la calle, en un mercado al aire libre, sin regulaciones ni protocolos. Las consigue también en las joyerías, pero todo empieza en los andenes de la Jiménez”.

sale de su casa en su vehículo hasta la avenida Jiménez con carrera 5ª. Una vez llega al sector, se detiene en uno de los andenes, mientras espera la llegada de un comprador para sus 25 piedras, que pesan tres quilates.

Gámez es un guaquero, como se conoce a quienes ingresan a las minas para buscar esmeraldas por su propia cuenta o quienes alquilan su fuerza de trabajo a las empresas que explotan las minas. A finales de los años setenta llegó a Coscuez, un municipio boyacense conocido por la calidad de las esmeraldas. Armado solo con un pico, una pala y una linterna, golpeó durante 25 años las paredes de los socavones y extrajo lotes de esmeraldas que, con su venta, le permitieron independizarse y escalar en la actividad comercial de las ‘piedras verdes’.

“Las gemas llegan de las minas y aquí se venden a comisionistas, talladores y extranjeros, sobre todo los japoneses, ellos son los que más compran esmeraldas colombianas”.

Luego de su oración matutina, Gámez toma una de las gemas que están en la base de la imagen religiosa, hace la señal de la cruz con ella, y la pone encima de tres sobres que deposita en un bolsillo de su saco. Minutos después

El guaquero saca del bolsillo uno de los tres sobres; sus dedos desdoblan lentamente los pliegues del papel. En el fondo saltan varias piedras de un verde intenso y variedad de tamaños. Las separa y las acomoda sobre el papel, para que los potenciales compradores las aprecien. La gente que pasa por allí se agolpa alrededor de Gámez, este toma una de las piedras —alargada y del grueso de un cubo de azúcar—, y la levanta para contrastarla con la luz del sol. La gema brilla intensamente cuando la luz solar traspasa el cristal, su fondo es nítido, no hay manchas que empañen su interior ni está recubierta con piedrilla negra que afectaría su pureza.

“A las 'gota de aceite’ se las tragó la tierra” “Esta es la que llamamos ‘gota de aceite’

debido a su color y tono. No tiene manchas, alumbra y su precio es alto. Se vende por quilates, que pueden costar hasta US$100.000 cada uno. Todo depende del tamaño, el color, la pureza y el cristal de la piedra. Ya son pocas 'gota de aceite', están escasas porque ya no se guaquea en las minas. Ahora todo está tecnificado. A las ‘gota de aceite’ se las tragó la tierra”. Durante 45 años, siguiendo una tradición que data de mediados del siglo XX, la avenida Jiménez ha sido el centro de la comercialización callejera de estas piedras color verde limón que han visto librar tres guerras por su dominio y posesión. Uno de los guaqueros y empresarios representativos del mundo de las gemas verdes era Víctor Carranza, ‘el Zar de las Esmeraldas’.

Gonzalo Jiménez de Quesada, testigo del mercado verde que se mueve en la Plazoleta del Rosario.

10

Al igual que su socio Carranza, ya muerto, Gilberto Molina estuvo muchas veces apostado


en las esquinas de la Jiménez mostrando las piedras que sacaban de las minas con dinamita, pico y martillo, para venderlas en Bogotá. Eso hace ya casi 35 años. Gámez asegura que las piedras se obtienen en cercanías a las minas por compradores que viajan a Muzo, Quípama, Chivor, Peñas Blancas, Pauna, Borbur, Coscuez y Otanche, municipios que integran la zona esmeraldera del occidente de Boyacá. El tránsito por tierra desde Chiquinquirá al reino de las esmeraldas colombianas se realiza a bordo de vehículos camperos que les hacen el quite a abismos, derrumbes y huecos de las vías, de alta peligrosidad. Allí se pueden apreciar los cortes, por la maquinaria, a los que han sido sometidas las montañas que contienen en sus entrañas las vetas de esmeraldas a 600 metros y hasta un kilómetro de profundidad. Miles de personas han pasado la mayor parte de su vida alrededor de las minas buscando un golpe de suerte que compense los esfuerzos en los socavones.

valor tienen. En su formación, la esmeralda puede tener unas líneas o nubes que la hacen opaca y le restan brillo y tono. Por eso hay que someterlas a tratamiento, desbastar las partes que contienen minerales para darles forma”, asegura Gámez. Ninguna esmeralda es igual a otra y si su calidad es excepcional puede sobrepasar al diamante común. A la vanguardia de la compra de las esmeraldas colombianas están los japoneses, que acaparan el 75 % del mercado. Por eso los guaqueros saben que Tokio es la única ciudad del mundo con una “bolsa” de esmeraldas al estilo de Wall Street, mejor dicho, con un centro internacional de compra-venta, subastas y comercialización de las gemas colombianas. Otro de los elementos que elevan el valor de una esmeralda es la tonalidad del verde. Con solo ver su forma y analizar su color, los esmeralderos determinan de qué mina fue extraída. Las gemas de Coscuez son de un verde amarillento; las de Muzo, de un verde intenso que las

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Vetas de esmeraldas a

600 metros y hasta 1 kilómetro de profundidad ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

La avenida Jiménez: el Wall Street de las esmeraldas colombianas.

“Durante 30 años fui guaquero en Muzo y Coscuez; se necesita conocer bien la montaña para encontrar una veta de esmeraldas", dice Ovidio Lizarazo, un esmeraldero de Quípama, que todos los días de 9:00 de la mañana a 2:00 de la tarde recorre las calles de la Jiménez, mostrando las esmeraldas que quiere vender.

"Los socavones son angostos, hay que bajar a la mina por un ascensor y entrar acurrucado soportando el calor que despide la mina como si fuera un baño turco. Uno empieza a cavar la pared de la mina y va picando, cuando se acerca a las esmeraldas empieza a ver que la tierra chispea de verde. Uno pasa entre tres y cuatro horas picando la tierra para obtener las esmeraldas que salen limpias y otras veces cargadas con otros minerales en su superficie”. Cuando el guaquero toma la esmeralda en sus manos, la examina con una lupa para verificar los daños que puede tener la piedra después de la excavación. La ‘morralla’ es aquella piedra que presenta pequeños agujeros en su textura, contiene roca u otros cristales, como pirita, calcita o cuarzo, y necesita ser sometida a un tratamiento de limpieza.

“Las esmeraldas que se venden en la Jiménez, mientras más puras en su superficie más

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Esmeraldas desde

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La "morralla", piedra que contiene rocas y otros cristales.

hace más valiosas y conocidas; las de Chivor, de un verde azulado, casi de color petróleo. Cuando los vendedores exhiben las piedras llegan los compradores, quienes con sus lupas en la mano esperan que el propietario abra el sobre para exhibirlas.

“El precio de la esmeralda callejera depende del tamaño y el color. Aquí se pueden ofrecer desde US$3.000 hasta US$10.000”, dice Antonio Alarcón, un esmeraldero de Quípama. “Yo vendo las esmeraldas directamente; otros vendedores son enviados por el que las compra en la mina para que las muestre aquí en la Jiménez. Ellos son los que llamamos ‘comisionistas’. El negocio tiene como sistema de mercadeo el voz a voz. Alguien llega con un lote de esmeraldas, avisa que trae las piedras y su contacto en la plaza le presenta a quien va a verlas para comprar. Otros, en cambio, tienen el lote y emplean a otra persona para que las ofrezca a las oficinas de compradores y exportadores que hay en este sector”. A lado y lado de la avenida Jiménez se levantan edificios de 5 y 8 pisos. En ellos están localizadas las oficinas donde se compran las esmeraldas que no se venden en la calle. Si el guaquero llega con un lote y considera que el negocio está difícil en los andenes, comisiona a una persona de su confianza para que las ofrezca a los compradores de oficina.

“Eso se llama ‘pegar’ a un compañero de trabajo, es decir, llevarlo en el negocio. A veces es mejor vender en las oficinas porque pagan mejor y de acuerdo con la ganancia que se obtenga de las esmeraldas que venda, recibe un porcentaje, una comisión”, dice Alarcón.

De la calle al taller de talla En otras ocasiones, las esmeraldas se ofrecen a los talladores que en sus laboratorios someten las piedras a un tratamiento técnico y de diseño, y las venden a las joyerías que tienen sus sedes sobre la Jiménez. El precio depende de los quilates. ―Guaquero: Oiga, tengo unas piedras que llegaron de la mina, para que las mire. ―Tallador: ¿Cuánto pesan? ―Guaquero: 16 quilates. ―Tallador: ¿Cuánto valen? ―Guaquero: US$4.000. ―Tallador: ¿Están buenas? ―Guaquero: Revíselas usted mismo y me dice si le sirven o no. Las esmeraldas que el guaquero vende al tallador se “sellan”, es decir, se ponen dentro de un sobre que se amarra con una cinta; luego el tallador lo marca con un número que corresponde al lote en el que trabajará durante esa semana. José Muñoz es un comprador habitual de esmeraldas en la calle y tallador profesional de gemas desde hace diez años. Su sede de trabajo está en el quinto piso del edificio Emerald Trade Center, adonde llegan los comisionistas con las piedras para negociarlas con los joyeros y empresas exportadoras. Muñoz analiza cada una de las piedras que le ofrece el guaquero para evaluar su dureza y evitar que el cristal se quiebre durante el tratamiento de talle, que dura entre una y dos horas. Comienza por quitar los restos de roca o ‘marmaja’, para darle la forma. En el taller, la esmeralda puede ser convertida en lágrimas, óvalos, cuadrados, corazones o diseño redondo. Todo depende de la joya en la que será incrustada: un anillo, un pendiente, un collar, una pulsera…

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Seguridad a prueba de piedras Cada esmeraldero que trae su lote de gemas entre los bolsillos del saco o la chaqueta tiene dos o tres guardaespaldas, quienes se camuflan entre la gente que se detiene a observar la compra y venta de las piedras en la Jiménez.

“La piedra hay que limpiarla. Se le aplica un aceite de cedro o palma para llenar las fisuras en el cristal y darle tonalidad y brillo. Luego se pega a unos palillos de bronce que en la parte superior tienen una cera llamada ‘lacre’ que, al calentarse, se derrite y sobre ella se coloca la piedra. Una vez la piedra queda pegada a la cera, sin sufrir en su superficie, se talla en un disco de diamante la parte inferior, la base donde la esmeralda se va a asentar en la joya, ya sea un anillo o un prendedor”, dice José Muñoz. De la calle al taller, los precios cambian. Las piedras adquieren otro valor cuando llegan a la joyería. Un quilate de esmeraldas ya pulidas y tratadas puede costar US$8.000 dólares.

“A veces comisiono a una persona de entera confianza para que venda las esmeraldas a las joyerías o a los extranjeros que las buscan. De acuerdo con la calidad y transparencia de la esmeralda sube el precio. La Jiménez sigue siendo el mejor mercado para adquirir las gemas. En la calle, la piedra empieza a valorizarse y su precio comienza a subir en las compra-ventas y oficinas que las exportan. En cada rincón de la Jiménez nadie se resiste al embrujo verde de las esmeraldas colombianas, las más brillantes y bellas del mundo”, asegura Muñoz. Y así el negocio sobrevive a la muerte de los zares, a las guerras y a la competencia de precios, que se fijan en esta bolsa semoviente de valores.

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Un quilate de esmeraldas pulidas puede costar

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“A veces los lotes que se muestran valen entre $10 y 70 millones. Uno trae a sus amigos para que lo cuiden, aunque es muy raro que se registren atracos en la zona. Nosotros mismos nos cuidamos, el CAI de la Policía que está cerca de la Universidad del Rosario disuade, pero los encargados de la seguridad en la calle somos nosotros. El que pretenda realizar un atraco aquí lo debe pensar dos veces”, dice Arnulfo Herrera, quien muestra el lote de 15 piedritas listas para comercializarlas. La guerra desatada desde hace tres años entre clanes rivales de esmeralderos leales al fallecido zar Víctor Carranza y otros a Pedro Rincón —conocido como ‘Pedro orejas’, que acaba de cobrar la vida de Luis Eduardo Murcia Chaparro, alias ‘Pequinés’, mano derecha de Carranza—, ha disminuido el comercio de gemas en un 25% en la Jiménez. Como trasfondo de la guerra está la disputa por la mina Consorcio, en la que los clanes involucrados tenían participación, y que está ubicada entre la mina Cunas de Víctor Carranza y La Pita de Rincón. “Se consiguen piedras, pero está difícil, porque muerto don Víctor hay una lucha por apoderarse del mercado y de las minas. Sin embargo, el negocio no se acaba. Hemos estado en guerra siempre, ya van tres, y de pronto pueden escasear, pero es por temporadas. La pelea es allá en Boyacá, acá es otra cosa. Siempre hay alguien que las trae para venderlas. El mercado se mantiene”, dice Hernando González, que lleva 15 años en la Jiménez vendiendo gemas.

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14 Las anti-señales

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Fotorreportaje Texto: Andrés Palpati

Fotos: Andrés Palpati apalpati@javeriana.edu.co Mónica Acosta monica.acosta@javeriana.edu.co

En los andenes y calles, algunas señales de tránsito quieren decirle algo más a los habitantes de esta caótica ciudad.

De noche, todos los gatos son pardos... Variaciones del Pare en los barrios Teusaquillo y Usaquén.


Bogotá se ha convertido en una especie de juego de triqui, donde es casi imposible ver alguna señal de tránsito que no tenga alguna intervención como rayones, calcomanías o hasta doblamientos en los postes. Es tal la magnitud de señales inservibles que el Distrito ya les tiene un “cementerio” en la Zona Industrial. Según la Secretaría de Movilidad, a lo largo del corredor vial hay 217.930 avisos de tránsito, y en lo que va de este año, solo se alcanzaron a limpiar y enderezar, 48.048. Las localidades que han sido más afectadas son Barrios Unidos, La Candelaria, Santa Fe, Chapinero y Teusaquillo. Pero algunas de estas intervenciones hacen su aporte al ciudadano con un toque de humor. Encontramos señales de Pare que dicen Pare y grite, Pare y coquetee, Pare y fúmese uno, Pare y salude, Pare y sonría y otras variaciones que nos causan gracia mientras nos lamentamos del trancón. La señal del obrero en la vía para reducción de velocidad, ahora exhibe un beso que apunta a sus genitales (que sabrán apreciar las mujeres objeto de piropos lujuriosos) y un letrero de 50 que pone a prueba al más optimista.

A los obreros también les llegó la hora de recibir piropos. Carrera 7a con calle 45.

Nadie se atribuye la autoría de estas intervenciones que no son exclusivas de nuestra capital. En Florencia, Italia, un artista francés que se hace llamar Clet, desde hace 25 años se pasea por las empedradas calles dejando su impronta en las señales para ridiculizar el poder. Consuélese en medio del contraflujo, a la altura de la calle 90.

Ceder el paso es cuestión de paciencia, carrera 7a con calle 86.

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A inteligentes viales...

Un policia acostado que debería ser General de alto rango. Calle 40 con carrera 4a.

La ley está para darle serrucho, según Clet.

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Clet en el Puente Vecchio, Florencia.


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Deportes

Los veteranos del

hockey Texto y fotos: Juanita Rodríguez juanita.rleon@gmail.com

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Jugadores del equipo Bel-Inex en el Parque Nacional.

Aunque es un deporte que se conoce más por las películas gringas que por su práctica en canchas locales, el hockey tiene su tradición en Bogotá. La reportera habló con los más antiguos jugadores —entre ellos su papá—, que hace cuatro décadas sellaron su amistad con palos y patines. En esta entrevista a varias voces, cuentan cómo jóvenes de clase media se las arreglaron para practicar un deporte de élite.

