Revista delatripa no 15

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NĂşmero 15. Mayo 2014.

delatripa: narrativa y algo mĂĄs


Revista

Número 15. Mayo 2014. Es un proyecto de la Catarsis Literaria El Drenaje, editada en Mérida, Yucatán. Revista de circulación mensual. Dirigida por Adán Echeverría (romeolobos@yahoo.com.mx). Consejo Editorial: Angélica Santa Olaya, Alejandra Aké Sustersick, Joelia Dávila, Cristina Leirana, Mary Mezeta, Roberto Cardozo, Jorge Manzanilla, Mario Pineda Quintal, Daniel Ferrera y Édgar Damián.

Contenido Tres visiones sobre Texas Víctor Manuel Pazarín......................................... 3 Palabra, obra y pensamiento Andrés Galindo ................................................. 11 Cotidiano Andi Escalante ................................................... 15 Diccionario Erick Salgado..................................................... 16 ¡No, sé escribir! Jhonny Euán ...................................................... 17 Evocación de caracolas Susana Mota López ............................................ 23 Miraba con ojos entrecerrándose poco a poco Oveth Hernández Sánchez ................................. 27 Alondra

Jazz en Mérida Nidiviney Salazar ............................................... 73 Las falenas no miran lejos Rosa Espinoza .................................................... 77 La ciudad que fue gato Penélope Córdova.............................................. 79 Cerdos César Rito Salinas ............................................. 81

Columnas El cálamo de los cronopios natos Susana Mota López ............................................ 83 Nos vemos en el slam Mario Pineda Quintal ........................................ 89

Angel Fuentes Balam ......................................... 29

Noviembre conciliatorio Héctor Sánchez .................................................. 40 Violento y desalmado Jhonny Euán ...................................................... 42 La verdadera tragedia del mundo Juan Machín ...................................................... 48 Tres cuentos Peregrina Varela Rodríguez............................... 50 Presentación de El canto de la estirpe y un comentario sobre la traducción Fernando de la Cruz .......................................... 59 Autoservicio Carlos Martín Briceño ....................................... 61 Si todo cubano fuera como Niurka Adán Echeverría ................................................ 63 Dos cuentos Antonio Reyes Carrasco .................................... 66 delatripa: narrativa y algo más

Imágenes portada e interiores de la Artista

Mónica Gracia Manrique


Tres visiones sobre Texas Víctor Manuel Pazarín

I

El paraíso negro de Austin A Víctor Salas

Los austinites se deleitan las noches de los jueves con un mar de música. Llegan de no sabemos dónde y se acomodan en las calles para acudir a la cita semanal y no se permiten tregua sino hasta el amanecer. La ciudad, con un sol deslumbrante reflejado en las aguas del río Colorado y en los cristales de sus (altos) edificios hipermodernos —florecidos como un encantamiento, como un hechizo demencial contrastado por la cúpula del Capitolio, cuyo estilo arquitectónico es neorrenacentista—, se apaga y luego se vuelve a encender con enorme furor en el corazón de sus habitantes. Desde el puente de la avenida Congress se alcanza a distinguir con toda claridad el paisaje, a pesar de las enormes manchas de murciélagos mexicanos (que acuden cada año a tener a sus críos, e irónicamente son el símbolo de la ciudad y ahora mismo surgen de pronto de entre los soportes del viaducto). El último resplandor de sol se mira y, luego, aparece (es el comienzo del mes de abril) la luna en el espacio: enorme, incólume, albeante como Austin…

Un auto se abre paso a gran velocidad por la ruta 35, rompe la oscuridad y cruza la distancia que va de Barton Creek, hasta lograr el concreto de Austin, en veinte minutos. ¿Parecería como volver a comenzar?: Salir de la casa junto al bosque; llegar a los caminos vecinales; pisar la 360; dejar muy atrás las inmediaciones del Lago Travis. Y darse paso por la 35, hasta abordar el puente del río. Pero no… la luz de luna baña los cuerpos, avivándolos. Son siluetas. Son tres sombras. Se unen a la multitud. Antes se dejaron ver por Guadalupe, César Chávez, Lavaca, San Jacinto, Brazos, Lamar, Trinity o Colorado. Ahora bajan del auto y se encuentran a la gente. Van hacia el punto de reunión. Alguna vez Janis Joplin, J. M. Coetzee, Farrah Fawcett, Robert Rodriguez, Ian Crocker, Alan Bean y Charles Whitman vivieron y estudiaron aquí…Whitman protagonizó, en 1966, una de las primeras páginas de locura más espeluznantes de esta ciudad. Subió a lo más alto de la antigua torre de la universidad y disparó a mansalva hasta convertir su osadía en una masacre. Asesinó a dieciséis personas. Y en las aulas de la universidad recuerdan el hecho con horror. ¿Caín mató a Abel en este Paraíso?

La construcción del Edén Ya la noche está aquí y todo lo colma. Se derraman los hilos de la luna y se enredan en la piel, en los ojos, entre las fortificaciones del “edificio de hielo”. Ilusoriamente la luz baña el cuerpo de la urbe y se funda una nueva alegoría.

La noche de la 6th La gente acude a toda prisa. Se detiene, sigue su paso. Abren sus bocas y brillan del color de la luna. O mejor: abren sus negros labios y sus sonrisas se colman de un brillo irreprochable: el fulgor delatripa: narrativa y algo más

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—entre la roja carne deliciosa—, se vuelve cada vez más líquido. ¿Hay lujuria en ese centelleo? —La 6th —alguien dice— se parece a la calle Bourbon de Nueva Orleans… Ya nadie escucha, porque los sentidos ya no están allí. Se hallan en cierto espacio, allí donde nada es realidad, sino una especie de temblor. Antes de llegar a la Sexta todo es el limbo. El borde se ilumina. Un paso sigue a otro. Entra por los oídos la melodiosa excitación. Se concentra en el centro de los viandantes. Las negras piernas se abren al apetito. Son el deseo. Hay delicia en los cuerpos. Hay columnas de carne sosteniendo los enormes traseros. Los bellos cuerpos de las mujeres, impecablemente vestidas, podrían derrumbar la teoría bíblica y enunciar que Eva estaba edificada de ébano. ¿Lilith era de negra piel y por eso se borró su presencia de las Escrituras? ¿Alguien ambicionaría viajar por el Tiempo y responder? Este paraíso es real, lo dice Alan Haynes, celebridad del blues. Ahora toca a John Lee Hooker en el bar irlandés. A través de las ventanas se sigue mirando el Este del paraíso. La multitud se reúne con exuberancia. En la arteria y en los antros, las mujeres blancas son minoría. Es un río negro. Huelen los cuerpos de las negras a delicadas flores. Son lúbricas. Son un encanto. Son las hechiceras de un mundo prodigioso. Los talismanes de sus sexos se abren a cada paso. Se percibe su fragancia. Nos pone maduros. Nos inflama. A cada paso hay un secreto impulso de caer a sus pies. De besarlas. De sentir lo que en sus corazones palpita: el rojo diamante de su sexualidad es un imán. Antes de la medianoche el paso de los automóviles se obstruye para permitir el libre tránsito de las diosas. Elephant Room, Aunt Ruby’s, Sweet Jazz Babies, Bar Call Friends, son algunos nombres mirados al paso, pero son seis cuadras donde la música se escucha, donde en cada espacio se 4

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multiplica la lujuria y el deseo. Ahora mismo se escucha una melodía de rock country, y esas mujeres trenzan sus cuerpos en el baile. Algo se dicen una a la otra y sus amarillos dientes de blancas brotan en sonrisas. Una dice no; la otra la persigue hasta alcanzarla otra vez. La acaricia con la mirada. Mira sus nalgas y se la come en ese instante. Una permite las caricias de la otra. Se deleitan. Mueven sus cuerpos frenéticamente y se dicen adiós. En las calles corre el río del Paraíso que humedece los cuerpos…

II

Las llamas de Waco …deja sonar la libertad con un disparo de escopeta… MACHINE HEAD

Decidí volver a Waco, Texas, porque los viajes se completan con nuestro regreso. Y en dos años no he olvidado el rostro del anciano: su dulce mirada y su increíble sonrisa… Fascinados, retornábamos de la ciudad de Dallas hacia Austin, y nos detuvimos a comprar víveres en el poblado. Doblamos hacia el lado norte, porque la ruta 35 nos lo permitió. Por azar abandonamos —justo frente a The Dr Pepper Museum— la parte donde se halla el downtown y nos internamos por veredas sombrías y arboladas, donde al parecer vive la gente de color. Después de cruzar la línea del río Brazos, nos entrañamos, entonces, por los caminos que van directo al lago. No paramos sino hasta llegar a una gasolinera suspendida en el tiempo. Parecía haber sobrevivido al tornado que, en 1953, destruyó parte del pueblo; inamovible, se elevaba para ofrecer un paisaje distinto; no recodaba en nada a los parajes que en 1824 había visto el explorador Thomas M. Duke, quien había refundado el lugar en territorio de los indígenas huacos, en 1849.


Hubiéramos creído ver una desvaída postal, de no ser porque de pronto de entre los altos árboles una sombra apareció y vino hacia nosotros, que surtíamos de combustible al vehículo. Cruzó la estrecha vereda de polvo y, con cierta parsimonia, trajo sus pasos. Un ágil y diminuto anciano se hizo presente: piel negra y chispa en su actitud, pero discreto y silencioso. Vestía un traje bruno, y pude ver en su negra camisa asomar un alzacuello. Sus arrugadas manos eran distinguidas. Fijé mis ojos en los suyos y como respuesta tuve su encantadora y dulce mirada. Luego me ofreció su sonrisa. “Un pastor de iglesia”, debí pensar al verlo. Sostuvo su expresión hacia mí con enorme ternura. Correspondí a ella hasta que lo tuve muy cerca: no medía más que yo, que soy bajo. Entró al estanco y fui tras él. En un inglés precario pedí al dependiente unos cigarros, quien al descubrir mi mala pronunciación me respondió en castellano. Sentí la mirada del viejo y lo volví a mirar. Su cordialidad no desapareció hasta que salí; en ese instante recordé los acontecimientos ocurridos en Waco en 1993. A unos tres kilómetros del punto de donde estamos, David Koresh dirigía la secta protestante de los davinianos, fundada del desprendimiento de los integrantes de la iglesia Adventista del Séptimo Día, cuyo origen se remonta a los años treinta. Se les conocía, lo supimos todos por las noticias el 19 de febrero de 1993, como “El Poder” cuando el ejército y el FBI, después de varias estrategias, decidieron entrar al rancho Monte Carmelo, donde habitaban, tras cincuenta y un días de asedio, luego que un diario texano había informado al público que David Koresh había abusado de niños y mujeres, y bajo el pretexto de realizar prácticas de tiro en el lugar, mantenía un arsenal enorme de armas. En el ataque el ejército introdujo tanquetas y armas de alto poder, que fueron usadas y respondidas por la gente cercana de Koresh, con un

resultado fatal que culminó con llamas y muerte, semejante al de una guerrilla. Las bajas, en ambos bandos, atrajeron a los reporteros desde el comienzo del cerco. Luego el resultado fue de un aproximado de ochenta y seis muertes de hombres, mujeres y niños. Entre ellos estaba el líder de los davinianos, David Koresh. Fundamentalistas, los davinianos en sus prédicas anunciaban el Apocalipsis, hacinados en el fortín del Monte Carmelo, donde esperaban el fin de los tiempos; algo que llegó no sin las críticas en todo el mundo, porque nunca fueron revelados todos los informes. El aquelarre cobró demasiadas vidas: muchos murieron calcinados. Un informe oficial declaró que fue un suicidio colectivo. Hoy se recuerda ese día con horror. Waco, Texas, de ser un pueblo apacible, en 1993 surgió de las llamas para darse a conocer en todo el orbe. De aquí han florecido grandes beisbolistas, músicos, políticos y, en sus inmediaciones se han rodado algunos filmes. En esta orilla del mundo, a las cinco de una tarde de abril, un anciano de encantadora sonrisa, me mira. Alcanza la estación de gasolina perdida en otro tiempo, y se queda en mi memoria para siempre…

III

Lo virtual en tu rostro Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. WOODY ALLEN

He visto en un centro comercial de Austin una burbuja de firme plástico, en la cual por un dólar las personas pueden tener la “experiencia” de vivir y sobrevivir a los vientos y la lluvia de un huracán. La gente deposita su dinero y entra y se exhibe ante los transeúntes mientras los amigos y mirones mueren de risa. La idea de esta máquina delatripa: narrativa y algo más

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tecnológica fue diseñada después del desastre vivido —en la realidad— por los habitantes de Nueva Orleans, en 2005. La “Katrina” estacionaria es la punta de lanza de una tecnología para la diversión pública. La miro, la observo y descubro: únicamente lo estimulante a la imaginación me interesa. Presto atención, en realidad, por morbo a esa cápsula para la fantasía en el mall. Ignoro casi todo sobre las nuevas tecnologías, pero eso no ha impedido que las disfrute. Sobre cine (y todo en mi vida) soy más bien un aficionado, y a veces me aventuro —de manera no profesional— a opinar sobre algunos tópicos. Para ello debe obligarme el estímulo recibido en mi sueño de futuro, derivado de algún producto. El ímpetu de la emoción es lo que logra que vaya hacia las interpretaciones. Me valgo, casi de manera inconsciente, de lo visto y escuchado para conjeturar historias, algo que siempre se agradece. Eso nos llevó a D. y a mí, en Houston, al Johnson Space Center, en Austin a The Story of Texas y en San Antonio a Tower of Americas, museos en donde se exhibe el orgullo de sus moradores y la fuerza de la tecnología como poderío económico. El resultado de las experiencias, en las pequeñas salas de Cinema 4D, nos ofreció el uso y disfrute del vislumbre del encanto del futuro del cine, no sin cierto escepticismo. Ya Emerson, el gran poeta y filósofo, nos había advertido: “A los hombres les encanta maravillarse. Esto es la semilla de la ciencia”. Y Henry Ford, el hombre más pragmático que haya existido sobre la tierra, dijo: “El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos”. ¿Ambos tuvieron razón? El delirio de los hombres es infinito. Pero a algunos les bastan los milagros cotidianos para sobrellevar la vida; a otros los conforman los productos de la tecnología. A la masa, que ignora todo, le alientan los artefactos que hacen más simple su existencia, olvidando cualquier asunto que esté relacionado con el espíritu. A mí 6

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en lo personal me gustan ambos: el encanto del milagro de amanecer y poder ver la luz del cielo a través de la ventana y recibir la luz de ese sol y el soplo divino de la vida en toda su dimensión. Pero asimismo disfruto tomar un buen café en las mañanas preparado por la cafetera automática. Amo, en todo caso, los milagros del divino y los artefactos del mundo material que me liberan de la fatiga de lavar a mano mi ropa sucia de vida. Fuimos a sentarnos en las butacas de las salas de cine sin preguntarle absolutamente nada a Wikipedia sobre lo que era y es el Cinema 4D. Sencillamente nos sentamos como lo que somos: unos aldeanos a la espera de la vida y sus resultados. En Austin nos contaron la historia del territorio en otros tiempos perteneciente a México. Vimos en las pantallas engendros en nuestro centro de mirada y en los costados. Los hologramas nos maravillaron. Los vimos hablar y narrar hechos que por sabidos entendimos a perfección, pese al inglés en el cual estaban sostenidos. Unas veces aparecían al frente, otras más allá y la mayoría de ocasiones nos hablaron de “persona a persona” considerándonos, en todo caso, seres imaginarios como ellos mismos. En la NASA, fueron menos espectaculares. En San Antonio las variaciones resultaron emocionantes. En algún momento de la historia Austin sufrió una plaga de serpientes y en las pantallas descubrimos a los reptiles avanzar hacia todos lugares y de pronto, bajo nuestros asientos, sus ondulantes cuerpos lograron en los espectadores un enorme grito que llenó la sala y se fue hacia el exterior. Y una nos miró y la sentimos en el rostro, amenazante, para acto seguido lanzarnos su veneno que nos mojó literalmente el rostro. El horror trajo el grito, y ese mismo aullido el tropel de los corceles que avanzaban frente a nosotros. Una vaca mugió en nuestra cara. Asco. Unos grillos saltaron en nuestro cuerpo. Un cocodrilo y sus fauces. Un helicóptero hipermoderno nos despeinó la cabellera con el viento mezclado de


agua de mar, que volvió a mojarnos. Y la voz del general Sam Houston se dirigió a nosotros para seguir la narración y echar balas en la Batalla de San Jacinto y El Álamo. Olimos el bosque y sentimos el viento. Abrazamos a las texanas y jineteamos en el rodeo. Nos empolvamos en los caminos. Oler, casi tocar, ver de cerca todo, escuchar en perfecto sonido a los coyotes, sentir al máximo la emoción otorgada por las percepciones del 4D,

que es mucho mejor que el 3D. Es la provocación de las emociones y sensaciones de un temblor de butacas lo que este futuro nos depara en las oscuras salas de cine. No es válida la reflexión, porque el nuevo cinema no lo admite. La infinita emoción es lo del futuro. Ya afuera vimos la vida: un incendio en las oficinas públicas nos impidió el paso… Besé a D. y tomamos otro camino.

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Palabra, obra y pensamiento Andrés Galindo

A

Octavio Paz se le ha reconocido, sobre todo, por su trabajo como poeta y como ensayista. La admiración hacia el poeta ha producido ya una enorme cantidad de estudios especializados sobre su lírica. En el caso del ensayo las lecturas no han sido menos vastas. Creo que en círculos más reducidos, a Paz se le ha considerado por sus trabajos teóricos. Si bien Paz no puede ser considerado como un teórico de la literatura o un lingüista profesional, sí es posible formular una concepción de mundo –dentro de la que está inserta una poética propia- a través de sus ensayos. Significativos, en este sentido, son los trabajos El arco y la lira, Corriente alterna y Claude LéviStrauss o el nuevo festín de Esopo. Registrar cómo no dejan de reflejarse estas ideas expuestas en los ensayos de estos libros en la obra poética del autor es lo que intenta justificar estas líneas. Desde sus primeros trabajos poéticos y de ensayo, Octavio Paz muestra un gran interés por la reflexión metapoética y, aun más, metalingüística. Pero esta reflexión no es exclusiva de Octavio Paz. Yo he encontrado rasgos de esta preocupación en Alejandra Pizarnik, en León Felipe y, sobre todo, en Borges. Esto sólo por referirme al trabajo de algunas personas dedicadas particularmente a la literatura en Hispanoamérica. Además habría que agregar la tradición literaria y filosófica europea del siglo XIX profesada por el espíritu romántico. Creo que para la mayoría de los intelectuales de todo el mundo, desde el siglo XIX hasta nuestros días, la preocupación por la “palabra” en sí misma ha sido esencial. Para Octavio Paz1 esta discusión se abriría con el pensamiento de los románticos:

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la mirada crítica hacia la tradición y el problema de la ruptura. En este sentido, hay que pensar que el título de su primer trabajo poético, Libertad bajo palabra, es por demás significativo, pero de esto me ocuparé más adelante. Aunque parezca un poco, o un mucho, gratuito, siempre que nos enfrentamos a este tipo de cuestiones, me gusta recordar una cita de Wittgenstein, también leído por Paz: “Que el mundo es mi mundo se muestra en que los límites del lenguaje (del lenguaje que sólo yo entiendo) significan los límites de mi mundo”. De primer instancia, la cita anterior acarrearía la idea de un marcado individualismo, pero lo que hay que dejar en claro, de una vez, es que el siguiente paso es el contacto social que nos permite conocer y reconocer el mundo del otro, tema tan arraigado en la obra de Octavio Paz. Así, el ensayista recuerda a Lévi-Strauss y refiere que éste concebía “a la sociedad como un conjunto de signos: una estructura” (“Una metáfora…” 494). Y más adelante el mismo Paz reflexiona que “… el lenguaje no sólo es un fenómeno social sino que constituye, simultáneamente, el fundamento de toda sociedad y la expresión social más perfecta del hombre” (Ibídem 496). Con las dos citas anteriores, ya Paz nos deja en ver lo que luego afirmaría en “El lenguaje”, ensayo incluido en El arco y la lira: “El hombre es un ser de palabras” (30). Pero, en realidad, esta discusión nada tiene de nuevo; si bien Octavio Paz se encargó de dejar en claro la importancia del pensamiento romántico, que arranca en el siglo XIX, para la reflexión de la lingüística moderna, Borges se encargó de remitirnos a fuentes mucho más antiguas, como la

Para la cuestión vale la pena revisar, principalmente, Los hijos del limo, aunque el problema no deja de estar presente en otros trabajos del ensayista. delatripa: narrativa y algo más

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transición de la tradición oral a la escrita, Platón y sus arquetipos, la interpretación de las Sagradas Escrituras y el Corán. Ahora bien, si el ser humano es un ser de palabras, qué consecuencias acarrea, sobre la poesía propiamente dicha, esta constante reflexión sobre el signo lingüístico. Esta pregunta se debe responder ya en otro nivel, el de la misma escritura lírica. José Joaquín Blanco atreve este argumento: Desde sus primeros textos Octavio Paz presenta una idea básica sobre la poesía: la búsqueda de signos que, sin ser el paraíso, lo encaminen: que, enraizados en la realidad, sueñen opciones de una realidad mejor” (“La poesía de Octavio Paz” 215)

Yo no sé hasta qué grado Paz estuviera de acuerdo con esa búsqueda de mejoría; lo que entiendo es que el poeta se ve enteramente preocupado por explicar que la poesía, como la memoria, como el mundo, se conforma de palabras. Queda al lector reconocer una realidad mejor o peor a la propia o a la de otros sistemas de signos y significados. En el prólogo a Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Paz nos deja escrito que “La obra sobrevive a sus lectores; al cabo de cien o doscientos años es leída por otros lectores que le imponen otros sistemas de lectura e interpretación” (23). No de otro tenor era la idea de Borges, quien en la primera de sus cinco clases para la universidad de Belgrano, a finales de los años 70, explicaba: Hamlet no es exactamente el Hamlet que Shakespeare concibió a principios del siglo XVII, Hamlet es el Hamlet de Coleridge, de Goethe, y de Bradley. Hamlet ha sido renacido. Lo mismo pasa con el Quijote. (“El libro” 23).

