SPIROU Y FANTASIO INTEGRAL 7

Page 1


FranquinJidéhem-Greg : El Dream Team ¿«Estudios Franquin»? La expresión estuvo de moda en los 50 y 60. No se corresponde con la realidad. Por supuesto, el creador de Gastón y el marsupilami se rodeó de profesionales que lo secundaran, pero esos «estudios» no fueron sino una suma temporal de talentos al servicio de una fuerte personalidad creadora. En este marco arrancan el año 1959 y este volumen del integral Spirou y Fantasio de André Franquin.


Todo está dispuesto. Franquin vuelve a Dupuis tras una escapada a la editorial Le Lombard. Se muestra hiperactivo en la revista y hace evolucionar a Spirou y Fantasio. Greg, al guion. Jidéhem, colaborador providencial (¡y hasta Aimé de Mesmaeker, su padre, que sirve de modelo al extravagante firmante de contratos fallidos!). Y un tal Marcel Denis, que permanece más en la sombra, pero cuyo humor seduce a Franquin y a Maurice Rosy, director artístico de la editorial Dupuis. Acabarán todos reunidos en torno a la elaboración de una cosa de lo más rara: ¡la creación del Boumptéryx, un extraño animal-pájaro que pone bombas como si fueran huevos! Roba se une al equipo (ver volumen 6 de este integral) y se entregan en cuerpo y alma a esta aventura, L’Île au Boumptéryx [La isla del Boumptéryx] única obra de un misterioso Ley Kip* (Franquin, Roba, Jidéhem, Denis). Esta obra, auténtico electrón libre, es lo que más se acerca a lo que podrían haber sido unos «Estudios Franquin».

* Fonéticamente idéntico en francés a l’équipe, «el equipo» (N. del T.).

El Boumptéryx, de Ley Kip. Huelga decir que Franquin era un pilar de la revista Spirou, al cargo como estaba de su coordinación junto con otros autores «históricos» (Peyo, Morris, Roba…) y bajo las batutas de Yvan Delporte y Maurice Rosy, redactor jefe y director artístico respectivamente. Todas las semanas, el encabezado de la portada de la revista lo ocupaba un anuncio que hacía referencia a su contenido. Gastón se convierte en pregonero residente, siempre en situaciones cómicas que lo llevan a prometer que es «la última vez que presento la primera plana».



Franquin al borde del agotamiento 1959. ¡Franquin parece tener el don de la ubicuidad! Ilustra las primeras planas de Spirou, coordina la revista, se encarga de las diferentes piezas de publicidad en las que aparece el personaje de Spirou… Casi a su imagen y semejanza, la editorial Dupuis diversifica las iniciativas: sello Spirou, circo Spirou, pasatiempos playeros, Spirou Poche *… Para redinamizar la revista, Franquin crea a Gastón, el héroe sin trabajo, que al principio no era más que una alegoría: el parangón del antihéroe, el personaje que no sirve absolutamente para nada. Yvan Delporte, el redactor jefe de la revista, pide que: «Si vamos a incluir a un personaje así, tiene que llamarse Gastón, porque conozco a un tío que se llama Gastón y nadie en su trabajo sabe muy bien a qué se dedica». Gastón, Spirou, la organización, la publicidad, las primeras sesiones de firmas de autógrafos, los dibujos que piden los lectores más jóvenes, el extraño Boumptéryx, Modesto y Pompón es mucho trabajo. Demasiado, no hay duda. Espectros del sobreesfuerzo y la descompresión. * Se trata del relato completo Sous la douche que será retomado más tarde (y redistribuido en formato «estándar») en el álbum Capturez un marsupilami! (Marsupilami n.º 0, Marsu Productions).

La historia interminable Desde El prisionero de Buda (1957 – 1958), Franquin cuenta con los servicios de Greg, que todavía no es el creador de Bruno Brazil, Comanche, Bernard Prince, Panthères o Rock Derby, que verán la luz con motivo de la renovación del Journal Tintin en el año 1966. Los dos hombres, que se conocieron en 1954, colaboran en Modesto y Pompón, la serie de gags iniciada por Franquin en 1955 en el apogeo de sus diferencias con la editorial Dupuis. Sus primeros guionistas fueron, por este orden, Peyo y Goscinny, hasta que Greg empieza a intervenir de manera regular a partir de 1956. Franquin recurre a guionistas de manera habitual. En 1980 confiesa en Spirou: «Todas las noches le contaba un cuento a mi hija para que se durmiera. ¡Una historia interminable! Esta práctica presenta dos ventajas: pasábamos la noche tranquilos y no paraba de tirar de imaginación. Si el cuento se vuelve aburrido, el niño no querrá saber cómo sigue y no se dormirá… En cambio, si resulta apasionante (¡tampoco demasiado porque te puedes tirar toda la noche!), el niño se dormirá, vencido por el sueño, y al día siguiente, aguardará con impaciencia a su padre y sus emocionantes historias, que no son las del Oncle Paul*». Greg secundaba las palabras de Franquin poco después de su fallecimiento: «Sí, Franquin era un cuentacuentos. De una brizna de información, de una escena fugaz, de una cara en medio de la multitud, era capaz de construir toda una historia, inventarse la biografía de un perfecto desconocido, dar vida a todo el elenco de un sainete hilarante. Cuando estaba con gente resultaba todavía más divertido. Pero esta prodigiosa capacidad de escenificar también era su debilidad. A partir de finales de los años 40, el formato de los álbumes de Dupuis pasó a ser de 44 páginas. Durante mucho tiempo, Spirou y Fantasio tuvieron 62 páginas. Pero Franquin no soportaba las limitaciones. No tenía problema en contar una historia en 12 páginas si para él tenía sentido. Creo que le habría encantado poder disponer de 100 páginas para poder contar una historia más elaborada. Pero era imposible. Por ello muchos álbumes contienen un relato largo, seguido de un especie de incentivo mucho más corto». (Entrevista realizada en 1989 por A. De Kuyssche para el semanario Télémoustique)


