La Misión No.3

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PUBLICACIÓN BIMESTRAL Y DE DISTRIBUCIÓN GRATUITA DE LA DIRECCIÓN DE CULTURA MUNICIPAL

ENERO - FEBRERO 2013 No. 3




No. 3, Enero - Febrero 2013

DIRECTORIO

Presentación ......3

HONORABLE XIV AYUNTAMIENTO DE LA PAZ

Entremares entrevista Heriberto Parra, Incansable vocación por la promoción cultural.. Juan Cuauhtémoc Murillo... 04

LIC. ESTHELA DE JESÚS PONCE BELTRÁN Presidenta Municipal de La Paz

LIC. GUILLERMO BELTRÁN ROCHÍN

Centro de encuentro Todos Santos. Flor Angélica Barreto Cosío / Tito Fernando Piñeda Verdugo... 11 Comportamiento histórico de la población en la localidad de Todos Santos, B.C.S., Lic. Patricia Mijares Ramírez... 19 Todos Santos. Muestra gráfica de su actividad agrícola histórica. Lic. Sofía Araceli López Castro... 25

Secretario General

MTRA. ALMA SUSANA AGUILAR ACEVEDO Encargada del Despacho de la Dirección General de Desarrollo Social

MTRA. MATILDE CERVANTES NAVARRETE Directora de Cultura Municipal

C. MÓNICA ISAIS VALERO

Campanadas

Jefa de Departamento de Festivales del Municipio de La Paz

Concurso Cuanto de Todos Santos 2013 ...29

C. JUAN MANUEL CABALLERO GOSSÉREZ

Catedral de letras

Jefe del Departamento de Proyectos Culturales

Leyenda: Leyendas en Todos Santos. Leonardo Reyes Silva La Ahorcadita... 33 El lago sagrado de los guaycuras... 35 Cronica: Néstor Agúndez. Apuntes biográficos. El Pueblo y sus personajes. Juan Melgar... 37

C. VICTOR RAYA Jefe del Departamento de Acción Cívica

JUAN CUAUHTÉMOC MURILLO HERNÁNDEZ Jefe del Departamento de Bibliotecas y Coordinador Editorial de la Revista La Misión

Cuento: Vacaciones para una gata. Olga Freda Cota ... 42 Cronica: Inventario de los cuentos todos de Todos Santos. Ramón Cuéllar Márquez ... 50 FRANCISCO RAMÓN SOLIS QUIRÓZ Imagen de Portada: Silvia de Perel

Diseño Gráfico

ERICK MARCELO LEGGS AVILÉS Diseño Original

Esta edición contó con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el Instituto Sudcaliforniano de Cultura. La Misión. Revista Cultural del Municipio de La Paz es una publicación bimestral y de distribución gratuita de la Dirección de Cultura del H. XIV Ayuntamiento de La Paz, B.C.S., Informes: Calle Querétaro esquina Yucatán No. 1810, Fraccionamiento Las Palmas, La Paz, Baja California Sur. Teléfono 01 612 122 8784. Si desea recibir la revista en versión digital y/o expresarnos sus comentarios, contactenos a través de: www.lapaz.gob.mx • cultura en lapaz@hotmail.com • www.facebook.com/culturalapaz

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DIRECCIÓN DE

CULTURA

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MATILDE CERVANTES NAVA RRETE, DIRECTORA DE CULTURA MUNICIPAL DEL H. XIV AYUNTAMIENTO DE LA PAZ.

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ENTREMARES ENTREVISTA Juan Cuauht茅moc Murillo

Heriberto Parra, Incansable vocaci贸n por la promoci贸n cultural.

Texto

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Heriberto Parra

Mil y una historias podrían escucharse al platicar con Heriberto Parra, como algunas de las contadas sentados junto a él en una tarde de fin de verano, en una banca de la renovada plaza frente al edificio que ha constituido su segunda casa, el Teatro Manuel Márquez de León, en la atmósfera de la magia del Pueblo Mágico de Todos Santos. Y decimos la segunda casa, porque la primera ha sido siempre la extensión de su hogar, el campo, las flores, dedicado a la naturaleza hasta la fecha, desde antes que egresara como ingeniero agrónomo de la Escuela Nacional de Chapingo, al iniciar la década de 1970. Aunque su padre se oponía a que realizara estudios universitarios, bajo el argumento que su trabajo lo tendría asegurado en el rancho en que vivían, se aferró hasta que obtuvo el título que le llevaría a dedicarse por más de treinta años a lo que considera más que una profesión, su vocación: el conocimiento y el cuidado forestal en nuestra entidad. Pero junto a ella, en realidad, Heriberto Parra ha compartido una vocación, reconocida desde temprana edad, que ha sabido mantener contra viento y marea, que la desarrollado y compartido con los sudcalifornianos, la de la promoción cultural, particularmente la gestión, con la cual ha vivido desde que naciera en la segunda mitad de la década de 1940, en Tepic, Nayarit, y durante la residencia en San Blas. En una conversación con La Misión, Parra recuerda cómo, desde la escuela primaria, manifestó pronto el gusto y la habilidad para impulsar y formar parte de actividades culturales y artísticas que ya no dejaría el resto de su vida. “Todo se mama en cierta forma,” aclara, como parte de las vivencias que tuvo en su hogar, al observar las aficiones de su padre por el canto y de su madre por el baile. Porque lo mismo ha formado grupos musicales, como de teatro, danza y la defensa de nuestro patrimonio cultural; actuado, dirigido y escrito obras, de la misma manera que

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impulsado la creación del Festival del Arte en Todos Santos, que coordinó hasta el año pasado, cuando decidió medio jubilarse, porque, la verdad, no ha dejado de seguir formando parte del desarrollo cultural de la comunidad por la que optó como su hogar. Ya en su juventud tenía firme la idea de dedicarse a la música, actuar, bailar o escribir, y en la secundaria y en la preparatoria formó parte de la escuela danza, del grupo coral y leía poesía en un programa radial, sin el conocimiento, mucho menos autorización, de su padre. La firme idea de continuar su experiencia en el naturalismo que practicaba en el rancho en que vivía (pues su padre tenía el gusto por las flores y árboles, muchos de ellos traídos de otras partes del mundo para plantarlos en Nayarit), le llevó a desafiar la 06

autoridad de su progenitor. En Chapingo encontró pronto caminos para seguir desarrollando el que íntimamente se había forjado: formó el grupo musical Utopía, creó el coro musical de la escuela, organizó un café cantante y los Jueves Culturales, al tiempo que se adentraba en la agricultura. Al concluir sus estudios, en 1971, se enfrentó a la “decisión más canija” de su vida, aclara: dedicarse al arte o a su carrera profesional. Decidió lo segundo y regresó por un breve tiempo a San Blas, pero en pocos meses se trasladaría al todavía Territorio Sur de la Baja California, luego de haber estado en el carnaval de Mazatlán y despertar en el ferry rumbo a La Paz. Desde entonces, formó parte del Campo Forestal del Instituto Nacional


de Investigaciones Forestales, con sede en Todos Santos, como investigador y que más tarde dirigiría y que le llevó a realizar incontables trabajos que desarrolló y expuso en conferencias, seminarios y publicaciones, locales, nacionales e internacionales. Su llegada a Todos Santos, recuerda, la hizo por la vieja entrada del pueblo, en el mes de febrero, montado en una motocicleta. De esos instantes tiene presente que sintió entrar a una dimensión diferente, en un ambiente nunca visto antes. A partir de entrada, recalca, se sintió cobijado por un calor que no había experimentado en su vida, en especial por el de la gente que lo recibió en las primeras semanas

con enorme familiaridad. Le acompañaban las maletas con poca ropa y llenas de libros, plantas y semillas. A la par de la extensa labor profesional, Parra encontró oportunidad de continuar con su vocación cultural y comenzó a organizar y participar en actividades artísticas de la localidad y de la ciudad de La Paz. Su inquietud le llevó a incorporarse al grupo de teatro Altaira con el que actuó, dirigió y escribió obras que le brindaron reconocimiento nacional, como La jojoba y la ballena, La danza que sueña la tortuga y Bahía sin límites, entre otras, que obtuvieron premios y nos remiten a una etapa en el que el teatro

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sudcaliforniano se mostraba como referente en el país. Hacia los ochentas, comenta, con un grupo de amigos se decidió iniciar trabajos de conservación del Teatro Manuel Márquez de León, con la conformación de un patronato que, durante una época encabezó, y que ha permanecido hasta la actualidad. En compañía del profesor Néstor Agúndez continuó promoviendo el teatro, la danza y la literatura, cuando Todos Santos comenzaba una transformación social y económica que amenazaba las relaciones entre los miembros de la comunidad. La creciente participación de la comunidad extranjera llevó a la idea de organizar un programa cultural que permitiera una mejor relación social, como lo fue el Festival del Arte, que se ha

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mantenido durante dieciséis ediciones, en el mes de febrero. Recuerda que uno de los generadores de ideas fue el recién llegado artista plástico Gabo, aunque más tarde se alejaría de la organización, con una primera vertiente de exposiciones de arte. Si bien es cierto, aclara, que el Festival surgió con la intención de autofinanciarse y mantenerse independiente, las circunstancias obligaron a involucrar a cada vez un mayor número de personas, organizaciones e instituciones. Hoy destaca avances en los programas organizados cada año, pero reconoce que ha faltado mayor involucramiento de la comunidad y de los gobiernos estatal y municipal, sobre todo cuando el voluntariado es el que ha mantenido gran parte del desarrollo


cultural de la región. Al hacer una rápida revisión del desarrollo cultural todosanteño, Parra señala que no se avanzará si desde la educación primaria no se incluyen las actividades culturales; es a los niños, indica, en donde debemos comenzar en el conocimiento de las artes y detectar las habilidades para encontrar nuevos y mejores artistas. Con su propia experiencia, Parra hace ver que la gestión cultural no ha sido fácil, pero retoma el espíritu

de la tenacidad, la solidaridad y la integración social que debe prevalecer en todos los promotores culturales. Ello, nos dice, es una voluntad que no debe agotarse, ni doblegarse, mucho menos cansarse. Persistir, subraya, en cosa de todos los días. Después de tres décadas, muestra su satisfacción de haber impulsado la inquietud cultural de muchos todosanteños y haberse sumado a ellos. Aquí he estado y seguiré estando toda mi vida, previene para sí.

