6-1 Dendra Medica / Ars Medica Vol 6, Num 1

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Revista de Humanidades

Ars Medica Ars Medica Revista de Humanidades

Volumen 6

Número 1 Editorial

Cambios mínimos José Luis Puerta Artículos

Primavera de lobos Juan Carlos Blanco La comida española y la mirada extranjera Rafael Núñez Florencio Buen trabajo, Tuán Conrad (Vida y obra de Joseph Conrad, 1857-1924) Santiago Prieto La historia de la úlcera péptica: ¿hemos llegado a su final? José María Pajares García

Junio 2007

La enseñanza de la medicina en nuestros días Ramiro Díez Lobato

Artículo especial

Vol. 6

Teología y medicina en la obra servetiana (Nota introductoria al artículo de W. Osler) José Luis Puerta Miguel Servet William Osler (†)

N.º 1

Página literaria

Págs. 1-148

Cuatro poemas Luis Alberto de Cuenca

Doce artículos para recordar Crítica Luchino Visconti: El cineasta del tiempo perdido Juan Pando

Miscelánea Humanidades médicas: orígenes y destinos Anne Borsay

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Revista de Humanidades

Ars Medica

Ars Medica. Revista de Humanidades es una publicación semestral (junio y noviembre) que patrocina la Fundación Pfizer y publica Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. El primer número apareció en junio de 2002. La revista tiene como objetivos recuperar la tradición humanística que siempre ha rodeado la práctica de la medicina y contribuir a que se entienda mejor el nuevo paradigma que se está fraguando dentro de la medicina. Consecuentemente, estas páginas pretenden favorecer la interacción de esa larga lista de materias que inciden hoy en la práctica clínica: economía, derecho, administración, ética, sociología, tecnología, ecología, etcétera. Asimismo, esta publicación desea analizar y promover los valores humanos que deben siempre estar presentes en la relación médico-paciente. Ars Medica. Revista de Humanidades is a biannual publication (June and November) sponsored by the Pfizer Foundation (Spain) and published by Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. The first issue appeared in June 2002. The journal aims to restore the humanistic tradition that has always surrounded medical practice, and to contribute to a better understanding of the new paradigm that is operating within medicine. Accordingly, in these pages we try to promote the interaction of the long list of disciplines which shape clinical practice today: economy, law, administration, ethics, sociology, technology, ecology, etc. Likewise, this publication wishes to analyse and foster the human values that should always be present in the physician-patient relationship.

Redacción Director: José Luis Puerta López-Cózar Redactor Jefe: Santiago Prieto Rodríguez Ilustraciones: Fernando Fueyo

Consejo Editorial Juan Luis Arsuaga Ferreras, Enrique Baca Baldomero, Francisco José García Pascual, Julián García Vargas, José Luis González Quirós, Maite Hernández Presas, Miguel Isla Rodríguez, José Lázaro Sánchez, Juan José López-Ibor Aliño, Alfonso Moreno González, Pedro Núñez Morgades, Juan Rodés Teixidor, Julián Ruiz Ferrán

Periodicidad: 2 números al año Secretaría científica: Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. • Passeig de Gràcia 84, 1.a pl. • 08008 Barcelona Correo electrónico: rhum@ArsXXI.com www.ArsXXI.com/HUMAN

Suscripciones: Entre en la página web: www.fundacionpfizer.com. En la parte superior de dicha página, haga doble clic en la pestaña “contacto” y rellene el formulario. No olvide incluir en la casilla “comentarios” sus señas completas, profesionales o particulares, adonde desea que se le envíe la Revista.

Consulte nuestra página web donde podrá obtener los artículos publicados Atención al cliente: Tel. (34) 902 195 484 • Correo electrónico: revistas@ArsXXI.com

Barcelona • Madrid • Buenos Aires • México D.F.

Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. Passeig de Gràcia 84, 1.a pl. • 08008 Barcelona • Tel. (34) 932 721 750 • Fax (34) 934 881 193 Arturo Soria 336, 2.a pl. • 28033 Madrid • Tel. (34) 911 845 430 • Fax (34) 911 845 461

Copyright 2007 Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. ©Publicación que cumple los requisitos de soporte válido ISSN: 1579-8607 Depósito Legal: B. 28.676-2002

Composición y compaginación: Solingraf, SL • Ardemáns, 18, 1.o • 28028 Madrid Impresión: Gráficas y Estampaciones, SL. • Eduardo Torroja 18, nave 3 • 28820 Coslada (Madrid)

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta publicación por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Ars Medica

sumario / contents

Volumen 6

Número 1

Editorial | Editorial 1

Cambios mínimos Minimal changes José Luis Puerta

Artículos | Articles 3

Primavera de lobos The wolves’s springtime Juan Carlos Blanco

20

La comida española y la mirada extranjera The Spanish cuisine and the opinion of foreigners Rafael Núñez Florencio

36

Buen trabajo, Tuán Conrad (Vida y obra de Joseph Conrad, 1857-1924) Well done, Tuan Conrad (The life and work of Joseph Conrad, 1857-1924) Santiago Prieto

54

La historia de la úlcera péptica: ¿hemos llegado a su final? The history of the peptic ulcer: Are we at the end of the road? José María Pajares García

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La enseñanza de la medicina en nuestros días The teaching of medicine in our time Ramiro Díez Lobato

Artículo especial | Special Article 83

Teología y medicina en la obra servetiana (Nota introductoria al artículo de W. Osler) Theology and medicine in the Servetian work (Introductory note to the article of W. Osler) José Luis Puerta

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Ars Medica

sumario / contents (cont.)

Volumen 6 93

Número 1

Miguel Servet Michael Servetus William Osler (†)

Página literaria | Literary page 120

Cuatro poemas Four poems Luis Alberto de Cuenca

124 Doce artículos para recordar | Twelve Articles to Remember Crítica | Critic 130

Luchino Visconti: El cineasta del tiempo perdido Luchino Visconti: Film director of lost time Juan Pando

Miscelánea | Miscellaneous 138

Humanidades médicas: orígenes y destinos Medical humanities: origins and destinations Anne Borsay

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Editorial

Cambios mínimos Minimal changes ■ Con el último número, aparecido en noviembre de 2006, esta publicación cumplió cinco años. Lo que representa un lapso de tiempo ya suficiente para pararse a pensar qué cosas podemos mejorar los que hacemos esta revista, y valorar las sugerencias de nuestros lectores. En esencia, durante estos años hemos recibido dos tipos de críticas. En primer lugar, algunos lectores nos han hecho llegar sus comentarios sobre el diseño de la revista que, quizá, les resultaba demasiado sobrio. No nos queda más remedio que aceptar que esto es así, ya que cuando ideamos esta publicación buscamos cierta austeridad en su presentación. Aunque, paulatinamente, fuimos dándonos cuenta de que hacía falta corregir algo el planteamiento inicial, por eso hace dos años le pedimos al ilustrador asturiano Fernando Fueyo su colaboración, lo que ha ayudado a que el lector de vez en cuando encuentre una isla en medio de un mar de letras. Y precisamente las letras, hablando con más propiedad, la tipografía, era otro aspecto del diseño de la publicación que no acababa de estar bien resuelto. Hasta el número del pasado noviembre —recuérdese que nuestra publicación es semestral, se edita en junio y noviembre— se ha utilizando una tipografía del tipo “sans serif” (lo que vulgarmente se denomina letra de palo) que, pese a su elegancia, no ha resultado apropiada para la lectura de textos largos como los que suele ofrecer nuestra revista. Esto ha motivado que elijamos otro tipo de letra y apostemos por soluciones que siempre funcionan. Así, este número ya ha sido compuesto con caracteres de la familia Bookman. También hemos estudiado el papel, ya que al haberse optado por uno de tipo reciclado, la reproducción de gráficas o fotos —que ha ido en aumento— no alcanzaba la calidad necesaria. Al final, aunque hemos tenido que negociar con nuestros principios ecológicos, nos hemos decantado por un papel couché blanco satinado que, sin duda, contribuirá a dar mayor realce a las ilustraciones. El segundo tipo de sugerencias recibidas ha girado entorno a la conveniencia de ceñir los contenidos de la revista a alguno de los dominios que conforman lo que se denomina humanidades médicas, por ejemplo, historia de la medicina o bioética. Como no puede ser de otra manera, comentarios de este tipo ni pueden pasarse por alto ni dejarse de ponderar adecuadamente. Sin embargo, el criterio de los que hacemos posible esta publicación sigue estando alineado con el espíritu que alumbró su creación; es decir, editar una revista de un espectro tan amplio como el que llenan Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:1-2

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Cambios mínimos

hoy las humanidades médicas, a la par que se promueven los valores humanos que deben siempre estar presentes en la práctica clínica. Por último, en lo que toca a los apartados de la revista, además de seguir potenciando la publicación de lo que llamamos “Artículo especial”, hemos trocado el rótulo de la sección “Relato breve” por “Página literaria”. En esta sección vamos a romper con la costumbre mantenida hasta ahora, esto es, incluir narraciones cortas de autores del otro lado del Atlántico para convertirla en un espacio literario más abierto. En fin, creemos que con estos cambios mínimos podemos seguir atendiendo nuestro compromiso de calidad y ofrecer un índice en cada número que despierte la curiosidad de nuestros lectores. * * * Al igual que siempre, los que hacemos esta Revista de Humanidades agradecemos a los amables lectores sus comentarios y a nuestra benefactora, la Fundación Pfizer, el apoyo incondicional con el que nos distingue. Hasta el próximo mes de noviembre. José Luis Puerta

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Artículos

Primavera de lobos The wolves’ springtime ■ Juan Carlos Blanco

Resumen En este artículo se analizan distintos aspectos biológicos, etológicos y de hábitat del lobo, así como su situación no solamente en España, país que tiene el privilegio de albergar la población de lobos más numerosa de Europa occidental, sino también en el resto del mundo.

Palabras clave Lobo. Distribución geográfica del lobo. Hábitat y costumbres del lobo.

Abstract In this article different biological and ethological aspects as well as the wolf’s habitat are analysed. In addition, a consideration is given to their situation in Spain, a country which has the privilege of giving shelter to the biggest wolf population in Western Europe, and in the rest of the world.

Key words Wolf. Geographical distribution of the wolf. Habitat and habits of the wolves.

■ Escoba florida, loba parida A mediados de mayo, la primavera ha estallado con todo su esplendor en los montes españoles. Las praderas están tapizadas de flores y el canto del cuco resuena en las mañanas frescas y luminosas. Para los lobos, el ajetreo del celo ha terminado hace ya dos meses, y las noches de aullidos dedicadas a la búsqueda febril de pareja han dejado paso a una época de cautela y discreción. La loba tiene buenos motivos para ser reservada. Está preñada y busca un lugar secreto para parir. En las últimas semanas su comportamiento apenas se ha visto afectado por la preñez. Ha recorrido decenas de kilómetros cada noche, ha perseguido a las liebres en los barbechos y ha abaEl autor es biólogo. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:3-19

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Primavera de lobos

tido a los corzos en el bosque como en cualquier otro momento del año. Pero ahora ya está muy gorda y muestra obsesión por acondicionar antiguas madrigueras y excavar otras nuevas. Por fin, una noche se introduce en una hura de conejos ensanchada y pare cinco lobeznos ciegos y desvalidos. En las dos semanas siguientes, la madre permanecerá la mayor parte del tiempo con ellos en la oscuridad de su cueva, cuyas bocas están escondidas entre retamas y piornos cargados de flores blancas y amarillas. Un año más, el refrán castellano se ha hecho realidad: “Escoba florida, loba parida”.

El lobo en el campo Poco a poco la loba recupera su actividad nocturna y es posible que la suerte nos permita observarla una noche a la luz de los faros del coche mientras cruza la estrecha carretera local o atravesando un claro al amanecer. Sus protuberantes mamas y las costillas bien marcadas son el precio de su dedicación a la crianza, que durante muchas semanas mantendrán a la madre en un estado de notable delgadez. Pero, aunque sea la primera vez que vemos un lobo en libertad, notaremos de inmediato que no es un perro. El trote ingrávido —parece que flota sobre el suelo—, el galope al huir, la parada en lo alto de la ladera para observarnos —los ojos oblicuos de mirada ambarina— antes de desaparecer de nuestra vista. Cada rasgo del lobo resalta el porte montaraz que el perro ha perdido en su domesticación. Pero lo cierto es que perros y lobos están tan estrechamente emparentados que siempre tenemos que referirnos a los primeros para describir a los últimos. Con el aspecto general de un perro pastor alemán y un tamaño ligeramente menor, el lobo ibérico se diferencia de éste por tener la cabeza más grande y redondeada, con los maseteros muy desarrollados. Las orejas son más cortas, el cuello robusto, el perfil del cuerpo es algo cóncavo y la grupa está ligeramente hundida. El pelaje en el cuello, el lomo y la cola es largo y más oscuro que el del resto del cuerpo. Presenta un trazo blanco a lo largo de las mejillas, y las patas anteriores suelen estar recorridas por una línea oscura característica, que a veces llega hasta cerca del pecho. El patrón de color de los lobos españoles es bastante homogéneo, pero las distintas subespecies del mundo —e incluso ejemplares de las mismas poblaciones— muestran un abanico de colores que oscilan desde el blanco de los lobos árticos hasta el negro puro de los ejemplares melánicos, bastante frecuentes en Norteamérica. El tamaño de los lobos muestra un gradiente latitudinal acorde con la regla ecológica de Bergmann, de tal forma que los más grandes viven en los países más septentrionales. Los lobos ibéricos tienen un tamaño medio; la longitud de la cabeza-cuerpo oscila alrededor de los 120 cm, la cola mide unos 40 cm y la altura a la cruz es de 70-80 cm. El peso medio de los machos y las hembras adultos es de 32 y 28 kg, respectivamente, con máximos comprobados de 46 y 38 kg, aunque es probable que haya lobos españoles de mayor tamaño. 4

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Los fotógrafos de Naturaleza saben que al lobo hay que retratarlo en invierno, cuando el espeso pelaje le confiere un aspecto macizo, majestuoso. Por el contrario, el corto pelo de verano le da un aire estilizado, poco señorial, en el que destaca el volumen de la cabeza. Mientras se desplaza, el lobo suele llevar la cola colgante, llamando la atención su característico trote lobero. Todos hemos oído el grave aullido del lobo en innumerables documentales. Pero en la Naturaleza los lobos emiten con mayor frecuencia aullidos más agudos; es más, los individuos subordinados y los cachorros en verano y otoño emiten una mezcla de aullidos y gemidos que mucha gente no identificaría con los aullidos que nos erizan el vello en las películas. También se ha exagerado sobre el alcance de los aullidos; es cierto que un coro de aullidos en una noche tranquila se oye sin dificultades a un kilómetro de distancia, pero a más de dos kilómetros pocas personas son capaces de percibirlo. A veces responden a aullidos simulados, y los investigadores usan a menudo esta técnica para detectar las camadas y estimar el número de lobos de una zona. A la hora de determinar si las huellas, los excrementos e incluso los aullidos corresponden a lobos o a perros conviene ser muy cauto, pues en la mayoría de las ocasiones es muy difícil —a veces imposible— distinguir con total seguridad la paternidad de los indicios. De hecho, los perros son lobos domesticados, y los lobos en el fondo son perros que viven en el campo. Pero repasemos a continuación la taxonomía de los lobos y de los cánidos relacionados.

Lobos y perros La mayoría de los especialistas han reconocido tradicionalmente la existencia de una sola especie de lobo, que en 1758 fue denominada por Linneo como Canis lupus. Los europeos le suelen llamar lobo común o simplemente lobo, mientras que los americanos le denominan lobo gris. Todos los perros derivan del lobo, y de acuerdo con recientes estudios genéticos, los primeros canes proceden de un puñado de lobos domesticados por humanos que vivieron en China o sus proximidades. Aunque hay cierta polémica sobre las fechas de su domesticación, parece que ésta se produjo hace entre 15.000 y 10.000 años, cuando las sociedades humanas abandonaron su vida nómada para explotar la agricultura y la ganadería. Los lobos y los perros se hibridan sin problemas en cautividad produciendo descendencia fértil, y también lo hacen en libertad cuando las poblaciones están muy fragmentadas o han quedado muy reducidas a causa de la persecución. Existe, sin embargo, un cierto debate sobre cuántas subespecies de lobos existen. El zoólogo Ángel Cabrera, a principios del siglo XX, describió dos subespecies en España: Canis lupus signatus y Canis lupus deitanus. La primera corresponde al lobo actual de la península Ibérica y, aunque la mayoría de los autores internacionales no reconocen su categoría subespecífica —considerando al lobo ibérico como C. lupusArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:3-19

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lupus—, presenta diferencias apreciables con relación a otras poblaciones europeas. C. l. deitanus sería —según Cabrera— una subespecie más pequeña y achacalada, originaria de la provincia de Murcia, en la actualidad extinguida. No obstante, existen argumentos de peso para dudar de que dicha subespecie haya existido alguna vez, y en la actualidad no es reconocida por ningún especialista.

Cazadores del Norte Originalmente, el lobo era uno de los mamíferos con área de distribución natural más amplia en el mundo, pues ocupaba la mayor parte del Hemisferio Norte por encima del paralelo 20. Sin embargo, la persecución por el hombre lo ha erradicado de muchas zonas, y en la actualidad ha desaparecido del 15% de su área de distribución en Canadá, del 95% en los Estados Unidos (excepto Alaska) y Méjico y del 25% en Europa y Asia. Hoy en día las principales poblaciones se encuentran en Canadá y Alaska (unos 70.000 ejemplares), la Federación Rusa (unos 50.000) y Asia central. La población mundial se estima en más de 200.000 ejemplares. Después de siglos de regresión generalizada, en las últimas décadas están aumentando al menos en Norteamérica y la mayor parte de Europa gracias a la nueva conciencia conservacionista. En Europa, las principales poblaciones se encuentran en los países del Este y en la península Ibérica. Las principales poblaciones del Este están en la Rusia europea (unos 15.000 lobos) y en Rumania (unos 3.000). En el sur de Europa hay poblaciones en Grecia (500-700), Italia (500) y Portugal (300). En 1992 apareció en los Alpes franceses una pareja procedente de Italia, y en la actualidad hay unos 150 en Francia. En España se realizó en 1988 una detallada evaluación nacional, según la cual el lobo se extendía por unos 100.000 km2, sobre todo en el cuadrante noroccidental del país. Se distribuye de forma continua por la mayor parte de Galicia, la porción meridional de Asturias y Cantabria, la mitad septentrional de Castilla y León y algunas zonas de la Rioja y el País Vasco. Además, había dos núcleos residuales y aislados en Extremadura y Sierra Morena (Ciudad Real y Jaén). En Portugal hay lobos en el extremo nororiental del país, sobre todo junto a la frontera española. En 1988, el tamaño de la población española se estimó entre 1.500 y 2.000. Casi el 90% de los ejemplares se encontraba en Castilla y León (54%) y en Galicia (34%). La densidad media en España oscilaba entre 1,5 y 2,0 individuos/100 km2. Las mayores densidades locales se encontraban en áreas situadas en el noroeste de Zamora (5-7 lobos/100 km2) y en una zona que incluye porciones de las provincias de León, Palencia y Burgos (3,0-4,2 lobos/100 km2). Las densidades mínimas estaban en las llanuras cerealistas del centro de Castilla y León (0,4-0,6 lobos/100 km2), que acababan de ser recolonizadas por la especie. La población de la mitad septentrional de España había aumentado entre 1970 y 1988, mientras que los núcleos de la mitad meridional mostraban una tendencia regresiva, encontrándose en peligro de extinción. 6

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Los estudios realizados entre 1988 y 2006 muestran que las tendencias observadas en 1988 se han consolidado. La población septentrional ha experimentado un incremento, que se manifiesta en una leve expansión y un aumento de la densidad en el Este (Cantabria, País Vasco, La Rioja y Soria). Sin embargo, el incremento más obvio se produce en el sur de su área de distribución septentrional, donde los lobos —recién establecidos— se encontraban aún en mínima densidad a finales de los 80. En la llanura cerealista castellana, la densidad de población ha aumentado notablemente en la década de los 90 y los lobos han atravesado el Duero en varios puntos, afianzando su presencia en el sur de Zamora y Valladolid. En 1998 se detectó su reproducción por primera vez en Segovia; en 2000, en Guadalajara y en 2001, en Ávila. La población reproductora se extiende también por la mitad occidental de Soria, pero entre 2001 y principios de 2007 se ha notado una leve reducción de los lobos del extremo suroriental del área de distribución, es decir, en las provincias de Soria y Guadalajara. Por el contrario, los pequeños núcleos aislados del sur y el oeste de España no han mostrado signos de recuperación. En los últimos años no se han detectado manadas reproductoras en la sierra de Gata ni en Extremadura, y la población de Sierra Morena —centrada en las proximidades de Andújar, en Jaén— consta apenas de un puñado de manadas.

Estudiando a una especie esquiva Tras siglos de persecución, los lobos han aprendido a moverse con el sigilo de las sombras, duermen durante el día y buscan su alimento por la noche, cuando la oscuridad los oculta de las miradas del hombre. Esta vida clandestina convierte su estudio en una difícil tarea, y con los métodos tradicionales sólo podemos recoger datos anecdóticos: el testimonio de un pastor que los sorprendió cruzando el páramo al salir el sol, las reclamaciones —muchas veces exageradas— del ataque a un rebaño de ovejas, o las huellas y excrementos que los lobos dejan en una pista forestal. Tal información resulta insuficiente para diseñar las estrategias de conservación y gestión que precisa esta especie tan conflictiva. Por este motivo se han desarrollado técnicas específicas de investigación que nos permiten obtener datos que se aplican también a otros carnívoros. Uno de los principales métodos de estudio es el radiomarcaje: los biólogos capturan a los lobos con trampas inofensivas y los anestesian durante el tiempo suficiente para colocarles en el cuello un collar con un radiotransmisor que permite localizarlos. Como cada transmisor emite en una frecuencia distinta —igual que si se tratara de diferentes emisoras de radio—, es posible tener radiomarcados a varios animales a la vez en la misma área, lo que multiplica la información recogida. En los lugares más salvajes y apartados de Norteamérica, los lobos radiomarcados son localizados desde avionetas, lo que permite observar a las manadas desde el aire, contar sus miembros e incluso pre8

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senciar escenas de caza. También se está usando el marcaje vía satélite, muy útil en los lugares inaccesibles o en el caso de los animales que se dispersan cientos de kilómetros. En muchas áreas, los biólogos estudian también a los ungulados de los que se alimentan los lobos, lo que permite comprender mucho mejor la relación entre los predadores y sus presas. Además del radiomarcaje, el análisis de excrementos permite conocer su alimentación; en las regiones donde nieva con frecuencia, el seguimiento de las huellas durante largas distancias permite interpretar sus actividades, saber qué presas han cazado y —analizando los cadáveres de éstas— conocer las características de los animales depredados. Los aullidos simulados permiten encontrar a las camadas en medios forestales, y el estudio genético de sangre, pelos o excrementos nos da información sobre el parentesco y la variabilidad genética de los ejemplares y las distintas poblaciones, y también sobre la hibridación con coyotes (en Norteamérica) o con perros. En los últimos años, la investigación de las actitudes y percepciones hacia los lobos de las sociedades humanas que conviven con ellos ha añadido nuevas perspectivas para interpretar nuestras relaciones con esta especie. Todos estos estudios, sistemáticamente planificados, analizados y comparados, nos han permitido tener un amplio conocimiento científico sobre la biología del lobo y los requerimientos precisos para su conservación. En España, un número creciente de biólogos y naturalistas está estudiando distintos aspectos de la biología y la problemática de estos animales en varias regiones. Nosotros mismos, desde 1997, hemos radiomarcado 16 lobos con radiocollares de larga duración, dos de ellos con tecnología GPS. Esto nos ha permitido conocer la vida de algunos ejemplares durante varios años (a varios de ellos los hemos seguido casi durante seis años seguidos), y determinar algunos de los aspectos de su ecología que describimos a continuación.

Desde la alta montaña hasta la llanura cerealista Los aficionados a los documentales de Naturaleza recordarán a los lobos blancos que viven en el Alto Ártico cazando liebres boreales y lanudos bueyes almizcleros, en un medio de hielos y ventiscas, tan bello como inhóspito. Como también habrá visto los que viven en los desiertos de Arabia o la India, o quizás habrá contemplado fotos de los lobos españoles que crían entre las cebadas y los maíces de las llanuras agrícolas de Valladolid. Pero, ¿cuál es su verdadero hábitat? La respuesta es que todos ellos son “verdaderos” hábitat del lobo, porque nuestro protagonista es ante todo un animal adaptable, cuya mayor especialización es carecer de grandes especializaciones. Por este motivo, podemos encontrar lobos desde los desiertos helados cercanos al Polo Norte hasta los tórridos arenales de Arabia, pasando por casi todos los medios del Hemisferio Norte si exceptuamos el bosque tropical. Lo único que necesitan es alimento y refugio para guarecerse de su gran enemigo: el hombre. Por Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:3-19

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esta razón, solemos identificarlos con zonas boscosas o áreas remotas, adonde han sido desplazados por la presión del hombre. Pero cuando —en las últimas décadas— la tolerancia de la sociedad hacia ellos ha aumentado, han llegado a ocupar medios bastante degradados donde anteriormente pensábamos que no podrían sobrevivir. España constituye un buen ejemplo de la diversidad de medios donde pueden habitar los lobos. Así, en muchos lugares de Galicia la especie vive en regiones con elevada densidad de población humana, alimentándose de restos de basureros y ganado. En la Cordillera Cantábrica ocupa montañas cubiertas de matorrales, bosques y pastizales, donde consume los abundantes ungulados silvestres —corzos, rebecos, ciervos y jabalíes— pero también el ganado que pasta en las praderías. En la región situada al sur de la Cordillera Cantábrica, donde los lobos alcanzan las mayores densidades, el paisaje está formado por robledales alternados con cultivos de cereal. En la Meseta castellana prefieren pequeños encinares y pinares situados en la llanura cerealista. En Sierra Morena, por último, viven en grandes fincas privadas, cubiertas de bosque y matorral mediterráneo, repletas de ciervos y dedicadas a la explotación de la caza mayor. Es cierto que los lobos pueden vivir en muchos medios diferentes, pero no todos son igualmente favorables para la especie. Su hábitat óptimo en España presenta tres características esenciales: aporta protección contra el hombre, tiene suficiente alimento y no propicia conflictos entre los lobos y los intereses humanos. Tales áreas suelen tener densa cobertura vegetal y escasa densidad de población humana (menos de 10 habitantes/km2) y densas poblaciones de corzos y jabalíes, con ganado doméstico que el lobo consume sobre todo en forma de carroña. Además, en estos hábitat óptimos, la caza mayor no constituye un recurso económico destacado y el ganado no se maneja en régimen extensivo, pues tales circunstancias suelen generar conflictos y la consiguiente persecución por parte del hombre. En términos generales, estas zonas óptimas se encuentran en una amplia zona castellana de media montaña, cubierta de robledales, que se extiende al sur de la Cordillera Cantábrica, desde el sur de Orense y el norte de Zamora hasta Burgos, incluyendo amplias zonas de León y Palencia. La actitud por parte del hombre es un elemento del hábitat al menos tan importante como la cobertura vegetal o el alimento natural. Cuando no son perseguidos con especial saña, los lobos pueden llegar a vivir en áreas densamente pobladas alimentándose de carroñas de animales domésticos. Cuanto mayor sea la tolerancia por parte del hombre, menos requerimientos ecológicos precisarán para vivir.

El menú del lobo: corzos, jabalíes... Como corresponde a un animal generalista, su alimentación es muy variable, y puede constar tanto de alces de media tonelada de peso como de pequeños roedores, aunque el lobo es típicamente un predador de ungulados de mediano y gran tamaño. En España su dieta es muy diversa y varía en las diferentes regiones, pero la depen10

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dencia del ganado doméstico (que, en su mayor parte, es consumido como carroña) y de los ungulados silvestres es un rasgo común en casi todo el país. Numerosos estudios realizados sobre su alimentación en España dan cuenta de tal diversidad. Así, en la mitad occidental de Galicia, una zona con alta densidad de población humana, se alimenta sobre todo de restos de gallineros y granjas de cerdos, y de ganado. En la Cordillera Cantábrica, el área subcantábrica y la Sierra de la Demanda, lo hace de ungulados silvestres (corzos y, en menor medida, jabalíes y ciervos) y domésticos. En la llanura cerealista castellana, los conejos pueden tener gran importancia, llegando a aparecer en el 44% de los excrementos y estómagos analizados en primavera y verano. En Extremadura se alimentan tanto de ungulados silvestres como domésticos y en Sierra Morena los ciervos parecen ser su alimento esencial. En general, los estudios realizados en España resaltan la importancia que la carroña de animales domésticos tiene en su dieta. Los lobos cazan las grandes presas de forma cooperativa, y a veces también las pequeñas. En la provincia de Burgos se ha observado la persecución y captura de una liebre por parte de tres lobos actuando de forma coordinada. Normalmente, eligen a los ejemplares más vulnerables, es decir, las crías, los ejemplares viejos y los enfermos. En la comarca del Curueño (León), se ha comprobado que el 42,8% de los corzos consumidos en verano eran crías. En cuanto al impacto de los lobos sobre sus presas, en Canadá se ha observado que la depredación puede controlar e incluso limitar las densidades de ungulados silvestres, pero, en sí misma, no parece ser responsable del declive de las poblaciones de presas. No obstante, cuando este declive se produce por una combinación de factores meteorológicos, deterioro del hábitat, depredación por parte de otras especies, caza excesiva o enfermedades, la depredación por el lobo puede dificultar la recuperación de las poblaciones de ungulados durante décadas, provocando al tiempo un descenso en las densidades de lobos. En estos casos, la prohibición de la caza de ungulados y el control de sus predadores puede incrementar con rapidez las densidades de aquéllos y, finalmente, también la de lobos. En España, donde los ecosistemas son mucho más complejos que los de las regiones septentrionales de la Tierra, no hay datos globales de los efectos de la depredación del lobo sobre sus presas naturales. En la provincia de Burgos, entre 1981 y 1985 se comprobó que las poblaciones de lobos y corzos aumentaron exponencialmente de forma simultánea. En Valladolid, en la década de los 80, la expansión de los lobos y los corzos ha sido también coincidente.

... Y ganado La depredación del lobo sobre el ganado doméstico constituye un fenómeno universal, y es la principal causa de la tradicional persecución por parte del hombre. En 12

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Europa, donde apenas existen extensas áreas despobladas, los daños a la ganadería deben aceptarse como un hecho inseparable de la existencia de este animal. En España, en 1988 se estimó que los lobos provocaban anualmente la muerte de unas 1.200 cabezas de ganado equino, unas 450 de vacuno y unas 5.000 de ovino y caprino, lo que supondría unas pérdidas de unos 120 millones de pesetas. En 2006, una nueva evaluación elevó la cifra de daños a 1,9 millones de euros al año. Estas cifras, repartidas por los 120.000 km2 del área de distribución de la especie, son insignificantes si consideramos las pérdidas habituales que sufre el sector agropecuario por otras causas naturales, pero pueden tener un impacto importante sobre algunos ganaderos concretos. La depredación sobre el ganado es desproporcionadamente elevada en las áreas de montaña (el 77% de los daños se producen en estas zonas, que sólo albergan el 20% de los lobos del país) a causa de la falta de vigilancia del ganado en régimen extensivo. Un factor común a la depredación sobre el ganado son las lobadas, en las que los cánidos matan muchos más individuos de los que pueden comer. En 78 ataques estudiados en la Sierra de la Demanda (Burgos), el número medio de ovejas muertas fue de 7,6 ejemplares en cada ataque. Esta depredación excesiva se produce esporádicamente en todas las especies de carnívoros conocidos, y denota la falta de inhibición de la agresividad cuando atacan animales con escasos mecanismos de defensa.

El territorio del lobo Como veremos más adelante, los lobos viven en manadas, cuyos miembros comparten un territorio común. Las poblaciones se organizan en un mosaico de territorios contiguos o con un grado variable de solapamiento. Por encima de este mosaico se sitúa una nube de ejemplares solitarios llamados transeúntes o flotantes, que tienen movimientos irregulares e impredecibles. Los límites de los territorios se anuncian a las manadas vecinas con señales acústicas —los famosos aullidos— y mediante el marcaje olfativo con excrementos y orina. Los encuentros entre manadas son raros pero pueden dar lugar a combates que con cierta frecuencia acaban en la muerte de algún ejemplar. En la Carballeda zamorana y la Cabrera leonesa se ha estudiado el uso de los excrementos para el marcaje olfativo. En su mayoría se acumulan junto a cruces de caminos y cortafuegos, donde la probabilidad de ser detectados por otros lobos es máxima, y están asociados a puntos de referencia evidentes, como promontorios, arbustos aislados o carroñas, que potencian visual u olfativamente su eficacia. En Norteamérica, los tamaños de estos territorios oscilan entre 100 km2 y 2.000 km2, y son inversamente proporcionales a la densidad de ungulados silvestres en la zona (en general, en las regiones más septentrionales la disponibilidad de alimento es menor, y los territorios de los lobos son mayores). Cuando los lobos cazan presas muy móviles —como caribúes en migración— o disponen de fuentes muy concentradas de Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:3-19

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alimento, esta estructura territorial puede desaparecer. En el estudio que estamos realizando con animales radiomarcados en áreas agrícolas de Valladolid y Zamora, los ejemplares territoriales ocuparon áreas de campeo que han oscilado entre 100 y 500 km2, aunque en las áreas mayores había grandes espacios poco o nada frecuentados. Dentro de estas grandes áreas de campeo, los lobos tienen zonas preferidas de tamaño mucho menor —entre 5 y 20 km2— donde pasan la mayor parte del tiempo. En los lugares salvajes con escasa presencia humana, pueden estar activos tanto de día como de noche, pero en España y en otros países densamente humanizados, concentran su actividad en la noche y suelen permanecer dormidos casi todo el día en alguna zona de densa vegetación para evitar al hombre. En los encames diurnos, los lobos seleccionan las zonas de refugio, que en general son las que tienen vegetación más densa, mientras que durante la noche prefieren las áreas con mayor cantidad de alimento. Los animales seguidos en nuestro estudio se movieron por término medio 20 km cada noche, aunque uno de ellos se desplazó 48 km en una sola noche. Por la mañana se encamaban en un punto que por término medio distaba 5,5 km de donde habían empezado su actividad la noche anterior, si bien las diferencias entre distintas noches eran enormes. En su ciclo anual podemos considerar dos períodos distintos: el primero se sitúa en la temporada de cría, entre mayo y octubre, y el segundo comprende el resto del año. En la temporada de cría, los lobos de la manada se centran alrededor de la madriguera y las áreas aledañas; aunque los adultos y subadultos siguen recorriendo largas distancias durante la noche, la mayoría de las mañanas vuelven a encamarse en los alrededores de la madriguera. Antes de cumplir dos meses, los lobeznos abandonan la madriguera y se encaman al aire libre en áreas concretas llamadas centros de reunión, adonde los adultos y subadultos siguen acudiendo casi todos los días tras las correrías nocturnas. Estos centros de reunión —que a veces están muy próximos a la madriguera— son áreas de un kilómetro cuadrado con densa vegetación, próximas al agua y a zonas con abundante alimento, donde los cachorros pasan el día jugando, dormitando y esperando la llegada de los adultos y subadultos. En regiones agrícolas, muchas veces los lobos se concentran en maizales u otros campos de cultivo. En general, a partir de noviembre, los cachorros suelen salir a buscar alimento con sus padres, abandonando estas zonas de reunión y haciendo desplazamientos mucho mayores. En la época de invierno, los lobos se hacen más errantes ya que no tienen que volver a ningún punto fijo; no obstante, incluso en invierno, estos centros de reunión de las manadas son más visitados que otros puntos del territorio.

El comportamiento social en el seno de la manada Como es sabido, los lobos viven en manadas jerarquizadas, compuestas en general por miembros de la misma familia. En nuestros trabajos con animales radiomarca14

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dos en Valladolid y Zamora, hemos sido testigos de la formación de varias manadas. Por ejemplo, Taraza, una hembra que radiomarcamos cuando tenía 16 meses de edad, abandonó su territorio natal a los dos años, se emparejó con un macho cuando tenía unos tres años y parió por primera vez a los cuatro años. Taraza se estableció en el borde del territorio de su madre, en una zona que conocía bien porque la había recorrido en numerosas ocasiones con los miembros de su manada natal. El primer año parió 6 cachorros, tres de los cuales sobrevivieron hasta la siguiente temporada de cría y se quedaron con la pareja reproductora. El segundo año parió 5, y en ese momento la manada estaba formada por la pareja reproductora (Taraza y su compañero), los tres jóvenes del año anterior y los 5 cachorros menores de un año. En esencia, ésta es la estructura típica de una manada. Los miembros de la única pareja reproductora son casi siempre los individuos dominantes, y los jóvenes del año anterior colaboran en la cría, alimentando, cuidando y jugando con los nuevos lobeznos. Antes de cumplir dos años, los jóvenes suelen abandonar su manada natal para intentar establecer su propio grupo familiar, aunque existen numerosas excepciones a esta regla. Si uno de los fundadores de la manada muriera, le sustituiría un ejemplar procedente de otra manada, ya que los lobos en libertad —aunque no los ejemplares cautivos— tienden a evitar el incesto, es decir, eluden emparejarse con parientes próximos, como han demostrado detallados análisis genéticos realizados en tres poblaciones de Norteamérica. ¿Y de dónde viene el lobo que sustituye al reproductor muerto? ¿Cómo se enteran los miembros de otras manadas de la existencia de una vacante en un grupo familiar diferente? Pues bien, además de los miembros de pleno derecho de las manadas, existe otra categoría social formada por los ejemplares “transeúntes” o “flotantes”. Éstos son lobos que abandonan su manada natal al alcanzar la madurez —es decir, se dispersan— para buscar un territorio vacío, y vagabundean en solitario durante meses e incluso años hasta encontrar un hueco en otra manada previamente formada o un espacio vacío que les permita —como en el caso de Taraza— establecer un territorio y fundar su propio grupo familiar. En las zonas donde la población está saturada, los flotantes pueden constituir hasta el 30% de los ejemplares de la población. Suelen ser tratados con agresividad por los propietarios de los territorios establecidos y son relegados a las zonas marginales, donde a veces mueren de inanición o a causa del hombre. En las luchas territoriales los lobos pueden matar a otros ejemplares, y en algunas poblaciones de Alaska estas luchas constituyen la primera causa de mortalidad. ¿Y cuántos lobos hay en cada manada? Tanto en Norteamérica como en España las manadas estables de 5 a 10 individuos son las más habituales. Tradicionalmente, se ha pensado que tal número depende del tamaño de la presa principal, pues se suponía que los lobos se unían en grupos para matar ungulados de gran porte, como alces o bisontes. Pero en los últimos años se ha argumentado de forma convincente que las manadas más grandes se forman en los territorios con abundante alimento, lo que permite a la pareja reproductora compartirlo con numerosos descendientes. De Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:3-19

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esta forma se explica que las manadas españolas que viven en medios agrícolas consten con cierta frecuencia de 10 o más ejemplares, a pesar de que las presas de la zona son tan modestas como liebres o conejos; el abundante alimento aportado por los muladares explica la formación de estas manadas relativamente numerosas en nuestros humanizados paisajes españoles. En general, las manadas de más de 13 lobos son raras e inestables, pero en el año 2000 se ha visto, en Minnesota, una con 25, aunque el récord aún lo conserva una manada que se observó en 1967 en Alaska, que constaba de 36 lobos. Los miembros de la manada comparten un territorio común pero con mucha frecuencia se encaman y buscan alimento solos o en pequeños grupos, que se juntan y se vuelven a separar con frecuencia. Sin embargo, hay dos factores que dan cohesión a los miembros de la manada: la nieve en invierno y los cachorros, en verano. En los países donde la nieve persiste durante varios meses en invierno, los grandes ungulados se vuelven mucho más vulnerables, y la mayoría o todos los miembros de la manada cazan juntos para aprovechar estas grandes presas, como hemos visto en las fotos que representan a nutridas congregaciones de lobos atacando a un alce en los bosques nevados de Norteamérica. Por el contrario, en ausencia de nieve, los lobos de la manada cazan presas menores, y suelen buscar el alimento solos o en pequeños grupos, pero siguen manteniendo contacto de forma regular. Además, en la temporada de cría, los miembros de la manada se congregan en torno a los cachorros. En esta época, los niveles de prolactina —la hormona de la maternidad, que induce a los mamíferos a cuidar y alimentar a las crías— aumenta en todos los lobos, incluso en los machos y en los individuos no reproductores, por lo que los miembros de la manada se congregan a menudo en torno a la madriguera y los centros de reunión de los lobeznos. En España es en verano y a principios de otoño cuando podemos ver juntos a los miembros de la manada atendiendo a los cachorros. Como hemos dicho, los grupos formados por 4 o 5 adultos y subadultos y 5 o 6 lobeznos menores de un año no son infrecuentes, aunque constituye un auténtico privilegio tener la oportunidad de contemplarlos a todos juntos.

Una nueva camada cada primavera En España el celo tiene lugar en marzo y tras 63 días de gestación se producen los partos (entre abril y junio), por lo general más tardíos en las regiones más septentrionales. En los grupos estables normalmente no copulan más que los individuos dominantes de cada sexo, por lo que sólo se produce una camada por manada. Aunque las hembras pueden copular antes de cumplir un año, no suelen hacerlo antes de los 22 meses. La paridera suele localizarse cerca del agua, en terreno poco accesible, aunque en la Meseta castellana pueden criar en los lechos de los regatos 16

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que separan campos de cereales, en áreas totalmente desarboladas. En España, el tamaño medio de 129 camadas observadas en primavera fue de 5,33 lobeznos, pero en 1989 se observó en la provincia de Valladolid una camada de 10 lobeznos, todos los cuales sobrevivieron al menos hasta los tres meses y medio de edad. Al nacer pesan unos 500 g, abren los ojos a los 11-15 días y comienzan a salir del cubil a las tres semanas. Hasta las 11 semanas viven en los alrededores de la paridera estrechando los vínculos sociales con otros miembros de la manada, y desde los cinco meses hasta la dispersión participan en la caza con los miembros de su manada. Los lobos que hemos radiomarcado en las provincias de Valladolid y Zamora se han dispersado alrededor de los dos años de edad, algunos de ellos han establecido su propia manada a una distancia que oscila entre 13 y 50 km de su lugar de nacimiento y otros han muerto en su período de vagabundeo.

Conservar una especie conflictiva El mayor pecado del lobo consiste en atacar al ganado que no está suficientemente protegido. Por este motivo ha sido tradicionalmente perseguido por todas las culturas pastoriles euroasiáticas. Además, en Norteamérica ha sido también acosado a causa de la depredación sobre los ungulados silvestres de interés cinegético o comercial. En consecuencia, ha sido erradicado de parte de su área de distribución natural, y de hecho fue catalogado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como vulnerable a escala mundial. No obstante, a partir de los años 70, está aumentando en la mayor parte de su área de distribución en el mundo gracias al cambio de actitud del público hacia la Naturaleza, y en la actualidad esta prestigiosa institución lo ha incluido en la categoría “Riesgo menor”, aunque en la península Ibérica reconoce que la conservación del lobo depende de la aplicación continua de medidas de conservación, y ha sido catalogado como “Casi Amenazado”. La especie ocupaba la mayor parte de España hasta mediados del siglo XIX, pero la creciente presión humana la llevó a una situación crítica hacia 1970. Desde entonces, las poblaciones se han recuperado de forma notable como consecuencia de la nueva conciencia conservacionista; además, el despoblamiento del campo ha llevado consigo la regeneración de la vegetación y el consiguiente aumento de los ungulados silvestres, como los corzos y los jabalíes. Sin embargo, el lobo ha desaparecido en los últimos 40 años de varias regiones del sur de España, y en Sierra Morena se encuentra en la actualidad en serio peligro de extinción por la persecución ilegal en las grandes fincas privadas de caza mayor, donde se los percibe como animales perjudiciales para los ungulados silvestres. Legalmente, los lobos suelen considerarse como especie cinegética al norte del Duero —con numerosos matices dependientes de cada Comunidad Autónoma— y están protegidos al sur del río. En la mitad septentrional de España no necesitan una protec18

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ción estricta, aunque sí podría mejorarse su manejo mediante planes de gestión que incluyan medidas de prevención y compensación de daños al ganado, medidas de conservación del hábitat —sobre todo, hacer permeables las barreras lineales— y la regulación de la caza y su control. Varias Comunidades Autónomas indemnizan directamente los daños o promueven seguros agrarios, pero el sistema es susceptible de ser mejorado. En Extremadura el lobo parece haber desaparecido en los últimos años, y en Sierra Morena está al borde de la extinción a pesar de su protección estricta. Se precisan planes de recuperación para erradicar la caza ilegal; planes que deberían englobarse en medidas de gestión más amplias que intenten conciliar los intereses de los propietarios de las grandes fincas cinegéticas con la conservación de la fauna. Diversos sondeos sociales han mostrado que el lobo encarna símbolos opuestos para los habitantes urbanos y los rurales. Los primeros están decididamente a favor del cánido, en el que ven un representante de la naturaleza salvaje y un elemento indispensable del equilibrio natural al que no tenemos derecho a matar aunque cause daños al ganado. Los segundos son hostiles a los lobos, aprecian sobre todo su valor como pieza de caza y consideran que su aceptación mejoraría si los lobos reportaran algún beneficio económico. En los países occidentales, en la parte más extrema del sector urbano, en los últimos años proliferan grupos ecologistas radicales que mitifican al lobo, rechazan los resultados de los estudios científicos y se oponen a cualquier tipo de manejo o control de las poblaciones. Su agresividad promueve el radicalismo de los sectores antilobo, hasta el punto de convertir las polémicas sobre la gestión de la especie en auténticas guerras sociales. España tiene el privilegio de albergar la población de lobos más numerosa de Europa occidental, que además se encuentra en franco proceso de recuperación. La conflictividad que rodea a la especie en todos los países del mundo, lejos de desanimarnos, debe exhortarnos a afrontar su conservación como un reto para armonizar los intereses de estos animales y sus presas silvestres con los de las sociedades humanas que conviven con ellos.

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La comida española y la mirada extranjera The Spanish cuisine and the opinion of foreigners ■ Rafael Núñez Florencio

Resumen El punto de partida de esta reflexión es la consideración altamente positiva que tienen los españoles sobre su gastronomía. Se pregunta el autor si comparten los extranjeros esa valoración, porque no siempre coinciden las percepciones propias y ajenas. Para contestar esta cuestión analiza los testimonios (los llamados libros de viaje) que escribieron los visitantes de la península desde el siglo XVI al XX. Dicho examen muestra que el capítulo alimentario sólo puede entenderse en un contexto social y cultural más amplio: de ahí que los juicios sobre la comida hispana sean indisociables de la imagen general del país. En este sentido hay que subrayar la potencia y perdurabilidad del mito de la España romántica, con unos efectos, positivos y negativos, que se prolongan hasta casi nuestros días.

Palabras clave Imagen de España, alimentación, viajes por España, gastronomía, estereotipos.

Abstract The starting point of this article is the highly positive opinion Spaniards have of their own gastronomy. The author wonders if foreigners share this view since our own perceptions do not always coincide with those of others. In order to answer this question he analyses the evidence (the so called travel books) which visitors to Spain wrote from the sixteenth to the twentieth century. The aforementioned study shows that the subject of food can only be understood in a wider social and cultural context. Thus, judgements of Hispanic food are inseparable from the general image of the country. In this sense it is necessary to highlight the strength

El autor es historiador, crítico y profesor de Filosofía. Ha escrito diversos libros sobre ideologías y mentalidades en la España contemporánea, así como múltiples artículos de divulgación histórica. E-mail: rafaelnuflo@hotmail.com. 20

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and durability of the myth of romantic Spain, with both positive and negative effects that have continued almost until our lifetime.

Key words Spain’s image, food, travelling in Spain, gastronomy, stereotype.

