Morera o

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MORERA O… Armando Trasviña Taylor

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¡No, no puede ser, no es posible, es castigo de Dios o de alguien que quiere atar mi destino y sajar mis anhelos, siento una mano que aprieta y destroza mi adentro lleno de diablos y avernos que estrangulan mi alma o lo que queda de ella, ¡no, no lo creo!, ni siquiera era signo del más leve peligro ni la menor amenaza que estuviera a la vista o, tal vez, emboscada en la piel del trastorno, no, no había nada, nada de ello, absolutamente nada. Su llanto la ataba, sentía negras tormentas que lastraban su ánima, se ceñía, estrujaba sus manos y sus dedos hablaban de cruel desconcierto que invadía su pecho con dardos agudos, sangrantes, en su carne

dolida y era

mancha y pecado en su tórrida pena y provocaba el azoro y desorden interno, su ruina medía un tamaño inmedible, celeste, y la oquedad de su abismo era sórdido y hondo, no daba crédito a nada ni siquiera al exiguo y confiado por ciento en que el niño se hallaba y negaba su ciencia axiomática y pura. El niño, por decir algo, era amorfo y malhecho, irreal y monstruoso, no la excepción a la regla, sino el castigo mismo y la pena. No hallaba Dios para ver a esa pobre criatura que era todo lo opuesto a su canon buscado, largaba al diablo la regla y los casos que había en ese bajo promedio y que en él se afirmaba, su turbión era cirio que lanzaba la cera a la cara del niño y aislaba al bebé con la red de sus brazos y movía y movía de un lado para otro, sin control ni dominio, ¡no, no puede ser! Su vientre gritaba lo que al lado veía, sacaba rubores y era potro sin jarcia su gran anarquía sin guía ni cabestro y mil espuelas clavaban su drama fatídico, cobraban la multa de sueños frustrados. Lo embozaba de todos quienes osaban hurgar su seno ocupado y de reojo veían cuanto las mantas cubrían sus apenas tres kilos 2l


empotrados al busto aplastado y nutrido, lo arropaba de todos, lo ocultaba entre sábanas, marcábale cerco. Pocas gentes rodeaban su parto en derrota por nadie temido y menos dudado, sufría con los suyos, entre ellas su médico, obstetra y amiga, Carmen, quien palpó sus cabellos y calmó sus miradas de quinientas preguntas, brotaba su infierno y llenaba sus ojos de noche y tragedia, de increíble borrasca, estaba loca y desecha, perdida, entre un bosque sombreado de limos telúricos, tensos, intensos. Un mapa del dolor no físico, en rompecabezas, contorneaba a la madre.

Morera nació como nacen todas las niñas, todas, ¿es qué, acaso, alguna no lo era?, cuidada y querida como nadie hasta ahora, como objeto de un sueño repetidísimo. Fue el nombre que dieron sus padres antónimos… ¡no!… ambos no, por desgracia, sólo fue uno de ellos, su padre amargoso. Fue el papá el que creó esa norma exclusiva y un tanto arbitraria de imponerle su nombre sin santo ni gracia que impuso absoluto el Erasmo de porra, fue de él solamente, sólo de él, a contrapelo, sin acuerdo con nadie. A la otra tú eliges, o al otro, -le dijo a Petra, su esposa- siempre y cuando se llame Pilar o Venancio, -rióse- el español sevillano, el tirano de Erasmo, el de Al Ándalus y vándalo terco. No fue la madre o parientes los que en grupo eligieron, propusieron y opinaron en cónclave como debe ser, cuando a la madre si es doncella compete, ni fue el amplio consenso de todos en casa, o el padre en concordia con suegros o esposa que van al bautizo y al acto del acta donde el grueso rubrica y dejan constancia de aquel nacimiento: padres, padrinos, parientes, amigos. Desde entonces oyó la pequeña su nombre de pila, 3l


¡Morera, Morera!, desde el gatear de sus meses hasta el llamado afrentoso y gritón de su ancestro. Al nombrar se codeaba con sus ojos metálicos, con su piel y su tono, con su imagen, y esa mezcla atractiva de cutis y pelo, mozárabes rasgos, plásticos, gráficos, de café con leche de más. Fue una niña silente, paciente y juiciosa, que mudó sus temores por calma y sosiego y que evidenciaron su porte de mora, de garfio y anzuelo, de ágata y ónix que vio pasar a Sevilla por los rasgos del padre y ¡vaya acentos que de sobra tenía! Morera, la niña de imanes, a pesar de los años y de su hechizo cautivo, vislumbraba entres nieblas su futuro en pañales cuando era sólo un proyecto de talco y de crema, de pañales que la madre encajaba en su luz de muñeca. Eran piezas de orgullo sus moras pestañas y sus cejas sombrías con los ojos de noche que decoraban su pelo y sus pasos menores, cimbreantes y cándidos. Salió a la calle a rifarse miradas galantes, ojeadas furtivas de iris diversos y edades dispares, no sólo de pibes y mozos fisgones y mustios, sino de hombres maduros que el instinto atraía. Llamaba, en si, su figura escultórica y bella, la atención le rodeaba sin querer y desearlo. Morera impusieron, pero More llamaron, More nomás, cuatro letras en fila que lustraban su acero y estampa virtuosa como de obra de arte. Fue una niña escamada por el ogro del padre que llegó a la provincia en la diáspora ibérica por los años cuarenta del siglo pasado que fue de pasos y arribos de la España golpeada por la férrea falange de trágicos saldos en ese gran holocausto salvaje y costoso. Se vino a quedar en la greca y el lienzo de piedra en la década misma en que entraron prohombres de espesa valía, eminencia y lucerna: José Gaos, Wenceslao Roces, Max Aub, Luis Buñuel, Félix Candela, Luis Cernuda, Indalecio Prieto y tantos otros, 25 mil aproximadamente, Remedios Varo y Luis Felipe. 4l


Huían de aquel ferroleño de bota hosca y pulida, y diez dagas por dedos que aplastaron el arranque de una nueva cultura de pisos tersos, lustrosos, relámpagos todos que en rayos de sol y de luna llegaron. Arribaron aquí y acá se quedaron, se asentaron y crearon hogar y familia, linaje y abrigo, y un bien mezclado mortero de sangre revuelta de cepas indígenas y el tronco mudéjar, el viento celtíbero que cruzó el mar océano. El padre quedóse aquí en Guanajuato, la casa parteaguas, y unió al anillo y al oro un verde futuro, forjaron años de dicha en esa prócer provincia que fue cuna y bramido de la lucha intestina que buscaba el aire y el rumbo, el aleo y el espacio, un libro abierto y autónomo, soberano y libérrimo. La dama que tuvo a la hija del moro fue una flor de agua sola, alhelí del florero. Vino a la tierra que dora –y adora– el cante y al vino, la fiesta y la tuna, de esa breve península de tantos mozos sepultos yacen regados por los surcos hispanos acribillados por miras autócratas y sátrapas. Fueron años severos en esa etapa primera de columpio y de cuerda, de sueños pueriles que quedaron lacrados en sus sobres henchidos. Las alianzas con niñas y niños de escuela se vieron mermadas por la torva conducta de su padre energúmeno que iba a diario por ella a la escuela primaria y enfangaba su vida en el corto trayecto del hogar a la escuela, sólo tres cuadras, y a pie, ¡cancerbero!, cuenta pasos!, y arruinaba sus pocos y grandes amigos de la casta criatura medida de más. La niña ondulaba sus rasgos y formas y provocaba lisonjas de ojos fisgones que lanzaban requiebros hasta de hombres mayores que atraían a la vista. El padre, retrato hablado del árabe torvo, natural de Sevilla, era rostro y figura del hombre insolente, vociferante y sañudo, con una grisma de pulgas y prototipo del macho plebeyo que no se mide por nada ni se contiene por nadie para lanzar improperios que daban sesgo a la 5l


vida de esos doce años apenas en el crisol de la escuela. Alternaba los lunes y, a veces, los viernes, o el sábado, acaso, de acuerdo a sus clases, con la práctica diurna del Tae Kwon Do de Corea que, como deseaba su padre, lo supliera en su ausencia y diera clases de freno a posibles tenorios patanes y burdos. El padre era el amo y señor de la casa paterna, el patrón energúmeno, el sargento de tropa con un vozarrón de gigante y un talante de monstruo que tenía estampa de ogro que domaba a la niña y ella misma intentaba no herir ni rozar ni con viento a su vida, ni con el céfiro tierno que a veces sopla y encalma, ni con el aura del puedo ni con la brisa del quiero, no, jamás lo intentaba, nunca haría tamaña hazaña y no pensaba en pinchar porque era un león enjaulado que no sabía de modos ni de tratos sociales, y en cualquier momento exhibía su poder ante amigos con la misma invectiva que, de pronto, y sin razón, le surgía. Overol de segunda, eso era. Era burdo y soez, lengua suelta y cateto, ¿de riñas?... no, no lo era, ni se liaba con cates con nadie cercano y no aledaño ni con Jack Dempsey siquiera menos con Casius Clay, pero eso sí, era de afrenta fácil y rauda, y al menor roce con ella a cualquier gente colmaba, adulto o muchacho, de majaderías y gritos; damas aparte, porque ellas no se desvisten fácilmente ni disfrazan de bárbaro, por lo menos no tanto, la llenaba de agrestes injurias sin importar la presencia de niños o padres que se encontraba en la calle del plantel a su puerta a tres cuadras apenas. La vejaba seguido, a tiro por viaje, no recordaba en él frases gratas, pacientes, ni la frase que fuera el asomo de su alma precaria y huesuda como veía en algunos que hasta sonrientes llegaban y llenaban de besos y abrazos al hijo, como ella deseaba entre sueños despiertos y expresiones alegres como esas que More desde hace tiempo envidiaba. Quería, no ya dicterios y ofensas, sino 6l


trato adecuado. Comenzaba a intuir la manera de ser hija armoniosa, no era la forma de hacer a las niñas y a su alma, su padre era hosco y grosero y enseñaba más sus pezuñas que los vestigios de su ánima, siendo ella tan dócil y sierva y cordera, fue hija siempre modelo, o por lo menos, buscaba frenar sus ímpetus bravos, nunca pudo decirle papá o papaíto a su ácido ancestro iracundo y pedestre, sólo padre o señor, o jefe, tal vez. ¡No, no era un padre afectuoso y mucho menos tratable, miraba en los otros que felices llegaban hasta el pie de la escuela y llenaban de besos y abrazos a hijos menores, melosos y cálidos! La madre era mansa, devota y acorde con ese hombre tirano, había aceptado el cordón que la ataba y sumía, no la amaba como era, sino como una doméstica y juzgaba de cómplice a quien cubriera los yerros de los desvíos de More, tan escasos. La niña, a quien impuso ese nombre por su tez musulmana, como las moras mestizas del sur y centro de España porque estaba, podría traslucirse, orgulloso de ella. Su madre era afable, afín, consecuente y aceptaba a su hombre con fe y complacencia y aconsejaba a la hija, cada día, cada hora, cada rato: no hagas nada a tu padre, More, por favor, no lo irrites, no lo enfrentes y afrentes, conócelo. Y ella, ya campeona de paz y de tibia paciencia y parámetro olímpico, se inquiría al cumplir los 10 años de niña solícita: ¿qué he hecho yo para ello?, mi padre es así, berrinchudo. La madre era igual al esposo, pero antitética, a la inversa: no cambiaba, era suave y vasalla y no pensaba ¿por qué?, rogaba a la hija que no excitara a su padre ni por asomo, ¡Dios me libre!, ni tensiones ni ajustes que tentaran al padre, al marido feroz, arrogante. More decía, con voz pequeñita, al oído, alguna vez a su madre: ¡Es cabrón, mamá!, eso es todo, mala leche, tunante. ¡No lo digas, More, por favor, no lo digas! Era el auto y motor en 7l


ese impar matrimonio, de un solo dígito nomás. Él tenía –pensaba More- derecho a sentir, ¿por qué no?, a ser y pensar así, pero hasta ahí. Permitir a los otros, a la madre o la hija, ser diferentes o impares, esa es otra tonada. Esposa, como debe ser toda esposa, no lo es ni lo ha sido, digo yo. More pensaba: él entiende esposar como lazo o traílla, a lo corto, aherrojar, no puede –ni debe- engrillar a la madre ni a nadie. Soy hija de ambos, de dos, no de uno, y nos da derecho a ser como un tres, como un trío, absoluto, parte de uno y parte de ambos. Comenzaba More a sentirse libérrima, sin embargo, ambas sabían que, para crear placidez en la casa, a tras corriente, debían seguir la flecha directa sin rodeos ni respingos, al pie de la diana. Ya para entonces la niña cumplía 15 años de vida que la llevaban a ser más juiciosa que dócil y, sobre todo, más autónoma. Al pasar al nuevo colegio, a la otra escuela, de la Primaria a Secundaria, con donaire ingresaba a ese mundo de ojeos y de tiernas sonrisas que despertaban al púber acneoso y rebelde. Contoneaba sus líneas sin proponerse siquiera –era su forma de ser– su salero atractivo, enigmático. Acentuaba su imagen que no escapaba a flirteos y a ojos de hondos y osados requiebros que en forma llana veía y no los captaba en esa edad no reparable, distinguía a los amigos muy pocos, por cierto, de chocantes donjuanes y buscapares sedientos. Ya no eran niños sus ojos ni sus castas pupilas de uso exclusivo para Erasmo y su madre, antípodas ellos, que mientras los años corrían, más celos corroían, peor que el moro de Venecia, cuidaba tanto a la hija y no a sus propias dolencias que roía y roía. ¿Qué hará así a mi padre tan hosco? Su madre, a su vez, la domesticada Petra, se agrietaba más con ese trato altanero, se dolía, atardecía el encanto y no era sólo el desgaste en su vida reclusa, no, era su reja y su celda, el aldabón que cerraba su 8l


cárcel vejada. More soñaba cada vez más seguido con zaguanes abiertos y sus anhelos recreaba con las ganas de ser otra estampa como ella interiormente deseaba, de ser ella misma, tener silla y ronzal y domar a ese potro salvaje con arranques de sobra, y aunque –lo admitía- ahora es otro, distinto, menos tosco, y de símil factura a sus balas mojadas, anegadas, cliqueaba su arma y no era dueño de su otra y antigua energía de arrojo y arresto. Son los años que no pasan en balde, por primera vez en su vida vio a su padre lastrado, leyó en sus ojos cansinos lo que el tiempo rasgaba, lo que atrás ocurría, trastornos leves, externos, mostraba algo que ayer ni de sombra apilaba, no escocían sus roces que anteayer pellizcaban como uñas ardientes. No era igual su conducta, que siendo agria y acerba, ni al limón igualaba y More sentía el pesar en su puerta, y se alarmaba con ello, era otro el Erasmo que ahora veía y antes tronaba sin una párvula bala con aspiraciones de bomba. Con esa laxa actitud, a pesar de sus años verdes y rabos y tiernos aún, sus luces prendían y cegaban de pronto como cien kilovatios en lámpara sorda, muda e inválida. La arrogancia del padre y el no actuar de la madre, sendas opuestas que contra esquina se hallaban, moldearon la vida de More y pergeñaron sus planes para un tiempo futuro que estaba ya por llegar y un pasado tan cerca que lo acariciaba con sus manos ingenuas, lo que hacía lo hacía con lápiz distinto y paso incipiente más que seguro. Las gentes que van por la calle sin prisa o con ella, ¡atrevidos!, sus ojos le acercan, no va la acera con ellos y sus labios traslucen lo que adentro contemplan, en la vida se va tropezando y cayendo con piedras y huecos, con mil ranuras y zanjas que hay que evitarlas con tiempo o saber quitar o evadirlas, ¿qué me hace pensar así en todo eso? Comenzaba a sentir el repudio por calles y sitios con hurones sagaces, de pasos 9l


rientes y lúbricos, de labios que adulan, que mienten y asechan. Le causaba divorcio antes de verse casada: su imagen no era la que ellos miraban, moneda nueva, sí, pero de valor diferente. Una ardua corriente la ahogaba, eran nuevos los días y craso el desorden, dañaban sus huellas nacientes y pálidas, veía lo que antes estaba tras cercas y vallas, de olerlo menos. Intuirlo, nunca. De ello el mundo la ajaba, lo hallaba vano y cretino, había que hacer algo, pero ya, algo real en su mente, adaptarse a la vida que, por ser tan extensa, ignoraba. La vida no es línea ni recta o tendida, paralela menos, decía que es quebrada, es crucial y sinuosa, poliédrica toda, no había que hacer lo contrario para ser ecuménica, yo soy lineal y cuadrada, soy de mente precisa y no es fácil rehacer esta vida averiada y rotosa, concluyó. ¿Habituar la conducta a los que otros la tuercen? More se hizo sola, o se deshizo junto, entre muchos, en contacto con su amiga y aliada que siempre estuvo consigo: la realidad. Hoy sólo absorbe su mente una idea concreta: tenía que hablar con su padre, ahora, debe ser de inmediato, sea como fuere, pero con otro distinto, sereno y ecuánime, no con el hombre de hoy o el de ayer, (piel de oveja en lomo del lobo) que rugía, mordía, y lanzaba retos sin cuento a diestra y siniestra, y se irritaba por todo y con todos, era parejo. Con él no podré ni podrán, no podrá nadie. Quería llorar y, ¡sorpresa!, no sabía cómo hacerlo. Finalmente aceptó que era único el padre, inamovible y derecho. Sus temas agrios de noche velaban de día y de nuevo salían. Se agazapó entre la almohada queriendo dormir y pensaba, los cien borregos saltaban y lograban hacer todo menos dormir o estar cobijada en la paz de sus sueños de día: la paz la obtenía consigo misma y a solas, sin pensamientos obsesos y en una de esas estaba en pertinaz duermevela, cuando 10 l


razonó sobre ella, otra vez, siempre lo mismo, ¿qué hay en ese edificio suyo? Treinta o más congéneres del aula o supuestos amigos estaban, cual cetáceos humanos, enseñando su gracia, más bien dicho su grasa ante los ojos perplejos que, por inercia, reían y, por debajo, se burlaban.

Expertos en circo, no de

trapecio, de trapezoide y romboide que son de jaleo. En tanto ella decía, para si, observando:

¡qué bobos!, ¡qué forma de ser y exhibirse!, pobres diablos, si

supieran que miro y admiro al mocete que está todo lánguido allá, en la banca, todo adusto, no aprueba o reprueba, sólo medita, y no arma bronca ni gresca, ni salto o retozo ninguno. Me gusta, de veras, es serio, tranquilo, y se divierte de todos, y el que va en el patín, como bólido, ¡pobre, tipo!. va a darse un frentazo que ni Cristo lo salva. ¡Ya, ya, estoy bien... me siento mejor… ya estoy nueva de nuevo!, dejé enojos y tedios, no tengo ira ni nada, me siento bien, confortada, voy a casa. ¿Qué me hace ser tan odiosa, caray?, ¿resentida con todos?, ¿serán mis años? Ayuda a paliar el Tae-Kuon-Do de los lunes con su instructor Ling Kuan Huan, ¿o Huang?, cinta negra desde hace tiempo por sus amarras que exhibe. Llegó a casa, feliz, saludando, como si fuera costumbre el hacerlo de diario en los someros encuentros con sus padres como siempre callados, sentados, leyendo, en el sofá conversando. Me encontré –dijo More a los padres- con mis locos amigos haciendo teatro y maroma como monos de feria, ¡payasos!, me he divertido con ellos como pocas veces. ¿Y ahora?, ¿qué trae ésta?, dijo el padre, extrañado, ¿está luria? No acertaba a agradar a su padre en nada, en nada a su gusto, no sabía si triunfaba o perdía con el padre inhallable o hallable. Pasaba – ahora ella– y hace meses, del deleite al hastío y del contento al enojo con extraña frecuencia, demasiada -diría- igual del bla, bla a la afasia y del calma a la rabia, a 11 l


la apatía, que por lo común culminaba con esta frase muy suya: no tengo ganas de hablar y punto. Reposaba largo la lengua y se postraba en su celda recámara– a escuchar arias de Verdi, de Rossini o de Mozart y calmaba sus ansias confusas, ¿por qué soy así? -se juzgaba. Y en efecto, eran súbitos cambios los que entre nubes pasaba: de lerda a festiva, de triste a gozosa, de colérica a muda. No sabían bien sus padres las causas de aquello o jamás lo dijeron, hacían caso omiso de sus crisis periódicas, antípodas todas, de canje. Antes no vacilaba o mudaba, su forma de ser era única, ¿y ahora?, ¿qué será?, no lo sé, ¿serán mis años?, pensaba, pero, no, no creía, ¿cómo?, es un caso rarísimo, estoy furiosa y no sé ni por qué, ¿por qué?, –me pregunto– ¡quién sabe! Las vacaciones se fueron después de dos meses de trancos y ojeos, recorridos y ocios, frivolidades sin cuento, un puente abierto con ruta segura a otra escuela y alumnos, diferente a la actual que la extraña y despide con algo que siente. Seis años dejaba y con ello cerraba un paso intermedio que habría de seguir y un velo cubría todo un tramo querido donde dejaba estudios y juegos que se volvían en su ayer, ¿y ahora?, ¿la Secundaria?, ¿ocho materias en una con un solo maestro por clase? y hasta en deportes había. Es un enredo total y un embrollo completo que enmaraña y confunde, ¿cómo?, ¿todo esto?, ¿un profesor por materia?, La maestra en primaria no podría hacer esto, imposible, si ella misma enseñara las ocho materias seguidas, se enredaba, no sabe tanto, la pobre, es limitada, la llaman, por su defecto, la “Punto y Raya” por ser tullida y renqueante y dar paso y jalar la pierna derecha, si medio puede, la pobre, ¿ahora con ocho?, sospecho que nadie es capaz con ocho materias ni lidiar con tanto cabrito con más ardides que años, ¿diez minutos de pausa?, ¿nomás?, ¿por 12 l


qué?, ¿qué es eso?, todo es trueque y reforma en esta escuela segunda y estamos todos en un lío gigantesco, ¿esta es la escuela que lleva a la Prepa y a la Universidad?, es un ovillo redondo que sólo en meses libramos y desenredamos este bulto cuando ya lo supimos y lo exploramos todo. Desde que entró con pie firme a esta escuela de embrollo, un tanto vieja y ruinosa por tanto alumno y pasado, (hay que darle una mano, pero de oso –decía– aunque sea de lechada) tiene color del ayer y de sol en los muros. Allí halló More su sino, su pasión y futuro en un enclenque pupitre que meció sueños viejos y anhelos trotones y abrió puertas enormes a pasos de tropa que de no haberlos vivido, registrado y sentido, ni el diablo lo creería. No fue tiempo perdido el de esa escuela segunda, no, jamás no lo fue, fue un tramo dichoso que permitió revelarle su aptitud y su sino, su vocación enquistada en un amplio horizonte de cielos abiertos, sintióse apta, consciente, confiada en lo suyo, en ese máximo piso al que trepó en la escalera que apoyó en la pared de su vida: sería médico. Nadie quitó de sus ansias los deseos de ser alumna del señor don Hipócrates, su pasión por servir al enfermo, al mundo doliente, ser su cierva y esclava, pues quería tener en su nombre las tres letras de molde que la propulsaron: Dra. Nació entonces el pacto que firmó su futuro, seis años después de esa escuela segunda iría a estudiar a la tierra de Pedro y Josealfre, sus tíos paternos, en Madrid, y pisarle los callos a España y a Europa toda y, de paso, salir, evadirse, fugarse, como huésped de ellos. No está mal bien pensado, de otra forma, pagar piso y comida, libros, Metro y matrícula, no es buen pavimento, no creo que pueda mi padre. Lo plantearé en su momento. Por ahora, pensemos, pensemos. Así empezó su proyecto con la vista clavada en la mesa o pupitre que en España encontraría después de seis de estudio, 13 l


dedicación y renuncia que están, ¿qué son seis años?, a la vuelta de la esquina. De Secundaria, tres, y de Prepa, tres más que son seis. Con ese firme propósito y con las velas al alto, del petifoque a cangreja, inició la Secundaria con la mirada pdida en las ciencias biológicas, materias que, sobre todas las todas, le cautivaban y unían a su amor hipocrático, independientemente de otras de igual estatura, valor e importancia. Mientras tanto, sus compañeras de grupo, eran más de danza y de fiesta, de maquillaje y noviazgo, de televisión y de chismes y de veleidades comunes así. En cambio ella, pensaba nomás en hacer sus deberes y exámenes, sus tareas y clases, las lecturas diversas relativas al cuerpo, el trabajo del aula, arnés y caballo de su alto futuro y proyecto. No le importaban requiebros de mal nacidos donjuanes de la legión masculina que desde el patio y recreo le lanzaban gruesos piropos de fresca y crasa factura. No eran raros, de nuevo, los insistentes flirteos. Su mora figura de porte y belleza, no dejaba de ser un desafío, era púber lozana y mujer en subida que llamaba los ojos de bizarros alumnos de grados mayores, su figura atraía y hechizaba a los ojos ardientes y pálidos. Ella no los miraba, ni pensar, ni de reojo, se hacía invisible a tenorios y a muchos donjuanes de múltiples chicos del aula en que estaba e inaudible y opaca a lisonjas y halagos de burdos galanes. Las lecciones y temas que dejaban los maestros en clase y a diario, eran su campo y cultivo, su riego y parcela, y le ofendía a cada paso la carpa machista de expertos patanes, maltrechos y hechos, que piensan en eso, nada más en eso: para las clases hoy, y para el amor, mañana, decía, impertérrita, riendo. El acoso que ahora venía era del clan atrevido, acerbo y compacto, por demás reiterante de los grupos superiores de segundo o tercero y a quienes More paraba, entibiaba y calmaba, eran retos 14 l


continuos de estos zafios discípulos. Debían alejarse de ella y piropear a su abuela, decía More, molesta, algo de Erasmo tenía esta especie de morisca. Quienes mostraban apego por lanzar sus lisonjas, los mandaba a freír, y no precisamente espárragos, lo que fuere. Pasaron los años ¡y qué años!, y así concluyeron los grados del I a III, y no fueron de paz ni de goces, ni de fiesta o recreo, sino de garra y ahíncos, de diplomas –y más de uno- y de trofeos, -uno al año- en donde el tesón y el empeño sembraron semillas que More fertilizaba en su milpa fecunda. Fue una etapa de lucha y no fácil tarea y tampoco era fácil cargar la correa y sujetar a cuadrúpedos. No faltó quien le diera la mano deseada que ella misma anhelaba y, sin buscar, le venía, esa luz que faltaba a sus años oscuros, a su honor y entereza por la senda rodeada de escoria y basura que están tras la reja que ahora entreabría. ¡Cómo hace falta a los años la frase amable de aliento cuando a la broza te enfrentas! No hallaba palabras para pedir a sus padres contrarios, halcón y paloma, o a sus propios maestros, el consejo oportuno para espolear la auto-estima. No se puede esperar fácilmente esa palma que anima, que reconforta e inyecta, muchos vuelven el rostro y desvían la mirada y muestran el cobre de unos y la residuo de otros. La envidia corre en su entorno como casi siempre, en tanto el guardián de su padre, no Petra, (ella es buena) sobreprotector y guarura, devanaba sus celos y extremaba el abrigo hasta ir, inclusive, a la escuela por ella, ya púber y a punto de joven. Ese dardo de suegro que los casanovas llamaban al llevarla a su casa, no sólo ahumaba a su padre, lo ennegrecía, ¡pobre Erasmo!, ¡para que tal palabra provocara su inquina y alterara su ánima, hay que verlo!, debe cuidarse mi padre como ser jubilado para no decaer ni roerse, después de todo lo que riñe, ¡pobre, Erasmo!, agotaba su exiguo 15 l


y ya breve destino que a enojos y gritos mermaba y exponía. Cruzó ese frente de fuego en tres jornadas anuales dentro del plantel de gobierno que muchos otros equiparaban con escuelas privadas, de dudosa excelencia, y que More estimaba, segura de ello, que el que quiere estudiar, se preocupa, y el que no, ni en el limbo que se halle, con los maestros que fuere y con uniforme o sin él. La diferencia es de pasos y no de pesos, que dan brillo y boato al alumno engreído, no es eso excelencia, por favor, es apariencia. Al llegar a tercero se encresparon los grillos y destaparon sus ollas, el lenguaje escolar de casi todos los chicos, no tiene nombre ni autora, ¡de cantina y de barrios!, dice mucho de ellos que se desasnan en aulas, exageran injurias sin motivo ni causa, por incultura, ni un dipsómano expele tal sartal de sandeces: ¡Oyes, güey!, ya no mames, no seas pinche, cabrón, pendejo, vete y lárgate mucho a la ch... ¡puta, madre!, y así, todo el día, abruma decirlo, es el lenguaje del aula o al salir de la escuela a exhibirse, ¿y el maestro?, ¿el de Español como curso?, vegetando, cobrando y dejando pasar lo que sea, pasa por la entrepierna su reto y su propia estima lesiona. Y ojalá fuera eso, palabras y frases, pero lo grave son hechos, las acciones que abruman y cuentan. La semana anterior, en el patio, bajo los árboles densos, encontraron a cuatro mancebos todos unidos haciendo el amor, dos por chica, en las horas de clase y en la más experta postura del atornille o enrosque del Arte de Amar o la Egipciaca, del Kamasutra o del Kama Shastra, (se quedan cortos) Los sorprendieron de pronto y al inquirir a las chicas… ¿doncellas?... su ocasional empelote, dijeron serenas: ¡curiosa que es una! Ya van cinco alumnas con en el vientre de coco en lo que va de este año, ¡qué se sabe, diría!, y la tele se oculta autora y culpable tras las pifias de ellos y sus fofas conciencias de paja y de costra, de caca y boñiga. 16 l