¿Hacia un «Estudio Franquin»? Franquin encontró un buen asistente en la persona del joven Jidéhem. Y recurre a Guy Van Schelle para los colores. Los motivos de esta elección son bien sencillos: el procedimiento de coloreado no es el mismo en Dupuis que en Le Lombard. En este, para la imprenta, Franquin se limita a dar indicaciones muy exhaustivas a lápiz para los colores. En un primer momento serán reproducidos de manera mecánica; más adelante, Vittorio Leonardo ideará un procedimiento más adaptado de heliograbado y offset. Al trabajar con diferentes imprentas, Le Lombard exige colores fácilmente adaptables a los requerimientos de cada uno. ¿Estamos ante el nacimiento de un Estudio Franquin? No. Jamás existirá de manera formal: será más bien una sucesión de colaboraciones temporales en sesiones de trabajo y creación. Estas colaboraciones serán más o menos largas. Está Jidéhem, por supuesto, cuya presencia es importante. Jean Roba participó en el entintado y algunos bocetos de los episodios Spirou y los hombres burbuja y Tembo Tabú, dirigidos al periódico Le Parisien liberé. Will se encarga del periódico en varias ocasiones. Y ya ni se cuenta la cantidad de guionistas, consejeros y suministradores de gags. Si buscamos una prueba, ínfima, de la no existencia de un Estudio Franquin, la encontramos precisamente en

el hecho de que el artista no deja de indicar «guion de», «decorado de». ¡Llegando incluso a mencionar «idea de» en algunos gags de Gastón! ¿Honradez intelectual? Sin lugar a dudas. Y rectitud material también, ya que nadie puede acusar a Franquin de no remunerar de manera justa a sus colaboradores por sus intervenciones. Pero estos escrúpulos no son los de los «auténticos» estudios… No es en absoluto el caso, por ejemplo, de Walt Disney, que jamás permitió que Carl Barks (Donald) o Floyd Gottfredson (Mickey) asociaran sus nombres al del ilusionista… ¡insensible al guion y a los dibujos de las tiras de los periódicos y los comic books! Si bien Franquin era incapaz de delegar (las contadas ocasiones en que lo hizo no sacó en claro más que resentimiento, sobre todo en lo relativo a la comunicación publicitaria de Dupuis), tampoco quería que las aportaciones de sus colaboradores quedaran silenciadas.


Retrato de un cuentacuentos

¿Cómo se desarrollaba una sesión de guion con Franquin? Yann Le Pennetier recuerda alguna jornada dedicada a la trama de un álbum del Marsupilami: «Era maravilloso y difícil a la vez. Incluso desesperante: me acuerdo de que contraje el tic nervioso de arrancarme los pelos de las cejas. ¡Desaparecieron en cuestión de días! Franquin era exigente hasta la locura, consigo mismo y con los demás. Una vez que teníamos una parte decidida, le podía dar por replantearlo todo. En dos segundos acababa con el trabajo de horas, incluso de días. Era un genio de la distribución y la sincronización: el efecto cómico debía ser trabajado al máximo con miras a un resultado óptimo.» (Conversación con el autor)

Dino Attanasio, testimonio

En 1959, Franquin vuelve a concentrar sus esfuerzos en Spirou. Cede Modesto y Pompón: a Dino Attanasio. El último número firmado conjuntamente por Franquin y Greg se publica el 8 de julio de 1959; el nombre de Attanasio aparece a partir del 12 de agosto, pero el traspaso de poder se lleva produciendo a escondidas desde hace casi un año. Dino Attanasio : «El relevo de Modesto y Pompón se produjo durante una velada de aniversario. Franquin se pasó por mi estudio y me preguntó si podíamos hablar un rato. Me propuso que retomara la serie. ¡Me faltó tiempo para aceptar! Durante un año, trabajé en estrecha colaboración con él. Iba a su casa, me explicaba algunas cosas, algunos «trucos de dibujo» que utilizaba. Me enseñó mucho en cuanto a legibilidad y eficacia de un gag.» «Después me propuso entintar sus bocetos. Pero había veces en que yo dibujaba y él entintaba. O él dibujaba algunos personajes y yo añadía los decorados. Era una especie de osmosis entre dibujantes.» «Al término de aquel año ya ni siquiera me pidió ver mis dibujos. Modesto y Pompón: habían pasado a ser mis criaturas. No digo que se desinteresara, sino que confiaba en mí. Greg se encargó de los primeros guiones. De esta manera garantizaba la continuidad entre Franquin y yo, como una especie de garantía de legitimidad.» (Entrevista realizada en octubre de 2008)