Juan Cuauhtémoc Murillo (Los Mochis, Sin, 1966) Es profesor de educación primaria y cuenta con estudios de licenciatura y maestría en Historia. Ha ocupado diversos cargos en la administración pública estatal. Es autor de Breve Historia del Congreso del Estado de BCS y Francisco J. Múgica en BCS, 1941-1946. Documentos para su historia. Actualmente es Jefe del Departamento de Bibliotecas de la Direccion de Cultura Municipal y editor de La Misión.

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CENTRO DE ENCUENTRO

Todos Santos Flor Angélica Barreto Cosío** Tito Fernando Piñeda Verdugo

Por lo regular es difícil caminar sin verle, teniéndola tan cerquitas y susurrándole al oído lo llena de vida que están sus faldas: pásale. Y es que parece imposible no tomarle en cuenta su figura que a pesar del tiempo sigue delineando la pupila que supone, después de abrirse a la palabra, muchas más vidas forjadas en sus entrañas, y en sus fronteras. Aún a pesar de que estos tiempos (veloces como un cadillac sin frenos diría Joaquín Sabina) no se caractericen mucho por la promoción del diálogo, la charla puede ser inevitable. No escuchar las nubes que envuelven su picacho sería un juego de sordos. Y no sentirse acompañado por ella (como de seguro lo hicieron todos aquellos rancheros que ahora se dibujan en siluetas atravesando con sus sombras la carga de panochita, queso o melcochita por casi tres días), sería indudablemente un monólogo que no lleva a ningún lugar.

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Si va usted por la carretera al sur (viniendo de la ciudad de La Paz), lo más seguro es que desde ahí no alcanzará a imaginar las condiciones tradicionales en las que trabajan los jornaleros de la comunidad de Melitón Albañez, pero no importa. O los rancheros de La Matanza, pero así pues como normalmente parece ser, no importa. Igual ni se dará cuenta de las posibilidades que brinda el vivir caminos destrozados, escuelas formales invisibles y centros de salud cada que el voto deba dirigirse a la urna, allá en Santa Gertrudis, pero no importa. Y entonces en veces la poca importancia es porque no sabemos lo que significa. Sería bueno escuchar la sierra que le invita moverse a las primeras comunidades, cuando a no más de 30 kilómetros después de tomar la Y pasada de San Pedro, hacia el Pacífico, encontrará una brecha que lo encaminará: sígala. En dado caso que piense querer pensar en las maneras que tradicionalmente han vivido los habitantes más a la orilla de la sierra, vaya hasta 2 kilómetros antes de la llegada al pueblo de Todos Santos y ahí mero: dese a la izquierda. Ya poco después de la entrada a donde Santa Gertrudis, se encuentra, y valga decir aquí que desde ya hace un buen de tiempo, cabalgando en la línea del trópico de cáncer, el pueblo mágico de Todos Santos. Dicen que en 1723 fue cuando llego el misionero jesuita Jaime Bravo. Después de que concluyó la misión de nuestra señora de La Paz en compañía de otras gentes ya emigró hacia el sur y

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llegó aquí encontrando un oasis mágico, espléndido, lleno de verdor y agua, mucha agua y aquí se quedó y fue donde fundó el pueblo de Todos Santos. Le puso Todos Santos porque la fiesta de Todos los Santos es en noviembre y el llegó en esa época acá. Mangate pase, Guayabate barato, empanadas de cajeta, orejones y dulces tradicionales de Todos Santos se lee entre otras cosas, a la orilla de la carretera enrollada por los árboles que dan la bienvenida. La Sierra de La Laguna se esconde por un momento detrás del pueblo, que calmadito, siente los pasos de sus habitantes, tranquilos. No hace mucho tiempo dicen que desde la pradera (ahora carretera), entrando de La Paz, ya se venía esparciendo entre las narices un fuerte olor muy característico del pueblo trapichero. El guarapo, que exprimido de la caña corría así despacito por entre el canalito después del trapiche para la zafra de azúcar, hasta el caso último donde ya quedaba limpiecito, sin ningún polvito ni nada, hasta que empezaba a hervir y enmielarse, esparciéndose pues ese olor a panochita rica y melcochita sabrosa que caracterizaba el viejo, y mágico por eso, Todos Santos.

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El profesor Néstor Agúndez, originario del pueblo, platica que esa era la época más hermosa, la época de la zafra, cuando estaban todos los molinos en actividad... había cuatro molinos con su chimenea... cuando la caña la metían a unos rodillos de esos que están dando vuelta uno encima de otro; y entonces ahí la metían pues, la apachurran y salía el jugo de la caña, el guarapo que le dicen, y entonces caminaba por un canalito que había y llegaba hasta un caso, a donde quedaba el jugo limpiecito, sin nada de polvo, y ahí era donde la gente tomaba el guarapo. Ya luego que se calentaba en ese caso, se llevaba la miel a unos tablones con unos agujeros, con la forma de la panocha, donde echaban la miel batida pues, y ahí la dejaban pasar como 8 o 7 minutos y entonces ya le pegaban duro atrás de los tablones, y caía la panocha.

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Antes era muy bonito eso porque venías tú de las praderas, de allá de La Paz y ya te daba un olor a panocha, muy rico, sabroso. Ya más luego de juntar una buena carga de panocha para la endulzada del cafecito taleguero (porque más antes la azúcar granulada era escasa), las empacaban en cacaitles, con hojitas de San Miguel por encima para trasladarla a la ciudad; así nos dijo don José Romero Avilés allá en El Pescadero. La panocha la cargaban en carros de mula pa llevarlas a La Paz. Hacíamos siete días para ir a dejar siete cargas de panocha, de ida y vuelta; durmiendo en el camino. Estaba lejos y los caminos estaban malos, no como ahora. Entonces la panocha la empacaban en cacaitles que los hacían de vara trabada, y así, lentamente, atravesaban por los márgenes de la Sierra de La Laguna, hasta llegar a la casa Ruffo para suministrar más luego, al pueblo, con las bondades del rancho. Ahora los trapiches son escasos; ya de los cuatro que había sólo quedan dos que no fueron derrumbados por el tiempo. Sin embargo, aún hay quien trabaja el dulce tradicional que es la panocha, variando con el mangate, los orejones y el guayabate. Pero sin duda, los olores aquellos que platica el profesor Néstor quedaron atrapados en algún lugar de la historia. Como otras muchas más cosas que tradicionalmente venían dándole el toque mágico al pueblo. Por ejemplo, cuenta el profesor que antes de que llegara a ser gobernador del territorio sur de la península, Cervantes del Río, si uno entraba por esa vereda algún sábado o

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domingo, además de la bienvenida de la panocha, la orquesta de Los Hermanos Pérez amenizaba al oído, que desde la plaza principal, donde en algún tiempo hubo un pequeño kiosco, se trasladaban sus notas. Los sábados y los domingos se acostumbraba que la orquesta del pueblo tocara gratis en la plaza; bueno, los domingos les permitían cobrar para el baile, 1 pero los jueves si tocaba gratis y ahí si no se permitía bailar sino solo oír. Eran los tiempos en los que aún estaba el kiosco. En ese kiosco que estaba muy bonito, la gente daba vueltas alrededor... el centro de la plaza estaba protegido con un cerco de madera llena de rosas... entonces los hombres caminaban de un lado y las mujeres encontradas; entonces tocaba la música de los Hermanos Pérez, y pues entonces donde encontrabas la compañera que te gustara la jalabas, y se iba uno a la pista de baile. Pero en el gobierno de Cervantes del Río fue cuando se hizo un cambio drástico en el pueblo... se llevaron el kiosco cerca del mar y no duro ni un año porque llegó un huracán y se lo llevó... por ahí de mediados de los 60's y principios de los 70's fue cuando acabaron con eso de los bailes. Los alquimistas cambiaron de rostro. Toda esa magia que la daba la gente de la localidad, sus espacios públicos y sus formas de vida, fue convirtiéndose a través del tiempo en recuerdo, dando paso, a nuevos alquimistas que se han organizado para elevar la cultura de un pueblo que al parecer urgía de ello. Ya se aprobó que se va a convertir en pueblo mágico Todos Santos. Los pueblos mágicos son programas turísticos que se nombran así por su tranquilidad y sus espacios de cultura, y pues con eso les llega la bendición del cielo porque los bañan, los limpian, les ponen cosas nuevas; aquí hasta se rumora que van a quitar el pavimento y van a poner el adoquín ¿Es más elegante el adoquín o qué? 16


