Directo Bogotá # 30 by Revista Directo Bogotá

Número 30 Julio-septiembre 2010 Facultad de Comunicación y Lenguaje Distribución gratuita

El topo urbano Mejor que dormir en la calle es dormir en una alcantarilla de la empresa de teléfonos, como lo hace ‘Lucas’ desde hace diez años, al frente del Centro Internacional. Al salir, se toma un respiro y aspira un cigarrillo.

Foto

[ensayo Barrio Santafé “Sin transparencia”. Alejandra Pinilla

Reporteros en esta edición Emma Jaramillo, Kelly Cabana, Juanita Gómez, Daniel Alejandro Pinilla, Estefanía Jurado, Jennifer García, Juan David Arango, Viviana Forero, Diana Cristina Prada, Natalia Herrera, José Agustín Jaramillo, Juan David Torres.

Ilustrador Juan Fermín Mulett Caricaturista Cristian Sánchez Diseño y diagramación Angélica Ospina angelikaos@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz gustavo_patino_diaz@yahoo.com Impresión Javegraf Decano Académico Jürgen Horlbeck B. Decana del Medio Universitario Ismael Rolón M. Directora de la Carrera de Comunicación Social Patricia Bernal

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05]}HOMENAJE{ Adiós al poeta de la crónica

50] OficiOs

}

Portada y contraportada Foto de Estefanía Jurado

*Visor

09] [DIVINO

VISITE NUESTRA PÁGINA WEB: http://www.javeriana.edu.co/directo_bogota/

Le sonó el parlante

rostro ]

Los tres pasados de Johan

54] Memorias * 15] }estaciónCENTRAL [ ]

Un pañuelo blanco La pesadilla del "gota a gota"

del agua

El paraíso en el parámo La autopista que partió en dos el humedal Leyendas murales sobre el agua

26] Retro

*Visor La capital en 1910

Director del Departamento de Comunicación Antonio Roveda Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Fax: 3 20 83 20, ext 4576 Distribución gratuita Escríbanos: directobogota@gmail.com

Los baños turcos, tradición que se evapora

60] caricaturas

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Asistente editorial Juan David Torres

45] Retro

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Asesor editorial Mario Morales

* sueltos} 02] Cabos

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Directora Maryluz Vallejo

28]‡PORTADA‡

61] Columna El regreso de un clásico

El habitante subterráneo del Centro Internacional

* 34] patriMonio

‹‹ ]

62] ‹ Cine

Poética, errática y superficial: así también es Bogotá

Hato Grande, de hacienda a asadero

}

}}

Pontificia Universidad Javeriana Carrera de Comunicación Social

39] Colonias

Palestinos en su territorio

64] (*)libroS El grito del opio

{ Gráfica “a lo mero macho” { Enjaulados y acechados

* suelt Cabos

{2} Colegio Alejandro Obregón.

La administración de Samuel Moreno, continuando con el programa de su antecesor, entregó 40 megacolegios, reforzó 177, mejoró 69 y tiene 5 en construcción. Sin embargo, a los diseñadores de estas obras les faltó cierta dosis de realidad. En el colegio Alejandro Obregón, del barrio Gustavo Restrepo, al sur de la ciudad, la instalación de rejas en lugar de las habituales paredes que rodeaban el edificio ha traído problemas a los estudiantes de primaria. Muchachos que se ubican al otro lado de las rejas les piden dinero, y si los alumnos no acceden a pagar son amenazados con golpizas a la salida. Asimismo, las rejas se han convertido en una oportunidad de oro para las pandillas del sector, que se aprovechan de la cercanía con los estudiantes para establecer un “punto de reclutamiento” en las horas de descanso. Eso sin mencionar los riesgos del microtráfico de droga, cuyos clientes potenciales son los menores de edad.

En el Museo de Arte del Banco de la República estará abierta hasta el 15 de noviembre la exposición “Sensacional de diseño mexicano en Bogotá”, una mezcla de imágenes con la estética característica de la cultura mexicana que tanto ha permeado a la cultura colombiana. Basadas en el arte pop estadounidense, la muestra está dividida en 12 unidades temáticas, como oficios y objetos que se comercializan en las calles de México, comida y “mamacitas”, lucha libre, grupos musicales (tecnocumbia y folclor), tipografías, patria, religión y esoterismo.

Quienes realizan las mejoras en los planteles educativos no han tenido en cuenta la inseguridad de estos barrios y han puesto a los estudiantes en una jaula al alcance de leones hambrientos.

La exposición de ambiente “manito” —con entrada gratuita— ha recorrido nueve ciudades del mundo y esta es la primera vez que se expone en Latinoamérica. El colectivo de Sensacional está conformado por Juan Carlos Mena, Óscar Reyes y Déborah Holtz, curadora de la muestra. Según ella, “la gráfica de ambos países tiene muchos rasgos comunes. Aquí los visitantes encontrarán un homenaje al humor, al desparpajo y a la maestría de gente que no ha sido reconocida con un título, y que no por eso es mejor o peor diseñador”.

César Alberto Moreno cesarmorenov@gmail.com

Angélica Casallas Perea angelicazulita@hotmail.com

{ Bajo el suelo del centro español

*abossueltos}

{ Flujo de ilusiones El puente descubierto que de nuevo se cubrirá.

Allí, en la intersección de la carrera 3ª y el Eje Ambiental, en el sector de Las Aguas donde funcionan desde hace años las sedes del Colombo Americano y de la Alianza Francesa, un tercer país ondeará su bandera: España. En ese lote de 5.800 metros cuadrados, que hasta hace pocos meses alojó un parqueadero, un restaurante y tres tiendas, a una cuadra de donde está la estatua de Policarpa Salavarrieta —la heroína de la Independencia que en su camino al patíbulo maldijo a los españoles—, se construirá el Centro Cultural de España. Las obras de demolición del sector para abrir campo a la mega estructura, sacaron a la luz un pequeño puente de ladrillo, apenas visible entre la maleza. En la curvatura de su arco hay una placa de piedra con un número grabado: 1905, cuando fue rebautizado como Puente de Boyacá; anteriormente se conocía como el Puente de Las Aguas. En la Bogotá de principios del siglo XX era uno de los 18 puentes del río San Francisco.

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Entre la variedad de avisos que se han tomado los muros y postes de Bogotá sobresale uno reiterativo de Cash Flow, seguido por un número de contacto. Allí informan sobre la oferta: un popular juego de negocios para enseñar a invertir en finca raíz, midiendo los riesgos financieros. Con sedes en Bogotá y en Medellín, por $200.000 venden vía internet la versión nacional del juego, que en edición original cuesta $600.000. Si el interesado cuenta con un grupo de 10 amigos deseosos de multiplicar su dinero, adiciona $100.000 para obtener una asesoría personalizada.

Pero a mediados del 2011 y luego de una inversión de cerca de $15.000 millones en las obras, el puente quedará cubierto por el Centro Cultural de España, que contará con salas de exposiciones, biblioteca, auditorio, restaurantes y un centro de capacitación audiovisual y artes plásticas. Aunque el proyecto, que hace parte del plan de renovación del centro de la ciudad, no se pudo terminar para las celebraciones del Bicentenario de la Independencia, dará cuenta de la presencia española representada por más de 120 empresas e instituciones culturales y educativas en Colombia.

El juego, que ganó notoriedad con el libro Padre rico, padre pobre, de Robert Kiyosaki, responde a la necesidad del colombiano de hacer plata fácil, que tantos estragos produjo con las llamadas pirámides.

Diana Cristina Prada diankristt@hotmail.com

Santiago Builes Naranjo santiagobn10@hotmail.com

Si antes era normal ver jóvenes alrededor de cartas alusivas a personajes y monstruos fantásticos con los juegos de rol, no debería extrañarnos ahora que existan grupos dedicados a negociar de manera virtual bienes inmuebles, rentas y deudas. Porque como dijo el célebre filósofo antioqueño, Juanes: “Uno por pobre y feo, hombre… pero antojado”.

+++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Entre los negocios perjudicados por las obras de la carrera +++++++++++++++++++++++++++++++++ 10ª está la pastelería Guernica, en la calle 21, que a pesar +++++++++++++++++++++++++++++++++ de tener más de medio siglo de tradición en el sector, ha +++++++++++++++++++++++++++++++++ perdido parte de su clientela a causa de las montañas de +++++++++++++++++++++++++++++++++ arena. Para compensar a la pastelería vecina, funcionarios +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) decidieron agotar +++++++++++++++++++++++++++++++++ las existencias de los pastelitos de $1.500 y otras delicias. +++++++++++++++++++++++++++++++++ Este es sólo uno de los cientos de locales afectados por +++++++++++++++++++++++++++++++++ los 108 frentes de obras públicas en las vías principales +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ de la ciudad. +++++++++++++++++++++++++++++++++ Pero como no todo se soluciona comprando pasteles, +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ para atender a los desesperados, iracundos y taquicár+++++++++++++++++++++++++++++++++ dicos ciudadanos, el IDU ha implementado todo tipo +++++++++++++++++++++++++++++++++ de canales para que pueden llamar a quejarse, aunque +++++++++++++++++++++++++++++++++ normalmente las solicitudes son remitidas a otras enti+++++++++++++++++++++++++++++++++ dades. El último mes se recibieron 70 llamadas telefóni+++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ cas y 582 cartas impresas, además de los mensajes por +++++++++++++++++++++++++++++++++ Internet; pero la mayoría de la gente prefiere que algún +++++++++++++++++++++++++++++++++ funcionario le ponga la cara. Cerca de 700 personas +++++++++++++++++++++++++++++++++ llegaron con reclamos, algunos relacionados con la +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ valorización, pero la mayoría con la afectación de sus +++++++++++++++++++++++++++++++++ predios por cuenta de las obras de desarrollo urbano. +++++++++++++++++++++++++++++++++ {4} Desahogo humano. +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Carolina Cuervo +++++++++++++++++++++++++++++++++ firzis2007@yahoo.com.br +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++

{ Instituto de Desahogo Urbano { Alimentadores de pedal

Hace unos días, cuando bajé del bus decidí tomar un bicitaxi para ahorrarme una caminata de 15 cuadras hasta mi casa, en el barrio Marsella. Al bajarme, le di $1.000 al conductor, quien sacó un manojo de billetes para contar el producido de esa tarde. En una jornada diaria de 2 a 9 de la noche puede recoger hasta $50.000 gracias a sus piernas de acero, y un día malo gana por lo menos $20.000. El bicitaxi se ha convertido en un medio de transporte alternativo y económico que poco a poco se ha extendido a distintas localidades de Bogotá, como Los Mártires, Kennedy, Usme, Usaquén y Engativá. La inversión inicial, que no supera el millón y medio o su alquiler por un valor de $10.000 diarios, ha hecho que mujeres y hombres de distintas edades vean en este trabajo una opción más para seguir “pedaleando” en la vida. Aunque el bicitaxi ha sido tachado de transporte ilegal, lo cierto es que favorece a unos 120.000 usuarios a diario. Incluso, recientemente, el concejal Carlos Orlando Ferreira le propuso a la Secretaría de Movilidad tener en cuenta los bicitaxis en el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) para garantizar el derecho al trabajo y a un ambiente más sano. De entrar al sistema, pasaría a ser regulado y sometido a normas de seguridad, y quizá dejaría usuarios más satisfechos que los de otros medios de transporte público.

Jahel Ibeth Mahecha C. jahel8905@hotmail.com

{ En el lugar de los hechos Tras el atentado terrorista frente a la sede de Caracol, el pasado 12 de agosto, no faltaron los rebuscadores dispuestos a “colaborar” con los afectados. Este instalador de vidrios, cual avisado reportero, llegó en el momento preciso a ofrecer sus servicios en el sector donde más de 400 predios quedaron sin vidrios.

Lisa Fernanda García M. lisagarcia84@hotmail.com

}HOMENAJE{

+++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Por: Juan David Torres Duarte +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ juandtorresd@gmail.com +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Fotos: Archivo familiar +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ El 12 de junio de este año murió en Bogotá Germán Pinzón, uno de los últimos +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ exponentes de la época dorada de la crónica en los años cincuenta. Al retirarse +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ del periodismo se dedicó de lleno a la novela y dejó una obra de ficción y no ficción +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ que retrata al país. Para este perfil tomamos fragmentos del trabajo de grado inédito +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ de la egresada javeriana Luz Adriana Pico Maffiold, una entrevista extensa sobre la +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ infancia del cronista, su vida de bohemia y de aventuras y sus reflexiones sobre el oficio +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ que desempeñó con pasión, creatividad y honestidad. +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Los anales académicos de Germán Pinzón tienen Germán Pinzón, cuando recibió el premio del concurso Nadaísta +++++++++++++++++++++++++++++++++ por su novela El Terremoto, 1966. escasos registros. Ni los estudios secundarios, ni la +++++++++++++++++++++++++++++++++ universidad, ni grados honoríficos figuran en su hoja +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ de vida. Penúltimo de nueve hijos y oriundo de Cajicá, +++++++++++++++++++++++++++++++++ Pinzón sólo conoció el empirismo. Pinzón no era hom+++++++++++++++++++++++++++++++++ bre de diplomas, no, y fue cronista de El Espectador +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ y del semanario Sucesos durante los años cincuenta; +++++++++++++++++++++++++++++++++ escribió tres novelas, quemó una, ganó en 1966 el ++++++++++++++++++++++++++++++++ Premio Nadaísta de Novela de Vanguardia y dirigió la +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Radio Nacional. Pinzón era un autodidacta. +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ —Yo no creo que sea un genio —dijo en entrevista +++++++++++++++++++++++++++++++++ en 2002—. Todo fue un préstamo que me hicieron los +++++++++++++++++++++++++++++++++ grandes escritores que leí. +++++++++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++++++++ Y era un genio. Era. A los escritores de obituarios, tan +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ atentos a la muerte, les llegó el pasado 12 de junio otra +++++++++++++++++++++++++++++++++ solicitud, otro nombre: Germán Pinzón Moncaleano. +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ *** +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ El 7 de agosto de 1934, Enrique Olaya Herrera entre+++++++++++++++++++++++++++++++++ gó la presidencia a Alfonso López Pumarejo. Rojos y +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ azules luchaban a puñal y machete. En medio de eso y +++++++++++++++++++++++++++++++++ ese año nació Germán Pinzón en Cajicá. +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ Luego, se trasladó con su familia a Guasca. Vivió en +++++++++++++++++++++++++++++++++ una casa de dos pisos que daba a la plaza. Allí presen+++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++++++++++

Adiós al poeta de la crónica

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ció una matanza política. Su padre —lector exquisito, poeta aficionado y colaborador ocasional de El Tiempo—, Carlos Pinzón Sánchez, era médico y ayudó a algunos heridos. Su madre, Aura María Moncaleano, de padres tolimenses, casada a los 14, aplicaba el precepto que su padre rechazaba: la letra con sangre entra. —Mamá decía “hay que trabajar y hay que conseguir; lo demás es literatura”. Pobres. Germán Pinzón y su familia fueron pobres. Llegaron a Bogotá, a vivir en Barrios Unidos, y las más de las noches había “un poco de agua con unos pedazos de cebolla”. Así fueron los primeros años. Camino a la plaza del Siete de Agosto, junto con su hermano Roberto, un policía le preguntó qué estaba haciendo. Él respondió que nada. La nada, para el policía, significó participar en el paro nacional. Arriba. Al camión. Y a la cárcel. El primer carcelazo. —Yo no había ido al colegio porque nos dijeron “no vengan mañana” y salí a la calle. A los 11 años no estaba muy informado del país en el que vivía. ***

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Ignorante de las represiones y los toques de queda, a los 12 años Pinzón escribió su primera novela —El campeón, incinerada— y encontró su primer lector: Carlos. Pero la escritura no fue un don natural, puro. En su casa había más libros que comida, más periódicos que pan. En aquella biblioteca leyó a Dostoievski, Jack London, Víctor Hugo. Historietas, también, pasaron por sus manos: Batman, Tarzan, Doc Savage, La Sombra. Su padre murió poco después del 9 de abril de 1948. La muerte. La violencia. —Como cuando se cae un gran árbol de la selva y se lleva todos los árboles que lo rodean —dijo en Entre la tinta y la sangre (2008), sobre cinco cronistas de sucesos—. Fue una pérdida gigantesca por el ser humano que era. Eso fue tremendo. *** Los obituarios recogieron los datos concretos, lacónicos. Germán Pinzón se vinculó a El Espectador en 1953 y allí estuvo hasta su cierre en 1956 por cuenta de la dictadura de Rojas Pinilla. Siguió escribiendo para el periódico que reemplazó al de la familia Cano, El Independiente, y para la revista Sucesos, que fundó un grupo de colegas cesantes, como Rogelio Echavarría, Paulo E. Forero y Felipe González Toledo. Años después fue redactor de la revista Flash, de Perú, corresponsal de O’Cruzeiro, de Brasil, y reportero de Cromos, Semana, La Calle y La Nueva Prensa. Bajo el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, Pinzón fue director de la Radio Nacional y así incursionó en otros medios de comunicación:

Con Laureano Gómez y otros políticos conservadores en 1957.

de editor de programas (Telemundo, Kilómetro cero, Magazine 70), pasó a libretista de televisión (Aventura colombiana). En 1973 dirigió El Periódico. Se dedicó más tarde a la ficción y a la escritura de libretos para cine. De esa labor nació Dos rostros y una vida, dramatizado dirigido por Jorge Alí Triana. La película Pisingaña —con su guión y la dirección de Leopoldo Pinzón, su hermano— le mereció cuatro premios en la tercera edición del Festival de Cine de Bogotá. Publicó El Terremoto (1966, premio Nadaísta), Esta vida y la otra (1998) y ¿No se acaba el mundo? (2006). Algunas notas necrológicas recordaron a sus hermanos —Carmen, Julio Eduardo, Olga, Leonor, Carlos, Roberto, Herbert y Leopoldo—, casi todos artistas. Otros no recordaron su modestia, ni su decepción del mundo, ni su tristeza, y algunos, como Fernando Araújo, de El Espectador, lo definieron como poeta. Olvidaron que Germán quiso ser marinero, músico, boxeador y bailarín de mambo; que el padre de una de sus novias intentó matarlo —matarlo—, que siempre se preguntó por qué sus padres lo trajeron al mundo y que se prometió jamás tener hijos, pero tuvo dos, Germán (pintor) y Édgar (cineasta), con su mujer Sonia Martínez, quien después de la separación siguió siendo su amiga y protectora. Ah, sí: dijeron que la muerte le llegó a los 76 años. *** Kurt Erich Suckert fue corresponsal de guerra, periodista y escritor. Nació en Prato, Italia, en 1898 y falleció en Roma en 1957. Su seudónimo era Curzio Malaparte, y dos de sus novelas —Kaputt (1944) y La piel (1949)— fueron esenciales para la escritura de Germán Pinzón.

}HOMENAJE

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OMENAJE

"Me encantaba detenerme en los invisibles, en la gente que nunca es mencionada".

—Yo dije: “Este es mi escritor, este es el periodista y esto es periodismo”. La guerra más grande de los siglos es ésta y si yo pretendo escribir la verdad, voy a imitar a Curzio Malaparte y lo hice descaradamente. Lo hizo. En “Ternera a la guerrillera en Sumapaz”, crónica para la cual se entrevistó con el legendario Juan de la Cruz Varela, Pinzón escribió: “Miro aquellos chupados y macilentos niños, y sus ojos me devuelven una gran mirada desteñida, opaca, vieja. Nunca vi unos ojos de niños como éstos. Son ojos sombríos. Duros. Turbios ojos de anciano que empiezan a mirar la muerte. Los niños guerrilleros son los niños más viejos del mundo. Estoy seguro de que hasta se les ha olvidado jugar, de que no juegan nunca. No saben jugar. Ah, no, éstos no son niños”. Gonzalo Arango, el padre de los nadaístas, dijo en Cromos que “las crónicas de Pinzón tenían la calidad de lo fantástico”. Del método a la escritura. —Podía comenzar por el final o por la mitad, como me pareciera. Yo —contaba Pinzón—, por ejemplo, hacía una entrevista, unas preguntas, escuchaba lo más atentamente que podía al entrevistado del cual había tratado de informarme antes un poco: quién era, qué hacía. Yo quería sacarle la parte desconocida de él, la otra parte que él era y no sabía… Pinzón escuchaba, anotaba, reconstruía. Escuchaba. Escuchaba todo y a todos. Un día entrevistó a un caballo campeón, Trigueros. El equino no respondió pero él lo vio: encerrado en el galpón, con un alambre de púas en el pene que no le permitía la erección. —Entonces valía la pena que el caballo contara eso o lo contara yo, da lo mismo.

