Una historia de 50 años. MARCELINO Don Quijote cabalga en Aliste

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50 años en la vida de un pueblo dan motivo para escribir una historia muy larga. Nosotros vamos a hacer un breve resumen de los acontecimientos y transformaciones que se han producido en Mahide y en Aliste y que han tenido como protagonista al Cura Marcelino. Nuestro objetivo es que los jóvenes, que no han tenido estas vivencias, las conozcan para que las valoren y las aprecien; y quienes las hemos vivido podamos recordarlas con nostalgia. Y vamos a intentar hacerlo con sentido del humor, porque estamos de celebración y esto es motivo de alegría; al mismo tiempo, queremos introducir pinceladas literarias, poéticas, para expresar nuestras emociones ante los recuerdos, porque ésta es una historia que nace del sentimiento y del afecto que profesamos a nuestro pueblo y al cura que nos ha acompañado durante este medio siglo. Aprovechando que celebramos el cuarto centenario de Miguel de Cervantes, que, quizá, nació aquí en nuestra tierra, en Cervantes de Sanabria, le rendimos un homenaje al genio de nuestras letras trazando un paralelismo entre ese personaje tan entrañable que es Don Quijote y un cura tal singular como es Marcelino. Dividimos la Historia en 5 capítulos. I) II) III) IV) V)

Cómo era el Aliste de hace 50 años, para valorar los hechos en su contexto. La llegada de Marcelino y su labor Hacer surcos sobre la mar, que dejan estelas La herencia de Marcelino aún vive La despedida


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Marcelino: Don Quijote cabalga en Aliste… Una historia de 50 años I)

ASÍ ERA EL ALISTE DE LOS AÑOS SESENTA

Corría el año 1967. El invierno llegó acompañado de heladas, carámbanos, lluvias, nieblas…. Gélidos inviernos alistanos que se viven a la intemperie en los campos desangelados, apacentando vacas, ovejas y cabras … La vacada, con las vacas de todo el pueblo, ha salido para el monte cuidada por 4 vaqueros de la roda. La cabriada, con una cabra de cada vecino, trepa por las peñas de la sierra. Cuidando los tagayos de ovejas, van pastores y pastoras de variopintas edades y condiciones: Viejos cojos que no sirven para otras labores; laboriosas abuelas que aprovechan para hilar copos de lana y hacer ásticos, medias de pial, refajos; rapaciños y rapaciñas que abultian menos que la mochila que traen a cuestas, y que han abandonado la escuela prematuramente. Me sacaron de la escuela con apenas once años

en verano, los calores y en invierno, los carámbanos.

y me echaron de pastor a cuidar de mi tagayo con la jerga, la muchila,

Duermo bajo la cabana sobre un paízo de paja

unas cholas y un cayato. contemplando las estrellas Con un resmolo de pan,

y la luna plateada.

un cacho tocino rancio y un trago de agua en las fuentes sobrevivo por los campos;

Los hombres más fuertes han salido a rozar un carro de monte para abono del corral, o a arrancar un carro de cepas para la lumbre. Al llegar las largas noches, veladas en los hilandares, en torno a una tibia lumbre de escasa leña, en la penumbra de un candil de petróleo, o de una bombilla de apenas 15 watios, en una lúgubre cocina ennegrecida por el humo y el hollín; labores de cardar e hilar la lana, hacer madejas de lino, contar cuentos de lobos y aventuras en torno a un asadorao de castañas.


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Llegó la primavera tardía y remolona, que despertó una actividad frenética en los pueblos, porque es el tiempo de sembrar los variados frutos de la huerta. Parejas de vacas, uñidas bajo un pesado jubo, aran las cortinas, arrastrando un rudo arado romano de madera. Guiando el arado, hombres o mujeres caminan fatigados y polvorientos. Otros destripan terrones con la azada o arraman el estiércol de las cuadras y corrales.