Greg añade: «Con Franquin todo era un desbarre. Le costaba muchísimo atenerse a un guion lineal. Le he visto dibujar secuencias enteras a medida que las iba narrando. Algunas no pasaban del estado de dibujo a lápiz y acababan en la basura. ¡Es como si Vang Gogh hubiera descartado todos sus bosquejos! A veces ni siquiera te escuchaba. Le llamaba la atención una palabra y se quedaba dándole vueltas. El trabajo tomaba otros derroteros, muy alejados de la línea principal. Rara vez lo he visto satisfecho a la primera… ehh… ¡el caso es que no recuerdo que haya ocurrido nunca! Pero insisto: Franquin era un cómico frustrado. Como Hergé y, en menor medida, Morris.» (Idem.) La profusión imaginativa de Franquin conduce a menudo a callejones sin salida. Eso le produce angustia. Recurre al hermano de Gillain (alias Jean Darc) para llevar a buen puerto la primera aventura larga de Spirou y Fantasio, Hay un brujo en Champignac. Lo mismo con Maurice Rosy para Los piratas del silencio. Sus amigos acuden al rescate con regularidad: Yvan Delporte, Géo Salmon, Peyo, Goscinny (en la época de Modesto y Pompón). De hecho, Franquin sigue siendo un artesano en un mundo, el de la bande dessinée, que evoluciona cada vez más deprisa hacia su era industrial. ¿Que un personaje tiene éxito? Pide más, cada vez más. ¿Cantidad o calidad? Esa es una dicotomía que Franquin jamás se planteará. Calidad, y punto. Pero también es una persona afable a la que le horroriza el conflicto. Quiere satisfacer sus exigencias artísticas a la vez que las obligaciones comerciales. Efectivamente, la historieta de aquella época se asemeja al folletín y está dirigida a un público joven, acostumbrado todavía a un imaginario muy maniqueo. Este dilema podría ser una de las causas de la depresión que lo atenazó en varias ocasiones. Las familias Culliford (Peyo) y Franquin reunidas. Esta instantánea de los años 60 ilustra perfectamente el espíritu de equipo de los autores que publicaban en Spirou. Durante estas reuniones informales surgen ideas, esbozos de guiones que desatarían pasiones: así fue cómo nació el idioma pitufo. La anécdota es de sobras conocida: Peyo le pide a Franquin que le pase el… esto… el… el pitufo (se refiere al salero). Franquin contesta: «ten, el pitufo. Pitúfamelo después». El resto es Historia…


El método Franquin

Las crónicas de Starter se convirtieron en una referencia del mundo del automóvil. Jidéhem no tardó en encargarse de la redacción y el dibujo. «Daba vida» a los vehículos en movimiento —lo cual apasionaba a lectores adultos y adolescentes en la época dorada del automóvil…

Entre Franquin y Jidéhem se establece una colaboración de la que aquel deberá apartarse para que su dibujo pueda evolucionar. Resulta evidente que el estilo de Franquin, que domina cada vez más desde El cuerno del rinoceronte, se presta a ser desarrollado en estudio. Pero todos los testimonios coinciden: Franquin era incapaz de dirigir un estudio. Lo disponía todo, lo comprobaba todo y casi siempre daba el toque final. Por otra parte, odiaba las jerarquías y no se veía de general o jefe, cuyas debilidades y tendencia a la arbitrariedad conocía de sobra. «Buscaba siempre aquello que pudiera ser salvado, incluso en el dibujante más lamentable», confiesa el dibujante Tibet que colaboró regularmente con él en el Journal Tintin a mediados de los 50. Jidéhem adoptará el molde establecido por Franquin. De su participación en la crónica Starter pasa rápidamente a echar una mano con los decorados. En 1957, Jidéhem se enfrenta al mito: dibuja un relato completo en cuatro páginas protagonizado por Spirou y Fantasio y dirigido al único número del Spirou Poche. El guion está firmado conjuntamente con Marcel Denis, que retomará Tif y Tondu durante dos aventuras en ausencia de Will. Ese mismo año participa en los primeros gags de Gastón.

La idea del coche que circula sin conductor y las manos de hombre invisible en el volante es fruto de una manía que tenía Franquin por aquel entonces. Cada vez que aparcaba dejaba bien a la vista sobre el volante, en una posición lo más natural posible, un par de guantes, porque Franquin conducía con guantes. Más de un peatón se paró con aire confundido junto a la Citroën aparcada en la acera al ver esas dos manos sin cuerpo tras el salpicadero.


1959 1959, año bendecido por los dioses de la bande dessinée. Desde el número 1111 del 31 de julio, el Journal de Spirou pasa a tener 40 páginas. Ojeando el recopilatorio de aquel año, encontramos a Buck Danny (Prototipo Fx 13k), Johan y Pirluit (La guerra de las siete fuentes), Lucky Luke (Remontando el Mississippi), Gil Pupila (Los barcos del crepúsculo), La patrulla de los Castores (Le Secret de Monts Tabous y Le Hameau englouti), pero también Saki et Zunie, Marc Dacier, Le Vieux Nick, Valhardi y el primer episodio de las aventuras australianas de Sandy. De 1959 también son el juego de cartas de Spirou (número especial de Semana Santa) y el primer mini relato de Los Pitufos (Los Pitufos negros).

