La ética de Cristo

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con semejante persona, si ellos se sienten "beneficiados" con el "bien" que el otro les proporciona. O, por el contrario, maldicen la hora en que conocieron a tal individuo, un "benefactor" que en realidad es una desgracia, por no decir que es una auténtica maldición. Y no se piense que, al decir estas cosas, estamos hablando de locos o de gente perturbada. Nada de eso. Por poner un ejemplo, san bernardo de Claraval, el gran maestro de espiritualidad del siglo XII, cuando predicaba las cruzadas, escribió un libro para convencer a los caballeros, que iban a la guerra, de que matar a los infieles no era pecado alguno, o sea no era una cosa moralmente mala o éticamente perversa. Porque, ajuicio de aquel santo tan eminente en su tiempo, "el que mata al malhechor, no se comporta como un homicida, sino (valga la expresión) como un malicida"1. O sea, lo que quiere Dios es que se acabe con el mal, aunque para eso se vea como necesario acabar también con la vida del que comete el mal 2 . Es decir, en este caso, se antepone el "bien"'a la vida. Que es, probablemente, la mista tesis que propugnan todos los terroristas que en el mundo han sido. Desde los inquisidores de la santa madre Iglesia que, por defender la verdad "sagrada" y el bien "divino", torturaban y quemaban viva a la gente, hasta los terroristas de ahora, ya sean los de ETA, ya se trate de Bin Laden y sus fanáticos seguidores o del presidente Bush que, cuando se puso a tirar bombas en Irak, dijo con toda tranquilidad y con la mayor firmeza que hacía eso para establecer "el eje del bien". Por no hablar de los confesores y directores espirituales que, por hacer el "bien" a las almas, humillan a homosexuales, divorciados y madres solteras o a cualquier persona que no se porta según los patrones de conducta que dicta la autoridad competente para eso. Mientras que, curiosamente y al mismo tiempo, quienes imponen semejantes criterios de moralidad, no se inquietan ni poco ni mucho por las injusticias y atropellos a la dignidad de personas indefensas o inocentes. Se trata de la moral que pone el criterio del bien y del mal principalmente en el puritanismo de origen griego, concretamente el puritanismo que se origina en la Escuela Pitagórica y que tuvo su expresión suprema quizá en Empédocles. Para estos autores del vie1. Líber ad milites templi, III, 4. PL 182, 924 B. 2. Cf. J. M. Castillo, Dios y nuestra felicidad, Bilbao, Desclée De Brouwer, 2001, 193.


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