El verano se presentó con un sol de justicia, que asola los campos. Los hombres jóvenes y fuertes siegan la hierba en prados y llameras, con gadaños aguzados a golpes de bigornia. Los viejos, mujeres y rapaces esparigen los baraños y ayudan a cargar la hierba seca para el carro, encaraputinándola por encima de las costanas. Luego la meten para el pajar en medio de un polvo que añusga la gorja y ahoga. Con el cuerpo aún dondio por los trabajos de la hierba, comienza la siega grande: cebada, centeno, trigo, sergüendo… Es la siega de la hoz, símbolo de los labradores, de la dureza de su trabajo. Jornadas agotadoras, de noches cortas para el descanso y días largos para bregar por la facera, desde las primeras clarencias del alba hasta que la luz agoniza. Doblados los cuadriles, sudorosos bajo un sol que escupe fuego, hombres, mujeres, abuelos, mozos y rapaces blanden las hoces sin tregua, alineados en la sucada… Mientras, los rapaciños desde recién nacidos, plagados de moscas y tabanos, esperan en el rastrojo tumbados sobre una jerga, durmiendo una pardala o robiendo una costra de pan mojado en vino y azúcar.

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Cuando la noche despliega

la hoz millada en la mano

sobre los campos sus alas,

y exhausta la mirada;

regresan los segadores

plomo traen en las sus piernas

cansados de la segada

polvo y tierra en las albarcas;

por caminos polvorientos,

las manos llenas de callos,

por rastrojos y cañadas,

la piel plagada de llagas.

Y después llegó el acarreo, y siguieron las trillas … En las seras, parejas de vacas y burros, bajo el ardiente sol del mediodía, acezan fatigados, dando vueltas infinitas arrastrando pesados trillos, montados por abuelas y rapaces. Agoniza el verano que deja los cuerpos molidos y exhaustos… Pero no hay tiempo para el descanso. Hay que hacer adobes y arrancar piedra en las canteras, levantar los buqueros de las paredes, hacer seves en las cortinas… Raudo se acerca el otoño. Hay que recolectar la patata y hacer la sementera… ; hay que cebar los marranos para la matanza, para retestar la despensa, que hace tiempo que está vacía de tocino y linguaniza… Así era el Aliste de los años 60. Gentes dóciles y pacientes, esclavos de la tierra en condiciones medievales, hambrientos de pan y sedientos de porvenir, resignados ante su condición y su destino, que no era otro que la emigración a cualquier lugar, la huida bajo cualquier condición…


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II)

LA LLEGADA DE LOS CURAS Y SU LABOR

Y en estas circunstancias, un buen día, llegó a esta tierra un cura nuevín, un mozo en la flor de la vida. Se llamaba Marcelino, y se juntó con otros curas de los pueblos vecinos, Carmelo, Clemente, y el seminarista Fabri, y formaron lo que la gente dio en llamar “la comuna de los curas de Mahide”. Contemplaron el panorama humano que se cernía ante sus ojos… Observaron y observaron… y analizaron… Se hicieron muchas preguntas… y se dispuso a encontrar respuestas que parecían imposibles. Se dieron cuenta de la realidad de su alrededor, y asumieron esa cruda realidad, hasta fundirse con la gente, con sus condiciones, sus angustias, sus alegrías y sus anhelos, y adquirir su mismo estatus. En este ámbito económico, social y humano, se plantearon un obligado dilema: “¿Cuál debe ser la prioridad de un cura: salvar las almas de mis feligreses para la otra vida, ¿o salvar la dignidad de sus vidas aquí en la tierra?” Y pronto encontraron una respuesta clara, sin vacilación alguna. Comenzaron una ardua y temeraria aventura, digna de ser protagonizada por el idealista Don Quijote: liderar un movimiento de concienciación social para modernizar las estructuras del trabajo y de la producción, y así mejorar las condiciones de vida de la gente del medio rural. Había que comenzar por desterrar el arado y la hoz, símbolos de la esclavitud y del atraso de las gentes de estas tierras. Y así, promovieron la creación de cooperativas agrarias en los pueblos para aunar trabajos y recursos entre varios vecinos para poder comprar un tractor, una segadora y otra maquinaria que mitigara la dureza del trabajo. Difícil tarea con gente aferrada a sus terruños y a un ancestral individualismo. Pero, aun así, se formaron cooperativas en las que se integraron los curas y donde trabajaban como un miembro más. Algunos se pasmaban de ver a los curas renegridos y aperriaos como la demás gente y, en el fondo, le tenían hasta lástima. Una mujerica de Mahide le decía a su marido: - Juanico, ¿has visto cómo anda el siñor cura? ¡Aaaaaay cuitadico, qué renegriu mos está! Si da duelo verlo…. Si parece que bien de pastor de la sierra… Un día, andaba uno de estos curas segando con la segadora con otros paisanos y pararon a almorzar; y, entre cachico tocino y linguaniza y pinta tras pinta, a uno de la cuadrilla se le alegró la lengua y le preguntó: “Oye, mozo, ¿tú d´onde sos, que no te conozco?” Y el cura, en tono de guasa, le contestó: “Yo soy de San Vitero, hijo del ti Benjamín” Y contestó el hombrico: “Ah, coño, anda diciendo la gente que si los curas andan segando con la segadora, ya decía yo, ¡anda que esos cabrones no vienen a segar” . Y cuando otro de la cuadrilla le tuntunió con el brazo y le dijo por lo bajini: “que sí es el cura de verdad”, el hombrico se dijo: “guay…, ábrete tierra y trágame” y se quedó atestajao y mudo sin articular palabra. Otro frente a resolver era la ganadería. La gente tenía una parejica de vacas, un par de marranicos, una burra y una cabra en cada casa, que les engayolaban todo el tiempo y apenas daban producción. Había que formar cooperativas ganaderas con muchas cabezas y métodos modernos que hicieran rentable el trabajo. Con este objetivo, en Mahide se creó una vaquería, construyendo una nave moderna y roturando terrenos comunales para pastos. Y para dar una nota ecológica, “echaron una cabriada” con cabras traviesas que robían las urces, las touzas y los chaguazos, limpiando el monte hasta la sierra. Las cabras parían unos preciosos chiviños blancos, bardinos, repintajaos, que eran la atracción turística de los visitantes…