«Del otro lado», en Tintin, tampoco les van a la zaga: Tintín en el Tíbet, Blake y Mortimer (S.O.S. Meteoros), Michel Vaillant (El piloto sin rostro), Umpah-Pah y los piratas, Clorofila (Le Retour de Chlorophylle), Corentín (El puñal mágico), Jari (Le Secret de Jimmy Torrent), Alix (La garra negra), Dan Cooper (Rumbo a Marte y Duelo en el cielo), Spaghetti, Chick Bill, Pom et Teddy y la aparición de un nuevo personaje de Raymond Macherot: el coronel Clifton. ¡Menudos elencos! Pero el acontecimiento de aquel año sigue siendo la publicación del primer número de Pilote (el 29 de octubre, tras un n.º 0 el 1 de junio), en el que solo aparecen grandes profesionales: Goscinny y Uderzo (Asterix), Hubinon y Charlier (El Demonio del Caribe), Sempé (El pequeño Nicolás), Tillieux (Ça va bouillir, Les aventures de Zappy Max), Charlier y Uderzo (Tanguy y Laverdure)…


Una inocencia alerta Franquin, hiperactivo, hiperproductivo e hiperimaginativo, desarrolla, en la recta final de los años 50, una nueva faceta de su obra: la expresión de la toma de conciencia de que el cómic es algo más que escapismo, distracción y diversión. Comparemos El dictador y el champiñón con El prisionero de Buda. En el primero estamos ante un ataque al poder de carácter militar. El discurso de Zantafio (silenciado por una avería de micrófono) recuerda ciertamente el lenguaje corporal, los aspavientos y la teatralidad de Hitler y Mussolini. El efecto se ve todavía más acentuado por la incomprensión del público que hace que la arenga caiga en saco roto a pesar de los «ánimos» del servicio de seguridad y agentes claramente adoctrinados por algún ex-nazi acogido con complacencia bajo el sol tropical de Palombia. Hablemos de Palombia. Responde al cliché de las repúblicas de América Latina difundido por el cine, la propaganda y el cómic. Tierra de constantes golpes de estado, de cariocas, mariachis y tangueros varios, el drama de esta América no es tomado en serio y no goza todavía de la dimensión que le conferirá Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina.

A finales de los años 50, Franquin dejará de aceptar esta visión limitada y eurocentrista. Abandonará toda militancia, por muy suave que sea, en la pax americana. Para muestra, El prisionero de Buda (1958 — ver volumen 6 de este integral). Guion típico de la Guerra Fría en el que se mezclan influencia comunista, espionaje americano-occidental, misiones científicas auténticas y falsas, «consejeros» con mala pinta y tendencias de régimen asiático, recién llegado al bando antiamericano… ¡parece una peli de James Bond evolucionada! Pero esta nueva dimensión de las aventuras de Spirou y Fantasio no anula las ganas de contar una buena historia con evidentes trazas de producción de cómic de posguerra. Una inocencia alerta que resulta más multiforme que el maniqueísmo que supuso el éxito de cómics, novelas y películas.


BD con telón de fondo de guerra fría Si alguna vez hubo una edad de oro de la bande dessinée franco-belga, ha de circunscribirse a este año 1959. Basta con repasar los índices de Spirou y el Journal de Tintin para convencerse de ello: ¡jamás publicación alguna de cualquier género produjo semejante cantidad de clásicos! Y si a esta lista añadimos el nacimiento de Pilote, el último año de los fifties se revela como un momento único para este medio, el de la bande dessinée, que sigue siendo muy joven (no cuenta ni con tres cuartos de siglo a sus espaldas). Y Franquin es su indiscutible mascarón de proa. El filósofo, filólogo y profesor George Steiner afirma sin atisbo de duda que los periodos de crisis de la historia humana son el caldo de cultivo de las grandes obras de la imaginación. Nada más cierto en este año 1959 y para la bande dessinée que, desde entonces, se establece como un medio de expresión propio. Empieza a salirse del envoltorio de folletín en el que nació y se reprodujo. 1959 es, sin duda, un año de crisis. Guerra Fría, rivalidad USA-URSS, Argelia, el Congo, América Latina, surgimiento de la China de Mao, carrera armamentística, casos sonados de espionaje, Oriente Medio en ebullición, final del mandato presidencial del exgeneral Eisenhower que pierde en las elecciones de 1960 ante John Fitzgerald Kennedy… ¡basta ya con una lista cuando menos explosiva!



¡TE RECARGO AL MÁXIMO!

Fascinaciones y miedos Le corresponde a Pacome de Champignac la tarea de ensalzar los beneficios de la ciencia moderna y sus innumerables aplicaciones para la mejora de la vida diaria. En los años 50, consumir es algo bueno. Los periódicos celebran la sociedad de consumo, accesible por fin a las clases medias (europeas y americanas, más allá, la cosa cambia) sacudidas por dos guerras y la gran crisis económica de los años 30. ¡Es momento de olvidar, de huir hacia delante!

OTRO PRODUCTO QUE EXTRAIGO DE UNAS SETAS... ¡ES UN GAS NUEVO! PERFECTAMENTE INOFENSIVO COMO EL GAS DE COMBATE..

El futurólogo Herman Kahn, un discípulo de Champignac muy real, vaticina un futuro radiante: ciudades cubiertas de aceras mecánicas, urbanitas propietarios de helicópteros personales (el fantacóptero no iba desencaminado); viviendas equipadas con electrodomésticos que hacen que, en comparación, la casa del cuñado del Sr. Hulot en la película Mi tío parezca poco más que una cueva troglodita.