Una tarde, Hernando Moya y Andrés Rodríguez, dos viejos amigos que compartieron la pasión por el hockey los domingos en el Parque Nacional, buscan rostros conocidos en los álbumes de fotos. Moya, se vinculó al hockey en 1968, influenciado por su padre, que en los años sesenta participó en una escuela de árbitros y se convirtió luego en uno de los más reconocidos árbitros de la capital en esta disciplina. ―Yo iba a ver a mi papá todos los domingos. El castigo más grande que había era no poder ir al Parque Nacional para ver partidos y patinar en los intermedios. Mi papá pitaba


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Las edades de los jugadores oscilan entre los

18 70 y los

años

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cinco o seis partidos los fines de semana. Su experiencia con el arbitraje en el fútbol le ayudó mucho. Mejor dicho, ¡el hombre podía arbitrar por teléfono! Al ver a su padre entusiasmado con el deporte, Hernando Moya, más conocido entre sus amigos como Nacho, entró a un equipo patrocinado por Teletigre, programadora de televisión de la época que pertenecía a Consuelo Salgar de Montejo. En Teletigre el arquero era Álvaro Zúñiga; atrás jugaba Carlos Ortiz; en el medio, ‘Nacho’, y adelante, Hugo Moya (primo de Hernando y Enrique Rodríguez). El equipo era manejado por Luis Rodríguez, apodado Mimbre. ―Era una recocha, no eran partidos muy serios. Recuerdo que nos dieron unas camisetas rayadas de color negro y amarillo. Después de jugar en Teletigre, Nacho ingresó al equipo Calarcá, donde compartió cancha con algunos compañeros del Colegio José Acevedo y Gómez, en el barrio Restrepo. Andrés Rodríguez, uno de sus amigos, se interesó por el hockey al ver a Hernando Moya llevar sus patines para jugar durante el recreo.

―Hernando era un ‘picado’ y nos prestaba de a un patín… así fuimos aprendiendo. Los equipos más reconocidos para la década de los sesenta eran: Dorado, Calarcá, Cauchosol, Huracán y Cataluña. Todos eran equipos de mayores, no había juvenil ni mucho menos infantil. Para 1970 ya había tres equipos infantiles: Calarcá, manejado por el odontólogo Francisco Mantilla, gran jugador de la época; Bartolinos, conformado por estudiantes del Colegio San Bartolomé de la Merced, y Luxemburgo, dirigido por Alberto Escobar. Los otros equipos eran de mayores, en los que jugaban ingenieros, abogados, arquitectos, entre otros profesionales. Directo Bogotá (DB): ¿Qué implementos necesitaban y qué tan accesibles eran? Hernando Moya (HM): En Teletigre yo jugaba con unos patines número 42, pero yo calzo 37. Mis tenis cabían dentro de la bota y me los amarraba mi papá. Terminaba muerto porque era muy pesado, y yo era el más enano del combo… En esa época era un deporte 100 % elitista. Había muy poca gente que se compraba unos buenos patines. Andrés Rodríguez (AR): Los patines los prestaban los jugadores de las categorías mayores durante el partido. Y algunos patines los empezamos a armar nosotros, en los talleres. A unos patines de esos de uña, que llamábamos, les pegábamos unos guayos de fútbol con balineras. Antes de los setenta, la cancha de hockey era en pavimento. Entonces uno jugaba con ruedas de hierro, esos patines eran pesadísimos.

William, listo para tapar.

Los veteranos en El Tunal.

HM: Eso fue a finales de 1969, pero a raíz del campeonato suramericano no nos dejaron montar más con ruedas de aluminio ni de hierro, pasamos a las ruedas plásticas. DB: ¿En Bogotá había algún sitio para conseguir los implementos? HM: Sí, el almacén se llamaba Bustamante Deportes. Todavía existe en la calle 17, arribita de la 7ª.

Entrenamiento en el colegio San Bartolomé, octubre de 2014.

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AR: Había otro en la carrera 15 con calle 9ª. Era un almacén de deportes que vendía remates de aduana, contrabando que cogían, y yo creo que lo que menos se movía eran los implementos de hockey, que eran costosos.


HM: Las industrias fuertes estaban en Argentina y en España. A mí me trajeron unos patines Chicago de los Estados Unidos, pero ¡esa vaina no servía para nada! Mis implementos los conseguía a través de mi padre, hincha furibundo del hockey y a pesar de ser tan escasos y costosos, nos dábamos mañas para poder jugar los domingos. AR: Una parte se conseguía en Casa Olímpica y para poder conseguir el resto de implementos había que ser seleccionado por el Distrito, que los importaba. DB: ¿Los partidos eran noticia en los medios? AR: Sí, en varios medios, como El Espacio, El Tiempo y La República. En 1975 apareció nuestra foto como campeones de un torneo distrital en el ya desaparecido El Vespertino. Por ahí conservo ese recorte. Luego, cuando viajamos a Venezuela en 1976 a jugar un torneo suramericano interclubes, salimos en diarios de Caracas.

bus urbano # 8 hacia el Parque Nacional, ruta Gaitán; con regreso a casa en la ruta Delicias, que nos servía a todos, ya que vivíamos en el mismo barrio, Restrepo. DB: ¿Por qué abandonaron el deporte? HM: Me cansé. Lo que más me marcó fue mi papá, estar ahí, reprochándome en cada partido, regañándome porque hice o porque no hice. Traté de volver más o menos en 1974, pero ya fue demasiado tarde, me llevaban una ventaja impresionante. Realmente duré muy poco, unos dos años; me vinculé a las carreras de patinaje, ahí duré unos cuatro años. Traté de volver a jugar hockey, pero mis compañeros me llevaban mucha ventaja técnica, lo cual me hizo pensar en otro deporte. A raíz de la muerte de mi padre, quedé desvinculado, y me enteré de que ya casi no

HM: Como no era un deporte masivo, eran muy escasas las noticias en los periódicos capitalinos, pero El Tiempo sacaba un comentario los lunes.

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DB: ¿Había equipo femenino? HM: No había equipo de mujeres, era un deporte machista. En carrera y en patinaje artístico sí había mucha mujer. Estaba manejado por Consuelo, esposa de Pablo Mora. HM: Sí, ellos alcanzaron a estar en un suramericano con Alberto Escobar, patinador artístico. Los que mejor patinaban eran Pablo Mora, Alberto Escobar y Jorge Rubiano. DB: ¿Dónde entrenaban?

Campeonato Suramericano en Medellín.

HM: Frecuentábamos las calles bogotanas montando patín. En esa época se hizo la tercera vuelta a Bogotá en patines, participé en categoría infantil y obtuve la segunda casilla a nivel infantil y sexta en la general, algo inolvidable. Entrenábamos en el Parque Nacional por lo menos un día a la semana. Después de los partidos me reunía con mi familia o con mis amigos para seguir jugando en el barrio, o nos íbamos a patinar a la Circunvalar. AR: Al principio íbamos en el carro del papá de nuestro amigo ‘Nacho’ Moya, y después en

Entrenando en la cancha del Parque Nacional.

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hay campeonatos; solo me resta decir que vi grandes figuras, porteros como Luis Rodríguez, Jaime Fresneda, ‘Pacho’ Gaitán, Andrés Rodríguez; defensas como Hugo Moya, Luis Chardón, un Horacio que medía metro y medio, y jugadores rápidos como Gustavo Carlos y su hermano Hernando, Ricardo Gaitán, Eduardo Mantilla, Alberto Baquero, Enrique Rodríguez; todos de la época en que jugué.

Arriba: Hernando Moya. Abajo izquierda: Pablo Mora, listo para jugar en el San Bartolo. Abajo derecha: Lucho Martínez en el parque El Tunal.

AR: Me desmotivaba mucho que los domingos, único día que se programaban partidos, se perdía o se ganaba por ‘w’ o nuestro equipo no llegaba completo o el equipo contra el que jugábamos tampoco, entonces, regreso sin mucho ejercicio. DB: ¿Qué anécdotas curiosas recuerdan de esa época? AR: Cuando estaba aprendiendo a patinar una vez estaba por el Restrepo y tenía una botella

de leche San Luis en la mano. Mi cuñada me dijo que se la llevara a la mamá a la tienda de la esquina y me fui al piso. Tenía puestos los primeros patines que había armado con unos guayos. Nadie supo en mi familia. HM: Pablo Mora me rompió la cabeza de un palazo. Entonces mi misión era marcarlo y cualquier momentico que yo veía que podía… ¡pum!, un palazo. Íbamos perdiendo como 7-0 o 7-1. Entonces Pablo, que era un jugador espectacular, hizo un tiro y salió Andrés a remacharlo, levantó el palo y, ¡pum!, lo rompió y qué gresca se formó. AR: El tipo salió roto de la cancha. HM: En esa época yo tenía una novia, que era terrible. Pero ella era hija de un esmeraldero y andaba armada porque en cualquier momento llegaban y la mataban. Su viejo era llave de Carranza y manejaba lo que era Chivor. Y esta china iba a sacar la pistola cuando ocurrió el incidente. ¡Y yo a frenarla! HM: Recuerdo una vez que nos íbamos para el Restrepo y todos se subieron al carro de mi papá y él me dijo: ‘No, usted váyase en patines’… Del Parque Nacional hasta el Restrepo, pero eso era ‘mamey’.

Hockey en el San Bartolo Actualmente, cada domingo en el colegio San Bartolomé un grupo de jugadores de hockey, cuyas edades oscilan entre los 18 y los 70 años, se reúnen desde temprano. ―Nosotros jugamos de manera informal o recreativa más bien. Venimos cada domingo en promedio unas 10 personas. Algunos venimos con nuestros hijos. El que nos consiguió el espacio fue Germán —dice señalando a su compañero de cancha—, que trabaja en el Colegio Mayor de Cundinamarca —comenta Luis Martínez. ―Sí, claro. Resulta que como esa universidad queda muy cerca y hace un tiempo las instituciones del sector hicieron un convenio para préstamo de espacios, entonces pudimos acceder a este escenario. Llevamos dos años y medio viniendo acá a jugar —cuenta Germán Toro.

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Directo Bogotá (DB): ¿Cómo retomaron el juego? ¿Hace cuánto se reúnen? Germán Toro (GM): Yo regresé al hockey después de unos ocho años de receso. Volví por mi hijo, al que le dio por jugarlo. Entonces regresé al Parque Nacional y me encontré con Luis y otros veteranos, y me contaron que venían jugando desde hacía un par de años. En vista de que era tan complicado el espacio porque allá toca pagar, yo conseguí esta cancha y nos vemos los domingos. Luis Martínez (LM): Yo siempre he estado vinculado el hockey, no he tenido recesos como Germán. Empecé a jugar como en 1976. Recuerdo que trabajaba por la 7ª con calle 45 y a la hora de almuerzo salía a caminar y jugaba banquitas con un grupo de mecánicos y obreros. Una vez, cuando llegué los equipos ya estaban completos y ese día me fui a la pista del Parque Nacional y le pedí prestados los patines a un muchacho; eran de esos patines de correa y de extensión. El sábado siguiente compré mis patines en la Casa Olímpica. Y ahí empezó la fiebre, yo iba y jugaba fútbol en patines, a la lleva, bailaba música disco, me invitaban a inaugurar almacenes y hacer piruetas… luego me metí en el patinaje artístico y aprendí bastante.

vez jugamos en el Coliseo de Ferias, por Corferias —eso fue como en 1968— y de repente me pasaron la pelota y yo quieto, y me volvieron a hacer pase ¡y yo no la veía porque me había quitado las gafas! Otra vez en Girardot me puse anteojos y me los amarré con un cauchito en la parte de atrás para que no se me cayeran. Pero no contaba con el clima. Con el sudor, los lentes se me empañaban ¡y tampoco veía un carajo! LM: ¡Oiga! Recuerdo que había un jugador que venía en su carro fúnebre, ¡dejaba el muerto por ahí mientras jugaba! AB: ¡Molano! ¡Molano! Yo a él le compré mis primeros patines de hockey. Hernando Molano era propietario de una funeraria y una vez tenía un partido de hockey… y a él le surgió la duda:‘¿Voy al partido, o voy a la funeraria?’. Finalmente, parqueó el carro fúnebre en el parque y jugó su partido (risas).

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Árbitros de hockey en campeonato nacional.

DB: ¿Pertenecen a la Liga de Hockey? Nosotros estamos inscritos en la Liga de Patinaje —que incluye el Hockey—, pero no como jugadores activos, porque no pagamos una anualidad. Pero participamos en torneos que se llaman open. Los organiza la Liga cada dos o tres meses y dentro de esos torneos abrieron la categoría open para darnos la oportunidad a nosotros. DB: ¿Hoy en día dónde encuentran implementos para jugar hockey? LM: En Santa Isabel. Allá se encuentra de todo, de buena calidad y a precios muy económicos: pecheras, coderas, defensas…

El muerto al hoyo… Alberto Baquero, uno de los veteranos que cada domingo juegan en el San Bartolomé, comparte algunas anécdotas. Alberto Baquero (AB): Nosotros siempre jugábamos en el Parque Nacional de día, y una

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Moris,

el pionero •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Maurice Gaitskell Moris es una institución en el hockey, deporte que empezó a practicar a comienzos de los años cincuenta. Apenas dejó de jugar el año pasado, pero no le faltan ganas de volver a los palos. “Este soy yo”, dice señalando una de las noticias que se encuentran en un archivo de artículos publicados en El Tiempo, reunido por su compañero de cancha, Carlos Chardón, el hombre que más duro le ha pegado a una bola de hockey en Colombia. Era tornero. Directo Bogotá (DB): ¿Quién trajo el hockey a Bogotá? Maurice Gaitskell Moris (MGM) : Lo trajo un cura salesiano. El que alcanzó a jugar con él fue el ‘Mono’ Campuzano. Cuando yo entré, el equipo Santafé ya había comenzado con ese cura. DB: ¿Cuáles fueron los primeros equipos? MGM: Santafé, Millonarios, Roller Skate, CIP (Club Independiente de Patinadores). Más adelante entraron Andino y Sastrería Ramos, entre otros. En 1952 surgió Sedalana, uno de los mejores equipos que hubo. Varios jugadores de Sedalana conformaron después el equipo Bel-inox. DB: ¿Recuerda su primer partido y esa época del hockey? MGM: Lo jugué como arquero, con una pechera y una careta de béisbol, en Roller Skate. Comencé a jugar en el Parque España, en la 10ª con calle 26. Allí lo que hacíamos era poner dos avisos de prohibido pasar, uno a cada lado

A sus 80 años, en la jugada.

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de la calle. Me acuerdo que un día estábamos jugando un partido y llegó una buseta y se metió. ¡No le quedó un vidrio! La cogimos a palo… Yo vivía en el barrio Colombia y hubo un bazar en la iglesia, entonces llegaron Santafé y Roller Skate y jugaron un partido ahí en la calle. Nosotros teníamos el grupo de la cuadra: los Duarte, los Torres, Pancho Méndez, Carlos Chardón y yo. Nos la pasábamos jugando pelota. Vimos el partido de hockey ese día y nos entusiasmamos. Eso fue como en octubre de 1950. Entonces, yo salí del colegio en diciembre y me metí a trabajar en la fábrica de cauchos Malaca, para comprarme mi primer par de patines. Eran unos patines Winchester, de uña. Mi primer sueldo fue para eso. Y empezamos todos a aprender a patinar. Yo tenía 15 años. Con mis amigos nos subíamos al cerro a buscar ramas que tuvieran curvatura. Cortábamos las ramas, las poníamos a secar debajo de mi cama y en el barrio había un viejito que tenía una carpintería y él nos aplanaba esa madera. Luego lo forrábamos con esparadrapo y jugábamos con una bola de béisbol también forrada con esparadrapo. Resolvimos armar un equipo de hockey. Yo estudiaba en el Instituto Técnico Central y allá había unos sticks. Estaban allá archivados y ¡me los regalaron! Y fundamos en el barrio el Independiente Colombia. Nos compramos unas pantalonetas, unas camisetas y unas banderitas de Colombia que cosimos a las mangas. *** En 1953, Moris se fue a vivir a Medellín, donde inició el deporte; y en los años siguientes, por motivos de trabajo, vivió en otras ciudades como Pereira y Barranquilla, donde hizo lo propio. Al volver a Bogotá, jugó en El Dorado hasta que en agosto de 2013, Baquero, Luis Martínez y otros compañeros se metieron a un campeonato con la Liga en el Parque Nacional. Entonces él dijo:

"Mmmm, no, ya es distinto. Mi señora está en silla de ruedas; le tengo una enfermera de día y yo soy el enfermero de noche. Así que preferí no competir. Pero sí he tenido ganas de volver".