Y entonces así, dice el profesor Néstor Agúndez, fue como el pueblo se desarrolló... para que ahora lo vinieran a poblar tus parientes del otro lado de la frontera. Aquí los tenemos a todos, pero ni modo todos tenemos derecho, somos ciudadanos del mundo y podemos ir a donde nos pegue nuestra gana. Ahora la necesidad es hacerles ver a quienes tienen el poder de nombrar mágicos los pueblos (ponerles sus membretes, mandarlos limpiar y bañar como premio por ser tan tranquilos), que la cultura no es un producto de vitrina, ni se limpia ni se baña, ni mucho menos se eleva. La cultura es un proceso histórico que no necesita premios, sino inclusiones. Por fortuna la palabra, aunque en veces quedita, sigue caminando a los alrededores de este pueblo de nueva magia, donde estamos los que somos siempre inexorablemente nosotros, todos los de abajo, los de la cultura sin premios: El Pescadero y el viejo José, con sus palabras que ya despacitas, siguen caminando por sobre la huerta de los ricos para hacerse de un poquito de maíz para la cena. San Andrés con don Arturo, jalando su burro para recoger el agua que le hinchara las ubres a la vaca para sacarle el queso de apoyo, tan sabroso. El Refugio, con el primer como le va sincero. Texcalama, con los Flores y Amadores que cruzaban la sierra para llegar a donde el pueblo se tapizó de ellos. Los Horconcitos, con don Tití recordando la primera escuela de vara trabada que construyeron juntos todos los de la comunidad. El Saltito de los García y doña Manuelita

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sentada afuera de su cocina de chiname, recordando cuando sus trapos de vestir no necesitaban más que su delgado cuerpo. El Aguaje, con doña Ramona comiéndose el salatito porque no había de otra. San Venancio, con don Lorenzo y la grulla que aleteaba en lo más alto para cuajar el agua. Matancitas, con el recuerdo que ahora se estaciona en alguna casa de quienes proporcionan el membrete mágico. Plutarco Elías Calles, con doña Juanita que veía pasar los cacaitles repletos de rancheros, hacía la ciudad. Las Playitas, haciendo crujir bajo las ruedas de madera con piel de acero que venían jalando; con sus pezuñas por poquito salándose por lo cercano del Pacífico… *Tomado de Delegaciones y subdelegaciones. Imágenes, crónicas y tradiciones paceñas, que próximamente publicarán el Instituto Sudcaliforniano de Cultura y el XIV Ayuntamiento de La Paz.

Flor Angélica Barreto Cosío, arquitecta egresada del Instituto Tecnológico de La Paz, y maestra en Historia Regional. Actualmente labora en el Centro INAH BCS. Tito Fernando Piñeda Verdugo, licenciado en Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California, egresado de la maestría en Filosofía en la Universidad de Guanajuato, y actualmente realiza la maestría en Ciencias Sociales en la UABCS.

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Comportamiento histórico de la población en la localidad de Todos Santos, B.C.S. Lic. Patricia Mijares Ramírez

Foto: Fredy García

Sin duda, uno de los indicadores básicos en el estudio y descripción de cualquier investigación social es la población; por tal razón, no se puede excluir éste al hablar de una localidad como la de Todos Santos, B.C.S., al mismo tiempo, no puede excluirse tampoco los datos censales existentes y, a partir de ahí la interpretación sobre el comportamiento histórico de Todos Santos como localidad. Si bien, Todos Santos es considerada actualmente cabecera delegacional del municipio de La Paz, y de ella dependen trece subdelegaciones que son: Matancitas, San Andrés, El Aguaje, Ejido Plutarco Elías Calles, El Pescadero, El Refugio, El Saltito de los García, San Venancio, Texcalama, El Veladero, Los Horconcitos, Las Playitas (El Batequito) y Santa Gertrudis, quienes en conjunto cuentan con 106 rancherías, un caserío y un pueblo (el de Todos Santos), en total 108 localidades consideradas para el año 2010 en toda la delegación y con una población, para este mismo año, de 8 mil 606 personas en toda la delegación. Si nos referimos a Todos Santos como localidad, podemos decir que la clave de ésta según INEGI es 0003 y se encuentra ubicada a 110°13'24" de longitud y a 23°26'55" de longitud a una altitud de 41 metros sobre el nivel medio del mar. Todos Santos como localidad, representa para el año 2010 el 63.2% del total de población en toda la delegación que lleva el mismo nombre, Todos Santos, por tal razón, en el comportamiento histórico de la población de 1795 al año 2010, que se aborda a continuación, se considera únicamente a Todos Santos como localidad.

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Fuente: Elaboración propia con base en: Dirección General de Estadística, Censo General de la República Mexicana 1895. Tabulados Básicos; Secretaría de Fomento Colonización e Industria. División Territorial de la República Mexicana. Territorio de la Baja California, 1905. inegi.org.mx; Enrique Florescano e Isabel Gil Sánchez (compiladores), Descripciones económicas regionales de la Nueva España. Provincias del Norte, 1790-1814, colección Fuentes para la historia económica de México II, SEP-INAH, México, 1976, pp.359 pp. Tabla I-2, pp.21-27; Ulises Urbano Lassépas, La colonización de la Baja California y Decreto del 10 de marzo de 1857, prólogo de David Piñera Ramírez, colección Baja California: nuestra historia, SEP, UABC, Mexicali, 1995 (primera edición, 1859), 445 pp (tabla pp.112-113); INEGI, División Territorial de la República Mexicana. Censo verificado el 28 de octubre de 1900. División Territorial. Territorio de la Baja California. Secretaría de Fomento, Colonización e Industria. Dirección General de Estadística a cargo del Dr. Antonio Peñafiel. México 1905; Salvador Echangaray. División Territorial de los Estados Unidos Mexicanos. División Territorial. Territorio de la Baja California. Secretaría de Fomento, Colonización e Industria. México 1913; Censo General de Habitantes. Baja California Distritos Norte y Sur. 30 de noviembre de 1921. Estados Unidos Mexicanos, Departamento de la Estadística Nacional. Estados Unidos Mexicanos. Talleres Gráficos de la Nación; Quinto Censo General de Población. Baja California Distrito Sur. 15 de mayo de 1930. Estados Unidos Mexicanos, Secretaría de la Economía Nacional. Dirección General de Estadística; Sexto Censo General de Población. 6 de marzo de 1940. Población Municipal, Secretaría de Economía Nacional. Dirección General de Estadística, México, D.F. 1942; Séptimo Censo General de Población. 1950. 6 de junio de 1950. Baja California, Territorio Sur. Estados Unidos Mexicanos, Secretaría de Economía. Dirección General de Estadística. INEGI. México, D.F. 1963; INEGI, Censo General de Población. 1960. 8 de junio de 1960. Baja California, Territorio. Estados Unidos Mexicanos, Secretaría de Industria y Comercio. Dirección General de Estadística. INEGI. México, D.F. 1963; Censo General de Población. 1970. 28 de enero de 1910. Estados Unidos Mexicanos, Secretaría de Industria y Comercio. Dirección General de Estadística. INEGI. México, D.F. 1971; X Censo General de Población y Vivienda. 1980. Tomo 3. Enero de 1982. Estado de Baja California Sur, Secretaría de Programación y Presupuesto. Coordinación General de los Servicios Nacionales de Estadística, Geografía e Informática. INEGI. México, D.F. 1982; XI Censo General de Población y Vivienda. 1990. Resultados definitivos. Tabulados Básicos. Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática; Conteo de Población y Vivienda 1995. Baja California Sur. Resultados definitivos. Tabulados Básicos. Aguascalientes, Ags. 1996; XII Censo General de Población y Vivienda 2000. Principales Resultados por Localidad. Baja California Sur. Aguascalientes, Ags. 2001; II Conteo de Población y Vivienda 2005, Principales Resultados por Localidad 2005 (ITER); Censo de Población y Vivienda 2010. Principales Resultados por Localidad (ITER). www.inegi.org.mx.

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Fuente: Ibid. 21

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Como puede verse, el primer registro encontrado en los datos censales es el año de 1795, donde la localidad de Todos Santos tenía una población total de tan solo 135 habitantes, comportamiento que fue ascendiendo paulatinamente hasta llegar al año de 1900, donde la población registró un total de 1,183 habitantes. A partir de aquí, el crecimiento de la población para los años siguientes es pronunciado y sucesivo, hasta llegar al año 2010, donde la población total ascendía a 5 mil 148 personas, con una tasa de crecimiento anual de 4.8%, la más alta registrada a lo largo del período considerado.


