Diario de un Savonarola III

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DIARIO DE UN SAVONAROLA (parte 3) [Ojo, texto de primera mano sin corregir. Pido disculpas por ello]

Luis Felipe Comendador


2 de octubre de 2002 Otro salto en el tiempo y otro montón de silencio en este diario. Han pasado demasiadas cosas desde mis últimas palabras, y su sino es el triste cajón del olvido... pero necesito otra vez recoger la memoria porque me lo pide el cuerpo -y quizás por algunas razones más-. Hoy he dedicado el día completo -lo vengo haciendo desde el pasado lunes- a picar los poemas que conformarán la antología «Voces del Extremo 2002», y estoy realmente decepcionado con los poetas que aparecen. Hasta ahora sólo la voz de Pura López Cortés ha logrado tocarme un poquito la sensibilidad, lo demás podría decirse con frialdad que es para dar vergüenza ajena. Y es que el personal no tiene rubor a la hora de mostrar sus cosas; con tal de salir en papel impreso son capaces de exponerse al ridículo y arruinar sus ya pobres carreras literarias. Creo que mi buen amigo Antonio Orihuela se está equivocando en su empeño por recuperar una poesía social sin identidad literaria, algo que, desde mi humilde punto de vista, está abocado al más doloroso de los fracasos. Debo decir que la idea no es mala y que no debiera desaprovecharse de esta forma la inversión que hace la Fundación Juan Ramón Jiménez en este evento. La idea sería reunir a poetas -ojo, «poetas»periféricos, con oficio y con cosas que decir, poetas con conocimiento de causa y con corrección en su método y en su formación poética. Y los hay muy buenos, lo juro. Se me ocurren ahora nombres como Fernando Beltrán, Roger Wolfe, Belén Artuñedo, Karmelo Iribarren, Manuel Moya, el mismo Antonio Orihuela, Abel Feu, José Luis Morante, Abraham Gragera -de la nómina actual podrían salvarse Uberto Stabile, Juanjo Barral, David González, Jorge Riechmann y poco más-. A partir de estos nombres sí se puede arbitrar un grupo de futuro con muchas cosas que decir, aportando calidad y altura poética; y a ellos habría que sumar maestros en la línea de Ángel González, Pepe Hierro o Ángel García López, poetas curtidos que serían las estrellas invitadas a este movimiento de poesía diferente. No sé, quizás sea yo el que ande perdido, pero esto no me gusta cómo camina. Cansado de picar versos vacíos, sin ritmo alguno, sin esa impronta poética necesaria, me paso la noche colgado a páginas porno de internet, buscando imágenes con las que trabajar en mi nuevo proyecto de ocio, una coña a la poesía visual –que me perdone el bueno de Antonio Gómez–, un poemario sin palabras en el que el sexo patente, presentado en forma nebulosa, sea el justo verso crítico para una forma de expresión que apenas comprendo. La verdad es que disfruto bastante mirando el porno en la red. Del curro mejor no hablo, estoy cansado y aburrido, viendo pasar el soso y jodido prosaísmo de una empresa que podría jugar a la brillantez en vez de a la mediocridad, pero eso son las cosas de diario, el afán por el dinero y la justa supervivencia. Si fuéramos capaces de argumentar nuestras vidas en parámetros de brillantez, colmaríamos mejor nuestro tiempo y, quizás, nos iría mejor en lo económico. En fin, no puede ser. Me intento curar con la voz de Rafael Catana, pensando en que quizás mañana cambie mi vida, 2


o navegando medio en sueños por los caminos paralelos imposibles, haciendo el amor cuando me apetece y con quien me apetece, imaginando una felicidad de horas llenas de cosas que hacer con dignidad... y así paso y así quedo. El hecho de que el periódico haya parado su carrera me da un poco de sosiego, me hace detenerme a pensar en mí y en los míos, aunque también me da un poquito de rabia el perder ese espacio tan mío y tan de todos, pero la vida es así, las cosas deben tener un final y «Béjar Información» ha vivido ya demasiado tiempo. Ahora queda el vacío, un vacío que alegra a demasiada gente, un vacío que para algunos es descanso. Pensando de forma práctica, creo que el PSOE se ha dejado ir uno de los mejores puntales para su campaña y para su futuro, me parece que han cometido un error no tomando para sí este espacio apostando de forma definitiva por su supervivencia. Entiendo que un espacio de libre expresión puede llgar a ser peligroso para cualquiera, pero las oportunidades llegan una sola vez en la vida y ellos, desde mi punto de vista, se han dejado escapar una plataforma necesaria. Quizás me equivoque, pero a mi diario no voy a ocultarle mis pensamientos, y éste es uno de los que me golpean con más frecuencia en los últimos días. También es cierto que me dolería mucho que «Béjar Información» terminase siendo el órgano de expresión de un partido -circunstacia que no se ha producido hasta la fecha por mucho que la mayoría de los bejaranos se empeñen en que ha sido así. Mejor muerto, mejor. Luego está la soledad y la tristeza. Cómo me apuñalan últimamente estos dos sentimientos. Veo a amigos con sus vidas destrozadas de formas diversas: por una mujer celosa, por una enfermedad propia o cercana, por alguna jodida muerte, por el rumor del dinero... y esos hechos los mastico con calma, los regurgito, los rumio y me hunden. Es duro saberse en el descenso y, además, ver cómo los cercanos van hundiéndose de forma inexorable en el fracaso y en la vaciedad. También es cierto que esto me enseña mucho, pero es duro aprender así. Por hoy lo dejo mientras me quedo disfrutando de la idea de verme en la exposición que en unos días presentará en Salamanca Daniel Mordzinski. Y es que el ego es el ego, coño.

4 de octubre de 2002 Me escribe Ramón Hernández Garrido, con razón, para recordarme que el Partido Socialista ha apoyado en diversas ocasiones y especialmente, con más nitidez, en esta última etapa el proyecto «Béjar Información». Es cierto, no debo negarlo; pero también es cierto que Ramón ha malinterpretado mis palabras. Mi voluntad ahora y antes, cuando realicé «mi» número final, es y era acabar con el periódico porque me estaba devorando. Hasta ahí creo que todo está meridianamente claro. Después, con B. I. recién cerrado, con la melancolía y la tristeza recomiendo por dentro, yo hago mis reflexiones y percibo que el 3


Partido Socialista debiera haber sido el decidido comprador de este semanario, no para manipular desde él, sino para tener ese órgano de expresión periódica que le es negado en la mayoría de los medios ya existentes -nunca he dicho que esto me gustase o que sea lo que yo quiero, no; lo que digo es que me parece que en buena lógica era una oportunidad de oro para hacerse con un medio crecido y regado al amor de la libertad, sólo eso, nada más. Aclarado este punto y afirmada mi voluntad positiva, creo que ya huelgan más comentarios. A otra cosa... Esta mañana tuve la suerte de acercarme a Salamanca para asistir a la inauguración de la exposición de Daniel Mordzinski, «Los rostros de la escritura», en la que he tenido la gran suerte de estar presente como imagen junto a otros 29 escritores. Todo ha sido gozoso, el reencuentro con amigos como Raúl Vacas, Antonio Colinas, Alberto Estella, Margareto, David, José Manuel Blanco, Fernando Díaz, Charo Ruano... y el «otra vez por fin» con Daniel, pura sensibilidad y afecto. Es digno de elogio el trabajo que «Explorafoto» viene haciendo en Salamanca, y es enervante verse retratado e interpretado por una mirada tan inteligente y sagaz como la de Mordzinski. Por ello estoy francamente feliz, muy feliz. Luego, una caña con mi César Yuste, un tipo colmado ahora, feliz, haciéndome también feliz a mí con sus eternos ojos tristes. ¡Qué bien le veo ahora! Por la tarde, otra vez la normalidad y sus azares: llamada de Gonzalo Santonja, llamada de Mercedes Riba para comunicarme la reciente edición de su poemario «Cuadernillo de imaginación», llamada de Marcos Gualda para saber cómo va la edición del libro de Mario Marín, llamada de Pepe Hontiveros para expresar su tristeza telegráfica: «Felipe, búscame el telefono de Luis, el de la funeraria, por favor», llamada de Antonio Orihuela intentando detener el tiempo y acelerar mi trabajo... También hoy he sentido silencios, pero me guardo sus nombres y apellidos, porque los silencios buscados jamás deben tener nombre. Y hace un ratito, casi nada, mis hijos tosiendo como carreteros y queriéndome como fieras, pidiéndome ayuda para pasar al cuarto nivel de la Nintendo, jodiéndome el telediario de la Cinco para ver dibujos animados, bebiéndose mi Coca-cola, comiéndose mi San Jacobo de pescado y revolviéndome el pelo... y mi mujer -nunca utilizaré mejor un posesivo- queriéndome con los ojos como sólo ella sabe quererme. ¿Qué más puedo pedir?, ¿qué más? 6 de octubre de 2002 Vuelve la lluvia y ya es otoño. Vuelve la lluvia y he podido pasar todo el domingo en soledad, por fin, he vuelto a la lectura y he recuperado un poquito las ganas de escribir. Me gustan los días grises, cuando la luz sugiere tranquilidad y encierro en uno mismo, y me gustan porque me activan y me siento capaz de multiplicarme. 4


Entre otras cosas, hoy me he detenido a analizar el panorama literario de Castilla y León, reafirmándome en lo que ya pensaba el año pasado y el anterior y el anterior: La literatura en Castilla y León es un archipiélago de islas sumergidas (expresión robada a mi buen colega Manuel Moya). Cientos de voces negadas y un pequeño mar interior de popes empeñados en conformar un grupo de poder al amor de las instituciones -y no digo que sea malo que esto suceda, sino que no me parece nada bien que no estén todos los que son o debieran ser-. Por otra parte, percibo infinidad de guerrillas, mínimos odios a muerte, operaciones de maquillaje, ediciones locas, insulsas, trabajadas, regaladas, inútiles, magníficas... Escritores mediocres -demasiados-, juntaletras excesivamente sensibles, dinosaurios buscando una jaula caliente donde terminar sus días, prebostes que eran de izquierdas y ahora son de ultranosequé, letristas del Movimiento que se aparcan como defensores de la libertad, jóvenes imberbes que van dando lecciones de todo... un caos sin orden y con demasiado desconcierto. Lo malo es que los sensibles levitan siempre cerca de los políticamente afortunados -eso sí, sin mancharse nada más que sus manos enguantadas; los jóvenes imberbes son capaces de bajarse los pantalones para el bujarrón gozo de los popes y alguno empuja con ediciones de cartón piedra bien cebadas de dinerito público mientras ponen a parir a la mano que les da de comer en prensa y radio. Un desastre. Pero al fin, gracias a ese Dios que no existe ni existirá, la creación siempre es una carrera de fondo que se hace en absoluta soledad, y esa prueba la pasan muy pocos, poquísimos. Y es que la gente se mete en esto de la literatura por pose, para intentar follar algo y para dar de comer al ego el alpiste de la admiración ajena. Luego, a la hora de la verdad, pocos son los que se mojan, pocos son los que arriesgan jugándose los garbanzos y consiguiendo el silencio de todos -sumado a esa asquerosa mezcla de miedo, odio y respeto-. Somos hombres y, por ello, todo esto debe ser inevitable, pero una cosa cierta es absolutamente inviolable: un creador es único y los pseudocreadores lo saben a pesar de que se dediquen a enfangar su trabajo y su devenir creativo, y eso es lo que más les jode: saberse falsos mientras llenan de mierda la mena. Para poner a cada uno en su sitio está el tiempo. Decía un amigo mío hace unos días que las guerras literarias actuales son fiel reflejo de la política internacional norteamericana: atacar al enemigo con todas tus mejores armas y no sufrir ni un arañazo. Las buenas guerras literarias eran las de antes, guerras creativas en las que un autor atacaba o se defendía con ironía creativa llamando a su adversario con versos inigualables «bujarrón», «cabrón», «hijo de una puta bizca» o simplemente «sinsubstancia». Tendríamos que volver a ese estilo y cuidarlo. Ya estoy un poquito cansado, pues no en vano hoy le he echado al asunto bastantes horas, así que voy a darme media horita de relax pornográfico en la red y luego a dormir con mi almohada, esa compañera inseparable que se deja abrazar siempre que quiero. 7 de octubre de 2002

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Hoy por fin he conocido la finca de «La Condesa» y el resto de terrenos adquiridos por la empresa «El Rincón de La Condesa, S. L.». El término más adecuado para definir el paisaje y su entorno es el de paradisíaco, un terreno ideal para las pretensiones de la empresa y para el crecimiento positivo de Béjar. Cada día estoy más convencido de que lo que se viene gestando desde hace unos meses es absolutamente posible, pues la orografía del terreno permite, con un mínimo trabajo, la realización completa y no agresiva de lo que cuenta el planeamiento. Vistas maravillosas de 360 grados en varias zonas, una mirada magníficamente dimensionada de la sierra y el monte de El Castañar propiciada por la altura, agua a mares -lo que debe tranquilizar a quienes se preguntan por el uso del agua en este proyecto-, un verde delicioso, charcas y setos de robles que están en el lugar preciso para conformar un campo de golf en perfecta comunión con la naturaleza... Una gozada. Mi puñetera desconfianza me ha llevado durante el último mes a investigar el pasado del promotor, Paco Montero, y tengo que decir que, desde distintos orígenes informativos, el resultado es que se trata de un empresario muy serio, imaginativo, que sabe tomarse riesgos y que tiene una testada experiencia en grandes promociones. También he descubierto que Paco -le llamo Paco porque ya le considero un amigo, su mirada y su forma de actuar conmigo así me lo indican- tiene que ver con actividades sociales de mérito; una de ellas es que forma parte de la directiva que quiere propiciar el Premio Nobel para Garzón, y otra, que indica el nivel de su trabajo, es que el Rey, Juan Carlos I, ha sido Presidente de Honor de algunas de sus promociones -no creo yo que el señor Rey se la juegue sin saber con quién lo hace, y esto con independencia de que a mí la monarquía me la trae floja. Mi apuesta, por tanto, es definitivamente a favor de Paco, pues he decidido que ya voy a fiarme de mi instinto -que me engaña pocas veces- y voy a poner toda la carne en el asador para que este proyecto tire adelante. No me importa lo que digan, pues creo que siempre he demostrado que voy de cara, y esta vez no va a ser de otra forma. Creo que el ayuntamiento, su equipo de gobierno, debiera estar perdiendo el culo por este asunto, preocuparse de visitar los terrenos, conocer cada detalle de primera mano y activar todo el asunto olvidándose de una puta vez de los jodidos votos. Esta no es una cuestión electoral y, por tanto, hay que olvidarse de buscarle tratamientos electoralistas. Hay que trabajar para que las cosas salgan como están proyectadas, velando para que se cuide toda la realización el proyecto con mimo, empezar a negociar los usos sociales del espacio público que requieran convenios con otras administraciones y dejar el camino diáfano para que trabaje quien debe trabajar. Esta sería la mejor opción política y, quizás, lo que pudiera arrastrar votos -ya puestos en esa tesitura en la que están tan interesados los partidos-. Nos estamos jugando el futuro de Béjar y no es hora de esperar a que pasen los cadáveres de nuestros enemigos. Es preciso que trabajemos todos juntos, que nos ilusionemos todos a la vez, que sintamos este asunto como algo de todos -independientemente de nuestro pensamiento político-. No puede suceder lo que sucedió con la Michelín, no puede suceder lo que sucedió con Navidul, no podemos dejarnos escapar esta oportunidad de ninguna manera. 6


La tarde la paso elucubrando sobre mi futuro reciente, armo y desarmo estrategias de trabajo, me hago uno de esos esquemas que tanto me gustan con una columna de las cosas a favor y con otra llena de cosas en contra. El resultado es que no decido nada de nada mientras noto con nitidez que he perdido la tarde al completo. Ya haciendo la noche en mi estudio, donde saco de mí el mejor de los rendimientos, recibo una llamada de un buen amigo que está mal, que tiene jodida su vida, que se ahoga en un mar de problemas... y de la larga conversación mantenida -en la que no sé qué decirle ni cómo consolarle- quedo hecho un trapo para tirar, jodido totalmente, hundido. No soporto que mis amigos, mis mejores amigos, sufran, y menos por situaciones tan prosaicas como los altibajos en su relación con los demás. Y más cuando mi colega es un cúmulo de sensibilidad muy difícil de encontrar. Pensaré en ello y echaré todas las ganas del mundo para intentar robarle mañana una sonrisa. Bye, diario.

8 de octubre de 2002 Llamada de Isabel Pérez Montalbán, cinco emilios de Uberto, rogativas telefónicas del colega Natalio, de la Fundación Juan Ramón Jiménez -un tipo magnífico-; prisa sobre la prisa y un suave telón de gasa en los ojos. Así ha sido el día de hoy, frenético, loco, entrañable y lleno de tabaco y lluvia. Diversas circunstancias me hacen darle vueltas a los compromisos personales y absorbentes que algunas personas tienen con la religión. No me parece nada mal que cada uno baraje sus posibilidades vitales, se instale en sus creencias y las practique; pero no entiendo el afán catequista de enredar a los demás, ese espíritu de formación para sumar adeptos/adictos. ¿No supone coartar la libertad personal el involucrarse en el pensamiento plural para llevarle a la idea única? No quiero herir susceptibilidades -aunque me apetece-, pero me fascina la idea de Dios como creación del hombre, como clave grupal para dominar a los colectivos más débiles. Y es que Dios no es nada más que lo que nosotros deseamos que sea. Hombre, si nos ponemos prácticos, Dios viene muy bien para los malos momentos, porque aporta esperanza más allá del final predecible, pero no nos engañemos, Dios es sólo una muletilla que unos utilizan en su provecho y que a otros les suma alienación y miseria. Sería mejor pensar en un Dios más práctico, un Dios que arreglase los horarios para que yo pudiese comer a diario con mi mujer y mis hijos, un Dios que propiciase que a final de mes no tengamos que conformarnos con las jodidas galletas maría hasta que el banco arroja saldo positivo, un Dios que te pague las facturas y que consiga que pueda salir quince días de vacaciones a la costa con la familia completa -llevo más de diez años sin poder disfrutar de unas vacaciones, y eso es demasiado infierno-. Un Dios que ponga en su sitio a los escritores de mierda y eleve a los raciales, un Dios de goma al que darle estopa cuando llega la rabia -y hacerlo sin miedo a represalias-, un Dios para charlar de periquitas cuan7


do estoy triste, un Dios que tome cañas con tapa y de vez en cuando se tire el detalle de pagar la ronda. Yo sí creería en un Dios así de natural y bondadoso, así de normal. Pero no me jodas, un Dios que propicia que mi mujer se vaya de casa a las ocho con mi hija, que yo me las arregle con los niños para despertarlos, vestirlos, hacerles que orinen, ponerles el desayuno -y que desayunen-, conseguir que se laven los dientes, llevarlos al colegio a rastras un día sí y otro no, hacer las camas -cinco jodidas camas con sus sábanas, con sus mantas, con sus colchas y sus almohadas-; un Dios que hace que mis hijos salgan a las 13 horas, que les tenga que preparar la comida rápido rápido rápido, que se laven otra vez los dientes, que entren a las 15 horas -justo cuando mi mujer y mi hija salen de clase-; un Dios que hace que mi mujer tenga que volver al curro muchas tardes mientras deja a los críos cargados en los cansados hombros de los abuelos, un Dios que luego, a las ocho, se inventa cursos de cristiandad para que tampoco pueda cenar con la familia completa en la mesa, un Dios que hace que mi mujer se acueste agotada a la una o a las dos de la mañana... ¿Para qué quiero yo creer en un Dios así, para qué? ... Y sus acólitos, sus fieles, no entienden nada, no entienden que mientras defienden la familia como unidad incuestionable, la destrozan a puritos machetazos. Más le valiera al clero encontrar pareja, crecer y multiplicarse para ser consciente de lo que significa tener una familia numerosa, de lo difícil que es en el seno de esa unidad «divina» verse unos minutos al cabo del día, porque hay que buscarse los garbanzos como sea, que nunca llegan solos a la unidad familiar indisoluble. No nos abusen catequizándonos que lo mismo nos destruyen. No nos abusen y crean en lo que ustedes quieran, como quieran creer, pero crean solos, por favor. Y ahora, ya las 22,07 horas, me pongo a Art Telonious Blakey & Monk e intento relajarme para no estallar de tanto Dios y tanta historia. Y a descansar. 11 de octubre de 2002 Los pianos ya no son sólo el juego perfecto con un aparador en la mejor estancia de la casa, y sin embargo me encantaría saber con qué sueñan las mujeres, cómo es su placer, cómo sienten la tibieza de su mano al apretar un pene, su volumen, su textura aceitosa... cuál es la sensación de sentirse penetradas. Los pianos ya no son sólo el escozor de unos ojos en un concierto, y sin embargo yo quisiera exactamente saber cuál es el último pensamiento del ahorcado, cómo resume el futuro un moribundo, de qué forma se pudre un cuerpo entregado a la tierra y qué vitalidad enreda en las larvas de todos los necrófagos. Los pianos son también un electrodoméstico y un arma, y sin embargo sueño con conocer cómo es el amor homosexual y si duele ese placer prohibido... Ayer dormí bastante mal, y me dio por pensar en cómo será mi muerte. Recorrí los rostros de todos mis amigos y supe que vivir es otra cosa. Al despertarme, mis hijos resoplaban en mis flancos como 8


pequeñas ballenas blancas, blanquísimas, y me sentí como Pip corriendo por un campo de amapolas y, a la vez, como un mínimo Acab durmiendo con todas sus obsesiones y despertando entre ellas. En los rostros vencidos de mis hijos -vencidos por el final del sueño diario- descubrí que ellos habitan todos mis miedos, que ellos contienen todos mis fantasmas, que en ellos se producen mis restas y que por sus deliciosas bocas se pierden mis palabras. Mis hijos son yo mismo, postales calcadas y distantes jugando a un cotrarretrato de Dorian G., pues me miro en ellos y percibo netamente mis miserias, pero sólo veo belleza; yo me enfango y ellos, mis justos retratos, son cada vez más limpios. Entonces siento que yo soy mis hijos. Después, desayunando, los críos cobran vida propia, se distancian, son otros; pero yo sigo mirándolos como al mejor espejo y me siento reencarnado y, por ello, acabado, totalmente acabado. Me gusta mucho el otoño, quizás más de lo que me conviene. Ya por la tarde tengo el gusto de charlar de forma distendida con Paco Montero -ya hay propuesta de convenio con el ayuntamiento y parece que con buenas opciones de futuro-, disfruto del sumo placer de oír por unos minutos la voz de José Luis Morante hablándome de proyectos nuevos... Y todo se rompe porque mi hijo Guillermo se ha caído y me llaman desde el hospital: «no te preocupes, sólo tiene un golpe fuerte y se ha roto el labio, los niños son de goma, no te preocupes, que no le pasará nada». Corro a ver a mi hijo, hiervo de rabia, le beso y le abrazo hasta que me harto y luego lloro. Cómo me duelen mis hijos. 14 de octubre de 2002 Se nos echan los días encima a dormir la siesta y todo sucede como una película: el guión nos es ajeno y sólo nos toca mientras asistimos al espectáculo apoyado en un limpio sonido Dolby Stereo. Luego, nada, la vida -nuestra gris vida continúa. Además, tenemos la mala costumbre de asistir a varias películas a la vez, lo que implica que nuestra mente se disperse y confunda actores, localizaciones, títulos... La mixtura de esta semana la conforman unos muertos en Bali, el presidente borracho de EE. UU., un portero de fútbol con cáncer en un testículo, un asesino en serie con fusil de asalto, una cría abandonada en una papelera, el nuevo tanque español pseudoleopard, los restos purulentos de la bandera «nazional» mensualmente homenajeados, un asesino que aparece en unas fotos pero al que la policía que no es tonta- no encuetra por fas ni por nefas, un nuevo tratamiento contra el cáncer que ha descubierto un tipo español, la constante caída de una Bolsa rota en el fondo, los gilipollas de Operación Triunfo, los subnormales profundos de Gran Hermano, los pechos estrábicos de la mujer del tiempo de «la tres», el mundial de ciclismo... en fin, un sinnúmero de cosas para olvidar rápidamente y dedicarse uno a sobremorir tranquilamente alzando «plazas mayores», rapizando loterías o «enmaquetando» carteles cutres para Cristo y su santa madre. 9


Cuando me llega el minutito diario de lucidez y me veo así, absolutamente alienado, aceptándolo todo como una esposa sumisa, sonriendo a cada uno de los hijos de puta que pasan por mi vida y muriéndome de asco, me entra una pequeña rebelión y me dejo caer en la primera silla que encuentro intentando hacer una pequeña huelga de brazos caídos. Ya no doy para más. Incluso creo que me han doblegado, creo que el abogado ladrón que engañó hace poco a mi padre es buena gente, creo que el mierdoso pastelero semigabacho hasta hace bien los pasteles, creo que quien más me jode lo hace para buscar mi beneficio, creo que la comida me llega por pura lástima de quien me la procura, creo que la niña del exorcista es tan puta y tan ladina que vomita lefa por la boca para que yo no la vomite, creo que hasta el mayor hijo de la gran puta que conozco es así para facilitarme a mí la vida... Esto es una mierda, y ya no me considero capaz de clavarle una estaca en el culo al abogado ladrón, no me considero capaz de mearme en los pasteles eructados por el sátiro agabachado, ya no sé escupir a ese tipo que tanto me jode en su asquerosa cara, ya no sé pisar la comida que me llega con voluntad de caridad, ya no atino a decirle a la niña del exorcista que se refriegue su podrido coño, ya no puedo llamar hijo de puta al más grande hijo de la gran puta. ... Pero me queda la palabra, aunque sólo sea para gestarla en el vientre y escupirla. Toda la mierda para mí... y para vosotros el resto de la película. Me llamó José Luis Morante para decirme que me envía el prólogo de mi nuevo libro rematado. Hablé con Gonzalo, que presenta libro el miércoles a las ocho en El Corte Inglés pucelano. Me llamó una inglesita que quiere que le publique unos cuentos. Me escribió el entrañable Diego para decirme que ya tiene localizada a la poeta del foro, Nuria, y que me pasará sus datos para intentar publicarle algo. No me ha llamado nadie más hoy, por suerte o por desgracia. Lo mismo hago una lista de inmorales declarados –de izquierda– para las elecciones municipales. Yo voy de cabeza... y también de culo. 17 de octubre de 2002 Hace unos minutos acabo de hablar con Gonzalo Santonja para felicitarle por el éxito de la presentación de su nuevo libro en Pucela. El hombre estaba muy contento porque al acto han asistido unas doscientas personas, circunstancia que en estos días es para tener en cuenta, ya que el personal pisa poco por los rincones culturales. Hemos hablado un rato largo, y en la conversación han salido Ernesto Escapa, su editor, y las dificultades que tiene una editorial regional como «Ámbito» para salir adelante. Gonzalo apuesta por la ayuda pública al mundo editorial marginal, y yo creo que no es una mala idea, aunque se corre el grave riesgo del intervencionismo, pero sería una forma de poder sobrevivir. También hemos hablado de Ignacio Blázquez, desde mi punto de vista el librero por antonomasia de nuestra ciudad –no podemos olvidar a su hermano, que también desarrolla un trabajo interesante en este campo–, de la gran ayuda que nos presta mostrando con auténtica pasión todas las ediciones bejaranas a sus clientes y pro10


piciando ventas que de otra forma serían impensables en la ciudad. Por último, hemos tocado el tema de de Miguel Sánchez Paso y su «Alquitara», ambos admirados por la ingente actividad cultural que es capaz de desarrollar. Ha sido una conversación agradable y he notado a Gonzalo muy feliz y con muchas ganas de trabajar. Antes, a primera hora de la tarde, me llamó J. J. Ponce desde Ayamonte para indicarme que ya tiene rematada su nueva novela y que quiere que se la edite. El trabajo es ambicioso y costoso, pero lo estudiaré con mucho cariño. Luego estuve un ratito con Ramón Hernández Garrido, al que encuentro muy ilusionado con las elecciones municipales, hacía tiempo que no le encontraba tan optimista –circunstancia que seguro le ha de venir muy bien para sobrellevar el duro trago de una campaña electoral. Le propuse que me echara una manita para intentar colocar una gran exposición sobre cerámica europea en Salamanca –entre los artistas está incluido Alberto Hernández– y me ha dado la impresión de que a Ramón no le disgusta la idea. A ver si tenemos suerte. El día no ha dado para mucho más, mientras mi dedo gordo del pie derecho sigue latiendo por su cuenta. También me ha escrito César Yuste. Se lo agradezco. ¡Ah!, y olvidaba lo más importante, Antonio Garrido por fin tiene su primer libro en la calle, es un libro conjunto con Luis Alberto de Cuenca. Antonio pone los dibujos y Luis Alberto la poesía. Es una edición preciosa y muy recomendable por su belleza. Espero que no nos demos la hostia, porque nos ha costado un riñón. No estaría nada mal que los seguidores de este pobre diario se rascasen un poquito sus bolsillos. Gracias de antemano. 27 de octubre de 2002 El concierto andino de Chucho Valdés sabe que hoy ha sido un día de todos los demonios, un día de orden en la casa, en las computadoras del estudio, en mi cajón privado, en mi archivo de cartas, en mi biblioteca. Cuando decido ordenar me arruino anímicamente. Entre la lucha contra mi pequeños caos he tropezado con un dibujo de Rafaelito Pérez Estrada, un niño Jesús fumando en pipa de cigarrillos y sentado en un trono semioculto por la pequeña túnica que le tapa el sexo al niño. Debajo del Jesusín reza una leyenda: «Luis Felipe, el niño Jesús dejará de fumar este año». Me he pasado como una hora mirando absorto ese dibujo que brotó de una mano que ya no existe, y en él he visto absolutamente vivo a Rafaelito, con su porte señor/señor, con su deje malagueño, con su guiño perverso, con sus brazos abrazándome, con todo su universo de estrellas y mujeres que querían ser escalera, con su trazo segurísimo, ése que retaba al mismo Picasso o por el que se reencarnaba en Federico. Y luego volvió el orden a joderlo todo.

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5 de noviembre de 2002 En esta lenta autobiografía del fracaso hay bastante de huida hacia adelante. Reposado el recuerdo del peligro, masticando un resfriado denso con su sensación de estallido, sucede que la memoria empieza a maquinar su teatro. Todo fue rápido, muy rápido. Un sonido fuerte, muy parecido a una de aquellas explosiones de las granadas de fogueo que lancé durante el servicio militar. Nada de recuerdos, nada de segundos infinitos, nada de pensar en cómo resolver mejor el percance azaroso, nada de ver pasar la vida ante los ojos, no los hijos, no la mujer, no los padres ni los amigos, no el propio físico ni el dolor probable... nada de eso, nada, ni Dios, ni ese Dios tran precisado en la necesidad y en los finales. Quizás un poema alumbrándose y la preocupación por un tarrito de miel que llevaba en el maletero –«se romperá y me pondrá todo perdido»–. El tiempo pasó mucho más deprisa que en cualquier otra situación de mi vida. Fue un ya está seguido de un sonoro «me cago en Dios» que me supo a Chester filter. Sonaba Paolo Conte en el aparato de música y el perrito de Guillermo –un perrito robot plateado como una metáfora– ladrando y moviendo su rabito desesperadamente. Luego una sensación de felicidad rara producida por ese sentimiento de que en definitiva no somos nuestras cosas. La niebla alta sobre las obras de la autopista era un perfecto decorado para el drama, que no para la alegría que me llenaba. Ahora empieza el poso a tomar forma de palabra y eso me gusta, me gusta mucho. Tres números de la Guardia Civil me acompañaron durante la espera a la grúa de asistencia en carretera mientras sentía que mi apellido se transmutaba de Comendador a Heredia. La carretera escupía coches mientras un ciclista entrado en años y absolutamente agotado pasó cinco veces seguidas por la escena sin cruzar palabra –le presentí muerte y se fue de vacío. 7 de noviembre de 2002 Se marchó el Loewe a las islas y Miguel Ángel Velasco no tiene un pelo de tonto, y si tiene alguno es demasiado largo. LSD y versos, algo muy sesenta y ocho. Enhorabuena para el hermano en ensoñaciones. Para ser sincero, me había presentado a este premio con mucha esperanza –algo que no se debe decir, aunque a estas alturas...–. Lo cierto es que subir escalones en el aparataje sociopoético resulta cada vez más difícil. Lo seguiré intentando, pues creo con firmeza en mis últimos poemas, los mejores que he escrito en toda mi vida. Ya veremos si son capaces de pasar segundas cribas. La verdad es que esta historia me ha dado cierto palo –aunque era previsible–, porque se ha sumado a un momento personal jodido y a diversos azares que han puesto conflicto en mi vida y en mi cabeza. 12


La solución que he tomado es la de encerrarme hasta que Dios quiera, no visitar mis lugares habituales de charla, no ver a amigos y esas cosas que trae la soledad buscada cuando percibes que la vida es una mierda y que tu corazón es «un corazón de nadie». Por todo ello, y porque últimamente estoy repasando toda la poética y el compromiso con la nada de Paco Pino, pienso que quizás deba llevar la soledad creativa al extremo de lo más físico y volverme a ilusionar con la libertad personal porque, como dijo el maestro Pessoa, «sólo en la ilusión de la libertad la libertad existe». Mientras espero que algo suceda escucho el último disco del inefable Luis Pastor y me dedico a odiar a Alfonso Ussía por vomitar palabras contra Paco Ibáñez, el más grande cantante del compromiso social, el que supo ponernos esperanza a base de vinilo, el que nos enseñó que la poesía suma voluntades sin sangre de por medio. ¡Maldito Alfonso! Y, además, el arreglo del coche me ha jodido mi ya precaria economía. ¡Pena negra! 8 de noviembre de 2002 Me recupera un poco para la vida el rematar un poemario ilustrado para el colega Pablo del Barco, un naif sevillano con coleta que juega al agua desde la calima o desde el ardor, que no es lo mismo. Me reencuentro con el teléfono y con el mail. Llamada gris plomo de Belén, llamada rosa fucsia de Mercedes, llamada plateada de Marcos Gualda, llamada roja de Artemio, mail casi lúbrico de T. S. Norio, mail violeta de Ramón García Mateos y silencios de Esther Muntanyola, de Ada Salas, de Manolillo Ortega, de José Luis Morante o de Manolo Moya. Y crece el otoño en el monte de El Castañar y en mi cabeza, y en mi vientre, y en mis ojos, y en las chicas que admiré en el 74. La vida tiene una seria tendencia al fracaso cuando se agotan la fiebre, el celo y el temor al fracaso. La xantófila es cosa de 15 días y el húmedo marrón lo cubre todo como ese monstruo llamado La Nada que asolaba los parajes por los que cabalgaba Atreyu. Y es todo de ese ser infecto y anodino, todo triste, ni negro incluso. Los políticos de la derecha bejarana sonríen ante la convulsión de los medios de comunicación locales y siguen haciendo de su capa un enorme y ruinoso sayo. Se rumorea estos días que se está gestando una lista para las municipales fuera del bipartidismo y llena de personas de medio tono. ¿A qué nos llevará todo esto? 9 de noviembre de 2002 Estoy necesitando que llueva, que llueva durante un mes seguido para recuperar la concentra13


ción. Es curioso cómo la luz me derrota hasta la pura abulia. Leyendo «El País», sin quererlo, me encuentro un pequeño artículo de opinión del amigo Pepe Blanco hablando de «i-Béjar.com», del proyecto «El rincón de la Condesa» y de algunas de las causas y azares que rodean al equipo de gobierno bejarano. Me alegra que un bejarano ponga en solfa en la prensa nacional a los tipos del PP local, porque ya hace tiempo que se vienen buscando un rapapolvo público y severo. Por la tarde visito a mi cuñado Antonio Gutiérrez, que está recuperándose de una reciente operación, charlamos de forma distendida y le veo optimista –cosa difícil en Antonio– y lleno de vitalidad, lo que me deja satisfecho en cuanto a su estado. El día no da para mucho más, quitando que me dedico a la lectura de «Balada del viejo de los cafés», novela inédita de Tomás Hernández Camacho, y me pierdo en su raudal de adjetivos –muchos de ellos tengo que buscarlos en el diccionario y eso me hace la lectura tediosa. Por la noche intento contactar por enésima vez con Alfonso Sastre y Eva para un asunto de permisos de utilización de obra, pero siempre me sale una voz femenina hablando en euzkera, el piiiiii y dejo mi escueto mensaje. Qué impersonal es el contestador automático. Cansado de la lectura de los textos de Tomás me paso sin pensarlo a Jaime Torres Bodet y parece que se me arregla un poquito la noche, aunque, no sé por qué, hoy tengo ganas de llorar. Creo que el accidente me ha afectado más de lo que pensé en un principio, me ha dejado muy sensible. Dejaré pasar los días. 10 de noviembre de 2002 Hoy ha sido día de televisión , sofá y mantita. Hace mucho tiempo que no me tomaba un día lerdo, y juro que ha sido una experiencia interesante, pero para no repetir en unos cuantos meses. En la «Primera» me he tragado el indexado –léase rápida reposición en distinta franja horaria– de «Operación Triunfo», unas niñas muy monas y unos tipos vergonzosamente guapos churrando el ojo por un me eliminan o un no me eliminan. Un jurado serio y cabrón, cabrón, diciéndoles a todos y a cada uno de los concursantes que lo hacen muy bien pero que también lo hacen muy mal, luego un cierre final en karaoke triunfal de los pobres y jóvenes inútiles a los que se les puede aparecer la Virgen y un eliminado puchereando con su sonrisita denticlor. Para llorar, todo para llorar, sobre todo cuando uno conoce a tipos que llevan arrastrando su arte por garitos inmundos, currándose temas, enfrentándose cara al público –ese público bebido que no presta atención como poco–, poniendo muchas pelas –las pocas que tienen– y todo el trabajo del mundo en lograr el mejor sonido y la más óptima calidad a pesar de los millones de dificultades. Mierda para estos triunfadores del sinesfuerzo vendidos a un sistema de marketing infame. 14


En «la Dos» me he tragado el Cross del Aceite celebrado en Torredonjimeno, con un portugués de correr insultante que se ha tragado a españoles, africanos y sudamericanos en un sinquerer, como si nada. Más esfuerzo se ha visto en este asunto, y seguro que muchas menos pelas para esos pobres corredores que se dejan la vida entre la hierba, el barro y el asfalto. Buen rato, bueno. En «la Tres» un telediario de echarse a llorar: accidentes, muertos, maltratos, mal/buen tiempo, Bush pringándose, Aznar jodiendo la tana, Ana Botella yendo de Aznar en todos los sentidos y casi veinte minutos de fútbol/mierda. En «Calle 13» una peli americana de guerra bacteriológica nortemaericana con poli bueno y poli malo, con muchacha enferma y mucha sangre en los ojos. Helicópteros, balas, máscaras antitercermundo, negros no que destiñen... La polla. Y me quedé dormido como un angelito entre tiritonas y repeticiones de pollo a la cerveza con patatas fritas y mayonesa. Y la cosa, como quien no quiere la cosa, se transformó en pesadilla con lengua de napa y dolor de cabeza. Nunca me vino bien quedarme dormido en el sofá a deshora. El resto del día ha sido el triunfo de la mala hostia. 12 de noviembre de 2002 A veces me pregunto cómo es posible tanta falta de pudor en la especie humana. Hablamos sin conocimiento de causa, aseveramos con seguridad cosas de las que no conocemos de la media la mitad, escribimos –me incluyo– y publicamos sin pensar en ese punto de dignidad personal que necesita cualquier asunto que se ofrezca a la mirada pública. Esto viene a cuento porque últimamente me llegan publicaciones absolutamente infames, sin corrección de estilo, ni lingüística ni ortográfica, libros que mi amigo Antonio Garrido –escondido intelectual de los de verdad y donde los haya– define como «ediciones de vanidad», libros en los que la intervención del autor se ciñe a la cubierta y al tipo de letra del cuerpo del libro –no interesa la corrección, porque quita tiempo, ni lo que se dice, porque la revisión de contenidos puede llevar a la vergüenza y a la consecuente no publicación de ese objeto de vanidad que, en definitiva, es puta mierda. Cansado de tanta bazofia, vuelvo un poco la mirada al Arte como láudano y me entretengo mirando los «santos» de mi librote sobre la obra de Eduardo Arroyo. Me calman sus escenas de boxeo, sus coñas a la historia de la pintura con rostros de mancha de paleta de pintor, su sentido y magnífico homenaje a Walter Benjamin... Luego miro algunos cuadros con tema de Metro, de Furedi; me regocijo en el azul Chagall, alucino en las contrastadas geometrías de Palazuelo y remato con Luisito Gordillo... Se me pasó el pavor. Repaso en mi agenda las anotaciones del día y aparece una llamada muy entrañable de Antoñito 15


de Padua, una conversación con Francis Vaz y su sórdida voz de maldito onubense, la críptica mirada de Pepe Blanco y sus cosas PRISA, la duda repetida de colaborar con mis artículos de opinión en La Gaceta, una reunión de padres en el cole de los niños con café y sin cigarros, algún comentario de no sé quién sobre que el director del I.E.S. Ramón Olleros sigue este diario (!) –un saludo solidario/solitario, hermano–, dos referencias elogiosas hacia Jesús Caldera, un pequeño aforismo postbarbero (Odio colmado: es, pero sentado, ver pasar el cadáver de tu enemigo), un vago y dulce recuerdo para el flan de huevo que me hizo mi madre el domingo y cierta sensación de pene inútil –no sé a qué viene esta última anotación en mi agenda, lo juro. ¿En qué estaría pensando? Remato el día a base de son montuno made in Sierra Maestra y me siento como mis hermanos cubanos de Las Tunas. Pobres pero muy dignos. 14 de noviembre de 2002 El día ha sido gris hasta eso de las siete, hora en la que tenía cita en Salamanca con Mercedes Riba y Yolanda Izard para echar una mano en la presentación del poemario de Mercedes en La Casa de las Conchas. Hago parada en la librería Cervantes para pillar un libro de Píndaro, «Epinicios», y, cuando me dirijo a pagarlo en caja, me encuentro a Fernandito Sánchez Dragó firmando su nuevo libro, «El sendero de la mano izquierda». Cruzamos las miradas y nos sonreímos. Pago mi libro y me pongo a la cola para saludar al colega. Cuando llega mi turno, Fernando, amabilísimo, me saluda con una gran sonrisa y recuerda su reciente estancia en Béjar, su paso por la Plaza de Toros y la magnífica impresión que le dejó nuestro coso histórico, del que dice tiene en mente escribir largo y tendido ciertas historias que tienen que ver con su mágica percepción de la Historia. Dejo a Fernando haciéndose una foto con un tipo con barba que le ha comprado un libro y me acerco hasta el lugar de la cita, donde me tomo un café solo hasta que llegan Mercedes y Yolanda. No tardan mucho. El encuentro es feliz, pues 25 años de distancia sólo pueden propiciar encuentros felices. Charlamos, sobre todo, de la etapa creativa de Yolanda, de su novela última, que ha sido acreedora del premio Carolina Coronado, y de la forma en que plantearemos la presentación del libro de Mercedes. Paseamos un trocito de Salamanca, purito 2002 todavía, hasta que llegamos a La Casa de las Conchas, donde nos han habilitado la sala de conferencias de la planta sótano. Empiezan a llegar los que cumplirán el papel de público y todo se hace entrañable: José Antonio Sánchez Paso, Miguel Gosálvez Mariño, el pequeño de los Gragera –oye, clavadito a mi Abraham–, Ángel Gil y señora, Pepe Ledesma y señora, Yoko, José Manuel Regalado, Paquito Novelty con su preciosa bejarana y unos cuantos desconocidos. El acto resultó bien, y creo que hubo mucha corrección en todas las intervenciones –no hablo de 16


la mía, por supuesto. A mí me tocó abrir y lo hice con una mezcla de mis impresiones sobre el poemario de Mercedes y ciertos conceptos que ya me había trabajado para una presentación de Alberto Hernández –esto vino porque apenas había tenido tiempo para preparar bien mi intervención–. Dejo aquí el texto de presentación con el fin de conservarlo, ya que este tipo de historias son siempre flor de nada. • PRESENTACIÓN PARA MERCEDES La última vez que coincidí con el maestro Claudio Rodríguez, unos pocos meses antes de su triste desaparición, durante unas jornadas de poesía en El Escorial, departimos tranquilamente a la hora de siesta en la terraza del Felipe II. Claudio libaba una bebida blanca a pequeños sorbos y yo disfrutaba de un café solo. En el curso de la conversación, el maestro me dijo que la poesía sólo se justifica si tiene como fin último la amistad, si después del poema llega el afecto, la conversación distendida en una barra de bar y unas copas como excusa menor. «Me lo dice la edad y la soledad, Felipe, y me lo ha justificado siempre la experiencia». El poeta me dejó su «Don de la ebriedad» clavado en el alma, y el hombre, el amigo, una mirada viva aprisionada en aquel amarillo último en que se resolvió su cuerpo. Aquellas palabras de Claudio son hoy la mejor excusa para presentaros los versos de Mercedes Riba, mujer antes que poeta y amiga por encima de todo. Como debo empezar por algún sitio, lo haré ubicando a Mercedes en la década de los setenta bejarana, una década que dejó una impronta aún no valorada, pero que con el tiempo dará que hablar por la gran actividad cultural desarrollada. Algunos de los nombres más representativos fueron Manuel de la Cuesta Peix –poeta racial que abandonó la palabra por la química en una magnífica y a la vez terrible decisión–, José Antonio Sánchez Paso, Antonio Egido y Alberto Segade –creadores de la revista «Tó, 90 días» que tocaron campos tan diversos como la narrativa, el dibujo, la música, el periodismo o la edición–, José Francisco Fabián y Luis Rodríguez –que marcaron un hito con la originalidad de sus artículos de opinión en diversos medios-, Amable García –músico destacado–, Miguel Gosálvez –alma corazón y vida de Tranquicómix, un espacio que descubrió a dibujantes de la talla de Tattoo o a tipos tan especiales como Eduardo Izcaray–, Antonio Garrido Álvarez-Monteserín –una de las mentes más preclaras de la Salamanca actual y quizás su mejor dibujante–, Alberto Hernández –uno de los más prestigiosos ceramistas murales europeos- y Yolanda Izard –pura sensibilidad, poeta hecha y narradora testada–, que hoy nos regala con su entrañable compañía. Entre esta generación sobresaliente no era fácil sobrevivir, y menos destacar, por lo que muchas voces se autosilenciaron ante el pavor de la comparación, creciendo alimentadas por la serenidad del tiempo, forjándose con esa pátina de madurez que tan buenos resultados ha propiciado siempre. 17


Y aquí es donde encaja la figura de Mercedes Riba. Su poesía empezó a crecer en silencio asombrada por la luz de aquella generación, siendo siempre habitante de los cajones de sus distintos escritorios, obra lenta, intermitente, muy seleccionada y marcada por hitos importantes de su vida. De esta forma, de este largo silencio, crecieron los poemas que hoy acceden al escaparate editorial. Una vida resumida en un solo libro en el que Mercedes se desnuda sin rubor para enseñarnos la herida lenta que le han trabado los años. A mí siempre me han apasionado los poetas de un solo libro, porque son poetas que no hacen de la poesía profesión y, por ello, demuestran con sinceridad la pasión que se puede encerrar en unos versos en los que la pose no puede existir porque supondría una grave pérdida de energía y de voz. Avisar a los navegantes de que Mercedes no es una poeta racial, que en sus versos no van a encontrar a Marina Svetaeva o a Silvia Plath, que no les va a servir de nada indagar en la forma como eje central de este poemario. Así no encontrarán nada. Mercedes nos grita desde la intuición, desde la autocrítica, desde el sentimiento del fracaso. Su voz nace de la introspección y crece como un chorro por caminos que comparten crudas dosis de pasión y dolor, de amor y desamor, de tiempo tristemente perdido y de ocasiones desperdiciadas. Y es que cuando se es sincero, cuando se ofrecen al gourmet bocados de realidad, la forma resulta accesoria y, si se mira bien, poco práctica. Se encontrarán, pues, con una voz única que sólo sabe hablarnos en clave confesional, que sugiere con rabia cierto arrepentimiento y deja un duro regusto de fracaso vital que se transforma sin quererlo en belleza, una belleza sepia que emana del conformismo existencial traído por una madurez vital envidiable. No es este libro, por tanto, como algunos pudieran pensar, una de esas ediciones de vanidad a las que en estos tiempos estamos tan acostumbrados, pues una crónica del fracaso nunca puede alimentar vanidad, porque jamás será fruto para esa mesa. Noto ahora que mi discurso toma cierto olor a homilía –les juro que no es mi estilo–, por lo que cambiaré el chip y correré por caminos que me son más propicios, circunstancia que agradecerán ustedes y yo mismo. Veamos: A mí siempre me han gustado los resultados fisiológicos o los resultantes de la pura fisiología. Me explico. Por mi profesión y por mi afición he tenido el gusto o la desgracia –cada uno que lo vea como mejor se le antoje– de conocer a muchos poetas, y esta circunstancia me ha llevado en diversas ocasiones a realizar un juego taxonómico y a buscar cierto nexo común que pudiera definir a estos enredadores de palabras. De mis elucubraciones he llegado a concretar que los poetas son una pandilla de estreñidos, y a las pruebas me remito, pues me he tirado horas y horas hablando con muchos tipos de esta fauna y nunca, 18


jamás, he visto a ninguno hacer una pausa para ir al W. C. -mientras que yo iba con la cadencia de los hombres bien comidos y de digestión correcta. El que los poetas sean estreñidos puede tener mucho que ver con su proceso mental a la hora de enfrentarse con la obra que se va gestando en su cabeza y en sus manos; es decir, yo creo que se guardan de exteriorizar toda substancia para concentrarla en un esfuerzo introspectivo que dote a su obra del golpe de efecto interior que la haga única e imprescindible... pero está claro que ese esfuerzo, ese apretar para que el acto creativo tenga el valor deseado, casi nunca llega a la meta estética buscada; y el estreñimiento se hace crónico y la cara toma un rictus no deseado -un gesto alimentado de ceño fruncido, ojos medio cerrados y boca en tensión-. El poeta también está cargado de manías comunes: vestir de negro absoluto -debe ser como luto ante sus fracasos menores-, mirar las obras de otros poetas por encima del hombro y con una esbozada sonrisa llena de cruel ironía, buscar en su archivo mental cualquier parecido de una obra que le guste con otra anterior que la descalifique de raíz o hablar en tono monocorde de su obra pringando su conversación de matices intelectuales y de nombres extranjeros que casi nadie controla o conoce. El poeta -para qué vamos a negarlo- casi siempre es un farsante que trabaja por impulsos prestados de otros poetas y, sobre todo, por moda; y que dedica el tiempo posterior a su creación a buscar absurdos significados intelectuales a su obra para poder defenderla con ciertas garantías ante el lector amorfo de sus versos mientras infla el pecho y toma esa pose patética de frutero defendiendo ante sus clientes un lote de manzanas podridas. Gracias a Dios, Mercedes Riba no es poeta, y no lo es, entre otras cosas, porque en su obra nadan la naturalidad, la sinceridad, la honestidad y una humildad extraordinaria -estarán conmigo en que con este rol de valores Mercedes no puede ser poeta. Me consta que está dotada de una sensibilidad que llena de intuición su obra, me consta que su poética procede de un dolor profundo que no tiene nada que ver con el afán de trascendencia. El trabajo de Mercedes ha sido un trabajo físico, lleno de dureza y de castigo personal, y su estética discurre por un camino que nunca nadie ha andado jamás y, a la vez, lo hemos andado todos. Su camino estético está hecho de soledad y de silencio, y ello se percibe con toda nitidez en versos, llenos de una candidez que anonada. El gesto de sus vivencias y su mirada aparecen desnudos en su obra, se muestran sin pudor ante nosotros, espectadores lelos y a la vez asombrados por la herida latente que navega en el papel golpeándonos los ojos. La mujer sencilla, esta mujer de apariencia tranquila, nos grita y nos increpa desde la superficie de sus versos; nos grita sus miserias. Los poemas de Mercedes son espejos de pizarra donde vemos nuestras sombras moverse, donde podemos mirarnos sin rubor y ver, sin más, cómo somos: Sombras sobre una luz irresistible, negro sobre color incandescente, muerte sobre una vida que late a bocanadas. Gocemos, pues, de este breve diario de una vida ganada con las manos y los ojos, de estos bre19


ves detalles de una obra insignificante y, por ello, sobresaliente. Mercedes ha sufrido sus versos para salvar breves tramos de tiempo, nosotros los gozaremos porque exceden al tiempo siendo un sello sensible, para siempre, de sus horas sufridas. Miren los estreñidos el valor que contienen los versos de esta mujer y suéltense sus vientres. Después de unas cañas volví a casa, a Béjar, y me reencontré con la carretera con un temor que jamás había sentido. Hice un viaje lento y fatigoso. Jodido miedo. 21 de noviembre de 2002 Han sucedido muchas y a la vez pocas cosas durante estos días de silencio absoluto. He recibido, para mi solaz constante, una bellísima carta y dos cuadros maravillosos de mi preciosa amiga Esther Muntañola –toda una alegría volver a reencontrarme con la dulzura misma–, me ha caído una posibilidad de esperanza desde el campo más prosaico de la poesía, pero es esperanza, que siempre anima; he charlado con Adolfo Alonso Ares sobre la posibilidad de editarle un libro junto a un conocido pintor –aún no diré el nombre para que no se tuerzan las cosas– y ha crecido la posibilidad de editarle otro libro a Juan Van Halen; he sentido la falta de José Luis Morante y la de Belén Artuñedo –tampoco he hecho yo ningún movimiento en favor de la comunicación– y he leído mucho durante estas últimas noches. Ya me he trajinado los «Epinicios» de Píndaro, y he disfrutado como un niño con sus arriesgadas y atractivas metáforas, con sus épicos elogios a los vencedores deportistas helenos y con su visión serena y a la vez eufórica del mundo, de su mundo. También he navegado por «El sendero de la mano izquierda» –lo he hecho con cierto recelo, no lo niego–, pero me lo he pasado muy bien asintiendo o discrepando sobre las palabras de Fernando Sánchez Dragó. Lo que más me ha gustado, lo que más me ha hecho pensar, lo que me ha enredado durante estas noches sobre todas las cosas es esta frase magnífica: «La libertad de impresión no es libertad de expresión». Pero qué bueno puede ser este hombre cuando no se pierde en las turbias y adocenadas aguas del engreimiento. Esta frase es para mandarla hacer en bronce y ponerla en cada una de las plazas de cada uno de los pueblos de este mundo. Y es que en ella se contiene diáfana la situación por la que está pasando nuestro país y buena parte del mundo occidental, empezando por la parasubnormal Norteamérica. Creemos que porque podemos obtener, una a una, cada impresión sobre el estado de las cosas, porque somos espectadores de todo y porque opinamos sobre cada una de esas impresiones lo que nos venga en gana, ya tenemos ganada la libertad de expresión. Incierto. Para lograr la libertad de expresión nos queda más camino que el que el hombre ha recorrido desde que logró caminar erguido. Que cada uno intente expresar sus opiniones más sinceras en público y verá lo que le sucede. Gracias, Fernandito. Y poco más que no sea que he serigrafiado como un poseso, que he rematado cientos de calen20


darios y que estoy picando una novela que me deja K.O. cada tres páginas. Llueve, y eso me hace sentirme muy bien, quizás demasiado bien. 22 de noviembre de 2002 El día ha sido de ahogarse, por la generosidad de la lluvia y por los puñeteros calendarios que ya se me aparecen hasta en sueños. Hasta hace unos instantes no había nada que reseñar, a no ser abulia y falta de ganas hasta para escribir esta página de mi diario; pero hace unos instantes he recibido una llamada que me ha llenado de regocijo, era mi buen amigo Abraham Gragera, que me daba un toque para decirme que mañana viene a pasar el día conmigo. ¡Albricias! A Abraham le conocí hace ya muchos años, cuando él era un crío que estudiaba Bellas Artes en Salamanca y yo empezaba a hacer mis pinitos ridículos con la historia de «El Sornabique». Desde el principio me impactó su emoción por la Literatura –especialmente por la poesía–, y poco a poco fui descubriendo al artista íntegro y completo que lleva sobre sus espaldas, le fui viendo crecer como animal poético y como hombre, le vi conocer el amor y desconocerlo, le he visto sufrir con dignidad y vivir con una pasión tranquila envidiables, y le cuento como uno de mis mejores amigos y hasta quizás como mi hijo mayor –ese hijo que supera al padre en todo, pero que sólo despierta orgullo. Su poesía, absolutamente deliciosa, aún no ha recibido el reconocimiento que se merece, entre otras cosas, porque a Abraham no le preocupa la difusión de sus cosas y sí el dolor creativo. Mañana será otro día grande en mi vida, porque pasearé, charlaré y tomaré cañas con mi amigo Abraham Gragera. Hay días en que odio tanto la distancia. 28 de noviembre de 2002 Recuperado ya de los nervios pre y postalbertis, absolutamente feliz, viendo el campo abierto otra vez y vacío de palabras como nunca, sólo quiero dejar patente mi recuerdo a Antonio (un compañero culé de mi hijo Felipe –también culé, como yo– que falleció a principios de este puñetero año 2002, mientras mi hijo se recuperaba de una peritonitis aguda justo en la habitación de enfrente). El dolor callado de aquel magnífico chaval y la fuerza de su madre –una mujer admirable– consiguieron que pudiese escribir, con un sentimiento que jamás me había ni rozado, sobre la experiencia de la muerte. Vayan mis últimos versos por Antonio y por su madre, por los ojos que Felipe puso cuando se enteró de la desaparición de su amigo y por el abrazo que me dio mi hijo en aquel durísimo momento. Antonio, ¡Visca el Barça!

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2 de diciembre de 2002 Ya con la maleta dispuesta para viajar a Madrid con el maravilloso fin de presentar el libro de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Garrido, caigo en la cuenta de que el tiempo corre demasiado rápido y me detengo a pensar un ratito con la mirada reposando en las imágenes de Antonio. ¡Qué tipo tan entrañable y tan lleno de interés! Aún no me explico cómo no está arriba con su obra plástica. Si es lo mejor que han visto mis ojos, si tiene el indicio, el puro contenido filosófico resumido en imágenes que semejan estampas salesianas –aquellas estampas de Domingo Savio caminando por la nieve con su cartera repleta de libros, camino de su lejana escuela–. La obra de Antonio es absolutamente antológica, moderna y renacentista a la vez. Su trazo limpio se va difuminando en las ideas que sugieren sus dibujos y termina por conformar pequeños altares votivos donde depositar unas flores y una velita encendida –incendiada–. No entiendo cómo somos tan ciegos permitiendo que uno de los más sobresalientes artistas plásticos españoles esté pudriéndose en la miseria de este pueblito que es el mismísimo culo del mundo. Espero que esta primera salida a la capital del reino sirva para que algún galerista espabilado –no necesita serlo demasiado– ponga norte a la carrera artística de nuestro Antonio... Y me presto al sueño con los ojos abiertos para ver a mi querido amigo Antonio abrumado por las mieles del triunfo. ¡Cuánto me gustaría! La verdad es que esta ciudad, a pesar de los pesares, ha dado hombres sobresalientes para el mundo de la cultura, y sigue dándolos: el mismito Antonio Garrido, Alberto Hernández, Pepe Muñoz –me muero de ganas de conocer cómo está incidiendo su autoexilio en el aspecto creativo–, Gabriel Cusac, Yolanda Izard, José Manuel Sánchez o Marín García –del que últimamente he visto unos deliciosos trabajos que suponen una vuelta de tuerca muy positiva en su carrera–... o apuntes tan prometedores como Imelda Hernández, Jesusín el cineasta o Celia Alonso. No es normal tanta vitalidad creativa en una zona tan deprimida en lo cultural –y en tantas otras cosas–, y más cuando la política local destruye el tejido cultural en vez de gestar nuevos espacios para la creación y para la formación en todas las artes. Creo que estamos necesitando que en Béjar se instaure el Bachillerato Artístico, eso daría pie a la formación de las nuevas promesas y al afianzamiento de los creadores locales ya existentes. Habrá que volver a insistir –aunque luego otros se apropien de las ideas– sobre la necesidad de que crear espacios para los jóvenes en los que se muevan con libertad y en los que exista todo lo necesario para llevar a cabo el tipo de expresión más inimaginado. Creo que ese espacio, como ya expliqué un día en «Béjar Información», podría ser perfectamente la Estación de Ferrocarril de Béjar, un espacio donde la formación tranquila y distendida estuviese unida al instinto de los jóvenes creadores, un espacio no dirigido a colocar a las falanges peperas, sino a propiciar libertad, comunicación y el desarrollo de cualquier idea por loca que sea. Yo ya sé que el tiempo pone y quita, pero en Béjar ya ha quitado demasiadas cosas como para 22


que todos sigamos con los brazos cruzados. Vuelvo a poner mi persona, mi trabajo y el poco dinero que tengo en manos de quien desee tirar para adelante con este bello proyecto, porque Béjar lo necesita y sus hijos más jóvenes se lo demandan. Hagamos esa comuna necesaria por encima de cualquier opinión conservadora y partidista. Pongámonos a trabajar ya hombro con hombro para sacarlo adelante. Yo ando otra vez con ganas. Ánimo... hasta mañana.