Esperanza,

23 el monstruo

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Testimonio

Texto: Helena María Murcia Calle helenitam.calle@gmail.com

A veces, el enemigo está más cerca de lo que pensamos. En este relato testimonial, la autora cuenta su experiencia de niña víctima de la violencia física por parte de la persona de quien menos se sospechaba: su niñera. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••

Esperanza, es usted una gran hijueputa. Y esa palabrita se la aprendí temprano. Han pasado más de 10 años desde que me atormentó con sus golpes sin razón y aún no la puedo perdonar. Después tres psicólogos pediátricos, una demanda por daños y prejuicios, no pocas lágrimas, una autoestima hecha trizas y dos cicatrices en los pies de aquella vez que se me paró encima con sus tacones de aguja, no la puedo perdonar. Y esto, aunque usted sea la gran maltratadora, es mi culpa por lo poco que usted habló y lo mucho que yo callé. Recuerdo el momento en el que llegó a trabajar como mi nana. Mi mamá y yo estábamos acostadas en la cama y usted irrumpió: “Señora, ¿se le ofrece algo?”. Su nombre —Esperanza— se me antojaba delicioso. Con sabor a helado de limón y de color verde, amigable. La mandaron a hacerme comida y a mí, a acompañarla para ‘conocernos mejor’. Al saludarla, me dio un calvazo que me botó al piso de cara. Desconcertada, usted me pellizcó y me miró con esos ojos demasiado angostos para su masiva cara roja y me respondió en silencio lo que yo nunca había preguntado: “Porque sí. Porque puedo. Porque yo soy la grande, la que manda”. Después de ese primer encuentro con su mano conocería su pie, la

suela de sus chanclas, el palo de la escoba y siempre regresaría al bienamado suelo que me recibía con bravura, recogía mis lágrimas y no me juzgaba por estar indefensa, por temer. Cuando llegaba al colegio con las orejas moradas, galardones de sus brutales palizas, mentía diciendo que me había golpeado contra los juegos o que me había quedado atascada en la telaraña, que era una cuadrícula hecha con cabuya. Las psicólogas me tildaban de introvertida, temerosa, solitaria y llorona. Me la pasaba pegada a la profesora o leyendo libros para niños en un rincón deseando no volver nunca a casa y revolcarme en libros, tierra y soledad hasta que fuera la hora de dormir. Alguna vez recé para que usted se fuera, se muriera, desapareciera. Pero seguía ahí. Entendí que la fe no es suficiente. Dios está de vacaciones, y se ríe a pulmón herido de los que empapan de lágrimas los pies de una estatua en vez de acudir a la acción. Tan maltratada y desmoralizada estaba, que citaron a mi mamá varias veces porque sospechaban que era ella la maltratadora. ¿Cómo iba a ser ella si trabajaba en el día? El mal juicio nunca entiende de razones, mucho menos de sentido común. Hasta la Policía llegó a involucrarse, y mi mamá, sin saber qué pasaba, quedaba desconcertada ante cada nuevo morado en mi cuerpo, ante cada pregunta. Yo permanecía leal ante las amenazas crueles que me usted me hacía. Leal a su violencia, nunca hablé. No dije nada durante dos años. Cada vez que me pasaba las manos por el cuerpo ―al que empecé a temer, pues el tacto estaba asociado con el dolor― evocaba su aliento caliente sobre mi cara diciendo: “¡Y

cuidadito le dice a su mamá, porque si no…!”, mientras me apretaba los cachetes con sus manos grandes, callosas y ásperas, y sus uñas largas pintadas de lila.


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Cómaselo Cómaselo Cómaselo Cómaselo

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De las golpizas más brutales tengo vagos dibujos. Son solo imágenes, además, porque siempre me golpeó en silencio. Sin causas y sin explicaciones. Tempestuosa y pesada, usted entraba en la habitación con ese caminar apretado, rápido, como si no aguantara las ganas. Yo me escurría en mí misma y rogaba porque todo terminara pronto. Sin gritos, sin lágrimas, sin dignidad. Recuerdo alguna vez que me oriné en los calzones, cosa común para una niña de cinco años, y estaba sentada en el corredor. Sentí que casi me arrancaban el cuero cabelludo mientras veía los árboles en la ventana crecer desde el cielo, mis pies colgando para arriba y el techo de la casa moverse hacia la derecha. Luego el golpe después del vuelo y nada más. Ni siquiera me limpió ni me dejó intentarlo. Esperó a que se me quemara la cola para golpearme ahí, donde sabía que dolía. Nada más. De otras salvajadas recuerdo golpes con el palo de la escoba mientras estaba leyendo o haciendo tareas; pellizcos disimulados cuando mi mamá preguntaba si me había ido bien o de dónde sacaba los moretones que estrenaba a diario; duchas con agua helada como castigo y estrellones ocasionales contra la mesa. Cuando la olla se destapó usted, cínica, lo negó todo. Me envalentoné y un domingo dije:

‘Mamá, Esperanza es una hijueputa. Me hizo comer el vómito que vomité sobre la comida’. No me creyó al principio. Entiéndala, es difícil imaginar la crueldad de la escena: su golpe fatal venido de la nada, causado supuestamente por mí, por estar ‘englobada’ (lo curioso es que sí estaba, en efecto, pensando en globos aerostáticos). Caer a la realidad y aterrizar en la garganta, sobre esa textura arenosa tan desagradable. Enseguida, el vómito, culpable, que salió de mi boca para caer sobre el arroz con pollo. Luego, la atrocidad de su sugerencia, la misma que tengo grabada en la mente como un disco rayado.

“Cómaselo”. Las lágrimas rodando por mi cara: “Cómaselo”. El nuevo vómito formándose, presto a salir para avergonzarme de nuevo: “Cómaselo”. El temblor de la mano que agarraba el tenedor bajo su mirada: “Cómaselo”.

Y me lo comí. Después de eso todo salió a la luz, con tan mala suerte que usted estaba embarazada y la ley impide los despidos en este estado. Más rabia. Mi mamá le siguió pagando hasta que la ley lo dictaminó en el caso que le abrieron por daños y maltrato infantil. Tras de sí, usted dejó una niña temerosa, descreída, solitaria y una mamá confundida por tener que ir a trabajar y dejarme en casa. O proveer o vigilar, o las dos. Nietzsche decía: “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Por mucho tiempo caminé con miedo de yonosequé hasta que, años después, nos vimos por casualidad en la Fundación Santafé. Yo acompañaba a mi mamá a una cita médica y usted llevó a su niño de cinco años a una consulta. Al ver al hijo suyo directamente en ese par de ojos negros bajo el esparadrapo pegado sobre la ceja, comprendimos los dos que nos entendíamos. Éramos cómplices por víctimas, pero él estaría condenado a ese infierno por siempre. Nunca se hizo justicia y espero que él, quien ahora tendrá casi 18 años esté lejos, muy lejos de usted. Ese miedo que le mencionaba, el yonosequé es ―ahora lo entiendo― pavor a parecerme en lo mínimo a usted: irracional, violenta, inculta, descuidada y mentirosa. Después de confesar sus fechorías me juré perseguir siempre la verdad. Me acerqué al mundo como un animal que estrena su libertad, que bate sus alas por primera vez para estrellarse con mil obstáculos, sin dejar de aletear jamás. Entendí que libertad es la ausencia del miedo en la voz. Por eso, le agradezco. Aunque me quitó la dignidad de niña, me regaló una nueva: la de mujer. La que guardé hasta que fue hora de relucirla. Con la que me visto todos los días, mi refugio, mi tesoro mejor guardado. Aprendí que la lectura es la mejor versión de la realidad. Aprendí que los golpes se reciben sin lágrimas y sin devolverlos. Aprendí a seguir caminando a pesar del miedo. Aprendí que los chichones no bajan con agua tibia y ―muy importante― aprendí a decir hijueputa con cierta sabrosura. Porque detrás de esa palabra siempre está usted, inevitablemente, recordándome que soy fuerte.


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Ilustraci贸n: Erika Aparicio


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Colectivo

Edificio de la Facultad de Artes, Pontificia Universidad Javeriana. Foto: Andrés Palpati

Los jardines

colgantes de Bogotá Los jardines verticales, además de adornar las fachadas monótonas de la ciudad, purifican el aire, aíslan el sonido, refrescan los edificios y, ocasionalmente, dan hogar a los pájaros. Directo Bogotá salió en busca de estos proyectos ‘verdes’ que se popularizan cada vez más con la intención de que la ciudad reverdezca.

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Reverdeciendo el colegio Texto y fotos: Angie Paola Sierra an.sierraavila@hotmail.com

Lugar: Colegio Distrital Manuela Beltrán Dirección: Avenida Caracas con calle 57 Sector: Chapinero

‘Reverdeciendo el Colegio’ es un proyecto que nació en 2009 para celebrar los 100 años del Colegio Manuela Beltrán. Comenzó cuando los estudiantes sembraron en botellas plásticas recicladas, en las cuales germinaron semillas de todo tipo. De la mano de los profesores de ciencias naturales, presentaron un proyecto a la Alcaldía de Teusaquillo para hacer un jardín vertical, el cual fue aprobado y financiado por el Comité Ambiental Local. “Plantaron

eugenias, azaleas y helechos en materas alrededor de toda la estructura y desde abril de 2014 se puede disfrutar del primer muro”, dice Doris Stella Vergara, rectora del colegio. Los implementos usados para la elaboración del jardín son 100 % naturales y renovables. Su
estructura de soporte es fácilmente
desarmable y reutilizable. Se adapta a las condiciones climáticas para asegurar un crecimiento continuo de las matas y requiere poco mantenimiento. Además de proteger y embellecer el edificio, aísla sonidos y vibraciones. Después de la instalación de los nuevos jardines verticales, y con el fin de que los vecinos hicieran parte del proyecto, se dictaron talleres gratuitos en las instalaciones del colegio para quienes quisieran hacer estos jardines en sus casas. En julio de este año, se inauguró el segundo muro vertical —ubicado en la calle 58— con el mismo sistema. El proyecto también se ha extendido fuera de las instalaciones, con la siembra de 3.600 árboles en los cerros orientales por medio de la técnica japonesa llamada nendo dango, que consiste en hacer bolas de arcilla mezcladas con semillas. Una labor ecológica digna de la centenaria institución.

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Al verde vivo Texto y fotos: Natalia Carvajal G. natalia_carvajal@hotmail.com}

Lugar: Edificio Teleport Business Park Dirección: Calle 112 con carrera 7ª Sector: Usaquén

Con 250 metros cuadrados de vegetación, se alza uno de los jardines más anchos de Bogotá, en el costado sur del edificio Teleport Business Park. Esta construcción ecológica llama la atención por la belleza de las plantas agrupadas de manera simétrica en cubículos de 45 centímetros de ancho por 10 centímetros de alto. La firma encargada de darle vida a este jardín fue Ecoltehado, empresa especializada en proyectos de ingeniería ambiental que reducen los niveles de monóxido de carbono y ayudan a bajar la temperatura interna de los edificios de manera natural, sin necesidad de gastar más dinero ni energía en ventilación. El muro fue construido en 2013 y se compone de 4.000 módulos canguru, que son recipientes plásticos para la siembra de las plantas, de fácil mantenimiento. Así, 12.000 plantas de ocho especies diferentes se alzan para embellecer el espacio público, aislar el edifico acústicamente y reciclar 3.600 kilos de plástico.

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Una huerta entre vidrio Texto y fotos: Andrés Palpati apalpati@javeriana.edu.co

Lugar: Escuela Colombiana de Carreras Industriales (ECCI) Dirección: Carrera 20 # 51-17 Sector: Galerías Bogotá es paisaje de concreto, vigas, construcciones y polvo gris, y en la bulliciosa calle 53 solemnemente se yergue la sede P de la Escuela Colombiana de Carreras Industriales (ECCI). Queriendo mejorar la calidad de vida de sus estudiantes, la institución incursionó en las biotecnologías para optimizar recursos como el agua y la luz. El jardín consiste en hileras de plantas que descienden por la fachada, y aunque frondosas, no obstaculizan la visibilidad interna del edificio cuyos amplios ventanales dejan entrar la luz a los salones de clase. Precisamente, el objetivo es limpiar el aire y obstruir la llegada de sonido. Es como si las plantas se enredaran en la fachada y pudieran tocar el cielo.

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Piel natural para Bogotá Texto y fotos: Theo González tgc_777@hotmail.com

Lugar: Secretaría Distrital de Ambiente Dirección: Avenida Caracas con calle 54 Sector: Chapinero

“Introducir a Bogotá en 120 metros cuadrados no fue una tarea fácil”, dice entre risas Natalia Giraldo, mientras señala el jardín vertical sobre el costado izquierdo de la fachada de la Secretaria de Ambiente. Su diseño, que representa una panorámica de la ciudad de Bogotá, lleva cuatro meses instalado. Además, ya cuenta con varios nidos de pájaros que han llegado hasta allí en busca de aire puro y seguridad para sus pichones. Natalia es la profesional de apoyo de la Subdirección de Ecourbanismo y Gestión Ambiental Empresarial de la Secretaria de Ambiente y ha sido una de las encargadas del proceso de instalación y cuidado de este espacio verde que irrumpió en el paisaje urbano en junio de 2014, luego de cinco años de estudios. La Secretaría de Ambiente cambió de sede en 2009, y en el Acuerdo 418 de ese entonces se planteó que el nuevo edifico contaría con una fachada verde. “Cuando llegamos, ya estaban

diseñados los techos verdes. Sin embargo, la instalación del jardín fue todo un reto porque la fachada del edificio es de mármol y no puede sufrir modificaciones por cuestiones de garantía. Por ello nos decidimos por una estructura autoportante para este proyecto”. Y precisamente esa estructura es la que le da solidez al jardín, que cuenta con una base, una malla, la capa de impermeabilización y, finalmente, los bolsillos que contienen las cerca de 10 especies de plantas. En la base está el sistema de riego que trae el agua lluvia recolectada por medio de las terrazas y los techos verdes que se encuentran dentro del edificio de la Secretaría, y que nutren a las plantas y flores incrustadas en los bolsillos. Así, cada dos días, a las 5:00 de la mañana y a las 5:00 de la tarde en punto, se abren las llaves que dan vida a este jardín.

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Un gigante verde Texto y fotos: Alexandra Pineda alepinedab@gmail.com

Lugar: Hotel B3 Dirección: Carrera 15 # 88-36 Sector: El Virrey Más de 25.000 plantas, de 55 especies, forman parte del ecosistema que decora la fachada principal de esta estructura de 400 metros cuadrados, uno de los muros verdes más grandes de Suramérica. Las plantas fueron seleccionadas luego de un riguroso estudio, ya que no todas logran ‘dialogar’ de la misma forma, según el principio del paisajismo urbano. Gracias a la intensidad de sus colores, captura la atención de los transeúntes de la carrera 15. El diseño, construcción y mantenimiento de este muro estuvo a cargo de la empresa colombiana Groncol, junto con la empresa española Paisajismo Urbano, líder mundial en construcción de jardines verticales. Pero ¿cómo se mantiene esta fachada en medio de la contaminación de la ciudad? El equipo de Paisajismo Urbano diseñó un sistema de riego hidropónico en el cual el agua es el elemento central; esta se mezcla con los nutrientes que necesitan las plantas, haciendo innecesario el uso de la tierra y permitiéndoles crecer de manera vertical. Por otra parte, se eligieron especies que podrán durar 20 o 25 años, ya sean nativas o adaptadas al entorno de contaminación y radiación de la zona. •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

25.000 55 400

plantas especies metros cuadrados de jardín 31


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Arte que florece Texto y fotos: Lizeth Mosquera lizmosvel@gmail.com

Lugar: Teatro Libre de Chapinero Dirección: Calle 62 # 9-65 Sector: Chapinero Lo que antes era una pared rayada, orinada y oscura del edificio del Teatro Libre de Chapinero, se convirtió en un jardín vertical de 36 metros cuadrados, con aproximadamente 800 plantas, como helechos, pinchonas, deditos de bebé y repollas, gracias a la iniciativa de Bernardo Villa, técnico en sistemas y Camilo Borda, abogado. Estos jóvenes se arriesgaron a crear este espacio como una opción amigable con el medioambiente, que decora la puerta de salida de los artistas del teatro de Chapinero, fundado hace 41 años. El proyecto fue acordado con el Teatro Libre, que aportó la materia prima, mientras los jardineros empíricos regalaron su tiempo y mano de obra: diez días con jornadas hasta las 2:00 de la mañana. Una vez finalizado el jardín, sus creadores decidieron bautizarlo con el nombre de “verde vibo”. Se inauguró a principios de septiembre de 2014, un día antes de la apertura del Festival Internacional de Jazz de Bogotá, refrescando la imagen del tradicional teatro.