Es importante considerar lo anterior en la medida en que conocemos a Borges y a Octavio Paz, como muchos otros poetas, como hombres que constantemente estuvieron revalorando, recreando y reescribiendo su propio trabajo poético. Yo tengo para mí que este tipo de poetas es el que tiene suficientemente arraigado el hecho de que 12

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los signos que les han sido dados para tejer (o destejer) su obra, una vez paridos por la pluma, y una vez muerta la carne, son libres de tantas interpretaciones como lectores tengan. Luego entonces, poco o nada importa sacrificar una palabra, un verso o una estrofa para la versión final. En este punto quiero recordar a León Felipe, poeta español del siglo XX: “Los poemas impresos siguen siendo borradores sin corregir…” (Ganarás la luz, 132). Ahora bien, lo que hay que decir es que el lenguaje poético, a diferencia (presumiblemente y a primera instancia) del lenguaje de la vida cotidiana, es autoreferencial. Pienso inmediatamente en la idea de Roman Jakobson, tan presente en Octavio Paz: “La supremacía de la función poética sobre la referencial no destruye tal referencia, sino que la hace ambigua” (“Lingüística y poética” 202). No es gratuito que los más de los críticos de Paz lleguen a una conclusión similar a la que ha llegado Livia Soto: “La indeterminación característica de la obra de los escritores de la generación de Paz le resta importancia al valor referencial del lenguaje” (“La palabra-sendero… 19). Si entendemos esta distinción entre el valor referencial del lenguaje de la vida cotidiana y la supremacía de la función poética en el discurso netamente literario, entonces podemos distinguir entre dos planos perfectamente definidos: el de la realidad y la ficción. Pero esas fronteras se difuminan y el problema de la referencialidad se atenúa cuando intentamos el camino de regreso desde la poesía a la biografía del autor. Para esto es importante tomar en cuenta que no son pocos los escritores (y entre ellos consideramos a Paz) que han dejado pocos o nulos indicios sobre su vida en general. Quizá mi hipótesis sea atrevida: estos hombres han querido que las generaciones los recuerden, más allá del mero regodeo anecdótico, como cabales hombres de letras y cuya obra es parte fundamental y verdaderamente intrínseca de sus vidas. León Felipe, en el cuarto libro de Ganarás la luz, escribe: “Puedo explicar mi vida con mis versos. Puedo sacar mi biografía de mis


poemas. Así lo estoy haciendo. Siento que mi carne está demasiado presente aún en la aventura poética” (113). En el caso de Paz, presumo, uno de los poemas más reveladores al respecto es Pasado en claro. Si ya desde Libertad bajo palabra Paz dedica más de un poema a cuestiones que, como ya vimos antes, ya habían sido ensayadas en la prosa, es en Pasado en claro en que esta especie de reflexión metalingüística se acciona en favor de aparentes referentes autobiográficos. Y digo ‘aparentes’ porque el autor ha tenido el suficiente cuidado de no poner nombre propio a la voz lírica del poema, de tal suerte que el lector es libre de identificar esa voz con la de Octavio Paz o no. Como es obvio, las posturas de los biógrafos son encontradas. No creo que a Paz, y a otros tantos autores en la misma fortuna, le importara tanto esta discusión. A manera de guía, para la lectura del poema que nos ocupa, yo me he planteado las siguientes preguntas: ¿de quién se habla en el discurso lírico de Pasado en claro?, ¿a quién va dirigido este largo discurso lírico de memorias? y ¿a quién pertenece esa voz que emite el discurso?. Tanto para Juan Liscano como para Margarita Nieto el inicio y el final (si es que tales denominaciones son correctas, dada la circularidad) del poema han sido trascendentales; para mí no lo es menos. Un esquema provisional y sobradamente escueto podría ser el siguiente: los primeros veinte versos son la presentación del discurso; son importantes ya que determinan la forma, el espacio y tiempo total del poema; no es raro, entonces, que al final, en los últimos siete versos, se regrese al mismo punto; ese regreso ya se espera, incluso, desde aquellos veinte primeros versos. El resto del poema va introduciendo, lentamente, de manera sutil, sin marcar abruptamente fronteras, una serie de recuerdos que serán importantes para dar la sensación (sólo la sensación) de movimiento material. Ese movimiento aparente se presume a través de una serie de pasos que al final se apagarán, también, lentamente. Hay recuerdos

de espacios (el patio), de lecturas, de familiares (la madre, la tía, el abuelo); presagios, obvios, de muerte. En fin, toda una recreación-destrucción constante del universo en el que se ha desenvuelto, se desenvuelve –aquí es baladí intentar marcas temporales- el yo lírico. He usado el verbo ‘regresar’ desde la perspectiva del lector final, el que somos nosotros, no el lector implícito. Nosotros, en una inevitable lectura lineal, verso a verso, notamos un paso del tiempo, también inevitable para nosotros. Pero la realidad del mundo lírico de Pasado en claro no comparte nuestra opinión sobre la percepción del tiempo y el espacio. Sucede que, en realidad, no existe ningún regreso. A pesar de los pasos, a pesar del camino, no hay movimiento material alguno por parte del yo lírico; todo es mente; es decir, todo es deliberada y manifiestamente autoreferencial. No está de más especificar que el espacio en que camina ese tiempo difuso, está “en todas partes siempre y en ninguna” (v. 432). En Pasado en claro estamos siempre, no lo olvidemos, en el terreno de la memoria: “Entre muros –de piedra no: / por la memoria levantados-“ (vv. 518-519). El poema, en su totalidad, es una larga charla íntima, una reflexión, un diálogo interno. La ruptura de una línea horizontal del tiempo y la indefinición del espacio han dotado al poema todo, a la voz que lo enuncia, de severos matices metafísicos. Desde esas alturas, la voz no del poeta sino de El Poeta tiene la suficiente capacidad de nombrar las cosas de su mundo, construirlas en ese nombrar, y destruirlas también. ¿De quién se habla?, ¿a quién se habla?, ¿quién habla? Las respuestas, después de este recorrido, o bien pueden salir sobrando o bien pueden parecer excesivamente triviales: es el Ser convulsionándose en sí mismo. No tengo mejores palabras para dar respuestas. Acaso la mejor respuesta es la inefabilidad. delatripa: narrativa y algo más

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Estoy en donde estuve: Voy detrás del murmullo, Pasos dentro de mí, oídos con los ojos, El murmullo es mental, yo soy mis pasos, Oigo las voces que yo pienso, Las voces que me piensan al pensarlas.

Blanco, José Joaquín. “La poesía de Octavio Paz”. Crónica de la poesía mexicana. 3ª ed. México: Katún, 1981. Borges, Jorge Luis. “La muralla y los libros”. Otras inquisiciones. Salamanca: Alianza, 1999. 9-13.

Soy la sombra que arrojan mis pasos

---. “Del culto de los libros”. Otras inquisiciones. Salamanca: Alianza, 1999. 167-175.

(vv. 598-604).

---. “El Libro”. Borges oral. Salamanca: Alianza, 2000. 9-23.

Del estilo de vida decimonónico estudiado por Octavio Paz en sus ensayos se desprende la idea de que la obra individual de cada poeta forma parte de un universo de correspondencias en donde esa obra individual es apenas un verso o una estrofa de un Poema universal, incesante, indiviso y siempre en proceso de re-creación. Esto no indica otra cosa que la idea latente, ya antes mencionada, de que en poesía el valor referencial es nulo. Borges, en “Del culto de los libros”, recuerda las palabras de Carlyle: “…la historia universal es una Escritura Sagrada que desciframos y escribimos inciertamente, y en la que también nos escriben” (174). La empresa que con mala fortuna (otra será la suerte de alguien más) he forjado no se aleja de esta ideología. Paz y Borges poco o nada pudieron saber de la realidad vital de los hombres que les precedieron; en cambio tuvieron que conformarse, con sabiduría, con los signos que aquellos dejaron; y, así quiero recordarlo, entendieron que no otra era su suerte en la inmortalidad. No recordamos a los hombres, leemos sus signos. Libre es el lector de interpretar el poema de Paz como autobiográfico o como obra de una entidad superior (como lo es el lenguaje, en el sentido de Roland Barthes y los estructuralistas) que toma como mero amanuense a Octavio Paz; las interpretaciones son múltiples y válidas todas, por azarosas e infortunadas que éstas sean.

Bibliografía Barthes, Roland. “La muerte del autor”. Textos de teorías y crítica literaria (Del formalismo a los estudios postcoloniales). Selección y apuntes introductorios

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de Nara Araújo y Teresa Delgado. México: UAM-I, 2003. 187-211.

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Jakobson, Roman. “Lingüística y poética”. Textos de teorías y crítica literaria (Del formalismo a los estudios postcoloniales). Selección y apuntes introductorios de Nara Araújo y Teresa Delgado. México: UAM-I, 2003. 187-211. León Felipe. “Los lagartos”. Obra poética escogida. Prólogo y selección de Gerardo Diego. España: EspasaCalpe, 1977. 113. Liscano, Juan. “Lectura libre de un libro de poesía de Octavio Paz”. Cuadernos hispanoamericanos. Enero – mayo (1979): 681-691. Nieto, Eva Margarita. “Sacando en claro Pasado en claro”. Cuadernos hispanoamericanos. Enero – mayo (1979): 692-697. Paz, Octavio. “Una metáfora geológica”. Claude LéviStrauss o el nuevo festín de Esopo. Obras completas. T. 10. Ideas y costumbres II. Usos y símbolos. México: FCE, 1996. 491-500. ---.“El canal y los signos”. Corriente Alterna. Obras completas. T. 10. Ideas y costumbres II. Usos y símbolos. México: FCE, 1996. 600-605. ---. “El lenguaje”. El arco y la lira. 3ª ed. 13ª reimpresión. México: FCE, 2003. 29-48. ---“Historia, vida y obra”. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Obras completas. T. 5. 2ª ed. 2ª reimpresión. México: FCE, 1998. 17-23. ---. Libertad bajo palabra. Obra poética (1935-1988). 4ª reimpresión exclusiva para México. México: Seix Barral, 2000. 15-278. ---. Pasado en claro. Obra poética (1935-1988). 4ª reimpresión exclusiva para México. México: Seix Barral, 2000. 641-660. Soto, Livia. “La palabra-sendero o la escritura analógica: la poesía última de Octavio Paz”. Lugar de encuentro. (Ensayos críticos sobre poesía mexicana actual). Eds. Norma Klahn y Jesse Fernández. México: Katún, 1987. 11-21.


Cotidiano Andi Escalante

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sar el transporte público puede ser tedioso para muchos, pero para mí es interesante. Miras hacia afuera y puedes ver a los árboles mecerse, sentir el aire fresco y ser partícipe de diversas situaciones divertidas, grotescas y únicas.

Mi vida se vio marcada aquella vez: era mayo y el sol quería atravesarme la piel, deseaba dejar su huella y hacerme suya. Mi cabello cobrizo estaba hirviendo por tantos grados y ni las gafas de sol ni el sombrero eran barrera suficiente para mi acosador; pagué la cuota al conductor y recibí a cambio una mirada morbosa seguido de un hola linda. Me acomodé en el asiento rogando que no fuera tan mierda conduciendo como hablando; decidí vaciar mi mente antes de comenzar a enojarme de verdad y fijé la mirada en los demás pasajeros. Una mujer de mediana edad con mucho acné; otra, madre de tres que más parecía que buscaba a la suya; un hombre gordo, probablemente obrero angustiado y una anciana muy linda, en la desesperanza de la vida; todos somos hermosos, y yo. Analizar a las personas que me rodean es una de mis actividades favoritas hasta que recuerdo cuánto los odio; mejor me acomodé en el asiento, me sujeté a mi tedio y me quedé allí. Las calles parecían interminables,

latiendo de amargura cada esquina, una tras otra, Vaya este día en serio apesta. Miré hacia el frente y mis ojos toparon con los del conductor, qué incómodo mirarle y saber que sólo piensa en sexo o quizá yo pienso sólo en eso; se vieron mermados mis pensamientos impuros y no dignos de una señorita; mentalidad machista hermosa herencia de mi madre. Por un terrible estruendo supe que algo tronó y se hizo mierda. Oh no, por favor no, dime que mi peor miedo no se ha cumplido... por favor. Tras el sacudón, todos parecíamos más llenos de vida que hace dos segundos, ¿qué sucede? El hombre morboso cambió su expresión morbosa y bajó rápido de su vehículo; tres o cuatro peatones eternos vigilantes de las calles eran testigos de la sangre y los sesos desparramados azarosamente en el asfalto. -Señorita, por favor reaccione, ¿está usted bien? Necesitamos que abandone la unidad.dijo el hombre uniformado. -¿Disculpe?- respondí en mi tedio. Pesarosamente me levanté, me quité las gafas y sentí cada mirada de los transeúntes de esa tarde, bañada de la sentencia: tú fuiste.

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Diccionario Erick Salgado

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ierto día un individuo, un tanto ignorante y consciente de ello, encontró un diccionario. Se sorprendió al darse cuenta de que nunca antes había tenido contacto con uno; sólo escuchaba lo que las personas decían sobre tales libros: su uso e instrucciones. Tomó el libro, lo abrió en una página al azar, y leyó la definición de la primera palabra que vio: “Espejo s. m. Superficie lisa elaborada con una placa de vidrio azogado que sirve para reflejar la imagen que se le ponga enfrente.” El tipo quedó perplejo. ¿Qué significa superficie? ¿Qué significa azogado? Las personas decían que los diccionarios daban respuestas. Recordó las instrucciones que había escuchado e intentó resolver una de sus nuevas dudas: azogado. Pero no la encontró. La palabra más próxima era azogar. Tal vez está relacionada, pensó. Y leyó: “Azogar v. tr. Cubrir con azogue.” ¡Vaya mierda! Pensó, y buscó: “Azogue s. m. Mercurio.” ¿Mercurio? ¿No era un planeta? En este momento, aquel hombre perdía la voluntad sobre lo que quería saber y dudaba sobre lo que ya sabía, así que siguió el camino que el diccionario le dictaba. Buscó: “Mercurio s. m. Metal líquido brillante…” Aquí se

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detuvo. Ahora resulta que hay metal líquido, pensó. Y buscó: “Metal s. m. Elemento químico sólido…” Aquí se detuvo. Los metales sí son sólidos, pensó. Y regresó a mercurio: “Mercurio s. m. Metal líquido brillante usado en la fabricación de termómetros.” ¿Termómetros? ¿Y qué pasó con los espejos? Pensó. Y buscó: termómetro, tal vez era otro nombre que el diccionario le daba a la “Superficie lisa elaborada con una placa de vidrio... “ . Entonces buscó: “Termómetro s. m. Instrumento que sirve para medir la temperatura.” Temperatura… eso no estaba en la definición de espejo, reflexionaba. Y buscó: “Temperatura: s. f. Magnitud física que mide la sensación subjetiva del calor o frío de los cuerpos o del ambiente.” ¿Magnitud? ¿Física? ¿Sensación? ¡Vaya mierda! ¡Los diccionarios no sirven para los ignorantes!, gritó. Tiró el libro y se fue. Tal vez alguien más encuentre el diccionario.


¡No, sé escribir! Jhonny Euán

“¡No, queremos guerra! ¡¿Queremos guerra?! Se trataba de una hermosa y fina coma que de improviso seccionó en dos la oración que estuvo a punto de causar la guerra entre países vecinos, transformando con su poderoso silencio un deseo en el opuesto. Así, la frase original: ¡No queremos guerra! Se trasformó en: ¡No, queremos guerra!”

Cómo Me Hice Poeta, Andrés Acosta.

¿Ven como una simple coma puede cambiar el significado de las palabras? Escribir no es fácil. No solo tenemos que preocuparnos por poseer ortografía, (sí, poseer, no “tener buena ortografía” la ortografía no tiene niveles, o se escribe bien o se escribe mal, se tiene ortografía o se carece de ella) sino también debemos aprender que los signos de puntación son la fuerza que le da vida a las palabras. Pero los signos de puntuación no son el verdadero problema. Hay personas que no saben escribir y no les importa; viven en un ambiente de despreocupación en el que cualquiera puede ser el que desee en las redes sociales; borrachos, soñadores, fotógrafos, comediantes, cinéfilos, comunicadores, fumadores, etc. Cuando presionas las teclas de la computadora para librarte de un trabajo en formato APA, estás escribiendo. Lo mismo ocurre cuando tocas la pantalla del celular con el dedo, ¡escribes! Pero una cosa es hacerlo “komo chabo vuena onda q le da muxa flogera ponr acntos y los livros le son el asqo mndial” y otra como la persona consciente que dedica un poco de su tiempo para leer que escribir no es solo una actividad banal del hombre. Es un arte.