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Pero, quizá, lo que más llamó la atención de los curas eran las condiciones extremadamente penosas de las mujeres, que tenían que hacer los trabajos del campo como los hombres -arar, segar, cavar, arramar el abono…- y después los trabajos de la casa: criar a los rapaces, hacer el caldo, lavar la ropa en el río, amasar la hornada de pan, despachar los marranos……. Se hacía imprescindible liberar a la mujer de, al menos, las faenas brutas del campo para poder atender dignamente la casa y a los hijos… Y así, se propusieron crear talleres de confección textil en forma de cooperativas, donde realizarían otros trabajos más acordes con su condición de mujeres. A esta atrevida iniciativa industrial se incorporaron con entusiasmo muchas mujeres del pueblo, y numerosos vecinos colaboraron solidariamente con su trabajo en la construcción de un local adecuado para instalar el taller en la casa del pueblo.

No menos precarias eran las condiciones de vida de los rapaces del pueblo desde bebés, que acompañaban a las madres al campo con fríos, calores, lluvias…; sucios, por falta de tiempo para lavar los pañales y la ropa; mal alimentados, por la escasez y por la falta de tiempo para hacer el caldo. Para paliar estas penalidades, los curas crearon guarderías donde estaban atendidos dignamente, al menos, en los meses más duros del verano, aliviando así a las madres de tantos cuidados. A falta de local adecuado, los curas no dudaron en prestar su propia casa, donde se instaló la guardería de Mahide. También se organizaron guarderías en muchos pueblos de su área de influencia. Y completaron esta atención con la organización de campamentos de verano donde los niños mayores de los pueblos convivían y compartían experiencias.

Y lastimosa también era la situación de los rapaces mayores y de los mozos y las mozas de los pueblos. Abandonaban la escuela muy tempranamente para ir de pastores, ir a ganar un jornalico en la plantación de pinos o para marchar a “servir”, de criadas, para casa de algún señorito de la capital. Nadie podía permitirse el lujo de ir a estudiar, ni siquiera el bachillerato. El único horizonte de los jóvenes era esperar a cumplir los 18 años para poder marchar para Alemania, la tierra prometida…

Labradores alistanos

donde la hoz y el arado

forjados a yunque y fuego

me convierten en su esclava.