7 de diciembre de 2002 Con el frío vuelven las noticias de amigos. Herme G. Donis me escribe para justificar su ausencia en Rivas porque el día 9 estará fallando en Asturias los premios de poesía joven asturiana –no importa, porque Herme siempre está presente–, Paco Domene me envía unas fotos muy entrañables de nuestro cercano encuentro en Moguer y un montón de amistad, Albertito Hernández ha venido a contarme novedades de su salida europea –parece que no le ha ido mal–, Belén Artuñedo me ha regalado el libro «Últimas nubes», de Pilar Rubio Muntaner y un par de discos deliciosos de Idir y Eleni Karaindrou; Norio me ha enviado en calidad de intercambio el «Bob Dylan live», algo de música africana y un Frank Zappa que no tenía –una gozada–, además de un magnífico comentario de su lectura de «El amante discreto»; Barral ha dado señales de vida, Juanito López-Carrillo me ha hecho llegar su «69/modelo para amar» editado por DVD –este tipo es un cachondo, además de muy buena gente–, Abraham parece que se va a venir a Béjar a currar –nata montada–, a los niños sevillanos de la «Poesía itinerante» les ha caído un nuevo galardón –¡albricias!–, José Luis Morante y Arturito Ledrado siguen presentes en la distancia –pronto sacarán el nuevo número de «Prima Littera»–; Juan Manuel de Prada me ha llamado y hemos tenido una conversación llena de afecto... Está bien que de vez en cuando lleguen días para el reencuentro, días para saber que todo sigue en su lugar, que cada amigo me guarda un espacio en su corazón, que el tiempo no sólo es meteorológico. Por la tarde me dedico a pintar –me apetecía hacerlo– y concreto una imagen que me llevaba dando vueltas en la cabeza hace unos meses, un gato muerto en la carretera. El dibujo lo he realizado sobre un folleto en pliego del año 1906 que hizo las funciones de publicidad de la casa «Voitures Delahaye», pues me pareció muy apropiado al caso como soporte para la idea que quería plasmar. En el dibujo he jugado con el grafismo «gato» emergiendo de una sórdida nebulosa de colores fríos, y como imagen central he escogido uno de los gatos de línea que vengo realizando desde hace unos cuatro años. El resultado, sinceramente, es absolutamente infumable, pero la descarga de tensión que contie23


ne es muy beneficiosa para mi estado de ánimo. Y ahí lo tengo puesto, frente a mis ojos, mirándome hasta que me harte de él y decida romperlo. 17 de enero de 2003 Viajo a Madrid con Juanito para cerrar asuntos importantes del MPDL –nos acompaña Javier, un tipo estupendo que trabaja desde la presidencia del MPDL Extremadura y es miembro de la Asamblea Permanente de la ONG–. El viaje es agradable y la conversación llena de interés –cada día me gusta más esta faceta del viaje–. En Madrid visitamos la sede central y saludamos a todos los compañeros, entre los que se encuentran Jacobo y Paca Sauquillo. Dejamos en la reunión de la Asamblea a Javier mientras Juan y yo nos vamos a hacer tiempo dando un paseo por Lavapiés. El barrio está brillante en su mixtura, reluce con pasión el mestizaje y el colorido hace una postal determinante y muy distinta de la que yo tengo tomada en mi imaginario particular. Durante el paseo me topo con una primera edición de Miguel Hernández y se me afilan los dientes, pero me sujeto porque mi economía hace un poquito de agua en estos días. A eso de las dos y media, hora en que la Asamblea Permanente nos había citado, nos presentamos dispuestos a lo que sea por conseguir nuestra nueva meta: la decisión de crear un MPDL de Castilla y León con carácter de delegación de la casa central y, a la vez, dignificar el trabajo de Juan con un reconocimiento ajustado a la medida de su entrega a la causa solidaria. Todo resulta mucho más fácil de lo que esperamos y la Asamblea, por unanimidad, nos concede las dos peticiones, con una salvedad que me toca, no sé si en lo profundo, pero que me toca. Soy nombrado presidente del MPDL de Castilla y León y acepto sin pensar demasiado en la responsabilidad que tomo. Ahora debo echarle unos días a la reflexión para ponerme en el lugar que me corresponde y ser capaz de no deafraudar a nadie, pues este nombramiento lleva consigo una enorme carga de confianza por parte de nuestros asociados y simpatizantes y, además, requiere un enorme esfuerzo de gestión para ir llegando poco a poco a cumplir los objetivos marcados. Felicidad al fin y al cabo porque todo nos sale de maravilla y Juan vuelve a su justa relajación. Paca nos invita a comer y el asunto sirve para que todos nos conozcamos un poquito mejor. Buen rollito, en todo caso. Por la tarde, con la hora pegadita al culo, viajamos hasta Valladolid para asistir a la presentación de un libro de Esperanza Ortega sobre la obra de Paco Pino. Hago el esfuerzo del viaje, sobre todo, porque la asistencia al acto me traerá de nuevo los rostros de mis queridos amigos Dieguito Fernández Magdaleno –que es, a la sazón, el pianista que interviene en el acto de presentación poniéndole banda sonora a los versos del maestro recientemente desaparecido–, Belen Artuñedo, Manolín Bocos y Alberto. Llegamos al acto con bastante retraso –sólo podemos escuchar cinco poemas, y encima yo voy 24


con un «sonoroso» movimiento de tripas que pone la justa percusión al piano de Diego–. Lo importante, en todo caso, es poder abrazar a los colegas, y ya se puede imaginar: ¡Misión conseguida!, con la suma feliz de conocer en persona a Fermín Herrero –justo y magnífico poeta–, echarle un ojo y un abrazo a mi amiga Susanita, conocer a toda la impresionante familia de Diego y besar con fuerza y alborozo a su «mari», que está guapísima. La visita fue telegráfica, pero sirvió para que nos cambiásemos algunos cromos, además de lo ya relatado. Manolín Bocos se presentó con un montón de música culta para que me ponga un poco al día y Belén me regaló un novelón y dos discos que aún no he podido sacar de su bolsa. Vuelta a casa a eso de las once, pensando en que si todos los días fueran tan intensos, la vida sería una progresión geométrica de felicidad. ¿Será verdad? 18 de enero de 2003 Mientras el cáncer social de nuestro tiempo se centra en la política, con un duro y alarmante proceso extensivo de tipos sin sustancia que sólo miran por sus intereses particulares, los jóvenes –los que quieren buscar salidas, que no son muchos– toman el carro de la solidaridad con el Tercer Mundo y centran sus ideales en historias que, sin querer, acabarán llevándolos al terreno político por un camino bien distinto al que utilizamos los tipos de nuestra generación. No sé por qué, pero me está dando en la nariz que no pasando mucho tiempo, si las cosas no cambian –que no cambiarán–, empezará a gestarse una dura respuesta social contra todos estos ídolos de sí mismos. El que no esté preparado para soportar las duras recriminaciones del gentio puede morir a los pies de sus botas. ¿Quién vendrá a sustituir a toda esta calaña de serviles inútiles?, ¿qué jóvenes acumulan el grado de preparación suficiente como para tomar las riendas de este carro maltratado? No se me ocurre gente mejor que la comprometida con las causas justas de la Tierra, gente autoformada en los campos de trabajo africanos, indios o sudamericanos; gente que ha aprendido a reconocer el sufrimiento echando una mano en los Balcanes o en el Pozo del Tío Raimundo. El problema, el justo problema, es que esta gente está absolutamente desencantada con la clase política y va a costarles mucho tomar esas podridas riendas. Sólo una respuesta social dura será capaz de empujarles a donde ya debieran estar. ¿Que a qué viene hoy todo esto?, pues no lo sé, quizás porque mi paseo de ayer por Madrid me ha llevado a pensarlo, quizás es porque deseo con todas las ganas que esto suceda o quizás porque ya no aguanto más este puñetero desencanto. Confío en esos jóvenes y deseo que todo suceda ya, que las hienas políticas empiecen a conocer ya mismo el sabor del barro y que una nueva luz llena de futuro nos meta nuevas ganas en el cuerpo a todos y a cada uno de nosotros. Tristemente, el hombre es un hombre para el hombre. Corríjase el refrán en positivo. 25


22 de febrero de 2003 Últimamente falto con excesiva frecuencia a tus páginas, diario; pero es que la vida me puede sobre todas las cosas, y no es malo. Tampoco demasiado bueno. Ayer murió Maite, y sólo puedo expresar un sentimiento de desolación y anonadamiento, un ágrio sabor de boca a vida perdiéndose y una rabia incontenible hacia ese cabrón de Dios que cada día logra encenderme más. Ahora no me sirven los analgésicos de otros tiempos, ese vivir el recuerdo como consuelo ante la falta o aquel alzarse de hombros mientras me hacía promesas de vivir más intensamente. Ha muerto Maite y sólo intento buscar su rostro en mi memoria, intentar archivarlo con claves nítidas para que la lógica del olvido no me traiga la cara de Luis, de David, de María o de Luis Alberto al intentar recordarla. La vida es una putada y hoy no sé qué hacer, no sé cómo reaccionar... Es muy triste. Si me detengo a leer el periódico, sólo encuentro la incoherencia del hijo de puta del bigote jugándose vidas al póker en el rancho de Charlie, con su sonrisa de dinero calentito y su As sanguinolento guardado en la manga más ancha que nunca haya tenido sátrapa alguno –ni el asesino Francisco Franco fue tan beligerante y tan imbécil. Llueve afuera y hasta me lloran los cristales de mi estudio. El mundo es una resta fatal, una resta de lesa religión, de lesa política... Todo está trastocado y vivimos en la incorrección infinita cuando lo que la santa lógica manda es herirse de felicidad, sobrevivir suavemente en un status mínimamente gozoso. Cada día estoy más convencido de que hace falta una nueva revolución, una revolución del asco que expulse del humanismo a las religiones con todos sus sicarios, que destruya con energia a la fiera capitalista, que hunda en el barro a los líderes políticos que sólo conocen el oficio de medrar destruyendo. La praxis de vida que hemos de potenciar debe estar basada en el respeto a la individualidad y en la eliminación de los planteamientos globales que desdeñan el tratamiento individualizado del hombre. ¡Respetémonos, pues se lo debemos a nuestros hijos!, y seamos enérgicos en destituir a las hienas –con bigote o sin él– que nos arruinan la existencia. Vaya todo mi odio para ellos, como un vómito. Me voy, diario, a despedir a Maite, que ya descansó en paz y nunca sabrá en qué ha de terminar todo esto. Estoy muy triste. Lo siento. 8 de marzo de 2003 Esta mañana he recuperado el «Desiré» de Bob Dylan gracias a la oferta de «El País» y, qué decirte, diario, sino que soy un hombre feliz mientras escucho con delectación el «Oh, sister» y me fumo un cigarrito peleón con sabor a último del día. 26


La verdad es que echo de menos no prestarte la atención debida, que aunque me autoimponga ponerte unas líneas todas las noches, siempre hay alguien que viene a poner barreras y a fastidiarme el rollito de recapitular. En fin... Hoy me ha bajado un día político como a quien le baja la regla, con molestias y con cierto malestar; y es que a los políticos tenían que obligarles a pasar por un control extricto mensual en el que se sopesasen y regulasen sus dosis de ambición, su exceso de individualidad y su afán de protagonismo; que alguna suerte de ITV les midiera y fiscalizase sus demarrajes expresivos y sus fruslerísimas maneras para con la gleba que somos los demás. Y es que el hecho de «representar» a veces otorga urgencia al leve, miseria al generoso y ridiculez al brillante... todo un fracaso que hemos de sufrir los ciudadanos paranormales de color canela –como el perro de mi vecina–. Yo, sin embargo, pienso que el político debiera ser generoso, dialogante, un hombre tranquilo sobre todas las cosas, cordial en todo momento, sincero, capaz, imaginativo, positivo y sensato... ¿Es mucho pedir?... ¡Es mucho pedir! Y luego he leído al mejor Millás contando que cuando a un tipo adulto no le duele nada cuando se levanta de la cama es que está muerto, y lo hacía refiriéndose al enfermo mental (con mi más profundo respeto a ese tipo de personas) del presidente de Estados Unidos y al bufón fascista que nos representa... y luego leí una carta de Terry Jones (integrante del grupo Monty Python) al «London Observer» que fue publicada el domingo, 26 de enero de 2003, una perla en el más maravilloso estilo Groucho que no puedo dejar de reproducir: «Estoy entusiasmado con la última razón que da George Bush para bombardear Iraq: se le agota la paciencia. ¡A mí me pasa lo mismo! Llevo un tiempo bastante cabreado con el Sr. Johnson, que vive dos puertas más abajo. Bueno, con él y con el Sr. Patel, que regenta la tienda de comida naturista. Los dos me miran mal y estoy seguro de que el Sr. Johnson planea algo horrible contra mí, aunque aún no he podido descubrir el qué. He estado husmeando su casa para ver qué pretende, pero tiene todo bien escondido. Así es de taimado. En cuanto a Patel, no me pregunten cómo lo sé, el caso es que sé -de buena tinta- que en realidad es un asesino en serie. He llenado la calle de panfletos explicando a la gente que si no actuamos primero, nos irá liquidando uno a uno. Algunos de mis vecinos dicen que si tengo pruebas, que vaya a la Policía. ¡Qué ridiculez! La Policía diría que necesitan evidencias de un crimen del que acusar a mis vecinos. Saldrían con interminables sutilezas y objeciones sobre los pros y los contras de un ataque preventivo y, mientras tanto, Johnson estaría finalizando sus planes para cometer actos terribles contra mi persona, mientras Patel estaría matando gente en secreto. Ya que soy el único de la calle con un arsenal decente de armas automáticas, me doy cuenta de que es cosa mía mantener la paz. Pero hasta hace poco ha sido algo difícil hacerlo. Ahora, sin embargo, George W. Bush ha dejado claro que todo lo que necesito es que se me agote la paciencia, ¡y ya puedo tirar hacia delante y hacer lo que quiera! Y, reconozcámoslo, la política cuidadosamente razonada de Bush con respecto a Iraq es la única manera de conseguir la paz y la seguridad internacionales. La única manera segura de parar a los terroristas fundamentalistas suicidas que amenazan a EE.UU. y al Reino Unido es bombardear algunos países musulmanes que nunca nos han amenazado. 27


¡Por eso quiero volar el garaje de Johnson y matar a su mujer y a sus hijos! ¡Ataquemos primero! Eso le dará una lección. Así nos dejará en paz y dejará de mirarme de esa manera tan absolutamente inaceptable. El Sr. Bush deja claro que todo lo que él necesita saber antes de bombardear Iraq es que Saddam es un hombre desagradable de verdad y que tiene armas de destrucción masiva -aunque nadie pueda encontrarlas-. Estoy seguro de que tengo la misma justificación para matar a la esposa y a los hijos de Johnson, que Bush para bombardear Iraq. El deseo a largo plazo del Sr. Bush es hacer del mundo un lugar más seguro, eliminando a los "estados peligrosos" y al "terrorismo". Una intención a largo plazo bien inteligente, porque, ¿cómo diablos se sabe cuándo se ha acabado? ¿Cómo sabrá Bush cuándo ha acabado con todos los terroristas? ¿Cuando todos los terroristas hayan muerto? Pero un terrorista sólo lo es una vez que ha cometido un acto de terror. ¿Qué pasa con los futuros terroristas? Ésos son los que realmente hay que eliminar, porque la mayor parte de los terroristas conocidos, como son suicidas, se eliminan ellos solos. ¿Será acaso que el Sr. Bush necesita acabar con todos los que podrían, quizá, ser futuros terroristas? ¿A ver si es que no puede estar seguro de lograr su objetivo hasta que cada fundamentalista islámico esté muerto? Pero resulta que algunos musulmanes moderados pueden convertirse en fundamentalistas. Tal vez lo único seguro que quepa hacer, según Bush, sea eliminar a todos los musulmanes. Lo mismo pasa en mi calle. Johnson y Patel son sólo la punta del iceberg. Hay docenas de personas en la calle a las que no gusto y que -lo digo con el corazón- me miran muy mal. Nadie estará seguro hasta que haya acabado con todos. Mi mujer me dice que a lo mejor estoy yendo demasiado lejos, pero yo le digo que lo único que hago es usar la misma lógica que el Presidente de los Estados Unidos. Con eso le callo la boca. Igual que le ocurre al Sr. Bush, a mí se me ha acabado la paciencia, y si ésa es razón suficiente para el Presidente, también lo es para mí. Le daré a la calle entera dos semanas -no, diez días- para que salgan a la luz y entreguen a todos los alienígenas y piratas interplanetarios, a los forajidos galácticos y a los cerebros terroristas interestelares, y si no los entregan de buena gana y dicen "gracias", bombardearé la calle entera. Tan sensato es esto como lo que se propone George W. Bush. Y, al contrario de lo que él pretende, mi política sólo destruirá una calle.». ¿No es una joya? Y respiro hondo, y me tomo una Saldeva para este dolor político que me revuelve las tripas y parece que me calmo un punto. No merecen la pena los políticos que son sólo políticos y no saben ser hombres. Venga... 9 de mayo de 2003 Bolo en Valladolid, viaje solo, afectos recuperados, buen rollo... El viaje lo hice al son de la música enorme de Vinicius Caposella, con una magnífica sensación de descanso de todo lo que significa la imprenta con sus malos rollos de curro y otras circunstancias trans28


versales. Grato reencuentro con Belén Artuñedo al amor de un café y unos cacahuetes, contacto recuperado de la forma más hermosa con Manolín Bocos y Carlitos -los alumnos de Diego que tanto afecto me ponen siempre sobre la mesa–, vuelta a ver a Diego Fernández Magdaleno, en estricta dieta y con diez kilillos menos -está mucho mejor mi hermano del alma–, grata sorpresa ante la asistencia de Gustavo Martín Garzo y Esperanza Ortega, emoción por la presencia de Lola González Canalejo, contacto con Manolo Sierra –pintor de alcurnia– y con Luis Marigómez... La lectura, desde mi punto de vista, resultó difícil dada la frialdad del personal pucelano, que no respondía a las trampas que había puesto en el recital. Sin embargo, después del acto pude comprobar que todo era afecto y que la gente no lo había pasado mal del todo. La directora de la Fundación Montes, donde se desarrolló el acto, Catalina Montes, fue un encanto y me dispensó un trato que siempre agradeceré. Como curiosidad, decir que Gustavo hizo labores de librero y me vendió un buen número de libros. Quiero volver a Pucela muchas veces. 25 de mayo de 2003 El representante de Elliott Murphy, un gilipollas, va y me dice cuando le pregunto si tiene algún disco para venderme: «Nosotros somos gente normal, y sólo queremos tomar unas copas tranquilos, ¿vale?...». Paso de ese tipo gordo con cara de pijoaparte que intenta joderme la noche mágica Elliott y me encebollo en mi cuarto Havana 7 con Coca-cola mientras pienso que, siempre, al lado de un tipo genial crece una manada de imbéciles que se inflan al amor del roce del artista. Y sentado en el escalón que sirve de escenario a «La Alquitara» miro la vida nocturna bejarana desde mi escéptica melopea solitaria: la pareja de pijos medio ye-yés asombrándose con aspavientos y risitas flojas porque anda por ahí Carmelo Gómez, porque «ése que está a mi espalda, chiqui, es el Vargas, el de la banda de blues. ¡Qué bonita noche...!», porque «me salen espinillitas de todo lo guay que es esto». La pobre ninfómana arrumbada de años a la busca y captura del creador mágico que le pulverice el coño con su semen polifacético, la mesa de postprogres del «ya nada es igual... ¿Te acuerdas...?», el tipo empachosamente intelectualoide que ha tomado su absentita de más y llega con el ritmo roto a joderme la única salida nocturna del mes, la magra separada con coquina fresca y mirada segura y humeante, el par de guiris extremeños –desplazados a base de euros a medias–, el tipo que juega a parecerse a un cantante de moda y espera la admiración de las vestales nocturnas, el Príncipe de la noche Alquitara abrumado y profesional, la felicidad Miguel sobrenadada en el juego rastrero de los munícipes aprovechados –una felicidad absolutamente sincera, diáfana, limpia...–, el amigo de las buenas vibraciones descansando de su dolor de engobe y fuego con los ojos tristes y cansados, un trocito del Perú más incendiado junto a la bandera cubana en el exilio, Luisito –sin más, pero sin menos–, la mesita de esposas vírgenes y mártires, los curritos de 29


diario dilapidando sus pelas sin saber de qué va esto, la generala con cara de menos amigos que otros días, el humo, la luz difusa, la música enredada en el tumulto, las voces, los besos furtivos, los roces imperceptibles, Javi... y el recuerdo de un tiempo de «petaco» y «marcianitos» resumido en la miseria del tiempo, trabado en el paso, en la caída, en el descenso físico. Si hubiera sido Tattoo le habría roto un vaso en la cara al payaso ése que se crecía ante la cercanía de su representado, pero yo me callé y me senté en la tarima del pequeño escenario de La Alquitara a darle la barrila a mi sobrino Javier, el pobre, que aún piensa que en la sensibilidad y en la búsqueda más oriental de la armonía se puede llegar a crecer con cierta garantía de éxito. Hoy me duele la cabeza un punto más de lo normal y tengo que ir a votar, y me gustaría poder soltar mi libido y mearme en la urna de mi mesa electoral... pero no lo haré, porque mi carga de máscara puede a ese rey león que llevo dentro amordazado. Votaré, sonreiré y daré las gracias. ¡Vaya vida! 6 de junio de 2003 Fraey Chapman me saca el lado triste y tranquilo, me seda, mientras recojo el recuerdo de mi último viaje a la corte del afecto, al Madrid de mis amigos. Del acíbar personal salté el martes pasado al cariño sincopado en ese oso genial que se llama Jesús Urceloy, al abrazo casi pugilístico de mi nadalino amigo David Torres, al cremor tártaro de mi Carmencita Yuste de ojos lánguidos, al raro esparcimiento tardonoctívago de mi entrañable hermano Pepe Servando, al dulce mirar como pidiendo mucho más de Esther Muntañola, al nervio sincero de mi Morante entre desquiciado y harto, al dulcísimo fulgor del colega Carmelo Gómez, al desganado sibaritismo cercano de Julia Barella, al hervor by extra Cátedra de mi Quijano/Sancho particular, al sorprendente y encantador Farrás progresista venido a mucho más, a la argentinísima actitud Poe/sin alcohol del magnífico novelista delgado como la delgada línea del infinito... y Fraey susurrándome que haga una locura ya, la locura que no debo hacer. Del gozoso atardecer matritense me ha quedado el sabor de una cerveza fría arrumbando al calor pegajoso, el rostro bellísimo y la elegante actitud de Eva Tormo, el seguro de que me quedan amigos mejores que yo, la rosa hiriendo en unos ojos, el pavor al bullicio y la calma chicha del abrazo, la vestalía que contiene el antiguo Madrid -una vestalía absolutamente lúbrica-, la nitidez de que no sirvo para salir de mi cueva húmeda y el gozoso conocimiento de que me quedan algunos paraísos menos artificiales que este espacio que me abarca y ruge hacia adentro. Tirito y titilo con Fraey como tiritaría y titilaría con cada uno de mis amigos. Ahora sé que escribir versos sólo es una excusa. 14 de junio de 2003 30


Viajo hasta Grazalema (Cádiz) invitado por el Centro Andaluz de las Letras para realizar una lectura de mi obra poética. El viaje es largo y tedioso, hecho de calor, sopa sosa y calamares revenidos, pero la llegada al gaditano puerto de Zahara cubre de gloria toda la miserable andanza desde Béjar hasta Prado del Rey. Grazalema es un paraíso a modo de oasis, un remake pequeñito de los Picos de Europa en el Este gaditano, un pueblito limpísimo, coqueto, blanco, como colgado de unos majestuosos picos pelados. Un gozo para los sentidos y un lugar al que volver. De la lectura mejor no decir casi nada. Cuatro personas de público de las que dos eran técnicos municipales, una era mi cuñado Antonio Gutiérrez y de resto se completaba con un chaval de buena voluntad que tuvo la suerte o la desgracia de ser la única persona que asistió por propia voluntad sin conocerme de nada. Fue triste, aunque no frustrante, pues al fin y al cabo yo cobré mis 300 euros más dietas y desplazamientos, tuve la suerte de que me alojaran en una joya de hotel de montaña y viví con afecto las ganas y los cuidados de los pocos asistententes a mi lectura. Sí me ha quedado cierto regusto de fraude, aunque no por mi culpa, pues el acto apenas se había anunciado y además estuvo concidionado por la toma del gobierno municipal por el grupo socialista de Grazalema (a cuyo alcalde, Antonio, saludo) y con un partido televisado a la misma hora en la que yo había de comenzar mi recital. Una pena. La vuelta a Béjar fue rápida y muy cansada, y ahora sólo estoy para mi mujer y mis hijos, que ya es mucho, ¿no? 26 de julio de 2003 Hago un pequeño esfuerzo de puesta al día y le echo varias horas a leer en internet los titulares de prensa de los dos últimos meses, pues el aislamiento al que me he sometido me ha dejado casi sin defensas ante el mundo... Y todo sigue igual, premian a los nefastos ministros del Prestige desprestigiando la mayor institución gallega a mayor deshonra de los muxiitas, han propuesto a Bush y a Blair para el Nobel de la Paz -me extraña un güevo que al chulo de Aznar le dejen al margen de este asunto-, los políticos se despedazan en Madrid mientras se cocinan en el fango urbanístico y pide la jubilación el recién dimitido fiscal anticorrupción en un gesto de vergüenza propia y ajena, la izquierda es ya casi la derecha y la derecha siguen siendo los de siempre. Monrovia exhala un hedor acre y estadounidense mientras los padres espiritanos siguen con su trueque de agua depurada en Mangola Chini a cambio de misa y padrenuestro en swahili. ¡Todo mierda! Y me arrepiento de haber vuelto a perder mi tiempo, y llamo a mi peluquera, y me corto el pelo para concretar mi enésimo suicidio menor, y me fumo una cajetilla enterita de Chester, uno detrás de otro y de otro y de otro y de otro... y escribo un poema desesperado sobre la caída de Roma, y escucho un ratito a Elliot Murphy, y corro a abrazar a mis hijos mientras vemos juntos el último episodio que emite la 31


tele sobre la familia Simpson, y siento que la realidad está en esos cartoons tan bien resumida que es mejor no volver a ver otra cosa. Estoy releyendo «1984», hijos de la gran puta. 7 de Diciembre de 2003 Acabo de llegar de Moguer hace un ratito, y llego fresco, fresquísimo. Buen rollo, amistades recobradas, gente nueva que sumarle al tiempo, más risas que nunca... Lo mejor de todo ha sido conocer a David Pielfort, torero repentista de la palabra que se vomita sola, alma surrealista rediviva porque ...Alberti era un macarra por los pelos de macarra bajo un shishi suave lavado con Perlán de una amante Shpiderman de Valente y en el tren hemosss venido todos desde Saragossssa que hay un tubo el Tubo niño ssssí que eres peor que la novia de Ángel Cristo menda lo dise menda en primera persona de indicativo menda joe menda podías conviar Campusssano que soy el atrilero de una sinfónica y tienes argo sesuar en los ojos niña sombi Dulse Shacón de un tractó montao en tarántula y en San Lucar lesheron Ginsberg y Dickinson y Gillette pero no Caballero Bonald qué bischo y no es macarra como Alberti el de los pelos macarras es musho peor le dije Pepe qué dises y el respeto de qué me conoses un torero disen que es un torero de Saragosa pandisssha de mariquitas... y Morante/Valente partido de risa por el suelo donde ya estaba derrotado por la carcajada Antoñito Orihuela junto a Daniel Macías. Y Daniel Vilas –que me regaló «El nadador» y un panorama triste de la poesía de ahora–, y una niña rubia preciosa que asustó a dos paisanos con sus versos de entrañas y lefa, y el Niño Carajaula –pastillas pastillas pastillas–, y el facocero/facóquero, y el discípulo de D’Ors sentando cátedra en pizarra con trampa/tripi, y Moyita «el chico» de «La Señorita», y Eva Vaz en calcetines de topos como estrellitas pequeñas, y Cristóbal Puebla como Carlos Puebla –joer, perdona, tío, que no fue esa «realidad» con «conciencia», coño. Ya le pondremos «fe» a la errata–, y Amín Gaver con abrigo de concejal como un polvorón de Isla Canela, y Diego Mesa, y el «cincuenta» Sahagún con sus ojos azules persiguiéndole siempre entre tos y Ducados, y Antonio Crespo Massieu, y esa Mar que fue Ángeles, y María de justo superhéroe, y Jesús Vázquez con mecherito a ritmo de piano Campuzano. ¡La rana, la rana, la rana!... Y la Nueva España en su edición de hoy ubicando Moguer justo en Pola de Lena. ¿A qué más? ¡La hostia en endecasílabos! ¿A qué más? 27 de junio de 2004 Hace un par de semanas perdí el sistema operativo de mi ordenador y mi mala cabeza me ha llevado a perder archivos que tenían mucha importancia para mí; entre ellos, he perdido las dos primeras etapas completas de este «Diario de un Savonarola» así como varios poemas de mi último poemario -«El 32


gato sólo quería a Harry»-. También han desaparecido montones de imágenes entrañables... pero, en fin, así es mi vida, y esto ha de seguir adelante. De entre los últimos asuntos sucedidos, dejo una breve reseña para comenzar a retomar el pulso de los días. Me escribe El bueno de Fermín Herrero respondiendo al envío de mi nuevo libro –«Con la muerte en los talones»- y de su entrada en el último número de «Señales de humo». Transcribo su carta: Caro Comendador: Gracias mil por el envío y por el detalle de meterme en la revista como estrella, me parece, pensaba que iba a aparecer entre mucha gente, es un honor que no merezco, desde luego. Al grano: Belén me dio el viernes «Con la muerte en los talones» y lo he devorado el fin de semana. Te veo cada vez más denso, menos de bote pronto, cada vez más clásico (qué ejecución, que se dice, los sonetos, yo me veo incapaz) y remansado, como debe ser. Ahora, igual influye también la edad, amigo (bien lo sé en mi caso). Te ha salido un libro de una pieza, me parece y ya está. Mis favoritos: el retrato de la mujer que se peina mientras llueve; el poema con cita de Hierro, muy quevediano, a la médula; el terrorífico del falso culpable; el carpe diem de Nada acaba; el augurio (pero ya llevas varios así y no sé, eh...) sobre la denuncia en el del foro de la Onu; el inquietante Sueño frágil... En fin, En el último bar, ya tarde, ahí estamos, amigo, encogiéndonos en nosotros mismos, al menos yo, por eso me resulta un poco a desmano existencial lo de Moguer, donde estaré, no obstante, salvo causa mayor, pero veo que vas el fin de semana y yo me tengo que volver a Soria el viernes, así que no sé si te veré. Bueno, creo que no te han hecho ni una puta crítica del amante de la Bacall pese a estar en Visor, el premio..., a veces pienso si no es un mérito no aparecer, pero jode, la verdad, pensaba que esta vez alguien lo haría, pero yo al menos no he visto nada, ya me dirás, porque me interesaría si ha salido algo. Te mandaré por correo la suscripición a la revista, qué menos. Por cierto, no entiendo muy bien el poema sobre Colinas de tu libro, ya me dirás. Un fuerte abrazo y salud, cuando todo es silencio no hay que huir sino seguir en la brecha y la palabra. Ánimo, que quedamos pocos y envejeciendo. Fermín. Y le agardezco al colega el ánimo sincero, porque es cierto que es muy triste lo que sucede, el silencio, el vacío... A la par de las letras de Fermín le he puesto final a «El gato sólo quería a Harry», y estoy muy satisfecho, pues creo que el poemario responde a mis planteamientos y en él digo exactamente todo lo que me apetecía decir en este tiempo. Le pasaré el conjunto a Morante, a Belén y a Antonio Gutiérrez para que me digan algo. 33


Sí me gustaría apuntar ahora un breve comentario que me ha hecho Antonio Garrido sobre algunos versos que ha leído de este trabajo último. Dice que me nota triste, pesimista, que en los versos apenas doy cancha al lector y me encierro en un mundo raro que él no percibe en el trato diario. Yo pienso que Antoñito no tiene razón en este caso, que le pierde la mirada pictórica del asunto y le jode un punto que le haya quitado decorado a mis versos; y es que yo pienso que debo desnudar mi poesía, dejar que enseñe al hombre que soy, sin las máscaras del ingenio, sin la ironía, sin esa acidez que hace que lo triste parezca gracioso. No sé. También ha dado señales de vida Juanjo Barral, que quiere que le edite un libro en «El árbol espiral». Su largo silencio ha sido inexplicable, pero a un colega como él siempre se le debe guardar un hueco de afecto y calor. Le he dicho que cuando quiera y como quiera. Inexplicablemente también ha aparecido Abraham Gragera con un mail extraño y absolutamente entrañable. Sus palabras dejan la sensación de que alguien le ha animado a escribir, pero después de mi contestación se ha vuelto a hacer el silencio. Reproduzco su texto: Hace unos días estuve en Granada leyendo poemas. Me encontré a Josep María Rodríguez y a Antonio Orihuela y hablamos de ti, y me dio un ataque de nostalgia y de cariño, de un cariño que no se ha modificado una pizca a pesar de las distancias, las ausencias y los silencios. Me he pasado el año encerrado. No he salido apenas de mis ajustes de cuentas conmigo mismo y de la lenta fabricación de nuevas ilusiones que aún llevo a cabo. Es la apariencia de adolescencia que mi vida tiene la que me frena a la hora de dar señales. Siempre espero a estar en condiciones de hablarle a la vida de tú a tú. Y el tiempo pasa. Y yo rejuvenezco, paradójicamente. Escribo lento, como siempre. Escribo aforismos, fragmentos, jirones de poemas que esperan a su doctor frankenstein y a una mano primorosa que disimule las costuras. Y llegan. Al final llegan. Tengo casi todos tus libros y guardo casi todas tus cartas. Me sé de memoria versos tuyos, sonetos que me alegran la vida y que le alegran la vida a los demás a través de mí. Tengo en mi cabeza detalladamente almacenadas cada una de las cosas que he aprendido y que aprendo de ti, y que no te digo ahora porque las palabras son unas pobres y unas cursis. Lo único, lo breve que yo te quería decir es que no me olvido de ti, que estás en las cosas que escribo, que vivo y que leo; que me gustaría verte, y ver a Morante, y a Juan, y que así será, que yo lo sé. Un abrazo muy fuerte. Y que el calor me puede sobre todas las cosas, que el trabajo me aburre, que estoy metido en un montón de asuntos con ediciones por medio y que la gran ilusión es hacer un verano poético en «La Alquitara» con Ángel González y José Luis Morante. 34


… Estuve en la boda de Lourdes y César. Cené junto a Juanito y los chicos del MPDL, que son gente estupenda. Me aburrí un montón, entre otras cosas porque ya no sé hacer el ganso y disfrutar de las cosas simples. Lo único destacable fue observar cómo volaban las manos de una chica, eran hermosísimas y se notaban educadas –cuando pregunté por ella, Juanito me contó que había estudiado piano desde niña–. A veces soy capaz de enamorarme de unas manos. Volví a casa con aquellas manos metidas en la cabeza y en los ojos. Tengo que buscarle versos. … La casa me derrota. Más que la casa, los hijos: Felipe está en una edad terrible, hiperactivo, vociferando constantemente y soliviantando a su hermana, que está peor que él. Todo son voces... y yo estallo violentamente. No puedo sujetar la ira. Sólo Guillermo pone calma en mi boca y en mi ánimo. De todo ello han crecido unos poemas agrios, como una vuelta de tuerca a aquellos de «Sentado en un bar»... Y me gustan, me gustan mucho. Tendré que plantearme retomar aquella voz en serio, con profundidad, aunque me temo que me vendré abajo durante todo el verano si me meto en labor. Lo pensaré durante unos días. … Recibo un mail de Carlos Aganzo demandando distribución para sus libros y no sé cómo hacerlo. Los distribuidores no quieren saber nada de poesía y menos de tiradas que no lleguen a los mil ejemplares. He de trabajar en este campo para intentar mejorar la editorial. Tengo que hacer algo urgente. 28 de junio de 2004 Esta mañana me ha llamado Lara Cantizani para felicitarme por el nuevo «Sornabique». Está encantado con el objeto, aunque todavía no ha leído los poemas que contiene. … Recuerdo ahora la conversación que tuve hace unos días en Mérida con Antonio Orihuela, me contó que había estado en un encuentro poético en Granada, una historia de la Experiencia montada por Luis García Montero. Me comentó que el poeta pope que ya es Luis tiene un enjambre de poetitas jóvenes que le siguen constantemente. Me sorprendió que entre esos poetas estuviera Abraham Gragera –la idea que Orihuela tiene de Abraham yo creo que es equivocada, pues me da la impresión de que no ha leído su poesía–. Es probable que Abraham haya encontrado un camino entre esa gente, pues ahí está la entrada en Hiperión y en Visor. Yo le alabo el gusto, pues en la vida hay que saber aprovechar las oportunidades. Yo, la verdad, aprecio mucho al chaval y sé que es un poeta de una vez, como hay pocos en estos días. 35


A Antonio le va más la marcha de Riechmann, muy auténtico todo, mucho compromiso y esas historias de la izquierda guay española... pero siempre ubicado en congresos magros, en viajes estupendos para leer en la China Mandarina o en las recónditas esquinas de latinoamérica. Yo prefiero a Abraham con sus fobias y sus complejos, con su sonrisa tranquila y sus versos únicos. … Apunte: Una mujer orina vino espumoso durante sus periodos y lo envasa en antiguos tarros de miel. Cuando muere, la orina que fue bebedizo se transforma en sangre azul. … Leí hace unos días la columna de Arrabal en El Mundo, donde muestra sus paranoias e intenta orlar su ego con las historias del leopardo. Sinceramente, yo no entiendo a este tipo, aunque aprecio su forma insultante de tratar a los estúpidos que le aplauden. Se me ocurrió que debo darle vueltas a mi antiguo manifiesto «Poesía inútil» y sacar a la luz una revisión fresquita. Lo haré. … No tengo noticias de Belén. Seguro que es un poco más feliz y me ha hecho caso por fin en mi constante insistencia en que aparte a sus amigos un poquito y se dedique a sí misma y a su familia. La echo mucho de menos. … He vuelto a releer a Valerio Catulo y siento cómo se amortigua el calor. Es frescura y a veces frío. Me encanta... Hoc est, uritur et coquitur... La mala hostia es un magnífico modo de hacer poesía, también la palabra llana, la de la calle... y, con ellas, los sentimientos más primarios. 29 de junio de 2004 Me escribe Morante para decirme que el ciclo poético de agosto en La Alquitara se pone chungo, pues los poetas que me he empeñado en traer es muy difícil que puedan venir. Esto me pone triste, pues tenía muchas esperanzas de reencontrarme con el maestro Ángel González y en conocer por fin a Joan Margarit. Seguiré peleándome la historia hasta el final. 1 de julio de 2004 Belén da señales de vida. Un mensaje en mi móvil me cuenta que está en una retrospectiva de Tapies y que se acuerda de mí. Algo es algo.

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2 de julio de 2004 Recibo un paquete con la antología «Poemas para cruzar el desierto», en la que Ángel Sierra me ha incluido entre treinta autores del llamado «Realismo sucio». Me da la impresión de que es otro esfuerzo vano de unificar voces distintas y muy distantes. La verdad es que no me veo en el asunto, y menos con gente como Cristina Peri, acomodada desde hace tiempo en la «pela» y aupada en sus cositas de género y en una poesía absolutamente insoportable. Perdón, ¿dije poesía? Sé de la buena voluntad de los chicos de «Línea de Fuego», pero hay que ser mucho más rigurosos para hacer algo bien hecho. Por ejemplo, dónde coño está el estudio introductorio que sitúe al personal en esa tendencia tan querida y extraña. En fin, que me siento bien, por lo menos, saliendo junto a algunos buenos amigos que escriben, y ya es bastante. … Apunte: Miro desde mi ventana y el mundo ha cambiado. Cierro la ventana y espero. 3 de julio de 2004 Arranco el día escuchando a Elliott Murphy con el volumen a tope. Necesito fuerza para edificar un día largo e intenso. Se casa Miguel. Anoche subí hasta «La venta del bufón» para tomarme unas copas con los colegas a modo de despedida del amigo. Fumé como un carretero, bebí tres copas y cayeron unos porros. Hacía mucho tiempo que no alcanzaba ese puntito de desinhibición que tanto me ha gustado siempre. Hablé hasta dejar seca mi boca, sentí ganas de acariciar todas las pieles que pasaban a mi lado, imaginé decesos y abandoné mi teatro por unas horas. Desinhibirse libera y da dolor de cabeza, hace ver la tranquilidad que contiene cada gesto ajeno y te hace locuaz. Cuando llevo un par de horas sin hacer nada delante de mi ordenador, recuerdo que tengo sobre mi escritorio un par de cartas sin abrir, una de la Junta de Castilla y León reconociendo mis «valores» didácticos en un curso del CFIE de Valladolid sobre la palabra y la imagen, y otra de Antoñito Orihuela llena de cariño. Me gusta recibir cartas. 4 de julio de 2004 Ayer/hoy llegué a casa a las 6 de la madrugada después de asistir a la boda de Miguel y Berta. 37


Volví a beber como un cosaco y me lo pasé muy bien. Durante la boda leí a los nuevos esposos tres poemas de producción propia y me emocioné bastante al ver que Miguel y Berta lloraban. Ha sido un día tan redondo que hasta Belén Agudo –siempre distante e irascible- me dio la enhorabuena por mi lectura (también me dijo que era un pesado. Todo no podía ser bonito). … Los días de resaca son terribles, y hoy es uno de esos días. Se me viene encima todo y no soporto la luz ni el ruido. He intentado escribir, pero me resulta imposible. 9 de julio de 2004 Acabo de llegar de La Rábida. He tenido que adelantar mi regreso porque la empresa ha pasado una inspeción de trabajo y nos han puesto una multa de 3000 euros por no haber hecho las gestiones precisas para que nuestros trabajadores pasen revisiones sanitarias. Es una putada gorda. Este año he disfrutado como nunca del encuentro con los colegas que bajan a la Fundación JRJ. He tenido tiempo para mí y tiempo para estar con los demás. Lo mejor, lo que más me llamó a la sensibilidad, fue fumar frente al mar sentado entre pinos mediterráneos y la visión de algunos cuadros de la exposición sobre arte cubano contemporáneo que se presenta en el Foro de La Rábida. Ante los tamaños de obra y las propuestas de los diversos artistas sentí de nuevo la potencia y la posibilidad de hacer pintura, pintura de protesta, pintura con contenido intelectual, pintura intencionada y sin los melindres del trazo y la técnica. A mí me interesa mucho «decir» con imágenes, pero ya no es tiempo de aprendizajes. Sólo la intuición y el experimento rápido. Me interesa cómo decir, pero no el sibaritismo del gesto –cuando digo esto, soy consciente de que me equivoco, pero no me importa nada–. Me gustó el material de Agustín Bejarano, el de Alexis Leyva Machado y lo de Heriberto Mora, un tipo entre Goya y Munch. Volví a ver los ojos de Zenobia, me detuve mucho en ellos. Son unos ojos alegres y tristes a la vez, cargados de un indicio que siempre me ha dejado atónito. Cuando los miro, recuerdo a personas distintas y distantes, me hacen evocar momentos dulces e intensos. 18 de julio de 2004 Estoy en un tiempo raro. Jesús Caldera me ha incluido en la Fundación Premysa para el desarrollo de Salamanca y aún no sé de qué va la historia, aunque me huele que me traerá trabajo personal y no sé si un poco de mejora en mi economía (no estaría mal en estos momentos de hijos y deudas). Ayer estuve en Morille participando en un encuentro poético extraño. Lo mejor fue reencontrarme con Ada, con Gonzalo Alonso Bartol, con Antonio Gómez y con otro montón de amigos distantes. Conocí a Espido Freire –me pareció un puntito crecida en su historia– y a Fernando Rodríguez de la Flor 38


–quizás la posibilidad de entrar de alguna manera en la Universidad de Salamanca. Ya veremos–. También estuvo Urceloy, y le noté algo descentrado. 31 de julio de 2004 He escrito unas pequeñas reflexiones que he hecho llegar a Jesús y que dejo aquí para que no se me olviden: MI ANÁLISIS PERSONAL DE LA SITUACIÓN DESPUÉS DE PRESENTAR PREMYSA Sinceramente, estoy un poco perdido y con una rara mezcla de entusiasmo y temor que suma cierto desasosiego a mi estado de ánimo. Por una parte me fascina la idea de poder participar en el crecimiento decidido de mi tierra, es más, me enorgullece que se cuente conmigo para ello. Por otra parte, en lo personal, dudo de mi capacidad para resolver problemas de un calado que desconozco, aunque no me he echado nunca atrás y menos en estas circunstancias. También tengo dudas de la capacidad -nunca de la buena voluntad- de algunos de mis compañeros de viaje en este bonito asunto. Me molesta un poco que la mayoría de las personas no vinculadas a grandes empresas vengan del mundo del funcionariado, del que siempre he pensado que por las circunstancias vitales que proyecta, tiende a conformar sujetos muy alejados del pragmatismo positivo y del idealismo de riesgo -yo creo que para una misión como la que se propone Premysa hay que tener buena dosis de ambos valores o contravalores, como queramos llamarlos-. Esta tipología de «clase» suele ceñirse a reglas cerradas y tiene tendencia a demorar decisiones y a no propugnar finales concretos, andando siempre por las ramas con historias de forma y aburridísimas e interminables reuniones. Soy sincero: creo que hay muchas personas en la fundación que pertenecen a este grupo –me encantaría estar equivocado–. Tengo también claro que algunos empresarios que conforman el plantel son para darlos de comer aparte y que hay que medir con justeza cada movimiento que se haga para que no lo utilicen en su provecho personal -lo que dañaría gravemente el espíritu con el que ha nacido Premysa. La sensación entre la gente es que se van a llevar la parte del león, y esa espada de Damocles hay que apartarla rápidamente de nuestras cabezas. Por lo que se refiere al campo de actuación de Premysa, quiero hacer algunas reflexiones rápidas, y muy generales, que quizás puedan servir en algún momento: 1. Entiendo que el primer problema a resolver es el de las comunicaciones, rematar con velocidad la autovía de La Plata, dar pasos seguros con el tren de alta velocidad y buscar salida al tren clásico con cierta intención buscada (no es mala idea la propuesta de Paco Montero de buscar la colaboración del Ministerio de Defensa argumentando que la recuperación del trazado completo de la Vía de la Plata para transporte de mercancías y personas es muy conveniente desde el punto de vista estratégico). 39


Como asunto valiosísimo para Béjar se podría valorar la conexión por autovía de Ciudad Rodrigo / Béjar / Ávila, que daría una entrada directa a Portugal conformando todos los aledaños a esta vía como zona muy útil para la instalación de empresas relacionadas con la Importación/exportación, así como una vía principal para acceder desde el sur y desde el centro a una posible área turística de fontera que ocuparía todo el margen fronterizo de nuestra provincia con Portugal (se da por supuesto que habría que mejorar todas las vías paralelas a la frontera con lo ello supondría de progreso para esa zona tan deprimida y olvidada). Entiendo que este apartado roza lo utópico, pero ha de reconocerse que con una red viaria como la propuesta se estaría lanzando la provincia con amplios visos de éxito. 2. El segundo ámbito sobre el que quiero centrarme es en el fomento de nuevas empresas y en la consecución de espacios industriales específicos. En este aspecto entiendo que ha de valorarse siempre que los nuevos campos empresariales sean sometidos a un estudio profundo que garantice futuro (es imprescindible que nazcan con seguridad de un amplio tiempo de producción y con amplias espectativas de beneficios. Sólo así se puede producir empleo seguro, digno y sostenido). Se puede decir que esta propuesta o reflexión, como queramos llamarla, roza lo utópico, pero pienso sinceramente que manejando cuatro o cinco conceptos básicos se abre bastante el campo de la posibilidad sobre el de la utopía. A bote pronto, tengo muy claro que cualquier industria pujante y que asegure futuro en un territorio debe basarse en materias que requieran como base imprescindible de nuestra geografía, de nuestro clima o de cualquier otro aspecto que por ser especial en la zona pueda considerarse como único. Ello implica, en pura lógica, que el empresario al caso no podrá tender a buscar mercados de producción más baratos porque, sencillamente, no existen. Como ejemplo preclaro pondré el de la industria del cerdo ibérico y sus derivados, que me parece un magnífico campo para entender lo que he descrito: Un empresario del jamón ibérico de bellota con denominación de origen jamás podrá buscar mercado de producción fuera del ámbito territorial de la denominación marcada en un territorio exacto. Debe nutrirse siempre de trabajadores residentes en la zona de ubicación de su empresa y se verá obligado a cumplir los requisitos de los convenios de trabajadores específicos, debiendo respetar salarios mínimos, categorías profesionales y cualquier otro tipo de acuerdos establecidos por las administraciones. En resumen, este tipo de empresas aseguran futuro y trabajo, además de mostrar su pujanza introduciéndose en mercados internacionales con productos de calidad tan específicos que sólo se pueden producir en una pequeña zona geográfica, lo que conlleva el asegurarse crasos beneficios y un crecimiento sostenido de la industria central y otro montón de industrias satélites que obligatoriamente deben crecer al amor de ellas. Queda claro que es muy importante crear nuevas denominaciones de origen basadas siempre en la calidad de los productos autóctonos y acompañar a ello campañas de promoción bien dirigidas y muy pensadas (creo que estos dos aspectos -nuevas denominaciones y su promoción hacia el exterior- son muy importantes para formar parte de los objetivos principales de Premysa). 40


Como ejemplo se me ocurre el aceite serrano, la castaña, la oveja, la cereza, el queso, la manzana, etc... 3. Otro aspecto sobre el que debe trabajarse, desde mi humilde punto de vista, es en llegar a acuerdos con el Ministerio de Sanidad para cubrir sus carencias en convenios con empresas privadas del ámbito de la sanidad. Se me ocurre, entre otras muchas necesidades, la de «rehabilitación», un aspecto que genera enormes listas de espera en la sanidad pública y que podría suponer una interesante fuente de ingresos para esas empresas, así como la prestación de un servicio digno y rápido que demandan cada vez con más insistencia los ciudadanos. Estas empresas pueden ser privadas o participadas, siempre sujetas a convenios concretos y bien trabados, y sometidas a un constante seguimiento administrativo centrado en la calidad del servicio. También podría pensarse sobre esta base en la atención de calidad y con precios razonables a ciertas minusvalías graves o a recuperación de enfermedades específicas, tales como paraplejías o tetraplejías, AIDS, cáncer, enfermedades articulares o Alzeimer. 4. Importante resulta también la financiación directa a proyectos privados (tanto individuales como de colectivos, y tanto de SL’s, SA’s, CB’s, cooperativas, etc...). Esta financiación debiera tener, siempre desde mi punto de vista, la cualidad de la inversión con riesgo (sin garantías y sin avales) siguiendo el modelo de bancos como el Banco de los Pobres radicado en la India y en franco crecimiento, o, por no ir mucho más lejos, el modelo del «TRIODOS BANK», que está muy enraizado en Países Bajos, Bélgica y Reino Unido financiando proyectos que aseguren una sociedad sostenible, y que lo hace con un seguimiento y una asesoría técnica a pie de obra de cada uno de los proyectos que financia (puedo aportar información concreta del funcionamiento de este banco). Es muy importante que en esta línea de actuación se piense en un proceso rápido y fiable, un proceso que no se pierda en el papeleo y en la deriva administrativa. Para que funcione ha de ser ágil, directo y efectivo. 5. Me parece fundamental apostar por las nuevas tecnologías y el I+D creando centros tecnológicos que apoyen las diversas denominaciones de origen y que supongan el que nuestros científicos puedan asegurar su vida activa como trabajadores en nuestra/su tierra. Este tipo de centros son costosos, pero acaban actuando como catalizadores de la industria, resultando ser el centro de grandes asentamientos industriales basados en la especificidad de un producto o una materia prima. En este campo es muy importante la presencia de la Universidad de Salamanca tanto con aportación humana como con inversiones propias. Uno de los objetivos de estas estaciones tecnológicas debe ser el de optimizar los productos para la exportación, que es donde radica fundamentalmente el crecimiento, en saber vender productos de calidad al exterior. 6. Pensando en la población de inmigrantes –que en nuestro ámbito territorial cada día es mayor–, 41


además de las medidas que ya valora el gobierno, debe pensarse en la forma de que vuelvan a su tierra con la consolidación de un trabajo digno que repercuta también en nuestra economía. El asunto está en fomentar pequeños negocios basados en licencias de exportación/importación de materias primas de sus países que sean susceptibles de venderse en el mercado europeo. La idea radica en formar pequeñas empresas mixtas formadas por españoles y extranjeros que dediquen su actividad al mercado de la exportación. La facilidad de movimiento del trabajador extranjero en su país de origen y el conocimiento del mercado autóctono, siendo la parte española de la empresa la que trabaje en la venta y la comercialización del producto exportado. Con este sistema se lograría repatriar con dignidad a la vez que crear riqueza. 7. Si miramos el aspecto formativo, dos caminos muy claros se nos muestran a los ojos: • La formación de trabajadores en renovadas escuelas taller participadas por grandes empresas privadas que sean capaces de ofrecer empleo a los alumnos que demuestren su capacidad en el periodo formativo. La fórmula actual -por lo menos la que se aplica en Béjar hasta ahora– es pan para hoy y hambre para mañana, pues no sabe sostener el hilo y pasar del mero aprendizaje al empleo. Esta tipo de formación ha de ser muy estudiado y medido para que se desarrolle con éxito. El que fracase en un «más de lo mismo» supondría un duro revés para la fundación que no podemos permitirnos. • La formación de chavales -entendí en el discurso de Jesús que se fomentaría el aprendizaje del inglés-. No me parece mal si el proyecto se plantea con inteligencia –y creo que es difícil hacerlo bien–, pero me parece mucho más importante crear centros de bachillerato experimental por toda la provincia -el ejemplo del bachillerato experimental de Mérida dio resultados sobresalientes y la mayoría de sus alumnos son hoy profesionales rigurosos en cada una de sus especialidades, además de acercarse mucho a la utópica «formación integral». Me gusta más el experimentar en educación con nuevos planteamientos basados en la autogestión de los centros con alumnos implicados en esa gestión y, sobre todo, becar el esfuerzo antes que terminar siendo una agencia de viajes culturales juveniles sin ton ni son. 8. La mujer ha de tener un espacio nítido con decidido reflejo hacia el exterior, no en vano es una de las apuestas de nuestro Gobierno. No tengo muy claro cómo fomentar su emergencia en lo social y en el mundo del trabajo sin dar la sensación de discriminación positiva (circunstancia que francamente me desagrada). Dejo el asunto en manos de mejores pensadores, pues doctores tiene la Iglesia, ¿no? 9. El tema que a mí más me interesa: La cultura. Un pueblo culto y con capacidad crítica tiene la herramienta fundamental para el desarrollo. Se me ocurre, entre mil cosas interesantes, recuperar la memoria cultural salmantina en ediciones de gran tirada para hacerlas llegar a los centros escolares (juro que hay miles de textos, artistas y hombres de la cultura provincial por recuperar; y no hablo sólo del presente, sino de un pasado ya lejano). Al amor de estas recuperaciones culturales se pueden plantear seminarios bien pensados en los centros para que los chicos beban de sus raíces y aprendan a amar su tierra con datos concretos. para desarro42


llar esta idea es undamental que la fundación cuente con un departamento editorial y otro de investigación etnográfica y de índole cultural (sabido es que la mejor imagen de una fundación de cara al público siempre han sido sus actividades culturales (conferencias, exposiciones, ediciones, conciertos, encuentros, etc...). De momento creo que he esbozado de forma rápida un abanico de asuntos que perfectamente pueden ser el norte de Premysa, además de o que me dicta mi instinto (siempre demasiado idealista, lo siento). La verdad es que no estoy seguro en esta historio, le veo demasiados flecos. Dios dirá. 6 de agosto de 2004 Ángel González llegó y se fue, lúcido, viejo de solemnidad, poetapoeta, y yo fui feliz y me cansé de hablar con él y con su Susana. Disfruté mucho con las anécdotas que me relataron: el oscuro asunto Claudio o el doble bebedor, el estómago pequeño de Carlos Barral, la pericia de Alarcos para mantener una copa de coñac en la cabeza sin perder el gesto hierático, la somnolienta actitud de Gamoneda, la magia de la hora Heming..., la felicidad del Cuty S. en vaso bajo con hielo, la ardida montaña frente a Alburquerque... Magnífico el hombre, el poeta. Yo, feliz. Al margen, el nefasto valor de la prensa provincial y local, que no asomó sus hocicos podridos y silenció la presencia del poeta, como siempre. 7 de agosto de 2004 Vino a verme Ricardo Virtanen y le noté encantado, vital, con muchas ganas de hacer cosas en Literatura. Me cayó muy bien. 19 de agosto de 2004 Triunfó mi Jesusito Vázquez, y lo hizo nada más y nada menos que delante de Paco Ortega –un tipo magnífico–. Creo que tendremos Jesusín para mucho tiempo. 21 de agosto de 2004 Recibo correo de Abraham con el anuncio de una próxima visita. Estoy feliz.

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Querido amigo: Me planto allí esta semana, a ver si puede ser el veinticinco. Como siempre, lo que me transmiten tus palabras es pura energía vital, a pesar del exceso de compromisos, del exceso de trabajo, del exceso. No sabes cuánto me alegro de que no pares de escribir; de que, de un modo u otro, siempre te las arregles para ilusionarte de nuevo, para comenzar cosas, para encontrar esos momentos de introspección o de meditación por donde discurre la verdadera vida. Yo también te he echado de menos mucho. Contigo me pasa lo que me pasa sólo con las personas que realmente quiero y admiro, lo que me pasa con la vida cuando la miro tal como es, sin verme en el centro de ningún sitio, aceptando la nada que somos como un regalo asombroso, sin necesidad ya de buscar dioses o entidades a quienes responsabilizar, por quienes matar o por quienes morir: Lo dijo mejor Antonio Porchia: "Las distancias no hicieron nada, todo está aquí"; o también: "Todo es como los ríos,obra de las pendientes". Yo he sucumbido a bastantes ataques de melancolía en estos últimos años. Cuanto más pensaba, más me perdía. Cuanto más trataba de asir las cosas, más se alejaban. Todo esto viéndome desde fuera, pues si de algo me percaté siendo muy joven, es de que es un error conceder a los estados de ánimo el carácter de fijeza que nada de lo que existe en este mundo tiene. En resumen, Felipe, no es timidez o autismo lo que hasta el momento me ha tenido bloqueado, sino la imposibilidad de expresar con palabras las cosas que percibo y siento por vías no racionales. O sea, un conflicto lingüístico con todas las de la ley. Una frustración de la que sólo he logrado escaparme cuando he abandonado el deseo de explicar, de definir, y simplemente he dejado que las cosas se digan solas. Ahora sólo quiero quedarme a vivir en ese "dejar que las cosas se digan solas" siempre. Es como si me hubiera dado cuenta de que llevo toda la vida persiguiendo algo que ya tengo; o como dice Clarice Lispector: "Es curioso que la máxima aspiración de un ser humano sea convertirse en un ser humano". Qué libre me siento cuando simplemente vivo, cuando lo que pienso y escribo no se ven afectados por ningún tipo de vanidad: ni la del que se ufana de lo que tiene, ni la del que se ufana de rechazar o rebelarse contra las cosas por algún tipo de código moral. Entonces todo me parece tan simple y tan alucinante al mismo tiempo... Ahora voy a buscarme un trabajo, de profesor, si todo va bien, y en cuanto pueda me iré a vivir a un sitio donde no existan las falsas complicaciones. Y si no es posible, viviré entonces como si no existieran. Ay, amigo, tengo la sensación de que llevo toda la vida esperando que llegue el momento de sacar la silla a la puerta de la calle y sentarme, sin más. Como he empezado a decir en un poema: "Al morir lo aprendemos, el sentido del ritmo. Pero a morir, llévame a la montaña..." Cosas así he sentido y vivido en todo este tiempo. De lo demás, bueno, voy a leer por ahí de vez en cuando, mis poemas gustan, a mí me da un poco igual; hay por ahí un montón de gente alucinante y un montón de gente comida por exceso de ambición, por un culto al éxito absurdo que sólo provoca frus44


traciones y envidias. Y yo me maravillo de que, en el fondo, las personas sólo queramos ser queridas y a ese deseo tan simple le pongamos tantas máscaras, tantas pasiones inútiles, tantas tapaderas, con lo sencillo que sería simplemente no mentirnos a nosotros mismos y mirar con limpieza este preciso momento que vivimos y que se llama siempre. Me encanta el título de tu último libro. Tengo una curiosidad enorme por leer todo lo que has escrito. Te veo en unos días, querido Felipe. Un abrazo muy fuerte. 26 de agosto de 2004 Anoche leí en La Alquitara y me sentí muy bien, pues estuve muy arropado por mi gente. Me encantó ver entre el público a Manolillo Chinato, que ha seguido todo el ciclo del «Agosto Poético». Me regaló su libro dedicado, un libro ciertamente primario, pero hecho con el corazón y con el afecto. Le agradecí el gesto dedicándole un poema y él se llevó la mano al corazón. Me parece un tipo noble aunque no tenga demasiado que hacer en las lides literarias. Él es muy feliz con su statu de letrista Extremoduros y Fito y los Fitipaldis. La vida pone y quita. 28 de agosto de 2004 Acabo de llegar de una reunión mierdosa para conseguir que el propietario del local donde se ubica mi imprenta nos dé plazo en el tiempo de alquiler para poder llegar hasta la fecha en que tengamos nuestro local propio -fecha que ya averiguo cercana–. La cosa no ha salido mal, pero yo estoy jodido física y mentalmente. Decido pillar por los pelos a Leonard Cohen y me dejo caer en mi sillón. Pienso en lo vano de todo lo que se hace por dinero y por pillar statu, y me doy cuenta de nuevo, como siempre, de que estoy malgastando mi tiempo porque apenas escribo y porque no hago lo que me apetece en cada momento. Tener que andar todo el día arrugado en la farsa me deprime un montón. Me he encontrado con el amigo Fabián tomando una caña en el 12&23 y le he preguntado por «Premysa». Me dice que no sabe nada y, para mi sorpresa, cuando le digo que me imagino que tendremos reuniones mensuales, me contesta que eso es demasiado. ¡La hostia!, queremos arreglar el mundo sin apenas mover un dedo. Mal rollo. Me visita Antonio G. Turrión para pedirme que lea su diario de 2003. Lo hago de un tirón y con placer. Cuando termino, le escribo mis consideraciones, que son las que siguen: 45


COMENTARIOS A «NOTAS A PIE DE PÁGINA» Sinceramente, Antonio, la lectura de tu diario me ha encantado; quizás por la cercanía de todo

lo que en él discurre, quizás por el morbo de intentar penetrar un poquito más en el conocimiento de ese

tipo difícil y poliédrico que eres, quizás por el sentimiento de cariño hacia ti que se me iba apareciendo

con la lectura de sus/tus páginas –te aprecio de verdad, entre otras cosas, porque siembras en mí sentimientos contradictorios, y eso siempre me ha llegado al fondo en la gente que conozco y, particularmente, en ti. Siempre me jodió un punto el sentimiento plano.

Me ha encantado el tono constante hacia tu madre. Envidio ese sentimiento filial de amor y

deuda, ese cariño sin fondo y sin medida alguna –y más conociendo tu parquedad en la expresión hacia

afuera del cariño–. Amar sinceramente a los padres y expresarlo como tú lo haces, es signo de una madu-

rez consolidada y de una vida colmada –a pesar de que tú te empeñes en negarlo siempre con tus constantes insatisfacciones–. Las páginas que le dedicas a Ramona, por su cercanía al amor de diario y su

expresión sin carga de tinta son sencillamente bellísimas. De tu padre hablas muy poco, sólo recuerdo un párrafo hacia el final, pero es delicioso cómo envidias su muerte y cómo resumes su tiempo último. Sólo ese párrafo es para comerte a besos.

En lo sensible, lo que te acabo de comentar, el espacio para tus padres es de quitarse el som-

brero. También es muy destacable el color de tus pinceladas cuando se manchan de Juan Pablo, un pre-

cioso juego de frustración, amor y esperanza. El regalo a su madre del paquete de tabaco vacío con el mechero es para hacer un poema definitivo (si no lo vas a utilizar, te lo intentaré robar).

Sí me falta el sentimiento sobre la compañera (nuestra Nena), pues sólo la tocas con el frío de

una compañía eterna, pero sin apenas mostrar el efecto en tu mundo perceptivo más sensible. Está siempre ahí, pero dada por supuesto, como una esposa/madre/compañera que está presente sin mirar y sin ser vista apenas.

De Miguel Ángel me queda la sensación de un trabajo bien hecho, satisfacción y basta, nada

más... y nada menos. Mercedes es todo frialdad, aunque toma el mismo tratamiento que Nena en algunos pasajes (mera compañera de camino, de camino ajeno en este caso). ).

De tus hermanos, algunos ni aparecen (¿quizás no existen? -perdona la dureza de la preguntaTu familia política aparece sólo por justa necesidad accesoria a lo que estás contando en

momentos muy puntuales (verás que con esta afirmación da la sensación de que me excluyo de tu familia política, jajajajaja, pero tú sabes muy bien por dónde van las cosas).

Hasta aquí, lo que me parece el centro del diario sobre todas las cosas: una memoria familiar

focalizada en tu percepción sensible (tema que a mí me interesa mucho, que a tu familia le interesará de seguro, pero que al resto del personal de seguro que no le importa nada, haciendo excepción al tema de 46


tus padres, por supuesto).

Cuando hablas sobre ti mismo, me sobra todo el tema de salud, y además deja cierta imagen de

ti como un tipo hipocondríaco. Creo que cargas demasiado las tintas en tu estado físico, cuando el que

a mí más me interesa es tu estado mental, lo que se cuece en tu cabeza a partir del dolor y del miedo;

cómo varía tu devenir en función del estómago, la ciática, el dolor de muelas, la sensación de buena o mala salud y la buena o mala hostia. Me interesa lo que piensas más que lo que te duele, me interesa cómo sufres mucho más que lo que sufres.

La mayor altura la alcanzas con tus reflexiones sobre el mundo y el espíritu. Prácticamente

todas buenas de atar, buenísimas. Eres un tipo con la razón muy bien educada y sabes trabajar los silogismos y la lógica deductiva como un maestro. ¡Chapeau!

Cojeas de tu tema principal: la lectura. Me faltan muchos datos de los libros que has leído, quie-

ro saber mucho más de cómo camina tu gusto estético y literario a partir de los comentarios de tus lec-

turas (este apartado creo que es muy interesante para un lector culto y ávido, por ello creo que debieras incidir mucho más en él).