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Evocación de caracolas Susana Mota López

L

e agradaba caminar sobre la arena color cenizo y ocre, ver sus deditos de niña hundirse en la playa, esperar que la ola azulosa y efervescente bañara sus pies y le trajera una caracola. Le encantaban porque su padre una vez le enseñó una lámina de un libro muy grueso y quería tenerlas físicamente para formar una colección. El calor era sofocante pero ella seguía chapoteando en las tímidas olitas que bañaban su talón y empeine, cuando vio navegar una caracola hacia sus pies, como si fuera un velero con su vela mayor ondeando en el viento. La levantó antes que el mar se la llevara. Admiró su belleza, era una caracola de penacho rosa y encarrujado, de cono corto, de gran tamaño y su concha blanca con tintes rosáceos. La besó, y al hacerlo descubrió que podía soplar y sacarle un sonido suave y penetrante a la vez, luego percibió un ruido extraño que provenía de la concha así que aproximó la caracola a su oído derecho y escuchó el retumbar de las olas espumosas y embravecidas contra la playa de San Benito del municipio de Tapachula, Chiapas y que hoy día se llama pomposamente Puerto Chiapas. Un grito la aleja del eco de su caracola y voltea el rostro asustado. Ve de cerca un niño atrapado por un tronco grande que el oleaje empujó con fuerza; se acercó la gente con el salvavidas al frente para rescatar al pequeñuelo. Ella empezó a reír nerviosamente, sarcástica, y algunas personas que corrían en dirección al accidente se voltearon a verla desconcertados. Así riendo, una persona la tomó del brazo para llevarla al lugar donde ya estaban quitando el tronco varios hombres y

el salvavidas a punto de cargar al chico. Entonces, ella lo vio y lo reconoció; era uno de sus amiguitos. La risa se desvaneció de golpe y rompió a llorar tristemente. La gente estaba extrañada por la reacción de la chiquilla, que no sabía a quién atender primero. El salvavidas se llevó al chico para ser atendido por el médico del pueblo costero. Algunas personas le preguntaban qué era lo que le pasaba y ella sólo contestaba con repetidos “no sé”. De repente corrió hacia la fila de restaurantes a orilla de la playa. Nunca supo la razón de su reír y llorar, y, por supuesto, la gente tampoco. Llegó asesando y en lágrimas, cargando su caracola entre los brazos, al restaurante de su tío, y éste la abrazó y preocupado le dijo a uno de los meseros que trajera una sopa de aleta de tiburón con langosta bien caliente. Como ya se había enterado del accidente del muchachillo, pues pensó que su sobrina iba a calmarse al ver su plato favorito y además quiso alabar la belleza de su tesoro. En aquellos años cincuenta, era común pedir esos manjares por baratos y frescos. Incluso, la gente podía observar a los pescadores jalar sus redes de pesca hacia los restaurantes. Traían pescado, mariscos, y uno que otro tiburón. La gente contemplaba extasiada cómo los hombres del mar destazaban al tiburón de enormes dientes. Tiburones que en el punto antes de los rompeolas nadaban campantes. La niña abrió tamaños ojotes cuando le trajeron su platillo preferido y, de inmediato, dejó de llorar. Estaba comiendo cuando se acercó otro de sus amiguitos diciéndole que el niño del accidente ya estaba bien. Su amigo delatripa: narrativa y algo más

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traía cargando una cubeta repleta de cacos para vendérselas al cocinero del restaurante. Ella tomó un caco de color rosa, la acercó a su caracola y la comparó diciendo que tenían el mismo color. El fruto se dejó morder hasta que lo desnudaron para revelar su semilla en forma de almendra marina y desaparecer molida en la pequeña boca de la niña que gustosa se lo comió. El niño llevó la cubeta al cocinero que preparaba mermeladas, jaleas y bebidas espirituosas fermentadas con azúcar con estas frutas típicas de la región costera. Pero antes, los niños se guardaron unas verdes y huecas para usarlas como armas de fuego en su juego de policías y ladrones; a estas frutas, por su oquedad, los niños del pueblo costero las aplastaban y producían un estruendo que simulaban disparos. Regresó el niño porque su amiguita le había invitado otra sopa que ya esperaba en la mesa. Antes de recoger los platos, el tío vino con dos frascos de jalea de cacos para que los comieran en sus casas. Pero les dijo que fueran al faro y le avisaran al encargado, cuando pudiera, que viniera a colocar unas palmas a las palapas que estaban agujereadas. Los niños tomaron el camino del faro y ya allí dieron al farero el recado del tío. Ella le pidió permiso para subir y contemplar los barcos en lontananza. Los niños se encaminaron a las escaleras y rápido llegaron a la parte alta donde el faro descubría su tremendo foco y lente para iluminar la costa sur del Océano Pacífico. Se recargaron en la barandilla y empezaron a soñar con los ojos puestos en la línea del horizonte. Sobre esa línea, la niña creía ver los barcos como los de papel que le hacía su papá para botarlos en el estero, y ella dentro de uno de ellos como turista. El niño creía verse muy firme y seguro con una gorra de capitán de navío girando con fuerza el timón. 24

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Muchos años después, los niños ya jóvenes disfrutaron de un paseo en un buque mercante y sintieron lo que era estar sobre el vaivén del verdoso mar. Conocieron la cabina del capitán y su proa y popa. Actualmente, ellos llegan a observar los cruceros provenientes de allende el mar.

II Aquella niña, hecha una joven veinteañera, le tocó visitar la playa de la que en tiempos de Hernán Cortés —cuando desembarcó en estas tierras del Nuevo Mundo—, bautizó con el nombre de la Villa Rica de la Vera Cruz. De la verdadera cruz de la religión católica de Carlos V de España. Era uno de esos viajes que ella hacía de sur a norte. En Veracruz, encontró una gran actividad en el muelle; los barcos mercantes, uno detrás del otro, estaban cargando los contenedores con grandes grúas, muchos estibadores trabajando en la carga y descarga de mercancías de buques, distribuyendo con destreza el pesaje; y en otra parte del muelle unos cruceros bajaban su pasaje y otros los subían. Grandes y blancos edificios con sus restaurantes pululaban a la orilla del muelle. Por lo que toda la infraestructura era blanca como gaviotas. Recordó con añoranza el restaurante de su tío. Ya en una playa cercana, hizo el recorrido con la esperanza de encontrar su segunda caracola para esa colección que deseaba tanto. Esta vez llevaba unas sandalias para hundirlas en la arena color nácar y las olitas espumosas jugueteaban pasando por sus tobillos, el azul marino del agua le era familiar, y el viento con aroma salado picaba su nariz. Sudaba porque el calor era extremo, bajó la vista al sentir el contacto de una caracola que se estrellaba contra sus pies. Rápido la tomó y la sostuvo


entre sus manos para admirarla. El cono de la concha estaba en espiral y su base muy picuda y de color moteado de café sobre color crema, su penacho de un rosa pálido, su orilla disforme y su pico, corto y agudo como estilete. Se la llevó al hotel donde se hospedaba y la puso en una caja de su tamaño cubriéndola con aserrín para no estropearla.

III Siguió su recorrido al norte hasta llegar a Mazatlán, Sinaloa, donde se estaba ya asando del calor extremoso. Entró al hotel que ya le tenía su habitación refrigerada y casi corriendo subió las escaleras para darse un baño. A la mañana siguiente, se vistió con lo apropiado para pasear por la playa y buscar su tercera caracola. Iba caminando y sosteniendo sus sandalias con la mano derecha, sus pies se hundían en una arena blanquizca, de vez en cuando las olitas efervescentes nadaban por sus pies, el verde y azul del agua de mar se reflejaban en sus ojos, el viento salobre le alborotaba el cabello ensortijado y caminaba y caminaba sin ver su tesoro buscado. De pronto, un objeto picudo emergía entre las olas, sí, era la punta extrema de una caracola. La sacó del pico chorreando de agua salina como si fuera un pez. Se asombró al verla tan blanca del pico a la base de cono, un blanco con tono azul muy claro, era hermosa y grande. Ya en el hotel la empaquetó como a la segunda y se fue.

baño y se lanzaron al agua; la estadounidense nadaba refrescándose contenta en el mar tranquilo como alberca, ya que Altata es como una pequeña bahía y se puede bañar con confianza. Pero ella apenas tocó el agua pegó un brinco como si el agua quemara, y sí, quemaba de tan helada que regresó corriendo a donde su alumna tenía unas regaderas de agua tibia para quitarse la arena. Cuando su anfitriona la alcanzó empezaron a reírse por el detalle. Por la tarde, le dijo a su anfitriona que ahora sí iba a caminar por la playa a buscar su cuarta caracola. Empezó su recorrido, a la vez iba admirando las palapas de los restaurantes, y también cortejando las olitas traviesas con champaña nívea en el ir y venir de la mar. Un mar azul oscuro, quieto, tranquilo, pero muy helado, mientras que la tierra hervía de sol. En eso, vio el pico de una caracola nadando en el vaivén del mar. A pesar del agua fría, ella se metió a nadar para alcanzarla, era tanto el deseo de tenerla, y en dos o tres brazadas la recuperó tomándola del pico, éste picaba porque la caracola tenía unos picos pequeños como agujas. La alzó y usando el otro brazo nadó hacia la playa donde se detuvo y la observó; era de color marrón, con tinte color café y crema, grande y picuda. Regresó con su alumna que, al ver la caracola, felicitó a su maestra. Ella la guardó en un paquete como a las otras tres.

V IV Una alumna nacida en Estados Unidos a quien enseñaba español la invitó pasar los días de Semana Santa en su casa de la playa de Altata, Sinaloa. Llegaron bañadas en sudor porque el calor estaba a 40° y necesitaban un buen baño en la playa. Su alumna no le dijo cómo estaba el clima del agua porque creía que ella ya sabía. Se colocaron los trajes de

Por su relación amistosa con la alumna estadounidense, aceptó la invitación a viajar a San Francisco, California, Estados Unidos. Corría el año setenta y cinco. Visitó sus muelles numerados llamados “piers” y eran el doble de grandes que los de Veracruz de aquel entonces. Más bulliciosos, más restaurantes y más puestos ambulantes de mariscos, Más delatripa: narrativa y algo más

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cruceros y barcos mercantes con sus contenedores. Buscó la playa, y ¡oh!, decepción, la encontró cerrada por proceso de limpieza. De lejos miró que sí necesitaba ser limpiada por la cantidad de basura que había. Triste fue a recorrer los muchos museos referentes al mar que San Francisco ofrecía. Al entrar a uno, se admiró que toda una sala estaba dedicada exclusivamente a las caracolas gigantes del mar de diferentes partes del mundo. Estaban en sus vitrinas con letreros que explicaban donde fueron encontradas y sus nombres científicos. No le dejaron tomar fotos pero sí compró un folleto con todas las caracolas en exhibición.

VI Como en este viaje no trajo la quinta caracola, esos meses estuvo muy triste. Pero un día soleado, recibió una llamada de sus padres que casualmente andaban de viajeros por Manzanillo, Colima y la invitaron a reunirse en el hotel Marina del Sol. Eran los ochenta. Ya los tres empezaron un recorrido maravilloso por la bahía de Manzanillo, empezando con la blancura extrema del hotel Las Hadas y terminando en el “castillo” nevado de tan blanco del hotel Maeba. En Las Hadas se maravillaron por el muelle de barquitos, yates grandes y chicos, lanchas de motor que lucían su blancor como si estuvieran estacionados en el aparcamiento de un supermercado en una plaza comercial. Y en el albino hotel Maeba se encontró con la caracola que le faltaba. Dejó a sus padres descansando de la vista espléndida del mar de la costa colimense y ella se fue a buscar su quinta caracola. El sol derramaba sus rayos calurosos sobre el mar color azul plomizo y espumas de nieve decoraban las olas inquietas, y la arena color ocre se mojaba gustosa por su amigo el mar que besaba sus faldas. Caminaba reconociendo 26

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ese aroma salino que penetraba los orificios de su nariz. Las gaviotas pasaban volando y casi rozando su cabeza, hasta que una al pasar, le graznó fuerte que se asustó. Siguió caminando y no encontraba su quinta caracola. Estaba mirando las gaviotas y de la parvada se soltó una a posarse sobre la arena a pocos pasos de donde estaba. Al darse impulso para alzar el vuelo la gaviota movió la arena y descubrió la base del cono de una caracola, ¡ahí estaba!, ¡la gaviota la descubrió! Ella se apresuró a sacarla pero estaba muy bien sumergida en la arena, entonces optó por usar sus manos como palas para hacer espacio y sacarla antes de que las olas se la llevaran sin remedio. Aceleró su labor sudando a mares y la logró sacar de su escondrijo de un jalón que la hizo caer de espaldas. Mientras se quedó acostada en posición horizontal la sostuvo entre sus manos para admirarla contra los rayos solares y el éter azur. Con razón estaba atorada y no quería salir; la caracola era gigante, de un color atigrado, con una cresta de cinco picos como penacho de gallo, con una base cónica color café claro y un pico agudo y largo como estilete. Ya en su casa las colocó en una vitrina de cinco repisas y en el centro puso la quinta caracola que orgullosa se situaba junto a las otras. Entonces, la mujer meditó y susurró la interpretación que le daba a toda su búsqueda de las cinco caracolas: el símbolo de sus cinco sobrinos. Uno está en Culiacán, dos en Veracruz, dos en la Ciudad de México. Y ella, ella nació en Chiapas.


Miraba con ojos entrecerrándose poco a poco Oveth Hernández Sánchez

“…espero todavía los signos que me digan que ha llegado el momento de mi descenso” Así hablaba Zaratustra. El descenso

Frederick Nietzche

AL DESCENDER, su sombra se ha proyectado en el margen del río. La creciente de agua empieza a tintinear. Al chico le aterran esas ebulliciones. Entra en pánico tan pronto cuando mira las imágenes de esas paredes de aguas asesinas. Allá abajo todo es cristalino. A él se le ve deslizarse reluctante hacia el torrente abajo. Entonces, las aguas se ponen en stop, le clavan sus miradas, le comienzan a ahogar el alma para apoderarse de su cuerpo impávido e impotente.

so, el acoso de la creciente no ha dado marcha atrás. Ahora comienza a sentir terror. En eso, intenta cerrar los ojos, pero sus ojos en vez de anular la visión, la expande más; cerrados los ojos, ve por unos segundos una superficie oscura, y un escucha un ligero chapoteo. Los abre. La creciente ha alcanzado un nivel superior y, mientras intenta con mil esfuerzos escabullirse de la proximidad de ese hoyo dantesco, se observa, aún, más circundado por sus turbulencias.

En ese espíritu como de poseído se ha ido acercando al borde de ese cristal infernal. Ya se encuentra a un metro de él, y desde ahí siente como si el borde líquido le tocara el canto de su cuerpo. Allí se siembra, se aferra. Desde esa distancia puede ver el fondo del remolino que sigue su marcha, puede ver cómo las raíces de las plantas son desraizadas hasta el fondo de sus honduras por un terco estirón impuesto desde el norte allá.

De ahí, maquina un plan de escape: “voy a cerrar los ojos con decisión” –se dice para sus adentros– “y así, si esto es sólo sueño, entonces, los abriré de nuevo y, así, despertaré”. Lo hace de nuevo. Otra vez, aparece el ataúd oscuro, y su cuerpo dentro de sus paredes negras. Ahora, mira a su alrededor una especie de centelleo que hormiguea el entorno. Se cuentan algunos segundos. Abre los ojos. Mira a todos lados. Sus piernas fantasmales han decidido, por su parte, ir corriente adentro sin su anuencia.

Esas corrientes pronto se convierten en cadenas de agua; una vez enganchadas sus piernas en sus garfios, el chicuelo se sabe cautivo del subterráneo maldito. Pero él mantiene como con ancla la masa de su cuerpo a esa distancia. De ahí, ha quedado inerte, indefen-

En medio de esa precipitación, una vez más se esfuerza por volver los ojos a la realidad para intentar frenar ese jalón que ejercen en él hacia el fango y luchar en contra de la furia delatripa: narrativa y algo más

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de ese desagüe. Entonces, trata de cerrar las bisagras de sus párpados indiferentes, y sigue viendo el otro espacio aterrador. Los vuelve a abrir con resignación. Para entonces, ya ha perdido el dominio de su cuerpo. Su alma ya no es sólo sombra, ya es fantasma. Hay oscuridad por dentro y por fuera de sus ojos. No lo entiende. Pero, aún así, presiente una distancia marcada entre él y el espectro, se siente estático en la orilla, su carne incrustada con puya en tierra, y su alma comienza ya a ser absorbida por completo por la succión líquida. No hay escape. Ahí se sabe desposeído de medio cuerpo y de media alma, las otras mitades son su subconsciente en naufragio. De un momento a otro será ya una media caña de hueso destejida por el viento que va al norte, y un espíritu encarcelado en ese trecho del mal. Pero, por cuarta vez, el desdichado decide luchar contra los demonios. Ha decidido vencer. Ahora, intenta volver a cerrar los ojos y dejarlos en ese estado porque ha llegado a un gran descubrimiento: su cerrazón de ojos le hace disminuir el miedo del resquicio de alma que posee; le disminuye la fuerza a la corriente, y ahuyenta sus fantasmas. Por el contrario, así con los ojos cerrados él es más fuerte, más positivo, más humano. Descubre que hay menos terror en cerrar los ojos que en abrirlos: cerrados, el panorama real se redibuja; abiertos, mira a los demonios arrastrarse por entre las venas de luces chispeantes que se interceptan allí abajo. Vencido ese miedo, se ha propuesto recuperar su alma, volverla a su cuerpo; también la mitad de su cuerpo, re-ensamblarla a su alma. Y, entonces, en un último intento, y de frente a la cosa,

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comienza a aplastar la orilla de sus dos párpados con la ayuda de sus pulgares e índices para sellarlos y, así, desver todo allí adentro. Ha vencido todos sus temores. Siente pájaro en mano. Pasan unos segundos, y allí con los ojos cerrados todo sigue des-dibujándose adentro, y re-dibujándose allá afuera; la naturaleza del mundo en el que ahora habita ha reemplazado al monstruo que devora en el otro ente nocturno por uno más escrutable. De aquí que termina de recuperar poco a poco su ser. Siente volverse como un rayo de las aguas bulliciosas a un punto de inicio. El espacio y el tiempo se reintegran por completo. Los ojos de adentro ya están cabalmente cerrados; los de afuera, abiertos. Flexiona su cabeza hacia sus pies, y mira su cuerpo tendido sobre su cama, ratifica el espacio oscuro de su cuarto, mira una especie de reflejos conocidos por todas partes, emitidos por un rayo de luz eléctrica que entra por la ventana y que golpea sobre el cajón de agua que llena ya su recámara, “era solo un sueño” –se dice lleno de consuelo. Pero el agua seguía allí, y su borde le comenzaba a escorar en sus costillas sargazos de zacate podrido llenos de hedor. …después miraba con ojos perturbados a todos lados; se sentó presuroso, miró hacia el piso, y el agua había ya subido por encima de la sobrecama; pronto, visiblemente desconsolado, y en plan de búsqueda de los suyos, hundió su cuerpo y su alma en las aguas que seguían ascendiendo cada segundo con furia y velocidad. Eran las tres de la mañana del veintisiete de septiembre de dos mil siete en los arrabales del sureste de Villahermosa.