¡cuánto sudor y fatiga,

Yo maldigo mi destino

cuantas cuitas y desvelos

que me quema la esperanza…”

para comer un bocado Y al cumplir dieciocho años,

de negro pan de centeno!

emigró a tierras extrañas Una joven labradora

buscando otros horizontes,

con cariña de rapaza

enjugándose las lágrimas…

harta de resignación en su adentro así clamaba: “Yo reniego de esta tierra con sangre y sudor regada

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Pero los curas sí creían que podría haber otros horizontes. Creían, con tanto entusiasmo como ingenuidad, que Aliste podría resurgir de su letargo, que aquí se podría vivir con dignidad y que se podría detener la sangría humana de su población; que los hijos más valiosos de esta tierra no tenían por qué resignarse a abandonarla y separarse de sus raíces y sus afectos. Para ello, emprendieron la empresa más difícil e idealista de las muchas que intentaron: la creación de un COLEGIO RURAL donde pudieran formarse los jóvenes de los pueblos, para dotarse de conocimientos culturales y técnicas agrarias, con las que pudieran reemplazar a las generaciones de los mayores, creando infraestructuras modernas, productivas y competitivas, adaptadas a los nuevos tiempos. Partían de cero y con muy escasos recursos. No había local alguno adaptable a colegio; así que no dudaron en ceder su amplia y cómoda casa parroquial y ellos se fueron a vivir a una casiña destartalada, lúgubre y fría. En su casa se instaló el embrión de colegio y algunos vecinos cedieron habitaciones de sus casas para que durmieran algunos alumnos. Llegaron alumnos de todo Aliste, de La Carballeda, de Sanabria…Y fue creciendo hasta que, venciendo obstáculos, llamando a todas las puertas, utilizando su gran poder de empatía y con la colaboración de algunas personas comprometidas de forma altruista, de Alcañices y otros lugares, y de la institución de “La Ciudad de los Muchachos”, se hizo realidad lo que parecía una quimera: la construcción de un bonito edificio de estilo rústico en El Gestil, que fue el nuevo COLEGIO FAMILIAR RURAL “ALISTE” Impartían un innovador método de enseñanza por el que alternaban períodos de docencia en el colegio con otros de prácticas en su casa. Por él pasaron muchos jóvenes que cursaron la formación agraria de PRIMERO GRADO. Aquí pasaron años de convivencia en un agradable ambiente casi familiar que recuerdan con añoranza. Todos ellos eran proyectos ambiciosos, destinados a un entusiasta y utópico objetivo: dignificar la vida de las personas en el medio rural, suturar la herida sangrante de la incontenible emigración de la juventud y evitar la agonía lenta y dolorosa de los pueblos alistanos, para no tener que escribir, como ahora contamos, la “crónica de una muerte anunciada”.


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III)

HACER SURCOS SOBRE LA MAR, QUE DEJAN ESTELAS

¿Y qué fue de aquellos proyectos, de aquellas ilusiones, de aquellas utopías fantásticas? Mirando alrededor, vemos que, lamentablemente, no se convirtieron en realidades duraderas, porque un cúmulo de circunstancias adversas vencieron la buena voluntad. Las cooperativas agrícolas no prosperaron por mucho tiempo, porque en una tierra pobre como la nuestra, de clima hostil, esfaraguyada en minifundios diminutos, no se puede competir con otras tierras fértiles, con estructuras modernas y con inversiones millonarias. Otro tanto sucede con la ganadería, que requiere condiciones, recursos e inversiones para crear empresas grandes y fuertes, que no están al alcance de los jóvenes del medio rural. Los talleres textiles no pudieron competir con la tecnología de potentes industrias modernas, ni encontrar mercados para sus productos casi artesanos. Y si fracasan la agricultura y la ganadería, ¿para qué queremos estudiantes que cursen estudios enfocados al mundo rural? Así que el colegio, poco a poco, fue languideciendo, hasta cerrar sus puertas. En El Gestil, en la soledad de sus dependencias, duermen las ilusiones, las utopías, los esfuerzos y desvelos impagables de sus fundadores que quisieron convertirlo en el embrión del resurgir de Aliste a un mundo nuevo, lleno de savia y de vida. ¡Y qué decir de las guarderías y de los campamentos! La inexorable realidad puso las cosas en su sitio. ¿Para qué queremos guardería si no tenemos ni un rapá?

Hoy, visto Aliste en perspectiva, nos puede parecer que despertamos de un lejano y fantástico sueño en el que las voces de la esperanza en el resurgir de Aliste se difuminaron en el viento…; parece como si las semillas se hubiesen sembrado en el desierto…; como si los surcos se hubiesen arado sobre la mar… Pero son surcos que dejaron tras de sí estelas de generosidad y gratitud, que duran hasta hoy.