Me encantan las definiciones de los políticos bejaranos, de tus compañeros de partido. Con

Caldera haces un retrato breve y absolutamente certero. Si hicieras eso con todos y cada uno de los tipos que conoces, tendrías en tu mano una obra maestra. Por otra parte, a mí los temas de política pequeña me cansan dentro del diario, pues son puro prosaísmo sin más interes que el de la anécdota.

El tema de tu curro me parece demasido extenso (a mí me cansa un poquito tanto examen y tanta

historia sin final). De este apartado destacaría con matrícula de honor ese pasaje en el cuentas que tú

cada vez eres más viejo mientras que tus alumnos tienen siempre la misma edad (te lo voy a robar también para agún poema). Por ese camino creo que todo pillaría mucho más interés.

De mí, te agradezco cada una de las palabras que me dedicas y me las quedo como mi tesoro,

un tesoro que quiero guardar siempre (otro beso gordo).

En fin, Antonio, el conjunto me parece magnífico y lo he leído con mucho gusto, pues un diario

se alimenta de altibajos, como los días, y tu diario los tiene muy bien trabados. Sólo te pediría que te

sueltes más en la rabia y que hables sin temor de todos, de «todos» (me faltan, sobre todo, Magdalena y Ángel).

También he de decirte que desde hoy, día veintiocho de agosto, a las ocho de la tarde, te quie-

ro mucho más, y es que verte desnudo, frágil, temeroso, valiente, vulnerable, feliz, triste... te hace mucho más cercano.

Muchas gracias por dejarme leer estas notas de vida y un abrazo fuerte fuerte. 29 de agosto de 2004 Hoy acaban las Olimpiadas de Atenas y pienso verme de un tirón el maratón completo. Lo haré 47


para olvidarme de Nayaf, de los muertos apilados por todos los rincones de los telediarios, de Bush mintiendo unas nuevas elecciones presidenciales y mancillando al mundo.

Me gustaría también poner los nombres de los pequeños indecentes que me rozan, escribir

«Alejo Riñones» con letras de mierda, «Félix Valle» a la justa izquierda de un Cristo crucificado... pero no merece la pena hacer mención de los sinvergüenzas pequeños. Sí cabe decir que en Béjar se está robando a manos llenas la ilusión de la gente y otras cosas materiales, que los políticos, en su necedad, han colocado a hijos e hijas, a sobrinos, tías y primos segundos; que se han lucrado propiciando licencias con beneficio bajo cuerda, que han utilizado la política para su provecho personal.

Me encantaría que alguien tuviera los santos cojones de mostrarnos el antes y el después de

muchos de estos garrulos que vienen jugando al pícaro desde hace unos cuantos años. Tienen lo que tienen porque se lo han robado al pueblo. Sólo por eso. güenza.

Yo espero que Béjar tenga la dignidad de hacerles pagar todas esas deudas infames con verPor lo demás, ando enfangado en una historia de encargo que me ha pedido Antonio Avilés:

tengo que inventarme la historia de doña Fadueña, una judía de la que sólo se conoce la inscripción funeraria en una lápida y que vivió durante el siglo XIII en Béjar.

Cosas más difíciles me han pedido. Confío en mi imaginación desbordada y hago pública de

nuevo mi animadversión al sistema judío en el mundo, su manejo del dinero y de la muerte, su poder fascista y totalitario.

Siempre la jodida religión para enfangarlo todo.

(noche) Ya me he tragado el maratón completo tumbadito en mi cama –estoy cansado de lo hori-

zontal– y luego he pillado «Danza de la muerte», de Leopoldo María Panero, que, sinceramente, me ha defraudado –tanto en lo poético como en la edición de Igitur, que me parece nefasta–. Le pillo a

Leopoldo-Mari un punto Tattoo que no me gusta nada, un rencor hiriente hacia los demás, hacia todo lo que le rodea, una sensación de posesión de la verdad que me agota. Recuerdo que hace unos días le di el portazo a Tattoo por hablarme desde su pedestal de maldito. «Tú eres un burgués» -me dijo-. Claro que

sí, soy un burgués, pero no tengo que aguantarle a nadie que me lo diga si no me apetece, y menos a un tipo que no sabe respetar la libertad del otro. Me siento un imbécil cuando me habla así, como queriendo herirme, y el respeto que siento por él no me deja llamarle borracho.

Estoy hasta los cojones de mentes limpias con la cara sucia. Que haga su vida y yo haré la mía.

Cada uno por su lado, él a su mierda y yo a la mía.

Bueno, en fin, que paso de Leopoldo–Mari y de Tattoo. Que me quedo con mi soledad y la musi-

quita de Wong Kan–Wai, que me relaja un montón y me predispone para escribir. 30 de agosto de 2004

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Día terrible dedicado por completo a la encuadernación de los horrendos libros de ferias bejara-

nos. Tengo el cuerpo para un masajito como poco.

Me enchufo a mi Leonard Cohen –llevo unas semanas colgadito del «Ten new songs»– e inten-

to escribir. No me sale nada de nada. Abro el documento «Tour de France» y lo cierro pensando que esos

poemas son purita bazofia. Abro mis «Palabras en ropa interior» y no se me ocurre más que darles des-

canso de nuevo, siempre descanso para este trabajo, coño. Pillo el diario y me quedo en lo dicho: Nada. ¡Merde!

31 de agosto de 2004 A tomar por el culo agosto. Qué mierda de mes.

Lo bueno de este remate de verano es que esta tarde he terminado de encuadernar los programi-

tas de ferias. Eso ha sido lo mejor. También que me ha llamado Rubén Buren con buenas noticias sobre su libro. Vamos a cobrar los primeros cien ejemplares, que ya es decir. Estupendo. 3 de septiembre de 2004 Charla con Gonzalo Santonja para intentar poner las cosas en su sitio. Se dijeron palabras muy

duras y todo llegó a buen término. Estaba como testigo José María Muñoz Quirós. 4 de septiembre de 2004

Quise salir anoche y lo intenté. Me cansé a los diez minutos y a la primera cerveza, pues cada

día me gusta menos el bullicio. Por suerte para mí, mi amigo Gerardo, con el que había quedado para tomar unas copas, estaba decaído por la actitud de su hijo. Me quedé en casa, tumbado en la cama y mirando la televisión.

A Gerardo le sucede lo mismo que a mí, tiene un hijo adolescente que no quiere responder a sus

posibilidades y en su autoafirmación se está jodiendo la vida. Yo le digo que espere, que éste es un tiem-

po revuelto para los muchachos, que son buenos chicos y deben superar esta crisis por sí mismos, pero

en el fondo me da miedo por mi hija y me siento indefenso y perdido ante el panorama de su educación. Creo que no le vendrá mal repetir curso este año, pues confío un poquito en su responsabilidad y pienso

que llegará un momento en que piense en lo que supone la balanza llena de pesas falsas en uno de sus platos. Por otra parte, también es cierto que su vida es suya y debe modelarla a su antojo. Sólo debo inculcarle el valor de la libertad, y eso es muy complicado para mí.

La tarde la dedico a repasar números viejos de «Béjar Información». Creo que el trabajo reali-

zado está tomando una bonita pátina con el tiempo. Allí he encontrado mucho afecto y muchas ganas 49


incendiarias. Me ha llamado la atención, sobre todo, un artículo de Alberto Supiot en uno de los últimos números. En ese artículo, además de otras cosas, Alberto dice que siente no haber salido en mi diario más

que como el marido de Belén, y tiene razón. Creo que le debo unas palabras a Alberto, unas palabras y

muchos abrazos. Le debo agradecimiento por su sonrisa y por la sensibilidad que rezuma por los cuatro costados, le debo algunas lecturas recomendadas que me han servido bastante, le debo unas cañas tam-

bién y unas palabras de agradecimiento por esa afición suya al canto de los pájaros -un juego casi de poe-

sía visual-, le debo un par de conversaciones largas sobre todo lo divino y lo humano. Prometo que un día de estos pagaré mis deudas con creces. 6 de septiembre de 2004 Ayer fui a ver «La Ratonera», interpretada por la compañía de Jaime Blanch. Triste el libreto de

A. C., sobreactuación de casi todos los actores y varias discordancias temporales. No me gustó nada, sin-

ceramente nada. El personal, sin embargo, salía del teatro como si hubiera visto a la Virgen María. ¡Qué nivelón tenemos!

La mañana la he dedicado a mis hijos pequeños, hemos ido a desayunar bollería a la heladería

Italia, luego a tirar piedras al río Cuerpo de Hombre, cerquita del Canalizo y, por fin, hasta La Goterita

para sentarnos a mirar el paisaje y buscar bichos. La superestrella de hoy ha sido la chicharra. Ha sido bonito.

7 de septiembre de 2004 Creo que ya es hora de contestar a Diego F. Magdaleno sobre su «Tiempo incinerado». Me he

querido dar días para elaborar una respuesta que intente estar a la altura de ese diario bellísimo y desesperado, pero no me crecen las palabras.

Mi querido Diego, no quería escribirte sobre tu diario sin atinar con las palabras exactas para

hacerlo, pero cada día estoy más reñido con mi expresión y menos certero en esa simbiosis que forman la idea y la palabra. Como hechos objetivos, apuntar la emoción vivísima que anida en tu texto, la cer-

teza de estarle tomando el pulso a un tipo sobresaliente, la tristeza desesperada y desesperante, una racionalidad dolorosa y un ajustado sentido «poco práctico» de la vida.

Tu diario es una delicia que debe llegar a los ojos precisos, un hermoso trabajo sobre la sensi-

bilidad -tu sensibilidad.

Te quiero mucho más desde tu desnudo menor, y querría ofrecerte el mío, aunque sólo fuera

como excusa para no darte más palabras directas, pues le estoy teniendo mucho miedo a las palabras desde que he averiguado que, antes de llamar a la luz, buscan la sombra. 50


contigo.

Es complicado felicitar a alguien por el magnífico resultado de su sufrimiento. Prefiero sentir Un abrazo fuerte. Y desbarato mi tiempo leyendo un libro que me ha recomendado Antonio Gutiérrez, «El enig-

ma sagrado», y me pierdo en las historias de la Historia, en la pregunta de por qué le encanta al hombre

amarrar secretos y hacer con ellos punto de cruz para llegar a la conclusión de que el mundo lo dirigen cuatro tipos que nos han escamoteado datos para pulir su poder. Me parece ridículo indagar en lo obvio,

como me parece ridículo que cualquier hallazgo, por importante que sea, cambie la orientación del gen-

tío. Al personal le gusta sentirse dirigido, pues confunde la dirección con la protección. Vamos, que no hay esperanza, y lo que yo sé sólo me ha de servir a mí en mi soledad, porque cuando soy par ya me estoy sometiendo al sistema. Una mierda.

La Historia es un cuento tan bien diseñado como esos cuentos para adolescentes que venden

moralina y que editan las multinacionales del mercado editorial. La Historia la escriben los que por algu-

na razón necesitan que tengamos ciertos referentes claros, unos pies de barro con apariencia de sólidos cimientos. La vida y su final sí son la Historia, una historia sin escribir que habita en cada una de nuestras cabezas.

Hago mutis por mi teléfono celular. Me llama alguien. (Noche) Llega mi hijo a casa quejándose de que le han dado un tiro con una pistola de bolas y

me enseña una herida redonda de un centímetro junto al ombligo. Doy parte a la policía. El niño dice que le dispararon desde arriba, que no vio a su agresor y que hubo más disparos. ¡Cómo está el mundo! Por

la herida es fácil imaginarse que si le da en un ojo podría haberle causado un daño grave. Luego veo un

vídeo hecho por los terroristas en la escuela número uno de Beslán y se me cae el alma. ¿En qué mundo vivimos?

8 de septiembre de 2004 Hoy es el día de la Virgen del Castañar, la Patrona de Béjar, y todo el mundo sube hasta el monte

donde está el santuario para lavarse con su doble moral. Yo hace varios años que me enclaustro, con un cabreo considerable, en mi estudio. No puedo soportar ver al personal enfebrecido alrededor de una imagen ricamente vestida y sacando pecho.

Debieran quemarse todos los iconos que amansan las conciencias con la droga religiosa. La reli-

gión es el mal del mundo.

Mª. Ángeles sube, como todos los años, y encima se pone de mal humor. 51


10 de septiembre de 2004 Segundo día del Encuentro de Escritores de Castilla y León. Ayer pude disfrutar de la compañía

de mi pianista particular, Diego F. Magdaleno. Charlamos largo y tendido de lo divino y lo humano. Disfruté de su compañía y de su música.

También coincidí con José María, que mostró afecto, y con algunos becarios que repiten expe-

riencia y que me saludaron con mucho cariño –gracias a Dios que el cariño pone ardor donde hay tristeza.

Hoy he hecho por ver a Alberto Estella y sigue demostrándome su calidad humana, es un tipo

excelente que está muy por encima de mucha gente que se me acerca en estos tiempos. Realmente le apre-

cio un montón. Quería verle para darle un abrazo y pedirle datos sobre Iván de Nogales Delicado. Se ha movido mucho, pero no ha sido capaz de encontrar nada que me sirva. No tengo ganas de hacer nada. 11 de septiembre de 2004 Acabó el Encuentro de Escritores y no me han salido ganas de pasarme por allí. Me cuenta

Antonio que ha tenido altibajos, ponencias regulares y otras tristes. Acabó y basta.

(noche) Me rindo hoy al «Don de la ebriedad», y lo hago como si entrara en él por vez prime-

ra, con música de Bebo Valdés bajita y la luz del flexo puntuando los versos de otra manera a la presen-

tada por Antoni Marí. El poemario se me aparece esta vez como una selva de preguntas y como una envi-

dia que me hace decir en alto de vez en cuando: «Claudio, pero qué hijo de la gran puta». Hay poetas andaluces que van de poetas sin más que no saben quién es Claudio Rodríguez, y cuando digo que no lo saben es que no lo saben. Hace unos meses, una chica con varios libros publicados me preguntó que de

dónde era Claudio y que si tenía ya publicado algo. Me dieron unas ganas de llorar que me vuelven ahora mismo con más fuerza que entonces. No haber leído este «Don» es no saber cómo se fragua la gloria. ¡Gilipollas!

«¿Qué necesitas?

Nada ni nadie para mi existencia.»

Y, además, va ganando el Barça contra el Sevilla en el descanso del partido, que me ha llamado

mi Felipón para decírmelo. ¡Visca Claudio Rodríguez! 13 de septiembre de 2004

Invitado por César Yuste, fui con Ángeles al concierto de Silvio Rodríguez. También estaba 52


Juanito con su marcha latina y con la garganta rota. Por allí andaba Queque –circunspecto y más delgado que en la tele–, la familia completa de Gerardo y un Antonio Sánchez crecido en su «venida a menos»,

señor del pabellón multiusos -pues no en vano es el jefe de personal del local por mor de una oscura imposición del ayuntamiento salmantino a la empresa concesionaria del recinto–. De concejal de depor-

tes a jefe de personal de una empresa privada que gestiona uno de los espacios que antes estaban bajo su mandato. ¡Qué mierda de política!

Silvio me pareció desabrigado y un poco fuera de contexto –de ese contexto que yo tengo idea-

lizado del cantautor cubano–. Sus canciones de siempre me llevaron al paraíso y algunas de las nuevas me parecieron mediocres.

Quizás es que no era mi mejor día para un concierto o que estoy viejo. (tarde) César es un cielo, me ha traído todo el material que ha encontrado sobre Iván de Nogales,

incluida la historia de Ciudad Rodrigo que escribió su padre, que está ilustrada con dibujos del propio Iván, unos dibujos primarios de rincones mirobriguenses que dicen poco del «raro», o quizás dicen dema-

siado. Un tipo con dinero y todo el tiempo del mundo. Quizás su valor resida en que supo utilizar ese tiempo como le apetecía.

(noche) Vuelvo a Benedetti en plan tapita, abriendo «Los espejos las sombras» por donde el azar

me dicta... y si tendía una mano era una mano / y si daba consuelo era consuelo. Y si daba la vida, era

siempre la muerte o una sola vez. No entiendo a los detractores de Mario, mejor dicho, de la poesía de Mario. Diego F. M. dice que son muchos los que no le ven poeta -yo diría los que le odian, porque no ver

un poeta en Benedetti es de imbéciles que confunden su odio con asuntos totalmente encontrados-. En fin, vivir para ver.

14 de septiembre de 2004 Vuelven mis chavales al colegio y la vida retoma sus horarios rígidos, sus manías de reloj y

deberes. Tengo que acostumbrarme otra vez a la velocidad y al tedio, circunstancias que siempre han propiciado buenos momentos creativos, y es que cuando me aburro llega la escritura como una tabla de salvación. A ver qué pasa.

Tengo también que empezar a maquetar «Señales de humo», aunque no me apetece nada poner-

me a trabajar en las tonterías de los demás, de esos demás que nunca me dan nada y siempre me piden.

Lo hago por José Luis Morante, Dios lo sabe, que está con la depresión del olvidado gracias a sus «colegas». Qué ingrato es el personal.

Le doy un toque a Julio Espinosa para que me haga llegar su poemario ganador del Ciudad de

Leganés. Me he quedado con la edición por concurso. 53


15 de septiembre de 2004 Anoche vino a verme el presidente del MPDL en Extremadura para presentarme un ambicioso

proyecto de formación para el desarrollo. La cosa va de «Premysa», y el proyecto ya ha sido subvencionado para Extremadura, aunque allí no se va a realizar porque la subvención sólo cubre el 50%. Creo que

es un proyecto magnífico y que tengo que echar el resto para intentar localizarlo en la comarca de Béjar, pues propiciaría varios empleos fijos además de cubrir un campo formativo de gran interés. Nos tomamos unas copas acompañados del gran Juanito y charlamos de oscuras cosas de la Tierra.

Antes, mientras esperaba, eché una relectura a algunos poemas de Gonzalo Rojas y decidí que

no es un poeta de mi gusto en su primera época, en «Concierto» y «La palabra», pero que me llega bas-

tante en sus últimos trabajos, que están muy cercanos a lo que yo quiero hacer.

Tiro la mañana por la ventanilla de mi coche. ¡A la mierda! Fumo como un carretero y, miran-

do el periódico, me cisco en todos los muertos de la familia Bush. Irak es un incendio y no soy capaz de hacer nada positivo en mi vida. Estoy asténico de atar mientras paso las hojas del «Libro de estilo

Vocento» de Martínez de Sousa, mientras intento entrar en la obra de Carlos Alcorta y me aburro -per-

dona, Carlitos, que lo mío de hoy es una corriente subterránea de las de verdad-, abro el correo con sus cosillas Airtel, sus regalos de duros a seis pesetas, una revista burgalesa de poesía concreta mala de morir-

se, el aviso de Caja España de que estoy en números rojos. ¡Basta ya! y escribo un par de aforismos para mis «Palabras en ropa interior». Malos los hijos de la gran puta. Me dan ganas de cortarme las venas, pero eso requiere dos esfuerzos que no soy capaz de hacer, tomar la decisión y buscar una cuchilla.

Intento rimar un par de pensamientos y me sale de nuevo Benedetti para decirme a voces que soy una pena en todos los sentidos. Le doy una patada a «En los ojos del día» de Tomás Segovia pensando en que

se la estoy dando a Esperanza Ortega y a esa hoja seca que cayó sobre la mesita de una terraza de bar en Valladolid. La poesía tiene un presente que se llama «mañana» unos días y «antes de ayer» casi todos.

Y joder que le doy vueltas a mi situación de rey sobre los mediocres, un rey pobre de remate con

una poética digna que no encuentra ojos ni voces, que no tiene beneméritos actos de reconocimiento social ni económico. Sólo me utilizan para que Julia Uceda gane el Nacional, para cargarse a Margarit y para reírse un rato a la hora del café con sacarina. Estoy harto. ¿Acaso soy peor que Tomás Segovia?

Pongo la «Suite en do mayor, BWV 1066» de Johann Sebastian y me aburro antes del Forlane.

16 de septiembre de 2004 Estoy enrachao, hace un par de meses hube de pasar una inspección de trabajo y hoy, justo a las

9,30 horas, se ha presentado en la imprenta un inspector de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y

León para hacernos una inspección de sustancias volátiles. El asunto ha llevado casi tres horas de pre54


guntas y de papeles. No sé con qué final, pues lo cierto es que Pepe Hontiveros nos ha dejado la empre-

sa manga por hombro, sin alta en Industria, sin cumplir la normativa de Sanidad e Higiene en el Trabajo, sin proyecto eléctrico, sin análisis de ruidos, con los trabajadores en categorías profesionales que no se corresponden con la realidad, con una maquinaria prácticamente obsoleta... con el culo al aire, vamos.

Lo que más me mosquea es que esta empresa en sus sesenta años de existencia sólo había pasa-

do una inspección, y ahora, con mi titularidad desde junio de 2003, hemos pasado dos inspecciones segui-

das. Me temo que haya alguna orden de persecución, pues el inspector me ha dicho que sólo analizará nuestra empresa en Béjar, aunque no ha querido explicarme la razón de esta elección, si hay alguna denuncia por medio o alguna orden superior indicándolo.

Yo, por si acaso, me refugio en mi capacidad de diálogo e intento hacer ver a los inspectores que

esta situación ha sido heredada y que mi voluntad es estar en un año en nuestros propios locales y con todos los papeles en regla. Espero comprensión, aunque no creo que salgamos de rositas de este mal rollo. (tarde) Me llama Lara Cantizani para indicarme que pondrá como lectura obligatoria en su ins-

tituto «El amante Discreto de Lauren Bacall», lo que me proporciona un poquito de alegría. También me

presiona para que le entregue mi trabajo sobre los raros de la Vanguardia española. Yo sigo buscando material sobre Iván Nogales y debo tomar ya una decisión. A ver cómo me lo monto. 17 de septiembre de 2004 La mañana se salda con el cariño telefónico de Juanjo Barral para agradecer la edición de

«¿Todo ba vien?» y la tranquilidad se saber cerrar la ponencia sobre los bohemios que impartiré en Lucena. Item más, recibo carta de mi Belencita con poemario rematado en «Teselas» para erizar y cons-

tancia de la presencia presentida.

Escucho con la boca abierta «The living road» de Lhasa de Selo.

La tarde se jode en Salamanca comprando ropa a la familia para la boda de mi hermana. Quiero

un montón a mi gente.

19 de septiembre de 2004 Por fin he terminado el trabajo para el encuentro sobre las vanguardias en Lucena. Respiro

hondo y dejo aquí la primera toma de mi ponencia.

BOHEMIOS DE PROVINCIAS

[LAS VANGUARDIAS EN LAS COMARCAS DE BÉJAR Y CIUDAD RODRIGO] Luis Felipe Comendador Sánchez 55


Béjar, septiembre de 2004 Es complicado indagar en las pequeñas historias de «los bohemios» de provincias que vivieron

en el encabalgamiento de los siglos XIX y XX, más cuando estos tipos apenas frecuentaban los ambientes capitalinos donde bebían y charlaban los cronistas más afamados de la literatura y el arte del

momento, los que tenían acceso a la columna de prensa, a las revistas literarias y la edición de curiosa tirada y alto eco. De estos raros apenas quedan otras huellas que no sean la oralidad que ha manteni-

do sus boutades como chascarrillos inolvidables de sus ámbitos vitales, algunas ediciones perdidas y unos pocos manuscritos autógrafos que conforman una apasionante nebulosa que nada entre la realidad y la ficción.

Indagando por mi tierra para realizar este trabajo con la idea fija de aportar datos nuevos y

distintos, me he encontrado con historias tan increíbles como la de un tal Saturnino que decía ser escrotomante y organizaba rodeos con burros al más puro estilo norteamericano en la taberna que regentaba, como la de un tal «Piñuela», médico militar, que aseguraba haber descubierto un remedio contra los

tumores cancerígenos que conseguía que las sangres negras se tornasen de un rojo encendido –aunque no salvaba del trágico final– y escribió un delicioso manuscrito detallando sus experimentos, el cual aún se conserva en la colección privada del bejarano Domingo Garrido; como la del hacendado Emilio Muñoz, loco por las letras y hombre de tertulia constante, además de poderoso preboste comarcal, que fundó un semanario que aún se edita en nuestros días, el «Béjar en Madrid», escritor en prosa y verso

de diversos libros, «historiador» que dató en el día de Santa Marina la entrada victoriosa de los hombres de musgo en la ciudad de Béjar y llevó a términos de realidad histórica, con todo lujo de detalles,

lo que era una leyenda adaptada de la del buen salvaje que corría por Europa desde tiempos inmemoriales.

Fuera del terreno de la anécdota, pues de los citados personajes apenas puede decirse que

tuvieran la impronta de las vanguardias, aunque sí mostrasen resultados muy cercanos a ellas, quiero

centrarme fundamentalmente en dos autores que sí tuvieron en su tiempo algún reflejo en la gente de letra y arte que movía el trasunto cultural desde los centros de poder. Estos raros son Juan de Nogales Delicado y Mateo Hernández Sánchez.

JUAN DE NOGALES DELICADO (IVÁN NOGALES) Juan, o Iván, de Nogales Delicado, como le gustaba que lo llamasen, hijo de Dionisio de

Nogales Delicado –hombre de familia acomodada con gran afición a la lectura y autor de la «Historia de Ciudad Rodrigo»–, nace en Villar del Puerco (Ciudad Rodrigo), ahora Villar de Argañán, en el año

1884. Aparte de su pasión por viajar, se dedicó a la pintura, trabajando en el estudio del pintor Cecilio Pla, en Madrid, donde coincidió con Ramón Gómez de la Serna, al que frecuentó, consiguiendo ser rese56


ñado por éste en alguno de sus escritos. Fue director de varias publicaciones, como "Afrodita", "Mare

Nostrum", y redactor de "Patria y Monarquía", "La villa y corte", "Esperanta Psikistavo" o "Novos Horisontes", entre otras.

En 1917 fue elegido alcalde de Ciudad Rodrigo, donde dejó una profunda huella por sus excen-

tricidades y su don de gentes. Ramón Gómez de la Serna y César González-Ruano se refieren a él en

algunos de sus escritos con párrafos divertidos y jocosos que hablan de sus rarezas y de sus textos, escritos en pleno furor ultraísta. Nota especial merece el titulado «Nueces eroticolíricas heteroclitorizadas y efervescentes», que se puso a la venta conteniendo un cascanueces de regalo.

Entre sus hábitos más mentados es de destacar la práctica del faquirismo genital, que le lleva-

ba al extremo de introducirse agujas de ganchillo por el pene para mantener la erección o a colocarse

toda suerte de pinchos e imperdibles en sus genitales, siendo posiblemente uno de los precursores de esa moda que se ha venido a denominar «piercing». También publicó un opúsculo titulado «La mujer, pri-

mer pintor de la humanidad», basado en la idea peregrina de que las primeras pinturas de la Historia fueron realizadas por mujeres. Contaba que él mismo había analizado las pinturas rupestres de la cueva

de Altamira y había comprobado que el grosor de los trazos tenía que pertenecer a una mujer, porque los hombres prehistóricos tenían que tener manos como zarpas, con dedos muy gordos, y aquellos finos trazos indudablemente pertenecían a una mano femenina.

Entre otras rarezas, puede contarse también que era vegetariano –hoy esta circunstancia es una

sana costumbre, pero no tanto en su tiempo– y teñía de color verde su disparatada melena rizada. Cuenta Ramón Gómez de la Serna en «Pombo», el café madrileño donde sucedió, que Iván de Nogales llevaba siempre en el bolso un papel de estraza mugriento, donde decía envolver la carne de los banquetes para dársela a los pobres.

Como alcalde de Ciudad Rodrigo, peleó empecinadamente por instaurar el divorcio. Murió en Hendaya en 1929.

En el último decenio, escritores como Alberto Estella o Juan Manuel de Prada han intentado

recuperar la memoria de Iván de Nogales Delicado con trabajos diversos. MATEO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ

Otro tipo destacado, éste más serio y con una enorme trascendencia en el terreno del Arte, exac-

tamente en la escultura de talla directa, fue Mateo Hernández Sánchez, que nació en Béjar en 1884, hijo del cantero Casimiro Hernández, que enseñó al niño Mateo todos sus conocimientos sobre la talla de la

piedra, siendo éste alumno tan aventajado que a los once años talló ocho hermosos capiteles para ornamentar las columnas que aún lucen en lo que hoy es el Casino Obrero de Béjar.

De su vida puede destacarse que intentó triunfar en el mundo de los toros por campos andalu-

ces y extremeños, aunque no hay datada ninguna capea o corrida de pueblo en la que participase. Viendo 57


que el mundo taurino no le solucionaba, se enroló como picador de fondo en las minas de plomo de Linares, trabajo que abandonó con 18 años después de la muerte de cinco compañeros que picaban junto a él en la mina.

En 1902 vuelve a Béjar y retoma junto a su padre el trabajo de la piedra, realizando unos piná-

culos funerarios para el mausoleo de la adinerada familia Rodríguez-Arias que fueron causa de muchos comentarios por semejar murciélagos alzando el vuelo.

En 1905 casó con Petra Téllez, que consumó una infidelidad que llevó a Mateo a marchar pri-

mero a Salamanca, luego a Madrid y, posteriormente, en 1913, a París, huyendo de la vergüenza que ello le suponía, donde se dio a la práctica frenética del dibujo y la talla, que pasó de lo ornamental y arquitectónico a la escultura pura. Comenzó con materiales frágiles y quebradizos, pero la destrución de un

busto que le realizó a su padre conformó en él una obsesión por la perdurabilidad, comenzando a trabajar en los materiales más duros.

En 1906 realizó un Cristo que fue muy admirado por Miguel de Unamuno, lo que hizo que cua-

jase una gran amistad con el Rector de Salamanca que duraría toda su vida. Ejemplo de esta amistad

–siempre unida a una admiración mutua– es que Unamuno le facilitó una recomendación para una beca de la Diputación salmantina que le llevaría a estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El curso de 1906/1907 lo pasa Mateo estudiando Modelaje, Dibujo Artístico y Ropajes en la

Academia de Bellas Artes de San Fernando, y lo hace en un ambiente hostil que refleja en uno de sus escritos: «...Imposible encontrar en Madrid una persona culta que no me tratara de hombre primitivo y

si le hablaba de la escultura tallada directamente me insultaba groseramente. Claro está entonces dirigían la dictadura artística Benlliure y Querol los dos ídolos nacionales, y el tener un sentido plástico de la forma diferente de ellos era para los españoles un crimen...»

En 1911 vuelve a Salamanca, donde reside hasta el año 1913, en el que marcha definitivamen-

te a París, no sin dejar constancia escrita de su sensación de fracaso y de su rabia en una carta escrita

a su amigo bejarano Emilio Muñoz: «...No importa, mi venganza empieza a cumplirse contra la mal canalla de salmantinos pues no les perdonaré los 14 meses de miserias que me hicieron pasar, si no me morí de hambre me faltó muy poco y eso que trabajé para ellos por lo menos 8 meses diariamente, no

me dieron ni un céntimo y luego lo del ayuntamiento no ha tenido respuesta. Cuántas veces me faltó muy

poco para suicidarme hasta tal punto que la vida era horrible. Son los destructores de lo más hermoso

del alma española, así que cuanto pude reunir para mi viaje partí el mismo día, llegué a París con 4

pesetas. Prefiero morir lejos de los míos de hambre que entre ellos. Cuando vi que se quedaban con mi

trabajo y se me negaban a pagarme recurrí a los abogados, ninguno quiso defenderme. Esa Salamanca es un país de bandidos...».

Ya en París, se instaló en el barrio Latino, y allí conoció a Fernande Carton Millet, la que fue

su compañera hasta la muerte y que le mantuvo con su sueldo de maestra hasta el año 1925, en el que Mateo empezó a obtener beneficios de la venta de sus obras. 58


Aunque Mateo jamás se adscribió a ninguna corriente de vanguardia, tuvo contactos frecuen-

tes con diversos artistas y escritores muy implicados en las mismas, como lo demuestra su relación con

Paco Durrio –orfebre, escultor y ceramista–, con el mirobriguense Celso Lagar, con el escultor anima-

lista francés François Pompon, con el académico Alexandre Falguière, con Albert Bartholomé o con el heredero de Rodin, Emile-Antoine Bourdelle. Su paso por el barrio latino le llevó a frecuentar a

Gargallo, Julio González y Modigliani; y su amistad con Miguel de Unamuno propició contactos de mucho interés con Rubén Darío, Álvaro Yáñez, Oliverio Girondo, Ventura García Calderón o Miguel Ángel Asturias, a los que realizó retratos en piedra y le ayudaron a abrirse paso en París.

No debo extenderme más en la biografía neta de un hombre que ha sido muy investigado por

multitud de estudiosos en su faceta de escultor artístico, pero sí me apetece detenerme en algunos datos de su personalidad que apuntaron sus amigos y su compañera Fernande anotándolos en diarios, artícu-

los o ensayos diversos; datos que apenas han sido objeto de la atención de biógrafos y especialistas en

su vida y obra –quisiera anotar en este punto que mientras que la obra plástica de Mateo huye de las

tendencias de su tiempo, su vida y sus escritos, bastante primarios, sí contienen claros indicios modernistas.

Mateo daba la imagen de un aldeano castellano, de un campesino calvo con grandes patillas.

Solía vestir con americana de cazador y capa bejarana de paño, calzaba botas de clavos y se tocaba con sombrero de ala generosa o con un fez norteafricano. Durante toda su vida mostró un profundo rechazo

a las enseñanzas oficiales y sólo ponía el acento en el trabajo personal, trabajando como norma 14 horas diarias sin un solo descanso semanal, despreciando cualquier resultado que llegara de lo fácil.

Era un apasionado del mundo animal y gustaba tallar del natural a cualquier ejemplar de la

fauna que se pusiera ante sus ojos –frecuentaba mucho le Jardin des Plantes cargado con bloques de pie-

dra y herramientas para trabajar del natural–, llegando a rodearse de animales de todo tipo en su casa

de Meudon. Cuenta Fernande Carton en su libro «Mateo Hernández. Escultor» que Mateo y ella convi-

vían con cinco perros, tres zorros, un chacal, un canguro de Brasil, un gran duque, dos lechuzas, un gavi-

lán, un águila, treinta canarios, una tortuga, un corral de gallinas, patos corredores indios, ocas, pintadas –gallinas de Guinea–, conejos, sin contar a la osa Paquita.»

Tuvo Mateo fama de avaro, circunstancia que explica González Ruano contando que «en

Montparnasse se creía que el escultor guardaba oro enterrado en el jardín de su casa y que no pagaba un café ni a su padre». No le gustaba vender sus obras, pues gozaba viviendo entre ellas. Sólo vendía

por extricta necesidad y, si lo hacía, era a precios astronómicos. Era asiduo cliente de «La Rotonde» y «La Coupole», donde hacía tertulia con los artistas e intelectuales de la época.

En 1930, el gobierno francés le nombró Caballero de la Legión de Honor por los servicios pres-

tados al arte frances y sus métodos, y Mateo llevaba la condecoración puesta siempre que salía de casa. Cuando le preguntaban que por qué la llevaba encima, contestaba siempre «Porque es roja y porque, si un día tengo dificultades con la policía, siempre produce su pequeño efecto». 59


En el apartado literario, que es el que más me interesa hoy resaltar, no se puede decir que fuera

intelectual ni hombre de gran cultura, pero poseía un instinto sobresaliente que le llevó a escribir inte-

resantísimos artículos sobre su arte y a impartir numerosas y brillantes conferencias. Fue también un incansable narrador de bellas historias de animales y llegó a escribir diversos cuentos extraños e ingenuos llenos de hadas, brujas y seres extraños que, según palabras de Sánchez Ruano, «soltaban unos grandes discursos misteriosos» sin ningún cuidado ortográfico y repitiendo en un párrafo la misma pala-

bra diez o doce veces. Tanto entusiasmo puso Mateo en la escritura, que llegó a comprarse una

«Minerva» para imprimir sus textos. Destacable es también su empecinada actitud hostil hacia los jesuitas, a los que consideraba responsables de la esclavitud del campesinado español.

Como postre, aunque yo prefiero a las bañistas, nada mejor que asomarnos a su diario perso-

nal, una joya que en 1999 publicó la Junta de Castilla y León en una edición de Gonzalo Santonja y Álvaro Martínez Novillo:

Con referencia a su tiempo de estudiante en Béjar, cuenta Mateo Hernández:

«En mi tierra teníamos un maestro digno discípulo del inquisidor Torquemado. Se llamaba don

Pantaleón Cabeza de Buey, hermano gemelo del alcalde mayor. Era hombre corpulento y barbudo, con

rostro de búho, y para más detalles diré que tenía dos hijos, uno fraile capuchino y el otro cura en Villagudino. Además, había con él tres maestros subalternos. Asistían a mi clase un centenar de niños de siete a doce años de edad. Nunca empezaba la clase sin un largo y grueso garrote de encina y, suspen-

dida en la cintura, una palmeta de roble de setenta centímetros de larga, doce de ancha y tres de gruesa.

Todos los días, mañana y tarde, nos obligaba a garrotazo limpio a recitar en alta voz, media

docena de veces, el rosario y, otras tantas, el catecismo. Pero a fuerza de repetir siempre la misma cosa

a nosotros nos sucedía lo mismo que a los fakires de la India, que cuando quieren olvidar su propio nom-

bre lo repiten sin descanso, hasta que al fin lo olvidan para siempre. Como la mayoría de los niños no

sabíamos más recitar el Padrenuestro, ni el Ave María, voceábamos cada cual a su fantasía. En esos instantes nuestra clase parecía una gigantesca jaula de loritos. Pero, cansados de vociferar, parábamos bruscamente y con rostro quejumbroso suspirábamos tristemente, porque en ese instante el maestro, que corría de un lado para otro blandiendo su garrote de encina mientras su rostro de pájaro de noche había adquirido una expresión siniestra, con un rugido como si fuese de león empezaba a dar garrotazos a

derecha e izquierda y los subalternos hacían lo mismo. Pero apenas oíamos los primeros gritos de dolor, los demás niños dábamos con toda el alma chillidos estridentes que eran oídos a más de un kilómetro a

la ronda, y con las carpetas de encina golpeábamos furiosamente sobre los pupitres de madera y de los

bancos de los niños mayores salía una lluvia de silbidos y voces airadas de a la cárcel, salvajes, verdugos.

El ruido era infernal. Por fin el maestro cansado de dar garrotazos escupía varias veces en el

suelo y con el pañuelo de bolsillo se limpiaba el sudor, luego después con voz dulzona nos decía siem60


pre lo mismo, amigos...»

Sobre el mismo asunto, habla en otro apartado de su diario del cuarto de castigo de la escuela,

prestándonos un texto delicioso que no quiero dejar sin anotar:

«Junto a los calabozos había una puerta de cinco o seis metros de larga por dos de ancha y

metro y medio de profundidad, donde caían las inmundicias que hacían diariamente los niños. El maestro encerraba a los niños a la ocho de la mañana, a la hora de entrar en clase, y no los sacaba hasta las cinco de la tarde, cuando cerraban la escuela. Lo verdaderamente odioso era la manera como el maestro encerraba a los niños. Cada día encerraba a un niño solo, por el placer de temorizarlo.

Para bajar al subterráneo había un angosto callejón de treinta y cinco centímetros de ancho y

un desnivel de más de veinte metros y, como no había escalera, uno no podía tenerse de pies. Entonces

los sentaba de viva fuerza a la entrada, el maestro le daba un puntapié en la espalda y el niño bajaba vertiginosamente. Al instante, sin tener tiempo para nada ni saber si estaba herido o no, cuatro manos

misteriosas lo levantaban en alto y lo tiraban al interior de un calabozo, cerraban el cerrojo y desaparecían por encantamiento, quedando el niño en la más completa oscuridad.

Como la fosa no la limpiaban más que una vez al año, los gases que se desprendían de ella eran

tan violentos que eran raros los niños que a las pocas horas de estar encerrados no perdiesen el cono-

cimiento. Enfinidad de veces, cuando a las cinco de la tarde abrían el calabozo, encontraron que el niño hacía varias horas que había muerto.

En aquellos momentos reinaba en España la reacción la más brutal y salvaje de los tiempos

modernos, y los maestros podían impunemente asesinar a los niños. Hasta los extremos de que en la Universidad de Salamanca, por orden de un profesor, entró en las clases la Guardia Civil a caballo e hizo uso de sus carabinas, resultando cuatro estudiantes muertos y una docena tendidos en el suelo, gravemente heridos, sin que el profesor fuese molestado.

Claro está, cuando se sabe que los políticos que gobernaban España eran los lacayos de las

compañías extranjeras que explotan las riquezas mineras del pueblo español, entonces se comprende que los maestros trataran a los niños peor que a los negros del Congo.».

Su determinada exageración quedó también patente en un artículo que escribió para la revista

de la Sociedad de Arquitectos de Madrid, que llevaba por título «La decadencia de la escultura» en el que afirmaba que «Zurbarán era el más grande escultor español, pues uno solo de su frailes pintados era más escultórico que la mejor obra de Berruguete, Montañés, Alonso Cano o Gregorio Hernández». Dicho artículo apareció en el nº 86 de la revista con fecha de junio de 1926.

No son tampoco desdeñables sus opiniones serias sobre la enseñanza, la Iglesia y la política,

así como sus comentarios ácidos contra Valle Inclán, Ortega y un ingente número de escritores y artistas de su época.

Como ejemplos puntuales de su forma de ver y sentir el mundo que le rodeaba, anotaré algunas

ideas sacadas de sus escritos. En el artículo «La estrangulación espiritual del pueblo español» dice que 61


«Debemos empezar por destruir la leyenda creada por los cultilatinparla de que los españoles somos una raza latina. Felizmente para el futuro porvenir espiritual de España que no es verdad. Los españoles somos ibéricos y nada más.

Lo que sucede es que una ínfima parte de españoles (uno por tres mil) se ha educado a la som-

bra de la decadente cultura latina. Lo único que tienen de españoles es el nombre patronímico. ...

Si penetramos en las aldeas y pueblos de Castilla, Andalucía, Extremadura, pronto descubrire-

mos, a pesar de dos mil años de esclavitud espiritual, que el hondo sentir de hombres y mujeres es diametralmente opuesto al carácter materialista y superficial del latino. .....

¿Quién es el causante principal de la decadencia material y espiritual de España? Roma. Desde

la invasión del cristianismo en España, Roma se sirvió del clero español para ejercer sobre el pueblo español la más bárbara y sangrienta de las dictaduras. Inútil es decir que el clero español no brilló

jamás por su patriotismo ni por su inteligencia. Siempre se distinguió por su incompatibilidad cerril y por su brutal intolerancia.».

En una carta dirigida a su amigo Bagaria, Mateo se refería a Ortega y Gasset como sigue: «He

leído del escritor José Ortega y Gasset en ‘El Sol’ de Madrid, hará una docena de años, una frase y, si

no recuerdo mal, decía que le agradaba sobremanera el Cubismo por ser un arte de extrema derecha, dirigido exclusivamente contra el pueblo.

Uno de los mayores defectos de ciertos escritores es la petulancia que tienen de colocarse en

plan de directores espirituales de los artistas... ...son megalómanos hasta el extremo de creerse verdaderos semidioses, que ellos solos poseen la verdad de todas las cosas...

...La dictadura brutal que ejercen las letras contra las artes plásticas proviene de que hoy el arte

no es otra cosa que un punto muerto en la historia de la humanidad.». Del General Franco escribió:

«Si tuviera un átomo de inteligencia no hubiera provocado la guerra y ensangrentado España

entera. Es necesario estar dotado de los más bajos instintos y ser un verdadero monstruo sanguinario para hacer asesinar cobardemente por extranjeros a niños, mujeres y ancianos...

...Bien presente tenemos todos los hijos de los republicanos el terror que sufrieron nuestros

padres y los fusilamientos en masas compactas...».

En resumen, creo que puede afirmarse que Mateo Hernández Sánchez fue un desclasado con

mirada libre e individual, con una alta estatura artística venida de la formación autodidacta, plural en

su concepción de la cultura y consecuente en la vida con su forma personalísima de pensamiento. Si se le puede incluir en la bohemia, tacharle o subrayarle de raro, contarle como hombre de vanguardia, es

algo que debe quedar en la inutilidad sistemática de quienes quieren poner orden en todo. Quede, pues, 62


el hombre atado en letras y a la vejez, viruelas.

Mateo Hernández falleció en París en el año 1949 dejando una obra incomparable y una

impronta que llega hasta nuestros días y que cuajó en otros artistas salmantinos como Jesús Hernández

Manuel (1886-1956), Eloy Hernández Domínguez (1889-1971), Francisco González Macías (19011982) o Lino Sánchez Muñoz (1920-1996).». ......

El resto del día lo he dedicado a la familia, a rabiar porque no tengo una casa en la zona de El

Castañar con vistas a la ciudad, a discutir sobre educación con mi cuñada Julia y a cabrearme con mis niños porque no me dejan hablar con nadie. 20 de septiembre de 2004

Me llama Pablo del Barco para trabajar sobre la maquetación de su libro sobre Sao Paulo

–¡uhm!–, también Julio Espinosa con el fin de empezar con la maquetación de su premio Ciudad de

Leganés -¡urg!-, aussi Carlitos Aganzo para que me ponga con la reimpresión de su último poemario -

¡plaf!-, Morante para ultimar Señales de humo –¡bien!–, Lara Cantizani para que le envíe pruebas del libro del bisabuelo de Luis Alberto de Cuenca... El día ha sido agotador de teléfono.

Últimamente no me llama casi nadie para darme, ni siquiera para preguntar cómo me va.

Y luego el bluff de la Vuelta a España, todos perdiendo el culo y jugando con el dinero público,

locos por apuntarse al jodido mamoneo de mierda. ¡A chupar, bejaranitos! Esa clase dominante de mediocres va a terminar por joderlo todo muy pronto. No entiendo que nadie entienda nada. 22 de septiembre de 2004 Llegó la Vuelta a Béjar y se acabó con la emoción de ver a Heras más líder. Confieso que me

dejo llevar con facilidad por el negocio deportivo. Disfruto y basta.

Al ciclismo le sumo que Urceloy me mete prisa por el libro de su taller de poesía, que Mercedes

Riba me llama y no sé decirle que no me llame, que Morante está satisfecho con la maqueta de «Señales

de humo» y me ha propuesto presentar en Ávila «El amante discreto...», que mañana viene no sé quién

para proponerme que le edite un libro –se creen que soy una puta hermanita de la caridad– y que está listo para imprimir el libro de Francesillo de Zúñiga, de José Antonio Sánchez Paso.

Por destacar algo, he recibido borrador de los estatutos de Premysa y ando enfangado en bus-

carle errores para que queden lo mejor posible.

No sé qué pasará con este asunto, pues Jesús Caldera me escribió ayer y me ha dado a entender

que ha dejado toda la responsabilidad en las manos de Antonio Caldera y Cipriano Rodríguez. ¿Qué suce63


derá? 23 de septiembre de 2004 El día ha salido precipitado. Nada más llegar a la imprenta me encuentro con un mensaje de Paco

Montero. Le llamo y me indica que le apetece tomar un café conmigo para charlar, y que si puedo avisar

a Cipriano charlaremos los tres. Llamo a Cipri, acepta el encuentro y quedamos en un bar de la calle Recreo.

Paco quiere agradecer a Cipri su gestión con el asunto de La Condesa y lo hace con elegancia

–es un tipo que sabe estar–. Luego, la conversación corre por terrenos de futuro para Béjar, se pasa por

el macroproyecto de comprar la sierra al completo y hacer la segunda estación de esquí nacional, por el solucionario que Paco ha iniciado en Gecobesa, por la forma de urbanización que quiere hacer en La Condesa. Yo quedo satisfecho del encuentro y muy esperanzado.

Por la tarde llega Tomás con sus proyectos de libros desde Salamanca. Le atiendo con mucho

cariño porque me parece una buenísima persona. Se va satisfecho.

Y ahora salgo de José Juan Tablada y sus «Tres libros» en uno editado por Hiperión. Es un poeta

sugerente y muy vivo en el regate corto. Me gusta. 24 de septiembre de 2004

Después de una jornada paliza, me leo como castigo «Otra silva de varia lección» de Enrique

Badosa. No es hoy mi día para entrar en la obra de Badosa. Pobre hombre, coño. 25 de septiembre de 2004

Últimamente apenas hilo palabras. No consigo concentrarme en la necesidad de expresar los

sentimientos que me desencuentran. Por una parte siento una enorme desazón por mi trabajo, en el que

no me encuentro bien –quizás sea una cuestión de orden personal–; por otra parte, me desestabiliza

mucho mi situación económica, siempre al límite forzado por los gastos familiares y los créditos. Nadie de mi entorno comprende que hay que sujetarse, pero yo tampoco sé sujetarme. Todo ello me lleva a pasar los diez últimos días del mes en precario y con la preocupación puesta como una losa.

Luego está el cuerpo, el jodido cuerpo con sus fronteras mermando el territorio a pasos agigan-

tados. Nunca me gustó quejarme demasiado, y ante el malestar físico tiendo a sonreír y tirarme a la calle, pero soy muy consciente del descenso en el que estoy. Mis riñones son una molestia constante y las infecciones de orina son cada vez más frecuentes y más molestas, los huesos atenazan el dolor en mis articu-

laciones y llevar el cuerpo cada día supone más esfuerzo. Sí, fumo como un carretero, y sé que esa es una 64


circunstancia que lo agrava todo, pero me gusta mucho fumar.

También necesito expresar el amor, contarlo y contármelo. El amor tranquilo y neto que siento

hacia Ángeles, el desmedido amor mezclado con el miedo que me insufla mi hija, el amor fresquísimo que me procuran mis dos hijos varones, el amor que siento por mis padres (los quiero muchísimo y qui-

zás no sé expresárselo), el amor hacia mis amigos... Me gustaría escribir mucho de estos amores, de cómo no sé expresarlos y de cómo los siento.

¡Bah!, la verdad es que hoy estoy con la moral baja. No me apetece ver a nadie. Haré caso a Benedetti, voy a cerrar los ojos en voz baja.

26 de septiembre de 2004 Estoy francamente cansado. No pillo el necesario punto de relax ni en los fines de semana. Ha ganado Roberto Heras la Vuelta a España. 29 de septiembre de 2004 Me ha llamado Pablo del Barco y no me gusta su tono. Quiere que le edite un libro en portugués

y castellano y sugiere que le ponga en el precio una parte para él, pide y no da, no da nada de nada, sólo pide... y a veces se queda perplejo porque no estoy muy dispuesto a hacer un esfuerzo económico por él. 3 de octubre de 2004 Ayer recité en el emotivo homenaje a las víctimas del «11 M» que organizó la Agrupación

Socialista Bejarana. Fue bonito poder estar allí con la palabra y aguantando las lágrimas. Lo peor, es que los políticos aprovechan cualquier circunstancia para llevarse las peras a su jodido saco. Me siento utilizado, pero en este caso no me importa.

(noche) He escuchado el discurso de Aznar cerrando el congreso del PP. Es un tipo realmente

asqueroso, un resentido, un hijo de puta que no siente el pudor ni la vergüenza que a mí me producen sus

actos y sus palabras. Hemos estado gobernados por un chulito prepotente, por un fascista con todas las letras. Gracias al Diablo que ya no tiene ningún futuro político. 9 de octubre de 2004 Llueve a mares y mi hermana se casa esta tarde. Yo siento un no sé qué que sabe como a pérdi-

da, a etapa que se cierra y que alumbra el final de algo interior. Me molesta tener que celebrar el rito y soy sobre todo de mis padres, más que nunca y como siempre. 65


10 de octubre de 2004 Para la resaca me quedo con la música de Lhasa de Selo mientras leo los trabajos del premio

Teresa de Jesús, del que soy jurado para la convocatoria de este año. Muero de sueño con los nefastos

poemarios de corte místico pastelero que se han presentado al premio y me cuesta un huevo decidirme por alguno. Todo malo de solemnidad; curitas, meapilas y monjerío dedicados a la dura empresa de la

castración de versos. Lo tengo que hacer porque es un favor que me ha pedido mi amigo J. L. Morante, pero se lo haré pagar con alguna putada de orden teológico.

Repaso el libro de Pilar Rubio y Alberto Supiot, «Notas robadas a los pájaros», que contiene

pasajes ciertamente interesantes. Lo editaré antes de final de año si la cosa no se tuerce. 16 de octubre de 2004

Hoy he descubierto a Cássia Eller y me he arrancado a dibujar mujeres con su música, a convo-

car esa poesía del gesto que siempre me late en las manos. Sé mis jodidas limitaciones en el dibujo, pero no me importa asombrarme en mi simplicidad y dejar que todo suceda. Estoy muy nervioso últimamente y el dibujo me sirve de relax. 21 de octubre de 2004 Rascando sobre la espera del fin de semana, leo un artículo de Lorenzo Oliván, publicado por el

Diario Montañés, en el que se apunta a sí mismo como «el último mono» por un no sé qué de palabras

tiradas por un tal Tono, posiblemente un ingrato o un alma resentida. Y me pongo de la parte de Lorenzo

porque argumenta bien y dice cosas que comparto. No tengo más referentes que los de un par de libros

de Lorenzo que me parecieron correctos y bien escritos, la lectura de algunas de sus críticas en prensa –siempre me han parecido lúcidas y coherentes– y su cercanía a García Martín, circunstancia que me

separa un poco de él, pero que me anima también a leerle cada vez que cae algo suyo en mis manos –no tengo remedio.

Me gusta su propuesta de una poesía de indagación y sus palabras contra el prediseño de versos

para un público lector específico. Bien por Lorenzo.

Luego me dejo caer como un disco rayado en la voz de Mildred Bailey y repaso la dificultad de

un Gonzalo Rojas que me sabe poner chispa –«... Animales sin testículos que presumen de dioses...»–, y

perpetro un dibujo trampa con cuerpo de mujer a modo de placebo del amor que me falta esta noche. Y

todo porque no sé qué hacer, porque últimamente no me llegan las preguntas que intentan alumbrar los versos, porque siento el cosquilleo de crear y no sé cómo ni entiendo para qué. En fin... 66


Y que le doy las buenas noches a Paco Ortega por haberme propiciado la edición del libro colec-

tivo «Ven acá pacá», por distraerme de esta soledad de antigua peseta y de esta falta de euros y palabras. Suena «Evaline» en mi computadora vieja y se lo agradezco a Arlen-Harburg, que no sé si es

una persona o dos, pero que ahora para mí es la gloria bendita que entra en el presueño. Se ha caído Fidel. El mundo cambia. 22 de octubre de 2004

Esta mañana he comulgado una estrella roja al escuchar por la radio las palabras indigestas de

Loyola del Palacio, una estrella roja hecha por Maiakovski como una hostia sangrada («...prueben a

darse la vuelta como un guante y ser todo labios.»). Una mujer pública, en el sentido que mejor les guste, desea a voces la muerte de Fidel Castro... Por lo menos ya no es el plumero lo que se le ve al conservadurismo feroz europeo pronorteamericano. ¡Fieras!, y mi no tranquilo a Fidel.

Y luego lo del premio Ateneo de Sevilla para mi Davisito Torres, que ha aprendido por fin a

escalar la montaña editorial con empujón estilita de «El Mundo». El chaval lo vale y me parece justo, y

me alegro porque fue en Béjar donde primero leyo –con muchos nervios– su «Londres» y porque mara-

villó con sus desbocados artículos en mi «Béjar Información» muerto y bien muerto. También porque es

un buen tipo al que quiero un güevo... Y que no se te suba el éxito a la cabeza, que tu verdad, colega, es la del sparring. ¿Vino y rosas? Pues eso.

Y después Paco Ortega que me llama, el ladrón, para decirme que mi Jesusín Márquez va como

una moto sensible. Hoy mismo está grabando nuestro disco en Madrid. ¡Vivre la mort!, o como se diga,

que diría cualquier matao de USA legión extranjera.

El mar existe. Existe porque Cássia Eller tiene la voz rota, porque la amistad suelta metralla y

me hiere, porque me da la gana. Y sigo siendo testigo y pasajero de mi tiempo, voz tapada, motor roto, prisa, espera. O porque desexiste Ive Mendes. Stop.

(noche) Mal rollo con niños. Tener hijos trae disgustos menores con los juegos escolares porque

siempre sale un tripero a joderlo todo, pero pone una distancia yerma con el pensamiento bien procesado y sirve de descanso.

Mañana voy a leer a Ávila invitado por la Casa de la villa teresiana, y lo hare junto a mi her-

mano Morante y la sensibilidad vivísima de Fernando Beltrán. Me apetece ir y también volver pronto

para dormir el sueño injusto que no me he merecido esta semana de Seminci -¡joder con la Seminci!- que me trae malditos silencios y huellas perdidas. Sudo y hace frío. No sé rezar aún.

24 de octubre de 2004 67


Lo de Ávila fue como la pasión de Cristo bien mirada por Berlanga, por ese Berlanga de dedo

en la nariz y sonrisa socarrona.

Llegué a la ciudad teresiana a eso de las cinco de la tarde. Todo era personal moviéndose como

el ganado por un quítame allá esas «Edades del Hombre», y yo a la contra, chocándome con madrileños de mochileta, con alemanas de jopo escultural y hombros cuadrados, con curas de alzacuellos arengando a grupos de seminaristas bien afeitados, con tipos trajeados a la clásica costumbre castellana del «palo

dando». Así llegué hasta la Plaza del Grande, ahora una estupidez Moneo –los hombres grandes de boqui-

lla son pequeños de espíritu y en sus obras dejan muertos fríos–. Allí abracé a José Luis Morante y a Fernando Beltrán. Los abracé de verdad, uno por uno.

Un café en hotel de lujo, frente a la catedral, entre miasmas de viejas empingorotadas para el té

abulense de las cinco, saludo a Teodoro Rubio, que andaba acompañado de su gente ONG, y paseo por la feria mística. Otra vez al socaire del interés de la gente. Y asombro entre los peregrinos vestidos de

banqueros, entre los turistas imbuidos de una fe de yemas de Santa Teresa y huesitos de santo. Colas para gozar crucificados o leer obituarios de piedra.

Morante quiso que viéramos el museo de la Mística, y allá corrimos. Otro enjendro –este más

cuidado– frente a las murallas de Ávila que puso en su sitio una señora colorada y entradita en carnes que le dijo a su acompañante: «Está bien esta idea, le voy a decir a mi marido que me ponga unos palés en la entrada de casa...».

Vuelta al recinto amurallado y encuentros felices: unos vecinos de Béjar paseando en familia y

todas mis monjitas bejaranas de «María, Madre de la Iglesia» con los pelos por alto haciendo honor y

vela a la ventolera templada que soplaba sobre la corte del misticismo. Unas risas y unos besos. Quiero yo a esas monjitas. Será el roce.

Otro café –sin porras–, y a cumplir con los deberes poéticos con la La Casa de Ávila en Madrid

y en el auditorio de la Junta de Castilla y León, un convento de clausura maravillosamente restaurado que cuenta por sí mismo cómo se lo ha montado siempre la Santa Iglesia Católica.

Todo muy ceremonioso, pero muy bien preparado. Toda la gente buena y «guapa» sentada como

para una misa bajo un escenario matapoemas –cambié mi lectura nada más ver el recinto, una iglesia primorosamente restaurada con su pila bautismal llena de cerraduras y llaves–. Intervenciones varias, lec-

turas a porrillo, entrega de los premios Teresa de Ávila, una pluma Shaffer en agradecimiento por las labores de jurado, lunch y abrazos de despedida.

Ganó María Sanz, a la que conocí un caluroso día sevillano hace unos cinco años.

¡Enhorabuena!

Paseo con Francisco y Carmen hasta mi coche y vuelta a casa. ¡Uff! 25 de octubre de 2004 68


Se me duermen las ganas en otoño y Felipe anda con el cuerpo torcido por el «andancio» bus-

cado en mangas de camisa contra la lluvia. Debe aprender que la merma física es un lugar frecuente para la creación, que del dolor empieza a crecer el miedo; y del miedo, las palabras. No obstante, me entristece mucho verle hundido en la fiebre mientras me mira con unos ojos hermosísimos como pidiendo todo lo que yo no puedo darle.

El cuerpo enseña mucho más que la escuela.

Y busco soledad junto a la voz redonda de Jacinta, como huyendo, como queriéndome hacer un

muerto menor que no sepa del dolor de la carne que crece con enormes ganas de romper o de romperse, una carne propia y tremendamente ajena.

Y a las doce de todos los mediodías, con el correo normal de saludos bancarios torcidos y folle-

tos de ventatontos, me llega el nuevo disco del salao de Rubén Buren, «Desakordes», hecho a medias con

Pedro Herrero y en el más rabioso directo. Y me veo de letrista en créditos por vez primera –se va a enterar la SGAE, jejeje, «silbar se va a acabar»–. Escucho a lo chipén y me pongo alegre, pues lo que se ofre-

ce al oído es harto bribón y divertido. ¡Enhorabuena, militantes de la música lazarilla y contestadora! (verlo para creerlo en www.desakordes.com).

(noche) Mensaje en el contestador de Santi G. Valverde con ese afecto del Leganés de entonces

que me quita de la cabeza el primoroso ardor de los comerciales de imprenta grande –cuatro jodidos colores en una sola máquina, y tamaño como los del caballo de Espartero–. ¡Pluff! Y el cuerpo lleno de jaque-

ca y tabaco... como para purgar un ajedrez online y pasar del chispún de versos que me atraganta. ¡Ah!, y Fernandito Rodríguez de la Flor que me ha llevado a los años setenta de mi Aníbal Núñez. Cuarenta

poemas primeros e inéditos del maestro helmántico para editar con todo el poderío que me salga de las entrañas. Bonitos de morirse, curiosos, raros algunos, soplados todos de la sensibilidad de un pedazo de poeta que murió por la injusta mano de ese Dios puñetero que no existe... pero vive más que tantos...

Por anotar, diría la hora... pero no, que luego se sabe todo; sólo mentar a Josemari y su excur-

sión de palabras negras por su puto mundo mundial. A joder a Rusia que se ha ido. 26 de octubre de 2004

Hace unos días murió un tipo de vida triste con el que me cruzaba frecuentemente por la calle y

me pedía un cigarro o unas monedas. Debía tener más o menos mi edad. Y hoy, no sé por qué, lo he echa-

do de menos al ir a comprar tabaco. Nada más. Lo he echado de menos, yo, que tengo mi vida estanca,

cerrada por muros personales, que cada día limito más mi contacto con la gente, que apenas percibo otra sensanción que no sea la que he previsto con anterioridad. La verdad es que me he sorprendido con esta

rara sensación de falta de alguien que sólo supuso para mí alguna mirada hosca o un indeterminado y tonto cruce de palabras.

69


Quizás el sentimiento de la muerte esté empezando a trabar en mí argumentos distintos a los que

hasta ahora eran comunes, esos argumentos que he explotado sin mucha vergüenza en mis poemas

–«...como un perro que pasa por un campo de minas... como un perro que pasa y no vuelves a verle»–.

La muerte como anécdota, sin tristeza por medio, sin lágrimas, sin sensación urgente de descenso... Y Julio Espinosa preocupado por el lugar en que ubicar su foto en la edición de su nuevo libro, y el tipo de

la O.P. del Banco Popular llamándome a casa para que recoja un par de tarjetas de crédito/débito que ponen valor a mi deseo, y mi hijo Guillermo dudando entre el «golosinero» de Batman o el Ciclonic blan-

co, y yo intentando sustituir mi «Chester» por un «Excite» que pone la lengua gorda pero que cuesta un euro menos. Atar y desatar o viceversa. El sí y el no en un para nada.

Tumbarse quizás sea lo más decente, tumbarse y destapar el cuerpo con las manos para sentir el

frío que es y que soy. Por cierto, ¿tumbarse viene de tumba? 27 de octubre de 2004

(madrugada) A esta hora tengo cierta desazón por las cosas mundanas, me preocupa la parada

cardiaca de Premysa con toda su carga de ilusión, la falta de palabras de algunos/as amigos/as, el estado

de este rectángulo con vocación de línea que es Béjar, la morbidez de mis máquinas de trabajo, la can-

chalera del futuro local de mi imprenta, el arrojo espantapoemas de los jodidos inspectores de trabajo y medio ambiente, la burla de los mediocres municipales... Para nada, todo para nada, porque «India.Aire»

canta una suerte de «Tapestry» y sabe sacarme del ciclón casi sano. Prefiero leer un rato el cómo y el

cuándo de John Lee Hooker en una edición de Juan Campos realizada para editorial «La Máscara» en el año 1995. Tumbado, igual que ayer, volando a aquellos tiempos del Torreón, a la salida del cine salesia-

no del domingo de guardar, luchando con mi colega Amablín sin atinar a saber quién era el Cid o el moro.