El comportamiento de la gráfica anterior, muestra la densidad de población de la localidad, en este indicador se relaciona el número de población respecto al espacio físico que abarca o considera la localidad de Todos Santos, de tal forma que los datos que se muestran indican el número de personas que existían en ese momento por cada km² en la localidad a lo largo del periodo. En este caso, la gráfica muestra que, para 1795, la densidad de población de la localidad era de 25 habitantes por km², es decir, en general el número de población era poco el que existía en ese momento, por lo que el espacio geográfico era extenso en comparación con la población. Si se observa el año 1900, se puede ver que la densidad de población creció a 219 habitantes por km² , lo que sugiere que el espacio físico va siendo cada vez más pequeño en relación a la población existente, derivado del propio crecimiento de la población. Se tiene pues que para el año 2010, la densidad incrementó a su máximo, ya que se registró una densidad poblacional de 952 habitantes por km², lo que implica un mayor número de población dentro de un mismo espacio.

Fuente: Ibid.

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Otro indicador clave en cuanto a los comportamientos poblacionales es la tasa de crecimiento anual estimada en el periodo ya que se puede observar que, para el caso de la localidad de Todos Santos a pesar de que el comportamiento del número de población siempre fue creciente, se puede ver que fue creciendo a ritmos distintos y es precisamente lo que muestra la tasa anual de crecimiento. Puede verse que, salvo en el año de 1910, donde la población sufrió un decremento, del 0.4% , todos los años registraron crecimiento de la población, unos a en mayor grado como en 1900, donde se registró un incremento poblacional de 3.2% y en el año 2010 donde alcanzó la mayor tasa de crecimiento de 4.8%; el resto en menor grado, pero es interesante ver que en general para todos los años se registraron tasas de crecimiento anual estimadas tendientes al incremento de la población, es decir, tasas de crecimiento positivas. Con lo anteriormente expuesto, se puede observar la importancia que ha tenido a través de la historia la localidad de Todos Santos en cuanto a movimientos poblacionales, los cuales no podemos disociar de las distintas actividades económicas, sociales y culturales que ha tenido dicha localidad, ya que históricamente se ha caracterizado por contar con un espacio privilegiado para la agricultura de productos hortícolas y frutícolas, que, aunque inicialmente fue para el autoconsumo, poco a poco fue tomando las características de economía mercantil capitalista, lo que contribuyó al movimiento de la población de forma 23


general a la península y a la localidad de Todos Santos, lo que aportó al crecimiento continuo de la población en el período considerado. Un factor importante en la vida de Todos Santos, fue el establecimiento en el año de la Misión de Santa Rosa de Todos Santos, ya que jugó un papel importante con la introducción de los españoles y por lo tanto la explotación de las actividades económicas. No se hizo esperar la llegada, cada vez más pronunciada, de familias enteras, ya sea para trabajar o explotar las tierras con la agricultura, ganadería o explotarla en donde encontraran yacimientos minerales, pero todos llegaban con el mismo objetivo, el económico.

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Todos Santos. Muestra gráfica de su actividad agrícola histórica Lic. Sofía Araceli López Castro

Todos Santos, el pequeño poblado localizado en la parte sur de nuestro estado, nos sorprende por su belleza y su muy agradable clima, fresco y diferente al que vivimos, y con frecuencia sufrimos, en el resto de la entidad. Este clima particular es resultado de diversos factores geográficos y ambientales y es la causa de que, desde la fundación de la Misión de Santa Rosa de Las Palmas, en 1733, la comunidad haya logrado constituirse en productora de hortalizas y frutos diversos, además de la caña de azúcar, arroz, maíz y trigo, en diferentes periodos a lo largo de su historia. Un elemento trascendental para lograr hacer producir la tierra en Todos Santos fueron los manantiales naturales de la zona, a saber, Todos Santos, La Muela, Pescadero, Carrizal, Valle Perdido, San Jacinto y Veladero, los cuales fue necesario canalizar de manera adecuada; sin embargo, los sistemas de riego y acumulación de agua construidos en los siglos X V I I I y X I X tenían como característica su fragilidad y eran frecuentemente arrasados por los temporales propios del verano. A pesar de esta circunstancia y de que los cultivos dependían

000005. Elisa en la presa Juárez en 1925. Fototeca del Estado de Baja California Sur, profesor Néstor Agúndez Martínez.

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000013. Grupo de personas de paseo en la presa Juárez en los años veinte. Fototeca del Estado de Baja California Sur, profesor Néstor Agúndez Martínez.

000077. Grupo de jóvenes de paseo en la presa Juárez. Fotografía fechada el 9 de junio de 1920. Fototeca del Estado de Baja California Sur, profesor Néstor Agúndez Martínez.

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de una buena temporada de lluvia, durante el siglo XIX, Todos Santos aportó su producción agrícola para abastecer los requerimientos de la región sur de la península, principalmente a la zona minera de El Triunfo y San Antonio y a la ciudad de La Paz, que florecieron en la segunda mitad del mencionado siglo y las primeras décadas del siglo XX. Además de la falta de obras hidráulicas, hacia la segunda década del siglo XX, respecto de la agricultura prevalecía el atraso en las técnicas de producción y la ausencia de vías de comunicación que permitieran el rápido transporte de los productos, tomando en cuenta su condición perecedera. Es en esta época cuando se construyó la Presa de Juárez, que hasta hoy día regula el riego de las huertas de la localidad y que permitió el auge agrícola de Todos Santos desde estos años y hasta los años cuarenta. A mediados de los años treinta la política de fomento agrícola ejercida por los gobiernos locales y nacionales invirtieron mayores recursos a la infraestructura hidráulica, créditos, instrumentos de trabajo, en la introducción de nuevos cultivos y en la organización de los agricultores en cooperativas. Por su parte, en Todos Santos la producción de caña de azúcar empieza a ser sustituida por la de tomate y hacia 1936 se crea la Unión Tomatera de Todos Santos.

000077. Grupo de jóvenes de paseo en la presa Juárez. Fotografía fechada el 9 de junio de 1920. Fototeca del Estado de Baja California Sur, profesor Néstor Agúndez Martínez.

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En la década de los cincuenta, con el programa de colonización agrícola impulsado por el general Agustín Olachea, el apoyo se concentró en las regiones de Los Planes y el valle de Santo Domingo y se promovió el cultivo de productos de importación como el trigo y el algodón. Por su parte, en Todos Santos la producción volvió a ser de hortalizas y los árboles frutales. De esa buena época agrícola en Todos Santos nos quedan algunas fotografías conservadas gracias a la precaución del profesor Néstor Agúndez Martínez y que hoy día se encuentran en resguardo de la Fototeca del Estado de Baja California Sur, que lleva su nombre. Bellas imágenes de paseos a la presa Juárez, cuando, al parecer, era la excursión favorita de los todosanteños. Bibliografía consultada Dení Trejo Barajas (Coordinadora). 2002. Historia General de Baja California Sur. Tomo I, La Economía Regional. La Paz, UABCS-Plaza y Valdés.

Sofía Araceli López Castro. (La Paz, B C S , 1974). Realizó la licenciatura en Historia en la UABCS. Laboró como archivista en el Archivo Histórico Pablo L. Martínez y responsable del p r o ye c t o O r d e n a m i e n t o , Inventario, Protección y Digitalización del Acervo Fotográfico. Participó en el proyecto de creación de la Fototeca del Estado de Baja California Sur, de la cual fue coordinadora en 2010-2011. Es autora de El cultivo de la música exalta la vida. Escuela de Música del Estado de Baja California Sur, y coautora del libro Paisaje Urbano y Personajes en Baja California Sur.

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CATEDRAL DE LETRAS

Leyendas en Todos Santos Leonardo Reyes Silva

La Ahorcadita

A la vera del camino que lleva a la zona de Cañada Honda, La Pastora y Las Playitas, unos kilómetros al oeste del poblado de Todos Santos y bajo la sombra de un árbol silvestre conocido como Palo blanco, se encuentra la tumba de una joven mujer que en vida llevó el nombre de Matilde Martínez. La lápida no tiene epitafio, solamente un letrero que dice simplemente “La ahorcadita”. Según cuenta la leyenda su nombre se originó en un lamentable suceso que tuvo lugar en los últimos años del siglo XVIII cuando la suegra de Matilde, por una cuestión baladí, le quitó la vida golpeándole la cabeza con la mano de un metate. Lo trágico de este hecho delictivo es que la joven señora tenía cuatro meses de embarazo. Doña Cleotilde Cota de Monteverde, quien fuera una hermosa y gentil mujer y es ahora una venerable anciana de 90 años, cuenta la historia de “La ahorcadita” que a ella, siendo niña, se la contaba su madre, doña Rosario Cota, hecho que ocurrió en los años de la abundancia de los cañaverales y los trapiches, en esos tiempos movidos por bestias. La historia es la siguiente: En una huerta de Todos Santos llamada “La diabla” vivía Matilde con su esposo, su suegra y un cuñado de escasos nueve años de edad que era mongoloide. Recién casados -la joven tenía 18 años- el feliz matrimonio esperaba con ilusión la llegada de su primer hijo. El día del trágico suceso, su esposo se había ido a sus labores en los cañaverales mientras que Matilde se ocupaba en atender un sembradío de calabazas que ya estaban a punto de sazonar. Estaba la joven ocupada en su faena cuando, para su mala suerte, pasó cerca del calabazar Astolfo Monteverde, antiguo conocido de ellos, quien la saludó alegremente diciéndole: --“¡Qué chulas están tus calabazas, Matilde!— El muchacho siguió su camino, pero la suegra celosa en extremo mal interpretó la frase, por lo que dirigiéndose a su nuera le espetó, furiosa: “¡Eres una coqueta!” a la par que con la mano del metate la golpeó repetidas veces hasta que su cuerpo quedó inerte sobre el suelo, junto a las hornillas.