FANTASIO, ¡ME TEMO LO PEOR! EL CONDE HA PREPARADO ALGO MUY MALO, ¡ESTÁ CLARO! TIENES QUE COGER ESTE OBJETO POR DONDE CUELGA UN HILO LARGO... ¡Y SEGURAMENTE DEMOS CON LA EXPLICACIÓN!

La ciencia puede hacer que uno pierda la cabeza, pero no siempre como se piensa. La llamada del miedo: punto de inflexión en la obra de Franquin. Por primera vez, Champignac es víctima de uno de sus inventos. El resultado es inquietante, incluso terrorífico, cuando hasta ahora, las meteduras de pata del especialista en champiñones se prestaban a risa. En ese sentido, La llamada del miedo se adelanta a la irrupción de Zorglub y su imaginación corrompida. Con el fin de generar tensión dramática, se establece, a través de una serie de artículos publicitarios, una nueva visión de la ciencia: no siempre inocente, no desprovista de peligros y susceptible de ser manipulada por personajes peligrosos.

¡jijiji!


¿Acaso se ha vuelto loca la ciencia? Nacido en 1924, André Franquin es un auténtico hijo del siglo XX. Cuando vinieron al mundo, sus padres conocieron un universo sin electricidad, sin suministro generalizado de agua y gas, prácticamente sin automóviles, sin aviones, sin radio, sin televisión, sin seguridad social, sin vacaciones pagadas… por citar simplemente aquello que nos parece obvio en nuestro día a día. La generación Franquin vio aparecer y desarrollarse todos esos objetos e instituciones en un mundo que pasa de una sociedad esencialmente agrícola a una civilización urbana. La obra de Franquin es testigo de la fascinación-repulsión que despiertan estos cambios, del entusiasmo por la novedad, de la fe ciega en la perfectibilidad infinita del mundo; todo ello acompañado, a partir de los años 70, por una pérdida de la ilusión. Si tuviéramos que resumir este estado de ánimo en una fórmula, esta sería «Champignac contra Zorglub». Ni siquiera el personaje de Champignac está libre de las contradicciones de la evolución científica en el mundo.

En Hay un brujo en Champignac, el conde es un tierno soñador a la vieja usanza que tiene asustados a los pueblerinos y campesinos que viven a la sombra de su castillo. Aparece ya como una versión light del científico loco de Spirou contra el robot, uno de los primeros rebatimientos de Franquin al universo del héroe epónimo. El papel del estrafalario será interpretado por Fantasio (muy evidente en Spirou y los herederos), pero también por Gastón, brillantísimo inventor de lo inútil. . . ¡Eso creo! ¡Estamos aquí esperando a que eclosione un huevo de dinosaurio


Franquin y los binomios A lo largo de su carrera, Franquin siempre ha fomentado los opuestos. Ahora, con cierta perspectiva, podemos sacar hipótesis interesantes y reveladoras. En su ardor creativo, Fantasio y después Champignac aparecen como proyecciones de la imagen del «padre» espiritual, Joseph Gillain. Jijé era también bastante estrafalario. Se embarcaba en investigaciones de lo más insólitas y, a menudo, estériles con un empeño y unas ganas de llevarlas a buen puerto que daba gusto verlo. El ejemplo típico es el barco que construyó en l’Orangerie de Draveil: una vez terminado, se dio cuenta de que no cabía por la puerta. Gastón se acuerda de Gillain. Pero Franquin no olvida que a cada yin le corresponde un yan: Spirou tiene a Fantasio, reflejo del travieso acróbata que era en sus orígenes; Fantasio tiene a su primo Zantafio, negativo del encantador excéntrico; a Gastón siempre le está llamando Prunelle al orden; Champignac tiene a Zorglub, un fenómeno de desdoblamiento del Doctor Jekyll y Mister Hyde.

La llamada del miedo es el guion que más se acerca al modelo de Jekyll y Hyde: Champignac es víctima de su propio invento. Es la primera vez que se ve superado por una de sus «criaturas»: en El viajero del mesozoico, el marsupilami convierte en catástrofe una experiencia llamada a revolucionar las leyes de la vida y el tiempo, pero Champignac no es directamente responsable. En La llamada del miedo, experimenta consigo mismo con una de sus mezclas a base de champiñones. Puede que se tratara por parte de Franquin de una voluntad inconsciente de distanciarse del universo chistoso de los champiñones porque ya está bien, hombre, que hasta los Pitufos de su amigo Peyo viven en un pueblo con casas de champiñón. ¿Pacome Jekyll y Champignac Hyde? Franquin no cruza la línea como sí lo hizo Robert-Louis Stevenson en su novela. Champignac pide auxilio, no quiere abandonar el mundo de la normalidad.