Juan José Hoyos, periodista, escritor y catedrático, escribió el prólogo de Reportero hasta morir (1999), una recopilación de las crónicas de Pinzón. Hace más de dos décadas, Pinzón se había retirado del periodismo. “En él —dice Hoyos—, los lectores volverán a hallar cara a cara al mismo reportero honrado, sensible y paciente que va hasta el lugar donde ha ocurrido la noticia para narrarla como él la ha visto. El reportero que oye a la gente tratando de escuchar su voz más verdadera. […] El reportero que mira el mundo y escribe sobre él siendo fiel a sus propios sentimientos”. —Me encantaba detenerme en los invisibles, en la gente que nunca es mencionada. *** Mike Forero Nougués, el consagrado periodista deportivo de El Espectador, leyó un artículo de Pinzón cuando éste escribía sobre deportes en La República. Así llegó al periódico de la familia Cano y así —por un guiño del destino— se convirtió en cronista. Ni boxeador, ni bailarín, ni Mozart: cronista. —Todos me acogieron con una gran generosidad, me adoptaron de mascota y me quisieron mucho. […] Yo era bastante desordenado en mi conducta, me iba y volvía siempre, pero amanecido o con un ojo negro. Y las crónicas: “La guerra por la paz”, “Grito en el mar: “!Mujer a proa!” —incluida en la Antología de grandes crónicas colombianas de Daniel Samper Pizano—, “El sueño y la pesadilla” —seis crónicas sobre la matanza cometida por Efraín González, bandolero, en Puente Nacional—, “Los pasos perdidos” —la desapa-

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rición de la pareja Cantrell y su posterior búsqueda—, entre otras. Botella de ron en el escritorio, Germán Pinzón escribía. Escribía y destruía. “Yo pienso que el mayor problema que tiene Germán —decía Leopoldo, su hermano cineasta— es su autocrítica; él es exageradamente autocrítico. […] Desecha cosas que yo no habría desechado jamás”. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski y el Premio Nobel turco, Orhan Pamuk, fueron sus últimas devociones literarias. Ébano, Nieve y Estambul pusieron mucho más alto su listón de la perfección. *** Bohemio. Pinzón era un bohemio. En las tardes, en las noches, en la madrugada. “Se dejó llevar —contaba José Salgar, entonces jefe de redacción de El Espectador—un poco de esa bohemia intelectual (intelectual y alcohólica también), para no ser la gran figura que ha podido ser en el mundo literario y periodístico”. El Automático, en la avenida Jiménez con carrera 5ª, era el centro de tertulia: León de Greiff, Arturo Camacho Ramírez, José Mar, Jorge y Eduardo Zalamea Borda. Ah, la década de los cincuenta. Ah, la dictadura.

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—Estaba otra vez con mi hermano Roberto, porque fuimos muy amigos, en el Café Victoria en Chapinero. Entramos a tomarnos unas cervezas. Había un par de muchachos en la mesa vecina hablando y resultaron ser estudiantes de la Universidad Nacional. Los hermanos Pinzón se juntaron con ellos y comenzaron a hablar mal del gobierno, del Jefe Supremo. Otro hombre, alto, vestido de negro, se levantó y fue al teléfono. Sospecha. Pagaron la cuenta y antes de alcanzar la salida, atravesando un extenso corredor, un par de policías los detuvieron y los llevaron, metralleta en mano, a los calabozos del Servicio de Inteligencia de Colombia (SIC), el antiguo DAS. Roberto, caricaturista de El Tiempo, tenía en el bolsillo un par de bocetos y anotaciones. Fuera del bolsillo. Y a masticar. El segundo carcelazo. En el tercero, el último, también estaba Roberto. Un vecino lo invitó a jugar billar. Pinzón, el caricaturista, aceptó. Pinzón, el cronista, apenas decidió mirar. Tres borrachos de una mesa contigua apostaron: unos a Roberto y otros al vecino. Incómodo, Roberto decidió irse. Germán, él y el vecino salieron del bar, pero los apostadores se fueron tras de ellos. Botellas. El vecino salió corriendo. Germán se encargó de uno; Roberto, del otro. Un puñetazo. Dos puñetazos. —Luego vimos que el muchacho al que le pegué no se paraba, pero yo pensé honradamente que era que estaba rehuyendo a la pelea.

El vapuleado era hijo de un agente de tránsito. El último carcelazo. *** Germán Pinzón escuchaba, escribía, narraba, hablaba: —Yo en repetidas ocasiones he tenido ganas de morirme. Con frecuencia me siento honradamente harto de estas cosas, entre otras porque me tocó una vida que no se puede llamar vida. […] El panorama y la vida de las personas me parecen muy pobres. La infeliz niñez, el primer amor —la profesora—, la educación católica, el casamiento ficticio con su primera novia, la matanza. El periodismo, la censura, el método. La procreación, el matrimonio. Que lo cuente él o que lo cuente yo da lo mismo. —Estoy aburrido, decepcionado. En todo caso no estoy dispuesto a suscribir un canto de alabanzas a lo que está pasando o a suspender mi capacidad de observación o de crítica. Quizá una de las últimas crónicas que escribió en el nuevo siglo fue para Directo Bogotá (No. 1, diciembre del 2002), titulada “Un héroe de nuestra esquina”, un habitante de la calle que murió de sida y de hambre. La clase de personaje que disparaba la sensibilidad del cronista. —Una vez uno adquiere la conciencia, eso se vuelve irrenunciable. En el cubrimiento de una invasión de tierras en Silvania, 1957.

[DIVINO rostro ]

{

Los tres pasados

de Johan

Texto y fotos: Emma Jaramillo Bernat emis_jaramillo19@hotmail.com

Johan llegó en junio del 2008 al Hospital de San Ignacio con un golpe en la cabeza que le borró la memoria. Allí pasó ocho meses antes de ser trasladado a un centro de rehabilitación en el norte de la ciudad. Desde entonces, la cronista de Directo Bogotá le siguió la pista hasta desentrañar sus posibles pasados y descubrir su verdadera familia. Esta es la historia narrada en las voces de quienes lo apoyaron en su proceso de recuperación.

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Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras. Jorge Luis Borges, Funes el memorioso

Primer pasado —¿De dónde eres? —De Bogotá —respondió Johan cuando el reloj daba las 12:15 del día. Afuera el sol brillaba y Johan bajó a almorzar con su familia. En la cocina estaba Marta, su mamá, terminando de fritar la carne, y en la mesa ya esperaban su papá, dos hermanas y un hermano. En términos generales, se podría decir que era una familia feliz. Los cuatro hermanos nacieron uno detrás del otro. Johan, el mayor, nació en 1986, y para ese momento tenía 22 años. Lo seguía Johana Andrea, de 19 años; luego Jorge Eliécer, de 17 años, y finalmente, Yolany Tatiana, la menor, de 14. Después de almorzar, todos retomaban su rutina, como casi siempre. Marta ya se había puesto el uniforme de enfermera y tenía que salir a la una para hacer el turno de la tarde.

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Johan tenía una relación muy especial con Marta y a veces, cuando pensaba que algún día ella podía morir, le daban ganas de llorar y procuraba portarse muy bien; es más, cuando le regalaban galletas o chocolates, él no se los comía, sino que se los daba a ella de regalo. En ocasiones también le decía: “Mami, yo no quiero que usted me vaya a abandonar, prométamelo, prométamelo, hasta que yo me muera”. Johan ya era grande, pero Marta lo trataba como a un niño; cuando era grosero, ella le pedía que cambiara el vocabulario y que respetara siempre a las mujeres. Y él le respondía: “Bueno, mami, si usted me ayuda, yo lo hago”. Ese día Johan, después de salir del colegio, fue a la casa de Claudia, una de sus compañeras para hacer un trabajo que tenía que entregar al día siguiente. Ella vivía tan sólo a unas cuadras, en el barrio La Esmeralda, en la localidad de Teusaquillo, como él. Como se retrasaron en el trabajo, Johan llamó a Marta para decirle que se iba a demorar un poco y ella no le vio problema, porque conocía a los padres de Claudia y sabía que la casa estaba cerca. Terminaron de pintar las carteleras a las doce en punto, y Johan salió sin miedo, porque era su barrio. Allí afuera, durante el corto recorrido, estaban las casas, humildes y muy dignas, casi todas de dos pisos, algunas de color curuba y otras blancas. Cuando pasó la primera esquina notó que venían dos muchachos; en mitad de la cuadra se cruzaron y luego se sintió mareado, muy mareado. No recuerda bien lo que sucedió

Johan en su presente indefinido, en el centro de rehabilitación del norte de Bogotá.

después. Sabe que pasó por un parque y que se quedó allá; vio que unas personas se daban puñaladas, y él se quedó mirando. No las conocía; estaba solo y sabía que lo que venía era malo. Pensó en Marta, que le había prometido que no lo abandonaría nunca, hasta que se muriera, ¿dónde estaba ella ahora? Y mientras pudo pensar, Johan pensó en su mamá. Bajo el efecto de la escopolamina caminó por las calles de Bogotá, no opuso resistencia, pero tampoco tenía mucho que pudieran robarle. De todas formas, los ladrones no querían dejarlo muy cerca de la casa, así que siguieron caminando hacia una zona más central. Lo dejaron en la calle 26 con carrera 16. Le pegaron muchas veces, compitiendo entre ellos con risa nerviosa para ver quién tenía más fuerza. Al final le pegaron duro en la cabeza, y se fueron caminando.

Segundo pasado —¿De dónde eres? —De Yopal —respondió Johan cuando el reloj daba las 12:45 del día. Y aunque Casanare puede ser una tierra agradable, Johan no la conoce y saberse nacido allí siempre le ha generado una cierta extrañeza. Johan no recordaba nada de aquel lugar porque cuando era muy chiquito (y no recuerda qué tanto) su tía Tulia se lo llevó a Bogotá, según ella misma le contó, dejando atrás a su abuela y a su mamá. ¿Por qué lo hizo? Johan no sabe, pero no se lo reprochó. Lo cierto es que él nunca dijo “mamá”. Sí aprendió a decir “papá”. Tulia era una tía porque “tía” fue la primera palabra que pronunció Johan, pero para efectos del relato llamémosla Tulia.

[DIVINO rostro

Tulia llegó a Bogotá y buscó a unos parientes lejanos que la recibieron en su casa de barrio pobre al sur de la ciudad. La infancia de Johan no fue fácil allí, siem++++++++++++++++++++++++++ pre en su condición de arrimado y con Tulia trabajan++++++++++++++++++++++++++ do todo el día para mantenerlo y pagar el arriendo de ++++++++++++++++++++++++++ la habitación. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Con su papá, Florián, según le contó Tulia más adelan++++++++++++++++++++++++++ te, se encontró en Bogotá y se veían ocasionalmente; ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ a veces salían juntos, por eso los recuerdos que Johan ++++++++++++++++++++++++++ tiene de él son bonitos, siempre teñidos por el inco++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ rruptible amor de la infancia. No obstante, esa mezcla ++++++++++++++++++++++++++ de resentimiento social y deseo de aventura, junto con ++++++++++++++++++++++++++ su fascinación por los chicos que parecían más malos ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ que él, así como la soledad con la que había aprendido ++++++++++++++++++++++++++ a vivir, hicieron de Johan un hombre que su padre y ++++++++++++++++++++++++++ Tulia desconocían. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Su historia —no la que su tía le había contado— em++++++++++++++++++++++++++ pezó cuando se hizo amigo de Hugo, Islena y Juanes, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ tres compañeros de barrio. Los veía con frecuencia ++++++++++++++++++++++++++ y en su nueva sociedad era importante nunca ir al ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ colegio; se la pasaban caminando de calle en calle, ++++++++++++++++++++++++++ primero hablando, luego tomando y luego drogándo++++++++++++++++++++++++++ se; pero parece que en esos días de piratería urbana ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Johan era feliz. ++++++++++++++++++++++++++ No obstante, los rumores corren en un barrio popular, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ y Tulia pronto se enteró de que su hijo era vicioso; al ++++++++++++++++++++++++++ principio intentó persuadirlo en conversaciones que no ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ llevaron a nada. Luego, lo lanzó a la calle, esperando ++++++++++++++++++++++++++ que se estrellara más duro contra el mundo y volviera. ++++++++++++++++++++++++++ Pero Florián fue más fuerte, y aunque él también era ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ amigo del trago y de las drogas, “era de esos papás que ++++++++++++++++++++++++++ dicen: ‘Mi hijo se fue a la perdición, ese hijo para mí ++++++++++++++++++++++++++ ya está muerto’”. Y cuando se enteró de que Johan era ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ drogadicto y que se había ido de la casa, ese mismo día ++++++++++++++++++++++++++ su hijo murió para él. Se podría decir que fue el primer ++++++++++++++++++++++++++ fallecimiento no oficial de Johan. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Antes había sido obediente, y Florián solía advertirle: ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ “Mijo, no vaya a salir a la calle porque está peligroso”, ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ y entonces él no salía, pero eso fue antes de que se ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ despertaran todos sus deseos adolescentes y conocie++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ra las promesas de la libertad. En esa época él tenía ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ una novia que se llamaba Paola y fue a quien primero ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ acudió tras irse de la casa de la tía Tulia. Sin embargo, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Paola vivía con los papás y ellos no lo querían por ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ su reputación de marihuanero, así que allá no pudo ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ refugiarse; entonces buscó a otros conocidos y pasó +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ una temporada de casa en casa, de favor en favor, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ hasta que su nueva forma de dependencia lo hastió y ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ se convirtió en ladrón. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Johan se la pasaba con matones, y hombres con carros ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ lujosos se lo llevaban a las residencias. Él primero se ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ dejaba “coger” de ellos; lo acariciaban y cuando termi++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

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naban le daban $20.000 y con eso se drogaba. Dormía en la calle y fumaba vicio hasta que no se acordaba de nada; luego la Policía se lo llevaba, los agentes la emprendían contra él a bolillazos, lo “guardaban” 24 horas y lo soltaban, pero él seguía en lo mismo. Dice que las cicatrices que tiene en el cuerpo son de esas palizas tan tremendas. Él veía a cualquier persona, le robaba y salía a correr, aunque únicamente robaba cosas que valieran la pena. Sólo conoció el mundo de la droga, se la pasaba en tabernas y en moteles con mujeres. Se agarraba a cuchillo, usaba un “puntal” y “puntiaba” al que le buscaba pleito. No usaba revólver sino puñaleta, y cuando la Policía se la quitó no tuvo con qué defenderse. Mientras tanto, en la casa de barrio pobre al sur de la ciudad, Tulia le rezaba a la Virgen, y en otro lugar cercano el papá se había recuperado del duelo. Pero Johan quería plata para comprar drogas. Tenía unas ganas inmensas de olvidar, así que en vez de repartir lo que habían ganado colectivamente en el último robo decidió quedarse con todo; sabía que eso iba a tener repercusiones, así que procuró esconderse por unos días. Cuando pensó que ya todo había pasado, fue a visitar a la tía Tulia, para darle parte del dinero doblemente robado. Allí, uno de sus amigos de infancia, de esos malos que tanto idolatraba, lo vio y lo siguió. Mientras lo alcanzaba llamó a todos los demás miembros de la pandilla, para que estuvieran alerta y lo agarraran en un punto acordado de la ciudad. Johan, después de visitar a la tía Tulia y derramar un par de lágrimas por verla demacrada y también por no volverla a ver, trató de salir del barrio lo más rápidamente posible. Pero su amigo lo siguió y después de analizar su recorrido ideó telefónicamente una trampa en la carrera 16 con calle 26. Cuando el plan estuvo acordado, le llegó por detrás, y Johan sintió la punta de un cuchillo; fue cuando vio a los otros ídolos de su niñez, todos armados. Johan bajó la mano disimuladamente para buscar su puñal en el bolsillo, pero no encontró nada porque tres días antes unos uniformados lo habían desarmado. Estaba indefenso y la justicia humana venía a cobrar sus deudas, y lo hacía a través de caras conocidas. Se insultaron, él intentó persuadirlos, pero estaban furiosos. Lo cortaron por todo el cuerpo y le tiraron piedras a la cabeza, por traidor. En verdad querían que sufriera.

Tercer pasado —¿De dónde eres? —De Neiva —respondió Johan cuando el reloj daba la 1:15 de la tarde. Allá hace calor, aunque también frío

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en los páramos, pero a esa altura casi nadie vive, y en las cercanías de la cima están en su colectivo abandono los frailejones solitarios y velludos. Por lo general, el Huila es cálido, pero a Johan le gusta el frío porque siempre hay algo de la tierra natal que resulta insoportable. Allí también hay ríos y montañas, y los atardeceres son luminosos; de hecho, el nombre del departamento proviene de la palabra en quechua huil, que quiere decir “anaranjado”, por el color que toma el nevado del Huila en las tardes. Fue allí donde nació Johan; no en medio de la nieve, sino en Neiva, la capital del departamento; porque por esos días Tulia, su madre, estaba allá comprando ropa para su bebé, y el parto la tomó desprevenida aquel 29 de noviembre de 1989. Pero Tulia era de Acevedo, un pueblo al sur del Huila, y Johan creció allá.

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Este pueblo se levanta en un valle cuyo suelo procede de cenizas volcánicas, y detrás de las casas y de la iglesia se ven las montañas. El río Suaza atraviesa el municipio y desemboca en la Jagua, cerca de Garzón, otro pueblo. Cuando era niño, Johan iba con sus primos al río y pensaba que era el mar. “Conozco un mar en Garzón, Huila, ¿conoce ese?, ¿por acá no hay mar? Entonces era ese, el río de Acevedo, Huila, donde hay un puente, ¿cierto? Fue ese, o ¿no sabe cómo se llamará?, ¿el mar?”. Con el tiempo conoció sus sitios: Garzón, Acevedo, Guadalupe. Andaba de pueblo en pueblo mientras su mamá se moría de nervios y lo encomendaba a los santos para que volviera; mientras ella hacía los oficios de la casa, solía rezar. El camino era largo porque vivían en la vereda de San Antonio, en una casa humilde que Florián, su papá, y Tulia habían construido con las ganancias de su trabajo en el campo. Florián trabajaba recogiendo arroz, plátano, café o yuca, dependiendo de la época del año y de quién lo llamara para trabajar; “tenía bigote y barbita, y ahora debe tener como 50 años”. Johan recuerda que Florián iba con un costal al hombro y silbaba todo el tiempo. Muchas veces, por su actividad en agricultura y luego en comercio, Florián tenía que viajar de un pueblo a otro, y Johan lo acompañó desde muy pequeño. Por eso, aunque Tulia rezaba, preparaba la comida y estaba pendiente de su ropa y de todas sus cosas, Johan era más cercano a Florián y lo quería más a él, porque él lo cuidaba y lo regañaba. Le decía: “Está mal tal cosa”, “si se porta mal, lo castigo”, y a él le tocaba hacerle caso. La vida de Johan, por lo visto, consistía en alternar el colegio con los viajes que hacía con su papá, hasta que

llegó un momento en el que se aburrió, y no quería estudiar más. Un día, hastiado del café, el arroz y la yuca, les dijo a sus padres: “Chao, mañana me voy”. Se podría decir que esa fue la última vez que Johan sintió el olor a romero que llega a Acevedo desde las vegas del Caquetá, según cuentan los viejos relatos. Johan decidió irse a Bogotá, sin conocer a nadie, cargando él mismo todas sus cosas, que tampoco eran tantas. Llegó de noche y pidió que lo dejaran en el centro de la ciudad, porque pensó que allí encontraría lugares baratos donde quedarse. Pero halló un centro desolado, feo y frío, que empezó a caminar. Dos hombres lo cogieron a la fuerza en el cruce, que no supo que era de la calle 26 con carrera 16. Lo golpearon hasta el cansancio y luego se llevaron sus cosas. Johan se quedó tirado en el piso y sintió mucho frío, un frío nuevo, ofensivo, sólido y nuevo, más fuerte que el del río Suaza.