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La perversa suegra, desesperadamente, trató de simular un accidente tumbando la enramada y dejándola caer sobre la infortunada Matilde. Así pasó la mayor parte del día hasta que llegó su hijo quien creyó todo lo que su madre le contó sobre el accidente. Puestos de acuerdo, colocaron el cadáver en un cuero de res y la arrastraron al monte a altas horas de la noche. Caminaron varios kilómetros alumbrándose con hojas de palma encendidas hasta hallar un árbol de Palo Blanco y en él la colgaron para que la gente del pueblo creyera que se había suicidado. A los ocho días un niño encontró el cadáver en descomposición y dio aviso a las gentes del pueblo quienes, al enterarse, se quedaron sorprendidos, al borde del espanto, por el cruel asesinato. Acudieron las autoridades hasta el árbol de Palo Banco y decidieron sepultar allí mismo a la infortunada Matilde. Se descubrió la verdad de lo sucedido porque el niño que vivía con ellos delató a su madre diciendo la forma en que había matado a la joven señora. Madre e hijo fueron enviados a la prisión de Santa Rosalía donde la asesina murió en la bartolina, y el esposo de Matilde cuando cumplió su condena, salió de la cárcel y se perdió en el tiempo y en el olvido. A tantos años del suceso, “La ahorcadita” es una fuente de milagros, especialmente para las mujeres que anhelan tener hijos. Pero para lograr un favor de ella se tiene que ir rezando por el camino principal monte adentro, hasta llegar a la tumba de Matilde. Y el rezo se debe hacer por el niño, por el hijo que nunca nació por haberle causado la muerte su propia abuela en el mismo vientre de su madre.

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El lago sagrado de los guaycuras En la cordillera que recorre a lo largo la parte sur del Estado de Baja California Sur se encuentran dos sierras que reciben el nombre de La Laguna y San Lázaro. La primera localizada frente a los pueblos de Todos Santos y El Pescadero; la segunda a un lado de la ciudad de San José del Cabo. Por sus especiales características, la sierra de La Laguna dio origen a la siguiente leyenda: El padre jesuita Juan Jacobo Baegert, quien estuvo 17 años como encargado de la Misión de San Luis Gonzaga, escribió en 1772 su libro Noticias de la Península Americana de California, en el que describe las formas de vida de los grupos tribales de esa región, sus características raciales y las condiciones geográficas de esa amplia zona central de Baja California Sur. Respecto a esto último, Baegert dice, entre otras cosas: “En California hay que temer todo menos ahogarse en agua, y por otro lado si es fácil morirse de sed...” No lo habría dicho si hubiera tenido la oportunidad de conocer el sur de la península, particularmente la región de la sierra de La Laguna, donde las tribus de los guaycuras tenían su lago sagrado. Hace muchos años, antes de la llegada de los españoles a California, existían varias tribus indígenas que habitaban diversas regiones, entre ellas los cochimíes, los huchitiés, los coras, los aripas, los guaycuras y los pericúes. Los guaycuras, que eran los más numerosos, tenían sus lugares para vivir en la región que comprende lo que hoy es el municipio de La Paz, desde el poblado de Santa Rita, al norte, hasta las comunidades de Los Barriles y Todos Santos, al sur. Cada año, en los meses de agosto y septiembre, los guaycuras, acompañados de sus familias, especialmente de los hijos recién nacidos, iniciaban un largo recorrido para llegar a la cima de la sierra de La Laguna donde tenía lugar la ceremonia en honor a Guaymongo, su dios hacedor de los cielos, la tierra y el mar. Por diversos rumbos llegaban los grupos indígenas al lago sagrado rodeado de altos y hermosos árboles propios de las zonas montañosas. Por empinadas laderas y senderos peligrosos, los hombres, las mujeres y los niños subían lentamente, mientras que las aves canoras alegraban con sus trinos los hermosos paisajes que se contemplan en la parte alta de la sierra. Al llegar a su destino, las familias se aposentaban alrededor de la laguna, contemplando con admiración la quieta y límpida superficie líquida que allí, en medio de frondosos encinos y pinabetos, se ofrecía como un paraíso para los agobios de los visitantes.

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Horas después, repuestos de las fatigas de viaje, iniciaban las ceremonias en honor de Guaymongo, acompañadas de cánticos y bailables dirigidos por el Guama, el hechicero de la tribu. Al final de los actos rituales, las madres bañaban a sus hijos en la laguna como ofrenda a su dios y para que nunca dejaran de venerar y cuidar ese lugar, tan arraigado en sus costumbres y creencias. Al cabo de cinco días de convivencia, los indígenas iniciaban el descenso, para retornar a su actividades cotidianas que consistían en la recolección de frutas, la cacería y la pesca. Pero muy adentro de su corazón llevaban el recuerdo de su lago sagrado que allá, en lo alto de la sierra, los esperaba cada año para ofrecerles nuevos impulsos que les permitieran vivir en esta tierra inhóspita, árida y de clima extremoso, donde el agua era el don más preciado que su dios les había regalado. Cuentan que durante los años de las exploraciones españolas, y aún en los años de la conquista espiritual por los misioneros jesuitas, los indígenas continuaron con sus procesiones al lago hasta que, descubierto su lugar sagrado, ellos mismos abrieron canales para desecarlo, y evitar así que otros ojos contemplaran lo que por siglos había sido el centro ceremonial más importante de los californios.

Leonardo Reyes Silva (Santa Rosalía, 1930). Profesor. Se ha desempeñado como director del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, subdirector de Cultura y Cronista del Municipio de La Paz. De una extensa lista de libros publicados por nuestro invitado, destacan Historia de Baja California Sur, Mis recuerdos del Valle de Santo Domingo, Cancionero Sudcaliforniano, Casos y cosas de La Paz, y Mitos, leyendas y tradiciones sudcalifornianas y, recientemente, Historia del Municipio de La Paz.

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Néstor Agúndez. Apuntes biográficos. El pueblo y sus personajes Juan Melgar

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¿Más datos de la infancia? Volvamos a ella, pues. La ventaja de seguir en este presente que no existe, que no se deja atrapar, es que podemos viajar al pasado lejano para ése sí, capturarlo y re-vivirlo: me acuerdo muchísimo y muy bien, como si acabara de pasar, de mi vida en la Escuela de Párvulos que fundara en Todos Santos la insigne educadora Rosaura Zapata Cano, y que en mi época estaba dirigida por la profesora Elisa Agramont. El Jardín de Niños es fundamental para el desarrollo de los educandos: allí se aprende a convivir con los demás y a ser disciplinado jugando y socializando en las actividades escolares. Tengo magníficos recuerdos de aquella época. Mi infancia fue pobre y feliz. Fíjate que dije “y feliz” y no “pero feliz”. No es asunto de gramática, pero una simple letra hace la diferencia. Nunca supimos de tristezas mis hermanos y yo. Mi madre fue la señora Margarita Martínez Sánchez, hija de Rafelito y Guadalupe Sánchez de Martínez, la pantalonera del rumbo, a la que acudían los galanes cuando estaban próximas las fiestas del pueblo. Tres meses antes la abuela cosía ya alteros de cortes de dril y de mezclilla. Cuando los festejos llegaban, ya había ajuareado a los jóvenes todosanteños. En este momento estoy sintiendo el aroma del té que ella hacía y que tenía en unas ollas de barro: hojas de naranja o cáscaras secas envueltas en papel estraza que había guardado. Una viejita encantadora. A mi abuela paterna no la conocimos, pero sí a Don Sacramento Agúndez, procedente de Cabo San Lucas. Nunca nos dijo quiénes eran nuestros parientes allá. Lo oigo en este momento cantar canciones sin mucho sentido a mis hermanitas, sobre sus rodillas : (“Pello cómo, pello cómo…”) Tengo también en la memoria recuerdos terribles, contados por los más viejos de la familia. Mi tío Trino y otro ranchero venían de la sierra con una mula cargada de quesos para vender en el pueblo, y los federales los aprehendieron en el camino acusándolos de espías orteguistas. Sin avisar a sus parientes, con una gran perversidad, los arrodillaron frente a la fosa que les habían obligado a cavar y les dispararon, matándolos. Nunca he podido entender ni asimilar ese pasaje de la vida de mi familia. Odio la violencia. Odio las guerras. Pero vamos a temas más agradables. Este es un pueblo para ser compartido con la gente de buena voluntad, que sepa estimar sus bondades. Un pueblo para vivirse recorriendo sus calles, aspirando el aroma de sus huertos; para recordarlo a través de sus personajes. Allá, mira, por aquella banqueta alta estoy viendo pasar desde el asombro de mis ocho años a una señorita muy distinguida( Cota ) nieta del general Manuel Márquez de León, con su blanco vestido de amplios holanes hasta el negro botín, y sus mangas largas con encajes; la mano izquierda está colocada con gracia en la cintura breve y en la derecha lleva la sombrilla, blanca también, sobre su peluca. Camina con suave paso y susurra canciones (que ahora sé eran arias de ópera) sólo interrumpidas para responder el saludo de sus 38


conciudadanos: “Buenos días” “Buenas tardes”, para volver al canturreo discreto y al ensimismado paseo. Eran sus paseos y su figura como estampas de otra época: del siglo diecinueve en el veinte, que por caprichos de la evocación traigo yo al veintiuno. Frente a esa imagen afrancesada del Porfiriato pondría yo otra más popular y más cercana: la de La Cachana, una mujer que recorre también las calles, los callejones de este mágico pueblo, recordándonos a todos lo frágil que es la razón. A diferencia de aquella dama de alcurnia, La Cachana viste harapos; su andar es poco elegante y sus saludos estentóreos y vulgares, pero también conquistó los corazones que no distinguen clases sociales ni valoran a la gente por lo que tiene; que a veces es nada, como en el caso de esa mujer sin posesiones.