Los niños ahora se llaman «hijo de puta» a la menor; antes nos llamábamos esbirros con cierto deje Capitán Trueno. Y pensar en la primera edición de «Buenos días, tristeza» que he cambiado por no sé qué para saber que nunca estará perdida.

(mediodía) Recibo «El tesoro de los cuentos», que me envía el buen amigo T. S. Norio (Braulio

para la familia y autor de esta joya editorial de KRK. Lo leeré ya mismo, pues el objeto llama a la lectu-

ra urgente), junto al número 5 de la revista «Clarín», que data de septiembre/octubre del 96, y que con-

tiene un trabajo delicioso de Juan Manuel de Prada sobre el loco de Iván de Nogales Delicado, un artí-

culo que he buscado sin éxito durante bastante tiempo y que hoy me lo hace llegar Norio desde su mágica librería virtual de libros españoles. ¡Olé por Norio, el conseguidor! Luego, conversación telefónica con Paco Ortega para cerrar su/mi «Ven acá pacá» y bronca en casa por historias escolares de mi Felipón, que

se carga siempre culpas propias y ajenas por ese afán de meter la gaita en todo lo que se cuece cerca de él. Es para matarlo y para comérselo a besos a la vez. ¡Cómo quiero yo a ese mamonazo de chaval!

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28 de octubre de 2004 Debo llevar por la vida cara de tonto y debe ser bien patente, pues aún hay quien me quiere con-

vencer con argumentos infantiles, sin más, de frente, como quien le habla a un imbécil... tío, miro por tu

bien, hazme caso, haz lo que yo te diga, ve por donde yo te marque... ¡Mierda! Y lo peor es que ese «quien» no sabe medir ni mi pronto, ni mi tarde; ni mi feria de monstruos, ni ese golpe de voz que me nace frutal de la rabia. Y a mí, que me he dado mil hostias ya en la vida, que tengo alma de purito enca-

jador, que no me duelen prendas de decir lo que se me ponga en la punta del Este... me da una risa como

de rabia que empieza a tocarme el espíritu de la tinta y la mano. No quita que un día de estos me ponga manos a la obra de hacer y deshacer, que vuelva al entonces porque el ahora vuelve a ser de penita pena.

Que noto las ganas otra vez adentro, resoplando como una ballena blanca, y eso es peligroso para mí, pero también para otros. Mejor buscar ahora en los versos de Sophia de Mello Breyner lo que quiero decir: «‘Ganarás el pan con el sudor de tu frente’. / Así se nos impuso. / Y no: / ‘Ganarás el pan con el

sudor de los demás’ // ...buhoneros del templo / ... / llenos de devoción y de provecho». O arder en el

«Concerti Grossi op.6» de Corelli para reencontrar la calma como un cigarro y decirme en alto: «Che,

Piporro, deja las armas blancas en el plumillero, que no merece la pena...». ¡Qué coño!, y callarse, ¿de qué sirve callarse?

(noche) Hace una noche de landrús y jemeres rojos. Me he pasado de tabaco y leo a T. S. Norio

con cierta perplejidad, como viéndole enfrente contándome con toda su biblioteca de gestos el raro tesoro de sus cuentos –«¿sabes?»–; pero este Norio leído es como papel moneda, algo peor que el elegante y dejado semibablante que a veces viene a verme y no sé cómo es ni por dónde abrasa. Loco no, pero tampoco cuerdo.

Y que sigo en el «BMW 988» la carrera en solitario por las páginas llenas de curvas y cruces con

cubierta de papel piqué y algo de norte antiguo. Cuando llegue, me llamo por teléfono.

vincias.

Y nada, que después trabajaré un poco en mi ponencia cordobesa sobre los bohemios de pro29 de octubre de 2004 Paquete bomba de Orteguita, y qué lleno de música y palabras. Tengo deberes melómanos hasta

Navidad. Menos mal que aún hay colegas de los de toma y venga para quitarme esta pirula notarial del cabezón, amigos sin alma que pueda llevarse el diablo. Sólo vino y risas. Pues que me estreno con «ENT

ensemble» y su disco «Nuevo tango». Chulo el cabrón, jugando al tango en barroco. Empieza bien el

roneo... Y el jopo chungo como corresponde a un fin de semana largo, y el cabreo cantando un fado meón, y los versos sin salir –¡su puta madre!–, y un no sé qué de inquietud entre las piernas y justito en el cen71


tro del alma. Suena el viento en las ojeras de los ventanales de mi estudio y me pongo triste como un sauce sin hojas. Y llama Lara Cantizani... bien, todo bien, guay; y llama Paco Montero... super bien, guay,

olé; y llama Burén... mira tú qué bien; y llamo a Paco Ortega... tío, toca Manglis hoy en «La Alquitara», qué feo el Manglara y qué bien toca, abrázale de mi parte, que gracias, tío, por el paquetazo, tú te lo mere-

ces, tú más, coño, joder, tú más. Y para nota: le doy la mano al campeón del mundo de aves canoras, que es del Barco de Ávila y alcaldea en la villa y corte de Bohoyo. Mundial de la muerte o sólo mundial.

(noche) No me furrula el puñetero «Sig Pac» en el computer, esa suerte de GPS que se ha inven-

tado el Ministerio de Agricultura y etcéteras para bajarse planos desde internet. He perdido ya más tiem-

po que el hombre de Orce en hacer fuego... Y sin resultados. Quizás el gobierno debiera montarse un Ministerio de Asuntos Anteriores –se me ocurre ahora– para arreglar los remiendos que se han tragao de Fraga p’alante. Y no sé a qué viene esto; pero, mira, tampoco sé a qué viene que yo ande intentando bajarme planos topográficos con todo lo que tengo que hacer y con estos pelos.

Europa, al fin y al cabo, da pasitos, aunque estampe en ellos su firma Berlusconi. 30 de octubre de 2004 Hace un par de noches me visitó Antonio Gutiérrez para devolverme «El libro de los desórde-

nes», de El Roto, que le había prestado con ganas, pues me imaginaba –y fue cierto– que le iba a gustar un montón. Antonio adjuntaba un poema al libro, pero se me pasó leerlo y, hoy, al repasar el libro, me lo

he encontrado de cara –o de cruz–. «Leyendo a El Roto», que es el título del poema, hace una lectura

inquisitiva de la mirada y de la vida, preguntas que Andrés Rábago, El Roto, dibuja como Cristo bendito y su santa madre. Antonio en manchas negras dibujado por El Roto y viceversa («La vida es una man-

cha en color negro, / un flujo de resinas por el suelo, / un campo solitario para el cuerdo, / un club de

multitudes que transitan / por un deshabitado cementerio.»). Y se me queda tan pancho, aún sabiéndose

mancha pequeña, tinta mínima ajustada a una forma que tan sólo pretende un futuro de cromatografía,

que no deja de ser borrón al fin y al cabo. Lúcido y triste mi Antoñito de ahora. Recuerdo también que le hice leer en voz alta un artículo de Juan Manuel de Prada sobre Iván de Nogales Delicado y nos reímos juntos un buen rato. Iván, otro Roto, quizás más cusaquiano, pero otro Roto que, en vez de dibujarse, se bebió la vida descojonándose del mundo.

(café) A las cuatro cayó un cafetín junto al padre de Begoña, la joven bejarana asesinada en 11M.

Le encontré magnífico de ánimo, sereno y a la vez embebido en este después que viene del fragor y del miedo. Me contó que quiere ir a visitar El Pozo del Tío Raimundo y que está involucrándose muy en serio con la asociación de víctimas. Me alegró verle entero a pesar de su enorme y trágica carga.

(tarde) Curioso por la nueva idea de la muerte que vengo masticando durante los últimos días

–azuzado, además, por la corta tertulia del café–, enredo en mi biblioteca como el que compra un cupón para un sorteo y se me coloca entre las manos mi ejemplar de «El haiku Japonés», que es una edición de 72


Fernándo Rodríguez-Izquierdo para Hiperión, un libro que he manoseado mucho y que andaba perdido entre dos números antiguos de la «Revista Atlántica». Recordé enseguida que en ese estudio hay un mon-

tón de referencias a la desaparición, y casi todas desde una mirada tranquila, desde un sosiego muy oriental. Creo que por ahí va la cosa. Me pongo a tirar millas y ya veremos. 31 de octubre de 2004 Leo en «Mundolibro» que César Antonio Molina hace un elogio de la poética de José Ángel

Valente tildando a las nuevas voces españolas de «perezosas», armando sus argumentos en que Valente supo estudiar idiomas para indagar en las voces de su tiempo, y todo para vender el nuevo volumen que

saca a la luz en estos días «Galaxia Gutemberg». Y el colega es Director del Instituto Cervantes. Juan

Gelman, en el mismo artículo, sin embargo, se ciñe a hablar del autor en clave positiva y contando la rela-

ción poética que existió entre ambos: «Siempre nos preocupó, por razones distintas, el misticismo, la cábala, lo sufí y la sensación de la preocupación ausente de lo amado ... Siempre transcurre por la búsqueda del amor y la palabra como pasado que va a ocurrir. Él habla de la ceguera y de los ojos acos-

tumbrados a no ver nada, el deseo de poseer es la negación del ser, decía Valente, siempre siguiendo la razón del corazón».

Y uno, pobre payaso, casi «último mono» –como bien escribía Lorenzo Oliván hace unos días–

tiene que aguantarse la risa de ver a los poetas políticos lanzando elogios por comparación al poeta muer-

to, pero no por una comparación normal, sino por una de esas comparaciones genéricas tan parecidas a

esa de Gila que decía «alguien ha matao a alguien». Yo, sinceramente, cada día entiendo menos que para que una multinacional se hinche a vender libros tenga que salir el poetita oficial que vive del dinero de todos –y que hasta quizás «aprenda idiomas con él»– a poner su jodido dedo en los pobres ojos de los que no tenemos ni editor, ni pelas para aprender, ni poepolíticos para que nos soben el lomo por compa-

ración. ¡Me cago en todo lo que se mueve! Y mi respeto enterito para Juan Gelman, al que he admirado siempre y leo con verdadero placer. Con bastante más placer que a José Ángel Valente, aunque quizás

con menos vértigo. Y no se me sume ahora en la lista de los que denostan su poética, ¡por Dios!, no. Lo

que sucede es que mi gusto estético no encaja tanto con la poesía intelectual y desnudada de palabras, aunque respeto esa concepción críptica del poema.

Siempre he pensado que el conocimiento hay que democratizarlo, pues la orientación intelectual

puede convivir perfectamente con la claridad. Vamos, que no entiendo esa historia de «conocer para esconder» que lleva a la poesía críptica buscando la dificultad. Tampoco la belleza está reñida con la claridad, faltaría más. Y no se me acuse ahora de defender una escritura que piense en el lector sobre todas

las cosas, que no lo acepto. Sólo pienso que la baja catadura intelectual y la pose propugnan la dificultad

como escondite de las carencias, circunstancia que se patentiza en los textos oscurísimos de multitud de autores. Repito que respeto el hermetismo, la cábala o el retorzimiento, pero no comulgo con esa forma 73


de ofrecer sin querer dar.

En todo caso, dejo uno de los mejores poemas de César Antonio Molina, editado por la Agencia

EFE como titular de una de sus noticias: «Un buen gestor nunca se preocupa del dinero, y yo me consi-

dero un buen gestor».

Pues yo tampoco; aunque mi pena es de euros que no me dejan viajar a París, a Viena, a New

York, a Madagascar, a Oslo... ni siquiera a Barcelona para intentar quitarme esa «pereza» poética de la que habla en voz alta Cesarín. ¡Me cago en russss!

Oye, y, por cierto, ¿cuánto habrá cobrado este César/Cervantes de las arcas de Galaxia

Gutemberg por mordernos con la excusa de hablar de Valente? Lo mismo nada, como no le preocupa el dinero.

1 de noviembre de 2004 Comienzo mal el mes. Festivo y con un trabajo urgente entre las manos, un trabajo de esos que

no me gustan nada de nada: levantar un plano completo y detallado de la sierra de Béjar para que pueda ser optimizado en tamaños grandes, circunstancia que hace aún más tedioso el asunto. José Luis Morante

me regala un descanso telefónico con el fin de pedirme textos para la antología que propicia anualmente la Casa de Ávila en Madrid y para ponernos de acuerdo en nuestro viaje común a Córdoba el próximo

día cinco con el fin de participar en un congreso sobre «La Bohemia». Concretamos y nos recordamos el afecto mutuo.

Y el día se pone de sabañones. Luce el sol, pero la imprenta cerrada es fría como su puta madre

y pienso seriamente en la vuelta de mi cistitis crónica, que este año me ha golpeado duramente. Como prevención, bebo un par de vasos de agua y me pongo la cazadora entre las piernas para seguir trabajando.

(tarde) Recibo mail hermoso de Herme G. Donis, mi muchachina asturiana, con apoyo explíci-

to a la última entrada de este savonarola en la red bruja y global. ¡Que me lea mi Herme ya es bastante! Un besote, reina. Y que comparta mi opinión sobre el Molinita, ya es para comérsela a besos.

Y al café, como siempre, para ver desde el ventanón de la Cafetería Italia la boutade ministril

que se montan el guardaespaldas y el conductor de Jesús Caldera. Me caen bien estos tipos, sobre todo el conductor, que se marca unos pasitos de baile al son de Cadena Dial mientras espera a que el Ministro

se despida de su madre –una «señora señora», que la conozco desde los tres años–. Y que decido dedicar

la tarde a colocar un poquito mi montaña de libros de consulta y a barrer el estudio, que ya va para un año que no ve la escoba –aunque me jode un punto que se pierda esa pátina en la que me muevo mejor

y que tantos días requiere–. Luego me fumaré unos cigarritos y practicaré el ajedrez online para intentar subir mi ELO virtual.

74


2 de noviembre de 2004 Hoy es día de elecciones y el imperio romano se olvida de sus legiones deplazadas a diversísi-

mos culos del mundo para mirarse el ombligo, como hace siempre, pero esta vez en casa. Los oráculos andan en lo de «vencerás no volverás» y viceversa, mientras César y Bruto, tanto monta, ponen su des-

tino en manos de los dioses. Perplejos, los griegos, los galos, los hispanos... los bárbaros, en fin, toma-

mos asiento para ver pasar algún que otro cadáver. Lástima que los imperios tengan la fecha de caducidad a tan largo plazo. Morir para ver, en todo caso.

Pero hoy me interesa más hablar de Víctor Botas, number one donde los hubo de la poesía en

castellano, al que se va a homenajear en su tierra con todo merecimiento y más. Sin queja, porque no debe uno quejarse de lo que se ha buscado, me duele no poder estar junto a Paulina Cervero, su viuda, a la que quiero un montón, junto a Cástor y Polux, sus hijos, y junto a los que le quisieron en vida y le echan de

menos en muerte. Sé que en su momento no sentó bien a algunos círculos cercanos al poeta que el humilde homenaje literario que le hizo «El Sornabique» fuera el primero –que es no ser nada– en aparecer justo después de su triste final. Entiendo el mal rollo, pero no lo comprendo; como tampoco comprendo que nuestro esfuerzo sólo haya tenido el abrazo de Paulina y de unos pocos amigos que comparten con nosotros la admiración hacia la obra de Víctor.

En todo caso, que todo salga bien y que la memoria del poeta crezca como se merece, indepen-

dientemente de albaceas o interesados por cierta autoridad moral basada en el afecto y la cercanía. ¡Viva Víctor Botas!

Y mail de Albertito Hernández poniendo engobe y reducción a la tarde –Pipeluís, que me llama

el jodío ceramista loco–, y mail de Barral para quedar, y mail de Marquitos Gualda –suerte, amigo–, y

mail de Herme con convocatoria adjunta de «Hucha de Oro», y llamada de José Antonio Sánchez Paso para hacerme pensar con la cabeza –gracias,colega–, y llamada de Julito Espinosa para saber de su libro –quiere el primer ejemplar que salga de máquinas, ¡qué majo!–, y que me quedo grogui a media tarde. No importa. Esta noche releeré los diarios de la Pizarnik para aprender un poco. Bye. 3 de noviembre de 2004 Hoy le estoy dando como un loco al chocolate con miel para ver si me crece un poquito el ánimo,

pues me he levantado agotado de la cama y me he dado de bruces con la más que segura victoria de Bush en las elecciones norteamericanas. Y me siento raro, tan raro que ni se me ha ocurrido enrabietarme o

ponerme a gritar exabruptos. Sólo astenia y mal cuerpo. Después del curro –un alzado matinal de todo el compaginado del libro «Alegría», que es un frutero de poemas del abuelo de Luis Alberto de Cuenca en

edición del mismo L. A.– me he dedicado a mirar la coleción de imágenes de niños irakíes heridos o des-

trozados bajo la bota militar del reelegido –unas fotos que he ido almacenando en una carpeta de mi com75


putadora según iban apareciendo en internet–. Y me he puesto peor de lo que estaba, revuelto por dentro y por fuera.

Este gobierno de los grandes magnates del petróleo y las armas va a acabar de seguro con el

mundo –el mío particular ya se lo han cargado, ¡enhorabuena!–. Tendré que seguir escondido por los

siglos en esta cueva de soledad y frío, sin hablar de nada y sin mirar a nadie a los ojos de la vergüenza y

de la imposibilidad que me atenazan, soportando a los políticos pequeños de aquí, esos que se entretie-

nen jugando a ser un trágico chiste de sí mismos, soportando –que en este caso viene de «sopor»– con

estoicismo a los que me dan de comer un mes sí y otro no, sonriendo al que me debe y sonrojándome

ante el que debo. No tengo ganas de nada. O sí, quizás de desaparecer despacito, sin dar guerra. ¿Y mis hijos?, ¿cómo les explico yo a mis hijos esta derrota, esta falta de esperanza, este fracaso completo de los ideales y de la lógica positiva? Ahora más que nunca mis hijos son el miedo, un miedo que muerde con

saña al futuro, un miedo atroz a mi incapacidad de dejarles un espacio de libertad en el que moverse. Esta sensación de fracaso es muy dura de llevar, más cuando los que siento cercanos también contemporizan y esperan en vano a que pase el chaparrón. Cada uno a sus cosas pequeñas, a alimentar su egoísmo dia-

rio, a pillar lo que puedan de aquí y de allá sin pararse siquiera a reflexionar en que son/somos suma de

la mierda hedionda que se resuelve en el feroz capitalismo que nos aliena. ¿Para qué murió mi abuelo Felipe asesinado en una noche húmeda?, ¿qué debo hacer en su memoria?, ¿cómo engañar los ojos para

seguir adelante? No lo sé, no sé nada de nada y estoy muy triste, casi sin aire. Sólo el chocolate con miel y unos cigarros para seguir pensando que la risa franca de mi hijo Guillermo puede alumbrar una revo-

lución, que el desinhibido afecto de Felipe puede romper cadenas, que la fuerza interior de mi Mª. Ánge-

les sabrá enseñarle el camino de la fuerza y de la verdad. Yo no puedo ya ni con mi peso. ¿Por qué el

mundo no se reducirá a mi silla, a mi mesa y a mis libros? y me voy al curro a sonreír sin ganas, a pasar las horas, a esperar a que algún «generoso» decida pagar sus encargos para poder cumplir con mis debe-

res de gerente de la nada, para poder pagar este mes a mis empleados, para poder cumplir con la Hacienda Pública, con la Seguridad Social y con su puta madre. A sonreír y a callar. A callar.

(noche) Pierde ya por dos goles el Madrid y también me da lo mismo, a mí, un culé de toda la

vida. En fin... ¡La vida! Cuánta razón tenía don Francisco de la Rochefoucauld cuando dijo que «se puede

ser más astuto que otro, pero no más astuto que todos los demás» y cómo el tiempo quita razones. El Paquitodelá no sabía lo de Bush.

4 de noviembre de 2004 Me envía Carlos Alcorta el número diez de la santanderina revista «Ultramar», en el que cola-

boro con unos poemas, y me sube un poquito la moral, pues el silencio último de todo y de todos viene

haciéndoseme insoportable. La revista está linda, muy bien editada y con un cuidado en los textos muy de agradecer. Mis mejores deseos para Carlos y su gente, que en este número publican inéditos de L. A. 76


de Cuenca, Vicente Gallego, Concha García, Juan Vicente Piqueras o Tomás Sánchez Santiago –un colega estupendo al que recuerdo vivamente–, entre otros. Que siga la bola de letras. También mi colega ili-

citano Jesús Zomeño me envía uno de sus cuadernillos literarios, titulado «La visita», que me da la impre-

sión de que son purito oxígeno para una vida dedicada casi por entero a su profesión de abogado. ¡A seguir, hermano! Y llamada de Fernando Rodríguez de la Flor, nervioso por mi silencio sobre el proyec-

to de edición de los inéditos primeros de Aníbal Núñez –le llamaré esta misma tarde para traquilizarle y volver a recordarle la enorme ilusión que tengo con ese libro–. La verdad es que, con todos los líos en

los que ando metido, se me olvidan cosas tan importantes como mantener la ilusión de los que me con-

fían historias tan deliciosas como ésta. Y, luego, que Miguelín me ha pasado el último disco de Paloma Berganza y que me encanta, que lo gozo canción a canción. Miguel, campeón, un abrazote.

(noche) Acabo de preparar la maleta para salir mañana, tempranito, camino de Lucena. Espero

pasarlo bien, pues me reencontraré con Lara Cantizani, con Morante, con L.A., con Villena y con otro montón de gente a la que me apetece mirar, escuchar y disfrutar. Me llevo mi diario de viaje junto a algu-

nos folios en blanco para ver si les crecen poemas con los que ir alimentando mi «Tour de France», ese

poemario ciclista en el que ando trabajando desde hace varios meses. Hasta la vuelta. 7 de noviembre de 2004

Y que ya volví, con pilitas nuevas, que no sé si son de larga duración o de corto alcance. Bien,

veamos: El triunfo del laísmo CSIC en boquita pintada y catedrática. Permanente impoluta y café con

señoras, así vi yo a la Sra. Dra. María del Carmen Simón Palmer, llena de apellido e investigatrice a la sazón sosa de Eva Canet. El triunfo del laísmo, de verdad, del laísmo catedrático y doctor como un disco rayado, aquel de Martínez Sarrión –otra vez, otra vez, otra vez...–. Y, nada, que un café en casino lucen-

tino a cargo de concejala de cultura –aquella que una vez me curriculó con aquello de «... y ha escrito un

artículo en ABC»–. Pero, por fin, Lara Cantizani y Pepe Rodríguez y José Luis M. y señora Cantizana

con niñas, y cena en casa/superlux/alicatado/italiano. !Buahhh¡, qué bien saben recibir estos tipos, qué gente flash, qué ganas de agradar, qué afecto. Repito: Lara, señora –señora señora–, niñitas de nata y Pepe

Rodríguez –caballero y de izquierdas, como debe ser–. Que decía que cena, pero cena/cena. No hay como la amistad, que lo juro, y estos tipos son amigos.

Y, ya entrada la noche, cansancio, copa y camita «HUSA» y sola en plan doctor CSIC o «cáte-

dro Cincinato» –que dormí mal porque se me olvidó el pijama–. Y amaneció sin más en Lucena con cier-

ta cosa Barahona de Soto. Desayuno con firma –yo, habitación 103– que luego me cobrarían a la salida,

como en el Monopoly –seis euros de vellón que ponían en evidencia mi falta de cátedra–. Paseo Morante

y unas porras –una porra, mejor dicho– con el inefable Pepe Rodríguez en la churrería decimonónica de la plaza sub-bética. Ponencia de Morante cortada a traición por la nombrada laísta CSIC y ponencia pro-

pia cortada a más traición por la misma hembra –pero no la odio, ojo, faltaría más–. Cafetín de escaqueo 77


con cigarro y asistencia a charleta de Manolo Gaelote –sin laísmos, por cierto, pero con un lío magnífico alrededor de la figura de Cristóbal de Castro–. Bien.

Y que llega L.A. de Cuenca y que paso de ponencias y me voy a buscarle con Morante.

¡Mundial! L.A. sin coche oficial, sin chófer, sin guardaespaldas, sin corbata, sin tristeza alguna en su ros-

tro y con Alicia Mariño –¡divina!–. Abrazos, recuerdos rápidos y urgente puesta al día. Me gusta mucho más este L.A. consorte que aquél «Don Luis Alberto» resorte e ilustrísimo. Me congratulo.

Y paseíto, y cañitas, y fotos, y comida privada superflou en restaurante de alcurnia con añadido

Betsabé –diosa catalana de cuello de porcelana y jodida dispepsia. Pobre niña– y Larita y Pepe Rodríguez

otra vez para ponerles peana de plata repujada. Y de los postres a la iglesia para ver una retorcida capilla del barroco más retruécano que a mí, soy sincero, me mareaba de mirarla. Pero Alicia, sí, Alicia Mariño, jodidamente encantadora, increíble, de quererla –un descubrimiento rico rico–. Y nada, que afecto a chorritos por la calle de «Los Maristas (salidos)» con promesas de viaje a Londres en comuna con el permiso de don Lanzas (lo veremos).

Y luego ya me aturullo –las copitas– con el afecto serio de Josep María Rodríguez vestidito de

negro comunión, con Emilio González y señora «Canalsur» sagaz y burlona, con los pitiminises sherlok

de la señora Amelina Correa, con la seriedad etrusca de Manolo López de Abiada, con una cubanita y su poeta que no sé cómo se llaman, con Lara y señora otra vez y con Peperrodri y señora otra vez más. También con Jacob Lorenzo en plan escapistaquemedavergüenza.

De los cromos obtenidos, una muestra de poesía joven cordobesa intitulada «Radio Varsovia» y

editada por Plurabelle, «El Rey cretino y otros poemas» de Eduardo Carrere en una selección de Paco

Fortuny y editado por la Diputación de Málaga –regalito de Lara–, «Luis Barahona de Soto .Tres églogas» en edición del infable Antonio Cruz Casado para el Ayuntamiento de Lucena, y un original de la

colombiana Patricia Iriarte, titulado «Ruta de viaje», para estudiar su posible edición –que me lo pasó e Emilio G.– Y el resto se quedó en una lucha incruenta para que a uno le empiecen a reconocer el caché, aunque sea en gasolina. Todo, en fin, de puta madre. 8 de noviembre de 2004 Ver mundo siempre tiene sus pequeñas consecuencias: la gente a la que dejaste, te espera con los

brazos abiertos; la gente a la que visitas, guarda un buen recuerdo de ti (sobre todo si la visita es breve),

el espacio de trabajo se airea y pierde un poco el olor del tabaco, los hijos se ponen más afectuosos y te echan de menos, la compañera de todos los días toma nota de que el tedio no es tan malo y el cuerpo de

uno se recompone un poco junto a la cabeza. Ver mundo también sirve para valorar el paisaje propio en comparación con el ajeno, para afianzar la individualidad –este término habla curiosamente del uno dual– y para saber con certeza que como tu cama, ninguna. En fin.

(noche) La tarde ha sido de sonogramas Alberto Supiot –los condenados no acaban de ofrecer 78


una impresión correcta–, de lujuria informática y de trabajo perdido. Un lunes en toda regla. Luego he colocado un poquito mi biblioteca y me he enredado en la lectura de los versos de Jesús Hilario Tundidor, pues no sé quién me dijo en Lucena que anda arrastrando una enfermedad puñetera y, como si nada, le

estoy haciendo el pequeño homenaje de la relectura al mejor portero del Zamora, al más jovial del 50/60 y al que más palos le han dado los prebostes del dinero cultural. Jesús se merece ya galardones de los buenos para sonreír a falta de copitas y cigarros. Yo le reitero mi afecto entero y el recuerdo más entra-

ñable. Eres grande, Jesús. Oye, y que no tengo ganas de más, quizás de liarme un cigarrito aromático y mirar al fondo oscuro de mi estudio. Voy a hacerlo, coño. Hasta mañana, Emilio.

9 de noviembre de 2004 Las palabras, jodidas palabras tantas veces, son la sal y el plato donde comulgar el afecto o el

odio, lo más elevado y lo absolutamente execrable. Sólo hay que detenerse unos minutos a analizar cómo

los gobiernos utilizan las palabras para vaciarlas de contenido y, luego, rellenarlas de su mierda, esa mierda tan productiva que los mantiene en el sillón a pesar de ser asesinos, ladrones y sinvergüenzas. Y es

que las palabras, en su infinito combinatorio, son armas con un potencial mucho más destructor que cualquier misil imaginado. Ellas nos dan la libertad y apuntan razones para quitárnosla, se apoyan en silo-

gismos para herir, matar o seguir matando después de la muerte misma; cuecen tendencias de opinión

insanas, convencen, alienan, hurgan en cualquier herida, desfloran el pensamiento virgen y saben enfren-

tar a hermanos con sibilina astucia. Y yo vivo en un sentimiento de odio/amor hacia esa «erramienta» que me permite expresarme incluso ahora, bailando entre la palabra poética y la palabra propaganda, sin tér-

mino medio –lo he analizado con cierto detenimiento y juro que en ninguna situación encuentro ese lugar de la equidistancia–. Sería de mucho interés que los gobiernos implantasen un Ministerio de la Palabra

con su correspondiente defensor de la masa oyente/lectora y con una ley exacta que marcase límites a la

expresión y a los significados e intenciones. Y digo todo esto, por ejemplo, porque no es lo mismo matar «terroristas» que «patriotas» y, sobre todo, porque la verdad está jodida, ya que debe someterse a reglas estrictas siempre, mientras que la mentira campa por sus fueros y no necesita apoyos tautológicos ni for-

malidades lógicas. Y la mentira está instalada en la propaganda que nos fusila cada segundo un millón de veces, y es una mentira de palabras, sólo de palabras, mientras que la verdad requiere grandes esfuerzos personales para ser sencillamente captada, y debe ser una verdad consumada.

Lo cierto es que no sé a qué viene ahora esta perorata que trasciende mi pensamiento y se aloja,

sin más, en estas páginas.

(tarde) Llamada de Barral para concretar encuentro en Béjar, cortedad económica como nunca,

tensión, ardor de estómago, frío a media tarde y jodienda puñetera con el diseño «marcado» de la revis-

ta de La Covatilla de usos múltiples. Hace un ratito, Faluja en la tele y el temor de otros centenares de 79


muertos que no le importan nada de nada al fascista norteamericano mientras se deja acariciar el lomo por un Aznar lameculos que ya no puede caer más bajo. Ojos que no ven, ganacia de pescadores. 10 de noviembre de 2004 Todo está atado, desde el premio Ateneo Jovellanos hasta la muerte del más misérrimo irako. Y,

sin embargo, aún no atino a encontrar la relación de la soga que amarra a un poeta optometrista –galar-

dones de noble vitriolo– junto a la roñosa épica del oriente maldito –donde el galardón es muerte rasa y chusquera–. Más de cien premios poéticos y sus flores naturales siendo imagen especular de una sola muerte, cien muertes menores contra/ante una mayor. La adulación cegada ante la desaparición inútil e inevitable. Y de las muertes que vendrán y tendrán tus ojos mejor no hablar, ni pensarlo siquiera en este

mundo mudo de cama y orinal, de pijama y colonia Loewe, de posadas reales y rampantes miembros cabeceando como locos por echarse un clítoris a los lomos. ¿Poesía y realidad o poesía y pasta? ¡Qué mundo!

Pues nada, que Barral viene con Norio a visitarme en un par de semanas –buen rollito–, y que

mi hija parece feliz a pesar de su prurito adolescente y de ese furor casi ultraísta que tienen ahora los jóvenes pistojos, y que hace frío de nuevo, y que hay fieras bajando otra vez de los montes para buscar cobi-

jo y alimento en la calma del valle, y que siguen las comisiones por los metros edificables de más con pobre hombre haciéndose nuevo rico sin más y todos contentos. ¡Ay!, el mal de la piedra y el catarro del ladrillo.

(noche) Me llamó Francis Vaz para concretar algunos asuntos de la revista «Tranvía» que él diri-

ge. Vendrá en un par de semanas para cerrar la edición y, seguro, pasaremos un buen rato. También me

llegan palabras de mi Antoñito Gómez –si será bueno este pedazo de poeta inconcreto, que se lee este diario–, qué tipo tan grande, sobre todo si se pone a la sombra del abuelo «Jovellanos» o de otros lucer-

narios llenos de sombra y pelas. Antonio es un hombre en la extensión más humanista de la palabra. Un abrazo, hermano, y hasta mañana.

11 de noviembre de 2004 Otra vez es tiempo de francotiradores y el cuerpo a cuerpo lo marca el recorrido de una bala

dibujando la muerte, ya no la mano contra la mano. Leo con estupor las noticias que llegan desde Faluja –noticias hasta ahora tiznadas por el cedazo norteamericano– y me deprimo por esta edad media siglo XXI. Hombres contra hombres, la religión babeando en las bocas de los líderes de ambos bandos, hambre contra goloseo petrolífero. Y todo se encona por minutos. Tiempos difíciles. 12 de noviembre de 2004 80


Anoche trabajé hasta muy tarde en la revista para La Covatilla y hoy estoy absolutamente ago-

tado. Cuando llegué al curro esta mañana apenas percibía otra cosa que no fuera el sueño, pero me des-

pertó Paco Montero cuando llegó para verificar el estado de mi trabajo. No le gustó ni un pelo. Más de

cuarenta horas de trabajo a la mierda, y todo porque la gente delega en personas que quieren imponer criterios estéticos medievales. Claro, cuando el que paga ve los resultados, sólo puede gritar: ¡Mierda! Menos mal que llegó el libro de Francés de Zúñiga –«Crónica burlesca de Carlos V»–, que me da en la

nariz que tampoco fue del agrado de Paco, pero yo he quedado muy satisfecho con esa edición. Luego me llamó Morante desde las asturias, que anda en el congreso homenaje a Víctor Botas, y me pasó a

Paulina Cervero, tan afectuosa como siempre y pidiéndome disculpas por no haber contado conmigo para

homenajear a Víctor –me consta que ella no tiene nada que ver en este asunto–. Lo mejor es que me ha prometido visitarme cuando venga a ver a su hijo, que estudia en Salamanca. Ya me ocuparé de disfrutar de su compañía.

(noche) Y que por la tarde me embuché en mi palestina negra, que hoy era como un chador mas-

culino por la paz y la libertad, y me fui a pasear mi luto Arafat por la calle Colón. Un frío también de

muerte, por cierto. Y me cabreé otra vez con la puñetera Covatilla hasta que tocó reunión en la cumbre –nunca mejor dicho– con los más altos cargos Sierradebéjar. Palabras francas sobre la mesa, reto de diseño, prisa –¿y calidad?... ejem–. Y con mi palestina Arafat que me fui a entrenar a mis chiquillos de baloncesto escolar. Ellos sí que saben. Tendrán que empezar a olvidar. 13 de noviembre de 2004 Y que Antoñito Gutiérrez está metido en la marasma de lo vulgar buscándolo sin quererlo.

Intentando ir a lo esencial, se topa, el hombre, con que los periquitos que no han leído nunca se quedan

mordiendo con rabia lo anecdótico, se crecen en el «dicen que dijo» y se levantan en armas contra el «qué dirán» sin mirar con interrogación su «cómo» y su «por qué». En fin, un Antoñito quemaíto, cabreao y

absorto. No esta hecha la miel para la boca del asno –le digo–; y él, que nada, que hay que perseverar en

la lucha por una sociedad más justa e igualitaria, aunque te raspen el pellejo aquellos por los que subes la voz. Que yo ya he pasado por eso, y es duro, compañero –le digo–. Y él insiste, como con un sarampión, empeñado en seguir haciendo públicas sus palabras y sus asesadas y muy meditadas opiniones. Y

yo, hartito de todo, hasta de las premisas con «igriega», le sugiero que trabaje en su filosofía de vida y perpetre un libro denso que dejar al futuro. ¡Piénsalo bien, Antonio!

Y amanece el cantor a eso de las diez con dolor de riñones –dormir también es una putada– y el

bostezo se concreta en un sobre de David Pielfort que contiene el cubismo literario desnortado en una edición «Planeta Clandestino». Título: «Maricón en tierra». La hostia en edición cutreflash cuasiphoto-

copy, y una pasada verbal con protagonista y secundarios de desternillarse en verso. Que me aspen si no 81


me gusta este tío. Qué alegría pa los pollos. Va y escribe: «Necesito quince metros / para sostenerle la

mirada a un esteta».

(tarde) Nos ganaron y nos canearon los críos de las Salesianas. ¡Joder!, con dos años más de

media y todo varones, así se puede. Lo peor es que a mi Felipón le arañó un Muñoz en el pecho y lo hizo

con recochineo, que lo vi. Mi chaval me recriminó que no entrase al trapo, que no le defendiese y que,

además, le obligase a callarse todo lo que le pedía el cuerpo y la situación. Hay que enseñar mesura a los hijos, también autodefensa. Y comí un solomillo con patatas fritas y berenjena rebozada de chuparse los

dedos. Y me encerré toda la tarde con Bertolt Brecht y su poesía en edición bilingüe seleccionada por Siegfried Unseld. Bertolt no funciona demasiado bien como poeta en castellano –serán rollos malos del traductor al caso–, pero dice cosas de alta profundidad y muy entroncadas en la realidad puñetera. «Die Schlechten fürchten deine Klaue. / Die Guten freuen sich deiner Grazie. / Derlei / Hörte ich gern / Von

meinem Vers.» («Los malos temen tus garras. / Los buenos se alegran con tu gracia. / Algo así / me gustaría oír decir / de mis versos.»). Y a mí, viejo B., y a mí de los míos. ¡Ay!, si mis versos pudieran ser

como un cuadro de Ensor atravesado por tu trágica mirada, viejo B., no me haría falta dolerme para buscar el calor de las palabras, me moriría en un baile estético y escupiría al mundo sonriendo.

(noche) Dos verdaderas alegrías a última hora, en sábado y como quien no quiere la cosa. El

Turri se acerca a casa con la copia de un manuscrito de José Luis Majada –el tipo culpable de que yo escriba poesía por aquel rabioso poema que llevaba por título «Duérmaste, madre»–. Es un diario de su ceguera. Dejo un documental sobre la guerra de Vietnam y me pongo a leer una tristeza individual ama-

sada con miedo y sensibilidad. Precioso. Leo unas 30 páginas del tirón –gracias, Antonio– hasta que me corta el rollo una llamada de Morante, recién llegado de Oviedo y muy satisfecho con todo lo sucedido

en el homenaje a Víctor Botas. Me cuenta que una de las niñas Botas Cervero entra en este diario chusquero –¡Hola, reina, un besote!– y que está dispuesto a comenzar con nuestro próximo número de «Señales de humo». Yo, feliz, que me gusta la marcha literaria. Hoy seguro que duermo de puta madre. 14 de noviembre de 2004 Dedico la mañana dominical a leer los periódicos por la web –uti, non abuti– y a darle final al

diario de José Luis Majada, «Desde este país...». J.L. escribe algunos párrafos espléndidos junto a otros bastante tediosos. Me ha interesado mucho una pregunta que se hace y se contesta: «¿Qué diferencia hay

entre un hombre de principios y un hombre de ideas fijas?», utilizando la poesía como fuente de verdad

hacia uno mismo y afirmando que la experiencia lírica le confirma en sus creencias a pesar de las dudas

constantes que se amontonan en el devenir de la (su) realidad. Y, luego, la lucha entre la razón y la sinrazón de la fe, que se expresa en estos escritos con grandes dosis de temor «...se hace más acuciante en esta precaria situación en que se encuentran mis ojos. ¿Creo porque no veo? Este es mi continuo deba82


te, mi combate, mi agonía. Algunas noches me duermo combatiendo, agonizando en mi fe y no sé el resultado de esa agonía. Entonces mi fe queda en un puro querer creer, preferir creer...».

Y yo me pregunto por ese empecinamiento religioso que te lleva a perder la vida en el intento,

afirmando categóricamente ante el mundo lo que sólo son dudas, tomando el camino del celibato, renun-

ciando a la creación y disfrute de una familia, huyendo de la realidad tangible e imperfecta y asumiendo una verdad con pies de barro como «La Verdad». Me gustaría que el párroco de pueblo sometiera sus dudas a la feligresía, las compartiera y buscase un camino de todos, con todos y para todos.

Dios es una matemática que existe por acuerdo unánime –de los que lo acordaron, claro–, por-

que alguien decidió que dos y dos son cuatro, y existe porque es práctico para quien lo utiliza, y existe porque se nombra y se teme. Dios es la interrogación del miedo, el sumando que ante la falta consigue que te dé el número exacto. Dios es la comodidad que responde todas las preguntas que de otra forma

requerirían un esfuerzo. En fin, Dios es una nada útil que rompe vidas por el absurdo de otorgarle un valor equivocado. Y es que hay que aprovechar el beneficio de esa matemática, pero nunca ser esclavo de su

álgebra. Es mi forma de verlo, y es una forma muy trabajada desde el campo de la razón, aunque no sé si bien trabada.

(tarde) A media tarde abandono la lectura de J.L. y hago una pesca de imágenes de nieve en dis-

tintos directorios de internet para tener mañana el camino abierto en el rediseño de la revista de La Covatilla. He oído que el viernes próximo se llevan al notario los estatutos de la Fundación Premysa. A mí nadie me ha avisado para nada. Empezamos bien. 15 de noviembre de 2004 Abro el día con un mail entrañable de Alicia Mariño. Buen rollito. Me cuenta la locura en la que

anda metida y el futuro cercano con viaje incluido a Beirut/escala/Milán. Los fragores de lo amarillo en literatura son agotadores, pero qué envidia –sana, por supuestísimo–. Y de éstas que me corta el cutis una

llamada de Paco Ortega. ¡Boingboing! –suena mi Motorola–. Temor, sudor frío... «El libro está muy bien,

chaval. Gracias». ¡Uff! Un libro molón en veinte días naturales. Milagrito del niño Jesús. El asunto es

que, a esta hora, aún no he visto el resultado de la edición, pues el envío de ejemplares a Madrid se hizo desde el taller de encuadernación de Salamanca. «Ven acá p’acá», en edición de El pescador de estrellas

y Libros del consuelo –de mi lf ediciones– estará a la venta esta Navidad en librerías magras y grandes

superficies con sus cosillas de Joaquín Sabina, Felipe Benítez Reyes, Santiago Segura, Paco Ortega y otro

montón de gente sonora y canora. El riesgo que corro es alto, pero espero, por lo menos, recuperar el coste de edición –Dios me asista... ¿o era... Dios no exista?

El resto del día corre aburrido de morir alzando el «Plaza Mayor» –oficio de titanes... jejejeje–

hasta que llama Lara Cantizani para darme la buena nueva de que Ayuntamiento de Lucena me encargará la edición de tres títulos molones. Al final voy a tener que aprender a editar por cojones. 83


La noche la utilizo para rematar el diario Majada mientras se gesta un catarro de campeonato en

mis pulmones. El primer aviso lo da el tabaco, trocando su sabor picante por una gordura de boca total-

mente asquerosa. Toso como un anciano y respiro mal. La vida y sus cosas, ¡ay!, mientras mi Guille me dibuja unos robots preciosos, llenos de detalles. Me cuenta que son transformers y que por eso tienen rue-

das en los codos y las rodillas. Me lo como a besos. Qué jodío chaval.

Y antes de dormir le pongo punto final a un nuevo poema de mi «Tour de France», que he titu-

lado ‘EL ABANICO’: «A veces, los mejores / se prestan al azar de una ráfaga / de viento clandestina. //

La recta, entonces, es la peor forma / de llegar a destino. // Una arboleda al margen / que arrope / o unas curvas / son descanso o tragedia, / según cuadre. // El grupo de cabeza / lo forman alimañas, / bandidos, / vencedores.». Y no me disgusta del todo. 16 de noviembre de 2004 Llego encendido del café, encendido y conteniendo el vómito. He podido ver en Informativos

Telecinco cómo la soldadesca norteamericana asesinaba impunemente a un herido en la mezquita de Faluja. ¿Dios salve a América? ¡Hijos de la gran puta! ¿Cómo puede la comunidad internacional permi-

tir que esta panda de asesinos armados hasta los dientes campen por sus fueros? Ellos son la semilla del

odio, los que convocan al terror con sus carcajadas de muerte. Menos mal que hay norteamericanos que

se autoexilian por purita moral y abandonan esa tierra de ratas inmundas; en ellos está la esperanza, la poca esperanza que nos queda. Quisiera vivir sólo para ver en los mismos informativos las salvas de muerte en «honor» de los Bush, familia de carniceros sin escrúpulos. Y es que ya no valen la moderación

ni las palabras suaves, ahora hay que destapar el tarro de lo más vulgar para definir a estos sátrapas universales que matan por más dinero del que podrían gastarse en una vida eterna. Y luego, en la siguiente

noticia, un Aznar pijo y rastrero babeando el nombre de «Bin Laden» junto a sus escupitajos contra el Partido Socialista. A este tipo le sirve todo con tal de seguir nadando en las heces del poder. Que se mueran todos, joder, que se mueran bien muertos, aunque sea en una cama.

(noche) Sin calma aún y con mi palestina a los hombros como homenaje civil de luto por los

masacrados del mundo, repaso un ejemplar de Roger Wolfe que me ha enviado amablemente Luis Alberto de Cuenca desde su oficina CESIC. Es una edición crítica de Juan Manuel López editada por la Universidad Popular José Hierro, de San Sebastián de los Reyes. El libro recoge «Días perdidos en los

transportes públicos» y «Hablando de pintura con un ciego», títulos que de seguro me arrimarán al pasa-

do de afecto hacia una obra original, llena de autenticidad y de riesgo. También acuso recibo del folleto de conmemoración de los 20 años de editorial Devenir, que de la mano del bueno de Juan Pastor, –amigo

grande del plumillista y colega Marín García– nos ha dejado un legado irregular y heterodoxo de la poesía actual. Un esfuerzo de agradecer y una constancia que debe reconocerse de alguna forma. Gracias, Juan, por esa dedicación tan empecinada al verso y su gente. 84


El resto de este día de luto y rabia, lo han saldado al teléfono Barral, Lara Cantizani,

Mariaugepacomontero y una jodida montonera de calendarios que rematar para poder seguir comiendo. Habrá que dejar el amor para otro día. 17 de noviembre de 2004

En el fragor del desayuno, cuando grito: «Guille, bebe deprisa la leche; Felipe, deja tranquilo

a tu hermano; esa boca no está bien lavada; ¿has hecho pis?, ¡que llegamos tarde, coño!...», con mi

Nesquik frío a medias, suena el teléfono. «¡Me cago en todo lo que se mueve!, ¿quién coños llamará a

estas horas?». ¡¡¡José Luna Borge!!! Y hacía la tira de tiempo que no charlaba con él, y con la puta prisa

puesta entre el culo y las témporas, y el tío derramando afecto, ¡joder!, y yo con esa sensación extraña de

no saber qué hacer, si quedarme charlando media hora o explicarle mi situación de padre solo a las nueve y pico de la mañana.

Nada, el buen amigo me llamaba para solidarizarse conmigo por no haber sido invitado al

encuentro Botas, para decirme que allí había muchos amigos comunes que me habían recordado y para

mostrarme su perplejidad por el asunto. Yo, en las circunstancias descritas, intenté devolverle el afecto de forma rápidita y explicarle mi situación. El caso es que le debo carta y conversación larga, pues llevo

toda la mañana pensando en esa jodida conversación sin tiempo y en la sensación que puede haberle que-

dado al bueno de Luna. Esta noche se la voy a dedicar enterita, coño. También me contó un poquito su visión del encuentro, que, como todos los encuentros, tenía sus tipos preparados y una turbamulta de arri-

mados para currarse asistencias a «encuentrosposterioresnomeimportaeltema». Vamos, lo de siempre,

tipos serios salteados de figurones con precio fijo por ponencia, kilometraje y hotel a toda pastilla. ¡Qué poca seriedad general y qué poca vergüenza individual! No pasa nada, Luna, que el mundo sigue y segui-

rá así por los siglos. Es mejor dedicarse a la pequeña intrahistoria de lo diario que a estas meriendas de

negros con excusas tan bellas como homenajear a un poeta tan de verdad como Víctor. Tú seguro que cumpliste a las mil maravillas con tu cometido, y eso ya es suficiente.

Y a eso de las doce llega el cartero con noticias de Carlitos Lencero, que me envía un paquete

bomba con su nuevo libro, una biografía de Camarón -«Sobre Camarón»–, chula de la muerte, editada

por Alba Editorial. Repaso el libro y me gusta lo que leo, que de momento es sólo ración. Ya hablaré largo

y tendido de esta edición de un Lencero recuperado, gracias a los hombres, de su dura y larguísima enfermedad.

(noche) La tarde, de morirse de frío rotulando un camión en una nave con corriente continua

–cada día estoy más convencido de que yo no he nacido para trabajar– que me pone de nuevo al borde de la cistitis y de los sabañones en las orejas. Ahora tengo una empresa curiosa y vivo peor que de emple-

ado, es la hostia. Apenas puedo escribir y estoy tan cansado que no aguanto ni una película de Tati ente-

ra –yo, que apuntaba cada encuadre de ese genio, gozando como un enano–. ¡Bah!, y que me encierro a 85


eso de las 10 en mi estudio, pongo a todo volumen a Dayna Kurtz, doy un repaso internauta a la prensa

del día y me pongo contento de ver en mi buzón un correíto de comprobación de mi Paulina Cervero.

¡Qué mujer, joder, qué mujer! Le escribo mail de vuelta y, ¡sorpresota!, encuentro en un CD la novela que estaba escribiendo y que perdía hace unos meses en un vahído del disco duro de mi G4. Es maravi-

lloso, como si hubiera recuperado a un hijo que dí por muerto, un hijo que me satisfacía, coño. Bien de los rebienes.

18 de noviembre de 2004 Hoy es el cumpleaños de mi padre y le encuentro estupendo, circunstancia que me hace muy

feliz. Le encuentro estupendo y, además, con unas enormes ganas de vivir y de disfrutar de todo lo que tiene alrededor. Sólo la convalecencia de mi madre le pone ciertas fronteras, y eso que mamá siempre ha

tenido unos santos cojones y tira adelante con lo que haga falta –no sabrá nunca cómo admiro su postu-

ra positiva ante la vida y lo que de norte supone en mi devenir diario–. Cuando llegan estos pequeños

hitos familiares, los cumpleaños y las celebraciones, siempre echo la vista atrás con el fin de analizar mi relación con ellos, repasando mis formas y mis actitudes de hijo; y la verdad es que no tengo muy claro si respondo a sus espectativas y si doy todo lo que debo dar por ellos.

Si me miro adentro, sé que mis argumentos de relación son algo fríos, pero es un frío buscado

con el fin de no propiciar el afecto ñoño y dejar que el sentimiento profundo aflore justo cuando debe aflorar. También hay algo de temor en esta historia mía, temor a la incapacidad, a su incapacidad. Y es

que se me cae el alma cuando veo a mamá extorsionada por el dolor, sujeta al encarcelamiento de la casa por esa cadera destrozada; y me siento muy mal cuando veo ese dolor en sus ojos mientras fuerza cons-

tantemente la sonrisa franca que no delate al sufrimiento. La distancia que pongo tiene sentido en mi voluntad de que el orgullo personal se alimente en soledad y afirme la voluntad de seguir adelante con la

dignidad de la autosuficiencia. También sé que la labor que yo debiera hacer a diario la llevan a cabo

mucho mejor mis hijos, que saben darles el calor más sincero, un calor sin dobleces que yo presiento totalmente analgésico.

A mamá prefiero verla por la calle, encontrármela cojeando orgullosa y besarle las mejillas con

fuerza, como si no pasara nada. El hecho de ir a verla a casa sin excusas creíbles me deja la sensación de hacer un extraordinario que saca nuestra relación de la normalidad. Yo sólo quiero que ella/ellos perci-

ban que yo estoy siempre, pero sin distorsiones extrañas, con esa normalidad de una presencia eterna a

la que se puede acudir y a la que se puede ayudar dentro de la lógica relación de una familia bien enraizada, sin sentido de clan, pero con la seguridad de amor que dar y recibir tranquilamente. No sé. En fin...

(tarde) Con los ravioli haciéndose a fuego lento en su nata, recibo una llamada por sorpresa de

Cipriano González para felicitarme por la edición de la «Crónica burlesca de Carlos V», detalle que agra86


dezco mucho, pues son pocos los que dan un toque para decirte que has hecho un trabajo digno alguna

vez. Quizás esta llamada dé pie a presentarle a Premysa mi proyecto sobre los treinta primeros poemas –inéditos– de Aníbal Núñez con el fin de hacerlos llegar a las escuelas de la provincia y montar un seminario itinerante para que los chavales salmantinos conozcan la voz de uno de los poetas más solidos y

sugerentes de los últimos decenios. Yo creo sinceramente que ésta es una labor que debe acometer la fundación con decisión y sin pararse a medir los medios. Dar a conocer a nuestros intelectuales, artistas y escritores es mucho más importante que la formación práctica en las escuelas taller, porque en el cono-

cimiento y el estudio de la gente de valor intelectual se gana altura, mientras que en la enseñanza de las profesiones en cursillos sólo se abunda en lo accesorio sin apostar en la búsqueda de una salida de la mediocridad.

(noche) Leo en «La Crónica de Béjar» un artículo de Antonio G. T. hablando de mi/su suegra

como excusa para sensibilizar un poco al personal sobre esa enfermedad de la vejez que tiene un nombre extranjero y que no es más que el enfriamiento del cerebro y su lenta desactivación. No es de los mejo-

res artículos de Antonio, pues le noto algo forzado en el fondo, aunque me gusta el tramo de lo afectivo y ese directísimo «Yo quiero a Magdalena» que escribe en varías ocasiones. Yo, sin ambages, comparto

el cariño a esa mujer que lo ha dado todo por los suyos, hasta quedarse ensimismada con un villancico o desorientada en su dormitorio. Cuando esto sucede en una familia se tiende a hacer piña y se toma como razón de honor una preocupación por el entorno de la enfermadad que antes ni se llegaba a suponer.

Quizás sea esta una visión egoísta por práctica, pues ante la dificultad, y sólo ante la dificulta, se recurre

a la ayuda e incluso se milita en filas jamás imaginadas. Esta reflexión, por dura, va encaminada hacia el hacer algo por los demás sin necesidad de estar afectado de antemano y directamente por el «mal» de los demás. Yo mismo he discutido miles de veces con personas diversas sobre este tema y he llegado a la tris-

te conclusión de que la individualidad –con sus placeres y sus padecimientos– puede mucho más que las retóricas sociales. Es preciso que uno se convenza a sí mismo de que debe colaborar con su entorno y no

esperar a que las circunstancias te lleven a militancias forzadas por el hecho consumado. No hacer nada contra el terrorismo hasta que eres víctima del terror sería el mejor ejemplo. Otra historia a la que me lleva este asunto es a la eterna diatriba entre justicia y caridad, la primera con sus antecedentes de bús-

queda y sus consecuentes de igualdad, y la segunda con su jodida carga de Dios y toda su historia de inte-

rés personal por ganarse el Cielo y la jodida vida eterna. ¡Bah!, en todo caso, que me apetece gritar que adoro a mi niña Magdalena, aún más que antes de su enfermedad, que a pesar de los renglones torcidos de ese tipo de un ojo en un triángulo y de la enconada creencia en «Él» de algunas personas de mi entor-

no, a mí sólo se me ocurre reclamarle, si es que existe fuera de las cabezas de sus fieles, la felicidad que le ha quitado a Magdalena durante toda su sufrida vida. Esa felicidad robada es de purito pecado mortal. Venga.

19 de noviembre de 2004 87


Hurga Pepe Luna –vía mail– en la herida que son los padres, y lo hace desde el sentimiento de

falta, que debe ser terrible. Copio su texto:

«Sólo nos damos cuenta de la importancia que tienen las madres (y lo desmesurado de su

esfuerzo en nuestra formación) cuando nos faltan. Después, bastante después, es cuando vienen las pre-

guntas: ¿y si aquella tarde que la encontré apesadumbrada, me hubiera acercado a ella y le hubiera hecho una caricia?, ¿y si le hubiera preguntado por su niñez o por los sueños de la juventud? O ¿qué

hacían en Béjar o en Sahagún para soportar la insufrible posguerra?... Resulta que cuando mueren los padres se convierten en unos perfectos desconocidos, teniéndoles al lado durante tantos años nunca nos

atrevimos (dejadez, pudor, miedo, vergüenza…) a hacerles las grandes (para uno, para nosotros, para

nuestra propia vida y su sentido) preguntas. Y es que esa generación de héroes anónimos fueron todos unos tímidos o unos encerrados en sí mismos que prefirieron llevar el peso del mundo sobre sus hombros sin quejarse jamás y regalándonos sonrisas para disimular su propio dolor.

Tu escrito, colega, me ha llevado a recordar a mi madre, cuyos ojos vagabundos no dejan de

perseguirme de pura ternura que derraman, y también a mi padre, silencioso y taciturno que prefirió predicar con el ejemplo…».

Se me antoja que ese vacío del que habla Luna puede llegar a ser material de belleza si se ges-

tiona con sensibilidad. En nuestras manos está sentir la falta desde el remordimiento o llenarla con el con-

dimento de lo positivo y entrañable. No tiene sentido intentar recuperar el tiempo perdido ni demorarse en analizar reacciones personales pasadas si no es para enriquecer el propio mundo interior y saberlo reflejar en nuestro alrededor, entre nuestra gente. Recuerdo que hace un par de años escribí un poema sobre/para mis padres –se titula «Quizás me deje de tu bello rostro», parafraseando a un poeta italiano que ahora no viene a cuento–. En él hablo de la genética mimética que va conformando en nuestros ros-

tros las huellas de quienes nos crearon y compartieron su vida con nosotros, sus gestos, sus canas, sus

miradas, sus mismas arrugas. Una genética que nos lleva a reencontrarnos con la imagen de nuestros

padres, cualquier día, ante el espejo. Quería decir entonces, y digo ahora, que amarlos es también amarnos a nosotros mismos, ser ellos en nuestro espacio. No tanto dar (darse) a manos llenas como «retener».

Es de cajón que yo no puedo hablar con mis padres en el mismo nivel intelectual –y no hablo

aquí de «más» o de «menos», sino de distorsión formativa–. Su bagaje es absolutamente distinto al mío. También sus principios, su percepción del mundo y sus finales. Nunca puede ser comparable su expe-

riencia –que es de postguerra cabrona y lucha por salir adelante– con la vida regalada que ellos me han

propiciado. Si yo le hablo a mi madre de mi idea de Dios, de la percepción del mundo que tengo y de la utopia de futuro que alimento, lo más seguro es que sonría y me bese admirada. Sólo eso, sin más. Su

mundo es absolutamente distinto del mío, hasta tal punto, que en nuestra matemática seríamos conjuntos estancos sin posibilidad de intersección alguna. Por todo ello considero que a los padres hay que dejar-

los crecer sin distorsionar su territorio, hay que acompañarlos sin apenas ser percibido, procurando 88


fomentar situaciones felices sin mayores complicaciones... Pero tengo muchas dudas en este asunto y no

me gustaría nada que empezasen a despejarse con la imposiblilidad. Quererse es estar sin estar, ser cuando se precisa y dejar caminar.

(noche) La tarde ha vuelto a ser de calendarios en esa estancia que es más fresquera que parte

de una empresa. Aterido de frío, he trabajado todo lo que mi cuerpo da de sí –que no es mucho–. A las

siete he ido a entrenar a mis niños de basket, que no se cansan de vocear, de reír y de pasar de mí. Me he

quedado afónico de dar voces con el único resultado positivo de que cuando grito ¡defensa!, arman un 2-

1-2 impecable que dura lo que un euro a la puerta de un supermercado. Un desastre. Cenita y encerrada en mi estudio para leer el inédito de Elías Moro «De nómadas y guerreros», una creación armada en con-

ceptos descriptivos simples, pero con una claridad meridiana. No me ha parecido malo, aunque mi voz anda ahora engolfada en otros caminos poéticos. Ya hablaré del asunto con Elías. Y ya puestos, me

comulgo el inédito que me dejó Emilio González García, el colega sevillano multimedia «Promico Imagen», «Ruta de viaje», de la poetisa colombiana Patricia Iriarte. Su propuesta es muy distinta a la de Elías, y su voz me recuerda mucho a la de Blanca Varela, poetisa que descubrí para admirarla no hace

demasido tiempo. También he encontrado en sus versos formas y expresiones muy utilizadas por Belén

Artuñedo. Me gusta. Tendré que plantearme la edición midiendo muy bien la posibilidad de recuperar la inversión, pues últimamente no he tenido mucha suerte en la venta de los últimos títulos que he puesto en el mercado..

Intentaré rematar la noche escuchando a un perico bluesero en La Alquitara, aunque me jode

cambiar el sonido de Dayna Kurtz. 20 de noviembre de 2004

¡Hurra!, por fin hemos ganado nuestro primer partido, y ha sido con cabeza, que es lo impor-

tante. Me ha costado quedarme absolutamente afónico, pero mis niños –entre nueve y once años– han obedecido todas mis órdenes y nos hemos llevado el encuentro por 22-5. Y todo con sólo tres días de

entrenamiento. La victoria se ha gestado en la defensa cerradísima de 2-1-2 –el resto lo hemos dejado al azar, pues en tres horas de entrenamiento no se puede hacer más– Un beso gordo para mis críos, que se han portado –todos– con cabeza y con espíritu de equipo.

Parecerá una tontería, pero lograr cierta unidad con niños y niñas de edades diferentes y desa-

rrollos dispares –entre nueve y once años–, y de ello sacar algún resultado, me parece mucho mejor que escribir el libro del año. Soy absolutamente feliz esta mañana. Y de los críos, qué decir, no se pueden creer lo que han hecho. Son estupendos estos chavales, y más si se explica que son fruto de los descartes

del primer equipo del cole, los que no quería el primer entrenador ni en pintura. Me siento importante, de verdad.

Mientras escribo estas palabras ha llegado Antonio G.T. para hacerme unas fotos, que serán parte 89


de una presentación sobre escritores bejaranos que realizará en el Casino Obrero dentro de un par de

semanas. Es curioso comprobar el enorme rol de escritores que han crecido en esta ciudad pequeña y moribunda. Algo habrá en el ambiente.

(tarde) En el café me encuentro con el personal de protección de Jesús y pregunto por Marco, al

que transmito el saludo y el afecto de Alicia Mariño. Me pareció majo el tipo, a pesar de lo escueto del encuentro.

Ahora me voy a esperar a Barral y a Norio, que llegan con el fresquito asturiano. 21 de noviembre de 2004 Bien la traída asturiana, con su visita a sala de máquinas y su charleta distendida con mímica

biblobable. Juanjo y Norio, encantadores, festivos, ocurrentes, lúcidos. Yo, cansado de atar y feliz. Sólo me faltó ver el partido del Barça para rematar un día extraordinario. Hoy me queda cierta resaca de taba-

co y el dolor de riñones/calendarios –que aún persiste a pesar del relajo–. Gracias a los colegas por el óxigeno sin estrenar que me han regalado. Lo necesitaba.

También he tenido la visita de Auxi y Manuel, con ese síndrome divino de los recién casados

guays. Encantadores y totalmente afectuosos. Coversamos un poco de todo, de vidas y andanzas, de pro-

blemas pequeños, del pasado reciente y tardío, de urbanismo. Sí, del jodido urbanismo que trae al mundo por un desquiciamiento rayano en la subnormalidad. Concejales corruptos, arquitectos comprados, insti-

tuciones podridas. No me cuentan nada que yo no sepa, que fui para mi mal concejal de urbanismo. Su asunto está en Tarazona, donde una gleba de políticos y constructores han campado por sus fueros y

andan ganándose magros dineros a costa de quitarle sus casas a cuatro viejitos sin defensa posible. Manuel ha visto cómo han derribado la mitad de la casa de su abuelo por el urgente método de la expro-

piación y del hecho consumado con el fin de ubicar una enorme urbanización que promete euros para dos y ruina para unos cuantos pobres sin posibilidad de defensa.