■ En contra de mi costumbre, quiero empezar estas páginas en primera persona y tomando como referencia una pequeña anécdota personal, por los motivos —creo que fundados— que inmediatamente después trataré de explicitar. Hace algunos años, con ocasión de una cena en torno a un premio literario de carácter gastronómico, los comensales que se sentaban junto a mi mujer y a mí, enterados —pese a una discreción que a la postre se reveló inútil— que estaba entre ellos el autor de uno de los originales que habían llegado a la votación final —yo mismo, en este caso—, se volvieron con curiosidad hacia mí, inquiriéndome sobre el contenido del libro en cuestión. Con ánimo de dar las menores explicaciones posibles, intenté ser lo más parco que autorizaba la cortesía: —Sobre cómo han ido viendo los visitantes extranjeros a lo largo de la historia los usos y costumbres de los españoles en torno a la mesa. ¡Ay, en mala hora! Acababa de enunciar uno de esos temas sobre el que cada español cree saberlo todo. Bueno... ¿quién no conoce lo que piensan los extranjeros sobre la comida española? ¿Quién no tiene al menos un cuñado, un primo o un amigo que le ha contado cómo se vuelven locos con el jamón serrano, la paella, los mariscos...? ¡O hasta con los platos más humildes —tercia otro— con el gazpacho, la tortilla, los churros...! Y así se van desgranando casos, anécdotas, siempre con un puntillo de orgullo patrio. (¡Fíjense, en estos tiempos!) El español que de mala gana se reconoce en unos símbolos comunes, no tiene, sin embargo, empacho alguno en defender a voz en grito que “en España se come como en ninguna parte”. Y nunca falta quien apostilla: ¡y además, lo más sano del mundo, lo dicen todos los estudios científicos, no hay nada como la dieta mediterránea! Me callé discretamente. Hubiera sido difícil de explicar, y muy probablemente inútil, decirles que yo había llegado en mi estudio a conclusiones muy lejanas a las opiniones que estaban expresando. Pero dejemos ya la primera persona: cualquier investigador en este ámbito de la construcción cultural de imágenes propias y ajenas sabe —es casi un lugar común para los sociólogos y otros profesionales— que existe un desfase, que a veces resulta un espectacular desajuste, entre la percepción interior y la exterior (cómo nos vemos versus cómo nos ven), pero ese desfase se prolonga también en múltiples ramificaciones o tonalidades: así, por ejemplo, no tiene por qué coincidir y, de hecho, no siempre coincide, la idea que creemos que tienen “ellos”, los foráneos, de nosotros y la que realmente tienen. Obsérvese que este matiz es distinto del anterior: los españoles —pongamos por caso— nos vemos como serios y resArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:20-35

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ponsables, pero creemos que nos ven como festivos y vividores, aunque a su vez esta imagen no tiene por qué ser la que de facto tengan los extranjeros de nosotros. En este complejo tema nos movemos siempre como en un juego de espejos (los reflejos se multiplican hasta el infinito), con influencias e interferencias continuas entre las percepciones propias y las ajenas. Ya se hable de naciones, de culturas o, como ahora está en boga, de civilizaciones, hemos de tratar intelectualmente con un material heterogéneo, pues si bien por un lado está el sedimento de la historia, el poso cultural, el resultado de la interacción o el distanciamiento a través de los siglos, por otra parte nos topamos con elementos deleznables, los prejuicios, las rivalidades mezquinas, las manipulaciones, los intereses inconfesables. A menudo, en un sentido u otro, nos encontramos con simplificaciones groseras, esos tópicos o estereotipos que repugnan al científico social. Pero éste, si es honesto, no puede por menos que reconocer que a veces dichas vulgaridades se han construido sobre un fondo o una realidad que no puede obviarse y, en cualquier caso, tengan más o menos fundamento, dichos tópicos se constituyen por sí mismos en una segunda realidad con la que hay que contar. Al fin y al cabo no sería la primera vez en la historia, ni en la política, ni en la vida misma, que la distorsión o la simple mentira tengan más influencia que la verdad. Volviendo al tema que nos ocupa, el material o las fuentes para trazar un panorama de la opinión foránea sobre la comida española no puede ser otro que los testimonios escritos de las personas que nos visitaron. Hasta hace bien poco, hasta la eclosión de los actuales medios de comunicación de masas, los visitantes extranjeros de nuestro país (que fueron legión, dicho sea de paso, por el tirón de la decimonónica estampa romántica) tenían a gala consignar sus observaciones en forma de libro a su llegada a su país de origen. En algunos casos hasta podríamos decir que el viaje era sólo un pretexto para la publicación: tanto es así que se sospecha que más de uno traspasó la barrera pirenaica... con la imaginación. Era una cuestión de prestigio, de estar à la page como dirían nuestros vecinos pero también, al mismo tiempo, atendían de ese modo a una demanda real, a la curiosidad de un público —normalmente determinados sectores de una clase media europea cada vez más asentada— que se mostraba atraído por un país tan cercano como pretendidamente alejado de algunas de las pautas culturales y políticas que se estaban estableciendo en las naciones punteras del viejo continente. Por decirlo en términos concretos, frente a las nociones de progreso, fe en la razón y la ciencia, tolerancia o defensa de las libertades que constituyen la base del desarrollo del ámbito eurooccidental, España ofrecía una cara distinta y, en algunas vertientes, hasta francamente opuesta. Ya era paradójico en este aspecto que el extremo más al oeste de Europa se convirtiera, culturalmente hablando, en un supuesto edén... ¡oriental! No se trataba tan sólo de que nuestro país fuera durante la mayor parte del XIX —momento histórico en el que fragua el mito español— una nación más atrasada que sus vecinas europeas (Portugal a estos efectos no contaba), sino que 22

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presentaba rasgos específicos que se atribuían a su peculiar pasado: la herencia árabe, la intransigencia religiosa —la huella de la Inquisición— o el poder omnímodo y despótico de algunos monarcas —Felipe II como arquetipo—, entre otros factores, habían dado como resultado un pueblo ardiente, orgulloso, indomeñable, celoso de su independencia, como había demostrado expulsando a Napoleón; un pueblo, en fin, que amalgamaba lo mejor y lo peor de la condición humana, siempre al límite: capaz de las mayores gestas, como había demostrado en América y, al mismo tiempo, de las actitudes más crueles e intransigentes. En esas coordenadas es fácil entender la atracción española: en un mundo en el que el desarrollo económico y una relativa estabilidad política dejaban sentir sus efectos en forma de seguridad, orden y bienestar, España representaba —o eso al menos se pretendía— todo lo contrario, aventura, pasión, “autenticidad”. El país de lo “imprevisible” decía con un mezcla de atracción y suficiencia el aristócrata Richard Ford, uno de los que más contribuyó en el ámbito anglosajón a esa estampa romántica que se convertiría en una de las acuñaciones más perdurables del siglo XIX. El país de “Carmen” hubiera contestado Merimée, y con gusto asentían otros compatriotas suyos, como Dumas y Gautier, que también hicieron el viaje español y contribuyeron con sendos libros a la formación de un mito español.

Posadas... ¿o cuadras? La tentación ripiosa es difícil de resistir: sí, en efecto, la construcción de un mito... ¡a pesar de los fritos! El lector paciente entenderá ahora que los párrafos anteriores no constituían una simple digresión. Las consideraciones que los visitantes harán de las comidas hispanas tienen por fuerza que situarse en el contexto trazado a grandes rasgos en las líneas anteriores. En alguna otra ocasión he escrito que hay que partir de una obviedad: históricamente, es decir en un lapso que abarca desde el siglo XVI hasta, como mínimo, bien entrada la segunda mitad del siglo XX, nadie viene a España atraído por sus encantos gastronómicos. Más bien lo contrario: nuestros visitantes —al menos los que dejan constancia escrita, que son los que crean opinión y nos interesan— proceden por lo general de países más avanzados. Atraviesan los Pirineos o recalan en nuestras costas atraídos por los elementos que sucintamente he expuesto arriba. Esto implica que están dispuestos a renunciar a una serie de comodidades materiales —las que tienen en sus países de origen— en aras de otros atractivos: ¡con decir que hay más de uno que se lamenta de su mala suerte por no haber sido asaltado por los bandoleros! Se venía, pues, buscando el tipismo o color local y esto implicaba una dosis considerable de rusticidad. En esta esfera de la tosquedad que, como hoy diríamos, formaba parte del “paquete”, había dos referentes insoslayables para cualquier viajero: el alojamiento y las comidas. Vayamos por partes: recordemos que hasta hace bien Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:20-35

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poco, históricamente hablando, España era un país mísero, con unas infraestructuras deficientes en todos los órdenes. Unas deficiencias que se intentaron, si no superar totalmente —objetivo poco menos que imposible—, por lo menos paliar a lo largo del siglo XVIII, en especial durante su segunda mitad. Formaba parte esta determinación de aquel espíritu reformista de algunos ministros ilustrados que, como es sobradamente conocido, intentaban situar el país en la órbita y el nivel de otras naciones avanzadas. Algo, en efecto, se logró hacer, pero luego llegó la invasión francesa y más tarde las guerras carlistas y, en fin, con ellas toda la devastación que suele acompañar a convulsiones de esa naturaleza. Es verdad que las propias condiciones físicas no ayudaban, sino todo lo contrario: lejos de constituir un territorio llano o con ríos navegables, buena parte del suelo peninsular se presentaba fragoso y descarnado, con barrancos, torrenteras y abruptas sierras que establecían barreras naturales y hacían penoso cualquier tránsito. (Digamos entre paréntesis que no hay que minusvalorar este peso del medio físico en la formación de pequeñas comunidades diferenciadas: los propios viajeros se dieron cuenta de ello y así lo expresaron en sus escritos). Volviendo a lo que nos importa: atravesar la península de norte a sur o de un lado a otro suponía hasta hace bien poco un considerable esfuerzo, agravado además por la inseguridad de los caminos y las propias condiciones ambientales (frío intenso en invierno, calor achicharrante en verano, grandes despoblados, etc.). Cuando el exhausto viajero de diligencia o carruaje similar completaba su agotadora etapa, dando tumbos, tragando polvo, lo que deseaba era encontrar una habitación limpia, una cama mullida y una cena reparadora. ¡Ay, la contraposición entre los anhelos y la realidad no podía ser más sangrante! Hasta tal punto que uno de los tópicos más consolidados del viaje español era el de la fonda inhóspita, tenebrosa y sucia cual madriguera de raposa, como dice alguno; en todo caso, era casi siempre (decían) un lugar más propio de animales que de personas, infestado de bichos e insectos, con un lecho cutre donde a duras penas podían reposar los huesos después de haber ingerido a precio exorbitante una bazofia más propia de la gamella que de la mesa civilizada. Hay que tener en cuenta que el conocimiento de la alimentación peninsular se limitaba en la mayoría de los casos a lo que se ingería en esas fondas, posadas y ventas de mala muerte (establecimientos que eran caracterizados —otro de los tópicos persistentes— como de tiempos de Cervantes, porque no habían cambiado en siglos). Todavía en las grandes ciudades (suponiendo que lo de “grandes” tuviera sentido, quitando Madrid y Barcelona) había algo más donde elegir, pero el tour peninsular obligaba a pernoctar en muchos puntos de aquellas características a lo largo del itinerario. Así, las posibilidades o el margen de maniobra del que disponían los viajeros era muy limitado, dado que, salvo algunas excepciones, no solían hablar nuestro idioma ni, aún menos, tenían en el país contactos o amigos que les dieran cobijo. Añádase para completar el cuadro que eran además personas acostumbradas por lo general a 24

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un trato, si no exactamente refinado, sí por lo menos muy distinto al que reinaba en aquellas fondas que, no lo olvidemos, eran refugio de arrieros, pastores, carreteros y otras gentes de los estratos más humildes de la sociedad. Importa mucho recalcar que no estamos hablando de un reducido puñado de viajeros o de una época concreta, sino de un asunto que desborda esos límites para convertirse en un denominador común, una especie de tradición de lamentos e imprecaciones que abarcaban todos los elementos del alojamiento español, desde el trato soez del ventero a la falta de provisiones de la cocina; desde el precio —más cercano a la recaudación obtenida con trabuco por el bandolero— a la ausencia de la más modesta comodidad. Así, por ejemplo, ya a mediados del siglo XVII, un viajero francés, Antoine de Brunel, decía: “Da pena ver esas tabernas; puede darse uno por bastante comido cuando ha visto su suciedad. La cocina es un sitio donde se enciende el fuego en el medio, bajo una gran campana o chimenea, que despide humo con tal espesor, que a menudo se cree estar en alguna guarida de zorra, de la que se quiere hacer salir al animal que allí se refugia. Una mujer o un hombre, que se parecen a unos pobres piojosos y cubiertos de andrajos, os miden el vino que sacan de un pellejo de cabrón o de puerco, en el que lo tienen, y que les sirve de bodega y de tonel. A menudo sabe a la piel y a pez en plena garganta, y el mejor vino se convierte en un brebaje desagradable”1. El libro más influyente del período, el Viaje por España en 1679 y 1680 de Madame d’Aulnoy (que curiosamente arrastra desde su publicación la polémica acerca de si su autora hizo realmente el viaje) reitera por doquier esas mismas impresiones. Así, nada más traspasar la frontera pirenaica, la ilustre visitante halla su primer acomodo en una posada en la que se penetra por el corral, sucia y ahumada como la que acaba de describirse líneas arriba. La cena, fuertemente especiada con ajo y azafrán, le produce arcadas: no prueba bocado. Pero, según avanza hacia la Meseta, la Condesa comprueba que esas primeras y deprimentes experiencias... ¡no son nada para lo que le espera! Sufriendo la comitiva alternativamente los rigores del sol y las gélidas temperaturas de la noche, van de posada en posada sin encontrar más que miseria, incuria y suciedad. Poco hay por lo general que llevarse a la boca: poco, caro y malo, y sin más posibilidad que ingerirlo en platos sucios, sin vasos, servilletas o tenedores, y siempre en sorprendente promiscuidad con reatas de mulas y otros animales que campan a sus anchas por los lugares más inverosímiles. Aquí, en España —se asombran ellos—, llaman asado a la carne chamuscada o achicharrada, tan incomestible para un paladar civilizado como cualquier otro “plato” —es un decir— que haya pasado por el temible aceite frito. El elemento indígena está en consonancia con ese nivel: mujeres desmelenadas y hombres renegridos, vestidos —por decirlo también de alguna manera—

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García Mercadal J. Viajes por España. Madrid: Alianza Editorial, 1972; p. 133-134.

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con andrajos, sucios como cerdos, bribones y deslenguados, siempre prestos a sisar algo al prójimo que se descuide lo más mínimo2.

Garbanzos como balines Esta deprimente imagen del país, sobre todo en lo relativo a las condiciones materiales de vida, no cambia durante la centuria siguiente; más bien podría afirmarse lo contrario, que se acentúa si cabe la valoración negativa. La razón es bien sencilla: nuestros visitantes van a ser ahora personas conscientemente imbuidas del espíritu ilustrado. Confían por encima de todo en la razón, en el examen y la ordenación racional de todo lo que les rodea. Son, pudiera decirse, unos positivistas avant la lettre. Vienen con los ojos muy abiertos no ya sólo para lo obvio, para mirar, sino para escudriñar, luego preguntar, más tarde anotar, finalmente diagnosticar. Son los “curiosos impertinentes”, una mezcla de científicos y aventureros, que vienen a representar en el siglo XVIII el papel de los antropólogos culturales del XX. ¿Qué podía parecerles a tales sujetos un país como España, que precisamente había quedado marginado del itinerario convencional del Grand Tour con el que los pupilos británicos completaban su formación? ¿Qué podía ofrecerles la península, el centro de un gran imperio en decadencia insondable? ¿Qué podían hallar sino la constatación de que con la intransigencia religiosa y el despotismo político un país se alejaba de la senda del progreso? España, en fin, representaba la plasmación en negativo de sus ideales y aspiraciones. El relato de viaje de Alexander Jardine, que data de 1788, puede considerarse altamente representativo de las actitudes que acabo de exponer. En sus páginas encontramos algo muy parecido a una reflexión filosófica sobre el gusto culinario y su contexto social y cultural. Partiendo de la base de que hay unos principios racionales también en este ámbito, se lamenta Jardine de que la desidia, la indiferencia y, sobre todo, los vicios adquiridos por las malas costumbres, hagan tan difícil un cambio en los hábitos alimentarios. Sus consideraciones en este aspecto suenan sorprendentemente modernas: deplora que los campesinos “detesten la contemplación de los árboles” y “sientan aversión a la leche, las verduras y las otras maneras de alimentarse sencillas y originales, al tiempo que estropean sus paladares dando rienda suelta al gusto artificial por el ajo, las cebollas, los pimientos y las especias picantes”3. Otros autores del momento, como el inglés Joseph Townsend o el francés Bourgoing, cada uno con sus matices, venían a trazar un cuadro semejante, siempre sin cargar las tintas, porque el viajero ilustrado, a diferencia de los que le precedieron y

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D’Aulnoy, C. Viaje por España en 1679 y 1680. Barcelona: Editorial Iberia, 1962. Jardine, A. Cartas de España. Salamanca: Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2001; p. 340.

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en contraposición a los que le siguieron (los románticos), no pretende sorprender sino analizar; por tanto, no sólo no necesita exagerar y mucho menos fantasear sino que, en función de un objetivo mucho más preciso, hace norma de conducta de la austeridad y la contención. Para entendernos, justo lo contrario de Alejandro Dumas. Entre los relatos viajeros del XIX, el del novelista francés representa la quintaesencia del género, con sus virtudes y defectos en el más alto grado. He aquí, sin duda, el color local, la expresividad, el humor, el ritmo desenfrenado, todo a nivel de un trepidante relato de aventuras. Pero también y, en cierto modo como corolario de ello, la arbitrariedad, la falta de rigor y las exageraciones inverosímiles hasta componer un pastiche en el que lo único que cuenta es el desbordante ego del autor. De este modo, el país mismo que en principio se iba a describir queda en un segundo término o telón de fondo o, aún peor, da la impresión de que sólo interesa en la medida en que sirve de catalizador para las geniales ocurrencias del único protagonista, el propio Dumas. Todo lo cual, como se ha advertido, no es óbice para que haya que tomar en serio la imagen de España que resulta del relato en cuestión. Es verdad que de la pluma del famoso novelista sale una España distorsionada y caricaturesca, pero no es menos cierto que la influencia de ese libro fue inmensa y además se potenciaba con los retratos convergentes de otros muchos autores: el tópico parecía ya tan sólido que lo más rentable era, en vez de combatirlo, adherirse a él. De Dumas —que afirmaba, no lo olvidemos, que África comenzaba en los Pirineos— vienen muchas “gracias” sobre la comida española, desde la descripción de los garbanzos como peligrosos balines que han de consumirse de uno en uno, hasta el aviso de que las renombradas aceitunas, aliñadas de forma que ahuyentarían al mismísimo Lucifer, resultan tan ásperas en la boca que uno creería estar mascando un correoso trozo de cuero. Todo muy sutil, como puede apreciarse. Bien es verdad que un poco antes pero por las mismas fechas (mediados del XIX) otro de los más famosos libros de viajes por España, el de su compatriota Gautier, ya utilizaba una técnica parecida, la exageración hasta la parodia, para trasladar a sus numerosos lectores esa imagen que estaban esperando, la de un país pintoresco e insólito. De hecho, por lo que respecta al tema que aquí nos interesa, Gautier también se había referido a los garbanzos en su vientre “como granos de plomo sobre un pandero”. Aparte de múltiples menciones al desgaire a almuerzos infectos y cenas nauseabundas, cuando se trataba de hacer una síntesis, el polígrafo francés no podía ser más claro: “La cocina no es el lado brillante de España, y los establecimientos de comidas no han mejorado mucho desde Don Quijote. Las pinturas de tortillas con plumas, de merluzas coriáceas, de aceite rancio y de garbanzos que bien pueden servir de balas para las escopetas siguen siendo de la más exacta realidad”. Y, en fin, basten estas consideraciones en torno al gazpacho para completar el cuadro de la imagen gastronómica de España según el renombrado escritor: “El gazpacho merece una descripción particular, y vamos a dar la receta, que hubiese puesto Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:20-35

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los pelos de punta al difunto Brillat-Savarin. Se echa agua en una sopera; a esta agua se le añade un chorro de vinagre, unas cabezas de ajo, cebollas cortadas en cuatro partes, unas rajas de pepino, algunos trozos de pimiento, una pizca de sal, y se corta pan que se deja empapar en esta agradable mezcla, y se sirve frío. En Francia, unos perros un poco bien criados rehusarían comprometer su hocico en semejante mezcolanza”4. Por esas fechas, 1845 concretamente, aparecía en Inglaterra uno de los libros que más influirían en la consideración de España en el exterior: A Handbook for travellers in Spain, de Richard Ford, que luego se completaría con un volumen más reducido con el título de Gatherings from Spain. En contraposición a los escritores franceses antes citados, que hicieron un viaje superficial y apresurado, Ford había vivido una larga temporada en España (en Sevilla, exactamente) y además su estancia había tenido lugar en la década anterior (entre los años 1830 y 1833, para ser precisos), es decir, mucho antes de la aparición del libro. No acaban aquí las diferencias porque, también en abierto contraste con el tono frívolo de las publicaciones al uso, el inglés era un erudito, obsesionado por la etimología de los topónimos y los términos españoles en general; era además metódico y concienzudo, siempre crítico y a veces de un racionalismo un tanto acartonado. Un romántico muy sui generis, vaya. Pues bien, si pongo aquí tanto énfasis en las diferencias de todo tipo, es porque interesa resaltar que, pese a ellas, la imagen resultante del país, aparte de matices que aquí no nos importan, no es sustancialmente distinta. Limitémonos, en sintonía con el contenido de estas páginas, al ámbito alimentario. Voy a decirlo de manera sucinta, pues no es difícil resumir el pensamiento de Ford al respecto. La cocina española tiene una cosa buena: la materia prima, ya sea vegetal o animal. Todo lo que viene después, por lo general, son las distintas maneras de estropear dicho producto hasta conseguir que llegue a la mesa en un estado incomestible o, por lo menos, bastante peor de lo que era en origen. No deja de ser significativo en este sentido, argumenta, que los dos vinos peninsulares que merecen la pena, el jerez y el oporto, son los únicos que no son elaborados por los naturales, sino por extranjeros. Por tanto, consejo elemental a todo el que quiera viajar por España: que lleve su propio cocinero y se abastezca de productos en los mercados locales. El inglés, sin embargo, huye de generalizaciones abusivas y, aunque sostiene que ser buen cocinero es “cosa rara en España”, no deja de reconocer que determinados platos regionales son excelentes. Pero la objeción básica de Ford a la culinaria hispana se inscribe en la crítica general del carácter español: “Provinciano en todo, el español toma los bienes tal como los dioses se los envíen, como los tiene a mano; bebe el vino que se produce en la viña más cercana y, si no lo hay, se regodea con el agua de la fuente que esté menos lejos. Es lo mismo en todas las cosas; añade el menor

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Gautier, T. Viaje a España. Madrid: Cátedra, 1998; p. 119, 187 y 291-292.

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esfuerzo posible a lo que la Naturaleza le concede buenamente; su objeto es sacar el mayor provecho con la menor cantidad de trabajo; deja que un vivificante sol y un suelo fértil cree para él la primera materia, que exporta, pareciéndole perfectamente que el extranjero se los devuelva transformados por el arte y la industria (...)”5.

Las exigencias del mito Parodiando una acuñación de éxito, podríamos decir aquí que los tiempos cambian, los mitos permanecen. Cambia paulatina pero profundamente España a lo largo del XIX, es verdad que a saltos, a veces con terribles convulsiones (pronunciamientos, asonadas, guerras carlistas), pero también con el esfuerzo callado, el sacrificio y la determinación de muchos españoles que no se conforman con que su país permanezca a la cola de Europa occidental, por más típico y atractivo que eso pueda resultar a nuestros visitantes, deseosos de encontrar un zoo ibérico relativamente cerca de sus confortables casas burguesas. De este modo, la España de las diligencias se transforma en la España de los ferrocarriles, del mismo modo que el país de los espadones se convierte en el país de la alternancia pacífica entre Cánovas y Sagasta. Tiene lugar un desarrollo sostenido siguiendo la senda trazada por las naciones más prósperas de nuestro entorno, un progreso perceptible en todos los aspectos, desde el económico al político, en lo social y cultural, en el orden estructural y la vida cotidiana. Hasta la fisonomía urbana presenta una cara renovada (recuérdense los ensanches de casi todas las capitales de provincia). Quiero decir con ello, en definitiva, que son cambios tan evidentes que no podían ser ignorados ni por el viajero más presuroso o atolondrado... Pero, ¡ay!, el viajero no siempre está dispuesto a ver la realidad..., sobre todo si esa realidad no coincide con sus expectativas o prejuicios. El mito de la España romántica había fraguado con éxito sorprendente de un confín a otro de Europa, e incluso fuera de ella (sobre todo en los Estados Unidos). El viajero de los últimos decenios del XIX, e incluso el de las primeras décadas del siglo siguiente, viene a disfrutar la España romántica y no está dispuesto a que una prosaica realidad le estropee la ilusión. Reconozcamos que tenía una pequeña parte de razón en esa actitud: para recorrer un país europeo “normal” y ponderar sus avances en la senda de la civilización, entonces... ¡no tendría sentido venir a España, que ofrecía todo ello de modo parcial e insuficiente! Hay todo un subgénero en la literatura ensayística de este período, de Valera a Marañón, pasando por el propio Ortega, lamentándose amargamente de cómo nos miran los extranjeros, poco interesados en ponderar los avances del país o franca5

Ford, R. Las cosas de España. Madrid: Turner, 1988; p. 161.

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mente refractarios a reconocer cualquier elemento modernizador. Es verdad que no pocos visitantes hacen puntuales reconocimientos de algunas de estas transformaciones, pero, por lo general, es casi como una concesión y, lo que es más sintomático, se duelen inmediatamente de que España esté perdiendo su “esencia”, su “identidad”. Y así, cuando Davillier publica su monumental obra sobre España, ya en una fecha tardía del XIX (1874), lo que perdura en la mente del lector no es el tono enciclopédico (y un tanto pesado, todo hay que decirlo) con el que el Barón da pormenorizada cuenta de los rasgos de todas y cada una de las regiones peninsulares, sino las ilustraciones rabiosamente románticas de Gustavo Doré que, más que acompañar, vampirizan el texto: toreros y gitanos, pastores y carreteros, mendigos y campesinos que parecen sacados de la Edad Media... y, sobre todo, bailes, fiestas, corridas y celebraciones diversas, como si el país viviera en una perpetua fiesta. Junto a todo ello, y en el omnipresente marco de una arquitectura arabizante, el contrapunto de lo tétrico y lo misterioso: ejecuciones, mazmorras, cuevas misteriosas, rincones encantados, vegetación “exótica”, desfiladeros inverosímiles... Un poco más adelante, ya en el tramo final del XIX, el norteamericano August F. Jaccaci llega a la península con un objetivo preciso: recorrer la llanura manchega bajo la advocación del Caballero de la Triste Figura6. Y, como puede suponerse, lo que ve a cada paso son las sombras o, mejor dicho, las encarnaciones mismas de los personajes cervantinos. Lo dice él, de manera explícita: es como si milagrosamente el tiempo no hubiera pasado. Como si todo estuviera detenido en una intemporalidad sublime. Las criaturas de Cervantes, no sólo Don Quijote y Sancho, sino hasta el ama, el barbero o Maritornes, siguen viviendo en la Mancha. (Conviene por otro lado subrayar que este enfoque no es privativo de los extranjeros: en 1905 Azorín publicaba La ruta de Don Quijote con esa misma tesis de tiempo detenido). Y, en fin, por terminar con los ejemplos, el pintor escocés Stewart Dick a comienzos del siglo XX estuvo viviendo y empapándose del espíritu español en Toledo. ¿En la Toledo del siglo XX? ¡Por supuesto que no! El presente de la pequeña ciudad castellana no le interesaba lo más mínimo. Es más, como él dice claramente en su libro de memorias, Toledo “nunca podrá modernizarse” porque “pertenece al pasado”. La gente que supuestamente llena sus calles son fantasmas. Sus auténticos habitantes no son los que nos saludan al paso, sino los que dejaron su huella en la ciudad, moros, caballeros y clérigos: “Éstos son los habitantes reales de Toledo. Escucho sus pisadas en las estrechas calles, el eco de sus voces entre los arruinados palacios y vacíos salones”7.

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Su obra aparecería traducida en España bastante después, en 1915, con el título de El camino de Don Quijote (Por tierras de la Mancha). 7 Dick, S. El corazón de España. Impresiones de un artista en Toledo. Madrid: Antonio Pareja, editor, 2001; p. 48. 30

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Y a todo esto, ¿no hemos olvidado del aspecto alimentario? No, en absoluto. Lo que pasa es que resultaba necesario insistir en el contexto, porque, como ya he dicho en más de una ocasión, las consideraciones gastronómicas nunca constituyen un elemento autónomo, sino todo lo contrario. He procurado trazar las coordenadas para que pueda ser el propio lector quien barrunte la respuesta. Y, en efecto, no encontrará sorpresa alguna. Sin ir más lejos, en uno de los libros que acabamos de citar, el Barón de Davillier anuncia desde el primer momento, en la primera página, que quiere captar “la verdadera España” y “no esa España de opereta”. Y para animar a su amigo, el pintor Doré, a la aventura de conocer este fascinante país, le dice: “Únicamente encontrarás barrido todo recuerdo de las bodas de Camacho. España no es país de buena mesa. Pero, a la vuelta, te acordarás con gozo de las largas privaciones”8. No había, pues, mala fe en la actitud extranjera, como pensaban algunos españoles. Las exigencias del mito, ese mismo mito que servía de imán, les impedía el reconocimiento cabal de un progreso o modernización que hubiera destruido la esencia de lo que habían venido a buscar. Cuando, ya bien asentado el siglo XX, el más digno heredero de los “curiosos impertinentes”, Gerald Brenan, decide refugiarse en estas tierras, ¿qué pretende? Lo mismo que su paisano Richard Ford: autenticidad, vida pura y libre, lejos de la sofisticación y el acartonamiento de las elites inglesas. No es sólo que se venga a un país más atrasado sino que, para que no haya duda, se establece en uno de los lugares más agrestes y alejados de la “civilización”, la Alpujarra granadina. ¿La comida? ¿Qué importaba en este contexto la comida, salvo que estuviera en consonancia con esa naturalidad que se había venido a buscar? El propio Brenan despacha displicentemente esta cuestión: “Los méritos o deméritos de la cocina española merecen encontradas opiniones. Mi experiencia es que, en su más humilde nivel, presenta unos cuantos platos admirables y dos o tres deplorables”. En este último nivel colocaba el cocido, recogiendo esa advertencia que ya hemos visto en más de una ocasión acerca del garbanzo como “bala amarilla que explota en el interior del cuerpo”9.

Balance de sobremesa En las páginas anteriores se han analizado sucintamente algunas de las razones que llevaron a nuestros visitantes a formarse y difundir una mala imagen de la cocina española en un largo lapso que va desde el s. XVI hasta, como mínimo, el último cuarto del siglo XX. Como ya dije en su momento, las imágenes de los países o socie-

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Davillier, Ch./Doré, G. Viaje por España, tomo I. Madrid: Ediciones Grech, 1988; p. 11-12. Brenan, G. Al sur de Granada. Barcelona: Tusquets, 2001; p. 169-170.

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dades son siempre complejas, por los heterogéneos factores que las integran y por sus múltiples significados. Por concretar y para fijarnos sólo en un aspecto, no es exagerado colegir de ello que a veces la valoración global que se hace de la “experiencia española”, nos dice más del observador y sus prejuicios que del propio país en ese momento histórico. A ello hay que unir, como también se apuntó en las páginas anteriores, las circunstancias concretas del viaje peninsular en el marco histórico considerado: los desplazamientos eran difíciles, largos, tediosos; las condiciones ambientales (grandes zonas despobladas del interior) y, sobre todo, las temperaturas, muchas veces extremas, no ayudaban a disfrutar de la marcha; finalmente, cuando se llegaba al lugar de reposo, no solía hallarse nada parecido al confort, se encontraba poco que se asemejara a una comida decente y sí, en cambio, se topaba el forastero con mucha suciedad e incuria, modales groseros y precios abusivos. En esas coordenadas habría que situar además las limitaciones propiamente dichas del viajero para captar realmente el país. Las visitas eran por lo general muy convencionales, con un itinerario tipo que incluía pocas variantes. O sea, dicho mal y pronto, que la mayoría iba a los mismos sitios (Madrid, Toledo, Sevilla, Granada…) sin apenas salirse del guión previamente establecido. No era algo tan apresurado y epidérmico como el turismo estandarizado de hoy en día, pero tampoco puede hablarse, ni mucho menos, de un contacto a fondo con el país y sus habitantes, salvo contadas excepciones de curiosos que se quedaron a vivir una temporada algo más larga. La prueba de esa extendida superficialidad es que buena parte de los extranjeros no logra dar cuenta de la diversidad regional en el aspecto culinario: hay, sí, menciones sueltas al arroz valenciano, al gazpacho andaluz o al cocido en todas partes, pero poco más. Hay otros dos factores a cargar en las limitaciones del visitante. Uno de ellos es un imponderable de carácter cultural, de ayer y de hoy: no hay nada más conservador que el gusto; para la mayoría de personas que recorren un país extraño una de las cosas más difíciles, no ya de aceptar, sino simplemente de apreciar, es la comida autóctona. Tanto más, obviamente, cuanto mayor es la distancia cultural, pues no me refiero al expediente socorrido de ingerir un menú adaptado —estereotipado-, sino a la valoración de los productos y platos que consumen cotidianamente los naturales. El segundo factor al que me quiero referir potencia este déficit de apreciación: si, junto a ello, no existe un talante humilde en el foráneo, sino todo lo contrario, una actitud de suficiencia, la posibilidad de un juicio certero se aleja considerablemente. Tal era el caso de la mayor parte de nuestros visitantes, procedentes de naciones prósperas y adelantadas, conscientes de que estaban recorriendo un país inferior en todos los órdenes, incluido naturalmente el aspecto culinario. En este sentido, hay que consignar que históricamente la cocina española se ha visto perjudicada por la comparación sistemática que han hecho los de dentro y los de fuera con la cocina francesa, una de las más potentes y sofisticadas del mundo. Una vez dicho todo eso, también habría que dejar un hueco para reconocer que los españoles no se lo ponían nada fácil a los visitantes. Lo que hoy llamaríamos la in32

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fraestructura —caminos, medios de comunicación— y la atención hostelera —alojamiento y comida— han dejado tradicionalmente mucho que desear en nuestro país. La norma hasta hace bien poco era la dejadez y la búsqueda de beneficio a corto plazo. No es menos cierto, por otro lado, que esos rasgos quedan relativizados si atendemos al contexto, es decir, al conjunto del país: a lo largo del período considerado, la España real era un territorio donde reinaba la pobreza, la falta de medios y, por decirlo de manera rotunda pero no exagerada, el hambre. Cuando a veces se habla alegremente de “recuperar nuestras tradiciones gastronómicas” se olvida que lo más tradicional en España a lo largo de los siglos ha sido el hambre, lisa y llanamente. Y, cuando no había hambre, lo que tampoco existía desde luego era “alimentación mediterránea”, sino el condumio más modesto consistente en lo que se tenía más a mano en cada región: pan, gachas, tocino, patatas o algunas legumbres, constituyendo una dieta monótona e insuficiente. A ello hay que unir determinadas características de la cocina española que normalmente solían espantar al paladar extranjero: la tendencia a chamuscar las carnes, la omnipresencia del ajo, el sabor insidioso de la pimienta, el abuso del azafrán y, en general, la manía de condimentar con sabores muy fuertes cualquier plato. Nada, sin embargo, era comparable, a la sensación nauseabunda que despertaban los fritos. Téngase en cuenta a este respecto que se trataba de un aceite sin refinar: una de las anécdotas recurrentes de los viajeros románticos era que el aceite para aliñar la ensalada se cogía... de la lámpara. Ese aceite en las frituras producía literalmente náuseas. En plenos años treinta del siglo XX, un griego, Kostas Uranis, describe: “Nunca olvidaré en mi vida lo que sentí cuando acerqué mi boca a una patata frita: el olor del aceite frito era tan repugnante que todo mi cuerpo hizo un movimiento brusco hacia atrás como si hubiese recibido el puñetazo de un boxeador o una fuerte descarga eléctrica”10. No es, ni mucho menos, una opinión aislada. De hecho, Josep Pla, al hablar de los vapores de aceite que impregnaban los barrios populares de Madrid, recordaba lo que sobre el particular decía Galdós: “Lo que ha salvado a España de las invasiones extranjeras ha sido principalmente el aceite hervido”11. ¿Han cambiado las cosas en los últimos tiempos? No cabe la menor duda. Puede hablarse incluso en este ámbito, como en algunos otros, de transformación espectacular. No nos pueden doler prendas en reconocerlo, por dos motivos: primero, porque indudablemente es un cambio a mejor y, segundo, porque ratifica uno de los principios esenciales que aquí se han establecido, que las cuestiones de cocina no constituyen un factor autónomo sino un aspecto que debe encuadrarse en la consideración general del país. Al aumentar la estima de éste, se incrementa el aprecio gastronómico. No se trata de un principio generalizable universalmente porque no toda gran

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Uranis, K. España. Sol y sombra. Madrid: Cátedra, 2001; p. 211. Pla, J. Madrid, 1921. Un dietario. Madrid: Alianza Editorial, 1986; p. 111.

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nación tiene necesariamente una gran cocina (piénsese en el caso inglés), pero sí sirve para el ámbito español. Otra cosa muy distinta —recuérdese lo que se dijo al respecto páginas atrás— es si ese cambio ha fraguado en las mentes extranjeras tanto como los españoles creen. Con la desmesura habitual, suele proclamarse que como en España no se come en ninguna parte o que los chefs españoles marcan el rumbo de la nueva gastronomía. ¿Es eso lo que se piensa fuera de nuestras fronteras? Lo cierto, para irritación de algunos y pasmo de muchos, es que luego llegan los críticos de la Guía Michelín y las codiciadas estrellas quedan muy por debajo de las expectativas... y de otros países europeos.

Selección bibliográfica Habría que diferenciar dos tipos de obras; por un lado, los relatos de viajes de extranjeros por España (que pueden contener —o no— referencias alimentarias, entre otros múltiples aspectos); y, por otra parte, los testimonios y estudios de hábitos alimentarios en España en épocas pretéritas (que, por lo general, nada dicen sobre la valoración extranjera). El investigador de la percepción externa de las costumbres culinarias tiene, pues, que combinar una y otra fuente. A continuación se ofrece una relación entreverada de títulos de ambos campos pensando en su (relativa) accesibilidad para un lector no especializado. • Alberich, J. Del Támesis al Guadalquivir. Antología de viajeros ingleses en la Sevilla del siglo XIX. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1976. • Aymes J.-R. Aragón y los románticos franceses (1830-1860). Zaragoza: Guara Editorial, 1986. • Burns Marañón T. Hispanomanía. Barcelona: Plaza-Janés, 2000. • Capel JC. La gula en el Siglo de Oro. Bilbao: R&B, 1996. • Checa Cremades JL. Madrid en la prosa de viaje. Siglo XVIII. Madrid: Comunidad de Madrid, 1993. • Corral J. Ayer y hoy de la gastronomía madrileña. Madrid: El Avapiés, 1992. • Dumas A. Cocina española. Madrid: Seteco, 1982. • Eslava Galán J. Tumbaollas y hambrientos. Barcelona: Plaza & Janés, 1999. • Fernández-Armesto F. Historia de la comida. Alimentos, cocina y civilización. Barcelona: Tusquets, 2004. • Flandrin, J.-L. y Montanari, M. (dirs.) Historia de la alimentación. Gijón: Trea, 2004. • Flores Arroyuelo F. La España del siglo XX vista por los extranjeros. Madrid: Cuadernos para el diálogo, 1972. • Ford R. Las cosas de España. Madrid: Turner, 1988. • Freixa C. Los ingleses y el arte de viajar. Una visión de las ciudades españolas en el siglo XVIII. Barcelona: Ediciones del Serbal, 1993. • García-Romeral C. Viajeros portugueses por España en el siglo XIX. Madrid: Miraguano, 2001. • García Mercadal J. Viajes de extranjeros por España y Portugal. Salamanca: Junta de Castilla y León, 1999. • García Mercadal J. Viajes por España. Madrid: Alianza, 1972. 34

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Rafael Núñez Florencio

• Luján N. Historia de la gastronomía. Folio: Barcelona, 1997. • Martínez Llopis MM. Historia de la gastronomía española. Altaya: Barcelona, 1998. • Martínez Salazar Á. De techo y olla. Alojamiento y comida en los libros de viaje por España. Madrid: Miraguano, 2002. • Matyjaszczyk Grenda A, Presa González F. Viajeros polacos por España (a caballo de los siglos XIX y XX). Madrid: Huerga y Fierro editores, 2001. • Medina FX. (ed.) La alimentación mediterránea. Historia, cultura, nutrición. Barcelona: Icaria, 1996. • Núñez Florencio R. Con la salsa de su hambre. Los extranjeros ante la mesa hispana. Madrid: Alianza, 2004. • Núñez Florencio R. Sol y Sangre. La imagen de España en el mundo. Madrid: Espasa Calpe, 2001. • Paradela, N. El otro laberinto español. Viajeros árabes a España entre el siglo XVII y 1936. Madrid: Siglo XXI, 2005. • Plasencia P. Los vinos de España vistos por los viajeros europeos. Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1994. • Ritchie CIA. Comida y civilización: De cómo los gustos alimenticios han modificado la historia. Alianza: Madrid, 1986. • Robertson I. Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España desde la ascensión de Carlos III hasta 1855. Madrid: Editora Nacional, 1976. • Santos Ramírez JA. Madrid en la prosa de viaje. Siglo XIX. Madrid: Comunidad de Madrid, 1994. • Santos Ramírez JA. Madrid en la prosa de viaje. Siglo XX. Madrid: Comunidad de Madrid, 1996. • Terrón E. España, encrucijada de culturas alimentarias. Su papel en la difusión de los cultivos americanos. Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1992. • Toussaint-Samat M. Historia natural y moral de los alimentos. Madrid: Alianza, 1991-1992. • Villar Garrido AJ. Viajeros por la historia. Extranjeros en Castilla-La Mancha. Toledo: Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 1997.

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Buen trabajo, Tuán Conrad (Vida y obra de Joseph Conrad, 1857-1924) Well done, Tuan Conrad (The life and work of Joseph Conrad, 1857-1924) ■ Santiago Prieto

Resumen Joseph Conrad, autor polaco que escribió toda su obra en inglés, puso al hombre ante situaciones límite o incomprensibles. Casi siempre derrotados de antemano, sus personajes mantenían el pundonor y el sentido del deber hasta el final. Por encima de todo, eran individuos que luchaban por conservar la lealtad a sus principios, aun cuando ello les hiciera vulnerables y significara su propia perdición. En estas páginas se recuerda la vida y la obra de un escritor que halló nuevas vetas en el hombre y con ello contribuyó a modernizar la novela.

Palabras clave Joseph Conrad. Biografía. Novelas. Marlow. Almayer. Nostromo. Nellie.

Abstract Joseph Conrad, a Polish author who wrote all his work in English, placed man before borderline or incomprehensible situations. Although almost always defeated beforehand, his characters maintained their dignity and sense of duty until the very end. Above all, they were individuals who fought to remain faithful to their principles even when this made them vulnerable and signified their own ruin. In these pages we remember the life and work of a writer who discovered new strains in man and in doing so helped to modernise the novel.

Key words Joseph Conrad. Biography. Novels. Marlow. Almayer. Nostromo. Nellie.

El autor es médico. (El título del presente artículo hace referencia al escrito de Conrad “Well done”, publicado en 1918, y que se conoce en lengua española como “Buen trabajo”.) 36

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■ Polonia, probablemente la más avanzada social y culturalmente de las naciones del Este de Europa, tuvo sus años de esplendor en los siglos XVI y XVII. Sin embargo, las particiones que sufrió en 1772, 1773 y 1795, empeoradas por el tratado de Viena de 1815, pusieron bajo el dominio de Prusia, Austria y Rusia gran parte de su territorio. A mediados del siglo XIX sólo la región de Cracovia era oficialmente Polonia, lo que no impedía un vivo sentimiento nacional en las áreas sojuzgadas. Por entonces nacía allí un escritor que, con un argumentario vívido y original, y una sorprendente forma de narración en una lengua que no era la suya materna, reorientó los caminos de la novela y abrió una perspectiva original en la visión de ese bípedo contradictorio y surcado de soledades que es el hombre.

Los primeros años Josezf Teodor Konrad Naleçz Korzeniowski venía al mundo el 3 de diciembre de 1857 en Berdichevo, entonces bajo el Imperio ruso y hoy en el centro de Ucrania. Su padre, Apollo Korzeniowski, aristócrata, poeta, activo oponente del dominio zarista y políglota, había traducido a Shakespeare, Víctor Hugo y Dickens al polaco. Su madre, Ewa Bobrowska, trece años más joven que Apollo, compartía su ideario y ambos participaron en la insurrección de 1863. Fueron detenidos y desterrados a la región de Volojda, a quinientos kilómetros al noreste de Moscú. Allí, donde sólo abundaban el frío y las privaciones, pasaron dos años con su retoño. De vuelta a Berdichevo, Ewa moría de tuberculosis en abril de 1865 y Apollo, hundido en la depresión, sucumbía en 1869, en Cracovia, a la misma enfermedad. Los últimos días de sus padres, y en particular de su madre, a los que asistió apurando hasta la última gota del cáliz, dejaron en él una impronta indeleble. Las migrañas y una pleuritis que, con el antecedente familiar, probablemente fuera tuberculosa, también formarán parte de sus recuerdos de infancia. El niño Josezf queda bajo la tutela de su tío por línea materna Tadeusz Bobrowski, abogado en ejercicio, que orienta su educación y al que dará más de un quebradero de cabeza. Le gustan la Geografía y la Literatura, y ama los mapas casi tanto como los libros. Cervantes, Dickens, Mungo Park, James Fenimore Cooper, Turgueniev y Víctor Hugo, a los que lee con pasión, son sus ayos literarios. Lo que no le impide aborrecer la obra de Dostoievski y, antes de cumplir los 17, dando un inesperado giro a su vida, tomar la decisión de ser marino.