Es la Cachana del día, de noche y de madrugada, siempre fue, cual la fregada, taloneando noche y día. Que cuántos años tenía, siempre yo le preguntaba y riendo me contestaba que ella nunca lo sabía. Yo sólo puedo decirte no soy un ángel alado y el corazón voy a abrirte: desde siempre he taloneado y en mi vida, sin mentirte kilos de macho me he echado.

Minachi es otro extraviado que en los rincones y callejuelas de Todos Santos encontró la paz. Era un demente pacífico, dulce, amoroso. En su juventud había sido alegre y bailador. Se fue a Los Ángeles, donde se dedicó a recorrer los centros nocturnos y a extrear en Hollywood. Vivió Minachi varios romances, pero lo marcó uno que tuvo con una prostituta negra. Era posesiva la mujer aquella y lo reventó. Regresó al pueblo a fines de los años treinta. Un bailarín

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extraordinario, muy querido por la gente y por las señoritas que se lo disputaban para bailar con él. Vestía de blanco, tocado con sombrero panamá –muy a lo pachuco—y era muy chiflador. Cuando de plano perdió la razón se fue a vivir a una huerta. Subía al pueblo por las mañanas; como las liebres, volvía a su revolcadero a las dos de la tarde y ya no regresaba sino hasta el día siguiente. Recalaba en mi casa y mi madre le daba de comer. Tenía una lata vieja en la que metía lo que le daban. Se iba comiendo aquel potaje por la calle. Se sentaba en las esquinas de las banquetas a hacer nada. Nunca los niños lo molestaban. ¿Su locura? Un mal día había recibido una carta de Los Ángeles y al abrirla, juran los testigos que empezó a hacer cosas raras. En la carta, decían, le había mandado la maga negra aquella unos polvos que al aspirarlos lo enloquecieron. Contra su costumbre, Minachi subió una tarde al pueblo. Lo vi y me di cuenta que estaba mal. Venía envuelto en una cobija. Se acostó sobre la humedad que se formaba en el bebedero de la escuela. Mandé buscar un taxi para que lo revisaran los médicos y ellos confirmaron mi sospecha. Murió el 24 de diciembre. En misa, el padre Hipólito dijo: “Nachito escogió este día para morir, para que no lo olvidemos”. Fue un ser humano extraordinario, que vivió, a su manera, feliz. Ha de estar seguramente en el cielo, porque nunca le hizo daño a nadie. Conservo un tesoro de él: un costalito con monedas de escaso valor que él hubo enterrado en el patio de una casa y que guardo en el Centro Cultural. María León, la Bruja Blanca, es otro de nuestros personajes populares destacados. Es una curandera que atiende desahuciados. A sus pacientes los maltrata duramente antes de atenderlos y medicinarlos. Les pone unas regañadas de padre y señor mío. Y tiene mucha clientela, hasta eso, entre los que se cuentan personajes de la política local y de fuera. Una vez llegaron unos reporteros de la televisión alemana para hacerle un reportaje. Vinieron a pedirme que fuera enlace para la entrevista, y los llevé. Le expliqué a María que venían de Europa y que querían llevarse imágenes de ella y de sus rituales. Aceptó, “pero no estoy preparada para una curación. Aunque puedo hacerles un poteforme como que estoy curando, y usar a mi sobrina que aquí está…” Le hizo limpias, le pasó el huevo por todos lados y ya salimos de su santuario que tiene, tan arreglado, para trabajar. Entonces el camarógrafo me mostró el monitor donde aparecía ella. Le enseñé sus imágenes y se norteó: salió gritándole a sus vecinas para que vieran cómo era que se la llevaban en una caja para Alemania: “¡Vengan, cabronas, a ver esto, verán!”. Luria, se puso. El Posada era un tipo fantasioso que vivió aquí a principios del siglo anterior. Contaba entre sus historias que él vivía en San Pedro con la Tía tal y tal, y que de repente llegaba Doña Carmelita Romero Rubio desde México a quedarse unos días en aquella ranchería, y que él era el encargado de sacar el bacín de la Primera Dama 40


en la mañana. Imagínate a la estirada esposa de Don Porfirio viviendo en una casita de vara trabada, en este fin del mundo. Decía también que había un tal padre Sánchez, un verdadero vaquetón que engañaba a los feligreses: “Hijitos –decía-- el jueves voy a ir al cielo; los que quieran escribir carta a sus parientes muertos, dénmelas y se las llevo”. Se metía en una cueva por el arroyo y allí leía las cartas, las que respondía él mismo recomendando que le dieran al cura (él) algún cochito, una vaca, un terrenito… Contaba cómo él y otros lo sorprendieron un día en la cueva donde se escondía a contestar las cartas y desnudándolo, lo llevaron a punta de azotes hasta Todos Santos. Tomado de Melgar, Juan, Cien de catorce. Sonetos de Néstor Agúndez, La Paz, Gobierno del Estado de Baja California Sur-ISC-XII Ayuntamiento de La Paz-Conaculta, Colección Divulgación, 2008.

Juan Melgar (Santa Rosalía, 1944). Profesor, reportero, redactor, guionista en XEEP Radio Educación, de 1973 a 1989, y luego director de Información de la emisora. Guionista del programa Notimundo, de Canal 13, director de radio en el Sistema de Radio y Televisión de Guerrero y director de Radio Cultura Sudcaliforniana. Colabora en publicaciones locales, autor de Hombre delgado al garete, Premio Regional Ciudad de La Paz 2006 y Cien del Catorce. Sonetos de Néstor Agúndez.

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Vacaciones para una gata* Olga Freda Cota

Muchas veces había pasado las vacaciones en casa de la Tía Pima, como la llamábamos cariñosamente, o con la señorita Epigmenia, como la conocía todo el pueblo. La verdad es que no era mi tía ni nada parecido, pero a la buena Micaela, que trabajaba en las labores de la casa desde que mi mamá era una niña, le gustaba llevarme con frecuencia a su tierra y desde mucho tiempo atrás me había prestado a la Tía Pima, de tal modo que la sentía completamente mía. Su tierra, como ella le decía, quedaba a unas cuantas horas en ferrocarril, sólo que el viaje se alargaba enormemente debido a que el tren iba deteniéndose en cada estación, que por cierto el garrotero se encargaba de ir anunciando con toda anticipación: ─Los Reyes, Santa Clara, San Lorenzo... ─iba gritando mientras recorría todos los vagones; el tren tenía por destino final la ciudad de Oaxaca, pero cuando gritaba: ─Santa Rita, próxima estación ─empezábamos a recoger todas nuestras cosas y nos acercábamos a la puerta de salida. Durante las paradas algunos pasajeros, a través de las ventanillas o bien bajando del tren, compraban tacos, sopes, enchiladas, tamales y jarros con pulque, y no siempre se subían al momento que el garrotero gritaba: ─Vámonooos ─así que éste tenía que jalarlos de la ropa para ayudarlos a subir y no perdieran el tren. A veces había quien compraba hasta alguna gallina, a la cual teníamos que soportar como un pasajero más. Aquella mañana muy temprano estábamos listas para partir una vez más a su pueblo; yo estaba especialmente feliz, pues llevábamos a mi gata al paseo. Todo transcurrió como de costumbre: un taxi nos llevó a la estación de Buena Vista donde abordamos nuestro tren, y después de lo que me pareció una eternidad, por fin llegamos. ─¡Rápido niña, coja su bolso, pronto, que el tren arranca! ─ exclamó Mica. Quedamos cubiertas de humo y polvo que el ferrocarril al partir nos había arrojado encima; miré a mi alrededor y vi como siempre los cerros cubiertos de magueyes, bellísima planta de donde diariamente se extrae el aguamiel el que al fermentar