Qué curioso es observar cómo concejales que no tenían dónde caerse muertos, empiezan a tener

su curioso patrimonio, qué puta casualidad, justo desde su entrada en política. El que tenía su casita

humilde, su cochecín y una tienduca, en un par de legislaturas cuenta ya con pisos varios, áticos, cocheras a porrillo, negocios varios y restauraciones magras y bien subvencionadas. O antes eran tontos, o

ahora son muy listos. ¡Uhm! Habría que empezar a trabajar en la regeneración de toda esta gentuza, en el control estricto por parte de la Hacienda Pública de aquellos antes y de estos después.

El asunto es que este tipo de individuos conforman piña y mafia con sus benefactores, creando

núcleos muy peligrosos, con un poder real que infunde temor. Aún me quedan recuerdos agrios de aquellas llamadas que recibía a altas horas de la madrugada amenazándome de muerte e insultándo grave-

mente a mi familia y a mi persona. Aún puedo saborear la acritud de ciertos encuentros y la irascibilidad

que me producían algunas entrevistas. Algún día escribiré algo largo y detallado sobre esta gentuza, pero 90


necesito distancia y el reposo del tiempo. La pena es que casi nadie puede imaginarse cómo son y cómo actúan algunos tipos con los que se cruzan por la calle a diario y a los que saludan con cierta deferencia y respeto. Mi problema ahora es que no quiero tener más problemas que los que yo quiero buscarme, y también la seguridad que tengo en su impunidad y en su odio sibilino con gran capacidad de venganza.

(tarde) Y que le doy finiquito al diario Majada –delicioso– con la intención de escribir algunas

reflexiones a su sombra en cuanto pasen unos días y lo leído haya dejado su poso. Ordeno un poco mi

leonera, algo más caótica después de la visita asturiana, y repaso mi último poemario con cierta intención correctora –circunstancia que siempre evito, pues me gusta la poesía impulsiva y sin retoques–. Indago

en comas, respiracones, espaciós en blanco, saltos de línea... dejándolo todo exactamente como estaba en un principio y abundando de nuevo en mi empecinado sistema de trabajo. Si algo no fue bueno de salida, es mejor destruirlo. Si fuera bueno, a qué intentar poner perfección en lo que a mí me resultó perfecto cuando afloraba el sentimiento que propició los escrito.

Y que dedico el resto de mi tarde a gozar con la pintura de Otto Dix en una bellísima edición

Taschen, que no es día de mediocres. 22 de noviembre de 2004

Otro día de calendarios y sueño atrasado. Con el libro de Julio Espinosa prácticamente remata-

do para darlo a máquinas, con Felipe recién vacunado contra el sarapión y la meningitis –vaya dos ban-

derillas que le han puesto a mi niño–, con la mano izquierda llena de pequeños cortes producidos por el varillaje, con ganas de escribir poemas intimistas, pequeños; con preocupación por el futuro pequeñito de mis cosas, con tos ronca, con mucha mala leche, con olor a mandarina en las manos, con el teléfono abso-

lutamente vacíos de mensajes, con «Esta luz» de Antonio Gamoneda por justa recomendadción de G.

Turrión, con «Señales de humo» por hacer, con Patricia Barber Companion sonando en la ronca fresque-

ra donde escribo, con tristeza porque Jeny –una niña de tiro hecho que pasó muchas veces por mi casa a

jugar– se ha quedado embarazada con trece años de nada, con verdadero odio a Bush y su piara de asesinos, con frío en los riñones y calor en las orejas, con muchas cosas que hacer para la basura, con esperanza de mañana. Con un «Havana 7» a pelo en vasito de plástico y unos cigarrillos Chesterfield. Con nada al fin y al cabo, que ya es bastante. 23 de noviembre de 2004 Muchas veces me pregunto sobre la finalidad del poema, sobre su uso, sobre la cruz o el gozo

de conformarlo y sobre el vacío hacia el que navega siempre. ¿Por qué escribo poesía y para qué? Y sólo se me ocurren respuestas comunes que me he repetido siempre hasta el descanso de la duda.

Una de mis respuestas va por el camino de lo laudánico: escribo porque me calma, porque expul91


so tensión y silencios nocivos, porque el poema es chamán que sabe sacarme la rabia, el odio y la deses-

peración. ¿Lo hago sólo por eso? No lo tengo nada claro. Otras respuestas nadan las aguas de la comodidad del regate corto, de la suntuosa habitación de la vanidad, de todo lo alimenticio, de la mentira individual hacia lo colectivo.

La verdad es que ninguna respuesta me sacia. No sé por qué escribo y tampoco sé qué obtengo

de la poesía, a no ser preguntas infinitas y enredadas que jamás me alumbran certezas, Sé institivamente

que el poema me ayuda, me llega y se va, me acompaña; sé que a veces me duele hasta nacer y otras me mata de risa. Sé que es necesidad cuando falta e insatisfacción cuando respira, pudor cuando crece y tranquilidad absoluta cuando quiere morir. Averiguo que casi siempre es trampa propia y ajena.

El poema como arma contra mí mismo y contra los demás, como alimento del espíritu y como

vacío en el otro, como lucha y como pecado justo para morir en gracia.

Seguiré preguntándome, seguiré preguntándole al poema. Quizás siga al poema sin más. 24 de noviembre de 2004 Acuso recibo del envío de un ejemplar delicioso de la revista tinerfeña «Can mayor», un cua-

dernito coordinado por Francisco León con magníficas traducciones sobre la obra de Maro Luzi, Basho o Annelisa Addolorato, entre otros. Una edición modesta, pero con un cuidado primoroso. También me llegan dos volúmenes de la factoría Atonio Piedra. Un lujo editorial –donde hay pasta, se nota– en tapa

dura. Los títulos de dos amigos, Pablo del Barco y Carmen Busmayor – «Presencia indefinida» y «Fronterizos, adúlteros y reciclados»– van completando uno de los anaqueles de mi biblioteca con su ani-

mado colorido de diseño minimal. Los dejo en cola de lectura, pues Antonio Gamoneda me tiene pillado para unos cuantos días. ¡Muchas gracias a todos los que me regalan libros!

(noche) He tenido que echarle unas horas más de lo legal a los calendarios, pero se me ha hecho

corto, pues mientras escuchaba el partido del Barça. Ahora siento el cansancio llegar mansamente, pero

no me apetece dormir, pues este estado de presueño me sugiere muchas cosas y llama a la escritura.

Quiero trabajar con fuerza en mi nuevo poemario, que lo siento vivo adentro. Lo malo es que esto lleva consigo apartar por una temporada mi «Tour de France», que ya casi me resultaba molesto, pues trabajarlo me llevaba a largos silencios sobre las páginas en blanco y a un mosqueo creciente.

Para mi nuevo poemario –que ya cuenta con unos cuantos poemas y toda la idea de conjunto

apuntada– me valgo de Federico Fellini y su «Amarcord», una de mis películas preferidas. También tengo

decidida la forma, el ritmo a seguir y las rupturas poemáticas que quiero intentar. Con estos mimbres creo que tengo en mis manos un trabajo importante que me da vidilla. Ya veremos en qué queda todo esto. Mi tempo creativo es corto y espasmódico, por ello he de apresurarme. 25 de noviembre de 2004 92


Tenía razón Antonio. Hacer una lectura de Gamoneda sin más pretensiones que dejarse llevar

por las palabras, leer de corrido y disfrutar de las imágenes complejísimas en su término más simple, el de la mirada, resulta, como poco, muy sugerente. En esta lectura he gozado de un Antonio Gamoneda

absolutamente distindo a aquel que me exigía tal esfuerzo lector e intelectual que me llevaba al abando-

no urgente de la lectura por tediosa. A veces hay que dejarse de zarandajas y pasar de buscarle las vueltas a los poemas. Basta disfrutar sin apenas entender.

Esta lectura apresurada me ha traído también imágenes del poeta y del amigo, risueño siempre

en ese estado de enfermedad constante, entre el sí y el no ante casi todo, puntilloso con infinidad de detalles y afable siempre. Reconozco en este punto que durante mucho tiempo me ha intresado más el hom-

bre que el poeta. Recuerdo especialmente una charla gastronómica muy divertida que mantuvimos duran-

te un encuentro poético en la Sierra cordobesa de Los Pedroches, en la que se interesó vivamente por una salsa que, cierta vez que pasó por Béjar, le añadieron a la carne, apuntando que a él siempre le ha gustado la carne a pelo, sin añadidos, pero que aquella salsa le dejó un recuerdo especial en el paladar. También he admirado siempre su sensibilidad por el Arte y el profundo conocimiento de la pintura.

Ahora, gracias a A. G. Turrión, aprecio también su poesía y, sobre todo, el trabajo que realiza

con la imagen desde las palabras. Y todo sin bajarme ni un ápice de mi forma de entender la poesía, de mi apuesta por la claridad y del convencimiento de que para decir no hace falta ocultar.

Espero ver pronto a Gamoneda, en algún congresillo de esos que tanto abundan en estos días de

dinero oficial para meriendas, para decirle de palabra todo lo que me han sugerido sus versos en esta

nueva lectura, para disfrutar de nuevo de su hipocondria feliz y para darle un abrazo que ponga al día el afecto.

(noche) No puedo por menos que sonreír. Tenía que suceder y ha sucedido. Batacazo del Premio

Loewe y falta de rigor del personal de tropa con mando en plaza. palabra:

No quiero dejar sin copiar la noticia que le pillo a esta hora a la agencia EFE. Va palabra por «DENUNCIAN LA 'FALTA DE ÉTICA' DE GRACIA El jurado, 'indignado' EFE

MADRID.- Los miembros del jurado del Premio Loewe de Poesía consideran "indignante" que

el alicantino Antonio Gracia, ganador de la última edición, no les hiciera saber que el poemario premiado, 'Devastaciones, sueños', había recibido ya otro galardón.

"Su actitud es impresentable", dijo José Manuel Caballero Bonald, mientras que Clara Janés se

mostró "indignadísima" porque lo que ha hecho Gracia "es una falta de ética total". Carlos Marzal se siente "estafado" y Luis Antonio de Villena afirma que "ha sido desposeído por tramposo".

El jurado del Premio Loewe, del que formaron también parte Luis María Ansón, Jaime Siles y 93


Francisco Brines, revocó el fallo hecho público ayer y declaró desierto el premio, porque el ganador ha incumplido las bases de la convocatoria.

Para Villena, este poeta alicantino, que "ha publicado bastante aunque es totalmente descono-

cido", "ha hecho una cosa muy mal hecha". "Nos ha engañado", se lamentó.

"Si hubiera notificado enseguida que tenía el Premio José de Espronceda de Almendralejo -eso

de que les premien aquí y allá a la vez les ocurre a muchos, y en esta misma edición dos se retiraron por ese motivo-, no habría pasado nada, pero se ve que el Loewe le deslumbró, le supo muy goloso".

"Ha tenido cinco meses para avisar. Se ha comportado de una manera muy poco digna", aña-

dió el escritor, "Ya desde el principio estuvo extraño, porque cuando le llamamos no se puso contento. El que habló con él lo encontró raro, y él incluso dijo que no sabía si podría ir a recoger el premio".

Además, siguió diciendo Villena, este hecho supone sin duda "una mancha" en el currículo del

poeta alicantino, "que ganó un poco por casualidad, porque de los cuatro libros finalistas ninguno nos gustaba demasiado a nadie" y el año se había presentado, a juicio de casi todos, "bastante flojo".

Caballero Bonald consideró acertada la decisión de la Fundación Loewe de declarar desierto

el premio, y aseguró que Antonio Gracia "ha dejado de tener credibilidad" para él.

"Así aprenderá a ser decente", dijo el poeta jerezano, para quien es "un poco descarado" que

Gracia haya tratado de renunciar al premio de Almendralejo, cuya dotación económica es menor que la del Loewe.

El autor de 'Ágata ojo de gato' también notó "receloso" al ganador durante la comida en la que

se hizo público el fallo. "Ahora lo entiendo; estaría preocupado y con remordimientos, y por eso se comportaba de manera rara".

Carlos Marzal se siente "estafado por parte del concursante, porque no se puede jugar con el

jurado". "No es un proceder sensato en un amante de la literatura", dijo. FINALISTA DE UN TERCER PREMIO

Curiosamente, el mismo poemario de Antonio Gracia que ganó el Loewe, aunque con título dife-

rente, quedó finalista en el Premio Gerardo Diego que se falló el pasado martes. En el jurado estaba Marzal, que ahora lo recuerda y dice que la práctica de presentarse a varios premios con un mismo poemario "es habitual" entre los poetas.

El ganador de la pasada edición del Loewe asegura que lo sucedido "le ha causado un perjui-

cio muy grave al finalista".

Clara Janés está "indignadísima" por la actitud de Gracia, ya que en las bases del premio

queda "muy claro" que si el autor se presenta simultáneamente a otro premio, en caso de resultar galardonado, tiene que informar de ello al jurado del Premio Loewe.

"Nunca me había encontrado con algo similar", asegura Clara Janés, para quien "es vergon-

zoso" que Gracia haya tratado de engañarles.

El poemario 'Devastaciones, sueños' salió elegido por cuatro votos a favor y tres en contra, los 94


de Villena, Brines y Marzal. A Janés le tocó hacer el elogio de la obra ganadora porque "nadie quería hacerlo", reconoció.».

La rehostia, ¿no? Y lo peor es leer las palabras de Villena denostando el material recibido –que

podría haber dicho de paso que el libro de Marzal, vencedor del último año, era «bastante flojo»; que la

obra de Brines «es como para no ponerse de acuerdo»; o que resulta harto sospechosa la colección de premiados (Loewe) del Levante español –vaya tierra de poetas, que se comen crudos a poetas hispanoame-

ricanos, canadienses, franceses y españoles de otras provincias un año sí y otro también–. No está bien, colega V., que cuando nos falla el «tapado» y nos quedamos con el culo al aire haya que echar la mierda sobre los pobres sufridos poetas que no han podido alzarse con tan apetecido galardón.

En fin... «Chinito tú, chinito yo, y nuestro amor así será, siempre, siempre igual...». 26 de noviembre de 2004 Je, je. Sigue la historia Loewe y yo la persigo en la red, con toda la incidencia mediática y esa

cantidad de manos puestas en la cabeza como con gesto de asombro. A ver cuándo se enteran de que el

problema fundamental está en otro sitio. Me encantaría conocer en un único documento la relación de jurados en premios literarios durante los cinco últimos años, su distribución por comunidades autónomas, la relación de premiados durante el mismo tiempo, en el mismo campo y con la misma distribución geo-

gráfica; y lo mismo con los prejurados. Seguro que se aclararían muchas cosas, quizás demasiadas. Podría arriesgarme a afirmar que muchos jurados coincidirían como tales en un cincuenta por ciento de los pre-

mios, y también que muchos premiados estarían imbricados en el rol de los jurados y de los prejurados de forma neta. No estaría mal, por cierto, hacer un ranking de pelas por autor y año, una especie de bare-

mo similar al de la ATP (aquí se consideraría la pasta obtenida por premios y por el laboreo de jurado).

Seguro que sería asombroso y arrojaría una luz extraña y conocida. Propongo este trabajo periodístico a un sagaz investigador y le auguro éxito (seguro que venderá muy bien el curro y sus conclusiones a una

agencia fuerte y que, además, podrá extenderlo en el tiempo con otros asuntos transversales). Regalo mi idea. Y lo mismo puede hacerse con congresos, ciclos, cursos, etc... (¡vaya campo de trabajo!).

En otro orden de cosas, recibo con alegría los «37 latidos» del menino Barral. Chulos los poe-

mas, de verdad; divertidos, sugerentes, llenos de ironía, gustositos, lúcidos, sorpresivos, actuales, locos. El libro se lee en media hora y se disfruta. !Enhorabuena, Juanjete¡

(noche) La tarde, de morirse. Calendarios a todo tren. En dos breves descansitos, recibo el afec-

to del colega Mielgo, un tipo entrañable y lúcido. Se presenta con una delicia de libro –«Un día sí y otro

también» de mi pintor por los siglos, Eduardito Arroyo–– y me lo regala sin más, como quien da las bue-

nas tardes. Y yo, que soy un poco tieso, no sé decirle con palabras lo que me gusta su regalo –la rehostia–, aunque percibo que él lo averguó por el brillo de mis ojos. ¡Mil gracias, amigo!, sé que debo corres-

ponderte como se merece tu detalle. Tiempo al tiempo. Y luego un mail largo de Emilio con palabras de 95


solidaridad y cierto acento de perplejidad por la movida Loewe –ya irás aprendiendo latín, Emilio; o,

mejor, te enseño yo ese latín cuando viajemos juntos a Colombia–. Bien el día, en todo caso. Me voy a empapar de Eduardo Arroyo, Mielgo amigo. Besos. 27 de noviembre de 2004 Se nos van jodiendo poco a poco los palos del sombrajo, y eso es bueno, aunque de momento

sólo se caen palos pequeños. Ahora resulta que el zapato de cristal de Cenicienta era de cuero, que

«Mújercitas» ha estado censurada hasta nuestros días, y nada menos que en seis de sus capítulos al com-

pleto, en su final y en multitud de frases con evidente denuncia social –ver edición de Lumen con la obra íntegra– y que la Iglesia pide perdón a científicos masacrados hace la pila de siglos por hacer declaración de lógica y no de fe. Vamos con cierto retraso, pero vamos, que ya es algo. Ahora faltan cosas tan peque-

ñas como descubrir al Camilo José Cela de verdad –al delator de «colegas»– encabezando una caterva de escritores de peseta y mafia que llega hasta nuestras nalgas, el origen COPE del dinerito que se lleva el insoportable Losantos, las razones del estrabismo pijocutre y poderoso de EsperanzaAguirre/SaraMago y su cohorte fascista/moralina de botellas y Cia., el relamidismo hiriente y chulesco del norteamerica-

no/republicano Aznar –financiaciones oficiales incluidas–, la merienda de negros en que se ha converti-

do la paraliteratura –incluida la palabra prediseñada–, la verdad de los ovnis (jeje), el apareamiento monoparental o la endémica paranormalidad petrolífera de la familia Bush, entre otras cosas. Y que sigan

jodiendose los palos pequeños del sobrajo hasta que caiga uno de los palos grandes, y vivir para verlo, coño. Vuelvo a descojonarme con lo del Loewe, que no es para menos. Miró nómina de premiados con este galardón «internacional» en castellano y me encuentro con Jaime Siles (Valencia), César Simón

(Valencia), Jenaro Talens (Valencia), José María Álvarez (Cartagena), Vicente Gallego (Valencia),

Miguel Ángel Velasco (Mallorca), Carlos Marzal (Valencia) y el abortado Antonio Gracia (Alicante). A lo que se ve, no hay mejores poetas en el mundo mundial que los levantinos. Si a esta nómina le suma-

mos reconocidísimos poetas mediáticos como García Montero, Benítez Reyes y algún sudamericano de renombre y buena letra –no está mal alimentar la nómina de un premio con gente guapa para darle empaque–, podemos hacernos con una panorámica divina para empezar a ver claro. Encuentro moderado y tendido con Tattoo, al que veo con gozo tranquilo y afable de nuevo.

(tarde) Cafetín en el hotel Colón con Paco Montero, Pepe Honti y Antúnez. Interesante siempre

la charla con Paco, de aprender ese otro latín que sólo conozco de oídas. Estos encuentros son para escu-

char, pillar finura y asimilar lo que se enseña de rondón. Por cierto, que hemos ganado otro partido, esta

vez a los críos de Filiberto Villalobos –eran grandones los jodíos–, aunque por un resultado muy apretado. Mis niños/as valen un montón.

Y el resto de la tarde lo dedico a mi nuevo poemario y a repasar el diario de la Pizarnik, que me

sigue volviendo loco.

96


A eso de las seis y media llega José Antonio Sánchez Paso. Charlamos y hacemos cambio de

cromos maravillosos –aún me queda esa cosa infantil de los cromos–. J. A. me regala los últimos discos

de Paolo Conte y Leonard Cohen –este mamonazo sabe qué regalar– y yo le pongo al día con los títulos

de mi editorial. Luego charlamos de lo humano y de lo humano –lo divino queda para las monjas y para mi suegro–. Percibo buenas vibraciones. Zenk, J.A., por saber bajar a mis infiernos.

(noche) Llamada de Diego F. Magdaleno desde Pucela. Me cuenta que me enviará en breve su

diario de 2004. Tengo muchas ganas de leerlo. Barçados/Getafeuno. Las hemos pasado putas. 28 de noviembre de 2004

Recibo mail de Herme invitándome a la presentación de la peli sobre Víctor Botas en la

Residencia de Estudiantes de Madrid. Dice que estarán García Martín y Xuan Bello. Esperaré a ver si sale a la venta en DVD o en vídeo. Gracias, Herme. De nada.

Y me enciendo un cigarro de domingo nublano. Hoy no me molestará nadie porque no pienso

abrir la puerta, que tengo ganas de soledad con Lhasa y Paolo Conte. Además, debo indagar un poco en mi pasado para encontrar razones de lo que me sucede. Di la vuelta a mi vida para hacer un poquito lo que quería, que me costó un güevo, y ahora vuelve a marcarme los pasos una responsabilidad que no me

apetece, que no he buscado. No sé cómo se lo monta la vida para retorcer mis proyectos y llevarme a lugares a los que no quiero ir. Quizás el asunto radiqué en que aún no he aprendido a decir «no» con ener-

gía. El caso es que vuelvo a estar herido por asuntos prosaicos, que el trabajo se ha vuelto otra vez contra mí y modela mi voluntad, mi sueño y mis pasos. Todo lo jode el dinero y los tipos que buscan beneficio en mi persona. Siempre pedir y nunca dar, con sonrisas y palmadas en la espalda, eso sí; sonrisas

como balas y palmadas como puñales. Las estoy pasando putas porque no me pagan las instituciones, los

centros de estudios, los autores con promesa de venta segura y la madre de cristobendito; las estoy pasando putas porque tengo que pagar siete nóminas al mes –y me sobraría la pasta si el personal fuera legal

y atendiese los pagos–, porque abono religiosamente siete seguridades sociales, porque he de soltar antes de fin de año los ajustes del convenio de Artes Gráficas –que llegan con una carga de dos años de retra-

so, que se resume en una pasta gansa–, porque debo pagar mis créditos de empresa un mes sí y otro tam-

bién, porque me ha puesto una multa la inspección de Trabajo aduciendo que mis trabajadores no han pasado revisión médica durante el año 2003 –que tendrán razón, pero una razón universal, no tan parti-

cular como esta que me castiga a mí y no al resto de empresas de la ciudad que están en las mismas o peores circunstancias. ¡Hijos de la gran puta!–. A veces pienso que mi antigua militancia en la izquierda

y mi actual situación de franca simpatía me han llevado a esto, a que un tipo de izquierda y empresario debe ser ejemplo y, hala, a joderle la vida. Estoy seguro de que si yo girase por interés en mi postura ide-

ológica, es decir, si mañana me hiciese de la ultraderecha a lo Jiménez Losantos, mordiendo, jodiendo, puteando a mi gente... subiría como la espuma y no tendría problema alguno para cobrar y para llenar de 97


trabajo mis naves. ¿Qué he hecho yo?, ¿de qué soy culpable? Si me he quitado comodidad para montar una empresa que mantiene en Béjar siete puestos de trabajo –como andan por aquí las cosas no es moco

de pavo–, si tengo un proyecto que puede ampliar esa plantilla de forma geométrica, si trato a mis trabajadores con justicia y con amabilidad –todos han conseguido en un año una categoría profesional que no les fue reconocida en toda su vida laboral anterior, con su consiguiente ajuste económico en positivo.

Todos cumplen ahora con su periodo vacacional y a su gusto, circunstancia que antes tenía múltiples difi-

cultades. Todos tienen razones para estar satisfechos con la situación laboral que se ha creado en la empresa–. ¿Es que soy un mal gestor?, ¿cuáles son los ejemplos que debo dar?, ¿quizás dejar de pagar a

mis proveedores y a los bancos como hacen conmigo algunos clientes?, ¿quizás robar a manos llenas,

como hacen algunos cercanos con cargo en plaza?, ¿quizás putear a mis empleados –a los que tengo por grandes amigos– y llenarme de pasta usurpada de la forma más vil? Una mierda. Y si a esto le sumamos

que me he quitado la hostia de tiempo personal y que mi libertad creativa está aprisionada... lo mejor sería huir a una isla perdida o morirse.

Y como reflexión hacia afuera, decir con claridad y bien alto que los amigos no están para echar-

te una soga al cuello y que los compañeros ideológicos deben olvidarse de una vez del triunfo por el mar-

tirio. Que me estoy cabreando mucho y puedo estallar en cualquier momento, que tengo tres hijos y aun-

que sea tonto no soy gilipollas, que con las cosas de comer no se juega. Bien, vale por hoy. Tengo que autoafirmarme en ese punto positivo que siempre me ha sacado adelante y seguir, aunque me da en la

nariz que no va a ser igual que antes, que esta situación va a llevarme a una madurez cabrona para muchos. ¡Uff! Y por mis cojones que esta empresa va a tener un desarrollo enérgico y positivo, le cueste a quien le cueste.

(tarde) Me relajo releyendo «Sudeste», de Haroldo Conti, nadando el río Boga junto a nómadas

y marginados, teniendo presente siempre la mierda política que llevó a Haroldo a desaparecer a manos de la terrible dictadura argentina en 1976. Un texto de tensión social y de tristeza no contenida. Es lo que necesito esta tarde ( «El fuego a bordo es la peor cosa que le puede suceder a cualquiera. Algunos no lo

entienden.»).

(noche) Era tal mi cabreo de la mañana, que decidí a eso de las cinco subirme a la imprenta y

rematar calendarios hasta las ocho con el fin de olvidar por el clásico método de la actividad física. Me

ha ido bien, he escuchado el fútbol por la radio y me he levantado ochocientos calendarios de mesa por la cara. Luego ha ido a recogerme mi Felipe y hemos charlado un rato sobre cosas de padres e hijos, y

antes de cenar, ya en casa, hemos hecho juntos un trabajo para el cole sobre la figura de Miguel Servet, otro masacrado por la Iglesia en la pira, sólo por decir que el bautismo no es adecuado para aplicárselo a niños y por discutir el misterio de la Trinidad. No sé si el Papa ha pedido ya perdón público por lo de Miguel Servet o se lo anda pensando –cinco siglos después–. La hostia de comulgar. 29 de noviembre de 2004 98


Herme me escribe para pasarme convocatoria de los premios «Hucha de oro» junto a la última

edición de finalistas y vencedor –Felipe Benítez Reyes, vaya por dios o faltaría menos–. Yo sigo pen-

sando que si tan buenos son los buenos, para qué se presentan a premietes –magros en economía menor– y le hurtan la sacada de cabeza a los que quieren emerger. ¿Se habrá presentado por invitación o por nece-

sidad económica imperiosa?, ¿no tiene F.B.R. un buen editor que echarse a la pluma para dejar caminos

abiertos a no se sabe quién?, ¿no se juega demasiado F.B.R. si sólo queda finalitsa?, ¿o se presenta porque sabe que no será finalista ni de coña? Jeje. Vuelvo a repetirme, que soy muy pesado: alguien tiene

que investigar estos campos con mirada justiciera. Lo que más me jode cuando escribo esto, es que mi colega David Torres –al que admiro como escritor y como amigo– actuó de jurado en esta convocatoria.

¿De dónde venimos y hacia dónde vamos, David?, ¿cuando no éramos, fuimos igual que ahora que somos? Explícamelo, porfa, compañero columnista de ese «Mundo» insoportablemente conservador que

ha podido pisar los servicios del Olimpo literario. Tú en todos los saraos de vestirse de largo, de pronto

y a la taurina, ¿quizás humillando para no morir pronto? Cuéntamelo sin cabrearte, que te quiero un güevo y me duele ver que estás donde dijimos alguna vez que jamás estaríamos. Puto dinero de mierda.

Bah, que le agradezco mucho a mi Herme el detalle, el acordarse de mí, el buen rollo en el que

estamos desde que nos conocimos. Herme, tú si que eres grande de verdad, tú que tienes la mirada limpia y la sonrisa franca.

(noche) Mientras hago las camas, a eso de las dos, me llama un tío majo que regenta una libre-

ría en Valladolid para invitarme a participar de forma activa en la presentación, el próximo día nueve, del libro de Carlos Aganzo que he editado en «El árbol espiral». Me cuenta que tenemos amigos comunes, Diego, Pilar Rubio, Alberto Supiot... y que le apetece un montón conocer mis ediciones. Por la tarde, con

carácter urgente, le envío un paquete con material diverso. A ver qué sucede. Luego, en el curro, otro mal rollo de mierda con el contrato de alquiler del local, un asunto con el que me siento estafado, apuñalado, herido. Nada. Pongo en marcha mi optimismo de urgencia y pongo la solución del pan para hoy y el ham-

bre para mañana. ¡Mierda! Cocino y ceno unas setas que me ha regalado José Gimnasio Colón y me rela-

mo en un carpe diem de dos pares de cojones. Saldremos adelante a pesar de los miserables. Con estos

mimbres sólo me apetece jugar al chess virtual o tocarme la pirindola. La poesía para los poetas. Y Aznar vomitando por la tele. 30 de noviembre de 2004

Leo «Europa Sur» y, por fin, un tipo con agallas, el colega Domingo F. Faílde, da el pistoletazo

de salida a una carrera que no debe parar hasta descubrir todo el tinglado. Reproduzco el artículo: «domingo f. faílde / EL DISCRETO PERFUME DE LA M...

En una sociedad tan caótica y corrompida como la nuestra, pocas cosas escapan a la sospecha 99


y las que lo consiguen es porque ya han caído en la corrupción. Cuando un hombre ha perdido la fama, puede dormir tranquilo, pues nada han de quitarle en el futuro; y, si anda por medio la todopoderosa

televisión, sacará del descrédito tajada y no habrá de faltarle quien aplauda: "ande yo caliente y ríase la gente", eso dice un refrán, la sabiduría de un pueblo que nunca destacó por su tolerancia y sí por su picaresca. Empezando por los políticos y terminando por el último botarate de los que son caterva.

Pues como nadie da lo que no tiene y sólo lo que tiene puede dar, ¿cómo iba a salvarse la lite-

ratura de caer en el fango? La obra literaria, al fin y al cabo, se genera en la superestructura ideológica de la sociedad, toma de ella sus mimbres y palpita al unísono con ella. ¿Cómo iba a salvarse de la

corrupción y sus súcubos? Arribismo, mentira, fraude, prevaricación, son monedas de curso legal en un territorio donde, a veces se paga en especie, y, si hablaran las bragas caídas, los pantalones bajados y el fantasma del plagio, aquí se podría armar el dos de mayo. Pero nadie se asuste: no pasa nada; para

eso está la ley del silencio y el temor a una lluvia de demandas que, en país tan democrático como el nuestro, han acabado por convertirse en una de las más serias amenazas de la libertad de expresión.

Vistas así las cosas, ya no hay quien se lleve las manos a la cabeza cuando salta el escándalo.

Es algo cotidiano en la vida social y política. En la literatura, también. Hoy tan sólo se habla de lo aca-

ecido en el premio Loewe, un evento millonario que convoca una marca de perfumes, con la bula y la venia del Ministerio de Cultura, los yupis del ramo y una conocidísima editorial que, al publicar el libro galardonado, sólo tiene ventajas –por decirlo elegantemente– y apenas corre riesgos.

Se ha dicho con frecuencia que estos premios, como la falsa moneda de la copla, corren de mano

en mano, y hoy se la queda Juan, mañana Perico, pasado el primo de Juan y traspasado el colega de Perico y así sucesivamente: un asunto de familia que, hasta donde columbro, es la casa real de la poe-

sía española, esa denominada poesía de la experiencia, que todo lo copa y todo se lo reparte, a despecho de los demás.

En panorama tan enrarecido, sale un listo y pretende hacer doblete con un libro premiado en

otro certamen. La culpa, al parecer, la ha tenido el ordenador; y es que a estos chismes, oiga, los debe

cargar el diablo, cuyas malignas tretas no han impedido la descalificación automática de quien, en palabras del Súper de Loewe, es un gángster. Ay, cómo anda la cosa nostra (la de ellos, faltara más).

Pero no llegará la sangre al río. Los enemigos del descalificado (tres, al menos, del docto tri-

bunal) pueden estar contentos, al igual que la fundación convocante, que no habrá de aflojar el peculio, y acaso, fíjense, hasta el propio protagonista del desafuero que, en vez de ir a la cárcel, ha saltado a los

titulares de los periódicos, de manera que su fotografía puede ya codearse con la de Beckham y las bellas pedorras que le avivan el petate. Cosas, en fin, del márquetin: "poesía eres tú".».

Impecable, Domingo. ¡Plas, plas, plas! –son unos aplausos sinceros–. Sólo te ha faltado decir

que los que no eran enemigos de Gracia en aquel jurado, bien pudieran ser amigos, ¿y no les delata su silencio? También se te ha olvidado comentar que los jurados sí que habrán cobrado por sus gasas y apó-

sitos poéticos, que incluían ciscarse en todas las obras no premiadas, que eran mil y pico. Repito, 100


Domingo: ¡Impecable! Prometo leerte siempre, desde hoy y hasta que te fulminen los capos literarios y sus secuaces. No te faltará tabaco, que yo me encargo de eso.

(noche) Hay días tan intensos como meses enteritos. Hoy ha sido uno de esos días, pero a lo

cabrón, un día de sujetarse o dejar que todo fluya, nada de a medias. O callarse o gritar hasta agotarse. He optado por la primera opción y ahora me jode haberme tragado todos los sapos y las culebras que se

me venían a la boca. De momento no creo que sea correcto escribir nombres aquí, ya que este diario es público de uso, aunque no muy visitado. Lo que sí quiero es dejar escrito que hoy he podido comprobar

cómo se gesta el oportunismo pisando al de al lado, cómo se medra sin pararse a pensar en los demás, cómo se hace uno rico jodiendo al prójimo, como se miente a cara descubierta y encima se ironiza hur-

gando en la herida. Hoy, diario, he aprendido que no soy más que aquel cero a la izquierda de la izquier-

da que fijé en un poema no hace mucho, con coma incluida. El tiempo pasará y veré cadáveres, y mirarán pasar el mío, y todo seguirá igual. La vida no es para los tristes. 1 de diciembre de 2004 Propuestas editoriales Barry en día lluvioso, Miguel Ángel Gara, ecos de David Torres, Orihuela

con gripe, la cistitis que vuelve junto a la nieve de la Covatilla, sigue el mal rollo, café y ajedrez en la Italia. Un día telegráfico con monjitas al dorso, con mujer e hijos, con frío del jodido. Ya en mi estudio,

escucho a «Tango Zero» para que la banda sonora acompañe al tema del día. Veo el DVD de Antonio el Pipa, «Pasión y ley». La raza, pero no aquella que comulgaban las crías de fascista en los campamentos

OJE. Miro la obra de Gustav Klimt y quisiera escribir en francés un poema de amor. Me pierdo en la lujuria de internet. Fumo. Descanso. 2 de diciembre de 2004

A esta hora, son las tres p.m., no sé cómo ha quedado el Cervantes, pero sí me apetece decir que

mi favorito es Mario Benedetti, aunque entendería el galardón para Juan Marsé –dado que parecer ser que a Semprún le está negado–. En todo caso, estamos hablando de otra galaxia, una galaxia que está pro-

fundamente dominada por la política –antes lo estaba más y peor, que no se me olvida el viejito ese que vive en Pucela con el aura cervantina picando su fosa, un ancianito que el PP dice que escribe–. ¡Qué vida! Sí que me alegro de que Ángel González sea ya san Federicogarcialorca. Sus pelas se ha llevado con justicia poética.

(noche) Que fue Cervantesanchezferlosio inesperadamente. ¡Cómo está el ancianito de mayor!

Lo siento, Mario. Y conversación con mi Belencita, que se va a París, la jodía –qué envidia–, charleta telefónica con Morante para decir el aquiestoy de rigor. Relax con panetone en la cena con niños y visita de Antonio G.T. para conversar un poco y para desajogarme un bastante. Me alegra encontrar a G.T. 101


animado y saludable, está mucho mejor que durante el verano, menos depresivo y más luminoso. Anto, así das gloria. Gracias. Y a dormir sobre la trompeta mágica de Chet Baker. Que disfrutes París, Belén. 3 de diciembre de 2004 Aparición de nuevo libro de Antonio Martínez Sarrión, «Poeta en Diwan», que ha tenido la

«suerte» de ser reseñado en «El Cultural» de «El Mundo» por José Luis García Martín, y no de mala

manera, pues el crítico de todos los críticos lo pone poco menos que como un libro menor de cabecera.

A mí, la poesía de Antonio siempre me ha parecido magnífica, y ardo por hacerme con un ejemplar de este nuevo título; más cuando Sarrión infiere –después de toda su larga carrera poética– que la mejor poesía es la que «dice» sin retorcimientos y sin acnés innovadores. Y lo dice un poeta que fue «novísimo».

Me encanta. Me encanta leer sus entrecomillados sobre la actitud que toman –y han tomado siempre– los

poetas jóvenes ante el hecho creativo y cómo se engolfan en resolver buscando epatar. Aún mantengo en mi estante de imprescincibles su «Centro inaccesible», un volumen que está sucio de uso y al que vuelvo de vez en cuando, pues contiene versos tan deliciosos como ese «...no será que la vida es un puñado

de moras / silvestres...» o aquella imagen tardoestival «...como final el trueno la tonta percusión...» del

poema «Final de verano». Confieso que M. Sarrión fue en su día un referente para mí, y me gustaría

encontrar en sus nuevos poemas esa materia que contiene el indicio creativo propio y ajeno. Para gozarlo y, por qué no, para servirme de él.

(noche) La tarde corrió de una llamada de Cantizani a la maquetación de una brevería que he

titulado «Fadueña» y que formará parte del márquetin del Museo Judío bejarano, un librito de encargo

que me ha dado pie para volver al relato corto. Como cierre, asistí a una conferencia muy amena de Antonio Gutiérrez sobre la literatura en Béjar durante el siglo XX. Curioso recorrido por una selva de irregularidad y excesiva producción (me faltó el cura Martín). 4 de diciembre de 2004 Hay tipos que un día se cruzan en tu vida y te caen de puta madre. Desaparecen y te siguen

cayendo bien. Olvidas su nombre y una imagen amable permanece en tu memoria dormida. De pronto, una mañana cualquiera, llega el correo, como casi siempre, preñado de cartas, avisos, libros; y zas de los

zases, aparece un volumen de Joaquín Pérez Azaustre con dedicatoria entrañable y cercana, con esa demostración que no tiene nada de factura por pagar, porque es de afecto y buen rollo. Vamos, que, para

mi gozo, esta mañana me ha llegado un ejemplar de «Reloj de sol», una recopilación de artículos primorosos de Joaquín realizada por la Diputación de Cordoba. Y se me aparece el recuerdo de Joaquín en el

Puesto de Santa María, una noche divina de charla y alcohol en un convento reconvertido en bar de 102


noche. Recuerdo que en la barra estaba con nosotros Ismael Serrano –amigo de Joaquín– y que charla-

mos de poesía con la franqueza que sabe poner el «Havana 7». Joaquín, que venía de disfrutar una beca

en la Residencia de Estudiantes, me cayó bien, me pareció un tipo cabal y serio, y recuerdo que anoté entonces en mi diario que sería/será uno de los escritores más importantes del siglo XXI en España. Sigo pensándolo. Prometo disfrutar de este libro con vocación de diario cordobés hacia afuera, que me da muy buen rollo lo que he leído por encima.

(tarde) Paquete de Cantizani con escueto mensaje y libro a todo tren de Mark Strand traducido

por Julián J. Heffernan, el mismo tipo que tanto tuvo que ver en la edición en castellano de «Poesía de

la experiencia», de Robert Langbaum. Eso ya me da buen rollo, pues la lectura de aquel ensayo dice

mucho del traductor, de su gusto estético y de su capacidad de selección. Al autor de este «Aliento» cua-

troestaciones no le conozco. Leeremos. La mala noticia a la que me refería es que en la escueta nota de Lara se averigua el cierre de esta colección magnífica propiciada por el Ayuntamiento de Lucena y las manos mágicas de Pepe Rodríguez y el propio amigo Lara. RIP y a seguir empezando cosas para matarlas. A qué más.

(noche) Parece que la soledad ha subido de precio, que sustantivarla en clave positiva cuesta un

ojo de la cara y que mantenerla viva puede llevarte a la desaparición. Y yo vuelvo a mi perorata de siem-

pre, a ese «quiero estar solo» que constantemente se vuelve contra mí. No sé a quién le leí hace poco que

los poetas malos tiene como nexo común con los buenos la soledad, con la única diferencia de que los primeros la sufren y los segundos escriben de ella. Cómo me gustaría a mí saber quiénes son los poetas buenos –de los malos sé bastante–. La cosa es que quiero estar solo y no me dejan, nadie me deja. Y yo

necesito tiempo para hablar conmigo de «nuestras» cosas, para racionalizar mi entorno –cada día estoy

más lento en este ámbito–, para buscar la escritura o el trazo de línea y para situarme con justeza ante la vida. En unos días voy a cumplir cuarenta y siete años y la sensación de tiempo perdido es asfixiante. Sé que he tenido tiempo y lo he desperdiciado en estupideces; sé lo que me queda por hacer en la vida, pero

aún no he aprendido a cerrar el tempo de mis metas. Me pierdo en el absurdo de diario con la facilidad de un tonto de misa y luego me duelo por el tiempo desperdiciado. Y la soledad es la clave para conse-

guir que todo suceda como yo quiero, para escuchar la música pendiente y escribir las palabras que hierven, para leer, para viajar, para hacerme de ese humanismo que deseo y para poder ir armando mis con-

clusiones de vida, pues pienso que un hombre se debe a sí mismo una interpretación personal y experiencial del mundo. Quien no lo consigue, desde mi punto de vista, fracasa. Y este asunto no consiste

tanto en hacer como en comprender. No radica la vida en acumular objetos, conocimientos y amistades;

late donde se intentan responder las preguntas, donde la luz o la oscuridad se convierten en el Universo mismo. Cuando escribo, siempre indago en el pasado para averiguar el fondo de mi mundo y, así, inten-

tar armarme de razones que se amparen en un conocimiento que es exterior a cualquier voluntad práctica. Quiero entender antes de irme, necesito entender sobre todas las cosas.

Y a todo ello se arriman los asuntos de la química con su historia hormonal y sus desquiciados 103


humores; las reacciones que llevan a la alegría y a la tristeza, al deseo y al aborrecimiento. ¿Cómo con-

trolar aquello que por naturaleza fomenta el descontrol?, ¿cómo ordenar y ordenarse con tanta célula trabajando por su cuenta, con tanto trajín de fluidos y tanto automatismo minando lo volitivo?

Si dejara fluir al animal instintivo, al que quiere apretarse a otro cuerpo para sentir el placer

fugaz, estaría fracasando; pero luchar contra él es también duro, más cuando la capacidad está ya bajo mínimos y cualquier prueba supone también un fracaso como individuo en ese plano. Hay que joderse.

5 de diciembre de 2004 Ayer por la noche recibí la visita de Urceloy y Marisol, que han venido hasta Béjar para pasar

el fin de semana de relax. Salimos a tomar una copa a pesar de mi estado de agotamiento, charlamos, recordamos viejos tiempos y Urce me dejó un disquito con un libro rematado para que estudie su posible edición.

(noche) He pasado la tarde fatal, con un dolor en el costado que me ha dejado tumbado en el

sofá absolutamente grogui. Tiene cojones, cuando pillo unos días para recuperar me llega la jodida debilidad. Y este frío.

6 de diciembre de 2004 Mañana familiar con nieve y niebla bajo los pies; con Urce, Marisol y los críos. Para mi asom-

bro, la estación de La Covatilla estaba cerrada en un puente de lujo y con nieve para gozar. No lo entiendo demasiado. Hicimos culiplast y tiramos los plásticos al contenedor para dar ejemplo –demasiada mier-

da entre la nieve y gente que no piensa en los demás–. Comida con mis suegros y café con ajedrez en La Italia.

La tarde la he dedicado a revisar mi aforística con el fin de editarla en breve. Ya he decidido el

título definitivo, que será «Aráñame». Quiero hacer una edición pavesa, chiquitita, casi nada, y me pro-

pongo presentar el trabajo como un resumen de preguntas y repuestas en mi trajín particular por inter-

pretar el mundo y la carne poco hecha. Me apetece darle salida a este fruterito de breverías pobladas de mil intenciones, pues creo que el conjunto es divertido y merece la pena echarse con él al monte. En la relectura he quitado algunos aforismos que no pillaban la actualidad –se habían quedado viejos– y he mantenido algunos llenos de simplicidad, pero que me gustan mucho. Ya veremos en qué acaban estos arañazos textuales que han sustituido a las «Palabras en ropa interior».

(noche) Disfruto del beneficio que me produce el Norfloxacino, pues ya ha conseguido sacarme

del malestar y me siento con nuevas ganas de hacer. Esta noche leo a la Pizarnik por enésima vez y escucho la música de Lhasa. Estoy feliz.

104


7 de diciembre de 2004 Hago puente trabajando, es decir, al mismo tiempo trabajo y hago el puente, que Antonio G. T.

siempre está atento al tema gerundios y va por él. Y recibo libro último de Antonio Piñeiro, «Mentres te

alonxas», en lengua gallega y con ilustraciones minimalistas de Xerardo Crusat. Una edición limpia, con

una pequeña serie no venal, numerada y muy cuidada. Con este pequeño volumen, Antonio P. se estrena

como editor/autoeditor –mucha suerte, amigo–. Es muy curioso, porque mi historia con Antonio P. está llena de azares que apenas nos permiten comunicarnos. Cuando no es el mail –el suyo envía, pero jamás recibe–, es mi ausencia física o cualquier otro cúmulo de circunstancias. Habrá que poner soluciones ahora que tengo su teléfono. Por lo que se refiere a sus poemas, una muestra breve de catorce composi-

ciones, decir que en ellos levita una sensibilidad interesante que me recuerda algo a cierta poesía iberoamericana actual inédita en España, a la que accedo por amigos de aquellos lares. Es muy curioso obser-

var cómo las distancias regionales marcan tanto como las continentales. Otro tono el del gallego Antonio P., un tono que apenas leo en la nueva poesía española. Y qué bonito resulta leer la lengua de Rosalía.

(noche) Rematé la maqueta del número 5 «Señales de humo» –una revista pobre de medios, pero

muy digna– y creo que ha quedado fantástico. En este número aparecen testos de Cereijo, Jordi Doce, Lara, Morante, unos poemas de la compañera de Reche y una poética muy interesante de Cilleruelo. Yo, por mi parte, he hecho una crítica del libro de Eduardo Arroyo, «Un día sí y otro también», pues he que-

dado sorprendido de ese diario pictorico –no cuaderno de artista, por Dios– con tan alto contenido crítico e intelectual.

El resto de la tarde lo he pasado leyendo el último número de «Experimenta», donde me he

encontrado un artículo magro hablando de Fernando Beltrán (el jodío tiene el éxito en las manos y me alegro un montón), y pensando en que mañana sumo un dígito y todo sigue igual. 8 de diciembre de 2004 Cuarenta y siete tacos ya y como si nada, y para nada, y por nada, y de la nada. Sí, unos hijos,

una compañera, unos padres, unos amigos... pero el resumen es el de un vencido que escribe un tratado

de la desgana. Y es que el mundo me ha derrotado y he terminado por militar en las filas de lo lineal. Apenas digo ya lo que siento porque le hace mal a esa militancia. Eso es la derrota.

En fin, por eso de hacer resumen con la excusa de la etapa temporal cerrada, se me ocurre decir

que el mundo va a peor con todos sus tráficos de muerte –armas, pelas, personas...–, que el país me da más miedo que nunca, pues lo que en el 75 era un temor sobrepuesto por la ilusión, ahora se ha conver-

tido en miedo sumado a la decepción. Un fascismo de falso tono bajo y fondo lúgubre se ha hecho fuerte con el consentimiento de una ciudadanía cómoda –los «sólo a lo mío»– y está copando todas las estruc105


turas, desde las superestructuras a las miniestructuras, borrando lo que era conciencia de clase y eliminando la palabra «utopía» de los diccionarios. Ahora lo más normal es que los obreros sean de derechas

y se alimenten de un odio cerval a todo lo que les suponga tensión en sus pequeñas posesiones. Ya no se

quiere convivir, se quiere derrotar y eliminar al que no comparte su pensamiento práctico. Me preocupa mucho el país, de verdad. Y la Iglesia volviendo a emborronarlo todo con su fango tapado de poder y de

dinero, tocando siempre a la estabilidad por el lado de la moralina y abundando en su «fe de ratas» utili-

zando el arma más mortal conocida, que se llama «Dios». En los planos secundarios, se fomentan las

mafias por todos lados, las de la construcción, las de la droga, las de la prostitución, las de las armas –estas son las mayores–, las de los gremios profesionales... y las literarias. ¡Una mierda de mundo! Y todo se concreta en una cadena de favores y silencios, en un mar de fondo que ahoga a los «diferentes».

Y a mí esto me preocupa por mis hijos, a los que dejo en el mundo para que sean corderos de

sonrisa fácil y sin más libertad que la del alambrado y el camino único hacia el matadero. Qué triste.

Esta mañana, después de recibir el amor de mi gente en forma de abrazos fuertes y hondos, he

subido a ver a mis padres. Mi madre estaba planchando con una sonrisa de oreja a oreja porque han desaparecido los vértigos –aunque la cadera le abrasa de dolor– mientras mi padre me decía: «¿a que está más

guapa que nunca?... y con setenta años». Yo asentí con ganas de llorar mientras mi madre me besaba en

la mejilla. Antes de subir a su/mi casa, le compré un montón de revistas de cotilleo, pues sé que le encan-

tan y que se le pasa el tiempo del dolor más deprisa mientras imagina todas esas vidas regaladas. Así no le da tiempo a pensar en nuestros fracasos. Prefiero encerrarme en mi coraza y alimentarme del recuer-

do de mis padres llenos de actividad, poderosos, alegres, vivísimos, siempre apoyándome con más de lo

que podían y animándome a seguir y a luchar contra todo y contra todos. Son un referente gozoso y doloroso a la vez y muchos días convocan en mí un llanto desconsolado que no sé si es por tenerlos o por no saber tenerlos.

En el plano literario, pocas cosas me han parecido destacables este año. Quizás el último poe-

mario –inédito– de Belén Artuñedo, «Teselas»; el diario de Alejandra Pizarnik y los apuntes memorísti-

cos de Diego Fernández Magdaleno y de Antonio Gutiérrez Turrión –de este último es bellísima la evo-

cación de sus padres, que recuerdo nítidamente cómo me erizó y cómo me llevó a las lágrimas–. Poco

más que no sean pinceladas de la presencia en Béjar de Ángel González y un par de poemas memorables

de Morante –en los que abandonó la distancia poética que siempre pone en todo y se dejó llevar por el sentimiento vivo–.

De las amistades, conservo a mis mejores amigos e intento cuidarlos lo mejor que puedo. De

entre todos ellos, que son bastantes, pongo aquí a Juanito, a Morante, a Diego, a Barral y a Belén. Amigos de silencios largos –como los míos– que siempre saben estar ahí para todo lo que haga falta.

Y mi Mª Ángeles, compañera indispensable, el amor tranquilo, que sabe darme espacio y aire,

que me aguanta y me apoya siempre, que somos uno y nada, y siempre más que dos.

Y de mi producción personal, doy gracias a este diario que me permite ser en palabras, a mi libri106


to inacabable de aforismos, y un poemario en el que creo a pies juntillas, porque es lo mejor que he escrito nunca: mi inédito «El gato sólo quería Harry». Un año más y también un año menos. 9 de diciembre de 2004 Viaje a la niebla. Pucela con sostén rojo de encaje y oliendo a Navidad podrida. Viaje sin vistas,

como las habitaciones de todos los últimos hoteles que he visitado. Pucela con bragas rojas de blonda y mordiéndose el labio. No hay tallas pequeñas de ropa interior femenina, no se hacen. La librería Margen

a pie de página. Quirós en el verdín y Aganzo en la punta de la ola pequeña. Todo bronce, todo mármol, todo fruto otoñal de una niebla espesa que apenas deja ver los semáforos pintados de kaki. El Gato Gris

lleva corbata pop en Pucela, que lo he visto con estos ojos tristes. Piano y poesía rimaron entre sábanas un día, ya no, y lo comenta la gran Literatura y la mediana. Una tienda de plumas estilográficas con sec-

ción de reparaciones y dos hermanas solteras que jamás soportarían el rojo entre sus fajas. Ora pro nobis,

Lesbia. Libros sobre anaqueles esperando a que alguien los saque a bailar un rato. Y viaje desde la niebla a este ocaso con seguro de vida y tarjetas de débito. Entre medias de seda, un asomo de amor o roma desconquistándose. Una gasolinera convoca la razón del solitario. ¿Lloverá alguna vez sobre mi sexo lacio?

10 de diciembre de 2004 Escucho anonadado la banda sonora de «2046», la película de Wong Kar Wai, el regalo más

bonito que he recibido en estos días –salvando miradas y abrazo, letras y versos–. El tema central me excita hasta tal punto, que apago la luz y cierro los ojos mientras suena para buscar la peligrosa pasión de los besos Orient Hotel. Navego por una pasión que no conozco, vibro en la percusión como un latido

y me gustaría desaparecer de aquí y estar allí, donde el sentimiento es extremo, donde se nace y se muere por una boca, por unas manos, por unos brazos rodeándote. Ser una alimaña y ser también la humedad y las vísceras. Estoy disfrutando como nunca con esta música.

Y qué más... ¡Ah!, que Herme me ha escrito palabras cercanas, de las de verdad; que Morante

sigue siendo rosa de los vientos, que Lara C. está en el tono y en la frecuencia, que Diego F. Magdaleno

ha escrito un diario de 2004 entre notarial y escalofriante, que Juanito tiene también un año más y es mi

amigo del alma, que Belén aún me guarda un rinconcito, que Fermín sigue en su poesía rural y delicada, y que aún tengo capacidad de sentir el amor y la amistad y estoy aprendiendo a desenvolverlos. dable.

Me he rajado las manos haciendo calendarios y el dolor se mezcla con el frío. Es un dolor agra-

107


11 de diciembre de 2004 A primera hora llego sediento a la música de «2046» como un náufrago que se aleja de los res-

tos del naufragio y vuelve la vista a aquella seguridad tan precaria, y mira al horizonte sin saber, con el

latido de lo inesperado bajo sus pies y sobre sus ojos. Lo primero que he hecho al llegar a mi estudio ha sido poner el primer tema a todo volumen. Y en el correo, nuevo libro de uno de mis poetas más queri-

dos, Máximo Hernández Fernández, un tipo auténtico en todo, sin ínfulas, lleno de ironía y de sorpresa,

mayor en todo. «Zooilógico» se titula esta galería de hombres/animales en peligro de masificación, o en peligro de manifestación –como aquellla de los exorcismos... ¡Manifiéstate!–. Yo confieso que me he

divertido mucho leyendo este libro –que lo he hecho en un ratito– y que me he visto en muchos de sus versos. Un sobresaliente otra vez para Máximo («con la desolación del que conoce / la sed de la espe-

ranza, / del que sabe que tierra / es igual que frontera, / del que intuye que garra / es igual que jornada,

/ alejado del fuego de los héroes, / siempre tendido al sol / que más calienta, / espera en el calor / de la costumbre / ser ceniza genial, / no llama viva.» [‘Lagarto’]). Y aquel ritmillo, siempre en Máximo aquel delicioso ritmillo. !Enhorabuena, hermano! El libro lo ha publicado «La Poesía, señor hidalgo», una deli-

cia editorial del gran Ramón García Mateos, otro pedazo de poeta al que tengo ganas de abrazar un día de estos.

Suena «Siboney»... «...ven aquí, que te quiero y que todo tesoro eres tú para mí ... si no vienes,

me moriré de amor ...oye el eco de mi canto de cristal...» mientras, leo el afecto escueto de Alberto

Hernández en mi mail, ese tipo multicolor por dentro y verde loden por fuera que me ha enseñado a poner

interrogaciones en los ojos. Y luego me planto justo enfrente de «mi»/su cuadro negro texturado, que juega a la luz y a la sombra mientras los niños se mueven por la habitación. Ese cuadro cabrón tiene vida

propia, una vida retorcida que mira constantemente otro cuadro de Antonio Garrido, el de un obrero con una pértiga al que se le cae el edificio al fondo, pero el tipo no hace caso, sólo mira al cuadro de Alberto

con un escepticismo jodidamente insultante, como diciendo: «ni tú ni yo somos nada, ni tampoco el infe-

liz que nos colgó en esta condena de paredes». Gracias, Alberto y Antonio, por este juego que tanto me

distrae y que tantas palabras me evoca. En esa habitación también comparten paredes Rafaelito Pérez Estrada, Abraham Gragera, Mescalina, Gabriel Miró (un grabado baratito, que soy pobre, aunque numerado, firmado y con certificado de autenticidad), Lía Kaufman, Antonio Gómez, Pepe Hierro, El Roto, Marín García, José Manuel Sánchez, Daniel Mordzinski, Javier Bauluz, Montoya, Pajares, Pepe Muñoz,

Luis Eduardo Aute, Kirita, Tattoo, Esther Muntañola, Fernando Arrabal y Eduardo Arroyo. Una nómina de buenos y malos momentos personales que mantengo como iconos de vida y como restos de ese naufragio al que me refería antes. Pensándolo bien, necesito vivir entre ventanas, y los cuadros son las ventanas de mi casa, esas lucernas donde respirar y respirarse.

Paseo en el frío un ratito y leo la prensa mema de la provincia. Y me descojono. El alcalde no

asume la pérdida de población en Béjar, que se ha demostrado censalmente que está en torno a las 2.000 108


personas desde el año 1995, y argumenta que no se pueden contar los mil trescientos y pico muertos habidos en este periodo; vamos, que los muertos tienen tumba en casa y son población activa –para los necró-

fagos–, aunque en vez de consumir, se consumen. Otra boutade municipal para el sonrojo. Béjar está como está y es culpa de todos y cada uno. Del señor alcalde también, ¿cómo no? ¿Por qué no se ponen manos a la obra y dejan ya de discutir y de producirnos esa vergüenza ajena tan incómoda? Se especula con que hay políticos pequeños que se lo están llevando calentito, pues que empiecen por ahí, por depu-

rar los hurtos en metálico y en moral, que apacigüen los ánimos y que trabajen en colaboración estrecha con «todos» los colectivos sociales, coño, que el pueblo se nos viene abajo de un día para otro. Y que no

metan en la cárcel a nadie, pero que les obliguen a reponer lo tomado junto a la moral de la gente de a

pie. Que se olviden ya de las meriendas de negros y curren como se debe currar: un proyecto serio de ciudad consensuado por todos y fases sólidas de trabajo para ir adelantando con seguridad, que hasta ahora se va a puto salto de mata. Y paso ya de la mierda cercana, que siempre me da grandes dolores de cabeza.

(noche) He pasado la tarde en Salamanca con mis mariángeles –léase «compras»– y me he abu-

rrido de consumismo y marcas, que si «pulambiar», que si «bersca», que si «levis», que si «adidas»...

Cuando he podido, me he escaqueao para soplarme un café con bollo y para pillar unos detallines y unas

golos para mis dos pequeños y para mirar con ojos cándidos montones de plumas estilográficas inalcan-

zables para mi economía actual. Y ya estoy aquí, con la cartera adelgazada y un poquito mosca por la tarde perdida. No pasa nada, en fin, que me pondré a rematar unos poemillas visuales que se me han ocurrido en esta tarde chunga de atar. 12 de diciembre de 2004 «El amor, si es algo, es dos que se miran». Alejandra Pizarnik sabía tanto del amor.

Hoy, no sé por qué, echo de menos a mi hermana, me falta aquí, al lado, con esa sonrisa eterna

que pone paz y ganas. Quisiera tenerla cerca para charlar de cosas vanales, para abrazarnos, para tomar una copa juntos y que nos diera el amanecer. No es justo que las circunstancias alejen lo que quiso la genética, porque un hermano tiene algo intuitivo que le hace saber siempre cómo se returcen los senti-

mientos que brotan de la misma sangre. Y más cuando mi hermana ha sido para mí, siempre, un ser al que debía proteger sobre todas las cosas –no en vano yo era ya adolescente cuando ella vio la luz–.

Quisera contarle cómo se hicieron los lazos, cómo se edifico el cariño, cómo fue/es espejo en el que mirarme y causa de alegría constante en mi casa. Y es que los hermanos debiéramos hablar más de la memoria y de los deseos, de los padres y de la vida. Hoy necesito a mi hermana y no sé por qué.

Al salir de la ducha me he puesto el albornoz blanco que me ha regalado Mª Ángeles por mi

cumpleaños y me he mirado en el espejo del cuarto de baño, estaba empañado y mi imagen era borrosa, casí igual que la percepción que tengo de mí últimamente. He limpiado el espejo con la manga del albor109


noz y he indagado en mi rostro mojado. Ahora soy desaliño. Me he dejado bastante y mi pelo se enreda y monta sobre los ojos, que los encuentro más tristes de lo normal. La barba crece a su gusto y no me

importa, y detecto que la caída de mis labios hacia la izquierda se ha hecho más patente desde la última

vez que me miré con la misma curiosidad que ahora. También advierto que las canas lo han invadido todo. Me he secado y he mirado mi cuerpo entero, desnudo. No es patético, es un cuerpo normal, gran-

de, algo pasado de peso y con incipientes signos de decadencia. Lo que más me ha llamado la atención

es la escritura que llevo puesta, las múltiples heridas que han dejado sombras y marcas color café como configurando una geografía vital. Mi cuerpo es mi historia viva y lo maltrato con demasiada frecuencia.

También he mirado mi sexo y lo he sentido extraño –quizás sean los efectos del Norfloxacino que tan bien sabe atenuar los ataques de la cistitis crónica–. Y mis manos, lo que más me gusta de mi cuerpo,

laceradas ahora por decenas de pequeñas heriditas que me recuerdan en cada movimiento que estoy vivo –sobre todo cuando se mojan–. Me pregunto si no he desperdiciado mi cuerpo y, con él, todo el tiempo

de vida juntos. Luego, mientras caminaba hasta mi estudio, he mirado a mi sombra con la misma inten-

ción. Está mucho más joven que yo, más dinámica, más viva. He jugado a pisarla, y un par de personas que se han cruzado en mi camino me han mirado con gesto interrogativo. Yo les he contestado con una sonrisa. Cuando era niño, jugaba muchas veces a pisar mi sombra.

(tarde) He jugado un ajedrez contra el colega «Hiphop» durante el café y hoy le he ganado en

una frenética carrera de peones. Después, animado por la luz brillantísima de la tarde, me he puesto con mis poemas visuales, que esta vez huyen de la imagen y se quedan en la tipografía desnuda. Me han salido algunas cosas curiosas que he impreso y guardado en el cartapacio de «impresentables». Ahora ando

engolfado por enésima vez en la relectura de Pizarnik, no hago más que volver atrás en el texto y anotar cosillas que se me ocurren al amor de esa deliciosa lectura, absolutamente preñada de indicios con los que conformar poemas o cualquier otra cosa que se le parezca. Es inmenso el potencial literario y sensible de Alejandra. Un comedero para poetas hambrientos, como yo esta tarde. 13 de diciembre de 2004 Anoche, ya tarde, me senté a disfrutar de «In the mood for love», la película de Wong Kar Wai

que no había visto hasta ahora, pero que había imaginado durante un año mientras escuchaba su magní-

fica banda sonora. Una delicia para los sentidos en un tratado sobre la imposibilidad de los más bellos que he visto. La luz enrarecida, las tomas de detalle como cuadros geniales –cada una de ellas–, la mira-

da subjetiva del director hacia los personajes, los actores, la lluvia, el amor lacerante y nunca vencido, la radiografía de la espera, la calma oriental, la música en su exacto lugar jugando al contraste, la delicade-

za del tempo cinematográfico, la historia... Una verdadera obra de arte habitada absolutamente por la sen-

sibilidad. Y me metí en la cama con la sensación de algo vivido, como sintiéndome parte de aquella trama espesa y simple. Desde el paseo final a créditos del «Tercer hombre» no había visto escenas que habla110


sen mejor de los sentimientos hasta hoy. Sé que esta sensación de cosquilleo que ahora percibo me durará muchos días.