Único presente Estaba incómodo, sentado sobre la silla de ruedas, con una botella de plástico transparente que le daban las enfermeras por si quería orinar y no alcanzaba a llegar al baño a tiempo. Cambiar de posición, que por el bienestar muscular es necesario cada determinado tiempo, le resultaba muy difícil con casi medio cuerpo paralizado. El ambiente no estaba cargado de orín, ni él, pero la botella, los ancianos y el sonido de las ruedas que a veces destemplaba los dientes evocaban los fluidos que en la vejez o en la adversidad deberían ser limpiados únicamente por los seres que más se aman. No era ese el caso de Johan, por supuesto, quien desde el 3 de junio del 2008 ingresó a urgencias del

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Hospital Universitario de San Ignacio, en Bogotá, con un golpe en la cabeza. Lo llevó la Policía, que lo encontró tirado en la calle 26 con carrera 16. En el hospital creyeron que al paciente le habían pegado un tiro y lo operaron, pero no fue un tiro, fue una piedra, y esa pedrada le produjo una lesión axonal difusa; una lesión inmediata, causada por un impacto, que afecta los axones neuronales, una parte de la neurona que transporta orgánulos y sustancias, y que también sirve como conductora de los impulsos nerviosos. Un trauma de este tipo puede dejar secuelas neuropsicológicas que afectan especialmente la memoria. Estuvo en cuidados intensivos hasta el 20 de junio del 2008, cuando fue remitido al Departamento de Neurociencias; allí llegó en mal estado, con los pies destrozados, no musitaba palabra. Incluso traía una bolsa con ropa vieja que después, por orden de Julieta (a quien Johan rebautizó como la más consentida del planeta), las enfermeras botaron porque olía terrible, y entre todas empezaron a recoger dinero para los pañales, porque nadie iba a darle nada ni a llevarle jabón. No hablaba, respiraba gracias a un tubo y se alimentaba del suero que le inyectaban, pero Aura María —una enfermera que cree en Dios y que más adelante él llamaría Laura García— empezó a darle de comer con una jeringa, a darle agua, a ver si pasaba. Al tiempo, él se arrancó por fastidio el tubo que lo ayudaba a inhalar, y con la persistencia de Aura poco a poco empezó a comer y a respirar por su cuenta. Mientras permaneció allí, tuvo tres o cuatro infecciones respiratorias; le daban antibióticos, duraba ocho días bien y volvía a recaer. Luego comenzó a hablar, entonces las enfermeras le empezaron a preguntar cómo se llamaba, dónde vivía, cómo se llamaba la mamá, si tenía hermanos. Él decía cosas que a veces sí podían ser, que ellas creían que eran ciertas porque siempre repetía lo mismo, pero el daño cerebral había sido tan grave, que Johan no podía recordar quién era, y cada luz que arrojaba: “Soy de Santa Librada”, era opacada por una nueva afirmación: “Soy del Caguán”; y a todos les quedó claro que su mente era un reguero terrible e informe. Aura María, en este caso, hacía de madre dócil e iba todas las mañanas a visitarlo, le hablaba de cosas bonitas y le acariciaba la cabeza; también le decía que rezara el padrenuestro; le enseñaba a decir: “Dios te salve, María...”. Le decía: “Diga ‘Santísima Virgen’”, y así fue aprendiendo a hablar porque él no hablaba, y tampoco podía moverse porque los golpes dejaron la mitad de su cuerpo paralizado. Decían que estaba en estado vegetal; raro que le digan a alguien así cuando los vegetales son verdes, vigorosos y afortunados (“di-

choso el árbol que es apenas sensitivo”, decía Rubén Darío), en cambio un ser humano, aunque parezca muerto, algo debe sentir. Durante esas horas perdidas él defecaba en su habitación y, tratando de expresar un no sé qué indefinible, untaba las paredes y se untaba él del espeso café; hacía unas deposiciones terribles y esparcía para todo el mundo. Por eso estuvo en varias habitaciones y al final les tocó dejarlo solo, porque nadie se lo aguantaba. En ese tiempo empezó a hablar; la primera palabra que dijo fue “tía”. Como el paciente no tenía nombre llegaron unos funcionarios de la Fiscalía y le tomaron las huellas digitales, casi cada mes, pero no encontraron un registro que coincidiera. Cuando él empezó a hablar, las enfermeras le decían: Luis, José, Esteban, diferentes nombres y, de pronto, cuando le dijeron Johan, él se concentró más, entonces ellas dijeron: “¡Seguro se llama Johan!”, y así lo bautizaron, guiadas también por la información entregada por el ente investigativo, por descarte, como Johan Morales Lozano. Con el paso de los meses, aunque las terapeutas le tenían pavor porque en ocasiones podía llegar a ser grosero y abusivo, algunas auxiliares de enfermería le cogieron mucho cariño y hacían recolecta para que vinieran de afuera a peluquearlo. En Navidad también lo sacaban de la habitación a las novenas y él cantaba: “Dulce Jesús mío, mi niño adorado, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto”. En el hospital hicieron repetidos intentos por contactar a su familia, por lo que miembros de varios medios de comunicación se enteraron del caso y difundieron la escueta información por televisión e Internet, pero nunca apareció familiar alguno. Luego de estar casi un año hospitalizado, comenzó a mejorar, pero ni su parálisis ni su falta de memoria podían ser tratados en el San Ignacio, así que el 5 de marzo del 2009 fue llevado a la Fundación San Felipe Neri, en el barrio San Cristóbal, y luego fue trasladado a la sede de Suba de la misma institución, que se especializa en terapia física, para que recobrara el movimiento y volviera a caminar. Allí se encontró con Marta Lozano, una enfermera con la que compaginó muy bien, porque ella lo miraba a él solito y se decía: “Ese niño tiene algo”. Como ella era muy cariñosa, si alguna otra enfermera se le acercaba, él decía: “Marta es la que me baña”, “Marta es la que me tiene que hacer esto”, “Marta, mi comida”, porque los dos crearon una relación de madre e hijo. Una vez que ella lo estaba bañando, él se quedó mirándola y le dijo: “Mami, qué tal que de verdad usted fuera mi mamá y usted no lo sepa”. Entonces ella le respondió: “Sí, papi, de pronto usted es mi hijo y yo no

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se llamaba uno de sus tíos, que también se dedicaba a dicho oficio. Entonces, decidí contactar al encargado del proyecto, quien publicó una breve descripción del caso. Por fortuna, varios de sus colegas leyeron la información y la transmitieron por emisoras comunitarias de la zona. Un día, su tío Pioquinto, desde una vereda, escuchó el mensaje y se regocijó al saber que su perdido sobrino no estaba muerto y, tan eufórico como maravillado, les contó la noticia a sus parientes cercanos. Luego, la información del hallazgo habría de recorrer exactamente el camino inverso, hasta llegar a Johan.

lo sé”. De todas formas, para los demás ese amor que se profesan es demasiado evidente y por eso le llamaron la atención a Marta, aunque no le importó mucho porque todo el mundo sabe que él es su preferido.

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Marta ahora está al fondo del salón, con los otros internos, pero mirando a Johan con insistencia. Lo ve sentado sobre la silla de ruedas, con una botella de plástico transparente para contener el orín en caso de no alcanzar a llegar al baño a tiempo. Al lado suyo está Lassie, su perro de peluche remendado, aplastado entre su pierna torcida y la silla destartalada.

Bosquejo de un futuro Luego de una larga cadena de casualidades, y también después de que una mujer rezara novenas a la virgen por años completos, el 1º de mayo del 2010 Johan Morales pudo reencontrarse con su familia. Resultó que su cabeza sí era un reguero, pero no una farsa, ya que muchas de las cosas que había dicho en sus supuestos desvaríos terminaron siendo ciertas. Tulia, que sí existía, y que era su tía, así como Florián, su papá, un día recibieron una llamada de una desconocida, que se había empecinado en reconstruirle al joven pasados posibles. Luego de infructuosos intentos de búsqueda y de algunos contactos, les informó sobre el paradero y la suerte de su familiar. Todo se dio luego de que esta cronista, convencida de que Johan debía ser de algún pueblo del sur del Huila, empezó a indagar en Internet, donde halló el blog de un periodista que reconstruía las memorias del municipio de Acevedo. Allí, un dato me hizo creer que su especulación no era del todo arbitraria: se nombraba a un tal Héctor Morales, que era sastre, tal como hace tiempo Johan le había contado aisladamente que

Su familia le había perdido el rastro después de que él prefiriera vagar por las calles bogotanas, tras vivir algún tiempo en el barrio Santa Librada, con su tía Tulia. Todos sabían que se la pasaba por la calle 26. Sin embargo, quienes lo visitaban esporádicamente no lo volvieron a encontrar y, por el resultado de una posterior brigada de búsqueda, supieron que había desaparecido. Cuando Johan reapareció en sus vidas gracias a una transmisión radial, su papá ahorró durante un tiempo su sueldo de agricultor para poder viajar desde Boyacá hasta la capital, adonde llegó con el hermano de Johan, un niño de seis años, y con su compañera sentimental. En la gran ciudad ubicó el sitio donde le dijeron que estaba su hijo. Una vez allí pidió que llamaran a Johan y, nervioso, alcanzó a ver que él venía desde lejos, empujando las ruedas con sus manos. El azar y la fe permitieron aquella tarde que ambos se abrazaran, se contaran cosas, visitaran un centro comercial y hasta comieran helado, como lo haría cualquier familia normal. El paseo fue corto, emotivo, más no por ello menos extraño. Johan no era experto en compartir esa especie de golosinas familiares ni en emplear un catálogo de frases apropiadas y decentes, así que comió el helado con rapidez y hasta pensó en llevarle la mitad a Marta. Mientras atardecía, fue su padre quien empujó la silla durante el camino de regreso y Johan pudo mirar de nuevo a la calle. Por ahora no hay planes de que regrese con su humilde familia, que no podría atender las necesidades de Johan; además es difícil imaginar que él vuelva a caminar sin la terapia física que le ofrece el instituto; por eso ni los familiares ni los trabajadores sociales encargados de su caso han contemplado la posibilidad del retorno. Y aunque Johan asiste a todas las terapias, no es el más interesado en su futuro como transeúnte. Insiste en que no desea volver a caminar porque no quiere olvidar su silla de ruedas.

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[ ] esta * ciónCENTRAL

Un pañuelo Texto: Kelly Cabana y Juanita Gómez cabanakj1@hotmail.com

blanco

Ilustración: Juan Fermín Mulett.

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En la foto, 'el Gringo', a los 26 años, cuando lo mataron.

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Un pañuelo blanco, una fotografía, una venda en la boca, una lágrima sin derramar, miles de pasos en una marcha y una historia que se repite. Las Madres de Soacha —madres de 16 de los mal llamados “falsos positivos”— se unen en este relato del absurdo. Para que no haya “borrón y cuenta nueva”.

Faír Leonardo Porras Bernal era un muchacho de los que dicen que tienen “algo especial”: tal vez la sonrisa, el carisma, el cariño o la inocencia de quien a los 26 años pensaba como un niño de ocho años de edad. Él no conocía el valor del dinero ni la malicia de la gente; no se permitía ser malo, simplemente porque no sabía cómo. Cuando aún estaba en el vientre de su madre, ella fue arrollada por un auto, lo que produjo el desprendimiento de parte del cerebro del bebé. Faír nació con tan sólo seis meses de gestación, y a los 90 días empezó a presentar fiebre y convulsiones que arrojaron el diagnóstico de meningitis. Los médicos determinaron que el 53% de su cerebro no funcionaría adecuadamente, por lo que no podría aprender a leer ni a escribir. {16}

Después de pasar por varios colegios de educación especial, Faír no logró adaptarse a las exigencias educativas. Pero gracias a la Fundación Amor, pudo realizar talleres de panadería, manualidades y actividades que le permitían sentirse como los otros niños. Al crecer, mostró un gusto especial por los oficios pesados, como la construcción, pero seguía siendo vulnerable. Por la condición de su hijo, Luz Marina Bernal nunca pensó que lo vería muerto, convertido en un NN y, peor aún, con el rótulo de “guerrillero muerto en combate”.

“Las rejas de la impunidad” Con una mirada cargada de tristeza, a Luz Marina todavía le queda voz para denunciar lo que ella llama “las duras rejas de la impunidad”. Su hijo Faír fue víctima de los mal llamados “falsos positivos” durante el último gobierno de Álvaro Uribe Vélez. La voz que todos los días la despertaba con un “buenos días, marrecita”, dejó de sonar en su casa después del 8 de enero del 2008. El más cariñoso y detallista de sus cuatro hijos, que con mucho esfuerzo le daba una rosa o un chocolate casi todos los días, no iba a volver jamás. Ese día, a la 1:30 de la tarde, Faír salió a trabajar; eso fue lo que pensaron todos. John Smith, que manejaba un colectivo, le había pedido el favor de que lo acompañara en la ruta diaria, pero Faír recibió una llamada

a su celular a la que había contestado: “Claro patrón, yo ya voy”. John presumió que iba a trabajar en la construcción del conjunto residencial Nuevo Horizonte, adonde iba hacía varios días. “No, chino, tengo una cita con el patrón que me va a dar una plata”, le dijo finalmente, y se despidieron en la esquina de su casa. “A Faír le gustaba ayudar en construcción, hacer parches, mezclar cemento y otras cosas. ¡Quién sabe cómo o qué le propusieron a él! —apunta su mamá—; dinero, no creo, porque él no sabía el valor del dinero. A él le daban un billete de $1.000 y pensaba que era de $10.000”. Al ver que no regresó ese día, la familia lo buscó en hospitales, clínicas, estaciones de policía, cárceles, casas de albergue y Medicina Legal, entre otros sitios obligados. Papá, mamá y los tres hermanos —Dolly, Liz y John Smith— formaron un “escuadrón de búsqueda”. Luz Marina reportó la desaparición de su hijo ante la Fiscalía de Soacha, y la respuesta que le dieron le sonó a broma canalla: “Déjelo, debe estar divirtiéndose con la novia, y nosotros gastando plata como unos locos buscándolo para que después aparezca”. La denuncia nunca fue registrada. Faír Leonardo Porras Bernal, 'el Gringo'.

++++++++++++++++++++++++++ El 2 de febrero, tres semanas después, la familia ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ volvió a instaurar la denuncia y la respuesta fue aún ++++++++++++++++++++++++++ más cínica: “¿Por qué molestan tanto?”. Luz Marina, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ como la gran mayoría de colombianos, desconocía sus ++++++++++++++++++++++++++ derechos y ni siquiera sabía que podía presentar el ++++++++++++++++++++++++++ caso en Bogotá. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Hicieron todo lo posible para dar con su paradero. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ John Smith se hizo pasar por indigente poniéndose ++++++++++++++++++++++++++ grasa en la cara y buscando en las principales ollas de ++++++++++++++++++++++++++ droga de Bogotá. Repitió varias veces la tarea titánica ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ de levantar indigentes del suelo para identificar a Faír. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Pasaron ocho meses y el 16 de septiembre Luz Marina ++++++++++++++++++++++++++ recibió una llamada de Diana Ramírez, doctora de Me++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ dicina Legal: “Doña Luz Marina, ¿cuánto se gasta en ++++++++++++++++++++++++++ llegar a Medicina Legal? Quiero que venga”. Ella sintió ++++++++++++++++++++++++++ una punzada fuerte en el corazón. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Investigación por cuenta propia ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Ahora, cuando recuerda esos días de búsqueda, Luz ++++++++++++++++++++++++++ Marina dice que en una de esas tantas veces que fue ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ a Medicina Legal pidió, sin siquiera sospecharlo, el ++++++++++++++++++++++++++ archivo de los NN de Ocaña, Norte de Santander, pues ++++++++++++++++++++++++++ se había enterado de que un muchacho de Soacha, Julio ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ César Mesa, desaparecido el 26 de enero, había sido ++++++++++++++++++++++++++ encontrado en esta región del país siete meses después. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ En ese entonces en la lista sólo aparecían registrados ++++++++++++++++++++++++++ tres jóvenes, y ella no pudo reconocer a ninguno. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ En el tercer piso de esta entidad, un cuarto blanco y un ++++++++++++++++++++++++++ computador esperaban la visita de Luz Marina. El llamado ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ “muro de la infamia” de la Fiscalía General de la Nación, ++++++++++++++++++++++++++ donde reposan las fotografías de los restos de perso++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Manifestación de las Madres de Soacha. Foto: Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

nas sin identificar, revelaría las últimas fotos de lo que quedaba de Faír Leonardo y una placa que lo hacía pasar por NN en una lista con 40 personas. “¿Usted conoce a alguien de esta lista?”, le preguntó la doctora al desplegar la lista de nombres. “Sí, a mi hijo, es el primero”. Al dar clic sobre el número de la cédula de ciudadanía, 80.721.070, apareció la foto de Faír. “Con medio rostro, no más, a él le pegaron nueve impactos de bala por la espalda, una bala entró por la parte posterior de la cabeza, salió, le destruyó medio rostro, bueno…”, cuenta Luz Marina con lágrimas que quiere derramar pero no puede. “Yo le pregunté a la doctora dónde se encontraba mi hijo. Me respondió: ‘Está en Ocaña, Norte de Santander, en una fosa común con otros cadáveres’; yo le pregunté: ‘¿Y eso dónde queda?, ¿qué tengo que hacer para recuperar el cadáver de mi hijo?’. ‘La exhumación de un cadáver cuesta $450.000, tal vez podría verse con las familias de las otras personas de la fosa y hacer un viaje para ir a recogerlos’, me dijo ella”. En su casa, en la urbanización Compartir Soacha, nadie quería aceptar la noticia. El papá no dejaba de fumar y caminaba de un lado a otro negando con la cabeza. Cada uno de ellos comprobó delante de esa pantalla de Medicina Legal, que el cuerpo desfigurado que aparecía ahí era el de 'el Gringo', como le decían a Faír Leonardo por su pinta y sus ojos azules. Que hubiera sido asesinado a miles de kilómetros de su casa, estuviera desaparecido ocho meses y encima que su familia tuviera que pagar $15 millones de pesos para traer sus restos y darle cristiana sepultura no tenía sentido.

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“El líder guerrillero” El 23 de septiembre de 2008, algunas de las madres de los “falsos positivos” de Soacha, entre ellas Flor Hernández y Elvira Vásquez se reunieron por primera vez porque el destino así lo quiso; el mismo destino que en la sala de Medicina Legal juntó a un reconocido periodista del país con las mujeres que llevaban en sus manos las fotos de sus hijos muertos. Felipe Zuleta Lleras se preguntó por qué cuatro madres de Soacha reclamaban a sus hijos reportados como desaparecidos, en una zona tan lejana a la capital. Ellas, extrañadas, incluso ofendidas, no prestaron atención a las afirmaciones del periodista, quien de inmediato reportó a los medios que por extrañas circunstancias había más de cuatro desaparecidos de Soacha asesinados en Norte de Santander. Luz Marina todavía no sabía lo que había pasado y con lo poco que pudo recolectar, menos de tres millones de pesos, llegó a Ocaña, Norte de Santander, con otras cuatro madres, todas de Soacha, que también tenían que identificar a sus hijos en esa ciudad. Ese mismo día viajaron en automóvil a las 4:00 de la tarde.

