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Tribuna

A2 Correo del Caroní

Ciudad Guayana martes 12 de noviembre de 2013

Ranchitos

ellos Dicen

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“A nosotros no nos sacan ellos (el gobierno) a nosotros nos sacan los trabajadores que fueron quienes nos eligieron. Sea quien sea, nosotros lo que estamos es defendiendo los intereses de los trabajadores y no nos van a doblegar con su manipulación politiquera”. RUBÉN GONZÁLEZ, secretario general de Sintraferrominera

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“Hay muchos rumores irresponsables por allí sobre mi futuro, lo mismo de siempre!!! Espero pronto poder compartir con ustedes noticias 2014”. PASTOR MALDONADO, piloto de Fórmula Uno

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“A partir de hoy iniciamos con la recuperación, mejora y modernización del Terminal Monseñor Francisco Javier Zabaleta, que cuenta con una inversión de 9.9 millones de bolívares. Esperamos que el 2 de julio de 2014 sea inaugurado”. JOSÉ RAMÓN LÓPEZ, alcalde de Caroní

El insulto

Venezuela es una piñata

/ Milagros Socorro

E

stán las expresiones violentas alusivas a la madre, que ofenden, desde luego, pero se montan sobre un campo vago: el agresor no conoce a la madre del aludido; en realidad, la madre mentada no es meretriz ni anda buscando al bocón para repasar el inventario sexual; y pueden ser usadas por ambos bandos de la contienda: “Tu madre”, “la tuya”. Están también los insultos sacados del inagotable pozo del machismo. En las sociedades atrasadas, la sexualidad de las personas es asunto de curiosidad ilimitada e insumo para el agravio. Esta rama del improperio va perdiendo pegada en la medida en que avanzan las mentalidades, los derechos y la legislación al respecto. Pero queda una ofensa que sigue quemando, debido a que, por lo general, sí suele tener alguna base, aun cuando se remita a hechos de un pasado lejano o sea una exageración mezquina de parte de quien la profiere. Es la que dice: “Te maté el hambre” o “le mataron el hambre a tus hijos”. Este es un señalamiento tan ultrajante como el de ladrón o traidor a tu país. Decir que te han matado el hambre es vejarte de incapaz para hacerte cargo de tus necesidades más básicas, de pedigüeño, de arrastrado ante la mano que te echa de comer. Este vilipendio corre parejo con la advertencia de que, una vez que te han matado el hambre, tu voluntad queda sujeta a quien te echó de comer, que puede recordarlo a cada rato y someterte a una subalternidad deshonrosa. Este insulto era uno de los más agraviantes en Venezuela. Salía a relucir cuando la ira destellaba en lo más alto. Cuántas veces no hemos escuchado a alguien decir que prefiere pasar mil crujidas antes que aceptar un favor, no sea que luego vayan a decirle que le han matado el hambre. Es un vejamen que te pone al lado del perro cuya ingesta depende de que le pongan aparte. En fin, siempre ha sido una denigración terrible. Y, sin embargo, el 25 de octubre, en un acto con “dirigentes” del Polo Patriótico, Nicolás Maduro les dijo: “Ustedes no tuvieran nada que comer en sus casas si no fuera por el esfuerzo que hemos hecho este año”. Se refería a que el desabastecimiento no había sido absoluto gracias a las importaciones del gobierno. En

