Evangelizar 087 - Abril 2021

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ISSN 2590-8359 | No. 87 Abril 2021


"El acto penitencial es una invitación a confesar los pecados ante Dios y la comunidad, con humildad y sinceridad"


Bernardit Soubirou SANTA

Martirologio Romano: En Nevers, Francia, santa María Bernarda Soubirous, virgen, la cual, nacida en Lourdes de una familia muy pobre, siendo aún niña, asistió a las apariciones de la Inmaculada Santísima Virgen María y, después, abrazando la vida religiosa, llevó una vida escondida y humilde. († 1879). Etimológicamente: Bernarda = Aquella que es una guerrera, es de origen germánico.

Virgen

16 de abril El 11 de febrero, fiesta de la Santísima Virgen de Lourdes, nos recuerda las apariciones de la Virgen a una niña de 14 años que no sabía ni leer ni escribir, pero que rezaba todos los días el rosario; Bernardita Soubirous. Nació en Lourdes en 1844 de padres muy pobres. Por medio de ella, la Virgen hizo surgir la prodigiosa fuente del milagro, a la cual acuden peregrinos de todo el mundo para reavivar su fe y su esperanza. Muchos regresan de Lourdes curados también en su cuerpo. La Virgen, durante la segunda aparición, le dijo: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”. A pesar de haber sido dócil instrumento para extender la devoción a la Inmaculada, Bernardita no se contaminó con la gloria humana. El día que el obispo de Lourdes, ante 50.000 peregrinos, colocó la estatua de la Virgen sobre la roca de Massabielle, Bernardita tuvo que permanecer en su celda, víctima de un ataque de asma. Y cuando el dolor físico se hacía más insoportable, suspiraba: “No, no busco alivio, sino solo la fuerza y la paciencia”. Su breve existencia transcurrió en la humilde aceptación del sufrimiento físico como generosa respuesta a la invitación de la Inmaculada para pagar con la penitencia el rescate de tantas almas que viven prisioneras del mal.

Mientras junto a la gruta de las apariciones se estaba construyendo un grande santuario para acoger a los numerosos peregrinos y enfermos en busca de alivio, Bernardita pareció desaparecer en la sombra. Pasó seis años en el instituto de Lourdes, de las Hermanas de la Caridad de Nevers, y en el que después fue admitida como novicia. Su entrada se demoró debido a su delicada salud. En la profesión tomó el nombre de Sor María Bernarda. Durante los quince años de vida conventual, no conoció sino https://bit.ly/2NLdlPu el privilegio del sufrimiento. Las mismas superioras la trataban con indiferencia, por un designio providencial que les impide a las almas elegidas la comprensión y a menudo hasta la benevolencia de las almas mediocres. Al principio fue enfermera dentro del convento, después sacristana, hasta cuando la enfermedad la obligó a permanecer en la cama, durante nueve años, siempre entre la vida y la muerte. A quien la animaba le contestaba con la radiante sonrisa de los momentos de felicidad cuando estaba a la presencia de la blanca Señora de Lourdes: “María es tan bella, que quienes la ven querrían morir para volver a verla”. Bernardita, la humilde pastorcita que pudo contemplar con sus propios ojos a la Virgen Inmaculada, murió el 16 de abril de 1879. Fue beatificada el 14 de junio de 1925 por el papa Pío XI, y el mismo Papa la elevó al honor de los altares el 8 de diciembre de 1933.

Asesor General Mons. Fidel León Cadavid Marín

Consejo Editorial Delegados de Pastoral

Fotografía y Corrección de Estilo Javier Ocampo Zuluaga

Director Pbro. Hugo A. Zuluaga Salazar

Coordinador General Vicaría de Pastoral

Diseño y Diagramación Joseph Henao Bedoya

Sugerencias diseno@diosonrio.org.co vipastoral@diosonrio.org.co

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Dirección Diócesis de Sonsón Rionegro Curia Episcopal: Calle 51 No. 47 - 31 Tel: (034) 531 52 52

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Fecha de canonización: 8 de diciembre de 1933 por el Papa Pío XI.


Pablo reivindica su condición de apóstol en constantes ocasiones, en contextos serenos, como en los encabezados de algunas de sus cartas más importantes (Rom 1,1 / 1Cor 1,1 / 2Cor 1,1 / Gál 1,1) y en contextos polémicos, como en la comunidad de Corinto (1Cor 9). Se conoce por los evangelios de Mateo y de Lucas que el grupo de los doce escogidos por Jesús fue denominado ‘apóstoles’ (Mt 10,2-4 / Lc 6,13-16), o sea, enviados. Sin embargo, ya se puede percibir un cierto ‘tecnicismo’ en el término, dado que ni Marcos ni Juan califican así al grupo y que Lucas narra de otros que también fueron enviados sin ser denominados apóstoles (Lc 10,1-16). Lucas mantiene este mismo sentido cuando en el libro de los Hechos, al referirse a grupo de doce que debe ser completado, los llama apóstoles, pero a su vez, habla de varios misioneros ‘enviados’, entre ellos el mismo Pablo (Hch 13,2-3). Sin embargo, sí hay que precisar que la tendencia del autor de Hechos es a llamar ‘apóstoles’ a las autoridades de Jerusalén y no a los misioneros de la Iglesia de Antioquía, a la que Pablo pertenece.

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En cambio, Pablo, cuando habla de sí mismo en sus cartas, no duda en atribuirse el título de Apóstol. Al parecer, la autodefinición de Pablo obedece a su convicción de ser un enviado, de contar con la misma misión que Jesús directamente encomendó a los doce, de haber visto también al Señor (1Cor 9,1), de vivir el mismo ministerio (2Cor 3,6), y de haber aprendido la fe por revelación de Jesucristo (Gál 1,12).

De modo que a partir de lo escrito por Pablo y de lo que dicen entre líneas los evangelios, se pueden intuir algo así como tres niveles del concepto ‘apóstol’:

¿Qué le reprochan sus detractores? Tal vez no tanto el título, cuanto la función. Pablo no discute con ninguno de los doce apóstoles sobre su condición, ni siquiera con Pedro, con quien llegó a tener diferencias en el modo de predicar el Evangelio (Gál 2,14). Su controversia se da con algunos que cuestionan su manera de evangelizar a la iglesia de Corinto, y de quienes se puede tener la impresión de atribuirse para sí mismos el título de apóstoles, con gran predicamento (en 2Cor 11,5 Pablo los llama, no sin sorna, ‘superapóstoles’).

la Iglesia, que es el título que Pablo muy gustosamente se aplica (1Cor 159-10);

El primero los doce escogidos por Jesús, a los

cuales en ningún momento Pablo objeta o discute;

el de los escogidos del Señor y enviados por

el

tercero, el de los falsos apóstoles, detractores de la obra de Pablo y descalificados por él (2Cor 11,13).

Sin duda Pablo es un apóstol auténtico, que además amplió el concepto para bien y provecho de la Iglesia.