Una vez apartado este peligro, Spirou, Fantasio, Champignac, Spip, el marsupilami (y el alcalde de Champignac) se toparán en su camino con Zorglub, que sí ha pasado al otro lado. Comentemos de pasada que el nombre de los dos peores malhechores del universo de Spirou y Fantasio empieza por Z, la última letra del alfabeto, más allá de la cual se sumerge uno en lo desconocido. No obstante, esta Llamada del miedo con guion de Franquin y Greg actúa en cierto modo como pequeño ensayo general (aparece publicada en los números 1086 a 1092 de Spirou) para los dos episodios siguientes pertenecientes a la serie de aventuras de Spirou y Fantasio. El zorghombre recuerda a las criaturas robotizadas popularizadas por la literatura fantástica (Frankenstein, Un mundo feliz, 1984, Metrópolis…). Pero hay que ver en él una alusión al individuo aplastado por la maquinaria del estado, como fue el caso de las grandes dictaduras del siglo XX. En esta ocasión, Franquin crea la «zorglengua»: cada palabra ha de ser leída de derecha a izquierda, pero el orden de las palabras la frase «normal» no se ve alterado. Es un ejercicio que fue revelado por las técnicas de grabación sonora: se graba «al derecho» y se pasa la cinta «al revés». El compositor francés André Popp, gran instrumentista, por otra parte, grabó varios discos con este método en la década de los 50. Franquin tenía conocimiento de al menos una de estas grabaciones (Experience in Hi-Fi) y le hacía mucha gracia. Si bien no se puede asegurar que se inspirara de dicha experiencia, sin duda fue sensible a ella de manera inconsciente. Pero lo que sí cabe resaltar es que la «zorglengua» apareció casi al mismo tiempo que el idioma de los Pitufos. ¡Oiretsim nis revloser!

A la vista de su toma de contacto con Spirou y Fantasio, creo, en efecto, que ha progresado usted mucho… Ejem… Y dígame, ¿qué proyectos tiene?

Los detalles, para más tarde… ¡Sepa por ahora, querido, que he acumulado un poderío científico que me garantiza

la PROPIEDAD DE TODOS LOS PLANETAS DEL SISTEMA SOLAR


La corrupción del mito Y de repente, Zorglub. Este catalizador de todos los miedos, a caballo entre los años 50 y los 60 (la primera plancha es del 16 de abril de 1959), aplasta al resto de «malos» del universo Spirou. Zorglub es tontamente malo, estúpidamente megalómano, pesadamente paranoico, torpemente vengativo e inoportunamente creativo. Entretengámonos buscando modelos para Zorglub. Su estilo falsamente chic, cogido con pinzas, recuerda al de Christopher Lee de la saga inglesa de Drácula. También a la pinta tenebrosa de James Mason, al misántropo capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino. Y por supuesto, los zorghombres son monstruos de Frankenstein de saldo, seres de carne y hueso a los que Zorglub se conforma con cortocircuitar las neuronas. Pero la actualidad y la simple realidad se revelan como fuentes de inspiración mucho más ricas. Cierto es que los uniformes de los zorghombres presentan reminiscencias de las películas de ciencia ficción americanas de serie B. Pero estos colosos de mirada apagada, con la pupila ausente, embutidos en un uniforme impecable, tales máquinas de obediencia ciega, nos remiten a las grandes congregaciones hitlerianas de Núremberg, a los desfiles estalinianos del 1 de mayo en la Plaza Roja de Moscú, a las películas de propaganda de Leni Riefenstahl o a los noticieros de la Italia de Mussolini y la China maoísta. Franquin es un maestro a la hora de distorsionar las

realidades más relucientes y no pierde ocasión de ridiculizarlas. Zorglub es como el dictador malcriado Zantafio pero con estudios universitarios. Si Zorglub pretende adoptar una pose marcial, se le cae un objeto pesado en el pie dando al traste inmediatamente con el tono dramático de la situación. En este sentido, el marsupilami es el intérprete más fiel de la relación que mantiene Franquin con la autoridad, lo arbitrario, lo pomposo y la norma en general. El marsupilami no respeta nada, salvo lo que no respetan los lamentables: la personalidad, la originalidad, la alegría de vivir, la libertad de pensamiento y de conciencia y las ganas de vivir juntos y en paz. Franquin corrompe todos los mitos. Su arma para ello es el humor. Su intermediario, el marsupilami. Ni la audacia de Spirou, ni la ciencia de Champignac, ni la astucia de Fantasio, ni la policía de Champignac, ni el ejército americano (¿guiño a Buck Danny?) logran acabar con la pesadilla zorglubiana. El marsupilami es a las dictaduras lo que Charlie Chaplin era a los Tiempos modernos.


La diversidad frente a la unicidad Como siempre, el «malo» fascina al lector. Zorglub es para el Journal de Spirou lo que La Marca Amarilla fue para Tintin. Es el enemigo al que nos encanta odiar. Sobre todo porque este enemigo dispone de un arsenal con el que solo podrá competir La guerra de las galaxias unos veinte años más tarde. El rayo paralizante disparado por los zorghombres anticipa el rugiente sable láser de los caballeros jedi… ¡y de Darth Vader! Los aparatos espaciales de Zorglub no tienen motivo para ruborizarse (el rojo lo traen de fábrica) ante los vehículos interestelares de Luke Skywalker. Y la tranquilidad olímpica de Champignac podría prefigurar la de Obi Wan Kenobi, mentor de Luke, que en un momento dado decide también que ya está bien de la arrogancia de Zorglub/Darth Vader. Sin caer en la anticipación diremos que en Z de Zorglub y El retorno de Z (y más tarde en QRN en Bretzelburg pero sin ciencia ficción), Franquin impuso un mensaje, aunque siempre lo negara: la supremacía de la multiplicidad sobre la unicidad. Zorglub, sus modelos y sus clones, odian todo lo que sobresale. Cuando todo parece ir viento en popa para el inventor del Zorgmundo, asoma de pronto la punta de la cola del marsupilami. Y el castillo de naipes marcados se viene abajo en un tronido final con forma de fuegos artificiales.