Alondra Ángel Fuentes Balam SE ESCUCHA UNA VOZ, pero no es su voz: son unos sonidos lejanos, guturales y arrítmicos, como de herida alimaña. Es la voz de dragón que habita dentro de la niña. Vibra en las mamparas y en las paredes del baño de mujeres, tatuadas para siempre con injurias vergonzosas que ni en la prisión varonil se pueden imaginar. Hasta que la encargada de la limpieza las elimine con especial quitamanchas, seguirán impactando con todo su odio silencioso en el corazón de las bailarinas. Su nombre está en letras negras y gruesas, seguido de dos adjetivos: “puta” y “gorda”. Mientras vomita, mira el grafo con ojos llorosos y amargura. Golpea la pared y dobla la columna vertebral, por los estertores. Solamente saca bilis y sangre de la garganta, son las únicas sustancias que componen su cuerpo. Las contracciones son brutales, sus quejidos, profundamente lastimeros. Cuando ya no puede pasar más líquidos se dirige al aguamanil. Se lava la boca, los dientes amarillos. Se aprieta los labios acomodándose el leotardo que fue de su madre. Al observarse en el espejo se siente cliché peliculesco. Pobrecita. Se revisa el cabello, es vital que el peinado no se deshaga; en muchas ocasiones, el peinado es más importante que la mismísima ejecución artística. Al salir casi se olvida de soltar la llave del escusado. Lo hace; la explosión acuática rompe el silencio del baño, conteniendo en su remolino aullidos estridentes que se burlan de ella. Afuera todo flota en la rutina. Es un globo lo real, el mismo globo de siempre que se estaciona entre las ramas de lo posible y ahí

queda sin subir y sin explotar nunca. Camina por la escuela de artes, hacia el aula. El corredor está hinchado de insoportables voces: — Y tres, cuatro. Grand Battement. Dos y ¡Estira! — Demi pliè. Así Carolina… — Y la pierna a devant, el empeine y dedos. Un mosco le pica la pierna, no por mucho. Luego de observarlo con ternura, da un manotazo con lujo de violencia. La sangre quedará adherida a la malla. Se imagina que ella es el mosco y acaba de ser asesinada por sí misma. Ese acto se repetirá eternamente. Ella vuela hasta su propia pierna, se pica y luego se asesina, aplastando su regordete cuerpo lleno de sangre y bilis. Entra al salón y mira a sus compañeras. Las odio perras. Las odio a todas. Odio cada una de sus cavidades. Cerdas. Puedo oler el pus de su vagina desde aquí. ¿Por qué siguen vivas? La clase se desarrolla en silencio; repasan los mismos ejercicios de la semana pasada. Necesito algo más, algo mejor, algo. No quiero hacer esto. Pero sí quiero. No sé si odio el ballet o las estúpidas bailarinas. Me odio. Me quiero aplastar. Me pican las zapatillas. Mi pie es muy grande. Mis nalgas se ven enormes con estas cosas. Me duelen los pechos. Detesto esta música monótona. Odio los espejos, duplican mi malestar. Odio la voz de esa pinche vieja que cree que ninguna de sus alumnas merece la pena. Si ella lo valiera no habría acabado en este lugar, enseñando a niñas imbéciles. Yo soy la mejor de todas. delatripa: narrativa y algo más

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La clase termina sin mayor incidente. Guarda sus cosas sin cambiarse de ropa. Una a una, las muchachitas dejan el salón solitario, impregnado de olores que embrutecerían a cualquier hombre, la duela huérfana de pies, los espejos sin juventud. —¡Bye, Alondra! De la mochila –curtida como un árbol viejo– saca un pequeño frasco. Lo abre y se echa una pastilla a la boca. —Si quieres, tengo agua. —No, gracias. Estela, la joven que le ofrece el agua, la mira con un dejo de repudio. Alondra le responde con ojos fríos. Inmediatamente, Estela sonríe y se va. Alondra cruza el estacionamiento. Sus pasos son débiles y su andar dibuja formas irregulares. Otro día más se pierde. Otro día flotando en las incoherencias del mundo, ¿hasta cuándo podré reventar? Alza la cabeza al escuchar unas risas. Mira a cien pasos que va Daniela de la mano de Orlando. Siente en el abdomen un pozo de estiércol, un hueco asqueroso como lo debe ser el culo de Daniela. Afianzarse como la arena a la misma arena, cuando las olas devoran la orilla. Se revuelcan sus intestinos, friccionan consigo mismos, quemando, ardiendo directo en el amor. Era obvio que Orlando jamás la vería, era diáfano como el agua limpia del inodoro. De pronto se siente extremadamente pequeña y liviana, como un mosquito. Así de fea. Así de inservible. Los olvida… lo intenta, al menos. Sigue hasta la acera opuesta. Espera el autobús por diez minutos, en los que sobrevuela la ciudad para hallar venas sabrosas que chupar y piensa cuatro maneras para dejar de existir. Llega el 30

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bus. Para pedirle parada al camión su brazo traza una ligne perfecta; para ascender, sus piernas siguen un movimiento preciso en tres cuartos. En el autobús, repleto de almas aburridas, se pregunta cómo las mariposas que estúpidamente chocan sin cesar en la lámpara del techo pueden volar tan hábilmente a esa velocidad. Es de esas cosas que nadie más que ella se molestaría en averiguar. Mueve la cabeza. Puras pendejadas, Alondra. A través de la ventanilla observa la forma en que los edificios se suceden, se alargan, desfilan como una serpiente construida con luces y máscaras horribles. El centro de la ciudad es una proyección de su mente: sucio, rebosante de sonidos desagradables, de teléfonos que se quedaron esperando la llamada de no sé quién, los charcos de lodo doloroso, soledades sin edad, lamentos, chozas inmunes a la erosión histórica, cariño inválido, dolor otra vez, zapatillas putas que me pican, canciones en los puestos de cacharros, asco, copias fotostáticas, asco, colores que no aguantarán un mes más, masturbación, cuando llegue a casa es lo único que me quedará: tocarme yo, porque nadie me toca. —¡Cuidado güerita, te van a machucar! —grita un hombre viejo, al ver que casi la atropella un auto. Ella reacciona, pero no agradece la advertencia. El auto se aleja. Ella lo mira y siente que lo extraña. Mientras camina repasa la posición de los dedos, las imágenes, la suavidad en las muñecas y a cuántos grados debe colocarse el antebrazo, los codos, la alineación de la pelvis. —Un agua, por favor —pide al entrar en una farmacia. Cuando se la entregan, saca otras dos pastillas del frasco y se las echa a la boca. Al tragarlas recuerda su nombre en


la mampara del baño, la mirada de sus compañeras, la sangre en sus mallas y en la taza del baño, y recuerda también a Daniela con Orlando. La ciudad hoy es la última de las ciudades.

Camina un poco, cruza la avenida. Se detiene para rascar la picadura que dejó el insecto. Pobrecito mosco. Pobrecito. Respira la noche, absorbe en su piel blanca la luz de las farolas, intenta ver las estrellas, intenta olvidar.

Aborda otro autobús, absorta en malévolas elucubraciones. Se siente gorda, llena de sangre, de bilis. Podría aplastarse en cualquier momento. Velozmente, como un giro sobre el escenario. Así no llegaré jamás a tener nada. Ninguna posición social, ni una sola obra importante. Sangre, todo es sangre y bilis. Saca el frasco. Toma tres pastillas.

Abre la reja de su casa; tiene un perro que no aparece desde hace una semana, no lo busca. Abre la puerta de la entrada principal.

El camino a casa es muy corto, más corto de lo que quisiera. Baja pesadamente del vehículo, sorteando a la gente que viaja de pie y a las bolsas de supermercado que ha colocado una mujer en el suelo.

Observa la taza blanca, reluciente, hermosa. La acepta tal y como es. Con un poco de suerte, en sangre y bilis, se desintegrará para no ver la mañana.

—Buenas noches —le dice a su madre que teje en la sala. La madre no contesta. Extrae el frasco de su mochila y la deja en un sofá. Va al baño. Saca cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez pastillas.

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Noviembre conciliatorio Héctor Sánchez NO HE OLVIDADO un solo detalle de aquel trágico (¿afortunado?) día, a pesar de que han pasado dos años. El chirrido de las llantas del auto tratando de aferrarse al asfalto. El golpe contra la motocicleta. El vuelo por los aires y el impacto contra un poste de alumbrado público. Cada mañana junto con los primeros rayos solares, acude a mí esa imagen. Quedó grabada en lo más profundo de mi mente. En mi familia las cosas no iban nada bien. Las peleas entre papá y mamá venían subiendo de tono. De los reproches casi insonoros, hasta los hirientes gritos, insultos y ademanes. Mi hermana mayor, a falta de una figura femenina como referencia de autorespeto y dignidad, se vio envuelta en una relación destructiva, con un “holgazán bueno para nada”, según decía mi padre. Mi hermano, el de en medio, había dejado la universidad para perseguir su “inútil” sueño de ser futbolista. Y yo; bueno, yo solo era un adolescente extrovertido. Me encantaba salir con mis amigos y en ocasiones llegaba tarde a casa, provocando la preocupación de mamá y la ira de papá. Todos estos factores, sumados a las dificultades económicas que atravesaba la familia en aquellos momentos, fomentaron un clima de hostilidad que se hacía presente a la menor provocación. Yo era el mejor promedio de la preparatoria. Siempre sacaba las notas más altas en matemáticas y física a pesar de todos mis vicios como estudiante. Un día, a mitad de una clase, ingresó en el aula el director de la preparatoria. Llevaba un sobre en la mano y me lo entregó sonriendo. Al abrirlo y leer la carta me sentí eufórico. Era la invitación para el concurso estatal de matemáticas. Quizá para 40

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muchos no será la gran cosa, de hecho ni para mí lo era (las matemáticas siempre fueron pan comido), lo interesante del asunto era que; por el simple hecho de participar me hice acreedor a un nada desdeñable premio monetario, además tenía la posibilidad de participar por un premio aún mayor. Para no hacer la historia muy larga, gané el concurso estatal. Con él llegó un cuantioso premio, que sumando al anterior fue suficiente como para comprarme un vehículo. Ese era mi mayor anhelo desde hacía unos meses, llegar a la preparatoria en algo distinto al transporte público. Mis padres (como todos buenos padres) se negaron rotundamente. Consideraban que no tenía la madurez necesaria (cosa que era verdad), para asumir las responsabilidades que conlleva contar con un medio de transporte motorizado. Sin embargo yo me mostré firme, y escudándome en su promesa previa de permitirme hacer lo que yo quisiera con mi dinero, en caso de que ganara el concurso; salí una mañana del primero de noviembre y fui directo una agencia de vehículos seminuevos. Emocionado tomé el camino regreso a casa. Su motor rugía a lo largo del boulevard. En mi vida había experimentado una sensación como aquella. Sentirme dueño de mi propio destino, saber que podía llegar tan lejos como yo quisiera… y tenía los neumáticos para hacerlo. A unas calles de mi casa aceleré frenéticamente, me urgía llegar lo antes posible y mostrarle a mi familia mi reciente adquisición. Papá y Mamá de seguro se molestarían al principio, pero después se les pasaría. Siempre era así. Metros más adelante el semáforo marcó rojo. Debí detenerme, lo sé; pero la adrenalina no me lo permitió. Aceleré a fondo creyendo


que ningún otro conductor haría lo mismo. En cuestión de instantes todo se tornó turbio. Como en un sueño escuché el chirrido de neumáticos. El crepitar de las partículas de cristal estrellándose contra el pavimento, y un sonido escalofriante. Un sonido que aún a veces se cuela en mi consciencia. El sonido de un costillar rompiéndose contra un poste. En un instante, sin darme del todo cuenta, me encontraba sentado en el suelo, a unos palmos de un cuerpo sin vida; doblado en un ridículo ángulo entorno al poste de alumbrado público. Mi visión se nubló, quizá por la impresión, pero pude distinguir una multitud de gente alrededor del cuerpo. Unos gritaban exigiendo una ambulancia, otros se llevaban las manos a la cara, como tratando de ocultarse de semejante espectáculo. También un grupo de personas (que en ese momento no pude reconocer del todo), lloraban con amargura alrededor de él, después de haber llegado corriendo a toda velocidad a su encuentro. Minutos más tarde llegó una ambulancia y casi junto con ella un vehículo del servicio médico forense. Hicieron el levantamiento del cuerpo y lo llevaron a la morgue para hacer la autopsia de ley. Acompañé a los dolientes y al cadáver en todo momento. Se hicieron todos los trámites y se llevó el cuerpo a un servicio funerario, en donde lo prepararon para su velación. El funeral se realizó en casa, solo pude ser testigo mudo de su dolor. El entierro se llevó a cabo al día siguiente, el 2 de noviembre. Día de Muertos. Acompañé el cortejo camino al camposanto. Encendían cuetes que se elevaban hacia el firmamento y estallaban en lo más alto. Arrojaban también pétalos de flor de cempaxúchitl sobre la carroza fúnebre. A pesar de la pérdida; aquello era muy parecido a una fiesta, realmente era una fiesta. La gente se congregaba en el ce-

menterio y encendían una cantidad asombrosa de veladoras. Llevaban comida, flores y ofrendas; que según la creencia popular son compartidas con el alma de sus difuntos, que por concesión providencial regresan de entre los muertos ese día en específico para departir y celebrar la alegría de la vida junto a sus familiares. Entre llanto, flores y guirnaldas lo sepultaron. Permanecimos ahí hasta el final de la algarabía. Al caer la noche regresamos caminando y podía sentir sobre mis hombros la pesadumbre de mi familia. Es extraño, pero desde aquel día algo cambió. Es sorprendente lo que una muerte — una sola— puede causar en quienes te rodean. “La muerte es solo el comienzo” dicen algunas personas. Vaya que tienen razón. Y en el caso de mi familia fue el comienzo de una mejor relación. Mi padre antes inquisitivo y furibundo se tornó en dócil y comprensivo. La sonrisa de mi madre regresó a su rostro y mis hermanos se volvieron los hijos de los que todo padre estaría orgulloso. Hoy es nuevamente día de muertos, el tercero desde aquel día. Hemos vuelto al cementerio, puedo sentir el aroma de las flores, de la comida… Repito en mi memoria el sabor del arroz con leche que preparaba Mamá y me regocijo con cada ofrenda que depositan sobre la lápida. Se reúnen entorno a lo que la mayoría supone es la última morada. Los abrazo etéreamente y noto erizarse la piel de sus brazos. Hoy es nuevamente día de muertos; mi tercer día de muertos. Me pregunto si en verdad creen en la tradición. Si en verdad creen que sólo este día las almas de sus personas amadas regresan para estar entre ellos. Nunca regresan. Y no regresan porque jamás se fueron. Se quedan grabadas; impregnadas en cada rincón. En cada célula. En cada oración.

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Violento y desalmado Jhonny Euán DULCE DIOSA DE MIS HORAS VAGAS y de mis sueños terrenales, ayer te fuiste, agotando mi estabilidad en los movimientos de tu caminar. Hoy duermes en tu silla de maravillas, yo a un lado, te observo, quieto, viendo como lo glorioso de tu cuerpo se codea junto al mío. Somos compañeros, amantes del fatídico momento de desequilibrio. Las hojas acosadas por tus ojos no cesan en su accionar, derriban la abstinencia de tu aculturación. Cruzas las piernas remarcadas en las coordenadas de mi visión. Te observo, más cuando volteas hacia mí sonriendo, creyendo que el cielo nunca dejará de ser azul y que en mi memoria estarás grabada para siempre. Nuestra hora se hace pesada, insoportable y obsoleta. Los ventiladores se hacen protagonistas desde arriba, allí donde eres inferior, y tus senos son el orbe del universo. Haces lo que más amo en esta vida, escribir. Respiras delante de mí sin chocar a mis ojos con los tuyos. No te detienes, yo enfermo como me ocurren todas las madrugadas bajo el efecto de tu constelación. Te levantas y se aproxima el fin de mis intentos por avasallar tu honra, por penetrar tu esfera y robarte todo lo que eres. Me quedo inútil, olvidado como si tu cuerpo fuera el camino a seguir, pero el mismo que no me corresponde. Avanzas enterrándome, de nuevo sin contemplación. Te diriges a la puerta sin el protocolo de historia acabada. Yo hago rabietas en mi ser, no puedo dejarte ir, no otra vez. Pierdo la cordura 42

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y de mis manos salen rayas y deformidades que no son lo que tenía que anotar. Salgo a tu encuentro, dispuesto a rendirme ante ti, amada mía, porque por fin entendí que eres lo que necesito, lo que mi pequeño ser anhela con tanto deseo. Corro, arrastrando mi orgullo, dotado de esperanzas esquivo a las personas, zigzagueo las escaleras y mis adentros gritan tu nombre. Así es amada mía, no puedo dejarte ignorar tu escape, quiero irme contigo, desaparecer a tu lado, descansar en tu regazo, y por eso aceleró en la avenida de la infamia. Presiento que es demasiado tarde, no te veo en las esquinas de la calle ni en los jardines color verde muerto de enfrente. Mi cabeza te busca en ambas direcciones, los autos le dan sonido a mi desesperación. ¿Dónde estás? ¿En la esquina? ¿Junto al coche gris? ¿Con quién? ¿Y yo, qué hago? Si te amo tanto, te necesito, y he dejado parte de mi vida en perseguirte esta noche, cuando decidí luchar por ti. Le aposté a tu cariño, y ahora soy un idiota que lentamente se acerca al vehículo, y se derrumba al simular una sonrisa para ese adiós que lanzaste desde la ventana cuando te alejaste. Me disminuyo, me colapso, y me grita la cabeza: ¡No le pusiste nombre a tu examen de periodismo!


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La verdadera tragedia del mundo Juan Machín Por eso suplicamos a Dios que podamos ser libres de Dios, y que podamos comprehender y gozar eternamente la verdad allí donde los supremos ángeles y la mosca y el alma son uno. Maestro Eckhart

ESA FRÍA NOCHE DE OCTUBRE, Cristina y Juan, como de costumbre, estaban discutiendo hasta porque volaba la mosca. Cristina insistía en que el autor de una frase que había leído por ahí era genial. Juan se burlaba de ella y, mientras ahuyentaba unas molestas moscas pertinaces, le hacía ver que era una rimbombante frase sin sentido. “La verdadera tragedia del mundo no es el dolor sino la consciencia”, releyó Juan arrastrando las sílabas. ¿Qué carajos quiere decir eso? ¿Y por formular una absurda frase estúpida, el tipo es un genio?- le preguntó Juan a Cristina dando súbitamente un fuerte golpe en la mesa, dirigido automáticamente a una mosca que se había parado a un lado de su copa de vino. La mosca voló antes de poder ser alcanzada por el puño de Juan, quien falló miserablemente y terminó derramando el vino por el antes blanco mantel. ¡Pues sí, es un genio, aunque te pongas celoso!- sostuvo Cristina, mientras agitaba una mano, apartando a otra mosca que impertinente amenazaba con pararse sobre su spaghetti, que comenzaba a enfriarse. ¿Celoso? ¡Ja! ¿Celoso, yo? Ja ja ja ja, ¡No me hagas reír! ¿Un genio?, genio quien de cualquier cosa puede crear arte, como un anti-Midas que todo lo que toca se convierte en poesía, música o pintura. Por ejemplo, Machado le escribe un poema ¡nada menos que a las moscas!- dijo Juan sin dejar de dar manotazos al aire, tratando inútilmente de 48

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matar a las moscas que seguían revoloteando alrededor de su cena. Mira Cristina, yo sin duda podría escribir un cuento, incluso una novela completa sobre las moscas: seguramente empezaría con la cita de Wittgenstein acerca de que la meta de la filosofía se resume en mostrar a la mosca la salida del frasco, o con un dato inútil como el que aparece en el inicio de la película Amèlie que menciona que en ese momento en una calle de Montmartre una mosca había dado 70 aleteos por minuto. Podría mencionar la película de “La mosca” en sus dos versiones o escribir sobre la anatomía y fisiología de las moscas, la peculiaridad de tener sólo dos alas, a diferencia de la mayoría de los insectos que tienen cuatro, o su asombrosa capacidad de saborear con las patas o la maravilla que es su sistema visual. Señalaría cómo algunas especies son ovovivíparas, eclosionando los huevos en el interior de la madre y saliendo en forma de larvas, aumentando el asco que nos producen. Recordaría un viaje que intentamos hacer a pie, mi primo Martín, un ex-cuñado y yo, de México a Cuernavaca, y cómo nos enfrentamos a millares de moscas panteoneras en un pueblo perdido, antes de Topilejo… Haría una paráfrasis de “Las moscas” de Sartre o un análisis antropológico de “El señor de las moscas” de Golding. Sin duda, retomaría la sentencia monterrosiana de que en la literatura sólo hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas (en clara, aunque rebuscada alusión a mi primer libro de cuentos), y citaría una que


otra frase de su antología, dándole algún giro o significado profundo… - Juan calló repentinamente al oír el repiqueteo de su celular. Corrió a contestar. Muy animado, platicó por espacio de 8 minutos, mientras Cristina lo esperaba al lado, con los brazos cruzados y mirada furiosa. Al colgar, Cristina le espetó: ¿Quién era? ¡De seguro era una de esas niñitas tontas de veintitantos que te persiguen como moscas en la universidad! No me digas que es Christine, tu alumna que se hace la mosquita muerta. ¡Este es mi tiempo! Al menos debería respetar eso, ¿no crees?

Cristina se durmiera y no continuara la discusión en la cama. Se sirvió otra copa de vino y se sentó a leer un buen rato, hasta que quedó vencido por el sueño.

Juan comenzó a reír. ¡Uy!, ¡La anciana! ¿Acaso olvidas que cuando empezamos a salir hace cinco años, también tenías veintitantos? Pues sí, era Christine que me habló para comunicarme que le fue bien en su defensa de tesis y estaba toda eufórica… ¿Qué tiene de malo?

Dos días después, nuevamente sentada en el borde de la tina, Cristina daba las últimas chupadas a un cigarro. “Bueno, debo reconocer que a final de cuentas, la verdadera tragedia del mundo no es el dolor, ni la consciencia… sino los celos… ¿o las moscas?”- se dijo pensativamente, apagando el cigarro en la tina y espantando las moscas que daban vueltas y vueltas sobre el cuerpo inerme de Juan, que ya comenzaba a oler mal…

¡Eso! ¡Lo reconoces! ¡Sé que son tu debilidad! ¡Y ya estoy harta!- diciendo esto, Cristina se levantó y se dirigió a la recámara, donde terminó de desnudarse y se acostó.

Al día siguiente, seguían enojados, por lo que cuando Juan regresó de correr no le dirigió la palabra a Cristina, quien mecánicamente estaba secándose el pelo en el baño. Juan llenó la tina con agua tibia y se metió sin decir palabra. Cristina se sentó, con la mirada perdida, en el borde de la tina, mientras continuaba hábilmente manipulado la secadora y un cepillo.