Conciencia, no con ciencia. De los niños, ni hablemos. En los baños externos se fuma y se droga, se bebe y masturba y se envainan entre ellos, no hay escuelas de oficio, hay secuelas de vicio, ¡pobre Patria!, ¡pobres, chicos!, con espuelas sin potro y montura sin bridas. Fumar, beber, hacer el amor, decir zafiedades, no estudiar, copiar, pasar las aulas y no las aulas por ellos, son corruptelas de inicio que los maestros ocultan y cínicamente encubren. More quedó sorprendida al saber todo aquello por amigas del grupo. Ella egresó de la escuela con 9.6 de promedio en franco efugio a la Prepa por tanto tiempo esperada después de enredos y trampas de mancebos sin tiento, pero –hay de todo en eso, no hay duda– hay quienes piensan y actúan y no entreabren las piernas por darle gusto al desvirgue, ni practican el sexo sin seso de falta absoluta, –y me pregunto– ¿las que aprenden ejercen?, ¿cuántas rompen el himen nomás por sentirse mujeres maduras? o el “yo ya” aventurero, ¿muchas?, ¿serán todas? Lo que iba a hacer More en su vida, lo intuyó desde niña y asimilaba materias del cuerpo y funciones como temas comunes del género humano por dentro y por fuera. Las vacaciones llegaron y salieron a México con su padre y su madre como auténticos guías de ocio y regalo. Visitaron museos y templos y teatros, conventos e inmuebles de todos con hilos barrocos e hilvanes románicos y al ver la sarta de siglos en líneas rectas y curvas y ornato en exceso, salió la regla y el lápiz de tres grandes figuras del quehacer arquitectónico: Tolsá, Tres Guerras y Pedro de Arrieta, mexicano. Pensé en los que hicieron del muro belleza y ornato y alta presencia, perenne retrato que duerme en el siglo XVII y parte del XVIII. Admiraron el casco central de la urbe, el Centro Histórico, la mansión de 17 l


Correos, el MUNAL, Minería, la Profesa, la catedral mexicana, la mansión de Iturbide y otras tantas iglesias en donde está Churriguera el de los cálidos siglos. Estas visitas a los sitios fueron de arresto continuo por etapas cimeras de los años lumínicos, vacaciones, no ocio, y me llevó a pensar en lo otro, el sosiego postrado en piscinas o bares que las panzas distienden y se abultan precoces. Pasó así el interludio de dos meses de asueto, de arte y cultura, repaso de siglos y visita a museos, a teatros e iglesias, salones de arte y acaso –uno al día– algún restaurante modesto pero delicioso. No saben -decía More- lo que este espacio depara en el mero centro y revela en la marcha a los ojos este México histórico, hay cada cosa, de veras. A pesar de los acres desplantes del padre arrogante y de sañas continuas, rabietas y brincos, la adoraba a su modo, y no se libraba de su horma palurda. ¡La puta madre que me parió!, era su frase manida, socorrida, un auténtico hortera, perdón, padre, por lo hortera, perdón. En el tramo escolar de ¿reposo?, la niña, (ni tan niña), la púber, (ni tan púber), la bella morena de 15 años vestidos (que hoy cumplía) y que fue fecha de gozo para el par de creadores, sintió que los dos olvidaban ese día del arribo, eran mares mentales sus mentes falibles en un paso tan grande para More ahora doncella. Dejó la cama tendida y salió con rumbo a la sala donde sus padres, a diario, o charlaban o leían, y encontró a los dos subsumidos, serenos, absortos, pensó, ¡qué pena!, se olvidaron del día, ¡son ya viejos los dos!, saludó como siempre, y contestaron apenas con breve meneo de cabeza, e iba a tomar su café, cuando, de pronto, su padre, le llama impulsivo, enérgico. Sin volver la cabeza le dijo: “More, ven acá, deseo hablarte”, y creyó que otra vez iniciaba el penoso y ardu desdoro, el de siempre, zarandeando y vejando. Al acercarse le dice: 18 l


“¿Puedo darte un abrazo?, ¡felicidades!, y dejaron las sillas y estrecharon en largo y cálido abrazo, paquidérmico abrazo que ni Dios, el mismo Dios, había inventariado, el abrazo más tierno que su ser recordara, y More, feliz, se decía: “Se acordaron”. “Y ahora, de cuelga, te digo”, siguió el padre severo: “Haz tus maletas ahora, nos vamos los tres a Madrid, en cuatro horas”. Sintió More el desmayo, que se iba, que caía disminuida y tardó en reponerse, radiante se colgó del cuello del padre cuello y con lágrimas lo besa, lo apretó y le dice: “¡Qué sorpresa, padre, que sorpresa, lo haré, no esperaba!”, y con el júbilo a cuestas corrió a empacar y a vestirse, de prisa. “Vamos, ¡hale!, nos espera Madrid y tu nueva escuela y el jamón madrileño, por supuesto”, tronó Erasmo. No alcanzó More a pedir su cubierto deseo de cursar en Madrid sus estudios de… ¿cómo sabrían?... en la universidad que eligiera y pensó para s:, “¡A Madrid, sí, a Madrid!”, -suspiraba. “¡Qué bello!” La universidad le esperaba y tuvo tiempo bastante, casi dos meses, para elegir y salir después de la Prepa en su Guanajuato ¡y a Iberia de nuevo! El tiempo apremiaba y More, la bella, con pasión manifiesta y dominante apostura, estudiaría en Madrid, en tres años, al fin de la escuela, y con las velas izadas, festiva y gozosa, clamoreaba: -¡Madrid, ahí te voy! Y salieron.

19 l


II

La escuela tenía –Secundaria entonces– rompecabezas gigantes y crucigramas de a metro, asedios y acosos, pero la Prepa, esta Prepa en donde ahora me hallaba, ¡uy!, ciento y pico. Sin embargo, no era afecta a mostrarse ni cándida o boba en el seno del aula integrada por chicos proclives al ruido y al desorden completo. Era firme y segura y la tribu era gruesa, pesada y agreste como pocas. Tocaba con tacto la viola y el violín con mesura, porque si andaba con juicios o castos criterios, o algún símil de ellos, con Tae-Kwon-Do convencía. Y vencía. En este ciclo escolar ganó, con el tiempo, esa exacta medida que toda chica procura, acorrala y valora: la deferencia hacia More y la reserva para ella, podía decir que lograba medianamente o más, su l0 había conseguido. Gente digna la hay, no hay duda de eso. Encontró, sin embargo, materias que estaban a millas de lejos y alejaban de otras que tanto, tanto, atraían, largas millas, pero había que cursar y con aliento, ¡que remedio!, como base y soporte del tránsito humano y formado por estas materias no gratas para ella: historia, civismo, matemática, no había acceso directo a las ciencias del cuerpo que eran, desde luego, prioritarias, ¿que son valiosas?... sí, pero, bueno.... tardé en entenderlo. En los meses siguientes de clases y tratos con pelmas del aula y niveles de arriba, trabó amistad y convenio que no pensaba firmarlo y con chicos de oficio tierno y faldero que, con los deseos en vilo, lanzaban los ojos con obvia y pretendida conquista y a quienes –cierta estaba– debía tratar con esmero, con duchas de paz o enjuagues de calma o taekwondinas razones, drásticas. Hubo quienes, no pocos, que aceptaron y dieron respeto a su vida, la apreciaron, de veras, no sólo 20 l


en su área vital, sino en sus postes y lindes que a todos cerca y limita por esa raya que aísla lo exterior de lo íntimo, por eso abría el afecto, la cordura y el juicio tan caros para ella a determinados amigos. Los más osados de todos, de segundo y tercer año, tacteaban su rostro, halaban su pelo, pinchaban su barba y rodeaban su talle con palabras melifluas y pedestres y arduas miradas. Fue de pasmo la réplica de, al parecer, la indemne doncella que observaron perplejos los tenorios y afines que la rodeaban: la reacción de la chica de sobrados reojos fue de súbito asombro: le ha dado tal tortazo al tarado de porra que lo movió de la base y remató con patadas con sus muslos de Scopas que emulaban a potros salvajes e indómitos, taekwondoina ella. ¿Ha visto alguien cocear a una mula, a un caballo o a un pollino?, ¿saben cuándo volvieron a tomarse confianzas sus hinchas gañanes? Se pasó de largo el zoquete, quería halagar con palabras y manos grasientas y sacó su trofeo. El puntapié en las costillas lanzó al galán hasta el suelo y levantóse dolido con palidez en el rostro y de sobra perplejo. Podía More haber aceptado ese trato entre amigos, de confianza y cordura, pero así, con bestial manoseo, ni el ángel caído del infierno. A ella –como quizás a muchas otras- le irritaban los roces y las frases plebeyas que pintaban a burdos, vulgares y necios, palurdos y tontos, detestaba la selva, el desenfreno y malicia de seres cuadrúpedos, ¿qué clase de bestia pretende embaucar a mujeres sin armas nomás porque son de buen ojo e inermes, según…?, ¿qué los lleva? Desde entonces surgieron temores y dieron valor y respeto a la condiscípula, y lo que fue antipatía, se volvió loa y aplauso, alianza y altura. More fue desde entonces una chica temida, férrea, formal, de siete suelas y media, pero el caso del burdo fue reverso y bestial, totalmente contrario en el ámbito joven de esos soeces alumnos 21 l


y secundaban al pillo muchos otros aliados, y apareció el adjetivo que tildaba a la chica de zurda y machorra, lesbiana de oficio y vergüenza de todas las mujeres habidas: los varones chillaban y las hembras brincaban. More era el espejo ‒no cabía duda de ello‒ de su padre severo, de tieso equilibrio y lo empleaba bien en esa jungla donde hay tigres que asaltan y leones que muerden y en la espesura se mueven y atacan. More tomó todo eso con calma: una copa perlada de pérfido asecho, pero ella tenía en el fondo la imagen del padre, un ser humano abarrotado de contraposiciones múltiples, energúmeno si, pero digno. ¡Qué esperanzas que More aceptara las asechanzas como arma de vida!, ¡qué esperanzas! La doblez, ni pensarla siquiera y el cuento, la farsa y el sainete, las tuvo siempre como obras de grado minúsculo y peor catadura. Cuando supo el padre del lance que tuvo la hija en la lid de la escuela, la eximió de toda culpa, sin cargo alguno ante el arduo tropiezo de la chica ofendida, le dijo: ¿Qué le partiste la madre a un zoquete mal hecho? No dejes de hacerlo, y si regresa de nuevo, dale duro a los huevos, a las pilas del hombre, no te fíes de nadie, gilipollas cabrones. En su fuero interno sintió recompensa, ¡salió brava la hembra!, pensó quien deseó tanto al hijo que no supo hacerle la esposa por defecto de envío. ¡Qué bueno que no te intimides ante seres dementes!, ¡bola de asnos! Desde entonces el padre confió en su More estudiante y en su arma ofensiva y de evidente autoestima, se sentía el rey del cotarro. ¿Que impulsa a un gañán a humillar a las féminas con el cobre machista? ¡Qué bien ganado se tuvo ese duro aporreo! Es bueno ser cinta y negra y mucho mejor ser cinta honrada, ¡mequetrefes! De Secundaria a la Prepa fue un cambio visiblemente notorio, de uno a otro planeta, fue todo un engorro, mundo aparte y no sólo hay que ser precavida, los frescos te brincan, te embisten, te copan, es 22 l


otra forma de vida y otro envés de cultura y, si no les paras el alto, te asedian y someten, se sienten hombres y piensan que son de otro calibre. A las mujeres dominan, o pretenden, no tienen noción del sexo y lo buscan sedientos, le hacen falta lecciones, y muchas, sobre el seso, y no el sexo, pero persisten en ser cabrones con brío, auténticos machos cabríos. More encontró, por fortuna, amistades leales y afines, sinceras y limpias, de esas que te abren la mano y te enseñan el alma como llave del cofre que todos llevamos, no amistades de cama que ni son amistades ni amantes. Merecen zapato. Hay amigas –no todas- de mental desafecto a los brutos de cola y pelambre cerdoso, ¡coing! Detectó gente que su figura administra y no cualquier correcaminos de asfalto la aborda y para ello hay que ser uno mismo y no caldo y pollo de otro, bastarse, con la lupa que explora los mil recovecos y despropósitos. Para armar los equipos que cada maestro exigía, se acoplaba al compás de los demás condiscípulos, realizaba tareas en grupos, formulaba temarios e indagaba lo suyo en la computadora o los textos; concordaban alianzas y tiraban parejo en la ruta docente, se buscaban y unían para ampliar el concierto de esa orquesta sinfónica de estudios. No habían tenido discordia o conflictos mayores, divergencias muy pocas por pugnas sociales o credos políticos, dado que una era así, y la otra era asá, de otra forma, y sabiendo lo que ello encarnaba, prefería callar y emplear la prudencia medida. No llegaban a nada, a veces, pero a todo accedían. Lo sabía. Hay un curso, entre otros, del que parten centellas, truenos y rayos, y es el inglés como idioma, no por saber el goodbye o el solon de los gringos, sino por el plazo que daban para hablar esa lengua: seis meses. O la aprendías o te ibas. Por mis diarias lecturas sabía del grado europeo del tráfico médico, era de pie y avanzada en el arduo 23 l


ejercicio y sabiendo el plis de los English, podría ocurrir y estudiar en los grandes simposios, encuentros y campus, para estar al corriente. El inglés es la lengua que habla el turismo mundial y, sin duda, ecuménica, ¿se moverán los 2,000 millones que lo hablan si yo no lo apruebo? Gustaba bromear y chirigotear, pero esa lengua era mango, estoque y puntilla de acero templado. More quedóse cual mueble en la sala pensando, inmóvil, no en aquel parapeto que debía de saltar, sino en cómo cursarlo y tan rápido. Su cielo era gris, anublado, y sus ojos de pródigo abismo viraban, con la mirada hacia adentro, posesa y sumida, era como si el eje terráqueo se moviera y temblara,

impresionaba su planta, por lo común,

inmutable, algo causaba ese ingreso de pronto. Al concluir los estudios de bachiller en la Prepa, algo ocurrió de improviso que ni ella misma esperaba, More ignoraba y, quizás, ni intuía, ni sus buenas amigas ni sus peores cuatreros sospechaban, parecía boba y desviada, ¿veía moros con...?, ¿era algún pretendiente?, la duda crecía y horadaba como torniquete, se hacia lesiva y difusa, no lograba saber con qué pie se subía ni con cual se bajaba, ¿algún galán espinoso?, puede ser, algo siento, ¿deseo?, ¡no!, nada de eso. Un joven alto, decente, obsequioso, sensato y nada feo, apareció en su proscenio –¡buenos días!- de la nada intangible, daba la imagen de ser cortejante o algo así, pero no, ¡tampoco!, era un chico gentil, caballero, todo él moderado, no tenía traza de ser aspirante de amigo, pero eso sí, sin ser lana ni lino, le llenaba los kilos de gramos. Era serio, formal, asequible, virtudes tenía, y no mostraba sus armas ni enseñaba su anzuelo, pero ‒otro pero‒ de una cosa sí estaba de plano segura: la perseguía. Con los imanes de adusto y apariencia huidizo, pretendía ganar o intentarlo, mover a su cero de al lado. Aceptó More su 24 l


trato y riesgo congruente. ¿Peligro? Sí. De enamorarse y perderse. Llevar al lado a su diestra a un mancebo formal, de buen iris, que pocas veces reía y muy pocas hablaba, paró sospechas, ¿y ella?, ¿la inabordable?, ¿la inseductible?, ¿sería pariente o amigo?, decían sus aliadas. Pasó el tiempo con prisa y la confianza adquirió un asiento a su lado, hasta que ‒la duda seguía‒ se atrevió a preguntarle lo que era ya un enigma y le intrigaba: Oyes, Pancho, (se llamaba el chico), dime una cosa, ¿pretendes novia, amiga o pareja?, porque, si novia persigues, lo pienso; si amistad escudriñas, lo acepto; y si pareja procuras, desde este momento te digo, te vuelvo cadáver o fiambre, más que rápido. Rióse Francisco y, asumiendo de nuevo su semblante de cera, repuso: Busco amistad, no pareja y, en cuanto a novio aspirante, permite que entonces razone: Såi yo te pretendo a ti y tú no a mí, ¿caminamos?, pregúntate ahora, ¿deseo serla?, ¿acepto ese novio?, y repregunta More: ¿Por qué hasta ahora, Francisco? Respóndete tú dice él: ¿No es privilegio de damas meditar lo bastante y decidir enseguida?, ¿no eres tú quien resuelve?, te he dando plazo para ello, tú arbitras el juego y yo gozo el partido. Es un

juego

de

dos,

nada fácil. Ahora, dime, -replicó More- ¿Por qué has

callado?, y él contestó: ¿No intuyes?, ¿hace falta expresar con palabras lo que la vista denuncia?, ¿deseas conocer y enseguida medir? Algo había en mis adentros que enfrentaba insegura?, ¿y lo interno? Tienes razón –dijo ella- deja pensar. Haz acertado –pensó Pancho- y la razón te acompaña como ya te lo he dicho. Por eso callaba. En el reloj de la vida y da el timbre a su hora, ¿no has aplazado ahora, después de tanto tratarnos?, las cosas caen por su peso. La dejó Pancho en desorden, titubeante, ¿tendría razón?, no era la forma de hacer ni de ser ‒según ella‒ sin embargo, lo hacía todo con tacto, con tiento inusual, esperaba que 25 l


aquello llegara natural, espontáneo. Transcurrieron los meses hasta el fin de la Prepa. Ya todos llamaban a ese par la pareja y al caer el telón de la escuela ‒documentos, boletas, clausura y eso‒ Francisco llegó hasta el oído de More y susurró quedamente: ¿Qué has pensado, ¿quieres ser mi novia? Mira, Pancho, le espetó ella, serena: Busco oficio y carrera y voy muy lejos tras ella, voy a España, a Madrid, y vendré, tal vez, en verano, de vacaciones, dos meses, y veré a mis padres y amigos, ¿así?, ¿quieres serlo?, ¿de lejos? More cerró su candado y abrió el postigo del otro. Pancho no es el futuro ‒pensó‒ a pesar de traerlo prendido no iba a exponer su carrera por un hombre dudoso, no fiable y, además, saben esto los siglos: amor de lejos... Pancho aprobó su postura y no hubo nada de análisis ni reflexión ni exámenes previos, chocaron las manos y se despidieron con un ¡buena suerte! bien entendido. Primer pasajero que intenta abordar y pasar su tren de salida. Pancho era seco, glacial, circunspecto, más derecho que el piano y más enhiesto que el pino, rectilíneo en exceso, pasaba la prueba de amigo, pero no de novio o futuro... reflexionaba More... le había tomado las placas del frente y atrás, radiografías íntimas e hizo migas sus flancos hasta el último piso del microscópico esculque. No veía el sabor de su vida en la mesa de Pancho y se negaba a admitir que sus manos palparan su rostro y su cuerpo, su boca y su cuello, sin el fulgor de ese sol que flamea y consume y derrite. Pacho era así, inseguro, no enérgico, poco fiable, vacilaba, no era el hombre para ella, ni el hombro que apoya, aguanta y sostiene. No. Nunca. Inspeccionó sus honduras y desglosó sus espacios. La bachiller de 18 años, (apenas cumplía), era exacta y medida, melindrosa, cuenta chiles, severa, minorista de todo e igualaba los rasgos del padre violento de innatas posturas y equilibrio de circo, mens sana in corpore 26 l


sano, decía More invocando al de Atenas o Aegina. More era, ¿como decir?... ¿cómo dicen?... tiquismiquis. La Preparatoria dejó, como todo nivel muchas obras fructíferas, altas ganancias, lluvia copiosa y siembras de oro que es el estudio: fue la primera del grupo con 9.2 de promedio y, por supuesto, llegaron chismes y hablillas por aquí y por allá y dondequiera: que si era el sol o la luna, el no tener novio causaba profundas sospechas. Egresar de la Prepa y encarar el proyecto de estudiar en España, fue púnica pugna y médico arrojo. More llenó su maleta, escondió su boleto, el pasaporte y la visa en la bolsa que cruzaba su seno y su hombro y en sus manos llevaba el peso y la fe, la intrepidez y valía que apuntalaba su vida, todo en regla, esperaba que el padre dijera, ¡vámonos!, y de nuevo, ¡a volar por Iberia!, la línea española, ¡a Madrid! Dos semanas después, en el aeródromo todos, los tres, abordaban la nave con destino a Mayrit, papá, mamá y la hija para encontrar a los tíos y abrazarlos de nuevo. Llegaron después de 11 horas de vuelo directo a Barajas a doce kilómetros de lejos del hogar de los tíos, los hermanos del padre, con cónyuges algunos y otros hijos sin ellos, los recibieron con júbilo, con abrazos y besos. -¡Rediez, sigue guapa la hija!, exclamaron los tíos al verla radiante y sonriente. Los llevaron a casa de Pedro, el menor de ellos, con medio siglo de vida en el gancho del hombro y enorme deseo de verlos, un tío muy tío: rieron, bebieron, charlaron, y los tres invocaron la historia de aquellas pisadas remotas hace treinta años de ello. -¡Estáis viejo, Erasmo! -¡Vos también, Pedro y Josealfre!, ¡cómo hacéis que no! 27 l


-¡Eh, tú, zagala, -dijo el tío mayor- la Complutense te espera!, ¡la mejor que –considero- existe, en medicina, sobre todo! Nació en el siglo XIII, y para ser exactos, en 1293 con el nombre de Estudio de Escuelas Generales en Alcalá de Henares y dos siglos más tarde, en 1836, se convirtió en la Universidad Complutense de Cisneros, el cardenal fundador, en la ciudad de Madrid -respiró hondo y feliz por haber recordado los datos precisos de origen de esta. Sintió More el temblor del jetlag en las corvas y piernas con la somnolencia de las horas de sueño en constante vigilia y, principalmente, por el peso de un viejo y anhelado proyecto, pero deseaba estirar su figura en una cama blanda y amable doce horas o quince o más si se puede. Despidióse de ellos y asaltó el lecho acolchado que a estas horas ya le urgía como único. Necesitaba acostar su estatura. El jetlag o desfase sobreviene cuando hay muda de horario y reclama la cama inmediata, trastorna la vista, atruena el oído y se siente por allá la cabeza como dislocada. Día y medio después de evadirse y recuperarse del viaje, regresaron las ansias como recién llegadas, y retornaron los hálitos nuevos y pudimos ver la ciudad por las millas del auto que transitaba en la metrópoli bella. Erasmo fue de visita a los lugares que Pedro, su hermano, sabía, las callejuelas de niño que hace tiempo ni de pasada veía, sus antiguos colegios, las áreas de juegos y la miel del recuerdo que aún derramaba, no se iba y seguía ahí. Pasearon en auto como huéspedes nuevos y remontó las edades que le parecieron viejísimas, ¡qué de cambios, caramba!, de Fuencarral a Vallecas y de Pozuelo a Barajas, puntos extremos. Recorrieron con More el campus segundo de Somosaguas, la nueva, y más tarde, Moncloa, de la Universidad Complutense a donde More vendría, ya pronto, muy pronto, a estudiar medicina. Seis días 28 l


después del arribo se fue More a su campus, en Metro, y bajó en la parada donde se encuentra la escuela fundada en… ora verás… 1927 en ese mismo terreno. Complutense fue el segundo nombre que dieron por el sitio en que estaba (de Complutus, confluencia de ríos), adscrita a Alcalá de Henares en 1293 a treinta y tantos kilómetros de Madrid, capital del oso y madroño y comarca limítrofe. Estaba loca, feliz, realizada. Guanajuato en Madrid.