Estas fotos son de Geo Salbert, uno de los seudónimos de Salmon, que construyó la hermosa pieza que vemos aquí, a escala 1/25 del tamaño real del aparato. La maqueta sigue existiendo, pero el paso de los años han hecho mella en ella.


Un tal Sr. De Mesmaeker Nacido en 1935, el joven Jean De Mesmaeker estudia en la Academia Saint-Luc, en Bruselas. Publica, precoz, su primer trabajo en 1954, Ginger, una serie policiaca para el semanario belga Heroïc-Album donde conoce a otro joven prodigio, Michel Greg, guionista y dibujante de la serie Le Chat, versión felina de Batman, el hombre murciélago. Siempre a la caza de encargos, ilustra, también en 1954, una crónica automovilística publicada en Spirou. Esta colaboración no tendrá continuidad, pero no estará libre de consecuencias. Dos años más tarde, deja de lado Ginger (que retomará en Spirou en 1981) para responder a la llamada de Charles Dupuis y Franquin, que se han percatado de sus capacidades para dar «vida» a los automóviles. Franquin, veterano del dibujo animado (ver primer volumen de este integral), obsesionado con el movimiento en un medio esencialmente estático como es el del cómic, no permanece indiferente ante el talento del que a partir de ahora firmará como Jidéhem. Jidéhem : «la primera prueba de Franquin consistía en dibujar una bici. De memoria. Si lo conseguías, empezabas a hablar». Franquin : «Las máquinas, la mecánica y todo lo que las rodea siempre se me han dado mal. ¡Los coches de Jidéhem se salen del dibujo, saltan fuera de la viñeta y atraviesan el papel! Por aquel en entonces [1954, N. de la R.], era el único que sabía darle vida a los coches de aquella manera». Charles Dupuis : «Necesitábamos un ilustrador más para una sección dedicada al automóvil. En los años 50 todo el mundo soñaba con coches, sobre todo con los modelos americanos, inaccesibles para la mayoría de los bolsillos. Teníamos un cronista de talento, Wauters, y Franquin era el único que podía ilustrarlo decentemente. Pero estaba desbordado, así que llamamos a Jidéhem, que era la mejor opción posible». En 1952, Jean Wauters inventó un personaje sin rostro que le permitía firmar sus reseñas automovilísticas: Starter. En 1956 Franquin le puso cara y asumió también las tareas de ilustración. Aquello duró un año, tras lo cual Jidéhem tomó el relevo. A partir de 1958 este enamorado de las hermosas y potentes cilindradas se encargará también del guion, ¡y así hasta 1978! A modo de anécdota, cabe destacar que Starter, tras un pequeño relato (1960), vivió rugientes aventuras en tres álbumes: Starter et les casseurs (1961), La Maison d’en face y L’Oeuf de Karamazout (1963), donde el mecánico conoce a Sophie, que le roba el protagonismo.


Etapas de una creación Según Greg, la idea del díptico Zorglub nace en 1953 cuando empiezan a circular los informativos acerca del funeral de Stalin. Es cierto que los esbirros de Zorglub exhiben un look más parecido al de los agentes del KGB, que prefieren las gabardinas grises a los abrigos negros de la Gestapo hitleriana. Pero la idea quedó aparcada. El dictador y el champiñón tiene su origen en algún lugar entre Hitler y Perón. Pero ya se percibe de manera más convencional el espíritu de resistencia contra los regímenes que socavan la moral. Con Zorglub, las alusiones son más explícitas, porque, entretanto, los regímenes autoritarios, tan folclóricos en América Latina, han llegado a Europa. Las noticias acerca de lo sucedido en Praga, Budapest y Yugoslavia hacen que caiga el telón de acero sobre las ilusiones de un futuro brillante, promesa de la caída del nazismo. Los bocetos de los aparatos conducidos por Zorglub son todos de Franquin. Algunos están inspirados en aparatos electrodomésticos, otros en cajas de juguetes. Jidéhem

también contribuye manteniéndose al tanto de las investigaciones en aerodinámica. Recurren también al especialista en aeronáutica Wim Dannau. Fue él quien asesoró a Hergé durante la preparación de Objetivo: la Luna y publica libros de divulgación científica en Dupuis. Pero Franquin se da perfecta cuenta de que la bande dessinée vive el final de una era. Si Hergé puede pasar por precursor gracias al mimo con el que imaginó un viaje de la Tierra a la Luna (hablamos de 1954), en 1959, la conquista del espacio ha empezado de verdad. Ya no se trata de un acontecimiento protagonizado por un personaje de tebeo que desembarca en un planeta lejano. Se empieza a tomar conciencia de lo pequeño del planeta Tierra, todavía no existe una sensibilización al respecto, pero el término «ecología» empieza a aparecer aquí y allá en revistas científicas.


Michel Greg: de alumno a amigo Michel Regnier publica sus primeros dibujos en 1948. Tiene 17 años. El 10 de diciembre de ese año ve la luz una de las firmas más prestigiosas del futuro de la bande dessinée franco-belga: Greg.

Michel Regnier, alias Greg, fue un guionista multiforme y talentoso. Creador de, entre otros, Bruno Brazil (con Vance), Bernard Prince (con Hermann) y Aquiles Talón (consigo mismo), aportó sus conocimientos de intriga a las aventuras de Spirou (Z de Zorglub y El retorno de Z) y de gag a Modesto y Pompón.