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Luz Marina y su esposo llegaron el 24 de septiembre, a las 9:00 de la mañana a la Fiscalía de Ocaña. Allí entregaron todos los papeles y el número de la cédula de su hijo, lo primero que le dijeron fue: “¿Usted no sabía que su hijo era un guerrillero?”, y una rabia incontenible invadió a Luz Marina. Su hijo, en dos días, se había convertido en guerrillero, en ocho meses en un desaparecido y en pocos minutos observaría cómo su recuerdo se convertiría en polvo. Faír Leonardo había desaparecido el 8 de enero de 2008 y según el reporte judicial fue ejecutado el 12 de enero de ese mismo año, a las 2:00 de la tarde, en Ocaña. Manifestación pacífica de las Madres de Soacha en la Plaza de Bolívar.

++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ —Su hijo atacó al Ejército y tenía un arma maniobrada ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ con la mano derecha. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ Por enésima vez, el dolor que produce la mentira. ++++++++++++++++++++++++ Faír, que recibió educación especial durante toda su ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ vida, que además era zurdo y no podía manejar un ++++++++++++++++++++++++ arma de fuego porque su discapacidad se lo impedía, ++++++++++++++++++++++++ era acusado de haber librado un enfrentamiento con ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ el Ejército colombiano. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ —Mi hijo no era guerrillero —repitió Luz Marina. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ —El Ejército ejecutó a su hijo en un enfrentamiento ++++++++++++++++++++++++ porque él es el líder de una organización narcoterrorista. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ En ese momento Luz Marina, quien después se con++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ vertiría en líder y activista, juró que no descansaría ++++++++++++++++++++++++ hasta limpiar el nombre de su hijo. Las demás madres ++++++++++++++++++++++++ pasaron por lo mismo, parecía un libreto aprendido. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ A las 6:00 de la tarde apareció un representante de ++++++++++++++++++++++++ la Alcaldía de Ocaña para contarles a los familiares ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ cómo estaban distribuidos los cuerpos. Uno de ellos ++++++++++++++++++++++++ se encontraba en el cementerio de la ciudad, los otros ++++++++++++++++++++++++ tres cadáveres estaban en la vereda Las Liscas, a una ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ hora de distancia. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ El dolor de los padres aumentaba a cada instante con ++++++++++++++++++++++++ la acusación de que esos muchachos eran guerrilleros. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ “Pareciera que les dimos una mala educación y no ++++++++++++++++++++++++ supimos formar a nuestros hijos”, dice uno de ellos. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ A estas alturas no eran sólo los cuatro casos de ++++++++++++++++++++++++ Soacha; días antes otras dos familias habían llegado ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ allí para reclamar el cuerpo de sus hijos. Ya eran seis ++++++++++++++++++++++++ los jóvenes asesinados. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ Manifestación por los falsos positivos. Foto: Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo. ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++

—¿Usted, cómo me va a decir que mi hijo es un guerrillero?

++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Levantamiento y exhumación ++++++++++++++++++++++++++ La prensa llegó al lugar de los hechos. El cuerpo de ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Faír era el que estaba en el cementerio, por lo que su ++++++++++++++++++++++++++ exhumación fue más rápida. A las 4:00 de la mañana, ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ y por presión de Luz Marina, empezaron con el levan++++++++++++++++++++++++++ tamiento. Había representantes del Cuerpo Técnico de ++++++++++++++++++++++++++ Investigación (CTI) de Cúcuta y de Ocaña. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ A las 8:00 de la mañana un escuadrón del Ejército rodeó ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ el lugar. Los uniformados argumentaron que los había ++++++++++++++++++++++++++ enviado el presidente Álvaro Uribe para saber a quién ++++++++++++++++++++++++++ exhumaban y por qué razón. Intentaron detener el ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ proceso con el pretexto de que Luz Marina debía rendir ++++++++++++++++++++++++++ testimonio y firmar unos papeles. El levantamiento cul++++++++++++++++++++++++++ minó a las 11:00 de la mañana, sin mayores percances. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Luz Marina quedó molesta porque no pudo determinar ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ si la osamenta que le fue entregada era la de su hijo, ++++++++++++++++++++++++++ pues asegura que el cuerpo se descompuso muy rápida++++++++++++++++++++++++++ damente y no pudo ver ningún tejido vivo, ninguna se++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ñal, como sí la tuvieron otras madres que reconocieron ++++++++++++++++++++++++++ a sus hijos por los tatuajes y cicatrices. La duda siempre ++++++++++++++++++++++++++ la acompaña porque, además, solicitó una prueba de ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ADN que hasta el momento no se ha realizado. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Concluidas las exhumaciones, los familiares regresaron ++++++++++++++++++++++++++ a Bogotá. El 26 de septiembre, los cuerpos fueron tras++++++++++++++++++++++++++ ladados a la funeraria Los Olivos en el barrio Restrepo. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Los tres cadáveres fueron enviados a Soacha, y el de ++++++++++++++++++++++++++ Faír se enterró en La Inmaculada. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ El modus operandi ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ “La lucha”, como le dice Luz Marina, no ha sido fácil. ++++++++++++++++++++++++++ En marzo del 2009, Juan Manuel Galán trasladó el Con++++++++++++++++++++++++++ greso a Soacha, donde se realizó una audiencia pública ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ sobre el caso de los “falsos positivos”. Allí, como lo ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ o. Performance en la Plaza de Bolívar. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

recuerda Luz Marina, la senadora Nancy Patricia Gutiérrez dijo que las Madres de Soacha habían degradado al Ejército colombiano al mentir sobre estos casos y llevarlos a instancias internacionales, por lo que los medios estadounidenses estaban obsesionados con el tema. A partir del 14 de mayo empezaron las audiencias preliminares, en las que se pudieron conocer los testimonios de dos de los reclutadores que hacían parte de la cadena criminal que terminaba en un “falso positivo”. Pedro Gámez y Álex Carretero Díaz, ambos retirados del Ejército, eran los encargados de convencer a los jóvenes con trabajos fáciles y de trasladarlos a las regiones donde eran requeridos. Dependiendo de la dificultad o del tiempo empleado en la tarea se le asignaba un precio a cada muchacho. Las cifras iban desde $500.000 hasta $1.500.000. Por Faír Leonardo pagaron $200.000. Lo que se pudo establecer a partir de estos relatos fue que los jóvenes eran trasladados a una casa, por lo menos así fue en Ocaña, donde eran recibidos por un militar y su esposa, quienes los retenían el tiempo que fuera necesario hasta que los fueran a recoger. En el lapso “eran bien atendidos”, pues recibían bebidas alcohólicas, drogas e incluso prostitutas. Determinar qué pasó con cada uno de ellos ha sido difícil. Algunos cuerpos tienen indicios de tortura; otros, de haber sido víctimas de tiro al blanco; otros, de portar elementos ajenos, como armas descompuestas, ropa con tallas que no corresponden, zapatos más pequeños.

La respiración en la nuca Estos testimonios no han servido como pruebas. Por ello el 30 de diciembre se estancaron los procesos por vencimiento de términos y varios militares quedaron en libertad. Mientras tanto, Luz Marina trataba de reactivar el proceso con el apoyo jurídico del Comité de Presos Políticos, pero ella y su familia fueron víctimas de amenazas de muerte que llegaban a la puerta de su casa. “¿Por qué se esconde en ese apartamento? ¿Tiene miedo? Sabemos que tarde o temprano va a salir y ahí lo vamos a agarrar”, fue el panfleto que le llegó a John Smith, el hermano mayor de 'el Gringo', después de que se tuviera que esconder durante ocho días en un parqueadero porque ya había recibido otras amenazas vía telefónica. “Está demostrado que siempre ganaremos”, “En caso de desaparición forzada es mejor quedarse calladas y no hacer ninguna denuncia”. Estas y otras amenazas hacen parte del diario vivir de las Madres de Soacha y sus familias. La familia Porras Bernal, como medida de seguridad, tuvo que separarse completamente: en la casa donde

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Foto archivo del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo.

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antes vivían siete, ahora sólo queda Luz Marina, sin tener certeza de dónde pasan la noche sus hijos y su esposo. Una llamada ocasional es el único contacto que logran tener. “Cada día es más difícil que el anterior… ver esa silla del comedor vacía, saber que no tengo a mi familia cerca y ver las camas desocupadas; no me nace, por ejemplo, ir a hacer mercado… creo que sólo vivo para ver a mis tres hijos algún día reunidos. Y no me da miedo que me lleguen a hacer algo por hablar… después habrá otras que hablen por uno, porque esa es nuestra meta: seguir luchando y contando cuantas veces sea necesario lo que pasó”. Luz Marina, además de portar las banderas de las Madres de Soacha, está haciendo un diplomado en Derechos Humanos y asiste a unos talleres sobre exhumaciones y desaparición forzada, y recibe asesoría jurídica para conocer sus derechos y saber lo que tiene que reclamar.

El lento proceso Las audiencias preliminares estaban previstas para mayo del 2010, para la presentación de pruebas, pero fueron aplazadas porque la defensa de los militares argumentó que no tenía garantías para seguir con el proceso y que la Fiscalía no les ha hecho llegar algunas pruebas. Ante la falta de un juicio condenatorio, las madres quisieron actuar. Redactaron una carta a la Corte Penal

Internacional con el fin de esclarecer los hechos y contar con su intervención y veeduría en el desarrollo de los casos. Por lo pronto, así como las Madres de Mayo de Argentina dejaron sentir el estruendo de ollas y cacerolas para pedir justicia, las Madres de Soacha piden silenciosamente justicia, con sus pañuelos blancos para que no se repita esta oscura y tenebrosa historia.

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Pocas condenas La Fiscalía General de la Nación reveló que en el 2010 han sido condenados por la justicia 160 integrantes de la fuerza pública, como autores de homicidios cometidos fuera de combate, y 40 uniformados más se acogieron a sentencia anticipada por estos mismos hechos. El último informe de la Unidad Nacional de Derechos Humanos de Fiscalía dice que hay un total de 2.358 víctimas por los crímenes de “falsos positivos”; 2.113 son hombres, 120 mujeres y 125 menores de edad. Faír Leonardo clasificaba entre estos últimos, aunque tuviera 26 años.

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* }estaciónCENTRAL [ ]

La pesadilla del

Texto y fotos: Jennifer García je-jim@hotmail.com

“gota a gota”

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Las personas con escasos recursos acuden al llamado préstamo “gota a gota”, pero detrás del aparente beneficio de acceder fácilmente a un préstamo se esconden perjuicios mayores. Aquí trazamos el perfil del usurero de barrio, personaje de vieja data, a quien ni el Banco de los Pobres logra desbancar, y que también expone su vida por cuenta de este negocio ilegal. Ya no son personajes de ficción, como la vieja de San Petersburgo asesinada por Raskolnikov en Crimen y Castigo, de Dostoievski, ni el usurero de El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez.

Plaza fundacional de Bosa, donde circulan los personajes de esta historia.

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“¿Qué es gota a gota? Se lo explicaré: es echarse la soga al cuello”, responde Javier* al tomar el último sorbo de café que, por el clima y su habilidad para hablar sin pausa, degusta frío. Afirma que el negocio es arriesgado. “Eso no es sólo para los pobres, es también para los tontos; los pobres se rebuscan la plata como sea, los tontos prefieren pedir prestado sabiendo que no van a poder pagar y se condenan solitos”. Los préstamos de la modalidad gota a gota son créditos informales con intereses que superan el 120% anual, cuando lo permitido en el mercado es el 30%, aproximadamente. Los prestamistas, también conocidos como agiotistas, goteros o pagadiarios, proporcionan sumas de dinero que no superen los tres millones de pesos y manejan plazos flexibles de uno a dos meses, a sabiendas de que cuanto más rápido se pague la deuda, menor será el interés. Cuando los clientes son grandes comerciantes de centrales de abastos o de sanandresitos, por ejemplo, el beneficio para los prestamistas es mayor porque los préstamos superan los $50 millones. Estos clientes, a los que se les fía, gozan de baja tasa de interés porque son confiables y están bien recomendados. Los prestamistas, dependiendo de las redes de deudores que manejen, prefieren guardar su identidad por conveniencia. {22}

Ojo por ojo, ¿plata por vida? Aunque hay prestamistas que prefieren que los busquen en anuncios en redes virtuales o impresos, hay otros que realizan esta actividad clandestinamente por razones de seguridad. Néstor*, de 25 años de edad, residente en la localidad de Bosa, se gana la vida prestando plata, y basa su éxito como cobrador en la presión y las amenazas. Tras el manto de hombre fuerte y malhumorado, se esconde una personalidad tímida y callada. “No sé cómo me encontró, pero es mejor que se pierda, porque yo no ando con jueguitos y menos dando información a desconocidos”, dice, tras exhalar el humo del cigarrillo y bajar la mano temblorosa. Cuando supo que el artículo era para un medio universitario suavizó el tono de voz e inclinó los hombros. “Mire, este no es un negocio como cualquiera, es muy peligroso, no sólo porque la gente se desaparece con la plata, sino también porque uno puede desaparecer, pero con dos tiros en la frente”. Y agrega: “Usted viene acá y hace preguntas ridículas, ¿Que cómo es el negocio? ¿Que a quiénes les presta? Yo puedo pensar que usted es de la guerrilla y mañana no amanece; así es el negocio, todo el mundo desconfía de todo”. Es que el miedo no lo sienten sólo los que piden prestado, sino también los que prestan. “Me advirtieron que me matarían porque no querían pagarme $800.000; me

Ilustración: Juan Fermín Mulett.

asusté y preferí dejarlo así”, relató una prestamista que, por obvias razones, no reveló su identidad. Las amenazas llegan a ser tan fuertes, que los acreedores prefieren pagar anticipadamente, si pueden. “Me da miedo que me envíen a un sicario y de la rabia pueda hacer algo horrible; yo voy antes y pago; mejor no arriesgarse”, afirma un deudor del sector. La mayoría de los prestamistas no cobra personalmente, sino que dispone de cobradores que recorren el barrio visitando a los deudores y pidiéndoles seriedad en los pagos. Los populares “chepitos” —que en otros tiempos cobraban “culebras” y vestían de negro, con sombrero bombín—, hoy se movilizan en moto o en bicicleta y lucen temibles, tengan o no armas ocultas.

El proceso del préstamo Manuel Ramírez* es uno de los tantos conductores de transporte urbano de Bogotá que tienen que hacer milagros para poder responder por los servicios públicos y deudas pendientes de su casa; además, debe un crédito gota a gota de $500.000, que le dejará para el diario menos de $8.000 durante los próximos 30 días; pero él prefiere este sistema de crédito antes que los engorrosos trámites de la banca tradicional. “La verdad, quien se mete en esto es porque está muy necesitado, porque no tiene nada de bueno; al contrario, uno termina más endeudado de lo que estaba antes”, afirma. Para hacer este préstamo basta la fotocopia de la cédula y una letra de cambio firmada en blanco; aunque algunos prestamistas dan el crédito con sólo el nombre, dirección y teléfonos. “Yo presto únicamente a personas que conozco porque se dónde encontrarlas […]. Es un trabajo muy riesgoso, porque aquí no es como en los bancos, se hace un pacto de palabra”, asegura Miriam*, quien obtiene el sustento diario de este negocio. El trámite sofisticado consiste en contactar al agiotista, quien de acuerdo con la suma y el plazo solicitado fija los intereses. El cliente entrega una letra de cambio en blanco que respalda la deuda y recibe una factura como constancia y la copia de un talonario, dividido en el número de casillas correspondiente a los días que durará el préstamo. Cada vez que realiza un pago diligencia el espacio correspondiente. El original lo conserva el prestamista. Otros prefieren no complicarse la vida y sólo piden los datos personales. Miriam espera todos los días en la localidad de Bosa, en el suroccidente de la ciudad, a los conductores de buses y taxis para cobrar la cuota diaria de la deuda. Esta señora de piel blanca y sonrisa socarrona, no se muestra agresiva ni tosca a la hora de pedir la plata,

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al contrario, su amabilidad revela una faceta diferente: “A mí ni me interesa hacerles mala cara o regañarlos, si no tienen plata, les cobro al doble el siguiente día o les hago un descuentico dependiendo del cliente; no sirve de nada intimidar porque la gente se vuela con la plata y me quiebran el negocio”. Según ella, vale más la confianza y el buen trato, que la brusquedad y el acoso. En todo caso, Miriam rompe con el perfil de un prestamista, un ser despreciable para la mayoría de los deudores. “Los gota a gota son perversos, ellos no andan con cuentos, andan sólo con dos cosas: una libretica con los nombres y datos de sus deudores, y un sicario; quien no pague ya sabe la suerte que le espera”, afirma un vecino del barrio. Es común ver en los paraderos de las rutas de transporte urbano o en los alrededores de la Terminal de Transportes del sur de Bogotá a los cobradores estratégicamente ubicados. Casi siempre llegan a estos puntos o pasan por los negocios al final de la tarde para llevarse lo recaudado en el día. Sin embargo, quien necesite un préstamo debe tener un contacto para llegar a ellos; se mueven con extrema discreción.

Negocio inseguro {24}

“Él cobraba al 20%, pero tenía muchos deudores y no pudieron pagarle, hasta que decidieron matarlo; fue

espantoso”, afirma la pariente de un prestamista asesinado meses atrás. Cayó cuando estaba haciendo una llamada telefónica en una cabina del sector de San José, en la localidad de Bosa. Dos sicarios arremetieron contra él y huyeron en una bicicleta, después de dispararle en cuatro oportunidades, a eso de las 7:30 de la noche. La Policía encontró la bicicleta a pocos kilómetros del lugar del crimen. “Lo mató el sobrino porque le debía plata”, afirma la testigo y familiar del prestamista, quien no se atreve a declarar ante la Policía. “Los prestamistas son gente que corre mucho riesgo; las personas que no les pueden pagar, simplemente los mandan a matar”. Aunque no se ha identificado al asesino, los rumores no se hicieron esperar en la localidad: “Él no era mala persona, ayudaba a los necesitados y no pedía mucho papeleo, era buena gente”, dice un vecino y cliente.

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[ ] esta * ciónCENT

Por esta razón, algunos de los agiotistas prefieren actuar de incógnito. “Este negocio es una red de telarañas, uno no los ve, pero cuando los va conociendo se entera de que son muchos los que trabajan ocultos y en determinados sectores, como invisibles”, asegura un deudor. En las calles hay muchas versiones sobre delitos con préstamos, pero no hay un solo informe oficial que las confirme. John Ortega, agente de policía del CAI

Stella Martínez intentó acceder, sin suerte, a la Banca de las Oportunidades para sacar adelante su empresa de lácteos.

de Bosa La Libertad, asegura que nadie denuncia y no hay forma de probar los hechos. “Aunque la usura es un delito en Colombia, sigue creciendo este tipo de negocio, sin aparente control”, dice.