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III

Después de realizar el trayecto que haría cada día de lunes a viernes y a veces los sábados, desde su casa a ese campus donde finalmente estaría en la Facultad de Medicina, lo repitió varias veces para entrenar sus sentidos con rumbo inequívoco, exacto. Hoy lo intentaba de nuevo. Los vagones del Metro lo ocupaban alumnos de diversas carreras y desde hora temprana colmaban asientos del tramo atestado, ¡ah, y cómo hablaban! En ellos viajaban los astros del nuevo futuro en las pistas y canchas y campos y túneles que habrían de dar los trofeos y los sitios de podio de la UC de Moncloa. En los días que siguieron en el tren subterráneo se volvió todo aquello tumulto y palique con los cientos de alumnos que entre si parloteaban: -¿En qué carrera vais? ¿Y vos? ¡Ay, qué guapa, pesada carrera! Y así. Ahí vio a los pupilos, mejor dicho pipiolos, y a los médicos hechos ya casi galenos que portaban el blanco del hombre de Cos y a punto de usar en su bata el caduceo y decir ¡adiós! a la Puerta (de Hierro) que tantas veces cruzaron por la avenida que lleva a ese campus de todos sus caros anhelos. En el asiento del Metro conoció ella a tres chicas de su misma carrera: a Tere, a Carmen y a Ausen, y a otros dos de la escuela anexa, la Agropecuaria, que la trataban de médica y mexicana novicia y no dejaban de otear sus torneadas y huroneadas hechuras desde los pies hasta el pelo, armónicas todas y flamante, de veras. “Mexicanita” llamaban y seducía su par de ventanas sombrías: sus ojos, además de sus labios y sedoso cabello, su cuerpo, y esa bella sonrisa que obligaba a 30 l


voltear hasta al más típico ciego, y eso que era suma de sumas: eso. Su padre y su madre aún continuaban en ese hogar madrileño con los hermanos de Erasmo que no dejaban de instruir a la chica con medrosa porfía: -¡Cuidado, More, ten cuidado con esos burdos villanos, son diferentes a todos los que conocéis hasta ahora, sed astuta! Y ella nomás sonreía. Para una buena Tae-Kwon-Do, cinta negra, y con bata entrenada, todos eran bastos y necios, estúpidos, son los mismos maletas de allá que de acá. Y agitaba pestañas, velaba sonrisas, y no dejaba de ser insinuante y coqueta sin serlo ni siquiera pretenderlo, pero sabía bien su palmito que hacía voltear la cerviz a más de cuatro errabundos que por las aceras se topaba, tenía costra para ello. Padre y madre volvieron a la tierra de Petra al saber que su More se ajustaba a la escuela, al recorrido en el Metro y al plan académico, rígido, y sobre todo, a su armónico y práctico ritmo invariable y constante: es una orquesta la escuela y ella tiene el banquillo, el pentagrama y batuta. Al abrazar a sus padres con lágrimas largas y liquidas, repitieron lo mismo: -¡Ve, hija, tú ya conoces, cuídate mucho!, y la madre arrojó tal océano de llanto, que era un aljibe sin fugas. More logró su hospedaje en el hogar de Josealfre, el tío, y ofreció formal a los padres: -¡En vacaciones nos vemos, les escribo o les llamo!, se le cerraba la voz. El primer día de clases recorrió el campus completo, el área de edificios, el césped, los patios, las áreas deportivas, ¡qué inmenso es! y confirmó las materias que habría de cursar en el

semestre a punto: Introducción a la Medicina y

Metodología Científica; Bioestadística; Física Médica; Bioquímica y Biología

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Molecular; Citología, Histología y Embriología General Humana; y Anatomía Humana I. No decían nada ni mucho, muy poco más bien, son las materias que llaman Cursos aquí. Ya tendré tiempo para la gimnasia optativa y el Tae Kwon Do… mmm… y, a propósito, ¿respetarán mis ascensos? Tengo papeles de ellos. Voy a Cuarto Dan. Entrenaré sola mientras. Transcurridas cuatro o cinco semanas, More tenía un huerto de amigos y amigas de grupo, de confianza, según parece, con certeza no, ella esperaba eso. Un par de amigas la invitaron a ir por la tarde a la alberca del campus en ese estío de calor excesivo, hipertermia y averno, unas por crear amistad y otras por ver la figura que tras las rejas del jens, seducía y provocaba, y ella, alegre y vivaz, reservada, dijo: -¡Pues, vamos! Es importante cuidar el contacto con ellas y ante tal insistencia decidió aceptar, por fin, no muy convencida : -¡Vamos¡ ¡Que los demás se empalaguen!, ‒dijeron las otras. Salió luego a la boutique a comprar ¿qué?... ¿cómo le llaman?... ¿bañadores?... ¿bikini o trikini?, ¿qué será eso?, que tanga, que mini, que... me compré una unipieza para no andar de vitrina, muy a mi gusto, bastante enredo me causa si visto uno breve o de sólo dos trapos. -¡Enseñad, chica, enseñad!, aconsejaron, ¡para que rueden las babas! La amplia piscina era teatro y pasillo de cuerpos magros y bellos, muy poco ocultos, de escaso trapo y ojeo lúbrico. Pero, ¡para asombrarse, de veras!, no fue ducha y enjuague en esa olímpica pila de 50 metros de largo, fue pasarela y 32 l


examen y luego juerga torpe y obtusa. Alguien ‒con intención encubierta‒ radio al hombro, echó a volar el meneo y empezaron los bailes de todo quiebro y requiebro: las cumbias, los mambos, la salsa, el vallenato y las guarachas meneables, y lo que más le cabreaba a More que ni siquiera llegó a sospechar, empezó el baile con tonos raudos primero y luego suaves y quedos y al ingresar las sombras, sólo música tierna. Se volvió aquello contoneo y en los andenes, bailongo. Lo que debió ser de remojo, se volvió sol y calina, pero humana, amalgama de ilíacos y mover de los émbolos. More, al ver ese desajuste, poco digno, tomó su ropa del piso, se puso el jens y la blusa y partió sin rumbo sin avisar ni aclarar. La utilizaban nomás. -¡More, More, no os vayáis!, se sintió falsa, agredida, indignada, no regresó y dijo adiós para siempre a esa infiel engañifa. La noche, que se hundía de melosa en la alberca sumisa, impresionante farsa de amigas, crecía en desparpajo, ¡mentecatas estas! Se enterada tarde del fraude. O van a bañarse o van a frotarse: pero así no. More se hubiera quedado sin dar la nota de ñoña, pero de ese modo, con engaño y argucia, como sucio burdel, allá ellas. Fue, por demás, sorprendida, era abyecto el jolgorio e indigno el encuentro. -No vine aquí para roces ni para tales despliegues ni para empiernes casuales. La turbó la piscina y el anzuelo del nado en que estaban inmersas sus amigas y amigos, cerró así el falseamiento. Al parecer las del baño aceptaron el baile en prendas brevísimas, de sinuoso ajetreo y arrejuntamiento ¿o de ambos sería?... ¿por qué lo encubrieron?, ¿qué piensan que soy yo...? Estaban de acuerdo, seguro. Era el objeto del baño y faltaban ¿amigas?, ¿fue la bebida el estímulo para excitar y aflojarse?, 33 l


-No cedo a artimañas y soy de farsas antípoda, acérrima gata, no tenían por que fabricar la comedia tramposa ni malgastar en argucias, soy tan mujer como ellas y tan rival como pocas y en contubernios como ese, soy refractaria, olvídense. Siento igual apetencia y la misma hambre, pero hay momentos para ello, ¿y hacerlo con esos?, no son pulgas que brinquen en mi petate pagano y si son, como dicen, amigas, en serio, no saben el potro que ensillan, yo soy quien decido por el hombre que quiero, no del gusto del clítoris, ¡pobres diablas!. Tienen dos contra esquinas: el decoro o desdoro. Al pasar esa afrenta que volvió chisme la escuela, More encontró a las amigas y trató con tibieza, con glacial apatía, y ese acto volvió repulsivas a las chicas del baile, no había sustento o razón para afirmar ese nexo, ni conservarlo por necio. -¡Superfluas, éstas, adiós! Aquellas tipas le dieron más jaqueca que baño y desde entonces se hizo una joven huidiza, huraña, más cauta y escéptica, prefirió cambiar que recrear simulacros y calcas que desalentaron su ánimo y que no daban a ella la presencia deseada y sí la muestra indeseable. Se entregó con querencia a sus grandes apegos: el estudio, el Tae-Kwon-Do y sus diarias lecturas, aliados que las demás ignoraban de redes y ardides, de burlas y enredos que requerían usar catalejos para ver los propósitos. Se dedicó por completo a sus caros afanes y superiores: las letras, el atavío de la casa y el disfrute de ratos que dejaban las treguas de clase y el Tae-Kwon-Do rutinario. La quietud y el sosiego la enviciaban parejo, pero esa droga era buena, calmosa y de enmiendas y en instantes gozosa, relajaba su mente y ordenaba su vida de tópicos diarios y análisis hondos: se escuchaba a la ciencia que hablaba en su templo de la griega 34 l


marmórea de la Acrópolis. Envidiaban a More por su íntima entrega a los dones de Itzamna, el Dios maya de la práctica médica, y juró ‒más que enfática‒ no volver a tener relaciones sociales ni prestarse a señuelos o patrañas inmundas, ¿para qué?, yo vine a estudiar, no a solazarme ni herirme. Se aplicó y se aplacó. Tiempo habrá para eso, para farras y juergas que no riman ahora con libros ni ciencia, no lo digo yo, lo dice la dama, la atenta señora que vida le llaman. -Yo he de darme, solícita, a lo que vale e importa. La hija de Erasmo y de Petra, su madre, desde sus huellas de niña en el juego o la escuela, en el hogar y doquiera, fue siempre adicta a los libros y al estudio profundo y por la acción de sus genes, circunspecta y medida, afecta de honras y decoro pulido, tenía por patria a la ética y por bandera sus bienes, manifestaba repudio por todo aquello que fuera mezquino y profano. Su madre, y su padre, lo mismo, a pesar de su áspero genio, era probo, legal, justiciero, podrían decir que era agrio, pero no ruin y rastrero. Pasó el año primero en la Universidad Complutense con 9 y más de promedio, (9.2) y no quedó satisfecha con ese crédito, no procuraba el 10, por supuesto, pero sí décimas que escamoteaban. Obtener 10 en los años siguientes fue el pacto que hizo, fanático, sin reposo, no había en toda la historia de la Universidad Complutense un egresado con tan alto y honroso promedio y en medicina, menos. Quiero alcanzar, no lo niego, mejores puntos en décimas, ser poseedora de más, y he de forzar mis engranes en subir ese 9.2, aunque chamusque pestañas. Pocos llegan –no ha habido hasta ahora‒ a ostentar ese crédito, es cierto, pero si logro escalar esa cresta eminente no seré la mejor cirujana, pero sí la mejor de la clase. No alardeaba ni cacareaba ningún mérito o 35 l


ascenso, era vano, la inmodestia era suya y cultivaba en persona, pero siempre la certeza de hacerlo la erguía y engallaba, no es petardo que truene en mi patio consciente, al contrario, le da fuerza al intento y da prisa a los pasos, gana en vigor y porfía. Ya lo dijo el refrán: quien persigue, consigue, o como dice el suplente: quien lanza piedras al sol, no habrá de pegarle nunca, pero será el mejor lanzador de todos. Celebraron el final de la escuela con gran fiestón en la familia la que llamaron The End Party en la casa de Pedro, su tío, y en donde ella vivía, y se sumaron los primos, más primas, más hijos, sobrinos y amigos para celebrar a la prima por el alto promedio y por ser el mayor de la clase, y despedirla, a su vez, por el viaje que haría de vacaciones a México. Por instancias de Petra, ya en México, hicieron lo mismo en Guanajuato y llamaron Retorn Party, reunión que fue de intenso palique, de comentario y glosa: -Hola, ¿qué tal?, ¿cómo te fue?, ¿te agradaron los chavos?, ¿son tan nacos como éstos o iguanas ranas?, ¿qué tal la escuela?, ¿cómo haces para vivir sin tacos, tortas y sopes?, o como allá dirían, ¿cómo hacéis para vivir sin las tapas? Reunió a la estirpe completa, allá y acá, y exclamaba consciente, razonable y prudente: -No hay tiempo para andar de manita sudada, la carrera es difícil, de mucho peso, y alcanzar el promedio que obtuve, hay que rifarse. Mamá Petra sufría a tres hermanos carnales y seis jóvenes so... ¡sobrantes!... eran más que sobrinos, se excedían en trances y toda clase de trápalas, y eran truhanes de oficio (se salvaban las damas) y apodaban a la madre de More, “la tía muda”, ¡perjuros ! 36 l


More pasó con sus padres la tregua del año, la que no había tenido en un tramo de clases y de estudios continuos que le resultaron de hamaca, de almohada y tumbona como nunca antes lo hizo, –pensó- ¿cómo una holgura como ésta puede ser tan edénica?, ¡qué bello traje de tierra y zarape de cielo, luna que ríe y noche que canta, trópico espléndido!, ¡excelso momento de playa, de arena y de olas que riman todas!, monte que alienta y lluvia que anima, vociferaba lo verde y la humedad abucheaba, volvía a ser la pequeña de mano del padre por poblados y villas, gozaban como antes, totales y juntos. Dos meses se fueron cual un leve suspiro, se gastó en vaguedades, paseos y visitas por demás gratas y vívidas, en derroches exactos de tiempo y espacio, reencuentro con gentes que el tiempo olvidaba y lograron que el nuevo cariño fraguara y creciera como rosa en el búcaro. More sabía que ellos, sus padres, tenían de punto en la oreja el celular de ordenanza y, ella, el móvil de AENA, de arete y cosquilla por donde llamaba con frecuencia. El pequeño móvil, allá, era escolta y bandera y mientras no tintineara sufría afasia y sordera: dos veces al mes lo tecleaba, por lo menos. Llegó el final irreductible, abordó la nave de Iberia hasta Madrid de regreso, vía México, a reanudar sus estudios desde la casa del tío, quien llegó al aeropuerto con su hija, Alicia, y gran amiga de More, su prima del alma. La semana siguiente anotó las materias que habría de cursar en el lapso ordinario y que eran... ¡la medicina se vive, no se bebe!, decía una chica, de paso, a las aulas vivientes, y en efecto. -No sé si sabrían que el chapapote se vierte en mares y arenas de la costa… –dijo una de ellas, al llegar. -Órale… -dijo More- me asombró ese... ¿chapa?... ¿chapopote? 37 l


Anotó los cursos que haría en el presente semestre: Anatomía Humana II, Fisiología Humana, Inmunología General, Organografía Microscópica Humana, Bioética y Materia Optativa, que son... déjame ver... una, dos, tres, cuatro... ok... llevaré Bioquímica de opción... ya está... a otra cosa. Todo fue igual como siempre: estudiar en los libros, indagar en los otros de la biblioteca, asistir a los eventos, no sociales, culturales, a hospitales seguido, a marchas-protestas, a clubes, saraos y bares, con nuevos amigos, a películas buenas y a reuniones de... ¡ah!, y a la rutina del Tae-Kwon-Do de los sábados, voy al quinto Dan y debo… ¡no!, quiero hacerlo, conseguirlo. Y otra vez a hospitales y a clínicas, a la compra de libros y a las búsquedas muchas, a acechanzas y atisbos de viejos y jóvenes, de alumnos cretinos que no ven más que corvas, bustos y glúteos. ¡Cómo si no los pescara! Tuve un encuentro casual con un grupo de amigas y amigos y dos o tres compañeras de años superiores, conocidos todos, en el cotejo de asuntos de la propia carrera: informes, consultas, opciones y datos, que era todo en su trato. No habrá, ni podrá haber, ingresos malsanos o egresos fugaces en la nómina íntima, la vida es tensa y, por consecuencia, intensa y, maniobrar sobre ella, es conjura y asalto, delito penado. ¿Qué es parte normal de la vida? No dejaré que penetren al hogar de ella misma que no tiene llaves ni puertas, nada de tráfico, ni anuncios de urgencias, nada, cuidaré la distancia, y si alguien pretende entrar y abordarla, les diré simplemente: ¿pirateas?, ¿quieres manchar tu camino y prestar tu futuro?, ¡véndelo, ahora, anda, pero no uses el mío! -Eres joven, disfruta, no seas boba, inocente que eres –dirían muchasusa tu vida, tus años, tu piel y tu bella envoltura y corteza tan grata. Tengo buenas 38 l


razones para no oír sugerencias de otros u otras, de muchos o todos, el favor del espejo envanece y lo tiré a la basura, no soy de reflejos y si algo en mi ser se distingue es por ser como el viento que refresca y se mueve, no retrata mi espejo, ¿son válidos juicios?: ¿vivir para hartarse, saciarse y perderse?, ¿de veras lo piensas?, ¿al mondar tu naranja y enviarla al abismo, crees que eso es la vida?, ¿beber, fumar, bailar, tomar psicotrópicos, copular, ser yegua de machos y de muchos cuadrúpedos, ¿eso es vivir?, ¿si yo me gano el membrete de ñoña o babanca, es mejor que el de puta, cuerpo fácil, o dipsómana bruta?, ¿lo crees?, ¿quién es, finalmente, la ingenua? La sobreestima se rompe y la autoestima se afloja; el valor es el tuyo, ¿pulsas las grietas?, ¿estás harta de ejemplos y, sobre todo, de óptimos? Elige. Somos germen de médico y ser sanos y limpios es, ante todo, premisa, y óyelo bien: Es condición irrestricta. Te observan, cavila, medita, usa el lugar del sombrero. Así siguieron los días, uno con otro, y con prisa y con pasos, la palanca que estaba trabada y sujeta se quedó agarrotada, inmóvil, rompecabezas sin uso que va, con toda y sus piezas, desintegrándose. Si no hay retos en casa, mucho menos adentro de cada habitante, es piso sin huéspedes. Con la usual apatía del tercio de amigas lagartas y fofas, aplicando la lente con ojos estáticos, ven establos repletos y no el ganado que vive y se reproduce como todos. Perdí el trato con ellas y la fruta social que quería y tanto, tanto anhelaba como compañía y amparo, lo arrojé por la borda, no la mordí, no había aroma del mío. Por fortuna, no son todas como estas. En la vida escolar, como en la existencia misma, si te desinflas, te hundes, no hay rescate ni forma de hacerlo, ni siquiera helicóptero. Pero, por suerte, ¿suerte?, no todas naufragan y menos se ahogan. 39 l


Así siguieron los años, los meses y días, lentos, saháricos, tardos, con la vista clavada en el tiempo futuro como avión en barrena en un éter sin nubes. El trabajo de clases, las horas de estudio y los diarios deberes, no dejaba lugar al ajetreo de la casa: el lavado, el planchado, el barrido, quehaceres de esos que obligan, impulsan y brincan sin nadie. Sin embargo, cuando un lapso se abre, la desgana deviene y los cerros de ropa se sienten reclusos mientras una se evade y eclipsa. More, desde tiempo atrás en los ratos libres para esas faenas, cae como piedra en hoyo, y llora y se angustia, recuerda a sus padres y siente ganas de verlos, tratarlos, estar con ellos en casa. Flagelan las ansias y el ánimo resta, atrapa el pasado, se siente sola, cautiva, y la impotencia de ser una simple piltrafa la postra cual trapo y se arrincona en el cuarto de un irreal desamparo porque el contrapeso le pesa, la obnubila. Por fortuna, cuando eso sucede y acaece por días y no se establece, recuerda los casos que el maestro decía con la mente y la psique en tropiezos, y se dice: -More, estás mal, pequeña, date cuenta, la depresión te fusila y estás gravísima de eso, toma una dosis de garra y lanza al diablo la murria, saca tus uñas y araña, sujeta, inventa, haz algo, produce cordura y razón suficiente para ser y pararte de nuevo, intégrate, no seas…. Del segundo al último año, lo que más imantó los afectos de la joven doctora, casi a punto de egreso, fueron las horas de estudio en la biblioteca con muchas, muchas alumnas, donde frecuentemente se abstraía, la práctica diaria en nosocomios y las clínicas que daban color y frescura a esta bella criatura de bata blanca y al cuello el estetoscopio colgado. En las salas del Carlos III el hospital donde hacía su servicio, su residencia y sus prácticas, tuvo un encuentro casual con un par de 40 l


pestañas que admiraban las suyas, silentes, profundas, y le decían algo, callaban, sintió los ojos ardientes que centelleaban su vista y merodeaban su cuerpo con lupas en ellos, dos, tres, cuatro, cinco veces al día, parecía seguirla, perseguirla, sus pasos oía a su espalda sin verlos, ya eran para ella comunes: fueron ojos casuales y al poco tiempo después se enteró por doctoras y enfermeras de cofia que era el médico en turno y hacia guardia en la noche y a veces de día, cambiaba a salas diversas, ¡ah!, y se llamaba Pedro, igual que su tío, Pedro Cruces, galeno joven de la edad de sus pasos, de buena facha y presencia: sentía sus ojos encima, castaños, su sonrisa plena, sus pisadas y aroma. Era inusual su porfía. Tres semanas pasaron, quizás cuatro, de toparse en pasillos y salas de enfermos y Administración, inclusive. Pasó –según ella- a la estrategia siguiente con sumo tacto: empezó a saludarla. ¡Cuantas veces cruzaron el café de sus ojos con los negros de ella. -¡Hola!, ¿cómo estáis?, buenos días, ¿habéis visto al doctor De la Parra? Dos semanas después, ya no fueron saludos, sonrisas y reiteradas preguntas, ya surgieron los ¡hola!, los ¡qué guapa!, los ¡qué elegante!, a los que More entreabría someras sonrisas con sus iris sombreados, hasta que, un buen día, subió a cubierta la audacia con aire tenue y medido, se las trae el doctorcito, no cabe duda -reflexionó. Al llegar por la tarde al hospital de sus prácticas, el Carlos III, en Sinesio Delgado, número 10, como a las seis, más o menos, se topó con él de repente y trompicó disculpándose,: -¡Oh, perdón!, he venido de torpe, disculpa. Observó entonces su rostro y enfrentó sus medidas y sus ojos de cerca, le dijo: 41 l


-¡Hola!, de nuevo, ¿eres vos?... perdón, estuve a punto… -¡No hay cuidado!, respondió ella. -¿No sois española, verdad? -No, -dijo More- soy mexicana. -¿Hace tiempo que estáis en el Carlos?... y así siguió la charla sin fin. Seguía arando la tierra en medio de la áspera acera, hasta que entró la confianza, serena y prudente, y Pedro, el joven médico, el de la suave sonrisa y ojos de otoño, la invitó a llevarla en su auto y tomar el café de la esquina. -Yo soy de Galicia, -le dijo- de las Rias Baixas, en Vigo –acotó- como para familiarizar el palique. -Y yo de México, de Guanajuato, y voy a la Complutense. -¿Y qué hacéis en España? -Soy de padre andaluz. -Valiente mezcla, hay que andar con cuidado! –bromeó. Y bebieron café hasta tarde con campante sosiego, y llevó en auto a su casa, ambos felices y cálidos. Desde entonces Pedro y More se hicieron amigos y colegas de oficio y se veían con cierta frecuencia en las salas y camas del nosocomio, comentaban enfermos, tratamientos difíciles y enfermedades insólitas y, cuando Pedro podía, hasta iba por ella a la Universidad Complutense, al grupo escultórico al sur de la escuela y la aguardaba ahí de ordenanza. Al lado del potro con el atleta caído y la antorcha en entrega, la veía venir y saludaba: -¡Estáis bella, radiante!, -le decía. -Soy feliz –respondía. More alcanzó, con inusual inmodestia, el más alto promedio no del año corriente, sino de toda la carrera. Exhibía el documento y 42 l


mostraba el programa de graduación y clausura. A ese evento asistieron el padre y la madre de ella, recién llegados de México; los tíos y esposas, los primos y el médico Pedro en calidad de amigo y cofrade. Al concluir el programa de toga y birrete, menudearon los besos, los abrazos y flores, con fotos y poses, y el padre le dijo asiendo del hombro a su hija graduada: -Bueno, More, ya estudiaste carrera, ahora estudia marido.

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IV

No bien habían concluido los estudios de More en la universidad de Moncloa, cuando ya pensaba en los otros en la especialidad que deseaba y que, ahora, pensaba, pediatría, tal vez, o Internista, no sé, o cardiólogo, en la misma casa de estudios y con el mismo coraje que puso para abrir estos surcos profundos desde la edad de los juegos en que ya ingresaba a hospitales en sueños tempranos para atender casos graves con Vaporub o pomada o agua oxigenada, indemorable y asidua. La especialidad repensaba y estuvo un tanto indecisa entre las dos que atraían, las últimas, le tentaban los niños y le llamaban las áreas internas del cuerpo que valoraba totales, no sé, creo que elegiré la segunda, tiene mayor cobertura y atiende a niños, incluso. Se decidió por la interna, pero con base en trabajo para librar a sus padres del apoyo constante y del peso que, no sólo era el peso, sino los pesos sonantes, y ya van varios años de amparo y envíos. Eran tres las opciones en hospitales distintos: el Madrid, el María Ana o Fuensanta y el Carlos III, ‒en el ahora convivo‒ para el sostén y el auxilio de los euros de casa. Requerían trabajo. Había que ver, sin embargo, el tiempo y horario en donde primero estaría la especialidad que prefiero y que –creo además- ya he resuelto. A pesar de este pero, velaría por las cuatro razones estatura: la agenda completa y el tiempo a cubrir, el tiempo vacante, el postgrado en la UC y Pedro, mi amigo. La Especialidad ‒leía‒ exige un gran requisito: Vinculación a instituciones sanitarias o de investigación que permita la realización de trabajos.

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-Bien, por aquí empezaré –y conciliaba‒ porque, ‒como dice mi padre‒ si no hay estufa, no hay tapas ni pintchos. Trabó amistad con el médico ‒a pesar que atraía‒ como quien lleva la bolsa en el hombro o la mano, o como cualquier imperdible en la izquierda del saco, sin coma ni punto, sin ser motivo de afán, inquietud o reparo, era amigo nomás, buen amigo, y cada vez que veía con frecuencia mayor en las salas del Carlos III, el nosocomio de ambos, donde firmó finalmente el contrato de empleo, chocaban las manos. De vuelta a Moncloa a buscar documentos y demás papeleo, el caduceo de Mercurio lo portaba en la blusa o en la chaqueta con garbo. La vara de Esculapio –que es lo mismo‒- se asocia al mal y al alivio y en edad muy antigua se construyeron templos en Roma y en Grecia, y en Egipto, dedicados a Asclepio, su otro nombre, y muestra ya, desde entonces, la vara ovillada con ofidio al bastón que consigna el sostén para errar los senderos dolientes y duros. Pedro aguardó la salida de More en la efigie del hombre caído que entrega la antorcha al jinete. En la rotonda la espera intranquilo y helado, vuelve la vista al inmueble, la retira y regresa sus ojos con sordo y evidente insosiego. -Los Por… ta… do… res de la An…tor…cha –lee- en la placa, sin calma‒ no es propietario de ella, está nervioso, alterado, ¿está, acaso, molesto?, ¿fibroso?, camina lento, con pausa, ya viene, ya va, no estaba así, de ese modo, turbado, correoso. Por fin aparece la doctora, baja escaleras del coso y viene con gran portafolio buscando algo en el mismo. Pedro arregla su pelo y compone su pecho. Se acerca ella y levanta la mano como diciendo: ¡Aquí vengo!, ¡voy ahí! Llega con cierto retraso, y dice sonriente: 45 l


-¿Tardé mucho? -Calla, calla, no digas nada, -Pedro interrumpe- si no lo digo, me muero. Abrió los ojos sombría, More estaba confusa, pero… -¿Qué pasa, Pedro, por favor?, ¿qué sucede?, -comenzó a desquiciarse. -Mirad, More, escuchad bien, debo deciros una cosa ya urgente, sí, esperad, ¿cómo empezar?... bien... bien… ¡ejem!... sí, ya está: ¿Queréis ser mi novia?

Se sintió feliz, realizada, cuando vio el legajo integrado con los papeles del año que la nombraban como Médico en la casa de estudios más encumbrada de España, la Universidad Complutense, en donde nomás requería su tesis y título para ingresar al postgrado que llenaría su propósito buscado: ser la Dra. Morera en la especialidad de Internista. Era su cima. No estaba aún convencida de los temas pensados para la tesis en puerta y debía ser novedosa y no nomás reiterado: quería la maestría para enfocar sus misiles a los espacios sombreados de la salud poco atenta y de excelencia menguada. Falta eso, pero ¡qué caray!, ¿qué tengo?, ¿por qué no decido?, debo pensar en el nombre de la tesis y ya es de exigencia, ¿de hoy o de antes?, pero, ¿qué me ocurre?, ¿qué es?, me desconozco, de veras, no soy la misma de antes, la imagen que vieron mis padres y la de mis bríos, de mis denuedos, mis armas de arrojo, me irreconozco, ¿dónde habré puesto mi audacia?, ¿hurtaron mi temple?, ¿está detrás del portón de mi punto de vista, sin nada a la vista?, ese algo perturba, ¿qué puede ser?, siento como aves que vuelan y hacen nido en el pecho, alean de continuo, vuelan y 46 l


vuelan, se hallan activas, se enfrentan, se agitan, algo trastorna mi mente y vacila, ¿será que...?