Juan tiró los restos de comida, lavó parsimoniosamente los platos, esperando que

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Tres cuentos de Peregrina Varela Rodríguez Inmerecido castigo DEJAR LA VIDA ANDAR A SU RITMO lento, fenomenal; permitir el desprecio de aquel ser que nada significó para mí, que me criticó y denunció por mis acciones. Desear seguir teniendo amistades para presumir de ellas, no para que tengan mi eterna e incondicional confianza; mejor así, dejar la vida andar y contemplar los paisajes que te ofrece gratis. Dejarla y ya, irse poco a poco creyendo que la sociedad mejorará, y tú agotándote en medio de tanta ignorancia y pudiendo escribir como la dama de la pluma, contar las cosas que me han sucedido convirtiéndome en una loca, en el fondo incomunicada, de nuestros tiempos y pidiendo a los que se crean un poco tontos, con perdón, que no las lean sólo una vez; no las comprenderían. Tantas y tantas diferencias sociales, salariales, de costumbres y razonamientos de los días del “hoy por hoy” no se lo permitiría. Fantasmas de arena entraron en mi cama llenándome de pesadillas que hoy, no hiere recordar, tenían armas blancas, y yo presa de miedo corrí escaleras abajo y me puse a llorar como niñita. Volaban, se burlaban, y la arena que me arrojaban impedía ver bien lo que pasaba, esposaron mis manos y me amarraron a una mesa, el teléfono, lejos. Era noche de luna llena, estaba sola… Nadie me visitaría aquella horrible noche.

Alargan el momento del golpe final y disfrutan contándose cuentos que no escuché jamás, de arañas rosadas, cucarachas, moscas, serpientes hambrientas que entraban por la boca de maltratados seres humanos. Decidían mi muerte levantando una espada. Larga mi agonía que aumentaba su dicha. No hay despertador, pronto moriré devorada por ellos y lo peor, sin poder verlo, ni soñar… contarlo. Nadie lamentará la muerte de un ángel que ya no podrá recordar más su pasado lleno de milagros, pasión, ira y gloria: Lo que me daba mi viejo, siempre pendiente de mí, llevándome a todas partes, solucionando mis problemas y dándome buenos consejos, lo que me ofrecía tan barato. De noche la fiesta era otra, sus largos besos y tiernos abrazos; es mi gran amor, jamás nadie me ha querido así, era especial y me llenaba por completo, ahora que se ha muerto ando buscando otro viejo que sea amable y generoso, buen amante y quiera amarme. Año 2006, estoy de vacaciones armada de valor, jamás con pistola, viendo las flores crecer y nuestro pasado removerse. Estoy de vacaciones limpias, no llorosas, que se acaban pero lo pasé bien, paseé, anduve en bici, salí con amigos y algo más que no contaré, que me llevaré a la tumba.

Sus caras deformes, sus manos cuadradas, sus cuerpos esqueléticos del hambre pasada, fue largo su encierro en el viejo baúl del sótano de casa… Era tanta su rabia, ganas de venganza.

Año 2006, quiero conocer Italia, año 2006 que Dios me lo permita, allí a vivir iré. Año 2006 vacaciones agradables, ceremoniosas, dignas de un recordatorio.

Mi temblor de piernas, mi angustia, enfrentarme al momento que no deseaba: mi final, sin ley, sin ayuda, sin Dios, sin fe.

Vivir amando, viéndole los cachos a la vida, a los que me insultan... como mariposa herida voy con poquísima vida por delante.

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Vivir recordando los colores de las flores que intenté no pisar, escribiendo versos que no acaban y viendo tus ojos tan negros, morenazo, talentoso, hombre bueno, que me llamas por teléfono y me das tardes agradables que curan mi pequeña depresión.

ra tragedia, amarlo, quererlo, yo valgo para estar así, pero debo olvidarlo ya mismo pues ha decidido emprender el último viaje por su voluntad u obligado, no me lo ha contado. Que Dios sepa de mis intentos, camino sin saber… ¿y él?, ¿me defenderá?.

Comprar un piso más grande en La Coruña para mis años de vieja, lo haré. Llenaré mis días de felicidad, cuatro habitaciones llenas de felicidad, estará muy cerca del mar, bonitas serán las vistas que se ocuparán de mi inquietante soledad, que cubrirán mis años finales, venderé todas mis cosas y me mudaré, mis planes son esos y los realizaré. Amén.

Creo que... bueno... eso, creo, bueno, es mejor su hijito, él sí que es comprensivo, olvidar lo que pienso sin preocuparme luego, callarse y seguir simplemente viviendo con un plato de comida y buen techo… ¿para qué más?...

Olvidar el lamento y poder vivir tranquila, nada se arreglaría con la muerte de cualquier ser humano, con la desaparición mía, menos. Soy normal como cada cual, soy uno más. Dios desea que viva, olvidar el lamento y amar escuchar los latidos de mi corazón rojo sangre de nuevo, no morir a manos de deshonestos hombres malos, boxeadores de Satanás. Es lo único que pido a los angelitos buenos. ¿Qué es esto triste que me envuelve?, ya con 36 años, veo atrás, veo adelante y mejor... no ver. Cerrar los ojos y aprender a rezar porque Dios es el único que aún me escucha aunque no responda, ¿qué será esto a lo que no me acostumbro y me hace toser de día y de noche pues mi sistema inmunológico se debilita con los pasos de los segundos?, ¿cuál será la salida?, ¿cuál?, vuelve Señor tus ojos a mí un ratito chiquitito. Olvidar lo que siento, ¿para qué pensar más?, es un loco invento sentir en mis carnes la venganza y la bondad, ¿qué fui yo?, olvidar el sustento del alma en el rostro del viejo que me amaba, olvidar lo que he sido pero no con pena ni reviviendo una especie de oscu-

No merezco morir, saberlo, pero olvidarlo, irlo dejando poco a poco, mi corta vida de mujer de difíciles sentimientos que ahora nada entiende y que nadando va por la vida sin un buen salvavidas que le impida ahogarse, con la mirada triste y contando las piedras del camino que recorre tan sola. Andar pensando siempre en lo mucho que no son, no tengo porque irme a negro ni a gris ni al color mostaza, no les serviría de nada. Desaliento, andar así, sin triunfos, sin hombre, sin norte y queriendo viajar al Sur, porque yo lo valgo, y Dios que está tan arriba, “en casa de Dios”, olvidándose de mí porque él no sentiría como yo he sentido, andar pensando, en lo mucho que son, pero en lo poco que valen. Valdrá la pena, ¿seré yo?, dales un castigo, ya vale, concho, rechoncho, conchita, Concha (mi madre), Conchaza... No podría cambiarme por nada, ni por religión, ni por oro, ni por fama. Tampoco por la buena salud ni por la tranquilidad del alma. ¿Valdrá la pena enamorarse de nuevo?. Bueno ya está bien, mira aquí bobo, cara de bobo el que lee. Muy mal ¡eh!, muy pero que muy mal. delatripa: narrativa y algo más

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La felicidad de Enma Murillo Renoir No era de familia adinerada, por eso no creció ni se convirtió en una tonta de tantas, pero llevó golpes, más que si tuviera la cartera bien llena. Uno a uno fue recibiendo cada puñetazo en sus mejillas, que dejaron de ser rosadas y se fueron llenando de lágrimas. Se llamaba Marie Enma. Fue alegre, sus padres la quisieron mucho, fue a buenos colegios, fue buena estudiante y mejor trabajadora, pero no se sintió recompensada por haber sido una buena persona, sino todo lo contrario. Yo era su amiga, sólo eso, y una vez le saqué el novio y me siento culpable, pues tampoco ha sido mío su amor para siempre. También recibí mi lección de abandono, aunque sabía que era encantadora y guapa. Al menos eso me decían. Ahora me veo como ella, en el charco y con pocas alternativas de supervivencia. Sola y con un futuro incierto al que enfrentarme. No quería pensar en las enfermedades, ¿quién me curaría o quién se ocuparía de mí?... Marie Enma era profesora de Geografía e Historia, lo pasaba bien con los alumnos, les enseñaba como nadie los ríos, montañas, playas, volcanes, desiertos y demás partes de este paraíso terrenal. De sus alumnos recibió alegrías… pero nunca tuvo a su niño porque no encontró marido, sino oportunistas. Nunca la quisieron de veras. Por eso decidió dejarlo todo y emprendió aquel viaje. Decían que en Cuba era fácil encontrar pareja, que si eras extranjera te llovían las ofertas. Había que intentarlo, antes que encerrarse en un apartamento con los malos recuerdos y quizás tener que tomar pastillas para los nervios. 52

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Por eso… Marie Enma se fue a Cuba, Marie Enma yo no sé, Marie Enma quiso irse, no sé si la volveré a ver. Quizás allí encuentre algo, el amor de un cubanito, quizás allí llegue a ser libre y no esclava en otro país. Enma se va contenta, va cantando y no llorando. Enma en rumbo seguro para alcanzar su meta, allí encontrará la paz, la amistad, su hombre, su media naranja exacta, la suya y no la de nadie. Por eso Enma se va, para llegar muy, muy lejos, y la cabeza ¿la lleva?... No, creo que la deja, no le sirvió para nada y ella ya no se fía de ella. Se ha comprado un portátil, la cámara digital, ya nadie podrá impedir la felicidad que le espera al otro lado del mar. Te quiero Enma Murillo mi amiga, te quiero y estoy alegre, te quiero porque te quiero y me contenta pensar que por fin vas a sonreír viviendo en aquella isla con gente de otra cultura que te aceptarán como eres, así como tú vas también vas a verlos con los brazos abiertos. Sé feliz y nunca vuelvas la mirada atrás, ni aún extrañándome a mí que soy parte ¿quizás?, de tu mal. Vuela lejos y no regreses, encuentra en los ojos negros de ese caballero del caribe la alegría del vivir y sé “una mujer alegre, abierta y sana mentalmente”. Olvida la depresión, los sinsabores y… los comentarios. Enma viaja lejos, vuela. En Cuba encontrará el amor, de manos de un morenazo, no sé si se lo traerá o si vivirá


con él en aquel paraíso salvaje, pero lo cierto es que con el nuevo viaje la realización personal de Enma va a llegar. Ya suena mi celular, se encuentra en el avión, a punto de despegar para su destino final, de la ansiada felicidad. Cuando iba a Madrid, para hacer escala en el aeropuerto, detrás en el avión iba la rosa de España, Rosa López, de Operación Triunfo, pero ya con rumbo a Cuba no sé con quién se pudo codear en las sillas de esa ave voladora que es el vuelo IB 0365. Sé que no ha hablado con ella, pero pudo escuchar su voz. Y yo aquí con mis gatos, viéndoles tomar el sol y estirarse como nadie; si señor. Que para eso son flexibles, grandes deportistas y con un cuerpo especial. Yo tengo la suerte de poder verles jugar, correr y saltar y también subir muy alto, a lo más alto del mueble de la sala, para luego decir “miau” ya que no saben bajar y yo, que soy su hermanita voy corriendo a ayudarles para que no se caigan y se hagan mal. Veo a Coqueta que se lame su negro pelo de seda y sus ojos me observan riendo y diciendo… que me quieren. Soy afortunada entonces, pues aunque sean mi pequeña compañía, no me aburro y también con ellos experimento nuevas alegrías que nadie sobre la faz terrestre me podrá sacar, pues me quieren… de verdad. Y Enma, ¿qué pasará?, ¿regresará?... el tiempo dará respuesta a mi pregunta. Ahora recuerdo a mi padre, muy feliz en aquel viaje, en que nos venía a ver. Venía con su maleta y su traje beige tan elegante, las patillas recortadas y en los labios un pincel con el que pintar “te quiero” en cualquier pobre pared.

Fue la última vez que le he visto llegar, y que jamás olvidaré pues se clavó como una espada en mi corazón que era tan joven. Aquella sala del aeropuerto con sus vigilantes uniformados, con él… También recuerdo que como venía de lejos le hicieron abrir la maleta… pero, -si es ciudadano español, ¿por qué no confiaban en él, en su templanza, su dignidad, su educación y bondad? Quería a su país, no venía hacer mal. -Señores agentes: mi padre no probaba marihuana, no traficaba con drogas, no robaba, no mataba, simplemente nos visitaba, nos quería abrazar y hacer planes de futuro con nosotras desde aquí, desde su España. Y ahora, Enma se va de viaje muy lejos y tan ilusionada, busca un hombre que la ame, pero, ¿por qué la querrá?, ¿por dinero?, no, no hay tanto… Pero ella podría mentirles y decirles que tiene mucho dinerito, que tiene poder, convirtiéndose esa acción en el preludio de un fracaso, pues es falso. Lo cierto es que Enma ha gastado sus ahorros en ese último viaje rumbo… a la codiciada felicidad. La suya y no la de nadie. Enma, Enma ya lo sé… vas a vida o muerte, a suerte o fracaso, sabiendo lo que puede esperarte, pero ya no puedes más, quieres a tu otra mitad, que puede que llegue a aparecer para quererte de veras. No te rindas, busca hasta el final que algo encontrarás que te llene de dicha a tu edad madura, en tu plena cordura, en aquella que te ha hecho coger el avión rumbo a Cuba. Así es, así lo cuento, no os miento. ¿La atacará?... Sí, mi gatito blanco a mi Coquetita negrita, es su juego, son cual niños de un colegio que se persiguen, se amenazan, se esconden, saltan y gritan: delatripa: narrativa y algo más

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-Déjame en paz o llamaré a mi hermanita, que soy yo. Ahora veo esos ojos azul cielo de mi Tobías que se posan en ella queriéndola hacer su presa. No se lo permitiré, no más sustos y menos a mi negrita que lleva horas en el sofá dormidita como una santita ignorando el ataque por la espalda, el mordisco, la osadía de un macho que quiere intimidarla, puede que porque sea su juego, puede que hasta la muerte y es que no se llevan bien… por eso debo vigilarles, por eso tengo la misión de separarles, aunque en la hazaña, también pueda resultar levemente herida.

No me gusta la incomprensión, los ataques entre mis animales, no porque ellos son ejemplo de tolerancia, de amor, son el mejor calmante de mis nervios y el alivio de mi enfermedad. Llamémosla; tristeza, engaño, impotencia o incomprensión. Aunque tenga que hacerme vieja para poder verlo Tobías y Coqueta se llevarán bien algún día. Son las cuatro de la mañana, Enma ya está en Cuba… quizás yo también tome ese rumbo con mis gatos, con mi pasado, pero también… con la esperanza.

Reflexiones de doña Amapola, flor silvestre. Holocausto en la distancia… tu presencia ante mí, comparecencias ¿tristes?, amor ¿qué será?, que todo te doy y vuelvo a dar… que eres lo mejor, mi corazón rojo y vivo, sin razón ni medida, mi precaución ante ti, sin condición alguna, sin razón ni medida, sin lamentación, mío tú, tuya yo, gran ser, tuya yo, con lo que soy. Los dos juntos, uno somos, que más razón… Una vez… te canté y supe, eras mío, sufrido… ser querido de todos, comprometidos los dos… mi camino con el tuyo, mi bendición de amores, mi locura de las noches, mío, eres mío, sólo mío, mío como el sol al cielo, sólo mío, mío. Perdida por ti en la oscuridad, sabía esta vez por quien, lo sabía, mi corazón de sangre, mi bendición… mío. 54

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Arte de dos… corazón roto, corazón entero, corazón partido, corazón comprometido, arte de dos… amor prohibido: NO PASAR… amor aplaudido: VIVA… amor con sentido: RAZONA, amor consentido, amor mío, criatura, arte de dos… sin razón, sin logística, ¿qué será de nosotros? Los dos… frente a frente, corazón y amor… sin rendición, sin lamentación. Tengo mucho que hacer… ahí fuera, en el frío exterior, ¿será una bendición o una locura de casa de locos ciertas cosas que suceden a los hombres?… Corazón latiendo… tengo mucho por hacer, pero, ¿pa´qué?, ¿pa´ quién?… todo es extraño, criaturas, seres, ¿qué cura?, VIVE… ¿Cuánto más hay que esperar?, ¿a qué aguardar?... te quiero en el fondo real de las cosas, hay que irse… lo sé…


a casa… te quiero en mi verdad… hay que seguir luchando, tal vez, sí o sí. Mi primera ilusión… ya la olvidé… no sé cual fue… si sí o si no… ¿quién sabe?, quiero saber su razón… que se vuelva atrás sin pena, que se desparrame, que se curve su destino, sus ganas, que se vaya que yo quedo, que se acabe que yo empiezo, mi primera ilusión… tú y yo juntos de manos dadas, mi amor… hace falta valor… sin condición, que no valen… poco valor en la cara… los dos, sí, los dos… corazón… Tú… mi primera ilusión. Soy lo que soy… ¿por qué?... siento pena en cada distrito de mi cuerpo, que sin sentido en cada provincia, que conmoción en el corazón, que sinrazón en cada brazo. Soy lo que soy… y lloro con lágrimas muertas y sufro tormentos y lamento no serlo… y veo estrellas en el cielo que me mantienen viva, que me sustentan de pie, que me alimentan con luz, que me ilusionan con ganas, que me enamoran mucho, que me hacen creer, reír… que ahí estás por mí… y las amo. Estrella pasajera… me vigila, yo la llamo peregrina, es más brillante que las otras, es más radiante, rosada. Me enamora con su cola de luz, blanca su luz y asombrosa, esplendorosa y armoniosa, cariñosa. En las noches me sigue, entonces sé: Dios aún me quiere, aún me protege y piensa en mí. Aún le tengo conmigo, estrella peregrina mía y grande que me vigila, que me da suerte, que me guía, que me fortalece, que me cuida, que no me deja. Esa vez… que te he visto supe… que para mí serías. Te quiero, ámame corazón, dame tu amor Amadeo, guapetón donde los haya, dame cariño del bueno, corazón puro, dame calor y brindaremos, dame valor y coraje, dame caprichos del mar cumplidos… que lo son contigo, dame tu bendición en este año 2006… sígueme paso a paso, ámame con

dulzura, bésame con pasión, no me dejes. ¿Para qué escribir?… soledad que me queda, quiero partir a La Coruña, ¿a dónde?, a La Coruña, he dicho… No sé… ¡Uffff! Soledad que me queda, sin ti en el otro lado del teléfono. Hoy no te he visto. Caminé campos y bosques, busqué con la mirada del alma, retrocedí con pasos lentos, lamenté tu pérdida… lloré porque no me quisiste, te llamé, pero te habías ido muy lejos… pero no estabas para mí. Sola, quedé. En el año 2008… bizcochos, panes de jamón, pan de leche, sin sal, sancochos, remolochos, quiquiricolochonos, vida mejor, prosperidad y armonía, bendición del cielo, paz que no tengo en mi ser, me persiguen los desconocidos, lamentos del alma, silencios y sollozos, vacíos eternos que no se llenarán, lamentaciones varias, contemplaciones del destino, miramientos sin atrasos, atrás… adelante que me mareo, situaciones varias que no alcanzo a solucionar. Me acosan las nubes… me obligan a buscar un camino… debo encontrarlo en estas tierras, enciclopedias que no leí ni comprendí para aprender de la vida a luchar, libros que no estudié en profundidad, imposible recordarlos ahora, silencio insoportable de mi interior, ruido que molesta mis oídos, callada ausencia de la tarde gris, tu presencia turbadora, misteriosa esa luz apagada, sin coincidencia llega ahora, sin paz en el alma, sin gloria de huracán, sin más en los dos, mi historia es extraña, tu vida sin mi… todo así. Esto es así porque sí… me expulsan los rayos, me estrenan canciones los enamorados, me condicionan la dulzura, me traicionan el alma, me culpan de culpable, me duele la piel, me entristece el misterio, me quejo de nada, me condeno a muerte… quiero irme lejos de tu lado, quiero perderme en el bosque, quiero delatripa: narrativa y algo más