Juventud. El mar En septiembre de 1874, Josezf Konrad Korzeniowski viaja a Marsella (“Marseille, où j’ai jeté mon premier coup d’oeil conscient sur le monde et la vie”, escribirá). Allí se Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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emplea como aprendiz de marinero en la naviera Delestang et Fils, cuyos barcos viajan al Caribe. A bordo de las goletas Saint Antoine y Mont Blanc realiza tres viajes en los que se empapa de la vida de los hombres del mar, y recorre las Antillas, la costa oriental de Méjico, Venezuela y Colombia, a la vez que toma buena nota de individuos y lugares que hará revivir en su momento. De vuelta a Marsella, participa en 1877 en el contrabando de armas para los seguidores de don Carlos, aquel pretendiente al trono de España que a tantas muertes da lugar en el siglo XIX. Por entonces se mete en un turbio lío de faldas por el que se ve abocado a un duelo, sufre pérdidas en el juego en el Casino de Montecarlo a las que no puede hacer frente y comete un fallido intento de suicidio pegándose un tiro en el pecho. La bala le atraviesa, pero no le afecta a estructuras vitales y puede contarlo. Se ve obligado a recurrir a su tío que le saca de la estacada y sale del trance con algún costurón en el pellejo... y en la autoestima. Además, discute con su empleador y no olvida que procede de la Polonia ocupada por el zar, por lo que a sus 20 años puede ser reclamado para hacer el servicio militar en Rusia. Debe emigrar. Durante el tiempo que ha pasado embarcado se ha cruzado más de una vez con barcos de la marina mercante inglesa, cuya organización admira y que es soporte de un Imperio que está en su apogeo. Y a finales de 1877 se embarca en Marsella en el Mavis, buque carbonero inglés que se dirige a Constantinopla. Cuando finaliza el viaje de vuelta, en junio de 1878, el aún llamado Josezf Korzeniowski desembarca en Lowestoft, Suffolk, su primer contacto físico con las tierras de Albión. Ya ha hecho su inmersión en la que será su tercera lengua, en la que ahonda devorando todos los números del Times que caen en sus manos, hasta dominarla y llegar a convertirla en su instrumento de trabajo. Sin detenerse, vuelve al mar en el Skimmer of the Sea, goleta que hace la ruta entre Lowestoft y Newcastle y en la que permanece hasta que se enrola en el Duke of Sutherland, clíper lanero que parte de Londres con destino a Sidney. En junio de 1880 supera en la ciudad del Támesis el examen de Segundo Oficial y en el abril siguiente se embarca como tal en el Palestina, un viejo cascarón a vela cargado de carbón con destino a Bangkok. Desde muy pronto la travesía es una prueba para el barco y los hombres que lo gobiernan. Sufren una galerna en el Mar del Norte, el abordaje accidental por un vapor, la combustión espontánea de la carga en el Índico y la fuga de casi toda la tripulación en los botes salvavidas. Con saber y temple, Korzeniowski puede alcanzar en un bote averiado la costa de Sumatra con los pocos marineros que habían permanecido a bordo. Una experiencia útil para un argumento. Vuelve a Londres y en septiembre de 1883 se contrata como segundo oficial en el Riversdale, en el que viaja hasta Madrás, en el sudeste de la India. Desembarca allí y viaja hasta Bombay, en el oeste de ese gran país, para incorporarse al Narcissus, vapor que en las proximidades del Cabo de Buena Esperanza debe soportar una tempestad que está a punto de mandarlo a pique en más de una ocasión. El comporta38

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miento de los oficiales y la tripulación durante el trance quedan fijados en la retina de un observador que se faja como el primero. Al año siguiente logra el certificado de Primer Oficial y en 1886 se producen dos hechos cruciales en su vida: en agosto obtiene la ciudadanía británica y en noviembre el título de Capitán de la Marina Mercante Británica. En febrero de 1887 se embarca como primer oficial del Highland Forest con destino a la isla de Java; y en agosto salta al Vidar, vapor con el que recorre durante medio año las Celebes, Singapur, Borneo, el mar de Sulu y muchas de las islas del sudeste asiático. Se fractura una pierna y ha de pasar tres meses hospitalizado en Bangkok. Es, probablemente, en estos viajes y durante los noventa días en el dique seco cuando empiezan a bullirle las ideas y a tomar conciencia de que necesita verterlas al papel. No en vano muchas de sus historias y personajes más elaborados saldrán de ese periplo. En enero de 1888 le asalta la duda de volver a Inglaterra y en Singapur renuncia al puesto de primer oficial del Vidar. Pero, cuando va a dejar el mar, recibe una oferta que un primer oficial con amor propio no puede rechazar: ir a Bangkok para incorporarse como capitán del Otago. Este bricbarca será el único barco que mandará. La impresión que le causa al verlo quedará plasmada en La línea de sombra: “Sí, allí estaba. La visión de su casco y aparejo me llenaron de alegría... Uno se siente satisfecho de vivir en un mundo en el que existe semejante criatura”. Pero una criatura con la que tiene la ingrata experiencia de pasar tres semanas en una travesía por el golfo de Siam con calma chicha, el segundo oficial enloquecido, la tripulación consumida por el paludismo y sin quinina a bordo. Sólo él y el cocinero, cardiópata a punto de la insuficiencia cardíaca, se libran de enfermar. Rinde viaje en Singapur para, casi sin tomar aliento, partir hacia Australia, tocar los puertos de Sydney, Melbourne y Adelaida, y adentrarse en el Índico hasta la isla Mauricio. Vuelve a Inglaterra a finales de 1889 y empieza a escribir las primeras páginas de un esbozo de novela. No le es fácil. En la primavera del año siguiente se desplaza a Polonia. Va a cumplir 33 años y ha pasado la mitad de ellos en la mar cuando visita a su tío Tadeusz. Las raíces son las raíces y la sangre es la sangre. En mayo de 1890 viaja al eufemísticamente denominado “Estado Libre del Congo”, una de las páginas más destacadas en la historia universal de la infamia. Creada en 1885 por el rey Leopoldo II de Bélgica “para abrir a la civilización la última parte del globo donde ésta todavía no ha penetrado”, la Societé Anonyme Belge pour le Commerce du Haut-Congo será durante 25 años un ejemplo de codicia y barbarie aplicadas sin control contra el hombre y la Naturaleza. Unos diez millones de negros mueren por el trabajo, o sencillamente asesinados, en ese cuarto de siglo. Todo un éxito de la civilización, sin duda. Korzeniowski llega por mar hasta Boma, en el estuario del río Congo y capital de aquel “estado libre”. Va por tierra hasta Kinshasa y allí tiene una agria discusión con el representante de la Societé Anonyme. Debe aceptar embarcarse como segundo en 40

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el Roi des Belges, barco con el que asciende Congo arriba. Durante el viaje enferma el capitán y asume transitoriamente el mando de una tripulación entre los que hay más de un aficionado al canibalismo. Asiste, además, a la muerte de un alemán, médico, científico y políglota, trastornado después de pasar años como jefe de explotación en aquellas tierras sólo recordadas por los accionistas de la Societé. Un individuo que justificará una novela. No podrá olvidar lo que ve. “La voz siniestra del Congo, con su murmullo sobre la fatuidad, la vileza y la codicia del hombre, barrió las generosas ilusiones de mi juventud y me llevó a mirar en el corazón de una inmensa oscuridad...”, escribirá. Por si fuera poco, sufre por entonces su primera crisis de gota y atrapa el paludismo, enfermedades que le mortificarán durante años. Enflaquecido, quebrantado de cuerpo y doblado el espíritu, rescinde su contrato tras cuatro meses de infierno. Josezf Korzeniowski retorna a Inglaterra en enero de 1891. Todavía pasará algún tiempo embarcado y hasta 1893 le vemos como primer oficial del Torrens, un clíper de pasajeros que hace la ruta Londres-Australia. En el viaje de ida de la última travesía se produce un hecho afortunado. Da a leer el manuscrito de su aún inconclusa novela, La locura de Almayer, a W. H. Jacques, un joven pasajero licenciado en Literatura por Cambridge y que se halla en la etapa final de la tuberculosis. Al pasar la última página, pronuncia una palabra mágica: “Diferente”, para definir lo que acaba de leer. Hablan despacio y el marino comprende que lleva dentro un escritor. Cuando el Torrens atraca en el puerto de Londres el 26 de julio de 1893 acaba su carrera marinera. Le falta poco para cumplir los 36 y ha pasado casi veinte en el mar. Ha visto mucho, lo que en su caso significa suficiente. Tiene argumentos y sabe cómo darles forma. Va a vivir para la Literatura.

Inglaterra. Literatura y madurez Josezf Korzeniowski sabe que su apellido es difícil de pronunciar en inglés y firma como Joseph Conrad la novela que envía en la primavera de 1894, el mismo año en que muere su tío Tadeusz, a la editorial Fisher Unwin de Londres. El manuscrito de La locura de Almayer es leído por el crítico Edward Garnett, que aconseja su publicación y la obra sale a la luz en abril del año siguiente. Tiene cierto éxito y en el prestigioso semanario Saturday Review puede leerse: “La locura de Almayer es una vigorosa narración, con efectos que cautivarán la imaginación y rondarán en la memoria del lector”. No se equivoca. La novela se desarrolla en el Archipiélago Malayo y contiene algunos de los ejes sobre los que gravitarán varias de sus obras. El antihéroe protagonista, un holandés “atenazado por la intriga, con la cabeza llena de sueños locos, débil, irresoluto y desgraciado”; el lugar exótico, promisorio y misterioso: “en aquel tiempo Macasar hervía de vida y movimiento comercial. Era el lugar de las islas adonde se encaminaban Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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todos los hombres arriesgados que, habiéndose provisto de goletas en la costa de Australia, invadían el Archipiélago en busca de dinero y aventuras”; el hombre de acción, el capitán Lindgard: “muchos intentaron seguirle hasta aquella región de abundancia donde había gutapercha y cañas de bambú, conchas perlíferas..., pero el pequeño Flash era más velero que todas las demás embarcaciones de aquellos mares”; la mujer esclava, débil sólo en apariencia, amorosamente analizada, a la que convierte en un símbolo de libertad: “En aquella flexible figura, enhiesta como una flecha, graciosa y libre al andar... dormían ocultos todos los sentimientos y todas las pasiones, todas las esperanzas y todos los temores, el curso de la vida y el consuelo de la muerte... Vivía como las altas palmeras entre las que ahora pasaba, buscando la luz...”. Y el final, en soledad, de Almayer: “El único hombre blanco de la costa oriental había muerto y su alma, liberada de las garras de su locura terrestre, se hallaba ahora en la presencia de la Infinita Sabiduría. Sobre el rostro, vuelto hacia arriba, se veía la serena mirada que sigue al repentino alivio de la angustia y del dolor, y ésta atestiguaba silenciosamente ante el cielo sin nubes que al hombre allí tendido bajo la mirada de ojos indiferentes le había sido permitido olvidar antes de morir”. Es curioso que Conrad en Un vagabundo de las islas, novela que apremiado por Edward Garnett alumbra a principios de 1896, utilice a Almayer como un personaje más, lo que nos hace dudar en qué orden fue concebida. Aquí los protagonistas son Willems, típico personaje conradiano, un holandés fiscal de sí mismo, atormentado y maldito, al que sólo la muerte podrá liberar de su carga insoportable: “Él, que había vivido sin otra preocupación que sus propios trabajos y su propia carrera... lleno de desprecio hacia los hombres... ¿Dónde estaban la seguridad y el orgullo de su destreza, la fe en el triunfo que siempre le había acompañado, su cólera ante la derrota...? ¡Todo había desaparecido...!”. El capitán Tom Lindgard: “un enamorado al mismo tiempo que un fiel creyente del mar. El mar le había abierto sus azules brazos desde su infancia, moldeando su cuerpo y su alma... toda su sabiduría la había adquirido a fuerza de dolor y de trabajo”. Aissa, la mujer de carácter, apasionada hasta acabar por despecho con la vida de su amado: “Usted no sabe, no puede saber... he velado el sueño de los fugitivos exhaustos, y he contemplado cuadros de tragedia, visiones de infierno; he cogido los remos de los muertos por sed y por fatiga, y he remado por ellos...”. Y Babalatchi, el indígena observador, sabio y todo un superviviente: “Yo sólo soy un pobre malayo, que ha tenido que huir muchas veces ante los hombres blancos... He sido criado de unos y de otros, y a veces he tenido que trabajar y dar consejos por un puñado de arroz... ¿de qué sirve la cólera cuando no somos fuertes para luchar? Pero déjeme decirle que ustedes, los blancos, lo han acaparado todo aquí, como en todas partes: la tierra, el mar, la fuerza para la guerra... dejándonos a los indígenas solamente su justicia, la justicia del hombre blanco...”. En marzo de 1896, poco después de publicar Un vagabundo de las islas, Conrad contrae matrimonio. La novia, a la que había conocido en 1894, se llama Jessie George y es una mujer de 22 años, menuda y discreta. Hija de un almacenista y con 42

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un escaso bagaje cultural, no es por ello bien vista por Garnett, que llega a verbalizar su opinión. Pero esta mujer tiene algo más valioso que la cultura: posee innata esa mezcla de luces y generosidad llamada inteligencia; respeta, incluso ama, a su marido y es capaz de soportar sus momentos de irritación cuando combate con el idioma o se atasca en un párrafo o un argumento; o vencer sus largos silencios y sus frases de amargura; pasar a limpio sus manuscritos; superar su escasa propensión a la intimidad, y aguantar el difícil carácter de quien, en el fondo, probablemente es tan crítico como orgulloso, que sabe lo que vale y lo que lleva dentro, pero que con frecuencia sufre el peso de la duda y la desesperanza. Van a vivir a Stanford-le-Hope, en Essex, cerca de la residencia de un viejo amigo que también había sido oficial de la marina mercante. En el yate de éste, el Nellie, harán excursiones por el Támesis y Conrad inmortalizará ese nombre en el arranque de una de sus más celebradas obras. A lo largo de su matrimonio habitarán ocho residencias, casi todas en el sudeste de Inglaterra, en función de su durante bastantes años magro peculio. Y es que, ya desde entonces, es un escritor de minorías y, a pesar de que trabaja sin descanso y da a la editorial una novela cada año, su economía tardará en ser boyante. Además, si su padre había mostrado una indiferencia insensata hacia el dinero, él pelea por cada libra al tener bien presente de lo que vive y lo que necesita para que vivan su mujer y los dos hijos, Alfred Boris y John Alexander que nacen en 1898 y 1906, respectivamente. Una pelea en la que tiene poco éxito. En 1897 da a la imprenta El negro del Narcissus. Las escasas 160 páginas de este texto, que dedica “A Edward Garnett. Este relato sobre los hombres del mar”, han sido consideradas la mejor novela con ese fondo escrita en lengua inglesa. Narrada en primera persona, basada en su experiencia personal y con un sencillo hilo conductor, cual es un marinero tísico, la repercusión de su enfermedad en la conducta de la tripulación y una tempestad en el Índico, incluye en el prefacio una declaración de intenciones por parte del autor: “Así, el artista, al igual que el pensador o el hombre de ciencia, busca la verdad, para sacarla a la luz... Toda novela —por poco que se esfuerce para llegar a ser una obra de arte— se dirige al temperamento...”. Pero ésta es, sobre todo, un ejemplo de dominio del tiempo narrativo, a la vez que un análisis pleno de rigor, observación crítica y afecto hacia los hombres embarcados. Qué podemos decir de la descripción de aquel marinero del que sólo en las últimas páginas sabremos que es analfabeto: “Singleton... no era más que un hijo del tiempo, reliquia solitaria de una generación devorada y a la que nadie recordaba ya... Los hombres capaces de comprender su silencio, los que habían sabido el secreto de existir más allá de la vida, frente a la paz de la eternidad, habían desaparecido. Ellos habían sido fuertes, con la fuerza de los que no conocen ni la duda ni la esperanza... Su cuerpo mortal no había obtenido jamás de él el menor pensamiento... Envejecer... ¿y después? Contempló el mar inmortal... lo vio inmutable, negro y manchado de espuma bajo la vigilia eterna de las estrellas; oyó su voz impaciente llamarlo desde el fondo de Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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una inmensidad despiadada...”. O, cómo no, recordar la tempestad: “Una enorme ola espumeante salía de la bruma; venía sobre nosotros rugiendo salvajemente, tan temible y desmoralizadora en el impulso con que se precipitaba... El barco se elevó y permaneció un momento sobre la cima espumosa... Antes de que hubiéramos podido recuperar la respiración, lo golpeó una pesada ráfaga y otro rompiente lo cogió traidoramente por debajo de la proa; el barco se acostó de golpe y el agua invadió la cubierta...”. Y el final, narrado con un punto de amor y de nostalgia, ya que no en vano él ha vivido la aventura: “La tripulación del Narcissus se borró ante mis ojos. Nunca he vuelto a verlos. El mar se apoderó de algunos, los barcos de vapor de otros, los cementerios de la tierra pueden dar cuenta del resto... Dejemos a la tierra y al mar los que a una y otro pertenecen... Pero hay días en que la corriente del recuerdo... Entonces veo entre desoladas riberas deslizarse un barco... ¿No conquistamos todos juntos sobre el mar inmortal el perdón de nuestras vidas pecadoras? ¡Adiós, hermanos! Erais buenos marineros. Jamás mejores embridaron con gritos salvajes la ondulante tela de un pesado trinquete, ni, balanceados en la arboladura, perdidos en la noche, contestaron mejor, alarido por alarido, el asalto de un temporal del Oeste”. Entre febrero y abril de 1899, Conrad publica por entregas en The Blackwood’s Magazine, una novela corta que titula El corazón de las tinieblas. Imaginada muy probablemente sobre Una avanzada del progreso, relato que poco antes ha publicado en un periódico de Londres, y narrada en primera persona por Charles Marlow (su alter ego, utilizado por primera vez en la historia corta Juventud, en 1898), recoge sus experiencias en el Congo. Concebida de forma original (la historia es contada desde un barco —“La Nellie... se inclinó hacia el ancla, sin una vibración en las velas, y quedó inmóvil”— que espera la pleamar en el estuario del Támesis antes de partir para un largo viaje) y contada de manera que el narrador es a la vez testigo, protagonista y casi interlocutor del lector, es un análisis descarnado del colonialismo y un estudio del individuo puesto ante situaciones límite. Incluye una pincelada con la que dibuja a Marlow en las primeras páginas: “Pero Marlow, si se exceptúa su propensión a urdir cuentos, no era típico, y para él la significación de un episodio no estaba dentro, como una pepita, sino fuera, envolviendo la historia expuesta...”; y el recuerdo autobiográfico en labios del narrador: “De muchacho tenía yo pasión por los mapas. Hubiera mirado durante horas enteras mapas de América del Sur, de África... Pero había allí un río, un río especialmente grande...”. Marlow/Conrad parte de un recuerdo de las expediciones romanas a su llegada a las Islas Británicas, y lo convierte en una aparente justificación de la conducta ante ambientes hostiles: “imagíneselo usted aquí, en el mismísimo fin del mundo: un mar de color de plomo... Eran bastantes hombres para enfrentarse a la tiniebla... O bien piensan ustedes en un joven ciudadano que viene aquí para rehacer su fortuna... Ha de vivir en medio de lo incomprensible, lo que también es detestable. Y eso tiene además una fascinación que obra sobre él. La fascinación de lo abominable”. Sin embargo, muy pronto puntualiza: “Pero aquellos mozos no eran muy dignos de estima... 44

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Eran conquistadores y para esto sólo es necesaria la fuerza bruta, nada de lo que pueda uno vanagloriarse cuando lo posee... La conquista de la tierra, que generalmente consiste en quitársela a los que tienen una tez distinta o una nariz un poco más plana que nosotros, no parece bien si se mira de cerca largo rato”. Y Marlow, que detesta la mentira (“Hay un tinte de muerte, un sabor de mortalidad en la mentira...”) nos habla de lo que conoce bien: la fatuidad del hombre, su insensatez, su codicia; nos habla de crueldad, violencia y muerte. “Figuras negras se agachaban, acostadas, sentadas entre los árboles, pegadas a la tierra, visibles a medias y a medias borradas por la luz difusa, en todas las actitudes de dolor, abandono, desesperación... Morían muy lentamente... Traídos de todos los lugares apartados de la costa, con toda la legalidad de los contratos temporales, perdidos en el ambiente extraño, alimentados con una comida que no les era familiar, enfermaban, se hacían inútiles y entonces se les permitía arrastrarse y descansar...”. Lo que no impide a Marlow, en un requiebro inesperado, darnos un apunte tan original entonces como válido hoy: “¿Qué? ¿He hablado de una muchacha? ¡Oh! Está fuera de aquello completamente. Ellas —las mujeres, quiero decir—, están fuera de esto, deberían estar fuera. Nosotros estamos obligados a ayudarlas para que puedan seguir en su hermoso mundo, porque de otro modo el nuestro sería peor”. Sin embargo, el relato persigue otro objetivo, al principio soterrado, casi una sombra, pero que late cada vez con más fuerza a medida que avanzamos río arriba. Porque el texto es el camino hacia un nombre; hacia un hombre que, fuera de los cauces de la civilización, ha enloquecido de fuerza y soledad. Porque Marlow no está tan lejos del “jefe de la Estación Interior” como ha podido parecernos: “No, es imposible; es imposible comunicar la sensación vital de ciertas épocas de nuestra existencia, lo que es su verdad, su sentido, su esencia vital y penetrante. Es imposible. Vivimos como soñamos, solos... Observen que no trato de disculpar, ni siquiera explicar a Kurtz, trato de darme cuenta de míster Kurtz, de la sombra de míster Kurtz. Aquel espíritu iniciado en el fondo de la nada me honró con sus extrañas confidencias antes de desaparecer para siempre... ¡Una voz! ¡Una voz! Resonó profunda hasta el mismo fin. Sobrevivía a sus fuerzas para esconder, en los magníficos pliegues de la elocuencia, la estéril oscuridad de su corazón. ¡Él luchaba! El desgaste de su cerebro fatigado era visitado por figuras tenebrosas; figuras de fortuna y de gloria que giraban obsequiosas alrededor de su inextinguible don de noble y elevada expresión... Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión; gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro...”. Y el relato acaba donde empezaba, en un barco en el estuario del Támesis, esperando la pleamar: “Marlow se calló y se sentó aparte... Levanté la cabeza... el tranquilo camino de agua que conducía a los últimos confines de la tierra fluía sombrío bajo un cielo cubierto. Parecía conducir al corazón de unas inmensas tinieblas”. Pero nunca sabremos si las tinieblas estaban en el corazón de África, o habían quedado para siempre en el del hombre que había vivido aquella historia. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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Conrad completa la denominada “trilogía de Marlow” con Lord Jim (1900), su obra más extensa y, acaso, más conocida y celebrada. Construida sobre el núcleo del sentido moral de la conducta, el peso de la culpa o, utilizando palabras del autor, “la aguda conciencia del honor perdido”, es el relato de una huida de sí mismo. Una huida que, obviamente, sólo podrá acabar con el fin del protagonista. Jim, “caballeroso y afable”, según Marlow, es piloto del Patna, “vapor más viejo que Matusalén, flaco como un lebrel y más comido de herrumbre...”, que traslada a 800 peregrinos musulmanes desde “un puerto de Oriente” hasta La Meca. Durante la travesía choca con un obstáculo semisumergido y la vía de agua que sufre le parece a Jim suficiente para echarlo pronto a pique. El capitán y dos maquinistas, y con ellos Jim, abandonan el buque en un bote, dejando a los pasajeros a su suerte. Sin embargo, el Patna no se hunde y puede ser remolcado a puerto. El revuelo es notable. Aunque la responsabilidad parecería evidente, Jim es el único que se sienta en el banquillo de los acusados: “—No podía yo escaparme. El patrón lo hizo... Allá él... Pero yo no quería ni podía. Zafáronse todos de un modo o de otro; pero no se hizo semejante procedimiento para mí”. El tribunal le considera culpable y le desposee de su título profesional. Ahí comienza el errar para quien, avergonzado hasta los tuétanos, convencido de que ya nunca será lo que quiso ser, no podrá hallar un refugio. “En toda la redondez de la tierra... no tenía él lugar alguno... al que pudiera retirarse. ¡Eso es! Retirarse... estar a solas con su propia soledad”, nos comenta Marlow. Pero, este caballeroso marino inglés no se limita a contarnos la historia de Jim, también le ayuda a encontrar trabajos para vivir. Trabajos en los que demuestra valía, pero que le duran lo justo hasta que oye hablar del Patna. Y, cuando, en Patusán, tras una larga y notable obra, parece haber hallado el amor y la paz, y entre los nativos se ha hecho merecedor del título de Tuán, señor, un miserable utiliza su inocencia para acabar con su vida. Jim, solo por encima de todo, romántico, neurótico, esclavo de su sentido del deber y de la imagen que de sí mismo se ha forjado “abandona a una mujer llena de vida para celebrar su implacable boda con un fantasma: el ideal de conducta que él mismo se trazó”. Y Marlow, tras preguntarse si Jim “estará ahora satisfecho, totalmente satisfecho”, reconoce en la penúltima página: “Ahora, en que ha dejado de existir, días hay en que la realidad de aquella vida pesa sobre mi ánimo con inmensa, abrumadora fuerza; y, sin embargo, a fe que hay también momentos en que cruza ante mi vista como alma errante perdida entre las pasiones de este bajo mundo, pronta a someterse fielmente al llamamiento de aquel otro mundo de fantásticas sombras al cual pertenece”. Tifón, considerada por los estudiosos como una obra perfecta en cuanto a sencillez narrativa y calidad literaria, aparece en 1902. Es, también, un ejemplo del irónico humor de Conrad. Desde la descripción del poco imaginativo capitán MacWhirr en el capítulo I: “Sólo los superiores dotados de imaginación son hipersensibles, cargantes y difíciles de complacer, pero todos los buques capitaneados por MacWhirr habían sido la personificación flotante de la armonía y la paz. En puridad, al capitán le habría 46

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resultado tan imposible emprender el menor vuelo con su imaginación, como era imposible para un relojero recomponer un cronómetro con los únicos útiles de un martillo de dos libras y un serrucho”; a la preocupación de la señora MacWhirr: “El único secreto de su vida era el terror que le inspiraba la perspectiva del momento en que su marido se jubilara y se instalara en su casa definitivamente”. La novela narra el viaje de un vapor por el Mar de China: “Desde el sur, el Nan-Shan se dirigía hacia el puerto comercial de Fu-chou, con algo de carga en las bodegas inferiores y doscientos coollies chinos que regresaban a sus aldeas natales de la provincia de Fokien...” y la tempestad que durante varios días ha de soportar. Excelente mezcla de descripción del tifón con las expresiones de Jukes, el oficial que, lúcido y templado, ha de soportar las salidas por peteneras del capitán, como aquella de: “La vamos a tener buena”, pronunciada en mitad de la galerna. Y la llegada del Nan-Shan, arrasada la cubierta e inundadas las bodegas, a su destino: “Realmente se diría que había hecho las veces de blanco móvil para las baterías de un guardacostas. Una andanada de cañonazos no habría hecho más estragos en la estructura del buque, dándole el aspecto de llegar desde el fin del mundo. En verdad, en su breve travesía había llegado muy lejos: hasta las costas entrevistas del Más Allá Eterno, de donde ningún barco regresa para conceder reposo, en tierra, a su tripulación...”. En el mismo año, 1902, publica Con la soga al cuello (título más adecuado de The end of the theter, que Situación límite, con el que también es conocida en español) novela corta, excelente desde la primera hasta la última página, en la que el hombre, el barco y el mar alcanzan la altura del mejor Conrad. Un relato sólido, otra vez ambientado en el sudeste asiático, en el que el autor no disimula su simpatía por el protagonista, el capitán Whalley, “orgulloso en otro tiempo de su gran fortaleza física, e incluso de su aspecto personal, consciente de lo que valía y firme en su rectitud...” y que, habiéndolo perdido todo, se halla en el ocaso de su carrera. Hombre pétreo, con pundonor, cuya intrahistoria nos cuenta con detalle y afecto. Un capitán que se está quedando ciego, pero que no puede reconocerlo porque aún necesita seguir en activo y ganar un dinero con el que garantizar la seguridad de su hija, allá en el lejano Londres. Sólo la ayuda del fiel Serang, “un viejo malayo muy despierto, de piel muy oscura...”, le permite mantener la apariencia de que puede dirigir el rumbo de su buque: “—¿Todavía no? —El sol deslumbra mucho, Tuán. —Vigila bien, Serang. —Sí, Tuán”. Unas páginas que acaban con la carta que una joven lee en Londres: “Son quinientas libras... Quiero verte... y, sin embargo, la muerte sería el mejor favor. Si alguna vez lees estas palabras te ruego que ante todo des gracias a un Dios que al cabo se habrá mostrado misericordioso, pues estaré muerto, y eso estará bien...”. Unas páginas cuyo muro de carga, quizá, esté en el capítulo 3: “En aquella época los individuos contaban”. Entre 1904 y 1911 Conrad publica tres novelas extensas con argumento político. La primera de ellas, Nostromo (1904), por un lado es un retrato de muchos de los países de Sudamérica a principios del siglo XX; por otro, una lúcida observación de la Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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codicia que con frecuencia anida en el corazón humano; y es, además, una reivindicación del individuo. Es muy probable que el autor creara Costaguana, el país imaginario donde se desarrolla la historia, sobre recuerdos de sus viajes a las Antillas y las Guayanas. El nombre y la geografía que describe recuerdan esos territorios. Nostromo, capataz de cargadores en el puerto, está inspirado en un marinero corso, al que conoció en Marsella y con el que navegó en el Golfo de León, y queda definido en la nota introductoria: “es un hombre que lleva tras sí el peso de incontables generaciones, sin parentesco del que ufanarse... no aspira a ser un líder... no quiere elevarse sobre la masa; está contento con sentirse un poder dentro del pueblo...”. Su robo de una barcaza cargada de lingotes de plata es la disculpa para la descripción de personajes como el viejo genovés Giorgio Viola, “despreciador del populacho, como los republicanos austeros son a menudo...” y cuyas divinidades eran “la Libertad y Garibaldi”; el inglés Charles Gould, tenaz propietario de la mina y la plata tan codiciada que contiene; su esposa, todo un prodigio de generosidad y capacidad para “leer” las situaciones aun en momentos de confusión; Antonia Avellanos, la bella Antonia, “ella es la que ha conservado en mi memoria la imagen de una vida continuada... ella, como mujer, sencillamente por lo que es, el único ser capaz de inspirar una pasión sincera en el corazón de un frívolo”; o la organización administrativa del país: “las pandillas de ladrones que manejan el gobierno de Costaguana... el temor del funcionarismo con su parodia de administración, enteramente ajena a toda ley, a toda seguridad y a toda justicia...”. Pero a Conrad le cuesta admitir el triunfo material del protagonista y le hace morir de una forma estúpida, aunque sea por amor: “Aquel era otro de los triunfos de Nostromo, el mayor, el más envidiable... Con aquel sincero grito de amor inmortal... el genio del magnífico capataz de cargadores proclamó su dominio sobre el oscuro golfo, que contenía sus conquistas de riquezas y amor”. El agente secreto (1907) está dedicada a su amigo H. G. Wells, “historiador del futuro” y se basa en un hecho real: la muerte de un anarquista por la explosión accidental de la bomba que llevaba encima, en un parque de Londres en 1884. Conrad, que posee la cultura del trabajo y del sentido del deber; que asume la responsabilidad de pensar por sí mismo y conoce al hombre lo suficiente como para abominar de profetas y redentores, es enemigo de toda forma de terror y en estas páginas critica el anarquismo con dureza e ironía: “Ya que nadie se rebela contra las ventajas y los beneficios del orden social, sino contra el precio que hay que pagar, bajo las especies de moralidad corriente, en obligaciones personales, en trabajo. La mayoría de los revolucionarios son enemigos de la disciplina y la fatiga. Se trata de naturalezas que estiman, según su sentido de la justicia, que el precio exigido es monstruosamente desproporcionado, odioso, opresor, vejatorio, humillante, rapaz, intolerable: éstos son los fanáticos...”. Adolf Verloc, el timorato protagonista, a la vez al servicio de la Embajada de Rusia y de la Policía, es incapaz de arriesgar el pellejo y utiliza a su cuñado, un adolescente débil mental, para cargar con la bomba que pretende hacer estallar en 48

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Greenwich. El resultado es la muerte del muchacho y lo que ello precipita. La sumisa esposa de Verloc, Winnie, que más que hermana ha sido la madre que crió a la víctima de la explosión, y por quien realmente ha vivido, hará justicia con un simple cuchillo. Conrad publica en 1911 Bajo la mirada de Occidente, cronológicamente la tercera de sus novelas “políticas”. Una obra muy meditada de la que, para evitar malos entendidos, nos dice en la introducción: “Nunca he realizado un mayor esfuerzo de imparcialidad frente a todas las pasiones, prejuicios e incluso recuerdos personales... Las figuras que desarrollan sus papeles en este relato deben su existencia a un conocimiento general de las condiciones de Rusia y de las reacciones morales y emocionales del temperamento ruso bajo la presión del titánico desorden que, en términos humanos, puede reducirse a la fórmula de una desesperación sin sentido provocada por una tiranía sin sentido”. La novela relata el atentado con bomba que en San Petersburgo causa la muerte del “Presidente de la Comisión Represiva”, “execrable personalidad que no tenía imaginación suficiente para ser consciente del odio que inspiraba”. El autor del atentado cuenta su acción al protagonista, el solitario estudiante Razumov, que lo único que desea es tener seguridad dentro del Sistema y que le delata. Atrapado y convertido en espía, tal acto le persigue a lo largo de las páginas, hasta confesarlo a quienes sabe acabarán con su vida: “Justamente cuando se creía a salvo, y lo que es más, infinitamente más, cuando se dio cuenta de que podía ser amado por esa admirable muchacha, fue cuando comprendió que sus desprecios más acerbos, la peor perversidad, el trabajo endemoniado de su odio y su orgullo, nunca podrían ocultar la existencia que tenía ante él”. Como vemos, para Conrad no hay redención posible para el hombre lúcido que se siente culpable. Como tampoco la hay para el que le revienta los tímpanos y provoca su muerte: “lo que más me inquietaba al escribir de él no era tanto su monstruosidad como su banalidad”; ni, adelantándose en el tiempo, para el propio país: “La reflexión más terrible... es que todas estas gentes no son producto de lo excepcional sino de lo general: de la normalidad de su país, de su tiempo y de su raza. La ferocidad e imbecilidad de un poder autocrático que rechaza cualquier legalidad y que al sostenerse sobre el completo anarquismo moral provoca la no menos imbécil y atroz respuesta de un revolucionarismo puramente utópico que lleva a cabo la destrucción con los primeros medios que encuentra a mano... Esa gente es incapaz de darse cuenta de que lo más que puede conseguir es un cambio de nombres. Oprimidos y opresores son todos rusos...”. Referirse a Rusia en esos términos, aunque sea en 1911, le granjea más de un enemigo y le lleva a la ruptura con su influyente agente literario, James B. Pinker, que para hacerle un favor, escribe: “Conrad no habla inglés”. Intercalada entre Nostromo y El agente secreto, Conrad publica El espejo del mar (1906), una obra maestra. Subtitulada Recuerdos e impresiones, en la nota preliminar escribe: “En estas páginas hago una confesión completa, no de mis pecados, sino Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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de mis emociones. Es el mejor tributo que mi piedad puede rendir a los configuradores últimos de mi carácter, de mis convicciones, y en cierto sentido de mi destino: al mar imperecedero, a los barcos que ya no existen y a los hombres sencillos cuyo tiempo ya ha pasado”. Cumple con creces. Desde el primero hasta el último capítulo nos demuestra que le basta con observar, fijar y recordar, para crear un texto inolvidable. Y es que, si para Conrad el mar fue su escuela y el barco su hogar, bien podemos decir que aquí está su ideario, su moral. Así, cuando se refiere a la construcción de un velero, que siempre antepone a un vapor, escribe: “la pericia de la técnica es más que honradez; es un sentimiento elevado y claro, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional y, como a las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente... Somos eternos esclavos de las obras de nuestro cerebro y del trabajo de nuestras manos. Un hombre nace para prestar un servicio en este mundo, y hay algo de hermoso en el servicio que se rinde por otros conceptos que el de la utilidad... Puede haber normas de conducta; no existen normas de camaradería humana. Tratar con los hombres es un arte tan bello como tratar con barcos. Tanto los unos como los otros viven en un elemento inestable, se hallan sometidos a sutiles influencias y prefieren ver sus méritos apreciados que sus defectos descubiertos...”. En los años siguientes, Conrad alumbra Fortuna (1914), Victoria (1915), La línea de sombra (1917), La flecha de oro (1919), El rescate (1920) y El pirata (1923), obras, en especial las dos primeras, que tienen gran éxito, sobre todo en EE.UU., y significan el fin de sus apuros económicos. De ellas es obligado destacar La línea de sombra, obra de perspectiva que dedica a su hijo Boris, alistado en el ejército inglés en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y en la que, dentro de sus propios recuerdos como capitán del Otago, escribe: “Sí; uno camina y el tiempo también camina, hasta que uno advierte ante sí una línea de sombra, señal de que también habrá que dejar atrás la región de la temprana juventud...”; y El pirata, en la que, tras la dedicatoria a su amigo Jean Aubry, adjunta dos bellos versos de un poema de Edmund Spenser (1552-1599): “tras el trabajo el sueño, el puerto tras los mares procelosos,/ la calma tras la guerra, la muerte tras la vida, placen mucho”. En estas páginas, ambientadas en el Golfo de León, en la Francia inmediatamente posrevolucionaria, recrea en Peyrol a Dominique Cervoni, aquel marinero del que algo ya nos adelantó en Nostromo. Hecho de una pieza, hermético, heterodoxo y, a su manera, con principios; capaz de inmolarse en silencio por lo que considera su causa, lo que mejor define a Peyrol es el breve diálogo que mantiene con el hombre malformado que le ayudó a reparar una vieja barcaza: “Innegablemente, es usted todo un hombre”. “No me hable así, ciudadano”, dijo el tullido con voz temblorosa... “Es un cumplido excesivo”. “Es la verdad”, insistió con rudeza el pirata, como si al final de una vida aventurera, acabara de descubrir la insignificancia de las envolturas mortales. “Le digo que es usted el camarada que uno quisiera tener al lado en los momentos de apuro”. 50

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Los años finales El matrimonio Conrad vivió en diferentes puntos del sudeste de Inglaterra, siempre en el interior pero no lejos del mar, en un área en la que coincidió con autores como William H. Hudson, Stephen Crane y Herbert G. Wells. Conrad mantuvo una estrecha amistad con Ford Maddox Ford, con quien publicó algunas obras; con Henry James y el propio Wells; con André Gide, que afirmaba haber aprendido inglés para leer y traducir su obra al francés, y con Bertrand Russell. El filósofo, poco amigo de ditirambos, le visitó en 1913 y años después escribió en su Autobiografía: “Mis relaciones con Joseph Conrad no se han parecido a ninguna de las que he tenido nunca. Le vi raras veces... compartíamos una determinada concepción de la vida y del destino humanos que desde el primer momento anudó entre nosotros un lazo extremadamente fuerte... De todo cuanto había escrito, lo que yo más admiraba era la terrible historia titulada El corazón de las tinieblas... creo que esa narración es la que expresa de forma más completa su filosofía de la vida... En el mundo moderno hay dos filosofías: la que nace de Rousseau y aparta la disciplina por innecesaria, y la que halla su más plena expresión en el totalitarismo, que piensa que la disciplina debe ser impuesta desde fuera. Conrad pensaba que la disciplina debe proceder de dentro. Despreciaba la indisciplina y detestaba la disciplina meramente externa. Vi que coincidía plenamente con él en este punto... Supongo que Conrad está en vías de ser olvidado, pero su intensa y apasionada nobleza brilla en mi memoria como una estrella...”. En 1916 Conrad mantuvo una apasionada y fugaz relación con la periodista norteamericana Jane Anderson, veinte años más joven, corresponsal del Daily Mail y que “había cruzado el Atlántico para conocer al mejor escritor del mundo”. ¿Canto del cisne?, ¿vanidad de vanidades?, lo cierto es que el fuego duró poco y no dejó rescoldo. El matrimonio y su hijo Boris, herido en el frente francés, se trasladan en 1919 al pequeño pueblo de Bishopsbourne, cerca de Canterbury, la que será su última residencia. Por entonces está enfrascado en un libro de memorias y una novela, Suspense, que no llegará a concluir. Precisamente, para ambientarla hace un sorprendente viaje a Córcega en 1921, año en el que da a la imprenta Notas de vida y letras. Es ésta una obra clara, pulcra, sin una página de más y en parte develadora de un hombre que, en su ocaso, sabe que ha hallado por fin su identidad. Una obra en la que nos da una visión inolvidable de los libros: “Entre todos los objetos inanimados, entre todas las creaciones del hombre, los libros son los que nos quedan más próximos, por contener nuestros pensamientos, nuestras ambiciones, nuestra indignación ocasional, nuestras ilusiones, nuestra fidelidad a la verdad y nuestra persistente inclinación al error...”. Un libro en el que habla de sus autores más queridos y en el que nos da una de las claves de los hombres del mar: “En cuanto al trabajo del hombre, si está bien hecho no cabe decir ya más. En la Marina, donde los valores humanos son profundamente comprendidos, la máxima señal de aprobación y beneArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:36-53

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plácito para con un buque (es decir, su tripulación) por un logro determinado consiste exactamente en esas dos sencillas palabras ‘buen trabajo’ seguidas del nombre de la nave... tan sólo: ‘Buen trabajo, buque tal’”. Doubleday, su editorial en EE.UU., le organiza un viaje a Nueva York en la primavera de 1923. Sus últimas obras han tenido allí el reconocimiento de los lectores y de Fortuna, obra menor dentro de su producción, se han vendido 20.000 ejemplares. El recibimiento es triunfal y la revista Time dedica una portada a su fotografía. Sus últimos años son un calvario. La artropatía gotosa ha ido limitando su movilidad y desde 1919 debe dictar todo lo que escribe. Fumador empedernido y muy probablemente con hipertensión arterial, es consciente de su declinar. Limitado por los dolores articulares y la disnea, debe guardar días de reposo y en una de sus últimas cartas dicta: “Supongo que de una u otra manera debo morir algún día. Sencillamente por decencia”. A principios de 1924 no acepta el ofrecimiento de un título que le hace el premier Ramsay MacDonald. Josezf Teodor Konrad Naleçz Korzeniowski, Joseph Conrad, moría súbitamente el tres de agosto de 1924 en su casa de Bishopsbourne, Kent. Sus restos descansan en el cementerio de la iglesia católica de Santo Tomás, en Canterbury. En la lápida que los cubre podemos leer dos bellos versos del poeta Edmund Spenser: Sleep after toyle, port after stormie sea, Ease after warre, death after life, does greatly please.

Post scriptum No es exagerado decir que Conrad ayudó a hacer moderna la novela. En cuanto a su filosofía, pensamos que Bertrand Russell acertaba sólo en parte al afirmar que “Conrad está en vías de ser olvidado”. Sobre todo cuando hallamos algo de él en Faulkner, Hemingway, Virginia Woolf, Mann, Gide, Camus o Sartre. Tal vez, los temas que trató y los principios políticamente incorrectos que laten en sus páginas, tengan hoy poco sitio en esta nuestra decadente Europa. Pero, cuando se cumple un siglo y medio de su nacimiento, es probable que EE.UU., Polonia, Francia e Inglaterra sí recuerden su obra como merece. Y, en cuanto a su estilo literario, nada mejor que recordar lo que entre nosotros escribió Javier Marías al traducir El espejo del mar: “No cabe duda de que la prosa de este polaco de origen... es una de las más precisas, elaboradas y perfectas de la lengua inglesa. Sin embargo es de lo menos inglés que conozco. Su serpenteante sintaxis no tiene apenas precedentes en ese idioma, y, unida a la meticulosa elección de los términos —en muchos casos arcaísmos, palabras o expresiones en desuso, variaciones dialectales, y a veces acuñaciones propias—, convierte el inglés de Conrad en una lengua extraña, densa y transparente a la vez...”. 52

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Conrad nos dejó 14 novelas, 27 novelas cortas y dos libros de memorias. A la hora de valorar su labor, viene bien traer aquello que escribió: “Los superlativos son simples signos de asombro desinformado”. Por otra parte, ya vimos que, coherente con su biografía, declinó el ofrecimiento de un título honorífico. Pensamos que, acaso, no hubiera rechazado uno más evocador: Tuán. Por ello, y con la misma admiración contenida con que leímos cada uno de sus libros, nos permitimos apostillar su obra con un sencillo: Buen trabajo, Tuán Conrad.

Bibliografía • Baines J. Joseph Conrad. A Critical Biography. Londres: Weinfeld & Nicholson Eds., 1960. • Orr L. y Billy T. A Joseph Conrad Companion. Portsmouth: Greenwood Press, 1999. • Peters, JG. The Cambridge Introduction to Joseph Conrad. Cambridge: Cambridge University Press, 2006.

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La historia de la úlcera péptica: ¿hemos llegado a su final? The history of the peptic ulcer: Are we at the end of the road? ■ José María Pajares García

Resumen La úlcera de estómago y duodeno, enfermedad crónica hasta hace unos años, ha sido objeto de investigaciones continuadas durante más de un siglo. En tan larga marcha, la secreción gástrica y las bacterias del estómago han sido objeto de numerosos estudios. El descubrimiento de la bacteria Helicobacter pylori como causa de la úlcera, con la posible colaboración de la secreción gástrica, auspicia un final feliz. La invención de eficaces métodos diagnósticos ha facilitado el reconocimiento de las úlceras y la aplicación de tratamientos directos, sin necesidad de cirugía. El tratamiento quirúrgico, predominante en una época, ha cedido el paso a potentes inhibidores de la secreción gástrica. Finalmente, el tratamiento de la infección con antibióticos ha modificado la historia natural de la enfermedad al conseguir su curación definitiva.

Palabras clave Historia úlcera péptica. H. pylori. Úlcera péptica.

Abstract The gastric and duodenal ulcers, a chronic disease until some years ago, have been the subject of continuous research for more than a century. During this long process, both gastric secretion and stomach bacteria have been the basis of numerous studies. The discovery of H. pylori as the cause of ulcers along with the probable contribution of gastric secretion is leading to a happy ending. The invention of efficient diagnostic methods has facilitated the recognition of ulcers and the application of direct treatment, without the need of surgery. Surgical treatment, which was predominant at one time, has given way to powerful antisecretory drugs. El autor es Catedrático Emérito de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Ex presidente de la Sociedad Española de Patología Digestiva. Miembro Internacional de la Asociación Americana de Gastroenterología. Miembro de la Asociación Española de Médicos escritores. 54

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Finally, treatment of the infection with antibiotics, which has resulted in its definitive cure, has modified the natural history of the disease.

Key words Peptic ulcer history. H. pylori. Peptic ulcer.

■ Introducción La úlcera péptica es una enfermedad con larga historia. Los médicos griegos y latinos atribuyeron las molestias de la digestión a cambios en la función gástrica, y no sólo tales molestias, sino también variaciones de carácter y actitud se relacionaron con la función del estómago. Merece recordarse que los latinos utilizaban la palabra stomachus, stomachari para expresar enfado, amargura o furia. Cicerón afirmaba que: “su estómago trabajaba más activamente si gritaba” y en el siglo XVII, Shakespeare, conocedor profundo de la psicología de sus personajes, utilizó repetidas veces la palabra stomach para expresar ambición (“Wolsey was a man of an unbounded stomach”; Enrique VIII, IV, 2) o inclinación y afectación (“Let me praise you while I have the stomach”; El mercader de Venecia, III, 5) (1). La enfermedad deja una marca en el paciente que es más honda y estable si la enfermedad es crónica. Lo apunta Laín Entralgo con estas palabras: “Las enfermedades crónicas echan raíces en la vida de los enfermos y obligan a tenerlas presentes en todos sus proyectos y actividades. En un paciente con úlcera péptica, ¿en qué medida su carácter y biografía, toma de decisiones importantes y el aprovechamiento de su vida no ha sido influenciada y condicionada por la enfermedad?”. Y continuando con autores españoles, Juan Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra, y Santiago Martinez Fornés, internista, analizaron los padecimientos digestivos de diez personajes famosos de la historia (2). A su vez, Voltaire, de carácter agrio, malhumorado, amargo y crítico, especialmente con los médicos, padeció molestias digestivas desde los 16 años y hematemesis en varias ocasiones. El padre de la teoría del evolucionismo, Darwin, se refería en alguna de sus cartas al miedo a desplazarse y a viajar por la reactivación de las molestias gástricas. Su médico personal, Bence Jones, descubridor de la proteinuria de su epónimo en el mieloma, le aliviaba las molestias de su úlcera gastroduodenal con agua bicarbonatada. Napoleón padecía molestias digestivas que combatía con aguas anisadas y a lo largo de su vida sufrió numerosos episodios de vómitos y hematemesis, que su médico personal, Antomarchi, trataba de calmar con más empeño que acierto. El Emperador murió de este mal a los 51 años y en su autopsia se halló una gran úlcera en el estómago que penetraba en hígado y probablemente malignizada. Algunos escritores enfermos de úlcera han descrito en sus personajes sus propias molestias y su comportamiento como enfermos. Así, el novelista y académico Juan Antonio de Zunzunegui obtuvo en 1948 el Premio Nacional de Literatura por su noveArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:54-68

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la de humor: La úlcera. Novela que comienza con una dedicatoria al doctor Teófilo Hernando, afamado gastroenterólogo, a quien llama “lidiador de úlcera” y al que expresa su devoción y afecto de enfermo agradecido. Relata la historia de don Lucas, indiano millonario que inicia la dolencia ulcerosa al ser rechazado por una joven con la que pretendía casarse, y señala este fracaso amoroso como causa de la úlcera, sin duda influido por la teoría psicosomática, aceptada por entonces (3).