Obstruí mi garganta con la voz remetida, ¡espera, espera!, deja que suba mi aliento a su silla, que llegue el aplomo porque está caído como el atleta del grupo, el de la antorcha en la mano, la escultura es sinónimo y es testigo de todo, es sinónimo de mi alma. -¿Quieres que sea tu novia, de veras?, ¿quieres dejar la amistad y el afecto por amor o cariño?, ¿cordialidad por noviazgo?, me agradas, ¿y ahora quieres que mude?, quisiera decir que si, o que no, pero deja pensarlo, que piensen mis labios y mi alma decida, ahí residen la mayor parte de mis querencias y propiedades, ¿lo has pensado bien? -Mira, More, os conozco bien desde antes de todo, desde hace tiempo, desde que a este mundo llegasteis e hicisteis nido en el Carlos III, te he seguido de cerca y he indagado por vos con amigos de ambos, sois digna y distinta, tenéis algo de todo y no parecéis a ninguna ni habéis tenido, hasta ahora, ningún novio o pareja. He temido, además, que propinéis el bandal chagui a mi abdomen endeble, la patada del Tae Kwan Do u otra de esas que sabes. Me he ganado ‒lo creo‒ tú confianza y cariño y he deseado algo más, ¿qué decís? More fijó los ojos en ese Pedro intranquilo que cayó en grave mutismo. Ella, con la voz sin oirse, discurría, se oía el roce mental de una incógnita muda que un minuto después dejó atónito al médico: sacó una bella sonrisa y lo abrazó con ternura, rozó sus labios resecos y el rostro de él se contuvo, no era el mismo de

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antes, lucía dichoso y radiante, y le dijo atónito a More: ¡Qué manera de dar el si, mexicana! -¡Ay, Pedro, pareces búho!, aterriza, deja en paz a las nubes, bromeó ella al notar el embeleso del médico, su mecánico éxtasis. -Mi temor era –señaló a More- que sabiendo el repudio que tenéis por hombres tenorios y guarros siendo quinto Dan que te adorna, pudierais zurrarme con un par de ¡hasta nunca! Sois taekwondoca. -¡Ja, ja, ja!, rió la médica y agregó: el Dolly-Chagi sólo lo uso para sordos moscones que piensan que las hembras son cama y es ajorca su sexo, y con una coz en las bolsas le quitas lo bestia, tienen aire de globo, se desinflan muy pronto. -Yo soy confiable, More, dijo Pedro con media sonrisa en sus ojos incrédulos que hace rato temían. More dedujo –no sin gusto patente‒ el cambio que había y que en ella operaba por la endeble conducta ahora alterada y el escaso equilibrio que sin pista traía, desviada completa, esas mudas que antes la herían y vareaba su ánimo adverso. Había encontrado el potingue para ese achaque de cambio y un gran contento rascaba sobre su íntimo predio, la mejor isla de su alma. Ahora hablaba y reía y se admiraba del trueque y causaba asombro el recambio. -Es

nuevo el producto, ‒dijo Pedro‒ alivia y mejora. Para ella, o para

ambos, dióse el amor como elixir, como fármaco y bálsamo. Pedro no sólo fue el novio, sino el amigo y paciente, asesor y colega, gurú de More en su vida presente, para todo y de todo lo suyo y lo de él: le ayudó a optar por la tesis que tanto a ella apremiaba y a seguir su carrera de postgrado y empeño, de un extremo médico, le ayudó a investigar y a redactar el trabajo. More gozó desde 48 l


entonces los cafés de la acera, las copas de vino, la comida en manteles, los estrenos en teatros y reestrenos en cines, las galerías de todo, los museos y los conciertos en salas modernas y de óptima acústica. Estimó que llevar en el auto a un galán a su lado, le daba luz a su cielo y un mirífico sol a su alma en acostumbrada penumbra. Ella cumplía 25 y él dos más, 27 años. Era un prado de flores su patio sensible –creía conocerlo- donde ella, naciente médica, de no mal edificio, daba rienda suelta al anhelo y a ilusiones pospuestas por un amor sobre el muelle deseando abordar el navío. En el coche de Eros con haydianos arpegios y liztianos acordes, era ya común observar con las manos unidas y hablando al oído o el brazo en el hombro como foto de dicha aquella pareja, nomás faltaba el balcón y la escalera para ser de Verona. Así pasaron la luna y la miel bajo llave, ¿o quien sabe?, la manzana y la flecha impactaban. Después de hondos análisis, pesquisas y búsquedas y un serial de experiencias de casos como esos y rastreos al margen, pusieron fin a la tesis con el nombre genérico de la Enfermedad y Diagnosis Cerebro Vasculares. Cualquiera persona diría que era tema de médica neuróloga, tesis no fácil. En todo ello, More adquirió ‒requiriendo‒ bifocales flamantes, estrenó gafas modernas (desde cuarto año temía) y semejaba al mirarla una actriz de película o una guapa pectora: Una Bella con Lentes –podría ser el nombre. El amor aparcó como auto de estreno e intentaron los dos no rasgar la pintura ni abollar guardabarros, velaban por él de continuo y lustraban con cera y pulían su pintura, deseaban lucir y cuidarlo, era empeño común el aspecto del coche (el amor es un auto), mantenerlo corriendo y cuidar su diseño y finalmente guiarlo como diestros aurigas. El secreto estribaba en asear la azotea y preserarla de grumos. Así siguieron la senda del tiempo con tiento, hasta que al fin 49 l


concluyeron la tesis toda ella adornada con amor recubierto que tanto importaba a él y a ella. Consiguió el título More con dos grandes distingos: Mención Honorífica y grado Cum Laude y los encomios se dieron de adentro, de afuera y de todas partes. Al firmar el contrato en el Carlos III, More dejó la casa del tío y alquiló un piso céntrico en donde durmió (y despertaba) su pila de libros con los ojos abiertos. More era igual a su padre perfeccionista y cuadrada como pocas, su manía era hacer y hacerlo impecable, concluir los proyectos y realizarlos en forma redonda y sin mancha, escrupulosa de más, así como dejar concluidas las cosas y lo que fuere o tuviere en sus manos precisas, ¡maniática!, se decía siempre. Era de esas terrestres que si viajara a la luna en caballo o carreta, llegaría al día siguiente. ¡Qué capricho! hacía todo perfecto, si no intachable, sin mácula, ¿por qué seré así?, algunas cosas lo exigen y lo valen, ¿pero todas? Cuando fui a la primaria –decía More‒ subí las gradas mayores para ser la primera, siempre la primera; en secundaria lo mismo, en preparatoria idéntica y en la UCD, en medicina, no estuvo mal mi promedio y, ahora, en la Especialidad de Internista, voy de nuevo tras ello. Es rigor de excelencia, de alteza de miras, pero no de costumbre, sino de altura de ojos, se sufre mucho, es muy cierto, se inmola, pero triunfa, no hay cajón para tibias ni baúl para grises o mediocres, absténganse. El ser anodino no es cosa de una, es querer hacer y hacer bien las cosas, cosas redondas, perfectas, acabadísimas. Y eso enferma. Es paradójico creer que lo difícil es fácil. Perfeccionista y tozuda, y además, cuentachiles, ¡qué engrudo, Dios mío! -Estoy decaída, algo pasa, ¿es recurrente este síntoma?

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Laboraba más de la cuenta en el Carlos III donde, no sólo curaba, sino velaba y asistía a medio mundo, además exploraba las vidas ajenas en las experiencias de otros, casos y cosas, situaciones que habrían de ser partículas de la tesis (de Especialidad) y era foto ya Pedro, muchas veces vivía para y por los pacientes. Entre el postgrado y el Carlos tenía el tiempo atrapado. -No lo he visto ni en salas ni en días ‒pensaba‒ debe estar como león en su jaula ‒temió‒ le haré una visita de médico, ¿me habrá llamado, acaso? Entré al consultorio de Pedro y me llevé menuda sorpresa inmensamente robusta: -El Dr. Cruces no está, se fue de viaje, a Galicia, indicó la enfermera, no de malas paredes. Marcó el móvil de Vigo, a su número, y tintineó presuroso a quinientos millas y tantas, y al contestar ¡hola!, lanzó More la duda, ya inquieta e incómoda: -¿Qué diablos haces en Vigo?, ¿sigue enferma tu madre?, ¿está mejor?, salúdamela, ¿cuándo llegas?, ¿el martes?, ok, aquí te espero. Se quedó inmóvil, de pie, de una pieza, y reaccionó con los ojos enormes, ¿y la mente?, como radio dañado, interferencias y más. Esto impone una cena al vigués en cuanto llegue, planeó More. Concluyó su etapa de estudios que tras dos años y medio de carga y rigores se proponía, logró las caras palabras antepuestas al nombre que tanto deseaba: fulana de tal, Medicina Interna. En el hospital promovieron a la doctora More como Jefa de Piso quien, además de hacer visitas a enfermos, efectuar los chequeos y operar, inclusive, inauguró consultorio en el centro, bueno, no tan céntrico, pero nudoso.

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Por fin llegó Pedro de Vigo y no con buenos tirantes ni catadura envidiable. Debe estar preocupado –pensó More- su rostro es inédito y se ve de velorio, sonrisas, pocas; palabras ni una. Hay que cambiar el talante, volvió More a decir, ya afligida, y en cuanto acuda al trabajo y se vuelque en dolientes, le llamo. E invito. Al mencionarle la cena cuando lo encontró en los pasillos, sólo cuatro vocablos produjo: -Gracias, More, te llamo. Le heló tanto los fríos de Pedro a su More que, hilvanando sospechas, se decidió a despejarlas, buscó al médico luego hasta el fondo del piso y al encontrar le contó el trajinar del servicio y lo conminó rigurosa: -El tiempo que emplees para comer ‒dijo‒ dedícalo a mí, necesito hablarte, vendré a las tres, no a las cuatro. No dejaba de ser inescrita la forma de ser y desearse, mostraba firmeza e inquietud para rato, pero algo siniestro ocurría, de eso no hay duda: o se hallaba grave su madre o qué demonios pasaba. Fue por él a su sala y salieron ambos silentes y en cuanto tuvo sus ojos de frente a los suyos, llenos de dudas, comenzó: -Oyes, Pedro, ¿qué tienes?, ¿por qué estás así?, ¿qué te pasa?, ¿es que...? Pedro tomó las manos en el coalor de las suyas y enderezó la mirada, directa, de pésimo augurio: Me ofrecen trabajo... en Vigo… -le dijo- en el Hospital de Meixoeiro... de director... Un largo silencio hizo ruta en su mente y puso cara de… ¿de qué?

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Él, de ojos tristes y hondas lagunas, sin hablar de momento, la miró y esculcaba, tres minutos así, hasta romper el silencio en donde hablaba el agobio, la desazón y el dolor ante aquello. -Yo –dijo luego- pienso ir y volver, venir a verte, buscarte y casarnos después. Pedro –carraspeó y afirmó su garganta con voz afectada por el agua y la voz de sus ojos. -Ocupa el puesto enseguida y hazme el favor de olvidarme, olvida a More, y se irguió, se puso de pie y pidió, conteniéndose, su retiro de ahí. Quedó contrita, asombrada, dolida. Debía pensar y alejarse, volver de nuevo a lo suyo y al azul de su cielo ahora turbio y grisáceo, estival. Puso la mano en el hombro de Pedro y contuvo su impulso de pararse, presionó sobre él, lo sentó, y descargó su final inesperado: -Seamos... sensatos… adultos…maduros ‒dijo‒ y salió. Se sintió emulada y competida por aquello. Para no mirar y enfrentarlo de nuevo cerró con tranca su cuarto y soldó con plomo el postigo, pegó con lacra su sobre y se ausentó del Carlos III, descolgó el teléfono, el móvil, su vida, e ignoró los nudillos que tocaban la puerta y fue a darse efugio a Zamora, Aranjuez y Toledo para rehuir el encuentro y acolchar su retiro, no tenía ganas de ver y prefirió desterrarse. Cuando Pedro se fue para Vigo, todo torcido, volvió ella a su mundo de tapia y de sombras, pero ese esfuerzo por dar la salida expedita y separarse sin duelo, le secó a More la vida y rompió un futuro casi hecho, (con dos que se quieran bien, con uno que sufra basta, se decía), fueron días y noches de hiel y amargura y abrió de más desconsuelos y por primera vez en su vida supo de 53 l


adiós y partida, de abatimiento y rezago, ella que era integérrima, ahora era balón percutido, daba la espalda al cilicio, al fuete y a grillos. Tardó mucho tiempo en pasar esa rambla de aguas tirantes con días sin noche y noches sin días que cubrieron sus lunas y soles despiertos y fríos y tensos. El dolor se aparcaba y la ausencia gemía y aunque no estaba en riesgo de caer en barrancos, tormentas o sismos, roía la huida y clausuraba sus sueños y por más gritos que echaba se decía consistente: -Hombres hay y de toldos abiertos para ahorrar su desánimo y tedio en el alma. No encontraba ninguno que medianamente supliera a ese amor de señuelo y, además, no les daba lugar en la nave de su ánima, y ‒lo admitía‒ estaba dentro, muy dentro, bien afianzado y no es fácil sacarlo y lanzarlo al olvido, no miraba la soga sino la viga en que estaba. Era tan bello, jovial, excitante, tan culto y amado, no puedo decir que lo era, porque aún lo idolatro, lo adoro muchísimo. Pero, esa cuerda nos dista y nos dispara a desiertos y es como el biombo que cubre pasiones y canjes. Cambió hospital por cariño. No hay símil, no, no acepto cotejo. Ahora me duele en el alma no haber transigido, negociado, visto con calma. Me arrepiento de haber oprimido de esa forma el candado porque entre ambos hubiera surgido algo justo o intermedio, tal vez su deseo de venir y casarse era válido, pero eso de archivar el noviazgo no fue idea buena, debí dejar que expusiera, no haberlo frenado, solución, acaso, tendría, pero tapié, cabezota, opciones alternas. Siento mucho lo que hice o dejé de intentarlo, pero, bueno, ya está, -y como dicen en México- a lo hecho, pecho, y a otra cosa, mariposa, mi alma es tontuela. Nadie ha sufrido esa muerte más que yo, ¿o quién sabe? 54 l


Pasó el tiempo ‒no tan raudo y tenaz como hubiera deseado‒ y lo que fue ayer y trastorno, giró a sepia y olvido como álbum de fotos y ni con lupa podré ¿o podremos? otear ese hecho, inacabamos la basa, y al evocar ese amor de pasos trotantes y coronas marchitas, ha provocado el humor más que negro y hondas costuras en labios desiertos, es muy cruel el destino, no regresa ni regresará, no es de vuelta, un teatro de títeres en donde el actor es la voz y el intérprete el mismo, es el destino que juega, pero, ni con perdón o disculpa, retracción o retoque, o con el nombre que fuere, no daría vuelta al camino que ya está recorrido, que aunque sigo con él y lo acompaño en mi mente, así lo recuerdo, es el primer hombre que quise –y aún quiero‒ y no puedo olvidar, pero dejé pasar insensata…bueno… a otra cosa. Hoy alumbra un farol los treinta años de vida este viernes que viene y su tenue reflejo deslumbra y emboba –no lo treinta que cumplo que son

de

vivencias‒ sino los traumas y roces de ese amor no concluso, el primero, ‒diría el único‒ que no debía apalear, pero ocurre, nunca estamos en guardia para tundas como esas y si es neófita una, menos. En esta parte del mundo, la Europa vieja, ‒y a pesar de los años que tengo y que no son de una niña‒ me asaltó la sorpresa ‒y perdón‒ mi inocencia que aún no degusto. A otra cosa. Me conmociona esto. -No podemos decir señorita –acabo de verlo- a quien su estado ignoramos, como dicen en México, por cortesía y saludo: -¡Buenos días, señorita!, ¿me hace el favor, señorita?, muchas gracias, señorita. 55 l


-No, no es debido aquí. Decir señorita a una chica por un simple cumplido, asombra y extraña, deja tiesa a cualquiera, (es extranjero, dicen) deja de a seis a quien llama, (¿o sabréis algo o decís al tanteo?) y si a alguien le dan ese trato que es cortés y educado, desconcierta y confunde, (no es de aquí, es lo que dicen), tratamiento gentil, como pienso, pero es mejor no decirlo. Decir señora, ok, es normal, pero, ¿señorita?, mejor decimos ¡hola! e ignoramos su himen. Aquí se pasa de niña a una tregua brevísima de lapso tan corto que se reservan las vírgenes hasta su etapa de púber y es función nata de ellas, es coto (no coito) privado. Es cuestión de doncellas, ser o no ser, it´s her problem, a nadie importa y muy pocos sabes, salvo pues el galán o varios galanes, además, si lo son o lo fueron y convienen la boda, no es pacto ser virgen, para nada. La educación sexual se mastica y, además, se practica. Nadie reprueba. Conservar la telita o no, es arbitrio de ellas, muy de ellas, muy propio. Es su cuerpo. No soy cándida o mema, pero me admira el convenio, tengo treinta años y...

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V

Con el servicio en el Carlos, hace ya media década, More alcanzó en atenciones a pacientes y enfermos un diez de promedio por sus caros servicios y actuación responsable en la cama doliente y a las acres calillas que atendía con presteza y no menor puntería, la llevaron a crear su consultorio privado con tres horas al día, de cinco a veinte horas, y con el nombre en la puerta que tanto anhelaba: Dra. More Fernández, Universidad Complutense, Medicina Interna. Era un deseo que tenía desde sus sueños de niña y ese rótulo estaba en sus años menores frente a su clínica-alcoba donde atendía a quimeras con achaques precoces y síntomas graves y casos extremos de rechazo a la escuela que More curaba con los bytes de su ingenio y que de más poseía y prestaba. Tenía clientela tranquila y otro grupo de enfermos en estado crítico, tenso, entre ellos los hobbits, los elfos, los gnomos, las hadas y brujas, y alguno que otro centauro que no daba descanso a sus horas de niña que compartía con flacas muñecas y enfermos peluches que atiborraban su cuarto de pocos años y sueños muchos en su breve ejercicio de ficción ingeniosa. El programa del día, a los cinco años de estar en el Carlos III, se concentraba en el tramo de las ocho a las quince horas en las bregas de salas, comía y reposaba o dormía, dos horas justas, hasta las cinco en que abría el consultorio con prisa. (Ay, qué terribles cinco de la tarde!, ¡eran las cinco en todos los relojes!, García Lorca). Después de las veinte horas, o un poco más casi siempre, en que enllavaba la reja de su consultorio de noche, volvía a su lecho y leía, oía música o buscaba algo en el Google, cosas de 57 l


médico, y al acercarse las once, empezaba a pugnar por el sueño resistentemente prendido. Al día siguiente, lo mismo, era copia símil del otro, y sábado y domingo iba a visitar la campiña o a charlar con los tíos y primos y primas, en casa, ya no salía. More estaba curada, y vacunada, contra el virus del amores que daban yelmo y coraza a su espacio de vida y que aliaba con brío, con vigor y coraje en un ser habituado al trajín cotidiano y a su cauda indispuesta. El auto-aprecio ganaba su ámbito triste. ¿Cómo pensar, pues, en amores con esta tétrica vida entregada a causas mejores? Sin embargo, More soñaba y seguía soñando a su Pedro y los días de miel que pasaron, al hombre que infló su dulzura y pensaba que, si acaso ocurría, llegara a encontrar de novio o casado con otra mujer o pareja, algún día, no podría resistir su presencia ¿qué sería de él en su vida y en su Vigo marino y hospital prestigiado?, ¿tendrá la novia?, ¿querrá volver a mi lado y reencontrar mis afectos?, ¡qué cosas pienso, caramba!, las noches de vela en eso pensaba, sirve para algo, para dar cabida a recuerdos y vivir de pasajes por las anchas veredas del alma que no deja su duelo sombrío. Mi amiga, la almohada, sabe mucho de ello y es mi cómplice y socia y cuando vuelvo de esas horas de anhelos continuos, acolchona y arrulla. ¡Buena tipa! Deambular por las salas del Carlos III y asistir a Congresos y a foros, a mesas y a diversos simposios, atender conferencias y tratar con pacientes en ambos espacios, impedían ver el ojeo de otros tantos que hurgan y transparentan mi cuerpo, los muslos y el busto y las uvas de mora que empinan mi busto de cebo y anzuelo.

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El hijo mayor de Mercedes, la del herpes curable, en la cita del martes, revisa mi talle, descarga sus ojos y encubre sonrisas y no intuye que, tras los lentes, me doy cuenta cuando despoja el vestido y excava mis líneas, ¡qué tipo!, ¡descarado! Y el colega que opera en el Carlos, el de turno nocturno, me recorre completa sin pudor ni reparo desde el pelo hasta el suelo ¡estúpido!, ¿y el doctor del Congreso?, ese no tuvo abuela, no se frenó en sus instintos y salió con su baba y gran torcedura: -Doctora, ¡qué buena estáis para madre de mi hijo!, dijo riendo. Salir a la acera y medir las pisadas por apuro o recreo, es molesto y pesado, sumamente molesto, ¿cómo hay mujeres que gozan con esas fofas batidas? El apetito se vuelve babaza de fieras que espigan el talle y se van directo a las piernas, ¡fogosos! Poco tiempo después, no faltó quien deseara ingresar a su puerta con llave y candado, sin siquiera mediar la palabra o el saludo obligado o los roces del alma que yo ya no alquilo por nada del mudo… bueno… tal vez Pedro, pero ese es verbo en pretérito, boleto de ida, lápida y tumba con flores y cirios. Llegó un par, casi tres, de no mala envoltura que intentaban abrir esa puerta cerrada y lubricar sus charnelas, ¡pobres diablos! More glosó y evaluó e hizo migas a cada quien en su turno: el primero era guapo, banal, tartamudo, y requería madre y abuela para cada paso que daba, no era hombre con hache y mal horneaba el dinero al que More mandó a volar sin espacio y sin alas. El otro era necio, galán, manirroto, tenía plata a garrafas y, por supuesto, roturas, desgarros y brechas, ¿con que prendas pensaba llegar e instalarse?, él era su amor y sustancia, vida cósmica, aérea, buscaba esposa de armario para lucir en saraos, figura hueca, harto fútil. 59 l


Eso, mi querido ganso, lo haces rollo y lo metes por… como dice mi padre... por donde te quepa, pedazo de zote. ¿Fui opción de esta acémila?, ¡valiente tripa! El otro, el tercero, era un vate, una aeda, un hijo de Lope y sobrino de Vega, era un cero mejor, pero cero, sin duda. Declamaba los versos de Storni y decía: Con mayúscula escribo tu nombre y saludo, Hombre. Debes de ser Alfonsina, la suizaargentina. Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro. Conozco yo, y os imagino blanca. No, definitivamente no, otra era su musa, no yo, Dante tuvo a Beatriz y More a su Pedro. He amado hasta llorar, hasta morirme, amé hasta odiar, amé la locura, pero yo espero algún amor natural capaz de renovarme y redimirme. Escribió un poema para mí, más bien chapucero... Tu eres mi cama y almohada donde fallece mi sueño. Murió de pronto y quedé de nuevo sin alas que elevaran mi alma y espíritu a alturas mayores. ¡Pobre! Era buen amigo, ¡pobre canario! Esos raros momentos la hicieron laxa y vacía, escamada de hombres de poca monta y cerebro, afeite y navaja, vulgares todos, con el cuerpo de cesto y el amor de basura, estiércoles, globos vanos, dos de ellos inflados de mil vanidades, de fatuidades y glorias. Estos empeños dejaron deconstrucciones funestas y desencantos en pila, excepto Pedro, el poeta, no el otro Pedro de grata memoria y basta dolencia. Al despacho acudían menores de edad con trastornos supuestos, casos leves y graves algunos, y me agradaba atender y gozar sus caritas de noche y trigueñas, con el dolor en sus rostros y en sus labios lastrados de estrago y gemidos, y conversaba con ellos y charlaba de todo, y con todos igual les daba bombones, mimaba, y al concluir el registro de su cuerpo minúsculo, les daba un beso en la frente como un The End de película, ¡qué bellezas de niños y qué de 60 l


esencias mostraban! Veces había que arribaban con dudas y menudeaban preguntas sobre el penar de sus síntomas. Los ocho niños pequeños de los primos y primas y nietos de Pedro y Josealfre, era la tía para ellos y la doctora axiomática que, a veces, miraba en sus lechos y alcobas después del horario. Y cuando el fármaco entraba a paliar sus trastrueques, hasta cuentos narraba y dramatizaba relatos con gracia y con gritos, sobreactuaba. Los chiquillos reían y celebraba con ellos jocosa y rotunda, al tiempo que todos ellos coreaban: ¡otro!, ¡otro!, ¡otro! Un sábado iba y el otro también, y a veces, después de rondar la campiña mojada y fragante, volvía, y, además de leer, jugar y reír, peloteaba el balón, era árbitro y pito, jugaba al toro, al burro, al escondrijo, aparte de hacer torres altas, aviones y puentes con los lúdicos legos, los famoso bloques daneses. Otras veces llegaba con panes, paletas, chocolates, bombones y hasta nieve y galletas. Un gran juego que a todos llamaba y a todos placía, eran las cartas que enviaron mis padres de México y que lotería llamaban con fichas de habas y alubias y apuestas de pequeñeces, todos entraban en él, de a céntimo: ¡el valiente!, ¡la muerte!, ¡el soldado!, ¡el tambor!, ¡la chalupa!... ¿qué es la chalupa, tía?... es una barca de lago que tiene forma rectangular de galleta gigante, y así, alternaba las fechas entre el jade del campo y el rosa del niño de tan lúcidos surcos e íntimas siembras. De lunes a viernes es un corre y ve y dile continuo en los dos dispensarios que, vistos de adentro y con ánimo vivo, valen la pena servirlos, ¡y cuanto, de veras!, laborar baqueteada, sí, pero con sábados francos o domingos sin bata gozando a niños de rostros y risas golosas, peleas y juegos que son auténtico bálsamo de inmensa ventura. Son las mil maravillas y los mil analgésicos con 61 l


caras de niño: un beso, un abrazo, la caricia o la bella sonrisa de sus labios de vino clarete, son refrescos de vida y alimento del alma que hay que pulir desde ahora para que alumbre el mañana, ‒decía‒ un mañana mejor de un niño travieso.

