4:14 Insuffllare

Page 1


4:14 / INSUFFLARE David Álvarez Primera edición: 2018 © David Alvárez © Gold Rain Edición en risografía por Gold Rain, 2018 Argentina 99 A, Plaza de las Américas Querétaro, Qro. Impreso en México · Printed in Mexico


4:14 INSUFFLARE David Álvarez


“...cuando no sabeís lo que será mañana. Porque ¿que es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.” — Santiago, 4:14


I En 1994, la escritora Olya Ivanov saltó de un noveno piso de un condominio localizado en la calle Sadovaya, cercana a la plaza de Heno, producto de la depresión tras haber perdido la visión en uno de sus ojos, semanas atrás, debido a un impacto de bala recibido durante un atraco en un asalto perpetrado en las inmediaciones, después del trabajo. Cayó boca abajo destrozándose la pelvis, columna, cráneo y con los brazos extendidos, como cediendo su vida al concreto, dejándose fluir por la altura y el viento. Antes de arrojarse, bebió una botella de Cliquot la cual estrelló en la pared, caminando descalza entre los vidrios y la ceniza regada por los cigarros que fumaba con vehemencia, en el umbral del balcón.“¿Qué sueña la gente sin párpados?” escribió como último arrebato, en una hoja suelta localizada en su escritorio. Olya Ivanov murió a los 34 años en una histeria de final de invierno, con la mirada vuelta nada, quedando un silencio abrupto reivindicando el misterio de una pregunta.


II Antoine Feraud sale de casa puntual a las 6:00 de la mañana. Camina dos kilómetros hasta llegar a un parque en el que toma asiento, a la orilla del lago en un día neblinoso. Se mantiene encorvado con las manos conjuntas, exhalando el vaho provocado por el frío que acecha. Después de 20 minutos pierde el horizonte. Se levanta y busca el camino de regreso, y la bruma lo obliga a andar a tientas con los brazos estirados y pasos diligentes. A lo lejos, observa la luz de una farola, a la que acude sin reparar en la distancia. Se acerca y al llegar se encuentra con Antoine Feraud sentado en la banca y, pasmado, toma asiento junto a él. Antoine Feraud habla con Antoine Feraud en la banca de un parque, a la orilla del lago, y deciden regresar a casa perdiéndose hasta encontrar otra farola y bajo ella una banca con Antoine Feraud sentado, encorvado, con las manos conjuntas.


III Josefina Hernández, de 62 años, sale del trabajo. Camina arrastrando los pies, con la ropa renegrida y se aleja de la maquila, acercándose a casa. En el trayecto recuerda la infancia perdida, los repiqueteos de la campana en la iglesia y las palomas postradas en el presbítero y retablo al interior del templo. Jugar alrededor con papalotes y aviones de papel, y el sonido de las torcazas por la mañana. A lo lejos, pan de nata, buñuelos, gorriones en los árboles, canela, penas, ansias y una aflicción que remuerde, devolviéndola a sus piernas cansadas en las largas errancias y el rostro decrépito. Transita por callejones, andadores, hasta llegar. Abre la puerta y se abraza a su aposento, cae en su lecho, toma la almohada con fuerza y cierra los párpados. Una figura blanquesina, de cuello alargado, se aproxima a ella. La observa al pie de la cama y se acerca con sigilo para no despertarla, arrebatándole el último aliento, acariciándole la frente y luego el pecho, tomando sus labios con los dedos hasta arrancarlos, despojándole el rostro, doblando el torso y la cintura, deshaciéndole las piernas y brazos dejando, al final, una figurilla de piel y huesos convertida en cisne sobre su palma. Y sopla.