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recibe el nombre de pulque, bebida muy apreciada desde los aztecas y la cual ingerían en todas las comidas desde niños hasta ancianos en gran parte del centro del país. A lo lejos divisé la torre de la Iglesia de San Antonio, que sobresalía entre los tejados de las casas. Volviéndome hacia una de las bolsas de ixtle que Mica cargaba, le dije: ─Dame a mi gata. ─Ni lo sueñe, no quiero que empiece a dar lata, déjela tranquila ─me contestó. Yo me di cuenta cómo mi gata se agitaba y maullaba en forma lastimera dentro de la bolsa en que viajaba, pero decidí callarme. Y empezó la caminata; Mica adelante, apurándome siempre y yo corriendo detrás suyo tratando de alcanzarla. Nunca comprendí cómo podía cargar tantas cosas, pues llevábamos aparte de mi gata, bultos con frijol, arroz y azúcar como regalo para sus tías, así como calendarios que nos habían regalado en la fábrica de velas, títeres con la cabeza de barro, dulces, cintas para el pelo, velas, sal de uvas y aspirinas, todas ellas cosas que era posible vender en la tienda. La tienda no tenía ningún letrero con su nombre, pero para mí era un sitio fascinante, con aquellas vigas de madera carcomida sostenidas por anchísimos muros de adobe, blanqueados con cal y tapizados de calendarios viejos que se seguían acumulando año tras año. Tenía un largo mostrador pintado de azul que tenía encima varias de las mercancías que ahí se vendían, como veladoras, cerillos, jabones, manojos de ocotes, refrescos, cajas con hilos, cordones de colores para adornar el cabello, y no sé cuántas cosas más. En uno de los rincones del cuarto había costales con maíz seco desgranado y en otros lados carbón y leña apilada. Del techo colgaban reatas de diferentes largos y grosores, así como unas tiras de papel enmielado en las cuales se quedaban pegadas a manera de pasitas las golosas moscas que atraídas por la miel ahí llegaban. A mí me encantaba ayudar a atender a los clientes, en especial despachar los granos de maíz porque como ahí no había báscula, lo tenía que hacer llenando una cajita de madera llamada cuartillo. Lo mejor de todo era, sin duda, venderme los deliciosos macarrones hechos de leche con canela que elaboraban en casa de alguna de las familias del lugar y que entregaban todos los viernes a la tienda. Esos dulces eran mi locura y para poderlos 43


DOSSIER

Marina Verdugo

comprar, con los ahorros que llevaba, la Tía Pima me permitía ponerlos en oferta de tres por uno. A medio día la tienda cerraba su enorme portón que tenía, en vez de cerraduras, una tranca.

Yo me sentaba afuera en un escalón a ver pasar a la gente, especialmente, a contemplar la fuente semicircular de piedra que había al fondo de la callejuela y a la cual llegaban a beber los burros que, de cuando en cuando, eran empujados a un lado por algún muchacho que venía a llenar sus baldes para acarrear el agua hasta no se qué distancia.

Todos estos recuerdos estaban en mi mente, mientras mis pies seguían el último tramo de la calle empedrada y ahí estaba por fin el portón esperado, extrañamente cerrado a esa hora del día.

─Qué raro ─dijo Mica ─jamás está así a esta hora. Empezamos a golpearlo con una piedra, gritamos, golpeamos y volvimos a gritar, pero nadie acudió a nuestro llamado. Dimos vuelta a la esquina y por un hueco de la barda vimos el patio que parecía abandonado; la maleza había sustituido a las plantas que con tanto amor cultivaba la Tía Pima, el borde de aquel pozo maravilloso, en cuyo fondo brincoteaban las estrellas, estaba con las macetas totalmente secas y, además, hasta donde alcanzábamos a ver, los cuartos también se veían cerrados.

─No se mueva de aquí, en seguida vuelvo; voy a preguntar a la vecina a ver si sabe qué pasa ─me dijo.

─Voy a sacar a mi gata ─pensé, pero como si Mica me hubiera escuchado, levantó la bolsa de ixtle y exclamó:

─Mejor me la llevo, no sea que se le ocurra sacarla.

Me recargué cansadísima a esperar y pensé en el cuarto en que siempre me hospedaban, su gran cama con cabecera de latón, en las sábanas y fundas blanquísimas y la hermosa colcha de ganchillo en cuyos huequitos me encantaba meter los dedos e imaginar que era yo quien la estaba tejiendo. Recordé a los santos y vírgenes de caras sonrosadas y ojos de vidrio que se encontraban encima de los roperos y cómodas que, según oí una vez, los habían llevado a esconder en aquella casa durante una persecución religiosa ocurrida mucho tiempo atrás y que se llamó la Guerra Cristera; sin embargo, no supe por qué las imágenes se quedaron en forma permanente.

Los santos que parecían tener sobre mí su fija mirada, me hacían sentir intranquila, especialmente a la hora del baño, el cual se realizaba en la recámara, en una tina de lámina que iban llenando poco a poco con cubetas de agua caliente que acarreaban desde el otro lado del enorme patio.

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Recordé también la cocina, tan limpia y con aquellas cazuelas colgadas en las paredes y acomodadas de la más grande (en la cual la podría yo caber sentada a pesar de mis seis años) hasta la más pequeña, que era del tamaño de mi mano.

Estaba también en la cocina una tosca mesa cubierta siempre con un bello mantel bordado de flores en punto de cruz y que tenía encima un molcajete con la rica salsa de tomates con chile, de la cual brotaba el atrayente olor del cilantro, además de un guajolotito de vidrio conteniendo la sal que uno podía espolvorear con los dedos. De pronto escuché los pasos de Mica que, llegando al lado mío, me dijo: ─Según parece mi Tía Aurorita enfermó y mi Tía Pima fue para cuidarla, así que tendremos que caminar hasta allá. ─Primero quiero a mi gata, en este preciso instante, ¿entiendes? ─dije furiosa. ─Lo único que entiendo es que si no camina, se queda. ─Allá usted si pasa algún roba chicos ─me dijo. ─Tú no tienes piedad de una niña como yo, te voy a acusar con tus tías para que te regañen muy fuerte. Ella ni siquiera se molestó en contestarme y simplemente siguió caminando. Cuando llegamos a casa de su Tía Aurorita empujamos la puerta y cruzamos el patio limitado por arcos de ladrillo rojo; al llegar a la cocina la Tía Pima salió a recibirnos y yo la miré exactamente igual que el año anterior y que el anterior a ese, igual que todos los años pasados; pequeñita, muy delgada, vestida de negro con su viejo rebozo cubriéndole la cabeza y con aquella boca de labios delgadísimos que me recordaban la hendidura de mi alcancía. ─¡Pasen, Mica, qué gusto niña, pasen, pasen! ─nos dijo afectuosamente. Desde el fondo de la cocina se escuchó la voz de la Tía Aurorita diciendo: ─¿Quién es Epigmenia?... Epigmenia, ¿quién llega? ─Es Mica y la niña que vienen de la ciudad. ─No dejes entrar desconocidos Epigmenia, ¿me escuchas? 45

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Casi pude oler aquella sopa de fideos tan deliciosa que la Tía Pima preparaba para mí, en un pequeño anafre, donde en maravilloso equilibrio estaban la olla de frijoles y la cazuela con la sopa aguada, y casi percibí cómo la tía avivaba el fuego con un soplador tejido con hojas de palma.


Con una mirada de infinita paciencia la Tía Pima nos dijo: ─Dejen que se calme, ya no entiende nada y lo que es peor, cree que los franceses nos han invadido de nuevo y quiere ir a Chapultepec para hablar con el Emperador Maximiliano. La vieja aquella no lograba distinguirnos con sus cegatones ojitos y empezó a chillar y rechinar los pocos dientes que aún le quedaban. Mica se acercó respetuosamente y la saludó al tiempo que besaba la arrugadísima mano que la vieja le extendió; después nos sentamos cerca del brasero, en unos banquitos. ─Como ves, Miquita he tenido que venirme acá para no descuidar el negocio que le dejó a Aurorita tu tío Rafael, que Dios tenga en su Gloria. ─Pero no creas que va nada bien; afortunadamente, hace como mes y medio se mataron cinco personas en un choque en la curva a la entrada del pueblo y gracias a eso pagamos unas deuditas y la hemos ido pasando. Mica guardó silencio unos segundos, después abrió lentamente la bolsa de ixtle y por fin dejó salir a mi sorprendida gata, diciendo al mismo tiempo: ─Por cierto, tía, hemos traído a la gata de la niña para que se quede aquí de vacaciones. La gata asustada saltó y se metió bajo uno de los banquitos; al poco rato se estiró, maulló suavemente y empezó a curiosear. ─¡Mira qué bonito animal, es gris con patitas blancas!, parece que tiene guantes ─exclamó la Tía Pima mientras pasaba su mano sobre el lomo suave y peludo de mi gata. ─Pues sí, tía, pero es retecochina; la última que hizo fue orinar el colchón de la señora y ya imaginará la que se armó ─le respondió Mica. ¡Vaya si se armó!, pensé para mis adentros y recordé a Mica correteando a escobazos a la gata y dejando trozos de popotes por toda la casa mientras gritaba desaforada: ─Maldito animal, desgració la cama. Tuvieron que llamar a una mujer llamada Doña Inés, que se encargó de lavar la funda del colchón y toda la lana del relleno para luego ponerla extendida en el suelo del patio para que el sol fuera secándola en el transcurso de los días. Después la apaleó sin piedad durante muchísimas horas con unas varas de membrillo para aflojarla, según dijo y por fin retacó de nuevo el colchón y cerró con hilo y aguja la abertura por donde lo había hecho vomitar toda su lana.