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VI

Mi vida cambió, de repente, en un tris así, pequeñito. Es producto, quizá, de mis horas de insomnio y de mis hábitos nuevos, recreados, o ¿de piedad impulsados? Nuevo propósito que elevó mi equilibrio y con él me mantengo firme e impasible. Es naciente objetivo y, como buena criatura, lo cuido, lo aseo, lo informo, le hago cuchi cuchi. He de hacerlo, lo haré… pero, ¿cuándo?... será luego... ha de llegar calma chicha para entonces. La virtud es inicio, piedra de toque que forma y conforma a ese tipo que quiero, que busco y rebusco, que he de hallar con la lupa que tengo en mis ojos despiertos con rasgos humanos que dan al ser natural adjetivo y presencia, poco común, lo sé, pero estoy segura que lo hay, que debe existir, debe estar ahí escondido, es cuestión de hurgar y rastrearlo. Es su íntima fuerza lo que quiero y procuro, aunque fuera pepita de oro y su arroyo llevara. He de acertar, sí, así, como a Pedro encontré (suspira) en buena hora, no con bordes groseros ni lajas deformes que conformen su vida, eso no. He de topar con la huella que dejo de día y abordo de noche, si no, me quedo con Diógenes y su lámpara ya. Me ciega el hombre que es mitad, incompleto, siempre lo he dicho: Insulso, ignorante, holgazán, calavera y vicioso, y lo más grave de todos, el transa y ambiguo, quien simula y se dobla, y como fin del desperfecto y para no hacer larga la lista, el fullero. More forma al tipo que indaga: respetuoso, cabal, de virtudes, con valores y arrestos que se fueron al pozo cuando Pedro se fue por mi culpa o la de él, (no olvidaba ese yerro) Moldeó al arquetipo lineal. He de hallar en los tantos senderos que piso y camino, a paso lento, seguro, y, si no encuentro a mi gusto, lo invento, y si, acaso, llegara a 63 l


desviar este rompecabezas que indago, renuncio, doy la vuelta. ¡Cuántas horas pasaba en formar el ideal de este hombre arquetipo!, en constante vigilia, de colisión entre el ser y el poco ser, o el medio ser, o lo más cercano, lo más símil, acaso, ya de perdida. El tesón que viaja conmigo obtendrá esa imagen auténtica, ya verán, tajante y compleja, sabrá el tipo que exploro y que en su filiación de mitades está lo bueno, lo bello, lo alto, lo hondo, lo esférico, lo más caro, no de costo ni precio, sino de vida y valores. Tarde pretendo, lo sé. Ese es el hombre que quiero, ¿y existen? ‒habló la conciencia‒ el pero habla y explora. Por inercia se alejan los que, por aspecto, parecen. ¿Existen, de veras? Los últimos días se han vuelto semanas, luego meses, he pensado esta idea y sigo pensándola, lo sé, sé también que ni Ripley sospecha de ello, abrirá el asombro de quien, ¡tantos hay o debe haber!, que será contrario a mi ideal de presta-sexo seguro. Si llega a saberse, (y no tiene por qué) ya poco me importa. Nomás lo decido y lo emprendo enseguida. Decidir –tengo que persuadirme‒ es barrer los patrones de una ética afónica, hay que limpiar telarañas en todo esto y aquello y lo que sigue. Pensar, optar, resolver, es un triduo complejo que pone a cualquiera en aprietos y en duermevela tenaz, pero ¿vale la pena? ‒pensaba‒ cuando al amor interesa, se lleva y sacude con fuerza, conviene; si decido lo arrostro y si lo arrastro, lo amarro, y si no, ¿quedo pasiva?, ¿dispondrán de mi los varones?, eso es grave. A la larga complace, compensa, decidir es un lance y el lance se lanza, el proyecto conlleva toda clase de renuncias, a todo, no a poco, y por ese peligro me enfrento, si se logra, bien, ¡magnífico, y si no, ¡qué pena! Decidir, entonces, refuerza y robustecen las ansias y sabe a peligro, debo hacerlo aunque el cielo se venga de astillas al suelo con su mundo de estrellas, voy a ello, 64 l


que la vida me atranque y el destino me guíe. Lo haré. Pareció decidirse. Cientos de alas volaban en su azul transparente. Cada quien determina: La prostituta vende y negocia su cuerpo; la infiel se solaza en recámara ajena; el fogoso no para y persigue frenético; la somalí troncha su clítoris y extirpa los labios del sexo naciente para rehuir el disfrute, la ablación que en África arruina no sólo a mujeres, sino a niñas apenas. Hay quienes repudian a hombres y a miembros con terco y franco rechazo y evitan por eso el amor que a ellas las quema. Cada quien. No es oveja a quien llevas al catre o a la cama o a la que estrujas y vejas, ni te acuestas con un par de pezuñas, es dignidad la que aplastas, ¡gran bestia!, no soy esa que usas, manejas y lanzas, soy impar y exclusiva, y el amor que ya tuve, se fue, se fugó, se hizo polvo, y no cambio mis ases por tercias. No digo por decir de esta agua no beberé, pero hacerlo, por grado o por fuerza o por contratos civiles, ¿y con machos?, ni falena de fuera. Cada quien lía su rollo. Yo deseo un hijo nomás, sólo un hijo. No me interesan caricias ni abrazos ni besos ni sostén económico, es como es mi libido y está ausente de roscas y engranes, busco el semen del hombre, no romance ni idilio, pero, (vuelve ese pero) un ser con genes conspicuos que procree a ese niño prodigio, prototipo o modelo; si yo no tuve ese grano en los frascos de… (perdón)… Pedro, buscaré semejanza, un afín arquetipo No un hijoeputa cualquiera, cabeza hueca y palurdo, rastrearé fenotipos u hombres cercanos o al que tenga visible su cofre de joyas con quien tenga cama y semilla, nomás, para crear a ese hijo que ya veo entre mis sueños. Ahí me quedo. ¿Tiene, además, qué saberse? No. Si no lo digo, no, será mi tumba, y él no dirá jamás que fui su depósito, porque será –y deberá ser- caballero. Y si se sabe, no importa. ¿qué?, ¡qué se sepa!, ¡qué importa!, soy adulta y es propio mi cuerpo, 65 l


tengo la edad suficiente para hacer eso y más, engendraré al hijo que llene mi deseo vacío y que comparta mis años y sueños maduros, ese es y será mi rumbo y mi nave y será también mi destino, mi pasión y mi brújula. Hallaré al hombre que inyecte su esperma fértil en mi óvulo y que uno o más cromosomas forme ese fruto que bosquejo y exploro, ese es –y será- y espero que pronto, mi objetivo y mi tranco. Tarde lo hago, lo sé, pero he de guiar mi navío hasta el muelle que busco y que requiere el amarre: un año me impongo. Sé la edad que poseo y es propia para ello, para hacer ese crío y formarlo con tiento, con abrigo y abasto, tengo edad para ello: 34 años, y entre 20 y 35, es edad ideal y segura. La mujer que tiene carrera –y es mi caso- y hace de ella su vida, su casa y cadena –mi otro caso- nos rentamos completas con celo y renuncia y cronómetro vano, y volvemos polvo y cenizas al hijo y marido, familia y deberes, ¿o familia o carrera?, ¿o trabajo o familia?, pero la mujer que los quiere y procura, los tiene, mueve su vida y le da tono y volumen. Es mi proyecto. Creo que es hora de ver y frenar el horario, hay que fundar ese uno aunque tarde lo inicie, pues, como dicen ahora, hay un antes primero y un mañana después, y las mujeres que tienen carreras u oficio, compromisos y pactos, hay un ser que los llama, provoca y seduce, convoca y eleva. Uniré crianza y deberes con ese ser pequeñito que será luego niño, púber, joven y enseguida adulto. Además, damos cuerda a relojes y a cu cus y ajetreamos con hijos con casa y servicios, ¡y se puede, de veras! -¿Qué no se debe?, lo hacen todas, ¿Qué cómo le hacen? Llegó mi hora y pretendo tenerlo, la siento, la quiero y, aunque no es usual ni correcta, que se tiñan los cielos, pero lo hago y haré, he de seguir. De ese modo que ahora deseo, lo obtendré, he de hurgarlo. No cabe todo en el mismo zapato. 66 l


Asisto a congresos de temas diversos y observo a colegas maduros y jóvenes y exploro con lentes a otros que rondan pasillos y salas y no hallo ninguno aún; en el consultorio privado hago lo mismo, examino y voy por la acera con ojo y platina de gran microscopio que son mis pupilas, sondeando, no veo sólo la valva, sino al molusco de adentro, son intentos primeros, lo sé, los primeros, siento la almendra que la cáscara oculta, la esencia íntima y no crean que sólo me aferro a las formas del físico que es importante, sino al homo de adentro, sus modos y giros, complemento cimero. No ‒lo comprendo‒ no es perfecto lo humano, sino aquello que linda y con tener la sustancia es bastante, del meollo del hombre me basta. Me divierte el frilteo, la pantalla de plasma que miro es para ver a varones que es mirar a vacíos, a huesos con carne y a carnes sin huesos, pasmoso contraste. El que es adonis, es bajo (no de altura); el que es corpóreo, es costal; el que es trigueño, es un ebrio y el que es paciente, es un tímido, cada quien tiene su escoria y sus heces por dentro, tiene el oro por fuera, y hacen fila los cobres, los que tienen poco y no hayas cómo elegir y sí decides, no patines. Creo que ha llegado el momento en que el hijo que quiero es de urgencia premiosa, pero ¡ya!, hacer el contacto de esperma y ovario, espejo y reflejo que hablen y muestren lo mucho y lo poco del otro, sus costos y mermas, de pie se han quedado en la danza del tiempo. El niño es parte del todo, que no logramos ni fuimos y se quedó en el camino y dejamos al margen cual bolsa olvidada, dispersiones que ahora son cursos de kinder y que el niño requiere para hacer estatura y enfrentar los deslices, retenes y brincos, y lo que más atormenta a los padres como yo o como muchos, es la vuelta a las grietas que muchos poseen, esbozan y techan. No se quiere quedar mi temor con lo que inquieta y angustia 67 l


cuando el niño se yerga y brotan de pronto sus rasgos de herencia de los dos constructores. Pienso ya como madre cuando apenas soy una breve minúscula, un asomo de ideas, un proyecto de madre con ganas de ser que ilusiona y conmueve, ¿hasta dónde ha llegado esta sed de apetencia? Algo me gana en todo esto. Un sentimiento que salta hacia el ser que deseo, rebana mis fuerzas y antes del peso que viene, lo siento en mi culpa, me exhorta y empuja, me hace sentir la mujer con gran merma de ética pura y siento el hueco en el alma antes de estar en el vientre. La moral socava. Algo me pasa de pronto, la madre me gana. De Daudet invocaba la frase cimera que leí cuando pretendo el intento: La maternidad es la razón del ser de toda mujer, su función y alegría, su salvaguardia. La madre es... llena mis horas internas de grandes rivales opuestos, le doy vuelta al carrete. Pasaron los meses y Walton, el músico, el que escribió Façade, en la alcoba de largas y grandes vigilias, More frotaba en su viola su recio concierto y alternaba su música con su otro evento de fuerza e impacto y de dudas crecientes. Sin embargo, entre esos signos de facto difíciles y de gran titubeo, estaba tensa, fibrosa, llegaba al borde del lecho y se ponía de pie, bebía agua, hojeaba el libro y cavilaba, tenía noches de Goethe con su Werther suicida que no podía leer y volvía de nuevo a lo suyo. Ponía en brete su hobby: toda ella fluía entre hierros y rejas con reacciones profundas en torno a su caso que velaba y roía, no hacía caso de Goethe ni de Walton ni nadie, ni de búsquedas tontas, se hundía ahora. A la doce, a la una o a las dos, en recrear su presente y torcer su futuro, la fatiga la hería y al lograr asentarse para entonces dormía, se quedaba lacia, flexible. Buenas noches, doctora, que la cordura te asista, decía el eco. 68 l


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VII

Entre citas, consultas, llamadas e informes solicitados por las primas de casa, organizaron el tiempo para este fin de semana con los hijos de Pedro y Josealfre, sus tíos, con la presencia de la prole y los padres adjuntos, toda la carpa conjunta que para cada domingo organizaban. Pero en la semana se rifaba. Con el trabajo de diario y esa inquietud tan de ella que era marca de casa, todo el tiempo pasaba en atender los lugares de cura y alivio, de pensar y prever, curiosear, ver la familia de primos y lo otro, que fue desde ahora su reto. Comenzó a verse constante en reuniones y grupos, en foros, simposios, conferencias y teatros a donde concurren gran cantidad de colegas, novicios, cerebros y al encuentro que fuere ella iba, escarbaba, profundizaba; en el campo, inclusive, a donde pasaba los sábados y hasta los domingos, a veces, rebuscaba al dechado como asunto primario y razón de su vida, aquí, allá, más allá, hasta en el templo observaba. ¿Qué cómo hacía cuando alguien notaba su búsqueda? Veía a la vaina pero no a las judías: tenía aptitudes para ello, sangre fría, estrategia que lograba con buen éxito y plan definido. Abordaba al sujeto y simulaba una encuesta: Perdón, señor, investigo, ¿cómo responde a esta pregunta? y aquí estudiaba y medía al sujeto, su cerebro objetivo, desvestía y perfilaba (enfermedad, tensión, accidentes, reacciones todas) y derivaba juicios del ser de su adentro y afuera, y así, deducía. Casi siempre encontraba defectos de origen y malos manejos todos pedestres, sosos algunos. Se llevaba seguido cada chasco, la pobre, y no le causaban desánimo y persistía de nuevo, sabía que hacer lo imposible no era cosa corriente, enfrentaba reveses, 70 l


pero no cabían en ella los malogros que desviaban su rumbo, su barco y velamen. Tengo que hallar al padre del hijo perfecto, es parte del libro que escribo en calidad de privado, sin firma, aún inconcluso. Ese padre, ese... ¿cómo llamar?... presta-semen… tiene que ser de batalla, de fuerza y porfía, todo evidente, de lo más hondo del sueño que llevo y acuno, hecho y maduro. Llamaré al niño... ¿cómo llamar?... ¿cómo el padre de ella?, ¿Erasmo¿, es griego y manifiesta éxito, llaneza, optimismo... ¡ah!... ¡no, Pedro!, como mi madre y mi tío y mi Pedro. Se llamará Pedro. Es nombre Lacio y significa roca, cantera, piedra sólida, firme entereza, fuerte como fue él. Será Pedro, en memoria dupla, evoca e invoca. Concentra credo y designio, pauta y futuro, cobra vida de nuevo. Pedro, el hijo de More… –suspira. Tantear, rastrear, cachear, asomar y sondear perspectivas, es sentir prospectos y preparar moldes, flotan en el agua de More en el arroyo de la calle y en el fluir de las salas, en el aula, en actos diversos, en alguna parte está resguardado. Mi proceder no común, no es general, no incluye el amor en todo esto. Atraer, seducir, embaucar o ligar como frívola, ¡no!, no soy buscona, ¡ay, de mí, no es palabra que honre y eleve mi vida, busco otra cosa, distinta, no al acto, sino a la semilla. Seriedad y autoestima preservo, son valores que guardo en el clóset del alma bajo llave y aldaba, fuera de asechos. Cuando practico la busca del sujeto que ostenta mis altos parámetros, es decir, cuando encuentro a alguien con eso, con corteza y almendra, buen pantalón y de acuerdo a mis cánones, se me van las hormonas, clavo el obús de mis ojos en sus iris de diana y recorro sus líneas y escruto observando sus gestos y adivino sus genes que deben ser prioritarios. Por lo común, que no son muchos, no exceden los dedos de la mano, ¡ojalá!, dos o tres al día, quizá, y si advierten, acaso, el disparo que apunto, uso 71 l


coartadas previstas, desvío la mirada y la centro de lado, coloco la palma en la frente, hago visera y saludo de lejos, ¡hola!, y entonces, el Sujeto Objetivo se frustra y si llega a captar el intento procedo a la encuesta siguiente que he preparado. Hasta ahora han pasado dos meses de exámenes y he estudiado varias gentes supuestamente permisibles. No falla, estrategias de una. Funciona seguido, casi siempre, y no han registrado color mis mejillas, sé manejar la comedia. Es incapaz de olfatearlo y es inmune a garlitos, no se las huele, y es mejor que se aguante, se retire o jubile, y deje espacio a los otros que son iguales de ingenuos con cualquier disco de blanco. Los tenorios, casanovas y donjuanes, se alejan solos cuando huelen cervatillos u ovejas. Así de sencillo. ¡Son marionetas los hombres! –concluye ella‒ en los hilos de las hembras! Los cuatro o cinco varones de los meses pasados que atraían por su físico, tenían enormes ranuras y profundos cantiles. Los tres eran majos, ¡sí!, pero el uno, el dos y el tres y medio, (porque medio traté), tenían lagos inmensos y para el ser que se precia de avisada pupila, chorreaban aceite. Eran tres los prospectos, las mejores cartas de moda, de anaquel y vitrina, de carrera social y fortuna que, para mí, ¡que va! no es anzuelo y, todo un caso los tres, pero estaban lejos, bien lejos de ser algo próximo y dar la luz al prospecto del candidato posible con la horma adecuada para dar a luz al niño. No eran ellos los hombres que More, no dejaban nada, nada, nada de nuevo, no inspiraban la fe y la confianza. Pero a los tres acepté en inusual desayuno y advertí a la primera fantasmales suturas y bastos hilvanes al contacto nomás: el uno era inculto, procaz y ladino; el otro, soberbio; y el último hacía perder la paciencia. No tuve que hacer juicio alguno, ni instalar en la báscula para afirmar que eran cero, cero rotundo. ¡Qué de topes me he dado con ese ser 72 l


reducido! Sé que no hallaré al redondeado, pero algo afín, creo que si, con cláusulas mínimas, no al idiota que porta el rostro de ángel y alma de averno, no es preciso un Apolo, no, con que sea amable, cordial, comprensivo, sensato y que tenga en el cráneo ocupado por dotes mayúsculas y no guano o abono, me basta con eso, ¡no acepto dominio!, que sea bueno, flexible y que tenga gemas de hombre que piensa y que siente, que transija, no lo deseo sectario y, finalmente, el último de los últimos, que sea cortés, diligente, grato, un poco atrevido, porque si una cosa me ensoga y me despachurra, desde ahora lo digo, es que sea burdo y patán, y un imbécil de mierda, aunque tenga la cara de canon helénico. No lo digo por mi, no, no será de consumo ni será un macho cabrío, escarbo dotes cimeras, corpóreas y psíquicas, por gusto, son cualidades que busco para el ser que procree, vía cromosomas al niño, ¿ansias de amor por encame, ¡Dios me libre! Quiero que tenga carácter, quiero implantes al hijo, quiero que siembre sus genes y su ADN conmigo, con detalles precisos para crear otro idéntico o bien parecido a él, pasar su atractivo y untar su presencia en ese bello producto cien por ciento de ambos, para eso busco al sujeto que engendre a mi hijo en trampa fecunda, de alto registro, en esta granja de humus. Nada de eso lesiona el quehacer cotidiano en el Carlos III ni en el centro privado como Internista, al contrario, levanta el ánimo y agranda, me da podio para ese sobresaliente trofeo y debo atar mis servicios que no habré de dejar y menos menguar ni moderar. Además, sabrían de ese hijo y no del marido que se extraviaría o sabrían del pescado y no de la piola. ¡Ah!, y a propósito, el martes pasado entró a la consulta un ídolo griego, de esos que pido y que malamente no encuentro, marmóreo de pecho, de milímetros justos y aliño atildado, soberbio y 73 l


altivo. Pasó, tomó asiento, y al advertir sus trastornos, ausculté y repetí de nuevo el proceso, y confirmé, no sin pena, mi sospecha. Es esclerosis múltiple, ‒le dije‒ enfermedad auto-inmune que desgasta el cerebro, el sistema nervioso y la médula ósea, se ignora la causa y es más bien progresiva y recurrente. Tiene mi edad, 35 años. Llegó de Estados Unidos y empezó con raros mareos, temblores y falto de vista,

¡pobre figura!

Al

valorar al paciente, ‒prototipo, diría‒ conocer y

auscultarlo, me apiadé y conmoví, ¡tan joven!, daría seguimiento con su médico en Estados Unidos. Los seres así, que valen la pena, son escasos y efímeros ‒deduje‒ no se dan en maceta y se dan gota a gota. Encontré –me olvidaba‒ a un doctor que tenía ‒o tiene‒ lo que a toda mujer atraería, sin dudar –no a mí- diez por flancos de afuera y diez por flancos de adentro: apuesto, fornido, perfecto, inmerso en la ciencia y valores actuales, cualidades que todas hurgamos y valoramos con juicioso extremo, pero... ‒ya me tiene harta ese pero‒ es, ¿cómo diré?... sodomita. Tiene 10 en promedio, cuando menos por fuera, y sin entrar en sus salas, no hay mujer que rehúya tal costal de atributos, un humano rotundo, pero no de las damas. Perdón ‒repito‒ no busco macho o amante, marido o consorte, menos que eso, busco a un señor de maqueta que construya a mi hijo. Cuando estuve con Bertha, la prima y amiga, la menor de mi tío, observé a su esposo y a ella de paso, y a los hijos, amor de volumen, supuse. ¡Qué criaturas!, ¡qué cálido entorno!, fue una clara experiencia para armar el ambiente y procrear a ese hijo que el amor organiza, de brújula y ruta, pedestal de granito para un crío de diseño, ¡adivino a Pedrito formando autopistas y autos veloces en su cuarto de juegos!, ¡cuántas piezas dispares amueblan al hijo! 74 l


Con varios hallazgos en más de seis meses con tipos y topes o adrede tropiezo, todos inútiles, apareció de pronto el desánimo con los brazos abiertos, abatimiento revuelto con dejo y hastío, con duda y reparo e interrogantes innúmeras, aunque seis meses en ello no es ni mucho ni poco, se justifica el desmayo el desaliento comienza: ¿es difícil hallar a ese monstruo?, sin duda alguna, esperaba acertar en semanas y nada de nada, o en menos tiempo, y seis meses ya es largo aunque sea del inicio, exasperación que una tiene en un novicio preludio. Ya advierto soponcio y, lo que es más, desasosiego, y me digo: ¿esperabas el semen en la esquina?, ¿y de cinco estrellas?, ¿eres niña o adulta?, un proyecto de tal relevancia no es de días ni meses, puede ser de diciembres, de eneros y marzos. No tengo tiempo para ello. No te atranques, More, -dijo el ecopara empresas mayores trotones de España o berberiscos de millas, de empuje y carrera, no el primero que ensilles, ¡a la meta, doctora!, rauda en el óvalo, no declines, conserva tu paso, la meta es la meta y tu tranco es tu tranco -vuelve don eco. ¿Maternidad?, ¿ahora?, ¿novatez?, embaraza la mente y concibe el espíritu, preñez psicológica, ¡bahh!, se distingue por eso, por los mismos achaques, tristeza y bochorno, ¿psicológico todo?, ¿y de imagen?, ¿a quién se le ocurre?, ¿estás preñada o chalada?, yo he estudiado esto y me niego a aceptarlo, es propio de ingenuas y de cortas mujeres, yo quiero ser madre y ¡basta!, no preñez de la mente. Sea por edad o por apego o por directo propósito, he de tenerlo, con marido o sin él, a mi gusto, con todas los rasgos que aspiro y espero hace mucho. La maternidad es un acto y tengo un santo al que imploro y es pedal de confianza, lo necesito Señor. Va más allá de mi planta y de mis propias raíces. 75 l


No aprobarían –por supuesto- mis delirios de búsqueda ni mi método inédito, pero ¿qué hago?, ¿me acuesto con hombres por mera lascivia y sin explorar lo que quiero?, no es para mí el entrepierne, es para el vástago que busco y necesito la entrega en cuestión de segundos y es eso de por vida, la concupiscencia la evito y la erotomanía lo mismo. Me explico: yo nací con ideas y puntos concretos, soy ahijada de libros y busco lo óptimo y lo mejor hecho, no soy afecta a mediocres o al “ahí se va” mexicano, abomino lo gris, lo trivial y lo tibio, lo mediano. Ahora dime –reflexionaba para sus duendes- ¿debo ser lo que ignoro?, prefiero arar en el mar y echar ahí mi plomada, ¿me explico?, yo soy como soy, no soy otra, soy antípoda, y si debo ser seca, ordinaria y harto corriente, me borro y exilio, me alojo en la rosa del Éecatl mexicano porque no sé vivir de otro modo, me da sed, urticaria, soy así, inadaptable, lo sé, soy ceñida, es lo mío, pues, ¿qué hago? ¡A vacaciones! –semana y media de viajes- dando tregua a su tren de constantes pesquisas y de andar por el Carlos III. Visitará Burgos, Bilbao, Pamplona y Donostia (San Sebastián), entre otras ciudades, y a su verde campiña que ama y cautiva. A Vigo, ni orate. Es renglón olvidado por recato y orgullo, más que huida u olvido porque seguirá siendo algo digno que alumbre y no olvide. Los errores o pifias del término ese, no inculpan a More, sino a quien los causó, provocó e indujo: cambiar amor por empleo es… ¡no!... ya no recuerdo más eso, es pasado, perdóname, Pedro, pero esto es mengua y humilla. Viajó por cinco joyas, dos días por ellas: Burgos, su catedral y Atapuerca, la serranía; Bilbao, el río y los museos; San Sebastián, La Concha y la bahía; Pamplona, los edificios y plazas y Zaragoza, la muralla y el Goya, por lo menos. 76 l


Le dio vuelo al turismo y dio paz y reposo al otro meneo y aunque seguía a ratos, olvidaba a los pavos, siendo imán para ellos. Un día, infortunado, por cierto, un carota beodo, mientras bebía café en la acera y leía a Borges, su “Aleph”, se acercó bien chalado, dirigió sus piropos, más que gruesos, en tanto ella reía, se aproximó y estampó un beso tibio en la boca. Le ha dado tal catorrazo que lo lanzó por los aires hasta el betún de la losa y se puso en guardia, taekwondoina. -¡Mierda al sueloooo! Caso concluido. Sabía More que el arte marcial es defensa y custodia, no es ofensa y control nomás, es primacía, es arma mortal, sí es cierto, pero, otro pero, ante un soez como ese, se justifica la cinta y tiene buen argumento. Después de esa pausa de días, volvió More al hospital sin sogas ni vigas y de obsesiones ausente que ahogaban las horas de su brega constante, había enviado al talud sus desahogos y ahogos como hierbas del alma que muy pronto salieron. Una decisión, aún niña, comenzó a desesperarse en su ánima, no muy segura aún y a medida que avanzaba como bola de nieve se hacía más amplia y aguda con aspecto de firme, pero ¿volver atrás después de tanto pensarlo y ni de porción poseerlo?, ¿regresar del intento sin perseverar?, hasta yo me extrañaba, ¿dónde quedó mi firmeza y mi signo indoblable?, no lo encuentro, ¿es un ser poco viable que ni con lupa lo ubico. Mejor me doy la vuelta, ¡qué caray! No volvió al fisgoneo y lo decidió a su pesar, lo había resuelto y no más, y desde entonces volvió la calma y el reposo que aguardaba, no se enredaría más, estaba cierta, y recordaba las horas sin luz ni templanza en sus noches de tanto desgaste. Volvió de nuevo al trabajo con fanática entrega y vacilaba a momentos, pero seguía. A

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otra cosa, determinó. More llegó al hospital y a su tren de rutinas y le espetaban al paso los facultativos en broma: -Hola, médico!, ¿cómo está?, ¿no rompió corazones?, ¿siguen vivos los pretendientes aún? El día fue de correr y correr, de urgencias y prisas, de consulta y camas de enfermos, de todos, ¡vaya día!, nada de asuetos ni lapsos y, por suerte, el consultorio privado, fue de escasos pacientes. Otro día así y la enferma sería, sin equivocación, la doctora. Recordó la frase que dicen –en casos como este- en el país de los güeros: a bad day, to take the cake. Obesa sería. Su padre en México, en Guanajuato, la de la alhóndiga y momias, a consecuencias de un infarto (al miocardio), propiciado, quizás, por sus iras y arranques, falleció Erasmo, su padre, hace 2 horas, temprano, a la edad que iniciaba su séptima década, y Petra, su madre, ahora viuda, se quedaba sola, sin nadie, con parientes apáticos que en muy poco socorrían. More dejó sustituto en las salas del Carlos y viajó de inmediato al sepelio del padre, con Josealfre, su tío, porque Pedro, su otro, ya no estaba para eso con 230 en sus venas y peligraba, y la familia detuvo –con pena- ese viaje que consideraba seguramente arriesgado. More lloró como lloran quienes sienten el llanto por dentro y profundo y sintió más a su padre cuando lo miró en el sarcófago, unos días después, que al escuchar la noticia en su móvil escolta. -¡Que te vaya bien, Erasmo, nos veremos pronto!, despidióse ella. Era dual a su padre en eventos que daban regreso a la página, su modo de ser era idéntico, y de trabajar, ni se diga, y al enfrentar circunstancias era copia e imagen, sin pringue ni mugre, nomás le faltaban los rayos para ser casi igual a su 78 l


progenitor aguerrido. No legó el tono agrio ni sus acres arrojos de ácido nítrico del árabe-hispano que eran su arma y defensa para azotar perrerías no graves ni agudas, sino esdrújulas máximas. More confió en el doctor ahí en Guanajuato la atención a su madre y no a la poca familia que vivía desterrada y relegada de todos. -Yo vendré luego, madre, nomás pueda, te lo juro –se despidió ella.