una misma oración escarnece a sus seguidores de tener comida porque se las da la cúpula gobernante, y los trata de estúpidos al insistir en la operación fraudulenta de atribuir la escasez a unos comerciantes cuya meta en la vida es no vender. Y no lo que en verdad ocurrió, que el gobierno de Chávez confiscó fincas, industrias y, en general, muchas unidades productivas; y con ese robo impidió que el país produjera alimentos y productos de consumo básico. Al ir contra la producción nacional, se castigó a los productores y trabajadores de Venezuela, mientras se ha favorecido a los de Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, a quienes nadie les mata el hambre porque para eso trabajan y tienen compradores para sus productos. Naturalmente, en estas exportaciones es mucho el dinero (los dólares) que se va colando y le ha matado el hambre a tanto bolivariano. Quien les dice que tienen comida gracias a quien les mató el hambre, también les está diciendo a los borrachines de la Asamblea, por ejemplo, que tienen miche por la misma clemencia; a los opositores al régimen, que estamos vivos y solamente en la cárcel parcial de nuestras casas (a la que nos ha condenado la inseguridad ciudadana), porque ellos así lo permiten. No es casual que unos días después de esta oprobiosa afirmación, apareció en Gaceta Oficial la designación del 8 de diciembre como Día de la Lealtad y el Amor a Chávez. Si te mato el hambre, secuestro tu lealtad y tu amor. Esa práctica tiene niveles, claro está. A los pobres, les destinan bolsas de comida de la peor calidad, los someten a colas, a humillaciones sin cuento, para que tengan algo que comer en sus casas. A la clase media empobrecida le van apretando el torniquete, quizá con el proyecto de que también tengan que arrodillarse para que le maten el hambre. Y está ese otro grupo, que hace negocios, que siempre tiene un argumento para pactar con quienes han destrozado a Venezuela. También para ellos era el mensaje de Maduro, para aquellos cuyo enriquecimiento es tan súbito y evidente que no pudo llegar sino por la vía de matarles el hambre con billetes cosechados en la corrupción. La gran pregunta es ¿qué sienten cuando les enrostran que les están matando el hambre?

De Barquisimeto a Puerto Ordaz / Isabel Pereira Pizani

C

on la intención de animar la reflexión en el país sobre los argumentos planteados en mi libro La quiebra moral de un país, he dialogado con mucha gente en diversos pueblos y ciudades. Cada encuentro ha sido una gran experiencia. Palpar el corazón abierto de la gente, sus esperanzas, sus temores, el pesimismo y el optimismo, ha sido aleccionador. El mayor impacto de esta experiencia lo recibí al completar una gira Barquisimeto-Puerto Ordaz. Era como si las hipótesis que exponía en mi libro se convirtieran en el script de una obra de teatro. El inicio fue Barquisimeto, una experiencia cálida, hombres y mujeres planteando sus angustias, sus opiniones más profundas sobre el deber ser. La audiencia respetuosa oía las argumentaciones y replicaba a mis tesis, y, además, planteaba las propias. Alguien con mucha franqueza llamó a dejar “el culillo” de lado y asumir la responsabilidad que nos corresponde como parte de una sociedad que sufre. Esta jornada en Lara mostró un pueblo deseoso de cambios, de propuestas, de amoblar caminos frente a la necesidad de parar la perversión en el uso de los recursos petroleros, de detener la debacle de la agricultura y la industria, la arremetida parricida contra las universidades, la crisis terminal de la salud y, sobre todo, frenar la aniquilación de miles de venezolanos, los más pobres, en sus barrios, en las calles, en cualquier parte. Fue la expresión de gente que se atrevió a hablar a denunciar, a buscar acuerdos y a rechazar aquello en lo cual no creía. En definitiva, una sociedad donde se respiraba un ambiente de libertad. Días después desembarqué en Puerto Ordaz de nuevo para dialogar. La primera señal que recibí de mis anfitriones y que me pareció un tanto enigmática fue: “sepa usted que no está en Barquisimeto”. Interiormente me preguntaba el significado de estas palabras. La diferencia geográfica era indiscutible. ¿De qué se trataba? Esa misma noche, en el encuentro, comencé a notar que la gente entraba al sitio de reunión, compraba el libro y prácticamente desaparecía. La huida era más veloz cuando el lente del fotógrafo intentaba tomar alguna placa o cuando algún periodista abordaba a las personas para solicitarle sus opiniones sobre el libro. Al fin solo quedábamos, inconmovibles, la gente de la universidad, algunas personalidades de tradición en el estado. Nadie