Detenerse en la vida para reconocer el cómo se ha obrado y en ello poder ir aprendiendo a ordenarla, es propio de quien se la toma en serio. Implica reflexionar, examinar y reorientar. Esto, a veces va acompañado de cierto aire de tristeza o desilusión. Lo cierto es que es necesario hacer este pare y recapacitar en nosotros mismos para sacar el mejor provecho, descubriendo la sed de Dios que a todos acompaña.

La súplica de piedad

Oración de todos.

Porque a veces se llega a la celebración con aire de nostalgia, como los discípulos de Emaús, se hace necesario hacer un pare que permita ahondar en las motivaciones que acompañan el corazón humano para purificarlas y ordenarlas en función del fin para el cual es creado el hombre. Por ello, para celebrar con dignidad la Santa Misa, es necesario reconocer la debilidad y fragilidad que acecha el corazón; este momento es llamado acto penitencial. Confesamos diciendo: «He pecado mucho de

pensamiento, palabra, obra y omisión».

Esta fórmula está acompañada con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro; luego se acude a la intercesión de la Virgen y todos los santos, para finalizar con la absolución del sacerdote. Cabe recordar que este momento no suple el sacramento de la penitencia, pero si es ocasión privilegiada que dispone a la celebración. Este momento de la penitencia se acompaña con un canto, en el que los fieles aclaman la piedad del Señor; por eso, lo entonan todos juntos. Solo el encuentro con Dios devuelve la lozanía e ilusión a los caminantes de Emaús. Nuestro encuentro con el Señor, por medio de su perdón, nos proporciona nuevamente la ilusión para seguir caminando.

A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, a una con él, permanecen un momento en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote dice la oración que se suele denominar colecta, con la que se expresa la índole de la celebración. Esta oración, que se hace en nombre del pueblo, se dirige al Padre, por medio del Hijo, que está en comunión con el Espíritu Santo. El pueblo, uniéndose a esta súplica, hace suya la oración pronunciando la aclamación Amén. En la misa siempre se dice una sola oración colecta. La colecta inicia con el don que Dios concede a su pueblo, donde él mismo solicita su colaboración; en ella se describe a los participantes como fieles de Dios y, por lo tanto, como hermanos entre sí, quienes van peregrinando al encuentro con el Señor. Porque no se está solo, ni se acude a la celebración buscando un bien individual; la oración colecta sintetiza los anhelos, súplicas, necesidades y deseos de todos los que se reúnen para celebrar con gozo el encuentro con Dios en la Eucaristía.

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LITÚRGICA

Por: P. Jairo de Jesús Ramírez, Delegado de Liturgia

Hay que tener precaución: quizá por un exceso de atención a la bendición del fuego, al canto del Pregón, a la bendición del agua y a la celebración del Bautismo y de la Confirmación, podríamos celebrar esta Eucaristía como la de un día corriente. Ahora bien, esta

Eucaristía constituye la cumbre de la celebración de la Vigilia. De ella, reciben su dinamismo el

Bautismo y la Confirmación, y a ella conducen ambos. Es la Eucaristía más solemne de todo el

año, incluso más que la del Jueves Santo.

La Eucaristía es la verdadera Pascua de la Iglesia. Ella realiza el continuo pasar a la vida definitiva, es actualización del misterio de la Pascua, purificación del hombre. De ella depende la remisión de los pecados en el Bautismo. Por eso, si en la mentalidad de la Iglesia de los primeros siglos se advierte la exigencia de una purificación antes de participar en la Eucaristía, se considera al mismo tiempo que esta purifica de sus culpas a los penitentes sinceramente arrepentidos. Así pues, la Iglesia se edifica y se consolida constantemente por medio de la repetición de la Cena pascual confrontada con el sacrificio único de la Cruz y ofreciéndolo al Padre con el Hijo. Al mismo tiempo, la Eucaristía está íntimamente unida a la resurrección del Señor. Pues sin la resurrección de Cristo, ¿qué podría significar la Eucaristía, vaciada así de todo contenido? La Eucaristía supone la resurrección y se la comunica a los hombres; lo mismo que dice Jesús “Yo soy la resurrección y la vida”, dice también “Yo soy el Pan de vida”. Sin la resurrección, la Eucaristía sería una mera comida de fraternidad, carente de toda actividad que comunicara la vida de Dios, y no sería creadora.

Porque todavía hay otro aspecto en el que debemos pensar: Cristo, en la Eucaristía, por

haber resucitado, domina verdaderamente el mundo, supera nuestra muerte en su resurrección y el mundo va siendo así transfigurado lentamente por la Eucaristía que le comunica la incorruptibilidad.

Así pues, celebrar la Eucaristía es, y muy especialmente en esta Noche de la Resurrección de Cristo, la cumbre absoluta de la actividad de la Iglesia, el acto clave en la celebración de la Vigilia Pascual.

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Cada Semana Santa Celebramos el triunfo del Amor de Dios sobre las tinieblas del mal, el pecado y la muerte. Cada Pascua actualizamos en nuestra vida el Misterio Redentor de Cristo, la renovación de su Gracia salvadora. No podemos ceder el paso a la desolación o a la apatía en esta semana grande de nuestra fe, ya que lo que hace grande a esta Semana no es lo que nosotros podemos o no hacer, sino lo que el Señor renueva en cada uno de nosotros: Su incondicional y eterno amor. Este Amor de Cristo nos dignifica con su perdón, nos reubica con misericordia en la verdad de nuestra condición humana, y nos posibilita una fraternidad que no es causa de una mera solidaridad, sino la consecuencia de vivirse y sentirse como hijos de un mismo Padre, que compartimos una casa común y llamados a un mismo destino; La Vida en Cristo ahora y siempre. Por tanto, no hay Semana Santa cancelada ni ausente, porque el Amor que el Señor nos tiene no se puede aplazar ni cancelar. Y aunque vivimos con desconfianza estos días y circunstancias tan complejas y difíciles, quizás sean ocasión para celebrar una Semana Santa diferente, con el corazón puesto en la sobriedad de lo esencial, con la mirada puesta en el crucificado, y sintiendo la comunión con toda la Iglesia.

¿Cómo podemos vivir estos días santos desde nuestra Iglesia doméstica? Por supuesto nunca desde la añoranza paralizante, ni desde la indiferencia a la que falta compromiso, ni desde el pesimismo derrotista, sino desde un amor grande lleno de alegría pascual: Recibamos a Cristo que entra en Domingo de Ramos en servicio humilde y silencioso, y hagámoslo en aquellos que recorren nuestros pueblos procurando la seguridad, la paz, y la protección de los más indefensos. Acompañemos a Cristo en el Jueves Santo haciendo presente el Amor fraterno con gestos pequeños y sencillos, pero que siempre nos engrandecen a los ojos de Dios. Recordemos ese día con agradecimiento el Don de la Eucaristía con un mayor deseo de recibirlo. Y no olvidemos con nuestra oración a nuestros sacerdotes, y que desde las “redes del apostolado” no han cesado de ofrecer el Santo Sacrificio para bien de toda la Iglesia. Recorramos los pasos de Jesús con el Santo Viacrucis, en el que podemos contemplar tantas estaciones como hermanos nuestros que hoy se abrazan a la cruz de su dolor, poniendo sus ojos fijos en Jesús, que por nosotros la llevó primero. Hagamos silencio de Sábado Santo recordando a las víctimas, y a aquellos que sienten la ausencia de sus seres queridos, pero en la espera de que la muerte no es el final. Dejémonos acompañar por María que al pie de la cruz nos enseña a confiar y esperar. Y, ante todo, vivamos gozosos la Pascua de Resurrección, que celebrada en familia nos unimos al grito de esperanza de toda la Iglesia Familia Universal. La esperanza de que el amor todo lo puede, todo lo espera, todo lo transforma; porque esta esperanza tiene un Nombre: Cristo, Vivo y Resucitado.