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-Cuídate, mucho, cuídate, dijo la autora. Y volvió a la tierra del padre, de los tíos y a los afanes del centro hospitalario y a sus consultas privadas; volvió a su cuarto de nuevo y a su apática amiga, la soledad perniciosa y llegó a los trancos de día y a los aprietos de noche en donde ella observaba la veleidad de este mundo de colosales contrastes. Llegó con las hélices rotas y la atmósfera fría en el patio de su alma. More tardó mucho tiempo en llegar a su río y a su estable corriente de aguas raudas, convulsas, a entrever su futuro que era parte del sueño y de su juicio menguado. Meses después, retomaba, ciertas veces, su propósito en mora y reiniciaba la busca del prototipo de ella, insistente y porfiada. Corrieron lentos los meses para que ella pensara en su ser Objetivo con fino cedazo, faltaba la voz de salida para iniciar de regreso el husmeo. No podía abandonar. Era sombra y silueta del diario rastreo. Si no renovaba ese empeño como soplo del viento o como nieve del Everest, se haría hielo y escarcha, y si no vuelve a intentar, otra vez en la calle, se haría sepia y pared y el desdén triunfaría. Hace días –sin proponérselo- vio unos ojos risueños, de pestañas largas y negras, sonrisa leve y pisar de salero que removieron sus órganos y claveteó en él su mirada sin recordar las frases que utilizaaba cual dardo cuando alguien 79 l


pescaba, aquellas frases de encuesta con que inauguraba el palique y el cotorreo con otro. Cuando empezó a recordarlas y a relanzar las preguntas, se dio cuenta de todo al escuchar las respuestas, no tenía que hartarse del huevo para saber de su estado, y hasta ahí quedó el embeleso: se dio cuenta, con pena, que ese hueso sin fruto de tan bella envoltura, tenía grande y vacía su cáscara gruesa y sus fosas internas, ¡qué lástima!

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VII

Después de este patín y de otros iguales, volvió atrás nuevamente a lo que había decidido, nada, nada de nada: búsquedas fútiles y tibios encuentros que al hurgar se encogían, se arrugó su alma y el intento de madre como hilacho volaba, se fugaba, sentía afición de soltera porque, después de pensarlo, no aceptaba el apero ni la reata del potro para conducir su camino, no aceptaba el contrato porque era arrear sus tareas y empujar sus horarios para hacer el trabajo más o menos trotón con todo y ser que tenía más accésit que déficit, ni con el ogro que ciñe ni con el dócil que afloja, ¡no!, no soy dócil y mansa, sumisa, menos, tengo a la vista a mi madre y sé administrar mi aparejo. Y así. Al paso del tiempo, dejó de hurgar a ese hombre, en lo interior y lo externo, al ser ideal y mortal, el de sus sueños. Desde la muerte del padre, hace ya meses, el desengaño devino con los pies en el suelo y la cara pintada de sus ansias que fueron. Se hizo polvo y logró que de nuevo volviera con sus primos y primas y los hijos de estos, donde halló el hogar para la madre deseosa, porque su mundo de gozo de leona frustrada, ya en retiro y reacia a pesquisas y todo, la hizo concluir: -¡Ya no hay hombres con tal apariencia y formato, menos con ese binomio! No hay humano con diez en el alma y otro diez en el cuerpo para tener, no marido, sino padre del hijo. Semental de primera. Su acotada paciencia dio entonces un vuelco de ciento ochenta grados en su plan callejero por los cuatro costados del rumbo de los vientos, mudó a la vida pacífica en el hogar de su tío, de los primos e hijos, con quienes, casual o de acuerdo, se reunía los sábados, domingos y fechas de pausas señaladas. En lugar del frilteos en cines y teatros, foros y clínicas, iba 81 l


puntual a la cita con los hijos de aquellos parientes y de quienes también era una magnífica amiga y hasta dormir se quedaba en la noche del viernes. Era su lazo de afecto desde el óbito triste de Erasmo, su padre, en el Cuévano heroico, a mil euros de España y que aún laceraba su triste partida. La madre, al saber la fusión de tíos y primos, y sobrinos, incluso, ha venido inquiriendo lo que todos cuestionaban: ¿Quién acercó a quién? More influyó, en cierto modo, porque estaba dispersa la estirpe de Pedro y Josealfre pero comenzaron a unirlas las fiestas caseras de fines de semana en el patio de alguien o la casa de alguno, mucho antes del trance, inclusive, del padre que era, de verdad, la excepción. Ahora en casa de uno o de otro sobrino, tío u otro del grupo, los reunía el contento. Los tíos de ella se mostraron felices, al igual que el resto de primos, trajeron al tiempo de ahora pasado, presente y futuro: iniciativa de muchos principalmente de More. En uno de tantos convites con el carro completo, brotó de la boca de alguien la idea de ir de paseo a lugares cercanos o campear los domingos en las fechas de puente o de pausas ligadas: se trataba de partir en auto los viernes y regresar el domingo. Fue feliz sugerencia que despertó los aplausos y ni tardos y al punto, propusieron los sitios mejores y próximos a ellos: que Cuenca, Toledo, Salamanca, Segovia y, después de hacer comentarios sobre cada uno de ellos y específicos planes entre adultos y críos, resultó electa la última: Salamanca, la ciudad del Tormes y de la Universidad Salmantina de fray Luis de León en el siglo XII. Posee -leían- arquitecturas gótica y románica exuberante, plateresca y barroca, con 200 mil habitantes, amurallada desde el mismo medioevo, a 212 kilómetros y dos horas escasas de viaje. More dejó que eligiera el grupo en conjunto, aunque ella, con notables ventajas -creía- pensó que 82 l


Segovia era la urbe adecuada. Dos semanas después y en tres autos repletos, viajaron al área ocupada por la Universidad Pontificia, la de fray Luis y de tantos otros, y la más antigua de España. Recorrieron felices en esos días y noches la Plaza Mayor, la catedral nueva y la vieja, el Convento de San Esteban, el puente romano, la Casa de las Conchas, el Ayuntamiento y, por supuesto, y a lo último, la Universidad frayluisima, y al final de finales, el aula magna en donde fray Luis dijo aquello de Cómo decíamos ayer, y donde impartió teología también. Fueron días cerrados de ajetreo continuos por plazas y calles, edificios y templos, conventos y las dos catedrales y, finalmente –de nueva cuenta- nos debió tiempo la hija del matrimonio formado por León y Castilla para ver y admirar su rosario de gemas, dos días con sus noches contados. Adiós, Salamanca, corralón del espíritu, te amo. La vida de More, ahora tierna y feliz y dispuesta a todo, había cambiado de rumbo y su reducto era, cada fin de semana, el hogar de los primos, y de lunes a viernes, el Carlos III y el consultorio de ella, y aunque era su amor la carrera y estaba casada con ella como esposa fiel y vasalla, diez horas al día, la extenuaban y herían. El ayer estaba yerto, olvidado, enterró lo inconcluso o le echó paletadas: noviazgo, naufragio y derrota en la búsqueda diaria se cerró sin permiso. El anchor de su vida se extendió a la familia: primos, tíos y, a veces, amigos, y eventualmente lo hacían a restaurantes austeros donde ella acampaba sus dotes de madre antes de armar el proyecto del hijo sin padre. No habrá más de eso –decía- por la edad que ya tengo y de haber disyuntiva o correr ese riesgo, habría que pensarlo, pues no es dable tener al bebé con matriz a punto de close up. Corría alto peligro. Dejémoslo así. Sus aliadas las hijas de Pedro y Josealfre, 83 l


eran madres de crías que, al fin de semana, con cada juego o recreo alegraban sus días. Poco rendían las horas tan pueriles y bellas que excitaban sus nubes de esponjas maternas tan altas como fueron sus ansias frenadas, ahora hechas humo. Bueno... esto ya es cementerio, a otra cosa. Así pasaban los días de intenso jaleo entre el Carlos III y el coto privado y el fin de semana en ese largo solaz en las casas de los primos en donde hallaba el aroma que expelen los años de los niños de cristal de diamante: amaba la estirpe. Era grata y amable y sabía que meneaba su vida cuesta arriba y a cuestas. Había dejado de escarbar a ese hombre de hipótesis, no por falta de garra, de uña o coraje, que de sobra tenía, sino que dio por sentado que tal estructura sólo Dios la tenía. Él medita y moldea, él integra las piezas y obtiene el facsímil. Sí, perfecto Él, nada más que Él, nadie más. Yo exploraba casi un remedo, pero -deduje- que no es humano el perfecto que tenga líneas afines al supremo Creador, no lo hay -llegué tarde a entender- y me resigno, y aunque me cuesta trabajo decir, pero a ese tránsito diario, obcecado y prolijo, dimito ya, me retiro, no hallaré a nadie que sea así. En la casa paterna de aquel hombre iracundo, Erasmo, en Madrid, descubrí, o exploraron mis ojos que, lo que tuve de niña, o lo que tuve de púber, o lo que ahora poseo, fue legado de hecho y lo usufructo ahora. Mis años, al fin, lo supieron. Todo era lazo y engarce y nudo apretado. Erasmo era así: amaba y cuidaba su propio yo, no alzó nunca la mano para herir o dañarnos, ni atentaba con hechos ni a mí ni a mi madre, él era palurdo pero no de conscientes, ni con mi edad ni mi madre, ella es tacto y mesura, él bravío y feroz cuando el mal imperaba y el engaño era actor de un teatro mal hecho y viles jugadas. Lo juzgamos mal. Algo extraje de él -o mucho- y de mi madre -lo sé- esa calma. La imagen que Erasmo dejó en su rala familia, en 84 l


su grupo fraterno, nos congrega aún, agrega vida. Para ella, la reunión los domingos que a todos alivia, era viento y velamen que eleva y refresca. Se alternan las fechas cada fin de semana, de manera que, a cada clan corresponde un encuentro con pitanza y bebida. More llevaba, por hábito, pastel, (digo tarta), botella de vino, postre y refrescos para los años menores. Observaba a maridos, no con ánimo crítico, más bien espontáneo, y decía, me he salvado de algo que exige y ahoga y que instala la horca y de paso, la iza, la libertad que yo traje y paseé desde niña, conservo en repisa y no de fácil acceso, es sólo mía. Perdón, primas, pensaba nomás en voz alta, soy de ojo fino y discierno, pienso que, quienes no precian a la cónyuge (con yugo) que llevan al lado, entonces deprecian; la mujer es pareja, no piruja. Perdón, otra vez, primas. Sí, de algún modo he mudado, yo misma lo veo, he cambiado por choques e impactos de súbito que la vida da en su corrida, desencantos y planchas, solía ser permisiva, tolerante, pasiva, pero desde que soy un cacharro o saldo de días, soy otra de plano, se han abierto mis ojos en los hogares que piso, que hoy conozco de cerca y mantengo de lejos, a ellos me debo: a ese duende consciente que está camuflado detrás de las horas de trabajo y recreo que acecho en domingos en casas no propias y que dan convivencia a ese espíritu mío, sí, he cambiado, lo sé, la vida forma e informa, conforma y reforma, soy parte pequeña de una casta que crece y me plazco de ello. Soy conversa, ¿así se dice? Después de esa grata tertulia recibí la llamada de Dora, la prima, que invitaba al estreno de “Traviata”, la ópera, en el Teatro Real de Madrid, ¡excelente!, he de admirar –readmirar- ese drama de Dumas y de pasiones impares entre Armando y su amor, Margarita, dúo de asombro, ¡estupendo!, ¡sí!, 85 l


¡sí!, iré, ¡encantada! Y así. Diciembre se anuncia nublado y con lluvia por valles y cumbres de nieve cercana que serán sitios de citas en este mes de ilusiones y de sueños pequeños, mes que apisona y deprime a ciertas personas, entre ellas, ésta que lleva por nombre cerebro y razón ¿y por qué?, ¿por qué me abollo? Se me aflojan las bragas y es extraño atavismo, ¿por qué?, otra vez, cuando todo el planeta está divertido, ¿debo estar subsumida yo?, es el mes de los peques y me agüita toda, no sé si viene de Erasmo o de Petra, mis padres, allá en Guanajuato, con el calor del los años, no sé, no sé todavía, pero una intrusa desgana arrebata mi cuerpo y lo lleva por puentes de abulia y desidia, dejadez absoluta que incluye nostalgia, es, quizás, algún recodo, no sé, o antecedentes. Siempre pasa lo mismo en estas fechas de fiestas y de gratas memorias con restos de antaño, me hundo y aflojo. No es de ahora la murria, es de hoy y de siempre, pero hoy se exacerba, siento que mojo mis ojos e ignoro el motivo, quiero llorar y hago muecas, no sé que pasa, quiero estar en el lecho postrada nomás, o dormida, arrojando la abulia, es depresión, no lo dudo, que nada, nada tributa, sólo el valor, el coraje, el amor, el ser una misma y hartas aguas de arroyos que forman océanos, sólo así. Yo sé por estudios de libros y de enfermos, cómo darle a la autora de estos leves desmayos y casos hirientes, hacer frente a fantasmas y a males abstractos con los cientos que tengo, ¡no!, mil brazos del alma y cien pies de denuedo, a fuego limpio, debe estructurarnos hasta que todo termine. Es recomendable lo que sigue: Ir de compras, charlar, ver amigas, trabajar sin descanso y tener la mente ocupada, ir al teatro, al cine, leer libros, oír música, estar con Haendel, Monet o Miguel Ángel, ¡ah, y comulgar con los niños!, no hay mejor bebistrajo para graves declives que los ojos de miel y los labios de almíbar de unos rostros de nenes 86 l


preciosos y plácidos, gracia en torrente y fantasías de ordinario, ¡sí!, no hay tristeza que flote ni hastío que suba. Receta de médico. Cuando las tres asistimos a esa puesta operística, los maridos se quedaron a cargo de los hijos y al concluir el evento, coincidimos a coro: ¡ -Qué de noche! y, en lo personal razoné: Si ella, la cortesana, conquista a Duval y ambos se queman en brasas y brazos, ¿por qué no entrar a la empresa aunque los vientos renieguen?, si exploramos el Everest… ¡no, no debo pensar!, ya dejé mis armas o me las quitaron todas, la flecha vuelve a mi pecho y me autoinmolo. Es tema de teatro y hasta los cielos se empañan en él. Diciembre llegó –lo temía- con nieve y con fríos, con blanco de perlas y verde esperanzas, míticos tonos de púrpura y grana que la novia desea, ignora y apremia con natural inocencia. El niño que quiere juega y desea; el que busca el amor, el joven, ama y recibe y el hombre que quiere, es y será. El que está a punto de desembarcar su tristeza, reúne calma y paciencia, aguarda. Pero, en estos días felices de rostros ufanos y albor de criaturas, la bondad es un juego que invita a gozar y a solazarse con regalos de Santa que corretean los niños. Pero... otra vez el intruso pero… hay algo que enrolla y rebana mi alma y oprime y aprieta y explaya ese estado de ánimo chueco, que entra y se muestra en los meses de invierno como oso hibernando, son los hilos que afloja esa araña vellosa en los techos de adentro. ¿Será el tercio del mundo que goza y posee todo de todo y dos tercios que sólo ambicionan? Seis mil doscientos millones viven en este planeta y el 25 por ciento son niños y púberes hambrientos y ávidos: mil quinientos millones de infantes con grima, ¿es esto aceptable?, ¿es pretérito atávico la tristeza y la pena? Son las carencias con todo incluido, pobreza que siempre se piensa y se duele y se apoya 87 l


de lejos, no la posee el que ayuda y ni siquiera imagina, esa es la vida de otros, de muchos, de muchos miles. Al llegar a otra vida, lo sabré, ahora lo intuyo. Es sábado 7, a las 7, en la casa de More. Leía en la cama. No esperaba visitas ni llamadas de nadie, cuando, de pronto, el teléfono timbra, la dejó descompuesta, ¿el teléfono?, ¿quién será?, ¿y a esta hora? -¡Hola, Alicia!, buenos días ¡sí!, ¡sí!, ¡dime!, no hay problema, se quedó más que absorta, tirante, al oír en el cable el airoso y nevado proyecto mayúsculo, en grado glaciar: Mi esposo tiene tres días de puente y desea que vayamos a Suiza en este tramo que empieza el viernes, ¿venís? -¡Con gusto!, deja que busque relevo y traslade mis citas a otras fechas siguientes, ¡magnífico!, me atrae el ¡brrrrr! de Suiza, ¿podéis comprar mi billete? Era Alicia, la prima, quien planeaba el periplo entre More y afines: Maruca y Roberto, Paco y ella, ¡a Suiza!, ¡al Mont Blanc!, ¡al Matterhorn!... ¡aventura increíble! En esa misma semana, después de buscar al suplente en el Carlos III y cambiar su consulta que, por suerte, era poca, llenó la maleta con ropa de invierno, de iceberg y pingüinos que en muy pocos casos vestía y, más pronto que tarde, llegó la hora esperada y ¡a Helvecia, los cinco, ¡vámonos! Volaron a Zurich y cruzaron el alto y nevado crestón del Pirineo encumbrado, al sur de Francia, y al rodar las pistas de Floten –el aeropuerto de Zurich- nos llegó la sorpresa con un amigo de Paco, ¿quién será?, y recibió con abrazo: era el cheff de este guiso que ni a albóndigas llega y nos tomó como suyos al saber del periplo y se dio de alta en el tour como guía de curiosos por los Alpes de Tell, Ginebra de Rousseau y Paraceslo de Zurich. 88 l


-Suiza -juntó los dedos- es así, diminuta, en tres horas la mides y en poco tiempo recorres desde el Rhin a Ticino -oeste a este- pero tiene vida y, con excepción de Noruega, es de alto nivel entre muchas, y en arte y cultura, de proa y ariete. Un cociente mayor que treinta y tantos países del contorno europeo, lleva punta en lanza el prestigio de Helvecia (Suiza) de manera contante. -Oyes, ¿y cómo es la gente en Suiza? En general, es única, de rango elevado, pluriétnica y de vasta cultura, y en conducta social, un ejemplo, obtiene diez de promedio. El suizo es cortés, respetuoso, emprendedor y medido, buen ciudadano, reservado y discreto, teme perder el patrimonio y la identidad que los sella. Bueno, esa es mi opinión, mi punto de vista. Programamos el viaje de acuerdo a deseo de los visitantes llegados: viernes, Matterhorn, Mont Blac y Ginebra; sábado, Zurich y Berna; y el domingo, Basel y demás cantones, en especial, Jura. Lo aceptaron. No había manera de esquiar por el tiempo tan breve y el poco afecto de ellos a resbalarse por las laderas alpinas. El primer día recorrimos -como dicen los ítalos- el Monte Blanco, en los Alpes, entre Suiza e Italia, de 4,800 metros de altura: fue de estupor a estupores por la enhiesta montaña y aquel túnel larguísimo, (en italiano, buca) que recorre un tramo de 17 kilómetros (Gottardo) y cerca de ahí se percibe la cittá de Courmayeur y las villes de la Alta Saboya y Chamonix que aparecen de pronto, ¡impresionantes! Después a Zermatt, en el cantón de Valais, entre la nieve de Italia y los hielos de Suiza y en persona se admira el Cervino (Materhorn), la pirámide nívea

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que Walt Disney copió en su coto angelino, de 4,500 metros de altura, ¡qué belleza! More y amigos, los desempacados del avión, no hallaban en dónde poner sus retinas atentas. El sábado fuimos a Berna y a su río el Aare que la ciñe y curvea, no a los osos por el efímero tiempo, y más tarde a Zurich y a su lago Zurichsee, la capital del dinero, y en donde como oseznos invernaron. Berna, la capital de la CH desde el siglo XIX, se llama así por el término bär, (en alemán, oso), -¿Por qué?, preguntaron. Y después de largas pesquisas revelamos su origen: En el siglo XII, el duque Bertoldo de Zaringia, le impuso el nombre de Berna por haber liquidado a un oso que la zona desmantelaba. Berna es Berna, y con mucho. Es patrimonio de la UNESCO y cuna de pro-hombres acreditadísimos: Rousseau, Paracelso, Gotthelf, Von Haller, Doler, Paul Klee y muchos más, y Einstein, alemán emigrado, que creó su Teoría de la Relatividad aquí. Existe un museo en su casa (que visitamos) entre otras salas de arte, de cultura y de ciencia. Contemplar la ciudad, visitar esa Casa, recorrer los museos y, en especial, el de Historia, y observar por horas el reloj centenario de la torre, pusieron The End a la cinta, y al concluir, no estaban cansados por el recorrido que habíamos hecho, estaban muertos, rendidos, después de tanto ajetreo. Dijimos ¡bye! a los osos (que no conociimos) y a ocho siglos de historia de esta Berna exclusiva, capital de Suiza, hace más de 160 años, desde 1848. El día tercero, domingo, fue de paro y reparo por el lago de junto, Zurichsee, en donde están –según dicen- a la orilla del piélago, las más elegantes mansiones y preciadas (de precio) de Europa. Sobre él navegaron hasta 90 l


el pueblo del fondo, Rapperswil, contemplaron la urbe, (la ciudad grande de Suiza) y conocieron las raudas y broncas cascadas del Rhin en Shaffhausen, a 40 kilómetros de Zurich, las mayores, -dicen- ¡qué bello espectáculo! –rubricaron los primos. Fue, en verdad, despedida, con un banquete de olas, de vuelco y revuelco, caudal que acarreaba toneladas y toneladas de río!, ¡vaya río! Dieron las siete y la tarde se fue tal como vino, obligó al regreso porque era hora de estar con maletas en las salas del Turus, nombre celta del aeropuerto, y despedirse del guía que medio pasó su prueba e inauguraba este viaje turístico. Ya a punto de irse, estrechamos las manos y chocamos mejillas y dijimos, ¡bis bald!, ¡que regresen!, ¡sí, adiós, adiós, muchas gracias!, ¡que concluya ese guiso!, dijo More al guía que escribía o que lo intentaba. Empezaba el invierno y aún soltaba el otoño las hojas con prisa por las calles de Berna, de Basel y Zurich, que originaron el comentario alguna de ellas, ¡Qué color de arboleda!, y pensándolo bien, olvidé quitar la hojarasca en mis botas de nieve. Ellas, las damas, al regresar a su nave, preguntaron un tanto curiosas: ¿Cómo se llama ese guía?, ¡Sabe!, respondieron todas. Quedaron prendados de Suiza y de tanto hielo y deshielo que los motibaba. No supo More de ella hasta concluir el crucero de vuelta, su mente estaba nevada como la página blanca en donde anotó mil vivencias de montes y cumbres, de calles y árboles que abrieron las mandíbulas al observar a la Helvecia que es el nombre de los antiguos habitantes de Suiza. Volveré, -dijo More- volvería. Un detalle nomás advirtió ella en el Airbus en que iba: la frialdad de los suizos, es más fría que la misma Suiza. El invierno pegaba a los siete millones y medio de los suizos que en ella se mueven en el bajo cero de la urbe zurique. Extraordinaria

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esta Suiza, singular –dijo ella- y se quedó la niebla en su alma y la nieve que estaba en su estuche en los montes alpinos. Volvió More de nuevo a sus sitios de siempre con la ringla de enfermos que en paz la esperaban en condición estable, por cierto y por ventura. Este mes cavilaba- que tanto tarda en salir y no encuentra salida, mes de gozo de niños y de penas en buena parte de adultos por recibir (unos) regalos y comprar (otros) los mismos, va de ganso y tortuga, va que va, lento, calmoso. Me... pasa… algo... ¡vaya!, ¿otra vez?... no, no es eso que piensas o lo que calculas, es quizá el color de mis ojos que enluta mi paso o ese color que distiende mi aplomo y carácter, es ese nombre que llevo como calca de sombra, vuelve al año, cada año, en diciembre trasiega y cada fin de año me ocurre y atribula, no sólo es nostalgia, es algo que merma mi ánimo desde que More me llamo, desde mis breves pisadas, no es que rasgue o destruya mis propiedades, pero es algo que alea, ¡no!, depresión, no, es lo que duerme en mi mente ¿o en mi adentro? que distiende y se suelta como aire. ¿Recuerdas? Sí, me acuerdo, fue depresión muchas veces, pero esta vez es distinto, ¿es legado de madre?, ¿de seres ocultos que laten y piensan como seres fantasmas?, tiendo a ser taciturna y como dicen allá, de apachurre, ¿amargura?, no, aunque parece lógico y aireable, soy reata de tiro y llevo las espuelas precisas para arrear a este cuenco!, ¡sooo, estáte!, no soy jockey de pelo, pero estoy harta, menguada, seca, un tanto sombría: Melán kholé, como dicen los griegos, -bilis negra-, melancolía de la buena. Es diciembre. Diez días habían transcurrido de aquel pasmoso paseo y More seguía con él en su mente, con la memoria en laderas, en cimas y rampas, en ciudades y ríos, 92 l


en quebradas y abismos, en Los Alpes de lagos y en la alfombra pesada de nieve que cayó por garrafas enteras. Nos faltó ver Interlaken –dijo More- y sus lagos mellizos. Volveré, volveré, aseguraba. En todo eso pensaba cuando timbró el teléfono de nuevo, ¿otra vez?, ¿a las diez de la noche?, y saltaron de nuevo sus dudas, las temibles incógnitas, ¿será?, ¿quién será? -¡Hola!, ¿cómo estáis? –era Alicia de nuevo. Si, dime, escucho. Fija la vista en la noche con los ojos soldados, y finalmente, repuso, con signos de interrogación manifiestos: ¡Claro!, cuenta conmigo... estoy pendiente... sí… adiós... adiós, y cuelga. Su prima le dijo que, a siete días de arribo de Cristo en navidad-aniversario, ha pensado... y se quedó pensativa con lo amplio del rostro en el pacto que ambas firmaban a pesar de que, por tradición, era una cena doméstica. No era ella proclive a esas costumbres, pero había que sumarse, ¿o se había vuelto así?, a esa clase de fiestas en lugares abiertos y en mesas cubiertas de largos manteles, no era afecta a banquetes, el camión de su vida paraba en la esquina de primos y primas, parientes y nada más, y punto, en lugares privados, no. No conozco amistades fuera de casa, soy refractaria y debo alejarme de tratos y roces y ruidos, estoy escamada. Alicia le dijo: familia y amigos… y se trata de una tertulia de gran pipa y de guante y en... ¿dónde?... en algún restaurante, el día 24, de los que están en el centro, ¿los que tienen neones, luces y ? No quieren cena ni brindis en donde ellas se lijen ni gasten el lomo, es un auténtico engorro, trabajo para una y holgura para otros, costaría, eso si, pero estamos dispuestas a hacer lo que sea con tal de no entrar a la estufa y a la cocina. Cristo merece otra mesa de 93 l


lujo y tronío, pensamos –dijo Alicia- después de ver las propuestas, en el restaurante “Sándoz”, que es del centro y medianamente modesto. Y reafirmaba: pueden llevar amistades, compañeros, jefes o empleados cercanos. Ya tenemos dos matrimonios y algunos solteros de buen ojo. La mayor parte será de la familia: padres, primos, esposas y algunos parientes… ya van 25 y sigue la cuenta, va rápido. Si parezco insociable, no sólo parezco, -pensó More- no opiné del guateque porque soy de casa y ellos, al fin, organizan, o soy, al igual que los otros, invitada, y eran buenas razones las que empleaban las primas para alejarse de ollas, del horno y de platos. Quieren ser comensales, no sollastres, no deseaban saber ni de mesas, ni platos, ni vasos, ni de malos olores, eran buenos motivos. Hice (como dicen allá), de tripas corazón y me avine, no sin ser, ni con mucho, sincera. No me gusta el copeo ni convivir con extraños, ese día es de familia. Bastante lo hago en mi empleo. Era fin, un acuerdo de ellas. O iba, o me aburría como piano, no hay de otra. Quedaban seis días para acostumbrarse a la idea y no andar con remilgos. Además, había que pensar en detalles y muchos, muchos: que zapatos, vestido, la bolsa, el gabán y el perfume, los aretes y otros tantos, estar propia, pues, no un atuendo de calle o la bata de médico, no, distinto a eso, la imagen común la conservo en el clóset de días comunes. Veré eso.

