Mi Pecado cap 3

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Mi Pecado . Pueden ver la portada de este fic en mi perfil de fanfiction o mi facebook. .

. — ¿Estás segura? — inquirió con gesto repentinamente serio al repasar mi vestimenta, o la falta de ésta y yo solo pude sonreír. Obviamente no le hacía gracia que yo estuviese en pijamas, yo en cambio, me sentía perfectamente cómoda y sin intenciones de cambiarlo. — Por supuesto que lo estoy, anda, diviértete con Jasper. Yo estaré bien. — Alice hizo un puchero, mas no añadió nada. Después de todo, nadie le pidió que viniese a recogerme, eso le pasaba por tomar decisiones sin preguntar. — Eres demasiado terca— admitió después de suspirar un tanto molesta, y no podía culparla cualquier chica normal de veintitrés años saldría a bailar un día viernes por la noche…cualquiera menos yo. — Como sea tú te lo pierdes. — le sonreí cortés y la acompañé hasta la puerta, Jasper la esperaba en el estacionamiento del edificio. Por lo que milagrosamente, Alice había hecho una visita a corto plazo; lo agradecí. Ella y yo no éramos realmente lo que se llamaría "intimas amigas", al menos no la clase de persona a la que le confiaría lo de Carlisle y yo. La conocí en el hospital donde trabajaba. Alice ejercía como recepcionista, y yo como enfermera, aunque los últimos cinco meses me había convertido prácticamente en la asistente personal de Carlisle, mi jefe. Sí, a ojos de todo yo era la pequeña aprendiz, la recién egresada a quien el amable director de centro hospitalario de Forks le había dado la oportunidad de su vida… si tan solo supieran quien era la que realmente llevaba las riendas, al menos en la cama. Él podría mandarme durante el día… pero yo, yo era quien lo gobernaba de noche. Habían pasado solo cinco días desde que lo tuve a mi lado, y mentiría si dijese que no le había visto en el trabajo; sin embargo, no tenía punto de comparación; sus sonrisas arrebatadoras me dejaban sin aire a mitad de mi labor, era un distractor inigualable.


Sin tener un mejor panorama me dirigí hacia la cocina en busca de helado y galletas. En mi pieza me esperaba el dvd con el diario de una pasión puesto en pausa, antes de que Alice llegara de improvisto me disponía a verla. Una vez en mi cama con mis provisiones altas en calorías, los clínex y las mantas cubriéndome hasta el cuello oprimí el play con en el control remoto. En cuanto la primera imagen apareció en pantalla supe que esto era prácticamente un suicidio para mi destrozado corazón. Le amaba, apostaría mi vida en ello, y con cada día que pasaba el tener que compartirlo me dolía más y más. El atardecer rojizo me hacía recordar tantas cosas que no venían al caso. Era masoquista y lo sabía… pero, ¿Qué mujer no ha visto películas cargadas de ilusión, sólo por disfrutar de ese final tan hermoso y utópico, que por encima de todo el drama que trae consigo, hace que valga la pena el dolor, el sufrimiento? Ignoré las lagrimas que comenzaban a surcar poco a poco mi rostro, hasta dejarlo finalmente empapado. Dolía quererlo tanto, fingir que todo iba bien y podía soportarlo, que estaba perfecto. Me gastaba la vida intentando mantener la esperanza intacta, sabía que en cuanto le viese mi tristeza y desesperación pasaría a un segundo plano, que bastaba con tenerlo junto a mí; sentirlo cerca, para disipar todo temor y melancolía, después de todo… yo era la que sobraba en esta historia. Un estruendo hizo eco en todo el interior de mi apartamento; y el sonido de la llave peleando contra la cerradura, junto al de una mano forzando el pomo de la puerta, fue todo cuando necesité para hacer a un lado mi autocompasión. Me erguí con rapidez abandonando la cama, y me arropé con una bata con movimientos poco ágiles y torpes, era extraño que Carlisle viniese a esta hora, contuve los deseos que correr hacia la puerta. Él tenía sus llaves, si estaba causando tanto escándalo era sólo por un motivo posible…había bebido. Cuando llegué hasta la puerta repentinamente el sonido cesó, me maldije por tardar tanto en llegar… Tal vez ya se había ido, odiando nuevamente mi poca autoestima y falta de seguridad volví a secar mis lagrimas, esta vez producto de la ira contenida. Finalmente vencida por la ansiedad y mi propia necesidad de él terminé por abrir la puerta yo misma, ya que él no daba indicios de vida. Apoyado contra la pared del pasillo y con la vista perdida en el techo estaba él, con sus facciones endurecidas y el cabello desordenado, su barba había desaparecido y llevaba puesta la misma ropa que en la mañana.