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Mica y las tías tantito hablaban de sus enfermedades, de que si el licenciado las había robado, de con qué frecuencia debían ir a Tlaxcala, la capital del estado, para seguir el juicio que tenían pendiente por una tierritas que los bastardos hijos del tío Rafael querían quitarle a Aurorita... Yo me sentí cansada de tanta plática, cargué a mi gata y salí al patio a respirar un aire más puro que el que aquellas viejas despedían. Fui primero a asomarme al pozo y miré aquella rueda luminosa que allá en el fondo formaba la luz con la superficie del agua; me encantaba gritarle palabras por su enorme bocaza de piedra y oír como las repetía el eco. Luego caminé entre los portales del patio y llegué a uno de los cuartos que llamó especialmente mi atención porque por los cristales de la puerta miré en el interior muchísimas cajas para muerto, incluso algunas recargadas en las paredes. ─¡Vaya! ─pensé ─así que ese era el negocio que heredaron del tío Rafael. Las había de varios tamaños, casi todas forradas de tela gris con plisados y holanes en las orillas adornando la tapa y el interior de la caja. Sólo las más pequeñas, para niños, eran de color blanco por fuera y por dentro. Se me ocurrió que la gata y yo nos metiéramos en ellas, así que busqué una para mí y otra de las más pequeñas para la gata, que empezó a ronronear y se enroscó dispuesta a dormir. Yo acababa de acomodarme dentro de la mía cuando la Tía Pima apareció: ─¿Qué estás haciendo aquí? ─me dijo con cierta brusquedad: ─éste no es un lugar para jugar. ¿No comprendes que si se maltratan la gente ya no las compra? No entendí el por qué de su enfado, ya que ningún muerto se daría cuenta si estaba o no un poco arrugado el interior del féretro, pero obedecí en seguida. Cargué a mi gata y nos fuimos a jugar, a corretear a las gallinas en los corrales. Era casi de noche cuando me llamaron para merendar. Nos dieron un poco de pan de dulce y café con leche. Cuando terminé, Mica me llevó a acostar a uno de los cuartos, me metió en la cama y me dio las buenas noches apagando la única vela que había y sin darme tiempo a ningún tipo de protesta. Estuve largo rato tratando de penetrar la oscuridad, pero era imposible. Casi empezaba a dormirme cuando empecé a sentir comezón en mis hombros y en la espalda, al cabo de un rato sentía verdaderos mordiscos. Busqué con mis dedos y sentí un pequeño globito justo en mi cuello, lo apresé y lo sentí caminar dentro del hueco de mi mano. El cuello me ardía, así que lo apreté con furia y el globito reventó, dejando un líquido viscoso entre mis dedos. Entonces me di cuenta de que tenía muchos globitos deslizándose por mi cuerpo; reventé no sé cuántos, estaba desesperada y lloraba en silencio, añoraba la compañía de mi gata en aquellas larguísimas y horripilantes horas. 47


Por fin, los encajes de la cortina empezaron a dejar entrar la tenue luz del amanecer y fue entonces que empecé a ver mi cuerpo cubierto de enormes ronchas y mis dedos untados con sangre; de pronto descubrí en un pliegue del colchón una de aquellas asquerosas chinches que me habían torturado durante la peor noche de mi vida. Poco después salí del cuarto y me lavé en un balde de agua helada que sirvió para calmar el ardor de mi piel. Más tarde llegué a la cocina, donde estaban las dos viejas exactamente en la misma posición que el día anterior; me pregunté si ellas habían dormido o habrían permanecido así toda la noche. La mañana fue transcurriendo mientras la Tía Pima cocinaba el almuerzo, que deberíamos comer antes de emprender el regreso a la estación para alcanzar el ferrocarril de las doce. Salí en busca de mi gata, yo sabía que era perezosa y estaría en algún rincón tomando el sol; la voz de Mica llamándome a almorzar interrumpió mi búsqueda. En la cocina la Tía Pima había preparado unos gusanos de maguey muy doraditos que comimos felices con tortillas y aguacate. Después nos sirvió unos trocitos de carne suave y muy bien sazonada; ellas bebieron su jarro con pulque, pero yo preferí agua de limón. ─Bueno ─dijo Mica al poco rato ─, nos vamos tía, no vaya a ser que no alcancemos el tren. Hubo abrazos y recomendaciones; la Tía Pima lloraba, pues, según dijo, a lo mejor la próxima vez que volviéramos no nos vería porque ya Dios la habría llamado a su lado. ─No, tíita, no diga esas cosas, ya verá que estará aquí contenta y con salud con el favor de Dios. Cuando íbamos llegando al portón, oímos la voz de la tía Pima que desde la puerta de la cocina gritaba: ─Mica, Mica, llévate esa matita de yerbabuena que está a la bajada. ─Gracias, tía, que Dios le dé más ─le contestó. Mientras Mica buscaba la planta, algo en el suelo llamó mi atención, lo recogí y al verlo lo arrojé horrorizada; era un trozo de piel con pelos grises que reconocí al instante. Me sentí mareada y la carne suave y sazonada empezó a agitarse dentro de mi estómago. Miré hacia atrás y ahí estaba la Tía Pima agitando su mano para despedirnos y sonriendo con su boca de alcancía. 48


Olgafreda Cota Gándara (Ciudad de México). Cursó la carrera de maestra de educación primaria en la Escuela Nacional para Maestros y la de biólogo en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Trabajó como maestra de educación primaria, de biología en la Universidad Femenina de México y del área de acuacultura en el Centro de Estudios Tecnológicos del Mar en La Paz hasta su jubilación. Es autora del libro de poesía infantil Algo pequeño para pequeños, Vacaciones para una gata y El color que no puedes ver, con el que obtuvo el Premio Estatal de Novela 2010. *Texto ganador del XXX Concurso Anual de Cuento de Todos Santos 2006 y publicado en Olga Freda Cota, Vacaciones para una gata, La Paz, Gobierno del Estado de Baja California Sur - Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2008, pp. 9-19.

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Inventario de los cuentos todos de Todos Santos Ramón Cuéllar Márquez

CATEDRAL DE LETRAS

Los concursos literarios son un foro de expresión que nos permiten difundir la obra, pero, sobre todo, exponerlo a la crítica y al dictamen de un jurado. En Baja California Sur los premios de literatura son una tradición, aunque en algunos casos van y vienen y en otros aparecen y desaparecen. Uno de ellos es, precisamente, el Premio de Cuento Todos Santos, que se ha consolidado con los años y que no le han dado carpetazo sexenal ni trianual, sino que se ha recuperado como un estímulo cultural para fomento de la lectura y la promoción de escritores nuevos y viejos. No obstante, este concurso, dentro de su historia, tiene una serie de deslices y olvidos burocráticos que prácticamente borraron los cuentos ganadores, pues las administraciones de gobierno municipal paceño no hicieron un archivo ni tampoco un registro de autores. A este descubrimiento llegaron José Antonio Sequera Meza y Alejandra López Tirado cuando idearon el proyecto de hacer un libro de los cuentos ganadores. Ellos pensaron que sólo había que ir a los archivos de cultura municipal, sacar copias de los cuentos, levantar el censo de ganadores y listo. Pero no. El asunto terminó siendo un largo trabajo de investigación que involucró a muchos que dieran datos de quiénes habían ganado por año. Así, descubrían un nuevo autor con su cuento, y ese mismo les proporcionaba un indicio nuevo, una pista que los guiaba a otro (yo mismo colaboré en determinado momento, cuando Antonio me preguntó si yo no conocía autores o si no tenía material del premio; le contesté que yo había ganado una mención especial en 1985 y que ese año lo ganó Manuel Lucero; obviamente, me pidió el cuento, pero lo perdí en alguna parte de tantas mudanzas en el D.F.). Así se hizo y se escribió Inventario de los cuentos todos de Todos Santos. Al leer el libro vamos también descubriendo que faltaron algunos años que quedaron en el olvido y la indiferencia, en la rutina de entregar el premio como un trámite y no como un proceso de preservar la literatura municipal o estatal. Con toda justicia debemos aplaudir la tesonería y entrega de Antonio Sequera y Alejandra López,

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pues gracias a ellos tenemos un registro real de ese premio literario. Está seccionado por años, con fichas de los escritores y de sus cuentos ganadores, lo que deja observar la evolución de la narrativa a lo largo de más de treinta y cinco años (tiempo que tiene el mencionado concurso), a pesar de las ausencias notorias, que esperamos se hagan presentes al leer el libro, para que se abra la posibilidad de una edición corregida y aumentada. Un buen libro no sólo por su carácter académico y de investigación, sino por su ordenada lectura, que nos deja un grato recuerdo, hasta nostálgico, del desarrollo literario y de la capacidad creadora de nuestros escritores.

Sequera Meza, José Antonio y Alejandra López Tirado, Inventario de los cuentos todos de Todos Santos, México, Gobierno del Estado de Baja California Sur-ISC-Conaculta, 2008.

Ramón Cuéllar Márquez (La Paz, B C S , 1966). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha escrito poesía, cuento, novela y ensayo en periódicos, suplementos culturales y revistas nacionales. Ha recibido diversos premios literarios. Es autor de tres libros de poesía: La prohibición del santo, Los cadáveres siguen allí y Observaciones y apuntes para desnudar la materia; tres novelas: Volverá el silencio, Los cuerpos e Indagación a los cocodrilos; y un libro de cuentos: Los círculos. Actualmente es Presidente de Escritores Sudcalifornianos, A.C.

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