La Banca de Oportunidades

* ciónCENTRAL [ ]

La otra cara de la moneda en esta historia de préstamos de alto riesgo es la Banca de las Oportunidades. Stella Martínez trabaja hace un año en su propia empresa creada a partir de una convocatoria del Fondo Emprender y el Sena. El negocio se basa en la producción y venta de lácteos, pero en palabras de Stella, “las ventas están por el piso”, y necesita dinero con urgencia para poder cumplir las metas mensuales que solicita un supervisor del Sena. Stella buscó un crédito accesible y encontró en internet la página de la Banca de Oportunidades. Se dirigió a la sede en la carrera 10ª con calle 27, donde un asesor le respondió sus inquietudes: “La Banca de Oportunidades no es una banca, es un nombre; se asocia con Bancoldex, una entidad financiera que ofrece crédito con un interés muy bajo: del 1%”. Según Stella, es un programa del gobierno nacional que no lleva mucho tiempo y que sólo ayuda a los pequeños empresarios, pero no a la gente más necesitada y carente de recursos. Diana Herrera, asesora de esta entidad, explica que para acceder al préstamo se necesita un codeudor con finca raíz o con ingresos que se puedan demostrar por un año, experiencia crediticia y no estar reportado en las centrales de riesgo. Por lo tanto, la empresa debe tener un historial bancario y un mínimo de rendimiento económico para obtener el préstamo. “Me dijeron que iban a evaluar mi caso, porque la empresa tiene ventas muy bajas y las entidades financieras hacen un estudio de crédito para saber si las personas tienen capacidad de endeudamiento […], pero creo que es muy difícil que me presten, ya que no tengo capacidad para pagar”, cuenta Stella. Para las personas que están interesadas en crear empresa existe un plan que se llama “Banca Capital Emprendimiento”, dirigido a quienes tengan una microempresa con menos de 18 meses de existencia o una actividad donde el crédito sea destinado a la capitalización, inversión fija y capital de trabajo. Al igual que en el anterior programa, la tasa de interés es del 1% y el monto máximo es de $25 millones. Pero este plan todavía no se ha establecido como programa y no se han ofrecido créditos en esta modalidad. La realidad es que para acceder a un préstamo hay que demostrarle al banco capacidad de endeudamiento. La también llamada “Banca de los Pobres” es

una oportunidad para los pequeños empresarios que necesitan un empréstito urgente; sin embargo, deben cumplir con las condiciones que exige el banco. Y ante una urgencia, la solución inmediata es la que ofrecen los prestamistas de barrio. A falta de senderos para subir al santuario de Monserrate a implorar por ayuda económica al Señor Caído y la Virgen Negra, quedan estos “montes de piedad” —como les decían antiguamente—, donde el usurero, sin cobrar el peaje de la oración, presta el dinero. Titular de El Tiempo, 11 de abril de 1969.

Titular de El Tiempo, 1º de septiembre de 1977.

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Cárcel para los ‘gotereros’ {25}

El 25 de noviembre de 2008, el Gobierno nacional firmó el decreto 4450, que aumentaba las penas y las multas para aquellos que sobrepasaran las tasas de usura permitidas. Este fue el quinto decreto de la Emergencia Social causado por el revolcón de las captadoras ilegales de dinero o ‘pirámides’. A finales de 2008 el ex magistrado de la Corte Constitucional Eduardo Cifuentes dijo a El Espectador (20 de noviembre de 2008) que la norma podría ser inconstitucional porque “no es una situación directamente relacionada con el estado de emergencia que se declaró y en esa medida sería un decreto dudoso”. Finalmente, el 30 de marzo de 2009, después de un largo debate, la Corte Constitucional declaró inexequible el decreto, con el argumento de que el Código Penal ya reconoce ese delito y establece las penas y topes correspondientes, como reza el artículo 305: prisión de dos a cinco años y multa de 50 a 200 salarios mínimos vigentes a quien se le compruebe el delito de usura.

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Retro *Visor

La capital en

1910 En el año en que se celebraba el Centenario de la Independencia, Bogotá despuntaba como ciudad moderna, con todos los servicios y atractivos. De la Revista Cómica tomamos los datos para esta “foto fija”. Redacción Directo Bogotá

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En 1910 Bogotá ya no era la ciudad colonial de precarios servicios públicos, ni la villa de conventos, hospicios y capillas, ni la morada de los virreyes Sámano o Amar y Borbón, ni ostentaba una división social inamovible, aunque los pobres lo eran de solemnidad. Ya poseía el título de “Atenas Suramericana”: una metrópoli de espíritu renovado, de intelectuales y gramáticos, de academia, toga y birrete donde se celebraron los festejos del Centenario de la Independencia. Antes de los festejos, la Revista Cómica, dirigida por Manuel Álvarez Jiménez y repartida en quioscos a $3, tenía la sana costumbre de publicar un listado de los lugares importantes de la capital: boticas, hospitales, escuelas, embajadas, etc. La “Guía anunciador de Bogotá” estaba precedida por esta breve sentencia: “Anuncios que se recomiendan por sí solos”. Por “$5,00 papel moneda”, los interesados pasaban a formar parte del impreso. La revista, el 14 de febrero de 1910, registra 15 abogados; 10 agencias y oficinas jurídicas; 73 almacenes de finos paños, prendas, licores traídos de París y Londres, verduras y víveres, entre ellos El Águila Negra, la Fábrica Nacional de Tejidos, William Droescher y La Parisiense; 19 boticas, una perteneciente al doctor Convers, homeopático; 6 bancos; 5 institutos y colegios; 4 cigarrerías, 3 de ellas en la Calle Real; profesores de francés, inglés, alemán, latín, griego y pintura. Figuran también 16 oficinas diplomáticas e igual número de dentistas; 25 fábricas, entre ellas 6 cervecerías —como Bavaria, de

Leo S. Kopp, en la carrera 13— y 4 chocolaterías; 8 fotógrafos, con Duperly & Son a la cabeza, el británico de origen francés que exportó el primer automóvil con su respectivo chofer; 8 ferreterías; 26 hoteles, algunos de pomposo nombre, como Europa, Hamburgo, Fresse, Gran Hotel, Nápoles, Boarding House y Los Nueve Estados, y otros de humilde denominación, como Casa de Familia, Cundinamarca, Rancho de Paja y Popular. Y para terminar la enumeración, la revista reseña 3 joyerías, 23 médicos, 5 notarías, 6 librerías —entre ellas la Librería Moderna y la Librería Colombiana de Camacho Roldán & Tamayo—, 18 peluquerías, 3 relojerías, 7 sombrererías —todas ubicadas en la calle 11—, 15 sastrerías, 10 zapaterías y unos 30 almacenes bajo el rótulo de “varios”. Cabe anotar que en 1895, el Prontuario de las disposiciones de policía, dedicado a Juan María Marcelino Gilibert, director general de la Policía Nacional de Colombia, contaba en Bogotá 180 chicherías —bajo los nombres variopintos de Emeterio Nates, Jacobo Junca, Cerbeleón Pinzón, Saturnino Useche, Agraa Espinosa, Enriqueta González—, 4 circuitos de focos eléctricos, 30 puentes de piedra y madera, un par de carpinterías, quincallerías y talabarterías, y un sinnúmero de licorerías. Bogotá, gobernada desde el Palacio de San Carlos por el excelentísimo señor presidente, era una ciudad de comercio en la Calle Real, de mañanas de chocolate y mazamorra. En quince años no cambió nada o muy poco. Bogotá era, cómo no, la Atenas Suramericana.

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‡PORTADA‡

El habitante subterráneo

Texto y fotos: Estefanía Jurado Rodríguez estef.jurado@gmail.com

del Centro Internacional

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“¡Lucas! ¡Salga, que tiene visita!”, gritan algunos vecinos alrededor de la alcantarilla de la ETB ubicada en la carrera 7ª con calle 27. Algo suena allá adentro y unas manos desgastadas corren la tapa. “Buenos días, perdón por la demora, pero estaba arreglando el apartamento”, exclama entre risas Darío González, ‘Lucas’, como se hace llamar por los vecinos del sector. A él le gustó este nombre, el del hijo de una camarera amiga, “porque también lo tiene el Pato Lucas y uno de los apóstoles de Jesucristo”. Para Lucas, de 56 años, oriundo de Armenia, esta tapa de alcantarilla es la puerta del lugar que habita hace más de diez años y seguramente una de las pocas que no se han robado en el sector. Al salir, saca primero un inmenso tubo de PVC y luego saluda a todos los curiosos que no disimulan su cara de sorpresa al verlo emerger de las profundidades, como un topo urbano. Me invita a seguir y, con algo de temor, comienzo a descender lentamente poniendo los pies en los salientes del muro. El olor a humedad invade el ambiente; la luz se va apagando y la música carranguera comienza a escucharse con más fuerza. A la derecha hay varios cables de luz colgados de la pared, y a la izquierda se sienta Lucas, recostado en un afiche publicitario que hace honor a Colombia. En el piso hay un botellón de agua, varios envases vacíos de gaseosa, un vaso lleno de colores y lápices, una revista Soho, una peinilla, un cepillo de dientes, crema dental y otros tantos elementos difíciles de identificar a la luz de una vela. “Mi cuarto tiene antibacterias en la pared. Como ves, no entra un zancudo ni un mosquito; también hay un tapete,

1. Lucas abre la tapa de su casa.

que en realidad es una cama que diseñé yo, y que está entablada. Aquí al lado están mi libros y mi ventilador, que son lo esencial”, comenta Lucas. Hace énfasis en su ventilador, un par de ruedas que giran con poca fuerza sobre un soporte metálico que él denomina “resistencia”. Construyó este artefacto para poder respirar; dice que funciona como las máquinas de algodón de azúcar y ayuda a purificar el oxígeno al hacerlo circular por el sótano. Al preguntarle por el inmenso tubo que había sacado al saludarme, me enseña un par de huecos: uno en la pared de la izquierda y otro en la pared derecha. Explica que a lado y lado de su “cuarto” hay otros compartimientos con gas, razón por la cual, cada vez que va a dormir, debe conectar los orificios por medio del tubo para que el gas circule entre las dos cámaras sin irrumpir en la de él.

Cuarto de luz y de Lucas —¿Y alguna vez han intentado robar la tapa de la alcantarilla? —No, porque durante el largo tiempo que llevo viviendo aquí me he ganado el respeto de los ladrones del sector, y, además, nadie me puede sacar, ni la Alcaldía ni la Policía, sólo la ETB, y ellos no lo van a hacer. En una época, los vecinos se quejaban ante la Alcaldía Menor porque les daba miedo y querían sacarlo de allí. Se comunicaron con la ETB para que lo desalojara, “pero ellos respondieron que no me podían sacar y que hasta les ayudaba a cuidar los cables que hay aquí adentro. Por donde voy, soy como un vigilante de la empresa de teléfonos: cuido las cabinas y si veo que les están haciendo algo, de inmediato doy aviso”, dice Lucas.

2. Lucas listo para el ascenso.

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Este lugar, que para él no es una alcantarilla sino un “cuarto de luz”, lo encontró después de haber deambulado durante meses por las calles y dormido en la iglesia de San Diego, en el Planetario de Bogotá y en el Museo Nacional, entre otros “hospedajes”. Un día se dio cuenta de que se habían robado la tapa de este “cuarto”, y al asomarse vio que podía adecuarlo para vivir allí. Con orgullo afirma: “Muy pocos habitantes de la calle tienen este método de sobrevivir, algunos viven en los andenes, en parques, otros en cualquier portal, pero nunca se imaginan tener un lugar así. Prácticamente han perdido su estado de conciencia y su voluntad de existencia”.

Antes de la calle Al preguntarle quién era Lucas antes de ser habitante de la calle —mejor dicho, del subsuelo—, cuenta que como muchos jóvenes tenía aspiraciones de estudiar y nunca imaginó terminar así. “Hoy en día, cada vez que bajo a mi compartimiento, analizo mi lugar y me doy cuenta de que tiene algo especial”. Afirma que su felicidad ha sido plena y sin accidentes, que esta condición de vida nunca lo ha llevado a tener problemas de salud física, pero sí muchos de salud mental. {30}

Su familia estaba conformada por sus padres y tres hermanos. Su padre y su hermano mayor murieron; su mamá todavía vive, pero dice que ella no lo recuerda porque está muy vieja. Su hermana es pensionada de la Policía y su otro hermano trabaja en el periódico La República y vive en Suba. Dice que de vez en cuando lo visitan. 3. Lucas en la superficie.

Cuenta también que fue repudiado por su familia, sobre todo por sus hermanos y una sobrina que se avergonzaba de que un tío estuviera metido en ese mundo de las drogas y de la indigencia… “pero ella no sabía nada, no entendía la búsqueda de una persona cuando tiene problemas mentales”, aclara Lucas.

Lucas llega al parqueadero donde hace aseo y se asea.

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5. Lucas y su tubo-sonda de aire.

6. Lucas asegura la entrada.

Un descanso al aire libre.

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estera llena de aretes, pulseras y collares, es amigo de Lucas desde hace 30 años. Me cuenta César que, entre todos sus amigos, él era el artesano más hábil porque sabía trabajar en metal, madera, cuero y otros materiales. Dice que lo aprecia mucho, pero que nunca entenderá por qué escogió ese estilo de vida. Al cruzar por cada esquina, al pasar por las entradas de los edificios y de las tiendas, al saludar a los vendedores ambulantes, todos exclaman el mismo nombre con una sonrisa en los labios: “¡Hola, Lucas!”, muestra de su popularidad en el sector. Darío exclama con entusiasmo que sólo la indigencia le pudo haber regalado este barrio, las personas y las amistades que lo han acompañado durante tantos años. “¡Miren esas relaciones mías, díganme si no soy feliz!”.

Oficios varios En un día común y corriente, Lucas desempeña algunos trabajos como reciclaje, limpieza de grafitis

De nuevo en su cuarto de herramientas.

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en las paredes y, a veces, da indicaciones para que los usuarios de los parqueaderos aledaños al Centro Internacional puedan sacar sus carros. Pero el que más le gusta es el que realiza los domingos en el mercado de las pulgas de la calle 24, donde vende pequeñas obras de arte que hace con materiales reciclados. Al llegar al Planetario de Bogotá, prende su pipa de marihuana y se recuesta al lado de su “novia”, una mujer dibujada con aerosol en uno de los muros del lugar. “La droga es sólo para mí, no la trafico, no hago mandados y no se la regalo ni se la vendo a nadie”. En su trance recuerda el primer día que durmió en la calle: hace 14 años en la calle 19 con carrera 3ª, y lo hizo porque se encontraba en un mal momento. Esa noche hasta intentó suicidarse y casi muere por una sobredosis, “que no logró arrebatarme la vida, pero me metió en el mundo de la indigencia”. Por eso se rompieron las relaciones de Darío con sus dos hijos. Hoy sólo sabe que uno vive en Caracas y

otro en Montreal. Cuenta que el primer hijo fue fruto de una relación con una cucuteña hippie y “colina” (fumadora de marihuana), y el segundo, del amor con una suizo-canadiense, bastante loca, que se fue del país sin darle ninguna explicación. Luego de caminar durante cinco horas, Darío anuncia que es hora de llevarme a tomar el Transmilenio, aunque no lleva reloj. Me mira y me confiesa que aquel episodio de hace 14 años, cuando intentó suicidarse y regresó al mundo con amnesia, ha sido el más duro de su vida: “No sabía ni cómo me llamaba ni quién era; de ahí cogí el mundo de la indigencia. Después de seis años vine a recordar que yo tenía familia, hermanas, hermanos, madre y hasta recordé dónde vivían. Eso lo aprendí donde estoy viviendo ahora, por eso no lo cambio por un cuarto de hotel ni por el hotel mamá”.

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* patriMonio

Hato Grande, Texto: Juan David Arango tante91@hotmail.com Fotos: AndrĂŠs Crispin

de hacienda a asadero

Portada del restaurante de la avenida BoyacĂĄ.

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Hato Grande, el gigantesco asadero ubicado en la avenida Boyacá, abierto desde 1984, alberga la memoria de lo que fue la Hacienda Santa María, que adquirió Alfonso López Pumarejo en 1936. Con el tiempo, la hacienda se parceló y se convirtió en la urbanización Santa María del Lago, en inmediaciones del humedal de Engativá. De la casa original sólo se conservan unos muros y el recuerdo de sus últimos propietarios.

Hatogrande, la hacienda de los presidentes colombianos, que Bolívar le expropió a un sacerdote español en 1819, ha sido un histórico sitio de esparcimiento, al igual que el restaurante Hato Grande, ubicado en la avenida Boyacá con calle 72. Como su homónimo, el restaurante ha sido escenario de reuniones políticas, cumpleaños, despedidas y demás celebraciones en sus 26 años. Es larga la lista de propietarios de la hacienda originalmente llamada Santa Ana, de 67 fanegadas, que hoy ocupa parte de la localidad de Engativá. A comienzos del siglo XX pertenecía a Luis M. Uribe, quien la perdió en un remate. La adquirió Ruperto Restrepo en 1911, y en 1918 la vendió a la sociedad conyugal Archila R. Montejo, que la conservó hasta el juicio de sucesión de María Helena Montejo de Archila, en 1922. Quedó en poder de su hijo Roberto, y éste la vendió en 1936 a Alfonso López Pumarejo, quien la rebautizó Hacienda Santa María, en honor de su esposa, María Michelsen.

principales miembros del Partido Liberal: Carlos Lleras Restrepo, Alberto Lleras Camargo, Eduardo Santos, Julio César Turbay Ayala e Indalecio Liévano Aguirre, entre otros. Allí también se practicaba la caza y se hacían cabalgatas en finos caballos. El escritor y periodista Pedro Claver Téllez fue vecino en su infancia y juventud de la finca Santa María, que administraba su padre: “Mi papá cuidaba el ganado y los caballos de raza de los López. Era una casona impresionante, y los fines de semana llegaba López Michelsen con su esposa y sus hijos, que estaban muy jóvenes. Pasaban a caballo, vestidos a la usanza inglesa, como jockeys, porque ellos fueron educados como ingleses, y cargaban escopetas para cazar”.

Tertulias con tango

La hacienda contaba con una hermosa casona que fue el escenario de tertulias políticas y literarias de los

Jahel Torres, ex concejal y ex diputada de la Asamblea de Cundinamarca y militante activa del liberalismo, recuerda: “Todos teníamos que ver con la casa, hablábamos sobre lo que estaba pasando en Europa y el mundo, por ejemplo, sobre cómo otorgarle más

Parte de la casona que se pudo conservar.

Las ventanas originales de la casa.

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Chapas de la 茅poca.

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Chimenea antigua de la casa.

El segundo edificio que sobrevivi贸 al incendio.

derechos políticos al género femenino”, derechos que no llegaron sino hasta la dictadura de Rojas Pinilla, aunque el gobierno de López Pumarejo apoyó la inclusión de la mujer en las aulas universitarias. Pero no sólo se hablaba de política. También los dirigentes liberales se reunían alrededor de la chimenea, bebían y escuchaban boleros y tangos de Enrique Discépolo, Homero Manzi y, por supuesto, Carlos Gardel, la sensación en toda América Latina. Así, la crema y nata de la sociedad santafereña intercambiaba ideas y creaba un ambiente bohemio en la casa que, como afirma Torres, tenía “techos sublimes, con pinturas hechas con una meticulosidad increíble”. Las puertas eran de madera ornamentada, las gruesas paredes de adobe también estaban decoradas y había una fuente que tenía grabadas en la roca algunas fechas especiales para la familia López.

La madera de eucalipto para darle sabor a las comidas, en la antigua cocina. Jahel Torres, ex concejal que frecuentó la hacienda original.

En esa casa habitó parte de su vida el presidente Alfonso López Michelsen, como lo relata en sus memorias: “En la vieja casa volvíamos a vivir rodeados de perros, y, para los fines de semana, íbamos a montar al trote en Santa Ana, donde mi tío Luis mantenía sus caballos finos”. Sin embargo, no quedan registros visuales de la hacienda ni de la casa de estilo republicano para evocar este patrimonio. En una fecha no determinada los López vendieron esta propiedad, y en 1963 la Asociación Provivienda de Trabajadores, que figura como dueña de los predios, transfirió la propiedad a la urbanización Santa María del Lago, con lo cual se creó el barrio Santa María del Lago en la localidad 10 de Bogotá. Pero la hacienda no quedó sin uso. En sus instalaciones se instaló un circo, e incluso sirvieron como parqueadero hasta que en los años setenta comenzó a funcionar el Instituto Caldas. Los nuevos inquilinos, ignorantes del valor histórico de la casa, se limitaron a ocupar la construcción sin darle mantenimiento. Jahel Torres, evocando las épocas de antaño, decidió adquirir la propiedad, pero los dueños del Instituto Caldas no quisieron entregarla, con lo cual la Policía tuvo que proceder a desalojarla. Dos noches después de la acción, un grupo de estudiantes entró a la casa y luego de romper vidrios y puertas, le prendió fuego. Así desaparecieron los pocos vestigios de una de las legendarias casonas de la ciudad. De los cuatro edificios sólo quedaron dos en pie; las paredes de adobe soportaron el incendio, pero la fuente, los techos y las puertas quedaron destruidas. Jahel Torres tuvo que restaurarla para ponerla en arriendo.