Correo del Caroní N

La Casa de las Ideas

Editado por: Editorial Roderick, C.A. Urbanización Villa Colombia, avenida Venezuela, Ciudad Guayana, estado Bolívar, Código Postal 8050, Venezuela Teléfonos: (0286) 923.44.73 - 923.27.69 - 923.47.38 - 923.95.14 - 923.94.98 Fax Publicidad: (0286) 923.85.71. Fax Redacción: (0286) 923.96.50 Correos electrónicos: Departamento de Redacción: redaccion@correodelcaroni.com Departamento de Publicidad: publicidad@correodelcaroni.com CIUDAD BOLÍVAR: Calle Boyacá, Nº 30. Casco Histórico de Ciudad Bolívar. Teléfonos: (0285) 632.18.64 - 632.18.01 CARACAS: Alcabala a Peligro, Edif. Torre Alcabala, Piso 5, Oficina 53-A, Candelaria. Teléfono: (0212) 572.70.47

RIF: 09501411-8

más. Un poco asombrada por estos acontecimientos me atreví a preguntarle a David Natera: ¿qué pasa?, ¿por qué la gente se desvanece, aparecen y huyen ante las fotografías, toman el libro bajo el brazo y corren? Natera, con su inconfundible mirada de capitán valiente, me replicó: “es para que entiendas que estás en un territorio militarizado, hay un solo poder, el resto de los ciudadanos está sometido, obligado a callar y a bajar la cabeza, no por miedo o cobardía sino por supervivencia. El Estado es todo, las empresas básicas están en su poder y quebradas, los empresarios solo pueden contratar con el Estado, son en su mayoría contratistas del gran patrón. Tú supondrás lo que significa salir en una foto del Correo del Caroní, único bastión de libertad, en este gran cuartel que es Guayana”. Asombrada por encontrar a flor de piel aquello que planteaba como tesis en mi libro, comencé a indagar. Es cierto, en Guayana la democracia es una ficción, los militares gobiernan como antes de 1958, sin ningún control, sin frenos a su poder, no hay contraloría, no hay jueces, no hay libertad para crear empresas y crecer, a menos que acepte las reglas del juego del poder militar ¿El Estado es un botín para los que tienen el poder en sus manos?, pregunté. Sí, afirmaban algunos de los pocos que tenían el derecho a quedarse, porque no dependían del Estado totalitario. “Busque usted el origen de las nuevas fortunas, los grupos que se han enriquecido. Lo mismo que cuando Gómez”, dijo alguien. De un solo golpe comprendí, en Barquisimeto, la gente era diversa, la libertad se manifestaba en la existencia de cada persona, podían hablar, pensar y criticar libremente, no había el temor de ser espiado, grabado o fotografiado. En Puerto Ordaz, parecía que una espada pendía sobre cada cabeza; el diálogo era imposible porque el precio era prácticamente la vida. En Barquisimeto y Puerto Ordaz, en un mismo país, a solo 748,62 kilómetros de distancia en línea recta, las condiciones de existencia son opuestas. La pregunta ineludible es: ¿nos atreveremos a luchar para vivir como en Barquisimeto o preferimos Puerto Ordaz? cedice@cedice.org.ve @cedice