Atreviéndose con todo, sin cuestionarse nada y mucho menos a sí mismo, Greg llegó a crear su propia revista, Paddy, de la que es al tiempo redactor jefe y principal (y a veces único) colaborador y califa en lugar del califa. Está en todas partes. Era inevitable, pues, que él y Franquin se conocieran. Sucedió en 1954, el año en que este dibuja La máscara y La guarida de la morena. Se presentará también a Georges Troisfontaines, jefe de la World Press, donde trabaja gente como Hubinon, Mitacq, Graton, Attanasio, Goscinny, Uderzo y Paape. La «pandilla de la World» suministra cantidad de planchas a Spirou, pero también a las páginas infantiles de La libre Belgique, el diario belga competencia del Soir, donde hizo su debut Peyo con Johan.

© Dargaud, 2009.

Se ha perdido la cuenta de los guiones


de la marca Greg. Esta abundancia le vale la poco halagadora reputación de hábil oportunista, totalmente inmerecida pues supo dar la alternativa a grandes talentos (Herman, Dupa, Dany, Turk y Groot) y brindar una segunda oportunidad a autores con falta de inspiración (Attanasio, Paape, Vance, Aidans). Pero siempre será recordado como el mejor redactor jefe del Journal Tintin, al que supo remozar y dinamizar a partir de noviembre de 1965. Sin embargo, todo tiene un límite, incluso sus facetas de «midas de la BD» y de multiusos. Retomó Zig et Puce de Alain Saint-Ogan sin conseguir insuflarle vida nueva. Se atrevió con Tintín ofreciéndole dos guiones a Hergé: Les Pilules y Le Thermozéro. Este último retomaba una antigua idea que Hergé jamás logró desarrollar: Tintín aparece con traje polar en las páginas de guarda de las primeras ediciones en color de Casterman; a diferencia de las demás viñetas de estas páginas, este traje no aparece en ningún álbum y podría haber sido un anticipo de Le Thermozéro. Cuentan que tras la incursión de Greg en el mundo de Tintín (suyos son los guiones de las versiones animadas de El templo del sol y Tintín y el lago de

los tiburones) Hergé decidió que sus personajes no vivirían tras su muerte. La causa no será una falta de talento por parte de Greg, sino una visión distinta a la de Hergé. Se podría decir que Greg jamás logró adentrarse en la mente del creador de Tintín. ¿Tuvo más éxito con Franquin? No está claro, pero lo que sí es seguro es que, aparte de su creación más original, Aquiles Talón, Greg jamás fue tan bueno como durante su colaboración con Franquin. Supo canalizar los arrebatos creativos del que fue su maestro en 1954 e introducir ideas propias durante las sesiones de trabajo. El que Greg cultivara el dibujo no pudo sino enriquecer el diálogo con Franquin: existía mayor cercanía —¿podríamos hablar de complicidad?— entre el dibujo de Greg y el de Franquin que con el de Hergé. Si comparamos un personaje como Zorglub con otros científicos desatados creados por Greg, está claro que el ex-amigo de Champignac es de un ridículo mucho más sutil; su maleficencia se pierde en la incoherencia, una megalomanía que no deja de ser «amable», marca indiscutible de Franquin. En Greg, lo grotesco y lo pomposo

se expresan mediante el discurso (en Aquiles Talón, principalmente), y no necesariamente a través del vínculo social y los gestos cotidianos. Pero, al igual que el trazo de Greg jamás supo sacudirse cierta rigidez, sus guiones a veces estereotipados se vieron magnificados una vez enfrentados a la generosidad narrativa de Franquin. Su colaboración con Franquin debutó en 1956 cuando retomó el guion en marcha de Modesto y Pompón de manos de su creador, apoyado ocasionalmente por Peyo y Goscinny. Se intensificó en los episodios La llamada del miedo, Z de Zorglub y El retorno de Z. Tras intentar imponer sin éxito la bande dessinée franco-belga en los Estados Unidos, Greg lo intentó con la novela policiaca y participó en los guiones de las primeras aventuras del marsupilami, de nuevo con André Franquin, en el que prácticamente sería su canto del cisne: fallecería el 29 de octubre de 1999.


Zorglub se recupera Hemos descuidado la importancia de El retorno de Z. ¿Qué nos ofrece? Pues un zorghombre mal «deszorghombrizado» tras la caída del imperio de Zorglub. Lo primero es situar este episodio en su contexto histórico. Tras la derrota de la Alemania nazi, los vencedores instauraron una política de desnazificación en Alemania y Austria por miedo a que renacieran los demonios del pasado. Por su parte, Italia no conoció «desfascistación» y vemos a políticos identificados con el fascismo de Mussolini en el gobierno actual de Roma. Al inicio de la desnazificación, los periódicos no paraban de sacar a la luz conjuraciones de ex-nazis en busca de venganza —se hablaba incluso de que Adolf Hitler no había muerto en Berlín en 1945 y planeaba la reconquista del mundo desde su nueva base sita en algún lugar de América Latina. El miedo era real. Pero, como cada vez que se hace eco de la actualidad más seria, Franquin escoge el arma de la ironía. Y con ella neutraliza. Lo cual no supone una desmovilización de la toma de conciencia. El resto de la carrera de Franquin demuestra que su implicación en su época no hizo sino intensificarse. Y así, se erige como uno de los autores humanistas más importantes de su tiempo.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.