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https://www.diariodepasion.net/liturgia/una-semana-santa-diferente-pero-no-ausente/

Solo hay una cosa segura y verdadera en esta vida, y es el amor que todo lo sostiene. Es lo único que nos da plenitud y sentido en medio de tantas pruebas y vicisitudes; al final, solo es el amor el que nos hace caminar con esperanza, manteniendo encendida la antorcha de la Fe que nos dispone a la lucha infatigable de la existencia… Una antigua y nueva realidad de dolor, enfermedad y muerte, pone a prueba nuestra humanidad, nos recuerda que nadie es inmune al sufrimiento. Y mientras tanto, los cristianos nos preparamos para celebrar la Pascua, que significa “el paso del Señor” por nuestras vidas.


En el artículo pasado ilustrábamos, desde una perspectiva general el objetivo y la misión desempeñada desde los tribunales eclesiásticos diocesanos, o de primera instancia, y algunos pasos importantes a desarrollar dentro del proceso de nulidad matrimonial. En este apartado queremos exponer un poco el primer paso que se debe dar a la hora de esclarecer y entender, si es posible o no, iniciar un proceso de nulidad matrimonial. La base fundamental que precede todo acto de impugnación del matrimonio es la que nos indica el mismo código de derecho canónico que expresa lo siguiente: “c. 1057 § 1. El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir. § 2. El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio” En palabras más sencillas, corresponde saber que el matrimonio se crea en el momento en el cual el hombre y la mujer, delante de un testigo cualificado (el sacerdote o diácono), realizan su consentimiento, es decir, la voluntad de entregarse mutuamente para amarse y respetarse hasta la muerte. Tanto el hombre como la mujer que realizan su consentimiento deben cumplir unos requisitos esenciales, como la mayoría de edad, suficiente uso de razón, madurez psíquica y afectiva, pertenencia a la Iglesia por el Sacramento del Bautismo y que no estén impedidos por una pena canónica legítimamente impuesta. Si ambas partes dan su consentimiento y no están impedidas para casarse, su Matrimonio, como lo enseña la Iglesia católica, es una alianza de vida conyugal indisoluble y solo la muerte rompe este vínculo sacramental. Sucede en ocasiones que, por algún impedimento, pero más comúnmente por un vicio en el consentimiento, el Matrimonio nunca se dio como Sacramento y por esta razón existen los procesos de nulidad matrimonial.

Por tanto, un proceso de nulidad matrimonial en la Iglesia católica ayuda a entender si al momento de casarse hubo algo que impidiera que el Sacramento constituyera la alianza sacramental irrevocable que termina con la muerte de uno de los cónyuges. En la Praxis jurídico-canónica nos damos cuenta que una circunstancia común, en los casos de nulidad, es el corto tiempo de convivencia matrimonial; también existen muchos casos en los que uno de los cónyuges se casa por presión o para evadir situaciones familiares presentes en el entorno de su convivencia social. Otros Foto:casos Freepik en los que le es infiel el uno al otro; el problema de la infidelidad es que solo es causa de nulidad si la infidelidad se da en el momento en el que se casan, porque si la infidelidad surge después del matrimonio, el matrimonio ya ha constituido la alianza irrevocable que crea el consentimiento legítimamente manifestado. El primer paso para acercase al proceso de nulidad consiste, entonces, en una asesoría, en la que el interesado en iniciar el proceso se entrevista con un asesor, miembro del tribunal, y exponiendo con honradez y claridad los hechos de su fracaso matrimonial, a juicio del asesor, entiende la posibilidad o no de iniciar el proceso. Si dentro del diálogo surgen posibles causas que puedan hacer nulo el Matrimonio, el asesor indica a la parte actora cómo se elabora el libelo o el escrito de demanda; si por el contrario no hay causales que puedan dar inicio a un proceso, el interesado debe comprender que su matrimonio existe hasta que la muerte lo separe del cónyuge con quien contrajo matrimonio católico. El espacio de las asesorías debería entenderse como una primera prueba de esclarecimiento, es en el momento en el que, exponiendo los hechos, ayudados de una persona que conoce el derecho, nos indica si es conveniente seguir o no. Una persona que quiera iniciar su proceso de nulidad matrimonial debe reconocer que, al tratarse de algo tan sagrado como lo es un sacramento, merece toda delicadeza en el juicio, y la mayor precisión en la evaluación de las circunstancias y hechos que indican la acción de Dios en la voluntad manifestada de los esposos.


JUEVES 1 DE ABRIL JUEVES SANTO “Comulgaremos con la Sangre de Cristo” Primera Lectura: Libro del Libro del Éxodo Salmo 115 “Comulgaremos con la Sangre de Cristo” Segunda Lectura: Primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 11, 23-26 Evangelio: San Juan 13, 1-15 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Palabra del Señor

PAUTAS DE REFLEXIÓN Jesús, en el momento indicado, interrumpe la cena “se levanta de la cena, se quita su manto, y, toma una toalla (delantal) y se la ciñe” (Jn 13,4). Jesús se ciñe con el distintivo del esclavo, del siervo, del criado, del servidor (diácono, en griego). Ninguno le pregunta qué pretende hacer. Ellos ni siquiera tienen tiempo para intervenir, porque Jesús derrama agua en una vasija “y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a secarlos con la toalla que tenía amarrada a la cintura” (Jn 13,4-5). Al comparar esta acción con Jn 13,12, notamos cómo Jesús no se quita la toalla, el delantal, seguirá con ese signo, distintivo del servicio, hasta al final. El delantal es su identidad. ¿Qué significa esta acción? Lavar los pies de los huéspedes era una tarea repugnante, reservada a los individuos inferiores respecto a sus superiores: en el judaísmo, los esclavos, criados, siervos, hacían esta faena con sus amos y patrones, también la esposa con su marido (1Sam 25,41), en ocasiones, los hijos con los padres, y los discípulos con su maestro. Y se realizaba antes de pasar a la mesa (Lc 7,44; Gen 18,4), y no durante la cena, como sucede aquí. A los discípulos que querían tomar a Jesús como rey de Israel (Jn 6,15), Jesús les responde tornándose esclavo de ellos, les demuestra así su realeza, el reinado del amor que se transforma en servicio, el reino del amor gratuito. Jesús realiza con ellos el trabajo de un esclavo para que los esclavos lleguen a ser señores. En la comunidad de Jesús no hay jerarquías, escalas de gradación en el reconocimiento, porque todos son iguales, todos son señores, para que sean todos servidores unos de otros, porque solo quien es señor, es decir, una persona libre, puede volverse servidor y siervo de otra persona. Cuando Jesús lava los pies de los discípulos no se abaja, al contrario, eleva a los demás. Pone en evidencia a un Dios Padre al servicio de los seres humanos, y, al mismo tiempo, destruye la idea de Dios creada por la religión, según la cual, las personas deben servir a la divinidad. La verdadera grandeza, la grandeza de Dios padre, está en servir a los otros y no en dejarse servir por ellos. Si Jesús, que es Dios, se pone al servicio de todos los seres humanos, quienes pretenden dominar y mandar se alejan cada vez más de Él. Dios Padre no se encuentra donde se ejerce el poder, sino, donde se sirve sin ningún interés.