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IV)

LA HERENCIA DE MARCELINO AÚN VIVE

En este mundo materialista de hoy, tendemos a medir la valía de las personas por sus logros, sus éxitos, o la riqueza que han acumulado… Pero hay otros criterios, otros cánones para medir la valía de las personas, el valor de su trabajo y de sus aportaciones a la sociedad. Y, usando estos criterios, no hay duda de que quedan muchos logros, no materiales, pero no menos valiosos, que se han producido en estos 50 años y que, en una gran medida, son atribuibles a la labor y el liderazgo de Marcelino. Relatemos algunos de los cambios que creemos es de justicia valorar y expresar nuestro reconocimiento por ello. Cuando Marcelino llegó a aquí, Aliste no sólo era una tierra aislada e inmersa en el atraso económico. Ésta también era una tierra de gentes sumidas en el oscurantismo, supersticiones y tabúes ancestrales; tierra de gentes con miedo a la libertad, porque no habíamos tenido oportunidades de liberar nuestras mentes de estas ataduras. Paralelamente a estas empresas y actividades materiales que hemos descrito, se fue desarrollando una transformación impactante y radical de las prácticas religiosas. La filosofía de que este mundo es un lugar de penalidades, donde hay que hacer méritos para conseguir el cielo cuando te mueras, fue evolucionando a la idea de que, para ir al cielo, no es necesario hacer de este mundo un purgatorio. Estos curas resumían los mandamientos de la Ley de Dios en uno solo: “amaos los unos a los otros, ayudaos en el trabajo y en la vida, compartid lo que tenéis y haced el bien siempre a los demás”. Y para ello, no hacían falta tantos rezos, novenas y rosarios. Este nuevo concepto de la religión provocó comprensibles desorientaciones y dudas en alguna gente, educada en otros rituales y en un temor irracional de Dios. Pero estos prejuicios se fueron disipando cuando veían que los curas no cobraban las misas, ni los entierros, ni los bautizos, ni las bodas… y que sustituían los rezos por el servicio a la gente y las buenas obras. Y así, aquí se produjo una verdadera transición a las nuevas ideas, a la apertura de las mentes, con mínimas perturbaciones antes, incluso, de que se produjera en España la “añorada Transición política. Se puede afirmar que aquí fuimos pioneros en la transición tranquila y pacífica a una nueva forma de entender la religión y la vida.

Los jóvenes de los pueblos carecían de medios y de lugares de reunión y de cultura. El único sitio era la taberna y, ni era el lugar adecuado, ni había dinero para gastar……Por eso, la casa de los curas se abrió de par en par a la juventud, donde pusieron a su disposición su pequeña biblioteca, algunos de cuyos libros estaban censurados en aquella época. En su arcaico magnetofón y su tocadiscos de aguja oíamos las canciones de Raimon, Serrat, Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti, Quilapayún, el “La, la la” de Masiel … Leíamos el periódico y revistas como Triunfo y Cuadernos para el Dialogo… Aquí, muchos nos enteramos de que fuera, en Europa, existía una cosa que se llamaba “democracia” … Y también, en su casa, hacíamos baile al estilo de los guateques de la época con las canciones de “Los Unis”, grabadas en el magnetofón. Antes, el baile lo hacíamos los domingos en la plaza, engariñidos de frío, pero el cura lo derramaba al oscurecer para ir todos al rosario. Había que esconder los amores y los afectos. Hasta los novios formales sólo podían verse a escondidas en los rincones y en la oscuridad de la noche. Pasar del rosario, a hacer el baile en su propia casa, no dejaba de ser un escándalo: “Mira que hacer baile en ca´l cura! ¡Y juntarse los mozos con las mozas! ¡Onde iremos a parar!