Y por la mañana, propuesta editorial de Boni desde el Ateneo Obrero de Gijón junto al alzado

de libro de los premiados en el concurso del Ateneo Obrero de Béjar –siempre tediosísimos los alzados–,

que contiene dos historias mediocres para mi gusto –quizás mejor la del segundo premio que la del primero–, manteniendo la línea de otros años. Creo que sería un buen momento para que el Ateneo se replantease este premio y buscara unificarlo con otros municipales para darle algo más de calado.

(tarde) Hago memoria sobre mis miedos y siempre aparecen las caras de mis hijos, y compren-

do que el miedo crece en la misma medida que el amor. Del «armario repleto de máscaras y días»

(Maximo Hernández dixit) saco la máscara que más se parece a mi piel y los días tristes. Miro mis pies desde arriba, desde mis ojos en alto, y me viene otra vez el vértigo, un vértigo de horas en blanco, de horas de «no hacer». Será mejor entrenerme con algo, quizás dibujando.

(noche) Nuevos cortes en mi mano izquierda, los jodidos cortes con papel son muy dolorosos.

Tengo ganas de que pase de una vez la Navidad para ver el mundo con otras manos. 14 de diciembre de 2004

Me pregunto si es decente escribir este diario, escribirlo y exponerlo como una gabardina anti-

gua para que lo mire cualquiera con ojos recelosos o como un recetario de cocina poco práctico.

Escribirlo a pecho abierto me amordaza demasiadas veces, y eso no me gusta; pero decirlo todo de viva voz, así, ¡hala!, sería ahora demasiado duro. Por una parte, esta convocatoria diaria al vómito me sirve de mucho como descarga, como ejercicio de escritura y como única forma de disciplina. En fin...

Esta mañana he recibido mail onomástico de Pepe Luna, entrañable siempre, con algunas goti-

tas de angostura por mi olvido de su nombre al recitar el rol de colaboradores en el último número de «Señales de humo» –publica un magnífico trabajo sobre Vicente Tortajada–. Y lo siento un montón, por-

que una de las sombras que caen sobre Pepe es que los «amigos» se han olvidado con harta frecuencia de todo lo que ha hecho por ellos, de los espacios literarios que les ha regalado y de lo poco fieles que

han sido para él y para con su obra. Hoy quiero reivindicar aquí a Pepe Luna Borge como hombre, como crítico serio y como autor de peso arrinconado por la ingratitud de algunos tipos poderosos de la litera-

tura con minúsculas que siempre han dicho ser sus amigos. ¡Un brindis por Pepe! También me regaña por

mis palabras sobre el cervantino ancianito que vive en Pucela. Sin comentarios en este caso, que yo sigo en mis trece.

(noche) [«... y un trago degenerado / del valle de este pueblo incomprensible / que no tiene mar

ni conciencia.»] Thomas Bernhard hablaba de mi pueblo desde su voz violenta mientras pensaba en el

suyo infestando su vida. Sí, vivo en un lugar incomprensible donde la conciencia brilla por su ausencia,

donde apenas quedan cuatro almas con las que cruzarse y charlar tranquila y sencillamente sin temer el 111


rebuzno. Quizás el ser extraño me habite a mí y los demás sean la injusta normalidad. No lo sé. Me gustaría, por lo menos, acabar siendo odiado o simplemente haciendo gracia, esa gracia del payaso que no llega ni a bufón... Y los niveles de convivencia siguen sosteniéndose en la máscara que esconde terribles

calaveras y ladrones de sonrisas. Esta farsa que es el mundo se hace aún más insoportable donde no eres

un ser sin nombre ni puedes pasar desapercibido. Me gustaría desaparecer, huir a algún lugar perdido en el que no pudiera manejarme más que con el idioma de los gestos y con la sonrisa. Beber, comer y amar

mirando rostros desconocidos. Y no volver jamás a pisar este oasis de Castilla para echarlo de menos con cariño y pensamientos positivos. Escucho el «Sway» de Dean Martin y me fumo un par de cigarros miran-

do el humo. Otra noche más. Gracias. 15 de diciembre de 2004

Hoy sólo se me ocurre pronunciar el nombre de Pilar Manjón con gran respeto. Por fin, en este

país, aparece la voz quebrada de una mujer bellísima para explicar a políticos y poderes mediáticos que el mundo es otra cosa, que la política es otra cosa, que el humanismo es otra cosa. Lo triste es que para que esa voz haya sido escuchada, ha tenido que mediar el dolor insoportable. Pero no sucederá nada, Pilar, estoy seguro. Unos días en los ojos y en la boca de todos y a seguir en la misma historia bufa y tris-

te de siempre, a perseverar en el mordisco rabioso y en el interés partidista –que tantas veces se aman-

ceba con el particular–. A mí, Pilar, por lo menos me ha servido para volver a creer en que hay personas

por las que luchar, por las que implicarse hasta las cejas en lo que sea. Y al margen de la cuestión de fondo

–que ya será comentada por millones de personas e interpretada por miles de intérpretes–, yo quiero que-

darme con lo sustantivo de tu belleza triste, una hermosa razón para sentir la necesidad de volver a hacer-

te sonreír con cosas mínimas, con recuerdos gratos, con un futuro armado desde y para la dignidad. Tus ojos eran ventanas mojadas, Pilar; ventanas mojadas abiertas como queriendo orear el alma. Hoy me he quedado prendado de tu voz quebrada, dura y dulcísima; de la luz gris plateada que irradiabas entera, de la rabia tranquila que tensaba tus manos –perfectas en sus gestos, tan delicadas–. Pilar, gracias por ser

fuerte y por hacernos fuertes, gracias por enseñarme que aún se puede luchar por la dignidad contra todo

y contra todos, gracias por ponerle tu rostro bellísimo a la verdad y al sentimiento trágico de esta isla que para unos es propiedad y patria, y, para otros, tierra donde pisar la vida o donde reposar un día. Un beso fuerte, fuerte, junto a mi admiración y mi respeto.

(noche) He vuelto a llorar como un hombre mientras veía junto a toda mi familia las noticias de

las nueve. Pilar Manjón otra vez, y ahora junto a mis dos mariángeles, los tres vivamente emocionados. Sin palabras. Y sólo un apunte más sobre este tema, la insoportable actitud chulesca del representante del

PP en la Comisión 11M, que leía con desdén durante la intervención de Pilar y se ausentó justo al terminar la intervención de su partido. Hiriente ese tipo, muy hiriente.

Y que el día ha quedado visto para sentencia, una sentencia de vida con música de Paolo Conte 112


y la lectura divertida de lo último escrito por Edu Izcaray, un buen tipo. Manos para hacer sombras sobre la pared, y también para asombrarse aún. Te quiero un montón, Pilar. 16 de diciembre de 2004 A primera hora recibo llamada de Pepe Rodríguez y Lara Cantizani. Con su magnífico proyec-

to literario/lucentino, aprovechan una sola llamada para hablar de mil temas –«¿Te han pagado...?... Felices fiestas... ¿Cómo van nuestros libros?... ¿Y esas ‘Señales de humo’?... Que vienes el 23E al encuentro de la comunidad judía, no puedes faltar... Que te leo, tío...»–. Un par de truhanes encantado-

res, casi pareja de des(h)echo, locos de remate, gente de magia. Y luego a montar un luminoso carnicero en una fachada, que mi empresa es como el circo Price, pero en rebajas. Coñas con A. Garrido (¿se nos casará por fin?), Juanito «pernales» de baja por nervio ciático sensible y Richar siempre con su insultan-

te juventud mirando con una sonrisa puñetera el desengranado trajinar de mis riñones. Vamos, una mañana de libro abierto. Y la noche, con tres horas de curro imprentero como propina. Mira que odio las puñeteras navidades. Y que me escribe mail corto Maxi, y que me voy a dormir ya, que es algo tarde, ¿no? 17 de diciembre de 2004 ¡Coño!, se me ha ido una oportunidad de las manos por un pelo. Llamé a Libros Madrid para

pedir «Poesías serias y humorísticas», de Pedro Antonio de Alarcón, en una edición de 1885 realizada

por A. Pérez Dubrull, y con dedicatoria autógrafa del autor. ¡Lo acababan de vender!, ¡me cago en rus!, y por 35 miserables euros. ¿Pero no dice el personal que nadie compra poesía?

(noche) Indago en mis notas sobre lecturas y me encuentro con un apunte largo y entusiasta

sobre «La Estética de la Resistencia» de Peter Weiss; cómo me gusta este libro y su mirada sobre la con-

ciencia y los ardores revolucionarios. Me gusta, sobre todo, porque de su lectura surgieron reflexiones largas sobre la identidad de la izquierda y su evolución hacia lo paniaguado, sobre la pérdida de la uto-

pía, sobre el triunfo de un capitalismo con guantes blandos que encierran garras terribles, sobre la amis-

tad hasta las últimas consecuencias, sobre el humanismo y la necesidad de luchar por una sociedad igualitaria sin méritos ni deméritos. Peter Weiss logró encenderme muchas veces, y otras tantas consiguió que desertase de mis ideas fundamentales en cuanto a lo social, como en una perversión de «El Príncipe» de

Maquiavelo. También me trajo la memoria de mi abuelo Felipe, masacrado terriblemente por sus ideas y por su militancia –mis comentarios al libro están plagados de citas sobre mi abuelo–. También consiguío llevarme a la desolación. Tengo que volver leerlo. 18 de diciembre de 2004

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Je, je, je... El premio Generación del 27 ha ido a parar a las manos finísimas y bien anilladas de

Luis Antonio de Villena. En el jurado estaban compañeros en otros jurados del tal Luisan, poetas antolo-

gados por el tal Luisan y poestetas premiados por el tal Luisan. 15.000 euratis que se vuelven a quedar

en casa, esa casa común de la poesía que es como las Cajas de Ahorros Confederadas (Caja Andalucía de Poesía, Caja Oviedo de Poesía, Caixa Loewe Levantina de Poesía, Caja Extremadura de Poesía, Caja de la Poesía Femenina Española... Todas confederadas, todas intercomunicadas, todas con sus ejecutivos benefactores o beneficiados, según el cuadre). Mejor hablar del amor o de la guerra, ¿no?

(tarde) Dediqué la mañana a la relectura de «En la desnudez de la luz», de Sophia de Mello, que

esta vez me resultó una aburrida poesía geográfica llena de imágenes líricas que no encuentran mi sensi-

bilidad en estos días grises de atar. Bellas imágenes decadentes: eso me ha parecido esta nueva lectura de Sophia. Qué libro tan distinto al que leí hace unos meses, siendo los mismos el libro y yo. ¿Quién ha cambiado? Luego me llevé a mi Guille a ver «Los Increíbles» al cine, nos pusimos ciegos a palomitas y chu-

ches y nos lo pasamos pipa. Mi hijo dice que él es el niño rápido y yo Mister Increíble, dos superhéroes de salón comedor con tele y mando a distancia. Yo, pasado de kilos; él, con unas ganas enormes de vivir.

(noche) Rebusco en el «Diario de un seductor», de Sören Kierkegaard, armas de sugerencia con

las que alimentar un poema de amor que tengo parado en el cuarto verso, un poema en el que mi Cordelia particular se ha detenido a mirarme a los ojos sin que yo sepa cómo continuar encajando lo espiritual en lo físico. Me encanta ese párrafo que escribe Sören K. después de hacer el amor por primera vez con Cordelia: «Ahora ya ha pasado todo, no debo volver a verla nunca más...». Algo de eso es lo que busco:

un ambiente enrarecido por un pretendido amor eterno, pervertirme/la en el engaño de lo espiritual y con-

seguir la plenitud del amor físico como final, insuflando el valor del recuerdo para explicar el abandono. Vamos, cortar en la cúspide del placer para no dar pie al desencanto. Y es que ando buscando de nuevo aquella vena erótica que tanto me divertía en mi escritura: la pasión, el sexo crudo, la ironía y la sorpre-

sa. Poemas tragicómicos y eroticofestivos. Y mucha mala hostia. Tengo que volver de nuevo a revisar la obra de Catulo («Ameana, esa moza tan manoseada, me ha pedido, justos, diez mil sestercios... // ...esta moza no está en sus cabales. No preguntéis cómo se encuentra: sufre alucinaciones.»). 19 de diciembre de 2004 Hace tiempo que desistí de ser feliz, pues ni en mil vidas podrían darse las circunstancias nece-

sarias para lograrlo. Ya me conformo con disfrutar de cosas pequeñas en tiempos muy limitados, y no me

va mal del todo. El haber perdido esa ambición de la felicidad ha resultado muy positivo para mi estado mental. Mis metas no eran grandes, la verdad, pero ni aún con poca ambición se consiguen. Me hubiera

gustado hacerme un nombre en la literatura hasta el justo punto de poder vivir de mis escritos, pero el precio que hay que pagar para ello no entra dentro de mis barreras morales –que no son muy altas, todo

sea dicho–. Hay que lamer demasiados culos y entrar en el juego de los favores, hay que callar y mentir 114


mucho, y, sobre todo, hay que escribir dentro de los cánones que te marquen los culos lamidos –y por ahí no quisiera pasar–. Sí, he conseguido algunas cosas, y debo decir que la mayoría de ellas por esfuerzo personal, pero mis experiencias en el dejarme querer han sido muy negativas. En fin...

Otro parámetro para acercarse a la felicidad es el curro. No trabajar, vamos. Con esa intención

inicié un proyecto de futuro bastante ambicioso: la creación de una empresa que conjuntase la preimpre-

sión, la impresión y la edición comercial. Para ello di un vuelco a mi vida profesional, me he embarcado

en una enorme inversión económica y me he puesto como meta temporal diez años. El resultado hasta el día de hoy son enormes deudas diferidas que no me permiten salir de la mísera mediocridad, la enorme pérdida de tiempo personal y la progresión geométrica del trabajo físico y de la preocupación. Y todo porque en el camino te encuentras con tipos inmorales en medidas diversas que sólo se mueven con el enga-

ño y la picaresca, con pretendida gente guay que a la hora de soltar la gallina, sonríen y se la quedan bien apretada al sobaco; con instituciones que ahogan porque demoran sus pagos hasta el límite de los lími-

tes, mientras multiplican sus pedidos y lo hacen con falta de responsbilidad hacia el otro –eso sin darte la posibilidad de la emisión de recibos a plazo, que las instituciones nunca pasan por el aro del compro-

miso de pago cerrado–. Luego están las miserias pequeñas, los autores que llegan con sus libros peque-

ños y te piden el esfuerzo de la edición, autores que con harta frecuencia no cumplen con lo pactado: el compromiso de venta y pago de un porcentaje de la edición para poder cubrir gastos. Un día de estos lo mismo hago una lista de la vergüenza.

Sólo la familia, mis hijos y mi Mª Ángeles, son capaces de nivelar la balanza para que pueda ir

anotando momentos especiales de amor, risas y lágrimas. Y algunos amigos de verdad.

Esa felicidad que yo quería... a veces reniego de haber aprendido a leer y a escribir, de haberme

empeñado en interpretar el mundo con preguntas. Quisiera haber sido un hombre primario sin más preguntas que las de lo físico, un animal en todos los términos conocidos, no buscar y encontrarse de cara el sol, la comida del día, un atardecer, el amor, la tristeza... vivir y morir una tarde como las demás, sin

ser percibido, sin tener que ser un fulano social y diciéndole a cada uno lo que piensas, y hacerlo con palabras sencillas.

Cuando tengo días como el de hoy, días oscuros, me encierro a solas y fumo hasta el asco –la

bebida no me gusta demasiado–. Luego me atiborro a chocolate.

(tarde) He comido en casa con mi gente –incluidos los abuelos–. Otra vez ese «Señor, bendice

estos alimentos que vamos a tomar en tu santo servicio». ¡Mierda! Yo sólo tomo los alimentos que me

he currado y luego, como mucho, me siento en el servicio a lo que sea, pero nunca con esa cosa de san-

tidad ajena o propia. Vale, no pasa nada. Madita me cantó un par de villancicos de despiste pa comérsela, y lo hizo como una reina buscando las llaves en el fondo del mar que en estos días es su bolso negro. Joder con la vida, joder con la cabeza, joder con todo. Y que me largué a pillar un café solo (yo y el café).

Y que le copio unos discos a Javier S. Paso. Y que hago un vídeo, desde la ventana, de una chica que esperaba inquieta en la acera de la calle Olivillas con la intención de que luego, mañana o cuando sea, 115


me sugiera un poema. Luego he estado evocando las calles cordobesas de la mano de Joaquín Pérez Azaustre, leyendo algunos de sus bien trazados artículos en la sección «Reloj de Sol» del Diario de

Córdoba. Algunos personajes conocidos han llegado otra vez desde el recuerdo lejano, las calles por las

que paseé con Abraham, Bernier y Reche; la plata, el sudor, el servicio militar en Cerro Muriano, el Meliá Córdoba y una noche de botellón rodeado de jóvenes amigos. La música de «Samite of Uganda» ha llenado el tiempo de lectura de un ambiente africano, y he evocado las noches de Arusha y de Mangola

Chini, las risas inteligentes del Kati wu Tarafa de Karatu, los esfuerzos denodados de Juma wu Erima

para enseñarme cuatro cositas de Swahili, los Dk-dk saltando junto al todoterreno, el wali-rosti con carne

de vaca vieja, los abultados doneti con té dulcísimo, la leche ácida de cebú, las sambusas picando como demonios, el lago Eyasi y los peces gato colgando de las bicicletas que huían de las nubes de moscas, los

enormes estromatolitos haciendo un suelo sobre el que pisar, el monte Meru con sus dos bocas volcánicas, el Río de los mosquitos y sus bandoleros, la falla del Riff, la carrera detrás de las jirafas, la lluvia volcándose sobre los jacarandás y las bugambilleas, el club inglés de Arusha con su mesa de billar ame-

ricano, el cucu con salsa agridulce sobre la mesa, el restaurante chino y su plátano rojo caramelizado, el mendigo masaai, la policía de frontera, el zoco negro, Carlitos –Viceministro de Deporte de Tanzania

durante aquellos días– y su tonillo cubano para pedir un «compiuter». Y busqué mis «Días de África», y

abandoné la lectura de Joaquín, y aquí estoy ahora embebido en aquellas jornadas en que la luna era la sonrisa del gato de Chesire y aprendí a contar hasta diez en swahili para poder pedir tabaco en los hote-

li o en los pequeños caboclos de los poblados de sabana: «Moya zigara, míster». Tengo que volver a Áfri-

ca.

Luego me llamó Diego F. M. y charlamos del género memorístico –qué pedante soy a veces–,

de sus contenidos y de su presentación final ante el público lector. Qué majo Diego, qué majo. 20 de diciembre de 2004

Hay ciertos oficios específicos para los hijos de puta, y uno de ellos es el de abogado con bufe-

te, y no es que todos los abogados sean hijos de puta, no; aunque muchos hijos de puta con posibles ter-

minan siendo abogados. Hoy me ha tocado lidiar con uno de esos ab/hp que cumplen todos los cánones, y he sentido ganas de retorcerle el pescuezo con mis manos. No quedarán así las cosas, y ya son dos ven-

detas las que tengo pendientes con esa camada de fieras podridas por el dinero a base de joder al pobre.

La mondonga capitalista ha fomentado el crecimiento de este veneno social que pone defensas donde hay pelas y mierda donde debiera reinar la justicia. Odiar me da vidilla, y por Satanás que hoy odio. ¡Mal cáncer os entre!, que decía mi gitano favorito, Chuchy, que anda ya hace unos años cantando por alegrías a Dios bendito a su santa madre.

«Achucarro», de Ravel, para limpiar la cabeza y un trago de ron a pelo. «Fuficio, viejo recoci-

do...», miro tu monda calavera.

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21 de diciembre de 2004 He tenido una conversación telefónica y deliciosa con Santi G. Valverde, mi contacto emérito en

Leganés. Me ha contado que está trabajando en un homenaje a Blas de Otero, que estuvo muy ligado a

Leganés, pues visitó con frecuencia el sanatorio psiquiátrico durante una época de salud precaria, empu-

jado por un amigo personal que trabajaba allí. Santi me apunta que cuenta conmigo en el proyecto y yo me alegro, porque ello supone volver a pasar un tiempo juntos. También me puso al día de los pasos musi-

cales de mi cantautor Jesús Márquez y de Paquito Ortega. Internet me ha traído también palabras de Rosa Ovejero y de Manolín Moya, que me ha prometido que un día de estos pasa por Béjar y nos ponemos al día. También debo anotar contacto telefónico con Sergio Gaspar, al que hace muchos años que no veo. Tengo interés en pasarle mi obra publicada para que me dé su opinión respetabilísima.

(noche) Ayer vi un programa dedicado a Eduardo Arroyo en Telemadrid. Comentaba con Dragó

su libro «Un día sí y otro también» y, sinceramente, me defraudó un poco, pues todo lo trató desde lo

anecdótico y diluyó mi idea trabajada sobre ese libro –publico esta semana un artículo crítico sobre el

mismo en «Señales de humo»–. También tengo que decir que me molestó verle junto a Dragó en esa tele de derechas que juega al poder/contrapoder. Me callo de momento para analizar nuevos datos sobre mi pintor preferido.

22 de diciembre de 2004 Chet Baker bebió «4 rosas» con agua. Bien frío. Más fría la mirada y la piel, como avisando del

muerto que ya era. Sonó «Spock na escada» mientras se abría el túmulo –podría haber sonado «Love and

theft» y todo habría sido más familiar, pero no fue así y tampoco importa–. La algarabía de los estorninos del atardecer llega al parque para llenar de excrementos a los paseantes, aunque Chet ya no podrá sonreír más que de su resquemor de gusanos.

Camino la ciudad estrecha y no encuentro dónde anidar. Los bares están llenos de esa injusticia

que es el juego –decorado esta vez con los sanildefonsitos para quitarle esa cosa tragaperras a la lotería–

y de la lujuria que la suerte pone en las caras de los contados clientes. Béjar sigue siendo un páramo triste, un cada vez menos. No me apetece tomar café con la musiquilla de números y el triunfo inmoral de la estupidez. Voy al curro a pelo para encontrarme a un Paco Montero de perfil bajo junto a un Pepe Honti crecido en su labor de ujier (aún resuenan en mis oídos sus palabras a la espalda. Por aclarar: «cuando

trabajo, trabajo duro y hago lo que me piden mis clientes, justo lo que me piden; y cuando tomo café es

porque no tengo trabajo que hacer o porque me da la gana, que mi libertad y mi dinero me dan para ello». Sin más, que quería desahogarme). En fin, café agradable en el Cubino con el puñetero soniquete lotero,

charleta sin nada que considerar y adiósbuenosdías. Chet me habría llamado gilipollas, pero Chet está 117


muerto, aunque su trompeta aún vive en un CD que tengo a mis pies. ¡Zas!, y el día que se pone como un alba del buen rollo. Trabajo a porrillo y deberes cumplidos. Si mis hijos no me cegasen el futuro, me

dedicaría sólo a escribir, pero les debo cierta esperanza de trabajo para mañana y tengo que joderme unos años.

(noche) «Qualquer coisa» para fumar y unos Chester con Caetano. La Navidad es una mierda

pinchá en un palo. Marino González Montero ha escrito su libro, «En dos tiempos», y es mi amigo, que

ya tiene tela.

23 de diciembre de 2004 Mi amigo Gerardo me ha regalado un reloj de Pertegaz, como si no bastara la amistad. Nos

hemos tomado unas cañas para celebrar el encuentro –cada día es más difícil encontrar tiempo para col-

marlo con los colegas de siempre– y hemos charlado un ratillo de las cosas pequeñas de la vida. Él ban-

cario y yo gerente de la nada. Dos purgatorios del sinsentido, dos esclavos de la «a» –que es una letra sin cambio–, dos que quisimos comernos el mundo un día para esto.

Gerardo Rico es un tipo extraordinario, vivaz, con una capacidad inigualable para el juego de

palabras. Si hubiera querido, habría sido un aforista muy destacado... pero la vida pide el sedentarismo

de la pasta, el statu social, una casa bien amueblada, uno o dos coches, algún viaje de vacaciones con señora y críos... Un desastre que ha terminado robándonos una voz inteligente para arrostrarla al absur-

do mar de los números. Cuando nos encontramos, siempre noto que aún queda en Gerardo un rastro de

huida, una pequeña chispa con la que alumbrar la libertad personal que se debe a sí mismo. El día menos pensado le echo una mano al cuello y me lo traigo al abismo de las letras y los cuadros. Recuerdo ahora que en los años setenta montamos junto al inefable Pepe Servando el «Equipo Contuvernio», llegando a

exponer algunos trabajos de collage fotográfico que emanaban directamente de la emoción intelectual de Pepe. Éramos profundamente felices entonces, con nuestras cámaras de fotos al hombro, barbilampiños con barba, desastrados, tímidos de matar, enamorados, locos... ¡Qué tiempos! A la generosidad de

Gerardo debo mis lecturas de los héroes de la Marvel, los disfrutes húmedos del «Lib» o del «Penthouse»,

las partidas de póker con y sin «pó», los angustiosos guateques en «The Boris» y las charletas sobre casi

todo. Hemos quedado para tomar mañana unas copas en plan tranqui.

(noche) Antonio Garrido se ha presentado hoy con una joya. Me ha pasado el concierto de

Caetano Veloso en Italia, un concierto dedicado al gran Fellini. Escuchándolo me reencuentro con la loca Volpina, con el bañista gordo, con el motorista levantando una nube de polvo, con los vilanos en un ballet Rímini, con la Grandisca, con Aurelio perseguido por los mussolinis, con la monja enana, con la estan-

quera de pechos descomunales, con el loco gritando «¡io voglio... yo quiero una mujer!», con el acorde-

onista ciego. Antoñito sabe tocarme la cosa sensible y siempre da en el blanco. Canta suave Caetano y yo disfruto. ¡Bien!

118


24 de diciembre de 2004 Recupero hoy un texto que creí perdido en los cajones de mi estudio, apuntes deslabazados que

dejo aquí para que reposen un tiempo, porque son yo y mi metro cuadrado para respirar:

1. «La soledad es el mejor acento para la razón. Cuando se está absolutamente solo, cuando

incluso los lazos más íntimos con los demás se olvidan, la razón funciona en su máxima pureza; pero es

una razón individual que se modela con parámetros absolutamente únicos. No importa el otro, no existe

la barrera de la conciencia ni la del ridículo. Desde esa razón pura se pueden arbitrar todos los movimientos, se pueden abarcar todos los indicios y darles la forma apetecida. Quizás en este justo punto la

razón haga una bella intersección con la libertad. De tal experiencia interior nace el acto creativo, que no tiene por qué tener una respuesta física... la creación para el deleite único del creador, la razón como experiencia interior inigualable, la libertad como patrimonio individual irrenunciable.».

A veces me asaltan días vacíos en los que deseo morir con la intensidad más inimaginada. Me

veo ínfimo, inexistente, perdido en los números vacíos de mis libros de cuentas y de mis papelotes. Soy incapaz de mirarme en los espejos, y menos en los ojos de los otros. Esos días fumo hasta la extenuación

y me desato en garabatear papeles, uno detrás de otro, a una velocidad de vértigo. Los garabatos de hoy son números deformados hasta resultar irreconocibles, «unos» con el mástil rizado ocupando toda la

superficie del papel, doses espirales con la inocencia perdida, treses abombados hasta el mismo ridículo, cuatros torturados en una eterna pasión de cruces, cincos con chorretones semejando la cera de una vela deshecha, seises anonadados en multitud de círculos concéntricos como cerezas o palomas a veces, sie-

tes obtusos, ochos entrelazados como rúbricas antiguas, nueves como una arboleda infantil indefinible. La garganta es pura flema y el tabaco me escuece en la lengua, en los pulmones. Y retorno a los números sin ganas, sumándoles los otros números terribles, los de las horas, los minutos, los segundos.

(tarde) Quiero a mi cuerpo, pero noto cómo se me va de las manos, cómo envejece, cómo se

arruga ante mis ojos. A veces no me reconozco en los espejos ni en los escaparates. El tipo que se enfren-

ta a mí no soy yo; después de mirar un rato, sólo encuentro algo mío en su mirada, pero no soy yo. Crecer es percibir cómo la piel se adapta sin queja alguna al modelado de las vísceras y a la flaccidez de los mús-

culos, notar las canas nevando el pecho, las sienes, el mentón. Mi autobiografía también es mi cuerpo con todos sus humores, con sus breves bacterias, con su bello rizado floreciendo bajo el sexo patético.

2. «¿Y la belleza de la inutilidad? No es creador el que persigue la originalidad como camino

único. El verdadero creador es el que sabe modificar la realidad de lo anecdótico creando símbolos universales.».

Llevo las gafas colgadas del cuello por un cordón marrón con pequeñas abrazaderas doradas que

atrapan las patillas de las gafas con auténtico celo, pero apenas me pongo las gafas porque me resultan molestas, aunque las necesito. Llevo un portaplumas con una pluma Pilot retráctil y una Meisterstuck 149 119


negra como el azabache más negro. La Pluma Pilot la utilizo para los garabatos –que cada día se hacen

más frecuentes–, y con la Meisterstuck 149 escribo algunas notas sobre mis pensamientos y firmo los

documentos de mi empresa. Las plumas son mi pasión, sobre todo si tienen el tacto frío y el peso justo

para sentirlas deslizarse sobre el papel. A veces me parece que son una prolongación natural de mi mano y no las suelto en todo el día. Mis plumas ejercen una labor relajante con sólo tocarlas. En alguna oca-

sión he llegado a pensar que todo el rito de las plumas tiene que ver con alguna carencia personal o con alguna frustración. No llevo anillos, ni el de casado, pues me dan una agobiante sensación de pérdida de libertad, de vínculo visible hacia los demás, un indicador de propiedad que no me gusta nada.

3. «La petulancia es como la sangre, es indispensable para la vida del hombre, y sólo la estupi-

dez puede ponerle sordina, porque no es lo mismo ser un petulante a secas que ser un petulante y un estúpido.».

Por las noches siempre vuelvo al trabajo, pero no a los números, vuelvo más bien a la soledad

de mi cueva, al silencio de los fantasmas. Entonces leo poemas herméticos, relatos de emergencia, revistas literarias antiguas. Mi oxígeno está en las noches solitarias de lectura. Cuando no leo, escribo algunas cosas, pero nunca acabo nada, porque siempre he considerado que acabar un texto, cerrarlo, es ase-

sinarlo. Todo queda siempre abierto en mi cueva porque estoy seguro de que la vida es sólo un proyecto hasta que se acaba, y, cuando se acaba, ya no es vida. Durante esas/estas horas de soledad fumo con delec-

tación, saboreo cada cigarro como una muerte tranquila y deseada. Algunas veces me quedo absorto mirándome las manos. Otras veces me quedo dormido de puro cansancio.

A veces me da por pensar en la ternura de los números, en su valor positivo, en su significado

concreto de adición y no de resta. Pienso en mi hijo Guillermo contando con la dificultad de la edad y con los dedos de la mano, así intento que los números me muestren su cara más agradable, pero siempre puede la realidad sobre mi esfuerzo: los números me ahogan.

Las letras son otra cosa distinta, menos cerradas de significación que los números, son signos

arropados de indicio, signos abiertos que ponen una simbología incierta a la imaginación, y pueden ser

mediocres si el hombre es mediocre, pobres si el hombre es pobre de espíritu, lúcidas si el hombre es lúcido, tristes si el hombre está triste... responden al ser mismo y al estado pasajero, laten al mismo son que el corazón del hombre, pueden emanar de las vísceras o del alma misma, definen o confunden, arman o destruyen, arrebatan o deprimen... Las letras, para su mal, también nombran a los números.

Me gustaría que mis hijos fueran brillantes, pero a la vez felices; que tengan la fortuna de cara,

pero que también la miseria les toque las tripas; conocer sus vidas colmadas, pero saberlos inquietos. Mis hijos son el miedo, el miedo total y absoluto en todos sus estadios. Odio el miedo sobre todas las cosas, pero adoro a mis hijos, y ello me produce tensión, una tensión confusa muy difícil de llevar.

Cuando era joven, cuando apenas tenía más ataduras que las qué yo decidía, el miedo era algo

ficticio y lejano. Nunca había pensado en la muerte como la pienso ahora, nunca había sentido los lazos

de la sangre ahogándome como ahora me ahogan. Los hijos me traen el miedo de la desaparición, del aca120


bamiento. También me traen el miedo que propicia la seguridad que debo darles y que yo mismo no tengo. Quizás en eso consista el amor: miedo, un miedo terrible a todo y a todos.

A veces, muy de tarde en tarde, salgo por la noche a tomar unas copas. Siempre hago coincidir

mis salidas en solitario con algún evento pasado que me marcó vivamente. Salgo a beber solo en el ani-

versario de la muerte del dictador, el día en que se van cumpliendo los años de la muerte de Cesare Pavese –el día 27 de agosto–, el día que pienso en Casariego Córdoba atado a los raíles de una triste vía de tren... Siempre bebo Havana 7 con cola y zumo de limón o me fumo un poquito de maría. Y siempre acabo riendo o llorando solo, caminando despacio en la ambigüedad de la noche, mirando con tristeza a las farolas que escupen sobre mí su luz ámbar. Al llegar a casa, siempre, todos duermen plácidamente.

Sobre mi mesa tengo un diccionario VOX de Biblograf forrado en plástico transparente. Es un

ejemplar antiguo de uso escolar, pero lo tengo porque me divierten las ilustraciones de línea que se repar-

ten abundantemente entre sus páginas. En el corte del contralomo hay escrito su nombre junto a unos dibujos regulares que semejan un zócalo persa. Me gusta pasar las hojas con rapidez para producir un efecto de movimiento sobre el dibujo. Tengo también sobre mi mesa unas tenazas de golpe seco con las

que personalizo los documentos de mi propiedad con mis iniciales en relieve. Trabajo en una estación G4

de Macintosh que amarillea por la acción del humo del tabaco. Completan mi mesa una cajita vacía de

bastoncillos de algodón hidrófilo repleta de pinturas, un paquetito de Kleenex, dos ceniceros con propa-

ganda de bebidas alcohólicas, una cajita de madera vacía que hace tiempo me regaló una amiga y tres mecheros baratos. Todo ello conforma un espacio habitable en el que poder soportar la venganza del tiempo y el dolor de los números. También reposan sobre mi mesa un motón de libros de poesía sin una línea definida.

Existir es no estar en los caminos paralelos al que hemos decido transitar, por ello me gustaría

no existir, no estar anudado a un solo camino, pero no sé cómo se puede lograr tal circunstancia. Existo y lo vomito a diario, porque soy consciente de que cada paso niega mil pasos distintos, y estoy asquea-

do de esta constante elección. Existo porque escogí el patinete rojo en el sesenta y siete, porque opté por el bachillerato de Ciencias y no por el de Lengua, porque decidí empezar a fumar en el setenta y cuatro, porque pedí tres prórrogas de estudios para aplazar mi servicio militar, porque salí una noche y decidí

volver a casa a las cuatro y cuarto de la madrugada mientras mis amigos continuaron la fiesta... Existir es dejar definitivamente de ser otro.

Hay días en los que me conformo con mirar una vela encendida o a una mujer que me sobrepa-

sa en mi camino al trabajo o un escaparate lleno de esos productos que se hacen necesarios por los ojos y no por la necesidad misma. Esos días me sobrecoge una sensación de falsa felicidad que hace su labu-

ro con exacta pulcritud. Conformarse, aunque sólo sea unos segundos, es permanecer, porque desaparecer es vivir, y vivir siempre lo entendí como no conformarse. Tonto juego de palabras, ¿verdad? Tonto

juego de palabras cuando la vida sólo es una parte pequeñita del azar que es todo, absolutamente todo.

¿Acaso la más mínima célula, el ser más simple, no es fruto de un azar? Dios no existe si decidimos que 121


no exista, y eso también es azar; un azar poco pensado, pero útil.

Otros días no me conformo con nada, y se me hace un nudo en la garganta, y eso es estar vivo.

No sé por qué estoy aquí y soy como soy pudiendo ser de otra manera, no sé cómo puedo aguantar la vida

que me he impuesto, no sé por qué escribo, no sé por qué no grito de una vez hasta que se me agote la voz. Pero eso es estar vivo. ¡Es estar vivo!

Últimamente me interesa mucho la muerte, noto en mí un sentimiento parecido a la pasión para

con este concepto. Es inexorable, por lo que debiera estar aceptada desde los primeros estadios del cono-

cimiento, pero siempre se la asocia a cierta fatalidad. Es bella, pero se la teme y se la desfigura en cual-

quier tipo de representación iconoclasta y se la mitifica desde el temeroso respeto en cualquier religión. No me importa lo que suceda después de la muerte, pero me subyuga su pensamiento, el pensamiento en el momento justo del salto de lo que supone un cuerpo organizado a un cuerpo caótico. La vida es orden y la muerte caos... ¿o quizás sea al contrario? No lo sé. En todo caso, me lo pregunto y me anonado inten-

tando responderme. ¿Cómo será un mundo por negación? No vida ni muerte, no orden ni caos, no yo ni vosotros. ¿Se puede definir la inexistencia?, ¿y no es eso la muerte, pura negación? A veces es más práctico afanarse en una copa de vino con la compañía de unas olivas bien aliñadas... ¿Y no es eso también la muerte?

Hoy es Nochebuena y hay que pasar por el rito de la cena en familia, por el rollo religioso de lo

que tiene un fundamento absolutamente pagano basado en los ciclos naturales, por engañar a los niños siendo parte flagrante de la sociedad capitalista basada en el sistema norteamericano. Pasaré y quizás dis-

frute de la charla con Antonio y Francisco, de las risas de mis hijos y de mis sobrinillas, de los villancicos de mi Mada, siempre en gracia de Dios y de los hombres. 25 de diciembre de 2004 25 de diciembre de 2004 // Otra vez la Navidad habitándose de fantasmas. Mira que yo no que-

ría, que sólo pensaba en pasar este día jugando con mis hijos y mis sobrinos al Pictionary y escribiendo

algo. Pues no, claro que no, no podía ser. Apareció la guerra incivil española con aquello de que en el

barrio de Salamanca madrileño se usurparon casas por los rojos, matando o echando a la calle a sus habitantes –mi abuelo no tuvo tiempo de saberlo, me cago en todo–, que si Dios y su santa madre –en todo he dicho–, que si el tal Losantos es buena gente –en éste sobre todo–, que si se reza por mí para que encuentre el camino –y en los puñeteros rezos–. Me da auténtico rubor tener que callarme en estas situa-

ciones por respeto a mi gente, y me retuerzo por dentro. ¡Soy apóstata declarado desde hace tiempo!, ¿vale? ¡No creo en Dios!, ¿vale? ¡Soy un rojo recalcitrante!, ¿vale? Y quiero ser tolerante, pero pido res-

peto, joder. ¡Ah!, y NO QUIERO QUE NADIE RECE POR MÍ, que ya me basto yo para amargarme solito la vida.

Con el cabreo, me escondí en mi estudio para escuchar a Caetano Veloso, hice un par de dibu122


jos nerviosísimos y estoy leyendo poemas de Bertolt Brecht para olvidarme de que algún antiguo colega

se jacta abombándose de que se dedica a la investigación de las técnicas narrativas y a publicar libros

sobre ese asunto tan importante. Yo no nací ayer y, como bien se sabe, en los pueblos pequeños nos conocemos todos, que yo también me hago mis congresillos e investigo en la jodidas musarañas. Y es que a

veces los colegas antiguos se olvidan de que compartimos referentes y pasado, que conocemos nuestros

desnudos al dedillo y resulta ridículo –y a veces insultante– jactarse de la propia miseria vistiéndola de lo ampuloso. Que la universidad de la vida sabe ya demasiado de las pequeñas miserias y de las grandes. Que uno vale justo lo que los demás estimen y lo que se aprecie a sí mismo, y eso es nada.

27 de diciembre de 2004 // Hace un frío de muerte, pero el calor llega de la mano de Antoñito

Orihuela y de Mar, que se acercan desde Helmántica para que tomemos un cafetín y para abrazarnos después de un montón de meses sin vernos. Mientras charlamos en mi estudio, llama Jesús Vázquez y me

cuenta que en nuestro disco –que por fin saldrá al mercado en febrero– hay que sumar una canción de Joaquín Sabina musicada por Jesusín. Un lujo. Enseño a mis amigos los últimos trabajos, tanto los dibujos últimos como los poemas visuales y mis dos poemarios inéditos, les copio «The living road» e intercambiamos cromos. Esta vez salgo ganando por goleada, pues Antonio me ha hecho un libro único como

regalo de cumpleaños «De Orce A Sevill A», lleno de ironía y de crítica social, y un poema en barro con

caracteres rúnicos. También me ha traído la reedición de «Este protervo zas», de Fernando Millán, de la

colección Las patitas de la sombra; «99 cajas para un mundo enfermo», de Juan Manuel Barrado, edita-

do por la Diputación de Cáceres, y «Zemos98», una revista de Creative Commons sobre la cultura audiovisual. Con el café, aparecen amigos como David González –al que debo edición cuando mis pelas lo per-

mitan–, Boni, el bueno de Natalio y nuestros críos. En el cambio de cromos yo me dejo un par de dibu-

jos de mujeres hechas bajo la técnica de pintar sobre una base de tonner gastado con tinta china y tiza, además de mis últimas ediciones. Se van pronto y yo me quedo con las ganas de seguir charlando con ellos.

28 de diciembre de 2004 El día ha salido extrañito. Todo el tiempo deseando algo sin saber qué. Leo un artículo de Jesús

Caldera sobre Mateo Hernández en la revista «La aventura de la Historia». Nada del otro mundo. Un bre-

vísimo resumen de trabajos editados por Bernáldez y family, pero buena voluntad para hacer correr el nombre del escultor animalista. Creo que sería más interesante una muestra de la obra de Mateo en el Reina Sofía con edición de catálogo a tope y esas mingadas. Me da que ahora se puede hacer. Tampoco estaría mal un apoyo institucional a los escritores de los culos del mundo español. 29 de diciembre de 2004

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Fumar, quizás, porque no existen banderas rojas en las playas de la vida y, quién sabe, lo mismo

algún tsunami... Comer, gozar, amar hasta la ictericia, hacer cada una de las cosas que quieres hacer, que

no hay banderas rojas y los créditos son cosas de hombres empeñados en darle aroma de realidad al decorado, y el trabajo es joderse la salud. Cientos de miles de muertos por hambre, por guerras... por cosas del dinero, por la simple naturaleza desperezándose unos metros y fulminando tantos futuros, tantos aho-

rros... Y los hombres de Dios hablando desde sus penes sin generosidad, queriéndose quedar con los trapos sucios en casa. Tanta muerte y los tipos de la religión censurando esa sodomía que tanto han practi-

cado y jodiendo sin condón al africano creyente. ¡Pucha!, qué mundo, hermanos. Dejar de fumar es una tontería, como morirse de vacaciones en el Tercer Mundo gozando de salud y monedas. Bombas se necesitan, sí, bombas que nos quiten cualquier pudor, y a follar como locos, y a comer como cerdos, y a fumar, coño, también a fumar para morirse de algo, ya que hemos visto cómo morir por nada. Ya. 30 de diciembre de 2004 Se acaba el año y el amor es otra cosa, y la solidaridad es otra cosa, y las ganas pasean por para-

jes lejanos. Este año me ha enseñado demasiadas miserias sociales y personales, me ha mostrado cómo la vejez y la enfermedad ajenas son capaces de hacerte sensible y duro a la vez, me ha avalado en mi con-

vicción de que hay que ponerse siempre la cara alegre y sentirse herido por dentro, que la muerte es el

paso siguiente, que hay que perder el pudor con todo y con todos. Yo diría que ha sido un año triste en el que me he resignado a ser el mejor escritor mediocre que conozco, en el que he visto mucha vanidad lite-

raria amancebada con el dinero oficial, en el que he escrito cientos de poemas fallidos, en el que he amado y odiado. También me ha afirmado en la individualidad y en el escepticismo. Mis proyectos profesiona-

les me han arruinado lo creativo y me han llevado muchas veces al asco, mis proyectos literarios son sólo humo, la palabra me flojea y sólo he sentido con mucha intesidad una rabia extraña.

De la gente que se ha cruzado en mi vida, pocos que salvar y muchos a los que llamar advene-

dizos, tahúres, escoria, cieno. El mundo, para no mirarlo. Mi mundo, para no pensar demasiado en él. Antes de deprimirme, prefiero suprimirme.

Hoy, por fin, David Torres ha nombrado a Urceloy en su columna de «El Mundo». Me alegro

por los dos.

31 de diciembre de 2004 La mañana ha salido algo etílica. He llegado a casa a eso de las cuatro de la tarde con un pede-

te lúcido estupendo, todo gracias a que hemos celebrado el fin de año con fervor de empresa. De esta

pequeña ola salgo pensando en Auxi, con la que compartí las últimas horas de la noche de ayer leyendo juntos y demostrándonos el cariño que no podemos darnos durante el resto del año. Quiero mucho a mi 124


hermana y siento con frecuencia su falta.

(noche) Despido el año junto a mis padres, Auxi, Ángeles y los críos y mi tía Toñi. No quedan

restos de aquella ilusión de los fines de año de los setenta/ochenta. Ninguno tenemos previsto salir de

fiesta y, justo después de las campanadas, ponemos el vídeo de la boda de mi prima Carmen como un ejercicio de memoria colectiva menor. Allí estaba el tío Ricardo para partirme el corazón. Emocionado, rememoré sus gestos, sus chistes constantes, su militancia en la mediocridad, su herida vital. Vi su muer-

te de nuevo en aquella cama triste de la habitación que fue mortaja en El Paseo de los Mártires 17. Recuerdo ahora que siempre me asustó lo oscuro de su oído, pues veía allí algo inexplicable que me infundía temor. En el vídeo se le encontraba tenso y feliz, y yo le encontré muy cercano, como si no se

hubiera ido aún. También apareció el tío Pedro, con su sonrisa eterna y la seguridad afirmando cada uno de sus gestos, otra desaparición pendiente aún de procesarse en mi cabeza.

Gracias a dios, Guille dobló enseguida y fue el argumento perfecto para huir de aquel doloroso

pozo de memoria. Mis otros hijos querían marcha, pero yo no estaba para fiestas, para ninguna fiesta. Nos fuimos todos a dormir con el gesto torcido. 1 de enero de 2005 No sé por qué, pero esta mañana me he despertado pensando en Ángel García López y en su

«Bestiario». He dejado a los niños en la cama y he corrido hasta mi estudio para buscar ese libro. Lo he

abierto, he leído algunos poemas, y no he sido capaz de encontrar el vínculo con este día, conmigo y con el pensamiento que me ha abordado al despertarme. Quizá mi memoria ande confundiendo versos y poe-

tas, quizás esté mezclando la realidad con el pasaje de los sueños. Por la tarde me he dedicado a buscar imágenes de lectoras en Internet para intentar encontrarle un resquicio a la escritura. No ha sido la mejor idea, pues he perdido la tarde en vano. 2 de enero de 2005 Cada día me resulta más difícil escribir. Sé exactamente lo que quiero decir, sé cómo decirlo, sé

a quién quiero llegar; pero no puedo escribir. Me distraigo enseguida con mis plumas, con algún libro

abierto al azar. Es como si no me interesara escribir lo que debo o como si quisiera extender el tiempo pensando en que, si llego al final de mi escritura, me quedaré vacío y no sabré qué hacer. La verdad es

que ahora todo me resulta confuso, no sé hacia dónde voy y dudo demasiado de mis caminos pasados.

Espero llamadas inconcretas que nunca llegan, cartas, signos. Busco referentes entre mis papelotes e intento agarrarme a algunos recuerdos, y no sé por qué, no sé qué produce este estado de incertidumbre

que me pone tan nervioso y que apenas me deja reposar. Cada día intento organizarme, intento escribir

ese poema que llevo en la cabeza desde hace meses, pero no puedo más que mirar la pantalla de mi orde125


nador como un memo hasta que decido distraerme con algo.

Pienso en lo que tengo, en lo absolutamente mío, y no encuentro nada más que este cuerpo que

va por su cuenta y al que agredo constantemente, al que no cuido nada. ¿Por qué no me cuido? Quizás quiera desertar de su cosa instintiva, de esos humores que piden roce o soledad, que aprisionan en el placer o el dolor.

Estos días han sido duros, pues he tenido que enfrentarme a los rigores del recuerdo y a la rea-

lidad durísima: Mi madre atorada en sus caderas oxidadas, Magdalena felizmente desorientada, Ricardo y Pedro como estampitas móviles en la tele de casa, desaparecidos para siempre, pero ahí, mostrando lo que fue su hálito; la sonrisa triste de mi padre, el encono religioso de Ángel con su cruz a cuestas y su empeño de Dios, Toñi como en una esquinita oscura. Creo que debiéramos morir pronto, antes de que lle-

gue el momento de las ganas de hacerlo y de la espera larga. La vejez es impúdica. Mi hermana se marchó otra vez a Sevilla y su imagen se impresiona en mi interior como una despedida eterna. Y queda Ángeles para sufrirme, para agotarme, para encenderme, para hacerme olvidar.

(tarde) Recuerdo ahora que la tarde del día 31 escuché por la cadena SER, en su emisión nacio-

nal de noticias de las 20 horas, unas declaraciones del alcalde de Béjar sobre su apoyo a mantener los

papeles catalanes en el archivo de Salamanca. Patético tener que oír el nombre de Béjar para escuchar las sandeces inconexas que yo escuché. Los políticos, como mínimo, debieran aportar un nivel formativo que les capacitase, como poco, para expresarse correctamente, hilando proposiciones hacia una conclusión.

Da pena, coño. Y mira que cada día me interesan menos estas historias, pero es para sentir vergüenza ajena.

Del asunto de los papeles catalanes, ya que los he traído a estas páginas, me apetece decir que

es una gansada por parte de todos. Que los quemen y se acabaron los tiras y aflojas políticos que sólo sir-

ven para quitar aire a lo importante: gestionar con racionalidad el dinero público y legislar para conseguir una sociedad más justa e igualitaria. ¡Pena negra! 3 de enero de 2005 Mil veces me he propuesto dejar de fumar, pero nunca he reunido la voluntad suficiente para

conseguirlo durante un día entero. No me importa demasiado, pero sí me preocupa esa poca educación de la voluntad que tanto mal me hace. En mi vida sólo he conseguido por medio de la voluntad el hábito de la escritura, y ha sido una lucha larga, hasta tal punto que he tenido que ponerme horarios esparta-

nos y fijar espacios diarios en los que no faltar jamás a la escritura. De esto sí estoy satisfecho, muy satisfecho, pues cada día cumplo con mis dos horas sobre el papel o amarrado al teclado de mi ordenador.

Otra historia es la de la constancia en un mismo palo literario o en una misma historia. Soy desastroso y caótico, me puede la velocidad de la cabeza y me meto en varios asuntos de escritura a la vez. También

soy consciente de mi evolución expresiva, lo que me hace sentirme bastante seguro a la hora de tomar un 126


trabajo creativo entre las manos. Otro asunto es acabarlo, bordarlo con el ejercicio de la relectura y la corrección. Quizás por ello siempre me engaño a mí mismo con esa cosa del valor del impulso y de la

confianza total en las primeras tomas. Ahí reside mi fracaso como escritor, en que dejo salir lo que tengo y lo dejo desnudo, lo dejo crecer a su aire sin alimentarlo. Y todo por mi jodida falta de voluntad y por la incapacidad de saber sufrir frente al papel. Si a ello le sumo que tampoco he sabido rematar nunca en

lo social, que no he sabido aprovecharme de las circunstancias y de las traicioneras amistades literarias,

me queda el lugar y el estado en que me encuentro: silencio absoluto desde el exterior y silencio rabioso en el interior. Aún me duele que «El amante discreto de Lauren Bacall» no haya merecido ni una mise-

rable reseña en un diario de provincia, ni aún siendo editado por Visor. En ese libro di todo lo que tenía

y el resultado ha sido silencio total, y eso sin considerar que quedó por detrás del título de la Peri Rossi en el «Rafael Alberti» –un poemario frío, sin poesía dentro, puro prosaísmo en frases cortadas–. Me resulta difícil pensar que algún día pueda escribir una poesía tan trabada y tan sentida como esa. Tampoco sé

si el libro se ha vendido, pues el editor no ha dado nunca señales de vida. Silencio y soledad es todo ahora, pues ya no tengo aquellas colaboraciones en prensa que me daban vidilla y ganas de seguir, ni las publi-

caciones de creación en revistas –todo porque he dejado de comunicarme con la gente–. La ilusión que me ofreció la posibilidad de trabajar proyectos culturales con la Fundación Premysa también se va apa-

gando, pues todo se ha hecho silencio y me temo que el camino que van a seguir tiene muy poco que ver

con la idea que yo me había creado. En fin, habrá que esperar a que el tiempo ponga y quite para ver en qué queda todo: mi trabajo creativo y los proyectos de los otros con sus recelos y sus empujones por ubi-

carse –un juego al que no me apetece nada jugar–. Si se consigue sacar adelante algún proyecto serio de futuro para Béjar ya me conformo, aunque en el ámbito cultural no se haga nada.

(noche) He leído la columna de David Torres en «El Mundo» de hoy y no me ha gustado nada.

Yo sé que él es capaz de escribir como los ángeles, pero se está encebollando en trabajar por la causa de

la casa –será que le pagán bien y que necesita esa pasta junto al estiliteo de diario nacional–. Lo mismo digo de Paco Umbral, imbuido en su rollo de divina y jugando a la mierda de no dejar títere con cabeza. Y lo mismo, pero en peor, de Fernando Arrabal con tus panteras arrabaleras y sus boutades trasnochadas. Una pena.

4 de enero de 2005 Que vino Julito Espinosa Guerra a ver el nacimiento de su nuevo libro. Encantador el chileno y

yo creo que feliz con la edición que le hemos realizado. La visita ha sido corta, pero ha dado para una

comida tanquilita con charla incluida. Julio es un tipo interesante, empeñado en la Literatura a pesar de todos los pesares, aventurero, muy leído y con un criterio bastante formado. Hablamos de Dios y su santa

madre, es decir, de García Montero, de Benedetti, de Gamoneda, de Urceloy, y nos contamos un poquito nuestros trabajos últimos. A las cuatro menos cuarto salió para Madrid con una sonrisa. 127


(noche) Me llama Antonio G. T. para echarme un patas por alto cariñoso. Mea culpa. Él sí esci-

bió sobre mi «Amante...», y lo hizo con verdadero cariño. Pido perdón y doy las gracias. También recuer-

do una reseña de Pepe García Pérez en el Diario de Málaga. Gracias también a Pepe, y más perdón, coño. Yo quería referirme a esas reseñas que no vienen trabadas por la amistad personal y la cercanía, las más

importantes, sin duda. Me refería a esas otras reseñas que vienen instigadas por la fuerza editorial, las que hacen que los libros se vendan, que los autores sonemos en el mundillo vano de lo paraliterario –es mi

vanidad la que está herida, no otra cosa, mi vanidad y la tristeza por ese libro que considero perdido para todo y para casi todos–. También me escribió Belén hoy para contarme que necesita volver a escribir, que

le dé una pauta. ¿Yo?, ay, reina. Y Santiago Aguaded Landero me llamó para indicarme que me enviará un inédito en el que tiene puesta toda su vida. Prometo leerlo con todo el cariño, pues admiro la obra de Santi, sobre todo un último poemario sobre el dolor que tuve ocasión de leer siendo jurado del premio «Ciudad de Leganés 2004». Reconocí enseguida su escritura tan personal y dolorosa –eso ya es un punto, ¿no?–. Es un magnífico poeta. 5 de enero de 2005 Mi hijo Guillermo me dijo esta mañana que había visto a los «pajeros» de los Reyes Magos y

que había hablado con ellos, y está empeñado en que a los «cabellos» de los Reyes hay que dejarles un

vasito de agua por la noche, que es lo único que les gusta. Me encanta mi Guille, sabe hacerme feliz cuan-

do me dice «¡papiiii!» o cuando me cuenta sus historias de «Ciclónics» y «Megabós Energon». Hoy es el único que cree en los Reyes en mi casa y está encendido, nerviso, feliz. Le quiero. 6 de enero de 2005 Los días de Reyes siempre fueron de madrugar. Antes por la emoción propia y ahora por la emo-

ción de mis hijos. Hoy, por supuesto, ha sido día de madrugar –todo es relativo, Felipe, que te has levan-

tado de la cama a las 10,30 a.m.–. Risas, chilliditos de asombro, «esto no funciona, papá»... y besos y

achuchones muy reconfortantes. Este año le he regalado a mi hija la obra completa en edición bilingüe de Mallarmé y mi cuaderno de dibujos. A Mª Ángeles, un libro de poemas de B. Brecht, el concierto de

Bob Dylan con la Banda y una reproducción enorme de una foto antigua en la que aparece ella junto a todas sus hermanas. A los críos, juegos modernos.

(mediodía) Cuando me llamó A. G. T., hace un par de días, dejó caer, como quien no quiere la

cosa, más o menos, que mi diario es triste y que no hago más que darle vueltas a historias de soledad. Sí,

acabo de releer lo escrito desde primeros de noviembre y el colega tiene razón. El caso es que soy yo el

que escribe y los sentimientos reflejados son los que me tocan. Quizás debiera escribir más hacia afuera, más con la máscara de estar frente a los demás. Quizás debiera centrarme en pensamientos positivos o 128


volver a buscar el tono ácido y la ironía. Sería mucho más divertido. Y es que llevo una temporada dema-

siado centrado en mí mismo. A lo mejor me vendría bien volver a despedazar libros, personas e institu-

ciones desde estas páginas; decir con sinceridad lo que pienso de todos y cada uno. No sé. La historia radica, sobre todo, en que mi empresa me tensa demasiado a diario y, cuando encuentro la esquinita de soledad, sólo sé pensar en mí, sobre mí, para mí. A lo mejor tendría que contar lo que sé sobre la no acep-

tación de L. A. en la Real Academia de la Lengua, cómo se gestó el fracaso del último premio Loewe o cómo ganó L. A. de V. su último galardón, qué mueve a publicar a un autor en Visor o Tusquet y cómo

puede lograrse editar allí, el proceso para que García Martín hable bien de alguien en «El Mundo» o cómo escribir para «El Cultural» cobrando, la historia de los prejurados de los premios editados por Hiperión, las magras mil/movidas cervantinas por todo el territorio nacional, los sorprendentes ascensos de A. N. y A. T., el decadente subir de D. T., las tarifas actualizadas por ponencia en congreso según autores, las exi-

gencias descojonantes de la diva literaria C. P., la historia del editor delincuente de Arenas, la derechiza-

ción de las estructuras literarias autonómicas, la lista de poetas castigados, la alegría de la Poesía de la Experiencia con el triunfo socialista –y los beneficios obtenidos por ello/ellos–, los cargos dados y los negados, lo que piensan los poetas latinoamericanos de García Montero, los parentescos de algunos que

publican asiduamente para sorpresa de todos, la estrategia de G. para llevarse en tres telediarios todos los grandes reconocimientos institucionales, la gran provisión de fondos que llega a cierta institución cultu-

ral sin ánimo de lucro y sus ediciones... en fin, que a lo mejor mi diario sería mucho más interesante si contase los entresijos ajenos y pasase de los propios. Creo que ahora no es el momento de entrar a ese saco lleno de peligros, aunque me consta que es un saco goloso para muchos lectores ávidos del amari-

llismo literario. También podría contar algunas movidas sociopolíticas de índole local de mucho interés, pero prefiero que sigan latentes y que los afectados mantengan su distancia conmigo, amparándose en su temor a mis palabras y a los documentos que las avalan, respetando mi espacio de forma escrupulosa –tal

y como lo han hecho hasta el día de hoy–. Que no estoy para guerrillas en estos días, que logré apartarme de la marasma de la O. C. –sabe Dios que me ha costado un montón abandonar mis contumbres– y no quiero más extorsiones en mi vida que las que yo decida y las que yo haga. Punto en boca.

(tarde) Hubo intercambio de regalos en casa Magdala, como siempre, y este año cayó un doble

CD de homenje a Javier Krahe, «Y todo es vanidad», que ahora mismo escucho con curiosidad. He terminado de leer «Las amistades peligrosas», de Choderlos de Laclos; lectura de etapas eternas y de dema-

siados plazos –llevo con este libro más de seis meses–. Un texto lleno de perversión que en ciertos

momentos ha llegado a estremecerme. Me fascina la forma de amor que se profesan la marquesa de

Merteuil y el vizconde de Valmont, ese amarse a través de los otros con una lujuria sobresaliente. Me ha fascinado esa relación epistolar llena de una maldad crecida del amor más intenso –«¿Ya no se acuerda de que el amor, como la medicina, no es sino el arte de ayudar a la naturaleza?». 7 de enero de 2005 129


Ayer leí una entrevista larga a Enrique Vila-Matas en el diario digital «Noticias de Oaxaca», elo-

giosísimo el entrevistador, entre otras cosas, porque Enrique obtuvo hace unos años del premio venezolano Rómulo Gallegos. Enrique cuenta su historia de escritor por aburrimiento, alardea de sus roces/caricias con Antonio Tabucchi y habla de sí mismo con cierto rollo de todo viene a mí y ya está. No es Vila-

Matas un escritor que me agrade, ni tampoco un tipo que me caiga demasiado bien, pero anoto la lectu-

ra de esta entrevista porque me resulta muy acertado decir que se escribe por aburrimiento. Yo mismo escribo por puro aburrimiento. Escribo porque no viajo a París, porque no tengo un par de amantes o tres,

porque mis aventuras sólo están en la cabeza, porque me sienta mal la bebida al estómago, porque no me

gusta el hip-hop... y me aburro, coño; me aburro un montón. Otro asunto es aburrir con los escritos al lector, y ahí quizás coincidamos E. V. M. y yo, en que aburrimos al lector con purita pasión. Lo malo es que

Tabucchi no es mi colega y, por tanto, no puedo contar anécdotas del escritor italiano en las entrevistas que no me hacen. Sí, escribo por aburrimiento, además de hacerlo en gran medida por vanidad. Suerte al bilioso Enrique en su gira venezolana.

Por cierto, que ya escuché entero el disco que me regalaron ayer, el homenaje a Javier Krahe, y

sólo se me ocurre decir que le han jodido las canciones, todas y una a una. Una pena de edición que no

le recomendaré a nadie, pues Krahe me cae de puta madre y lo que le han hecho me parece un auténtico pastiche. Lo siento un montón.

(tarde) Esta mañana me ha llegado el ultimo número –el 33– de «Cuadernos del matemático»

del colega Ezequías. Gordo, caótico, casi caja de Pandora. Me he dedicado a echarle un vistazo y me he quedado con un estudio parcial de Natalia Carbajosa sobre la obra de Jesús Hilario Tundidor. Me ha hecho mucha gracia que Natalia titule el trabajo: «El tiempo inútil de la Poesía: Jesús Hilario Tundidor»,

traído sin duda alguna del libro de poemas comentados que le publiqué a Jesús en mi «Árbol Espiral», que llevaba por título «Repaso de un tiempo inútil», cabecera de un poema de Jesús Hilario que utilicé entonces por mi cuenta y riesgo, sin contar con el visto bueno del autor. Recuerdo que a Jesús no le gustó

nada el título y se molestó por ello. En fin, que ha pasado el tiempo y yo me alegro mucho de que alguien se acuerde de los poetas heterodoxos que han sabido mucho más de la sombra que de la luz. Recuerdo ahora varias conversaciones en lugares y tiempos distintos en las que Tundidor era propuesto para galar-

dones y reconocimientos que casi nunca llegaron. Lo hablaban otros mientras yo escuchaba con atención.