VIERNES 2 DE ABRIL VIERNES SANTO CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR “Él fue traspasado por nuestros crímenes” Primera Lectura: Del Libro de Isaías 52, 13-53, 12 Salmo 30: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” Segunda Lectura: De la carta a los Hebreos 4, 14-16;5, 7-9 Evangelio: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18, 1-19,42

PAUTAS DE REFLEXIÓN También a Jesús ciertas experiencias lo educaron. No tuvo éxito con los discursos, ni con las numerosas acciones novedosas, lo tomaron como profeta, pero ni los discípulos ni las multitudes comprendieron quién era. No tuvo éxito con las curaciones: a veces le daban las gracias, a veces no lo hacían; lo confundieron con uno de los muchos curanderos y no descubren su real procedencia. Y ni siquiera tuvo éxito con los signos de sanación y curación, de hecho, sospecharon de Él y lo acusaron de brujería, y no entendían quién era. Pero justo en el último día de su vida, clavado en el patíbulo de los malditos por Dios, (Dt 21,22-23), ahora que agoniza sin poder hablar ya, moribundo, no es capaz de sanar, débil y agotado, no es capaz de manifestar la fuerza de Dios; por fin, alguien entiende quién es. Jesús lo había dicho. Vistos como inútiles los discursos, las curaciones y los prodigios, Él había dicho: Cuando eleven al hijo del hombre, entonces conocerán quien yo soy (Jn 8, 28). Cuando Jesús es colgado del árbol de la cruz, comprenderán que Él es el Hijo de Dios. Extraña manera de Dios para manifestarse. Lo más lejos que los hombres podían imaginar y esperar como una manifestación divina: un hombre agonizante, clavado en una cruz. La imaginación de los hombres nunca habría llegado a este escenario. Dios, si lo es, debe manifestarse en el poder, tal vez con algún relámpago o terremoto. Nada de esto asoma en los evangelios, solo un hombre agonizante en una cruz. Sin embargo, apenas lo vio espirar (y no expirar) así, alguien al final entiende que este hombre es un Dios.

No, no serán los miembros de su familia ni siquiera sus discípulos, y mucho menos los sacerdotes y las personas piadosas, sino un soldado romano, un pagano, quien dice: ¡En verdad, este hombre era el Hijo de Dios! ¿Cómo lo comprendió? ¿De qué signo ha salido tal conclusión? El centurión es práctico en las ejecuciones romanas, ha visto y ejecutado a muchos y es siempre un drama trágico representado cada vez por diferentes personas. Pero esta vez el centurión romano vio a un hombre que, circundado de una atmósfera saturada de odio, traición y abandono por todos, escupido y burlado, insultado y golpeado, solo tiene una única respuesta de amor. Un hombre que, en el estertor de la agonía, demuestra que su amor no ha sido vencido por el odio y lo manifiesta: todavía tiene tiempo para perdonar, para salvar, para consolar. Espira, es decir, transmite su espíritu a los demás. Un hombre capaz de morir así, de dar su vida por los demás, usa un lenguaje universal, el del amor, el único lenguaje para comprender lo que Dios es y lo que no lo es. Un lenguaje entendible para cada ser humano, creyente o no. Y Jesús es en verdad Dios, porque habla el único lenguaje de Dios: el amor para todos.


DOMINGO 4 DE ABRIL DOMINGO DE RESURRECCIÓN “He resucitado y estoy contigo todavía” Primera Lectura: De los Hechos de los Apóstoles 10, 34ª. 37-43 Salmo 50: “Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” Segunda Lectura: Primera carta del apóstol San Pablo a los Colosenses Evangelio: San Juan 20, 1-9 El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor

PAUTAS DE REFLEXIÓN El primer día después del shabat (sábado), María de Magdala fue al sepulcro de Jesús. ¿Por qué María de Magdala no fue al sepulcro de inmediato luego del entierro de Jesús, y esperó hasta el primer día después del shabat? Porque aún está condicionada por el cumplimiento de la ley judía, el reposo del sábado. La observancia de la ley le impide experimentar pronto la potencia de la vida presente en Jesús, una vida capaz de superar la muerte. El evangelista, con esta indicación, enseña a sus lectores que la observancia de la ley retarda la experiencia de la nueva creación inaugurada por Jesús.

¿Qué hacen Pedro y el otro discípulo? Van al sepulcro. Al único lugar al cual no deben ir. En el Evangelio de Lucas, con toda claridad, dos hombres frenan a las mujeres cuando van al sepulcro: ¿Por qué buscan entre los muertos a quien está vivo? (Lc 24,5). Pedro y el otro discípulo buscan al Señor en el único lugar donde no está, en el lugar de la muerte. Como María de Magdala, quien, por guardar el día de reposo, retarda la experiencia de una vida más fuerte que la muerte, pues el sepulcro, lugar de muerte, no retiene la fuerza vital de Jesús, Él es el viviente. Jesús nunca será hallado en un sepulcro. Si se llora a la persona como muerta, es decir, si se dirige al sepulcro, no puede experimentarla viva y vivificante en la propia existencia. Los discípulos corren juntos, pero el otro discípulo se detiene y permite a Pedro entrar primero en el sepulcro. ¿Por qué? Porque el discípulo que negó a Jesús, y para quien la muerte es el fin de todo, y este fue el motivo de la traición, primero debe hacer experiencia de la vida. Pero la advertencia fundamental del evangelista, no habían comprendido la Escritura, es decir, que (Jesús) sería levantado de entre los muertos, es importante aquí. Según el evangelista uno no cree en la resurrección de Jesús solo con ver los signos de su victoria sobre la muerte. ¡No! Para ver, para percibir la resurrección de Jesús, no basta la visión física, es necesaria una experiencia interior. El evangelista presenta, al menos, dos tipos de visión, una es la mirada de Pedro quien ve, pero ve con la vista física, la otra es aquella del discípulo a quien Jesús amaba, él ve con el corazón, vio y creyó. La resurrección de Jesús no es un privilegio concedido a algún personaje de hace dos mil años, sino una posibilidad para todos los creyentes. La acogida de la Escritura, la Palabra del Señor en el discípulo, la radicalización del testimonio en su vida, su transformación personal, permiten al discípulo una vida de una calidad capaz de experimentar al resucitado en su existencia. Se cree en Jesús levantado de entre los muertos no porque hay un sepulcro vacío, sino solo porque se lo encuentra vivo y vivificante (dando vida) en la propia existencia.