— ¿Puedo pasar? — solicitó con sus manos repentinamente escondidas en los bolsillos de su saco gris. — ¿Desde cuando necesitas permiso? Tienes tus propias llaves. — Al parecer no quieren cooperar o simplemente… mi semana comenzó mal para terminar aún peor. — me hice a un lado de la puerta esperando a que pasase. Era bastante obvio para mí que él había tomado, podía sentir el alcohol mientras le oía hablar, cosa extraña porque él no tomaba nunca, ni siquiera para las fiestas del hospital. Tal vez aceptaría una copa de champagne por mera cortesía, pero más allá de eso Carlisle no era una persona que se podría decir gustase del trago, yo por el contrario, no solo tenía gustos más sencillos sino que además tenía cierta devoción por la cerveza. Ella y yo habíamos compartido verdaderamente grandes momentos, abandonarla sería una traición imperdonable. Su caminar fue lento, metódico, casi estudiado. Con el rostro cabizbajo y la mirada perdida en el tapiz que cubría la habitación Carlisle parecía otra persona, solo le había visto una vez en este estado... Fue cuando me confesó que era casado. Le seguí de cerca, mientras se quitaba su chaqueta, aprovechando el tiempo para ir y asegurar la puerta, no es que tuviese vecinos curiosos, pero siempre era mejor prevenir. — Ven aquí— pidió golpeando el lado izquierdo del sofá en donde se había sentado. Caminé hacia él con prisa, le había extrañado como no tenía idea, pero eso no quitaba que su actitud me desconcertara, le amaba y obviamente me preocupaba verle así. No era habitual en él, algo realmente malo debía haber ocurrido. ¿Sería acaso que Esme se había enterado de lo nuestro?, el pánico me invadió en cuando sospesé esa idea. Esperé sentir cierta cuota de alivio por no tener que mantenerme en el anonimato, por ser finalmente la mujer que él amaba sin sentir culpa y dolor junto con ello… pero la alegría y el consuelo nunca llegaron. Ella no podía enterarse. Me acomodé junto a él, pero sus manos al segundo encontraron su lugar en mi cuerpo, justo en el borde de mi cintura, me arrastro hasta su regazo dejándome a horcajadas sobre él. — ¿Tan malo soy? — inquirió meditabundo, antes de unir nuestras frentes y llevar ambas manos hasta la parte baja de mi columna, su roce fue suave y cauteloso, aún bajo los efectos del alcohol él era el ser más considerado que yo había visto jamás. Deslicé mis brazos por su cuello hasta envolverlo por completo y rozar con la yema de mis dedos la suavidad de sus cabellos.


— ¿Tan mal padre fui que me paga de esta forma? Volvió a preguntar, y supe que verdaderamente él no estaba esperando una respuesta. Yo no podía saberlo, no conocía a su hijo, pero en lo que a mi respectaba Carlisle era por mucho el hombre más bueno en la faz de la tierra y con el corazón más bondadoso que haya existido jamás. Sólo él podría amar tanto como para llegar al extremo de arriesgarlo todo por esa causa, tierno y gentil; un caballero. Poseedor de una prudencia y respeto que muchas veces rayaba en lo absurdo. Él era el hombre del cual me había enamorado, no podía concebir la idea de que alguien desease dañarle, sin lugar a dudas su único pecado era yo… su único delito había sido amarme. Yo jamás podría juzgarle por eso. Hizo ademán de acercarse, sus labios se encontraban próximos a los míos, pero no dudé un segundo en apartar el rostro. —Ha estado tomando. —le recriminé, mientras su tierna mirada me observaba con una mezcla entre decepción y remordimiento. — Lo has notado… — ¿De verdad dudaste en que lo haría? — bufé con la voz un poco más alta de lo habitual. Era joven, no idiota. — ¿Qué sucedió? — su mano derecha abandonó mi cuerpo para aflojar los dos primeros botones de su camisa e intentar soltar el nudo de su corbata… sin conseguirlo. Liberé sus cabellos para terminar su labor por él, mientras esperaba que respondiese a mi pregunta. — Gracias, eres un ángel. — Uno caído— rebatí a su calumnia. Y un leve indicio de sonrisa amenazó con asomar en su boca. — Amor… ¿Qué es lo que pasa? — pregunté nuevamente y él suspiró agotado, pasó la lengua por su boca y se preparó para hablar, pero el sonido de su móvil ennegreció el ambiente. Mordí mis labios de puro nerviosismo. Su vista me penetró profundo, con una intensidad amenazadora. Y mientras me lo comía con los ojos, fue imposible no notar como poco a poco su ceño y labios se fruncían. Estaba realmente molesto.