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El Voto por

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la reconciliación

Patrimonio

proyecto de ley que se debate en el Congreso. Es un templo construido al

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Este voto no será obligatorio en las próximas elecciones, como reza el término de la guerra de los Mil Días con el fin de desarmar los espíritus. Más de cien años después, y cuando el país adelanta un proceso de paz, comenzó la restauración de la emblemática iglesia de la localidad de Los Mártires, frecuentada por habitantes de calle desplazados del Bronx con quienes el párroco, Darío Echeverry, adelanta una labor de reintegración social.

Texto y fotos: Santiago Triana Sánchez santiago.triana@hotmail.com


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Los domingos asisten a misa entre

40 50 y

parroquianos ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

El padre Echeverry con uno de sus feligreses.

Antes de empezar la misa, el padre Darío Echeverry —que lleva nueve años al frente de la iglesia del Voto Nacional— se dirige afanado al último muro del templo, detrás de la imponente figura del Sagrado Corazón de Jesús, de unos seis metros de altura, y se cambia el impecable cleriman negro por su atuendo de celebración. Al terminar, lo buscan mínimo diez personas. A veces se le acercan uno o dos habitantes de calle, de los que vienen del Bronx, y que van a pedirle dinero. A veces, mete su mano al bolsillo y les da unas monedas. Si es así, chocan los puños; si no, se van rezongando. Las puertas de la iglesia se abren a las 7:00 de la mañana de lunes a viernes, y la misa comienza a las 7:30. Los domingos, la misa de la mañana es a las 9:30, y los fieles se dejan ver allí a partir de las 9:00. No se sientan más de tres o cuatro personas en cada banca, del centenar que hay. El número de asistentes oscila entre 25 y 30 personas en una misa normal, y los domingos pueden ser 40 o 50 los fieles, entre los que se encuentran monjas, mujeres mayores, jóvenes, trabajadores del sector e indigentes.

Otro centro de memoria La iglesia del Voto Nacional fácilmente podría ser un centro de memoria histórica. De hecho, cuando esta entidad se creó, el padre Echeverry ofreció el templo como sede. Y ¿por qué no? Los habitantes del Bronx también son víctimas y la iglesia está ubicada en la plaza de Los Mártires, antigua Huerta de Jaime, donde Pablo Morillo mandó a fusilar a los héroes de la Independencia, como Policarpa Salavarrieta, Camilo Torres y Francisco José de Caldas.

“Qué bonito hubiera sido; yo ofrecí este templo para que aquí se hiciera ese centro de las víctimas de ayer, de las víctimas de hoy, y el lugar de oración para que no haya víctimas de mañana”, dice el padre Echeverry. Víctimas también fueron y son los indígenas, que celebran los domingos la Santa Misa, a la que le aportan su música y su corazón. Tan entrañable es esta ceremonia, que el embajador de España, Nicolás Martín Cinto, decidió casarse en el Voto Nacional en 2013. El diplomático no quería obispos, pero sí música andina, y por eso los indígenas hicieron la ceremonia. Al final, el embajador se abrazó con ellos en un gesto simbólico de reconciliación. El padre Echeverry dice que los indígenas —en su mayoría ecuatorianos— son quienes ahora lo evangelizan a él, por la manera en que sienten la fe y la transmiten en la misa de la única iglesia del país donde los indígenas la cantan, comentan, celebran y solemnizan.

Los frescos del templo, de Ricardo Acevedo Bernal.

Hace algunos años, surgió la idea de hacer una marcha en contra de las FARC. “Yo no quiero a las FARC, pero yo quiero la paz”, dice el padre, y propuso celebrar una misa a favor de la paz. El templo se llenó como nunca. Hasta la última banca estuvo ocupada por gente de todas las vertientes ideológicas, agrupada bajo la consiga única de la paz. Una vez más se confirmó al Voto Nacional como un centro de reconciliación y de memoria.

Los fieles del Bronx Reconciliación y memoria no se limitan a temas políticos y de conflicto armado, también se palpan en el trato del padre Echeverry con los habitantes del Bronx, a quienes da amistad y cariño, además de un plato de comida,

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especialmente los domingos. Asimismo, encabeza un programa que, con apoyo de la Universidad de Los Andes y de la Fundación Mártires-Voto Nacional, trata de unir a las madres cabeza de hogar del sector. Sin embargo, la gente ha tenido dificultades para asociarse en grupos cooperativos, o de economía solidaria, indispensable para la marcha del proyecto, debido a la alta conflictividad. Estas situaciones son comprensibles donde hasta 15 familias comparten una casa con un solo baño. Familias que están conformadas por un hombre —que no necesariamente es el papá—, una mujer —la mamá— y cuatro o cinco niños. A pesar del panorama, el padre Echeverry dice que no acepta el fracaso, y que siempre está dispuesto a empezar. La iglesia se encuentra a escasas dos cuadras del llamado Bronx, donde campea el delito a pesar de tener en el vecindario al Batallón de Reclutamiento del Ejército. Desde hace muchos años, la indigencia y la miseria se apoderaron de la plaza de Los Mártires y, por ende, del atrio de la iglesia, cuyo aspecto es cada día más lamentable por la cantidad de basura y desechos que se acumulan alrededor, la sobrepoblación de palomas y el olor a orina que impregna el ambiente. Y volviendo a las víctimas, no olvidemos que el 7 de agosto de 2002, día de la posesión del presidente Álvaro Uribe Vélez, a las tres de la tarde, las FARC le dieron la bienvenida con dos rockets en la Casa de Nariño. El primero impactó en Palacio; el segundo se desvió y fue a parar al Cartucho, donde murieron 19 personas, la mayoría indigentes, y hubo decenas de heridos. Las exequias de los desaparecidos fueron en la iglesia del Voto Nacional, donde se vieron escenas desgarradoras. Este episodio lo recuerda conmovido el padre Darío, tanto como la vez en que el templo se vio amenazado por la pobreza extrema. Una noche, el hijo de la señora que le ayuda con los oficios de la casa cural, se levantó después de escuchar un fuerte estruendo. Corriendo, fue a su habitación para decirle que se había caído un pedazo grande del techo. El descuido de tantos años empezaba a pasar factura de cobro. Y pagar esa factura es lo que se busca con el proceso de restauración que empezó en septiembre de 2014.

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* 5.000 Intervención de

metros cuadrados y

600 muebles

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Placa del 18 de mayo de 1902, bajo el gobierno de Marroquín.

Restauración “faraónica” A finales de junio de 2014, el Distrito anunció que iba a intervenir la iglesia del Voto Nacional porque, a pesar de pertenecer a la Arquidiócesis de Bogotá, su revitalización era obligada para la Alcaldía, dada la importancia histórica del templo. El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural sería el encargado de dirigir la intervención. El Consorcio Voto Nacional, ganador del concurso público, determinó que había que intervenir con urgencia la iglesia por el estado de gravedad que presentan varios puntos de la edificación, así como las esculturas de santos ubicadas sobre el techo de la fachada. A simple vista parecen en buen estado, pero se encuentran desintegradas en algunas de sus partes, además de servir de hogar a las palomas. Para reparar las esculturas, en primer lugar hay que protegerlas con una rejilla para evitar más afecciones, y hacerle a cada una un molde en silicona para que, en caso de que el daño avance, no se pierda en su totalidad. Antonio Mas-Guindal, arquitecto español experto en estructuras antiguas, determinó más problemas, aparte de los advertidos por el consorcio: la fachada y la contrafachada del edificio están sueltas, lo cual, en condiciones normales, no tendría muchos

problemas, pero podría tener consecuencias en caso de un sismo. Además, la fachada tiene también una fractura que, según María Eugenia Martínez, directora del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, no es tan grave, pero se debe curar con mortero de cal. Ambos conceptos —el del consorcio y el de Mas-Guindal— fueron presentados al Instituto Distrital de Gestión del Riesgo y Cambio Climático (antiguo FOPAE), que dio al Instituto de Patrimonio Cultural la orden de intervenir el templo. A pesar de que el trabajo del Instituto de Patrimonio es fijar la fachada al resto del edificio, no quiere terminar allí la labor; también va a someterla a una profunda limpieza. Según Martínez, con el andamio dispuesto, y los permisos especiales, se aprovechará para limpiar los vitrales. Además, la plaza de Los Mártires se va a incluir en la restauración, debido a su estado de abandono, si bien en el año 2008 el Ministerio de Cultura realizó esta labor de limpieza y restauró el obelisco erigido en 1880, como se registró en esta revista (“La esperanza de Los Mártires": http://issuu.com/ directobogota/docs/_21/15). María Eugenia Martínez define como “faraónica” la restauración de esta basílica y la compara con la de la plaza de Santamaría, que también tiene una estructura de más de 80 años a la que nunca se le hizo un mantenimiento adecuado, ni trabajos de limpieza efectivos —como retirar elementos biológicos—, ni revisión de fracturas estructurales. En la Iglesia del Voto se habla de cerca de 5.000 metros cuadrados; en la Santamaría, de 14.000. La torre posterior de la iglesia, notable por su altura, también hará parte del proyecto de restauración. En ella se pondrán vidrios con los colores de la bandera nacional, un detalle que tuvo la iglesia en otros tiempos, y también se instalará un faro, cuyo reflejo podrá ser visto desde diferentes puntos del centro de la ciudad y que servirá para la seguridad del sector.

El valor del Voto En el proceso de restauración, se intervendrán cerca de 600 bienes muebles que alberga el templo, y que son parte fundamental de su

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arquitectura, “un poco ecléctica en todo su de-

corado, pero que es parte también de su valor y de sus características”, dice Alberto Escovar, arquitecto e historiador. Para él, la construcción no separó arquitectura de decoración, contrario a lo que sucede con los arquitectos modernos, que por lo general terminan el edificio y luego llaman a los decoradores para que hagan su trabajo. Considera muy probable que Ricardo Acevedo Bernal, pintor encargado de los frescos del cielo del templo, haya participado también en la construcción de la iglesia, de la misma forma que los Ramelli, encargados de la decoración del templo. Este es uno de los rasgos más notables de su arquitectura, ya que si se retiran las pinturas, los yesos, los mármoles y demás elementos artísticos, el templo perdería gran parte de su significado. Además, la fachada del templo refleja la colombianidad, en el sentido de agrupar muchas vertientes arquitectónicas (cosa que ofende a los arquitectos más tradicionales), creando una especie de mestizaje, palabra ligada profundamente a la cultura nacional.

Un sector herido Contrario a lo que afirma el padre Echeverry, Escovar dice que el entorno de la iglesia del Voto Nacional nunca fue privilegiado. Desde siempre este sector ha sido una especie de puerto seco de Bogotá, dominado por el comercio de la zona, donde llegaban y siguen llegando personas de todas las regiones del país, con las que también llegaron la prostitución, la drogadicción y la inseguridad. Por otra parte, dos obras condenaron al Voto Nacional: la construcción de la avenida Caracas (sobre la línea del ferrocarril), en los años treinta, y la de la carrera 10ª, en los cincuenta, imponentes avenidas que desarticularon el sector y le dejaron una herida que hasta el día de hoy no se ha podido sanar. A pesar de que, en apariencia, la restauración del templo le daría un nuevo aire al sector, Alberto Escovar se declara escéptico y cita a Nicolás Gómez Dávila, quien decía en uno de sus escolios (aforismos): “El error de los restauradores es pensar que cuando restauran un edificio le están restaurando el alma”.

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* 109 veces se repite la palabra paz en este templo

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Con la iglesia del Voto pasa lo mismo que pasa con el país: está en medio del caos, de la violencia, del delito. Sin embargo, han surgido voluntades encaminadas a componer un poco ambos escenarios: el primero, la basílica, que se está cayendo a pedazos; y el segundo, el país, que también está tratando de recuperar los pedazos perdidos en el conflicto para encontrar la paz. Por ello cobran mayor sentido las 109 veces que la palabra paz se repite en frisos, ventanas y enrejados de la iglesia.

La historia “sangrante” El origen de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús o Iglesia del Voto Nacional se remonta a la guerra de los Mil días, que comenzó el 18 de octubre de 1899. Bernardo Herrera Restrepo, arzobispo de Bogotá, le pidió al presidente conservador José Manuel Marroquín construir un templo para rendir homenaje al Sagrado Corazón de Jesús, debido a que el 11 de junio de 1899, el papa León XIII había consagrado el género humano al Sagrado Corazón. Que era deber de la nación hacer todo lo posible para lograr la reconciliación entre los colombianos fue el argumento del presidente José Manuel Marroquín, quien apoyó la

construcción del templo de estilo neoclásico. Diseñado por el arquitecto Julio Lombana, se levantó en un terreno donado por Rosa Calvo Cabrera, bogotana eminente de la época, donde antes había una capilla. Allí, en la carrera 15, entre las hoy calles 10ª y 11, se empezó la construcción de la iglesia, luego de un acuerdo entre el Arzobispo de la época, el presidente Marroquín y de las regiones –provincias eclesiásticas, en palabras del padre Echeverry– del país. La Guerra terminó en 1902, cuando el templo apenas empezaba a tomar altura. En 1916, por fin, estuvo listo. Recién construido, la asistencia de fieles a la misa era notable. Sin embargo, desde la década de 1930 comenzó la decadencia del sector, que alejó a los fieles de toda la ciudad. Al entrar, parece que el peso histórico del templo se volcara sobre el visitante. Las naves laterales están formadas por 16 capillas, ocho de cada lado, cada una de ellas con los nombres de los departamentos de Colombia, que en el momento de construcción hicieron el Voto Nacional por la paz. Y la capilla inmediata al altar, a mano derecha, es de la Policía Nacional, lo que da cuenta del matrimonio que existía entre el Estado y la Iglesia Católica.


Colegios de

39 corte europeo

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Patrimonio

Texto: Jesús Mesa jesusmesa92@gmail.com Fotos: archivos particulares

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Este año, tres reconocidos colegios de Bogotá celebraron 100, 80 y 65 años: el Gimnasio Moderno, el Liceo Francés y el Helvetia, los dos últimos de origen extranjero, por los que han pasado hasta cuatro generaciones. Directo Bogotá recorrió cada uno de ellos para rastrear sus orígenes y sus modelos pedagógicos, además de sus patrimoniales sedes. Fotos cortesía del Gimnasio Moderno

Arriba: La segunda y actual sede en el barrio El Nogal. Abajo: Formación en la primera sede de la Casa de los Torreones.

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Gimnasio centenarista

Hace 100 años, el Gimnasio Moderno transformó la historia de la educación en Colombia con su visión humanista y tolerante, en contraste con el autoritarismo y la severidad de la educación clerical de la época. La primera sede estaba ubicada en la casa de los Torreones en el barrio Chapinero y, la segunda —que sigue siendo la casa del colegio—, fue construida en 1918 en el barrio el Nogal y declarada Monumento Nacional en 1985. Con la conmemoración de los primeros 100 años de la Independencia, en 1910, surgió la Generación del Centenario —de la que hicieron parte jóvenes como Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos— que finalmente fue la que modernizó al país. Agustín Nieto Caballero era un cachaco que había estudiado derecho, sociología y pedagogía en el exterior. Impregnado de las teorías educativas que eran tendencia en Europa, llegó a Colombia a cambiar el modelo educativo del país, regido por la Iglesia. Para ese entonces, la educación equivalía a la imposición de un conocimiento dogmático en las ciencias, las matemáticas, las lenguas, la filosofía y la moral. La influencia de los maestros en los alumnos era más la de un dictador que la de un guía, por lo que la empresa de Nieto Caballero encontró tantos obstáculos burocráticos como enemigos, ya que hasta Marco Fidel Suárez, exministro de Instrucción Pública, lo tildó de “vendedor de material pedagógico”. Entonces, lo favoreció encontrarse con Tomás y José María Samper Brush, bogotanos adinerados que habían impulsado la industria cementera y que con sus ideas liberales creyeron en el proyecto y lo patrocinaron. Lo que distinguió al Gimnasio Moderno de los demás colegios de la época fueron los dos

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* 100

años han salido más de

3.000 bachilleres

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Arriba: Clase de anatomía, 1950. En el medio: Don Agustín, en el centro, y Tomás Rueda Vargas, derecha. Abajo: Izada de bandera en los años 40.