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Hato Grande, el restaurante Cuando Jahel comenzó a buscar un arrendatario, llegaron propuestas para demoler la propiedad, pero su valor histórico y sentimental no le permitieron hacerlo. En 1984, ella conoció a Isidoro Páez, proveniente de Nuevo Colón, Boyacá, quien ya tenía un restaurante al sur de la capital y quería iniciar un nuevo negocio en la zona norte. María Roa, esposa de Isidoro Páez, recuerda: “Sólo teníamos un comedor y un horno donde asar la carne, que en un principio gustó mucho, pues la gente venía de distintas partes a probar nuestros platos”. Dado el éxito del restaurante, en 1986 Páez compró Hato Grande: “Le pusimos así por la hacienda presidencial, creíamos que eso atraería más a la gente y al parecer así fue”. Luz Mery Pulido Prieto, camarera de Hato Grande desde hace diez años, relata cómo ha evolucionado el res-

taurante: “Iniciamos con dos edificios y teníamos dos carpas gigantescas donde se reunía la gente a comer”. Ahora hay dos salones más para eventos y, como en la otra hacienda de El Lago, aún se hacen mítines políticos. “El presidente López Michelsen nos visitó varias veces, también Luis Carlos Galán Sarmiento almorzó aquí; y recientemente organizamos una reunión para Germán Vargas Lleras, el ex candidato presidencial”, cuenta María Roa. Luego de 25 años de funcionamiento han recibido la acogida de la comunidad, que asiste los sábados y domingos a degustar la punta de anca, el lomo y las costillas. María Sarmiento, quien trabaja desde hace 20 años en la cocina del restaurante, dice que este lugar “debería estar cuidado para que todos conozcan parte del pasado”. Pasado que ahora huele al eucalipto con el que encienden el asador.

Palestinos

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Texto y fotos: Diana Prada Rojas diankristt@hotmail.com

en su territorio

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+++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ El concreto absorbe el color que alguna vez tuvieron las casas de la calle 11 +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ con carrera 9ª —llamada San Rafael—, un sector comercial tradicional de +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++ + árabes que llevan 50 años vendiendo trajes de paño de corte inglés, ropa de +++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++ oficina, camisas y una completa gama de prendas y accesorios para los rituales ++++++++++++++++++++++++ católicos de la primera comunión y el bautismo, en más de 15 locales que parecen +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ congelados en el tiempo. +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ En 1960, Said Ammat decidió subirse a un barco que sus almacenes se ofrece ropa de niños que conserva el +++++++++++++++++++++++++ partió de Palestina y tras un mes de viaje desembarcó estilo de otras épocas, con vestidos blancos de primera +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ en Colombia. Al pedirle que busque esos recuerdos, comunión que parecen de matrimonio, saturados de +++++++++++++++++++++++++ como quien le pide unos zapatos del estante más alto, velos, flores, encajes y almidón; minitrajes de librea +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ Said eleva la mirada y esboza una sonrisa: “Como era y corbatín y mamelucos de marinero para bautizo +++++++++++++++++++++++++ refugiado, la ONU me daba una cartilla para que me que flotan en las vitrinas del local. Las estanterías de +++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++++++ regalaran el alimento y cuando quitaron la cartilla ellos madera, las cientos de cajas de zapatos apiladas y los +++++++++++++++++++++++++ me regalaron el pasaje; pedí una visa colombiana en maniquíes con la “piel” gastada, vestidos con trajes +++++++++++++++++++++++++ Beirut y me vine solo para acá. Tenía 23 años”, dice. formales, le dan a éste y otros negocios de la zona un +++++++++++++++++++++++++ aspecto de vitrinas de otros tiempos. Said habla enérgica, pero pausadamente, con su acento árabe intacto. Pronuncia constantemente un Sin hablar español, Ammat se instaló en Bogotá: mija que suena ahogado: “mijha”, y una ere desgana“Empecé vendiendo mercancía a domicilio y a plazos. da. Ahora no se ocupa mucho de la clientela porque Muchas veces me sentaba a llorar por estar tan lejos; tiene tres empleadas en cada uno de sus locales; se sin saber el idioma, es difícil”. Para la época en que ++++++++++++++++++++++++++ encarga de supervisar las ventas. Durante el día pasa llegó, Bogotá estaba en un proceso apresurado de ++++++++++++++++++++++++++ la calle varias veces para reunirse con sus paisanos urbanización. El estilo europeo no sólo se imponía en ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ en la esquina de la carrera 9ª con calle 11, punto de la arquitectura, sino también en la moda, por lo que ++++++++++++++++++++++++++ encuentro de los palestinos de la cuadra. Se paran a Said decidió trabajar en el negocio de las telas y el ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ hablar en el andén mientras pasa el tiempo, circula la comercio de ropa. ++++++++++++++++++++++++++ gente y pocos entran a sus locales. ++++++++++++++++++++++++++ Más de 40 años en el negocio ++++++++++++++++++++++++++ Said tiene, desde hace 42 años, tres almacenes en la ++++++++++++++++++++++++++ Said tiene diez hijos colombianos con su esposa, que ++++++++++++++++++++++++++ carrera 9ª: Nablos, Estrella y Said’s. En todos, colgado también es palestina, y como muchos otros sirios, liba- +++++++++++++++++++++++ ++ en alguna pared, destella el aviso con las estilizadas ++++++++++++++++++++++++++ neses y palestinos que llegaron a Bogotá a mediados del ++++++++++++++++++++++++++ letras árabes que trazan un fragmento del Corán. En ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ Un sector comercial con más de 60 años de tradición. ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ +++++++++++++++ ++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++++++

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siglo XX comenzó con el sistema de ventas establecido por sus paisanos. El almacén Said’s, el primero que se abrió en 1968, se encuentra empotrado en el edificio Cundinamarca que, a pesar del deterioro de la fachada y de las palomas que dejan su tributo en cornisas y balcones, se mantiene, bello e imponente, como vestigio de las edificaciones republicanas de comienzos del siglo pasado. Conserva un letrero de cuando fue sede de Cajanal. Años más tarde, el Distrito lo compró y ahora pertenece a particulares, por lo que Said paga seis millones de alquiler al mes por sus locales. Said llegó a Colombia una década después de iniciada la tercera oleada de inmigrantes árabes, en 1950, producto de la turbulenta creación del Estado de Israel en 1948. Said nació donde actualmente está el aeropuerto de TelAviv y su primer viaje de vuelta a Oriente lo hizo luego de 14 años de estar viviendo en Bogotá. Desde entonces va cada año a visitar a sus familiares. Al preguntarle por la posibilidad de un regreso permanente a su tierra responde con una tajante negativa: “Los israelíes nos quitaron nuestros territorios, ya no existe el pueblo donde nací. Cuando todavía no tenía la nacionalidad colombiana, me impedían entrar a esos territorios siendo yo palestino”. Said comenta que para la época en que llegó a Bogotá había gran cantidad de árabes en la ciudad. A Colombia llegaban por recomendación de otros paisanos que destacaban la calidez de la gente, el clima y las facilidades para instalar negocios. Sin embargo, Said dice que la gran cantidad de árabes se debía “a la sencilla razón de que en esa época a cualquier extranjero que se casaba con una colombiana inmediatamente le daban la visa a Estados Unidos. Entonces, la mayoría de mis paisanos venían, se casaban y se iban para Norteamérica con su colombiana”.

El gran líder Los árabes que se establecieron en la calle 11 con 9ª llegaron en los años sesenta y compraron los negocios a otros compatriotas o a los propietarios locales. Radi Youssef, de 75 años, con pobladas cejas grises, nariz prominente y amplia sonrisa, es dueño del almacén Gran Líder, que ofrece ropa formal para adultos y niños. Allí, rodeado de cientos de trajes colgados en los estantes y camisas apiladas en las vitrinas, Youssef lleva más de 30 años atendiendo la clientela capitalina. Llegó de Ramala, en Cisjordania, al norte de Jerusalén, en 1961: “Vine a visitar a un hermano que se había venido en 1958 y entonces pasó la guerra allá y decidí quedarme acá; después me traje a mi esposa”. Youssef tiene cinco hijos y cinco nietos colombianos que entienden el árabe cuando lo escuchan, pero que no lo hablan ni lo saben escribir.

Con la ayuda de su hermano, Radi empezó a abrirse campo en Bogotá e instaló un restaurante llamado El Nilo, ubicado en el mismo sector, que era donde se encontraban los negocios de otros árabes y en el que se concentraba la actividad de la ciudad. “Antes había muchos árabes, libaneses, jordanos, palestinos, cuando empezó la guerra con los judíos allá; ahora ya no quedan muchos”. El restaurante aún existe, Radi se lo vendió a otro paisano cuando comenzó el negocio de ropa. Contrario a lo que se esperaría, en El Nilo no venden kebabs (carnes a la parrilla), sino pollos asados, buñuelos, pandebonos y empanadas. Allí van los árabes de la zona a tomar tinto de greca, por lo menos mientras termina de instalarse el café y restaurante Aceto y Oliva, que otro palestino está montando al lado de El Nilo. Sin embargo, en la carrera 8ª con calle 11 se encuentra una sede del conocido restaurante de comida árabe El Khalifa, al que van de vez en cuando los paisanos a comer tahine, falafel, tabuleh o shawarma, y a tomar té o el cargado café arábigo con cardamomo servido en teteras de metal y tazas pequeñas. En la calle 12 con carrera 9ª, está también la cafetería Andalucía, punto de encuentro de los musulmanes a la salida de la mezquita. En este café, al igual que en Said Ammat, dueño de tres locales.

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Yammal, propietario del local Mágico Hogar.

la mayoría de almacenes de ropa palestinos, hay una enorme imagen del templo islámico La Cúpula de la Roca, situado en Jerusalén. Durante más de 40 años en el sector, Youssef ha presenciado los cambios de sus calles, ha conocido colegas que van y vienen y ha formado una comunidad con sus paisanos. El vestuario de sus maniquíes y la ropa de sus mostradores han sido reemplazados una y otra vez por los atuendos de moda, pero, sobre todo, ha sido testigo de cómo se han transformado los gustos y las prácticas de los compradores a medida que ha crecido la ciudad. En los años sesenta, el centro aún era el principal lugar de socialización de los bogotanos; apenas empezaba a competirle la zona comercial de Chapinero. Radi Youssef comenta con preocupación que las ventas han bajado considerablemente en esta calle. “El comercio de la 11 se había mantenido igual desde que llegué, este es un sector muy antiguo. Pero con la llegada de tantos centros comerciales y almacenes nuevos la gente ya casi no viene”. Para él, otro de los factores cau-

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Radi Youssef, propietario de El Gran Líder.

Restaurante El Nilo, donde venden frituras criollas.

ha habido en las ventas desde hace seis años hizo que muchos de sus coterráneos abandonaran el sector.

y colombianos a leer el Corán, escuchar al sheik y dialogar con amigos.

Dos locales antes de Brunos Valente está el local Mágico Hogar. Allí Yammal vende también ropa formal y de primera comunión. Este palestino alto y de ojeras marcadas lleva diez años en el sector. Yammal vino a Bogotá en 1985 cuando falleció su padre, que partió de Palestina 20 años atrás. Entonces, se hizo cargo del restaurante de pollos que tenía su padre y luego decidió aventurarse en el negocio de la ropa.

Curiosamente, los palestinos musulmanes que van a la mezquita venden ropa de rituales católicos en los almacenes de la carrera 9ª; pero aclaran que el islam es una religión que tolera a las otras y, por otro lado, ellos hacen parte del comercio tradicional que caracteriza al lugar.

La mezquita, otro punto de encuentro Yammal se encuentra con sus paisanos de la zona en la mezquita ubicada en el cuarto piso de un edificio cercano al Pasaje Hernández (en la carrera 8ª con 12). Ningún letrero la identifica; es uno de esos lugares invisibles de Bogotá que sólo atrae la atención del transeúnte por los almacenes de telas de la primera planta. Los viernes es el día de oración por lo que, sin falta, toda la comunidad palestina musulmana de los alrededores se congrega junto con africanos, turcos

Al igual que Radi Youssef o Said Ammat, los sirios, palestinos y libaneses que llegaron a instalar sus negocios revolucionaron el comercio en Bogotá. Said dice que “vender es un acto basado en el carisma y la amabilidad; hay que agradar al cliente y ser disciplinado para sostener un negocio”. Pero ante las adversidades de los tiempos que corren, a estos “majitos” les tocará encomendarse al arcángel San Rafael, que da nombre a la carrera 9ª, el primer ángel de la guarda que, según la doctrina, ayuda a solucionar todos los problemas.

Palestina a la vuelta de la Plaza de Bolívar.

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++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ convirtiendo en un agradable tertuliadero con la++++++++++++++++++++++ asistencia de un público heterogéneo”. Con las ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ revueltas del 9 de abril de 1948, el negocio de++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Emilio Mollat fue incendiado. ++++++++++++++++++++++ Con la mercancía que no se incineró, Mollat ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ se trasladó a la calle 13 con carrera 7ª, con ++++++++++++++++++++++ tan mala suerte que el 18 de agosto de 1951, ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ en el almacén Ley (contiguo a su negocio), ++++++++++++++++++++++ se produjo un incendio que afectó su local. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Luego de este incidente, Mollat regresó al ++++++++++++++++++++++ Líbano, permaneció allí unos años y volvió a ++++++++++++++++++++++ Bogotá a reiniciar sus actividades comerciales ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ en 1956, en Chapinero. El artículo destaca la ++++++++++++++++++++++ labor de este árabe en dicho sector: “Desde ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ sus principios don Emilio Mollat fue uno de ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ los pioneros en ese desarrollo vertiginoso +++++++++++++++++++++ del comercio de Chapinero, uno de los más +++++++++++++++++++++ +++++++++++++++++++++ florecientes de la capital”. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Por el Almacén Mollat, su dueño recibió la ++++++++++++++++++++++ Medalla al Mérito por parte del Comité Comercial++++++++++++++++++++++ del sector en 1960. Su negocio fue el ganador ++++++++++++++++++++++ del primer concurso de vitrinas, en la categoría ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ de mayor impacto comercial, durante la Semana ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ Comercial de Chapinero, en la que expuso ++++++++++++++++++++++ una representación de Las mil y una noches. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ El artículo también menciona los exitosos ++++++++++++++++++++++ procedimientos de venta de Mollat: “El sistema ++++++++++++++++++++++ de crédito sin recargo, que no solo revoluciona ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ nuestras costumbres comerciales y rompe viejos ++++++++++++++++++++++ moldes anticuados, sino que resulta atractivo”. ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++ ++++++++++++++++++++++

El legendario señor Mollat

Pese a ser calificados con el genérico de “turcos” y de haber sufrido discriminación en Colombia, los árabes lograron integrarse pronto a la alta sociedad bogotana e incluso algunos de ellos se convirtieron en figuras públicas. En la revista Cromos de agosto de 1961 se publicó un artículo sobre “Un colombiano ejemplar”. Se trataba de Emilio Mollat, destacado comerciante procedente del Libano. Mollat desembarcó de 25 años en Puerto Colombia en 1921 y se dirigió al interior del país. Luego de semanas de viaje por el río Magdalena llegó a Girardot, donde se encontró con otros paisanos, como su cuñado Bassil y los Aljure. Sin embargo, Mollat prefirió radicarse en Bogotá por el clima frío y se asoció con otro árabe. “Con buen éxito porque para 1924 el señor Mollat compraba un almacén situado en la calle 11 con carrera 7ª”, señala el texto. Mollat se casó con una bogotana llamada Isabel Giraldo y tuvo dos hijas, Nancy y Emilita, con quienes vivía en una gran casa ubicada en la calle 53 con carrera 14. Su negocio de telas de seda, que traía de Europa y ofrecía junto con su conocimiento sobre moda, atrajo especialmente al público femenino. El almacén adquirió renombre y a él acudían personas de las clases acomodadas, al igual que reconocidos políticos, como Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Lleras Restrepo y los generales Pedro León Acosta y Amadeo Rodríguez. “Al caer la tarde su almacén se fue

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Retro *Visor

Los baños turcos, tradición que se evapora

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Texto y fotos: Daniel Alejandro Pinilla Cadavid danyelyto_3133@hotmail.com

Los baños turcos fueron sinónimo de una tradición sana y hasta intelectual que se consolidó en los hoteles reputados de la capital en los años cincuenta y sesenta, e impregnó a una sociedad pacata. Hoy algunos pasaron a la clandestinidad de la escena gay, pero quedan unos pocos de “ambiente familiar”. Aquí traemos una memoria de lo que ha sido esta práctica cultural heredada de los turcos. {45}

Ilustración de Juan Fermín Mulett.

ban en el segundo y tercer piso”, cuenta Luis Carlos Merchán, lustrabotas del antiguo hotel. En ese ambiente íntimo celebraban reuniones políticas y hasta conspiraban. Alí Humar, actor, director y presentador de televisión, tenía 25 años cuando conoció el hotel, y llegó allí por su curiosidad intelectual. “Los baños turcos son un mito, porque así es para uno en la juventud, cuando nos creamos una fantasía sobre ellos. Me gustaban estos baños del hotel San Francisco por la cantidad de políticos y filósofos que lo frecuentaban. Sólo iba a escuchar a los mayores, no por ningún placer físico. Y, efectivamente, había apasionantes discusiones intelectuales. Iban Indalecio Liévano Aguirre; el sindicalista Venegas, quien manejaba los marinos de Colombia, Jorge Villegas Arango, el escritor del tratado de petróleo más importante hecho en Colombia, entre otros”, recuerda Humar.

En el San Sebastián de hoy funcionaba el Hotel Granada, en la avenida Jiménez.

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“Hace 50 años se construyó este hotel [antes conocido como Hotel Granada] y tenía baños turcos. Aquí venían mucho los toreros atraídos por los baños, que funcionaron como 20 años; era lo que más pedía la gente. Después este edificio se convirtió en una escuela del DAS. En los años noventa volvió a ser San Sebastián, ya sin los baños, y la gente siguió preguntando por ellos”, dice Luis David Guarín, gerente de este hotel situado en la avenida Jiménez con carrera 3ª.

La tertulia del San Francisco En la misma avenida funcionaban dos de los mejores hoteles de Bogotá: el Continental y el San Francisco, este último, recordado por las personalidades que lo frecuentaban: políticos, periodistas, caricaturistas, actores nacionales y extranjeros. La calle también era conocida porque allí funcionaba el Café El Automático, otro reputado centro cultural, y los diarios El Tiempo y El Espectador. Era la calle de la bohemia, donde los intelectuales se empapaban de las últimas noticias literarias y políticas en la privacidad de los baños turcos. “El San Francisco era un 5 estrellas, junto con el Hotel Continental, por los baños turcos. Venían muchos mexicanos, entre ellos personajes de talla internacional como Cantinflas. En las eliminatorias para los mundiales, los futbolistas se alojaban ahí. Los baños queda-

Según la Cronología básica para una historia del turismo colombiano, el hotel San Francisco se fue deteriorando y hacia 1980 lo compró un señor de apellido Montozón, quien con apoyo de la Corporación de Turismo lo remodeló y lo bautizó Nueva Granada, evocando el emblemático hotel del Parque Santander, derrumbado para construir el Banco de la República.