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E ainda mais: en las bodas y San Bartolo ¡el propio cura bailando jotas con las mozas! Aunque, esto se le perdonaba porque, la verdad sea dicha, gracia y arte pa´l baile, Marcelino nunca ha tenido mucha… Pero interés sí que ponía… En la entrada de su casa estaba escrito este lema: “Amigo, ésta es tu casa, entra en ella como en la tuya”. Por eso, su puerta nunca tuvo llave; era la casa de todos, desde los rapaces… hasta Pepechurra. ¡Pero si hasta los perros entraban como Pedro por su casa y le guindaban las linguanizas que la gente le regalaba por las matanzas!… Y su SEAT 1500 de quinta mano, casi el único coche del pueblo, siempre estuvo al servicio de las necesidades de la gente: de las parturientas que salían corriendo para Zamora, de los enfermos graves que iban al hospital, de los mancos que iban al curandero… Hasta entonces, el cura del pueblo era una autoridad, un señorito que tenía criada y no podía trabajar porque tenía que andar siempre guapo y relambiu, con sotana impoluta y zapatos relumbrinos; y las manos “de cura”: blancas y dondias, sin un callo. El cura imprimía tal respeto y reverencia que los rapaces, cuando lo veían por la calle, echaban a correr hacia él, testabardiando con las cholas, se limpiaban tantín los mocalandrios con la manga del ástico y al grito de “alabado sea el santísimo sacramento del altar”, le besaban la mano. El cura disimulaba, pero ponía una cara de asco…, hacía unas escarramelas…. porque había mocos para la manga y aún quedaban mocos para la mano del cura. Cuentan las crónicas que marchaba corriendo pa casa y las desinfestaba con alcohol… Y, claro, pasar de estas reverencias a tratar con unos curas que entraban hasta la cocina de cualquier casa, se sentaban en un taborete, al pie de la lumbre, y comían con la familia una cazolada de caldo de berzas recién sacado del pote, era una cosa que chocaba a la gente.

Al llegar Marcelino, los hijos de soltera no podían ser bautizados a la luz del día como los “hijos legítimos”; había que bautizarlos en la oscuridad de la noche, en la clandestinidad, sin asistencia de público. Ellos acabaron con estas prácticas discriminatorias y otros tabúes anacrónicos y humillantes. Ha pasado el tiempo suficiente, y ya es el momento de que rindamos un homenaje de desagravio a tantas mujeres madres solteras alistanas de tiempos pasados. Ellas nunca tuvieron culpa de su circunstancia; por el contrario, ellas y sus hijos fueron víctimas del ambiente machista, arrogante e impune que imperaba en la sociedad rural. Después de ser deshonradas, eran abandonadas a su suerte, colmadas de vergüenza y cargadas con el estigma de la sociedad------ A pesar de ello, sacaron a sus hijos adelante con impagables sacrificios, con silenciosa valentía, con coraje de madres… Son nuestras heroínas olvidadas, a quienes queremos decir, a ellas y a sus hijos, que caminen con la frente muy alta… Tampoco nos olvidamos de tantas mujeres, algunas aún rapacicas o mozas, que fueron obligadas a vivir envueltas en patéticas sayas, mantos y pañuelos negros, por el luto de ¡tres años! de algún familiar; recluidas en su patética vestimenta, quemaron su juventud enclaustradas en su casa, sin poder salir al baile ni a ningún acto social, como si ellas fueran las culpables del dolor que padecían por la muerte del ser querido………… Vosotros, los curas de Mahide, contribuisteis a que abriéramos nuestra mente al mundo, a sacudirnos los miedos, a liberarnos de muchos tabúes y muchos complejos.


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Ya el ilustre Cervantes ponía en boca de Don quijote esta plática: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida” Vosotros contribuisteis a difundir la idea de que el cristianismo es un fenómeno que trasciende más allá del hecho religioso. También es un modo de vida, una forma de civilización; es un conjunto de valores éticos y sociales que constituyen uno de los cimientos más sólidos de la civilización occidental. Este humanismo cristiano, con todo su riquísimo arte en las variadas dimensiones, su cultura y su filosofía son asumidos como algo propio por personas agnósticas y aún ateas, que ven en sus principios uno de los principales instrumentos que han hecho a los países más democráticos, más desarrollados y socialmente más solidarios. En esta Europa de hoy que parece haber olvidado la Historia y haber perdido el norte , es necesario recobrar los valores de este humanismo cristiano que encarna Marcelino, que pueden suscitar el consenso entre personas de diversas creencias, ideologías o sentimientos, pero que comparten los principios de democracia, libertad de pensamiento y de creencias y solidaridad entre las personas y los pueblos.