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métodos educativos que Nieto Caballero importó de Europa: el Montessori, basado en las teorías educativas de la italiana María Montessori, consistente en adaptar el contexto de aprendizaje al grado de desarrollo de los niños, haciendo hincapié en la actividad del alumno y no en la del maestro; y el método del pedagogo belga Ovide Decroly, quien lideró la corriente de la “escuela nueva”, para motivar la búsqueda científica con una apertura a la crítica y a las preguntas. ¿Por qué Gimnasio y no colegio? Santiago Espinosa, profesor, exalumno y encargado del proyecto “Vuelo al Bicentenario”, responde:

“En el Gimnasio, como en la antigua Grecia, se piensa que al mismo tiempo se cultivan mente, cuerpo y espíritu. Era un colegio abierto, tolerante con las religiones, sin posiciones ideológicas, que creía que la educación no consistía en un maestro que inspirara miedo, y que cultivaba la mente de sus alumnos con actividades que jamás se habían hecho en Colombia, como las salidas pedagógicas, los deportes —parte fundamental de la formación— y las excursiones que permitían a los gimnasianos conocer y enamorarse de Colombia”. La disciplina de confianza ha sido la bandera del colegio por un siglo. En palabras de Espinosa,

“es la capacidad de hacer las cosas no por obligación, sino porque así es que deben ser. Es una relación de mutua confianza entre el maestro y el estudiante”. El Gimnasio que educaba y no instruía, fue ganando adeptos y cada vez contaba con más estudiantes, hasta el punto de tener alrededor de 1.000 corriendo por su campus hoy en día. En cien años ha graduado a más de 3.000 bachilleres y más de 5.000 estudiantes varones han pasado por sus aulas. En El Aguilucho, la revista del colegio, vieron la luz los primeros escritos de Daniel Samper Pizano; los hermanos Lucas y Eduardo Caballero Calderón; Guillermo Cano y Ricardo Silva Romero. Además de afamados periodistas, el Moderno ha graduado a científicos como Rodolfo Llinás; presidentes como Ernesto Samper y Alfonso López Michelsen; ministros como Rafael Pardo; futbolistas como Eduardo Pimentel e incluso en sus canchas se formó uno de los equipos más populares del país: el Independiente Santafé. Sin embargo, el Moderno en los últimos años no le hizo caso a su nombre y estuvo por varios años resistiéndose al cambio. El bilingüismo y las pruebas de Estado fueron temas de preocupación de exalumnos y allegados al colegio, que veían cómo los colegios bilingües los sobrepasaban año tras año. Juan Sebastián Hoyos, vicerrector, dice que el Moderno “está en

camino a volverse bilingüe; queremos además volver a estar en los primeros puestos del país. Se ha trabajado mucho en los últimos dos años y todavía falta”.


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La revolución lejos de París

El Liceo Francés Louis Pasteur de Bogotá celebró este año su cumpleaños número 80 y desde sus inicios ha sido estratégico para la integración entre la cultura francesa y la colombiana. Miembro de la Agencia para la Enseñanza Francesa en el Extranjero (AEFE), que maneja 483 colegios franceses en el mundo, el Liceo se ha posicionado como uno de los más importantes de América Latina. Y aunque no conviene generalizar, hay una tendencia en quienes pasaron por el Francés: su terquedad, entendida como no tragar entero, cuestionar e indagar cualquier cosa, por obvia que sea. Es una marca de identidad de los alumnos del Francés.

Formación de los niños en la primera sede del barrio Las Nieves.

Por sus aulas han pasado políticos de la talla de Íngrid Betancourt y Antanas Mockus, y hombres de negocios, como el presidente de Aviatur, Jean Claude Bessudo; periodistas como Alejandro Santos, director de la revista Semana, y actrices como Alejandra Azcárate, Manuela González y Martina García. En 1930, con la presidencia de Enrique Olaya Herrera se dio por terminada la Hegemonía Conservadora, que duró 44 años, y los cambios no se hicieron esperar: el gobierno dio la orden de regresar al país a diplomáticos conservadores que llevaban varios años en países como Francia, Bélgica y España. A su llegada, les preocupó la educación de sus hijos, quienes habían empezado sus estudios en colegios europeos. Con el deseo de mantener el método de enseñanza europea para sus hijos, en 1932, varios personajes —entre los que se destacó José de la Vega, exembajador de Colombia en Francia y fundador del periódico conservador El Siglo junto con Laureano Gómez—implantaron un proyecto pedagógico bicultural, bilingüe, laico y mixto, algo que para la época era inconcebible. Fue así como en 1934, y luego de varias disputas con la Iglesia, que incluyeron la petición de permisos a la Curia Metropolitana de Bogotá, se abrieron las puertas del Colegio Francés de Bogotá, ubicado en el barrio de Las Nieves (calle 17 con carrera 5ª), que contó inicialmente con 10 alumnos, entre ellos algunas niñas. Al quedarse pequeñas

Segunda sede en Chapinero.

las instalaciones, en 1936 el colegio se mudó a una quinta del barrio Chapinero, donde permaneció los siguientes once años. El predio, cercano al colegio de las Bethlemitas, estaba en arriendo, pero eso no impidió que el Francés siguiera creciendo y construyera dos pabellones para separar niños y niñas en las primeras clases de bachillerato. La influencia francesa en el colegio no sería ajena a los eventos que sucedían al otro lado del océano. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, todas las instituciones francesas estuvieron en alerta debido a la amenaza nazi. Francia y Colombia fueron aliados en la guerra y para evitar problemas se le cambió el nombre al colegio, que tomó el de Liceo Pasteur, y que en el periodo bélico dejó de recibir los

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80 5.000 3.000 años

alumnos

bachilleres

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subsidios del gobierno francés y fue financiado por los padres de familia. El cambio de nombre no fue algo improvisado; si bien se le quitó el adjetivo ‘Francés’, el paso de colegio a liceo es importante porque en Francia los liceos son de categoría más alta, ya que gradúan bachilleres. En 1945, el Liceo decidió que ya era hora de tener un campus propio, que atendiera las necesidades de su comunidad, cada vez más grande. Así se adquirieron los lotes en la manzana de la calle 87 entre carreras 7ª y 8ª.

Fragmento del plano de la actual sede, inaugurada en 1945, en la calle 87. Abajo: Recibimiento al presidente Charles de Gaulle, 1964.

Alfredo Rodríguez Ordaz, arquitecto español que llegó a Colombia huyendo de la Guerra Civil, y exalumno del Liceo Francés de Madrid, diseñó la nueva sede del colegio, que había pasado de 10 alumnos a 253 en 14 años. El arquitecto e historiador Fernando Carrasco, curador de la exposición “Las sedes del Liceo a través del tiempo”, dice: “El proyecto de Rodríguez

Ordaz consistía en tres pabellones levantados alrededor de un patio central, compuesto por un edificio central, donde funcionaría la parte administrativa; y dos pabellones para las secciones masculina y femenina del colegio, y

en el costado sur se construyeron los servicios de cocina, comedores y garaje”. Con el nombre de Liceo Francés Louis Pasteur, la nueva edificación abrió sus puertas en 1948, y desde ese entonces ha funcionado sin interrupción en el mismo predio. El proyecto de un colegio mixto y francés, con todo lo que eso acarreaba, puso en alerta a las autoridades religiosas de la época, renuentes a las reformas que planeaba hacer el colegio. Un colegio mixto en Colombia era algo utópico, pero los fundadores del colegio querían que sus hijos e hijas recibieran la misma educación que habían recibido en Europa. Para que el Liceo Francés pudiera enseñar francés y español, tuvo que pedir permisos especiales al Ministerio de Educación, con el compromiso de que debían cumplir con el pensum colombiano, aunque todas las materias las dieran en francés. A finales de los años cuarenta, el cardenal Crisanto Luque obligó al colegio a construir un muro que dividió el patio central, para separar la sección femenina de la masculina. “Yo

estudié en clases que no eran mixtas hasta cuarto de bachillerato, o sea, hasta 1964, porque la iglesia prohibía las clases y los recreos mixtos”, cuenta María Eugenia Vergnaud, de la promoción 1964 y directora de la Asociación de Exalumnos. El muro duró más de diez años hasta que fue demolido en los años setenta. Durante 60 años, el Liceo Francés debió cumplir los requerimientos educativos exigidos por Colombia. Solo hasta la Convención Cultural suscrita en febrero de 1980 entre Francia y Colombia, se permitió que el Ministerio de Educación francés manejara los programas académicos, y así fue hasta que se creó la Agencia para la Enseñanza del Francés en el Extranjero. Han pasado 80 años desde la creación del Colegio Francés en el barrio Las Nieves: tres sedes, una guerra, más de 5.000 alumnos y no menos de 3.000 bachilleres. El crecimiento del colegio no solo se evidencia en su alumnado, sino también en su planta física, ya que a los pabellones construidos por Rodríguez Ordaz se añadieron más edificios, como el bloque de aulas, los laboratorios, el edificio maternal y el coliseo cubierto, que han permitido al Liceo crecer como uno de los planteles más reconocidos de Bogotá por su nivel de exigencia.

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Los Alpes en los Andes

A Colombia la separan de Suiza 9.076 kilómetros; pero la lejanía no es cultural, porque en el noroccidente Bogotá, desde hace 65 años, existe una pequeña Suiza en el Colegio Helvetia. Mixto, trilingüe y con 800 estudiantes, el Colegio Helvetia sigue siendo uno de los más tradicionales de la ciudad. En sus aulas se cocinó el humor de Karl Troller y Eduardo Arias, periodistas y libretistas de humor y también las primeras composiciones de José Gaviria, uno de los productores musicales más exitosos del país. Para 1949, Bogotá ya contaba con varios colegios mixtos y bilingües como el Liceo Francés y el Colegio Alemán, pero estos colegios no ofrecían la educación que los suizos querían para sus hijos. Por eso, en 1949, un grupo de ciudadanos de ese país fundó un colegio suizo con el nombre de Helvetia, que rinde homenaje a la figura humana con la que se ilustra a la Confederación Suiza. La primera sede del colegio se ubicó en los límites de la Bogotá de la época, en lo que es hoy la calle 84 con carrera 7ª. Comenzó con 49 alumnos de primaria y cinco profesores. Un lustro después se mudó a su actual sede, en la calle 128 con avenida Boyacá, en el conjunto residencial Calatrava. En 1954, el colegio abrió un concurso para el diseño y construcción de la sede, y el ganador fue un arquitecto suizo, que llevaba 15 años viviendo en Colombia, Victor Schmid, que para ese entonces ya era reconocido en Bogotá por su inusual mezcla de la arquitectura europea con elementos muy colombianos. El Colegio Helvetia, debido a su origen suizo, tenía la particularidad de enseñar dos idiomas además del castellano: el francés y el alemán. Cuando los niños son pequeños, los padres escogen el idioma que quieren que sus hijos aprendan, por lo que podría decirse que en el Helvetia funcionan dos colegios al mismo tiempo. Además de esta diferenciación que se hace en los primeros años, cuando los estudiantes llegan al bachillerato van encarrilando su educación de acuerdo con sus intereses. Los estudiantes pueden optar por los números o por las ciencias,

Fotografías del archivo de los hermanos Schmid.

Actual sede en el conjunto residencial Calatrava, construida por el arquitecto suizo, Víctor Schmid.

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pero eso no significa que dejen de ver lo que no eligieron. “En el Helvetia buscamos que

los estudiantes sean capaces de detectar sus fortalezas y potenciarlas”, dice Max Schmid, hijo del arquitecto, profesor por más de 25 años. La relación de Víctor Schmid con el colegio no terminó de una manera amistosa. En el momento de la construcción del campus se estaban perdiendo materiales y se acusó al arquitecto de estar “tomándolos prestados”. Finalmente, se supo que el ladrón era un vigilante, pero Schmid, quedó molesto. “Papá,

que era un hombre con los calzones bien puestos, les dejó tirada la obra; se desvinculó del proyecto y se quedó únicamente como asesor. Incluso sacó a mis hermanos mayores del colegio”, cuenta Urs Schmid, arquitecto y profesor de arte del Helvetia, gemelo de Max. Pero más allá de las discrepancias de Victor Schmid con el Helvetia, gracias a que él diseñó el edificio, al colegio no se lo llevó el ensanche de la ampliación de la avenida Boyacá, proyecto que comenzó la Alcadía de Bogotá en 1984, para conectarla con la avenida Suba. La ampliación implicaba la demolición del Helvetia, por lo que el colegio solicitó al Estado ser elevado a la categoría de monumento nacional. El Consejo de Monumentos Nacionales sacó la resolución en julio de 1989, pero el Ministerio de Educación no firmó el decreto porque el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) interpuso recurso de revocatoria. Todo indicaba que la expropiación sería una realidad y que el Helvetia pasaría a ser otro de los inmuebles del arquitecto suizo demolidos. “Salimos a la calle a

protestar, alumnos, profesores y directivos. Iban a tumbar el colegio y no nos íbamos a quedar con los brazos cruzados”, recuerda Max Schmid.

Capilla del colegio.

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Tras mucha insistencia, en 1992 el colegio fue declarado monumento nacional, lo que impedía su demolición. Se llegó entonces a un acuerdo económico en el que el colegio cedió al Distrito 2.697 metros cuadrados a cambio de $70 millones. Así sobrevivió este colegio, que preserva las costumbres de la comunidad suiza en Bogotá.


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Patrimonio

Cien años con

las gafas puestas Texto y fotos: Natalia Carvajal González natalia_carvajal3@hotmail.com

Se supone que con los años se alcanzan la sabiduría y la perfección. Así sucede con la Óptica Alemana, que al cumplir un siglo se convierte en una de las empresas más antiguas de Colombia y la más reconocida en el campo de la optometría.

Sede de la calle 122.

Primera generación Ernesto Schmidt Trudel llegó a Colombia en 1912. Era un joven alemán, emprendedor y enamorado de la optometría. Entró a trabajar en la joyería de Ernesto Pehlke, donde empezó a diseñar gafas y a tallar lentes; sin embargo, como tenía grandes aspiraciones, se fue a Minneapolis, Estados Unidos, a cursar estudios profesionales en optometría, lo que le permitió regresar en 1914 a Bogotá, comprarle parte de la joyería a Pehlke y fundar la Óptica Alemana. Según sus familiares, fue un hombre recto y justo, características que hicieron que su óptica no se centrara en las ganancias, sino en los pacientes, agradecidos con la atención del personal y la perfección de las fórmulas.

“Siempre fue una persona muy correcta, muy cuadriculada. Todo lo que tú hacías tenía un premio; en vacaciones nos ponía a trabajar en la finca, teníamos que ir a recoger las pacas de café y por eso nos pagaba; por la noche, se sentaba a jugar con nosotros un juego alemán —parecido al parqués—, nos hacía trampa y se quedaba con toda la plata. Esto lo hacía para que nos mantuviéramos alejados de los casinos”, cuenta Elizabeth Kuehne, una de las nietas de Ernesto Schmidt. Además de ser el optómetra más respetado de Colombia, el doctor Schmidt tenía muchas aficiones curiosas que hacían de él una caja de sorpresas. Para empezar, era un enamorado de la naturaleza: le encantaban la vida de campo, las orquídeas y las mariposas. “Era su-

perdedicado a la naturaleza, odiaba los radios. En la finca, hasta que él se murió, la estufa era de carbón”, recuerda su nieta. Por otro lado, le encantaba practicar el tenis, deporte en el que sobresalía siempre que pisaba una cancha. Se dedicaba a la filatelia, y así como coleccionaba


postales y sellos de todas partes del mundo, lo hacía con los insectos de Colombia. También le encantaba fumar tabaco y sabía de todas las clases de puros. Ernesto Schmidt se casó con la alemana Ella Mumm, con la que tuvo siete hijos, de los cuales solo dos se dedicaron a la optometría: Helmuth y Wolfgang Ernesto. Ellos se fueron a estudiar optometría en 1946 al Pennsylvania State College (Estados Unidos), con el fin de traer al país el conocimiento más avanzado en este campo. Pero además de ellos, toda la familia trabajó para que la Óptica Alemana se institucionalizara en el país. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• 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El lema con el que se fundó la empresa fue: “No importan las ventas, sino el cliente”. Así era Ernesto Schmidt, un humanista, y esos valores perduraron en sus herederos. No fue fácil, pero lograron superar los malos momentos que atravesaron, como la persecución a los alemanes que hizo el gobierno colombiano en la Segunda Guerra Mundial, para llevárselos a un campo de concentración en Fusagasugá. Para no terminar preso, Ernesto Schmidt acudió al propio presidente de la República, Eduardo Santos Montejo —con quien había entablado una gran amistad—, y de inmediato obtuvo la nacionalidad colombiana. Pudo entonces seguir con su negocio; sin embargo, debió cambiarle el nombre a su empresa, pues no se aceptaban empresas germanas, así que por un periodo corto se llamó Schmidt e Hijos.