DOMINGO 11 DE ABRIL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA “Demos gracias al Señor porque es eterna su misericordia” Primera Lectura: De los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35 Salmo 21: ““Demos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia” Segunda Lectura: Primera carta del Apóstol San Juan 20, 19-31 Evangelio: San Juan 20, 19-31 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. Palabra del Señor

PAUTAS DE REFLEXIÓN Uno de los discípulos no estaba refugiado en la casa, por miedo a los judíos (Jn 20,19). Él no rechaza vivir la misma suerte de Jesús, su maestro, por ello, fue el único que se declaró dispuesto a morir con Él (Jn 11,16). Por dicha sintonía con el Maestro, fue llamado en la comunidad el gemelo, en griego dídymos. Para el Cuarto Evangelio, está en el grupo de los citados (dos veces) con nombre propio en la obra. Es Tomás, llamado en los textos apócrifos hermano gemelo de Cristo (Hechos de Tomás, 39), y reconocido por Jesús como su idóneo segundo (Fragmento Copto, 2,6,2). Es el discípulo protagonista de una de las más profundas profesiones de fe presentes en los Evangelios: Mi Señor y Mi Dios (Jn 20,28). Por primera vez en el Evangelio, Jesús es reconocido como Dios, de acuerdo con una afirmación anterior: Cuando ustedes eleven al Hijo del Hombre, sabrán que Yo Soy (Jn 8,28). Este es el nombre de Dios en Ex 3,14. La constatación de Tomás fue sufrida y dramática. Ausente en el encuentro de Jesús con los suyos, Tomás cree no en lo que le dicen sus compañeros, más bien grita su desesperada necesidad de encontrar a Jesús vivo en persona: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mis dedos en los agujeros de los clavos y mi mano en su costado, no creeré (Jn 20,25). Pero, cuando Jesús el Cristo resucitado se muestra a Tomás, el discípulo evita poner su dedo en la señal de los clavos, y no pone su mano en el costado, para prorrumpir en el reconocimiento de la plena condición divina de Jesús, como ya antes lo garantizó el Maestro: Quien me ve, ve al Padre (Jn 14,9). Tomás quiso ver (no tocar) para creer. Pero Jesús resucitado proclamó bienaventurados a quienes creen sin haber visto (Jn 20,29), porque la situación de los creyentes de cualquier tiempo y lugar no solo no será inferior a la de los discípulos a quienes Él se aparece, sino que será superior, porque quienes sean capaces de creer sin necesidad de ver son proclamados bienaventurados, muy diferente a la situación de quienes creen porque ven.


PAUTAS DE REFLEXIÓN

DOMINGO 18 DE ABRIL TERCER DOMINGO DE PASCUA “Señor Jesús, explícanos las escrituras” Primera Lectura: De los Hechos de los Apóstoles Salmo 24: “Déjanos gozar de la luz de tu rostro” Segunda Lectura: Primera carta del apóstol San Juan 2. 1-5a Evangelio: San Lucas 24, 35-48 En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí». Entonces les abrió el entendimiento comprender las Escrituras. Y les dijo:

para

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto». Palabra del Señor.

La conclusión de este pasaje tan importante – porque es el mandato dado por Jesús a sus discípulos, por lo tanto, a los creyentes de todos los tiempos – en nombre de Cristo Jesús resucitado, es decir, de la realización completa del proyecto de Dios para la humanidad, se testimonia a todos los pueblos la conversión para el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén. Por lo tanto, se anuncia la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos Conversión significa un cambio radical en la vida, no para vivir uno mismo, sino vivir por los demás, para el perdón, pero no el perdón tradicional de los pecados. Lucas usa dos términos griegos para conversión, uno con el sentido de regreso a Dios, como retorno al culto, al templo, a la ley; de ordinario, los evangelistas evitan con cuidado usar este término, prefieren otro vocablo cuyo significado es cambio de mentalidad (metanoia) y coincide con un cambio de comportamiento con los demás y a favor de ellos. Jesús dice que en el nombre de Cristo resucitado se dará testimonio de un cambio. ¿Cuál cambio? Orientar de manera diversa la existencia, si hasta ahora se vive solo para sí, de ahora en adelante se vive para los demás. Así obtiene el perdón, es decir, la amnistía o condonación, el texto griego dice para, es decir, para el perdón, para la cancelación de los pecados. La conversión borra los pecados, la expresión pecados no indica las culpas habituales de las personas, sino tomar una dirección equivocada de la existencia. Cuando uno cambia su vida, ya no piensa en sí mismo, al contrario, orienta su vida hacia los demás, y así, el pasado injusto, el pasado pecador es cancelado (borrado) por completo. Según Jesús cuantos cambian la orientación de la vida, ya no viven para sí, sino para los demás, y su pasado queda borrado por completo. Y esta experiencia debe ser anunciada, testimoniada ante todos los pueblos paganos. El término usado por el evangelista, el griego ethne, del cual provienen etnia y étnico, identifica los pueblos paganos, y Lucas da la estocada final empezando por Jerusalén: Todos los pueblos, pero el inicio es por el primer pueblo pagano necesitado de esta conversión, será acaso: ¿Siria, Egipto, Grecia, Roma? No. Oh sorpresa, el primer pueblo gentil necesitado de conversión es Jerusalén, la ciudad santa, el lugar del Templo, equiparada aquí por Jesús a un pueblo pagano apremiado de conversión. Allí deben ir los enviados de Jesús. Las instituciones religiosas, de ordinario, son las primeras y más necesitadas de conversión. La sede de la institución religiosa, Jerusalén y su templo, según Jesús, está muy urgida de convertirse al Evangelio.


DOMINGO 25 DE ABRIL CUARTO DOMINGO DE PASCUA “Yo soy el Buen Pastor” Primera Lectura: De los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12 Salmo 115: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” Segunda Lectura: De la primera carta de San Juan 3, 1-2 Evangelio: San Juan 10, 11-18 En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre». Palabra del Señor