Prehistoria Ya mencionamos cómo los griegos y los romanos relacionaban las molestias digestivas con lesiones gástricas, del mismo modo que en la Edad Media ya se reconocieron úlceras en cadáveres. Sin embargo, el interés médico y las investigaciones, al principio meramente especulativas, comenzaron a finales del siglo XIX. La primera descripción completa se debe a Jean Cruveilhier, médico francés, que describió la úlcera redonda del estómago y sus lesiones macroscópicas y microscópicas. A su vez, Quincke en 1882 relacionó su causa con la secreción gástrica y la denominó úlcera péptica, término que ha perdurado hasta nuestros días. Como la úlcera asentaba sobre un tejido inflamado, algunos médicos postularon muy pronto su origen infeccioso, oponiéndose los que imputaban la causa a la hiperclorhidria o a la pepsina. Entre ellos, Juan Madinaveitia (1861-1938), uno de los creadores de la Gastroenterología española, sostenía que “la hiperclorhidria es la regla absoluta en la úlcera y anterior a su aparición”. Por su parte, los partidarios del “origen infeccioso” discrepaban en el significado del tejido inflamatorio que rodeaba a la úlcera, si era anterior y causa de ella, o mero responsable de su cronicidad (4). Para aunar las dos teorías en 1898 el médico valenciano Francisco Reig Pastor defendió su tesis doctoral sobre “El papel de la infección en la patogenia de la úlcera de estómago”. Planteó su trabajo sobre la hipótesis: “... es difícil admitir que las capas musculares sean atacadas y destruidas únicamente por la acción del jugo gástrico; es más fácil aceptar que este jugo digiere y destruye los tejidos progresivamente desorganizados por una infiltración microbiana”. Con las observaciones previas de la existencia de microbios alrededor de la úlcera y la historia clínica de diez pacientes, en los que la úlcera había coincidido con una enfermedad infecciosa, razonó su teoría personal: “... la embolia microbiana prepara el terreno en donde la hiperclorhidria y la hipersecreción ejercen luego la acción corrosiva” (5). Muchos clínicos seguidores de la “teoría infecciosa” explicaban la recurrencia de las molestias y los brotes estacionales de la úlcera por infecciones repetidas. Consecuentes con esta idea causal, recomendaban eliminar los focos sépticos alveolodentales y de otras localizaciones. Varios agentes infecciosos fueron imputados en la causa de la úlcera, aunque tal imputación fue temporal o meramente testimonial. 56

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Otras teorías, sostenidas empíricamente o sobre observaciones clínicas sin base científica, fueron seguidas durante un corto tiempo. Entre ellas merecen citarse: la acción hormonal; la compresión traumática; la isquemia local (la mayor prevalencia de úlceras en mujeres se atribuía al uso de corsés y cinturones apretados); la diátesis vasoneurótica propuesta por Gustav von Bergman; o la psicosomática, entre otras (6). Incluso, algunas llegaron a considerar el papel de la biotipología y de la herencia en su etiología. Con estas teorías discurrían tratamientos que ahora nos parecen disparatados, como por ejemplo: Nicolás Rodríguez de Abaytúa en 1898 publicaba un trabajo en el que “demostraba” el beneficio terapéutico en la úlcera “con el reposo absoluto de la funcionalidad gástrica mitigado por la alimentación rectal” (7). A su vez, en 1918, el doctor Santiago Carro, con la finalidad de aliviar la isquemia local, utilizó diversos métodos de termogénesis en epigastrio, como la aplicación de bayetas calientes y cataplasmas, o la utilización de termóforos eléctricos y otros instrumentos de diatermia, transtermia o termopenetración (8). Con ello, el autor buscaba un doble efecto: “calmar o amortiguar los dolores, ejerciendo una sedación local, y provocar una hiperemia activa de la mucosa gástrica para acelerar la cicatrización”. Luis Urrutia escribía en 1924 la primera monografía sobre “Las enfermedades del estómago” (9), en la que sostenía que la hiperclorhidria era más frecuente en las úlceras duodenales que en las gástricas. Además, para el diagnóstico de la complicación hemorrágica utilizaba la prueba del “hilo de Einhorn”, que consistía en hacer tragar al enfermo, por la noche, un cubito de madera atado al extremo de un hilo de seda que se extraía a la mañana siguiente. El hilo manchado de sangre indicaba la existencia de úlcera sangrante. Igualmente, defendía la teoría patogénica de “menstruaciones vicariantes” para explicar las hematemesis y deposiciones melánicas leves en mujeres jóvenes. En el apartado de tratamiento explicaba todos los utilizados en la época: desde medidas profilácticas, como la eliminación de focos sépticos, en especial de la piorrea alveolar, hasta el reposo absoluto del estómago con ayuno total, mitigando la sed con sueros hipodérmicos para favorecer la cicatrización, con el argumento de que: “Como en toda herida debe evitarse la agitación mecánica”. Las dietas, especialmente la láctea de Sippy, con recomendaciones sobre las características de la leche y condiciones previas a la ingestión, llenaban varias páginas de aquella monografía, en la que el tratamiento farmacológico ocupa un lugar destacado. El subnitrato de bismuto, sólo o asociado a magnesia calcinada, y los preparados de talco, creta, belladona, atropina, nitrato de plata, silicato de alúmina y otras sustancias se recomendaban para suprimir el dolor y la acidez y favorecer la cicatrización de la úlcera. Por su parte, los seguidores de la patogenia infecciosa recomendaban “sueros autolíticos”, “opsoninas”, vacunas autógenas, proteinoterapia parentenal, “leucofermentos”, “novoproteínas” y “autolisados bacterianos”, procederes complejos que, a falta de antibióticos de acción directa sobre las bacterias, pretendían bloquear la actividad bacteriana. Sirvan estas líneas de admiración hacia los médicos clínicos que aplicaron estas terapias, por su anticipación al tratamiento actual. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:54-68

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Úlcera péptica: enfermedad quirúrgica Como el tratamiento médico solía fracasar, con frecuencia se recurría al tratamiento quirúrgico. Al principio, con la indicación limitada a las úlceras complicadas y a todas las úlceras crónicas en las que un tratamiento conservador perseverante hubiera fracasado. Si bien, el cirujano francés Doyen ideó y utilizó la gastroyeyunostomía para el tratamiento de todas las lesiones ulcerosas gástricas no cancerosas, el cirujano inglés, Moynihan es quien puede ser considerado el padre de la cirugía de la úlcera péptica. Éste ideó varias técnicas quirúrgicas para aplicar en situaciones concretas: la gastroenterostomía para las úlceras gástricas, y la resección de la úlcera para las duodenales, con gastroduodenostomía y gastroyeyunostomía. Este cirujano dedicó su vida a la cirugía de la úlcera, combinando tal actividad con la investigación. De ahí que por sus contribuciones al conocimiento de la úlcera péptica ésta fue denominada “enfermedad de Moynihan”. Hasta la década de los 60 del siglo XX los cirujanos operaban a casi todos los pacientes ulcerosos. Habían ocupado este campo de la Gastroenterología con bastante razón, porque los gastroenterólogos, internistas y médicos de Medicina General no podían ofrecer remedios efectivos y duraderos a sus pacientes ulcerosos. En esos años, el tratamiento quirúrgico experimentó un notable progreso. Debemos recordar que algunos cirujanos ya habían investigado previamente la participación del sistema nervioso y del vago en la patogénesis y fisiopatología de las enfermedades en seres humanos. El francés Jaboulay fue el pionero con la extirpación del plexo celíaco para suprimir el dolor a un paciente con tabes sifilítica. Con la misma finalidad, otros cirujanos practicaron la vagotomía que, aunque suprimía el dolor, provocaba una atonía gástrica. En 1943, el cirujano y fisiólogo Lester Dragstedt, se interesó por el nervio vago, al que se imputaba un papel ulcerógeno desde los trabajos de Rokitansky, quien, tras la disección de 30.000 cadáveres, atribuía el origen de la úlcera a la función defectuosa del nervio vago. En sus primeros experimentos, Dragstedt comprobó que la vagotomía disminuía la secreción, lo que, a su parecer, era la demostración definitiva del estímulo neural vagal en la secreción gástrica (10). Confiado en los resultados experimentales, Dragsted practicó la vagotomía subdiafragmática a un paciente con úlcera duodenal activa, al que curó así. Sin embargo, observó la aparición de gastroparesia en la mayoría de los pacientes operados, que resolvía en primer lugar mediante gastroyeyunostomía y con piloroplastia después. Convencido del papel del antro en la secreción gástrica, para mejorar los resultados y evitar la recidiva de la úlcera en la anastomosis asociaba la antrectomía a la vagotomía. Las controversias sobre la utilidad y conveniencia de estas técnicas levantaron una gran polémica, que impulsó a la Asociación Americana de Gastroenterología a organizar una reunión de Consenso en 1952, en la que los expertos dieron la razón a Dragstedt. A su vez, André Latarjet, cirujano de Lyon, investigó minuciosamente la anatomía del vago. Aplicó sus hallazgos para la denervación quirúrgica sistemática de las cur58

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vaduras mayor y menor, y de la región suprapilórica, con el objeto de respetar el tronco de la rama derecha del vago y evitar así la paresia gástrica. A partir de estos avances, la cirugía de la úlcera péptica mejoró los resultados con el perfeccionamiento de las técnicas para evitar la gastroparesia y mejorar la motilidad gástrica. Numerosas innovaciones de técnicas quirúrgicas contribuyeron a desarrollar, por ejemplo, la “vagotomía de células parietales” y la “seromiotomía superficial”. La primera denervaba “selectivamente el fundus gástrico” conservando la inervación antral, con lo que el estómago vaciaba con normalidad. Como la disección microscópica del vago resultaba muy laboriosa y dificultosa de practicar, el cirujano escocés Taylor inventó la “seromiotomía superficial” de la curvadura menor.

El tratamiento farmacológico desplaza al quirúrgico De forma lenta, pero progresiva, los investigadores lograron aclarar los mecanismos básicos de la fisiopatología de la secreción gástrica. Este campo se abría en 1823 con un accidente fortuito que facilitó a William Beaumont, coronel médico de la Marina de los Estados Unidos, estudiar algunos aspectos de la secreción gástrica de forma directa en Alexis San Martín, joven canadiense que había sufrido una grave herida por arma de fuego en la frontera de Canadá con Estados Unidos, donde intentaba vender pieles de animales cazados furtivamente. Beaumont salvó la vida del herido, pero no consiguió cerrar una gran fístula gastro-cutánea. Aprovechó “esta ventana natural” para realizar detallados experimentos sobre el comportamiento del estómago y de la secreción gástrica en función de los diferentes estados anímicos del paciente y de la digestión de los alimentos durante 11 años (11). Posteriormente, Pavlov, con sus experimentos en perros comprobó el papel secretor del nervio vago y definió la fase cefálica de la secreción gástrica. A su vez, los mecanismos inhibidores de la secreción fueron sospechados por su discípulo Sokolov, quien, en su trabajos de tesis doctoral, demostraba que la instilación de ácido clorhídrico en la “bolsa gástrica” del perro disminuía la secreción de ácido estimulada por la ingestión de carne. El fisiólogo inglés Edkins postuló, en 1902, la existencia de una sustancia en la mucosa gástrica que estimulaba la secreción, a la que denominó gastrina. En realidad, con ella introdujo el concepto de hormona. Para probar su hipótesis inyectó por vía intravenosa extractos de mucosa antral a gatos, observando que aumentaba la secreción gástrica. Sin embargo, los defensores del “nervismo” continuaron negando la existencia de la gastrina, hasta que, en 1938, el ruso Simon Komarov, comprobó la existencia de otra sustancia, la histamina, que también poseía la capacidad de estimular la secreción gástrica. Precisamente, esa propiedad inspiró el desarrollo de pruebas para estudiar tal secreción. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:54-68

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Los trabajos para el aislamiento de la gastrina comenzaron en 1950 con Morton Grossman, gastroenterólogo y fisiólogo de Los Ángeles, y Rod Gregory, profesor de bioquímica de Liverpool, y su colaborador Tracy. Por separado al principio y después en colaboración, realizaron una serie de estudios fundamentales para aislar, sintetizar y conocer la estructura química y las acciones fisiológicas de aquella hormona. El azar puso en sus manos una muestra de tumor pancreático extraído de un paciente con síndrome de Zollinger-Ellison de la que aislaron una sustancia de actividad similar a la gastrina. Con este hallazgo, sospecharon que la producción de elevadas cantidades de gastrina por el tumor originaba las úlceras gastroduodenales de los pacientes con este síndrome. La investigación de posibles sustancias inhibidoras de la secreción gástrica partió de la observación clínica de que las mujeres embarazadas raramente padecían úlcera. Para explicarlo, Gregory inyectó gonadotrofina coriónica, obtenida de la orina de mujeres embarazadas, a perros con úlcera experimental y a pacientes con ulcera péptica, comprobando la cicatrización de la úlcera en los perros y mejoría clínica en los pacientes. Ello quedaría explicado por trabajos posteriores que confirmaron la presencia en tal orina de una sustancia hormonal, la urogastrona, con acción inhibidora de la secreción y la motilidad gástrica (12). Con el perfeccionamiento de los métodos de aislamiento y síntesis de hormonas, varios grupos de investigadores identificaron nuevos péptidos y hormonas gastrointestinales, lo que permitió explicar las tres fases de la secreción gástrica: cefálica, gástrica e intestinal; fases en las que participaban estímulos nerviosos y hormonales, de forma conjunta e interaccionada. Asimismo, investigaciones posteriores para obtener fármacos inhibidores de la secreción gástrica, han permitido llegar a conocer con detalle el mecanismo intracelular de la producción y secreción clorhidro-péptica. Así, en 1958, Tang comunicó la existencia de la “pepsina con actividad independiente del ácido”. Posteriormente, Glass analizó la composición química del moco y su función que, unida a la acción del bicarbonato y de otros enzimas, conforman los mecanismos protectores de la mucosa gástrica, denominados “barrera gástrica”. Estos hallazgos contribuyeron a sentar las bases de nuevos conceptos fisiopatológicos y etiopatogénicos de la úlcera péptica, entre los que deben destacarse: la barrera gástrica, la acción de agentes agresores externos o internos, y la afirmación “sin ácido no hay úlcera”.

Nuevos métodos diagnósticos Los avances en el conocimiento de la patogenia de la úlcera y los grandes progresos tecnológicos permitieron el desarrollo de nuevos métodos para diagnosticarla, considerando particularmente el avance en tres áreas: quimismo gástrico, radiología digestiva y, de manera muy especial, la endoscopia digestiva. 60

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El sondaje gástrico para valorar la cantidad y calidad de la secreción, introducido por Ewald y Boas en la primera década del siglo XX, estimulaba tal secreción con comida “fisiológica”: agua, té y pan. Otros investigadores perfeccionaron el método con la “extracción fraccionada” para valorar dicha secreción, la actividad motora y el vaciamiento gástrico, y otras sustancias, como la cafeína y la histamina, desplazaron al panecillo y al té. Por su relación con el tratamiento, interesa la historia del estímulo con histamina. Comienza en 1920, cuando Popielski observó su efecto estimulador de la secreción gástrica en humanos. Posteriormente, se fijaba y establecía la “dosis mínima estimuladora” y la máxima, que marca un límite de secreción constante en cada individuo: “test del estímulo máximo con histamina”. Más tarde, Marks demostraba que el resultado del test del máximo estímulo reflejaba el número o “masa” de células parietales secretoras funcionantes, lo que orientaba a los clínicos en el diagnóstico dudoso de úlceras y en las que no respondían al tratamiento antisecretor (13). El radioinmunoensayo, técnica creada en 1968 por Rosalyn Yalow1 y Solomon Berson para la cuantificación de hormonas en sangre, se aplicó a la gastrina en 1972. Ello permitió conocer sus concentraciones durante la digestión y, además, sirvió para el diagnóstico de los gastrinomas, tumores secretores de gran cantidad de la misma, causante de hipersecreción gástrica y úlceras pépticas. Por su parte, los equipos de radiodiagnóstico se fueron perfeccionando, lo que facilitaba imágenes cada vez más claras y precisas. Así, ciertos sutiles y casi específicos signos radiológicos permitían distinguir la úlcera péptica benigna de la maligna; también podían demostrar la localización exacta, su tamaño, número y la presencia de algunas complicaciones y comprobar la respuesta al tratamiento. Sin embargo, ni algunas úlceras pequeñas ni las complicaciones hemorrágicas podían ser diagnosticadas. De ahí los esfuerzos por lograr un instrumento que, introducido por la boca, facilitara la visión directa del interior de la cavidad esofágica, gástrica y duodenal. Abría la historia del gastroscopio el médico francés Antonín Desormeaux, que inventó un dispositivo óptico alargado y rígido con el que sospechaba que podía visualizarse el interior del estómago, pero no se atrevió a introducirlo en el estómago de cadáver. Kussmaul en 1868 dio ese paso, pero sin lograr visualizar la mucosa. Estos fracasos animaron a muchos investigadores a desarrollar instrumentos más perfectos. Así, Mikuliz, en 1881, desarrollaba un tubo de 65 cm de longitud y 14 mm de diámetro, provisto de una lámpara en uno de los extremos, que le permitió ver la mucosa gástrica de un cadáver. Este instrumento se mejoró con sucesivas innovaciones que fueron aprovechadas por Schindler para fabricar, en 1922, un rígido gastroscopio de acero dotado de ilu1

R. S. Yalow, nacida en Nueva York en 1921, fue galardonada con el Premio Nobel de Medicina, compartido con A. V. Schally y R. Guillemin, en 1977. Su esposo, S. Berson, había fallecido unos años antes.

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minación e insuflación proximales, que introdujo en el estómago de algunos pacientes. Pero, la rigidez y dureza del material lesionaban el tubo digestivo, de forma que siguió trabajando hasta conseguir un gastroscopio semiflexible, construido con materiales no metálicos y con los dos tercios inferiores flexibles. De tal manera, a partir de 1932, algunos gastroenterólogos pudieron usar este nuevo gastroscopio para el diagnóstico de la úlcera y el cáncer gástrico. Los métodos endoscópicos avanzaron extraordinariamente con la aplicación de fibras ópticas de vidrio y de sistemas electrónicos ópticos. Su desarrollo fue el fruto de brillantes intuiciones y constantes trabajo e investigación. La fibra de vidrio había sido descubierta en 1927, pero pasó desapercibida a los científicos hasta 1951, cuando un estudiante pakistaní, Naridner Kapany, observó su capacidad de transmitir ondas, entre ellas las de la luz. Unos años más tarde, en 1954, Kapany demostraba que la proyección de la luz en un extremo recorría toda la fibra hasta el extremo opuesto. Redujo su diámetro para aumentar la flexibilidad, pero sin perder su capacidad de transmisión de la luz y compuso un haz de fibras para la proyección de la imagen. Con estos avances, Hirschowitz construyó un endoscopio flexible de fibra óptica con el que logró visualizar la mucosa gástrica, pero sin éxito por la escasa luminosidad y pobre definición de la imagen. La aportación del estudiante Larry Curtis al utilizar fibra de vidrio americana, de mejor calidad, resultó determinante para incrementar la nitidez de las imágenes. Con ulteriores perfeccionamientos de la calidad de la fibra, de su aislamiento y de otros ajustes técnicos pudieron fabricarse fibroendoscopios con aplicaciones diagnósticas. El fibrogastroscopio desarrollado en EE. UU. llegaba a Japón en 1962. Olympus, una de sus más importantes compañías, mejoraba el cabezal de mando y disponía las fibras en secciones poligonales con lo que eliminaba puntos oscuros. A la carrera de innovaciones se unieron muy pronto en ese país las compañías Machida y Pentax, que mejoraron los canales de aspiración-insuflación y de conducción de pinzas. Además, fabricaron modelos de mayor longitud, lo que permitía alcanzar la segunda porción de duodeno, y otros más finos para niños. Igualmente, incorporaron accesorios para el tratamiento de la úlcera sangrante, extirpación de pólipos y otras aplicaciones terapéuticas Las innovaciones electrónicas inspiraron la investigación en esta área con la finalidad de construir un endoscopio sin fibra de vidrio. Iniciados los trabajos experimentales en 1969, finalizaron en 1984 con las contribuciones de Sivak y Fleixer que lograron un videoendoscopio que permitía ver la imagen en la pantalla y era aplicable en la clínica diaria. Por esta y otras ventajas, este instrumento ha desplazado a los endoscopios de fibra.

La Farmacología desplaza a la Cirugía Las investigaciones iniciales sobre la fisiología secretora de la célula parietal gástrica habían demostrado la existencia de un complejo mecanismo en la membrana cito62

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plasmática, la denominada bomba de protones, del que dependía la fabricación de ácido clorhídrico. Estudios posteriores permitieron localizar receptores celulares específicos para histamina, acetilcolina y gastrina como paso previo a la activación de la bomba de protones. Los investigadores centraron sus experimentos sobre estos receptores, concretamente sobre los H2 de la histamina, con la finalidad de obtener fármacos capaces de inactivarlos mediante su bloqueo. En 1976, Sir James Black, investigador de la compañía farmacéutica SKF, obtenía la cimetidina, primer antihistamínico antagonista y bloqueador de estos receptores (14). El fármaco, comercializado el mismo año, revolucionó el tratamiento porque curaba los síntomas y cicatrizaba la úlcera en el 90% de los enfermos tratados. El descubridor recibió el Premio Nobel en 1988. Sin embargo, con la supresión del fármaco las úlceras recidivaban en la misma proporción con que cicatrizaban. Había comenzado la carrera para obtener un antihistamínico más potente que la cimetidina y con menor número de efectos adversos. A mediados de la década de los 80, el grupo de la compañía farmacéutica Glaxo descubría la ranitidina, con una estructura química diferente y un efecto antisecretor seis veces más potente que la cimetidina. Posteriormente, un grupo japonés obtenía la famotidina, de mayor potencia aún que la ranitidina, y otros investigadores sintetizaban la roxatidina y la nizatidina. El tratamiento de la úlcera péptica con antihistamínicos antagonistas o bloqueadores de los receptores H2, modificó la conducta terapéutica y contribuyó a establecer nuevos conceptos. Así, el de cicatrización de la úlcera, que implica la desaparición de los síntomas y la demostración de la curación de la lesión mediante endoscopia; el de úlcera refractaria, cuando no cicatriza con un tratamiento correctamente realizado, lo que obliga a investigar otras causas como, por ejemplo, la hipergastrinemia, la enfermedad de Crohn o infecciones por citomegalovirus; o el de terapia de mantenimiento, que consiste en la administración continuada de anti-H2 para prevenir la recidiva ulcerosa. La vía farmacológica para la supresión de la secreción ácida había demostrado su eficacia práctica. Los fármacos habían derrotado al bisturí y los cirujanos pasaron a operar sólo las complicaciones de la úlcera. Animados por el éxito, numerosos grupos de farmacólogos continuaron analizando la estructura y la biología molecular y el mecanismo secretor de las células parietales gástricas. Continuaron las investigaciones iniciadas por Camilo Golgi en 1895, quien descubrió la expansión de los canalículos secretores en las células estimuladas. En esta línea, el análisis de la célula parietal con microscopía electrónica identificó las microvellosidades de las membranas intracanaliculares. Con otros métodos verificaron el flujo de iones en el interior de la célula y la fuente de energía localizada en la enzima ATPasa, que se convirtió en la diana preferente de las investigaciones farmacológicas para la obtención de fármacos capaces de inactivarla. Las compañías Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:54-68

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farmaceúticas Astra y Byck Gulden lideraron las investigaciones, y en 1980 descubrieron algunas sustancias que penetraban en el interior de la célula parietal donde, en contacto con el medio ácido, eran transformadas en principio activo y fijadas a aquella enzima, frenando su función e inhibiendo la formación de ácido clorhídrico. Una de estas sustancias, omeprazol, demostró su capacidad de curar la úlcera con mayor rapidez que los antagonistas de los receptores histamínicos. Comercializado de inmediato, abrió la era de la supresión ácida del estómago con Inhibidores de la bomba de protones (IBP). A su descubrimiento siguió el de lansoprazol, producto obtenido en la síntesis de omeprazol, lo que originó un pleito de patentes entre las dos compañías. Posteriormente, aparecieron pantoprazol, rabeprazol y esomeprazol, isómero del omeprazol con acciones y potencia muy similares, y que hoy rivalizan por ocupar parcelas del mercado.

La úlcera péptica, enfermedad infecciosa A finales del siglo XIX y comienzos del XX, hongos y bacterias de diferente morfología, desde cocos a espirilos fueron observadas en el estómago con lesiones ulcerosas y vegetantes, sin poderse demostrar una relación causal que resistiera la crítica y la prueba del tiempo. Sin embargo, en 1984, los científicos australianos Barry Marshall y Robin Warren describían el hallazgo de una bacteria de forma espiral a la que llamaron, provisionalmente, Campilobacter like bacteria por su parecido morfológico con unas bacterias que, un siglo antes, ya habían sido dibujadas por el imaginativo científico Giulio Bizzozero (1846-1901). La historia del descubrimiento integra el azar, la intuición y el trabajo perseverante de dos investigadores. Warren, anatomopatólogo, observó la bacteria por primera vez el 11 de junio de 1979, día de su 42 cumpleaños. Así comentaba su hallazgo: “Trabajaba en mi tarea diaria de examinar las preparaciones para el estudio microscópico de las biopsias gástricas. En una preparación de mucosa gástrica con gastritis crónica activa, observé una línea azul en la superficie del epitelio gástrico. Con mayor aumento, pude distinguir numerosos pequeños bacilos que componían dicha línea azul, firmemente adheridos a la superficie del epitelio. Con el objetivo de inmersión confirmé mi sospecha”. Durante los 18 meses siguientes, Warren estudió y recogió más casos, en los que la bacteria acompañaba siempre a las lesiones inflamatorias de gastritis, considerándolas agentes causales. Sin embargo, debía superar el dogma de que las bacterias no crecían en el medio ácido del estómago. Nadie creía en él, excepto su esposa Win, psiquiatra, quien le animaba con entusiasmo. Warren lo reconocía en una entrevista con estas palabras: “admiro a mi esposa y le agradezco su ayuda moral porque, siendo madre de cinco hijos y teniendo toda la razón para estar disgustada, porque su marido había gastado su tiempo y su dinero buscando inexistentes bacterias, no obstan64

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te, le escuchaba y estimulaba cuando regresaba a casa, a veces de madrugada, en lugar de haberle enviado a la consulta de sus compañeros psiquiatras”. En 1981, Barry Marshall, de 31 años, pedía un tema original de Tesis Doctoral a su jefe, Ian Hislop, quien le aconsejaba visitar al “chalado” Warren, que estaba intentando convertir las gastritis en una enfermedad infecciosa. En la primera entrevista, aunque no muy convencido, aceptó el compromiso de tomar biopsias a 20 pacientes en los que la endoscopia de la mucosa gástrica resultara totalmente normal. Con satisfacción, comprobó que la bacteria no aparecía en la mucosa gástrica no inflamada, entusiasmándose hasta apasionarse por el proyecto. Los microbiólogos le ayudaron a encontrar la técnica de cultivo adecuado para favorecer el crecimiento de la “nueva bacteria”. Fracasaron en los primeros intentos, pero, de nuevo, intervino la fortuna. A la vuelta de vacaciones, un técnico de laboratorio advertía que la placa de la biopsia 35 no había sido retirada de la estufa. Al observarla con atención, comprobó la existencia de minúsculas colonias transparentes. Identificó las bacterias, que eran similares a las observadas en las preparaciones histológicas. En octubre de 1981, aún sin haber podido cultivar la bacteria, tratan al primer paciente, un varón anciano de origen ruso con una intensa gastritis cuya biopsia mostraba innumerables organismos Campylobacter-like. Le administraron tetraciclina durante 14 días con alivio de los síntomas, mejoría de las lesiones inflamatorias agudas de la mucosa gástrica y desaparición de las bacterias en la endoscopia de control. Para demostrar que la bacteria causaba gastritis y úlcera, Marshall intentó cumplir los postulados de Koch, inyectando cultivos puros en animales, pero fracasó. Lejos de desanimarse, decidió autoinocularse la bacteria. Su jefe y su amigo patólogo David Mac Gechie, intentaron disuadirle, exponiéndole diversos argumentos científicos y éticos. Desoyó el consejo y mantuvo firme su decisión. Su conducta no fue ni de irresponsable, ni de héroe. Como él mismo ha afirmado en repetidas ocasiones, se exponía a contraer la infección, pero había comprobado que tenía cura. En junio de 1984, después de haber comprobado la normalidad de su mucosa gástrica con una gastroscopia, Marshall ingirió un cultivo puro de bacterias procedentes de un paciente que había curado con antibióticos. Padeció náuseas, vómitos y malestar, y en la segunda endoscopia se comprobó gastritis. En el cultivo de las biopsias creció Campylobacter. Este día informó a su mujer de la autoinoculación. Ella le miró enojada y le mostró a sus hijos. Pero Marshall hizo las paces al recordarle, con su sentido del humor habitual, que la mayor parte de la comunidad científica aseguraba que la bacteria inoculada no era patógena. Con el tratamiento, las molestias desaparecieron y la mucosa gástrica recuperó la normalidad, sin bacterias. Su primera comunicación con los datos originales, fue rechazada por la Asociación Australiana de Gastroenterología porque “carecía de interés científico”. En 1983, con nuevos datos y después de superar las resistencias de los Editores, la revista Lancet informó del descubrimiento a la comunidad científica (15). Aunque fue dado a conoArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:54-68

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cer con el nombre de Campilobacter pylori, los microbiólogos discrepaban, porque les parecía más semejante a la nueva especie de Helicobacter. Meticulosos trabajos de microbiología molecular demostraron la semejanza con esta bacteria, por lo que cambiaron el nombre a Helicobacter pylori. Pero, ¿cómo explicar que el H. pylori originaba la úlcera péptica? No resultaba fácil. Dos datos apoyaban la hipótesis: uno epidemiológico y otro clínico. El primero era contundente, porque los estudios de todo el mundo demostraban la asociación de H. pylori con la úlcera duodenal en casi el 100% de los pacientes, y en el 80-95% en el caso de la gástrica. Por otra parte, era muy llamativo el hecho, repetidamente comprobado, de que en los pacientes tratados con fármacos antisecretores la úlcera péptica cicatrizaba, pero recidivaba en la mayoría de los casos al cabo de 12 meses. Sin embargo, al añadir antibióticos y curar la infección, no recidivaba. Además, se conseguía el mismo resultado de curación de la infección por H. pylori con terapia antibiótica únicamente, sin asociar antisecretores. En su infección aguda, Marshall se había inducido una gastritis, pero no una úlcera péptica. El paradigma de la elevada acidez gástrica asociada a la úlcera duodenal seguía patente en aquellos pacientes infectados por H. pylori. En consecuencia, ¿qué papel juegan el pH (la acidez gástrica) y la infección por H. pylori? ¿Cómo integrar ambos agentes? Aunque numerosos estudios han demostrado alteraciones histológicas en la mucosa gastroduodenal y variaciones hormonales que apoyan la acción conjunta del ácido y de la bacteria, no ha podido demostrarse la acción ulcerógena directa de la bacteria. Por otra parte, la gastritis causada por esta bacteria puede evolucionar a carcinoma gástrico y a linfoma, como lo han demostrado numerosos estudios epidemiológicos y experimentales. Esto no quiere decir que, todos los infectados por Helicobacter, vayan a desarrollar úlcera o tumores, porque, como en casi todas las enfermedades, la respuesta inmunológica de la persona infectada y la virulencia de la bacteria condicionan el desarrollo de las lesiones. La consistencia de los hechos que confirman la relación entre la infección por Helicobacter y las lesiones gástricas, ha revolucionado los medios diagnósticos y terapéuticos. Nuevos métodos ayudan a identificar la bacteria en la mucosa gástrica, directamente en la biopsia; o indirectamente, con la ayuda de urea marcada isotópicamente sobre la que actúa la bacteria, liberando anhídrido carbónico que se mide en el aire espirado. Los tratamientos antibióticos durante períodos limitados suprimen las bacterias, lo que ha excluido la necesidad de tratamientos prolongados. A pesar de la evidencia, la mayoría de médicos clínicos tardaron en aceptar los hechos. Sin duda, la conducta rutinaria, que guía la actividad clínica diaria, la resistencia al cambio, la dificultad de rechazar la verdad oficial de que “en un medio ácido no crecen bacterias”, retrasaron la aceptación de este descubrimiento cardinal. Otros, más científicos y rigurosos, exigían el apoyo de una investigación, básica y clínica, muy 66

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limitada al comienzo. A esto se unía el desinterés, la apatía y, en ocasiones, el declarado y planificado rechazo de algunas compañías farmacéuticas que dominaban el mercado de los antisecretores, base del tratamiento antiulceroso. Y es que el nuevo tratamiento antiinfeccioso evitaba la toma prolongada de fármacos antisecretores. Sin embargo, una destacada minoría de investigadores clínicos, microbiólogos, inmunólogos, anatomopatólogos y farmacólogos, aceptaron el descubrimiento desde el principio, atraídos por la originalidad del hallazgo y por su aplicación clínica con resultados sorprendentes. Muchos cambiaron el área de investigación o la hicieron preferente, porque la simplicidad de acceso y manipulación del estómago humano facilitaba la realización de los experimentos diseñados. Algunos clínicos comenzaron a tratar de inmediato a sus pacientes ulcerosos con inquietante recelo, pero con esperanza y entusiasmo, recompensados por la eficacia del tratamiento y la satisfacción de los enfermos. Desde 1983 ha sido ingente el número de artículos sobre la infección de H. pylori y su relación tanto con la patología gastroduodenal como con enfermedades no digestivas. Hoy la comunidad científica está convencida del alcance de aquel descubrimiento por el que la Academia Sueca concedió a Warren y Marshall el Premio Nobel de Medicina y Fisiología de 2005 (16).

Conclusión: ¿desaparecerá la úlcera? La dilatada historia de la úlcera, en la que el ácido y las bacterias han sido sus principales protagonistas, aparenta haber llegado a un final feliz con el abrazo del ácido y el Helicobacter. Para que la úlcera deje de molestar, la bacteria debe morir y el ácido rebajar su actuación. En el logro de este desenlace, una multitud de investigadores han contribuido con sus hallazgos, algunos fundamentales, recompensados con tres premios Nobel. No me atrevo a predecir si estamos al final de la úlcera y de su desaparición como enfermedad. Es cierto que hoy los cirujanos apenas operan úlceras y los pacientes ulcerosos son menos frecuentes en las consultas de los países con elevado desarrollo económico. Sin embargo, la cifra de más de 2.000 millones de personas infectadas en el mundo, con su enorme capacidad expansiva por los flujos migratorios poblacionales, me permite predecir que la úlcera seguirá existiendo.

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La enseñanza de la medicina en nuestros días The teaching of medicine in our time ■ Ramiro Díez Lobato

Resumen En este escrito se consideran las características y estrategias del cambio curricular llevado a cabo en las facultades de Medicina de los países desarrollados que deberían ser adoptadas por nosotros. Dado que las enseñanzas clínicas de pregrado y posgrado se imparten en el mismo contexto, se comenta también la necesidad de complementar mejor ambos niveles docentes para prevenir los posibles efectos negativos que la inminente restricción del horario laboral del médico residente podría tener sobre la enseñanza en los hospitales universitarios.

Palabras clave Enseñanza médica. Pregrado y posgrado. Currículum.

Abstract This article considers the characteristics and strategies of the curricular changes carried out in the Medical Faculties of developed countries, changes which should be adopted by our own faculties. Since pregraduate and postgraduate clinical teaching is imparted within the same context, the need to better complement both educational levels is also commented. This measure would help to prevent any possible negative effects that the imminent restriction in the working hours of medical residents could have on the teaching in university hospitals.

Key words Medical teaching. Pregraduate and postgraduate studies. Curriculum.

El autor es Catedrático de Neurocirugía y Vicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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Han pasado ya los días en los que el profesor producía un currículum al modo en que un mago saca un conejo del sombrero, en los que el docente enseñaba cualquier cosa que atraía su propio interés, y en los que el entrenamiento clínico de los estudiantes se limitaba a encuentros casuales con algunos pacientes durante las rotaciones clínicas. Hoy día hay que aceptar que es precisa una planificación cuidadosa si se quiere conseguir que un programa de enseñanza y aprendizaje tenga éxito. R. M. Harden, 2005 There is widespread agreement that traditional curricula are grossly overcrowded with factual information which soon becomes out of date and inhibits students from developing into creative critical thinkers and problem solvers. King’s Fund, 1991 ■ Enseñanza de la Medicina Con el impulso de diferentes instituciones y asociaciones médicas y académicas en EE. UU., Reino Unido y otros países europeos, junto con Canadá y Australia fundamentalmente, la enseñanza de la Medicina ha experimentado importantes modificaciones. Así, el currículum clásico introducido por Abraham Flexner en 1911, con el que se enseñaban al estudiante los principios de las ciencias biomédicas básicas antes de acceder a las materias clínicas, ha sido modificado sustancialmente, o sustituido por otros que han incorporado nuevas metodologías y técnicas docentes (1, 2, 5, 6-9). Sin embargo, algunas facultades, entre ellas la mayoría de las españolas, siguen utilizando una foto fija de esta estructura curricular que apenas refleja los cambios de la práctica clínica ocurridos durante las últimas décadas del siglo XX. Cambios entre los que destacan los siguientes: a) el crecimiento exponencial del conocimiento médico, que exige una nueva y cuidadosa integración de las ciencias básicas y clínicas en el currículum; b) el vertiginoso desarrollo de la tecnología médica, que introduce nuevas maneras de curar y modifica las convencionales; c) las variaciones en los patrones del enfermar (envejecimiento de la población con el consecuente incremento de las enfermedades crónicas y degenerativas que, por ejemplo, padecen ya 124 millones de habitantes en EE. UU.); d) el mayor énfasis en la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud; e) la tendencia creciente al desplazamiento de una parte importante de la atención clínica desde el hospital hacia el ámbito de la Medicina Primaria, lo que aconseja complementar la enseñanza del estudiante en el contexto extrahospitalario; f) la sustitución de la atención clínica individual por la labor en equipo, que requiere entrenar al alumno para trabajar como miembro de un grupo; g) la práctica rutinaria de la medicina basada en la evidencia, y, finalmente, h) la introducción de nuevos estándares y requerimientos éticos en la 70

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práctica clínica que exigen considerar simultáneamente los aspectos biológicos, psicológicos y sociales de la enfermedad. Las reformas curriculares introducidas en las últimas dos décadas incluyen la reestructuración e integración horizontal y vertical de los contenidos, el uso de estrategias educativas más apoyadas en el contexto clínico real y el aprendizaje independiente, y la introducción de nuevas técnicas de evaluación sumativas y formativas, que miden conocimientos, habilidades y actitudes, y mejoran el aprendizaje del alumno al permitirle identificar por retroalimentación sus fallos o carencias, respectivamente (6, 7). Entre los nuevos currícula destacan los basados en resultados (outcome based), y los centrados en órganos y sistemas, con módulos o bloques integrados (cardiovascular, locomotor, etc.) o en ciclos vitales (infancia, edad adulta, vejez), que a su vez pueden mezclarse entre sí, y emplear o no estrategias apoyadas en la resolución de problemas. Sin embargo, todos tienen en común dos características: a) haber derribado las rígidas fronteras entre las enseñanzas preclínicas y clínicas del currículum flexneriano, centrándolas más sobre los sistemas orgánicos mayores o ciclos vitales que sobre las líneas departamentales tradicionales, cuidando al mismo tiempo de mantener el máximo grado de continuidad en el proceso formativo, y b) perseguir objetivos comunes como son transmitir conocimientos, enseñar habilidades, e inculcar el código de valores de la profesión de una manera equilibrada y en la práctica clínica real, ya que está sobradamente comprobado que el conocimiento clínico se adquiere mejor en el contexto en el cual ha de aplicarse después. El currículum diseñado sobre el estudio por módulos o bloques de órganos y sistemas puede limitarse a contemplar conjuntamente la anatomía, fisiología y bioquímica de cada órgano o sistema mayor (integración horizontal), o recurrir además a la integración vertical con la que el alumno aprende los aspectos clínicos de los órganos y sistemas, al tiempo que estudia las ciencias básicas relacionadas con los mismos (datos macroscópicos, microscópicos y bioquímico-moleculares). El currículum organizado sobre ciclos vitales, utiliza un abordaje aún más integrador donde los datos básicos y clínicos se aprenden en el marco de las diferentes etapas biológicas y psicológico-conductuales de la vida humana. A su vez, la enseñanza basada en la resolución de problemas, puede ser un paradigma docente único, o bien una técnica complementaria en el seno de otros currícula. Se realiza con pequeños grupos de estudiantes que, trabajando de manera autónoma, resuelven un problema clínico planteado por el profesor, ante quien finalmente presentan y discuten sus conclusiones en una sesión moderada por él. La Sociedad Española de Educación Médica y la Conferencia Nacional de Decanos han propuesto claras recomendaciones para la reforma curricular, pero su puesta en marcha se está demorando en exceso por la colisión entre las normativas europeas por un lado y, por otro, la proverbial inercia de la Administración española (3, 8). Pero, para implantar una reforma curricular es preciso definir antes qué es un currículum. El currículum es algo más que el syllabus, o relación de contenidos teóricos, Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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y se define como aquello que acontece en un programa educativo, incluyendo las estrategias de aprendizaje y la evaluación del estudiante, los recursos del entorno educativo y el cronograma utilizados en el proceso docente; pero la definición engloba, además, la intención de los profesores y el modo en que ellos hacen posible que se alcancen los objetivos docentes, así como la evaluación del propio currículum (autoevaluación por profesores y alumnos, y evaluación por agencias externas). La planificación del currículum comprende tres apartados esenciales que se sitúan entre el alumno y los resultados del aprendizaje, a saber: a) qué se debe enseñar (contenidos); b) cómo se debe enseñar (estrategias educativas, instrumentos de enseñanza y aprendizaje), y c) cómo se debe evaluar lo que se enseña. En este punto Harden nos advierte: “Recuerda que si no sabes dónde quieres llegar, nunca podrás saber cómo llegar”. A estas tres preguntas es obligado añadir una cuarta: ¿dónde debemos enseñar? En relación con el primer apartado, qué se debe enseñar, se puede constatar que los contenidos de los currícula modernos reflejan los avances científicos y descubrimientos médicos más significativos que han transformado la manera de dispensar el cuidado médico. Las mejoras en la salud pública y el tratamiento de las enfermedades han cambiado drásticamente los patrones de morbimortalidad observados en la primera mitad del siglo XX, prolongando la vida media de la población. Esto ha multiplicado exponencialmente la incidencia de enfermedades crónicas, ampliando el foco de la atención clínica desde las enfermedades agudas a los procesos morbosos de curso más prolongado, como las enfermedades neurodegenerativas o los trastornos osteoarticulares, entre otros. Por ello, el cuerpo de contenidos del currículum se ha ampliado también para incluir no sólo los cuidados geriátricos y los del enfermo terminal, sino nuevos problemas sanitarios ligados al estilo de vida y la cultura de nuestros días, como son la adicción a drogas, la obesidad, el SIDA, la nutrición y otros que requieren enfoques dirigidos a la prevención de la enfermedad y promoción de la salud. Esta carga adicional requiere obviamente una nueva ponderación del contenido total del currículum que deberá ser aligerada convenientemente, descargando muchos datos irrelevantes sobre enfermedades y procesos morbosos tanto comunes como infrecuentes. Por otro lado, los incesantes avances y descubrimientos en ciencias biomédicas expanden constantemente las opciones terapéuticas, crean nuevos abordajes o modifican los convencionales, y retan a los educadores a integrarlos también en el currículum de una manera equilibrada. Por ejemplo, el desarrollo de la biología molecular y celular y de la genética, exige al estudiante entender las bases genético-moleculares de las enfermedades para poder mejorar su tratamiento y seguimiento. Además, la ética médica es un campo cada vez más prominente en la enseñanza de la Medicina. En efecto, las oportunidades que aportan las nuevas tecnologías para el diagnóstico y tratamiento, con sus elevados costes, y las propias exigencias del paciente y la sociedad, que demandan siempre más de lo que se les puede ofrecer, requieren 72

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más que nunca transmitir al estudiante buenos códigos de conducta, por lo que resulta crítico enseñarle un profesionalismo compasivo (aquel basado en el altruismo, que pone siempre el interés del enfermo por encima del de su médico) y no meramente técnico. Las presiones administrativas para que los médicos no ignoren las repercusiones financieras de sus decisiones diagnósticas y terapéuticas exigen, además, enseñar a los estudiantes a evaluar los costes y beneficios de las diversas opciones del manejo clínico sobre la base de estudios controlados de la evolución de los pacientes. Finalmente, la nueva dinámica social derivada de la globalización y la mezcla étnico-cultural impone enseñar nuevas maneras de comunicarse y formación específica para comprender los códigos de valores y conducta de una población cada vez más heterogénea. De hecho, las habilidades en comunicación constituyen uno de los aspectos más importantes de la docencia médica actual, tanto más en la medida en que el cuidado médico se torna más complejo y el abanico de pacientes que buscan tratamiento se diversifica desde el punto de vista racial y ético-religioso. Para considerarse competente el médico actual debe más que nunca saber escuchar al paciente y entender sus quejas y dolencias, facilitar su comprensión de la enfermedad y su participación en el proceso de decisión diagnóstico-terapéutico al que ha de someterse, así como informar y aconsejar a la familia. La nueva corriente de la llamada medicina narrativa insta al médico a escribir habitualmente, si no a diario, las reflexiones relacionadas con sus encuentros clínicos, reflejando aquellas cuestiones que importan más al enfermo, independientemente de la relevancia clínica o pronóstica real que tengan. Así, el profesional médico puede moldear su manera de acercarse al enfermo humanizándola y haciéndola más eficaz. La enseñanza de las humanidades (literatura, filosofía, ética, historia, religión) y las artes, fuera y dentro del contexto del entrenamiento clínico, se reclama cada vez con más insistencia en las revistas de educación médica, para mejorar el entendimiento que el estudiante pueda llegar a tener de sí mismo y del otro, así como de la naturaleza y el significado de la enfermedad y el sufrimiento. Para recapitular el abanico de los contenidos de un currículum moderno pongamos un ejemplo de las competencias incluidas en el mapa de la facultad de Medicina de Indiana (EE. UU.), representativa de la mayoría de las de aquel país: 1) Effective Communication. 2) Basic Clinical Skills. 3) Using Science to guide Diagnosis, Management, Therapeutics and Prevention. 4) Lifelong Learning. 5) Self-Awareness, Self-Care and Personal Growth. 6) The Social and Community Contexts of Health Care. 7) Moral Reasoning and Ethical Judgment. 8) Problem Solving. 9) Professionalism and Role Recognition. Analizando este listado de competencias, que es coincidente con el preconizado en el Tomorrow’s Doctors y otros documentos similares (7-9), observamos que en la mayoría de nuestras facultades sólo se contempla la enseñanza de otras que no sean las incluidas en el apartado III. Pero es que, además, los contenidos de las ciencias básicas y clínicas que enseñamos tienden a estar sobredimensionados en muchos apartados; en efecto, y salvanArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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do algunas excepciones, utilizamos un syllabus cargado de datos irrelevantes, cuya liberación y posterior evaluación con tests exclusivamente cognitivos acaparan una cantidad excesiva de tiempo lectivo y limitan las oportunidades para la adquisición de habilidades clínicas básicas y demás competencias ya mencionadas, imprescindibles para una buena formación. Igualmente, sólo con alguna excepción, las enseñanzas prácticas se articulan como un añadido o estrambote de las teóricas y se imparten de manera improvisada, sin método y objetivos preestablecidos, y apenas se evalúan. En relación con el segundo apartado de la reforma curricular, cómo debemos enseñar, hoy los educadores médicos coinciden en que el aprendizaje pasivo basado esencialmente en la lección magistral debe ser sustituido por un proceso más activo que impulse las habilidades de razonamiento y que enseñe las ciencias biomédicas, no como hechos o cúmulos de datos aislados, sino de un modo conceptual que proporcione al alumno las bases para entender los fenómenos clínicos y que desarrolle hábitos del aprendizaje independiente, con los que podrá acceder a una formación continuada durante el resto de su vida profesional. Además, el proceso docente moderno destaca la comprensión de la situación del paciente y su enfermedad en el contexto de la comunidad en la que habita, y no como un individuo aislado portador de una enfermedad. Por el contrario, nosotros utilizamos una metodología docente basada en altas dosis de lecciones teóricas, que llegan a ser tóxicas en algunas asignaturas. No obstante, la mejora de nuestro currículum no debe pasar sólo por practicar una “sangría” de la carga teórica que permita volcar otros fluidos más vivificantes en el caudal de la corriente docente. Pensamos que también es preciso modificar la manera más habitual de impartir las lecciones, evitando la actitud pasiva del alumno, inquiriéndole y haciéndole reflexionar durante la exposición (Sócrates utilizaba ya el método mayéutico para conseguir “el alumbramiento” de las ideas desde la mente de sus discípulos). En un ambiente docente saneado, un número considerablemente menor de buenas clases teóricas debería complementarse con más encuentros alumno-profesor, en los que los estudiantes resuelvan los problemas tal como se plantean en la realidad clínica, labor que se puede hacer en un despacho, a la cabecera del enfermo, o fuera del hospital (Medicina Familiar), y desarrollarse de varias maneras, como, por ejemplo, que un grupo de alumnos alrededor de una mesa entable una discusión en la que sus intervenciones predominen siempre sobre las del profesor, que deben ser intencionadamente escasas. Esta metodología docente, que puede arrancar de un “problema clínico” abstracto o de un “caso clínico real” (problem-based y case-based learning), aumenta la habilidad del alumno para el desarrollo de hipótesis, la búsqueda y filtrado de la información, el razonamiento deductivo, y la capacidad de comunicación que se requiere para trabajar en grupo, y representa un cambio radical en el abordaje docente institucional, que pasa de una mecánica disciplinaria obsoleta (centrada en un profesor que se presenta como experto y da lecciones a grupos de 100 o más alumnos encerrados en 74