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V)

DESPEDIDA

Cristiano Ronaldo, Mesi, Nadal… no necesitan que nadie glose sus gestas; en el éxito llevan sobrada recompensa. Pero, es de justicia que manifestemos nuestro reconocimiento a quienes han trabajado en silencio, sin la pretensión de conseguir y exhibir trofeos. Ahora conmemoramos el 4º centenario de Cervantes que escribió la más fascinante historia de la literatura universal: “DON QUIJOTE DE LA MANCHA”. Don Quijote era un pobre loco que salió al mundo en busca de aventuras para desfacer entuertos y redimir penas ajenas, defender a los débiles y menesterosos, e implantar la utopía de la justicia y la virtud en el mundo… Y, al final, murió cuerdo, pero el mundo seguía igual: con entuertos, con penas y con desventuras… Sin embargo, no se le recuerda como un iluso que no consiguió otra cosa que provocar risa y lástima. Por el contrario, Don Quijote ha pasado a la Historia como el personaje más entrañable de la literatura, admirado en todo el mundo como símbolo de la nobleza y del idealismo humano. Porque la utopía es como un sutil copo de nieve que se derrite al tocar el suelo, como la niebla de la mañana que ahuyentan los rayos del sol pero, ¡ay del mundo el día que dejemos de cultivar utopías!... Don Quijote combatía por llanuras de La Mancha contra molinos de viento, malandrines y fantasmas. Don Marcelino camina por las tierras alistanas, lanzando al viento utopías, sembrando mil esperanzas.


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Es fácilmente imaginable la decepción que puede causar el hecho de haber puesto todo el trabajo, todas las ilusiones, toda el alma, todo el ímpetu de la juventud y de toda una vida en infundir vida a Aliste y, después de 50 años, contemplar con impotencia y resignación cómo agonizan sus pueblos, ver las escuelas vacías, las casas pechadas o derrumbadas, las calles silenciosas sin la algarabía de los rapaces, su juventud y sus gentes errantes por España y por el mundo… Y, quizá, en algunos momentos, aflore la percepción de soledad e incomprensión que se vislumbra en algunas actitudes… Cualquier persona, ante este panorama, cansado de remar en alta mar, hubiese abandonado el barco. Pero Marcelino ha seguido aquí, confiando en lo imposible, sin desfallecer ante el desaliento. Hoy queremos decirte que en estos 50 años se han producido logros, conquistas y alegrías que nos quedan como herencia duradera. Porque hay obras que sólo se ven con los ojos de la gratitud de las almas nobles, pero que son logros importantes en la vida de los pueblos. A ti, Marcelino, se te podría atribuir esta plática que Don Quijote relató a Sancho Panza: “Hoy es el día más hermoso de nuestras vidas, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores, sin ser perfectos, y, sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén” Es de justicia expresar nuestro reconocimiento a quienes dedican su vida al servicio de la gente, en especial de los más necesitados, los más débiles y desprotegidos, renunciando a su comodidad o bienestar, en las aldeas que mueren abandonadas a su suerte.

Gracias, Marcelino, por haber puesto tus anhelos, tus ilusiones y tus desvelos en intentar mejorar la vida de nuestra gente. Gracias, por haber entendido y asimilado el carácter de las gentes de esta tierra que, en principio te era ajena y extraña, y que tú lo hiciste tuyo. Gracias, por haber permanecido aquí, en las difíciles condiciones de vida del medio rural, mientras los demás abandonábamos esta tierra en busca de una vida más confortable. Gracias, por estar siempre disponible, aún en la soledad de los largos inviernos, para consolar a los enfermos y enterrar a nuestros muertos.


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Gracias, por casar a nuestros jóvenes y por para bautizar a nuestros niños que han nacido en el exilio y vienen a buscar las raíces de nuestra tierra. Gracias, por haber reparado los tejados y reformado nuestras iglesias, que se derrumbaban. Gracias, por haber llevado en silencio, algunas incomprensiones e ingratitudes. Gracias, por haber estado tu persona, tu casa y tus pertenencias siempre al servicio de la gente. Y, con las gracias, queremos desearte largos años de vida y que los pases aquí entre nosotros, como estos 50 años.


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