PAUTAS DE REFLEXIÓN El evangelista, en estas páginas, no entra en polémica con el mundo judío, del cual la comunidad cristiana se ha separado de manera radical, pero, a la vez, hace una advertencia a la comunidad cristiana para no repetir los errores. En la comunidad cristiana, a quienes actúan en busca de sus intereses, para su beneficio, por su prestigio personal, Jesús no les reconoce ningún rol, ningún encargo, y los llama mercenarios. La expresión Yo soy se repite con frecuencia en este Evangelio, y en este pasaje, asoma tres veces – el número tres, entre los judíos, significa completo, todo el tiempo -pasado, presente,

futuro-. ¿Por qué Jesús es el pastor bueno? Porque Él es el Cordero de Dios (Jn 1,29). Solo quien está dispuesto a dar su vida por los demás, es pastor del rebaño. Además, Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen. Jesús repite Yo soy el pastor bueno e indica la relación con sus ovejas, es decir, con la gente. Conozco a mis ovejas, el verbo conocer indica una experiencia íntima y profunda de Jesús, hay una comunicación de amor (agápe) estrecha y creciente, rebosante entre el pastor y su rebaño, entre Jesús y sus discípulos (los creyentes) y mis ovejas me conocen, es una relación de amor comunicado, de amor recibido, dinámica de amor recibido y amor comunicado a los demás. Así como el padre me conoce, Jesús lleva su relación con sus discípulos y con cuantos lo acogen, al mismo nivel de la relación del Padre con Jesús, y ¿cuál es la relación del Padre con Jesús? Una comunicación incesante de su espíritu de amor. Y la consecuencia de esta relación de amor es dar mi vida por las ovejas. De nuevo, Jesús da la vida no por causa de una emergencia, sino por su actitud normal en la relación con los suyos. Así como el Padre me conoce, yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas. Hay una dinámica de un amor recibido de Dios, transformado en amor (agápe) comunicado a los demás. Esta medida de amor recibida y comunicada crece cada día, para alcanzar una única realidad, la de un Dios que no absorbe las energías de las personas, sino que les comunica sus energías, un Dios preocupado por fusionarse con sus hijos e hijas para expandir su existencia y convertirla en el único santuario verdadero. De hecho, Jesús pronto dirá: Hay otras ovejas que no son de este redil. Jesús vino a liberar a las personas, ¿Qué es el redil? El redil da seguridad, pero quita la libertad. Jesús vino a generar un proceso de liberación creciente para la humanidad, no solo a las personas encerradas en el redil de la religión judía, sino, también, a quienes el redil les coarta su libertad.


La Diócesis de Sonsón Rionegro desde la delegación de Infancia y Juventud, viene adelantando estrategias para profundizar en la exhortación apostólica del papa Francisco “Christus Vivit” cuyo mensaje central es que CRISTO VIVE Y NOS QUIERE VIVOS. La conducta suicida es una problemática de salud pública, esta presenta alta prevalencia y puede prevenirse. La organización mundial de la salud estima que cada año se presentan cerca de 800.000 suicidios, esto nos da a entender que cada 40 segundos alguien se está quitando la vida en el mundo. El suicidio es la tercera causa de muerte en los jóvenes entre los 15 y los 19 años. Es un proceso continuo que va desde la ideación en sus diferentes expresiones, pasando por las amenazas, los intentos, hasta el suicidio propiamente dicho. Por ideación suicida entendemos el pensamiento, la idea, el deseo de quitarse la vida; los pensamientos varían desde el deseo de muerte hasta la planeación completa del intento de la misma. El intento suicida se refiere al acto de atentar contra la integridad propia de la persona, que no termina en la muerte. Podemos afirmar que cualquier intento de suicidio, por leve que parezca (como tomarse un frasco de vitaminas), es de suma gravedad. Además, es una conducta que puede ser influenciada por múltiples causas y precipitada por diversas situaciones que se convierten en eventos desencadenantes; asimismo, es importante considerar que no siempre es evidente el intento de suicidio. Cuando este se hace manifiesto, han sucedido una serie de situaciones que pudieron pasar inadvertidas para la familia y para los profesionales de salud, hechos que pudieron ser atendidos a tiempo y resueltos antes de convertirse en un intento de suicidio. Esta problemática de salud, que afecta a la población adolescente, ha sido acompañada por una débil respuesta institucional que garantice el adecuado cuidado primario y la supervisión y atención profesional, como un pilar sustancial que conduzca a su prevención, así como a la promoción del desarrollo de una ciudadanía saludable en este grupo poblacional.

La estrategia VIVAMOS PODEROSAMENTE será la oportunidad para fortalecer las herramientas de afrontamiento de los jóvenes en compañía de padres y cuidadores, con el fin de prevenir conductas suicidas inherentes a la contingencia de salud pública por el COVID-19. Esta pretende prevenir cualquier tipo de conducta suicida a través de la atención psicológica y espiritual de personas que se encuentran en situaciones de crisis. Se dirige especialmente a los adolescentes y jóvenes del oriente antioqueño, a sus padres de familia y docentes. Se desarrollará a través de tres líneas de acción específicas: 1) la formación para la prevención, que denominaremos: tú y yo somos importantes. 2) La ruta de atención de la vida, que llamaremos: Por este camino llegaremos más lejos. 3) La comunicación para la vida que conoceremos como: Por mí, por ti, por todos.

A lo largo de este año estaremos brindando la oportuna información sobre la estrategia “Vivamos poderosamente” para su buen desarrollo en nuestras parroquias y comunidades. Todo lo anterior, porque ¡Cristo vive y nos quiere vivos!

15| Evangelizar


Jesucristo vivió su misión sacerdotal, porque fue ungido por el Espíritu de Dios. Espíritu que guío sus pasos en una entrega total por todos los necesitados de salvación, sin confines de pueblos y razas: los pobres, prisioneros, ciegos, oprimidos. Espíritu que lo condujo a su muerte redentora “voluntariamente aceptada”.

Es el Pastor que da seguridad, que garantiza que está presente en los momentos más tenebrosos, cuando la oveja está al borde del precipicio, cuando la vida de las personas está expuesta, insegura. La presencia es una característica de todo buen pastor; estar ahí, a disposición. No la ausencia, la distracción, ni la lejanía.

Con la ordenación sacerdotal se cumple también ese momento culmen de la vida de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí”, para que, convertidos en “otros Cristos”, sean enviados a anunciar a todos los necesitados del pan material y del pan espiritual un alegre mensaje y sea, cada uno, una palabra profética, que se hace vida. El Señor Jesucristo, con el que cada sacerdote se configura por el Sacramento del Orden, no tuvo más pasión que darle gloria al Padre y no reservarse nada por el bien salvífico de toda la humanidad.

Y se está ahí para cuidar; cuidar, como el buen samaritano, a la humanidad herida (los pobres, los de corazón desgarrado, los cautivos, los afligidos); cuidar, porque considera que si el otro le pertenece a Dios, también hace parte de su vida (la vida del pastor se compenetra con la de sus ovejas); el buen pastor, como Jesús, se siente afectado por las necesidades del otro, se compadece y se pone a disposición para curar, aliviar, para dar vida, para despertar vida y esperanza donde quiera se necesiten.

Por eso es el Buen Pastor, que tiene características muy definidas y conocidas: “El buen pastor da su vida por las ovejas”. El Buen Pastor “Conoce sus ovejas, y las ovejas lo conocen”. El Buen Pastor se traduce también como “el Pastor de la personalidad fascinante”. El Pastor del amor bello, el amor bello que tiene su expresión máxima en la entrega total que da la vida en abundancia. No es el pastor ignorante o superficial, sino el que conoce a sus ovejas y por eso las ama. Pastor que no las abandona, ni en época de conflicto, ni en época de normalidad, ni en época de pandemia. No “huye”, porque las ovejas hacen parte de Él, son suyas.