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una aula), a un contexto interdisciplinario, en el que el profesor trabaja con pequeños grupos de estudiantes actuando más como facilitador (enseñanza centrada en el alumno). En cualquier caso, sin la inmersión del alumno en la práctica clínica diaria, que permite el feed-back sobre sus actuaciones clínicas reales (p. ej., corregir los errores en la recogida de la anamnesis, la exploración física, la interpretación de datos paraclínicos, o la ejecución de ciertos gestos técnicos) apenas enseñaremos nada verdaderamente útil a nuestros estudiantes (lo que les hacemos memorizar se olvida), que no “aprenderían a aprender” por sí mismos, habilidad que Martin Heidegger consideró la más importante de todas porque permite aprender de por vida. Una habilidad que nuestros alumnos sólo empiezan a adquirir cuando se convierten en residentes. Enseñemos, pues, a aprender. Pero, ¿cómo hacerlo? En primer lugar, propiciando un contacto más precoz del alumno con el enfermo; en segundo, incrementado el empleo de la discusión en pequeños grupos y las tutorías; y, en tercero, favoreciendo el uso frecuente de recursos de biblioteca. Una condición básica de las nuevas estrategias docentes, común a otras áreas de la educación superior, pero ausente también en nuestras facultades, es la integración de la tecnología de la información en el proceso educativo. El syllabus, o programa teórico de los cursos, las fotos de preparaciones histológicas y los estudios de imagen, los casos de pacientes, las notas o apuntes de clase, los libros de texto, e incluso los exámenes, se facilitan con ordenadores. Los programas de “imagenología” y tratamiento gráfico avanzados permiten al profesorado suplementar la instrucción en ciencias básicas y patología. La anatomía, por ejemplo, ya no se enseña sólo en el libro y el cadáver, sino con modelos tridimensionales, utilizando maniquíes o programas animados por ordenador, y diferentes estudios revelan que estos nuevos métodos superan a los clásicos. Además, se pueden simular encuentros clínicos con pacientes para enseñar habilidades diagnósticas y de toma de decisiones, o simular procedimientos prácticos que acortan las curvas de aprendizaje en la adquisición de habilidades. Con los recursos electrónicos, las nuevas bibliotecas (Centro de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación, CRAI en España) ya no sólo aumentan y agilizan el uso de sus fondos, sino que ayudan al estudiante y al profesor a circular por el espeso bosque que genera la incontenible expansión de la literatura médica. Nadie cuestiona ya que el alumno ha de ser adiestrado en el manejo ágil de la información, imprescindible para la toma de decisiones diagnóstico-terapéuticas y la resolución de problemas clínicos, más aún en un tiempo en el que la caducidad del conocimiento es cada vez más rápida. Otra razón más reciente, pero igualmente poderosa, para modernizar cuanto antes el currículum es la imparable tendencia a la internacionalización de la enseñanza de la Medicina (6). Se ha comprobado que en el año 2005 un 73% de las universidades punteras ya otorgaban una prioridad máxima a la internacionalización de la enseñanza. Por tal se entiende la adopción de currícula y estándares docentes y técnicos Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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compartidos a nivel transnacional mediante tecnologías de la información que facilitan los abordajes docentes interconectados, basados en compartir lenguajes y recursos, (programas, profesorado y técnicas docentes) a través de intercambios virtuales. Los programas educativos transnacionales, basados en la colaboración de escuelas de Medicina en países distintos, son ya una realidad. Así, la International Virtual Medical School (IVIMEDS), que integra la actividad de 50 escuelas líderes de Medicina, tiene un programa docente de alta calidad que usa un currículum basado en resultados (outcome-based) y una metodología docente híbrida que mezcla abordajes innovadores de resolución de problemas mediante el uso sistemático del e-learning y la enseñanza virtual, con lo mejor del método clásico de enseñanza cara-a-cara en el contexto clínico. ¿Qué pretende el bien concebido, pero de perezoso desarrollo, “Proceso de Bolonia” sino la creación de un espacio europeo de educación en el que los Estados miembros compartan los objetivos del aprendizaje, el proceso educativo y la acreditación de los títulos para favorecer la competitividad y la movilidad de estudiantes y profesionales? (3, 11) Aunque las administraciones nacional y europea aún no nos hayan aclarado con la suficiente precisión cómo debemos cambiar la enseñanza de la Medicina, o quizás precisamente por ello, deberíamos estar ya preparados para hacerlo. Pero, ¿lo estamos? ¿Qué oportunidades reales tendrían la mayoría de las facultades españolas para sumarse mañana a la IVIMEDS, en el caso de que fueran invitadas a hacerlo, si en ellas los alumnos siguen tomando apuntes, y no practican modalidad alguna de autoaprendizaje como por ejemplo realizar una búsqueda en PubMed? El tercer apartado para la elaboración del nuevo currículum del siglo XXI es cómo evaluar a los estudiantes. Para Harden la idea más trascendente de toda la pedagogía médica moderna es considerar los resultados a alcanzar con el aprendizaje como el factor propulsor de la planificación del currículum. Precisamente, es la definición de aquello que se va a evaluar a lo largo y final del proceso docente, lo que debe delimitar los objetivos de éste, para configurar así (yendo del final al principio del camino educativo) la propia estructura del currículum (outcome-based curricula y outcomebased learning) (6). Los exámenes escritos sobre el conocimiento clínico son todavía útiles; pero aislados son insuficientes, y no sirven para evaluar la capacidad para realizar una historia clínica o un examen físico, tomar decisiones diagnósticas y terapéuticas, comunicarse con los pacientes, y estimar el profesionalismo del alumno. Por ello, son cada vez más las escuelas de Medicina que utilizan pacientes simulados para evaluar dichas habilidades (Examen clínico objetivo estructurado, ECOE). En las interacciones con pacientes estandardizados, se espera que el estudiante establezca un buen contacto inicial con el enfermo, obtenga una buena historia clínica, realice un examen físico adecuado, se comunique eficazmente y documente bien los hallazgos e impresiones diagnósticas; además, después de cada encuentro el estudiante elabora un documento escrito que incluye la anamnesis, los hallazgos del examen físico, las impresiones diagnósticas y los planes de exámenes adicionales. En 76

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EE. UU. el ECOE es una parte del examen en tres etapas que es necesario superar para obtener la licenciatura. En nuestro país debería implantarse una prueba similar al final del grado que sustituyera al actual examen MIR, cuyo perfil exclusivamente cognitivo condiciona y pervierte desde el inicio todo el proceso de aprendizaje, aunque parece que, afortunadamente, va a convertirse en una prueba también competencial en un futuro próximo. La cuarta etapa crítica para modernizar un currículum es considerar dónde se debe enseñar. La enseñanza de la Medicina, que entró en el hospital al comienzo del Renacimiento (Padua), vuelve a salir del hospital en el siglo XXI. Tradicionalmente los servicios hospitalarios en los hospitales universitarios proporcionaban un escenario ideal para formar al estudiante. Como los pacientes ingresaban con todo tipo de enfermedades comunes y permanecían internados por períodos de tiempo suficientemente largos, los alumnos podían observar, discutir y participar en todo el proceso diagnóstico-terapéutico, desde la admisión al alta, bajo la supervisión de los residentes y médicos de la plantilla. Sin embargo, el hospital ha dejado de ser el único y, si consideramos algunas facetas del aprendizaje, el mejor lugar para enseñar al alumno; el enfermo ingresado presenta patologías cada vez más complejas que requieren un manejo altamente especializado, y en muchos casos la mayor parte de los exámenes iniciales y del cuidado postratamiento se realizan en régimen ambulatorio; así la perspectiva clínica del alumno queda limitada y sesgada. Es indudable que una parte importante de lo que el alumno debe saber, se aprende mejor en el contexto de la Medicina Familiar y Comunitaria, y muchos estudios han demostrado que la capacitación y el grado de satisfacción de los alumnos que rotan fuera del hospital superan a la de grupos de alumnos que no lo hacen. Este medio ofrece al estudiante una muestra más representativa de las enfermedades que debe conocer, y le permite aprender mejor el manejo global del paciente; además, la continuidad en el seguimiento facilita su comprensión de los aspectos sociofamiliares, culturales y psicológicos de la enfermedad y de la incapacidad y sus implicaciones. Esta alternativa docente complementaria posee, además, la ventaja de que permite “descongestionar” nuestros hospitales, que en algunos casos tienen que “encajar”, más que acoger, simultáneamente a cuatrocientos alumnos en ciertos períodos del segundo ciclo. La situación de partida para desarrollar la reforma curricular del pregrado en nuestro medio presenta varias dificultades. En primer lugar, aparecen las contradicciones todavía no resueltas entre las directivas de la Unión Europea y las propuestas desde el Espacio Europeo de Educación Superior sobre la reforma de los planes de estudio de Medicina (3), que si bien no contribuyen precisamente a facilitar la instauración del cambio curricular, tampoco han impedido que la mayoría de nuestros vecinos estén a punto de completar este proceso. En cualquier caso es preciso considerar las connotaciones adversas de nuestro contexto; por un lado, la enseñanza en nuestros hospitales no está articulada como Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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un cotinuum y, además, los niveles de pregrado y posgrado funcionan de manera independiente. La actitud pervertida del discente, ligada a la necesaria superación del examen MIR, tampoco favorece el proceso. La sobrecarga asistencial del profesor, la crónica infravaloración de la actividad docente, y el marcado envejecimiento del cuerpo de profesores son también factores adversos; pero alguno de ellos también se da en facultades de otros países que han instaurado con éxito sus reformas curriculares. El problema tampoco está en el número o la ratio profesor/alumno, que para sí quisieran muchas escuelas de Medicina cuyo producto docente es mejor que el nuestro. Posiblemente, nuestra limitación principal se relacione más con la rigidez de la actual estructura departamental y el inmovilismo y desmotivación de una parte importante del profesorado, que con cualquier otro factor. La acomodación crónica a las costumbres adquiridas de muchos profesores numerarios, junto con la precariedad de la categoría de profesor asociado, en la que se mezclan algunos con una encomiable dedicación docente con una mayoría indiferente y desinteresada, explican en buena parte la desafección generalizada hacia la carrera académica, que parece haber perdido todo su atractivo para los profesores más jóvenes (colectivo decisivo para implantar cualquier mejora curricular). Cuando la indolencia afecta además a profesores con un alto grado de responsabilidad, la dificultad para esta insoslayable empresa aumenta y puede llegar a ser insuperable. Este es un problema formidable cuya solución pasa por la “reinvención” de la carrera académica, al modo que se viene practicando en algunos países con estrategias que motivan la “adhesión” a la tarea docente, favoreciendo la formación y promoción del profesorado. Esta última sigue haciéndose en función del rendimiento en investigación y no de la excelencia docente, lo cual no incentiva precisamente la dedicación a la enseñanza. Pero, en nuestra opinión, una “reactivación revulsiva” del hacer académico, que pasa inevitablemente por una reforma curricular que lleve además implícita una nueva apreciación de la dedicación docente, podría conducir a la reflexión y el reencuentro con la conciencia o identidad de profesor a muchos que la hayan perdido. Aunque esto pueda parecer quimérico, debemos pensar que, de la misma manera que la definición clara de unos objetivos y estrategias docentes apropiados alumbra el cuerpo global de un buen currículum, la implantación de dicho currículum podría acarrear una transformación positiva de la actitud y la eficiencia del cuerpo docente. El paro tecnológico (el que hace enmudecer las máquinas por falta de materia prima) que afecta a algunas de nuestras facultades podría solventarse reinyectando la materia prima (en este caso algunos de los mejores cerebros que recibe la universidad y que mantenemos infrautilizados durante seis años) en el contexto clínico. Un aforismo escrito por Franz Kafka en Zürau reza: “Una jaula salió en busca de pájaro”; pues bien, acabemos con el acorralamiento del alumno en las grandes aulas, dejemos que éstas se ventilen mucho más y emplacemos al alumno al lado del enfermo bajo nuestra tutela. 78

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Pero, ¿qué hacer para implantar el cambio curricular en nuestro medio? Según Harden, el desarrollo de un programa docente no puede ser dejado a la suerte, sino que ha de ser planificado cuidadosamente. En el pasado, la decisión sobre qué era lo que los estudiantes tenían que aprender se apoyaba fundamentalmente en el departamento académico, pero, en la medida en la que el conocimiento médico se ha hecho más complejo e integrado, los educadores médicos han reconocido la necesidad de un abordaje más unificador. Así, en el año 2004, la mayoría de las escuelas de Medicina en los países occidentales, Japón, Taiwán, algunos del Oriente Medio, el Asia meridional y Australia, (y la Facultad de Medicina de Castilla la Mancha, en España) habían ya centralizado el gobierno del currículum en un comité ejecutivo muy amplio, que tiene adjudicada la responsabilidad de supervisarlo sin estar sujeto a los intereses particulares de los departamentos, y que dispone de fondos y personal propios para apoyar el desarrollo del programa educativo, incluyendo la formación del profesorado. La experiencia adquirida en otras facultades ha demostrado que es imprescindible disponer de una Unidad o Comité de educación médica que, actuando por encima de los intereses departamentales, en conjunción con los equipos decanales, impulse el cambio. Este comité deberá estar formado por profesores expertos en metodologías docentes que tengan intención, tiempo, y autoridad institucional delegada para integrar y monitorizar la corriente educativa en su conjunto, evitando la disfunción impuesta por la fragmentación del saber médico y las presiones a veces excesivas de los especialistas. En el caso de no estar capacitados, los profesores deben ser comisionados para adquirir la preparación necesaria, financiando sus desplazamientos a facultades y foros apropiados. Acabada su reciente y devastadora guerra, algunos países balcánicos enviaron a Heidelberg grupos de profesores para reciclarse en pedagogía médica moderna antes de emprender una reforma curricular en sus anquilosadas facultades que ya es operativa. En este punto es necesario recordar que sin la adecuada financiación no se puede cambiar ningún proceso docente, y que la supervisión de la instrucción, preparación y evaluación de los alumnos con nuevas técnicas docentes, requiere fondos suplementarios. En España es frecuente que los políticos propongan ampulosos cambios de complejos procesos, como es, por ejemplo, el de la enseñanza médica, utilizando los recursos ya existentes (“coste cero”) que así nunca llegan a implantarse.

Unidades Docentes ¿Cuáles podrían ser las labores de las Unidades Docentes en nuestras facultades, cuyos objetivos deben siempre prevalecer sobre los intereses departamentales particulares? Pensamos que, entre otras, deberían estar: 1) proponer la reforma del syllabus con el necesario enfoque interdisciplinario-interdepartamental, reduciendo e integrando mejor la carga teórica, y liberando horas lectivas para la práctica clínica y la adquisición de nuevas competencias; 2) emprender y supervisar la aplicación de nueArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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vas metodologías docentes y de búsqueda de la información que propugnen, entre otras habilidades, la del autoaprendizaje; 3) homogeneizar las técnicas de evaluación, tanto de los conocimientos teóricos como de las habilidades clínicas, extendiendo el examen ECOE a todos los cursos del segundo ciclo; 4) diseñar estrategias para complementar las enseñanzas de pregrado y posgrado, de manera que los residentes participen en la docencia del alumno de una manera normalizada y no casual; 5) planificar la logística de rotaciones clínicas en el contexto de la Medicina Familiar y Comunitaria, definiendo los objetivos docentes, los métodos de evaluación, y estableciendo la necesaria concertación y motivación del profesorado que fuera a asumir la carga docente en ese “campus clínico” complementario; 6) crear una sección para orientar a los alumnos en la elección de su especialidad (lo que los ingleses llaman Career Advise), y finalmente, pero no menos importante, 7) iniciar un plan para mejorar la capacidad docente del profesorado (faculty development, teach the teachers). En cualquier caso, las facultades deben organizar fellowships y programas longitudinales o autodirigidos, y cursos on-line para la formación del profesorado, incorporando en el campus virtual, al modo que ya se hace en muchas facultades, el material existente para este propósito (datos sobre los nuevos patrones y técnicas pedagógicas y docentes, vídeos incluidos, etcétera); así el profesor podría organizar su propio aprendizaje, practicando el feed-back y la autoevaluación.

Un problema nuevo Por si fueran pocos los problemas estructurales que pueden dificultar la mejora del proceso docente, uno nuevo la acecha. En efecto, la interacción de las enseñanzas de pregrado y posgrado en los hospitales universitarios podría verse comprometida por la reducción del horario laboral del médico residente, que debe completarse en 2008 en todos los países de la Unión Europea (10). En julio del 2003 el Accreditation Council for Graduate Medical Education (ACGME) elaboró una normativa que limita el horario laboral del residente en EEUU a 80 horas semanales. Ésta tiene el propósito esencial de garantizar una atención más segura y eficiente del paciente, y mejorar la disponibilidad de tiempo para el estudio y el aprendizaje del residente, libre ya de la fatiga inherente al sistema de formación iniciado a principios del siglo pasado en el Johns Hopkins, que exigía a aquél una vida “sacerdotal” (house officer) y sin limitación horaria alguna. Esta misma idea ha llevado a las autoridades de la Unión Europea y Japón a reducir drásticamente el horario laboral del médico residente. La nueva directiva europea, del European Working Time Directive (EWTD), que impone un límite de 48 horas semanales, regula que el residente trabajará 8 horas al día, 6 días por semana, incluyendo el tiempo dedicado a guardias nocturnas. La violación de esta normativa se penaliza con 15.000 euros y, en EE. UU., a la sanción económica puede añadirse la retirada de la venia docente. 80

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Como el aprendizaje del residente se basa en el equilibrio entre los requerimientos de su formación teórico-practica y la realización del trabajo asistencial, en caso de conflicto entre ambos se verá forzado a dedicar proporcionalmente más tiempo a la asistencia en su vertiente más rutinaria o menos formativa, lo que recortará sus actividades clínicas y reducirá el tiempo dedicado a la docencia del residente joven y del estudiante de pregrado. Aunque los análisis de los posibles efectos de la reducción horaria sobre la atención al paciente y la formación del residente arrojan resultados contradictorios, son más los estudios que indican que la restricción laboral no garantiza la consecución de dichos objetivos, pudiendo por el contrario, acarrear las siguientes consecuencias negativas: 1) reducción considerable del número de pacientes vistos durante su formación; 2) interrupción repetitiva en el seguimiento del enfermo y de la relación docente con sus tutores, que será más breve y errática, o menos estructurada; 4) sobrecarga proporcionalmente mayor de trabajo “rutinario”, que reducirá el aprendizaje programado y reglado, la asistencia a sesiones docentes y la enseñanza del pregraduado disminuirá notablemente y, finalmente, y 5) la formación en investigación pasará a ser un hobby y desaparecerá de los programas de residencia. En España, donde la duración máxima de la residencia se limita a 5 años, en 2003 ningún programa incluía la rotación por el laboratorio o áreas de investigación. Las consecuencias para la atención de los pacientes también podrían resultar negativas. En la mayoría de los servicios será necesario adoptar un sistema de turnos que, al requerir el traspaso de información sobre la situación del paciente entre relevos, conlleva riesgos para su seguridad. Además este sistema que despersonaliza la atención, creará una “mentalidad de turno” en el residente, que no es mejor que la antigua, y aumentará la interrupción en la atención al alumno de pregrado. Para contrarrestar los problemas mencionados se han propuesto diferentes alternativas, que pueden resultar, sin embargo, difíciles, o incluso imposibles de aplicar. Entre ellas estarían: a) reducir el trabajo burocrático del residente contratando un staff no médico para asumir estas labores, o incrementar en un 10-15% el número de residentes o médicos de staff; sin embargo, ambas medidas conllevan costes adicionales que los gerentes no asumen; por otra parte, el número de especialistas se incrementaría por encima de las necesidades reales, colmadas ya en la mayoría de los países (aparecería la inflación de especialistas); b) contrarrestar los defectos en la formación aumentado el número de sesiones, seminarios, cursos, lecciones, etc.; esta medida, útil en especialidades médicas, no lo sería del todo en las quirúrgicas, en las que el número de operaciones es crítico para una buena formación y c) prolongar la duración de la residencia en 1 ó 2 años, lo que requeriría aumentar el tiempo total de la formación médica de 16 a 18 años, con la consiguiente desmotivación para elegir la carrera médica. Los responsables de las especialidades quirúrgicas de la Unión Europea, han propuesto la modificación de la nueva normativa de la EWTD mediante la opción llamaArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:69-82

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da “48 + 12 horas”, que añade al horario oficial 12 horas reservadas y protegidas para actividades formativas y docentes, estructuradas y supervisadas, pero nunca dedicadas a guardias nocturnas o trabajo rutinario. Sin embargo, uno se pregunta otra vez qué parte de este escaso tiempo adicional estará dispuesto a dedicar el residente a la atención del alumno de pregrado. La polémica está abierta y comienza la búsqueda de soluciones.

Referencias 1. Barzansky B, Etzel SI. Educational Programs in US medical Schools, 2003-2004. JAMA 2004; 292: 1025-1031. 2. Carraccio C, Wolfsthal SD, Englander R, et al. Shifting paradigms: from Flexner to competencies. Acad Med. 2002; 77: 361-367. 3. Carreras J. Diseño de nuevos planes de estudio de medicina en el contexto del espacio europeo de educación superior. I. Punto de partida y decisiones previas. Educación Médica 2005; 8: 191-203. 4. Charap M. Reducing resident work hours: unproven assumptions and unforeseen outcomes. Ann Intern Med 2004; 140: 814-815. 5. Cooke M, Irby DM, Sullivan W, Ludmerer KM. American medical education 100 years after the Flexner report. N Eng J Med. 2006; 355: 1339-1344. 6. Dent JA, Harden RM. A practical guide for medical teachers. Edinburg: Elsevier, Churchill & Livingstone, 2005. 7. GMC. Tomorrow’s Doctors, 2003. http://www.gmc-uk.org. 8. Peinado JM y cols. Libro Blanco. Titulo de Médico. ANECA, 2006. 9. SEDEM. Recomendaciones para un nuevo proceso de reforma curricular en las facultades de medicina españolas. Educación Médica 2005; 8: 3-7. 10. The European Working Time Directive and the Effects on Training of Surgical Specialists (Doctors in Training). Acta Neurochir. (Wien) 2006; 148: 1130-1136. 11. University of Bristol. MEDINE. Medical Education in Europe. 2005. http://www.bris.ac.uk/ medine/

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Artículo especial

Teología y medicina en la obra servetiana (Nota introductoria al artículo de W. Osler) Theology and medicine in the Servetian work (Introductory note to the article of W. Osler) ■ José Luis Puerta Estoy firme en causa tan justa y no temo a la muerte. Servet a Calvino en su proceso en Ginebra1 ■ Miguel Servet y Revés, así se llamaba realmente el teólogo, humanista y médico nacido en Villanueva de Sigena (Huesca) en 1511, que salió de España con 17 años de edad para estudiar leyes en Toulouse y nunca más volvió. Servet fue antes que nada intachablemente fiel al nuevo espíritu renacentista que subrayaba el antropocentrismo, que se resistía a admitir a pie juntillas las enseñanzas escolásticas, y que defendía el derecho a pensar con libertad de juicio por encima de los dogmas. Consecuentemente, creía con firmeza en la mayoría de edad del hombre y, por tanto, en su capacidad —gracias al poder que le confiere la inteligencia y el libre albedrío— para tomar una postura personal incluso en los temas más graves y comprometidos. Perteneció, vamos a decirlo así, a ese parvo grupo de individuos que no se casa, intelectualmente hablando, con nada ni con nadie (además, toda su vida permaneció soltero). En fin, estamos ante una figura, rara avis, dispuesta a no plegarse a las convenciones, ni de los unos ni de los otros2; esas que El autor es médico. 1 Calvino J. Defensio orthodoxae fidei de sacra Trinitate contra prodigiosos errores Michaelis Serveti... Ginebra: Robert Estienne, 1554, p. 123; la cita se ha tomado de: Alcalá A. Introducción, en: Servet M. Treinta cartas a Calvino. Setenta signos del anticristo. Apología de Melanchton. Madrid: Editorial Castalia, 1971, p. 34. 2 En la última página de su Dialogorum de Trinitate Libri Duo (“Diálogos sobre la Trinidad, en dos libros”) escribió Servet: Nec cum istis, nec cum illis in omnibus consentio aut dissentio (“Ni con éstos ni con aquéArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:83-92

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se imponen en el seno de las sociedades hechas por humanos en cualquier lugar y tiempo de nuestra Historia. Por eso la paradoja y, a la vez, la moraleja de su ominoso final es que lo llevaron a la hoguera (hecha con madera verde para que ardiera más despacio) los que mantenían entonces las posiciones más progresistas, esto es, los reformadores. Precisamente aquellos que, en nombre de la fe renovada y de la libertad de conciencia, ponían en cuestión verdades tan nucleares en aquel tiempo como la autoridad del Papado o la del magisterio de la Iglesia de Roma, fueron de facto los que menos transigieron con los puntos de vista de Servet. Quizá, esta circunstancia explique por qué el estudio de su vida y, sobre todo, del proceso que lo llevó a la hoguera en Ginebra de la mano de uno de los grandes reformadores, Calvino, ha sido un imán para tantas plumas protestantes, aunque todas, en mayor o menor medida, han quedado prendidas del gran atractivo que tiene en sí la singular personalidad de este obstinado oscense. Excepto por su trágico final y algún otro episodio grave, recordemos, por ejemplo, que en Viena del Delfinado acabó siendo “quemado en esfinge”3, Servet disfrutó de la típica vida y carrera profesional de los individuos intelectualmente bien formados de la primera mitad del siglo XVI. En ese momento histórico de Europa, los países y sus gentes, a pesar de las fronteras y las diferencias lingüísticas, políticas y religiosas, se encontraban unidos por una fecunda herencia común: el latín. Esta realidad hacía que no fuera extraño encontrar a un español ejerciendo de médico personal del arzobispo primado de las Galias, o a un flamenco, como fue el caso de su condiscípulo Vesalio, enseñando anatomía en la universidad italiana de Padua, de la que por cierto fueron alumnos, entre otros muchos próceres, Copérnico y William Harvey (15781657). La formación en aquel tiempo era extremadamente onerosa y solo accedían a ella los que poseían fortuna propia o conseguían recursos, generalmente, de un mecenas. Aquellos que sobresalían podían ocupar distinguidos puestos en la sociedad y, por tanto, gozar de un cierto bienestar económico, pues ninguna sociedad —algo que con frecuencia se olvida en la nuestra— logra progresar si al prestigio que se deriva de la excelencia no le acompañan posición y dinero. Básicamente, este escrito sólo atiende a dos propósitos principales: por un lado, ayudar a entender mejor el contexto histórico (en sus figuras e ideas) que rodea la vida y obra de Servet (que es el tema en el que se adentra el artículo de William Osler y que se publica en este número de la Revista, véanse pp. 93-113). Y, por otro lado, intentar explicar por qué la descripción de la circulación menor de la sangre se encuentra “en medio” de un libro de teología, ya que, al menos en apariencia, se trata de dos asuntos poco conectados entre sí. llos, con todos consiento y disiento”), la cita viene recogida en: Menéndez Pelayo M. Historia de los heterodoxos españoles. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1992, Tomo 1, p. 1225. 3 Alcalá A. Introducción, en: Servet M. Treinta cartas a Calvino... Op. c., p. 30. 84

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Figura 1. Miguel Servet, óleo de Guillermo Pérez Baylo (reproducido con la autorización del Instituto de Estudios Sijenenses "Miguel Servet", www.miguelservet.org).

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I Para cumplir con el primer cometido, conviene empezar identificando algunas de las personalidades que fueron coetáneas de Servet. Entre ellas destacan: el humanista, Erasmo de Rotterdam (1467-1536). El maestro de príncipes y políticos, Nicolás de Machiavelo (1467-1527). El astrónomo y médico polaco, Nicolás de Copérnico (1473-l543), cuya obra cumbre De revolutionibus orbium coelestium saldría de la imprenta en 1543, unos meses después de su muerte; justo el año en que Andrés Vesalio (1514-1564) —cuatro años más joven que Servet y compañero suyo en la Facultad de Medicina de París— mandó imprimir su De humani corporis fabrica (dedicada al Emperador Carlos V) en los talleres que Juan Oporino tenía en Basilea. El jurista y humanista que optó por ser más fiel a sus creencias religiosas que al rey, Tomás Moro (1478-1535). O el enigmático médico, alquimista y astrólogo suizo, Paracelso (1493-1541). Y en el plano religioso4, hay que situarlo en la misma época que Martín Lutero (1483-1544) y su colaborador Felipe Melanchton (1497-1560), encargado de redactar la Confesión de Augsburgo (1530), es decir, el credo de la primera Iglesia reformada; a ambos debió conocerlos cuando asistió acompañando a fray Quintana a la Dieta de Augsburgo; la parte VI del libro de Servet Christianismi Restitutio, titulada: Apología contra Felipe Melachton y sus colegas sobre el Misterio de la Trinidad y sus costumbres antiguas, es una defensa contra los ataques teológicos que sufrió por parte de aquel reformista. El predecesor de Calvino en Ginebra, Guillaume Farel (1489-1565), con el que Servet se había carteado y, luego, le acompañaría hasta la hoguera (véase el comienzo del texto de Osler). Juan Hausschein, conocido como Ecolampadio (14821531), cabeza de la Iglesia de Basilea y en cuya casa se había hospedado. Ulrico Zuinglio (1484-1531), quien había aconsejado a Ecolampadio que intentase disuadir a Servet de sus herejías y atraerlo, aunque todos los intentos resultaron vanos: “He ensayado todo con él, pero es orgulloso y gusta tanto de las disputas, que nada ejerce la menor influencia sobre él”5, confesaría Ecolampadio a Zuinglio. Martín Bucero (1491-1551), ex dominico, que, a pesar de la fama de indulgente que le adornaba, después de oír las posiciones teológicas de Servet, y haciendo toda una demostración de cómo entendían los reformadores la libertad de conciencia que propugnaban, declaró: “Merecía que le arrancasen las entrañas y se le descuartizase”6. La lista podía 4

Para una información más detallada véase el Capítulo II de: Barón Fernández J. Miguel Servet. Su vida y su obra. Prólogo de Pedro Laín Entralgo. Madrid: Espasa-Calpe, S.A., 1970, p. 20 5 La cita está recogida en el Prólogo del Dr. Nicasio Mariscal y García de Rello a la obra: Servet M (Michael Villanovano). Razón universal de los jarabes según inteligencia de Galeno. Instituto de España. Real Academia de Medicina. Biblioteca clásica de la medicina española (tomo IX). Madrid: Imprenta de J. Cosano, 1943, p. 166. 6 La cita está recogida en: Barón Fernández J. Miguel Servet. Op. c., p. 44. 86

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ser más larga, pero estos nombres son suficientes para dar una idea del nivel de trato e interlocución que tenía el oscense en los ambientes europeos donde se estaba llevando a cabo la Reforma, y del rechazo que sus posiciones teológicas provocaba entre todos ellos. A esto último hay que añadir la persecución de la que también era objeto por parte de la Iglesia fiel a Roma, con la que topó por primera vez siendo estudiante de leyes en la entonces piadosa ciudad del Garona7. Esta situación de perseguido por herético le forzó a vivir en Francia bajo distintas personalidades. Tras esta breve digresión, pasemos a ver su “especial” relación con Juan Calvino (1509-1564). Figura 2. Juan Calvino (1509-1564). Los primeros contactos de Calvino con Servet se remontan a la primera estancia de éste en París, que comenzó alrededor de 1533, donde fue primeramente alumno del colegio Calvi y, luego, profesor de matemáticas en el colegio de los Lombardos. En esa ciudad del Sena, parece ser que en 1534, acordaron ambos un encuentro para dirimir sus puntos de vista teológicos; reunión que no llegó a realizarse porque Servet, por razones que se desconocen, no acudió a la cita. Desde entonces debió irse forjando una enemistad mutua que, desdichadamente, terminó con el proceso ginebrino que llevó a Servet a la hoguera. Y es que ambos, realmente, no coincidían en nada: ni en puntos tan importantes, teológicamente hablando, como la existencia de la Trinidad o la conveniencia de no bautizar a los párvulos; ni en su visión sobre la predestinación y la libertad de los humanos (mientras que Calvino sostenía que ningún hombre puede ganar la salvación gracias a sus buenas obras, Servet defendía la capacidad de elección de los individuos y se oponía a la doctrina de la predestinación); ni en la concepción del papel del poder civil y religioso: para Servet el Estado y la Iglesia debían estar separados; por el contrario, Calvino no creía en la independencia del poder civil con relación al poder espiritual. Como he señalado al principio, Servet fue al mismo tiempo teólogo, humanista y médico —quizá este sea el orden que mejor retrata sus intereses—, pero por encima

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Barón Fernández J. Miguel Servet. Op. c., p. 37.

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de todo ha de vérsele como un ferviente defensor de la dignidad, la libertad y la caridad humanas. Influido por uno de los grandes médicos humanistas del siglo XVI durante su estancia en Lyon, Sinforiano Champier (1472-1539), creía firmemente en que existe una relación entre las diversas disciplinas cultivadas por la inteligencia humana, por tener entre sí un nexo común: el hombre. La rebelión encabezada por Lutero contra la autoridad de la Iglesia de Roma jalona un período histórico en el que se revisa todo lo asumido como verdad hasta entonces, el conocimiento sensible reclama del concurso de la experiencia y el arte alcanza unas cotas de desarrollo inigualables. De estos elementos surge, entre un tropel de nuevos valores, ideas, sentimientos y sensaciones, el ideal de que el hombre está en el centro de cualquier especulación. Así, reverdece el antiguo concepto de belleza griega con el que vuelve el culto a la figura humana y el amor a la naturaleza, en la que el hombre ocupa un lugar central, armonioso y bello. La concepción cristiana de que la enfermedad es un castigo que tenemos que sufrir por nuestra naturaleza pecadora es sustituida en el Renacimiento por el viejo concepto griego que tenían tan imbuido los asclepíadas hipocráticos, según el cual la enfermedad no es otra cosa que una perturbación de la armonía de la naturaleza. A su vez, la idea de que a la muerte hay que mirarla con miedo o con una resignada indiferencia, queda arrinconada por un remozado deseo de vivir, al que se suma el ansia de retrasarla todo lo posible. En medio de este ambiente, como ha señalado el historiador Arturo Castiglioni: “Por primera vez en la historia [la medicina] encuentra el camino que ha de ser el definitivo, señalado por el estudio anatómico... [al que] le guían, por un lado, el reverdecido concepto artístico y, por otro, la libre conciencia de la crítica individual. Mientras que el renovado deseo de la vida impulsa a investigar los misterios más profundos y a escrutar el problema de la muerte”8.

II A Servet no le debió costar apropiarse de esta cosmovisión, ecuménica e integradora, de los saberes que tenían los (médicos) humanistas de entonces. Todo lo contrario. Por un lado, disfrutó del enriquecedor ascendiente de determinadas personalidades como fueron la del oscense y agustino regular Juan de Quintana9, que acabaría siendo el confesor del Emperador; la de Champier que le indujo a estudiar medicina en París; la del arzobispo Pierre Paulmier y la del erudito traductor de tex8

Castiglioni A. Historia de la medicina. 1.ª ed. española, traducida de la 2.ª ed. italiana, rev. y ampliada. Barcelona y Buenos Aires: Salvat Editores, S.A., 1941, p. 386. 9 Alcalá A. Introducción, en: Servet M. [Michael Servetus Villanovanus]. Restitución del cristianismo (trad. de Alcalá A. y Betés L.). Madrid: Fundación universitaria española, 1980, p. 18. 88

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tos sagrados Santes Pagnini (1470-1541). Asimismo tuvo la posibilidad de estar presente en marcados acontecimientos históricos como la coronación de Carlos V en Bolonia (noviembre de 1529) y la Dieta y la Confesión de Augsburgo (1530). Por otro lado, pudo conocer y estudiar textos canónicos que todavía no se habían traducido a la lingua franca, ya que desde muy temprana edad dominaba las lenguas clásicas que conforman lo que se conocía como trilinguis homo (latín, griego y hebreo); saber que le sirvió también para ganarse la vida como corrector de imprenta en algunos momentos de su existencia, ya que, por ejemplo, preparó dos ediciones de Ptolomeo (1535 y 1541) y tres de la Biblia de Pagnini (dos en 1542 y una 1545). Si a lo dicho le añadimos sus conocimientos sobre matemáticas, geografía y astrología, no debe extrañar su adhesión a la idea, tan normal entonces, de que en el Universo existe una cohesión y el hombre se erige en su nudo o vínculo. Lo que nos lleva a los liminares de cumplir el segundo objetivo perseguido en este escrito, esto es, responder a la siguiente pregunta: ¿por qué la descripción de la circulación menor de la sangre aparece en un texto de teología? Efectivamente, esa visión holística del Mundo en torno, tan típica del Renacimiento, hacía que disciplinas como la filosofía, la astrología, la teología o la medicina no constituyeran islas de conocimiento (escenario que desmontó, después del fructífero enciclopedismo del siglo de las Luces, la paulatina especialización a la que abocó el espectacular desarrollo de las ciencias en el siglo XIX), sino que se erigiesen en saberes complementarios que brindaban al estudioso la posibilidad de aprehender el Universo de manera omnímoda, de ahí la erudición en disciplinas tan diversas de la que hacían gala los renacentistas, entre ellos Servet. Lo que nos lleva a entender que cuando está describiendo la circulación menor y, sobre todo, cómo se mezcla el aire con la sangre, no se está enfrentando —si tenemos presente lo que realmente busca el oscense— a un problema meramente fisiológico o anatómico tal como hoy lo entenderíamos, sino que se halla ante una cuestión fisiológica o anatómica que, a la vez, tiene profundas implicaciones teológicas. Voy a explicarlo con más detalle. En el Génesis (2,7) puede leerse: “Entonces el Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”, es decir, en el hombre, a través de la respiración, Dios le puso el alma. Por tanto, lo que le interesaba a Servet era saber qué ocurría con el pneuma, que era sinónimo de alma, aquello que respiramos, cuando llega a la tráquea y pasa a los pulmones. Escuchemos su elucidación sobre esta cuestión en su Restitución del cristianismo (Christianismi Restitutio), porque es muy develadora; se trata de los párrafos que anteceden a su descripción de la circulación menor de la sangre: “Del mismo soplo del aire saca Dios las almas de los hombres... De ahí que en hebreo ‘alma’ suene igual que ‘inspiración’... Verdad es el dicho de Orfeo: ‘El alma va en las alas de los vientos y penetra íntegramente por la respiración’, según la cita de Aristóteles en los libros ‘Sobre el alma’ [I, cap. 5: Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:83-92

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410b28]... Así, pues, para que adquieras completo conocimiento del alma y del espíritu, voy a incluir aquí, lector, una filosofía divina que entenderás con facilidad, si estás versado en anatomía... [A]sí, el espíritu vital es el que por la anastomosis se comunica de las arterias a las venas, en las que recibe el nombre de espíritu natural... De sangre del hígado consta la materia del alma, mediante una maravillosa elaboración que ahora vas a escuchar. Por eso se dice que el alma está en la sangre, y que el alma misma es la sangre o espíritu sanguíneo... Para entender todo esto... [con estas palabras se inicia el párrafo en el que Servet comienza a describir propiamente la circulación pulmonar, véase págs. 112 y 113]”10. Pues bien, si resulta que, por un lado, el alma se ubica en la sangre (“Sólo dejarán de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre”, Gen. 9.4; “Porque la vida de la carne está en la sangre”, Lev. 17,11), y, por otro lado, como escribió Servet, “el alma es respiración y aliento... incluso en latín el término anima proviene de lo que en griego se llama viento”11, la manera de estudiar cómo el alma es insuflada al ser humano será comprendiendo la circulación sanguínea y, de manera particular, la pulmonar; esto es, habrá que ver cómo el pneuma entra en contacto directo con la sangre y toma aposento en ella. Por lo dicho, no parece aventurado afirmar que Servet debió abordar este estudio “fisiológico”12 con la idea de conocer el circuito recorrido por el hálito o espíritu cuando entra por medio de la respiración en el cuerpo; su interés no debía ser el de emprender una simple indagación médica. Pues lo que intentaba desentrañar era mediante qué mecanismo “fisiológico” (o qué artificio de la naturaleza) Dios inspira su aliento (pues “el alma va en las alas de los vientos y penetra íntegramente por la respiración”) y éste se aloja en el cuerpo humano, para lo cual, obviamente, tenía que valerse de sus conocimientos médicos. Pero en esta investigación teológica sobre cómo el “espíritu vital” se transforma en “espíritu natural”, Servet descubre que, contrariamente al principio asentado por la anatomía de Galeno (que incluso dio por válido Vesalio en su Fabrica), la transfusión de la sangre del ventrículo derecho al izquierdo no se produce a través de los poros del septo interventricular (“non per parietem cordis medium”), sino en virtud de “un procedimiento muy ingenioso” (“sed magno artificio”) que hace que la sangre sea impulsada desde el ventrículo derecho hacia los pulmones para entrar en contacto con el pneuma y, luego, regresar a la cavidad 10

Servet M. [Michael Servetus Villanovanus]. Restitución del cristianismo. Op. c., pp. 330-331 (en la edición original impresa en Viena del Delfinado, 1553, p. 169). 11 Servet M. [Michael Servetus Villanovanus]. Restitución del cristianismo. Op. c., pp. 446-447 (en la edición original impresa en Viena del Delfinado, 1553, p. 258). 12 Recuérdese que los griegos llamaban “fisiólogos” a los que estudiaban la Phy´sis (la Naturaleza). 90

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Figura 3. Estatua de Miguel Servet en el frontispicio de la Facultad de Medicina de Zaragoza (cortesía de G. Vicente).

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izquierda. En otras palabras, la verdad no la tenían los escritos de Galeno, sino que la proclama a voces la propia arteria pulmonar, cuyo tamaño (“confirmat hoc magnitudo insignis venae arteriosa”) indica a quien quiera verlo para qué ha sido creada: no para nutrir los pulmones, sino para conducir la sangre a ellos y allí oxigenarse. Siendo así las cosas, estamos en condiciones, sin mayor sorpresa, de poder entender la relación entre la medicina y la teología, ya que el conocimiento anatómico —en el caso que nos ocupa— no es más que un saber puesto al servicio de la resolución de una cuestión teológica: ¿cuál es el mecanismo “fisiológico” (o de la naturaleza) que hace posible que el alma insuflada por Dios, a través de la respiración, se incorpore a la sangre? Por tanto, no puede decirse sin más que la descripción de la circulación menor de la sangre de Servet se encuentra “en medio” de un libro de teología, pues dicha descripción tiene su porqué “fisiológico”. * * * Han pasado casi cinco siglos desde la condena y ejecución de Servet en la hoguera, y todavía se persigue —sin que ningún espíritu libre de verdad pueda justificar semejante actitud— el disentimiento político y religioso, así como las diferencias étnicas y culturales. Lastimosamente, tal como demuestra la cotidianidad informativa, infinidad de ciudadanos occidentales, por no buscar más lejos, siguen sin comprender que la esencia de la democracia radica en practicar la tolerancia y en aceptar el derecho que tienen los individuos a disentir, siempre que lo hagan sin violencia; y que el fin último al que debe aspirar una sociedad avanzada, aunque pueda parecer extraño, no es el bienestar, ni la tranquilidad, ni siquiera la paz, sino la libertad, porque sin ella cualquier otra aspiración ni es posible ni es duradera. Parece como si el hado hiciese que nunca falten congéneres empeñados, por mor de la “libertad” o del “bien común”, en que todos veamos el mundo y las “verdades” con el mismo cristal. Por eso conviene no bajar la guardia: el dogmatismo más asfixiante entra siempre sutilmente caminando bajo el palio de la libertad. Y, desdichadamente, como nos recuerda el Nobel Alexandr Soljenitsin, a modo de corolario, en su novela histórica Agosto 1914: “la sinrazón no comenzó con nosotros ni con nosotros terminará”13.

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Soljenitsin A. Agosto 1914. Trad. de Antonio Solá. Barcelona: Styria de Ediciones y Publicaciones S.L., 2007, p. 573.

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Artículo especial

Miguel Servet Michael Servetus ■ William Osler (†) ■ El año 1553 contempló una Europa plagada de tragedias, lo que para el más devoto estudioso de la Biblia tuvo que haber representado el momento de abrir el segundo sello al que se refiere el Libro de la Revelación1, a la sazón que la paz estuviera ausente de la tierra y los hombres fuesen a matarse unos a otros. Una de esas tragedias reviste un interés luctuoso este año2, fecha del cuatrocientos aniversario del nacimiento de su figura principal, si bien no se trata más que de uno de los miles de casos similares de los que está plagada la historia del siglo XVI. El 27 de octubre, poco después de las doce, comenzó una procesión desde el ayuntamiento de Ginebra: los corregidores de la ciudad, el clero con sus vestidos de ceremonia, el lieutenant criminel y otros oficiales a caballo, una guardia de arqueros montados, y los ciudadanos, con una abigarrada multitud de seguidores; en medio de todos ellos, maniatado, sucio y andrajoso, caminaba un hombre de mediana edad, cuyo aspecto de intelectual reflejaba en su rostro los vestigios de un prolongado sufrimiento. Al atravesar la rue St. Antoine pasando por la puerta del mismo nombre, el cortejo tomó la dirección del Gólgota de esa ciuEste escrito ha cumplido varias funciones: como conferencia de divulgación en el Johns Hopkins Medical School Historical Club y en la Summer School, Oxford. Luego se publicaría en: Oxford University Press, 1909, con 10 ilustraciones (a donde se han pedido los oportunos permisos para su reproducción), y también en: Johns Hopkins Hospital Bulletin, 1910, XXI, 1-11. La traducción y las notas son de José Luis Puerta y Assumpta Mauri. Las notas que no están señaladas como “Nota de los Traductores (N. de los T.)” pertenecen al autor del artículo, William Osler (1849-1919). 1 Nota de los Traductores (N. de los T.). El Libro del Apocalipsis o Apocalipsis de San Juan (“revelación a Juan”) es el último libro del Nuevo Testamento, y es conocido entre los protestantes como el Libro de la Revelación. En Apocalipsis 6,4 puede leerse: “Y vi aparecer otro caballo, rojo como el fuego. Su jinete recibió el poder de desterrar la paz de la tierra, para que los hombres se mataran entre sí; y se le dio una gran espada”. 2 N. de los T. Osler da por bueno el año 1509, en vez de 1511, como fecha del nacimiento de Servet (véase nota 4). Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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dad. Tras atravesar las puertas de la misma, una extraordinaria panorámica irrumpió ante su vista: a distancia podían observarse las aguas azules y las idílicas orillas del lago de Ginebra, hacia el oeste y el norte el inmenso circo de los montes del Jura, con sus montañas cubiertas de nieve, y hacia el sur y el oeste el encantador valle del Ródano, aunque se puede suponer que pocas miradas se apartaran de la figura central de aquella lastimosa procesión. A su lado, rogando fervientemente, caminaba el anciano pastor Guillaume Farel [1489-1565], quien había dedicado su larga y provechosa vida al servicio de sus conciudadanos. Al subir la colina se llegaba al campo de Champel donde, en un suave promontorio, se encontraba la fatídica estaca, con cadenas que pendían y haces de leña amontonados. Al ver esto, la pobre víctima cayó de bruces en el suelo, al tiempo que oraba. En respuesta a la exhortación del clérigo para que realizase una confesión de fe, gritó: “¡Misericordia, misericordia! ¡Jesús, Hijo del Dios eterno, ten compasión de mí! Se dice que, al estar sujeto a la estaca mediante la cadena de hierro, con una guirnalda de paja y ramitas verdes de leña recubiertas de azufre sobre su cabeza, con su faz alargada y morena, remedaba al Cristo en cuyo nombre había sido atado. Alrededor de su cintura se sujetó un gran fajo de hojas manuscritas y un grueso libro impreso en octavo. Se prendió fuego a la leña con una antorcha, las llamas alcanzaron la guirnalda y centellearon en sus ojos, y un grito desgarrador aterrorizó a los espectadores. La leña estaba verde y ardía con lentitud, y los gritos de su agonía tardaron mucho en oírse de nuevo: “¡Jesús, Hijo del Dios eterno, ten misericordia de mí!” Entonces, Michael Servetus Villanovanus de cuarenta y cuatro años, médico, fisiólogo y heresiarca expiró. No hubiese sido extraño que, si hubiera gritado: “¡Jesús, Hijo eterno de Dios!, aun en el último momento, se le hubiera liberado de las cadenas, retirado la guirnalda y esparcidos los haces de leña, pero siguió siendo fiel hasta a muerte a lo que creía que era la “Verdad” revelada en la Biblia. La historia de su vida es el objeto de mi conferencia. Miguel Servet, también conocido como Michel Villeneuve o Michael Servetus Villanovanus, alias Revés3, tal y como él mismo escribe en uno de sus libros, era un español nacido en Villanueva de Sigena, en la actual provincia de Huesca. Cuando estaba siendo juzgado en Viena del Delfinado (Vienne, en francés) afirmó que había nacido en Tudela, Navarra, y en Ginebra dijo ser oriundo de Villanueva de Aragón; en una ocasión 3

N. de los T. Según M. Menéndez Pelayo, “Revés” es el segundo apellido de la familia de Servet; los Revés estaban afincados en la ciudad oscense de Villanueva de Sigena, también conocida como Sijena o Sixena (Menéndez Pelayo M. Historia de los heterodoxos españoles. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1992, Tomo 1, p. 1222). Por otro lado, el biógrafo de Servet José Barón afirma que existe constancia gráfica de que el padre de nuestro médico y humanista firmaba como “Anthon Serveto, alias Revés” (Barón Fernández J. Miguel Servet. Su vida y su obra. Prólogo de Pedro Laín Entralgo. Madrid: Espasa-Calpe, S.A., 1970, p. 20).