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VIII

Faltan menos ahora, apenas dos días, y More nada de nada, nada hacía, se olvidaba de todo, estaba absorta en lo mismo entre hospital y pacientes, el Carlos III y el consultorio, lo primero es lo primero y lo segundo, segundo, no había hecho nada de compras, de ajuar y de eso, y apuraba el hacerlo con plazo ya breve, muy breve. Dedicó dos horas de pausa entre hospital y consulta, pitanza incluida, y se fue de volada a tiendas de ropa, comería ahí y daría fin a esa gaita que era la urgencia de ahora. Llegó, observó y eligió lo que era de modesa, (de acuerdo a la empleada) y planteó veloz sus carencias con precisión: necesito esto y lo otro. Pero, dejaré que me asistan las chicas. Y en cuanto a seres extraños e invitados a la cena, tienen razón para ello en ampliar el convite para jefes y amigos por compromisos formales o afectos comunes, yo no teng... -¡Perdón, señora!, os traigo estos cuatro vestidos que pedís de su talla, podéis probaros. Y después de mirar, vestir y modelar y preguntarle al espejo, la empleada le dice: -El tercero está bien, os queda lindo. Y así zapatos y etcétera y etcétera: abrigo, aretes, bolsa, collar y pulsera que pidió del color mismo y pequeña. Pagó con Visa de débito y pasó a buscar alimentos antes que entrara el número cinco al reloj, subió a su auto y salió al consultorio que la esperaba impaciente, pero antes tomó su cepillo de aseo y puso a actuar el adminículo, ¡ras, ras, ras! Mañana, al estrenar todo eso, mostrará a una More distinta con disfraz de tertulia que no portó ni con Pedro … bueno... ¡a partir plaza! Me pone inquieta lo impar de mis hábitos diarios, no comulgo con ello: gritos, denuestos, chuscadas, risotadas a pasto: el 95 l


caos completo. La gente deja de ser cuando bebe y reincide y llena y llena ese otro, pierde su piso y deforma su paso, irrita y molesta, estar entre extraños es incomodidad y desagrado, versátil joroba. Bueno, creo tener lo indicado lo que para entonces requiero, no iré con prendas de calle que la luna (del espejo) desdeña en actos que acaban con besos y abrazos sociales. Pero (soy de pero) no es ese pero el problema, los problemas son otros, los de siempre, pero iré reservada, impasible, aunque sea la imagen prestada. Soy de fácil amolde, creo ser. Llegó la fecha y la hora y acudí al acto con vestido de Christmas deliberadamente profano, ¡bah!, y como dicen que dicen en el mundo taurino: ¡valor y al toro! Comenzó a vestir sus pudores con ese ajuar colorido que la hacían esplendente, se veía distinta, y a medida que obraba ese cambio, era nueva doctora con vestuario que nunca había manejado, tal vez en el acto-clausura de la U Complutense y, si en forma normal era bella, ahora veíase al cubo: le dio el toque final a los pómulos y rubor a los labios y, sin querer aceptarlo, se veía a More atractiva o algo más si se quiere. Consultó al espejo, de paso, y dio fin a la obra, el canje admiraba: con abrigo, collar y pulsera, que muy poco utilizaba, bajó hasta al auto pequeño y partió con prisa hasta el Sándoz. En la sala privada que ocupaban ya muchos se reunió con llegados y comenzaba la charla. Eran las diez con cuarenta y el saludo a parientes causó el comentario en cuanto la vieron.

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-Hola, More, ¡qué bien!, ¡venís guapa!, era Alicia, la prima, y detrás de ella las que ocupaban la mesa con copas y tapas. -¡Sentaos! -sonó la voz, señalando- y ocupó el asiento de al lado, junto a la esposa de Ro, su otro primo que inició la facundia con bromas ligeras mientras sentaban a otros con rostro de extraños, son amigos de Claudio, -dijo Carmen, la 96 l


esposa- y vienen jefes y amigos y en tanto la charla se abría y principiaba el palique y era justo el recinto donde menudeaban los ¡hola!, los ¿cómo estáis? y por delante y atrás de la silla donde More quedó, se repetían los ¡guapa!, los ¡maja!, los ¡linda!, ¡qué de cambio, doctora!, etcétera. Con el calor de la charla con ella y con otras que enfrentaban la vista frente a More y Alicia, no se dio cuenta que al lado de ella tomó asiento un mortal con aire británico que, al percatarse la prima sentada a la diestra de More, lanzó su saludo y continuó conversando: ¡Hola, Danny!, ¡bienvenido!, volvió More los ojos al recién arribado y movió la cabeza en son de saludo... (¿Danny?... ¿quién será?), siguió parlando con otras al margen del joven que se alineaba a la izquierda. Después de ampliarse la garla a las sillas de enfrente y a la orilla derecha, al cabo de quince o veinte minutos volvió la vista a su lado con gran disimulo como si buscara a una amiga y cribó sus facciones y torso que inflaba con piel de gimnasio para evaluar a ese tipo. ¡Tiene rostro de Apolo!, no está mal. Ahora veré su caletre y salones internos, pero nada activaba al extraño invitado, estaba ausente, de frente, ni un lazo de echaba y escucha más que conversa con Claudio, el de junto, y a mí ni me pela, ¿no estoy atractiva?, halagos vanos, es un ídolo azteca justo, impertérrito todo, ofendía su adusta y asombrosa apatía y le atrajo su garbo. -¿Deseáis vino! -el camarero ladeó la botella al vecino. -No gracias, dijo él. -Sí, sí, por favor, respondió ella e irguió su torso bicorne frente al tórax del otro que, en traje de lino, a modelo sabía, podría ser exacto. Pasó casi la hora y la

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presencia de piedra conservaba su afasia hasta que Alicia, de junto, al notar el mutismo entre ambos, exclamó sorprendida: -Vamos, ¿no os conocéis?, ¡no conversáis!, ¡haberos dicho!, More él es Danny, Danny ella es More. -Hola!, se dijeron ambos y chocaron las manos, una llena de intrigas y el otro de frío, de un frío impasible, con una rala sonrisa que se quedó en el intento. Desearía que fuera amplia, -pensó More- no sólo breve y recíproca y se decidió a descongelarlo. -Daniel –inició la plática- disculpa, soy médico y ausculto opiniones y quisiera preguntarte algo. -Sí, adelante, decid. -Indago marañas y por ello interrogo para una institución: ¿qué piensas tú de la eutanasia? -Buena pregunta, -sonrió- pensó un instante y concretó: No soy respuesta buena para el tema, pero tengo criterio y debo deciros que, en ciertos enfermos, y previa anuencia de deudos, Europa la ejerce y no hace poco. -¿Cómo?, inquirió ella. -Esquivan los medios y evitan elíxires, la resucitación, entre otros, vos sabéis, yo estoy de acuerdo. Dejó atónita a More la respuesta de él y agregó: -Yo soy ingeniero y sé poco de ello, pero he leído en periódicos. -¿Ingeniero en qué?, repuso More. En Sistemas. -¿Laboras aquí? -No, en Londres. 98 l


-¿Regresas pronto? -No, hasta el 6 de enero, en 13 días. -Ingeniero en Sistemas, buena carrera, moderna -repuso ella. -Y ardua, respondió él, sobre todo en empresas. Vos, ¿eres médico?, ¿aquí? -Si, aquí, en el hospital con consultas privadas. -Humano servicio. Mejor para enfermos por ser de custodia. Os felicito. -Gracias, dijo More perpleja. Se le agotaron los temas. -¿Te molesto o interrumpo algo?, -continuó More- estabas ido, callado -se atrevió a decir- no hablabas, ¿aburrido? -Conozco a muy pocos, doctora, y de los temas ignoro, guardo silencio y escucho. -Tienes razón, inge -ya en confianza- es cierto. De todas formas te dejo, debes seguir en ti mismo, tú opinión es buena, me sirve y es útil, muchas gracias. Y volvió su rostro hacia el frente y flotaba, el equilibrio le sobraba a ambos. La copa, el tabaco, el palique, la chunga, lo estentóreo de las risas, a ella le aturdía, era poco afecta a tumultos y muy raras –rarísimas veces- iba a fiestas o a eventos, estaba lejos de ser, a su pesar, persona adaptable. -Doctora, perdónadme, dijo él, pesaroso, estoy preocupado, no tengo tema ni opinión de nada de aquí, no juzgo, sé poco. En eso dieron las doce y la fila de abrazos y deseos llegaron y entrechocaron las copas y brindaron: ¡Por el niño Jesús!, con champaña española. Treinta y tantos lo hicieron, alegres y ufanos, y alborozaron la cena. 99 l


En tarjetas de blanco y con letras doradas, señalaban tres menús: Tres a elegir. 1, 2, y 3: Rodaballo porcheado con aceite de oliva; pichón asado en su jugo al oporto y Schaschlik de solomillo con arroz al curry y salsa chorón. Incluye consomé al jerez o gelee. Postres: chocolate, strudel a la vienesa, crepas Reus, plátanos flambeados y café o Sanka. Ante la críptica lista los dos se sonrieron y abrieron los ojos y por el primero que vieron se fueron los dos, más que común por ser de Galicia y ser pez del Atlántico. Él, con el ceño fruncido, apenas reía, y ella, con su presencia morisca, subyugaba. -Doctora, una pregunta: ¿os puedo hacerla? -Desde luego Danny. Fue la inauguración de la charla que fue animada al principio, divertida luego, de cuestiones distintas, de dudas y otras y de muchos esquivos, se daba en un clima tranquilo, mesurado, hablaron de arte, de ciencias, de avances, de tópicos médicos y de pasión cibernética, oficio que Danny aplicaba en la niebla de Londres y el Támesis. Hablaron de todo: del ser y no ser, del correr y volar de la ciencia y la técnica; de la flecha que lanzan los padres a los hijos pequeños y que cada uno avienta a sus padres; de los críos que son adorables y encantadores, que apresan y estrujan; del amor en pareja y desamor entre pares; del trabajo de ambos y de ese algo que tienen los que buscan y hallan quienes algo conectan. -¿Salís mañana a las tres? -No, no trabajo, es domingo. -Magnífico, os invito a comer, asintió con las cejas, coqueta. -Os espero aquí, mañana. 100 l


Pudieron haber elegido cualquier restaurante, otro distinto, pero pensando en lo fácil, adelantó la respuesta y deseaba que fuera el más asequible. Danny dijo: -Vamos, os dejo en el coche, al saber que se iba. No habían caminado ni siquiera cuatro metros cuando Danny desvió la mirada y le dijo al oído, muy serio, con esa imagen inmóvil que enmarcaba: -Oíd, More, ¿no tendrá celos la belleza de vos? Estaba atrapado. ¿Estaba?

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IX

-¿Es posible editar sentimientos, sí o sí? Despertó More de manera inusual esta mañana, a las once, hora infrecuente para ella. Encontró en el marco del día a un nuevo sol de fulgores, distinto, y con atisbos de tonos diversos y con resplandores nacientes. No era igual ese orto a otros días que fueron y su alma sentía calor y aleteo dispar y no empleado. Saludó su presencia (¡Buenas días, More!) y encontró que en su jaula donde se alojaba al gorrión que entreabría sonrisas y despertaba alegría eran destellos de luz que de la sombra asomaban. Su patio interior poseía un prado de rosas y asclepias rojas y abiertas, y hoy su noche fue otra, y volvió a su cinta novísima, no estrenada, y se admiraba de todo, ¿esto es amor?, hace mucho que no lo sentía, lo conocía a ese huésped, pero ahí se encuentra en espera. ¡Dios mío!, es la una de la tarde y debo arreglarme y estar a las tres en el Sándoz, sin falta! Vestirse, maquillarse, afanarse, correr, eran verbos que no conjugaba y una nueva presteza sabía del apuro. Usar aromas era ayer, tiempo pasado, hoy es de nuevo: baño con sales, aceites de baño, body wash o geles de ducha, reinauguró las fragancias. -¡Dios mío, no tengo nada de ropa nueva! Tuvo hora y media de aliño y salió veloz en su auto y al llegar al sitio elegido decía en rótulos grandes Cerrado. Ya estaba Danny aguardando.

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-¡Hola!, ¿qué tal?... buenos... ¿días?... ¿te conozco? Le pregunto a los ojos y no a lo que veo, ¿es verdad lo que miro?, busquemos otro mesón, nos espera larga jornada, si no te importa, la tarde es pequeña. -En lo más mínimo, responde More. -Bueno, a comer, ¿y habrá toros? -No sé, veamos. El camarero de algún restaurante lo sabrá de seguro, son más taurinos que el toro. Hace mucho que ignoro a los toros y los toros a mí. Rieron. La tomó Danny del brazo como esposa y esposo y se abrió Madrid para ellos en el Porsche alquilado mucho más grande que el Setra y más auto que muchos. Buscaron luego las sillas para su esdrújula gula que ya era grave y aguda, demandaban la mesa, el mantel y las sillas para yantar de inmediato, chistorras, baguetes, gambas o tapas, lo que sea, ¡gran apetito!, recorrieron sitios diversos, hoteles y calles y culminaron con dos palabras fatídicas: No hay. -¡Qué raro!, no es el día de san Plato ahora. Miró el reloj: son más de las cuatro –advirtió. Remataron los dos en el bar consumiendo baguette y jamón de Teruel más copas de vino. Había que partir a Las Ventas, la plaza de toros, que es para el mundo es la más taurina, e inmensa, pero estaba cerrada, otra vez. ¿Y ahora? -Elegid tú, mexicana, dijo Danny, sonriendo. -Vayamos al centro y paseemos el tiempo, bebamos café u otra copa y algún bocadillo, es bello Madrid, caminémoslo, pensó ella. Ya a bordo del Porsche de nuevo, Daniel, resignado, dio paso a la calma y al cuerdo equilibrio, y ella que empleaba los medios para animar a su amigo, se 103 l


enfrentó a la verdad que era ya concluyente: ni comida en el Sándoz ni corrida en Las Ventas. Hasta el 6 de enero comienzan. -Podemos venir entonces, propuso ella. -A esa hora –dijo Danny- estaré lejos de España, al día siguiente laboro. -Bueno, mañana te invito, a las tres, al mismo Sándoz. -Magnífico, exclama ella, te espero ahí y estaré a tiempo. Reservaré, por si acaso, concluyó. El ambiente del centro de Madrid (Puerta del Sol, Plaza Mayor, Museo del Prado), estaba yerto, vacío, poca gente, como la tarde que se iba con prisa patente. Bebían café en la terraza que daba al hotel Miravalle, a los autos que ruedan y a la gente que pasa apurada o serena, y desde ahí, una fría gaseosa burbujeaba nerviosa en su mano vacía, sin la otra. La sombra en arrimo y la charla intimista, fluía con pausa y el corazón de los dos, escuchaban las voces que sonaban cual brisa sin saber de premuras y deseaba el tacto y el roce de sus suaves ternuras que el diálogo filtraba a milímetros. -Son las diez ya –miró More el reloj- y el trabajo me obliga a volverme horizonte. Te dejo, dijo a Danny. -Vamos -repuso- pagó la cuenta y llegaron al auto, abrió portezuela y partió como bólido a media hora de casa. Nos veremos mañana, en el Sándoz, a las tres, despidiéronse, y rozó sus mejillas y apenitas la boca. Esa noche durmió como pocas, muy pocas veces, no recordaba las comas ni los puntos del texto, ¡qué jornada!, misma que luego se dieron los fines de semana sin faltar ni una sola, dos hojas afines que se hicieron costumbre en ese exordio de libro sin conocer el desenlace. Sabía la trama, pero no el desenredo. 104 l


Sus noches recreaban deleites trasnochadamente ocultos y los días dudaban y se hacían preguntas: ¿Por qué tanto arrimo y no toma la mano?, ¿qué debo pensar?, ¿busca amiga? Somos adultos. Con esa incierta premisa, corneó el sueño y durmióse. El nuevo día devino con carga de sobra y entrega en exceso, de intensa porfía, y mostrábase otra, sin grietas ni huecos, poseída de ignotos y peripuestos anhelos, apetencias, se ensimismaba de pronto y esperaba las tres jubilosa. Salió antes, incluso, con cinco minutos previos y lanzóse a la cita con el zapato pesado en el Setra, y entró empujando el apremio e intranquila y... -¡Buenas tardes, inge!, -saludó con sonrisas- ¡puntualote!, pareces súbdito inglés. -En Londres, o sois puntual u os linchan –bromeó él- y no deseaba que vos me linchara, no sois inglesa, pero sois muy precisa, y calló. En cuanto separó la silla, cortés, se flanqueó el camarero con menús en la mano. Leyó la lista sin verla y pidió lo mismo que ayer, que aquella noche que tuvo el mejor adjetivo y a un señor sustantivo y no quería ver el Schaschlik, no ahora. -Aquí estamos, a punto, a punto de astenia. Desde ese instante iniciaron la charla pospuesta con voz queda y meliflua, con aquello de ¿Cómo os fue?, ¿qué hicisteis?, tres pulgadas escasas divorciaban la boca (de él) y la suya (de ella), y los ojos de ambos contaron minutos hasta que el plato llegó a mantener la distancia normal. Dos horas de charla y risas rotundas los vieron felices, hasta que More concluyó el diálogo íntimo: -Debo irme, es hora de irnos. -Si, es cierto, perdonad, pero deja deciros, os quiero invitar a un teatro esta noche, a las nueve, paso por vos, si deseáis, a la puerta, media hora antes, ¿ok?. 105 l


-¿Buena obra? -Creo que sí, se presentaba en el Phoenix de Londres. -Ok, ahí te espero. Nos vemos. Le abrió de nuevo la puerta del Setra minúsculo y esperó en la mente la cita y a las veinte y media en el reloj de Danny que llegó con dos boletos que decían 21.00 hs. Partieron en su auto, de nuevo, y apenas guardó el estetoscopio y ya dentro del Porsche, con la falda en el muslo batieron récord al teatro que estrenaba... ¿qué estrenaba?... Ocuparon butacas que esperaban su peso de ángel y el telón descorrióse minutos después. La obra estuvo... ¿estuvo?... muy bien… esperada, mucha gente, director inclusive, actores y actrices. -Yo debo decir, pensó More, observé el escenario, lo miré a oscuras aún, sentí a mi lado a ese hombre que sin buscar encontraba, olvidé al hijo deseado que no fue pesquisado con pujanza y acierto y hoy algo causaba ese trato en sus muelles mullidas y un estirón de tensores donde se sienta mi alma, sobrevino. -Siete horas del Carlos y tres de consulta con los mismos enfermos, provocaron fatiga y una suave modorra volcóse en sus ojos y no supo de ella, el nada absoluto devino, debo haberme dormido, ¿dormiría?, gran parte del tiempo pasó sin sentirlo. Diez horas corridas en aquellos jaleos con un lapso en el Sándoz, no estaba para obras de... ese señor… de quien sea. Me sentí sepultada entre pares y adictos, todos cautivos, cuando, de pronto, el griterío de actores en la escena, despejaron mi mente con la sien en el hombro del hombre británico. -Perdón –bisbiseé- me dormí, (¡ajá! –guiñó el ojo) pretexté mi cansancio al oído de él tomando su brazo en disculpa. 106 l


-Sigue –farfulló- no hay problema. -Negué inaudible, compuse mi cuerpo a punto de fiambre y observé el escenario. Ocurría al cerrar el telón entre aplausos y vítores. -¡Qué pena! Danny, ¿dormí mucho? -Y soñasteis, dedujo. Os perdisteis de poco, More, hay obras mejores – justificaba. La concurrencia salía y Danny condujo de nuevo a More en su auto aparcado, ahora él. -Perdona mis fuerzas, -rogaba. -No, al contrario, perdona mi incuria, -repuso- debí suponerlo. La médico Díaz, la de urgencias en el Carlos III, era otra en esmero y antónima en todo, distinta y risueña. Aquellos cambios que todos sentían eran más que obvios, y mucho, que hasta la guardia notaba, siempre andaba sonriendo, más puesta que nunca y cuando alguien captaba su rostro de fiesta, contestaba riendo: -Es una broma del enfermo que está que se alivia, y equiparaban –al no convencerlos- con las grandes parejas que izaron sus letras hasta el mismo sombrero: Tristán e Isolda, Abelardo y Eloisa, Margarita y Armando, Romeo y Julieta, el piojo y la pulga... More y ¿quién?... Las de blanco juraban que había doctor de por medio. Medio mundo ignoraba y hasta la sombra intuían y daban diez al ignoto y afortunado galán que provocaba los cambios, ¡curiosos!...! More estaba innovaba y en su hospital de acogida laboraba con celo, equilibrio y firmeza, en esa unidad que lograba, por fin, el binomio: alto de espíritu y cuerpo de adonis: hormonas-neuronas o agenesia-disgenesia, por decir algo, ¿o algo más 107 l


me distinguen, ¿se nota?, ¿no recuerdan que ya tuve médico y en estos mismos lugares? No murmuren, ¡caray! Al siguiente domingo, en su piso tranquilo, no timbró ningún móvil ni negro, aparato de entrañas oscuras que esquinaba en su sala y fue hasta las once en que sonó el ¡pip! de AENA y contestó apresurada: -¡Hola!, ¿cómo estás? -More, perdonad mi falta y retardo, encontré a dos amigos y estaré libre hasta tarde, ¿qué hacemos? -Bueno, déjame ver... se me ocurre cenar en mi piso, my flat, como dirías tú, algo ligero, como a las ocho, ¿te parece? -Muy bien, es mejor, estaré justo ahí, hasta entonces. E inició el jaloneo (debo asear este piso, preparar algo bueno, odorizarlo y trapear...) y a las quince con quince, ya tarde, después de comer, fue a adquirir bocadillos entre pintxos y fiambres, lechuga y tomate, buen vino y cerveza. Mesa breve, velas al centro y una fuente de postres, como de película sexy, será todo. Daban las ocho en silencio y tintineó el interfono: -¡Hola!, tardes buenas, adelante! y accionó el botón de la entrada para dar acceso a su huésped que entró cauteloso. -Precioso piso, More, precioso. -Gracias, seáis bienvenido, ¿qué tal los chicos con falda? -De traje, linda, de traje. ¿De traje sastre?, remató con sonrisas. ¡Celosa!, espetó Danny, sonriente, y la tomó en un abrazo. -¿Quieres vino en la sala? -Si los dos bebemos, sí, hasta cuatro, -bromeó. 108 l


More llevó las copas con tinto Châteaux y entregó la suya a Daniel y, ya reunidos, en el sofá, dijo él decidido: -He hecho tres compromisos, ¿queréis saberlos? -Por supuesto, Danny, dime. -Brindo –empezó- en primer lugar, por los amigos que he encontrado; segundo, por haber venido a tu piso; y tercero, por el juramento que hice y que… -¿Qué juraste?, -salto More. -Darte un beso en la boca por haberme invitado, ¿te parece? -Me parece bien, ¿y qué esperas? Chocaron los labios, no, colisionaron, con una muy lenta caricia, luego firme y, al final, ardorosa, proximidad que, si no se excedió diez minutos, tiempo luz, no fue de beso, y después otro y otro... el tren siguió caminando por colinas y valles, por zonas altas y bajas, sinuosas, hasta llegar luego al bosque y penetrar en el túnel que el convoy estrenaba y llegar, extenuados, al fin de la ruta con gran baqueteo. Bajó More al andén aún caluroso e interrogó: -¿Hasta hoy?... ¿por qué hasta hoy?... -Yo siempre viajo seguro, repuso. More, ya de pie, se dispuso a servir los dos platos: Cenemos. El mantel ocupaba dos flamas idénticas a More y a Danny, platos de tapas, embutidos y otras copas colmadas. Era la primera vez que atendía a un foráneo y amante que, sin buscar, aparcaba en su vida. Una pasión manifiesta rodeaba la mesa. -¿Hay mano de Dios en esto, More?, –habló Danny. -Hay mano de Dios, Danny, -replicó More. Provecho y calló. 109 l


Se vieron de fijo silentes y todo hablaba en silencio. Lo que esa mudez advertía, resultaba más que elocuente. Lo que estaba en ella salía como una fuente surtiente. -More –dijo Danny- mi More querida, ¿puedo pedirte algo grande? -Tú pide. -¿Me permites pasar la noche contigo? -Danny, mi querido Danny, si no lo dices te capo. Pasaron los días, mejor dicho las noches, en que ella salía al trabajo de diario y Danny al hotel, a mudarse, a cumplir compromisos o visitar o dormirse, y la rutina seguía: comía con ella, cenaban afuera y regresaban a las diez y el tren reanudaba su curso por esos raíles chirriantes con doble máquina y peso que, sin frenar, continuaba, realizaba su viaje continuo dos o tres veces al día… bueno… en las noches. Ella era feliz en su ámbito. Lo que de ella iba a ser, la tenía abstraída, atolondrada, parecía no creer en su fin de película: al tercer día, o al cuarto, en pareja, cuando ya era cómplice el piso de todo y habían pasado las noches, More clavó la mirada en Danny y le dijo: -Danny, toma asiento y escucha –estacó su rostro severo- he pasado contigo los más tiernos momentos y, como has visto, debí llamarme Virginia, te entregué mi cuerpo con gusto y sabes bien que, a la fecha, eres el único hombre que ha visitado mi lecho sin tener la miel y la luna, pero todo acaba. -¿Qué pasa?- dijo Danny, siniestro. -Me voy mañana de viaje –afirmó More- hace tiempo he planeado –mintióvoy a ver a mi madre y estar con ella hasta fines del año. Tú regresa a tu Londres y concluyamos esto como seres adultos. 110 l


Se espesó el silencio en la sala y Danny, confuso, no procesaba y trataba de hacerlo, miraba atónito, como buscando palabras que huían de su vida, y al final, paró en estas sin creerlo: -Me conmueve, More, me perturbáis, pero está primero la madre y vos decidís, sabéis bien lo que hacéis, no os puedo frenar, ni quiero, pero debéis saber ahora que eres lo mejor que he encontrado en mi vida en treinta y seis años pasados, sin amantes ni novias por el trabajo y deberes. He sentido tu pureza y está aquí (tocó el corazón) pero, escuchad, escuchad bien, More, he de volver te lo juro, volveré con azahares y alianza porque habéis ingresado a mi vida y, More, esto es deber, y si amor se entrega, amor te devuelvo, te seguiré dándolo, soy hombre consciente y maduro y no de falsas promesas, vuelvo a jurarte: donde te encuentres, en cualquier parte, yo llegaré. Se llenaron los ojos de More, y esa noche, la última, fue de lágrimas y aves que alaban y de llamas que ardían. Al día siguiente se fueron. Él a su hotel, y ella a rumiar lo ocurrido. Se despidió de sus tíos y primas y primos, por teléfono, comentó los motivos y deseó venturas a todos para el año que viene, llamaría a su regreso. Alicia, quien estuvo en la cena de navidad con ella a su lado y en la charla introdujo a Danny, le preguntó consecuente: ¿Y qué tal Danny, tu primo? -¡Primo! -Eh, b... bien, prima, bien, gracias, agradable. ¿Primo? Horas después volaría.