— ¿No vas a contestar? — su teléfono llevaba sonando ya un buen rato, y ni él ni yo habíamos apartado la mirada de los ojos del otro. —Ya se quien es, y no quiero hablarle… solo quiero estar contigo. — sus palabras consiguieron hacer que mi corazón saltase dentro de mi pecho, tal vez no del modo literal en que le saldrían un par de pies y brincaría de gozo, pero si en el sentido en que su latir es tan intenso y atronador que en ocasiones llega a causarte un dolor físico. La alegría no tiene modos de operar estrictamente ortodoxos, por lo que no me venía mal un poco de dolor de vez en cuando… después de todo, siempre era a mi a quien acudía, él realmente decía amarme y yo le creía. Le creía todo cuanto me decía, lo sentía real, lo sentía mío. Sus labios rojos y finos, tan exquisitos como la primera vez que los vi pedían a gritos por los míos. Él se percato de la dirección de mi mirada y no dudó en abandonarse al deseo. Mi corazón se sobresaltó cuando su rostro se fue acercando al mío, a veces me sentía una niña en sus brazos, tal vez era una mera excusa que se creaba mi subconsciente para lo que me esperaba bajo las sabanas… Un mero trámite para sentir que él me convertía en mujer, no es que me quejara o algo así. De todos modos el no me pidió permiso, ni me advirtió que iba besarme, nunca lo hacía. Simplemente actuó. Correspondí a su beso con hambre desbordante, con ansiedad y desesperación, mordisqueando cada tanto esos carnosos labios de modo apasionado, me encantaban sus labios, jamás me cansaría de probarlos, sabían a menta y whiskey… Carlisle odiaba el Whiskey. Ignoré aquel pensamiento, tarde o temprano me diría lo que le preocupaba, siempre terminaba haciéndolo. — ¿Quién es? — musité contra sus labios, harta de la molesta música que interrumpía nuestro reencuentro. — Esme— soltó con verdadero desdén, consiguiendo que por primera vez yo no sintiese como si me apuñalaran el estómago, la culpa siempre causaba ese efecto en mí cuando ella le llamaba y Carlisle se encontraba junto a mí, pero esta vez ella parecía haberse ganado su reproche. Me aventuré a seguir con las preguntas, la curiosidad era uno de mis grandes defectos. — ¿Por qué no le has contestado? — ¿Vamos a hablar de Esme o vamos a aprovechar nuestro tiempo juntos? —Se suponía que no te vería por el resto de la semana… hoy es viernes.


— ¿Te molesta que haya venido? — preguntó repentinamente serio, y simulando estar tranquilo, pero no escapó de mi el pánico reflejado en sus ojos. — ¡NO! — ¿Entonces? — tomé las solapas de su camisa y lo atraje hacia mi. — Quiero saber que te hizo salir de tu casa a estas horas y beber, ¿Por qué no esperaste hasta el lunes? El suspiró y escondió su rostro en mi pecho. Se mantuvo en silencio durante un par de minutos y entonces comenzó a hablar de corrido: — Se suponía que Edward llegaría este lunes, después de tres años de estudiar en el extranjero, y casi catorce meses sin vernos. Él estudiaba en Europa, Inglaterra. Bueno, en efecto él llegó, le recibimos como se esperaba. Salimos a cenar con mi hijo y Esme. —Al decir el nombre de su esposa me observó a los ojos, pero no cesó de hablar. Eran nulas las ocasiones en que se refería a ella como su mujer, de vez en cuando le diría esposa; sin embargo, Carlisle siempre me recordaba que su mujer era yo. — Compartimos en familia, estos días incluso salimos de paseo ¿Puedes creerlo? Fuimos a un maldito día de campo, porque él tiene esa estúpida obsesión con un prado. ¡Tiene veinticinco años!, demonios, me tomé tantas molestias… Lo amo ¿sabes?, Edward es mi único hijo… no dejaré de quererle o algo así, pero me decepcionó. Hoy cuando llegué del trabajo me esperaban Esme y él sentados en la mesa principal del comedor. Asumí que querían hablar conmigo, por lo que dejé el maletín en el piso y me uní a ellos. — Alzó su rostro y me miró con ojos tristes, mi pecho dolió de tan solo verle así. Él no era un santo, pero era mi único amor, mi amante, mi amigo. No merecía esto. Tomó una de mis manos, antes posada sobre su pecho, y se la llevó hasta su mejilla. Inclinó su rostro hacia ella y luego se la llevo a su boca, finalmente depositó un beso dulce y casto, inhalando de ella y se preparó para seguir. — Él estuvo todo este tiempo engañándome, él y su madre se rieron de mí. ¡Esme lo sabía y lo encubrió!, es tanto o más responsable como él. En su labor de madre, su amor incondicional…