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dijo que su fecha de nacimiento era 1509 y en otra 1511. Generalmente se cree que la primera afirmación es la más correcta4. Puesto que en Villanueva de Sigena hay documentos relativos a su familia, y que el altar familiar construido por su padre todavía existe, podemos al menos considerar que su lugar de nacimiento está establecido. El retablo del altar es un trabajo finamente elaborado, con diez pinturas. Servet parece haber pertenecido a una buena familia acomodada y al ser procesado afirmó que procedía de una antigua familia noble. Al salir de la escuela del convento probablemente acudió a la vecina Universidad de Zaragoza. Es posible que estudiase para ordenarse sacerdote; sea como fuere, hay evidencias de que era un joven precoz y Figura 1. Guillaume Farel (1489-1565) muy instruido en latín, griego y hebreo, siendo estos dos últimos logros muy infrecuentes en esa época. Lo siguiente que sabemos de él es que estuvo en Toulouse estudiando derecho canónico y civil. Apenas tendría veinte años cuando entró al servicio del padre Juan de Quintana, el confesor del emperador Carlos V, al parecer como su secretario particular. Llegó a Italia con el séquito del Emperador, y estuvo presente cuando el Papa y éste entraron en Bolonia5, y “contempló al príncipe más poderoso de la época a la cabeza de 20.000 guerreros arrodillarse y besar los pies del Papa”. Fue ahí donde tuvo por primera vez la impresión de lo mundano y lo mercenario que era el papado, y parece que el odio que sintió al respecto se convertiría algo más tarde en una obsesión. En el verano de 1530, el Emperador asistió a la Dieta de Ausburgo, donde los príncipes lograron el reconocimiento oficial del protestantismo. Esta reunión debió tener una profunda influencia sobre el joven estudiante que —según suponemos— estaba ya bajo la influencia de las nuevas doctrinas; es posible que en Zaragoza o en Toulouse se hubiera familiarizado con los escritos de Lutero. Resulta difícil de creer 4

Alex Gordon en la Encyclopaedia Britannica, en 1911, refiere la opinión contraria — W. W. F. [N. de los T. Hoy día se tiene como fecha más probable del nacimiento de Servet 1511, y también se admite de forma generalizada que fue Aragón su lugar de nacimiento y no Navarra.] 5 N. de los T. Envuelto en un esplendoroso ceremonial lleno de pompas y boato, el Emperador Carlos V fue coronado rey de Lombardía por un Médicis, el Papa Clemente VII, el 24 de febrero de 1530 en la ciudad de Bolonia. 96

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que una opinión como la que sigue, escrita antes de que cumpliera veintiún años, se gestase en tan solo unos meses: “Por mi parte, no estoy de acuerdo ni en desacuerdo con el católico o con el reformador en cada punto concreto. Diría que ambos detentan algo de verdad y algo de error en sus opiniones y, mientras que cada uno de ellos ve los fallos del otro, ninguno ve los suyos propios. Dios, en su bondad, nos dé a cada uno de nosotros la posibilidad de comprender nuestros errores y la inclinación de dejarlos a un lado. Verdaderamente, sería muy fácil juzgarlo todo desapasionadamente si las iglesias permitiesen la expresión de nuestros pensamientos sin importunarnos” (Willis6). No se sabe hasta qué punto mantuvo una relación personal con los reformadores alemanes. Es bastante posible que tal relación existiese. Tollin7, su biógrafo oficial, afirma que visitó a Lutero. Tampoco sabemos durante cuánto tiempo estuvo al servicio de Quintana; Tollin piensa que un año y medio. No resulta improbable que el buen fraile se alegrase de deshacerse de un joven secretario corrompido por una herejía tan llamativa como la contenida en su primer libro, publicado en 1531. En realidad, se afirma que un monje del séquito de Quintana encontró el libro en una tienda de Ratisbona y se apresuró a comunicarle al confesor su terrible contenido. Servet estaba inmerso en estudios de carácter extremadamente peligroso, e incluso los había reunido en un pequeño volumen impreso en octavo, titulado: De Trinitatis Erroribus, Libri Septem (Siete libros de los errores acerca de la Trinidad8), el cual apareció sin el nombre del impresor, aunque en la portada figuraba como autor: Per Michaelem Serveto, alias Reves, Ab Aragonia Hispanum (Por Miguel Servet, alias Revés, español de Aragón), con fecha MDXXXI. En la inocencia de su corazón, Servet creyó que el trabajo constituiría una buena presentación para los reformadores suizos de talante 6

N. de los T. El texto está tomado de la obra del médico Robert Willis (1799-1878): Servetus and Calvin; a Study of an Important Epoch in the Early History of the Reformation (London: Henry S. King & Co., 1877). 7 N. de los T. Henri Tollin (1833-1902), pastor de Magdeburgo, escribió varios trabajos sobre Servet; quizá sea el biógrafo que más esfuerzo y dedicación ha prestado a este genio y mártir de la libertad de pensamiento. 8 N. de los T. Es muy probable que Servet comenzase a escribir esta primera obra suya en Basilea, pero el libro fue finalmente publicado en la Villa de Haguenau, situada a unos 35 km al norte de Estrasburgo (Alsacia), por el impresor Johan Setzer en 1531, y reimpreso en Ratisbona en 1721. La obra está recogida (gracias a la traducción hecha por Ana Gómez Rabal del latín al español) en: Alcalá A. (ed.). Miguel Servet. Obras completas. II (Primeros escritos teológicos). Zaragoza: Ed. Prensas universitarias de Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, Instituto de Estudios Altoaragoneses y Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón (Colección Larrumbe. Clásicos Aragoneses), 2004 (véase: www.miguelservet.org). Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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más liberal, pero éstos no eran liberales en absoluto y se sintieron indeciblemente sorprendidos por sus supuestas blasfemias. Tampoco le fue mejor en Estrasburgo; incluso el bondadoso [Martín] Bucero9 dijo que el autor de un trabajo como ése debía ser destripado y descuartizado. En espinosas cuestiones teológicas un lego busca naturalmente refugio; con mucho gusto cito la reciente opinión de un distinguido estudioso de este período, el profesor [Ephraim] Emerton10, acerca de esta etapa juvenil de la vida de Servet. “No hubiera admitido que el Hijo eterno de Dios fuese a aparecerse al hombre, sino únicamente que iba a llegar un hombre que sería el Hijo de Dios. Esta es la primera indicación que tenemos de las especulaciones que estaban ocupando la mente del joven alumno. Resulta muy significativo que desde el inicio estuviera impresionado con lo que actualmente debemos denominar el punto de vista histórico de la Teología. Mientras leía el Antiguo Testamento, le parecía que aquellos que lo habían escrito se referían a cosas que sus oyentes entenderían. Su visión del futuro estaba limitada a la fortuna de la gente en ese momento. Imaginar que los individuos estaban en posesión de los misterios divinos y tenían en cuenta a la persona de Jesús como objeto último de toda su visión profética, significaba trasladar el conocimiento de la historia a un pasado en el que dicho conocimiento era imposible. Hasta donde me resulta factible comprenderle, ésta es la clave de todo el pensamiento posterior de Servet. Su forma de expresión es confusa e intrincada en grado sumo, hasta tal punto que ni en su propia época ni desde entonces alguien ha osado decir que lo había comprendido. Para sus contemporáneos era un fanático medio loco y para aquellos que le han estudiado, aún cuando estuvieran favorablemente dispuestos, su pensamiento sigue siendo un enigma en gran medida. Sin embargo, un punto está bastante claro: el de que había captado como nadie lo había hecho hasta entonces la idea central de que, cualquiera que fuera el plan divino, éste se nos desvelaría mediante el prolongado y calmo movimiento de la historia, es 9

N. de los T. Martín Bucero (1491-1551) fue un dominico que estudió en Heidelberg y se convirtió al protestantismo después de oír a Lutero, abrazando también los puntos de vista de Zuinglio. Era considerado como un espíritu indulgente, quizá algo oportunista, y se hizo acreedor del título de “teólogo-diplomático”. Sin embargo, en el tiempo que coincidió con Servet en Estrasburgo (una de las ciudades de la Reforma más abiertas de entonces), mantuvieron distintas polémicas sobre la Trinidad y otros asuntos teológicos, lo que hizo que Bucero declarase desde su cátedra que: Servet “merecía que le arrancasen las entrañas y se le descuartizase”. Júzguese, a partir de los comentarios de este reformador tolerante y diplomático, cuál debió ser la reacción de los reformadores no considerados especialmente tolerantes cuando escuchaban las ideas del oscense (Barón Fernández J. Op. c., pp. 43-45). 10 Harvard Theological Review, abril de 1909 [N. de los T. La referencia completa es: Emerton E. Calvin and Servetus. The Harvard Theological Review, 1909;2(2):139-160.] 98

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decir que, para comprender el testimonio del pasado, era preciso leerlo, en la medida de lo posible, con la mente de aquellos a quienes estaba dirigido en forma inmediata y, por ende, no debía tergiversarse otorgándole los significados que generaciones posteriores pudieran imaginar. El hecho de haber aprehendido una idea como ésta —una idea que sólo ha podido forjarse a través de nuestra memoria— fue un logro que en todo caso señala su veintena como la de un individuo extraordinario, un elemento perturbador en su mundo, un hombre que con toda probabilidad no iba a permitir que las autoridades estuvieran tranquilamente en posesión de toda verdad existente”. Al año siguiente, 1532, aparecieron dos diálogos, el explicativo y el conciliador, en un pequeño libro11 que no hizo más que agravar la afrenta y, al ver que los ánimos de los protestantes estaban demasiado caldeados, Servet fue a París. Dejando a un lado el nombre por el que se le había conocido y cerrando este breve pero tempestuoso período, durante los veintiún años siguientes seguimos la pista a Michel Villeneuve o Michael Villanovanus a lo largo de una profusa carrera como estudiante, profesor, médico, autor y editor, que todavía albergaba la indomable esperanza de que el mundo se reformaría si él pudiese restablecer la primitiva doctrina de la Iglesia.

II Muy poco es lo que sabemos de su primera estancia en París. Es posible que lograse emplearse como profesor o como lector de imprenta. Durante ese período, su camino se cruzó con el de Calvino, que entonces era un joven estudiante. Siendo más o menos de la misma edad, ambos estudiantes entusiastas y estando los dos en el elevado camino de la emancipación de la fe que les vio nacer, tienen que haber sostenido muchas discusiones acerca de cuestiones teológicas. A partir de la frase de reproche que le dirigió Calvino muchos años más tarde: “Vous avez fuy la lutte” (“Habéis evitado el enfrentamiento”) puede deducirse que se habían hecho planes para un debate público12. Tras una corta estancia en Aviñón y en Orleans, encontramos a Servet en Lyon, empleado por los hermanos [Melchor y Gaspar] Trechsel, famosos impresores. Era la 11

N. de los T. El autor se refiere a: Dialogorum de Trinitate Libri Duo (Diálogos sobre la Trinidad, en dos libros), firmado por Servet con su verdadero nombre: “Michaelem Servet, alias Reves, ab Aragonia Hispanum”. 12 N. de los T. Parece ser que Servet y Calvino convinieron en verse en París (rue St. Antoine) hacia 1534 para discutir sus puntos de vista teológicos, pero por algún motivo desconocido aquel faltó a la cita. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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época en que se publicaban cuidadas ediciones de los clásicos y de otros libros que precisaban de la ayuda de hombres instruidos para editarlas y corregirlas. En 1535, Servet publicó un espléndido infolio de la Geografía de Ptolomeo13 con comentarios acerca de los distintos países, lo que mostraba un amplio abanico de conocimientos en un hombre tan joven. La obra también se caracteriza por los muchos ejemplos que brinda de crítica independiente, como ocurre cuando, al hablar de Palestina, afirma que la “Tierra prometida” era cualquier cosa menos una “Tierra prometida” y que, en lugar de nadar en leche y miel, y de tener campos de maíz, olivos y viñedos, era una tierra poco hospitalaria y árida, y que las historias acerca de su fertilidad no eran más que especulaciones y falsedades. Parece que fue apercibido por ello porque en la segunda edición de 1541, dicha sección no existe. Los hermanos Trechsel le pagaron 500 coronas por este trabajo. Es posible que Servet y [François] Rabelais14 coincidieran en Lyon porque en ese tiempo éste, el “gran disimulador”, trabajaba como médico en el Hôtel-Dieu, pero no hay nada en sus escritos que indique que sus caminos se hayan cruzado. El hombre que detentó mayor influencia sobre él en esa ciudad fue Sinforiano Champier15, uno de los médicos humanistas más interesantes y distinguidos que dio la primera mitad del siglo XVI. Servet le ayudó a elaborar la farmacopea francesa16 y el pastor Tollin da por cierto que Champier incluso construyó una casa para el pobre estudiante. Ferviente partidario de Galeno, historiador y fundador del hospital y de la escuela de medicina, Champier sentía la habitual predilección de los estudiosos de la época por la astrología. Es probable que Servet recibiera de él su formación sobre este tema. En todo caso, cuando el distinguido profesor de medicina de Tubinga, Fuchs17, atacó a Champier por sus extravagancias astrológicas, Servet empuñó su pluma y salió en su defensa con un panfleto titulado: In Leonhardum Fuchsium Apologia. Defensio pro 13

N. de los T. En la publicación de esta obra, Servet trueca (para despistar al Santo Oficio) su nombre por el de: “Michaële Villanovano” (Miguel Vilanovano). 14 N. de los T. François Rabelais (1494-1553) fue médico, humanista (de corte erasmista) y literato francés conocido sobre todo por los hechos y gestas de dos gigantes salidos de su pluma: Pantagruel y Gargantúa. En 1532 se instaló en Lyon, siendo nombrado ese año médico del HôtelDieu de Notre-Dame de la Pitié du Pont-du-Rhône (institución milenaria que ha perdurado hasta nuestros días), allí ejercería hasta 1535. 15 N. de los T. Sinforiano (Symphorien) Champier (1472-1539), ilustre médico, humanista, botánico, astrólogo, astrónomo y cultivador de otros saberes, que estuvo al servicio del duque de Lorena, de Carlos VII y de Luis XII. 16 N. de los T. Se refiere a la obra: Pentapharmacum Gallicum (1534). 17 N. de los T. Leonardo Fuchs (1501-1566), botánico, humanista y médico alemán, cuyo nombre se ha inmortalizado gracias a la flor que lleva su epónimo (fucsia) y, por extensión, a su peculiar color. Este luterano en su obra De Historia Stirpium (Historia de las plantas, Basilea, 1542) impulsó sobremanera la nomenclatura para clasificar las plantas de tal forma que todos los botánicos pudiesen referirse a una planta con el mismo nombre. 100

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Symphoriano Campeggio (Apología contra Leonardo Fuchs. En defensa de Sinforiano Champier), una obra extremadamente rara; en verdad, el único escrito de Servet cuyo original no he podido ver. Indudablemente estimulado por el ejemplo y las enseñanzas de Champier, Servet volvió a París para estudiar medicina. Al encontrarse en una situación bastante desahogada gracias a las ganancias de su trabajo literario, se incorporó primero a la Universidad de Calvi y posteriormente a la de Lombardía, y se dice que logró el grado de Maestro en Artes y el de Doctor en Medicina, aunque me han comunicado que no existen pruebas documentales de ello. Tenemos pocas evidencias directas de su vida en París. Sabemos que trabó íntima amistad con tres hombres: Johann Günther (Winther) von Andernach, Jacques Dubois [conocido como Jacobo Silvio] y Vesalio. Silvio y von Andernach debieron ser personas semejantes a él, estudiosos dispuestos, ardientes galenistas y aplicados anatomistas. En las Institutiones Anatomicae (Basilea, 1539), Johann Günther habla de Servet18 relacionándolo con Vesalio, quien a la sazón era su compañero de disección: “Y después de él, Michael Vilanovano, distinguido por sus logros literarios de todo tipo y de quien apenas podía decirse que fuera el segundo en cuanto a su conocimiento de la doctrina galénica”. Johann Günther von Andernach afirma que, con la ayuda de ambos, ha estudiado todo el cuerpo, habiendo mostrado a los estudiantes la totalidad de los músculos, venas, arterias y nervios. En esta época se dio en París un entusiasta resurgir del estudio de la anatomía y el hecho de haber estado asociado a un joven genio como Vesalio, que ya era un brillante disector, tiene que haber constituido de por sí una formación valiosa en el tema. Resulta fácil comprender de dónde se deriva el conocimiento anatómico en el que se basaba la extendida generalización con que el nombre de Servet se asocia a la fisiología. Pero el incidente parisiense que mejor conocemos está conectado con ciertas clases sobre astrología judiciaria19. Hemos visto que en Lyon Servet había defendido a su 18

N. de los T. Así se expresa von Andernach en sus Instituciones anatómicas sobre Servet: “En esto tuve por auxiliares a Andrés Vesalio, joven (¡por vida de Hércules!) muy diligente en la anatomía, y después a Miguel Vilanovano, varón en todo género de letras eminente y a ninguno inferior en la doctrina de Galeno. Con la ayuda de éstos examiné en muchos cuerpos humanos las partes interiores y exteriores, los músculos, venas, arterias y nervios y se los mostré a los estudiosos” (la cita se ha tomado de: Menéndez Pelayo, Op. c., p. 1245). 19 N. de los T. Así como la “astronomía” es la ciencia que trata de conocer las leyes teóricas (matemáticas) que rigen el comportamiento de los cuerpos celestes; la “astrología” (judiciaria o pronóstica o de adivinación) pretende, desde tiempos inmemoriales, mediante un complicado y oscuro sistema de reglas y normas, predecir los destinos de los seres humanos buscando significados al movimiento de los planetas y las estrellas que pueblan el firmamento. Recuérdese que en la medicina antigua se establecía una relación entre las crisis de las enfermedades y los llamados días críticos que estaban vinculados con los cambios de la Luna. O dicho con otras palabras, entre el microcosmos y el macrocosmos. Al desenmascaramiento de la charlatanería o la retórica huera que Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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amigo y patrón Sinforiano Champier, gracias al cual indudablemente se había familiarizado con dicha disciplina. Pese a estar prohibida por la Iglesia, muchas Universidades estaban todavía a favor de la astrología judiciaria, y en gran medida era practicada por médicos que ocupaban los cargos más distinguidos. En esa época pocos tenían la resolución de desafiar los augurios y, de acuerdo con las creencias populares, todos “servían las influencias celestes”. La enseñanza de este tema era contrario a las regulaciones del claustro de París, aunque por entonces el rey [Francisco I de Francia] tenía empleado a un astrólogo profesional, [Jean] Thibault. Poco después de llegar a París, Servet comenzó un ciclo de conferencias sobre el tema, que muy pronto le condujeron al enfrentamiento con las autoridades. La admirable práctica de que el decano escribiese un informe cada año nos ha permitido conservar todos los detalles del procedimiento contra Servet. Duboulay20 en su Historia de la Universidad de París, vol. VI, ha aclarado todo este asunto a partir del mencionado informe anual del decano. Dice que cierto estudiante de medicina, un español o alguien —tal como él mismo afirma— procedente de Navarra y de padre español, había enseñado astrología judiciaria o adivinación en París durante algunos días en 1537. Tras haber averiguado que esta disciplina estaba condenada por los doctores del claustro, hizo que imprimieran cierta apología en la que atacaba a los doctores y además afirmaba que todas las guerras y las pestes, y todos los asuntos de los hombres dependían de los cielos y de las estrellas, y abusaba de los lectores al confundir la astrología verdadera y la judiciaria. El decano [en aquel entonces Jean Tagault] prosigue afirmando que, acompañado por dos de sus colegas, trató de evitar que el Villanovanus publicase la apología y le encontró cuando éste se estaba marchando de la facultad, donde había estado disecando un cuerpo con un cirujano y, en presencia de varios alumnos y dos o tres doctores, no solo rechazó detener la publicación, sino que amenazó al decano con amargas palabras. El claustro parece que topó con algún valladar para conseguir que las autoridades hicieran algo en relación al tema. Posiblemente pueda observarse aquí la influencia del astrólogo de la corte, Thibault. Tras muchos intentos y después de apelar al claustro de la Facultad de Teología y a la congregación de la Universidad, el Parlamento se hizo cargo de la cuestión. Los discursos del consejo de profesores, de la Universidad, de se esconde detrás de estos temas, fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) le dedicó algún discurso en su impar Teatro crítico universal (disponible en su totalidad en: www.filosofia.org.), véase por ejemplo: Astrología judiciaria, y almanaque en el T. I (1726), y Días críticos en el T. II (1728). De este mismo autor también tiene interés su carta n.º 28 (Del descubrimiento de la circulación de la sangre, hecho por un albeitar español) del T. III (1750) de su obra Cartas eruditas y curiosas, también disponible en: www.filosofia.org. 20 N. de los T. El autor se refiere a César Egasse du Boulay (¿1610?-1678) y a su obra: Historia Universitatis Parisiensis, ipsius fundationem, nationes, facultates, magistratu, decreta, etc., cum instrunienlis, publicis et authentids a Carolo M. a nostra tempora ordine chronologico completens (6 volúmenes), París: F. Noel et P. de Bresche, 1665-1673. 102

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Villanovanus y del Parlamento se tienen en su totalidad. El Parlamento decidió que debía retirarse la apología impresa, se prohibió a los libreros que conservasen ejemplares, las conferencias sobre astrología fueron vetadas y se instó al Villanovanus a tratar al claustro con respeto. A los profesores se les pidió que tratasen al infractor con delicadeza, paternalmente. Es éste un proceso muy interesante y, obviamente, el decano, quien afirma que consultó con tres teólogos, dos doctores en medicina, el decano de la Facultad de Derecho Canónico y el fiscal general de la Universidad, saboreó su triunfo. El asunto fue tratado en el Parlamento a puerta cerrada. La Apologetica disceptatio pro astrologia [Discurso en pro de la Astrología, 1538], la más rara de las obras de Servet, de la que tan sólo se conoce una copia depositada en la Biblioteca Nacional de Francia, es un folleto de ocho hojas carente de portada, de paginación y del nombre del impresor. Los amigos del claustro de profesores debieron de haber tenido mucho éxito a la hora de confiscar el trabajo. Tollin, que descubrió el original, hizo una reimpresión (Berlín, 1880). A Servet no le resultó difícil citar a autoridades importantes que le asistieran y llamó en su defensa al gran cuarteto: Platón, Aristóteles, Hipócrates y Galeno. Siendo un observador práctico de las estrellas, hizo uso de sus propias observaciones y el folleto registra un eclipse de Marte por la Luna. También debe de haber sido un estudioso del tiempo porque dice que en sus conferencias daba pronósticos públicos que producían gran asombro. La influencia de la Luna en la determinación de los días críticos de las enfermedades, una de las doctrinas favoritas de Galeno, es ampliamente tratada; Servet afirma que las opiniones de Galeno deben escribirse con letras de oro. Se satisface con la alusión a estas grandes autoridades, refiriéndose muy brevemente a uno o dos autores menores, y se mofa de la conocida y amarga acometida contra la adivinación de Pico21. Se tardaron varias generaciones en erradicar completamente de la profesión la creencia en la astrología, que se prolongó hasta bien entrado el siglo XVII. En su obra Vulgar Errors, al tratar los “días caniculares o de perro”, Sir Thomas Browne22 expresa su opinión acerca de la astrología con un lenguaje característico: 21

N. de los T. Se refiere a la influyente obra Disputationes adversus astrologiam divinatricem de Giovanni Pico della Mirándola (1463-1494) en la que, bebiendo en las enseñanzas de Agustín de Hipona, defiende el libre albedrío frente a las ataduras que los astros supuestamente imponen a los hombres. 22 N. de los T. Sir Thomas Browne (1605-1682) fue un médico inglés con marcadas inquietudes en el campo religioso y científico. Entre sus obras destacan: Religio Medici (“La religión de un médico”, 1643), libro polémico donde expuso sus puntos de vista sobre la religión y que terminó incluido en el Index Librorum Prohibitorum; a esta obra se refería Osler así: “mi compañero desde mis tiempos del colegio, es el libro más preciado de mi biblioteca”. Pseudodoxia Epidemica or Enquries into very many received tenets and commonly presumed truths (conocida también como Enquiries into common and vulgar errors, 1646), texto de inspiración baconiana en el que trata de combatir errores y leyendas extendidas en aquella época. E Hydriotaphia, Urn Burial (“El enterramiento en urnas”, 1658), una disquisición sobre la muerte a propósito del hallazgo de unas urnas funerarias de la Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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Por este medio, no rechazamos o condenamos una astrología seria y regulada; sino que mantenemos que hay más verdad en ella que en los astrólogos; en algunos más de lo que muchos admitirían, si bien en ninguno tanta como algunos pretenden. No negamos la influencia de las estrellas, pero con frecuencia nos resulta sospechosa su debida aplicación, por lo que debiéramos afirmar que todas las cosas están en todas las cosas, que el cielo no es más que tierra elevada a lo celeste y que la tierra no es más que el cielo descendido a lo terrestre, o que cada parte que está por encima tiene influencia sobre la parte afín que está por debajo, aunque la forma de resaltar estas relaciones y de aplicar debidamente sus acciones es un trabajo que a veces se efectúa gracias a alguna revelación y por la Cábala venidas de arriba, más que por cualquier filosofía o especulación de aquí abajo. Entre los estudiantes de Servet se encontraba un joven, Pierre Paulmier, el arzobispo de Viena del Delfinado, quien parece que entabló amistad con él en París, y que algunos años más tarde le pidió que fuera su médico personal. El proceso sobre astrología se instauró en marzo de 1537. Servet no pudo haber sido estudiante de medicina durante mucho tiempo, pero no habiendo carecido nunca de confianza en sí mismo, apareció ante el mundo como el autor médico de un pequeño tratado sobre los jarabes y su uso [Syruporum Universa Ratio, Razón universal de los jarabes]. La asociación con Sinforiano Champier, a quien había ayudado con una edición de su farmacopea francesa, le familiarizó con el tema. Los primeros tres capítulos están llenos de puntos de vista sobre “concocciones” o “digestiones”, en relación a las cuales en esta época se admitía una serie del primero al cuarto23. Él sostiene que el proceso de la concocción (digestión) es único y, tal y como señala Willis, hace el agudo comentario de que, al fin y al cabo, “las enfermedades son simples perversiones de las funciones naturales y no entidades nuevas introducidas en el organismo”. La mayor parte del tratado apoya las opiniones teóricas de Galeno, Hipócrates y Avicena. La “composición y empleo de los jarabes” se pospone al quinto capítulo y al capítulo final (sexto). Este librito parece haber sido popular y fue reimpreso en dos ocasiones en Venecia en 1545 y 1548, y otras dos en Lyon en 1546 y 1547. Edad de Bronce descubiertas en Norfolk (el libro tiene una segunda parte titulada: The Garden of Cyrus). Existe una traducción al español de Javier Marías (Barcelona: Reino de Redonda, 2002) de la primera y tercera obras mencionadas en esta nota. 23 N. de los T. La concoctio galénica comprendía tres digestiones: la primera con la formación de la papilla alimenticia o quimo, la segunda que transformaba el quimo en sangre, y la tercera, la que se realizaba en los órganos o tejidos o asimilación. Los árabes defendían la existencia de una vis concotrix, independiente de la digestión normal, que actuaba durante la enfermedad y a la que los médicos debían ayudar mediante los jarabes. (Véase Barón Fernández J, Op. c., p. 95). 104

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III Ya fuera porque la decisión desfavorable del Parlamento le encolerizó con París o porque se le ofreciera la oportunidad de establecerse a través de algún amigo, las siguientes noticias que tenemos de Villeneuve vienen de Charlieu, una pequeña ciudad a doce millas de Lyon, donde estuvo un año, parte de los años 1538-39. Allí fue a buscarle su viejo amigo de París, Paulmier, y le persuadió para instalarse en Viena del Delfinado, ofreciéndole aposentos en palacio y empleo como su médico personal. Por fin, tras casi diez años de vida errante, un hogar tranquilo en la selecta ciudad del Imperio Romano, con su alta sociedad, y bajo la protección del primado de toda Francia, Servet pasó los catorce años siguientes ejerciendo como médico. Son pocos los detalles que se conocen de su vida: siguió estando asociado a los Trechsel, los impresores, quienes habían establecido una sucursal en Viena del Delfinado y en 1541 publicó una nueva edición de Ptolomeo, con una dedicatoria al arzobispo. Desde el prólogo vislumbramos un agradable grupo de compañeros, todos ellos interesados en los nuevos estudios. Algunas cuestiones críticas de la edición de 1535 desaparecen en la de 1541, como las chanzas acerca de Palestina y, al hacer referencia al toque real, en lugar de afirmar: “He visto al rey tocar a muchos con esa enfermedad (es decir, la escrófula) pero no he visto que se curasen”, dice: “He oído que muchos se curaron”. Tal vez ello le pareciera impropio en un miembro del círculo eclesiástico y, al vivir bajo los auspicios del arzobispo, le resultase indecoroso decir algo ofensivo. Al año siguiente publicó una edición de la Biblia de Pagnini en folio selecto. Su principal interés para nosotros es el testimonio de que Servet todavía estaba inmerso en los estudios teológicos porque los comentarios en la obra le colocan entre los primeros y más atrevidos de los mayores críticos. Los salmos proféticos y las numerosas profecías de Isaías y de Daniel son interpretados a la luz de los sucesos contemporáneos pero, tal y como Willis señala: “Estas numerosas interpretaciones, hechas con un excesivo grado de libertad y heterodoxia, parecen no haber hecho que Villeneuve fuese contemplado en Viena del Delfinado bajo una luz desfavorable, aunque tampoco favorable”. Para otro editor de Lyon, Frelon, editó varias obras educativas, y gracias a él el médico de Viena del Delfinado puedo establecer correspondencia con el reformador de Ginebra. Al ser un soñador, un entusiasta, un místico, Servet estaba poseído por la idea de que, si tan solo se pudieran reformar las doctrinas de la Iglesia, podría convertirse el mundo a un cristianismo primitivo, simple. Ya hemos visto su intento de hacer que los reformadores suizos adoptasen lo que él consideraba que eran los puntos de vista correctos acerca de la Trinidad. En ese momento comenzó un intercambio de correspondencia con Calvino sobre este tema y acerca de la cuestión de los sacramentos. El tono y contenido de las cartas, que aún existen, conmocionó y disgustó a Calvino Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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hasta tal punto que, en una comunicación a Farel, fechada en febrero de 1546 y tras afirmar que Servet se había ofrecido a ir a Ginebra, añade: “No comprometeré mi fe con él, porque si viniese teniendo yo alguna autoridad, nunca le permitiría salir de aquí con vida”. Durante años, Servet estuvo preparando la obra con la que acariciaba la ilusión de restaurar el cristianismo primitivo. Envió parte del manuscrito a Calvino y, habiendo intentado en vano que fuese publicado, decidió imprimirlo de forma privada en Viena del Delfinado, estableciendo acuerdos con un impresor local, quien instaló una prensa aparte en una pequeña casa y se imprimieron 1.000 copias en algunos meses. La portada de su Christianismi Restitutio está fechada en 1553 y en la última página se encuentran las iniciales de su nombre, M. S. V. [Michael Servetus Villanovanus]. Tuvo que haber sabido que la obra probablemente iba a ocasionar un gran revuelo en la Iglesia, pero albergaba la esperanza de que no se llegase a conocer la identidad del autor y que alguien tan poco sospechoso como el médico de Viena del Delfinado, Michel Villeneuve, fuera la del Miguel Servet de la herética de Trinitatis Erroribus. Destinada a ser distribuida en Alemania, Suiza e Italia, la obra se empaquetó en fardos de 100 copias para su distribución comercial, siendo probable que Calvino recibiese un par de copias de su mutuo amigo Frelon. La historia que generalmente se cuenta es la de que, por medio de un tal Guillaume de Trye, Calvino denunció a Villeneuve a la inquisición en Viena del Delfinado. Este era el punto de vista del propio Servet y es apoyado por Willis, Tollin y otros, pero los defensores de Calvino siguen negando que existan indicios suficientes de su participación activa en este estadio. Por esta época se encontraba en Lyon el conocido inquisidor Orry24, quien diez años antes había llevado a Étienne Dolet a la hoguera; en cuanto dio con la pista del asunto se hizo cargo de la acusación con su celo habitual y Servet fue arrestado. Sobre todo tiene interés el juicio preliminar en Viena del Delfinado debido a los detalles autobiográficos que proporciona Servet. Las pruebas contra él eran tan aplastantes que fue enviado a prisión. Rodeado por sus amigos, a quienes tiene que haberles resultado espantoso y muy doloroso ver a su médico favorito en una situación tan grave, abundantemente provisto de dinero y, siendo la disciplina de la prisión muy relajada porque el carcelero era amigo suyo, no resulta sorprendente que escapase al día siguiente de su arresto, sin duda para alivio del arzobispo y de las autoridades. El inquisidor tuvo que contentarse con quemar una efigie del hereje junto con 500 copias de su trabajo. Después del 7 de abril, Servet desaparece y, de todos los lugares del mundo, en el siguiente en el que le encontramos es en Ginebra. (Habiendo llegado allí en la maña24

N. de los T. Un edicto de Francisco I de Francia nombró Inquisidor general de Francia al dominico y doctor en Teología, Mateo de Ory (1492-1557) u Orry ó d’Ory, aunque estas dos grafías son menos frecuentes. 106

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na del 13 de agosto, fue reconocido esa misma tarde e, inmediatamente, arrestado.) Se ha hablado mucho acerca de por qué corrió ese riesgo, y probablemente la explicación de Guizot sea la correcta. Por esa época los liberales, o “libertinos”, así denominados por su enemistad hacia Calvino, confiaban absolutamente en su triunfo. Uno de sus líderes, Ami Perrin, era primer síndico. Un hombre de su facción, Gueroult, quien había sido expulsado de Ginebra y había trabajado de corrector de imprenta en el momento en que se publicó Christianismi Restitutio, había regresado a Ginebra gracias a la influencia de sus protectores, los libertinos, por lo que de forma natural habría hecho de intermediario entre ellos y Servet. Considerando el caso desde una amplia perspectiva y sus antecedentes, estoy convencido de que Servet, derrotado en Viena del Delfinado, fue a Ginebra contando con el apoyo de los libertinos quienes, por su parte, esperaban obtener de él una ayuda eficaz frente a Calvino. En lo tocante a los detalles doctrinales, este famoso proceso por herejía ha perdido la mayor parte de su interés. Desde la distancia, con nuestras ideas modernas, parece una barbaridad. Servet fue cruelmente tratado en prisión y existe una carta suya que habla de su pésimo estado, sin una vestimenta apropiada e infestado de parásitos. La señorita Clotilde Roch ha retratado bien esa etapa de la carrera del mártir en la bella estatua que se ha erigido en Annemasse [en 1908]. El informe completo del proceso puede examinarse en el relato de Willis y el procès-verbal se encuentra en un manuscrito en Ginebra. Una cosa parece clara: mientras que al principio las acusaciones tenían que ver en su mayor parte con los puntos de vista heréticos de Servet, posteriormente el fiscal puso más peso en el aspecto político del caso, acusándole de conspiración con los libertinos. El proceso dividió a Ginebra en bandos hostiles y, en ocasiones, parecía que Calvino estaba siendo enjuiciado tanto como Servet. Con el fin de estrechar lazos, el partido clerical hizo un llamamiento a las iglesias suizas. La respuesta fue suficientemente clara en su condena de la herejía y la blasfemia, si bien se abstuvo de especificar el castigo. Acostumbrado en Francia a escuchar que se tildase a los reformadores suizos como herejes de la peor clase, Servet no parece haber llegado a comprender por qué no había sido recibido con los brazos abiertos por parte de los protestantes, cuyo deseo era idéntico al suyo propio: el restablecimiento de la fe y el culto primitivos. Luchó valientemente y aportó importantes recriminaciones contra Calvino, a quien acusó específicamente de haber sido la causa de su arresto en Viena del Delfinado. Se ofreció a discutir públicamente las cuestiones que estaban siendo tratadas, oferta que Calvino hubiese aceptado si los síndicos lo hubieran permitido. Toda la ciudad estaba en estado de agitación y, domingo tras domingo, Calvino y los otros pastores vociferaban desde sus púlpitos contra las blasfemias del español. Tras agotar su paciencia a lo largo de casi dos meses, la gente comenzó a alinearse claramente con Calvino y el 26 de octubre el consejo decidió por mayoría que, teniendo en cuenta sus errores y blasfemias, el prisionero debía ser quemado vivo. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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Servet parece haber constituido una curiosa mezcla de audacia e inocencia. El anuncio de su condena debió dejarle completamente anonadado, ya que probablemente nunca consideró esa posibilidad. Mandó llamar a Calvino y le pidió perdón, pero había amargura en el corazón del gran reformador, cuyo relato de la entrevista no es muy agradable de leer. En la mañana del día 27, el tribunal se reunió frente a los soportales del ayuntamiento con el fin de leer al prisionero su condena formal que incluía diez apartados, los dos más importantes se relacionan con la doctrina de la Trinidad y del bautismo de los recién nacidos. Resulta curioso que bajo uno de los apartados se le acusase de ser un innovador arrogante, inventor de herejías contra el Papa. La súplica de Servet de una muerte más clemente fue en vano (hay que decir, en honor de Calvino, que éste también intercedió por ello). En seguida se formó la procesión hasta el lugar de la ejecución. Puede decirse que nada en su vida le enalteció tanto como despedirse de ella. Tal y como [François] Guizot [1787-1874] comenta: “La dignidad del filósofo triunfó sobre la debilidad del hombre y Servet murió con heroísmo y serenidad en la misma hoguera cuya sola idea al principio le había llenado de terror”. El próximo año25 se le dedicará en Viena del Delfinado un monumento conmemorando los oficios de Servet como espíritu independiente en el campo de la teología y como pionero de la fisiología. Se dice que Safo sobrevive porque cantamos sus canciones y Esquilo porque leemos sus comedias, pero resultaría difícil explicar el amplio interés de cualquier erudito por los escritos de Servet. Su patético destino, que escandalizó a Gibbon más profundamente que cualquiera de las hecatombes habidas en España y Portugal, lo explica en parte26. Luego está el restringido círculo de aquellos que le consideran un mártir de la religión Unitaria; y los hombres de ciencia tienen un claro interés en él como uno de los primeros que hizo una importante aportación a nuestros conocimientos acerca de la circulación de la sangre. Sus puntos de vista fisiológicos y teológicos requieren que hagamos unos breves comentarios.

IV Tras el propio estudio de la teología, el estudio de la medicina ha sido un gran alimento de herejías. Desde los días de Arnau de Vilanova y Pedro de Abano se había 25

N. de los T. El monumento es obra del escultor Joseph Bernard (1908). N. de los T. Edward Gibbon (1737-1794), en su obra The Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1788), vol. 10, cap. LIV, nota n.º 43, dice: “I am more deeply scandalised at the single execution of Servetus, than at the hecatombs which have blazed in the Auto da Fès of Spain and Portugal... The deed of cruelty was not varnished by the pretence of danger to the church or state. In his passage through Geneva, Servetus was an harmless stranger, who neither preached, nor printed, nor made proselytes” (consultado el 23-IV-2007). Los 12 volúmenes originales que componen este trabajo están disponibles en su totalidad en: http://oll.libertyfund.org/Home3/Set. php?recordID=0214#vol1. Ediciones Turner, S.L., tiene una edición de la obra traducida al español. 26

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observado la presencia de herejes entre nuestras filas. [Jacques Bénigne] Bossuet [1627-1704] define al hereje como “alguien que tiene opiniones”. Servet parece haber sido acusado de estar tan cargado de opiniones como una jarra de Leyden27; sus convencimientos más notables se referían a la Trinidad y al bautismo de los recién nacidos. Sacudida la Iglesia Católica casi hasta su destrucción en los siglos III y IV debido a la cuestión de la Trinidad, el arrianismo fue conquistado para siempre en el magnífico documento humano sobre el credo de San Atanasio28, con el cual la Iglesia ha resuelto definitivamente la cuestión en un lenguaje que produce un escalofrío en el espinazo de los herejes. Pero siempre han existido almas problemáticas que no podían quedarse satisfechas y sacarían a colación puntos incómodos de la Biblia, hombres que no eran capaces de aceptar el acertado consejo de Dante: “Está loco el que espera que nuestra razón pueda examinar detenidamente la infinitud con la que una Sustancia contiene tres Personas. Raza humana, conténtate con el quia”29. La doctrina ha sido terreno abonado para la herejía, y el humo de aquellos que han perecido en la hoguera ha tenido un olor agradable, tanto para católicos como para protestantes. Incluso hoy en día está tan profundamente arraigada en el credo católico que casi cualquier singularidad doctrinal es perdonada, excepto renegar de la Trinidad, cuya negación coloca al hombre al margen de la cristiandad. Y si éste es el sentir hoy en día: ¡imaginemos cómo debe de haber sido a mediados del siglo XVI! Servet escribió dos obras teológicas. Ya me he referido a De Trinitatis erroribus, publicada en 1531 y seguida de un suplemento en 1532. Mientras vivía una doble vida en Viena del Delfinado, para los habitantes de la ciudad era un médico meticuloso y atento al que habían llegado a querer mucho; pero durante todo ese tiempo, alimentando el sueño de su juventud, estuvo preparando un trabajo con el que creía que lograría ganar el mundo para Cristo, al librar a la Iglesia de graves errores doctrinales. Anteriormente he mencionado la publicación de la Christianismi Restitutio. Por tratarse de una obra que se ocupa fundamentalmente de cuestiones muy abstrusas en 27

N. de los T. La jarra de Leyden, inventada en la Universidad de esa ciudad, fue el primer acumulador eléctrico. Y consistía en una jarra de vidrio recubierta de metal. 28 N. de los T. Así llamado por ser San Anastasio quien lo recoge. Dice así: “La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias”. 29 N. de los T. Para El purgatorio (canto III, 34-39) de La divina comedia, Dante compuso los siguientes versos: “Loco es quien piense que nuestra razón // pueda seguir por la infinita senda // que sigue una sustancia en tres personas. // Os baste con el quía, humana prole; // pues, si hubierais podido verlo todo, // ocioso fuese el parto de María” (Tomado de: Alighieri D. La divina comedia (trad. de Luis Martínez de Merlo), Madrid: Ed. Cátedra, S.A., 1988, p. 304.). La enseñanza que aquí se recoge es que la razón no puede llegar al porqué de los designios de un Dios uno que, a la vez, es trino, y tiene que conformarse con el “quia” (el qué); estamos ante asuntos insondables para el conocimiento humano y, por ende, su aceptación sólo es posible si existe el concurso de la fe. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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relación a la Trinidad y al bautismo de los recién nacidos, es la más difícil de leer y, tal como reconocen los teólogos, todavía más difícil de entender. El profesor Emerton, en un artículo que ya he citado, logra extraer en unos pocos párrafos lo esencial de sus puntos de vista: “Él [Servet] considera que el hecho central de la teoría cristiana no radica en la doctrina de la Trinidad tal como era defendido por las escuelas, sino en el hecho de la encarnación divina en la persona de Jesús. Admite su nacimiento como Dios y lo explica en consonancia con la ley general de la manifestación divina dondequiera que lo espiritual se revele en lo material, pero no hubiera aceptado la idea de la existencia eterna del Hijo, excepto en el sentido de que la palabra divina, el Logos, siempre hubiera estado vigente como forma de expresión externa de la acción divina. De este modo, a su debido tiempo, este mismo Logos dio lugar a un ser a partir de una madre humana, en el que fue insuflado el espíritu divino al nacer. Obviamente, éste no es el ‘Hijo eterno’ de los credos, y ahí es donde radica la falta teológica de Servet. Su crítica a la organización eclesiástica, al poder del Papa y a los sacramentos no difiere grandemente de la crítica de los reformadores más radicales; en las cuestiones fundamentales relativas al bautismo y a la eucaristía sí va bastante más allá de las iglesias reformadoras establecidas. En ambos casos alude al principio de la mera razón. Rechaza el bautismo de los recién nacidos basándose en que éstos no pueden tener fe y afirma que, por tanto, esa práctica no es más que una fórmula. Niega la transustanciación fundamentándose en que la sustancia y los accidentes no pueden separarse, y no disculpa a los líderes de la reforma por mantener en relación a este punto lo que a él le parecía una actitud tibia. Su lenguaje es duro y violento a lo largo de toda su obra excepto al fin de los capítulos, donde pasa a los rezos, clausurando sus diatribas con oraciones de gran belleza y espiritualidad”. La iglesia cristiana descubrió pronto que únicamente había una forma segura de hacer frente a la herejía. Desde finales del siglo IV, cuando dicha forma comenzó a llevarse a la práctica, hasta llegar a su clímax en la festividad de San Bartolomé30, era universalmente admitido que tan solo los herejes muertos dejaban de causar problemas. La historia proporciona amplios indicios de la eficacia de las medidas represoras, que con frecuencia eran llevadas a cabo a gran escala. Francia es católica debido a la política de acabar con la raíz y con las ramas, y el protestantismo inglés es un 30

N. de los T. El autor se está refiriendo a lo que tristemente se conoce como la Matanza o Masacre de San Bartolomé (Massacre de la Saint-Barthélemy) y que tuvo lugar un 24 de agosto de 1572 en París durante las Guerras de religión, cuando los calvinistas franceses (los hugonotes) fueron ajusticiados en masa.