Foto: Freepik

En Jesús, Dios se hizo siervo por amor. No existe otro poder en la Iglesia que el SERVICIO, que “tiene su culmen luminoso en la cruz” (Francisco); el Papa nos pone como referencia “el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños… Solo el que sirve con amor sabe custodiar” (Francisco). Ese servicio supremo de Jesucristo, que por salvar al hombre muere por amor para rescatar al pecador, es la caridad pastoral de Cristo, que se sigue prodigando en la Iglesia por medio de sus sacerdotes. Con razón el Santo Cura de Ars define al sacerdote como “el amor del Corazón de Jesús", en la medida que, en el sacerdote, que prolonga a Cristo en el mundo, debe continuar haciéndose presente la misericordia, en una humanidad que siempre la necesita. Sabemos que los sacerdotes ejercemos este ministerio desde la debilidad. Cada uno ha sentido el temor reverencial de “quedarse cortos” ante la grandeza y la responsabilidad de la vocación a la cual Dios los ha llamado. Santa Edith Stein nos ayuda a “comprender cada vez más nuestra total insuficiencia, pero, al mismo tiempo, la posibilidad de ser instrumentos de la gracia”.

16| Abril

De la homilía de Mons. Fidel Cadavid en la ordenación de nuevos presbíteros; enero 28 de 2021

SACERDOTAL


El gran anhelo de Jesús ha sido siempre la unidad de todos (Jn 17,21). Este don se idealiza en el paso de la historia por medio de la paz, el cese de las discordias entre los hombres y en las diversas utopías que marchan siempre en miras de una armonía perfecta. Ciertamente, en el sueño de la Iglesia, este proyecto del Señor, hace parte del trabajo evangelizador y el itinerario pastoral, atendiendo en la necesidad apremiante de forma privilegiada a la familia, como la célula fundamental y destinataria del anuncio y el mensaje de la Buena Nueva. Es ciertamente este uno de los ámbitos de trabajo más importantes de la Iglesia, porque es allí donde realmente se gesta y se pregona la unidad. La familia unidad, enraíza su identidad en lo profundo del amor conyugal, siendo este el aliciente y la garantía del futuro y la promisoriedad del desarrollo en futuras generaciones. De la voluntad del ser individual, que es libre, que goza en la subjetividad de la capacidad de decisión, nace la determinación de unir la vida a otro ser humano, así como lo hacen el hombre y la mujer al momento de contraer el sacramento del matrimonio. En virtud del Sacramento de amor que los esposos contraen, se establece una unión estrechamente ligada e indivisible, que trasciende mucho más allá de lo meramente físico, un vínculo no solo de la carne, sino un vínculo espiritual, un vínculo de la fe, (Cfr Hb 11,1) la certeza de lo que no se ve.

Foto: Cathopic

De lo meramente aparente, lo que se evidencia a los ojos, de lo meramente superficial, no se puede subsistir mayor tiempo en la novedad. En la vida conyugal existen aspectos pasajeros, como: lo físico, de lo material, de lo temporáneo; estos en sí están más destinados a desaparecer en la sucesión de los días. En cambio, otros, subyacen en la misma esencia, más allá de lo meramente accidental, en lo permanente, en lo que no se agota, en la novedad siempre extendida del amor que viene de Dios y de quien depende la indivisibilidad. Si la mera unidad indivisible del amor conyugal, como parte inseparable del Sacramento del Matrimonio, subsiste sin depender del componente humano, siendo en primer orden la familia la Iglesia doméstica, ya esto habla de por sí de la Iglesia del Señor, que permanece siempre santa por la misma naturaleza de su fundador que es santo y la conserva siempre intacta aún en el paso del tiempo sin mancha ni arruga.

17| Marzo


SOCIAL

Por: Gildardo García – Delegado de Promoción Humana

Cuando hablamos de promoción humana, es posible que estemos considerando una referencia a los aspectos puramente materiales de la existencia del ser humano, los cuales pueden ser: alimento, vivienda, salud, la tenencia de bienes materiales, entre otros. El cristiano de bien sabe que estas cosas son importantes, y necesarias, por lo cual no podemos descuidarlas. Pero debemos tener presente que el ser humano es cuerpo, pero también es espíritu; por lo tanto, debe cuidar de los dos aspectos, no puede excluir en los proyectos de vida la libertad, la justicia, la igualdad, la fraternidad; el cristiano debe actuar con criterio, confrontarse con sus proyectos de vida. La referencia a Dios es esencial en la concepción cristiana de la promoción humana, los proyectos de humanización no pueden estar desligados de la persona de Cristo, autor de la dignificación de la persona, recordando que “la Evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres”. Es importante resaltar que la promoción humana es una exigencia de la Eucaristía en todas las dimensiones. Uno de los aspectos de esta promoción se refiere a las acciones concretas que se deben desplegar frente a las realidades sociales de los tiempos. Como religiosos, sacerdotes, laicos y cristianos comprometidos, estamos llamados a enfrentar los desafíos a la luz de la Eucaristía, fuente inagotable donde analizamos toda la realidad humana. Así la promoción humana ha de ser la línea de nuestra acción en favor del pobre, buscando mejorar las condiciones de vida de las personas y elaborar proyectos que tiendan al desarrollo integral del ser humano. La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, Pan de Vida, que da la vida a la humanidad. Nos urge el compromiso de sostener una acción renovada del profetismo Cristiano de una verdadera promoción humana a la luz del Evangelio, inspirados en la Eucaristía que es el acto de comer juntos, es el acto de humanización, ser destinatarios “para que tengamos vida y vida en abundancia” (Juan 10, 10). La Eucaristía infunde en el corazón del ser humano la misión de Cristo, allí la comunidad toma conciencia de las necesidades del prójimo, sabe que adquiere un compromiso que con la fuerza del resucitado debe socorrer a los más vulnerables, en especial a quienes se les ha arrebatado su dignidad.

18| Evangelizar


Parte 12

ENCÍCLICA CENTESIMUS ANNUS DEL PAPA JUAN PABLO II: El trabajo humano tiene una

doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el ser humano se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis. El trabajo, en sentido subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal: El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque, como ‘imagen de Dios’, es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es, pues, sujeto del trabajo. “La sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales adecuados, al mantenimiento del trabajador y su familia, y los demás, con cierta capacidad de ahorro. Esto requiere esfuerzos para dar a los trabajadores conocimientos y aptitudes cada vez más amplios para un trabajo cualificado y productivo. Una asidua vigilancia y las medidas legislativas, pero evitar lo vergonzoso y la explotación. Por eso los sindicatos deben garantizar horarios humanos de trabajo, el derecho a expresar su personalidad y capacidades; deben contribuir al desarrollo de una auténtica cultura del trabajo y a participar de manera plenamente humana en la vida de la empresa” (C.A. 15).

EL TRABAJO, DON Y OBRA DE DIOS DONADO AL SER HUMANO En la Doctrina Social de la Iglesia Católica Foto: Cathopic

“Por hoy, las formas del trabajo, ya sea terreno, de conocimiento, de técnica, del saber, etc. tiene que ser disciplinado, creativo, emprendedor y no solo es el cuerpo, sino ante todo la inteligencia la que descubre las potencialidades productivas con que se pueden satisfacer las necesidades humanas. El trabajo disciplinado, en solidaria colaboración, permite la creación de comunidades de trabajo cada vez más amplias y seguras para llevar a cabo la transformación del ambiente natural y del mismo ambiente humano. Por eso están comprometidas importantes virtudes: la libertad, la justicia, la verdad, la comunión, el saber, la diligencia, la laboriosidad, la solidaridad, la prudencia, la fiabilidad, la lealtad, la resolución del ánimo” (C.A. 32).