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volar a otro continente y no regresar contigo. Jamás. Me tocó decirlo a mí… desconocí otras lenguas, para hacerlo ¿qué necesitaría?... me tocó reposar bajo y poco… que trabajo de león… me tocó luchar contra amigos… angustia que no cesa con ellos, me tocó acabar con la ira… sin más, todos juntos, con el corazón roto y sus pedazos en las manos, traicionando uno a uno, vivir en el engaño y con mi suerte, perdida toda por ti… y eso, amigo… es mucho. El terreno de mi padre… y yo no fui culpable de su existencia, le costó un millón de bolívares, vaya corazón darlos… una casa allí quería con todo… sin rebeldía se sentía en paz, hoy recuerdo su cariño hacia el… con el compartía su alegría, me tocó ser culpable de su existencia un día, lamentable suceso que me apunta, que no cuidé del todo… en ver quien me quiere tanto. El terreno de mi padre: el limoncito… que maravilla de tierra que cuidó con tanto mimo, lo sabía, que respiraba, era suyo, le quería, su vida. ¿Qué hacer?... Pido a Dios consejo, bendiciones, razones para la vida, razones para tomar decisiones, buenos pasos me acompañen, acertar en direcciones, no equivocarme, no fallar. Pido a Dios consejo bueno, ir en camino correcto, el mejor, ya sin secretos… que él es bueno, pido a Dios que me cuide siempre, me dé amor, me dé ternura, que le quiero y no descanso si su sueño no alcanzo. Me veo mayor… vieja con ojeras… gorda y fea, gorda disimuladora, me veo torpe, yo que soy lista, me veo que fallé, que me duele todo, me veo caída y me levanto desconocida, fracasada, en la distancia estoy sola, sin nada alrededor, me veo abandonada, con dolor de garganta, mis huesos que no aguantan, mi mirar triste y flaco, y ya no sé… que veo o no… talvez. 56

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Salí a buscarte… y supe… no quiero tanto, sólo el recuerdo de un amor, sólo olvidar cualquier traición, no por error camino por el mundo, mis pies no aguantan, ¿para qué quiero tanto?, me preguntan… si total soy Amapola, flor silvestre… cosa mala o casa buena… cosa traicionera, aunque no sea… no soy nada, para tanto tener… mejor guardo mi espada y busco retroceder, que con poco seré feliz, lo sé. Tener la posibilidad de volver a ser libre… no quiero perderla… quiero ser feliz con cielo y tierra, tener la posibilidad de olvidar todo lo malo, de empezar de cero, que falta me hace,,, tener la posibilidad de olvidarlo todo, no comentarlo, en un rincón del mundo, olvidarlo. Tener la posibilidad de no aguantar más, este papel que no me cabe… que detesto, que me ha hecho infeliz, que me cuesta, que me atormenta, que me ataca… Elegir me tocó… y no me importó, que yo elijo vivir para ti, flor primaveral, sólo el momento espero de poder compartir mi ser, contigo mi secreto eterno, amor, para ti. Te conocí, supe, valías, algo debe haber en el camino, sea lo que sea, no retroceder, no dar pasos atrás, vencer, querer, poder, lograr, no buscar más, que ya estoy bien con esto. No poder fallar… ¿en este mundo?, que consecuencias hay así, no poder fallar, vagabundo, llévame lejos de ti, elegir todo o todo, me quedo con lo segundo… sea cual sea mi vida, que no peligre, creo en Dios, que me cuida, nos bendiga, nadie nos haga daño, nos protege, nos cuida mucho, nos perdone, nos abra caminos, que falta hacen. Vuelve en abril para ver como estás… que te quiero ver, que te quiero conocer, que te quiero amar, aventurar futuros que juntos viviremos, ven en abril amor, algo importante tengo para ti… mi corazón, mi calor, mi ful-


gor, mi latir, mi sentir, mi tic tac, mi chucho chu, mi taca tác, mi luz, tú y yo. Mis clases de francés… que yo me sé, no fracasaré en ellas, lograré amor, graduarme, paz por todas partes, elocuencias, aventuras, compañerismo, saber más, aprender, poder hablar con los míos, que están en París… que quiero, que aprecio, que deseo ver, que adoro. Me arruinaron la vida los insectos… que pesadilla, que vergüenza, que falta de tino, que sin razón, que perdida de amor, que traición, la tuya, que falta de condición de seres humanos, ya no quiero vivir para ellos, estoy muy aterrorizada, muerta, creo que sí, creo que así, he muerto pero sigo viva, Dios me quiere así… le respeto y le quiero, le pido consejo del bueno, le sigo, por él me muero, aunque no le pido la muerte. Era mejor estar sola… que intentarlo de nuevo, de nuevo el silencio… miedo a la muerte triste, que traen ellos… de nuevo quererte, amor… a ti, nuevo ser de mi alma, y peligro constante. Tener miedo de nuevo a todo, amor de ninguna parte viene, porque a todos aniquilan, tengo miedo y me escondo, es imposible vivir así, no puedo más… ¿por qué apareció él?, ¿qué le hice yo?, ¿qué mal cometí?, ¿por qué fracasé?, prefería seguir sola y en silencio antes que estar con él. Siento no ser la persona que se busca en la biblioteca… en la sombra… distancia eterna que nos separa, me malogra el alma herida, siento no ser o sí ser ella, siento pena en el silencio, quiero morir lentamente, todo me da tristeza, nada me da vida interior, me muero, pero sin dolor… me van a matar, pero aparecerá una barrera puesta por Dios, para protegerme, pienso… porque le importo, o eso creo. Morirme y que no me ayude… ése será mi tormento. Todos me hacen daño en el alma, me matan…

Quiero a la virgen María… como jamás creí hacerlo, la quiero con ganas, siento amor por todas partes. Lamento no tenerla cerca ahora, mi señora, consuelo que busco en pensarla, en quererla, en mirarla, en adorarla, en comprenderla, la quiero y querré siempre. Quiero a Jesús ¿por qué no?... le adoro, pocas veces le recé hasta que le conocí… entonces aprendía a quererle, no quiero fallarle, imploro su ayuda, quien no la desea es que no le conoce. Segura estoy, la historia contó historias falsas, ya que él es maravilloso. Soy feliz, desde que supe de él… y le acepto, pido ayuda y consejo, sé que nos quiere, que tengas siempre mucha suerte. Invítame a soñar… el cielo y las estrellas quieren que las prometa, ¿quién soy yo para eso hacer?, no soy nadie más que uno más de los 6000 millones de habitantes de la tierra, invítame a soñar que el mundo es bonito, ¿qué va a ser de mí?, Dios bonito, protégeme, que hace falta, protégeme, que necesito, te pido ayuda, te quiero, te suplico ayuda… Como deshacerme de ella, si odiarla sigo, sé que debo olvidar ese sentimiento, me ha hecho mal, pero cuesta olvidar, papel que me toca representar, Adiós al rol. Que no seas así… La Coruña calmará tus ansias y recuperarás las ganas de vivir, ando con pasos burlescos, pero vence. Noticias nuevas… sentí tu ausencia, caliente en la selva, he nacido así… me llaman lamentadora, pena de señoras, he nacido así… llámame como quieras, quebrantadora, gorda, fea, arrugotas, he nacido así. Me quiero morir, nadie lo comprende, yo he nacido así… Mientras todo se rompe, yo también lo hago… quiebros y malos caminos… he nacido así. Dios que todo lo ve… le pregunto si nos quiere… si nos añora un poco, ¿qué piensa de delatripa: narrativa y algo más

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mí? Dios que todo lo sabe, mida todos nuestros pasos, nos conoce uno a uno, yo lo pienso así… ¿qué va a ser de mí?... me tratan mal, todo tengo que aguantar… Dios por favor, sé justo… que no me hagan más daño, sácame pronto de aquí. Indiscreción… solamente tu voz susurrante, perturbadora de la mañana buena, noche que no cesa de llamarme, tengo miedo a morir de pena, últimamente no fui feliz del todo, sin condiciones, la la la… lamentaciones del viento son, sollozos infragantes, locuras varias, sigo queriéndolas ya que soy rara, pero también fallé en el cometido, no tengo remedio en mi ser, males que me quedan, indiscreciones que no habrán valido la pena… de mi latir constante y cesante, palpitaciones rápidas, vibraciones del corazón, alma con dolor y lloro. Son las 22:36 h… de la noche, todos se rieron de mí, dice la luna lunera, no les caigo bien, lo sé… me da igual, a mí que más me da, desconozco la razón, el motivo, pero no soy como ellos, jamás lo seré, por naturaleza no me nace y amo a la luna cascabelera… no soy feliz así, sin rumbo, sólo a ellos en mi ser, sea como sea, aunque sea poca cosa, pido, perdón… Alguna vez siento ganas de gritar… siempre lloro de pena, hoy dormí cuatro horas en la tarde que me hacían falta, me hicieron bien, lo sé, me reanimaron, me premiaron, me

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tranquilizaron, me posicionaron para seguir adelante, en la dicha y la armonía, en la paz profunda, y la paz del sol quiero. Entre los dos corazones… rotos… con vidrios en el suelo, vibraciones insalubres, osadías, valentías necias, rebeldías sin calificativos, última cena que llegó, pero en aquel entonces no debió ser ya que aún era necesario y lo sería siempre. Intenciones que no pude soportar, siento haberles fallado tanto, inconmensurablemente, lamento haberles olvidado un poco, sin medida. Estoy llena de pecados por todas partes, auxilio, ayuda pido… ¿por qué no me acordé antes?, estas son sólo reflexiones… Ellos no están bien... tuvieron la costumbre de odiar, de matar, y ahora les tengo delante. Fueron criados para eso y les salió mal, se van a ir a otra parte, yo quiero a los míos. A ellos solamente... no se dan cuenta de como están, se van a hacer un largo viaje sin retorno uno a uno, dice el elefante al león, y el león le contesta: es así la naturaleza, la ley del más fuerte, el villano triunfador, del cruel, el peor, no les culpes, yo también soy así, aunque no como el hombre, yo lo hago para sobrevivir en medio de mi selva. Y el elefante responde: como decía Simón Bolívar: “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.


Presentación de El canto de la estirpe y un comentario sobre la traducción* Fernando de la Cruz

S

OY FAN DE LA POESÍA EN CUALQUIER IDIOMA.

Y mi experiencia gozosa con poemas de Humberto Ak´Abal, de Feliciano Sánchez Chan, de Briceida Cuevas Cob y, más recientemente, de Isaac Carrillo Can me permiten declararme también fan de la poesía maya. Al primero lo leí en efectivas traducciones al español, en la revista Casa de Las Américas, y en una grabación con la lectura de sus poemas onomatopéyicos en maya quiché. A los maestros Briceida, Feliciano e Isaac los aprecié sobre todo a partir de la maravillosa traducción al inglés que Jonathan Harrington ha hecho de su obra poética, basándose tanto en los originales en maya como en las versiones al español. En el contexto de este gusto personal, celebro el que llegue ante mis ojos la poesía de Windernain Villegas. Su libro U K´aay Chi´i´bal/ El canto de la estirpe es una celebración lírica de la cosmovisión maya, con un profundo sentido religioso desde su identidad actual. Hay alusiones a las etapas de la Creación del hombre en el Popol Vuh; hay la preocupación por la sequía pero también hay una descripción lírica de ceremonias rituales como el ch’a-chak (con el consiguiente don divino de la dulce lluvia sobre los maizales); hay la celebración del fértil vientre de la tierra; hay alabanzas a diversas deidades mayas; hay referencias a las ciudades antiguas y se vive con todos los sentidos la exuberancia del paisaje local. Por sobre todo esto, hay poesía. No en vano, por

este libro, su autor fue reconocido con el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas, 2008. Un denominador común en este libro es la metapoesía: las continuas referencias al oficio cantor, a la palabra o la voz (t´aan), incluyendo la oralidad y la escritura, y esta escritura se evoca tanto desde las piedras labradas como desde la construcción de los poemas que hoy presentamos, y mediante declaraciones explícitas como la inclusión de motivos simbólicos: las flores, el hermoso trino del cenzontle y la oropéndola, el timbre del caracol, etc. Un breve y magnífico poema nos ejemplifica esta cualidad metapoética:

Ritual bajo la selva La selva tiene pulso, sí, está latiendo. Con chispas de luna atizo la fogata, y acompañado de grillos elevo a los dioses el incienso de mi voz. (Pág. 121)

El original en maya es K´uubal yáanal k´áax (Pág. 45).

* Texto leído por su autor durante la mesa presentación del libro El canto de la estirpe, de Wildernain Villegas, en el marco de la primera Feria Internacional de la Lectura Yucatán, FILEY 2012. delatripa: narrativa y algo más

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Pero también hay un tema que esta edición del CONACULTA y la Dirección General de Culturas Populares nos invita a discutir con seriedad, que es el de las traducciones al español de la literatura en lenguas indígenas. El texto en español no se encuentra libre de asperezas, errores de sintaxis, leves pero significativas faltas de ortografía y problemas de puntuación, además de que no en todos los casos encontramos un ritmo sostenido. Hace falta que el traductor sea un poeta en la lengua meta (en este caso el español) para que construya nueva poesía a partir del original. Como ejemplo, la arrítmica línea “Sonajea lluvia en los cabellos de la iglesia” (Pág. 131) sonaría más natural y cadenciosa con un artículo y un encabalgamiento, resultando: “Sonajea la lluvia en los cabellos / de la iglesia”. Por otra parte, conviene construir metáforas a partir de elementos concretos que con abstracciones. Hay ejemplos

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hermosamente logrados como las líneas “eres el cántaro donde bebo la mañana” y “Quemo para ti el copal de mis palabras” (Págs. 137 y 138); “Te encomiendo el maíz de mis latidos […] Alux, bebe esta ofrenda / Que el sakab alimente nuestro pacto” (Pág. 143). Pero hay casos en los que la metáfora no se percibe con los sentidos y se disuelve en el sonido de las palabras. En suma, los poetas en lenguas indígenas merecen que las instituciones culturales no solamente los publiquen sino que lo hagan con un criterio editorial serio. En este libro no figura el nombre de ningún editor ni corrector de estilo sino sólo el de la persona a cargo del diseño de la colección. El peligro de esto radica en que se pierda el respeto de los lectores hispanohablantes quienes tristemente juzgan a los poetas a partir de las traducciones al español.


Autoservicio Carlos Martín Briceño LA CHEROKEE ESTÁ DETENIDA a un costado de la vieja carretera que lleva al puerto. Es una vía poco transitada, perfecta para las intenciones que llevan. Ya de salida, a instancias del muchacho, el hombre se animó a comprar una botella de tequila barato y unos vasos desechables. El sabor terroso de la bebida ha invadido sus papilas y comienza a marearlo. Fervoroso por el alcohol, el muchacho no ha parado de hablar desde que subió a la camioneta. Llegó hace unos días de la capital con la intención de seguirse a Playa del Carmen. Allá, dice, lo espera un empleo que le hará ganar muchos billetes verdes como animador en un All Inclusive de cinco estrellas. Bebe con avidez, de cuando en cuando eructa y se limpia la boca húmeda con el dorso de la mano. El hombre observa los brazos lampiños, fuertes, bronceados e imagina cuántas horas de gimnasio le han de costar. Se le dificulta ver la imagen de este joven tan varonil dando clases de aeróbicos a extranjeros junto a una piscina recién clorada. —A mis padres no les importa lo que haga, ni siquiera saben dónde estoy —dice, antes darle un nuevo trago a su bebida. El hombre lo escucha sin prestar mucha atención. Su mente regresa a una caballeriza apestosa a boñiga, donde algunos tablones se han dispuesto para salvar el excremento, y en la que uno de sus primos mayores y él han decidido entrar a cambiarse de ropa para meterse al mar. El siseo de las olas llega hasta sus oídos junto con la voz que murmura: vamos, se siente bien rico, date la vuelta, es lo que sigue. Así hasta que el sonido hueco

de pasos que se aproximan le da valor para zafarse, no como Rodrigo ahora, el muy puto ha venido hasta aquí por su voluntad, sin que lo presionen, sin susurros en el oído ni nada. —¿Tiene cigarros? Señala la guantera por respuesta. Gracioso que a estas alturas le siga hablando de usted. Media hora antes, sin gota de retraimiento, el muchacho lo había abordado por sorpresa. Fue mientras escogía el cereal Nesquick Duo con chocolate blanco que tanto le gusta a Chema, su hijo menor. Me llamo Rodrigo, dijo, y tendió una gruesa mano, al tiempo que sonreía con sus dientes grandes y blancos. —¿Viene solo? La pregunta, desde un principio, parecía tener doble intención. Pudo ignorarlo, dejarlo ahí, pero reflexionó: son pendejadas mías, figuraciones. —¿Qué no ves? —¿No le molesta si platicamos? ¿Platicar?, recuerda haberse cuestionado. ¿Qué iba a platicar con este cabroncito que podría ser su hijo? Se serenó, pero Rodrigo —alto, rubio, barbilampiño, un lunar cerca de la boca— lo había puesto nervioso. Era el mismo con el que cruzó miradas al entrar al autoservicio y al que luego descubriría deambulando por los pasillos. Tengo prisa, amigo, es domingo, mi mujer me espera para cenar, debió decir, pero en lugar de eso se olvidó de la lista de compras y, dejándose conducir por la vanidad, accedió. delatripa: narrativa y algo más

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Se lleva el vaso a la boca, el licor quema su garganta. Tanta plática comienza a hartarle. No ha venido hasta aquí para hacerla de psicoanalista, tuvo un fin de semana largo, demasiado alcohol, desearía acabar pronto, largarse cuanto antes. Basta ya de hacerse pendejos. —Ven, acércate —ordena. Toma la mano izquierda a su acompañante. Jalonea un poco hasta que consigue colocarla encima de la hinchazón bajo la bragueta. —Esto buscas, ¿verdad Rodrigo? El otro no dice nada, aprisiona la entrepierna. Sin embargo trasluce nerviosismo, sus ojos escudriñan los alrededores. —Tengo ganas de orinar —abre, librándose, la portezuela. —Anda, ve, prepárate… Pu-ti-to —suelta el adjetivo con desprecio, lentamente, remarcando, para dejar en claro quién domina a quién. El joven se adentra en el monte. Bajo sus pasos crujen algunas ramas secas. En la camioneta el hombre enciende un cigarro, da dos fumadas, aspira hondo y, en tanto el humo invade sus pulmones, entrecierra los ojos cuando le parece escuchar el chorro fuerte de orina joven sobre la hierba. Una punzada de electricidad trepa por sus ingles. Su cerebro regresa otra vez a la caballeriza húmeda, hedionda; el olor en el recuerdo lo altera, lo catapulta hacia este instante, el ansia royéndole el sexo, la respiración que se acelera. Al cabo los sonidos de la noche y el tequila lo relajan, quisiera abandonarse pero necesita permanecer despierto, los sentidos bien abiertos para lo que vendrá. Hubo un tiempo en que se creyó a salvo, ajeno a esta avidez de la que

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nadie, excepto él y el psiquiatra que alguna vez se animó a consultar, conoce. “No tiene porqué angustiarse, lo importante es el rol que decida adoptar en la vida. No hay nada que la medicina moderna desconozca”. Hijo de puta. Lo mantuvo dopado y confundido mucho tiempo. Da una nueva calada al cigarro antes de aplastar la colilla en el cenicero. Entonces comienza a sentir pesados los párpados, la cabeza embotada. ¿Por qué no ha vuelto este cabroncito? Se está haciendo tarde. Abre la puerta y sale a buscarlo. Pero en cuanto enfrenta la noche se tambalea. En su afán por no caer se recarga en la parte trasera de la camioneta. A duras penas consigue abrir una portezuela donde se deja ir encima de las bolsas del supermercado. El cereal Nesquick Duo se desparrama. Un olor picante a vainilla y chocolate invade la cabina. Le falta el aire, la vista ha comenzado a nublársele. —¡Auxilio! —su grito atrae por fin al joven. —¿Qué pasa? —Ayúdame, por favor. —¿Se siente mal? —Parece que el tequila… —¿Está de verdad mareado o sólo quiere sentirme cerca? —le acaricia la cabeza, lo mira con lástima. Con mucha dificultad el hombre se incorpora. Observa la sonrisa que domina el rostro de niño, los dientes blancos y grandes. —Algo le pusiste a mi vaso, cabrón. —Relájese. Pu-ti-to.