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testimonio perdurable de la meticulosidad con la que Enrique VIII implantó sus medidas. Tal y como afirma De Foe [Daniel Defoe] en su famoso panfleto Shortest way with dissenters (“El medio más eficaz contra los disidentes”), si un hombre es obstinado y se empeña en mantener su propia opinión, contraria a la de la mayor parte de sus congéneres, y si la opinión es perniciosa y pone en peligro su salvación eterna, resulta más seguro hacerle arder en la hoguera que permitir que sus doctrinas se difundan. Durante 1200 años esta política mantuvo la herejía dentro de estrechos límites hasta la gran irrupción de la misma. Los hombres más notables de la época aceptaban la muerte de los herejes. El espíritu del protestantismo estaba contra ello; asimismo, noblemente, lo estaba Lutero. Juzgado en su época, Servet era un hereje y, como tal, merecía morir atado a una estaca. Apenas podemos otorgarle la denominación de mártir de la Iglesia: ¿qué iglesia lo hubiera admitido? Por lo mismo, honramos su memoria como mártir de la verdad, tal y como él la veía. Servet estudió medicina en París con Silvio y von Andernach, dos de los más entusiastas renovadores de la anatomía galénica. Y, lo que es aún más importante, fue compañero de estudios y de disección de Vesalio. Escribió un pequeño libro de medicina que no tenía ningún mérito especial. Las obras que editó, que le supusieron más dinero que fama, son indicativas de un espíritu independiente y crítico. Viena del Delfinado era una pequeña ciudad en la que no podemos creer que hubiera estímulos científicos, si bien se encontraba en una región conocida por su actividad intelectual. Siendo conocedor de un dato fisiológico de importancia capital, lo describe con claridad y exactitud extraordinarias. Pero tiene su hallazgo en tan poca estima, o le parece que reviste tan poca importancia en comparación con la enorme tarea que tiene entre manos de restablecer el cristianismo, que únicamente lo utilizó como ilustración al tratar la naturaleza del Espíritu Santo en su obra Christianismi Restitutio. El descubrimiento era nada menos que el del paso de la sangre del lado derecho al lado izquierdo del corazón a través de los pulmones, lo que se conoce como circulación pulmonar o circulación menor. En el año 1553 los puntos de vista de Galeno prevalecían en todas partes. En verdad, el gran maestro revolucionó el conocimiento de la circulación casi tanto como lo hizo Harvey en el siglo XVII. Para decirlo brevemente, había dos tipos de sangre, la natural y la vital, que circulaban en dos sistemas prácticamente cerrados, las venas y las arterias. El hígado era el órgano central del sistema venoso, la “tienda” como lo denomina Burton, en la que el quilo se convertía en sangre y se distribuía por las venas de todo el organismo como sustento. Las venas eran vasos que actuaban más bien como contenedores de la sangre que como tubos para su traslado; Galeno los denominaba canales de irrigación. Este autor conocía la estructura del corazón, la ubicación de sus válvulas y la dirección en la que circulaba la sangre. No obstante, la función principal de éste no era mecánica, como suponemos, sino que en el ventrículo izquierdo, asiento de la vida, se originaban los espíritus vitales, siendo una mezcla del aire inspirado y de la sangre. Gracias a un movimiento alterno de dilataArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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ción y colapso de las arterias, la sangre, junto con los espíritus vitales, se encontraba en constante movimiento31. Galeno había demostrado que las arterias y las venas se comunicaban entre sí en la periferia. Él creía que una pequeña cantidad de sangre iba del lado derecho del corazón a los pulmones para nutrirlos y que de este modo pasaba al lado izquierdo del corazón, aunque la comunicación principal entre los dos sistemas se hacía a través de poros en el septo ventricular, la gruesa pared muscular que separaba las dos principales cámaras del corazón. Una búsqueda en la literatura de un punto de vista distinto al galénico no proporcionará ningún resultado hasta 155332. Incluso Vesalio, que no podía entender cómo podía pasar la más mínima cantidad de sangre a través del septo que dividía los ventrículos debido a la estructura del mismo, no ofreció ninguna otra explicación. Cuanto más se sabe de la fisiología galénica, menos se sorprende uno de que cautivara de este modo las mentes de los hombres. La nueva descripción de Servet de la circulación se encuentra en el quinto libro de la Christianismi Restitutio, donde discute la naturaleza del Espíritu Santo. Tras hacer mención del triple espíritu del organismo humano: natural, vital y animal, trata el espíritu vital y describe la circulación pulmonar en unos pocos párrafos: “Para entender todo esto hay que entender primero cómo se produce la generación sustancial del propio espíritu vital, el cual está constituido y alimentado por el aire inspirado aspirado y por una sangre muy sutil. El espíritu vital tiene su origen en el ventrículo izquierdo del corazón, y a su producción contribuyen principalmente los pulmones. Es un espíritu tenue, elaborado por la fuerza del calor, de un color rojizo, de tan fogosa potencia que es como una especie de vapor claro de la más pura sangre, que contiene en su sustancia agua, aire y fuego. Se produce en los pulmones al combinarse el aire inspirado con la sangre sutil elaborada que el ventrículo derecho del corazón transmite al izquierdo. Pero este transvase no se realiza a través del tabique medio del corazón, como corrientemente se cree, sino que, por un procedimiento muy ingenioso, la sangre sutil es impulsada desde el ventrículo derecho del corazón por un largo circuito a través de los pulmones. En los pul31

La fisiología galénica estaba tan consolidada que, al principio, los nuevos puntos de vista de Harvey se desarrollaron muy poco. En la obra de [Robert] Burton (1577-1640) Anatomy of Melancholy (“Anatomía de la Melancolía”, 1624), que epitoma el conocimiento médico del siglo XVII, se proporciona la descripción siguiente: “El riachuelo izquierdo (es decir, el ventrículo) tiene forma de cono y es asiento de la vida, que, como una antorcha de aceite, conduce la sangre a su interior, dotándola de espíritus y fuego, y como el fuego en una antorcha son los espíritus en la sangre y, gracias a la gran arteria denominada aorta, envía espíritus vitales por todo el cuerpo y toma aire de los pulmones”. 32 En 1924 se descubrió que Ibn an-Nafis [¿1210?-1288], un médico de Damasco, había descrito la circulación menor 300 años antes que Servet (W. W. F.). 112

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mones es elaborada y se torna rojiza, y es transvasada desde la arteria pulmonar a las venas pulmonares. Luego, en la misma vena pulmonar se mezcla con el aire aspirado, [y] por espiración se vuelve a purificar del hollín, y así, finalmente, la mezcla total, material apto para convertirse en espíritu vital, es atraída por la diástole desde el ventrículo izquierdo del corazón. Ahora bien, que se realice [de este modo] a través de los pulmones esa comunicación y elaboración, lo demuestra la variada conexión y comunicación de la arteria pulmonar con la vena pulmonar en los pulmones, y lo confirma el notable tamaño de la arteria pulmonar, ya que ella no hubiera sido hecha tan grande, ni enviaría tal cantidad de la sangre más pura desde el corazón a los pulmones, ni tampoco el corazón suministraría sangre a los pulmones, simplemente para alimentarlos, ni de esta suerte podría ser útil el corazón a los pulmones. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, anteriormente, en el embrión los pulmones se nutrían de otra fuente, a causa de que esas membranillas o válvulas del corazón no se abren hasta el momento del nacimiento, como enseña Galeno. Es, pues, evidente que tiene otra función el que la sangre se vierta tan copiosamente del corazón a los pulmones, precisamente en el momento de nacer. Lo mismo prueba el hecho de que los pulmones no envían al corazón, a través de las venas pulmonares, aire solo, sino aire mezclado con sangre. Luego tal mezcla tiene lugar en los pulmones: los pulmones dan a la sangre espirituosa ese color rojizo, no el corazón [el cual más bien se lo daría negro]. En el ventrículo izquierdo del corazón no hay suficiente espacio para tan gran y copiosa mezcla, ni actividad capaz de darle ese color rojizo. Por último, dicho tabique intermedio, al carecer de vasos y mecanismos, no resulta idóneo para semejante comunicación y elaboración, por más que pueda resudar algo. Por el mismo procedimiento por el que se realiza en el hígado una transfusión sanguínea de la vena porta a la cava, se realiza también en los pulmones una transfusión de espíritu de la arteria pulmonar a la vena pulmonar”33. Aquí los elementos importantes son: en primer lugar, la clara exposición sobre la función de la arteria pulmonar; en segundo lugar, el paso de la sangre venosa impura a través de los pulmones del lado derecho al izquierdo del corazón; en tercer lugar, el reconocimiento de que acontece una elaboración o transformación en los pulmones 33

N. de los T. Por razón del rigor exigible a cualquier traducción, a los efectos oportunos, se hace notar que la traducción al español de este texto de Servet en el que describe la circulación menor no es una traducción fiel del utilizado por Osler y cuyo autor es Robert Willis, pues se ha trascrito directamente de: Servet M. Restitución del cristianismo (trad. de Alcalá A. y Betés L.). Madrid: Fundación universitaria española, 1980, pp. 333-335 (en la edición original impresa en Viena del Delfinado, 1553, pp. 170-171).

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Christianismi restitutio, 1553 (Libro V, pp. 170-171) "[p. 170] Vitalis spiritus in sinistro cordis ventriculo suam originem habet, iuuantibus maxime pulmonibus ad ipsius generationem. Est spiritus tenuis, caloris vi elaboratus, flauo colore, ignea potentia, vt sit quasi ex puriori sanguine lucidus vapor, substantiam in se continens aquae, aëris, et ignis. Generatur est facta in pulmonibus mixtione inspirati aëris cum eleborato subtili sanguine, quem dexter ventriculus cordis sinistro communicat. Fit autem communicatio haec non per parietem cordis medium vt vulgo creditur, sed magno artificio a dextro cordis ventriculo, longo per pulmones ductu, agitatur sanguis subtilis: a pulmonibus praeparatur, flauus efficitur: et a vena arteriosa, in arterian venosam transfunditur. Deinde in ipsa arteria venosa inspirato aëri miscetur, expiratione a filigine repurgatur. Atque ita tandem a sinisro cordis ventriculo totum mixtum per diastolem attrahitur, apta supellex, vt fiat spiritus vitalis. Quod ita per pulmones fiat comunicatio, et praeparatio, docet coniuntio varia, et communicatio venae arteriosae cum arteria venosa in pulmonibus. Confirmat hoc magnitudo insignis venae arteriosa, quae nec talis, nec tanta facta esset, nec tantam a corde ipso vim purissimi sanguinis in pulmones emitteret, ob solum eorum nutrimentum nec cor pulmonibus hac ratione serviret: cum praesertim antea in embryone solerent pulmones ipsi aliunde nutriri, ob membranulas illas, seu valvu- [p. 171] las cordis usque ad horam nativitatis nondum apertas, vt docet Galenus. Ergo ad alium vsum effunditur sanguis a corde in pulmones hora ipsa natiovitatis, et tam copiosus. Item a pulmonibus ad cor nom simplex aër, sed mixtus sanguine mittitur, per arteriam venosam: ergo in pulmonibus fit mixio. Flavus ille color a pulmonibus datur sanguini spirituoso, non a corde. In sinistro cordis ventriculo non est locus capax tantae, et tam copiosae mixtionis, nec ad flavum elaboratio illa sufficiens. Demum paires ille medius, cum sit vasorum et facultatum expers, non est aptus ad comunicationem et elaborationem illam, licet aliquid resudare possit. Eodem artificio, quo in hepate fit transfusio a vena porta ad venam cavam propter sanguinem fit etiam in pulmone transfusio a vena arteriosa ad arteriam venosam propter spiritum. Si quis haec conferat cum iis, quae scribit Galenus lib. 6 et 7 de usv partirum veritatem penitus intelligent, ab ipso Galeno non animadversam. Ille itaque spititus vitales, a sinistro cordis ventriculo, in arterias totius corporis deinde transfunditur…".

Figura 3. Texto latino de Miguel Servet en el que se describe la circulación menor de la sangre. Tomado de: Barón Fernández J. Miguel Servet. Su vida y su obra. Prólogo de Pedro Laín Entralgo. Madrid: Espase-Calpe, S.A., 1970, pp. 316-317.

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de modo que, al tiempo que la sangre se ve libre de “vapores denegridos” la sangre arterial se torna en color carmesí y, en cuarto lugar, la negación sin rodeos de la existencia de una comunicación entre los dos tipos de sangre mediante orificios en el septo interventricular. Servet no sabía que existiera una circulación general o sistémica y, en lo que concierne al corazón izquierdo y a las arterias, creía que eran el asiento de la sangre y los espíritus vitales. No resulta difícil imaginar de qué modo se emancipó Servet de los antiguos puntos de vista. Siendo estudiante en París en el momento más oportuno, cuando la disección se había hecho popular, tuvo oportunidades excepcionales como disector de Günter. Pero, aún más importante, tuvo como compañero al heresiarca anatomista Andrés Vesalio, quien ya estaba imbuido por la convicción de que sus profesores estaban equivocados al considerar a Galeno inspirado e infalible. Es en este período cuando Vesalio había señalado a su maestro Silvio el error de Galeno acerca de las válvulas aórticas y, si se piensa en la extraordinaria rapidez con que Vesalio reformó la anatomía humana, antes de cumplir los 28 años, no resulta sorprendente que su colega y colaborador hubiera descubierto una de las grandes verdades de la fisiología34. La Cristianismi Restitutio nunca se publicó y el descubrimiento de Servet no fue reconocido hasta que atrajo la atención de Wotton35 gracias a Charles Bernard36, un cirujano del hospital de St. Bartolomew [Londres]. Entretanto, dicho hallazgo había sido redescubierto y, entre las muchas extravagancias con que está jalonada la historia de la circulación, el intento de quitarle su autoría a Servet no es la más rara. En 1559 se publicó una obra de Realdo Colombo37, discípulo de Vesalio y su sucesor en Padua, en el se describe claramente la circulación de la sangre del lado derecho al 34

N. de los T. Por lo que se sabe, al menos, las relaciones de Vesalio con el viejo Silvio (y otros tantos popes de la medicina de entonces) se vieron francamente deterioradas luego de publicar en 1543 la Fabrica. Con esta obra desbarató muchas de las “verdades” anatómicas (galénicas) que habían perdurado hasta el Renacimiento. Entre otras lindezas, Silvio, haciendo un juego de palabras, llamó a su distinguido discípulo “vesano”. Conviene recordar que Silvio daba por sentado que si los hallazgos morfológicos puestos de manifiesto en una disección no coincidían con los descritos en los textos galénicos, esto se debía al hecho de que el cuerpo humano había degenerado a lo largo de los siglos con relación a la forma “ideal” vista por Galeno (véase: Puerta JL. Andrés Vesalio: la reconciliación de la mano con el cerebro. Ars Medica. Revista de Humanidades. 2004;1(1):74-95; disponible en: www.fundacionpfizer.org). 35 William Wotton, Reflections upon ancient and modern learning (Reflexiones sobre el aprendizaje antiguo y moderno), 1697, p. 229. 36 N. de los T. El lector interesado en conocer mejor esta historia puede leer: Sill GM. The Authosrship of An Impartial History of Michael Servetus (1724). The Papers of the Bibliographical Society of America, September 1993, Vol. LXXXVII, pp. 303-318 (disponible en: www.servetus.org/ newsletter/newsletter2). 37 De re anatomica, Venecia, 1559. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:93-119

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lado izquierdo del corazón. No es posible afirmar que Colombo hubiese añadido algo a la descripción que se acaba de dar, aunque se ha mantenido el punto de vista inverosímil de que los estudiantes italianos de París habían familiarizado a Servet con el punto de vista de Colombo. También se afirma que éste tuvo una idea más adecuada de la función de la respiración en la purificación de la sangre mediante su mezcla con el aire, si bien Servet dejó claro que la mezcla tiene lugar en los pulmones y no en el propio corazón, tal y como era la creencia habitual en la época. [Andrés] Cesalpino (1569), a quien se le atribuyen hechos bastante rebuscados, también conocía la circulación pulmonar, pero pensó que parte de la sangre pasaba a través del septo en la parte media del corazón. Más importante es que se le atribuya el descubrimiento de la circulación general, pero resulta raro que ningún conocedor de la historia de este tema pudiera leer en sus trabajos fisiológicos otra cosa que los antiguos puntos de vista de Galeno. La historia de la circulación está erizada de controversias y existen opiniones ampliamente divergentes en relación a los méritos de distintos estudiosos. El hecho de que Servet fuese el primero en dar un paso más allá de donde había llegado Galeno, y que Colombo y Cisalpino llegaran independientemente a la misma conclusión, al admitir los tres la existencia de la circulación menor, es casi tan cierto como que ello permitió a Harvey iniciar un capítulo completamente nuevo de la fisiología, e introducir modernos métodos experimentales gracias a los cuales quedó claramente demostrada por primera vez la circulación general de la sangre38. Unas palabras acerca del libro Christianismi Restitutio39, liber inter rariores longe rarissimus. Tan sólo se conocen dos copias completas, una en la Biblioteca Nacional de París y otra en la Biblioteca Imperial de Viena, de la cual me permitieron amablemente disponer de fotografías de la portada y de reproducciones de las páginas que describen la circulación de la sangre. Una tercera copia, imperfecta, que contiene las primeras dieciséis páginas del manuscrito, se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Edimburgo. La copia parisiense reviste un especial interés porque pertenecía al doctor Richard Mead [1673-1754], distinguido médico y coleccionista de libros, quien se la cambió a Monsieur de Boze por una serie de medallas. En 1784 la consiguió la Royal Library y actualmente puede contemplarse en un expositor de la 38

La History of Circulation (Historia de la circulación) de John Dalton, publicada en 1884, proporciona la que es con mucho la mayor y más completa explicación del tema en inglés. 39 N. de los T. El título completo de la obra es: Christianismi Restitutio, Totius Ecclesiae Apostolicae est ad sua limina vocatio, in integrum restituto cognitione Dei, Fidei Christi, iustificationis nostrae, regenerationis baptismi, et coenae domini manducationis. Restitutio denique nobis regno caelesti, Babylonis impiae captivitatte soluta, et Antichristo cum suis penitus destructo; cuya traducción al español sería: “Restitución del cristianismo. Convocatoria a toda la Iglesia apostólica a volver a sus orígenes, a restituir íntegro el conocimiento de Dios, de la fe en Cristo, de nuestra justificación, de la regeneración bautismal, de la cena del Señor; a restituirnos, por fin, el reino celestial, a disolver la cautividad de la impía Babilonia, a destruir del todo al Anticristo y a sus secuaces”. 116

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Biblioteca Nacional, constituyendo uno de sus raros tesoros. De interés añadido es el hecho de que en la portada aparezca el nombre de “Germain Colladon”, el abogado de Ginebra que llevó a Servet a los tribunales, y es más que probable que esa fuera la copia utilizada en el proceso. El libro presenta una mancha; algunos creen que de humedad y otros piensan que ésta fue la copia sujeta al reo, rescatada de las llamas por alguien que deseaba preservar tan importante documento del excepcional hereje. Esta cuestión ha sido estudiada en profundidad por el difunto profesor Laboulbène y por Monsieur Hahn, los cuales se pronuncian ambos a favor de que fue el fuego, y no la humedad, la causa de la mancha. En 1790 la copia de Viena del Delfinado fue reproducida página a página en Nuremberg por Christoph Gottlieb von Murr [1733-1811], quien, como responsable de la reimpresión, puso prudentemente la fecha de 1790 al final de la última página; no es raro encontrar copias de esta edición en bibliotecas importantes. En 1723, Mead trató de conseguir una reimpresión a partir de esa copia pero, cuando estaba casi terminada, el obispo de Londres paralizó el proceso y (se afirma que) las copias fueron quemadas. No obstante, algunas copias se libraron y Willis asegura que vio una en la biblioteca de la London Medical Society; siento decir que el bibliotecario me ha informado de que ya no se encuentra allí. Una copia de la reimpresión parcial de Mead se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia y otras dos están en el British Museum. Una última reflexión acerca de la actitud de Calvino hacia Servet. Se ha menospreciado mucho al gran reformador y no se puede sentir otra cosa que pesar por el hecho de que un hombre que había logrado cosas tan importantes se viera arrastrado a una miserable caza de herejes como un vulgar inquisidor. Pero no vamos a evaluarlo con parámetros de este siglo, sino sencillamente por su vida y como hombre de pasiones semejantes a las nuestras. Estaba muy irritado. Habiéndose sentido agraviado por los persistentes ataques de Servet durante años, e indignado por sus blasfemias hasta el punto de dejar de sentir compasión, no es de extrañar que su caridad cristiana fuera vencida por el viejo Adán40. No es posible exculpar a Calvino de su participación en este desafortunado incidente, ya que se vio poseído por un odio personal y una sed de venganza poco apropiada —incluso podría decirse que extraña— en un carácter tan extraordinario. Pero el prolongado historial de una vida de autonegación, dedicada a lo mejor y lo más elevado en una generación maldita, libraría a cualquier hombre razonable de esta mancha. Si vamos a juzgarle, hagámoslo como hombre, no como semidiós. Ya que no podemos defenderle, no le condenemos; eximámosle de esta grave falta, aún cuando podamos albergar la sospecha de que nunca se arrepintió de 40

N. de los T. En Corintios I (15,45) puede leerse: “El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida”; y en Efesios (4,22-24): “De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo... y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad”.

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ella y sea la sombra que pone de relieve el magnífico contorno de su noble vida. En su “Defensa”41, la edición original que tengo aquí y que se ocupa fundamentalmente de cuestiones doctrinales, no solo no se hallan muestras de arrepentimiento por su papel en la tragedia, sino que el libro está plagado de insultos para con su enemigo muerto, redactados en un lenguaje muy vindicativo. En el lugar donde Servet ardió en la hoguera se alza hoy en día un monumento expiatorio que expresa el espíritu del protestantismo moderno. En una cara se encuentra su fecha de nacimiento y la de su muerte, y en la otra una inscripción que puede traducirse así: “Aún siendo respetuosos y agradecidos seguidores de Calvino, nuestro gran reformador, condenamos un error propio de su época y, como firmes defensores de la libertad de conciencia, de acuerdo con los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio el 27 de octubre de 1903”. La construcción del monumento conmemorativo del cuarto centenario en Viena del Delfinado el próximo año42 completará el reconocimiento de los méritos de una de las figuras más extrañas de todas las que representan el siglo XVI. El estudiante español errante, el proceloso discutidor, el disector anatomista, el soñador místico del restablecimiento del cristianismo, el descubridor de uno de los hechos fundamentales de la fisiología, finalmente logra aquello de lo que es merecedor. Sé que hay quien piensa que quizás se haya hecho más que justicia, pero en una época trágica Servet jugó un papel excepcionalmente trágico y el patetismo de su destino aparece con toda su fuerza. También éstos son días de compensación, del restablecimiento de todas las cosas, los días de la apertura del séptimo sello, cuando las almas bajo el altar vean vengada su sangre, cuando cubramos con los blancos ropajes de la caridad a los caídos por causa de su testimonio, sin importar si el mártir era católico o protestante, tratándose únicamente de rendir honor a uno de la gran compañía que nadie puede enumerar, “cuyos sufrimientos heroicos”, como afirma [Thomas] Carlyle, “se elevan juntos 41

Defensio Orthodoxae Fidei..., 1554. [N. de los T. Defensio orthodoxae fidei de sacra Trinitate contra prodigiosos errores Michaelis Serveti. En este escrito exculpatorio redactado en francés y, luego, en latín, Calvino defiende sin rodeos su postura, ya que —en su opinión— al hereje debe imponérsele la pena capital; ello lo justifica echando mano de diferentes textos de las Escrituras y de otras autoridades. En ese texto no faltan ni las injurias y ni los insultos (chien, méchant, etc.) contra Servet (Menéndez Pelayo, Op. c., p. 1288). En todos los momentos de la historia, más allá de la cultura, los hábitos y las pragmáticas en boga, siempre han existido voces clamando tolerancia y contrarias al sacrificio de los disidentes. En el asunto que estamos tratando ésta fue, por ejemplo, la postura del también protestante francés Sebastián Castalión (1515-1563), contrario a lo sucedido en Ginebra con Servet y así lo dejó plasmado en su obra De haereticis an sint persequendi: “Matar a un hombre por sus ideas no es defender una doctrina; es matar a un hombre”, la cita se ha tomado de: Alcalá A. Introducción, en: Servet M [Michael Servetus Villanovanus]. Restitución del cristianismo (trad. de Alcalá A. y Betés L.). Madrid: Fundación universitaria española, 1980, p. 31.] 42 N. de los T. Véase la nota n.º 25. 118

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armoniosamente hasta el cielo desde toda la tierra y de todos los tiempos, como un Miserere sagrado, y sus hechos heroicos son también como un Salmo del Triunfo infinitamente eterno”. Notas del autor.— Toda la bibliografía de Servet se encuentra en la obra del profesor A. van der Linde, Michael Servetus, Groninga (1891). Mi interés personal en este tema comenzó hace muchos años cuando los primorosos esbozos del pastor Tollin animaron los números de los Virchow Archives. Nadie ha disfrutado jamás de un biógrafo más entusiasta, y debemos la mayor parte de nuestros modernos conocimientos de Servet a los escritos del clérigo de Magdeburgo. El mejor relato en inglés es el de Willis, Servetus and Calvin (Servet y Calvino), 1877. En 1895 se publicó una traducción alemana de la Cristianismi Restitutio (2.ª edición, Wiesbaden, Chr. Limbarth). Estoy en deuda con el profesor Harper (Princeton) por haberme facilitado el drama histórico The Reformer of Geneva (El reformador de Ginebra), escrito por el profesor Shields (de impresión privada, Princeton University Press, 1897), que proporciona un admirable retrato de Ginebra en la época del proceso. De la Histoire d’un livre (Historia de un libro) de Chéreau, publicada en 1879, he “plagiado” la idea de la introducción. El nombre de Mosheim ha de ser mencionado porque sus escritos fueron durante años la fuente común de la que procedía todo conocimiento acerca de Servet.

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Cuatro poemas Four poems ■ Luis Alberto de Cuenca

LEER EN VOZ ALTA Siempre ando con un libro en las manos. Ya sea uno viejo y gastado del siglo XIX con láminas y pauta final para ubicarlas en el texto, ya sea otro nuevo e intrépido que recibí ayer mismo y huele todavía a tinta fresca y joven, ya sea un libro antiguo que viajó por el tiempo hasta esa estantería de mi cada vez más poblada biblioteca... El vicio de leer suele ser solitario, pero puede, también, compartirse. Los griegos de la época de Sócrates leían en voz alta. Lo mismo hacía Nietzsche. A mí me gusta mucho leer en compañía y en voz alta los grandes libros de nuestra tribu, esa tribu perversa, racista y miserable que disfruta creyéndose superior (y lo es). De ese modo, recuerdo haber leído Drácula, Melmoth y Frankenstein, el Poema del Cid, Beowulf, los Nibelungos, la Divina Comedia, los Psalmos, la Canción de Rolando, La isla del tesoro y la Ilíada, tal y como los griegos leían hace siglos, alto y claro, lanzando las palabras al aire, porque la voz añade temblor de biografía personal y caduca a tanta eternidad, al vértigo solemne de tanta permanencia. El autor (Madrid, 29 de diciembre de 1950) es poeta y Profesor de Investigación del CSIC. Su último libro de versos, La vida en llamas, apareció en Visor en 2006. 120

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CÍRCULO Ojalá fuese un círculo vicioso, pero dejó de serlo hace ya tiempo. Es un círculo a secas. No permite que le pongamos adjetivos. Tiene muy mal carácter, el humor muy agrio. Si en nuestro deambular por su interior quisiéramos un día liberarnos de sus paredes inmisericordes y huir al otro lado, no podríamos hacerlo. En ese círculo vivimos, por mucho que tratemos de olvidarlo, y en él acabaremos nuestros días, sin saber cuándo, ni por qué, ni cómo.

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EL AIRE DE TUS VERSOS A la memoria de Blas de Otero El aire era la vida en tu soneto de Leganés, y ahora ya no hay aire donde vives, maestro. No hay manera de respirar allí donde tú mueres. El aire se ha largado con su soplo a otra parte. Y no sirve para nada alzar las manos contra el firmamento, ni formular preguntas al vacío. Pero los ruiseñores de tu canto, ellos sí, vivirán eternamente. Se lo dijo Calímaco a un poeta que murió antes de tiempo, y eso vale para ti, Blas de Otero. La poesía que araña sombras para ver a Dios termina viendo a Dios y respirando el aire inmarchitable de tus versos.

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BÚSCALA Busca a la Diosa Blanca, ve a buscarla por occidente y por oriente, por el sur y por el norte, no la dejes de buscar en las sombras de la noche y en las luces del justo mediodía, sin desmayar jamás, sin acordarte de otro nombre que el suyo, sin reposo, por el cielo, debajo de la tierra y en las profundidades del océano. No habrá huellas que valgan en tu búsqueda, pues la Diosa no deja huellas nunca. Quién sabe dónde está, nadie la ha visto jamás en este mundo. Pero tú búscala sin desmayo en esos bosques, mil veces densos, donde el sol no halla paso a la hierba. Búscala en las ninfas que descansan al lado de la fuente y, sobre todo, búscala en el agua de esa fuente, en el agua en que los ciervos sacian su sed cuando declina el día, en el agua que canta y que libera de cuanto estorba. Y luego, cuando nada te retenga en la selva, continúa buscándola, aunque duela, por el aire emponzoñado, por el fuego insomne, por el camino hacia ninguna parte, por el desierto helado del silencio, por las calles vacías del olvido.

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Doce artículos para recordar Twelve Articles to Remember Entre la miríada de artículos científicos publicados en los últimos meses, la Redacción ha escogido los doce que siguen. No “están todos los que son”, imprudente sería pretenderlo, pero los aquí recogidos poseen un rasgo de sencillez, calidad, originalidad o sorpresa por el que quizá merezcan quedar en la memoria del amable lector.

Kobayashi A, Takahashi A, Kakimoto Y, Miyazawa Y, Fujii N, Higashitani A y Takahashi H. A gene essential for hydrotropism in roots. Proc Natl Acad Sci (USA) 2007; 104: 4724-4729. Para controlar la orientación de su crecimiento, su posición en la tierra y conseguir agua, las plantas poseen en sus raíces la capacidad de detectar gradientes de humedad. Hasta la fecha no se conocía la base de ese hidrotropismo. Sin embargo, los autores de este artículo, de la Facultad de Ciencias de la Vida de la Universidad Tohoku, Sendai (Japón), dan un paso crucial para aclararlo. Utilizando una mutante de Arabidopsis demuestran que las plantas poseen un gen (el MIZ) que codifica la síntesis de una proteína que, presente en la punta de las raíces, detecta la humedad y orienta su dirección. Hallan ese gen en todas las plantas terrestres que han estudiado, pero no en algas, bacterias ni animales, y demuestran, además, que es independiente de los genes que regulan el crecimiento en longitud o el tropismo por la gravedad. Desde lo más sencillo a lo más complejo, todo tiene un porqué en la Naturaleza. 1

Balzarini, J y Van Damme L. Microbicide drug candidates to prevent HIV infection. Lancet 2007; 369: 787-797. Veintiséis años después de la aparición del SIDA e identificado su agente causal, los fármacos antirretrovirales han conseguido que la infección se haga crónica y mejorar tanto la supervivencia como la calidad de la vida de los enfermos. Sin embargo, por razones diversas, esos tratamientos hoy apenas llegan al 10% de los afectados en los países subdesarrollados, y la vacuna, como se analizó en el número anterior de esta Revista (Delgado R. Rev Humanidades 2006; 2: 283-9), sigue siendo una quimera. Los autores de este artículo, de Leuven (Bélgica) y Arlington (EE.UU.), revisan un conjunto de sustancias que, en forma de gel o crema, pueden contribuir a disminuir el número de infecciones por VIH transmitido por vía sexual. Desde detergentes o surfactantes como el lauril sulfato sódico (que, además de actuar como una barrera física, inhiben la replicación del VIH y del virus del herpes simple), hasta agentes modificado2

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res del pH vaginal, como los óvulos cargados de lactobacillus; o desde sustancias microbicidas como los polímeros de sulfato y celulosa, hasta sustancias que se combinan con carbohidratos de la envoltura del VIH e inhiben su capacidad de penetración en las células, las investigaciones en este campo deben ser alentadas. A veces los objetivos más modestos pueden ser más realistas y, nadie sabe aún por cuanto tiempo, más eficaces. Hoffman JI, Forcada J, Trathan PN y Amos W. Female fur seals show active choice for males that are heterozygous and unrelated. Nature 2007; 445: 912-914. En el mundo animal, las hembras suelen ocuparse (y preocuparse) mucho más de la descendencia que los machos, lo que empezaría por parte de aquéllas con la selección de compañeros con “buenos genes”. Los pinnípedos, orden de mamíferos a los que pertenecen la focas, son un buen modelo para el estudio de la conducta de apareamiento, como explican los autores de este artículo, del Departamento de Zoología de la Universidad de Cambridge y del British Antarctic Survey. Comunican que, aunque el dominio de los machos justificaría a priori la poligenia de estos animales, los análisis genéticos han demostrado que no es así. Estudian poblaciones de foca Arctocephalus gazella en la isla Georgia del Sur (800 Km al sudeste de las Malvinas) ya en la Antártida, y observan que las hembras se desplazan notables distancias y no al azar, en busca de machos heterocigotos, y sin ninguna relación genética con ellas, con los que aparearse. Si tenemos en cuenta que esa heterocigosidad suele predecir una buena calidad reproductiva, como los autores han demostrado previamente, se garantiza así una buena descendencia y se demostraría que no hay un macho óptimo para todas las hembras. El siguiente paso es conocer el mecanismo por el que éstas son capaces de detectar el macho más adecuado. En cualquier caso, cada vez va quedando más claro quién elige a quién. 3

Gupta R, Plantinga LC, Fink NE, Melamed ML, Fox CS, Levin NW y Powe NR. Statin use and hospitalization for sepsis in patients with chronic kidney disease. JAMA 2007; 297: 1455-1464. Las estatinas son sustancias con acción pleiotrópica y no sólo reducen las concentraciones plasmáticas de colesterol y previenen la enfermedad cardiovascular (por mecanismos independientes de la disminución de las tasas de colesterol-LDL); también poseen un cierto efecto positivo sobre el remodelado óseo y propiedades inmunomoduladoras. Los autores de este artículo (de la Universidad Johns Hopkins, el Albert Einstein College of Medicine y Framingham) comunican cómo el tratamiento con estatinas reduce significativamente la incidencia de ingresos por sepsis en pacientes con insuficiencia renal tratados con diálisis. Revisan los mecanismos por los que pueden ejercer un efecto tan beneficioso y en apariencia no relacionado con su principal indicación, y confirman la que podría ser una nueva y prometedora vía preventiva. Actúen como actúen, y el mecanismo acabará por saberse, bienvenidas sean en ese camino. 4

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Plaut JJ, Picardi G, Sefaeinilli A, Ivanov AB, Milkovich SM, Cichetti A, Kofman W et al. Subsurface radar sounding of the south polar layered deposits of Mars. Science 2007; 316: 92-95. La exploración de Marte comenzó en los años 60 con las naves del proyecto Mariner, coronada con el fotografiado de gran parte de su superficie en 1971-72 por la Mariner 9; las dos naves Viking la detallaron a finales de los 70 y la Mars Global Surveyor llevó a acabo un minucioso estudio topográfico de ese planeta entre 1999 y 2000. A su vez, ya en 2001, la Mars Odyssey permitió conocer la composición química de su superficie y demostró que debajo de ella existía una capa de hielo. Los autores de este artículo (de Institutos y Universidades de California, Roma, Grenoble, Maryland, San Luis, Houston, Perugia, Londres, Iowa, Washington, Kansas, Dresden, Bochum y Katlenburg-Lindau -Alemania-) comunican los hallazgos del “Mars Advanced Radar for Subsurface and Ionospheric Sounding”, instalado en la nave orbitaria Mars Express. Las señales de ese radar penetran hasta 3,7 Km en la superficie de Marte y han permitido saber que en las proximidades de su Polo Sur existe una capa de agua helada y prácticamente pura que se distribuye de forma y grosor irregulares. Han calculado que el volumen de agua localizado sólo en esa región representa la nada desdeñable cantidad de 1,6 × 106 Km3. Nos maravilla tanto imaginar la capacidad de ese radar y la nave que lo alberga, como saber que hay agua, y mucha, fuera de la Tierra. 5

Driver JA, Gaziano JM, Gelber RP, Lee IM, Buring JE y Kurth T. Development of a risk score for colorectal cancer in men. Am J Med 2007; 120: 257-263. El carcinoma colorrectal es una de las causas más frecuentes de muerte por neoplasias en EE.UU. (y en España). Los autores de este artículo, de distintos departamentos de la Facultad de Medicina de Harvard, han estudiado y seguido durante 20 años un total de 21.581 médicos varones norteamericanos tratando de identificar qué factores estaban asociados o predisponían a esa neoplasia. Comunican que la edad superior a 50 años, la toma a diario de bebidas alcohólicas, el fumar y un índice de masa corporal superior a 25 Kg/m2 son, cada uno por sí solos, factores asociados al carcinoma de colon y recto. Elaboran una tabla de probabilidades en función de los mismos y observan cómo, a medida que aumenta cada uno de ellos, aumenta el riesgo de desarrollar tal tumor. Aunque, como diría un castizo, “de algo hay que morir”, no está de más recordar que ningún día suele ser bueno para ello y que, si se exceptúa la edad, los otros factores son modificables. 6

François B, Bellissant E, Gissot V, Desachy A, Normand S, Boulain T, Brenet O, Preux PM y Vignon P. 12-h pretreatment with methylprednisolone versus placebo for prevention of postextubation laryngeal oedema: a randomised double-blind trial. Lancet 2007; 369: 1083-1089. La intubación orotraqueal para garantizar la respiración forma parte de los cuidados básicos en muchos pacientes gravemente enfermos. A pesar de la mejora tecnológica aplicada a los materiales con que 7

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se fabrican los tubos, así como de la propia técnica de ventilación con flujos altos aplicados a bajas presiones, hasta en la quinta parte de estos enfermos se presentan complicaciones por la intubación. El edema de laringe es frecuente cuando aquélla ha durado más de 36 horas, se presenta muy poco después de la extubación y potencialmente es muy grave. Los autores de este artículo, de diferentes hospitales de Limoges, Rennes, Tours, Angulema y Cholet (todos ellos en Francia) comunican cómo la administración de 20 mg de metilprednisolona por vía i.v. cada 4 horas en las 12 horas previas a la extubación en pacientes que habían permanecido intubados durante más de 36 horas, reduce de manera significativa (del 22 al 3%) la incidencia de edema de laringe postextubación, así como la necesidad de reintubación (del 8 al 4%). Una observación que muy probablemente no tardaremos en ver aplicada por sistema. Raby CR, Alexis DM, Dickinson A y Clayton NS. Planning for the future by western scrub-jays. Nature 2007; 445: 919-921. Siempre se ha pensado que la planificación del futuro es una tarea elaborada y, por lo tanto, privativa de los seres humanos. Sin embargo, esa exclusividad debe ser reconsiderada tras el trabajo realizado por estos investigadores del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge. Merced a un ingenioso experimento llevado a cabo en una gran jaula dividida en tres espacios comunicados entre sí y con alimento sólo en uno de ellos, observan cómo el arrendajo (un córvido) es capaz de guardar piñones de un día para otro precisamente en el espacio donde los va a consumir, y donde no estarían si previamente no los hubiera puesto allí escondiéndolos entre la arena de un recipiente al efecto. Aunque habrá que confirmar que esa capacidad se mantiene en otros contextos menos ideales, por el momento se plantea la duda sobre si la planificación y la rememoración no empezarán en la escala evolutiva antes del hombre. 8

Gimbel JR y Cox JW. Electronic article surveillance systems and interactions with implantable cardiac devices: risk of adverse interactions in public and commercial spaces. Mayo Clin Proc 2007; 82: 318-322. Hoy día los marcapasos y desfibriladores cardioversores constituyen sistemas frecuentes de tratamiento de arritmias cardíacas y miles de pacientes circulan por doquier con ellos implantados. Del mismo modo, cada vez existen más sistemas electrónicos de vigilancia en supermercados, tiendas, aeropuertos, etcétera, que emiten ondas electromagnéticas. Aunque aquellos aparatos están dotados de mecanismos que los protegen de la interferencia de tales ondas con sus sistemas de funcionamiento, en ocasiones interpretan erróneamente las ondas del entorno y puede producirse la inhibición del marcapasos o la detección de falsas arritmias por el desfibrilador, lo que puede causar arritmias y shock. En este artículo, sus autores, de Knoxville (Tennessee, EE.UU.) comunican dos casos de pacientes portadores de esos aparatos, que sufrieron ese accidente cuando se encontraban en contacto con el arco de seguridad instalado a la salida de sendos comercios. Aunque estos sistemas suelen estar 9

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bien visibles, los pacientes deben tener siempre presente dos consejos básicos: no detenerse dentro de su pequeño radio de acción y evitar el contacto con los sistemas de seguridad. Law KS y Stohl A. Arctic air pollution: origins and impacts. Science 2007; 315: 1537-1540. Los primeros exploradores que llegaron al Polo Norte a finales del siglo XIX ya observaron la neblina de su atmósfera y restos de suciedad en la nieve, algo que a mediados del siglo XX fue corroborado por los pilotos de los aviones que lo sobrevolaron. Posteriormente se comprobaría que aquella contaminación procede de latitudes más bajas, fundamentalmente de Eurasia, y se debe a compuestos ácidos (sulfatos, en especial), partículas orgánicas en suspensión, aerosoles y metales como el mercurio, transportados por los vientos y precipitados sobre su superficie. Los autores de este artículo, de la Universidad Pierre y Marie Curie, París, y del Instituto Noruego de Investigación Aérea, estudian el preocupante fenómeno de la contaminación y calentamiento del Polo Norte. Comunican cómo varía la concentración de partículas sólidas de carbón en su atmósfera en función de las estaciones, con un máximo de diciembre a abril y un mínimo de junio a octubre, y que tal concentración ha ido aumentando en los últimos diez años. Analizan el incremento de la absorción de las radiaciones solares por los gases con efecto invernadero presentes en el aire y los sulfatos depositados en el hielo y la nieve, lo que, junto con el incremento de ozono en la troposfera, contribuye al progresivo calentamiento de esa región. Si se cumplen los modelos de predicción que apuntan a la fusión en las próximas décadas de grandes porciones del Océano Glacial Ártico durante el verano, e incluso su fusión completa hacia el año 2040, no sólo se elevará el nivel de las aguas de los mares, los barcos que sin duda surcarán el Ártico también contaminarán más la región, y se verterá al agua y al aire toda la polución que ha ido acumulándose allí en los últimos dos siglos. Los científicos llevan años clamando por lo que es evidente para el que quiera verlo. Y, tal vez, la pregunta a hacernos no es si serán escuchados, sino ¿estamos aún a tiempo de evitar lo que nos viene encima? 10

Stramer SL, Dodd RY, Leiby DA, Herron RM, Mascola L, Rosemberg LJ et al. Blood donor screening for Chagas disease-United States, 2006-2007. Morbidity and Mortality Weekly Reports 2007; 56: 141-143. La enfermedad de Chagas es una antropozoonosis producida por el Trypanosoma cruzi, parásito que infecta hasta un 8% de la población de Sudamérica. Aunque la mayoría de los infectados permanece asintomático durante toda su vida, se calcula que un 10% de ellos desarrollará síntomas cardíacos o digestivos potencialmente graves. En las áreas endémicas, el Tripanosoma se transmite fundamentalmente por la picadura de insectos como algunas especies de chinches. Pero, además, esta infección también puede transmitirse a través de la placenta, por transfusiones de sangre, trasplante de órganos y accidentes de laboratorio. Como muchos de los infectados están asintomáticos, exis11

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te el riesgo de que transmitan el parásito por cualquiera de esas vías. Los autores de este artículo, de la Cruz Roja Americana y los CDC, comunican cómo en 2006 hallaron en EE.UU. 61 donantes de sangre con anticuerpos frente a T. cruzi y, por tanto, posibles transmisores de la enfermedad. En consecuencia, desde diciembre de 2006 allí se ha incorporado la serología para T. cruzi obligatoriamente a las pruebas habituales que deben superar todos los donantes de sangre o hemoderivados. (En España, con al menos un millón de inmigrantes procedentes de áreas endémicas en ese parásito y, según las estadísticas disponibles, no menos de 60.000 infectados asintomáticos, los Centros de Transfusión lo vienen haciendo desde 2006). Wasser SK, Mailand C, Booth R, Mutayoba B, Kisamo E, Clark B y Stephens M. Using DNA to track the origin of the largest ivory seizure since the 1989 trade ban. Proc Natl Acad Sci (USA) 2007; 104: 4228-4233. El comercio ilegal de marfil se ha incrementado mucho en los últimos años, en especial desde que en 1989 fuera restringido por normas internacionales estrictas. De ahí que cada año se confisquen mayores cargamentos que, procedentes de África, atraviesan varias fronteras a lo largo de complejas rutas comerciales. Pero, precisamente, esos grandes volúmenes y lo enrevesado de su viaje han impedido en muchas ocasiones aclarar su origen geográfico y actuar sobre las redes de caza furtiva y de contrabando. Sin embargo, la situación está en vías de mejorar. Los autores de este artículo, de Seattle, Morogoro (Tanzania), Nairobi y Jerusalén, comunican que, mediante el estudio del ADN en pequeñas muestras de los colmillos y las similitudes genéticas entre ellos, han podido identificar la procedencia de un cargamento de varias toneladas. Demuestran que todos los colmillos estudiados correspondían a elefantes de sabana cazados ilegalmente en Tanzania, lo que permitiría concentrar los controles en un territorio concreto y mejorar su eficacia. Los análisis genéticos van a servir para proteger a animales en peligro de extinción. Una nueva, y no menor, aplicación. 12

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Crítica

Luchino Visconti: El cineasta del tiempo perdido Luchino Visconti: Film director of lost time ■ Juan Pando

Católico, millonario, aristócrata, comunista y director de cine, Luchino Visconti, “el conde rojo”, fue el mejor notario en la pantalla de un mundo y una clase social en decadencia, de los que formó parte. ■ La calurosa noche del 27 de julio de 1972 ocurrió en la vida de Luchino Visconti uno de los sucesos que mejor definen su personalidad. El cineasta, que contaba 65 años, era una de las figuras más respetadas del mundo cultural europeo y estaba inmerso en la posproducción de Luis II de Baviera, su duodécima película, cuyo endiablado rodaje acababa de concluir. Su ritmo de trabajo, febril, lo mantenía gracias a ese café muy fuerte que tomaba sin parar y al tabaco. Llegaba a fumar hasta 120 cigarrillos diarios. Nunca menos de setenta. La jornada agotadora tocaba a su fin y se había reunido con algunos amigos en la terraza de un hotel de Roma para tomarse algo con ellos. No le dio tiempo, sin embargo, más que a sentarse y darle un sorbo a su champán. Nada más dejar la copa sobre la mesa, se desvaneció en su silla. Unos meses antes, el cuerpo le había dado un aviso. Sintió la parálisis temporal de un brazo. Fue tan solo unos segundos y no le dio mayor importancia. El médico le prescribió un remedio que ni siquiera se tomó. “Nunca lo hacía”, reconoce, “porque me molestaba llevar aquel frasquito en el bolsillo, donde siempre se volcaba. Un buen día me harté y lo tiré”. Hasta entonces no había tenido problemas de salud y no era un paciente disciplinado. Su falta de juicio le pasaba factura. Lo insólito fue su reacción en esos momentos críticos. El ataque le pilló tan por sorpresa como a sus acompañantes, que asustados lo trasladaron a una habitación del establecimiento hotelero. Una de sus piernas se movía sin parar, incontrolada. Cundió el miedo y el desconcierto entre los presentes. El autor es escritor y crítico de cine. 130

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Nadie se aventuraba a pronosticar cómo acabaría el incidente. Decidieron quitarle los zapatos mientras acudía un médico. Visconti, que no había llegado a perder el conocimiento, a pesar de lo comprometido de su estado, reparó en que ese día se había puesto unos calcetines azul eléctrico demasiado llamativos. Avergonzado por toda la situación que estaba provocando empezó a pedir disculpas a quienes le auxiliaban. El episodio, que podría haber protagonizado uno de los exquisitos personajes del pasado que pueblan el universo cinematográfico del director de Senso, El gatopardo, Muerte en Venecia y Luis II de Baviera, refleja hasta qué punto se confundían la vida y la obra del cineasta. Lo que para sus detractores era un exceso de artificio en la pantalla, resumía, sin embargo, el sentir profundo de un hombre educado para vivir en tiempos pretéritos, a los que rendía homenaje en sus obras. “El mundo presente es tan feo y gris, y el mundo venidero, tan horrible e innoble...”, se lamentaba en días posteriores, mientras se esforzaba por recuperar la vitalidad perdida. “Antes maltrataba mi cuerpo como si fuera lo más natural del mundo”, reconocía. “Detesto mi enfermedad porque me ha privado de mi libertad. Porque me ha humillado y continúa humillándome. Porque debo aprender de nuevo a caminar, a mover las manos, a utilizarlas. Y, por añadidura, la necesidad de ayuda, de que siempre haya alguien cerca dispuesto a vestirte, a calzarte, a afeitarte, a peinarte... ¡Es tan degradante!”. Le restaban menos de cuatro años de vida, pero fue aún capaz, desafiando el deterioro implacable de su salud, de rematar dos películas más: Confidencias y El inocente (ésta estrenada tras su muerte). Obras sazonadas, como siempre, con sus recuerdos. Al morir había hecho catorce largometrajes (más algún documental y episodios en tres filmes colectivos: Nosotras las mujeres, Boccaccio 70 y Las brujas), pero fueron suficientes para situarse entre los grandes maestros del cine. Una filmografía más bien breve para alguien que se mantuvo en activo una treintena de años. Si bien compartió el cine con el teatro y la ópera, y no dirigió su primera película, Obsesión (1942), hasta los 36 años. Y es que el conde Luchino Visconti, nacido en Milán, el 2 de noviembre de 1906, cuarto hijo del duque Giuseppe Visconti di Modrone y de Carla Erba, heredera de una de las grandes fortunas de la región, no fue educado para hacer cine.