Bella, yo no se como llamar aquello pero sea como sea no la justifica, se cegó por su instinto maternal y en vez de comunicarme lo que acontecía permitió que yo hiciese el papel de idiota todo este tiempo. Edward no estuvo estudiando, durante tres años deposité dinero a una cuenta que no servía para nada más que alimentar su bohemio e inmaduro estilo de vida. Se pasó tres años únicamente viajando, y disfrutando de los placeres mundanos. Carlisle puso una mano sobre su rostro, como queriendo arrancársela. Estaba realmente frustrado, y le entendía, tal vez no a la perfección, pero intentaba ponerme en su lugar y ser decepcionado por tu único hijo en quien han puesto tanta esperanza y esfuerzo no solo es algo para lo que no se está preparado, sino también doloroso. — No es solo el dinero, es el hecho de que me engañe y use a su madre para encubrir sus faltas. ¿Por qué no me lo contó?, si no quería seguir estudiando, si quería tomarse un tiempo… hubiese estado bien, no le felicitaría, pero al menos lo intentaría comprender. No soportaba verle así, en ese estado. Tan frágil, tan roto, quería ayudarle, quería hacerle olvidar su dolor, decirle amor aquí estoy, cuentas conmigo. Por eso sin desperdiciar un segundo más de tiempo lo besé; ansiosa, sedienta. Bebiendo de sus labios, mientras su boca se regodeaba contra la mía, coqueteando, incitando. Él se estaba entregando a mi medicina, mis manos, mi boca, yo entera sería su cura. Me aferré con firmeza a su cuello, era ancho y suave, adoraba la forma en que le sentía tenso bajo mi roce. Su lengua delineó mi boca con movimientos egoístas y tentadores, le respondí mordiendo su labio inferior, incitándolo y provocándolo, sin ninguna exigencia más que su propio placer. Carlisle me conocía de memoria. Poco a poco el beso fue subiendo de nivel hasta dejarme recostada sobre el sofá, él nos giró poniéndome boca abajo y sonreí de anticipación cuando le escuché relamerse los labios. Agarró mis caderas con premura y me trajo hacia él, poniendo su gruesa erección en el interior de mis muslos, lo sentí a la perfección, el pijama que traía puesto no era suficiente para disimular la dura prominencia que rozaba mi entrepierna. El cojín del sofá apagó mi gemido, mientras él con su experta lengua, trazaba círculos en la hendidura de mi cuello, gruñendo cada vez que me sentía temblar en sus manos, y gimiendo cuando me arqueaba contra él. Los dientes de Carlisle acariciaban mi clavícula y poco a poco fueron descendiendo suaves y subversivos por mi cuello, mientras su mano terminaba de aflojar el resto de los botones en su camisa. En un segundo, se la sacó por encima de la cabeza y la lanzó lejos para, inmediatamente después, estar de vuelta en su labor lamiéndome y mordiéndome detrás de la oreja.