“La Iglesia, como orientación ideal e indispensable, propone la doctrina social, la cual reconoce la positividad del trabajo, del mercado, de las empresas, pero, al mismo tiempo, indica que todo debe estar orientado al bien común. La doctrina asume el pleno respeto de la dignidad del ser humano y espacios más amplios y sinceros de participación en la vida de las empresas. El desarrollo integral de la persona humana en el trabajo, favorece la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo. Por eso, la doctrina profundiza no solo en lo de los capitales, sino en la sociedad de personas y en la relación entre la propiedad individual y privada y el destino universal de los bienes” (C.A. 43).

19| Marzo


EDUCATIVA

Por: Mg. Jorge Eliécer Céspedes Torres

“...Y lo ha hecho tomando pie del pasaje de los discípulos de Emaús. Acompañados y guiados en su encuentro con Jesús, aquellos discípulos pasaron por tres etapas: desilusión, resignación, esperanza. Y para "acercar y encontrar caminos de esperanza, …” (Papa Francisco en la Universidad de Navarra, 2013)

En estos tiempos tan difíciles y donde lo relativo se convierte en el significado de todo lo que nos rodea, se ha configurado la manera de comprender e interpretar el mundo. En una primera parte, desde la situación actual del mundo, por estos procesos de crisis provocados por la pandemia del COVID SARS-19, hemos tenido que retornar al “encuentro” con la familia, con el hogar; volver a mirar hacia ese interior que se estaba volviendo lejano, estando tan cercano. Encontrarnos con las personas humanamente se volvió, a la vez, un “desencuentro”. Las noticias, a medida que pasaba la pandemia, mostraban que había crecido la violencia intrafamiliar, el desempleo, y, con ello, llegaron las angustias del diario vivir. Pareciera que al igual que en el pasaje del Evangelio según San Lucas 24,13-35, que relata la situación de los discípulos de Emaús, existe una similitud con la modernidad: dolor, sufrimiento, desilusión, desesperanza y resignación, aceptar que el suceso sigue, pero con la convicción personal que contagia a otros, que habrá cambios, que habrá esperanza. Y quienes más han sentido la crisis son nuestros adolescentes acostumbrados a “encontrarse”, abrazarse, expresarse afecto, desde las palabras, desde el cuerpo, desde el gesto; “encontrarse” para compartir alguna cosa; pero, lo importante, es “encontrarse” con el otro. Hoy, al aplicar una posible solución a la situación educativa bajo el modelo de Alternancia: regreso progresivo, gradual y seguro a las aulas, nuestros chicos y chicas explotan en el “boom” del “encuentro”, y se olvidan por un instante que existe un mal contagioso que ronda todavía la esfera social. Pareciera que necesitásemos una “regeneración del tiempo”, como lo expresa Mircea Eliade en su libro “El Mito del eterno retorno” para entender que necesitamos transformarnos, cambiar, ser más conscientes de, al igual que los discípulos de Emaús, ser personas de esperanza. En un segundo plano, podemos vislumbrar, “el encuentro” desde lo pedagógico. Citando a Durkheim, citado por Runge y Muñoz, “el hombre no reflexiona siempre, sino tan solo cuando esa necesidad se hace sentir y las condiciones para la reflexión no son iguales, ni propicias en todas partes” (2012); dicha reflexión sobre la praxis pedagógica, nos debe llevar a repensar nuestro campo disciplinar, no el profesional. “La educación mantiene viva la sociedad” (Runge –Muñoz), y es por ella, que el ser humano se vuelve hacedor de cultura, y una cultura que se modela en

las acciones y los “encuentros” y “desencuentros” de los niños y niñas, adolescentes, y jóvenes dentro y fuera de las aulas escolares. Y en un tercer estadio, el encuentro teológico. Hablar de una Teología del “Encuentro”, es hacer reflexión pedagógica del texto evangélico de Emaús. Es mirar ese círculo: desilusión, resignación y esperanza, tal cual lo expresa el papa Francisco. Ser responsables de nuestras vidas es una cosa, pero ser responsables de las vidas de otros es algo más. Moran razona, “ser responsable es primero atender y luego responder”. El primer movimiento es ser responsable a, el segundo, es responsable de Responder a estar atentos al “encuentro” con la Divinidad, a aquellos que amamos, a aquellos confiados a nuestra solicitud, a la naturaleza, a nosotros mismos. Ser responsables de, es ser responsable de las acciones que nosotros mismos decidimos en respuesta a lo que hemos percibido, visto u oído. Esa es la naturaleza del “encuentro”. El lugar teológico del encuentro del sacerdote con Dios, es el Altar; el del Docente, el aula de clase. Y ambas tienen la apertura del ser humano para escuchar la palabra de Dios y hacerla vida en la historia humana. Y al mismo tiempo, ir eliminando los “desencuentros” que no permiten ver la acción de las “mirabilia Dei” y las “magnalias Dei”. Dentro de la Espiritualidad, debemos reconocer la irrupción de la Divinidad en la historia humana como un “encuentro” entre el ser humano, creatura, con Dios, El Creador. Esa irrupción en la historia humana se convierte “en el encuentro” único, por excelencia, privilegiado y personal, teológico donde el misterio se revela en el tiempo y el espacio: “el Logos, se hace vida”. Es así que hoy, debemos manifestarnos con “encuentros” de vida, donde recobremos los procesos de humanización y socialización que nos permitan reflexionar pedagógicamente los “desencuentros” históricos para llegar a los encuentros humanos que tanta falta le hacen al mundo y a la Espiritualidad. Referencias: Encuentro del Papa Francisco en la Universidad de Navarra, Facultad de Teología. Recuperado de https://www.unav.edu/web/facultad-de-teologia/detalle-opinion/2013/09/26/culturadel-encuentro/-/asset_publisher/oV7I/content/2013_09_25_teo_cultura-del-encuentro /10174 Eliade, Mircea. El Mito del Eterno Retorno. Ediciones Altaya. 1995.174 p. PEDAGOGÍA Y PRAXIS (PRÁCTICA) EDUCATIVA O EDUCACIÓN. DE NUEVO: UNA DIFERENCIA NECESARIA. Revista Latinoamericana De Estudios Educativos (Colombia), Vol. 8, Núm. 2, Julio-Diciembre, 2012, Pp. 75-96 Universidad De Caldas Manizales, Colombia . La Salle presente. N° 63. Distrito Lasallista de Medellín. 1998.144 p. Placer Ugarte, Félix. Signos de los tiempos, signos sacramentales. Ediciones Paulinas. 1991. 229 p.

20| Abril


"Jesús anuncia y hace presente la misericordia del Padre. No ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar"


"el Cristiano vive para una noche... la noche de Pascua"


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