IV Fumando, camina sobre la avenida principal, siguiendo a una anciana que transita con un par de bolsas con cartón y dos perros. Da vuelta a la izquierda y él también. Da vuelta a la derecha y sigue. Aquella mujer habla consigo misma, parece que discute y vuelve a callarse para volver a discutir y alza la voz y la gente voltea, observándola con el ceño fruncido, mientras los perros, silenciosos, mantienen su paso. Desprende un olor fétido, que va dejando rastro por donde pasa. El tipo, sigue tras ella, esquiva a las personas y con las manos en los bolsillos transita, intentando ocultarse en la cotidianidad. La anciana llega a la avenida y se detiene mientras el semáforo marca en rojo; el tipo la alcanza y se coloca a una distancia corta detrás de ella y la empuja, arrojándola a la carrocería de un autobús, el cual la avienta varios metros de distancia y entonces cae y muere. Los perros aúllan y las bolsas de cartón quedan regadas en plena calle. El tipo huye apresurado, colándose entre la multitud que se acerca a observar el hecho. Gira a la izquierda en la primera calle y se resguarda en un callejón, detrás de un contenedor de basura, con una opresión en el pecho, sudoración y náuseas, sacando de entre sus bolsillos la fotografía de una mujer cargando una botella de Whiskey al lado de un niño.


V En la vía pública, Hasir Kamdem se manifiesta atando sus piernas y torso a una silla, debajo de un árbol, a las afueras de la embajada de Nigeria, en Washington, Estados Unidos, para exigir el cambio de nombre de la calle 0, donde se localiza el consulado, por la de “Ken Saro - Wiwa”, escritor nigeriano ejecutado en 1995 por la dictadura militar debido a su denuncia contra las empresas petroleras Shell y Chevron por destruir el delta del río Níger en el que el pueblo Ogoni está asentado. “El alma del pueblo ogoni está muriendo y yo soy su testigo”, declaró en 1992. Hasir Kamdem, es ignorado por las autoridades y al segundo día decide emprender una huelga de hambre y reclama: “Queremos que el embajador nigeriano vea el nombre de Ken Saro - Wiwa en el cartel toda mañana, cada vez que atraviese la puerta del edificio donde representa a su fraudulento gobierno”. Al tercer día, aparece colgado en la rama del árbol con la misma soga con la que se había atado a la silla. Las autoridades declararon el caso como suicidio, reduciendo la acción a un acto de protesta, pese a la incertidumbre de algunos criminalistas, quienes señalaron que no se observaba la protrusión de la lengua y el hecho de que la sangre se mantenía asentada en el estómago, por lo que especularon sobre un posible homicidio, sin más pruebas que estas. Hasir Kamdem falleció el 10 de noviembre de 1998, quedando la marca de la soga sobre la rama del árbol, el cual será derrumbado en los próximos días.


VI Las bancas amontonadas a un costado de la puerta, vidrios despedazados y un pizarrón apenas sostenido por un clavo en la esquina, pendiendo de lado. Con las manos en la nuca, arrodillado, Itzae Coh observa morir a sus compañeros de clase, uno a uno, con un balazo. Solloza. Cierra los ojos cada que el estruendo azota, y escucha a Juan Chunab gritar y caer, con un golpeteo al suelo, al accionarse el gatillo y Coh tirita mientras reza susurrando, clamando ayuda. El sudor empapa su rostro y agacha la cabeza soltando lágrimas mientras su respiración se agita y comienza a perder el aire. Su verdugo se coloca frente a él, y Coh siente el cañón del arma en la frente, el cual lo quema, y alza la cabeza impulsada por el movimiento de su verdugo, hasta cruzar miradas en un par de segundos, y entonces dispara, dejando a Itzae Coh tumbado, siendo un cuerpo más sin sonido.


VII Mariana se resguarda en casa durante la lluvia, fumando un cigarrillo frente a la ventana para observar las gotas estampándose al suelo, rebotando y formando una onda expansiva diminuta. Intenta nombrarlas pero cede a la impaciencia. Mira el reloj y vuelve a observar la lluvia y los ojos, vidriosos, se van reduciendo al cerrar los párpados. Respira profundamente y suelta una bocanada de humo, que envuelve a Mariana y se esparce por doquier hasta desvanecerse en el aire. Al terminar el cigarrillo y abrir los ojos, toma asiento en la silla mecedora, coge la frazada del respaldo y se cobija, balanceándose mientras solloza. Se acurruca en el mueble de costado con la ventana delante, contando las gotas de lluvia que caen sobre la ventana, que se van desfigurando alargándose víctimas de la gravedad, hasta quedarse dormida, con los pómulos hinchados y un recuerdo atorado en su llanto cayendo al suelo.