Siempre aparecía la sombra de otros poetas más mediáticos –o con más cosas que dar a cambio– para cerrar los caminos del mejor portero que ha tenido el fútbol zamorano. Todo llega, Jesús, hasta la muer-

te («Porque también un día terminará el amor»). Y charla con Juanito para reciclar nuestra asociación

cultural de dos, y preocupación por nuestro MPDL regional/provincial/local, y proyectos desde la nada otra vez para intentar salvar el tipo, que no tenemos miedo ni vergüenza en lo que toca a salir adelante, pues ya hicimos este todo de aquella nada de 1992 y los escalones se han ido quedando bajo la vista. Que vengan problemas para que juguemos a poner soluciones imaginativas. Con Juanito, eso y mucho más. 130


8 de enero de 2005 Ayer me regaló Antonio G. T. un libro de Goethe en edición de lujo y, lo mejor, un previo sobre

«Con la muerte en los talones» que aparecerá en el próximo número de la revista «Estudios bejaranos».

Agradezco mucho el afecto y la dedicación de Antonio, más ahora, cuando casi todo el mundo se ha hecho silencio. Es la única persona cercana con la que puedo hablar de asuntos que me interesan con tran-

quilidad y, sobre todo, de la que puedo aprender y aprehender mucho. Lo más curioso es que ambos hemos llegado a un punto de unión por caminos muy distintos y desde formas de ser absolutamente dife-

rentes. Antonio: racional, posesivo, lleno de voluntad, constante, ordenado... Y yo, todo lo contrario. Los resultados al día de hoy arrojan en la cuenta de Antonio una sensibilidad altísima que se quiere ocultar

en un caparazón queratinizado de ironía y de un «no me interesa casi nada» de boca chica. En mi cuen-

ta: decepción, sensación constante de pérdida, conformismo, individualidad. Dos derrotas tan iguales y

tan distintas... Ambos acomodados incómodos en las estructuras sociales y familiares, dos incorrectos con los días contados, dos tontos de misa agazapados en un quizá y descubriéndonos poquito a poco el uno al otro. Dos miedos tan similares.

(tarde) Anduve de compras con Ángeles y con los críos, como a mí me gusta, a tiro hecho, todo

a la primera. Fue bonito salir los cinco juntos, aúnque sólo fuera un par de horas liándola por la calle con los tiras y aflojas de rigor, con los «cómprame, cómprame». Hasta el carnicero se extrañó de vernos a todos juntos por una vez. Ya en casa, movida con Felipe, que es un cabezón, porque no se quería poner

un pantalón para comer. Este jodío chaval sabe cómo sacarme de mis casillas, aunque también sabe per-

fectamente cómo quererme y hacer que yo le adore. Su hiperactividad me preocupa fundamentalmente por él. No para un momento y apenas sabe medir sus actos. Espero que el tiempo propicie cambios posi-

tivos, pues, como siga así, se va a llevar muchas hostias en la vida, y yo no quiero que se las lleve. Un ajedrez con café en la Italia y a leer un ratito «La crítica de la razón práctica» de Immanuel Kant, un

libro duro donde los haya que tomo y abandono con excesiva frecuencia. Sus pensamientos sobre el uti-

litarismo (la utilidad como principio de la moral) y el hedonismo (la búsqueda del placer como fin últi-

mo) referidos a la razón. Leer a Kant siempre me ordena un poquito la cabeza, porque me enumera las

pautas que llevan al humanismo y deja en mí un plano sobre el que guiarme por un tiempo. Kant habla de la libertad desde la moral, intentando promover la dignidad y la felicidad propia y ajena como com-

ponente indispensable para desarrollarla. Y espera que el goce se dé por añadidura. A esto le llama «feli-

cidad digna». Habrá que trabajar en ello. También es muy interesante el proceso humanizador de nuestra naturaleza particular, que según él consiste en apropiarnos de nuestras fuerzas, sentir alegría y ordenar nuestro placer de tal forma que pueda entrar en contacto con el de otros sin perturbarlos. Y habla de la

muerte como «totalidad de la existencia», preguntándose cómo conseguir un camino tranquilo hacia esa

totalidad.

131


Dejo a Kant después de cinco páginas leídas con mucho trabajo y ordeno un poco mi cabeza

intentando acomodarme a lo que he captado –no sé si equivocada o acertadamente–. No importa, sólo el gesto de darle vueltas al asunto me sirve para armar mi mecano mental y poner a trabajar mi cabeza vaga y cada vez menos acostumbrada a trabajar procesos racionales. Como siempre, la lectura me sugiere poemas nuevos, historias que contar, ganas de escribir. Me pongo a ello. 9 de enero de 2005 Cuando Federico Fellini escribió el guión «Hammarcord – l’uomo invaso», que llegaría luego al

cine con el título de «Amarcord», trabajó con una mezcla de recuerdos reales y de recuerdos falsos, es

decir, con la memoria selectiva y con la memoria colectiva. El recuerdo falso es esa memoria inventada que recrea el pasado como laúdano o como recurso al olvido. A mí me encanta elaborar recuerdos que se sostengan y que ayuden a argumentar situaciones presentes y futuras. No se miente cuando se recurre al

recuerdo falso, porque cuando toma calidad de recuerdo ya está dotado de existencia en la nebulosa de la mente, que lo procesa y lo asume como vivido. Por eso el recuerdo falso pertenece a la memoria colec-

tiva, porque sin ser experiencia individual sí fue experiencia de grupo, ya que, normalmente, el recuerdo falso se ata siempre a un entorno real para que pueda funcionar como recuerdo. Es imposible armar un

recuerdo falso que se concrete, por ejemplo, en haber volado con alas de pájaro; pero sí es factible recordar que abrazaste a una chica que conocías y que nunca estuvo entre tus brazos o que viste una película que realmente no viste, pero te contaron. De ese apartado inventado del universo de la memoria suelen

nacer muchos actos creativos magníficos. Otro asunto es la capacidad de ensoñación o la imaginación desbordada, que no tienen nada que ver con el recuerdo falso. Viene todo esto a que en estos días he enre-

dado en mi memoria con afán de escritura y, curiosamente, me han empezado a surgir dudas sobre

muchos de mis recuerdos, por lo que he realizado un esfuerzo de memoria para encontrar recuerdos falsos, que son muchos, pero con relaciones tan cercanas a mi realidad, que se mimetizan en ella fácilmen-

te y son asumidos sin mayores problemas como una realidad vivida. Como recurso literario, el recuerdo falso viene muy bien para establecer ambientes y decorados de otro tiempo que se vivió, pues general-

mente el recuerdo se inventa para adjetivar el pasado personal y darle brillo, para literaturizar algún suceso destacable de tu vida con datos subjetivos que le sumen calidad y consigan mitificarlo.

Yo siempre he trabajado mucho con la memoria, especialmente con esa memoria selectiva que

mitifica, por ejemplo, el sabor de una manzana, la textura de un bollo o el tacto de una piel; y lo hace hasta el punto de que nunca he vuelto a encontrar aquel sabor, aquella textura o aquel tacto, precisamen-

te porque mi memoria lo ha procesado en el apartado de mis mitos. Cualquier ejercicio de escritura que

realizo tiene presente el referente de la memoria, sea falsa, real o selectiva. De ahí mi preocupación por ella y el enredo en el que ando metido, muy agradable, por cierto, y bastante divertido.

(tarde) Leo en internet las andanzas de Alejandro Amenábar por el mundo glamouroso para 132


currarse ese Oscar que tanto desea. No sé por qué, pero este tipo nunca me cayo bien. Tan calladito, tan dejándose querer, tan guay... pero tan a lo grande, tan apoyado desde aquella tierna edad tierna, tan «Jichcot» o tan «Madreteresadecalcuta», según cuadre. No me cae nada bien. Y miro ojos en el libro

«Retratos» del fotógrafo Steve McCurry. Y repaso «Sin plumas» de Woody Allen («El dinero no lo es

todo, pero es mejor que la salud»). Y escucho compulsivamente –ya van como doce veces esta tarde–

«Polonaise», de Shigaru Umebayashi. Y espero a que algo cambie para sonreír o ponerme triste. 10 de enero de 2005

Todo el día tirado en la corrección de la novela «Lucena», de Moshe Benarroch, un puzzle judío

con una traducción que deja bastante que desear. Demasiados demostrativos en uso arcaico y diversos

problemas con los relativos y con el fraseo. No sé si mi trabajo acabará en destrozo o en reparación; pero hay que correr riesgos. En lo referido al contenido de la obra, muchos altibajos. Un comienzo absoluta-

mente desconcertante que no deja entrever capítulos posteriores que se salvan con dignidad. Ya haré una

crítica más extensa, pues estoy invitado a ser parte de la mesa de presentación en Lucena el día 23 de enero. El día, frío de morirse. Sin más. O no, que después de unas semanas he perpetrado un poema, «LA

MISMA NIEVE, EL MISMO MAR»: «A pesar del camino / de los nudos y restas / del no y de las sonri-

sas / siempre la misma nieve / el mismo mar / el mismo decorado donde ser / o dejarse / donde vivir / o a tientas buscar causa o reposo / abismo balsa o trono / libertad / pan / cadenas.». 11 de enero de 2005 Día de ecos de amistad: Alicia Mariño, cielo en Madrid, demandando palabras; Santiago

Aguaded, doloroso siempre, lanzándome poemas; Jesús Urceloy, rapsodia sin blues, armando el teatro y sus palabras; José Luis Morante, el amigo de veras, volviendo a hacer exvoto de cercanía; Antonio

Gómez, la paz total y el arte entero, regalándome un poema objeto de amor; Pepe Luna, la palabra sen-

tada, animando como un muchacho; Diego, la música triste, doloroso en un para siempre; Belén Artuñedo, el mar afuera, oreando palabras entre la escarcha... Qué más quiero, qué más puedo pedir. Quizás que llueva.

12 de enero de 2005 Aparece hoy en «El Mundo» un artículo de L. A. de Villena sobre una edición última de parte

de la obra de Rafael Pérez Estrada, y se centra el anillado en hablar bien del eyaculador de estrellas, utilizando ese argumento feroz de que era amigo de desclasados, derrotados y fracasados de las generaciones últimas –supongo que se referirá a las literarias y a que eso viste–; e intenta hacerlo jugando a la con133


traposición, al sí y al no, a decir como no diciendo, a matar perdonando la vida. Me suena un poco a sus declaracionespremioloewefallidofallaladoantoniogracia, aquello de «era el mejor de los malos». Gracias

al Diablo, aún permanecemos los desclasados, los derrotados y los fracasados; aún mordemos el polvo y lloramos al maestro que fue amigo y al amigo que fue maestro; aún conservamos sus cartas y los deli-

ciosos dibujos que no quieren sus albaceas, entre otras cosas, porque les produce náusea rozarse con tipos

como nosotros, amigos fieles de nuestros amigos que mantuvimos en vida la amistad y en muerte la memoria de Rafael. Los bien clasificados, los vencedores, los que triunfan cada día en sus columnas de periódicos nacionales o ganan premios crasos con poemarios dormidos de cajón, quieren reivindicar ahora la figura magistral de un Rafael que se reivindica solito por su obra magna. ¿A qué ya las palabras rollizas y los cantos fúnebres de loa? ¿A qué los titulares, ahora que el gran masturbador de estrellas fuga-

ces yace en su túmulo azul frente al Mediterráneo? ¿A qué tanta tontería de golosos que antes ven la paja

en las «malas compañías» que la viga en la obra de Rafaelito? L. A. de V., desde este verdín prefiero mil veces a los enemigos de verdad. Los aduladores, a «El Mundo», con Losantos y su santa madre. Con

Losantos, digo, y su santísima madre.

(noche) Y que me llama Lara Cantizani, desde su biplaza monomando con reposacabezas y

DVD en las ruedas con llantas de aleación ligera, para contarme que acaba de pillar el camino de vuelta a Lucena desde La Roda, donde ha leído junto a Jacob, un poeta imberbe y bravo, lúcido y demasiado

joven aún para hacer «cuentas» –mejor jugar a hacer «cunetas» hasta que llegue el verso–. ¡Qué tipos!, ¡qué valor! Rizo un poema otra vez y me voy a dormir. Estoy en vena.

«LA VOLPINA»: «La loca aún permanece / hablando por las calles / con los coches / a solas

// Orina si le apremia / o nos hace una foto / desde su falda antigua // el tiempo para ella / no es esférico o plano / ni hasta meterológico // La loca / siempre estuvo / y estará por los siglos // Ésa es su calidad // Nuestro norte es su espejo.». 13 de enro de 2205

Coseguí una joyita editorial esta mañana, «Chinoiseries» de Claire Cailleaux, en una edición

en francés de 1924 realizada por Monde Nouveau en París. Una delicia destartalada en papel de la China

a la que le falta parte de la cubierta y que suma cuatro mínimas ilustraciones de Szeto S. Wai. Otro tesorito para mi colección de libros para tocar. A la par, como si nada, he pillado también «Canciones com-

pletas», de Guillermo IX, Duque de Aquitania, en una edición de bolsillo cuidada por Luis Alberto de

Cuenca, editado por Alfar en 1979. La alegría es ahora dar con estos pecios del mar de las letras y gozarlos a solas.

(noche) Me llamó Julio Espinosa y no me va demasiado su historia de presentaciones poéti-

cas, más cuando las instituciones piden una implicación económica que me llega a mí de rebote. Pensaré tranquilo y tomaré una decisión. No están las cosas como para hacer desembolsos. 134


15 de enero de 2005 Me llegan noticias de Pablo del Barco y su libro sobre Sao Paulo. Me pide soluciones para su

edición, pero es un libro muy caro de realizar y las ventas de Pablo son muy complicadas, pues ya me quedé con su libro del agua en las manos. Y tampoco están estos días para desembolsos con riesgo, que

la cosa está muy chunga. También llamé a Morante para darle el nombre de su blog, que apunto aquí para que no se me olvide (jlmorante.blogspot.com).

(tarde) Hace unos días me escribió Belén para proponerme un libro conjunto. Hemos hecho

unas pruebas y me gustan mucho. Me gusta el tono, la forma de escritura y, sobre todo, hacer algo con

Belén, que la tengo muy abandonada en los últimos meses. Me ilusiona mucho este proyecto y espero que ambos tengamos la voluntad suficiente como para mantenerlo vivo y llevarlo a término. Y trabajé en

la imprenta toda la puta tarde del sábado, y recibí llamada de Ricardo Virtanen intentado poner presión para la edición de su poemario. Yo no sé. 16 de enero de 2005 «LA GRANDISCA»: «La veo algunas tardes / con su abrigo cheviot / pasear por las terrazas

de los cafés del centro / soltera como entonces / su cuello entre los zorros / no es ya deseo // es muerte.».

Vuelven los poemas sobre la memoria y en la memoria, de la memoria y por la memoria. Quiero ahora dejar escritos a todos aquellos/estos personajes colectivos que tanto y tan bien me han acompañado durante el asunto de la vida, gente anónima que ha terminado conformando estereotipos personales muy queridos. Ayer por la noche rematé esta Grandisca, y hoy le he puesto final al bañista gordo que aquí dejo. «EL BAÑISTA GORDO»: «A veces encuentro a ese bañista gordo en los armarios / como una soledad //

o una frontera / como un advervio quieto / esperando el idioma donde ser / y lavarse // Está bajo la ropa amontonada / junto a la naftalina / con su caja de cobre entre las manos / atesorando el tiempo / de un

rostro colectivo que reclama palabras // Aunque perdió el color / no ha aprendido a dormir / porque es sueño la muerte / pero sabe esperar / a la próxima ola / con la mirada plácida / de quien se ahogó hace tiempo // Él llegó // Yo regreso al legajo del cuerpo / para indagar sus signos.».

Tengo ahora entre mis manos el recién editado opúsculo que he escrito por encargo para el

museo judío David Melul. Lleva por título «Fadueña, Historia de una posibilidad», y es una brevería en

prosa poética –quizás sería mejor decir en poesía prosaica– jugando a la posibilidad de una mujer que existió en el siglo XIII y de la que sólo se conoce su epitafio labrado en una gran losa de granito: «Doña

Fadueña descansa en gloria, gloriosa princesa de lo interior». Todo ha sido muy curioso, pues cuando

Antonio Avilés Amat me propuso el trabajo, yo realicé un previo cortito y muy abierto, pensando en que si gustaba la idea, yo la desarrollaría hasta llegar a conformar una novelita. Se lo pasé a Antonio Avilés 135


para que lo leyera y, sin más, me dijo que era perfecto, que se dejaba como estaba. El asunto es que ha

vuelto a triunfar la primera toma, sin corrección alguna; un escrito realizado en tres horas, con vocación de prueba, llega de nuevo a la imprenta sin más decorado. ¿Será mi sino?

(tarde) Leo un ensayo poético/social de Antonio Orihuela, «La voz Común. Una poética para

reocupar la vida», editado por Tierradenadie Ediciones. Un trabajo agobiado de buena voluntad y ago-

biante de ideología. Comparto muchas de las afirmaciones de Antonio y bastantes citas de autores a los que creo conocer relativamente bien. El problema es que jamás somos lo que decimos, y hacemos dema-

siadas veces lo contrario de lo que predicamos. Y vuelvo a mi cerrazón. Todo acto creativo parte de la individualidad y sirve a quien crea. Da igual que la creación baile en clave estética, panfletaria o realis-

ta. Sirve el proceso creativo y sirve la capacidad de decir. Las interpretaciones posteriores, las lecturas, los receptores, son otra cosa, pertenecen a otro muy diferente y absolutamente prosaico.

Interpretar una creación es tan complicado como determinar bases creativas apriorísticas.

Generalmente acaba todo en mierda de consumo masivo o minoritario, que da igual. Y hacer política de

la creación es malo; y hacer ideología de la creación es peor; y hacer modelos creativos es lo peor de todo.

Sigo, pues, en mis trece sobre el creador solo, individuo, libre... Que de lo mediático hablen

otros, que de los social escriban otros, que de lo político se ocupen otros. En mi mundo creativo todo me está permitido y sólo yo pongo barreras o las quito; si quiero ser maldito, soy maldito; si quiero ser esteta, lo soy sin sonrojarme; si quiero ser la misma decepción, lo soy a secas.

Valoro el trabajo de Antonio porque le conozco y sé que es un tipo extraordinario, pero creo

que estos asuntos no nos llevan a parte alguna. Seguro que estoy equivocado. No me importa. 17 de enero de 2005

Es curioso cómo se producen las coincidencias. En estos días he rematado mi librito de encar-

go para el museo judío de Béjar, estoy en la fase final de la edición de la novela «Lucena», del judío

Moshe Benarroch, y estoy invitado a participar en la mesa de presentación de la misma, junto a todo un

elenco de judíos, en la cordobesa tierra lucentina. Mi apellido es claramente judío, mi familia proviene en parte de Hervás –su judería canta por las axilas extremeñas–, y yo siempre he militado contra la ciénaga arribista y el uso del gran poder económico de ese pueblo que usurpó tierra y dignidades argumentando el diente por diente –a veces la boca completa por un solo diente–.

No conozco a judío alguno... bueno, sí, al marchante de Arte que representa a mi amigo

Alberto, al que he tenido el gusto de saludar un par de veces. Mi experiencia es que todo se resuelve en moneda y timbre, o sólo en moneda y moneda. Confieso que tengo mucha curiosidad por conocer a esta gente, por hablar de forma distendida junto a unos cafés. ¿Qué pasará?

Y que arranca Premysa el día 21: curiosidad, dudas, preguntas: Ya veremos. 136


18 de enero de 2005 Escucho con cierta alegría el rap brasileiro de Rita Ribeiro esperando encontrar la sonrisa

floja en este día que ha resultado duro de cojones. Asuntos económicos mezclados con cambios radicales en la física de mi empresa me tienen con los nervios erizados. Lara achuchándome con su «Lucena»

–me da en la nariz que está algo acojonaíllo, jeje–, Boni Ortiz con su edición Rúa, y primer contacto para publicar de Miguel Ángel Velayos. El tiempo dirá, que yo me quedo ahora en esta musiquilla y volvién-

dome loco admirando las fotografías de Robert Doisneau en su «Tous les jours dimanche» de edición Hors. ¡Joder!, cómo me gustaría vivir París en este justo instate. 19 de enero de 2005 Por fin he podido darme un ratillo de lectura en lo que llevo de semana. Thomas Bernhard

con esa cosa medio de romanticismo alemán, viviendo un atormentado existencialismo, nadando a voces en lo religioso. Un poeta en crisis total. Me ha jodido leerlo, aunque he sacado algunos versos muy inte-

resantes. Dejo aquí el que más se acerca a esta cosa que me roe ahora: «No conozco ya calles que lleven afuera...». Y si le sumo la voz familiar de Fatima Guedes y su «O coco do coco», me queda una tristeza

tanquila, de andar por casa, que me resulta muy agradable, porque soy un triste, y en ese estado parece que encuentro la paz difícil.

20 de enero de 2005 Un día de sangre en las venas para lidiar con la gente del dinero, con un par de instituciones

y salir airoso. Ya es complicado. Humillar ante todos para obtener exactamente lo mío, lo que justamente me he ganado junto a mi tropa de currantes.

Sacar adelante una empresa no es nada fácil, pero tengo la suerte de crecerme con las difi-

cultades. Miré hace un rato la Luna sobre el negro azulado de la noche y me reí de lo mínimos que son mis problemas ante tantas preguntas por responder y ante tantos sucesos por los que asombrarme. La Luna es la hostia. Suena «O que você vai fazer, já fiz», de Toque de Prima, en mi ordenador. Leo los mail

del día –Morante, Francis, Belén, Manolín Moya–. Me fumo un chaparrito y disfruto de mi dolor de rñones. ¿Bien?

21 de enero de 2005 ¡Patrono de honor!, y creo que el único de Béjar, como la Virgen del Castañar. Je, je. 137


Arrancó Premysa en el Colón con buenas palabras y pañuelos blancos para la feria del dine-

ro público y privado de la provincia, de la región, de la nación misma, de Europa... digo. Diestros y siniestros (entiéndase en lo más político del ambos términos) dejándose arrullar por las palabras de

Cipriano con la única interrupción de los mal educados teléfonos móviles y el sonido de cine de barrio

que producen los caramelos al quitarles el papelín y al masticarlos –tíos, que los caramelos se chupan, coño–. Buenas intenciones en general y cierta cosa de duda contenida.

Me gusta mucho que esté Manolo Bruno entre los directivos determinantes, y me sorprende

sobremanera –es más, me jode un punto– ser el único bejarano del cotarro que se queda en lo honorífico

–los demás, todos, están en la gestión pura–. ¿Qué habré hecho yo?, je, je; ¿qué habré hecho? En fin, que

me parece todo muy bien; todo, menos esa separación clasista y tan determinante de «Congresillo» y «Senadillo». Congresillo que decide y senadillo que mira y se admira. En fin, en fin...

Caldera, muy correcto; A. Calvo no estaba (?); Cipri, puro verbo y hasta adjetivo; José Luis

Puerto, entrañable, bueno en todo lo alto y lo ancho; A. Parra no estaba o no llegué a catarle (?). Voto de espera y confianza.

Me espero a saber a quién se coloca en febrero para hacer pronóstico –como sean los nom-

bres que ya corren por las bocas bejaranas, me temo que esto puede parecerse a la primera Gecobesa–. ¿No he dicho que voto de confianza? Pues calla ya, Felipe.

Vinillo y jamón guay. Manzana en casa con Ángeles y los críos y Fátima Guedes para buscar

el sueño de esta noche de invierno despejada. Je, je, digo. 22 de enero de 2005

El futbito es un mundo. Acabo de estrenarme como entrenador de esta modalidad en los

Juegos Escolares y, cómo no decirlo, no tengo ni puñetera idea. me parece pertinente en este momento

escribir aquí mis consideraciones sobre los Juegos Escolares en Béjar y, sobre todo, en el centro escolar del que soy presidente de la asociación de padres.

Primero, una crítica feroz a los padres que no colaboran en la formación y en el ocio de sus

hijos, que son casi todos. ¡A la mierda con ellos! ¿No se dan cuenta de que están fracasando con esa falta de atención a sus hijos? Sólo dos o tres padres asisten a las actividades y animan a sus chavales. Gracias

desde aquí a Luis, a Gerardo, a Heliodoro y a la madre de Alberto, que, aunque con criterios diferentes con los que puedo o no estar de acuerdo, se esfuerzan y echan una mano para sacar esto adelante cada

semana. A los demás, decirles que son responsables de las frustraciones de los críos, y me temo que no sólo en el campo deportivo.

Segundo, una amonestación severa a los profes que toman responsabilidades y pasan de ellas,

a los que sólo se mueven cuando hay pelas y hacen de su profesión simple cuestión de horario. Que los zurzan.

138


Tercero, al centro escolar, que pone mil problemas para el desarrollo de las actividades, que-

jándose de que los niños que practican deporte pueden romper cristales o tonterías parecidas. Abran ya el centro a la actividad extraescolar y háganlo con vocación formativa, coño.

Cuarto, a los niños y niñas, para pedirles perdón desde el colectivo de padres por nuestra

mierdosa dejación en su educación integral. Ellos ponen ganas, ilusión y confianza en nosotros. Siento mucho que os defraudemos con tanta frecuencia, coleguillas. El futuro está negro. ¡Joder! 23 de enero de 2005 Mañana bajo a Lucena para presentar el nuevo libro de Moshe Benarroch, y lo hago con unas

cuantas preguntas bajo el brazo, preguntas nacidas de la lectura de «Lucena», una especie de mixtura de

la diáspora con cierta clave metafórica que juega a humanizar el tiempo representándolo en un viejo judío moribundo que va a cumplir mil años de vida. Demasiada imbricación de la religión en la vida.

¿Soportaría el pueblo judío la separación real de Religión/Estado? ¿No es un peligroso empe-

cinamiento someter el futuro a la tradicion?

Me preocupa el planteamiento endogámico del pueblo judío, pues de las ideas de pureza

genética y de repulsión ante el mestizaje nacen siempre planteamientos extremos que traen odio y violencia. ¿No sería lo ideal intentar olvidarse de la idea de posesión (de tierra, riqueza, valores...) y aco-

meter planteamientos de convivencia pacífica que lleven a una «sociedad del ocio», tan distinta a la actual «sociedad de la posesión».

Yo creo que el mestizaje es la mejor opción para diluir las diferencias (ver el ejemplo de la

transición socialista de Tanzania).

En España tenemos y sufrimos el ejemplo nítido de lo que supone la militancia en plantea-

mientos nacionalistas enraizados fundamentalmente en bases genéticas e idiomáticas. Esas posturas

nacionalistas se llevan por sus adeptos como una religión, justificando incluso la muerte para defender

sus ideales de posesión. Así, se conforman grupos radicales de un conservadurismo feroz que produce atrasos sociales y distorsiones durísimas en la convivencia.

¿No debemos llevar los planteamientos religiosos al terreno personal –vivir la religión en el

silencio de lo individual– y fomentar otros aspectos en lo social que sean capaces de llevarnos a socie-

dades pacíficas y racionales que no dependan de postulados de fe y sí de la ambición de progreso en parámetros de igualdad y tolerancia?

¿Merece la pena defender a un dios con la sangre propia y ajena?

Otro aspecto por el que voy a preguntar a Moshe es por el camino que sigue la poesía judía con-

temporánea.

A ver qué sale de todo esto. 139


25 de enero de 2005 Recién llegado del sur, harto de furgoneta amarilla con grillos constantes, resumo la batalla de

ayer con su intrincada memoria de Dios y su guerra caliente estre azquenazis y sefardís, con su idea no negociable de estado confesional, con su racismo oficial, con su cosa «más»... Holocausto, diáspora, Marruecos, Varsovia, Jerusalén. Inicio de semana semita o sionista o lo que sea, que yo no entiendo nada

de nada. Y Lara, flor; y Pepe Rodri, cruzado mágico; y el primer ciudadano lucentino, majo de atar; y el presi del casino unificado, chévere. Yo, con una gripe militante. Me escribió Sergio Gaspar, y eso es bueno.

28 de enero de 2005 Dos días jodidos de gripe con fiebre alta y escalofríos, quietito en el sofá de casa, sin pensar casi,

porque dolía. Dos puñeteros días que me han dejado molido el cuerpo, que me han quitado de fumar y de trabajar –no está mal el asunto, ¿no?–. Ya hablé alguna vez de que la tensión vital toma color y brillo

ante el malestar. Ser consciente del dolor o de la incapacidad –con la premisa de recuperarse– lo hace todo más intenso.

Y poco más de estos días de documentales y sudor. O sí, que he pillado el nuevo disco de

Donovan –«Beat cafe»– y he podido transportarme a un tiempo que recreo siempre sin haberlo vivido. 30 de enero de 2005

Recaída y sofa con mantita para el fin de semana. ¡Qué pérdida de tiempo! Cuando llego a mi

estudio me encuentro un mail de David Torres reclamando explicaciones a mis comentarios sobre sus artículos en «El Mundo» y mostrando su extrañeza por mis palabras y por mi actitud hacia él.

Le contesto inmediatamente para intentar que la amistad no sufra –es un tipo que siempre me

ha caído de maravilla–. Su mail me demuestra que la amistad permanece y que es un tipo al que merece la pena apoyar y seguir. La verdad es que lo que más me jodió fue lo de la Hucha de Oro, que esas cosas

las llevo cada vez peor, y el caso es que debió darse de narices con el resultado –más o menos como me

sucedió a mí cuando un tal Acuyo ganó el Gabriel Celaya de poesía–. Discrepar en la opinión y decir con sinceridad lo que se piensa de alguien en cada mometo, debe ser, como poco, lo que debe pedírsele a un

colega; que para mamarte la polla ya están los oportunistas que se arriman a tus éxitos y te niegan en el fracaso.

Creo que no está mal, David, hacer la lista de los amigos de antes del éxito y de los de después.

Sólo esa lista te aclarará las cosas bastante. Y acordarse de los que empezaron contigo y siguen en la 140


lucha. Y mirarte en ellos. Y saber cómo se conforman las élites y el precio que hay que pagar para estar

en ellas. Esto que te digo, David, no es sólo para ti, ni tiene en ti un referente único y cercano. Verás, colega, he conocido a muchos tipos cuando no eran nadie y he visto cómo han crecido y se han olvidado de sus orígenes y de su gente. Que nunca nos pase ni a ti ni a mí, que ahí sí está la derrota.

Y César Yuste ha tenido la amabilidad de traerme el libro «El corazón de la palabra», homena-

je al bueno de Jesús Hilario Tundidor; y me llega el número nueve de la revista literaria «La poesía, señor hidalgo,». A leer.

1 de febrero de 2005 Visita relámpago a la capital del reino con etapa en Valdemoro y comidita en Las Rozas –todo

por negocios–, que para ver a amigos se va de otra manera y a otros lugares. En el camino, unas ganas

enormes de escapar, de seguir adelante, de pasarme el destino a lo largo y a lo ancho. Vi la charca de

metal y cartones que fantasea a la izquierda según llegas a M por la carretera de Andalucía. Pavor de una verdad para mirar a 120 km/h, de soslayo, mientras se conduce a escape/escapa. Resquemor por decir a veces lo que pienso de mis amigos (si nos quisieran sólo por lo que pensamos y no por lo que decimos...).

Decir lo que se siente debe ser muy malo. A lo mejor lo que le gusta a los amigos es que les cuentes lo que sientes de y sobre ti mismo para que llegue la conmiseración o la burla. Mea culpa. Claro, mea culpa porque yo he aceptado ser para poder estar, cuando no estar para poder ser un poquito más. Mea culpa porque he participado tantas veces de la mentira como la he denunciado (más o menos). Mea culpa por-

que he creído en la cándida buena voluntad de mucha gente. Mea culpa porque de mi boca siempre salió una voz torcida hacia quien intentó favorecerme aún conociendo el valor de mis cosas (bueno o malo). Mea culpa por no retirar la mano a tiempo. Ja, ja, ja... Y a mí que no me cae mal Ibarretxe. Tampoco bien, coño. Me cae mucho peor cualquier obispo de reunión con bonete. Hace poco leí a uno de los represen-

tantes de las últimas generaciones de la poesía española algo que me interesó (fue en una entrevista coral de «El Cultural»): decía algo así como que ya es hora de que los poetas hablen con dureza de sus con-

temporáneos, que hagan crítica dura, que riñan, que pugnen, que se enciendan. Creo que es imposible. Casi ninguno podríamos soportarlo/soportarnos. 2 de febrero de 2005 No sé por qué hoy recuerdo a un personaje pintoresco de Anatole France. Evaristo Gamelin, se

llamaba el tipo; un hombre de la revolución francesa, de nobles intenciones, que se dejó llevar por

Robespierre a la práctica del terror. Recuerdo que todo en Gamelin era puro, profundo y andaba por los caminos de la lógica. Su fe en la revolución le hizo un ser sanguinario y hasta consiguió marchar hacia

la muerte con la cabeza bien alta. Quizás me llegue Gamelin como un prototipo con el que experimentar 141


durante un tiempo hacia afuera. Jugar al cedazo de las ideas puras y no dejar pasar ni una a nadie, amigo

o enemigo, siendo implacable en todo. Aunque, la verdad, no tengo demasiadas ganas de volver a esa cresta en la que el respeto se expresa con puñaladas en la espalda y con amargo veneno en el café. Prefiero una pequeña muerte en mi Venecia diaria mientras se me deshace el maquillaje entre el sudor frío, una muerte mirando al mundo desde mi patetismo, pero en absoluto silencio.

Me escribió Paulina Cervero como con necesidad de justificarse y llenándome de afecto. Me

habla en su mail de Miguel d’Ors, y lo hace con verdadero cariño; me pregunta que si tengo «Yanira» sin

recordar que fue ella quien me regaló ese libro a los tres o cuatro meses del fallecimiento de Víctor. Me

encanta que me escriba Paulina, tan distante del mundo de la Literatura y tan armada en ella y por ella. También recibí noticias de mi Emilio sevillano con dato negativo de la presentación de «Lucena» en la

capital andaluza, con sonidos de amistad chuli, con preocupación por su chaval, con hermosa noticia de la compra de uno de mis libros por Navidad (eras tú, Emilio, el que compró el libro... ¡vaya!), con ganas

de que le hable de la edición de su coleguilla colombiana –tengo antes que salir de este atolondramiento económico–. En fin, que le den por saco a Gamelin. Recibí también otra edición insultantemente lujosa de la Fundación Jorge Guillén pucelana, esta vez «Voces sin tumba», de Kjell Espmark, al que no conozco de nada. Leeré su poemas y ya veremos. 5 de febrero de 2005 Duran las secuelas de la gripe y me siento agotado, sin ganas de hacer nada, ni de leer, ni de

escribir, ni de trabajar. Me paso el día tumbado en el sofá con los ojos semicerrados intentando buscar el aire que me falta y pensando en cómo encontrar la posición en la que no me duelan los riñones. Hoy me

he propuesto salir del túnel como sea y me he venido al estudio para mirar mi correo y ponerme un poco al día de mis cosas pendientes. En el correo me encuentro una adorable sorpresa de Fernando Rodríguez de la Flor, pues me envía algunos poemas de Aníbal ya trabajados y rematados con su comentario sesu-

do, y me indica que ya están hechos la mitad de los poemas, lo que quiere decir que en un par de meses estaré luchando con el libro de inéditos AN, que me apetece un montón. Poco más a destacar que no sea

la visita relampago de Belén/Alberto/Nora, a los que no pude ver por mis obligaciones familiares, y el buen rollo recuperado con David Torres, con el que quedan pendientes unas cañitas en el Madrid de los Austrias (por ejemplo). Ahora quisiera ser como aquel capitán Servadac que Julio Verne convirtió en el

mayor y mejor aventurero de la Literatura y luchar contra el Universo enterito, yo solo, de cabo a rabo,

y perder la batalla sin problemas; que no pasa nada, tío, que estaba luchando yo solito contra todo el Universo; ¿y qué?, pues que perder es lo normal.... ¡ojo!, no fracasar, pero perder, que ante los más grandes enemigos las derrotas son victorias.

Y pincho la banda sonora de «2046» para volver a reencontrarme con las imágenes de hace 15

días, esas imágenes que se quedaron aparcadas de pronto por culpa de la fiebre, esas imágenes que esta142


ban haciendo arder un nuevo poemario que me tiene lleno de ilusión. Y empiezan a asomar el bañista

gordo, el camarero de mesa del bar del centro, la puta sugerida de labios rabiosamente rojos de carmín, la mujer insatisfecha de mirada turbadora, la pajillera del cine de sesión continua, el rincón de las peluchas, los novios pelando la pava en el portal a oscuras, la moto de Tito Varillas y el Biscúter de don

Alfonso del Amo, el matarife acabando con un cerdo en el corral de casa, las uvas colgando de la parra mientras la vecina hace ganchillo sentada en la tajuela; las tardes de bicicleta y comediscos; Amablín, el

Etrusco, gritando «¡Eureka!» en clase de religión, la novia blanca que casó y enviudó la misma

tarde/noche, el torero enano, el bujarrón de misa, el lechero que meaba en la leche... todos esos tipos que

conforman mis recuerdos mejores y que harán, sin duda, que vuelva a escribir algo que merezca la pena. 6 de febrero de 2005 Es curiosa la red de redes. Tú piensas que estás solo y que escribes al aire, y resulta que hay

gente que te lee y que no son los cuatro colegas de siempre, los del cotarro. El caso es que hoy amanece

mi mail con tres correos preguntándome sobre Premysa en clara referencia a las palabras que he escrito en este diario en alguna de sus entradas. Pocas cosas puedo decir yo de Premysa que no vengan de la sub-

jetividad, aunque me atreveré a decir algo, claro, que con el diario de uno hay que ser sincero y también locuaz. La primera cosa que debo decir es que confío en que Premysa supondrá una oportunidad muy

importante de avance para nuestra tierra y por ello no he excluido mi nombre de la generosa lista en la que me incluyó Jesús Caldera. Que yo dude de diversos aspectos que rodean a la fundación creo que no

debe acarrear opiniones negativas de nadie, ya que yo dudo por naturaleza, y más cuando la idea que me había formado del asunto no responde demasiado con la realidad de hoy (por ejemplo, yo pensaba en una línea de fuerte apuesta cultural, y los indicadores –que son pocos y están ocultos aún– me dicen que no

será así). Es mi opinión, que no tiene por qué ser la buena, que sin un gestor muy profesional es complicado sacar adelante con exito el asunto (de ahí mi referencia a la primera Gecobesa en una entrada ante-

rior); y me quejo de lo que oigo por ahí –que aún bebe en el campo del rumor– sobre las personas que

van a mover los palos como contratados de las distintas áreas, y especulo porque no tengo datos (que la

especulación es libre si no se untiliza como verdad y sí como posibilidad), porque apenas nadie ha compartido datos conmigo. Vaya, que apoyo el asunto Premysa hasta el infinito, pero no más allá; que me

hubiera gustado cortar un poquito de bacalao en esta merienda porque me hacía ilusión, coño. Que tengo la sensación de que se me ha hecho luz de gas y eso siempre me ha jodido (es decir, que lo mismo me

quejo por eso y no por otra cosa, que últimamente estoy muy susceptible). En fin, que Premysa ha arran-

cado ya con la dirección y la alta responsabilidad de Cipriano, y que yo le deseo toda la suerte del mundo,

porque en su suerte va también un trocito de la mía. Que yo desearía imaginación y trabajo de base; sacrificio personal y cuentas tan claras que nadie pudiera decir nunca nada sobre un céntimo de extraño viaje; justicia y criterio en las contrataciones e intachabilidad de los gestores; transparencia también y genero143


sidad ante la crítica. Por cierto, noto que alguno me mira raro cuando se cruza conmigo por la calle. Pues nada, hermano, que esto es un diario y las cosas son así de «blog». Uno escribe lo que le pasa por la cabeza y por la vida y otros lo leen. Así es mi vida y así es mi diario desde hace ya siete años. No tiene sec-

ción de anuncios porque no cabe, y yo digo lo que pienso y no quiero callarme. En fin, que me gusta escribir los días desde mis ojos torciditos. También es cierto que si la gente quiere saber, hay que con-

tarle las cosas con pelos y señales, y más cuando el trasunto tiene unos orígenes públicos y unos fines

más públicos todavía. Hay que contarle al gentío –al que se pretende arreglar la vida– cómo se llega a conclusiones de representación, de qué modo se nombran los cargos y en base a qué valores, que lo de «tú, tú y tú... a la derecha» se me hace un poquito flou para estos tiempos. Creo que con estas palabras

disipo las dudas de mis colegas/maileros. Que yo estoy a la espera también, como casi todos, de que esto salga de puta madre.

Y que rizo el rizo y me creo, por ejemplo, que Bilitis vivió cerca de Safo y que amó apasiona-

damente a Mnasidika para escribir aquella belleza en versos... o que busco la ballena blanca en mi bañe-

ra cada tarde para sonreír... o que Umpomba me mira desde lo alto como diciéndome «¡Vamos!, un tiron-

cito más y llegas...». Mientras, nieva en la calle sin cuajar y la vida pasa junto a un brasero. En el fondo, Premysa tampoco importa demasiado. 7 de febrero de 2005 Una Matelda necesitaba hoy, una Matelda que fuese capaz de enseñarme el paraíso a la vez que

me incitase al baño en las aguas leteas para que todo fuese también olvido. ¡Es todo tan importante! Ja, ja. ¡Tan importante...!: No tiene la sopa el punto de sal y se jodío el día... ¡Por Dios! Y así una hora sobre otra, un día sobre otro, una semana sobre otra.

No saber determinar lo que realmente tiene importancia es perderse la vida en jodidas anécdo-

tas que sólo pueden ser estrategia de la máscara. ¿Qué dirán?, ¿cómo lo dirán?, ¿con qué pensamiento me mirarán? Y me sale un poema nuevo para sumar o restar. «AMANECE EN RIMINI»: «De las uñas mor-

didas o de lo que amé / cuando los días no sabían acabar / porque eran luz y ocaso y a la inversa // me quedó como un batir de párpados / un pestañeo sepia o blanco y negro / que me hace y deshace / que me rima hacia adentro / en justa consonante // El mar que no vi entonces / era una piel ajena / llamando a lo interior como una química // ahora paz / antes guerras mínimas tan grandes / tan sin derrota / tan despiadadamente dulces // Yo y vosotros / no fuimos / apenas somos / todo

y

nada // Sábanas blan-

cas frías / para un calor común / tan compartido / como el pan o los golpes // como el pan / o / los gol-

pes.». Y se detiene ese rumor de nada porque el poema ocupa su lugar sin más ambición que la de la línea

manchada de signos. Luego me llama Isabel Bernardo, de la Academia de la Gastronomía de Castilla y León, para proponerme una entrda en un diccionario gastronomico/literario que está preparando la academia. A mí me ha tocado el calderillo, plato fiero y de potencia al que escribiré unos versos o una glosa, 144


que no sé o no sabré. El resto del día, tiritando aún de esta puta gripe de mierda que me tiene hundido. Miel y limón... o ni eso.

9 de febrero de 2005 Me encuentro en una bolsa algunos libros que me regaló Lara en mi último viaje a Lucena. Los

había olvidado en el coche y hoy son causa d felicidad, pues me encuentro con «El vecino inquietante»,

una antología de poetas devocionales de la India realizada por Jesús Aguado –un tipo al que respeto mucho, sobre todo porque siempre me habló muy bien de él Rafaelito Pérez Estrada y, posteriormente,

he visto que Jesús ha dedicado bastante tiempo y muchas ganas a difudir la obra de Rafael. Un tipo al que respetaba y apreciaba Rafael tiene todas las papeletas para terminar siendo un buen amigo. Pero vea-

mos, que me voy siempre por las ramas. La lectura del «El vecino inquietante» me ha llevado a un mundo

muy similar al de Yalal al din Rumi y también a aquellos decorados de haiku japonés de hace unos siglos.

Una sensación de dulzura y de tranquilidad me ha llegado de la lectura de Lalan Fakir o de Ksetrayya; y la gloria de Nathakuptanar –en relato de Swami Satyananda– rebelándose contra la suciedad y la impu-

reza que suponen la existencia en un cuerpo. Un trabajo delicado y precioso que me ha traído de nuevo a la lectura después de estos días de fiebre y flemas que aún se resisten a desaparecer.

Creo que ando ya por los quince días sin tabaco y, sinceramente, no siento envidia alguna cuan-

do veo fumar a alguien delante de mí. Quizá todo se refuerce con ese temor que me entró en los últimos días de tabaco. El caso es que he dejado de fumar y no tengo ganas de comer, no más ganas que antes, pero tampoco tengo muchas ganas de escribir, y eso me jode. 11 de febrero de 2005 Cargamento de libros desde Barcelona. El colega Sergio Gaspar ha respondido a mi última toma

de contacto con un generosísimo envío de sus libros DVD, tanto de la colección de poesía como de «los cinco elementos». A todo ello hay que sumar un librito de Sergio realizado sobre pinturas de Ramón Zuriarrain, «El caballo en su muro», que es una pequeña delicia poética llena de preguntas («Tus ojos...

¿los he visto de verdad alguna vez?»). Y entre la montonera, Roger Wolf, Pier Paolo Pasolini, Cilleruelo,

Javier Egea, Novalis, la insoportable levedad del ser de JLGM y Martín López Vega... o Fiodor Dostoyevski. Todo un elenco de horario literario caliente y magro. Buceo en el frío de mis pies y necesito que llueva sobre las casas y sobre la gente para poder volver a escribir. 12 de febrero de 2005

Hoy ha venido a visitarme Re(y)naldo Lugo, un escritor cubano que se ha autoexiliado y por arte 145


de magia ha caído en Béjar empujado por esa huida urgente de los altos precios de Madrid. Tiene el colega una novela publicada por Mondadori, «Palmeras y sangre», que le ha valido el sello de autor prohi-

bido en la isla de Cuba y está a punto de sacar otro trabajo en la misma casa. Hemos charlado con él Juanito y yo, y nos ha caído bien, por lo que le hemos ofrecido nuestra amistad y nuestro espacio para lo que guste. Espero que de este primer contacto crezca una amistad que sume. Bienvenido, Re(y)naldo. Y

la tarde, que me la había guardado para estar tumbado en casa haciéndome el enfermito, me trae hasta mi estudio para acompañar a Mª Ángeles, que tiene que hacer un trabajo sobre «Amelie» para la profe de

francés. Jodido el plan, me leo el libro de Pier Paolo Pasolini que me ha regalado Sergio Gaspar, «Who

is me. Poeta de las cenizas», y lo hago de corrido y en muy poco tiempo. Es un repaso por la vida y por

las razones de PPP en primera persona, un traguito de grappa recia amoratando la nariz estética del cre-

ador trágico y existencialista. Casi neorrealismo poético italiano o neorrealismo poético italiano. Una

forma cómoda de escritura que encierra la dificultad, precisamente, en su apariencia de facilidad total. Me ha gustado mucho este librito escrito en el 66 durante un viaje de Pasolini a New York (¿qué tendrá

esa jodida ciudad que produce tan buenos efectos en tantos escritores?). Me fascina Pasolini cuando habla del «desfallecimiento que atenaza y da ganas de morir», porque me siento en esas palabras que jamás

supe colocar juntas para definir mi estado de ánimo. Tantas veces he sentido ese desfallecimiento, tantas

veces lo siento. Me encanta cuando habla de los literatos de oficio (nombrando el miedo de Moravia a la impopularidad) y dice que andan «sacando pecho como una puta». O cuando afirma: «Sí, el comunista

también es un burgués». Y todo lo que relata sobre su creación futura. Hambre y luz, pero sobre todo hambre.

13 de febrero de 2005 Igual que al protagonista de «Memorias del subsuelo», de Fiodor D., que estoy leyendo esta

mañana, me duele el cuerpo y no sé definir qué ni dónde. Atino más o menos a señalar la zona del dolor

con mis manos, pero es un dolor interior, quizás reflejo. Nunca me dejo tratar por los médicos, de los que

siempre he desconfiado, aunque recurro a los medicamentos cuando el dolor se mezcla con el temor, pero

me automedico o, como mucho, le pido consejo al farmacéutico. Convivo con muchos dolores, casi todos pequeños y familiares, y con algún padecimiento crónico, ya flor de costumbre; y lo tengo todo asumido como lógica respuesta a mi anterior maltrato de este cuerpo, que son ya muchos años de deporte a lo loco,

haciendo burradas que me tienen las rodillas destrozadas, de andar en invierno sin camiseta y con el pecho al aire, de dormir desarropado. Y mis dolores se manifiestan más vivos cuando amanece y des-

pierto en el calor de mi cama. Cuando me ducho, desayuno y arranco, parece que todo se engrasa y los dolores se difuminan en el ajetreo del cuerpo. Sólo cuando me despierto es importante el dolor, y lo és

porque me hace pensar en mi estado con cierta preocupación –que dura sólo unos minutos–. Pienso si esto le sucede a todos los tipos de 47 años y me pregunto cómo lo procesan. ¿Cómo se procesa ponerse 146


viejo y sentirlo en ese crujir de la cintura al levantarse cada día de la cama? No me preocupa demasiado este asunto, que no soy un hipocondriaco, pero me aporta una curiosa mezcla de morbo y temor, me hace

preguntarme a veces sobre la muerte, sobre el dolor irresistible, sobre el amor eterno... y eso no está mal. Y veo este dolor como esa historia por filmar de Pasolini en la que un muchacho alegre llega a la casa de

una familia extraña y se folla a la criada, luego a la hija mayor, luego penetra al hijo pequeño, a la madre y, por fin, al padre. Todos le adoran y todos se dejan doblegar por su hermoso miembro. Un día se va y los deja tristes. Así es el dolor, ¡ja, ja, ja! Así es el dolor y así es la vida, coño.

(tarde) Abro el correo electrónico y me encuentro mail de Moshe para decirme que le ha pare-

cido un buen poemario «El amante discreto de Lauren Bacall» con estas palabras que quiero guardar en

mi diario porque me dan vidilla: «Te quiero contar que ayer me fui de casa con 4 libros de poesía, esca-

pándome de la familia para leer tranquilo en una cafetería y empece por el tuyo, el de Visor, EL AMAN-

TE DISCRETO DE LAUREN BACALL, y me dejó Kao, con la boca abierta, llorando, y sin poder tocar otro libro, es un libro genial, vital, te felicito, verdaderamente has hecho algo de las palabras que va más

allá de las palabras, muy fuerte...». Pues muchas gracias, Moshe, porque me hacen falta lectores y pal-

madas en la espalda, que estoy algo cansado y siento que necesito testar lo que escribo, pues apenas sé

medir ya lo que es susceptible de ser publicado y lo que debe morir en los cajones. También me escribió Julio Espinosa para agradecer mi colaboración en un proyecto chileno sobre poesía española contempo-

ránea. Y para postre, dejo las bañistas... que sale Julio Llamazares en «El País» de ayer y mi padre y mi hijo Guillermo, sin dudarlo, al ver su fotografía me han dicho a voces que salgo en el periódico. Yo segui-

ré firmando autógrafos en nombre de Julio para no defraudar a los que me niegan para afirmarle a él. ¡Qué vida!, ni mi hijo chico es capaz de reconocerme... ni mi padre... Me voy a ver «Con la muerte en los talones». Chau.

14 de febrero de 2005 La visión del esqueleto del edificio Windsor me lleva de nuevo a aquel «no somos nadie» de

Gila, un nosomosnadie distinto al somalí o al sierraleonés, pues en nuestro nosomosnadie apoquinan las

aseguradoras, hacen negocio los afectados –propietarios, arquitectos y etereoecéteras– y el personal sigue

trabajando en otras oficinas satélites de esas centrales multinacionales globales. No ser nadie en un mundo con dinero ya es ser clase de tropa, y que viva Zapata. Lo chungo está en que ya andan pensando en ubicar sobre esas cenizas más pisos de los que se han churrascado. ¡Qué mundo, joder! ¿Será que a

estos ricos no se les levanta y recurren a estos fregaos de mirar p’arriba con el fin de ponerle cosa a su libido? Que no importa este tsunami. Lo dirán seguro los alacalle del Carmel.

(tarde) Antoñito Garrido me descubre a un cantante italiano potente. Sergio Cammariere se

llama el tipo. Bueno de atar con su musiqueta entre nueva trova cubana Noel Nicola y la mejor sesentada mafiosa de la bota geográfica. Me sirve para algo que estoy escribiendo por pura envidia de Pier Paolo 147


y para admirarme otra vez desde esta soledad rasa. ¡Vivre Garrido!, o como se diga. También me llamó Orihuelita, al que mañana entrego su nuevo libro lf, «X Antonio Orihuela», un experimento guapo de

escritura oculta que recomiendo como asombro y ejercicio. También llamó Morante con su «aquí estoy

siempre, hermano», y Virtanen con su «cuándo». Respirar es jugar al escondite con las flemas. 15 de febrero de 2005

La Fundación Monte y la Dipu de Onuba le han publicado un poemario a Eladio Orta, un raro

especial con algún que otro heterónomo, un amiguete salao de cruzada constante y guardia civil en la puerta. El huertito de palabras lleva esta vez por título «Sincronía del Solejero», lo que me da pocas pistas para hablar antes de leer. Anoto el recibí, por tanto, y me acuerdo de Eladio y su Isla Canela volada

de pelotas pijas de golf. Aguanta el tipo, hermano. Y edición económica de José Antonio Sáez con men-

saje vendolibros de la imprenta al caso. ¡Cómo está el mundo! ¿Cómo? Y llama Cristóbal Puebla para que vaya a unas jornadas poéticas en su tierra. Iré, qué coño. 16 de febrero de 2005 ¿Es tan difícil ver el mundo desde otros parámetros que no sean la acumulación de objetos y de

riquezas, desde una mirada que arbitre un futuro mejor para todos y no sólo para unos cuantos? A veces

soy tan infantil que me hago preguntas como estas. Lo malo es que maduro de pronto y me entra una

mezcla de mala hostia y unas ganas de canearme con el primero que me tropiece. La cosa está para aguantar el tipo en las partes más escondidas de las casas. Los medios «privados» –es la hostia... la COPE, los

vocentos, La Razón, El Mundo– se ponen de manos por la ley que dicen beneficiará a la prensa PSOE

–ayer agradecía no sé qué María Teresa Campos a Jiménez Losantos– mientras, escupiendo el patetismo pepé representado en el exministro con cara de llorona y lengua de serpiente venenosa. El Papa «gñ» que si Dios quiere que... a la mierda. EEUU preparando ya la nueva guerrita contra el eje del mal y pasándose Kioto por el forro de sus cojones de destrucción masiva. ¡Mundo mundial! Gracias que en unos años

todos estos hijos de la higa estarán criando malvas, como yo. Todos iguales entonces, je, je. Todos purito desperdicio y olor nauseabundo. Aguanto por eso. 17 de febrero de 2005 Me llega el ánimo internetero de un colega, entusiasmado con mi entrada de ayer en este diario;

y la cosa, la verdad, no está para entusiasmarse, sino todo lo contrario. A mí me da mucho miedo lo que

está sucediendo, y no me da miedo sólo por las víboras, que estoy también muy mosca con las mafias de

afectos al nuevo régimen. Ved el programa de Wayo por la «1» y asistid al desfile de los «buenos». No 148


está bien cómo se crecen esos artistas grupales del no a la guerra que obtienen réditos a su capital de apoyo al PSOE en la oposición. Son un círculo cerrado y elitista, unos pijos de pseudoizquierda que al final hacen más daño al desarrollo de la izquierda en España que la misma derecha. Y junto a ellos la

piara de «intelectuales» locos por pillar direcciones generales, subsecretarías y representaciones en las distintas sedes mundiales del Instituto Cervantes y similares (no quiero acordarme de la puñetera Poesía de la Experiencia y sus puestas en valor politicoeconómicas). No es justo lo que sucede, como no es justo que andemos otra vez en el más de lo mismo, en la iteración de nombres y figuras de la anteúltima vic-

toria progresista. Los tristes de izquierda seguimos siendo ceros a la izquierda, los críticos de izquierda

seguimos siendo enemigos peligrosos. Así no vamos bien, sin Wayo y sin Sabina en el Carmel, a los pies de los caballos de casa. Risas, guiños, pesetas y rock and rol. También «goyas» para el crío mimado del cine con pelas oficiales, y óscares norteamericanos, y glamoures rojos (¿y gualdas?). ¿Soldadesca de la

cultureta para tomar las calles nuevamente? ¡Circo!... Sólo circo. Y me cabreo con estos «18 chulos records» porque me dan mucha rabia las vidas «a la sombra de... y sacando pecho» y a los demás que nos

den por el saco. Y que quede bien claro que pienso en socialista y que me considero un rojo, que creo en la solidaridad y en la justicia, que mis parámetros son de igualdad de oportunidades para todos, que me fascina la utopía de una sociedad del bienestar. Por todo ello creo que se deben poner en valor no sólo a las personas que apoyan con gestos mediáticos, sino a los que pueden aportar ideas y trabajo desde el

silencio humilde, que ya está bien esa historia del «me apoyas/te premio», o esa otra del «te pago por haber estado a mi lado cuando...». Confío con tranquilo escepticismo en la gestión del equipo Zapatero, aunque mi mirada es bastante más radical, digamos más guerrista, pues siempre he creído que no hay que

moderarse para arrastrar el voto, que lo que hay que hacer es ser muy serio en la puesta en marcha de los principios individuales y colectivos del ideario político socialista. Y las figuritas decorativas para hacer un belén en Navidad, que ya hay demasiados caganet en la vida pública. 19 de febrero de 2005 Me ha prestado Antonio G. un poemario de Javier Almuzara, «Constantes vitales», con reco-

mendación de lectura. Le hago caso, porque conozco la obra de Javier y me gusta (hasta admiro esa codi-

rección suya de «Reloj de arena» con no sé quién... je, je.) y porque las recomendaciones de Antonio siempre son buenas. En fin, que «hable la tinta del amor y la muerte mientras yo sólo tiemblo» (casi sic).

Puta madre estas constantes vitales que, por cierto, encuentro mucho en la poesía de montones de poetas contemporáneos y coetáneos, incluso en mí mismita podrida obra hay poemas (muchos) que podrían tro-

car el nombre del autor, aunque nunca jamás el de sus compañías. Y que ya es suficiente saber qué decir, decirlo y que todo parezca correcto, divertido, trascendente, etcétera... Gracias, Antonio. Y escucho a

Sergio Cammariere y vuelvo la vista al tabaco después de veintiún días eternos. Me sabe mal en todos

los sentidos. Y pienso en la corrobla guay plantada ayer tarde/noche en mi placita con su «esto sí, esto 149


no». Me da mucha envidia su status económico general. Todos ricos o medio ricos junto a mis bolsillos

vacíos. Y yo quizás no soy más guapo, coño, pero sí más alto y quizás hasta más simpático. ¡Puto dinero de mierda! ¡Cuánta falta me hace! Seguiré con mi poema realista a la italiana, que ya lleva cinco paginitas del tirón y me gusta un huevo. Lo he titulado «Con la fe a cuestas» y disfruto ecribiéndolo, leyén-

dolo y releyéndolo, sumándole y restándole versos. Es el mejor desahogo que he encontrado en estos días raros.

(noche) Y que me pongo a reflexionar sobre mi voto a la Constitución Europea, más que nada

movido por las «rutilantes» declaraciones de mi alcalde en la Cadena SER nacional, porque de otra mane-

ra no hubiera hecho ni el mínimo gesto de reflexionar. Voto sí y a freír monas. Pero no, prefiero pensar

un poquito el trasunto europeo. Primero me planteo si gano o pierdo en lo individual... gano claramente

y sólo me jode que no se imponga el castellano como idioma oficial europeo, porque no entiendo que se

utilice como tal el inglés (que ni el euro han asumido aún), que es el idioma chulesco norteamericano. Y en el fondo, que soy bien egoísta, yo refiero el castellano porque lo hablo, o como mucho el francés, que lo chapurreo y lo entiendo. En todo caso, no importa. Habrá que aprender inglés en esta vejez sin virue-

las. En lo familiar también gano, porque mis hijos han viajado y viajarán a la vieja Europa sin problemas administrativos y subvencionados, aprenderan más que su padre y sabrán moverse mejor por el mundo y

por la vida. En lo profesional, dabuten, que se piden subvenciones al desarrollo empresarial y te las dan, coño. En lo político, pues globalización y portazo a los «nazionalismos» (lo primero no sé si es bueno, pero lo segundo es cojonudo). En fin, que me he leído de corrido la Constitución Europea y no me pare-

ce un mal documento para empezar. Sólo me jode un poquito el asunto militar, que se deja algo nebuloso. Votaré sí, y si me equivoco que Dios me lo demande. Je, je. 20 de febrero de 2005 Voté en un ambiente frío, con apoderados del PSOE, como en el resto de elecciones a las que he

asistido, y sin los contables del PP que tan fielmente anotan votos y no votos en las elecciones que a ellos les interesan. ¿Qué pasa, coño? ¿Que «Europa a medias» si están los sociatas de por medio, «sí pero no» o «no vayas a votar para que se den con la abstención en las narices»? No entiendo nada. Bueno, mejor,

lo entiendo todo a la perfección. Tanto, que hasta entiendo al albañilito –por ejemplo y todo parecido con la realidad es la puta verdad– al que hace unos años se le caían los mocos sobre el mono azul lleno de mierda y no sacaba más que para sopas de pan y un huevo frito a la semana, a ese tipo que hoy tiene tie-

rras y chaletes a lo Falcon Crest, camiones con logo hortera y toda la hostia, al tipo que ha salido de una nada con padres de izquierdas y pobres de aburrir y que ahora se caga en los sociatas porque no le dan

licencia para hacer su Falcon Crest III (me hace gracia, porque le echa la culpa a los sociatas de lo de su licencia y los que gobiernan son los del PP con la absoluta). Ese albañilito que se parece tanto al frutero,

al fontanero, al electricista, al mecánico, al carpintero... tipos de oficios que hace unos añitos eran pura 150


pobreza y hoy son «¡EMPRESAS, hostias, EMPRESAS!», y aparcan sus «michubichis» todoterrenos con

navegación por satélite justo delante de sus obras triunfales, mientras pasean su palmito de nuevos ricos con mono y sus caritas de pastores de cabras, achuladas por las pelas, muy en dueños del mundo y tras-

fusionados con sangre de obreros de derechas. Esos que ya no se acuerdan del frío, del hambre y de la miseria que pasaron sus padres y que ellos vivieron de rondón mientras el General(ísimo) decidía si se moría o no. Cómo han cambiado los tiempos, ¿eh?; de compañeros y obreritos de pella pa pillar el gar-

banzo fragueño a «EMPRESARIOS» de postín. «¡EMPRESARIOS, joder!». Los verás a diario sacando pecho como las putas en las esquinas. Vivir para ver. Olvidándose de los principios (entiéndase en su

acepción de «comienzos», porque de los otros principios jamás supieron nada), del necesario referente del pasado. Esta es la sociedad en la que vivimos gracias a la puesta en valor del ladrillo y de los con-

travalores culturales. Y les encanta dar limosna en voz alta, para que se sepa su puta caridad de mierda, y putear a sus trabajadores, coño, «que se escaquean a la menor y te comen por los pies». Esto sólo se podría arreglar con inyecciones urgentes de cultura, con vacunas de formación intelectual y con un virus

implacable de justicia. En fin, que voté sí a la nueva cosa europea, y que lo hice como sin ganas. Ya en

mi estudio, me arrimé a la músiquita de Caetano para recordar a Federico e intentar meterme en su mundo mientras continúo con mi poema «Con la fe a cuestas», que va más o menos como sigue: «Yo también soy uno / que nació en el 57 / y parezco más joven / que algunos tipos de mi generación / que se dedicaron a la banca / o a la ingeniería técnica / (desgraciados con familia y buen sueldo). // No puedo con-

tar huidas / ni diásporas / porque siempre me fue relativamente bien / y las guerras me quedaban tan

lejos / que sólo me sirvieron para ir de pacifista moderado / y fumar en comuna marihuana o tabaco /

antes de ir a cenar junto a mis padres. // La poesía llegó como las lluvias de abril / y me ha mojado tanto / que, aunque escampe, sigue lloviendo adentro. // En fin. Dejemos las mariconadas / y vayamos a ese

yo / que desea quitarse la máscara / porque está harto de sacar pecho / delante de la gente... // Bien

pudiera haber escrito del verde monte / y de la nieve eterna, del río y su aventura / entre batanes, de la piedra y el castaño generoso. / Haber sido la flor natural de mi tierra, / el poeta amado que ensalza las

colinas / y las torres... pero no, / escribí de la muerte, de la gente al desnudo, / del sentimiento trágico de esta vida cómoda / que no sabe colmar porque no puede. // Y aún me pregunto por qué escribo, / mien-

tras mi mente vuela a aquellos días de brasero y natillas / con mi abuela endiablada por la música militar / de los asesinos en la radio, / los que mataron al abuelo Felipe a sangre y fuego / en el lugar de Los

Santos. // La voz de mi abuela por las noches / era una saeta civil y profana / que se convertía en grito interior. // Todas las putas madres de los asesinos / y todos los asesinos, y mi abuela, / Antonia Sánchez

Corral, / me obligaron a escribir, me obligan. // Y quiero que se entienda perfectamente lo que quiero decir / y por ello no lo digo poéticamente. // Sin aquella fe que tantos llevaron a cuestas / fui el tres, / lo

imposible, / el desertor... // Fui el desastre de mi casa / porque defraudé a mis padres / aunque jamás lo hayan reconocido / en público ni en privado. // En fín, que desperdicié el tiempo / y eso no se perdona / o no se perdonaba hasta que decidí gritar / «¡Que os den por el culo!». // ¡Ja, ja, ja! / Torcer el gesto y 151


mirar a los ojos de los otros con cierta superioridad / para que te ensalcen los cuatro imbéciles que te

rodean. // Ser porque nadie sabe lo que escribes, / pero notar el respeto de su necedad. // ¡Qué mundo!: / Obreros de derechas babeando ante sus jefes, / comunistas de misa y braguetazo, / ratas muertas de fe

y de miedo porque se acaba el tiempo / y no quieren entender que todo es al final despojo y puerta. //

¡Infelices! // En todo caso, la realidad, la dura realidad, / es que no llego a fin de mes jamás / y las deu-

das me comen pero no importa, / y este oficio tan mío de decir / el justo hueco que cada uno ocupa / no tiene un buen futuro en lo económico. // Contar cómo se prostituyen los políticos / y cómo engordan sus monederos / mientras se ponen dignos para hundirte. // ¡Hijos de la gran puta!, ¡ladrones! / ¡Fieras que

destrozáis cada una de vuestras piezas / para no compartirlas! // ¡Hienas! // Cómo me gustaría veros

arder de vergüenza ante la gente. // Y el trágala de escritorzuelos haciendo un zoco / de la Literatura. / ¡Advenedizos!, ¡roncos imitadores de otros escritores mediocres / que lamen cualquier culo por apare-

cer en letra impresa! / Cómo os gusta medrar presidiendo jurados / o pregonando fiestas; os infláis como putas / ante los que jamás leyeron ni leerán una palabra vuestra. / Escritores de mi generación. ¡Ja, ja,

ja! / Rebeldes hacia afuera, vestidos de malditos, / intentado vender prisión, mono y miseria / no hacéis

más que el ridículo, / pues ni el vómito anida en vuestros versos. // Soledad, y no conciencia, / mucha vergüenza y tiempo de silencio, / mucho tiempo de silencio, / todo el tiempo quizás. / Pero no, persistís,

¡po-e-tas-en-re-sis-ten-cia! (?). // También recuerdo ahora las tristezas / y el miedo que me hizo llorar a gritos / una tardenoche de elecciones municipales / en la que mi hijo miraba aterrado su dedito meñique

colgando / por una de sus falanges / y querer que ese dolor fuera mío, / que esa sangre fuera mi sangre...