Los turcos de hoy En 1941, el entonces alcalde mayor Germán Zea Hernández autorizó el uso de los sótanos de la avenida Jiménez para cafés, parqueaderos y baños turcos, pero la propuesta nunca se concretó. Cuando fue inaugurado el Hotel Tequendama, en 1945, que ofrecía servicio de baños turcos, el sector de la Jiménez quedó relegado. Hoy quedan varios de estos edificios semiabandonados. Otros están ocupados por entidades privadas y se utilizan temporalmente como escenografía cinematográfica. Sin embargo, con la remodelación del Hotel Continental y el proyecto de las torres gigantescas del nuevo Hotel Bacatá, el sector hotelero podría revivir. Actualmente, los baños turcos se asocian con la cultura gay, la comunidad que más los frecuenta. Pero el componente erótico siempre existió de manera clandestina. Alí Humar y Fernando González Pacheco descubrieron en el San Francisco a las masajistas, que brindaban servicios de relajación muscular a los hombres: “Las conocimos en el túnel de la Jiménez. Eran niñas muy lindas, que no ejercían la prostitución. En ese momento había un boom del erotismo y por eso resultaban atractivos los masajes”, comenta Humar. “Ir al baño turco era ir a escuchar conversaciones de política y de economía, de alto nivel. Yo no entendía nada, por eso empecé a leer. Hoy no tienen ese carácter cultural, por el contrario, la gente va por el

erotismo o por relajación, incluso por comercio sexual. Llenaron un lugar que no existía, robaron espacio al matiné, que era famoso entre quienes podíamos pagarlo, y a las cafeterías con música en vivo”, agrega el director de televisión. También fueron conocidos en la época los baños turcos El Paraíso, que funcionaban en otro tradicional edificio en la Jiménez con 4ª. Eran exclusivos para mujeres y los manejaba Lucila de Munévar. Funcionaban en un sótano y eran muy pequeños.

Variedad de ambientes Hoy en día es posible establecer una clasificación de los baños turcos según su ambiente y el deseo del cliente: relajación, contacto erótico o ambas. Los hay de ambiente familiar, de ambiente femenino, masculino, mixto y gay.

Baños turcos con ambiente familiar y diseño contemporáneo.

En la Guía gay de Bogotá aparece uno muy reconocido desde 1982: Baltimore, en la calle 33 con carrera 15, cuya tarifa no baja de $70.000. Tiene cámaras de vapor, piscina, ambiente privado, salas de cine y audio, entre otras comodidades que disfruta la

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Edificio donde funcionaba el antiguo Hotel San Francisco, en la avenida Jiménez.

clientela desde el medio día. Además, ofrece servicios tradicionales, como el préstamo de zapatillas y de toallas. Los fines de semana este lugar está a tope y es necesario hacer reservación, afirma Víctor, empleado del lugar. Otros baños turcos, como los de la 57 y Saint Moritz Baths, tienen precios más asequibles y hacen descuentos a estudiantes y a menores de 25 años; también ofrecen “días de nudismo” en sus promociones. Sólo se llega a ellos por la Guía gay de Bogotá o por directorio telefónico: no tienen avisos ni publicidad. Son lugares misteriosos que albergan a un público aun más reservado. Las entradas son tan discretas que confunden. “La gente entra en las últimas camionetas, con escoltas. ¡Huy!, y vienen muchas parejitas de hombres jóvenes; entra gente bien porque eso es ‘recaro’”, dice Fabián López, vendedor de aguacates de la zona.

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Hay lugares menos ostentosos y más baratos, como los baños turcos de El Paraíso, en la calle 66 con carrera 11, que funciona de 11:00 a.m. a 9:00 p.m. El precio es de $44.000 por persona y ofrece servicios como salas de spa y de video. Como es un lugar tradicional, en un principio sus dueños se resistieron a los cambios y mantuvieron el ambiente conservador; sin embargo, frente a la demanda de lugares masculinos, se flexibilizó y ahora ofrece sección mixta y masculina, según afirma el administrador, Alberto Acosta, quien aclara que las familias frecuentan los baños por tradición. Predomina, por ejemplo, la clientela de origen europeo.

Aviso en los baños de El Paraiso.

También se encuentran los baños turcos Pingüinos, en la carrera 75 con calle 54, con un ambiente tranquilo y decorado sin ostentación. El costo es de $30.000 por persona. Hay comida y variedad de servicios en la piscina. En este recorrido, el más económico se encuentra en la calle 60 con carrera 14: la media hora cuesta $1.000. Claro que sólo ofrece un baño deteriorado y un viejo televisor. Quizá por eso no se ve ni un cliente. Sobre la puerta destartalada hay una orden de sellamiento y un aviso de “Se arrienda”.

De ambiente familiar: ni tan frío ni tan caliente Los baños turcos con ambiente familiar difieren de los otros en la manera como se vive el baño. Los lugares se parecen, aunque la decoración de éstos no consiste en calendarios con hombres desnudos —como en el caso de los baños turcos de la calle 59—, ni videos eróticos de sólo hombres, como en los baños turcos masculinos. Tampoco se escucha música electrónica, ni canciones en francés para seducir. En estos ambientes domina la música clásica.

Chapinero, el sector con mayor oferta de baños turcos masculinos.

Una casa cualquiera puede albergar este servicio.

En una casa grande, sin aviso, de la carrera 27 con calle 61C, funciona el Campincito Club Familiar. Los costos dependen de la cantidad de servicios que se utilicen, pero el promedio es de $35.000 por persona para disfrutar con relativa comodidad durante una jornada de ocho horas. En el restaurante la comida de mar es la especialidad, y hay una tienda de ropa de baño. Los tres pisos de la casa están impregnados de olor a limoncillo e incienso. El Club Familiar Mi Ranchito, en la calle 73 con carrera 24, cuesta $30.000 por persona, y los niños menores de siete años pagan $7.000. Funciona en un horario similar, de 11:00 a.m. a 9:00 p.m. En cualquiera de estos baños turcos hay cubículos para el cambio de ropa y cajas fuertes o casilleros. Todos disponen de servicio de bebidas y productos para el baño, como jabón o champú. Los baños siempre son grandes y se suelen formar grupos. Dentro de esta zona, se puede ingresar a la sauna o al área de masajes. Las charlas se van animando a medida que aumenta el vapor en el baño. Los baños turcos de lugares más refinados —como el Jockey Club, el Country Club o el Hotel Tequendama— se asemejan a gimnasios; sólo que aquí se reemplazan el agua y la aromática por el whisky y los cocteles de vodka. Se habla mucho de tenis, de golf o de negocios; del partido de fútbol de la víspera, poco de política o de literatura. Y aunque son baños mixtos, predominan las mujeres. En los baños turcos del Tequendama, ubicados en la entrada occidental del hotel, los clientes piden agua tibia y masajistas personales. Los temas superfluos, la actualidad y los chismes sobre los huéspedes es lo que se escucha en el sótano del antiguo edificio. De las viejas tertulias sólo queda el vaho.

Baño turco sin pretensiones en Chapinero, calle 60 con avenida Caracas.

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Un ritual olvidado La aparición de los baños turcos se remonta al siglo XI y se basa en la combinación de calor seco, húmedo, frío y masaje, con el fin de estimular y limpiar el cuerpo. El pueblo turco, tras ganar las batallas contra los romanos, adquirió la costumbre de los baños romanos. La tradición se perdió en Italia y en toda Europa; sin embargo, los turcos la mantuvieron y llegó a Colombia en el siglo XVIII. Los primeros baños turcos se destinaron a un ritual matrimonial. “Las mujeres acudíamos a un baño de cualquier casona conocida antes de la boda para ‘lavarnos’. A la sesión acudían las mujeres más cercanas de la futura novia; podíamos durar todo un día en el baño. Por lo general, había acompañamiento musical. Se trata de una fiesta femenina poco recordada”, cuenta Clemencia Sierra, que no visita un baño turco desde los 16 años. Ella asegura que lo que hoy se conoce como baños turcos perdió el arraigo cultural y es “una práctica sucia con fines banales”.

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OficiOs

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Le sonó

Texto: Viviana Forero Bedoya viviantfb@hotmail.com

el parlante Fotos: Viviana Forero Bedoya y Hernando Ruiz Mondragón

Una carrera de mantenimiento electrónico en el Sena sumada a un gusto especial por la música llevaron a Hernando Ruiz a desarrollar un sistema de sonido que ha solucionado los problemas de acústica en auditorios, iglesias y parques de la ciudad. Pero patentar el invento se ha convertido en su dolor de cabeza.

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En un cuarto que durante 19 años se ha llenado de cables, piezas electrónicas y herramientas; donde se observan televisores desarmados, equipos de sonido, grabadoras y cajas apilados contra las paredes, un hombre delgado, de baja estatura, ojos verdes expresivos y bigote, llama con voz fuerte a su hijo mayor para que conecte uno de los parlantes a la pantalla que arregla. De un parlante del tamaño de la palma de la mano sale un sonido potente y nítido. A las 8:15 de la mañana, la variación de una línea verde y vibrante indica las formas de onda en un monitor y hace visible lo invisible. “Toda la electrónica es imaginaria y por eso necesitamos este aparatico para poder verla”, dice sin quitar su mirada del monitor. Hernando Ruiz nació en Guayatá, Boyacá, en 1967. Es padre de cuatro hijos: Fabián Mauricio, de 19 años, estudiante de mantenimiento aeronáutico; Lina María, de 16, que quiere estudiar medicina; Juan Pablo, de nueve, que quiere ser científico y futbolista, y Carol Viviana, de seis, prospecto de profesora. Los cuatro son excelentes estudiantes, porque les han inculcado la disciplina del estudio. Hernando Ruiz en su laboratorio.

Aunque Hernando nació en el campo y sus padres cultivaban la tierra, ha vivido la mayor parte de su vida en Bogotá. Estudió la primaria y parte del bachillerato en el Liceo Parroquial San José, en el barrio Marco Fidel Suárez, hasta que empezó a trabajar a los 13 años. Pasó al colegio Restrepo Millán, en el barrio Quiroga, al cual asistía de noche, porque de día trabajaba como dibujante en una agencia de publicidad. Buscó una carrera en el Sena, y le llamó la atención la de mantenimiento electrónico. Sin haber terminado el colegio, presentó el examen de admisión y obtuvo resultados sobresalientes. Intentó terminar el bachillerato al tiempo que cursaba la carrera, pero tuvo que retirarse en décimo grado. La compañía Panasonic, entonces ubicada en el barrio Madelena, le patrocinó los tres años en el Sena: pagaba el 50% del salario mínimo a los “trabajadores-alumnos” que se formaban allá; después de tres semestres, los estudiantes recibían el 100% del salario. Hernando comenzó a experimentar entonces con los procedimientos de ensamble y funcionamiento de los equipos y, poco a poco, fue alimentando su gusto por el sonido. Ensayó diferentes configuraciones, y sus clientes lo motivaron a seguir investigando. “La constante pregunta de si se podía hacer sonar más o mejor un aparato me llevó a crear módulos amplificadores adaptables a cualquier equipo para aumentar la potencia sonora”, apunta él. En 1986, abrió su laboratorio de mantenimiento electrónico en el barrio Nueva Marsella, donde siguió trabajando para la compañía patrocinadora.

Ingenio en tiempo de crisis Pero en 1998 quebró la sede de Panasonic en Bogotá. Su trabajo se redujo en un 50% y las deudas se hicieron insostenibles, justo cuando su esposa esperaba el primer hijo. “Eso que dicen que todo niño tiene su arepita debajo del brazo es cierto porque este hijo me trajo la piecita que me faltaba para desarrollar lo que me inquietaba tanto”. A finales de 1999, Hernando, con $5.000 en el bolsillo y la ayuda de un carpintero vecino, hizo la prueba con unos parlantes que había elaborado. “No fue lo que buscaba, pero funcionaba de una manera extraña y mucho mejor”. Emocionado por el desarrollo, pero algo inseguro, le mostró ese avance a Milton Mosquera, uno de sus clientes más fieles. Cuando le hizo escuchar música por esos parlantes, Milton “se cogía la cabeza y caminaba de lado a lado. ¿Cómo hace para que suene así?, se preguntaba”. Por eso, todos los esfuerzos han estado dirigidos a perfeccionar este circuito.

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Tanto Milton como otros clientes lo han apoyado económicamente con su investigación. Hasta el momento, la nitidez y la fidelidad que se logra con sus parlantes ha superado la calidad de marcas reconocidas internacionalmente (Bose y Peavey, entre otras).

El día a día del inventor Lo que Hernando logró con su sistema fue “descomponer las ondas de sonido para reconfigurarlas de otra manera”. Eso le ha gustado a la gente y le ha dado solución a las fallas en empresas, universidades, colegios, templos, centros comerciales, edificios, salones comunales, fincas y casas de lujo. Las soluciones de audio que ha desarrollado se agrupan bajo la marca FAN (Formas Acústicas Nata), que cuenta con una imagen y un logo desarrollados por Hernando. También trabaja en una pequeña fábrica en la avenida 68 con calle 13, que abrió hace cuatro años, cuando se asoció con el arquitecto Marco Antonio Valles.

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Una escalera en caracol separa la fábrica de la guardería de perros del primer piso. Cuenta con una oficina, una sala con televisor y un par de cuartos donde se hace el montaje de los parlantes. Armando Moreno, el hombre de confianza de Hernando desde hace ocho años, ensambla las piezas de los parlantes, que se encuentran en el limbo entre lo artesanal y lo industrial. Cuando Hernando no está haciendo instalaciones y pruebas de sonido en los lugares donde lo contratan, está en el laboratorio, dándole rienda suelta a su imaginación; lo que va encontrando cada día le ha Parlantes ubicados en sitios estratégicos.

confirmado que su proyecto “tiene muchos hijos” y seguramente tendrá muchos más. Su esposa, Emma Reyes, y sus hijos son los primeros fans de sus parlantes. Conocen la magnitud del proyecto y el tiempo que le demanda; por eso guardan silencio cuando él trabaja. “Se concentra tanto que ni contesta el celular, parece que se metiera en una esfera, entonces mejor lo dejamos quietico”, dice Emma, mientras los demás asienten con la cabeza. En ocasiones sus hijos le han ayudado en el laboratorio; como han crecido viendo el trabajo de su papá, saben fácilmente cómo se arma un circuito o cómo se arreglan ciertos aparatos, así no piensen dedicarse a este oficio. El domingo es el único día en el que Hernando se desconecta de los parlantes para dedicarse de lleno a la familia. Van a misa, y a veces salen al parque o a un centro comercial.

Un científico del sonido El Santuario del Señor de los Milagros, cerca al Portal de la 80, es uno de los lugares donde se ha probado la calidad de sus parlantes. Luis Rogelio Ruiz, párroco del lugar, define a Hernando como un “científico del sonido”. Aunque los parlantes están algo dañados por la intemperie, el sonido sigue igual de nítido a cuando Hernando lo instaló hace seis años. “Además de ser una persona honorable y constante, Hernando no se limita a hacer una instalación. Siempre está inquieto y no descansa hasta hacer un estudio completo del sonido”, dice el sacerdote, quien lo ha contactado con varios párrocos.

Por su parte, Guillermo López, distribuidor de parlantes Bose en San Andresito de la 38, reconoce la calidad de los parlantes de Hernando. Se conocieron porque hace cinco años Hernando le pidió que le ayudara a vender algunos equipos en su local. Pero la clientela prefería la tecnología china: “El problema es que al ver algo colombiano y que no tiene una marca conocida, la gente no lo lleva”, afirma López.

Para agotar recursos, Hernando envió una carta a la Presidencia de la República en el 2003. La respuesta fue alentadora en un principio, ya que lo enviaron a hablar con el Jefe del Programa Nacional de Desarrollo Tecnológico Industrial de Colciencias. Le respondieron que debía solicitar un préstamo a la línea de crédito de esa institución. Lo solicitó, pero se lo negaron por carecer de respaldo económico.

La lucha por la patente

La directora de Nuevas Creaciones de la Superintendencia de Industria y Comercio, Alis Vergel, le dijo que su problema no era de tecnología, sino jurídico, y que tenía dos opciones: iniciar el proceso desde cero, lo cual implicaba tardar otros seis meses en función del invento y perdería tiempo de trabajo; o podía acudir al Consejo de Estado, lo cual significaba contratar a un abogado y pagar una suma de 10 a 15 millones de pesos, que no tenía.

Luis Apraez, ya fallecido, jefe de Hernando en Panasonic, le sugirió protocolizar un documento que describiera su invento antes de presentarlo ante la Superintendencia de Industria y Comercio. Siguiendo este consejo, inició los trámites en el 2001; consiguió un abogado y preparó argumentos técnicos y científicos para sustentar su invención. “Me puse a leer sobre acústica, física y electrónica para que la gente notara que lo que yo había hecho sí era importante. Estuve internado en la Biblioteca Luis Ángel Arango”. Después de protocolizar el documento, debía dar las especificaciones del invento. Su abogado quedó encargado de cumplir con este requisito, pero, por un error de mecanografía, o por un descuido, el jurista invirtió algunas preguntas y respuestas y debido a esas incoherencias le negaron la patente. Para demostrarlo, Hernando saca algunos de esos documentos. “Todos esos trámites me significaron tiempo sin trabajar y mucha plata”, dice con tono cansado.

Dejando atrás las malas experiencias, Hernando está listo para dar el paso hacia la industrialización. Sus hermanos le aconsejan que se dedique a mantener equipos y no se complique más la vida, pero él aspira a algo más que a ganarse lo del diario, y en eso lo apoyan su esposa y sus hijos, que quieren que Hernando consiga la patente para estar tranquilos, porque en el pasado le robaron dos proyectos: un tercer stop electrónico para vehículos y un destructor de jeringas. Así, el inventor siempre recuerda, cuando van a un centro comercial y pasan por la sección de tecnología, que su hijo Juan Pablo le preguntó una vez: “Papá, ¿por qué tus parlantes no están ahí?”.

La del Santuario del Señor de los Milagros, una de las tantas parroquias que cuentan con la alta tecnología de sonido de Ruiz.

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Memorias del agua

De nuevo, la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, con la revista Directo Bogotá; la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, y el Archivo de Bogotá se unieron para realizar una segunda versión del proyecto “Talleres de crónicas barriales”, ahora con un tema específico, el agua, tan vital en la historia de Bogotá desde sus orígenes hasta nuestros días. Una memoria “pasada por agua”, que estará disponible para todos los bogotanos. Aquí publicamos dos relatos que participaron en la convocatoria. Parque Nacional bajo la lluvia. Foto: Sofía Niño.

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El paraíso en Por: Martha Isabel Garzón Hernández Licenciada en lingüística y literatura, habitante del barrio Restrepo, 33 años.

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el páramo

Como desplazados de la violencia, los abuelos de la autora llegaron de Guaravita a Bogotá y en su casa del barrio Restrepo la abuela montó una chichería. Doña Benita madrugaba todos los días y junto con otras vecinas, iban a recoger agua al nacimiento del río San Cristóbal, en Sumapaz.

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A la izquierda, los abuelos de fiesta. Foto: archivo familiar.

Cuando era niña, me llevaban de vacaciones a la finca de mi abuelo en un pueblo cercano a Bogotá. Lo recuerdo como un hombre macizo, alto como un árbol, moreno, de tez oscura, pómulos salientes, nariz ancha y poco cabello. Usaba vestido de paño, con su chaleco de bolsillos pequeños para guardar cositas; una camisa blanca almidonada y corbata oscura; un sombrero negro gigante, de alas enormes como los de los vaqueros del oeste norteamericano; zapatos negros de amarrar o las botas gigantes para la finca. Solía usar una ruana blanca, que olía a oveja recién mojada, en la que a veces me enrollaba y se sentía el rocío de la mañana.

punta antes de encenderlo. Veía las enormes bocanadas de humo que le salían de la boca y cómo saboreaba cada chupón de su tabaco; luego, cerraba la cajita para que no se le perdiera el aroma y la guardaba en una gaveta. Había que esperar un rato a que fumara para luego escuchar sus relatos. En las tardes se acostaba en la hamaca de rayas que había en el salón a fumar y a contarnos cómo él y su mujer habían amasado una fortuna.

Fumaba tabaco y hacía todo un ritual para sacarlo de una cajita dorada, le quitaba su delgada envoltura de papel, como de mantequilla, lo olía y mordisqueaba la

Corría el año 1938, cuando el viejo se casó con mi abuela en el municipio de Guatavita, exactamente en la vereda de Guandita. Como mi abuelo era conserva-

Entre todas esas historias, nos contó cómo recolectaban el agua mi abuela Benita y otras mujeres del barrio Restrepo en el nacimiento del río San Cristóbal, en el páramo de Sumapaz.