Elizabeth Kuehne, nieta de Ernesto Schmidt, el fundador.

Pero la peor crisis por la que tuvo que pasar la Óptica Alemana fue el 9 de abril de 1948, con el Bogotazo. El negocio, al estar ubicado en la calle 12, en pleno centro de Bogotá, fue asaltado e incendiado. En ese momento, Ernesto Schmidt se encontraba en su finca, en Victoria, Caldas; apenas le contaron lo que había sucedido se devolvió a la capital. El trabajo de 34 años quedó hecho cenizas, las esperanzas de poder recuperarse eran casi nulas, pero tras vender la mayoría de sus pertenencias para volver a empezar de cero, lograron rescatar la empresa, que se reabrió en 1952, en un nuevo local de la calle 19, arrendado a los Camacho Roldán, famosos fabricantes de muebles. El doctor Schmidt logró sobrevivir a todas las crisis gracias a la fidelidad de sus clientes.


Era normal que alguno de sus pacientes lo llamara por teléfono a altas horas de la noche porque tenía problemas con sus anteojos o los había perdido. Él siempre terminaba en la óptica solucionando el “mal de ojos” a más de uno.

Segunda generación Gabriel Eduardo Camacho Flórez, oftalmólogo y optómetra de la Óptica Alemana, donde ha estado vinculado por más de 35 años, cuenta que la optometría siempre fue el mayor interés de los Schmidt, pero Helmuth y Wolfgang Ernesto también compartían los hobbies de su padre. “Tenían dos actividades paralelas: Helmuth, las

orquídeas, y Ernestico, las mariposas, y llegó a tener la más importante colección del país; fue un entomólogo connotado nacional e internacionalmente; además, descubrió un mosquito aquí en Colombia, que lleva su nombre”.

Antigua sede de la calle 12, entre carreras 7a y 8a (1923).

Los hijos de Ernesto crecieron en medio de la optometría y las fincas. Se acostumbraron a conocer las maravillas que regala la tierra y a leer National Geographic, la revista preferida de W. Ernesto Schmidt Trudel. Y se fueron enamorando del negocio familiar, hasta el punto en el que los siete hijos terminaron de una u otra forma aportando algo al crecimiento de la empresa. Por ejemplo, Marianne montó la óptica de Chapinero en 1960, donde entró a trabajar un tiempo después el doctor Gabriel Eduardo Camacho, que es el “ícono” de esta sede, asegura Elizabeth Kuehne. La educación que recibieron los hijos de Ernesto Schmidt se centró en ayudar al prójimo, y así manejaron los negocios. Por esta razón, el legado de su padre nunca acabó.

Sede de la calle 62, en Chapinero.

Helmuth era muy parecido a su papá, siempre se inclinó por la ciencia y el mundo intelectual, y cuando no estaba trabajando en la optometría, se concentraba en las fincas y en las orquídeas. Mientras que Wolfgang Ernesto nunca abandonó su gran pasión por las mariposas. “Wolfgang

era un tipo muy sociable y extrovertido. Helmuth era más reservado”, cuenta el doctor Camacho, quien los conoció de cerca. Con la muerte del padre, a principios de los años setenta, la responsabilidad del negocio pasó a la segunda generación. Todos sabían que la dificultad no estaba en tener la óptica,

En el centro, de anteojos, el doctor Ernesto Schmidt acompañado de Inés Álvarez de Schmidt tras recibir la cruz del mérito del gobierno alemán.

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sedes de la Óptica Alemana en Bogotá ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

sino en mantenerla y así lo hicieron con la ayuda de Ana Cepeda de Karf, que gerenció la Óptica Alemana de Chapinero, de los mellizos Salazar y del doctor Oswaldo Vargas, que trabajó en la sede de la calle 19.

Tercera y cuarta generación Al ser una sociedad familiar, los nietos de Ernesto entraron a cumplir un papel muy importante. Schmidt fue el mejor de los abuelos, y como afirma Elizabeth Kuehne, siempre les dio lecciones importantes de vida. Nunca fue alcahueta, al revés, siempre fue muy exigente y les demostraba a sus nietos que todas las acciones tenían consecuencias: “Una vez con mi

hermano le robamos una plata y se dio cuenta y nos puso a trabajar todas las vacaciones con el sueldo mínimo para que supiéramos para qué alcanzaba”. Igual que sus papás, ellos terminaron involucrados con la óptica de alguna u otra forma y la siguen alimentando para que crezca cada

día. Por ejemplo, Elizabeth, Helga y Leonor, tres de las nietas, hoy hacen parte de la Junta Directiva de la empresa. Es un trabajo de todos los días. Son muchos los planes que tienen para el futuro, como adquirir la última tecnología y el equipo médico más especializado. Es tan importante la empresa familiar, que aún sin haber conocido a Ernesto, los familiares más jóvenes quieren continuar el legado del bisabuelo. Una de las hijas de Elizabeth Kuehne, Adelaida Gaitán, está estudiando medicina y todavía no sabe en qué se quiere especializar, pero ha pensado en la oftalmología. Hoy hay ocho sedes en Bogotá de Óptica Alemana, dos de ellas se encuentran en remodelación. Siempre han contado con clientes destacados, como Mariano Ospina, Fernando González Pacheco, Antanas Mockus, Jaime Garzón, Yamid Amat, Vladdo y ‘la Chiva’ Cortés. Después de cien años mantienen la mirada puesta en el siguiente centenario.

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Bogotá 49 tiene su bembé

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Patrimonio

Texto y fotos: Miguel Ángel Pineda C. miguelpineda93@gmail.com

Sin tener registro en los libros que hablan de la salsa capitalina y sin nada que envidiarle al Goce Pagano o a Quiebracanto, El Templo de la Salsa, en el noroccidente de la ciudad, es hoy uno de los bares más visitados los fines de semana por sus melodías salseras y por su dueña, Luz Mery Quintero, quien lleva 30 años de baile y bembé en la capital. Ella y su ‘vibra’ son el alma del lugar.

Quién podría imaginarse que en un segundo piso de un edificio modesto, ubicado en la calle 72 con carrera 78 se dieran cita alrededor de 200 personas los fines de semana para disfrutar de una fiesta al ritmo de la salsa de antaño, la ‘salsa brava’ que llaman. “Lo acepto,

El Templo se quedó pequeño, ya no cabe la gente”, dice su dueña, Luz Mery Quintero, mientras saluda a la gente que va ingresando al bar una noche de sábado. Dada la calidad de los bailarines en la pista de baile del templo mayor, los que no saben hacerlo toman asiento, observan y aprenden de los maestros. Y es que este bar no solo cumple su función de ofrecer un espacio para el ‘rumbón’ y la vida social nocturna, sino que allí se realizan


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Abajo: Músicos invitados con la percusión.

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congresos locales de baile, cursos para aprender a bailar chachachá, salsa caleña, mambo, tango, milonga y hasta eventos empresariales.

“Por eso se llama ‘templo’, porque mi sueño siempre fue agrupar todas estas tradiciones y reunir un sinnúmero de bailarines, músicos, programadores dj, coleccionistas, aprendices, toda clase de salseros para que tengan un hogar, un sitio donde se sientan en familia”, apunta Luz Mery, quien ha dedicado a la salsa buena parte de sus 40 años de edad.

Hágase la rumba El Templo de la Salsa nació hace cuatro años en el barrio Santa Helenita, en la localidad de Engativá, y su propietaria afirma que nunca se imaginó estar en este barrio, pues los buenos bares se ubican en la Primera de Mayo, en Galerías o en el norte de la ciudad. Pero allí se ha posicionado y llega gente de todas partes. Surgió en principio como la posibilidad de tener un negocio propio donde Luz Mery se dedicara a lo que sabe hacer: bailar. “El Templo se creó como se creó el mundo: en siete días —dice efusivamente—, porque en un día conseguí el dinero, al

otro día conseguí el local, al otro día conseguí un ingeniero, al otro día un dj, al otro día la rumba, después alístense porque sigue el rumbón del


sábado y el domingo aseo. Así desde hace cuatro años”. Además, sueña con tener varias sucursales en distintos sectores de la ciudad, y sin lugar a dudas tendría clientela para todas, porque durante estas décadas de vida salsera, Luz Mery ha hecho escuela con decenas de pupilos que la siguen buscando. Como se ve, la historia de El Templo está ligada a la de su dueña, quien advierte que para haber llegado a esos siete días, tuvo que pasar años de formación artística, problemas familiares, labores administrativas y, eso sí, muchos viernes y sábados de fiesta hasta la madrugada. “El

Templo fue mi mejor decisión porque yo sentía que tenía que hacer algo en el mundo salsero de la capital y fue mi manera de responder a mi familia lo que quería hacer con mi vida, porque todos decían: ‘Pero Luz siempre baile que baile y no resulta con nada’”.

La dueña del swing Esa noche de sábado, Luz invita al público y a los bailarines a acomodarse y apreciar el show especial. ¡Y quién no le va a prestar atención a una ‘piernona’ subida en una silla, agitando los ánimos de sus clientes! Viéndola más de cerca, puede decirse que es una de esas modelos a las que canta el compositor puertorriqueño Bobby Capó en su canción Piel Canela: ojos negros cristalinos, crespa cabellera, también negra pero con rayos fucsias que llegan hasta la cintura de un cuerpo propio de bailarina. Sus curvas son discretas, pero cuando grita “¡Vaya!”, todos contemplan sorprendidos el ritmo que lleva con las caderas. Al finalizar el acto, Luz vuelve entre aplausos a la barra. “Yo crecí en un hogar rumbero ―dice con orgullo―; mis padres disfrutaban de las

rumbas, pero no de la salsa. Eran más que todo bailadores de música de viejoteca y por ellos cultivé ese gusto por el baile. Desde mis 15 años me he dedicado a esto. Había domingos que desde las 4:00 de la tarde empezaba a bailar y como no existía la ley zanahoria, llegaba a las 6:00 de la mañana del otro día a cambiarme para ir al colegio. ¡Imagínese, una niña a esa edad y con esas andanzas!”. Desde ese entonces, Luz Mery ha sido instructora de baile y ha dictado clases en gimnasios, universidades, colegios y hasta en las tradicionales

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ciclovías de los domingos y festivos. Participó desde muy niña en concursos de baile en barrios y en su colegio, y los ganó casi todos.

Dioses, devotos y rituales Para entrar a El Templo hay que subir un par de escaleras coronadas por el logo del bar, con dos ángeles celestiales. Los muros que sostienen este santuario salsero están decorados con imágenes de seres alados y divinidades que tocan instrumentos musicales, observando hacia el suelo cómo sus devotos, en medio de tragos y baile, entran en calor. En el techo se aprecia una pintura en forma circular gigante con la imagen de arcángeles que, con arcos y flechas, se disputan un lugar en el cielo. Al fondo se puede observar la gran pista cuadrada donde los danzarines se dan a la tarea no solo de mostrar sus dotes, sino de superarse con cada paso. Llama la atención el contraste generacional: adultos y jóvenes comparten el ambiente de hermandad, pero, eso sí, teniendo presente que allí siempre se escuchará salsa de la ‘vieja guardia’, sin dejar de lado tampoco la nueva ola de la ‘salsa choque’. “Por eso aquí no se

puede entrar con gorras o tenis, porque se trata de mantener una tradición. Y nada mejor que lucir un buen atuendo. Aquí vienen amigos que durante años han aprendido conmigo y vienen a enseñarles a los demás. Eso es lo bonito de El Templo: aquí cualquiera puede sacar a bailar a cualquiera sin ningún prejuicio o miedo. Todos nos sentimos como primos, como hermanos. O si no, hay otros que vienen a practicar lo que aprendieron en la semana durante mis clases”, aclara la dueña. Valga resaltar también la polifuncionalidad que le da Luz Mery a su bar, pues los lunes, martes y miércoles lo alquila para eventos sociales de empresas y para dar clases de baile. Los jueves, Luz Mery dicta clases gratuitas desde las 9:00 hasta las 11:00 de la noche.

“¿Por qué gratuitas? Porque es lo que he hecho toda mi vida y esa es mi contribución a la cultura artística de Bogotá. Siempre quiero que la gente aprenda a bailar un género que tiene su complejidad”. A diferencia de otros bares salseros en los que la gente se sienta a disfrutar de las melodías

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o de bares clásicos especializados en ciertos ritmos, El Templo trata de congregar por medio de diferentes fiestas y temáticas a varias generaciones, lo que lo hace particular. “Yo,

mente es volver el Templo una marca nacional, un lugar que se encuentre en Cali, obviamente, o en Medellín. Porque es que el nombre, el sello y la calidad ya están”.

por ejemplo, hago las fiestas de blanco y negro y viene la vieja guardia: viene el señor con su zapato blanco, sus tirantas y su corbata y viene a bailar, a revivir viejos tiempos. También hago fiestas de sombreros, siempre bien elegantes o en su defecto hago las fiestas de minifaldas salseras y eso no se ve en ningún otro bar”.

A la hora de partir, tres de la mañana, me encuentro con John, un taxista cliente asiduo de El Templo. Mientras realiza la ruta para dejar a sus clientes, cuenta que es una fortuna su oficio, pues “¿A quién le permiten hoy en día trabajar y la vez estar de rumba?”. De John se sabe que desde que se inauguró el Templo ha asistido casi todas las noches de viernes y sábados. Este hombre calvo, energético y carismático es prácticamente un profesor más que dice estar complacido de hacer parte de un grupo de personas que les enseñan a bailar a otras. En su taxi solo se escucha salsa y advierte que El Templo le ha permitido dispersión y mantenerse bailando, su mayor pasión.

A esto se suma que para Luz Mery la mayor contribución que ella le ofrece a la ciudad son espectáculos con agrupaciones profesionales de baile. Es entonces cuando los neófitos e incluso los que ya son expertos en la pista, toman asiento para observar coreografías llenas de sabor y cadencia. “El mayor apoyo se lo doy

a los bailarines. La gente no sabe los nervios que se manejan en el escenario, todo lo que ellos hacen para llegar hasta acá, el alquiler de vestuarios, etc. Aquí lo único que hace falta es poner un estadio para tenerlos a todos”.

La hora del Ras tas tas Sobre la una de la mañana, el dj saca a relucir los más recientes éxitos de lo que hoy por hoy se conoce como salsa choque. Uno de sus meseros, Pocho, es el encargado de traer a la pista a un grupo de personas y realizar sencillos pasos de este nuevo estilo de baile. La gente emocionada y ya ‘prendida’, salta de inmediato a seguirle los movimientos de cadera, piernas y manos al mesero más rumbero. “Ese no solo

“Venir a El Templo es también enseñarles a muchas personas cómo soltar el cuerpo y las piernas. Es respirar cultura. Además que aquí siempre tengo cuadradas mis cuentas y mis carreras. Porque eso sí, otros colegas están dando y dando vueltas por la ciudad y yo mientras tanto las doy acá dentro del bar”, dice John con gracia a todos sus pasajeros que tararean canciones de salsa.