VIII Al llegar a la avenida, luego de caminar durante la madrugada, un río atrapado entre la ciudad se visualiza y sobre él un puente, que lleva a la parte de atrás de la zona industrial. Árboles yacen, oscilando y el escenario lóbrego se posa vasto haciéndolo sentir diminuto. Asimila su situación en los segundos que prosiguen al cruzar y toma asiento en el borde con las piernas pendidas en la nada. Oscuridad si acaso es algo, entonces eso es. Y sabe que hay profundidad y suelo, aunque haya solo oscuridad. Intenta pensar alguna anécdota o en su esposa e hijas antes de enviciarse en el preludio al alba y no le basta. Su cabeza queda desierta y una certeza se le presenta ante sus ojos. Se siente solo. Así, con el ladrido de un perro de fondo en algún patio perdido entre cientos de casas, enfrenta, con miedo, su verdad.


IX “Sé que Dios existe, pero no creo en él”, le dijo su madre minutos antes de morir. Recordó las palabras al visitarla al panteón el 10 de mayo, recostado en la tierra, bocarriba, con las manos cruzadas, observando la luz entrometida entre las hojas de los árboles, mientras hablaba con ella de lo que había pasado en casa desde su partida. También recordó la vida de su madre, quien vio morir a su padre en una riña después de una discusión en la calle y a su esposo, policía municipal, víctima de un disparo en un asalto a una tienda departamental, lo que la hizo ser sostén de cuatro hijos hasta el final de sus días. “Sí, sí”, se repitió, “yo tampoco creo en ese hijo de puta”.


X “—¡Hey, Paco! ¿Me escuchas? ¡A la mierda todo! No me dejes, cabrón…” Desciende en su ataúd por una cuerda tirada a pausas, como si los sepultureros aguardaran los segundos por si Paco despertase, pero llega al suelo y cae el primer montículo de tierra arrojado, y caen dos, y caen tres y seguimos esperando a que despierte, y cae el último, la gente estalla, los ojos lloran y el sol nos cala. Dicen que hay un lugar para los hijos de puta que fueron amados, de los que su ausencia lastima hasta el llanto. Es un lugar al que nunca accederemos, pues hace falta talento para ser hijodeputa y aun así obtener unas migajas, como el perro que destruye un mueble y luego se le obsequia un hueso porque no hay forma de sentirles odio sino misericordia, ya que son perros. Hay un lugar en el que Paco despierta y no estamos ahí. El llanto de su madre retiembla en los nervios, se hinca, grita y patalea: “¡Sáquenlo de ahí!”, repite y los sepultureros sotierran, volviendo al polvo sobre el polvo. Y se queda ahí, tirada con la frente sobre el suelo revolcando su cara. Su padre, quieto, con los ojos hinchados, cabizbajo, toma mi mano. Es el momento de salir y todos callan: “Te veo mañana en el trabajo”, exclama ese padre con quien Paco había trabajado durante cinco años, y nos vamos. Su madre se levanta, el viejo suelta mi mano y caminan por su cuenta, solitarios, adelantándose al resto.












“...cuando no sabeís lo que será mañana. Porque ¿que es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.” — Santiago, 4:14


4:14 INSUFFLARE Pixie Ocampo


4:14 / INSUFFLARE Pixie Ocampo Primera edición: 2018 © Pixie Ocampo © Gold Rain Edición en risografía por Gold Rain, 2018 Argentina 99 A, Plaza de las Américas Querétaro, Qro. Impreso en México · Printed in Mexico


4:14 Pixie Ocampo

INSUFFLARE & David Álvarez


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.