La ética de Cristo

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su respuesta lúe sorprendente y seguramente provocativa: "Id a decirle ;i ese zorro: mira, hoy y mañana seguiré curando y echando demonios..., pero hoy y mañana y pasado tengo que seguir mi viaje, porque no cabe que un profeta muera fuera dejerusalén" (Le 13, 32-33). Este dato es reconocido como histórico por los mejores comentaristas de los evangelios sinópticos7. Y es claro que calificar a Herodes de "zorro", como si fuera un "don nadie", era tanto como decirle al rey: "no tienes poder alguno sobre mí, ni vas a modificar mis ideas o mis proyectos". Jesús tenía claro que él era un profeta. Y que su final era la muerte. Pero eso no lo iba a decidir un personaje siniestro como Herodes. Aunque no faltan los estudiosos que piensan que quizá esta amenaza del rey impulsó a Jesús a seguir su camino hacia la capital8. En todo caso, este detalle es secundario. Lo fuerte es la libertadprofética de Jesús.

Los principios éticos de Jesús Un criterio importante para saber los principios éticos, que orientaron la conducta de Jesús, es el sitio donde quiso vivir y ejercer su misión, la gente con la que prefirió convivir y cómo se desenvolvió ante los poderes públicos y ante los poderes fácticos de aquel país y de aquella sociedad. Porque, como ya he dicho, el desde dónde se habla es una de las cosas que más influyen en lo que se quiere transmitir. No cabe duda que, desde una cátedra solemne y prestigiosa, resulta coherente transmitir un mensaje en el que se comunican valores relacionados con el poder, el prestigio, la categoría social, la importancia y, en general, todas esas cosas que el común de los mortales suele apetecer y por los que tanta gente se afana, se apasiona, lucha y hasta no duda en dominar y humillar a quien haga falta, con tal de conseguir tal puesto, tal cargo, tal situación privilegiada, etc, etc. Por eso, si todo esto se piensa detenidamente, pronto se da uno cuenta que resulta sencillamente ridículo ponerse a predicar los valores, que más se destacaron en la vida de Jesús, desde un pulpito solemne y con la majestad sagrada que, a veces, se presenta la oratoria eclesiástica. ¿Cómo es posible que, desde un sitio así, un individuo, 7. J. A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas, III, 563-564. 8. J. A. Fitzmyer, o. c, 566.


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