Aristócrata de rancio abolengo “Mi padre”, puntualizó él sobre sus orígenes, “era noble, pero no frívolo ni tonto. Fue una persona cultivada y sensible que amaba la música y el teatro, que nos ayudó a todos nosotros a entender y apreciar las artes. Mi madre era una burguesa. Una Erba. Su familia era gente hecha a sí misma, que había empezado vendiendo medicinas desde un carro, por las calles. A mi madre le gustaba la vida social, los grandes bailes, las fiestas esplendorosas, pero también amaba a sus hijos, y adoraba la músiArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:130-137

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ca y el teatro. Era ella quien cuidaba de nuestra educación, y no nos tenía abandonados. No estábamos acostumbrados a llevar una vida vacía y frívola como tantos otros aristócratas”. Desde la cuna, Luchino se acostumbró a lidiar con las contradicciones, que fueron una constante el resto de su existencia. Su familia simbolizaba la unión de la tradición y el progreso. De una parte, la dinastía milanesa de los Visconti, con la víbora como blasón heráldico y raíces de nobleza que se pierden en el siglo XIII. De otra, la burguesía industrial del norte de Italia, representada por los Erba, propietarios de un importante laboratorio farmacéutico creado a mediados del siglo XIX, muy popular entonces por sus productos: aceite de ricino, sales de hierro y de bismuto, extracto de tamarindo, ácido de valeriana, magnesia calcinada e incluso azafrán. La saneada economía de la que disfrutó siempre Visconti, que le garantizó esa libertad que tanto apreciaba, procedía en gran medida, un dato poco difundido, de las rentas que le proporcionaba su parte del laboratorio Erba. A éstas se sumaban los beneficios de la “Gi.Vi.Emme” (de Giuseppe Visconti di Modrone), firma cosmética creada por su padre, que impulsó la fabricación industrial de productos de tocador, tradicionalmente artesanales. La Gi.Vi.Emme fue la promotora del concurso de Miss Italia, para promocionar un dentífrico, que ganó en 1947 una joven cajera de porte aristocrático llamada Lucía Bosé, que el director convirtió en uno de sus descubrimientos artísticos. El duque Giuseppe, su padre, fue un tipo peculiar, al que gustaba maquillarse por las noches y mezclarse en el escenario, disfrazado de mujer, con los figurantes de las óperas que se representaban en la Scala de Milán, de la que era protector. Su fama de seductor no se limitaba a las damas (fue amigo íntimo de la reina Elena, esposa de Víctor Manuel III), sino que abarcaba a jóvenes caballeros. Su primogénito, Guido, el hermano mayor de Luchino era también un hombre con una sensibilidad distinta, cuyo matrimonio no superó ni siquiera la luna de miel. Luchino, que atraía por igual a mujeres y a hombres, se dejó querer por unas y otros, como su padre, hasta que aceptó su homosexualidad. El choque entre su concepción tradicional de la familia y sus impulsos sexuales dio lugar a otra de las grandes contradicciones que hubo de afrontar. Un dilema que trató de resolver casándose, en 1935, con una hermosa aristócrata austriaca, la princesa Irma Windisch-Graetz, quien lo rechazó porque su padre no aprobó la relación. Luchino tenía 28 años y se dedicaba a la cría de caballos pura sangre y a las carreras hípicas, actividad a la que había llegado después de fracasar en los estudios, de tratar de integrarse sin éxito en los negocios familiares y de renunciar a la vida militar, tras dos años en el ejército, donde descubrió su pasión por los caballos. “Con los pura sangre aprendí a hacer trabajar a los actores”, repetía. Tuvo bien ganada fama de tiránico entre los intérpretes y abundan las anécdotas que lo confirman. En el rodaje de Rocco y sus hermanos, por ejemplo, citó a Renato Salvatori a las siete de la mañana en el plató, y lo tuvo esperando, maquillado, hasta las ocho de 132

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la noche. Al filmar su breve escena, el actor estaba enfurecido, justo el sentimiento que debía reflejar su personaje. “Luchino era capaz de hacer estallar nuestros nervios. No por maldad, sino llevado por su perfeccionismo”, le disculpó el interesado, que ese día se rompió una muñeca al descargar toda su rabia contra una pared.

Cineasta autodidacta “Luchino era exigente hasta la locura”, corroboraba Claudia Cardinale al recordar las jornadas infernales del rodaje nocturno, para evitar el calor, de la famosa escena del baile de El gatopardo. “Mi vestido era fabuloso, pero el corsé era también auténtico y tan rígido que cortaba el aliento. Tan auténtico como las sales y el perfume que llevaba en el bolso de mano. Su meticulosidad era increíble. Aquello fue extenuante para todos. En las pausas veía a los otros desplomarse a mi alrededor por la fatiga. Los nobles sicilianos reclutados para encarnarse a sí mismos caían como moscas, pero yo ni siquiera me aflojaba el corsé para no perder la concentración”. El cineasta nunca aceptó de buen grado las críticas a sus métodos de trabajo. “Se ha creado a mi alrededor la leyenda del director de escena insaciable”, se defendía. “Se ha inventado una montaña de anécdotas divertidas pero falsas sobre mi cuidado al montar un espectáculo: ‘Ese loco de Visconti quiere disponer sobre el tocador joyas de Cartier y frascos de perfume francés, y hacer las camas con sábanas de hilo de Flandes’, decían. Una puesta en escena debe juzgarse teniendo en cuenta únicamente su relación con el texto y la interpretación. Las acusaciones de despilfarro, de complacencia hedonista, siempre han provenido de gente que aún considera un lujo comer en el vagón restaurante”. El lujo de la hípica, que le ofreció durante años un entretenimiento y una buena disculpa para alejarse de la Italia fascista y viajar a París, Londres y Berlín, acabó por aburrirle. “Un buen día”, recordaba, “advertí que la pasión por los caballos ya no me bastaba; tenía necesidad de expresarme de otra manera. Vendí cuadra y caballos y partí a París”. Allí trató a gente como Jean Cocteau, Salvador Dalí y el fotógrafo Henri Cartier-Bresson, y halló la libertad para disfrutar de su sexualidad sin temor al rechazo. Vivió romances con el fotógrafo alemán Horst (que dijo de él: “No se enamoraba fácilmente, no era promiscuo y nunca te olvidaba”) y con la legendaria diseñadora Coco Chanel, quien le presentó a su amigo Jean Renoir. Una de las notas sorprendentes de Visconti es que jamás cursó estudios de cinematografía. Tímido y callado, hizo su mejor escuela de la observación de Renoir, hijo del pintor impresionista Auguste Renoir y uno de los grandes cineastas de todos los tiempos. Colaboró con él en Toni (1935), aunque sin figurar en los títulos de crédito; en Una partida de campo (1936), y en Tosca (1941), que el realizador galo comenzó en Roma pero cuyo rodaje interrumpió la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial, y hubo de acabar Carl Koch, su ayudante. El aristócrata milanés y su menArs Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:130-137

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tor no volvieron a verse después del regreso de éste a Francia para partir al exilio americano. El veneno del cine no fue el único legado que recibió de su estancia en el revuelto París de preguerra y de su trato con Renoir, simpatizante del Partido Comunista. Visconti, que poco antes había visto con buenos ojos el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania, se entusiasmó con el triunfo electoral de la izquierda francesa, unida en el Frente Popular. Protagonizó así otra de sus grandes contradicciones al declarase comunista, ideología que mantuvo el resto de su vida, pero sin renunciar a su condición de aristócrata. Nunca se afilió al partido, algo que, por otra parte, le hubiera sido muy difícil dada la opinión que tenían entonces los comunistas sobre los homosexuales. Al regresar a Italia logró dirigir, por fin, en plena Segunda Guerra Mundial, su primera película, Obsesión (1942). Una adaptación de la novela El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, protagonizada por Clara Calamai, Massimo Girotti y el guipuzcoano Juan de Landa, que ya había conocido una versión francesa previa (Le dernier tournant, de Pierre Chenal, 1939), pero que se adelantó a las dos propuestas por Hollywood, ambas respetando el título original, en 1946 y 1981. El guión no despertó suspicacias previas en los censores pero la cinta una vez acabada irritó al régimen fascista (incluso Mussolini la vio en privado), que la persiguió con saña.

Impulsor del neorrealismo La mala fortuna se cebó en el filme, que anunció el inicio del Neorrealismo pero que llegó a convertirse en un título maldito porque cuando los estadounidenses liberaron Italia de los nazis, impusieron su secuestro comercial de facto para facilitar la explotación de la versión de Hollywood, que acababan de protagonizar Lana Turner y John Garfield. Su modo de reflejar las pasiones de los personajes, la inclusión de homosexuales y exiliados españoles y, sobre todo, el retrato que hacía de la difícil vida cotidiana bajo el fascismo supuso una brisa de aire fresco en una cinematografía oficial empeñada en ofrecer un mundo idílico ajeno a la realidad del país. Su compromiso político no se limitó a combatir desde la trinchera del arte, sino que colaboró de modo muy activo con la resistencia comunista y estuvo a punto de morir fusilado por los alemanes durante la ocupación de Roma. En la clandestinidad no renunció, sin embargo, a los privilegios de su clase. Cuando lo detuvieron portaba documentación falsa, pero “el conde rojo”, como lo apodaban, lucía sus iniciales primorosamente bordadas en la camisa. “Fui detenido por los fascistas con un revólver en el bolsillo, en un apartamento de los que partíamos para las acciones clandestinas”, rememoró. “No me torturaron, sólo me pegaron, pero allí vi las cosas más atroces de mi vida”. Sería injusto reducir el cine de Visconti a los grandes y cuidados melodramas históricos con los que se hizo famoso entre el gran público. Su nombre está asociado 134

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también al Neorrealismo, del que fue impulsor en igual medida que Roberto Rossellini, Federico Fellini o Vittorio de Sica. Así, su segunda película, La tierra tiembla (1948), cofinanciada por el Partido Comunista, la protagonizaron pescadores sicilianos anónimos, mostrando con un estilo semidocumental la dureza de su existencia. “No había guión preestablecido, todo lo dejaba en sus manos”, contaba entusiasmado. “Yo les proporcionaba una idea y ellos añadían las suyas, y además le daban color al diálogo”. Para entonces, Luchino Visconti, conde de Modrone, católico, millonario y aristócrata, había hecho profesión pública de fe laica en el comunismo con un artículo titulado: “Por qué votaré a los comunistas”. Lo publicó en L’Unità, periódico oficial del partido, el 12 de mayo de 1946, días antes de celebrarse el referéndum que acabó con la monarquía y estableció la república en Italia. “Veo en el comunismo”, proclamó, “una gran oportunidad de humanidad y de libertad para el arte, y lucho tanto por una cosa como por la otra”. El 12 de junio, el rey Umberto II, que había sido su compañero de juegos de infancia, se exiliaba tras haber reinado sólo 33 días. Al final de la guerra inició también una intensa actividad como director de teatro, poniendo en pie a lo largo de su carrera en este campo medio centenar de montajes, principalmente en Italia y Francia. Obras de autores intemporales como Shakespeare, Dostoievski, Goldoni, Strindberg, Chejov o Goethe, pero también de contemporáneos como Sartre, Cocteau, Anouilh, Tennesse Williams, Arthur Miller o Harold Pinter. Su compañía fue semillero de talentos como los actores Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Romy Schneider o Alain Delon y de directores como Franco Zeffirelli, quien fue su protegido y amante. En 1954, debutó, además, como director de ópera en su querida Scala de Milán con La Vestale, de Spontini. Al frente del reparto, María Callas, cuya carrera, hasta entonces vacilante, lanzó de modo definitivo en los años posteriores. La legendaria soprano unía un registro vocal de amplitud portentosa y una capacidad dramática que le permitía interpretar sus papeles, no limitándose a cantar en escena, como era la costumbre hasta entonces. La música le dio algunas de sus mayores satisfacciones a Visconti, que había aprendido a tocar el violoncelo de niño y creció en la Scala. Dirigió una veintena de óperas y ballets, triunfando en la Royal Opera House de Londres; la Staatsoper de Viena, y el Bolshoi de Moscú.

Murió a los sones de Brahms Teatro, ópera o cine, ¿en cuál de esos medios prefería trabajar? “En el que no estoy trabajando”, aseguraba. “Cuando dirijo una ópera sueño con rodar una película. Cuando estoy filmando una película sueño con dirigir una ópera, y cuando estoy con una obra de teatro sueño con la música. Trabajar en otro campo es un cambio, un descanso. Pero siempre hay que trabajar en algo que produzca placer. El trabajo se Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:130-137

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convierte en algo realmente malo si no puedes realizarlo con alegría”. Los que no se divertían mucho eran sus colaboradores. “Nos trató como animales a Francesco Rosi y a mí”, confesó su protegido Franco Zeffirelli al hablar del rodaje de La tierra tiembla. Tras esta película, realizó en Bellisima (1951) una crítica feroz a la fábrica de ilusiones huecas que puede ser el cine, y cerró el ciclo del Neorrealismo con la soberbia Rocco y sus hermanos (1960), anticipando un tema tan actual como la explotación de los inmigrantes. A esta primera etapa de su filmografía, que ha quedado para deleite de los cinéfilos, siguió la de los melodramas magníficos en los que retrató la decadencia del pasado (Senso, El gatopardo, La caída de los dioses, Muerte en Venecia, El inocente, Luis II de Baviera o Confidencias, estas dos últimas protagonizadas por Helmut Berger, su último amor) por los que le recuerda el público. Su cine, sin distinciones, reflejó su preocupación por la descomposición de la familia, la pasión por la música y la ópera, su comprensión de los afanes de las distintas clases sociales, un sentido exacerbado de la estética, el interés por los procesos históricos (del “Risorgimento” en Senso y El gatopardo, o la unificación Alemana en Luis II de Baviera, a la guerra de Argelia en El extranjero, o el mayo del 68 en Confidencias),

Figura 1. Bellisima (1951).

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Figura 2. La caída de los dioses (1969).

su querencia por los clásicos literarios y la melancolía por un mundo, el suyo, desaparecido para siempre. Su obra fue recompensada en vida con una candidatura al Óscar por el guión de La caída de los dioses, la Palma de Oro del Festival de Cannes (por El gatopardo) y un León de Plata (por Noches blancas, adaptación del relato de Dostoievski) y un León de Oro (por Sandra, actualización del mito de Electra) en el Festival de Venecia. No parece mucho reconocimiento para una trayectoria de la envergadura de la suya. Una impresión de olvido reforzada por el escaso eco que encontró en Italia la reciente celebración del centenario de su nacimiento, que coincidió con el treinta aniversario de su muerte. Luchino Visconti, el hombre supersticioso y generoso, que colmaba de regalos a sus amigos y adoraba celebrar la Navidad, coleccionista impenitente de antigüedades, fiel partidario de la familia, aunque él no llegó a formar una, y cineasta temido por los productores por su fama de excederse en los días de rodaje y en los presupuestos, falleció el 17 de marzo de 1976, acompañado por su querida hermana Uberta, escuchando la Segunda Sinfonía de Brahms. La muerte le impidió cumplir su proyecto más querido: poner broche de oro a su filmografía con la adaptación de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Genio y figura. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:130-137

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Miscelánea

Humanidades médicas: orígenes y destinos Medical humanities: origins and destinations ■ Anne Borsay

■ Introducción En la primavera de 2002, Lewis Wolpert1 inició un feroz ataque contra una nueva exposición en el Museo de la Ciencia. La exposición se denominaba Con la cabeza (“Head-On”) y reunía a artistas y científicos procedentes del campo de las neurociencias bajo el patrocinio de la Wellcome Trust. Wolpert tituló su artículo para el Observer Review de una manera provocativa: ¿De qué lado está usted? (“What side are you on?”). Y allí afirmaba que “no había más que una explicación científica correcta para cualquier grupo de observaciones, y el conocimiento científico digno de confianza... no [tenía] contenido ético o moral”. El arte, por otra parte, no explicaba nuestra experiencia, sino que la ampliaba. Ésta tenía que ser evaluada “en sus propios términos”, pero “no tenía nada que ver con la comprensión de cómo funciona el mundo”; pretender tal cosa era “trivializar la ciencia y no hacer nada por el arte” (1). Wolpert supo captar categóricamente la polarización de las ciencias y de las artes que Charles Percy Snow describió como “las dos culturas de la civilización occidental” (2) en la década de 1950. Las humanidades han sido desestimadas en forma semejante a como ha sucedido con el arte. Por ejemplo, en una reciente colección de ensayos sobre la Imaginación de la Naturaleza (“Nature’s Imagination”), el químico Peter Atkins extendía la crítica a la poesía, la filosofía y la teología: La autora es profesora de Humanidades de la School of Health Science, Swansea University, Reino Unido. E-mail: a.borsay@swan.ac.uk. La traducción es de José Luis Puerta y Assumpta Mauri. 1 Nota de la Redacción (N. de la R.). Lewis Wolpert es profesor de Biología en el Departamento de Anatomía y Biología del desarrollo del University College of London y vicepresidente de la British Humanist Association. En los últimos años un nuevo campo ha despertado su interés: la tristeza y la depresión (véase su libro Malignant Sadness: The Anatomy of Depression, 1999). Wolpert pertenece al grupo de científicos que mantienen que la ciencia es neutra desde el punto de vista de los valores y es su aplicación, es decir, la tecnología, la única que puede enjuiciarse. 138

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Aunque los poetas puedan aspirar a la comprensión, sus facultades son más propensas a entretener el autoengaño. Pueden ser capaces de enfatizar los placeres del mundo, pero se engañan si... creen que su identificación de los placeres y el uso de un lenguaje conmovedor bastan para la comprensión. Asimismo, los filósofos han aportado a la comprensión del universo poco más que los poetas... No han contribuido mucho a lo original hasta que la novedad ha sido descubierta por los científicos... Mientras que la poesía despierta el interés y la teología ofusca, la ciencia libera (3). El punto de partida de las humanidades médicas es el rechazo de este modelo heroico de ciencia fundándose en que la experiencia humana no puede ser reducida a sus componentes mensurables. Mi objetivo en este artículo es doble: proporcionar un contexto histórico para el debate contemporáneo o trazar sus orígenes y reflexionar sobre posibles escenarios o destinos futuros.

Orígenes En primer lugar, nos ocuparemos de los orígenes. Ha existido una tendencia a atribuir el auge de las humanidades médicas al desarrollo de la medicina molecular que ha tenido lugar durante los últimos 10 a 15 años. De acuerdo con esta interpretación, el hecho de que “en lugar de poner el énfasis en todo el paciente y el conjunto de órganos se haya pasado a ponerlo en los trastornos de las moléculas y de las células” es lo que ha suscitado el temor de que la medicina haya llegado a ser “reduccionista y deshumanizadora” (4). Las raíces reales de esta cuestión son mucho más profundas y se retrotraen al Renacimiento, cuando la representación geocéntrica del mundo de la época medieval fue reemplazada por otra dinámica, secular, en la que el mundo era interpretado como una máquina funcionante diseñada por Dios y sujeta hasta cierto punto al control humano (5). Esta mentalidad mecanicista tuvo dos implicaciones con consecuencias especiales para la medicina: la separación mente/cuerpo de René Descartes (1596-1650) y la metodología experimental de Francis Bacon (1561-1626). Descartes suscribió con entusiasmo el modelo mecánico, insistiendo en que “no existe nada en toda la naturaleza que no pueda ser explicado en términos de causas puramente corporales desprovistas de mente o de pensamiento” (6). El resultado fue una división rígida entre cuerpo y mente. Tal y como ha señalado Roy Porter, Descartes: Postulaba dos entidades radicalmente distintas, la extensión (material) y la mente (inmaterial). Tan sólo el alma humana o la mente poseen conciencia. Podría decirse literalmente que casi todas las demás cosas de la naturaleza, incluyendo el cuerpo humano... formaban parte del reino que Descartes Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:138-148

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denominó “extensión” (sujeto a las leyes de la mecánica). La “extensión”, que también incluía a todas las demás criaturas vivas, era el terreno propio de la investigación científica. Mediante la hábil maniobra de Descartes la mente se había, por así decirlo, mistificado, mientras que el cuerpo había quedado al descubierto (7). Los instrumentos con que iba a investigarse científicamente el cuerpo material derivarían de la metodología experimental de Bacon. Pese a que sus ideas fueron desarrolladas de distinta forma, en su esencia latía el compromiso con la lógica inductiva. En otras palabras, “creía que tan solo la recogida de hechos puros previa a la elaboración de teorías podía garantizar que la explicación de un fenómeno natural no fuera prejuzgada o sometida a un prejuicio”. Para decirlo brevemente, Bacon era un empirista para el que el razonamiento deductivo de la época medieval ya no resultaba plausible (8). El Renacimiento dejó un extenso legado a la medicina. Desde luego que los cambios no tuvieron lugar inmediatamente, pero, con el tiempo, los médicos lograron el monopolio sobre el funcionamiento mecánico del cuerpo, excluyendo a teólogos y moralistas, así como a los profesionales de la medicina poco ortodoxos: hombres astutos y mujeres listillas, nodrizas y parteras, ensalmadores y fabricantes de bragueros, o vendedores de curas milagrosas para todo. Además, también evolucionó la concepción del cuerpo y su tratamiento. Antes de Descartes y Bacon, prevalecía la teoría humoral holística de Hipócrates y Galeno: se disfrutaba de buena salud cuando los cuatro humores naturales (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) se encontraban equilibrados entre sí y con un grupo de factores externos no naturales (aire, dieta, ejercicio, clima y tiempo); la mala salud aparecía cuando este feliz equilibrio se veía alterado (9). No obstante, hacia 1800 se estableció una forma nueva de localizar la patología en la que el cuerpo era aislado de su ambiente y el tejido se convirtió en la unidad de análisis. “Cuanto más enfermedades observe y más cadáveres abra”, afirmó Bichat —un cirujano francés de esta escuela— “tanto más se convencerá uno de la necesidad de considerar las enfermedades locales, no desde la perspectiva de los órganos complejos, sino desde la de los tejidos individuales” (10). La relación clínica poseía importantes ramificaciones. Desde la década de 1750, médico y paciente empezaron a albergar distintos universos conceptuales en relación a la enfermedad: el médico comenzó a fundamentarse cada vez más en “signos y síntomas” que conducían a un “diagnóstico orientado a la enfermedad”. De este modo, etiquetaron en forma extraña las entidades que presentaban los pacientes porque las descripciones proporcionadas por éstos desaparecieron, primeramente del hospital y después de las consultas comunitarias (11). El análisis estadístico se asoció a esta nueva actitud; los médicos habían experimentado con la cuantificación desde principios del siglo XVIII y los hospitales de voluntarios fundados en el mismo período guardaban datos de pacientes que fueron utilizados en estudios de eficacia clínica. Así 140

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pues, el funcionamiento del organismo fue medido y tabulado, se recogieron estadísticas de mortalidad y se comprobó el éxito de las innovaciones médicas (12). Huelga decir que han mediado desarrollos posteriores, no siendo el menor de ellos la falta de confianza en la racionalidad de la Ilustración que, hacia finales del siglo XX, minó la fe en la cualificación de todos los profesionales, incluidos los que se ocupaban de los cuidados (13). No obstante, a comienzos del siglo XIX ya se habían echado los cimientos de la biomedicina moderna y del reduccionismo hacia el que llaman la atención las humanidades médicas.

Destinos Los orígenes del programa de humanidades médicas en las cuestiones prácticas han hecho que prosperen muchas iniciativas educativas. Resulta fácil saber por qué. Desde luego, las humanidades no resultan automáticamente humanizadoras y no podemos predecir el resultado del “compromiso personal” (14) con un poema, un episodio histórico o un argumento filosófico. No obstante, tal y como ha afirmado Jane MacNaughton, el valor de la atención sanitaria es instrumental y no instrumental. Desde el punto de vista instrumental, las humanidades pueden lograr que se desarrollen habilidades de comunicación oral y escrita; muestran el uso y abuso de la evidencia en el argumento y en el debate, y proporcionan estudios de casos acerca de cómo la enfermedad y la atención sanitaria son experimentadas por todas las partes implicadas. Desde el punto de vista no instrumental, las humanidades pueden situar las prácticas de atención sanitaria en su contexto social y moral; permiten hacer uso del juicio prudente y fomentan un conocimiento de uno mismo que pone al descubierto emociones y prejuicios (15). En el Reino Unido, el valor de las humanidades médicas en la educación médica ha dado lugar a diversas iniciativas que han cristalizado de distinta forma en diferentes instituciones (16). En relación con los estudios universitarios, la enseñanza ha adoptado uno de los tres tipos fundamentales siguientes: el enfoque integrado, el programa intercalado y las asignaturas optativas. La Peninsula Medical School (University of Exeter & Plymouth) ofrece un enfoque integrado en el que las humanidades médicas tratan de estar presentes en todos los estudios, particularmente en las ciencias de la vida (17). Desgraciadamente, el programa intercalado en el B. Sc. (Bachelor in Sciences) del University College de Londres se suspendió en 2006 después de tres años de vigencia (18). No obstante, en la Universidad de Bristol se ha introducido recientemente un programa intercalado en el B. A. (Bachelor of Arts), en el que se ofrecen módulos comunes en filosofía, historia y literatura; módulos electivos en poesía, teoría crítica y filosofía de la ciencia, y la posibilidad de realizar un doctorado (19). Allí donde no existe un programa intercalado específico, los estudiantes pueden inscribirse en los programas de máster existentes o cursar su último año en la carrera de Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:138-148

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humanidades, sirviendo sus estudios previos para la obtención del título. Esta es la situación en la que se encuentra la Leicester University (20). En varias facultades de medicina existen asignaturas orientadas a las humanidades médicas que tienen carácter optativo. En Cambridge existe una opción específica de “humanidades en medicina” en la que los estudiantes desarrollan sus propias ideas a través de un proyecto personal que abarca las artes plásticas, la realización de una obra de arte o un ensayo sobre un aspecto de la historia de la medicina, la literatura en relación con la enfermedad o la bioética (21). En la University of Aberdeen, por ejemplo, las opciones de humanidades médicas incluyen historia del arte, historia de la medicina, antropología y filosofía (22). En la University of Glasgow existe un módulo denominado “Ciencia, medicina y artes plásticas” (23). En el King’s College de Londres se anima a los estudiantes a escoger de una lista que va desde literatura, historia y filosofía, hasta arte y música, pasando por escritura creativa y narrativa médica (24). La University of Leicester facilita un módulo sobre “Literatura, artes plásticas y medicina” (25), mientras que en la Peninsula Medical School hay más de 20 unidades de estudio (“Special Study Unit Options”) que pueden ser seleccionadas por los estudiantes sobre humanidades y artes (26). Los estudios universitarios de medicina en la Durham University están limitados al período preclínico, por lo que el Centre for the Arts and Humanities in Health se centra en gran medida en labores de investigación (27). Sin embargo, la rama de desarrollo personal y profesional está coordinada por un especialista en humanidades médicas y gran parte de la enseñanza está orientada desde esta perspectiva, comprendiendo: literatura, teatro, historia y filosofía (28). En forma semejante, el curso inicial de los estudios de medicina en la Swansea University para estudiantes con una licenciatura no incluye disciplinas electivas, pero tiene incorporadas las asignaturas de filosofía, derecho e historia dentro de un módulo de “salud en la sociedad” (29). En la School of Health Science de esta Universidad también se imparte una licenciatura en ciencias médicas y humanidades (B. Sc.), diseñada como programa para iniciar los estudios de medicina (30). En el posgrado está aumentando el número de programas de máster relacionados con las humanidades médicas. El King’s College de Londres, por ejemplo, ofrece programas en literatura y medicina, derecho sanitario y bioética, filosofía de la enfermedad mental, y guerra y psiquiatría (31). Además, existen programas directamente orientados a las humanidades médicas. El curso de Swansea, que se remonta a 1997, contiene módulos sobre las diferentes concepciones de la salud, historia y herencia, estudios sociales cualitativos, literatura y artes, y filosofía y religión (32). Más recientemente se han promocionado cursos en el Birbeck College de Londres y en la Leicester University. El curso de Birbeck tiene módulos comunes sobre competencias investigadoras y “modos de conocimiento” (33), y otros opcionales sobre asignaturas tales como bioética y derecho sanitario, el cuerpo, la medicina en la Europa preindustrial, Freud, y enfermedad y sociedad en el África de los siglos XIX y XX (34). El 142

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curso de Leicester también tiene un módulo común sobre competencias investigadoras y un segundo módulo que aborda las “cuestiones relativas a las humanidades”. Entre las asignaturas electivas se encuentran módulos sobre pacientes y médicos, y literatura y artes plásticas (35). Los tres programas de máster exigen la elaboración de una tesis. La enseñanza de cursos de posgrado sigue aumentando en Gran Bretaña y, en la actualidad, la Peninsula Medical School está iniciando una licenciatura en letras (M. A.) de humanidades médicas, mientras que la University of Glamorgan está acreditando una en artes y salud. Pero para que estos cursos -y su contribución a la educación médica de pregrado- se mantengan vivos, han de verse apoyados por un programa de investigación y publicaciones igualmente dinámico. Al avanzar más allá de la educación, resulta más apremiante la búsqueda de una definición rigurosa. Así pues, nos preguntamos qué es —o qué son— las humanidades médicas y hacia dónde se dirigen. Las entradas del diccionario describen típicamente las humanidades como “el aprendizaje de lo publicado en relación a la cultura humana, especialmente de la literatura, la historia, el arte, la música y la filosofía”2 (36). La interpretación del arte de François Matarasso capta características que comparten todas las humanidades, permitiéndonos así superar estos límites artificiales entre las asignaturas. El arte, según afirma, es: Un medio a través del cual podemos examinar nuestra propia experiencia, del mundo a nuestro alrededor y de la relación entre ambos, y compartir los resultados con otras personas de un modo que dé rienda suelta a nuestras cualidades intelectuales, físicas, emocionales y espirituales (37). La investigación en humanidades médicas aspira a registrar e interpretar la condición humana del mismo modo, esto es, sin concentrarse exclusivamente en “lo que los médicos hacen”, sino incluyendo “todas las materias en relación con la salud, la enfermedad, la discapacidad y la atención sanitaria” (38). Al adoptar esta estrategia, las humanidades médicas no están tratando de reemplazar lo que Martin Evans ha denominado “cientifismo ‘acrítico’... con un anticientifismo igualmente pernicioso” (39). En lugar de ello, la intención es romper las polaridades acotadas en las ciencias y en las humanidades que existen, como mínimo, desde finales del siglo XIX. En primer lugar, se desafía la viabilidad del conocimiento científico objetivo y, en segundo lugar, se subraya la subjetividad de las humanidades. Tradicionalmente, la literatura ha sido considerada como la cúspide de lo personal, ya que con su rica narrativa en poesía, prosa y teatro recrea la historia de las “vidas humanas individuales”. De este modo, Robin Downie ha mantenido que “mientras que la ciencia, incluyendo las ciencias sociales, procede por inducción desde 2

N. de la R. El DRAE no contiene el término “humanidades”.

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casos específicos hasta patrones generalizados (frecuentemente idealizados), la literatura explora situaciones únicas”. Además, “han sido las humanidades, más bien que las ciencias sociales... [las que se] ocupaban de la particularidad de las situaciones y de su significado” (40). No obstante, las historias que constituyen el material literario no pueden ser comprendidas sin un contexto. Tal y como ha enfatizado Anne Scott: No se trata simplemente de que las ciencias, incluyendo las ciencias sociales, nos obliguen a concentrarnos en los patrones generales de la enfermedad, de los comportamientos y de la respuesta, mientras que las artes nos obligan a centrarnos en lo particular. La literatura también incluye cierta imagen de lo general, frecuentemente una imagen atrevida de lo que compartimos como seres humanos y cierta comprensión de la condición humana como tal; de otro modo nos resultaría difícil referirnos a gran parte de la literatura y de las obras de arte (41). La literatura no es la excepción que confirma la regla. La filosofía tiene que habérselas con el mismo dilema. De este modo, tratando de escapar a la división cartesiana de mente/cuerpo, el “yo corporeizado” está más “asumido socialmente” (42) que su concepción “puramente mental”, quedando garantizado el acceso al mundo a través de la experiencia corporal (43). Y aunque la biografía posee muchas virtudes como herramienta histórica, requiere un análisis completo de los ambientes en que los sujetos vivieron para ser más eficaz. Así pues, para decirlo en pocas palabras, las humanidades médicas buscan una síntesis de lo objetivo y lo subjetivo —o de lo general y lo particular— que reconfigure las suposiciones habitualmente asociadas a las ciencias y a las humanidades. Desde mi punto de vista, este intento no convierte a las humanidades en una nueva disciplina en pugna por conseguir el reconocimiento en un campo que ya está superpoblado. En lugar de ello, están funcionando como “campo de estudio” que aborda problemas o cuestiones concretos y que busca los conceptos y métodos que resulten más adecuados para lograr una mayor comprensión. Ello no significa convertir la investigación académica en periodismo corriente porque no se renuncia al rigor de las disciplinas establecidas. Al contrario, éstas son utilizadas para emprender expediciones a territorios colindantes (44). Algunas de los cambios son bilaterales. Así pues, el concepto de narrativa —que anteriormente estaba restringido a los estudios literarios— se ha aplicado con imaginación al estudio de la relación médico-paciente (45). No obstante, las humanidades médicas no comportan únicamente la aplicación de los conceptos de las humanidades a la atención sanitaria; también se fomenta el diálogo entre las disciplinas pertenecientes a las primeras con el fin de desarrollar enfoques multidisciplinarios. Así, por ejemplo, se ha sugerido que los pacientes se recuperan con mayor rapidez en ambientes donde las artes forman parte integral del tejido físico y social (46). Sin embargo, el fundamento para persuadir a los que pergeñan, con 144

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escasos fondos, las políticas para que inviertan en estos ámbitos está poco desarrollado, y la magnitud cuantitativa del impacto sobre los pacientes tan solo da cuenta de parte de la historia. Por consiguiente, las humanidades médicas constituyen un reto para los estudiantes de los campos de las artes y las ciencias sociales, que tendrán que desarrollar instrumentos cualitativos que contribuyan a llevar a cabo una valoración integrada de la relación entre las artes y la salud. El potencial que reviste una fecundación cruzada entre ambos campos no se limita a las materias que tienen una importancia práctica inmediata. Las personas discapacitadas, por ejemplo, han sufrido persistentemente desigualdades en el acceso a la atención sanitaria, y la explicación de este hecho ha de tener en cuenta la distribución actual de los recursos del National Health System. No obstante, este punto de vista de la gestión es demasiado estrecho para llegar a abarcar los amplios procesos que contribuyen a la exclusión. Las humanidades médicas motivan un enfoque mucho más ambicioso, que busca ideas nuevas partiendo del entendimiento entre disciplinas. Por consiguiente, la distribución histórica de los recursos sanitarios se localiza, en primer lugar, dentro de las cambiantes relaciones económicas, sociales y políticas en relación con la discapacidad; en segundo lugar, en el contexto filosófico de las actitudes hacia el papel del Estado, de las creencias en relación con la ciencia, la religión y la persona; y, en tercer lugar, en la representación cultural de la minusvalía en la literatura y en las artes, lo que ha dado lugar a una concepción de la exclusión que no es peor que las dificultades materiales. Desde luego que las humanidades médicas no detentan el monopolio en relación a esta aspiración interdisciplinaria; no obstante, las necesidades apremiantes de la moderna atención sanitaria hacen que sea más urgente.

Conclusión En Gran Bretaña, las humanidades médicas han recorrido un largo camino en relativamente poco tiempo, debido en gran parte a la revista Medical Humanities, que apareció por primera vez en 2000 como suplemento del Journal of Medical Ethics, y a las actividades de la Association for Medical Humanities, la cual ha organizado cuatro conferencias anuales desde 2003. Con el fin de avanzar en su programa, resulta necesario disponer de una infraestructura más fuerte que apoye la investigación de los académicos, que están trabajando en un relativo aislamiento. El equipo multidisciplinario, que actualmente conduce prácticamente todas las investigaciones en el campo de las ciencias naturales y de las ciencias físicas, está interesándose cada vez más por las humanidades; y la naturaleza interdisciplinaria de las humanidades médicas hacen de las mismas el escenario ideal para tal colaboración. Sería un error ser excesivamente normativo en relación a los tipos de proyecto y de programas que puedan surgir, particularmente en un estadio tan precoz. No obstante, desde mi perspectiva como historiadora, quiero destacar seis temas claves de investigación: Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:138-148

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La interpretación de los pacientes como sujetos y no como objetos. La identificación de las artes más relevantes para la salud y la asistencia social. La interacción entre las disciplinas representativas y las que utilizan textos. La colaboración de conservadores de museos y de historiadores en proyectos sobre objetos médicos. — La participación de historiadores junto con sociólogos en estudios de biografías. — La combinación en la práctica basada en pruebas de la ciencia “externa” con la competencia clínica en relación al paciente individual (47). Si se hace realidad este potencial, dará lugar a una investigación interdisciplinaria que sólo supere los límites dentro de las propias humanidades, sino también entre ellas, las ciencias sociales y las ciencias.

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Anne Borsay

15. Macnaughton J. The humanities in medical education: context, outcomes and structures. Medical Humanities, vol. 26, no. 1 (June 2000) 23-6; Macnaughton J. Why medical humanities now? En: Evans M, Finlay I (eds.). Medical Humanities. London: BMJ Books, 2001; pp. 191-7. Downie R. Medical humanities: means, ends, and evaluation. En: Evans and Finlay (eds.). Medical Humanities, pp. 205-10. 16. Se trata de una impresión más que de un estudio sistemático sobre la enseñanza de las humanidades médicas en GB. Los desarrollos sobre las humanidades médicas en GB, incluyendo la enseñanza, se recogen en un informe bianual publicado en el Newsletter de la Association for Medical Humanities (www.amh.ac.uk). 17. Bleakley A, Marshall R, Bremer R. Toward an aesthetic medicine: developing a core medical humanities undergraduate curriculum. Journal of Medical Humanities, vol. 27, no. 4 (Winter 2006), pp. 197-214. 18. www.ucl.ac.uk/pcps/education/chm/ibsc.htm. 19. www.bris.ac.uk/philosophy/prospective/undergrad/iBAMH_details.htm. 20. www.le.ac.uk/arts/grad/hum. 21. Gull S. News from Cambridge. Association for Medical Humanities Newsletter (Autumn 2006) 5. 22. www.abdn.ac.uk/medical/resource_centre/medical_humanities. 23. Dominiczak M. Glasgow. Association for Medical Humanities Newsletter (Spring 2006), p. 7. 24. www.kcl.ac.uk/ugp07/programme/85. 25. Lazarus P. News from Leicester. Association for Medical Humanities Newsletter (Autumn 2006), pp. 7-8. 26. www.pms.ac.uk/pms/undergraduate/ssu.php. 27. www.dur.ac.uk/cahhm. 28. www.dur.ac.uk/school.health/phase1.medicine/programme/coursedetails. 29. www.gemedicine.swan.ac.uk/whatwillistudy12.html. 30. www.healthscience.swan.ac.uk/Courses/UnderGraduate/UGMenu.asp. 31. www.kcl.ac.uk/gsp07/subjectarea/taught/P. 32. www.healthscience.swan.ac.uk/Courses/Postgraduate/PGMenu.asp. 33. Pickstone J. Ways of knowing: a new history of science, Technology and History (Manchester: Manchester University Press, 2000). 34. www.bbk.ac.uk/study/pg/healthstudies/TMRHUMDL.html. 35. www.le.ac.uk/arts/grad/hum. 36. The Concise Oxford Dictionary, ed. by Judy Pearsall, 10th ed (Oxford: Oxford University Press, 1999), p. 692. 37. Matarasso F. No appealing solution: evaluating the outcomes of arts and health initiatives. En: Evans and Finlay (eds.). Medical Humanities, p. 37. 38. Evans HM, Greaves DM. Medical humanities-what’s in a name? Medical Humanities, vol. 28, no. 1 (June 2002), p. 1. 39. Evans M. Medical humanities for postgraduates: an integrated approach and its implications for teaching. En: Kirklin and Richardson (eds.). Medical Humanities, p. 68. 40. Downie R. Literature and medicine. Journal of Medical Ethics, vol. 17 (1991), p. 95. 41. Scott PA. The relationship between the arts and medicine. Medical Humanities, vol. 26, no. 1 (June 2000), p. 5. 42. Evans M. Pictures of the patient: medicine, science and humanities. En: Evans M, Sweeney K. The Human Side of Medicine (London: Royal College of General Practitioner, 1998), p. 10. 43. Edwards SD. The moral status of intellectually disabled individuals. Journal of Medicine and Philosophy, vol. 22 (1997) 37; Edwards SD. The body as object versus the body as subject. Ars Medica. Revista de Humanidades 2007; 1:138-148

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Humanidades médicas: orígenes y destinos

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Medicine, Health Care and Philosophy, vol. 1 (1998), pp. 48-53. Véase también: Evans, ‘Pictures of the patient’, p. 14. Véase, por ejemplo, M. Bal. Travelling Concepts in the Humanities: A Rough Guide (Toronto: University of Toronto Press, 2002). Véase, por ejemplo, T. Greenhalgh and B. Hurwitz (eds.). Narrative Based Medicine: Dialogue and Discourse in Clinical Practice (London: BMJ Books, 1998). Un resumen de los proyectos más relevantes puede verse en: R. L. Staricoff. Arts in Health: A Review of the Medical Literature, Research Report 36 (London: Arts Council England, 2004). Muchos de estos temas se abordaron en el simposio: ‘Narratives and Histories’ organizado en Swansea el primero de diciembre de 2004 como parte de: Arts and Humanities Research Board’s ‘Arts, Humanities and Medicine’ initiative.

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Normas de publicación Remisión de manuscritos Los manuscritos se remitirán al Dr. José Luis Puerta, director de Ars Medica. Revista de Humanidades, Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L., Passeig de Gràcia 84, 1.a pl., 08008 Barcelona (España). Teléfono (34) 93 2721750, fax (34) 93 4881193. Todos los trabajos podrán ser remitidos por correo electrónico al director a la siguiente dirección: rhum@ArsXXI.com

Presentación de los manuscritos 1. Los trabajos deberán ser inéditos, no haber sido enviados simultáneamente a otras revistas ni estar aceptados para su publicación. En el caso de que se hayan publicado de forma parcial, deberá hacerse constar en el manuscrito. 2. Los manuscritos se presentarán a doble espacio, acompañados de su correspondiente disquete e indicando el tratamiento de textos utilizado. 3. Los trabajos se podrán remitir en español o en inglés para su publicación; en este último caso serán traducidos al español. 4. Los trabajos se acompañarán de una hoja de presentación dirigida al director, donde se hará constar la conformidad de todos los autores con los contenidos de los mismos. 5. Todas las páginas llevarán una numeración correlativa, comenzando por la página del título e incluyendo tablas y figuras. 6. El manuscrito incluirá el título del trabajo, un resumen que será breve, pero informativo y palabras clave; además se reseñará: nombre, apellidos, señas, título, nombre del departamento e institución donde trabaja el autor. 7. Se recomienda introducir apartados para los manuscritos de formato largo. 8. El autor podrá incluir figuras y tablas, que deben ir acompañadas de los pies correspondientes.

Organización del texto 1. Resumen. Debe tener una extensión que ronde las 100 palabras. 2. Palabras clave. Se incluirán por lo menos 3 palabras clave, ordenadas por orden alfabético, que deben permitir clasificar e identificar los contenidos del manuscrito. Se usarán preferentemente los términos incluidos en la lista del Medical Subject Headline de Index Medicus. 3. Abreviaturas. No deben usarse abreviaturas en el título del trabajo. Puede utilizarse sin definición previa la lista de abreviaturas que aparece en los Uniform Requirements for Manuscripts Submitted to Biomedical Journals (http://www.icmje.org o International Committee of Medical Journal Editors. Uniform Requirements for Manuscripts Submitted to Biomedical Journals. Ann Intern Med 1997; 126:36-47). El resto de abreviaturas usadas por el autor deben ser definidas y descritas en el texto en la primera mención que se haga de las mismas.


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Normas de publicación

4. Referencias. Se identificarán en el texto mediante números arábigos. Se enumerarán correlativamente por orden de aparición en el texto y serán descritas conforme señalan los Uniform Requirements for Manuscripts Submitted to Biomedical Journals. Los títulos de las revistas se abreviarán según las recomendaciones de la List of Journals Indexed in Index Medicus (http://www.nlm.nih.gov/tsd/serials/lji.html). 5. Tablas. Cada tabla se presentará en una hoja independiente indicando claramente su numeración, correlativa según la aparición en el texto, y el pie. Si el autor propone una tabla obtenida de otra publicación debe tener el correspondiente permiso y acompañarlo. 6. Figuras. Todas las fotografías se publican en blanco y negro. No debe escribirse en la parte posterior de las fotografías, ni doblarlas ni rayarlas usando clips. Las figuras se enumerarán correlativamente según la aparición en el texto. Si el autor envía una figura obtenida de otra publicación debe tener el correspondiente permiso y acompañarlo. 7. Artículos. Este apartado recoge manuscritos que no superen los 15 folios a doble espacio, pudiendo incluirse figuras, tablas y referencias bibliográficas, si el autor lo estima oportuno. 8. Artículos breves. En este apartado se publican manuscritos de formato corto, hasta un máximo de tres folios a doble espacio, pudiendo incluirse figuras, tablas y referencias bibliográficas, si el autor lo estima conveniente. Deben acompañarse de un resumen que no supere las 60 palabras. 9. Página literaria. Esta sección está abierta a la publicación de colaboraciones literarias, cuya extensión no supere ocho folios a doble espacio. 10. Crítica. Esta sección está dedicada al comentario de obras dignas de mención por diversos aspectos relacionados, preferiblemente, con las humanidades médicas. 11. Miscelánea. En este apartado se recogen notas, comentarios o reflexiones sobre cualquier tema relacionado con las humanidades médicas. La extensión del manuscrito no debe superar los dos folios a doble espacio. No se contempla la inclusión de figuras, tablas o referencias bibliográficas.

Proceso editorial Los manuscritos son presentados por el Director a la Redacción. En la redacción se inicia el proceso de revisión. 1. Revisión editorial. En la redacción se revisan todos los trabajos y se decide si se remiten a revisores externos. Un trabajo puede ser rechazado simplemente porque no se ajusta al ámbito de la publicación. 2. Revisión externa (“peer review”). Se remitirán para su revisión externa los manuscritos que la redacción juzgue oportuno. 3. Aceptación o rechazo del manuscrito. La redacción establece la decisión de publicar o no el trabajo, pudiendo solicitar a los autores la aclaración de algunos puntos o la modificación de diferentes aspectos del manuscrito. Asimismo, la redacción puede proponer la aceptación del trabajo en un formato distinto al propuesto por los autores. Una vez aceptado el manuscrito, y salvo mejor criterio de la redacción, éste pasa a su revisión de estilo, que los autores comprobarán en la corrección de compaginadas.


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Normas de publicación

4. Compaginadas. La editorial remitirá al autor las pruebas compaginadas del trabajo para su revisión previamente a su publicación. Dicha revisión de errores de imprenta debe realizarse en cinco días como máximo. No son admisibles cambios en la estructura de los trabajos. 5. Separatas. Una vez publicado el trabajo, la Editorial remitirá al autor, por correo electrónico, un archivo en formato pdf con la versión final del artículo, en concepto de separata.

Cesión de derechos 1. Todos los artículos aceptados quedan como propiedad permanente de Ars Medica. Revista de Humanidades y no podrán ser reproducidos total o parcialmente sin permiso de Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L. 2. El autor cede, una vez aceptado su trabajo, de forma exclusiva a Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L., los derechos de reproducción, distribución, traducción y comunicación pública de su trabajo en todas aquellas modalidades audiovisuales e informáticas, cualquiera que sea su soporte, hoy existentes y que puedan crearse en el futuro.


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