BLOQUE DE PRENSA VENEZOLANO Presidente - Director Dr. David Natera Febres

SOCIEDAD INTERAMERICANA DE PRENSA Jefe de Redacción Oscar Murillo Hernández

/ Carolina Jaimes Branger

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ace años, un danés que vivió mucho tiempo en Venezuela le comentó a mi hermano Ricardo que él había entendido el país cuando fue a una piñata: “un objeto lindo -que por lo general representa a un personaje querido- es literalmente majado a palos (acto aupado por todos los asistentes, ‘¡dale, dale, dale duro, más duro!’) hasta ser destrozado. Cuando cae el cotillón, todos se lanzan a recoger lo más que puedan, incluso quitándole lo suyo a otros niños. Esto incluye mamás y otros asistentes. Quienes se lanzan a recoger no escogen las cosas que les gustan, sino que agarran lo que sea. En realidad, si les gusta o no es absolutamente irrelevante. La propia rebatiña”. Una tía abuela mía jamás venía a nuestras piñatas. “Las piñatas son un acto de salvajismo”, decía. Pero nadie le hacía caso. Más bien la veíamos como alguien extraño: ¿cómo podían no gustarle las piñatas?... Ella no sabe cuánto la recuerdo porque hoy estoy convencida de que tenía razón… El que sea una costumbre no la hace menos salvaje. Para muestra, las corridas de toros y los toros coleados. Nosotros estamos acostumbrados, pero me imagino que -aún en un mundo globalizado- a alguien que no ha vivido las piñatas desde niño deben parecerle un horror, por todas las razones esgrimidas por el danés del que hablo al comienzo de este artículo. Es verdad que las piñatas no son un invento venezolano. Hay orígenes que las remontan hasta la China. Allá eran de barro (en realidad, las nuestras hasta hace unas décadas también lo eran) tenían forma de vaca o de buey y estaban rellenas de cinco tipos diferentes de semillas. Tumbarlas con palos de colores era un ritual que se realizaba durante las festividades del Año Nuevo para atraer el buen clima y tener fertilidad en la nueva estación. Las semillas se esparcían por la tierra y lo que quedaba de la piñata se quemaba y las cenizas se guardaban “para la buena suerte”. Marco Polo quien trajo la costumbre de las piñatas a Europa. La describió en su libro Il Millione, mejor conocido en español como Los viajes de Marco Polo. Pignatta es la palabra en italiano para designar la vasija de barro. Tanto en Italia como en España comenzaron a usarse como un ritual asociado con la cuaresma, alrededor del siglo XIV. Cuando los españoles llegaron a México encontraron que los aztecas tenían una ceremonia semejante para celebrar al dios Huitzilopochtli y la “cristianizaron” para evangelizarlos, utilizando una costumbre que les era familiar. Elaboraban la vasija de barro como una esfera con siete picos, que simbolizaban los siete pecados capitales a los que había que golpear para espantar al demonio y sus tentaciones. Pero en algún momento la costumbre dejó de ser un instrumento de proselitismo religioso y las piñatas pasaron a ser el centro de la celebración de la Navidad y los cumpleaños y así fue como nos llegó a nosotros. Y es un hecho que nosotros nos encargamos de perfeccionarlas. No hay en el mundo piñatas más grandes, más adornadas y más rellenas que las venezolanas. Y no se debe a que seamos un país petrolero, porque México también lo es y allá no son como las de aquí. Las nuestras son únicas. En los últimos años hasta las hemos “democratizado”. Las piñatas a las que fueron mis hijas eran distintas a las que fuimos mis hermanos y yo. Ahora en muchas de ellas “racionan” el número de palazos por niño y los sientan en rueda a repartirles “equitativamente” el cotillón. Pero siempre sale el vivo que le da más palos de los permitidos y aprovecha para quitarles los regalitos a los demás… total, a menos de que aparezca una mamá a proteger a su hijo, nadie pone orden en una piñata. Sí, Venezuela es una piñatota a la que se le ha caído a palos inmisericordemente. Se le ha sacado hasta el último regalito, de esos pocos que quedan atrapados entre los cartones. “¡Palo al país porque no tiene dolientes!” pareciera ser nuestra consigna. Las piñatas son un espejo de nuestra vida como sociedad y en sociedad. Triste que no nos demos cuenta de que las piñatas somos nosotros mismos y nos estamos destrozando a palos. @cjaimesb

Son los autores los exclusivos responsables del contenido de sus escritos, así como quienes noticiosamente declaran, emiten boletines, y manifiestan sus ideas en el contexto del periódico en cada una de sus ediciones. Editorial RODERICK, C.A. / CORREO del CARONÍ no se hace responsable ni solidario de tales opiniones.


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