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Luz Mery,

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es mi momento: es el momento de todos. Luz me ha enseñado que aquí hay que hacer de todo un poco y ese es el espíritu de El Templo. Lo de la salsa choque ayuda muchísimo a que la gente tímida se anime y baile”. Temas como La rumba va sola, Chichoki, La tusa o el famoso Ras tas tas le dan el giro a la tradicional rumba y, en gran medida, la vieja guardia toma asiento y les da paso a las generaciones más jóvenes, como un pacto entre melodías. “Es tan gratificante esa parte en que

todos se abrazan y se tiran al suelo para que yo les tome la foto”, dice Luz con un suspiro. Al regresar la melodía clásica, ella vuelve a la barra y cuenta algunos de sus futuros proyectos. “Cumplido este sueño, lo que tengo en

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El Sastre del

54 rock bogotano

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Divino Rostro

Texto y fotos: Carolina Romero ckro_200@hotmail.com

El propietario de una de las distribuidoras de rock más emblemáticas de la ciudad, José Mortdiscos, también conocido como ‘el Sastre’, hace memoria de lo que fueron los años ochenta: la llegada del punk y el hardcore a Bogotá, la consolidación de la escena bogotana y el aguante de los últimos rockeros. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Cuesta creerlo, pero José Mortdiscos, hombre trigueño y chaparrito, cuyo pelo corto ya está cubierto de canas, marcó la historia del rock en Colombia. Vestido con chaqueta de cuero, camisa gris de la legendaria banda Judas Priest y bluyín, José Filiberto Ramírez es uno de los últimos rockeros de Bogotá. Aunque nació en 1948 en La Palma, Cundinamarca, se radicó en la capital con sus padrinos tras la muerte de sus padres a muy temprana edad. El rock llegaría a la ciudad unos años después, a finales de los cincuenta, gracias a la radio. En las pocas emisoras juveniles de la época se reproducían las canciones de moda en Estados Unidos, y sus respectivos covers latinoamericanos. A diferencia de sus padrinos, que crecieron con bolero y tango, José Mortdiscos se juntaba con los amigos del barrio La Estanzuela, en el centro de la ciudad, a oír rock y tomar cerveza. Y así, entre canciones de los Stones y Los Beatles, al ritmo del blues y el jazz, el amor por “el ruido” se convirtió en el motor de su vida.


Pero antes de dedicarse completamente a la música, José Ramírez era sastre y tenía su local en la carrera 9ª con calle 18, al lado de negocios de latonería y mecánica. En la sastrería confeccionaba trajes de todo tipo y hacía su propia ropa y la de sus amigos: “En

San Andresito tenía muchos clientes; ahí se movían los repuesteros de carros de segunda, y les encargaba música, porque ellos viajaban mucho a Europa, Japón y Estados Unidos. No sabían nada de eso, pero me la traían”.

fundara La Pestilencia —banda emblemática que se atrevió a proponer un sonido distinto y letras crudas, en contraste con las demás bandas de la ciudad— y tomaran fuerza la escena punk, metal y hardcore en Bogotá. El punk llegó a la capital a mediados de los ochenta, casi diez años después de la explosión de 1977 en Londres y Nueva York, cuando surgió el género. Y a pesar del retraso, Mortdiscos jugó

En el epicentro de la calle 19 Fue en el quinto piso de Los Cristales, el pasaje comercial de la calle 19 con carrera 8ª, donde dio el salto definitivo hacia la distribución. Allí funcionó el centro de la distribución musical, donde se podían encontrar todo tipo de géneros. Antes de Mortdiscos, el Doctor Rock —otro personaje clave para la historia del rock de Bogotá— ya tenía clientes fieles en la Rock-ola, cuya oferta era más selecta que la de otras tiendas: Led Zepellin, Black Sabbath, Bruce Springsteen, tal vez algo de heavy. La mayoría de los distribuidores, sin embargo, traían el rockcito comercial, y otras hasta tenían chucu-chucu. El Sastre grababa casetes a partir de vinilos para las tiendas y para algunos clientes particulares, e intercambiaba música con sus amigos. Tenía entre su colección personal rarezas musicales que a los rockeros criollos ni se les pasaban por la cabeza, pues el vinilo solo podía traerse del exterior, a altos costos, y en la escena del rock bogotano no se producía música. En 1987, Mortdiscos fue la primera en distribuir punk, hardcore, metal, rock industrial y otras ‘cosas raras’ que se cocinaban en el laboratorio musical de la época. Para saber qué se estaba moviendo en la escena underground del mundo, José se valía de fanzines y revistas especializadas. “Traíamos música que

nadie conocía en Colombia, abrimos un mercado. Hoy en día, muchos de esos grupos ya son comerciales, pero en ese momento nadie los conocía acá”. Desde Europa, particularmente de Alemania, traía la música que buscaban las nuevas generaciones de rockeros. No es casualidad que paralelamente a la historia de Mortdiscos, se

un papel fundamental en su difusión porque fue quien primero distribuyó punk en la capital.

“Si uno quería buscar algo de metal, era un poco más fácil encontrar algo similar en otras tiendas, pero música de la Europa del Este, de Finlandia, de Polonia, cosas raras que aún hoy son difíciles de conseguir, solo se encontraba en Mortdiscos”, dice Beto, integrante de Demencia Libertaria, uno de los primeros grupos

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de punk de la capital. Conoce al Sastre d esde antes de que montara la distribuidora.

“Mortdiscos era un punto de encuentro entre punkeros, pero también caía gente que escuchaba música industrial, góticos, metaleros”. Y eran jóvenes de 15 a 30 años los que compraban los nuevos sonidos; el Sastre vio crecer a muchos peladitos. La Peste se formó en Mortdiscos, y la escena punk y hardcore también se reunía allí. Las chicas de Polikarpa y Sus Viciosas, unas de las bandas emblemáticas de Bogotá, intercambiaban elepés con el Sastre. Demencia Libertaria y muchas otras bandas que se formaron en la época tenían en Mortdiscos un espacio para distribuir sus propios discos.

Un poco después de que fundara Mortdiscos, José se asoció con Héctor Buitrago, el cantante de Aterciopelados. En esa época, Héctor era parte de La Pestilencia, y aunque la sociedad duró pocos años, fue muy fructífera. El Sastre tenía conocimiento de muchas bandas y géneros; Héctor estaba interesado más que todo en el punk y junto con Bull Metal, un metalero representativo de la escena en Medellín, se complementaban para traer a Bogotá la música underground. Desde Europa traían millonadas de mercancía, y se vendía bien. José Filiberto apenas podía imaginar cómo sonaban las bandas que veía en fanzines y revistas musicales, pero en Colombia debían esperar años para oír un vinilo suyo. Gracias al Sastre, conoció algunas bandas: “Uno llegaba

a Mortdiscos ávido de cosas nuevas, y también se esperaban las nuevas producciones de las bandas. Había temporadas en que el Sastre viajaba, y cuando llegaba, estaba todo el parche allá metido. Los precios eran un poco elevados, pero relativamente justos. Porque igual los traía de afuera y era música que nadie conocía. Además, tenía los gastos del local y le pagaba a un empleado. Más caro se paga ahora”. El Sastre también organizó conciertos. Fue el primero en traer bandas importantes de la escena del rock mundial, como Napalm Death en su primera visita a Colombia —el 23 de octubre de 1997 en el Teatro Lux, cuya presentación terminó con el Lux destruido—, Kreator, Destruction, Dimmu Borgir, entre otras. Pero si aún hoy organizar conciertos de bandas internacionales es difícil, en esa época era peor: “La gente salía contenta de los concier-

tos, pero no se daba cuenta de que uno perdía millonadas. Se perdió la plata porque la boleta era barata y la gente no asistía; como no había internet para enterarse, se manejaban volantes y afiches en las tiendas, aunque eran muy pocas. La gente no se enteraba tan fácil, y en esa época una boleta valía como $20 o $30”.

Los últimos mechudos Después de la calle 19, Mortdiscos se movió al centro comercial Omni, donde estuvo varios años y, por último, se trasladó a la galería comercial de la 22 con 7ª, donde permanece.

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Le puso Mortdiscos por la muerte, un poco satíricamente porque a esa música la asociaban con el culto satánico, rituales misteriosos y muchas otras mentiras. En esa época, los hombres de pelo largo eran mal vistos, y la Policía los molestaba mucho. El Sastre se vestía con pantalón bota campana, camisa holgada y floreada y saco grande. Las mujeres llevaban faldas largas, pintas estrafalarias y psicodélicas. Tiempo después, las camisas de bandas inundaron el vestuario de muchos rockeros, y el Sastre se cortó las mechas: “Hay gente que

viene a montarla aquí, que por qué no tengo el pelo largo. Porque no se me da la gana, porque no quiero. El pelo hoy en día no es insignia del rockero o del metalero; ya lo usa todo el mundo. En mi época, tener el pelo largo era duro”. Los fines de semana se reunían con los rockeros de La Estanzuela, El Ricaurte, Eduardo Santos, y otros barrios aledaños. Sus amigos, todos mecánicos, artesanos o vendedores, ahorraban sagradamente para comprarse sus vinilos. “El rock era todo para nosotros.

Trabajábamos para comprar nuestra música. Mi vida era el rock, y siempre lo ha sido”. También caían a la 60, al llamado parque de los Hippies, donde se encontraban con los rockeros del norte y del sur. Claro que había drogas —aunque el LSD estaba en auge, era más común fumar marihuana—, pero José

cree que el consumo era más responsable que hoy en día, cuando las drogas son de tan mala calidad. Otros espacios de encuentro eran los conciertos, no tan comunes como ahora, y que se realizaban principalmente en Chapinero.

Redes de conspiración El intercambio de vinilos y casetes fue algo que marcó a los rockeros y la distribución temprana de los géneros underground. Cuando no se tenía el dinero suficiente para comprar un vinilo, se mandaba a grabar el casete. El intercambio de música se generalizó gracias a los punkeros, que la compartían libremente alrededor del mundo, mediante los fanzines y apartados aéreos: “Uno se escribía con gente

de todo el mundo. El mío era el 142 de Bogotá, y así recibí mucha música de Japón. A cambio, les grababa casetes y los mandaba: “Hello my friend, this is punk from Colombia”, y se transcribía el nombre de las canciones. Había que esperar como un año para que llegara música, pero era bacano porque era como una red de conspiración eso de los fanzines. Los contactos que tenía los ponía en los fanzines que sacaba, y si otro tenía un fanzine entonces también los ponía y así. Era una red global antes del internet, a punta de fanzines y cartas”, dice Marco Sosa, librero y editor de La Valija de Fuego, librería independiente bogotana.

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La colección de José llegó a tener

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Para el Sastre, como comerciante y rockero, la piratería no era bien vista. Pero en esa época no era común que los rockeros piratearan tanto, cuando tenían la posibilidad compraban la música. Así, José alcanzó a tener cerca de 10.000 títulos de vinilos en su colección personal, que se ha visto reducida a la mitad debido a la caída de las ventas: “La piratería nos jodió.

donde los rockeros conocían la historia de sus bandas favoritas, incluso algunas bandas underground publicaban ellas mismas artículos y entrevistas. Conseguir una guitarra eléctrica en Bogotá era muy difícil y los rockeros aprendían solos a tocar sus instrumentos.

Todo el que quiera escucha y baja gratis y no tiene ningún problema; antes tocaba comprar la música para poder escucharla. Hoy en día compra el coleccionista, el que verdaderamente ama la música”.

na, la música es demasiado vana, falsa y de todo se hace música para vender. Antes estaba hecha para trascender, y todavía está vigente. Tenía el poder de agarrarlo a uno”. Se casó

Si bien es cierto que el mercado del vinilo ha repuntado, José no es muy optimista al respecto. Valora el esfuerzo de aquellos que promueven el rock, pero reconoce también que la calidad de la música es diferente. El vinilo de antaño no solo tiene un valor romántico para los rockeros viejos, sino que su sonido particular es diferente a los remasterizados de hoy en día. Internet no solo trajo consigo la posibilidad de descargar música gratuitamente; permite conocer con tan solo un clic la historia de una banda en cinco minutos, o incluso existen aplicaciones para crear música y compartirla. Hace 20 o 30 años era en los fanzines y revistas

Para José Mortdiscos el rock no está muerto, pero agoniza: “Hoy en día no hay música bue-

muy joven con la mujer que aún lo acompaña, a sus 66 años, y le colabora en la tienda. Tuvo un hijo, Cristian, y ahora es abuelo de dos niñas, a las que no les gusta el rock. Mortdiscos sigue aguantando, aunque ya no es lo que era, y es cierto que muchos de los jóvenes que gustan del rock en Bogotá no tienen idea de su existencia, o del espectro que abrió para la escena bogotana. Pero los viejos coleccionistas, algunos de los cuales José vio crecer, siguen comprándole, y otros jóvenes curiosos empiezan a hacerse clientes frecuentes. Por amor a la música sigue el aguante de Mortdiscos, y como dice una canción de Vice Squad, nunca morirán los últimos rockers.


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Tendencias

Cuberos

de alta velocidad Texto y fotos: Juan David Olmos jdolmos14@gmail.com

El cubo Rubik cumplió 40 años, y en Bogotá hay una subcultura urbana dedicada a practicar esta disciplina deportiva que conecta mente y dedos. La meta es armarlo en seis segundos, y hay competencias hasta con los ojos cerrados. Hace 40 años Enrö Rubik creó uno de los inventos más populares de la humanidad: lo llamó “cubo mágico” y difícilmente podría saber el impacto que tendría en el mundo. Es el juguete más vendido en la historia, con unos 300 millones de ejemplares en todo el planeta. En los años ochenta, todo el mundo quería resolverlo; en 1981 se realizó el primer torneo, y el ganador fue el alemán Jury Froeschl, quien lo armó en 38 segundos. El propio Rubik tardó más de un mes en solucionar su propio cubo. Hoy los aficionados a esta competición lo solucionan en seis segundos. En Colombia ya van cerca de 7.000 cuberos no oficiales —como se hacen llamar los fanáticos de este hobbie—, según la página de Facebook de la Genius Cube Store, primera tienda de cubos Rubik en Colombia y la culpable en buena medida que toda esta tendencia comenzara. “La tienda nació de una necesidad —cuenta Wilson Gutiérrez dueño del lugar y delegado de la asociación mundial para Colombia—: había un público que hacía speedcubing, pero no se

y desde entonces se aficionó. Motivado por los desafíos mentales del rompecabezas, desarrolló en una de sus clases una pequeña competencia entre sus alumnos. Ese fue el primer torneo; gustó, y así empezó a formarse la comunidad. Cuando creció lo suficiente para ser rentable, Wilson empezó a importar los cubos de velocidad y fundó la tienda. Primero estuvo cerca de la Universidad Nacional, pero luego se mudó al actual local en el edificio comercial El Cóndor I, del barrio El Lago, al que llegan entre 10 y 15 clientes diarios. En Latinoamérica, solo hay tiendas especializadas en Brasil y Chile, además de Colombia.

conseguía el cubo para velocidad”.

Ahora el Genius Cube Store se esconde en el minúsculo local, pero no necesita mayor visibilidad: sus clientes son conocidos o lo buscan por internet. Tan solo al entrar a la tienda, se siente un sonido como de tecleo de máquinas de escribir, pero es el que producen los cubos cuando los jóvenes que se reúnen allí a practicar los giran a toda prisa. En el ala derecha del local hay una mesa de plástico donde se suelen reunir entre cinco y seis universitarios con sus cubos.

Hace solo tres años que Wilson daba clases de matemáticas y memorización rápida. A sus 32 años le dio por intentar resolver el cubo Rubik

En el ala izquierda, en las vitrinas, se encuentran todo tipo de cubos. El clásico Rubik 3 × 3 es solo una pequeña parte en el amplio repertorio

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En Colombia hay unos

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de rompecabezas del mismo tipo, cada cual más ingenioso que el anterior. Los hay de todos los tamaños y de todas las formas: cubos 4 × 4, con el exótico nombre “Venganza de Rubik”, 5 × 5 y hasta 11 × 11; “cubokus”, mitad cubos Rubik, mitad sudokus; “pyraminx”, de forma piramidal; “imposiballs”, de forma esférica, y “megaminx”, con forma de dodecaedro. Algunos son únicamente de colección, como el 11 × 11, que cuesta $330.000. Muchos de los clientes son solo coleccionistas a quienes les interesa recolectar los diseños más raros y estrambóticos para resolverlos. Otros son verdaderos competidores que buscan cubos de velocidad, especialmente diseñados para ser resueltos en el menor tiempo posible en las competiciones de speedcubing.