Sumapaz, el paraíso de Benita.

dor de pura cepa, godo a morir, tuvieron que salir huyendo, cualquier día a la madrugada, pues los liberales los iban a matar. Llegaron a Bogotá y fueron a parar a una pieza en el barrio San Victorino.

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Decían que la abuela era una hermosa mulata, enorme, ávida, activa, obstinada, terca y sagaz para los negocios. Fue ella quien decidió vender chicha en su casa para aumentar el ingreso familiar, pues lo que ganaba el marido no alcanzaba para sostener a seis criaturas y la séptima que venía en camino. El problema era conseguir agua barata, pues la compraban en la plaza del Restrepo a unos campesinos que la traían en burro y la vendían a un centavo el cuenco, un precio excesivo y, por tal razón, la totumada de guarapo también salía muy cara. Un sábado, Benita se madrugó para Boyacá. Se vistió con el faldón negro largo hasta el tobillo, adornado con encaje; un delantal con enormes bolsillos para la plata y el pañuelo, de colores vivos, con arandelas y cintas de raso; una blusa blanca con encaje del mismo color, hasta el cuello —no se podía mostrar mucho— y un sombrero negro dominguero con plumas de colores. Se pintó las mejillas de colorado, se puso los zarcillos del matrimonio, se amarró bien las alpargatas con el galón hasta media pierna, alzó al más chiquito en el pañolón, agarró a los otros dos pequeños de la mano —que apenas si decían mamá— y los embutió en el bus rumbo a Ráquira. Allí compró dos enormes jarrones de barro cocido para cargar el agua y se alojó donde una comadre que hacía años no visitaba. El domingo, ya tardecito, tomó el bus que la traía hasta la plaza de San Victorino, adonde llegó como a las seis. Trajo consigo varios cuencos de barro, de diversos tamaños, para facilitar la cargada del agua, y en un solo viaje traer suficiente. Por el camino compró una mula y un burro, que serían de gran ayuda para el naciente negocio.

Conforme mejoraba la situación, de la pieza de San Victorino se fueron a vivir a una casita del barrio Restrepo, cerca a la plaza. El abuelo trabajaba, a veces alquilado, a veces por cuenta propia, en diversos negocios, pero le llamaba más la atención viajar a los municipios de Cundinamarca para comprar productos agrícolas que luego revendía en las plazas; así que doña Benita se quedaba en la casa atendiendo los hijos y el negocio. Contrató varias mujeres para que le ayudaran con la recogida del agua en el río San Cristóbal. Todos los días madrugaba a las tres de la mañana, alistaba su burro y sus cuencos, recorría la calle 22 sur, por un camino pedregoso, lleno de barro y materiales de construcción. A medida que iba subiendo golpeaba en las casas de las comadres para recogerlas y armar un grupo grande, pues no faltaba el ladrón que con cuchillo en mano la amenazara para robarle el agua. También aprovechaba el recorrido para conversar de sus cosas: amores olvidados, infidelidades, crianza de los hijos, en fin, asuntos de mujeres. Debían subir casi hasta el nacimiento, pues allí el agua no bajaba tan contaminada como abajo, donde comenzaba a llamarse río Fucha. Casi al llegar al nacimiento del río, en el páramo de Cruz Verde, donde corrían sus aguas limpias y cristalinas, desmontaban los cuencos y se ponían en la tarea de llenar las vasijas; no se podía descansar y tocaba llenar las que más se pudiera porque debían llevar agua para comer, bañarse, preparar la chicha y guardar de reserva. El regreso era inmediato porque a la media mañana debían tener el caldo listo para los obreros que venían a desayunar, preparar la chicha para que por la tarde ya estuviera “enfuertada” para saciar la sed de esos obreros, y el lunes debían madrugar más porque los hombres llegaban sedientos. A veces, cuando quedaba un tiempo, se ponían a lavar ropa en el río. A la abuela le gustaba sentarse a mirar el paisaje, y pensaba si sus nietos verían aquella hermosura, si perduraría ese manantial de aguas cristalinas, rodeado de árboles frondosos que apenas dejaban pasar los primeros rayos del día, flores bellísimas, frailejones que parecían cobijas suavecitas, ranas, salamandras, pájaros que interrumpían el conversatorio con sus cantos melodiosos. Aquello parecía el paraíso. No faltaba que llegara el abuelo con unos parientes o unos políticos, y se armaba la fiesta con música, marrano y muchos invitados. Entonces, el trabajo se duplicaba y la abuela contrataba a unos peones para que trajeran el agua. Para atender a tanta gente se necesitaba mucha agua y todavía no había alcantarillado ni redes de agua, y los que la vendían eran usureros.

La autopista

que partió en dos el humedal

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Por: Johanna Patricia Aguado Álvarez johannaaguado@yahoo.com Ingeniera Ambiental 32 años

Cuando se avecinan las obras del Plan Zonal Norte, este relato sobre el impacto que tuvo la construcción de la Autopista Norte medio siglo atrás, resulta aleccionador para que la comunidad vigile su patrimonio ambiental.

Humedal Torca, a un costado de la autopista Norte.

En 1956, la autopista Paseo de Los Libertadores llegó para dividir en dos la historia ambiental y cultural del territorio Borde Norte de Bogotá. En ese año, bajo el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla y como ejemplo del desarrollo en el país, se inauguró la hoy conocida Autopista Norte, para la expansión de la ciudad capital. Hasta entonces, el territorio era una continua región ecológica de humedal que se extendía desde los cerros orientales hasta el río Bogotá, y conformaba la cuenca Torca Guaymaral, donde habitaban armadillos, ardillas, comadrejas, zarigüeyas, lagartijas y grandes bandadas de aves migratorias. Para los capitalinos esta era una zona de recreo, donde podían encontrar, además de aguas puras para la pesca o la natación, espacios naturales para paseos familiares. Así mismo, el humedal servía para la retención de nutrientes y sedimentos, y para el control de las inundaciones o crecientes; también como hábitat para la vida silvestre. Lastimosamente, era imperativa la construcción de la autopista, aun a costa del equilibrio ambiental de la ciudad. De esta manera, el territorio norte fue cambiando en forma paulatina su dinámica natural, se fue poblando en forma acelerada, y lo que antes era un solo cuerpo de agua, quedó dividido en el humedal Torca (Usaquén), que contiene las quebradas Aguas Calientes, Patiño y San Juan, y en humedal Guaymaral (Suba), que incluye el sistema de vallados de la localidad, el cual permite drenar las aguas de las zonas más planas. Pese al impacto que trajo la construcción de la autopista —como la fragmentación del ecosistema, la dismi-

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nución de los cuerpos de agua, la pérdida de especies o el desequilibrio ambiental—, esta experiencia no ha tenido la relevancia suficiente y aún hoy los intereses económicos siguen primando sobre los ambientales. Para la defensa del territorio y del patrimonio natural y cultural, se cuenta con la poca formulación y la escasa implementación de políticas de protección de los humedales; también, de manera muy loable, con la participación de las comunidades locales en la planificación del territorio. Es el caso de la Fundación Humedal de Torca Guaymaral, que desde su conformación, en el año 2000, se ha dedicado a proteger y conservar el humedal El Salto del Tequendama desde las ruinas del hotel. Foto: Sofía Niño.

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mediante la gestión con entidades locales, la educación ambiental en instituciones educativas, la investigación y el estudio del territorio Borde Norte. Así ha logrado incidir en la gestión de las políticas, programas y proyectos locales, distritales y regionales, que llevan al equilibrio ambiental y el desarrollo sostenible. Se espera, entonces, que la administración distrital y la comunidad residente y flotante del Borde Norte de Bogotá puedan articular los planes de desarrollo con la conservación de los recursos naturales de la capital, en especial, con la protección de bienes vitales para todos como los humedales.

Leyendas murales

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sobre el agua

Mural sobre la creación del mundo muisca, en la esquina plaza Bosa.

En localidades como Engativá, Fontibón y Bosa, ricas en humedales, los muros narran estas leyendas que están en la tradición oral sobre el origen de los cuerpos de agua. Un recorrido con la cámara de Directo Bogotá.

Mural en casa vecina a Jaboque.

Mural en la plaza de Fontibón con una escena de la conquista entre el agua.

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Mural en Engativá que narra la leyenda fundacional en torno al humedal Jaboque.

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Cristian SĂĄnchez xcriztianx@hotmail.com

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Columna

El regreso de

un clásico Texto: Natalia Herrera Durán nataliaherrera06@gmail.com

En la década de los setenta, cuando se abrió la Cinemateca Distrital, en la carrera 7ª con calle 22, hombres y mujeres fumaban cigarrillos y chiflaban cuando el rollo de 35 milímetros se descarrilaba. Para ese entonces, mi papá intentaba conquistar a mi mamá llevándola a ver un documental del ‘Che’ Guevara, que ella durmió de principio a fin.

La rubia platinada en la carrera 7a.

En estos casi 40 años de historia, la Cinemateca ha acompañado a varias generaciones de cinéfilos, enamorados y vagos, y por su pantalla han pasado películas memorables de todos los tiempos, que han sobresalido de la cartelera comercial. El 16 de agosto reabrió sus puertas la vieja sala de asientos incómodos, después de un año largo que se tomaron las obras de refacción para dotar al teatro de un sistema antisísmico. Como en otras ocasiones, la programación de la reapertura fue de lujo: Las mujeres protagonistas de Hollywood. Clásicos de los años cuarenta y ochenta, al estilo de directores como Michael Curtiz, John Ford, Orson Welles, Woody Allen, Richard Brooks y Howard Hughes. Películas inolvidables de Ritas, Marilyns, Elizabeths, Audreys, Avas e Ingrids. Esa noche, para el cierre de la temporada, un hombre de aspecto pobre, de ropa andrajosa y sucia, se sentó en la primera fila. Después se dirigió a la sala y exclamó ofuscado que eran las mismas sillas de antes, que sólo les habían cambiado los forros, que todo lucía igualito, que era el colmo que en esos arreglos ‘chimbos’ se hubieran tardado un año y pico. Y sí, fue un año larguísimo, pero, por fortuna, la Cinemateca luce igualita. Sus sillas aún no son reclinables y abullonadas hasta el sueño; tampoco tienen brazos con huecos para la gaseosa y las crispetas extragrandes; y es posible ver a ricos, pobres, ilustres, olvida-

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La Cinemateca, reabierta después de un año de refacciones.

dos, miserables y anónimos en la sala, sentados unos junto a otros. A las 7:15 de la noche, las 200 sillas estaban ocupadas. Todos estaban reunidos a la expectativa de que se apagaran las luces. “Los caballeros las prefieren rubias”, comentaba con picardía un señor mayor, de los muchos que estaban de abrigo, sombrilla de bastón y sombrero. Se apagó la luz. No hay mejor lugar para estar solo, pensé cuando vi que muchos espectadores no iban acompañados. La Monroe estaba allí, de vestido escarlata, cantando que los diamantes eran los mejores amigos de las mujeres. Graciosa, ridícula, exuberante. Siempre la había visto en televisor, a punta de copias y colecciones especiales de sus películas. Cuando terminó, tuve la bella sensación de que eran otros tiempos. Por primera vez veía a la rubia bailar en pantalla grande.

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‹‹ Cine]

Poética, errática y superficial:

Por: José Agustín Jaramillo chepejara@gmail.com

Fotos: cortesía de Rhayuela Films.

así también es Bogotá

García, el fracasado.

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García (2010) Director: José Luis Rugeles Guión: Diego Vivanco Dirección de fotografía: Sergio Iván Castaño. Colombia-Brasil. Duración: 108 min.

Al salir de la sala de cine, después de ver García, pensé lo mismo que hace cinco años, cuando salí de El Colombian Dream: ¿decimos que una película colombiana es buena sólo porque tiene una fotografía impecable? Porque si algo hay que resaltar del primer largometraje dirigido por José Luis Rugeles —y producido por la compañía colombiana Rhayuela Films junto con la brasileña Latina Estudio—, es que cada fotograma no puede ser más expresivo. Durante 108 minutos, el público es bombardeado por imágenes muy bien compuestas,

que con algunos diálogos largos y silencios abundantes logran sacarle un tinte poético a la cotidianidad. Por ejemplo: un tipo fracasado monta una bicicleta vieja por la carrera 30 con esa luz bogotana de las seis y media de la tarde en calles plagadas de tráfico y transmilenios. ¿Hay algo que le sobre a esa postal? El tipo que monta la bicicleta es García: un celador de bodega que interpreta el actor mexicano Damián Alcázar (siete premios Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas). García es un tipo trabajador, callado, honrado; ahorra hasta el último centavo en una cajita que guarda detrás de la nevera para comprarle a su mujer una casa en el campo. Para esa cultura doble y gazmoña de los bogotanos, ese tipo que monta en bicicleta es un don nadie y un avaro, y por eso a Amalia, la esposa de García —interpretada por Margarita Rosa de Francisco—, se le agotan el amor y la paciencia. Es entonces cuando se

La Bogotá menos glamurosa sirve de escenario a este filme colombo-brasileño.

desencadena una historia de secuestro y de traición, donde están presentes la violencia y hasta el narcotráfico. Gómez, interpretado por Fabio Iván Restrepo, quien debutó como actor natural en Sumas y restas, de Víctor Gaviria, es el típico ex policía corrupto pero bonachón que se convierte en el único apoyo de García en los tiempos difíciles. El elenco, sin duda, es excelente. También aparecen dos traficantes brasileños que le aportan humor al relato y que quizá le darán algunas ventas extra en las taquillas de São Paulo. La trama de la película no carece de fuerza. Es interesante y dinámica. Aún así, es una historia genérica, que se adapta fácilmente a cualquier escenario: bien puede ocurrirle, como en García, a personajes de estratos bajos en una Bogotá actual, a unos gánsteres de Chicago en la década de 1930, o a un prestante empresario de la Inglaterra victoriana. Hay humor constante que une la tensión de la trama y hace llevadera la película, sin que llegue a convertirse en una comedia. Los chistes surgen del choque entre esos dos personajes opuestos, pero inseparables, que son García y Gómez. Y aunque hay situaciones verdaderamente graciosas, irónicas y sutiles, otras simplemente se quedan en la exaltación morbosa de lo criollo. García no aporta nada nuevo. Sin ánimos de generalizar el cine colombiano, porque sin duda hay notables excepciones, García nos vuelve a hablar de la cultura colombiana desde lugares comunes. Dos ejemplos simples: la pura violencia y

la referencia velada a Yo soy Betty, la fea a partir de fragmentos de diálogos y del tema musical. García no sobresale; tampoco se hunde. Hace una reflexión simple sobre los problemas de un celador, la justicia y la amistad entre colegas en tiempos difíciles. Es una película donde la mayor conclusión que se puede sacar es que las mujeres, cuando son malas, son peores que cualquier hombre. Conclusión lógica si al verse descubiertas, tienen el descaro de decir: “¿Qué pasó, García? ¿Le rompí el corazón?”.

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Las calles de García García fue filmada entre febrero y marzo de 2009 y producida por Federico Durán Amorocho. La avenida Jiménez, los barrios La Soledad y San Fernando y el límite occidental de Bogotá fueron algunos de los escenarios. Además, la intersección de la carrera 30 y la avenida Las Américas —una zona llena de huecos, contaminación e industrias—, sirvió como lugar de trabajo a García. En Bachué, al noroccidente bogotano, se encuentra el pequeño apartamento de pobre decoración donde viven García y Amalia, su esposa. Para conocer más sobre esta producción colombo-brasileña, pueden visitar su sitio web (www.garcialapelicula.com).

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( )libroS

El grito del opio

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Por: Juan David Torres Duarte juandtorresd@gmail.com

Alejandro González Ochoa (comp.). Zoológicos urbanos. Historias mutantes de Rafael Chaparro Madiedo. Medellín: Universidad de Antioquia; 2009, 191 p.

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Bogotá caótica, grisácea; urbe de trancones, metrópoli de gamines y casetas de discos y libros en la calle 19; de avenidas tristes como las de París y Praga, como La Habana, vasta —ordinaria— región de smog; villa famélica de busetas y buses, cansina y musical. Bogotá, así, es la ciudad de Rafael Chaparro Madiedo, periodista, escritor y humorista. Bogotá, así, lo vio nacer el 24 de diciembre de 1963 y morir el 17 de abril de 1995. Zoológicos urbanos. Historias mutantes de Rafael Chaparro Madiedo es una recopilación de textos escritos para el diario La Prensa y la revista Consigna entre 1988 y 1995. Dividido en dos secciones —“Zoológicos urbanos” y “Editoriales de Pink Tomate”—, esboza un sencillo óleo de finales de los años ochenta, que recuerda la entreverada y enrarecida Bogotá de Sin remedio, de Antonio Caballero. Se encuentran los semáforos, los potreros, la televisión, los cambios urbanísticos, el café —ejemplo de la decadencia—, las barberías, los barrios, García Márquez, The Rolling Stones, la cerveza, el rock y el fútbol. Chaparro pasó su infancia en el barrio Niza. Luego estudió algo de pintura y, finalmente, Filosofía y Letras en la Universidad de Los Andes. Fue redactor cultural de

La Prensa y libretista de Quac, el noticero y Zoociedad. En 1992 ganó el Premio Nacional de Novela, bajo el seudónimo de Virus Cocker, gracias a Opio en las nubes, publicada ese mismo año. Cuando murió, el escritor bogotano contaba apenas con 32 años de edad. Cruzados por un humor sutil y en ocasiones satírico, los escritos de Chaparro dejan evidencia de la metamorfosis de la ciudad, los imaginarios, los personajes —ridículos, autóctonos—, los sonidos y las costumbres. En medio de las persistentes lluvias, nacen las representaciones de nuestra idiosincrasia: “Hay otra tendencia más mística, que no mezcla a millonarios con vírgenes. Es esa calcomanía pegada en la mitad de la buseta y que los pasajeros ven como si fuera el comienzo del Padrenuestro Paranoico de la Confraternidad de la Gran Buseta. La calcomanía dice: ‘Si usted cree en el más allá, por favor córrase para atrás’”. Chaparro admiraba la ciudad y recogía sus historias, sus olores. Dos textos (“Los hombres del campero rojo” y “Los seis legionarios”) dan cuenta de su capacidad de narrar: frases cortas y riqueza de escenas. Sin embargo, el escritor encarna, en esencia, al escéptico. Bogotá era en 1989 “un gran libro abierto que se abre todas las mañanas”, un texto inédito. Una ciudad bella por su extrañeza, “la más alucinante que haya dado la faz de la Tierra”. Chaparro la describe, en párrafos repetidos como plegarias, como una ciudad de infierno, triste, expuesta al tedio y a la soledad. Pero en ese infierno, claro, él quiere vivir. La ciudad se degrada. Chaparro es un nostálgico: “Paranoia generalizada. Celadores en cada cuadra, muros semejantes a los de Berlín, rejas, mallas de alambre, perros, palancas, miradas frías. […] Niza ya no es una aventura”. No hay ranas que atrapar, no hay potreros donde jugar: el progreso y la política destrozaron la ciudad. Chaparro se decepciona. Sus últimas columnas (1994-1995) son más políticas: “Voto en blanco”, por ejemplo, es una página sin una sola palabra y en “Partidario del rock and roll” dice: “no queremos más vallas, no queremos más sedes políticas, no queremos más discursos. No más”. Como los relatos de Andrés Caicedo, la pluma de Chaparro es el testimonio de una generación: las marcas, los vestidos, la moda, la música y la iconografía. Tanta tinta corrió y confluyeron Jim Morrison, Milan Kundera, Kurt Cobain, Led Zeppelin, Walt Whitman, AC/DC, Rimbaud, el smog, el amarillo, el sexo, la carrera 7ª, la psicodelia, el croar de las ranas en los charcales, las calles. Y el opio. Sí, el opio en las nubes, en las aceras, en las historias mutantes.

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[ensayo Barrio Santafé “Sin transparencia” Alejandra Pinilla