Si todo cubano fuera como Niurka Adán Echeverría Y QUÉ ES LA VERDAD, preguntó Pilatos al Nazareno. Los años se fueron acumulando en las bibliotecas, en los archivos. Se descubrieron mundos, se trazaron nuevas rutas a la civilización, la sangre corrió para que esa manoseada verdad fuera dictada por los vencedores, quienes escribieron la historia. Hoy pervive retorcida. Los avances tecnológicos dieron voz a aquellos perdedores; y desde entonces individuos, pueblos, naciones enteras, se animaron a contarnos otras versiones de la verdad, al grado que una actriz de nombre Niurka nos dijo retadora, sosteniendo en sus torneadas piernas, portento de cuerpo digno de magistrales esculturas, capaz de perder a muchos hombres y llevarlos hasta la locura, esa hembra poderosa nos dijo, y de frente, Y esa, esa es Mi verdá. Fue entonces que toda la cultura cubana se sintió ridícula. Los pasos perdidos de Carpentier, Paradiso de Lezama Lima, por no decir más, fueron tirados a la basura, porque, con base en esa sentencia hecha por la actriz, el revuelo fue tal, que sucedió que no pasara ni un solo mes para que saliera el libro titulado Mi verdá, y que tuviera una revirada en cine casero, para desmentir esas verdades, apoyados en otras versiones del caso, en el papel de la actriz, otra joven cubana enamorada de la sencillez de la primera, se encargó de decir una y otra vez hasta formar el mito, Esta es mi verdá. La isla había abierto sus puertas a regañadientes, las torturas, el hambre, la persecución que se predica siempre contra uno de los últimos bastiones del fallido comunismo en América dejó ir de sus tierras a esta fenomenal actriz, en la adolescencia; esta prófuga mártir del consumismo y el marketing, cuyos calendarios han brindado horas de felicidad a los mecánicos, a los bailarines, sin olvidarnos de que el mundo gay y travesti, la han elevado, en ocasiones, encima de figuras intelectuales como Gloria Trevi. Niurka ha hecho escuela. Es por eso que ahora la estudiamos en clase de historia, porque justo es que ustedes sean las Niurkas del mañana, capaces de luchar y salir avanti siempre avanti, de todo escándalo que se suscite en las televisoras, en la farándula, que tanto ha hecho por nuestras libertades. Así que a partir de hoy, señoritas, justo es que practiquen la frase de Niurka. De pie, frente al espejo, mírense, y con mucha fuerza de voluntad piensen en todos los problemas que las aquejan, en esos fallidos noviazgos, en todas las veces que las feministas sombrías se han burlado de ustedes, y entonces con decisión, griten: Y esta, esta es Mi Verdá.

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Dos cuentos de Antonio Reyes Carrasco Fragmento(s) SON ECOS. Sonidos de madrugada. A ciertas horas se alcanzan a escuchar más nítidos. A veces, cuando logro conciliar el sueño, me despiertan: iiiiiiiiiiiiiiiiiiiikkkkkkkk, crrrrrrooooooooommmmmmmmm, caaaaaaaaaaappppllllluuuuummmmm. Algo se arrastra en la sala. Lo he visto, al menos su sombra. Y las paredes gruñen. Me viene a visitar. Ahí está de nuevo. De alguna manera nunca se ha ido, pero ahora su pulsión, su vibración se alcanza a sentir mucho más intensa. Alrededor todo sigue cayéndose, todo se lo lleva la chingada. No es nada nuevo. Tener que seguir de manera rutinaria ciertos movimientos, ciertas reacciones, gestos ensayados. Y la pesadez. Esa bruma densa en el espacio, en el ambiente. Lavarse las manos, desayunar, cagar, lavarse los dientes en stand by. De pronto la realidad se evapora cual vaho putrefacto. Me da asco la sensación de certeza, náusea. La náusea de la certeza de la realidad. Y esto es porque no hay nada certero, ni la realidad misma y adentrarse a este vacío, este vacío que yo mismo he alimentado en mi interior, requiere cierta dedicación suicida. Está bien, me digo, he vuelto a crear mi espacio. Mi trinchera. He apagado las luces. Así, oculto en la oscuridad, escribiendo en la oscuridad como un cobarde. Patán ridículo y bufón de su propia existencia. Algo así como un sinsabor pulula en mi boca, en mi alma. Y el silencio también aparece, después de los ruidos. El silencio y su amedrentador estruendo. Las paredes están vibrando. El suelo vibra. Todo en la oscuridad vibra. Se alcanza a escuchar el zumbido de un cascabel, 66

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el siseo de gárgolas que son esculpidas por el viento. Afuera la noche lame las fachadas de las casas, el cielo despejado alumbra con sus estrellas como una explosión atómica que de pronto ilumina todo con su caos, un hermoso y desquiciado hongo de luz. Y una luna partida a la mitad, como suspendida de un hilo hasta allá arriba, como péndulo mágico e imantado, derrama su enervante palidez y nos baña a todos. Recuerdo haberla visto en el asiento del taxi, antes de llegar a casa, mientras alucinaba por el ácido que había consumido hacía unos momentos y del que ya sentía su efecto. La luna me seguía en el trayecto, enredándose en las ramas de los árboles, deslizándose por los cables eléctricos y las azoteas, deteniéndose en algún tinaco a cada semáforo en que el taxi se paraba. Mis ojos drogados llenos de LSD y de luna, su brillo grisáceo inundaba mi rostro, mueca de muerto prematuro embelesado por su amada eterna. La verga comenzó a punzarme. Una hembra, una hembra, ansié. Marcar un número en el celular, el que sea, alguna amiga que quiera derraparse con compañía para soportar el estertor. Alguna amante disponible para restregarse bajo las sábanas de este ridículo escapista de la cotidianeidad. El saldo de mi amigo está agotado. Diantres, pensé. Una puta, una puta cualquiera. Vete por la 5a norte, ordené, donde están las putas. Yesenia, oh puta amiga. Yesenia, oh puta que brinda calor a cualquier imberbe trasnochado borracho o escritorsete de mierda como yo. Yesenia que sonríe ebria y se sube al taxi con su derroche de lujuria y putería de labial


rojo fuego embarrado y vestido arriba de las rodillas y hooooooolaaaa papi dónde te me habías metido ya casi ni te habías dado tu vuelta por acá a dónde me vas a llevar a coger? Así de sencillo es con las putas. Sin protocolos, sin preámbulos, a lo que te truje chencha. Yesenia además es una gran amiga de tiempo, puta de la vieja escuela, treintañera casi rayando los cuarenta, aficionada al tea baggins y gustosa de tragar semen hasta hartarse. Vamos a mi casa, le dije. Órale pues, pero antes pasemos por mis polvitos mágicos ¿no papi? Qué pasó pues, si ya vengo armado, y le tiré la bolsa de coca en sus piernas descubiertas. Ahora sí, adonde te había dicho antes, camarada. Y el taxi nos trajo a casa. En la sala, ella bebiendo una cerveza Modelo en lata, yo tomando un Dr Peppers edición especial, en el espejo abundantes líneas de cocaína, acelerados ambos. Poncha un churro ¿no? Sus ojos parecían que iban a salirse, su respiración era agitada. ¿Me puedo bañar antes? Claro, ya sabes. “Con agua y jabón se lava la leche del otro cabrón”, pensé. Puse música, recuerdo. Puse algo para ponernos en ambiente, recuerdo. Algo de jazz, específicamente a Pink Freud, para adentrarnos a estepas ondulantes más fogosas. Pero entonces comenzó a surgir. Este asco, estas náuseas tremendas, ganas de vomitar hasta vaciarme y quedar desmayado, perder el sentido de tanto vomitar. Yesenia salió desnuda del baño, empapada, sus pechos relucían provocativos, los pezones se enarbolaban en una rica aureola oscura, un tentador y breve monte de Venus, rasurado recientemente, marcaba el camino a seguir hacia esa caliente vagina dispuesta a recibir todos los falos posibles durante una sola noche de trabajo, quizá en una de esas siente algo, alcanza a sentir algo, verdadero placer y no fingirlo, no pujar nada más para satisfacer al cliente. Quizá un poco

de diversión entre cliente y cliente, como en ese momento, como en ese instante en que caminó por la sala hasta llegar a un lado de mí, que me encontraba sentado en una silla, frente a la mesa, y ella con una sonrisa que podría tacharse de angelical me pidió un jale más. Yo desnudo, con la nariz blanca y con la verga parada, punzándome fuertemente. Yesenia colocó un condón y se montó sobre mí, dándome la espalda, quedando frente a la mesa, para poder inhalar mientras cogíamos. Yesenia inhalaba y se movía hacia arriba y hacia abajo, recorriéndome lentamente, apretando con sus paredes vaginales. Un violento saxofón inundó la sala con su aullido y comenzó un incendio alrededor de nosotros. Pequeños demonios como enanos deformes y ninfas extasiadas se revolcaban, fornicaban cerca del librero. Una grieta comenzó abrirse en el suelo, justo debajo de donde estábamos y entonces sentí temor, un verdadero pavor. Pasé mi mano derecha por el cuello de Yesenia y comencé a apretar fuerte. Ella intentó zafar mi brazo de su cuello pero de pronto cedió, se dejó apretar por mi abrazo asfixiante. Sentí cómo se me hinchaba más el miembro, cómo su vagina apretaba fuertemente mi miembro, sus pujidos eran como los jadeos de un animal, un cerdo en el matadero, una perra aullando a la luna mientras está trabada con su perro. Yo no dejé de apretar, al contrario, apreté más fuerte, ella se movía más y más rápido, algo subía desde mi espina dorsal hasta mi pecho que estaba a punto de estallarme. De pronto ella con una mano tomó el espejo con la coca y me lo estrelló en la cabeza, de un salto se separó de mí, aventándome hacia atrás con todo y silla. Yesenía tosía y se retorcía en el suelo, su cara era una mueca de terror, de asombro. ¡Maldito loco! gritó. Yo no comprendía, no entendía que había pasado. Comenzó a vestirse, tomó su bolso, me pidió dinero, se lo dí delatripa: narrativa y algo más

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desconcertado, sin mencionar palabra alguna. Al abrirle la puerta se fue diciendo que no la volviera a buscar ¡pinche loco, si te veo de nuevo te mando a matar hijo de tu puta madre! Ahora, solo. Los ruidos de madrugada, algo se arrastra en mi sala. Hay cerdos retorciéndose en la sala de mi casa. Soy un cobarde, pienso. Una vez más tratando de ocultarme en las palabras que se van desparramando en el papel. Ja, he aquí mi propia trampa. Yo mismo aventándome al vacío. No pensaba matarla. No iba a matarla, cómo crees? me digo. Y si la hubieras matado? Una sombra se desliza furtiva hacia aquel rincón, donde está el lavabo. Y si de verdad la hubieras matado, pendejo? Qué estabas pensando? Qué esperabas? Qué buscabas, en qué momento has perdido el sentido de los límites de la realidad? Porque hay que aceptar que ya ciertas reacciones también son de animal. De loco. El típico buen empleado clasemierdero, bien vestido, peinado adecuadamente, además escritorsete y en la mente un desquiciado. Pero principalmente un cobarde, un perdedor. No pensaba matarla. Entonces ¿por qué tienes aun esa erección evocando un momento que no

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ocurrió pero que al rayar en tu mente ese velo aturdido te provoca el espasmo que ocasiona ese arqueo de licántropo asesino? La luna se cuela por la ventana, ahora todo se ha iluminado con su luz. Salgo desnudo al patio aun con vestigios lisérgicos. Aun con este calor y vacío creciendo adentro de mí. Polvo de estrellas brilla en el piso y me tiro sobre él, boca arriba, mirando directamente a la luna partida por la mitad, es una cómplice más, una noche más. Comienzo a masturbarme ahí tirado en el suelo, evocando a nadie en específico, sólo me dejo bañar por la luz de la luna y sigo hasta eyacular e imagino que mi semen llega hasta el cosmos, que salpico a la luna con mi semen. Y me quedo ahí tirado, ahí me duermo, mientras adentro la casa cruje, la casa se cae de poco en poco. Adentro de la casa y afuera y adentro de todas las casas y dentro de mí y en la luna y en el universo todo vibra, todo tiene un propio sonido, el sonido de una explosión en cámara lenta. Todo tiene su propio sonido de su propia explosión interna, un incendio primigenio. Adentro de la casa son los ecos. Algo se arrastra en la sala.


La galería: la morgue de la plástica (y otras artes visuales) LA

GALERÍA

(YA

SEA EN MUSEOS, CENTROS

CULTURALES, OFICIALES O NO, ET AL)

se ha convertido en un lugar donde predomina un solo tipo de arte: lineal, repetitivo e insulso. Arte institucionalizado. En la galería abunda el canon, el dogmatismo, la necedad y el cliché. El artista no es más que un re-productor en serie, la obra como un producto más del consumismo sin razón y per se. Productos vacíos que hacen eco de lo nefasto en las paredes de ese espacio mortuorio: algo así como una morgue fría y sin oportunidad para la catarsis. Si el diálogo que se establece entre la obra plástica y el espectador, el ente receptor, es en sí un diálogo que se da en silencio, esto no quiere decir que debe ser un acto pasivo, irreflexivo y que entrañe pereza. Al igual que con cualquier otro reactivo del arte, la riqueza de dicho diálogo depende de la inteligencia creativa y de la propuesta del artista. Pero qué se puede esperar si la institución es quien regula los lineamientos para que una obra de arte sea catalogada como tal. Qué se espera si el “artista” entra en dicho juego de manera complaciente. Qué esperar si la galería no es más que un pretexto para regodearse de una intelectualidad inexistente, para pasearse como zombie mirando las (s)obras expuestas con una copa de vino barato en la mano y hablar y hablar sin parar de “arte contemporáneo”, de la “plástica contemporánea”. Pláticas-desechos que terminan en un gran cesto de basura; y ahí se quedan, ahí se pudren.

propuesta se encamina hacia el arte lúdicoconstructivo (pero dándole más importancia a lo lúdico y a lo experimental, no como pose, sino como vía creativa de escape de un entorno anodino y solapador de artistuchos plásticos mamadores de becas gubernamentales) La ciudad como espacio para la catarsis, las calles, las paredes, los parques, las esquinas. Todo espacio es un espacio para el arte. La confrontación con el espectador para que pueda darse el acto catártico. La propuesta es la deriva, los actos situacionistas, las intervenciones urbanas y, por qué no, a espacios institucionalizados para provocar el cuestionamiento y la inquietud. A sabiendas de lo que acontece en la galería, la propuesta es la irrupción artística que nos re-plantee la reflexión. La propuesta es la de-construcción de los tópicos del arte, de la manera de hacer arte. Aún a sabiendas de que estas propuestas no son nuevas. Por ello, re-configurarse o morir con ellos. Estar en la morgue.

La propuesta es el giro, la vuelta contundente de tuerca y de hoja a esta situación. La propuesta es el re-planteamiento de lo establecido, tumbar dichos cánones y dogmas. La delatripa: narrativa y algo más

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Jazz in Mérida Nidiviney Salazar QUIERO ESTAR LIMPIANDO LA MESITA, más bien, las mesitas de ese lugar que me parecía maravilloso, sobre todo cuando no había gente y solo estábamos el sonido del disco de Dave Brubeck, Deyvid y yo; así era cuando realmente pensaba en lo afortunada que era mi existencia. A partir de las 7 de la noche y dependiendo del clima y del humor de la gente, la noche transcurría ya sea llena de gringos, o llena de señores y señoras que antes de irse al motel que estaba enfrente, decidían pasar a disfrazar su lujuria con el traje de una romántica cita en el club de jazz. Hoy me acordé exactamente del día que el lugar cerró, estaba nublado y lloviznaba por ratos, yo debía ver a Deyvid y ayudarle con su español para hacer las aclaraciones pertinentes con la dueña de la casa, -casa que él había convertido en un lugar surrealista- en medio de una calle en donde solo los semáforos y Jorge -el señor que estacionaba los autos invisibles- eran los únicos que daban vida a la calle 56 del centro de la ciudad. Era un domingo y Deyvid lucía ansioso, ansioso de que nada de esto hubiera pasado, nada, quizá el deseaba que el club de jazz jamás hubiera existido, esto por el hecho de evitarse el doloroso momento en el que todo el trabajo y la soledad con la que construyó el lugar, un día no fueran nada. Llegue al lugar a las 10:00 de la mañana. Deyvid era un iraní que desde adolescentes fue a vivir a Los Ángeles, California, para cuando yo lo conocí tenía ya 70 años y era un gringo más, pero diferente en todo, en su percepción del mundo, en su altura, en el color de su piel, en su cerebro, el creía en la

trascendencia de la vida, el cuidaba su salud, fue deportista, tuvo una bonita familia con una mujer pelirroja, tuvo hijos, tuvo nietos, y un día eso no le basto y lo dejo todo, después decidió que viviría en una ciudad hermosa en donde seguro la gente gustaría de un club de jazz, donde los músicos se pelearían por tocar, y la gente pagaría lo que fuese por entrar, y entonces vino a Mérida, aquí los músicos de jazz no se pelean por tocar en ningún lado, más bien se pelean por ganar mucho dinero y tocar tres canciones, aquí la gente no paga por la música, paga por jarras de cerveza y platos de papas a la francesa, alitas búfalo o tacos, sin importar que enfrente de ellos tengan o al mejor cuarteto de jazz con los más virtuosos músicos de la región o a un tecladista que hace los sonidos de una orquesta con solo un botón en el teclado. Yo era la mesera, y la fan más grande de ese lugar, -me estremecía-, me gustaba cuando los jueves tocaban los Yucatones, Gary y Dan gringos que tocaban covers de los Beatles, de Jhony Cash, de Supremes, a veces de Dusty Springfield, entre otros de la época, yo le llamaba a ese día “ los jueves de gringos”, ellos sí que disfrutaban del lugar, bebían cerveza sin parar, sin quejarse del precio, sin marearse, sonreían, siempre intentaban hablarme en español y agradecían que yo pudiera decir tres cosas en inglés, me dejaban mucha propina, esos eran bueno días, y se ponía mejor cuando al final el grupo de gringos se depuraba y quedaban nada más 5 o 6, gente grande, retirados ya de su empleos con casas hermosas en el barrio de Santiago de la ciudad de Mérida; Deyvid entonces me mandaba a cerrar delatripa: narrativa y algo más

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la puerta y me invitaba a sentarme con los gringos y con él en la terraza, el lugar había cerrado al público, a veces entre los gringos que se quedaban también estaban mis amigos, que según me esperaban para salir de fiesta a algún sitio pero al final el lugar se convertía en la fiesta. Imagino la escena y recuerdo que le decía a mi amiga -es hora de subir el puente, cerrar la compuerta y soltar a los cocodrilos-, esto porque la puerta era grande y de madera gruesa y porque era la hora de que nadie nos moleste en ese ritual hermoso que era estar en la terraza después de una jornada de trabajo. Todos sentados en la terraza, compartíamos nuestras pipas, Deyvid invitaba cervezas y copas de vino tinto, a veces había hachís y entonces mi ingles fluía sin parar, conversábamos, reíamos, y de pronto en medio de la atmósfera bohemia-gringa-yonkie-yucateca Deyvid sacaba su armónica y comenzaba a tocar sin importar nada, como si nada ni nadie estuviera ahí, entonces al cabo de unos segundo todos escuchábamos y sonreíamos de una manera mágica, como si el sonido del instrumento fuese un golpe al corazón y de pronto no hacíamos nada más que escuchar y

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sentir que el momento era eterno y nosotros éramos seres efímeros de nos desbaratábamos y reconstruíamos una y otra vez. La llorona, Vikina y otras canciones que no me sé sus nombres, y se acabó, así llegaban las 3 de la mañana y yo ya no podía bajar mis cachetes ni abrir los ojos, ni sostener ni un vaso de cerveza, era hora de retirarnos. Así pasó un año de mi vida, uno de los más extraños, extrañando cosas, y queriendo otras y dejando, y más que nada esperando algo… conociendo gente, explotándome como alma solitaria, rehusándome a intentar cosas nuevas, creyendo que todo es eterno y nunca se acaba, deseando estar en otro lado y al mismo tiempo de sentirme afortunada de estar ahí. Así creció más que nunca mi insatisfacción, nada me complementaría, nada importaba, solo yo. Hoy me levante y añoré mucho ese lugar, esa terraza mágica, esa gente, eso que no quería y ahora quiero pero ya no está. Ahora no disfruto esa terraza, siempre llena de gente y ruido.


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Las falenas no miran lejos Rosa Espinoza

AFUERA UNA FALENA TERCA azota una lámpara. La luz se limita a un perímetro breve alrededor de la pantalla de cobre. El ruido que produce el insecto es tenaz. A esas alturas del verano eso es cotidiano. Un agosto espeso aplaca las almas y por la calle apenas se escuchan ruidos. Esa noche era el resabio de un verano acompasado. En el día hubo niños llenos de sol y tierra, las calles habían sido peinadas en patines y corretizas a los gatos desnutridos que rescataban comida en la basura. Los ingratos eran víctimas de la puntería y el aburrimiento. No había más que hacer cuando se acababan los raspados o el mandado a la tienda de chinos. Le colgaban un par de semanas para volver a la inercia del colegio, así que los segundos eran importantes. Se planeó un campamento en la sala de la casa. Después de un baño y quesadillas, uno tras de otro acomodó su humanidad sobre un tendido. Al terminarse las bromas con la luz apagada, el silencio invadió el lugar. La refrigeración mitigaba el agobio y la humedad que la canícula cobró. El encierro convertía la casa en el refugio perfecto para un cretino. Perpetrar su cobarde costumbre era sencillo. Cuestión de esperar a que el silencio arriara las paredes y la noche creciera. Prefería andar a tientas, ya no tropezaba con los muebles, aunque solía hacerlo borracho, conocía de memoria lo que encontraría a su paso. Sabía bien por dónde ir.