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X

More, sumida, ya iba en la nave, meditaba las palabras que horadaban su oído: ¿Primo? Comenzaba a ver entre nubes como las que hoy trasponía en ese cielo de mar más acá de los astros: ese hecho casual, no esperado, la oprimía. No la unión entre primos, el primo carnal y la prima, aunque paterna, poco importa, sino el inédito caso. ¿Terrible?, no, ¿te arrepientes?, nunca, ¿debí saberlo después de tanto amor?, ¿por qué no indagué en la cena?, ¿quién eres tú?, debí cuestionar o a él inquirir, a su vez, pero estaba loca, tan ida, no hallaba voz para ello ni respuesta o pregunta. Hasta hoy su juicio se abría, ¿refugio?, ¿escondite?, ¿por qué me iba?, malhadada palabra sin sentido ni fondo que con mucho turbaba los sentidos y gónadas, la inquietud se meneaba como si fuera tenaza. ¿Por qué estaba en la cena?, no exploré su presencia entonces, tantos largos minutos que extravié para hacerlo en esa noche o los días posteriores, ¿por qué no indagué con Alicia?, ¿quién es?, ¿de donde viene?, ¿es invitado?, tantas dudas. Ahora, asombraba y hería, rondaban temores y zumbaban alarmas. A medida que la nave volaba y acercaba sus alas al cielo, sin tumbos, logró sentar su mesura y ya quieta, apacible, sin los retobes por eso, nacieron mil reflexiones y acentos. Le daba vuelta a la idea, serena, no importa que el mundo se asombre de amores contiguos entre un par de parientes, no, no ese el no, ni mi familia o trabajo, ni la iglesia o la ciencia, ni importa él, importa el producto y conservar el idilio, bueno sería bueno. ¿Estoy encinta? Es posible. Lo sabré luego, en veinte días o más. ¿Sabrá él del primazgo? No, no lo creo, debió de decirme. No me inquieta el peligro que eso contrae, como piensan, no hay riesgo alguno, hay miles de primos 112 l


matrimoniados, o amantes o a punto, sin problema alguno, no me preocupan los riesgos si existieran ellos, la experiencia define porcentajes menores e ínfimos todos, casi dos o tres por ciento, y en casos como estos, si ocurrieran las fallas, serían por otros motivos. Vale la pena el escollo. El varón lo merece o hembra que logre, ojalá. Y le daba vueltas y vueltas al tópico médico, hay buenos indicios, se dijo. Dolencias de pocos, aliento de muchas. Es mi credo: no debo estar incluida en esta incidencia minúscula, no navego en chalupa ni en balsa o canoa, está en documentos. Confiaba en su juicio y estaba tranquila y sin dudas. La ciencia de hoy, permítanme que diga y valga la redundancia, es científica, de los riesgos de encame entre primos y primas, es lo mismo que ayer, sigue siendo lo mismo, aunque no el efecto: es tabú, aunque ya menos. No, no es de peligro. Se sabe bien. El Dr. Motulsky, profesor de genética de la Universidad de Washington en un artículo suyo en la revista The Journal of Genetic Counseling, aclara: Ni al tres por ciento lesiona. Pero, no era ese el problema, ni siquiera el expulse o la gresca en familia o entre amigos o médicos, era de asombro lo que el nexo traía. Daniel, el amor de mi vida, ¿mi primo? ¿El que tanto rastreaba y, de pronto, se muestra sin huronear?, no entraba en sus planes: ¿enamorarme y amarlo como púber de quince? El artículo vuelve y otra vez testifica. Lee: “Entre la población general el riesgo de que un niño nazca con grave problema, como spina bífida o fibrosis cística, es del 3 al 4 por ciento de las parejas formadas por personas que no poseen nexo familiar ninguno entre sí. Los primos y primas hermanas que se casan entre ellas, tienen un riesgo menor del 1.7 al 2.8 por ciento, y los científicos piensan que esto no es nada mayor”.

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En todo ese mundo de impactos por la honda sorpresa que movió a More de sitio, estaba Danny en el suyo: Londres. ¿Sería sincero conmigo?, ¿habrá entrado el amor a su alma, de veras?, ¿regresará, como dijo, con azahares y anillo?, tanto tiempo invertido y tanta charla trenzada y no auscultar pormenores, ¡qué... ¡, ¿es casado o soltero, vive solo o es pareja de alguien?, ¿será, en efecto, lo mejor que ha encontrado, como dijo?, ¿volverá?... Volvió a entrar en su mente el artículo de Arno Motulsky en la revista extranjera que desde la sala de espera del aeropuerto leía: "En el peor de los cálculos, en el 93 por ciento de casos, nada ocurre", decía el médico. "Como asesores genéticos nosotros ofrecemos a las gentes todas las gamas posibles de riegos y dejamos que ellos manejen decisiones..." Iba a seguir la lectura cuando llegó a su coleto la fecha de ese embarazo, faltan días, sólo veinte, para ver si tengo a mi hijo, ¿me apego a mi madre?, ¿llamo a Daniel desde ahí?, ¿mando al demonio el trabajo del hospital y el consultorio?, ¡qué de líos!, las cosas caen por su peso –dijo- y retornó a su revista: “El pequeño incremento de riesgos de defectos genéticos, según el estudio, podría atribuirse a que las personas de la misma familia pueden ser portadoras de los mismos genes que causan enfermedades, heredados de ancestros comunes”. Al cabo de doce horas de Madrid hasta México, y todo de día, inició el descenso el Airbus 700 y antes de entrar a su bolso la revista científica, leyó: “En Europa no hay país alguno que prohíba tales matrimonios, y en algunas partes del Oriente Medio, África y Asia se prefiere, al contrario, el matrimonio entre primos carnales. En América Latina no está prohibido ese apareamiento, pero hay tabúes sociales que lo restringen. El informe de los investigadores indica que "en algunas 114 l


partes del mundo es del 20 al 60 por ciento los matrimonios entre familiares cercanos". Motulsky asegura que no se puede saber la razón por la cual las relaciones de primos y primas causa tanto alboroto en Estados Unidos. Investigadores señalan que no debe aplicarse el grado de incesto a uniones sexuales entre primos, ya que solo comprende relaciones sexuales entre hermanos y hermanas y entre padres e hijos. El avión tomó tierra a la hora prevista y bajó escaleras el aparato, egresó del gusano y pasó a la aerolínea siguiente que salía a Guanajuato. Son las seis y media y ya re-abordo en minutos –observó More- llegaré a ver a mi madre como obsequio sorpresa de Año Nuevo que viene. Al arribar a la pista de la meta final, a las 9 p. m., bajar el avión, tomar las maletas, subir a su taxi y tocar la ventana de la vieja casa de su madre, fue todo uno. Un educado ¡ya vine! asombró a la madre después de tres años de ausencia desde la muerte del padre que reinauguraba recuerdos. -¡Hola, madre!, fue el saludo de inicio en el vano de la entrada que llenaba la poca salud de la madre y que intuyó sólo verla. -¡Moooore!, un vértigo pálido conmovió sus sentidos, turbó el aliento y soltó las amarras y muelle… -¡Pero, qué sorpresa, qué haces aquí, muchacha!, ¡qué bueno que vienes!, ¡pasa, pasa!, ¡deja sentarme!, ¡bienvenida!, la unió en abrazo ceñido y la hizo entrar a la sala. -¿Cómo estás, madre? Los tres años de ausencia no pasaron de gratis, dejó huella la muerte de Erasmo, el marido, y rezumaba su rostro algo enfermizo 115 l


que hería y acentuaba sus líneas. Voy a hacerte un examen mañana, madre, mañana mismo, pero por hoy festejemos. ¿Pensabas pasar sola el año nuevo? -Sí, hija, estoy cansada. -Nada de eso, señora, pediré comida y aplaudiremos al año que ya ahora se asoma, en minutos. Arrastró maletas al cuarto, (el que era), y volvió otra vez a la pieza, llamó al restaurante y pidió entremeses distintos, consultó el reloj y, ya en paz, se apropió del volante de la casa paterna, ahora materna. Bueno… vendrá luego el año, mientras tanto hablaremos y esperaremos que el año de vuelta, estará aquí en una hora. El yet lag se adueñaba de ella y la cama le urgía, pero luego vendría. -¿Cómo te ha ido, More? -Bien, madre, bien, después de tanta tarea en el Carlos de Fuencarral y El Pardo, vengo a hacer adobes aquí. Doy consulta en la tarde y tengo un par de horas que permiten la pausa. Al final de semana, voy con tíos y primos. ¿Y tu, madre? -No puedo decirte lo mismo. La paso, hija, la paso, si te digo bien, mentiría, tú eres médico y sabes. -Tienes cita mañana a las doce conmigo, tu hija te espera, sé puntual, por favor. Oye, y antes que el año se tuerza, debo decirte dos cosas, prepárate: quiero estarme contigo este año completo e iremos al USA a visitar las propiedades de yanquis y negros. Me han dicho -y muchos- lo bello que es. Recorreremos lugares que a mi me interesan, como médico; y lo segundo, en treinta días te digo. Dejó pensando a la madre con la mirada fija, felina.

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-Contigo hasta Australia, si tú me lo pides -le dijo- y lo otro, como madre que soy, sospecho que todo asunto que espera ese término, es por eso. -¡Bruja!, -logró reírse. -¿Te has casado? inquirió. -No –repuso- ¿es necesario casarse? -Tu padre y yo nos casamos para los dos recibirte. -Es contrario ahora, madre, tienes al hijo primero y después te apersogas con el padre del hijo, si quieren ambos. -¿Y el padre?, ¿existe? -¡Claro, madre!, y es el ser más bello del mundo por dentro y por fuera, por el sótano y pórtico –presumió. No ha habido More que perciba por eso –concluyó. Madre, voy a ser madre, eso sí, espero, ya alquilamos cigüeña. A propósito, deja hablar a mi marido porque es padre ignorante. Son las cinco en Madrid. -¡Hola!, ¿cómo estás?... Si, en Guanajuato… ¿que si qué?... ¿qué si me he enterado?, me ha dicho mi prima… ¿asustado?... ¡ja, ja, ja!... ¿aterrado?, ¡ja, ja, ja!... luego te explico. Ya pasé penitencia en el vuelo... te explicaré por e-mail... sí, todo bien... si... feliz año... beso... compórtate. Eran las doce en América y halló cabida en su abrazo y en la suspicacia de la madre, selló tres años de ausencia y del móvil también que acercó millas y millas después de la muerte del padre y su largo auto-exilio. Azuzaba el horario y obligaba a decir buenas noches, ¡ya!, de inmediato, porque el sueño vencía después de gustar la fast food de la esquina y la fonda. Se lanzó a la cama en clavado de la que emergió hasta las once de la nueva mañana, ¡buen día, madre, buen año, mucha suerte, que sea mejor!, gritó entusiasta, 117 l


sonriente, ¿merezco un café? En eso entraba la madre con olorosas tazas de café, humeantes, dispuesta a parar cualquier sueño de la más traqueteada cristiana. -Madre, llama al paciente de hoy y que traiga el almuerzo. Así lo hizo y, por cierto, nada tenía de ligero y pecaba más bien de gula. Empezó con preguntas: ¿Cuánto viste a tu médico? -¡Uy!, hace tiempo, ni siquiera recuerdo -¿Te dio algo de dieta?, ¿la has llevado?, ¿sientes vértigos o algo así?, ¿tienes la vista borrosa...?, promovió los etcéteras que eran muchas. Auscultó los signos vitales después de estas cuestiones importantes: presión sanguínea, tomó el pulso, ojeó la retina, empleó abate-lenguas, percudió rodilla y aplicó estetoscopio en el tórax y espalda. Concluyó: -Mañana iremos a análisis y a entregar muestras de todo. Y concluyó la consulta. Al siguiente día, como a las ocho, al laboratorio de análisis químicos se fueron directamente. Solicitó More, entre otros, biometría hemática, colesterol, glucosa, ácido úrico, líp... todo, pantalla completa, En la tarde, a las seis, despejó los secretos temidos. Temores había. Rasgó los sobres con prisa y ahí estaban los hechos: los niveles se hallaban más allá del Popo y del Itza. Se imponía dieta. Fueron a ver enseguida al cardiólogo que hace tiempo, mucho tiempo, no veía, tomó las presiones e hizo preguntas y estudió el electrocardiograma: taquicardia y un pequeño infarto, no reciente. Y otras cosas más. Razón de más para estarme, no uno, diez años, por lo menos. Seré el Erasmo de ahora –dijo More- a la madre que no abultaba e. caso. 118 l


-Ni falta que hace, hija –sonrió doliente. Desde ese punto y seguido empleó dos mujeres sirvientas para el trajín de la casa y otros quehaceres domésticos: cocina y aseo, lavandera y de plancha y dieta y cuidados. -¡Tú no harás nada, Petra!, dedica el tiempo a aliviarte –recomendó More. Y a otra cosa, mariposa. Ya han pasado tres días y no hay llamada de Londres de ese señor mi marido que se llama Pedro, después que ha atrapado mi vida y ocupado mi mente con megatones y, a pesar de haber firmado el pedido –y espero que llegue- estar flechada no es cosa fácil, y además con criatura, (ojalá) y que no la pelen a una, ¿qué es eso?, ¿soy flor sin aroma?, ¿empezó a enterrarme ya?, ¿a echar tierra en la fosa del adiós y el olvido? Esperaba respuesta también del Carlos III por la licencia solicitada y del despacho privado que ofreció a otro colega. Los dos correos hacían fila en la laptop de More Fernández. El tercero juraba: (el e-mail que esperaba) -Amor, no os puedo olvidar, perdonadme, y os ruego me digáis si en aquellos momentos de tanta ternura y amor, ¿os cuidabais? Besos, besos y más b... punto final. De volada repuso el mensaje más que lacónico: -Si todo sale bien, serás padre, Pedro, tendrás un guapo sobrino. Te besa. Los otros eran también de harta alegría. Del hospital le indicaban: El trabajo está reservado. Y del consultorio: Te ruego enviarme la cuenta bancaria para depósito arriendo”. 119 l


Concluido Madrid. Pero, había que crear otro símil aquí en Guanajuato para gastar el total de las inquietudes sobradas del corazón y su mente. More tenía, de tiempo atrás, dobles nacionalidades, de México y España, e inició trámites para hacer el nuevo consultorio privado. Adquirió inmueble y equipo y aguardó la respuesta, mientras tanto observaba a sus tíos en quienes confió More la atención de su madre con un marcado despego. ¿Y los sobrinos?: tres hombres y dos mujeres de siete hijos que había que por diversos motivos mantenían crasa apatía, ¡en buenas manos dejé la salud de mi madre!, con razón está como está. Así, en tres meses, se muere y ni la sepultan. More adujo y dedujo razones para estar a su lado con estancia breve de muchos, muchos años. No dejaba de ver las raíces que su planta tenía en ese sitio de historia y dependía del hijo, del padre o de ella, abreviar o estirar su estancia fortuita. Mañana es noche de Reyes y debe llamar a su Pedro, debe estar en Barajas, mientras sale su vuelo de Madrid hacia Londres donde está su piso y trabajo y a donde iría yo a vivir y cuidar hijo, si acaso. -Oyes, madre, mañana es día de la rosca, ¿deseas invitar a tu raza, hermanos e hijos? -No, hija, gracias, ellos celebran aparte, con los suyos. -Bueno, partiremos la tarta, como dicen allá, y a solas las dos. La soledad nos asocia, es compañía, tiene familia y reúne a las cuitas y tedios, a la intimidad y la añoranza, a la distancia y encierros, pero también a alegrías. Si la valoras, conoces mucho más de ti mismo, y sobre todo, por recuerdos en alto y largas nostalgias, la evocas. Yo he vivido con ella, madre, y he

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aprendido mucho, ese espejo te cuida, supera las crisis y sales ganando. Recuerda el adagio: no existe desdicha que en sinecura no trueque. -¿Qué dices, hija? -No hay mal que por bien no venga. Bobadas, madre, bobadas. Intuiciones nos sobran y ellas viven de uno. Apostaría, Petra, que hay correo en mi laptop y adivino la respuesta: Abrí la compu portátil y el Yahoo del correo, y pude leer el mensaje que ya esperaba: -“Dejasteis helado a Pedro, preciosa, pensando. ¿Yo, padre?,

¿ambos

padres de familia?, cumplo nomás el contrato y en cuanto lo haga, me casas, habré de buscarte en el mundo: en México, en Madrid, en Guanajuato o Macondo, donde sea. Os enviaré diez mil pesos mensuales para la madre y criatura, dadme vuestra cuenta. Que no llame More por teléfono, por favor, sale caro y debemos ahorrar por el crío. Besos. Padre feliz. ¿Se ha visto a una madre futura carcajearse sin brida?, de gusto y, ¿por qué no?, de orgullo. Desde hace años percibo –decía y olvidaba decir- que alguien cuida mis huellas cuando salgo o me muevo: en el auto, en el piso, en las salas del Carlos, en el consultorio, ese ser me protege, vigila, siento a alguien que está donde está mi persona, dondequiera, no lo veo, lo siento, está en mí, a mi vera, como guardia de punto. Aquí, en Guanajuato, es más sensible su imagen: si conduzco mi coche, va conmigo; si duermo o camino, ahí está despierto; si duermo, duerme él, es un incorpóreo, un ser, para nada perceptible. Puedo decir que lo noto y lo presiento también en forma inconsciente. Puso al lado a su magia del personaje invisible y volvió More a lo suyo, de nuevo a sus magnas medidas, centímetros largos de ella 121 l


y de su extenso amparo, y estuvo cierta, cuando más lo pensaba, de sus cuatro mojones que la limitaban y eran, por un lado, la madre; por otro, Daniel, y los restantes la Rosca (o Roscón, como dicen allá) y el consultorio en proyecto y ese ser invisible de ahora y de ayer y de anteayer. Cinco. Ellos ocupan su espacio en este mundo terrestre y todo lo arregla. Parten luego la rosca la madre y la hija en la mesa de centro y se disponen a acompañar con un rico choc… -¡Ring, ring!... el teléfono... toma el auricular y contesta: -¡Hola!... ingeniero, ¿cómo estás?... ¿trabajando?... ¿son las tres en el Támesis?... ¿intranquilo?, no, no te inquietes, puede ser de familia y no de defectos genéticos, Toulouse-Lautrec, lo tenía, y era picnodisostosis... Si, eran primos sus padres, primos hermanos... Einstein también se casó con una prima carnal y tuvieron, sin daño alguno, 8 hijos, y el escritor Vargas LLosa tiene actualmente dos hijos sin problemas con la prima hermana, su esposa... Sí, a fin de mes lo sabré... feliz Día de Rosca... hace cuatro siglos que montan la “Noche de Reyes” de Shakespeare en Londres... ve a verla... ok... buenas noches... besos. -Bueno, madre, salud por los Reyes, no te preocupes, saldrá todo bien... hay pueblos pequeños que, por pequeños, se cruzan los primos con primos y nada sucede... ten fe, madre... El 15 de enero lo supo por un mareo repentino que tuvo en la casa, se aplicó la prueba de orina, luego de sangre y confirmó su embarazo (el pregnancy test). Corrió a la laptop y le envió a su Danny el correo de suspenso, halagador, que decía:

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-Eres padre, Pedro, de un pequeño organismo que, más tarde, será, todo un coloso como tú. Estoy feliz con el yerro, felicítame. El 24 de enero fue el día D para ella: cero menstruo. Daniel, a su vez, le envió un correo extra-urgente que en la pantalla movía su irresistible alborozo: Felicísimo. Y agrega, ¿podemos casarnos?, ¿se requiere dispensa del Papa? Responde More: No, eso era antes, hoy no es pecado y no somos culpables, ¿sabes cuántas dispensas se dieron por siglos a reyes de Europa? Hoy sólo se pide permiso y no es nuestro ese caso, despreocúpate, ¿o es excusa?, no tienes pacto conmigo, lo sabes. Y la réplica vino: -No es excusa, preciosa, vos sabéis, es temor. Nos reuniremos los dos de por vida, pero dejad que expire el contrato, ¿o nos casamos, como Juan, por poder?, vos decide. Los días que siguieron fueron de achaques y signos, de menos a más, y de gaitas anexas y de atención a pacientes que, por fin, se arrimaban al consultorio de Cuévano, como dice Jorge. La susodicha y la placa decía al lado de la puerta: Dra. More Fernández Díaz, Universidad Complutense, Medicina Interna, Exageraba el esmero, como siempre exagera. Exagerar es mejor que confiarse, decía. Atendía a la madre de estragos y de melindrosas calillas; consultaba el correo de Danny e indagaba noticias sobre tópicos médicos en las páginas web de cada semana y a veces diario. Seguido encontraba mensajes de Danny y uno que otro de España, madre que fuera del ámbito azteca. Con frecuencia paseaban por áreas urbanas los fines de semana donde Hidalgo mostró su valor e hidalguía y sumió con firmeza el pedal del arbitrio; visitaban plazas y calles, casas florales y tiesto en balcones, rejas de forja y ventanas barrocas, laberintos de rúas estrechas 123 l


y pétreas y recreos peatonales. Entre muchas, la calle Sopeña donde está el consultorio, el Teatro Juárez, el Templo de San Diego, el Parque La Unión, el Callejón del Beso y las momias famosas, la Universidad y la Plaza de San Roque, la Alhóndiga de Granaditas, etcétera, etcétera. Nutrían la jornada en alguna mesa de antojo en ese tramo que iba desde la Basílica al fuerte y escoltaba a la madre a su misa en el templo donde adoran la virgen en tan pródigo sitio. La consulta en el 13 de la calle Sopeña la iniciaba a las cinco y cerraba a las ocho con precarios pacientes que luego crecieron cual hierbajo prolijo, hasta que amplió el horario de las diez a las dos, las catorce horas. En ese Cuévano se computa tanto inmenso abolengo de personajes ilustres que tapizaron la historia: Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, El Pípila, quienes movieron la rueda del México a vueltas constantes, trescientos grados y pico, buen antecedente, ¡ah!, y More Fernández. Contrató secretaria de medio tiempo continuo en calidad de asistente de la Escuela de Enfermeras de la Universidad del estado quien programaba las citas, recordaba las mismas y seguía los casos que More trataba, muchas veces por falta de tiempo, aplazaba las citas, reiteraba el esmero y siempre estaba de guardia para los casos urgentes hasta lograr mejorías. Ese trato cundió hasta inconformes galenos que llamaban a More “la doctora española”, siendo comadre de momias, de callejones y tunas. El vientre de More se inflaba y era visible y redondo, contoneaba su talle con gracia y salero y si alguno nquiría el nombre del padre en forma velada, ella nomás sonreía y agregaba: Es súbdito de UK y súbdito mío: soy, aunque repita apellido, More Fernández de Fernández. Cada fin de semana revisaba su e-mail con los ojos del alma y ahí estaba la frase, de pie, incorporada, ¡cuántas veces oída! 124 l


Amor, ¿cómo estáis? Depositaba en la cuenta las mil libras sterling y telefoneaba los sábados y a veces sseguido: -Hola, ¿os va bien?, era –para ir con España- La Perfecta Casada de fray Luis y su siglo que, ni por asomo, ni por el mínimo asomo, soñaba antes. Ella buscaba a su hijo y no estaba en sus planes ni enamorarse o pirrarse, pero, ahora -pensaba- no está mal que me ame, me adore, me inflame, me haga reina y señora, no está mal. ¿Encariñarme del primo? Ese es mi caso. Para More, Danny tenía las piezas que armaba y unía en su gran rompecabezas, la unidad del espíritu y del cuerpo de él son valores y dones que estarán en su vástago, pero no contaba que al pasar todo esto pensaba en él como en Cristo. Pasaron los meses entre esmeros y afanes con precauciones extremas cien por ciento previstas: la madre, los correos y las respuestas de él son cuestiones que nunca esperaba. Fue una multa del cielo, decía More. Ya la curva era obesa, muy notoria, parecía uvari de gorda, y empezó a cubrir sus laderas con vestuario materno para ese tumor que era su legítimo orgullo. Al llevar cuatro meses, pasó lo impensable, lo que nadie aguardaba: el trabajo constante de día y de tarde y en casa, inclusive, consecuencias traería como madre primera habituada a tareas y jales domésticos pero no tantos, no paraba y seguía: sangraba de pronto en el lugar de la consulta y llamó apresurada a su amiga y obstetra, Carmen, que sin mover una ceja pasó al examen in situ y prescribió lo temido: 10 días de cama, y tal vez 15 ó 20, depende: reposo absoluto. Atenta custodia de todos, ginecóloga, incluso. Ordenó a su asistente anular las consultas y pidió de inmediato la ambulancia privada para un viaje de ida, postrada y a lento paso, y recordó el aforismo que para el caso 125 l


ajustaba: el miedo no anda en jumento. Así llegó hasta su casa en donde la madre nerviosa coincidió en los excesos porque cuando eso acaece y no se atiende con tiento, aborto seguro. Hay que cuidar al de adentro que nueve meses exige. Llegó More aterrada y le rogaba a la madre, toda confusa: pide a Dios que me ayude y que conserve a mi hijo, le prometo cumplir penitencia debida, la que disponga, pero que asista a mi niño, su madre habrá de cuidarse, por favor, madre, suplica, he luchado tanto por ello que es preciso que nazca. More estaba postrada en una alcoba de pánico, de sombras. Tomó el teléfono y habló con Danny de noche, allá en el Támesis, y casi llora, alarmada, en tanto el miedo llevó a un parlar de minutos y le ofreció, encareciéndolo, que de salir obtendría diez o más en cuidados. More, cuidaos bien, resguardaos mucho, espero llamadas, adiós, un beso cuantioso. Si no invirtió medio sueldo en la llamada de Danny, fue poco, hasta que More quedó inmovilizada y medrosa con el terror en la puerta. Extremó los esmeros y recomendaciones de todas. Pasaron días temibles, veinte o treinta, hasta que Carmen, la obstetra, su gran compañera, le dijo sonriente: -¿Vas a pasar esto de maula?, ya estás bien, levántate, no hagas piruetas nomás ni circo ni saltimbanquias caseras, olvida cubetas y lleva la fiesta tranquila, el sosiego es la línea. Cuando volvió a la consulta con orden estricta de estar de plano sentada, el pavor le sabía y lo trataban con pinzas. Su secretaria-enfermera tenía un rimero de cartas y un así de visitas (e hizo la pila) y entre el grupo de sobres que guardaba la chica lo que más lamentaba era no haber asistido al Congreso de 126 l


médicos al que fue convocada por la Agrupación de Internistas. En España, en los seis años que estuvo en la práctica médica, acudió a ese tipo de eventos en diversas partes de Europa. Pasaron los meses, dos o tres o bien cuatro, con el terror de conserje en el umbral de su vida: abrevió la consulta a cuatro horas al día y suprimió las de tarde por la advertencia que hicieron de calma y pachorra, nada de apuros ni abusos de más; reanudó la consulta pero no alteraba su cuerpo y encorvarse ni loca. La atención a la madre obró resultados al grado que, con ellos, con tantos cuidados, los niveles bajaron gracias al dúo de damas de ayuda doméstica y al ojo fino de ella. El e-mail lo leía cada fin de semana como siempre lo hacía y el contacto con Londres era ya quincenal. De acuerdo con Carmen, su médica obstetra, suspendió las tareas un mes previo al parto y para evitar contratiempos a su madre provecta y preocupada no poco, resolvió recluirse en el hospital de descarga en el penúltimo tramo, en la semana 38. Tener a doctores para velar a su hijo, apremiaba. La ginecóloga dijo con rostro de jueza: será por cesárea. Y llegó más que primero la semana final y se internó de inmediato. Al quirófano, More. Amanecieron lamentos.

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