Sus dedos subían y bajan por ambos lados de mi cintura, torturándome y bendiciéndome, ambas a la vez por medio de la dolorosa fricción a la que me tenía sometida su erección. Súbitamente él se detuvo, cesando el tormentoso vaivén de nuestras caderas. Me giró, para dejarme ahora boca arriba y nuevamente comenzó a devorar mi boca con una necesidad lastimosa. — Amor, te necesito tanto…— musitó contra mi boca, mientras su lengua rozaba con ritmo parsimonioso mi paladar. — No te haces idea de lo mucho que me haces falta, de lo mucho que te amo. — jadeó, pero no le permití seguir hablando, en su lugar me dediqué a corresponder a cada uno de sus ansiosos besos con fervor y frenesí. Con todo ese amor que tenía reservado para él, solo para él. Su espalda se fue reclinando hasta que finalmente fue obvio lo que deseaba, me acomodo nuevamente encima de él y retiró mi fina camiseta, podría añadir que desabrochó el sujetador con facilidad, mas no fue necesario, no traía puesto uno. Aquello no era un misterio para ninguno de los dos, tampoco una sorpresa. Nuestras lenguas no bailaron ni lucharon, ellas se consumieron en devastadora fricción. Fundiéndose en la más pasional de las amalgamas. Succionó mis labios de un modo tan tierno como gentil, pero con esa presión digna de él, un experto amante y el más cuidadoso de los hombres, mi amor. Y mientras las manos de Carlisle se paseaban por la curva de mi trasero, masajeando y presionándome firme y dolorosamente contra su erecto miembro. Yo me dedicaba a gemir, a rogar... a suplicar porque me colmase toda. — C…Car…lisle… —Bella, no veo el momento de estar dentro de ti — murmuró con voz pesada y ronca, mientras volvía a tumbarme boca arriba para quitarme el pijamas. Sonrió pagado de si mismo al notar como mi rostro se contrajo de placer cuando sus dedos rozaron mis caderas y muslos mientras me arrancaba el pantalón. Deslicé las manos contra la solidez de su pecho mientras él me desnudaba. Sonreímos a la par cuando levanté las caderas para que Carlisle me bajara las bragas. Nuestras fuertes y erráticas respiraciones llenaban la habitación mientras la palma de su mano tibia y amplia, flotaba sobre mi piel, calentándome y sensibilizándome, predisponiéndome a su tacto. Yendo desde mi muslo hacia uno de sus pechos, y luego desdibujando su recorrido.


Con confianza y decisión agarré con mis dedos el bulto duro que sobresalía entre sus piernas y le ayudé a desabotonarse sus pantalones y a bajarse la cremallera. En un instante, tenía mi mano dentro de sus calzoncillos para cogerle la erección y acariciarla. El calor entre mis piernas quemaba como si fuese posible aún más. Estaba lista, húmeda y preparada. Lo necesitaba; quería sentirle entrando y saliendo de mí, abriéndome, llenándome como sólo él podía hacerlo. De alguna manera, Carlisle durante el preludio consiguió sacar un condón de su pantalón si que yo lo notase. — Dámelo— pedí enderezándome, mientras él me observaba con sus ojos grises colmados de deseo. Tardó en asimilar mis dichos, pero finalmente depositó el sobre en la palma de mi mano. Sin mediar más palabras, se bajó los pantalones y los calzoncillos con un hábil movimiento. Para cuando los lanzó lejos, -junto al resto de ropa dispersa en el living- yo ya le había cogido su erección y desenrollaba el condón por toda su longitud. Me dejé caer sobre mi espalda con los muslos bien separados y moviendo las caderas hacia delante en mi afán por sentirle más cerca. El corazón amenazó con salir por mi boca cuando Carlisle se situó entre mis piernas. Sin postergar más lo inevitable con un certero movimiento de sus prominentes caderas, me penetró. No suave, no lento… Fue como antes, como siempre, encontrando el punto exacto en que el cielo y el infierno se perdían en el difuminado límite de la inconsciencia. Parpadee al mirar hacia arriba, atónita ante lo sublime de su actuar, elegante y con una exactitud propia de un amante experimentado. Observé su cuello, ancho y húmedo no pude contener el deseo de lamer una gota de sudor que amenazaba con deslizarse por su pecho. Estaba extasiada, la pasión que me llenaba aumentaba vertiginosamente a medida que él me envestía. Se deslizaba con exquisita lentitud, dentro y fuera, se enterraba en mí con fiero descontrol y salía únicamente para volver a penetrarme esta vez con mayor violencia. Clavé mis talones en el reposabrazos de sofá sintiendo cada embestida, con mayor rapidez y profundidad. El sofá se movía bajo nosotros y tanto Carlisle como yo supimos que él: ni podría enterrar su miembro más profundo, ni conseguiría empujar con mayor fuerza. Habíamos tocado fondo. Elevé las caderas para que mi centro fuese esta vez el que se aferrase a su erección. Apresándola, queriendo obtener todo de él con lujuriosa codicia. Hundí mis manos en los