El sonido de la mariposa nocturna contra el candil no podía pasar desapercibido. Fue quizá el arrullo para alguno de los convidados a dormir. Sonaba con uniformidad, con ritmo, como si el insecto siguiera el compás de una nota musical escrita para el olvido. En el desierto, esas polillas tienen un tamaño considerable, en medio de la madrugada invaden los focos de las casonas o los arbotantes de las avenidas. Su corta vida es el vestigio del verano. Son paisaje en movimiento. Sostenía un vaso de whisky en su mano derecha, la izquierda era su contrapeso para no caer. Prefirió sentarse unos minutos y pensarse. Se veía como un hombre generoso, proveedor, gentil. Dueño de sí, sólo tomaba lo suyo y el alcohol era un desagravio para su esfuerzo. El ruido hueco en el porche le inquietó por un momento, su vigilia le hizo pensar en alimañas. Corrobora el vuelo de la palomilla alrededor del farol. Decide apagar la luz para ahuyentar al bicho y así eliminar el golpeteo de sus alas sobre la pantalla de metal. Segundos después nace el silencio. El sepulcro. Donde cavaría su inconciencia. Una temporada en las playas lujosas de San Diego, compras en complejos exclusivos, hermosos restaurantes, paseos por la juguetería, eran retribución suficiente. Nadie notó que en esos gestos un acto cobarde se escondía. Tras de las puertas de vitral se encubrían sus miserias. delatripa: narrativa y algo más

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Son niños, pensaba. Apenas se acordarán de su infancia. El tiempo pasa, elimina, selecciona a su conveniencia, sólo lo bueno, lo que llena el corazón se preserva. No hay herida, cicatriz. La culpa es un invento. Se acercó a la sala, una hilera de cuerpos ocupaban el perímetro del tapete, todos ellos suspendidos en un sueño profundo, donde — seguramente y en desorden— repasaban el día añadiendo fantasía a lo vivido. Hurgó en cada uno hasta encontrar a quien buscaba, hubo quienes sintieron la auscultación, cambiaron de posición sin despertar. Esperó la quietud para levantar, con esos brazos desalmados, a quien sabía del mohín, de la rutina y a quien no le admitía reclamos. Nadie notó la ausencia, el espacio que dejó entre las sábanas, nadie escuchó los chillidos, la queja, el llanto.

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El tamborileo de la mariposa resurgió, pero ahora al frente de la casa, donde los focos se mantenían encendidos. La puerta de cristales ambarinos dejaba ver la sombra que el insecto dibujaba sobre el mármol oscuro de la entrada. De nuevo el ritmo hacendoso e insistente, acompasado. Tras provocar un torrente en la otra habitación y sin el corazón menguado por la osadía, posó su cabeza en la almohada como quien merece un descanso. Pronto sería otro día. Uno más o uno menos para el calor. La falena ciega y moribunda dejó de insistir. Al salir el sol ya era polvo.


La ciudad que fue gato Penélope Córdova

LOS GATOS INVENTARON LA NOCHE, todo mundo lo sabe. De su lomo erizado nació la textura de la melancolía, de sus pupilas el claroscuro, de su maullar la locura. El incauto, en su condición de sombra, en un mínino descuido, es tragado por la oscuridad. El poeta, en cambio, se funde con ella y la habita, agudiza su locura sublime y empatiza con Madame La Loca, aquella mujer que va muriéndose rodeada de un séquito de micifuces. Libelo de varia necrología es el tejado que Balam construyó para que nosotros, a la mitad del camino entre el hombre y su sombra, escuchemos el canto citadino de los felinos y otras bestias nocturnas. Para Bukowski el poema era una ciudad, llena de héroes, santos, pordioseros y locos, cual debe ser una ciudad decente. Apostados en este tejado, percibimos la magnificencia de estos espécimenes vagabundos. Del lado más alejado de la luna, primera parte del libelo, se pasea La Loca, con su racimo de gatos que le lamen la vida con oscuro éxtasis musical. De un baldío de tierra enflaquecida, en la segunda parte, se escuchan las ríspidas melodías que surgen en de la lengua del cardo ya más muerto, muertes chiquitas y subterráneas que se escurren por los muslos de callejones sin salida, melodías poco complacientes, disonantes, un poco rabiosas. Finalmente, del lado donde pega más la luz, la última parte, están los ebrios cazadores de luz, coleccionistas de sombras bajo tutela del fotógrafo. Toda literatura es construcción del lenguaje, dice George Steiner. Y cada edificación requiere cierta audacia. ¿Cuántos felinos no hemos visto pasar sigilosa y furtivamente por las páginas de la gran literatura? La poesía, sin embargo, revela en su esencia cuando tal audacia es producto de

la intimidad con el lenguaje; esa intimidad que permite convertir al gato en adjetivo y a la noche en Verbo. Aquí reside la fascinación que suscitan las Noches gáticas de Madame la Loca, donde la lengua propone, la sintaxis se reestructura y los versos se regodean. Estos poemas se abren de noche, cuando el hombre se repliega hacia sus márgenes, cuando es casi animal, casi sombra, casi verso. Su sonoridad nos hace pensar en el glíglico de Cortázar; más aún, las invenciones de Balam desbordan el sentido estricto de la gramática, trastocando la lógica de la oración en lógica poética. No es únicamente el sonido, es la manera en que la poesía construye atmósferas y descubre ese punto en que todos nos identificamos con las criaturas de la noche. De las fotografías del checo Josef Koudelka, Balam arranca jirones de luz, que en realidad sólo existen por la forma que adquieren al ser delineados por la sombra. La fotografía, inútil guiño de la luz, en una eternidad llena de sombras, escribe el poeta, atrapa lo efímero en papel, lo negro en lo blanco, un claroscuro, un poema que resignifica lo ya dicho. Las fotografías de Koudelka escarban en las profundidades del ojo como estas palabras en los versos. Si en las andanzas de Madame La Loca la acompañante es la música, en los ebrios cazadores de luz es la imagen. Y ni una ni otra subordina la palabra a sus fines, la poesía no es tal por ser melódica o por evocar imágenes, puede prescindir de ellas y estallar en su nivel más puro, como en de la lengua del cardo ya más muerto, son éstas las que dependen de ella para cobrar valor en el poema. Estas impresiones fotográficas no son la imagen, ¿qué caso tendría entonces una fotografía duplicada en verso? Son delatripa: narrativa y algo más

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algo independiente, aquello que la fotografía no alcanzó a decir, lo que se esconde en sus márgenes. Si los sueños de los lunáticos son en blanco y negro, como afirma Balam, habría que empezar a desear la locura. Las necrologías de este libelo son una celebración a los breves instantes de muerte cotidiana,

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la del noche, la del día, la del tiempo. Después del último maullido, listos para bajar del tejado, habremos caído en cuenta de que cuando los gatos pierdan el poder de enloquecer a la gente, la noche dejará de ser. Este libro es un guiño -no tan inútil- en una eternidad llena de sombras.


Cerdos César Rito Salinas A Fernando Lobo

TODOS QUEREMOS ASCENDER. Hay que estar dispuestos a subir los veintitrés escalones y entrar por esa puerta estrecha que se abre junto a la mujer gorda que vende películas piratas sentada en la banqueta mientras espanta las moscas que vuelan sobre su rostro impasible. Hay que llevar la sangre dispuesta a entrar por la pequeña puerta del hotel sin nombre que se abre junto a otra puerta mayor, grande, enorme puerta de metal pintada de negro que nunca cierran y que ofrece el patio del baño público del mercado. Hay que estar dispuesto a subir los escalones del hotel que levanta su pequeña puerta entre el mercado y la iglesia de San Jorge o San Damián o San Luis y subir los escalones de concreto y enfrentarse a la cámara de vigilancia empotrada en la pared. El posible registro de la imagen enfría al más valiente. Algo de delito hay en el hecho de subir los escalones del hotel escondido entre la iglesia y el mercado. Con el tiempo y la frecuencia los clientes comprenden que la cámara no funciona, que las telarañas que la invaden no son parte de un set de televisión para camuflar su presencia sino olvido real, abandono. A nadie interesan las parejas y sus amores. Con la frecuencia de las visitas se advierte también que la campana de la iglesia hace retumbar las paredes en el momento más impropio:

-Quiero decirte que no acostumbro esto –las campanas que suenan para los solitarios como el colgar del respaldo de una vieja silla de un sostén color lila o el sonido hueco que produce un preservativo usado al caer al piso: -Flop. El mismo repique frío de campanas sin feligreses que tocan a duelo o el sonido de la lluvia que cae sobre el techo de lámina del mercado entre el olor a epazote y guayabas o ese sonido liso que hace la cerilla cuando choca contra el piso forrado con rectángulos de falso ónix o el rezo sin fe que llego a escuchar en esta habitación de la segunda planta del hotel, que sube y se mete por la pared del baño y que nadie puede explicar de dónde salió ni a cuenta de qué me recuerda el velorio de mi abuela.

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El cálamo de los cronopios por Susana Mota López natos La trascendencia de la poética de José María Hereida y Hereida.

AL HOMBRE SE LE CONOCE POR SUS ACCIONES, por lo tanto, para entender la magnitud de su poesía en el ánimo de la juventud mexicana del siglo XIX, a inicios de 1820, entonces nos adentraremos en el pasado del poeta cubano y en el de Cholula para entender el tema de En el teocalli de Cholula, poema inaugural del romanticismo hispanoamericano. La directriz del poeta en esta corriente se concentra en una de sus características: el nacionalismo, que se traduce en el amor a la patria y en la participación de los movimientos de liberación nacional. De manera que, un año después de haberse consumado la Independencia de México, Heredia, como académico en Literatura e Historia y rector del Instituto Mexicano, motivaba a los estudiantes con sus poemas patrióticos. En sus cátedras comentaba que sería inútil el sacrificio de Hidalgo, de Morelos, y de Allende si se ajustaban a la monarquía de Iturbide. Cuánta razón tenía al conocerse la historia de la entrada del Ejército Trigarante a México cuando Iturbide y Guerrero habían pactado la consumación en 1821 un año antes. El partido conservador había triunfado ante los liberales. Era frustrante servir al presidente Santa Anna como diputado y no hacer nada concreto por el país que le abrió las puertas después del destierro de Cuba por ser vehemente adversario del absolutismo español. Por esa razón su quehacer literario se plasmó en su obra.

El Cantor del Niágara, como fue honrado, era de corazón entusiasta por defender la libertad frente a la evolución política que vivía el país. Máxime que desde México también abogaba por la independencia de Cuba, inclusive, se vio envuelto en una conspiración a favor de la libertad de su patria. Sus ideales libertarios, a pesar de trabajar para la administración pública de México, se traslucían en cada verso de sus poemas, e igual que don Andrés Quintana Roo, retumbaba su voz poética para proteger el derecho humano hacia la libertad. Como un niño prodigio, el poeta escribió En el teocalli de Cholula toda su pasión desbordante de autonomía por su patria adoptiva a los diecisiete años: México. Es curioso saber lo siguiente: cantó una silva con el mismo número de estrofas que de años de vida, en formas paraestróficas desiguales y nos recuerdan a las estancias de una canción. En su estructura el poeta combina versos heptasílabos con endecasílabos, intercalados con versos sueltos por la ausencia de rima entre sus versos. Transmite la exuberancia del valle mexicano; la valentía de los aztecas en contraste con la superstición idólatra, la belleza perenne de los volcanes que rodean el Valle de México que compiten en altura y magnificencia con la pirámide de Cholula en Puebla. Pirámide que evocaba una “casa de Dios” por el significado “teocalli” en

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lengua náhuatl. En efecto, debajo de ese enorme montículo había un altar religioso para sacrificar humanos en favor de los dioses mexicas. En el poema En el teocalli de Cholula se conjugan los tópicos románticos, como la reflexión íntima, surgida al contemplar las ruinas de la pirámide de Cholula y la naturaleza asombrosa en la que se identifica el poeta: “¡Crepúsculo feliz! Hora más bella / que la alma noche o el brillante día / ¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!”. 1 En los mismos escalones de la pirámide, al caer la noche, en la mente del poeta se proyectan imágenes del pasado glorioso y a la vez sangriento de los reyes aztecas. Las ruinas que muestran el paso inexorable del tiempo. El sueño a través del cual el poeta puede atisbar el pasado indígena: aquellos mexicanos que perdieron su idolatría bajo el dominio del imperio y la religión española. Y precisamente, con estos recuerdos de la historia de Anáhuac nos remontamos a los capítulos de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo donde el historiador-conquistador nos relata los hechos sanguinarios que estremecieron a Cholula, por intrigas de los embajadores de Moctezuma que decían; los cholultecas se están preparando para vencer a las huestes de Hernán Cortés, éste al saberlo se anticipó con un ataque sorpresa pero antes les dijo a los guerreros, sacerdotes, caciques y capitanes de Cholula: “que tales traiciones como aquéllas, que mandan las leyes reales que no queden sin castigo y que por su delito que han de morir”. 2 Y a una señal preconcebida se inició una matanza entre españoles y mexicanos que marcó con abyección la historia de la pirámide de Cholula, puesto que el narrador de la historia revela: “se les acordará para siempre, porque ma-

1

tamos muchos de ellos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos ídolos”.3 Esta apreciación última del narrador contrasta con los versos desde la estrofa doce del poema antes mencionado de Heredia por la descripción que hace el poeta del pasado sangriento hacia la adoración a los dioses “falsos” y cómo la superstición en Anáhuac se hundió y pereció bajo el dominio español. En la estrofa diecisiete el poeta termina con versos apológicos como aprendizaje para las generaciones futuras de la juventud mexicana de su época. Sin embargo, el poeta termina con una moraleja pletórica de postración y desconsuelo. Heredia nos otorga su versión del pasado, del acontecer prehispánico, y nos presenta el aspecto pintoresco y el sangriento, y esto por consiguiente da como resultado un contraste muy típico del romanticismo; ante la naturaleza sosegada, impasible y fría se opone una imagen pagana impregnada de sangre, fuego y fanatismo. ¿Por qué pensar que un poema admirable como éste pudiera enaltecer el alma de la juventud mexicana ávida de libertad? Porque de entre sus múltiples actividades periodísticas, políticas, administrativas, y como dramaturgo se daba tiempo para publicar obras pedagógicas, y dedicado a la enseñanza pública, sabía que en cada verso de En el teocalli de Cholula, él podría influenciar por medio de un poema, que a algunos críticos se les antoja neoclasicista y a otros como pre-romanticismo, desbordarse en epítetos motivantes. Creó plasmar su percepción del medio ambiente con un fervor patrio excepcional. Su principal rasgo es su sensibilidad hacia el paisaje físico y la exaltación hacia las características de un país, en el caso del poema analizado: México.

Justo Alarcón, Poemas de José María Heredia. “En el teocalli de Cholula”. [en línea], <http://www.los-poetas.com/c/here1.htm>

2

Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. México, Porrúa, 2009, p. 148.

3

Idem.

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Concluyo con la confirmación de la obra trascendental del poeta cubano en toda Latinoamérica por sus ideales liberales y por la belleza de su estilo precursor del romanticismo. Heredia marcó el camino a seguir a los poetas mexicanos tanto por el tema como por la nueva sensibilidad con la cual él se encara a la poesía

Bibliografía ALARCÓN, Justo, Poemas de José María Heredia. En el teocalli de Cholula [en línea], <http://www.los-poetas. com/c/here1.htm> DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal, Historia Verdadera de la Nueva España. México, Porrúa, 2009.

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Nos vemos en el slam por Mario Pineda Quintal

El arte también protesta No soy un experto o crítico de arte. Yo no me paro frente a una pintura o un arte-objeto a buscarle errores, aciertos, tendencias, descendencias, plagios y clasificar la obra en un precio monetario para denigrarla o darle un valor serio. Tampoco soy de los que caminan por los pasillos de los museos para finalmente decir: -chido, sigan así. Soy de lo que buscan o tratan de interpretar en las expresiones artísticas la transcendencia de una idea o el esfuerzo de crear más allá de rayitas en el lienzo o exhibir piedras y plásticos deformes. En mi único día de descanso en la semana decidí cambiar la rutina cama-tacos de canastahamaca-libro-playstation-comida y repetir lo mismo en la tarde encaminado a la noche (sin los tacos), por una visita a las sedes donde se muestran las obras seleccionadas y ganadoras de la VI Bienal Nacional de Artes Visuales de Yucatán. Por razones de horario laboral no pude ir a la inauguración y premiación de esta exposición, como en anteriores ocasiones que terminaban en bares con algunos compañeros artistas. No voy a entrar al aporte informativo. Los cuántos y quiénes búsquenlos en las notas informativas o hagan una investigación de campo en el Centro de Artes Visuales de Yucatán (CAVY), la galería del teatro “José Peón Contreras” y la galería del callejón del Congreso del Estado. Este número de la columna en delatripa es para expre-

sar un breve sentimiento que de manera conjunta me dejaron ciertas obras. A diferencias de las ediciones anteriores, en esta ocasión la bienal registró una selección más creativa, sin cosas que comúnmente se han visto en otras galerías y que hacen creer que ya hay artistas dedicados a la creación en serie en un mismo taller. Tanto en pintura, instalación y fotografía la inclusión fue diversa y entre sus temas, el que más me llamó la atención fue el de protesta. Aclaro, que entre las categorías también había video, pero la luz del día no permitía una buena apreciación de la selección de obras de este tipo. Dicen que la obra artística una vez que es expuesta su interpretación queda a cargo del espectador. El artista ya no puede estar parado junto a ella dando explicaciones (quizás solo el día de la inauguración), pero los siguientes y hasta su desmontada, el público piensa, imagina e interpreta qué cosa ve. Por este motivo, digo que en algunas yo vi un grito social y un grito de protesta. En los salones del CAVY, vemos un plano cartesiano mostrando en unas cuantas imágenes la Mérida del sur, norte, oriente y poniente. Mostrando que sus únicas similitudes son los postes de energía eléctrica y sus diferencias sociales se presentan en negocios y casas. Una Mérida dividida capaz de compartir en su corazón la misma luz pero no interrelación de clases sociales.

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A unos cuantos pasos, se encuentran pegadas en la pared las réplicas de las monedas conmemorativas del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Éstas, como originalmente son, llevan en el centro el rostro de los líderes de ambas luchas armadas y aparentan que dejaron de ser homenajes en objeto de valor y se convirtieron en simples lonas con unos cuantos disparos recibidos. ¿Sus atacantes?, quizás los nuevos líderes que ya olvidaron los ideales de ser un país independiente y con justicia social. Por ahí anda la bandera de Estados Unidos, mostrando que sus estrellas son los migrantes legales e ilegales que dan soporte a la mano de obra campesina de este país. Sus barras, están representadas por bueyes, borregos y otros animales de rancho que sin remordimiento podemos matar, tragar y cagar. Una bandera que no niega el aporte migrante a la economía y que pertenece a una nación que sin problemas puede sacrificar a sus ciudadanos para alcanzar objetivos de avaricia.

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Aunque parezca algo simple, una foto que cualquier padre puede captar al momento de ver salir del vientre a través de una cesárea, en el Callejón del Congreso está la imagen titulada “Isabella”, he de suponer que el cuerpecito en proceso de salida y jalado por las manos del médico, es una niña que aparenta expresar en su rostro la molestia de abandonar un lugar seguro y llegar a uno nuevo donde la amenaza y el dolor es más impactante que la sangre que rodea toda su piel. Son pocas, pero para mí tienen valor de puño arriba. Igual y hay más y no le capté la interpretación, pero sin duda, vale la pena ir a verlas, para constatar que el arte puede tener más impacto que las marchas y las consignas hechas por manifestantes de ocasión o buscadores de un arreglo económico con “el tirano”.


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