Disciplina deportiva La manía del cubo de Rubik empezó a calmarse a mediados de los ochenta, pero con la llegada de internet y de páginas dedicadas a enseñar la solución del cubo, volvió a tomar fuerza. “Fue en los años noventa —cuenta Wilson— cuando surgió como disciplina deportiva”. En el 2003, los cuberos a lo largo del mundo se reunieron para participar en un torneo internacional en Toronto. Poco después, se creó la WCA (World Cube Association) para regular los mundiales, los cuales se continúan celebrando cada cuatro años. El mundial de 2013 se desarrolló en Las Vegas. Wilson Gutiérrez era uno de los participantes entre los 568 cuberos de todo el mundo. En la competencia de cubo Rubik quedó en el puesto 360, y en las otras no le fue mucho mejor. Pero su objetivo era otro: quería conocer a los miembros de la WCA. Desde entonces, es el delegado para Colombia, así como el encargado de organizar los torneos nacionales. Cada dos meses, más o menos, se encarga de desarrollar torneos menores en Bogotá, y cada año uno nacional a finales de julio. Los jóvenes que van diariamente a la tienda están practicando para esta competencia. “Hay mucho universitario acá cerca y vienen a practicar”, cuenta Alex Bautista, ayudante de Wilson y encargado de la tienda. Y como otros no viven cerca, entonces organizan torneos en centros comerciales.

Cuando baja la clientela, Alex se sienta con sus compañeros cuberos a competir contrarreloj. Apenas lleva dos años en ello. Le dio por comprarse un cubo en una miscelánea con la seguridad de que lo iba a resolver por pura lógica, como les pasa a muchos principiantes. Pero el cubo es más complejo que eso. Con exactamente 43.252.003.274.489.856.000 combinaciones posibles, resolverlo sin guías es una labor de genios. Así que Alex se limitó a buscar tutoriales en Youtube para aprender los 16 algoritmos diferentes que puede llegar a tener el método básico. “Como el ajedrez, esto no es para todo el mundo —dice Wilson, aunque asegura que no se trata de habilidad mental ni hace falta ser un genio para resolverlo—. Basta con tener la

actitud; no es cuestión de inteligencia o capacidad. Es cuestión de tener una actitud que va generando una disciplina”.

Los dedos aprenden con la práctica La memoria no es un factor determinante. Más bien se necesita una memoria cinética, como la llama Wilson, donde los dedos aprenden con la pura práctica a resolver automatizadamente los algoritmos. Para esto lo único que se requiere es mucha práctica y disciplina. Pero para los cuberos no es un sacrificio. El mismo Wilson confiesa: "Lo de los cubos es una

adicción, pero una buena adicción, en comparación con juegos de video o de casino que pueden ser algo peor para el bolsillo”. Por lo mismo, muchos de los cuberos se escapan en los ‘huecos’ de la universidad para ir a la pequeña tienda a competir un rato, y con pocos años de práctica ya logran registros sobresalientes. Con tan solo dos años de entrenamiento, Álex ya ha logrado resolverlo en menos de 15 segundos. Uno de los competidores de la tienda, por ejemplo, es campeón nacional en la modalidad de resolver el cubo con los ojos cerrados. Porque además existen muchos tipos de competencias: cubo clásico, diferentes tipos de cubos, con los ojos cerrados, la menor cantidad de movimientos y hasta con los pies. Al igual que la invención misma de los diferentes tipos de cubos, el speedcubing es una disciplina tan rica y variada como permita el ingenio.


Actualidad Panamericana:

los mentirosos

61 dicen la verdad

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Humor

Texto: Andrés Palpati apalpati@javeriana.edu.co

Actualidad Panamericana es un portal de noticias ficticias, que apareció el 6 de enero de 2014 para presentar de forma satírica la realidad colombiana. Puede que la gente ahora no sepa diferenciar la sutileza del humor y que se quede en el titular, pero por falta de criterio más de uno ha considerado verdad las noticias de Actualidad Panamericana. El mismo mes del lanzamiento de la página, los miembros de Mañanas Blu discutieron sobre una nota publicada por el portal: “Unión Europea pide a colombianos dejar de pedir que les regalen cosas”. En la noticia se leía: “Kamila Koons, directora de

relaciones culturales de la Unión Europea, recomendó mediante una circular diplomática que los colombianos que viajen por razones de turismo o trabajo dejen de pedir regaladas las cosas cuando en realidad pretenden comprarlas”. La mesa de trabajo, entonces conformada por Néstor Morales, María Alejandra Villamizar, Felipe Zuleta, Javier Hernández y Héctor Abad Faciolince, debatió el tema como si se tratara de un hecho real. Blu Radio, en ese pequeño ejercicio, pasó de ser un medio serio, a uno crédulo. Titulares como “El Pibe donará su melena para la recuperación de los edificios de la Universidad Nacional”, “Cierran criadero de enanos en El Espinal”, “Por un Heladino de ron con pasas le aplican nueva ley de conductores ebrios” y “De un reality show saldrá el remplazo de Gustavo Petro” son los que aparecen en

la página. Todos sus contenidos son ficticios; aunque no del todo, porque su inspiración proviene del acontecer nacional. Mientras que La Luciérnaga, Cero Noticias y series web como La mermelada.com juegan con el humor, el portal Actualidad Panamericana se especializó en la parodia de la realidad nacional con tono serio. Por eso en esta entrevista el entrevistador fue tomado del pelo por uno de sus voceros, que respondió vía virtual. Encontrarlos no fue fácil. De todas formas, la entrevista se desarrolló de una forma fría, ya que se respondió por un contacto en Twitter y muchos correos. Todo para respetar su feliz anonimato. Nosotros hicimos una entrevista seria, pero ellos respondieron con las patas. No obstante, fuimos objeto de sus burlas… Allá verá usted si se la cree. Directo Bogotá (DB): ¿Consideran que Actualidad Panamericana es una apología a la falta de información y a la credulidad de la gente? Actualidad Panamericana (AP): Puede tener algo de eso, pero está lejos de ser lo único que motiva al proyecto. De hecho es algo más circunstancial. De ser este el gran objetivo habría formas mucho más contundentes y efectivas de hacerlo: inventándose muertes de famosos, como ya algunos sitios lo hacen.

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Foto cortesía de revista Arcadia.

DB: ¿Hay algún objetivo en sus escritos? AP: Muchas verdades, sobre todo en este país, solo se pueden decir de esa manera. DB: ¿Por qué decidieron llamarse Actualidad Panamericana? AP: Fue una decisión al azar, quizás por homenajear al informativo del mismo nombre que se proyectaba en salas de cine en el siglo pasado. DB: ¿Por qué se presentan de manera anónima? AP: Nos importa más el mensaje que el autor, como es la tendencia en Internet, importa más lo que se dice que quién lo dice. DB: ¿Se guiaron por el modelo The Onion (publicación estadounidense de noticias satíricas)? AP: Sí lo conocemos y sin duda es un referente. Pero el propósito inicial nunca fue “hagamos la versión colombiana de The Onion”, queríamos hacer un espacio de sátira y parodia, no más.

DB: ¿Cómo les va frente a los otros portales de noticias satíricas? AP: Quisiéramos creer que en contenidos estamos a la par, en la forma nos llevan algo de distancia, quizás porque deben tener tres veces más practicantes que nosotros y algún jeque árabe como mecenas. DB: ¿Se lucran económicamente con Actualidad Panamericana? ¿De qué forma? AP: Muy poco, por concepto de avisos de Google nos entra algo de dinero que apenas alcanza para el hosting, dulces y voladores. DB: ¿Hay algún gigante mediático o económico que esté detrás o son independientes? AP: Solo DMG, y es relativo, pues los últimos cheques han salido chimbos. En nuestra misión está claro que solo podemos establecer alianzas comerciales con empresas de las más altas calidades éticas y morales. DB: Si para ustedes es más importante el mensaje que el autor, ¿qué pasaría si llegáramos a conocer alguna de sus identidades? AP: Los felicitaríamos por su buen olfato periodístico. DB: ¿Cuántos conforman el equipo? En un video para la revista Semana figuran tres personas… En las imágenes donde se han mostrado aparecen con máscaras de un cerdo, un mono y un gallo ¿Tienen algún significado? AP: : Ninguno en realidad. Existe un consejo editorial conformado por más o menos seis personas y dos felinos, pero recibimos un gran volumen de contribuciones, de origen muy diverso. DB: ¿Qué profesiones tienen? AP: Solo podemos decir que son muy disímiles. DB: ¿Cómo es su rutina de creación y de escritura? AP: Es permanente, 24/7. Proponemos temas, los discutimos, a veces entre todos pulimos el enfoque y se redactan. DB: En sus artículos fusionan diferentes noticias de la actualidad, ¿de dónde sacan las ideas? AP: De la agenda informativa nacional, en parte. El resto, de la imaginación.

62


DB: ¿Qué los impulsó a hacer un medio con este tipo de contenidos?

DB: ¿Les interesa saber el número de lectores que tienen?

AP: Era un proyecto de vieja data de muchos de nosotros, quizás influyó el que Colombia a diario ofrezca tanto material que pide a gritos ser capitalizado.

AP: Sí, llevamos registro de visitas y actividad en redes. Este proyecto también es un buen laboratorio para finalmente concluir que en asuntos de Internet, contenidos y redes sociales no existen fórmulas.

DB: Colombia es un país trillado donde surgen noticias como la de Benedetti y el Tetris, que son verdad, ¿su intención también podría ser sacudir conciencias? AP: Es sin duda un efecto colateral del humor político. DB: ¿Cuál sería la reacción de ustedes si cualquiera de sus noticias se convirtiera en realidad, por ejemplo, la de la granja de enanos? AP: Iniciaríamos, ahí sí, el proceso de acreditación como líderes de opinión. DB: Tienen cuentas en Facebook y Twitter, falta la de Instagram. ¿Cómo les va con las redes sociales? AP: Sí estamos en Instagram: @actualidadpanamericana. Nos va bien en cifras, pero sobre todo en relevancia. Podría ser mejor, pero el presupuesto para ese rubro quedó mocho por el mencionado episodio de los cheques chimbos de DMG. DB: Hay veces que los identificamos con el mismo Camilo Andrés García, periodista conocido como Hyperconectado, ¿tal vez hará parte de sus filas? AP: Siguiente pregunta, amigo. DB: ¿Qué piensan del universo twittero y cómo les va con cuentas como @UnSodomita, @Fachitoprepago, y @Pirateque, entre otras que suelen ser populares y tienen un contenido fuerte? AP: Ayudan a hacer de la internet colombiana la segunda más biodiversa del mundo. DB: En YouTube se encuentra un canal llamado Actualidad Panamericana. Ahí hay un video de “Dora la aspiradora” que vaticina que Colombia iba a ganarle a Brasil, ¿es de ustedes el canal? Si es así, ¿por qué no es tan popular?, ¿es por falta de atención en la plataforma o decidieron abandonar ese proyecto? AP: Es nuestro, sí. Pronto recibirá más atención.

DB: Así tengan una advertencia en su portal web sobre la veracidad de sus contenidos, ¿han tenido problemas jurídicos por su responsabilidad? ¿Quién respondería si pasa esto?

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AP: Ninguno. Si llega a ocurrir tendríamos que recurrir a alguno de los numerosos abogadosshowman del país. DB: ¿Alguna vez los han contactado para que borren alguna nota o rectifiquen? AP: Nunca. DB: ¿Algún personaje los ha contactado porque quiere salir? AP: Sí, Bacatá. DB: ¿Reciben muchas propuestas de colaboración para su página? ¿Las leen? AP: Muchas, algunas de gran calidad; entre más colaborativo sea el proyecto mejor, de eso se trata la red. DB: ¿Qué se necesitaría para hacer parte del equipo de Actualidad Panamericana? AP: Basta con unas mínimas habilidades para hacer lo que hacemos, nada más. DB: ¿Llegaron a pensar que su portal web sería así de popular? ¿Creen que están teniendo sus 15 minutos de fama y el proyecto acabará, o aspiran a seguir creciendo? AP: No. El proyecto seguirá creciendo en la medida en que los disparates en este país sigan al alza. DB: Cuéntennos una anécdota sobre el portal… AP: Con la noticia de la demanda del Tigre Castillo al Tigre Falcao, varios defensores de la moral nos cuestionaron por el daño que le podríamos estar causando al primero. Días después el mismo personaje nos felicitó por la nota y aseguró que él también se había reído mucho.

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63


64 Libros

Texto: Estefanía Isaza tefaisaza@gmail.com

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El autor, Julián Isaza.

Viaje alucinante Alucinación o barbarie. Crónicas de hoy Julián Isaza Ediciones B Colombia, Bogotá, 2014, 150 p.

Colombia tiene realidades que no suenan, que se olvidan, que duelen. Personas que gozan de su momento de fama y reconocimiento, que luego se borran de la memoria. El libro Alucinación o barbarie, de Julián Isaza, recopila 15 historias, entre crónicas y perfiles, que recorren un país desconocido donde se viven a diario las consecuencias de una guerra sin fin, pero también dibujan las características ocultas de algunos personajes peculiares de nuestra cultura y de culturas vecinas, como los Andes peruanos, donde las indígenas incas juegan fútbol en falda y chanclas. Julián Isaza es comunicador social egresado de la Universidad Javeriana y exreportero de esta revista. Cursó una maestría en Escrituras Creativas en la Universidad Nacional de Colombia, cuyo resultado fue el libro de cuentos titulado Ondas expansivas en 2010. Un año antes ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, en la categoría Don Quijote, por la crónica “Atlas es chocoano”, con la que abre este libro. Lleva varios años vinculado al periódico El Tiempo, donde es editor de Carrusel, revista en la cual se publicaron varias de las piezas aquí recopiladas. “Tiene una prosa enviciadora, unos pies cubiertos de polvo por su andadura como reportero, un ojo inteligente para leer la realidad, experimenta con las formas, pone un toque fresco en el género por su manera de mirar tan desenfada. Me atrevería a decir que Isaza es uno de los sucesos más felices de nuestro periodismo narrativo de los últimos años”,

escribió en el prólogo del libro el maestro Alberto Salcedo Ramos. Y no es para menos. Las crónicas de Julián tienen una ardua investigación periodística, un lenguaje sincero y metafórico que delata sobre todo a un observador curioso. Sus historias le dan significado a los detalles ínfimos para recrear una imagen completa de la realidad y más aún para cautivar al lector. Asimismo, es muy riguroso con la estructura de sus crónicas; le gusta jugar con el tiempo dando saltos del pasado al presente. “Seis horas en lancha para llegar a la nada. Seis horas por el río Atrato, el Baudó y el Pató, atravesando una jungla densa, por la que se abren paso desvencijados caseríos, poblados por varias decenas de niños, que tapan su desnudez con el barro. Seis horas por un verde absoluto que sólo es roto por los intermitentes aleteos de mariposas azul cobalto, por la exuberancia de la naturaleza y la miseria humana, que terminan en una roca que se escapa de la manigua y en la que esperan los paseros, los héroes de una historia que ya no se cuenta, que se entierra en el fango y se pierde en la espesura”. Así comienza la historia de los paseros de Chocó, que se dedican a cargar personas y todo tipo de objetos a través de la selva: “Atlas es chocoano”. Una crónica que expone la miseria en su máxima expresión y que quita el aliento. También se destacan crónicas como “El extraño caso del chucapacabras” sobre la aparición de un ser monstruoso que cambia la cotidianidad de un pueblo, donde el comienzo es igual de intrigante al final. “El Salvaje Dr. Rock”, que está dividido en fracciones no lineales, con un estilo muy particular que revela la sensibilidad escondida del personaje; así como narra en fragmentos la historia de los nukak, esa tribu nómada que se resiste a desaparecer. “De las cenizas al nuevo Bojayá” cuenta la historia de un pueblo destruido por cuenta de guerrilleros y paramilitares; y personajes como Kapax, el Tarzán de la Amazonía, casi olvidado después de que fue un héroe en los años setenta. Estos son algunos de los recorridos que el lector podrá hacer a través de una narrativa cautivante. Vale la pena echarse este viaje con Isaza.


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Helena Murcia Calle

Fuera de lugar II

Fotoensayo



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