firmes músculos de sus hombros, rozando cada luna de las líneas surcadas en su abdomen. Sonreí con la boca abierta atestada de su lengua, al recordar las horas que dedicaba Carlisle a cuidar físico, tenía la estúpida idea de que si no se preocupaba de su apariencia lo cambiaría por uno más joven. ¡Cómo si la sola idea pudiese ser posible! El era perfecto para mí; la combinación exacta entre experiencia y virilidad. Y así continuamos durante el resto de la noche, más duro y más rápido. Con mis muslos tensándose cada vez que él se alzaba, sacando su erección hasta la mitad para volver a bajar después de un solo tramo, volviéndola a introducir. Carlisle no se cansaba. Yo por mi parte no tenía queja alguna, reclinaba la cabeza hacia atrás mientras mis caderas se estremecían por sus arremetidas. Me sentía viva otra vez, estaba hambrienta de él, no parecía tener nunca lo suficiente de su cuerpo, de sus palabras… de su amor. Quería tenerlo en mi interior por siempre. El orgasmo era inminente, y las cortas, fieras y cada vez más rápidas estocadas de Carlisle intensificaban las oleadas de placer, propias de quien está próximo a alcanzar la cima. Comencé a sacudir las caderas hacia adelante con urgencia. Necesitaba sentir el áspero roce de su vello sobre mi pelvis, su piel contra la mía. Sus labios bajo mi lengua, pero sin dejar de provocarme al mantener su miembro enterrado profundo en mi interior. Sus manos sujetaron mi cuerpo fuertemente fundiéndose en mí, toda su piel se perlaba de un sudor que lo hacia brillar tenuemente bajo la luz de la luna, colándose por la ventana del living, como testigo y cómplice de nuestra entrega, del momento exacto en que dos cuerpos dejan de de serlo y se transforman en un mismo ser. Los escalofríos no tardaron en recorrer mi espalda, mientras jadeaba y me aferraba a su cuello buscando apoyo, soporte. Una y otra vez él repitió su acción, enterrándose en mí haciéndome desfallecer en deleite. Estaba extasiada hasta lo imposible hasta que finalmente colapsé de placer y me corrí. Aún temblando y gimiendo de placer, con mi respiración rayando en lo vergonzoso y unos espasmos que de seguro se notarían a kilómetros le recibí con los brazos abiertos cuando cayó vencido sobre mi pecho. Los mechones rubios se adherían a su frente producto del sudor. Los hice hacia un lado, y su peinado me causó gracia. Me encontraba exhausta por el reciente ejercicio, mas incluso así fue inevitable contener mi risa. — Esperaba un "Amor eso fue maravilloso", pero tu sonrisa me basta… por ahora. — Es solo que… te ves demasiado adorable.


El respiró y sopló de su aliento contra la sensible piel de mi pezón, se lo llevo a la boca y balbuceó un Te amo. En un movimiento tan suave como el aletear de un colibrí, me cargó en brazos y nos llevó hasta nuestra cama, acostándose a mi lado. Masajeó con ternura todo el contorno de mi hombro, cintura y caderas. Sentí como su nariz surcaba con delicadeza mi hombro, hasta que finalmente se quedó inmóvil. — ¿Te quedaste dormido? — pregunté aún cansada, y una tenue carcajada causó lo que ni el mismo sexo había logrado, que me sonrojase. Con él había desarrollado un nivel de confianza pleno en el ámbito personal y sexual, pero… aún tenía mis reservas con lo que respectaba a la edad, siempre me sentía insegura sobre si podría satisfacerle como él se lo merecía, por lo que cada vez que él se reía de lo que yo hacía o decía… me hacía sentir más una niña que una mujer. — No amor, solo… apreciaba el buqué. — ronroneó risueño antes de besarme dulcemente, con sus labios cerrados. Un beso tierno, casto; demostrándome una vez más que lo de nosotros era mucho más que buen sexo, lo era todo.


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