La ética de Cristo

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gioncs han hecho bien en imponer el mandamiento del amor. Pero, al hacer eso, lo que en realidad nos han dicho es que tenemos que ser profundamente humanos. Es decir, las religiones que han destacado la regla de oro del amor a los demás, lo que han hecho es destacar la importancia que tiene en la vida y en la convivencia la laicidad, lo que es común a todos los que pertenecemos al Laos, es decir, al pueblo. Ni más ni menos que eso.

Una ética para nuestro tiempo En los tiempos que corren es frecuente oír a las personas mayores quejarse de la crisis religiosa que se palpa por todas partes. Además, quienes se lamentan de la crisis religiosa, suelen acompañar sus lamentos con duras críticas a la relajación de las costumbres, a la inmoralidad que se impone por todas partes y que afecta a todos los ámbitos de la vida privada y pública. Tristítia rerum et tempiis íacrimarum, decían los antiguos: la tristeza de las cosas y el tiempo de las lágrimas y el llanto. Es el pesimismo que invade no pocos ambientes. El pesimismo que se ve alentado por los "profetas de desgracias" de los que habló, con su acierto genial, el añorado papa Juan XXIII. Todo esto se dice y se oye con frecuencia. Pero, ¿es realmente nuestro tiempo tan rematadamente malo como algunos dicen? ¿tenemos motivos para ser pesimistas, tan negativamente pesimistas como muchos se manifiestan últimamente? Si pensamos en lo que está pasando con los criterios que nos puede suministrar la ética religiosa del cristianismo tradicional, por supuesto hay datos de sobra para pensar que las cosas van muy mal. Si las cosas se miran desde el punto de vista de la ética que enseña el discurso oficial de la Iglesia, no cabe duda que vamos de mal en peor. Pero lo que hay que preguntarse es si el discurso eclesiástico oficial es el criterio objetivo y justo cuando se trata de valorar la rectitud o el extravío de una generación o de una cultura. Como ha dicho, con toda razón, el conocido antropólogo e historiador, Rene Girard, "tenemos, desde luego, excelentes razones para sentirnos culpables, pero no son nunca (nuestras culpas) las que aducimos" 21 . ¿Por qué nos equivocamos en

21. R. Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Anagrama, 2002, 211.


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