/ aunque mi miedo era más profundo / que el terror del niño; / tanto, que aún lo llevo a flor de piel, en los ojos, en la punta de la lengua. // ¡Qué poco bagaje de dolor para un poeta!: / un hijo herido de leve-

dad por una puerta. / No os equivoquéis, / que el dolor verdadero vive en la posibilidad / y el peor miedo también...». Continuará (?).

21 de febrero de 2005 He colgado en mi web la Constitución Europea para quien esté interesado en leerla (chungo va

el reto, pero no importa). Ver mi zona de descargas. Bye. 21 de febrero de 2005

Admiro y respeto profundamente a Antonio Gómez. ¿Por qué digo esto hoy y ahora? Pues por-

que necesito decirlo, necesito escribir el nombre de Antonio Gómez junto a la frase «espejo en el que

mirarme». En lo personal es un tipo correcto con todo y con todos, un pacífico genial, un hombre de arte con consecuencias, parco en palabras y justo y atinado en los signos, amigo de sus amigos siempre. Como artista: trabajador intachable, ingenioso, duro, perfeccionista, perfecto e infantil a la vez en sus metáfo152


ras (que más quisiera yo que convocar esos dos adjetivos en un solo verso mío), consecuente con su mundo, crítico tranquilamente feroz en sus objetos y en sus imágenes. En resumen, el mayor y mejor arti-

ta plástico de la poesía que conozco, un creador sobresaliente que encarna la dignidad en cada uno de sus gestos y en cada uno de sus hechos. Tengo ganas de volver a coincidir con él en algún sarao para pasear

en silencio o tomarnos un café en un bar discreto, para ver en sus ojos la pasión por el arte y para saber de sus nuevos proyectos. Admiro y respeto profundamente a Antonio Gómez, y también le envidio.

(tarde) Llega Lola G. Canalejo con un regalo precioso, un volumen con varios números de la

revista francesa «Réalités», de mediados del siglo XX, rescatado de la humedad, algo malogrado, sí, pero

que me dará entretenimiento durante unas semanas mientras despego sus páginas. Gracias, Lola.

(noche) Dice Woody Allen que «la emigración del espíritu fue muy común en 1910», principal-

mente en la India y a través del consulado norteamericano, y lo dice «sin plumas» en una coña llena de

intertextualidad pero sin plagio. Hoy, en los principios del siglo XXI, aquí mismito, emigran algunos espíritus con gran facilidad, pero lo hacen sin equipaje y siempre a poca distancia, de casa al bar de la esquina, del gimnasio a la ducha, de la cama al sillón del salón... emigraciones menores para un tiempo

de no escuchar a nadie, ni a tu propia esposa, ni a tus hijos, ni a tus padres, ni a tus suegros. Y digo yo si esta historia sobrenatural menor no tendrá que ver con cierta religiosidad práctica y bien entendida. Emigrar de espíritu para no tener que justificar un gatillazo o un orgasmo, para no tener que explicar que se ha vuelto a fumar, para no pagar al tipo de los congelados o para no sacar los cubiertos del lavaplatos.

Yo prefiero «esa intensa luz que no se ve» tan felliniana, una luz de purita fe que te abre la mente para

entender y también para engañar de cuerpo presente, que no muerto, por Dios. Y no ser para dejar las

cosas en su justo lugar, todas ordenaditas, o las camisas planchadas y almidonadas. Ser, en todo caso, para distraerse y reír.

22 de febrero de 2005 Anoche recibí llamada de José Luis Morante buscando oxígeno, intentando recuperar todo el

tiempo perdido que nos roba la distancia y el jodido trabajo. Me sentí culpable por mi persistente silen-

cio, aunque sé a ciencia cierta que JL sabe que nada se ha movido, que la intensidad permanece aún en este callar mío que tanto le preocupa. Mil veces he dicho y escrito que mis mejores amigos son los de madurez, y el número uno es, cómo no, mi JL, maltratado por la confusión de otros, aislado en el tumul-

to de una ciudad llena de muchos vacíos, de demasiados vacíos. Prefiero mil veces mi Béjar con todos sus estúpidos que la soledad de aquel tumulto capitalino. Tengo que hablar largo y tendido con JL para

embarcarnos en algo grande y juntos, o en algo pequeño y juntos, que da igual, pero sin el desorden de

los aduladores y los desagradecidos, sin la piara literaria que tanto nos ha quitado y tan poco nos ha dado. Hablar con él de escritura, de sentimientos, de esta vida tan sencilla y tan compleja.

(tarde) Me pongo a maquetar el número de febrero de «Señales de humo» y parece que va cam153


biando un poco el chip de mi prosaísmo, pues siento cómo pierden importancia el cantamisano que me

insulta a mis espaldas, la movida europea, Bush y su familia ofidia, las pelas que no llegan... que me quedo en la literatura pequeña de Lorenzo Oliván, en unos versos lánguidos de algún colega y en una

entrevista a García Martín en la que se jacta de tener montones de examigos. Llueve afuera y adentro escampa. Pier Paolo sigue en mi cabeza como un eco y no me llega para tabaco. ¡¡¡Dios!!! 23 de febrero de 2005 Quisiera saber lo que es la Poesía de la Experiencia española hoy, quién anda en ese tono pisa-

calles y pillapelas, cómo se hace uno poeta de la «ex» y si el resto de poetas del país pueden llamarse poetas de la paciencia. Quisiera saber si mis sonetos llegan a las nalgas de los de Joaquín Sabina o si mis versos más amorosamente trágicos aguantarían medio asalto con los de san Antonio Gala, si comer galle-

tas maría le viene mal al ritmo interno del poema o si hacer un reptasílabo perfecto puede llevarme al premio de la crítica. La lluvia me da mucha vidilla e invita a mi imaginación a pasear por parajes golosos.

(noche) Cuando Rousseau cuenta en sus «Confesiones» que volvió de Italia con su virginidad,

pero no limpio, parece que describe todos mis regresos y resume esa sucia virginidad que me anega. Siempre me entusiasmo en los viajes hacia los otros y también siempre «vuelvo virgen, pero no limpio»,

y de ese fango limoso sale la mala hostia que sólo sé vomitar en la escritura, aunque ya me he acostumbrado a callar muchas cosas, y quizás eso sea un síntoma de que mi virginidad ha sido mancillada. En

todo caso, no dejo de plantear sobre mi cedazo qué es lo importante, lo que debe quedar en calidad de mena para poder crecer en lo interior. Sinceramente, no lo sé. El cuerpo me pide sinceridad y gritos, contar cada una de las golfadas que crecen junto a mí, relatar las traiciones y describir sin sombras a los traidores, a los truhanes y a los esbirros de los poderosos menores. El cuerpo me pide eso, sí, pero la cabe-

za me obliga a recapacitar, a borrar, a callar, y siento cómo me traiciono a mí mismo con un dolor mayor que el que pueda producirme la traición de los otros... ¡Y Maxi López que mete un gol maravilloso para

que se me olvide toda la mierda. Qué Barça, coño. Hasta mañana, diario, que hoy es día de fútbol. ¡Huuuuuyyyyyy!

24 de febrero de 2005 Aseveraba Pier Paolo que «la poesía es la acción real» y que evocarla –la acción real– es lo que

puede concretarse en versos. Yo creo a pies juntillas que por ahí va la cosa, que la poesía habita en la vivencia, en el acto, en el sentimiento interior. No en la palabra, que sólo puede acercarse al hecho poé-

tico con grandes pérdidas en el camino. Así, el buen poeta es el que se deja menos material en el viaje,

el que encuentra los versos que son capaces de contener todo el indicio deshidratado, el que es capaz de reproducir en el receptor un tanto por ciento de los sentimientos sucedidos en la «acción real» –no se 154


confunda el prosaísmo de lo descriptivo, por favor–. A más porcentaje, mejor poeta. Este planteamiento

acabaría con cienmil poéticas en este justo instante. El decorado, el florilegio, la justa medida, el ritmo interno, la metáfora, el flou y el flash vienen bien y a mejor, pero no sólo...

(tarde) Llama Antonio Gómez para mi alegría y medio perpetramos un encuentro de café y abra-

zo en Béjar (a ver si es verdad), que necesito ahora esos hola y adiós de tipos como él. Y el resto de la puta tarde pasando un frío cabrón subido a una escalera para colocar un rótulo y para escuchar a un cartero decirme a voces: «¿Un poeta trabajando?». Me cago en rus...

(noche) Me visita en mi estudio Antoñito Gutiérrez Turrión –mi cuñao, coño–, y charlamos del

recuerdo inventado y del recuerdo usurpado, de la piel como frontera, de lo inventado con y sin posibi-

lidad de exitir, del Santo Padre y del padre mártir –véanse bien las mayúsculas y lo minúsculo–. En fin, que si Dios lo quiere...

25 de febrero de 2005 Después de mi breve conversación de anoche con Antonio GT, me apetece desarrollar un poqui-

to el tema del recuerdo inventado/recuerdo usurpado. Todos hemos desarrollado en nuestra memoria un

apartado para el recuerdo inventado que generalmente tiene una frontera tan nebulosa con el recuerdo real, que tiende a mezclar y a confundir ambos tipos de recuerdos. El recuerdo inventado pertenece abso-

lutamente al plano de la creacción y tiene mucho que ver con nuestro devenir vital. Evocamos acciones pasadas que no existieron pero que perfectamente pudieron existir, un beso furtivo, una travesura, unas palabras dichas en voz alta... y ese recuerdo siempre abunda en nuestro diseño del pasado, es decir, que

modulamos el pasado a nuestro gusto para convertirnos, digamos que con un engaño menor, en el tipo

que siempre quisimos ser. Esta forma de recuerdo termina penetrando de tal manera en nuestro proceso mental, que terminamos creyendo sin duda en que tuvo una acción real y propia. A mí me resulta fasci-

nante trabajar en este campo e ir descubriendo poco a poco mis recuerdos inventados –con mucha difi-

cultad, por supuesto–. El recuerdo usurpado es apropiarse de acciones que le sucedieron a otro y de las que sólo fuiste espectador, tomarlas como propias y sumarlas a la memoria personal con el mismo fin que el recuerdo inventado.

De estos dos tipos de recuerdos nace un pasado colectivo que procesamos hasta el punto de indi-

vidualizarlo y personalizarlo en nuestro yo con el fin de argumentar el decorado justo en el que nos hubie-

ra gustado existir. Y lo mejor que me está sucediendo ahora es que a partir de ese «imaginario de la memoria» estoy modulando un montón de poemas con vocación de libro que me mantienen en una ale-

gria triste y en una euforia tranquila que son ab solutamente laudánicas. Me está saliendo un poemario

amable, con cierto optimismo existencial que me resulta estupendo para esta edad del medio por la que estoy pasando.

(noche) Mis amigos Mamen y Esteban me han sorprendido esta tarde con un regalo precioso e 155


inesperado, un completo estuche de material caligráfico de la marca Parker con el que pienso enredar hasta agotarme. Qué majetes, ¿no? ¡Sí! 26 de febrero de 2005 Esta mañana he desayunado con David Torres. Yo, en la mesa de la cocina de mi casa, con mi

leche chocolateada y con mis galletitas maría; David, en un plató de Telemadrid, con su cafetito Dragó,

su ensaimada Marqués de Tamarón y un puntito de timidez/acojono Casariego viceNadal. Bien, David, yo diría que muy bien, cortando con inteligencia al supercultureclub presentador, traduciendo al cervan-

tino noble tres veces Comendador –jamás de apellido, Dios me libre– y apuntando lucidez con su cara de púgil pegador con perillita mentonera –ya no aquel sparring con vocación de nariz rota–. Su apunte Bush sobre la mejor obra de Orwel descolocó al pijo marqués de discurso enrevesado, que medio negaba que

don George tuviera algo que ver con aquel grandísimo Hermano de la gran puta, le recordó a Fernandín que cierto autor aún no era cadáver –como él pensaba– y nos descubrió veladamente que Casariego había

escrito algo que ya estaba escrito –como todo lo que se escribe, por cierto–, aunque amablemente dijo que estaba seguro de que Casariego no había leído «aquello» para llegar a «esto». Y puso el tema del hombre/animal desprogramado sobre la mesa –el más interesante del desayuno, por cierto–. Y me gustó

desayunar tranquilo con David, y verle con cintura, con pegada, en su peso exacto, fresco de atar. Sólo faltó el abrazo, coño, que se lo habría dado y fuerte. Yo, si director de alguna tele, haría un programa cultural diseñado par este chaval, un programa ácido, sin censura, cabrón... Por cierto, le faltaba el cigarri-

to a David, aunque el taco lo dijo en su sitio y bien alto. También le faltó escupir a los pies Tamarón una bola de tabaco de mascar. Me alegraste la mañana, D.

(tarde) A última hora de la mañana vino a verme Albertito Hernández después de mucho tiem-

po sin hacerlo. Siempre con sus cosas de «¿molesto?». Alberto nunca molesta, es más, me da vidilla charlar con él y más cuando le noto algo más animado, con algunos proyectos entre manos y con esas ganas que hay que averiguarle en el fondo de la camiseta de tirantes. Tengo ganas de ver lo que hace. También tomo nota de la visita que me hizo ayer Cipri, de la ilusión que rezuma –algo agridulce– y de los múlti-

ples problemas a los que se enfrenta. Entiendo que poner en marcha una fundación como Premysa es para

quemarse a base de solapamientos, proyectos que estudiar y zancadillas que sortear –hasta las mías–. No le niego el valor ni las ganas. Me habló de asuntos concretos muy bonitos, de bastante calado y, desde mi

punto de vista, con mucha dificultad. Y yo percibo la prisa de la gente en sentirse optimista –en mí

mismo– junto a que los buenos proyectos requieren tiempo de trabajo en silencio y hay que tener calma. Nuestro ámbito territorial es difícil, pues las estructuras están demasiado enquistadas en el fracaso y el

personal se ha dejado llevar por cierta mirada trágica y desoladora. Quizás sería bueno encontrar la forma de ofrecer realidades de tirada corta que propicien apoyo moral para desarrollar otras acciones de más largo trayecto y calado más profundo. Sinceramente, yo no sé cómo se hace lo que propongo, aunque sí 156


imagino que un plan director potente y bien trabado podría ser un punto de partida interesante –siempre valorando con finura que en esta tierra las palabras sin hechos inmediatos son carnaza para los buitres–. En todo caso, como ya he dicho en ocasiones anteriores, estoy dispuesto a poner mis pocos valores en

favor de un proyecto positivo para Béjar y su comarca, estoy decidido a trabajar en lo que se me solicite

y a hacerlo con ilusión y con ambición colectiva. Que todo se puede hacer mejor es cosa aceptada, pero también es cierto que hay que empezar ya, como sea, con todos y no contra todos. Recuerdo que yo apor-

té en su día a Premysa el proyecto de creación de un banco social en la provincia al modo del impecable Triodos Bank, un banco de riesgo para apoyar inciativas empresariales ambiciosas de personas con bue-

nas ideas, pero sin capital. Un banco que en sí mismo fuera una empresa generadora de puestos de tra-

bajo y motor de arranque de una nueva economía en la provincia, una economía empresarial fresca, joven y llena de futuro, basada en proyectos modernos y ambiciosos que trajesen como consecuencia un alto

porcentaje de crecimiento en parámetros de investigación y desarrollo que atrajese la participación de la Universidad de Salamanca como animadora de las últimas generaciones de licenciados para involucrarse en novedosos proyectos empresariales. No sé... Manoseo una roca de estromatolitos que traje de

Tanzania; recuerdo que la robé del lago Eyasi mientras bandadas de Ibis volaban sobre mi cabeza camino de los abruptos cortes de la falla del Riff. El fósil es suave y tiene el frío de la piedra, es roca de vida

robada, casi como una calavera sobre la que pensar o sobre la que deshacerse en admiración, como mirar embobado las estrellas o ver cómo cae la nieve mansa. No somos nada y somos tanto... 27 de febrero de 2005 Me he pasado la mañana trabajando en «Señales de humo» envuelto en un frío cabrón y no he

terminado de maquetar por culpa de las dificultades que existen entre Mac y PC, que hacen que mi tra-

bajo sea tedioso y bastante cabreante. Un par de horas para sacar florido un artículo sobre Martí i Pol de Sergio Gaspar. Después he trabajado sobre un artículo que habla de la obra de Pier Paolo Pasolini y en el proceso de documentación me he quedado asombrado del alto valor de este tipo. Aún sigo en ello y creo

que me dará para unos cuantos días. Es apasionante su obra escrita y sus comentarios sobre el mundo, la religión y la carne. Me estoy divirtiendo de veras. «Who is me / Poeta de las cenizas» DVD poesía, nº. 52 112 páginas

Barcelona 2002 Pier Paolo Pasolini, que nació en Bolonia en 1922 y falleció de muerte violenta en Ostia duran-

te el año 1975, puede considerarse como uno de los más grandes creadores del siglo XX en diversos cam157


pos, aunque el de la poesía es que mejor muestra su enorme talento artístico, su sensibilidad llena de

amargura y lo más sobresaliente de su existencialismo. Ejemplos de esta afirmación pueden disfrutarse en la lectura de «Dal diario (1945-1947)», publicado en su primera edición por Salvatore Sciascia Editore en 1954, un manojo de poemas donde la felicidad, la pobreza y la juventud toman la palabra con

una magistral desazón; o en esos apuntes de un triste despertar que PPP tituló «Poesie a Casarsa»

(1942) en el que el autor aparece lleno de inseguridad pero ya poseedor de la palabra; o «Le ceneri di Gramsci», con el hundimiento de los ideales saliéndose por los poros de cada poema; o «Poesía en forma de rosa», con un tono autobiográfico impúdico. Todos trabajos deslumbrantes en los que Pasolini va desnudándose y mostrando su evolución racional y su gran altura poética.

«Who is me / Poeta de las cenizas», un monólogo en verso que Pasolini escribió durante una

estancia en Nueva York durante el año 1966, y que DVD poesía ha recuperado para el lector español

gracias a la traducción del texto realizada en 2002 por Marcelo Tombetta, es una obra inconclusa, un poema largo que presenta en tono discursivo diversos tramos de la vida de Pier Paolo salpicados de con-

flictos diversos de carácter íntimo, profundas reflexiones sobre la creación y la vida, sobre la relación

del autor con la poesía y sobre su decidida voluntad de enfrentamiento con el poder en cualquiera de sus formas... dejando siempre alrededor un campo ético y estético en el que mirarse. «Who is me» recuerda

bastante a aquella poesía civil, decadente y de izquierdas de «Las cenizas de Gramsci» que tanto elogiara Alberto Moravia.

En el transcurso del poema aparecen diseminados entre la rabia los asesinos de Guido –el her-

mano de Pier Paolo asesinado por sus compañeros de guerrilla–, los campesinos encendiendo una cam-

piña idílica con su moral a cuestas, la madre como principio y fin, el Partido Comunista, la poesía hecha libros y crítica, el cine como excusa de todo y de nada, el fascismo y las contradicciones propias y ajenas, la religión con sus dudas, Roma, Alberto Moravia, la búsqueda de una definición de la poesía, América y Ginsberg, el valor del dinero cuando no se tiene y el horror que produce cuando sobra, la burguesía que sólo juega a ganar o a perder y cómo despreciarla, el compromiso de la escritura, los múltiples problemas del autor con la justicia, la corrupción de los políticos y de la política burguesa, la mafia

del cine y sus mediocres dirigentes, las obras por escribir o medio escritas, el temor a la impopularidad de los escritores florecidos que adulan sin medida para mantener su pedestal, la muerte y la vida confundidas con la posesión...

Pero sobre todas las cosas, un río existencial muy caudaloso que lo arrastra todo, asolando a

quien escribe a quien lee, desolando a quien regurgita sus versos y los racionaliza.

Muy destacable me parece la aseveración que hace Pasolini sobre que «la poesía es la acción

real» y que evocarla –la acción real– es lo que puede concretarse en versos. Yo creo a pies juntillas que por ahí va la cosa, que la poesía habita en la vivencia, en el acto, en el sentimiento interior. No en la

palabra, que sólo puede acercarse al hecho poético con grandes pérdidas en el camino. Así, el buen poeta es el que se deja menos material en el viaje, el que encuentra los versos que son capaces de con158


tener todo el indicio deshidratado, el que es capaz de reproducir en el receptor un tanto por ciento de

los sentimientos sucedidos en la «acción real» –no se confunda con el prosaísmo de lo descriptivo, por

favor–. A más porcentaje, mejor poeta. Este planteamiento acabaría con cienmil poéticas en este justo instante. El decorado, el florilegio, la justa medida, el ritmo interno, la metáfora, el flou y el flash vienen bien y a mejor, pero no sólo...

«Who is me» es un poema profundamente humano en el que PPP se desnuda dejando a la intem-

perie una piel hecha de moral y de ética, una piel que quema y se quema, un poema fresco e innovador, dramaticamente proletario y amargo, desolador y bello, triste, muy triste. 28 de febrero de 2005 Es la reostia sin ache, que he sido testigo hoy mismito de un bluf prensa provincial en su apar-

tado local que merece el calificativo de asqueroso, la movida va de campaña orquestada contra un buen amigo al que se quiere joder si no da su brazo a torcer, y sin instituciones de por medio –que no doy más

datos, coño–. Y me apetece contarle a este diarioblog mío que se me está calentando el carnero y que lo

mismo me vuelvo tirar al ruedo y me salto a pídola hasta a la santa madre del portero, que tengo bien

poco que perder y demasiadas cosas que decir, porque el perico al caso no me da de comer –punto a mi favor– ni yo lo permitiría jamás. ¿De dónde ese garrulo de Tápies a la espalda?, ¿qué ha hecho en la vida más que robar y delinquir con dinero y prebendas? Gordo como una hucha y con cara de asco siempre,

carretera y manta –top carretera y top manta–. Este es el problema de las democracias en las que sólo se es demócrata el día del voto, que los días sin voto son de treses por ciéntoses o te vas a cagar con mis sicarios mediáticos. ¡Anda con él, chucho, anda con él! Para irse a vivir a Corfú, lo juro.

Y aflojo para leer a mi amigo Diego F. Magdaleno con los ojos abiertos como platos, diez de

diez, sorprendente este cabronazo que escribe como los ángeles y haciendo siempre mutis por el pentagrama. Qué arte, qué esencialidad en su poesía, qué esponja para dar y retener... «...esa pereza antigua /

de sabernos desnudos / y guardar el secreto. / Entre los dos y el día.». Qué vergüenza escribir después

de este momento. ¡¡¡Pedazo de cabrón!!!, no vuelvas a hacerme esto. Y sin balas posibles releo y siento

envidia, y vuelvo a releer ese libro del miedo que ya es mi terror entero, y también mi fracaso como poeta; yo con 12 ó 13 años más y en esta mediocridad de la palabra. ¿Qué voy a hacer ahora, Diego?, ¿qué puedo hacer?

1 de marzo de 2005 Decía PPP, refiréndose al mayo del 68, que a la policía habría que tirarle flores y no piedras, pues

ellos eran los hijos del proletariado en un mundo al revés en el que los estudiantes suponían la vistosa punta de lanza de la burguesía consumista. Estoy absolutamente entusiasmado con los escritos de PPP, 159


con sus plantamientos originalísimos, con sus vueltas de tuerca y con su idea de lucha contra el sistema. Venció aquella burguesía cosumista para consumar este caos, los Bader M. de ayer usan hoy traje de cha-

queta a modo de sotana para convocar los ritos de esta religión destructora y han cambiado los ideales (aquel tabaco...) por los reales globales. La tontuna campa por sus fueros en los altares donde Dios puede

llamarse Óscar, y el colmo del reduccionismo se perpetra en un crío inflado de pasta –puesta a golpe de talonario por parte de algunos interesados en vender juventud/homosexualidad/muerte/victoria– por

reproducir en versión lacrimógena un suicidio real de la crónica negra más sensiblera con raíz profunda

en la Galicia fragante/flagelante. Y todo se confunde en el verdín: el cine es cena, la moral es morral, la autenticidad es clonación, el arte es parte, la justicia es carta blanca y titulares, el amor es sexo –y no está mal, al menos...–. Y en esta resta de horas no es nada importante que yo me lleve la mano a la entrepierna porque me gotea el centro de puro frío, pero sí que el «Woijdylan» del Vaticano se lleve su santa mano

anillada al cuello –sin amenazar esta vez, menos mal– sin que entendamos si lo hace porque estamos todos con el agua al cuello o porque las traqueotomías también les duelen a los padres santos. ¿Es que

mi misión en la Tierra no es divina?, ¿por qué nadie espera frente a la ventana de mi casa para verme quejoso de «allí» a la hora de los angelus –mi mujer y mi hija–?

Y luego el pensamiento que sigue: «Por desgracia ha desaparecido un mundo arcaico que, con

todos sus defectos, era un mundo que yo amaba. Un mundo represivo es más justo, más bueno que un mundo tolerante: porque en la represión se viven las grandes tragedias, surgen la santidad y el heroís-

mo. En la tolerancia se definen las diversidades, se analizan y aislan las anomalías, se crean los guetos. Yo preferiría ser condenado injustamente a ser tolerado». Duro y para darle vueltas, ¿no? Sólo podremos

huir de la mediocridad por la represión y quizás viceversa. 2 de marzo de 2005

Entre el sí y el quizás... prefiero bajarme mañana hasta la Tacita de Plata para fumar unos piti-

llos con Cristóbal Puebla, para atragantarme de risa junto a David Pielfort, para tomar unas copas con

Antonio Orihuela. Y luego a Barcelona en una sesión de puente aéreo de capricho, y después a Rivas para

concelebrar un 11M poético junto a los chavales de José Luis Morante y arropadito por la música chula de Jesusín Márquez. Me temo que te abandonaré por unos días, diario, y dejaré solo a mi Emilio televisivo y sevillano, a mi Antoñín Gómez, a mi Diego capullín –¡qué versos!– y a los ávidos buscadores de cosas Premysa que tanto visitan este blog buscando un yo qué sé puñetero que no pienso darles –del orden de diez entradas diarias en este blog desde buscadores con el término «Premysa» como orden de bús-

queda–. ¿Qué buscarán con tanto empeño? Y Chantal Maillard leyendo en/para la Obra Cultural de Caja Duero en Salamanca, enseñando, y hace bien, su Premio Nacional de «Iteratura» en el apartado de Poesía por «Matar a Platón», que ya tiene morbo. Buena lectureta, colega, y mejor ágape. Y yo, antes muerto

que sencillo, a viajar y a ver amigos que no saben del postín y conocen a pies juntillas el abrazo. Sin mari160


conadas, ¿eh?

(noche) Y que me encuentro en Google lo que sigue: «26/02/2005 - Santiago Nieto / El Adelanto Alejo Riñones continúa al frente del PP local

Compromiso y cumplimiento, son los ejes del ideario del PP utilizado ayer por el presidente pro-

vincial, Julián Lanzarote, que presidió en Béjar la renovación de la junta comarcal del partido, con la única candidatura presentada, encabezada por el también alcalde, Alejo Riñones.

Lanzarote se refirió a la ejecución del programa electoral como "un contrato ciudadano que se

ha de cumplir hasta la extenuación". Tras estas afirmaciones, la mayor parte de la intervención del dirigente popular se centró en criticar al Gobierno de Zapatero y las actuaciones de los socialistas, así como exigir el cumplimiento de las compromisos electorales de Jesús Caldera.

Lanzarote centró gran parte de la crítica en la ausencia de consignaciones presupuestarias para

la recuperación de la vía férrea de la Ruta de la Plata, Astorga-Béjar, cuando, según el presidente provincial del PP, era uno de los compromisos socialistas del Plan del Oeste. Tal y como hace el nuevo pre-

sidente de la junta comarcal popular, Alejo Riñones, Lanzarote exigió a Caldera el cumplimiento de los compromisos adquiridos por el ministro de trabajo para con la ciudad de Béjar.

Sobre Premysa, Lanzarote manifestó vehementemente que es "un chiringuito financiero para

colocar a Cipriano, Antonio Caldera, Angel Calvo y Luis Felipe Comendador, antes concejales socialis-

tas". Lanzarote solicitó el "compromiso" de los afiliados populares tras una junta que sufrió una reno-

vación superior al 70% de sus miembros y en la que la presencia bejarana se vio notablemente reducida. Estarán Alejo Riñones, Luis Francisco Martín y María Luisa Caldera, a parte de los miembros

natos.». Al tal Lanzamierdas este voy a tener que nombrarle a la madre o contarle la movida de un pabe-

llón deportivo salmantino y cómo se coloca a los exconcejales peperos de la biliosa Helmántica –aunque sean de casa–, o hablarle de ciertas pelas ladrilleras. Su baja estofa de bragueta fácil le tiene abocado a echar mierda de por vida hasta que veamos pasar su cadáver por la Puerta de Zamora –y aún ni enton-

ces–. Y ahora pido perdón por lo dicho para que el juez tenga dónde culpar y dónde atenuar. Mira, babo-

sa, tengo una empresa en Béjar que mantiene siete puestos fijos de trabajo con mucho esfuerzo –pues

aquí las cosas no están como para dar trabajo, pregúntale a tus campas de aquí–, estoy trabajando como un cabrón para modernizar mis talleres y poder ofrecer trabajo a más bejaranos, traigo curro de los cuatro puntos cardinales del país, un trabajo que «trae» dinero a mi ciudad y se queda en ella, estoy empe-

ñado en un nuevo proyecto empresarial que podrá dar trabajo a más bejaranos porque apuesto cada día

por mi ciudad desde la «iniciativa privada». ¿Qué te crees, mierdilla, que yo chupo como tú de la teta de todos los españoles? Y para que te enteres, he pagado hace unos días una multa que me ha puesto el

Ministerio de Trabajo –que dirige mi amigo Jesús Caldera– por no tener en regla unos papeles sanitarios

del año 2003, que fue entrar el nuevo gobierno socialista y recibir tres inspecciones en mi empresa –circunstancia que no se ha dado, que yo sepa, en el resto de empresas bejaranas–. Y mira, cagaleches, el

mismo Ministro que me multa por esa incorrección, me pide colaboración altruista –lee bien, mamón, que 161


he dicho «altruista»– para apoyar a la Fundación Premysa, lo mismo que ha hecho con gente que fue con-

cejal por tu partido en Béjar, y que me cae de puta madre, y que además ocupa un alto cargo directivo en la fundación. Yo, cavernícola, soy, muy a mi pesar, patrono de honor (mi única ventaja sobre cualquier

otro bejarano es poder asistir a una reunión semestral para ponerme al día de cómo van las cosas y dar mi opinión), y no niego que me hubiera gustado estar en el centro de decisiones de forma «altruista» tam-

bién, que queda muy claro en los estatutos. Y que aunque no te interese, llevo realizando desde hace 12 años actividades culturales de mucha altura en mi ciudad, y todo sin una puta peseta de mierda que no fuera mía o de mis colegas (tú siempre disparas con pólvora ajena, ¿verdad?), presido con mucho orgu-

llo una ONG en Castilla y León y gracias a la santa madre de ese Cristo ante el que tú humillas mientras clavas puñales en mil espaldas, no necesito ni una miserable peseta que me dé el partido socialista, al que no pertenezco desde hace unos años más que como simpatizante. Y paso de ti, rabioso fascista. Mira las vigas en tus ojos ruines. Y que a mí me toquen todos los gilipollas... ¡Manda huevos! 4 de marzo de 2005 Llegué a Béjar a eso de las 10 p.m. con un cansancio olímpico, pues me hice de un tirón el viaje

desde Sanlúcar con cinco minutillos de paradiña gasofa/pis, y todo contando con que los langostinos

–¡uhmmmm!–, los carabineros y el peje espada con machado de ajo hasta las meninges andaban todavía

bailando entre la garganta y la boca del estómago. Destacar la hondura etílica y absolutamente terráquea de Cristóbal Puebla, filósofo de calle y motor en marcha siempre, ocurrente con brillo y sin dobleces, campeón mundial de la respuesta tranquila y bien racionalizada, uno y siempre infinito, divertido de herir, solvente catador de manzanilla y gentes. Y los ilusionados libros Siroco, y la boma de poetas sanluque-

ños, y el pluripremiado Ricardo con su jubilación joven y su charla tapabocas... Todo salió de lujo mientras llovía a mares en el frente urbanizado de Doñana y a ríos en la Doñana misma, mientras el río juga-

ba a mar entre las playas/beach y la dunas comiéndose los juncos. Y el viento como un «vete ya» dobla-

ba las palmas ante mis ojos heridos por un paisaje bellísimo y absolutamente contradictorio. Sólo un café en «La Herencia» pudo traerme una realidad de 1,25 euros en barra –¡qué bestias!–. Estoy cansado y el domingo salgo para Barna mientras Lanzamierdas recoge sus heces del sillón de su despacho helmántico.

5 de marzo de 2005 Cada día soy más consciente de que los poetas somos tipos aburridos que nos lamemos nuestra

propia lengua y que nos parecemos más a los tontos con gafas que a la gente que pisa la calle. Quizás haga falta que la ironía y el ingenio vuelvan al poema para cargarse de un ataque de risa a los pesados de

lectura con diccionario, a los tristes de atar, a los poetas profesores –que últimamente me tocan a mí en 162


un alto porcentaje, y no hablo de AGT, ¿vale?– que se han leído a JRJ y lo quieren emular ante sus alum-

nos –que somos todos– y nos machacan con discursos aburridos e interminables en un monotono que es

capaz de dormir a los más despabilados –des/pábilo // des/pábulo, je, je–. ¿Por qué no el poema chiste otra vez?, aquella cosa Tono de juego de palabras y risa franca. Poemas/chiste inteligentes, eso sí. Yo qué

sé, una poética, para abrir boca, que llevase por título «¿Poesía? ¿Qué é seto?» y que compendiase

modos y filosofía poética de vida alegre y descarada, que de las historias descarnadas en versos tristes e incomprensibles estoy ya hasta el coco –de las mías también, por supuesto, que esto es sobre todo autocrítica–. Y llegar a los foros poéticos más extraños y conseguir que la gente arrancase a reír a mandíbula batiente o simplemente a sonreír con complicidad. Pandilla de sosos con los culos planos, horda de gar-

bancitos con gafas de culo de vaso que leen y reescriben perdiendo en el viaje la mitad de la media y la media de la mitad. Que ya no hay que escribir los versos más tristes esta noche porque están todos escri-

tos; ni los más incomprensibles, que tengo un amigo cura que se los ha pillado todos; ni los más intelectualmente consumibles, que son patrimonio de Sabina y de su colega Gala. ¡Poemas/chiste!, de los de no pasar a la Historia, pero de los de hacer feliz al personal por un ratito, poemas en pelota picada, disolu-

tos, asquerosamente terráqueos, tan simples como los oídos de quién va a escucharlos porque jamás los

leería. Una poesía, en fin, acorde con este tiempo subnormal y amarillo: Ni poesía de combate, ni poesía de la experiencia/diferencia... poesía para imbéciles, ¡hostias! 6 de marzo de 2005 Qué difícil es ser ordenado y disponer el tiempo en apartados estancos en los que desarrollar la

vida midiendo y priorizando. Yo jamás cumplo mis previsiones diarias –ya no hablo de espacios tempo-

rales mayores– y a eso de las doce del mediodía ya he roto cualquier plan que me haya planteado. Soy como el pastel de Eaton, una tarta deliciosa de nata, crema y frutas del bosque que cayó al suelo y fue recogida en una bandeja como una masa informe, pero deliciosa. Y no sé si ese caos es mejor que aquel orden. Sin embargo, algunas veces envidio a esas personas que cumplen a rajatabla cada uno de los pasos

que se han marcado, aunque no me gusta nada su minuciosidad espartana y esa falta de cintura en el rega-

te corto que tanta frescura le da al que la posee. Debe ser algo genético. El caso es que yo me siento muy

bien en los ambientes caóticos, hasta el punto de desordenar mis cosas para sentirme mejor. A este asun-

to podría buscársele el punto literario para ponerlo en valor, pero me da la impresión de que terminaría en un enredo lleno de vanidad del que saldría mal parado. Me gusta el desorden y admiro el orden, eso es todo.

(tarde) El centro histórico de Sanlúcar se lo comió la bodega «La Gitana», y lo hizo con inten-

ción de bebérselo, pero no. Cubas –botas– aquí y allá, en las aceras anchas y en las placitas recordando

esa cosa alcohólica que siempre vino del barrio alto, donde todo es auténtico: la miseria, el costo y las puntillitas como un no sé qué de ropa interior marina. Llovía a mares y me escondí del agua en una igle163


sia. Solo y a oscuras –que la luz se hacía por la magia de introducir un euro en el cepillo del templo y no

era el caso para un tipo que en el día cuatro del mes ya sólo tiene para café y tabaco– me senté en uno de los bancos de primera fila y miré absorto a un crucificado que sufría al frente. No me dijo nada, como no me dijeron nada los retorcimientos de la piedra en uno de los ábsides que quedaban a mi derecha. Tenía

frío en una iglesia oscura de Sanlúcar y estaba absolutamente solo. Me mordí las uñas en una especie de

comunión particular como un resto de la raza encoprética a la que pertenezco y volví al bullicio del zoco: Calles estrechas con tienditas de zapatos, de fruta, de pescado, de trajes rocieros; todoacienes entre cada

una de aquellas tienditas, agencias inmobiliarias, bancos y cajas de ahorros... y me detuve en una local de bebidas –bar no era– lleno de desconchones y absolutamente descuidado, como yo, uno de esos lugares en los que pasas desapercibido hasta el punto de que no te sirven si no llamas varias veces la aten-

ción. Pedí un café con leche con la intención de quitarme el frío –increíble en Sanlúcar– y me entretuve leyendo un periódico gaditano más cutre que el lugar mismo –como en casa–, un periódico que reposa-

ba en la barra como queriendo regalar ideología provincial al forastero y al propio. Noventa céntimos de café que me hicieron ganar media hora de tiempo perdido y templar las manos y el estómago. De allí a la raya que dibuja el río con Doñana al frente, una raya que juega a paseo marítimo alineada de palme-

ras incómodas con el puñetero viento que las tumbaba como en un ballet, y una raya que juega también al turismo feroz con su línea de restaurantes de costa –fluvial–, tristes por la lluvia que presume una peste de cajas vacías y demasiados brazos cruzados. El río, entre gris y marrón, recogía su pelo encrespado con

dos enormes boyas y con algunos barquitos de bajura. Y me animé con una manzanilla, y luego con otra. Y en un garito cercano al Club Náutico Sanluqueño saqué las armas ajenas y empecé a releer el «Libro

del miedo» de mi hermano Diego F. Magdaleno con intención de anotar para hacerle llegar mi crítica más sincera y trabajada. Y volvió a joderme la vida. ¡Qué magnífico primer libro! Redondo, reflexivo, tierno

y duro a la vez, lleno de sensibilidad por los cuatro costados. Diego sabe perfectamente cómo se trabaja

lo vivido para transformarlo en arte poético, y eso dominando el ritmo interno del poema, calculando la

música y controlando la palabra como un maestro. Volví a la manzanilla mientras en mis papeles sólo acerté a escribir: «¡Pedazo de cabrón!». 8 de marzo de 2005 Vi Madrid como dejado y Barcelona absolutamente brillante. Fue una percepción rápida, como

un apunte de visita relámpago. El no y el sí. La primera decadente y la segunda emergente. El sobrecar-

go del vuelo Air Europa en el que me desplacé era una mujer despeinada y con cara de sueño, las azafatas también lucían un despeinado de amanecer que llamaba al bostezo mientras mi cuerpo viajó encaja-

do como el de un contorsionista de aquellos que se metían en una caja pequeña para el asombro de todos. El salto de la capital a la subcapital, que dura 55 minutos, se me puso en cuatro horas contando prolegó-

menos, aparcamiento de la nave y postres. El tiempo estirado o detenido o robado o laxo o circunflejo 164


–como una tilde de dos filos–. La política de aeropuertos en España es un desastre –me imagino que a

imagen y semejanza que la del mundo entero–. Y que de Madrid a Barcelona, en puente aéreo, tuve que pasar por el arco del triunfo que lo ve todo, y quitarme el cinturón y las gafas y el reloj, y sacar mis mone-

das de su bolsillo y buscar el llavero para enseñárselo al guripeo segurata con cara de hartazgo –yo y ellos–. Barajas pobre y El Prat riquísimo. Por buscar nexos de unión, cuento que el zumo químico de

naranja cuesta en ambas recepciones a dos euros más cincuenta céntimos, y en vaso de plástico cutre, y con servicio caravinagre en ambos lados –no se tenga en cuenta el acento nasal o el rotundo y castizo–.

Curiosamente, en el vuelo de ida se ofrecía prensa gratis al pasajero –cosa normal– dando a escoger entre

«El País» y el «ABC» con el resultado de que el montón del «ABC» quedó virgen mientras que el de «El País» bajó con mucha rapidez. Pero esta vez Barna fue sólo una coma, pues iba de visita a Sabadell, hasta

donde llegué en taxi carísimo –a estos precios moriría de hambre cada día dos del mes–. El itinerario

hacia mi destino discurrió por un paisaje salvajemente industrial y caótico, sin signo alguno de pobreza a la vista. Feo de ver pero goloso de imaginar. Después de la patada entre los huevos que me dio el taxis-

ta, me salto mis gestiones hasta la comida en Castellar del Vallés. ¡Como nunca!, y mejor que Fundador. Delicias artesanales regadas con un vino que no se merece mi paladar y un postre para subir a Cielo junto

al cocinero. Sensación de mucho cabreo social con el tripartito y una ventolera antisocialista de nuevo cuño deamasiado Carmel. Acogida del «propio» ejemplar por parte de todos y cada uno de los catalanes

con los que me crucé –descuéntese el camarero de la naranjada, por favor–. Lujuria en la calidad de vida presentida y muchos menos extranjeros de clase W a la vista que en la capital del reino –los que vi, esta-

ban «todos» trabajando–. De vuelta a casa, ya mucho menos contorsionado, otro sobrecargo femenino con carita de mal yogourt y un par de azafatos cuchicheando con la azafata mona de turno (debía ser por-

que hoy se celebra el día de la mujer y lo estaban celebrando con antelación). Y Madrid otra vez triste y renegando de coches alineados en colas infinitas. Un viaje, sin más, largo y tendido.

(noche) Hablé con José Luis Morante como un previo de mi actuación 11M en Rivas, y me dijo

que centrase todo en la palabra «esperanza» –jamás la Aguirre, por Dios–, y me anunció encuentro chulo

con Luisito Pastor, y le noté de nuevo triste y solo, como la jodida universidad a la que cantaba yo cuando era tuno del «bartolo» en Salamanca. Mi Morantón necesita urgentemente una dosis de risas y recuerdos bonitos, de ánimo bejarano bien fileteado y de palabras cercanas y cómplices. Prometo darle todo. Y

luego me llamó mi cantante favorito, Jesusín «Márquez» Vázquez, con el que también estaré haciendo

mi bolo 11M, y me sopló que estaremos también con Pedro Guerra y con Paco Ortega. ¿Chulo el plan, no?

9 de marzo de 2005 En este «porfín» en que la Iglesia española camaleoniza otra vez para intentar sujetarse lo podre

y oloroso, con el 11M a la vuelta de mañana y el Barça fuera de la Liga de Campeones, pues que no sé 165


qué hacer ante los mil papelotes que se agolpan en mi mesa: preparar una lectura poética sobre/desde la esperanza, ponerme en serio con la biografía de Luis Pastor, rematar mi nuevo poemario, terminar unas

letras de canciones que tengo en el cajón desde hace seis meses, escribir un par de artículos pendientes para prensa, comunicarme con cien amigos para los que soy silencio desde hace bastantes meses, hacer la crítica de «Libro del miedo», corregir galeradas de tres libros para meter en máquinas, darle el toque

definitivo a mi edición de «Aráñame»... tantos asuntos, que me quedo extasiado un día sobre otro miran-

do el caos enfrente y adentro. Pero no importa, porque el PP y el PSOE han sido «capaces» de acordar el

texto que harán público en el primer aniversario de la masacre de cercanías. ¡Joder!, qué majos los tipos

estos de chaqueta y corbata con nudo de horca, estos ruines buscavotos que son capaces de herir la sensibilidad de una madre doliente o de un tullido con la moral destrozada junto al cuerpo. Acuerdan un texto

para hacerlo público antes o después de su minuto de silencio correspondiente. ¡Callaos de una puta vez!,

y que el silencio afirme lo que hicisteis y todo lo que dijisteis antes y después de los muertos útiles. Callaos por decencia y seguid cobrando la miserable –porque vosotros la hacéis miserable– nómina del pueblo, seguid acumulando derechos pasivos en su apartado vip, seguid con vuestros treses por ciento y

con vuestra rapiña urbanística, seguid jugando con la vida de la gente... pero callaos. Hoy he visto cómo

en «Antena 3» la insoportable periodista de la derecha española, Isabel Sansebastián, apostillaba con rabia a la madre de una víctima del 11M saliendo en defensa de JM Aznar... he sentido vergüenza ajena mientras ella no sentía piedad ni respeto. Políticos, periodistas... alimañas, fieras. 11 de marzo de 2005 Son las 10,34 p.m. y acabo de llegar de Madrid (Rivas Vaciamadrid/Leganés), donde he reali-

zado una lectura de poemas en homenaje a las víctimas del 11M para doscientos chavales que vivieron

de cerca la tragedia y que me han emocionado con un silencio que llenaba hasta las lágrimas el Centro Cultural COVIBAR de Rivas. Ahora sólo puedo escribir el llanto de una chiquilla de unos 15 años que

me escuchaba en silencio desde la segunda fila de sillas. Su tristeza era la belleza misma. Debo darle las gracias a Morante por propiciar este subidón de sensibilidad que vuelve a llamar a las palabras. Dejaré reposar todas las sensaciones que tengo ahora para buscar un frío de distancia que lo ponga todo en su justo lugar.

(nota hacia afuera desde medio campo) Lástima que las reuniones semestrales P. no contemplen

dietas para los de casa, más que nada para que fueran felices algunos desnucados de mente. ¡Qué mundo!,

¿no? Para llorar. Y si encima digo que en la primera convocatoria (un viernes a las seis de la tarde) perdí

dos horas de mi trabajo, lo mismo hasta me llama imbécil algún lechuguino adulador de Lanzamierdas. Ya les vale.

12 de marzo de 2005 166


Cuando el jueves, 10 de marzo, pasé el túnel de Guadarrama, ya era el día 11. Obras en la A6

para poner un lírico llorar de automóviles al triste aniversario, algo así como un cortejo fúnebre hacia un Madrid con el cielo azul celeste de escapanda. Antes de tomar la M30, detuve mi mirada en las Torres

Kio jugando de nuevo a ser el símbolo de un Diablo que reta al cielo con descaro –me parecieron pequeñas piezas de una construcción infantil–. Locura para hacerme con la A3 y más locura para descubrir la

nueva entrada a Rivas Vaciamadrid, sumergida ahora más que nunca en un caos de euros y ladrillos, en una vorágine de nudos de comunicación y bulldozers. Casi en un acto de magia me puse justo en la puer-

ta de la casa de mi amigo José Luis –coche bien aparcado incluido, cosa rara en mí– y recibí el calor de

su amistad y la dulce sonrisa de Adela. Cañita sin alcohol con aceitunas y puesta al día de los mil temas pendientes –José Luis sigue siendo el mejor norte que conozco y admiro cómo sabe poner orden en mi

desatado desorden–. El teléfono cortó nuestra puesta al día y llegó la hora Jesús Vázquez/Márquez... Con los mil decorados COVIBAR al fondo, abracé a mi cantante, que llegaba a dos velas, como siempre, con la sonrisa puesta bajo sus enormes gafas de sol Vogue, con el pelo más largo de lo habitual y con más

confianza en sí mismo que nunca. Visita Povedano al enorme recinto cooperativo y anonadada admiración hacia ese trabajo de la izquierda en el Este de Madrid. Cañas con alitas de pollo y a cenar. Morante,

muy vivo y siempre pensando en futuro, invitó a la cena a Miguel Vázquez –mi delicioso amigo «impre-

sentable» y el mejor exconcejal de Cultura que conozco, un hombre que viene del trabajo sindical, que

sabe pisar la calle y que mantiene nítida la idea de una izquierda honesta– y a la coordinadora de Cultura de la Asociación de Empresarios ripenses, forzando un pequeño recital musical a los postres para que

conocieran el trabajo de Jesús –me dio la sensación de que todos quedaron vivamente impresionados con

mi cantante preferido y que de ahí saldrán actuaciones–. El día terminó con hotel de auténtico lujo –cafetera en la habitación incluida–.

Y llegó el 11M. Me desperté temprano y bajé a desayunar al comedor del hotel con la idea de

preparar mi intervención en el homenaje a las víctimas de tan triste fecha. Me encantó el ambiente multirracial de aquella estancia. Chinos, peruanos, argentinos, rumanos, servios, japoneses... cada uno

haciendo un desayuno distinto. Yo me limité a un zumo y a un café con leche. Y escribí cuatro folios de reflexiones hasta que me detuvo la llegada de un Jesús medio dormido aún que escondía sus ojos detrás de las gafotas Vogue. Hacía frío en la calle cuando salimos para el centro cívico de COVIBAR, donde actuaríamos ante doscientos chavales. Punto y salto.

Rodeado por una exposición de fotografías de Atocha, Leganés, Santa Eugenia y el Pozo, leí

emocionado mi poema inédito «Con la fe a cuestas» y sentí ganas de llorar junto a una chiquilla bellísi-

ma y desconsolada que ocupaba un asiento en la segunda fila. Le dediqué un poema de esperanza y vol-

vió a llorar entre risas de agradecimiento. El ambiente era decididamente de luto, pero también de una esperanza infinita nadando en todos los ojos de aquellos chicos y chicas. Nunca podré agradecerle a

Morante el que haya propiciado todas las sensaciones que tuve y por las que aún no me llega el alma al 167


cuello para contarlas. Gracias, amigo.

Y con un abrazo a mi Morantón, viajé hasta Leganés con Jesús para comer con Paco Ortega –que

no pudo llegar a tiempo– y con Santi G. Valverde, un cielo, que me emocionó hasta las lágrimas tocando al piano para mí el tema «Por los muertos pendientes», que escribí hace justo un año en homenaje a

las víctimas de los atentados en Madrid. Y vuelta a casa con un accidente ajeno a la salida del túnel de Guadarrama que demoró mi llegada a casa. Una gozada de salida y muchas ganas de descansar.

(tarde) «Ostia» es el plural latino de «puerta», es decir, «puertas» (no recuerdo el autor latino

que arrancó con este término hacia la modernidad, pero el tipo contó cómo a cierto romano le dieron tal golpe, que salió disparado y chocó contra dos puertas), o el nombre de cierto molusco (del lat. ostre˘a) cuya concha semeja los dedos de una mano marcados en la cara. He comprobado que ambas proceden-

cias del término «ostia» entendido como «golpe» son ciertas, por lo que me afirmo en mi postura de poner sin hache la palabra, y con ello cierro una discusión antigua con un colega sobre mi uso de ese término en «Nos vemos en el Cielo». Y con hache, cuando quiera darle otras connotaciones. Y lo que diga la Real

Academia me resbala porque fija a machamartillo, limpia demasiado y se ha dormido en su esplendor. En todo caso, como la lengua debe ser herramienta para entenderse y no «erramienta» con la que con-

fundir, pues como que viene dando lo mismo, ¿no? Una buena ostia/hostia acaba doliendo igual con hache que sin ella, entre otras cosas porque la hache es muda (aunque en mi pueblo la aspiremos algunas veces).

13 de marzo de 2005 Hoy me he levantado tarde, intentando buscar el descanso sobre estas dos semanas de vorágine

y viajes. Mi reloj biológico me ha traicionado, pero he aguantado en la cama hasta las once y media vien-

do entre sábanas «La máquina del tiempo» por la tele y rememorando aquellos días en los que quería ser

Julio Verne o H. G. Welles, luego he gozado de una ducha larga y reconfortante, de un desayuno glotón

y de un corto paseo para ver las obras de la nueva imprenta, que por fin avanzan con regularidad. Con el

afán de hacer algo distinto, he hecho limpieza general en la imprenta –la vieja–, y el trabajo físico unido al olor a lejía me han traído amontonados recuerdos de la niñez: he vuelto a ver a mi abuela fregando las escaleras de madera de su casa con agua cargada de lejía para borrar el olor ácido de los gatos y bajando al Caño Comendador a cambiar el agua del cubo para dar el último toque de fregado a los baldosines

damero de la casa; he visto a mi madre lavándome en un barreño con agua caliente y jabón, insistiendo con afán en la roña acumulada en mis rodillas; he visto a la señora «Salu» tirando cubos de agua sobre

la piedra del portal y luego arrodillándose sobre un banquito de madera para raspar aquel suelo con un cepillo de mano... Estar solo en la imprenta me traslada siempre a muchos años atrás, y suelo ponerme a

medir lo que era y lo que soy, lo que pretendía en mi ilusión infantil y a lo que he llegado: un tipo gris que padece de mediocridad. ¿Dónde quedaron aquellas ganas de cambiar el mundo? Recuerdo que cuan168


do me operaron de anginas y vegetaciones, mis padres me regalaron una carabina de juguete con las

cachas de madera pintadas en color rojo. Yo apuntaba con aquel arma de juguete a la gente que pasaba

por la calle y disparaba pensando que cada uno de ellos era el asesino de mi abuelo Felipe, porque un día le prometí a mi abuela que los mataría a todos para que no llorara. Recuerdo que ella sonrió con los ojos húmedos y me dijo: «Corindilla, los hombres se visten por los pies. Tú estudia y sé más que ellos y que

sus hijos y que sus nietos. Así tu abuelo estará orgulloso de ti». Y yo no sé si he sabido vestirme por los

pies y si he acabado siendo más o menos que todas las generaciones de los asesinos del abuelo. Sé que

soy un triste y que he dicho y escrito casi todo lo que me pedía el cuerpo, que ya es algo, pero no sé si eso lo podrán poner mi abuelo y mi abuela en el apartado del orgullo. Sí, soy mucho más libre que ellos, pero eso es fruto de su vida y de su sacrificio personal, no de la mía. Yo sí estoy orgulloso de mis abuelos, y de mi padre y de mi madre, absolutamente orgulloso y agradecido.

(tarde) Escucho el último ensayo grabado de Jesús Vázquez/Márquez, que contiene los temas

definitivos del disco, y que probablemente salga al mercado a mediados de abril. Sobre la propuesta ori-

ginal, se han eliminado dos o tres temas y se han sumado otros, entre ellos un soneto que escribí el año pasado y que lleva por título «Los alemanes iban vestidos de gris, tú ibas vestida de azul». Y me parece que ha quedado redondo. También va un tema de Joaquín Sabina y otro de Paco Ortega. Yo tengo la

impresión de que el disco tiene unidad y de que va a ser un bombazo lleno de sensibilidad y con un nivel de calidad magnífico en casi todos los temas. Sólo me queda la curiosidad del acompañamiento orques-

tal, pues hasta ahora sólo he escuchado los temas con el acompañamiento de la guitarra. Me da muy buen rollo este disco. Digo.

15 de marzo de 2005 Hoy he vuelto a retomar la poesía con ganas, y todo gracias a mi viaje madrileño y a la charla

con J. L. Morante. Dejo aquí el último poema: EL ACORDEONISTA CIEGO: «En la esquina de siempre, / donde la calma suena, / quiero sentarme a oír / cómo mira la gente. // Si notases que el frío / me ate-

sora en la sombra, / no me arrojes monedas / porque serán de lástima. / Ríe entonces / y sentiré el calor

/ que precise mi cuerpo. // Mi música es tu tristeza. // Corrígeme si al caminar / tomo la dirección de casa, / que allí no está el final.».

Y acuso recibo del número 8 de «Milenrama», con un poema magnífico de Amalia Iglesias –Ad

portas– y algunas cositas de Losada, de Cuenca o Margarit. Una revista sencilla y bella, una pavesita llena

de sensibilidad y colores poéticos diversos. Buen trabajo de César Augusto Ayuso. Y el número 92 de

«L’ortica», otra delicia –esta vez italiana–, editada por el amigo Davide Argnani con fresas salvajes de Italo Testa y María Piscaglia. Gracias a todos por el delicado detalle de gastarse sus pelas en sellos para

que yo disfrute, y mucho ánimo para seguir. Y llamadita de mi Diego con la noticia de que ya está listo para publicar su diario de 2004 con prólogo de Antonio Carvajal, que aún piensa que mis chistes malos 169


no hacen más que daño a mi poesía –no sabe el amigote que uno ya es un triste desde hace varios años. Las cosas de no vernos ni leernos–. Tiempo al tiempo. 16 de marzo de 2005 Son las once de la noche y acabo de terminar una jornada maratoniana de curro del que menos

me gusta, el manipulado de impresos. ¡Estoy harto!, harto de trabajar sin verle el color al dinero. Sí, sé que he tomado un riesgo grande y he hecho una inversión ambiciosa que requiere su tiempo y su buena

parte de curro, pero esto no es vida. Me sujeta el que quiero dejarles a mis hijos algo sólido que les asegure el futuro, una opción de trabajo y de ingresos por si sus proyectos de vida no salen bien. Los hijos,

qué delicia y qué complicación, qué gozada y qué miedo. Durante la última ola de frío, mi hijo Guillermo –que me va a comprar una «furboneta casa» cuando sea mayor–, se despertó con ganas de nieve y me

preguntó: «Papá, qué día ponen hoy». ¿No merece la pena currar por un pizpajo que te hace preguntas

de ese calado? Me voy a dormir y a ver si tengo suerte de que un terror nocturno acabe con alguno de mis hijos metido en mi cama.

17 de marzo de 2005 Acabo de hablar con José Luis para ver cómo pasó el toro, y le he encontrado mucho mejor, dis-

puesto a perderse unos días, a buscarse la soledad en pareja y a quitarse el frío estemadrileño con una sauna costera. ¡Suerte, colega!, suerte y poesía.

Y luego leo, por fin, un correo que me envió hace unas semanas Antonio G. T., que no maneja

los ordenatas ni con un máster en «Wordfriqui», pues he tenido que hacer mil desenredos para poder transformar en legible el archivo que me envió vía mail y como documento adjunto. Es una sabrosa pági-

na de su diario personal con una buena reflexión sobre la poesía, su uso, su dirección, su génesis y su

final. Y la reflexión es un poco a la contra de otra que yo hice hace unos días en estas mismas páginas. No debo ocultar mi admiración hacia la facilidad de Antonio en esto de tomar posturas o contraposturas y argumentarlas con éxito. Por eso, y por convición personal también –que uno es voluble y no tiene nada

claro en casi todo–, estoy absolutamente de acuerdo con los planteamientos de AGT... y también con todo lo contrario. Sé que la poesía me sirve y yo ando aprendiendo a servirme de ella, que ya es mucho saber,

¿no? Y hay un aspecto que me interesa dejar escrito, un aspecto prosaico que tiene bastante de alimenti-

cio y demasiado de vanidad. Veamos: además de los momentos más intensos en soledad, la poesía me ha proporcionado nuevos y buenos amigos, me ha dado un tonto statu y un poquito de respeto que nunca habría sabido obtener de otra forma, me ha llevado a entender que no hay un hombre digno de confor-

marse en paradigma de nada ni de nadie, me ha llevado a perder el respeto a muchos de mis mitos y a sentir que trabajando puedo llegar hasta donde me dé la gana, me ha llevado a perder el miedo escénico 170


y a ser un deslenguado sin pudor, me ha puesto a la venta en los anaqueles del Corte Inglés, Crisol, La Casa del Libro, FNAC y otro montón de librerías españolas y americanas; me ha sumado a los directo-

rios bibliográficos de bibliotecas de todo el mundo, me ha aupado hasta la plata del Nacional de Poesía y me ha dado una pasta curiosita a base de galardones y bolos... y he podido ver más mundo del que hubiera imaginado. ¿A qué, entonces, quejarme? La poesía también es alimenticia –para el bolsillo de la vanidad y para el bolsillo de diario–. Hoy me ha dado por ahí, Antoñito. Un fuerte abrazo, cuñao. 18 de marzo de 2005 Lujazo para empezar el día. A primera hora llegó Antonio Gómez a la imprenta para que nos

tomásemos un café juntos y echar una charleta rápida. Del encuentro, como siempre sucede con Antonio,

surgió un precioso intercambio de cromos. Yo me quedé con un tesoro que lleva por título «Relicario»

en edición limitadísima –sólo 38 ejemplares hechos a mano– del conquense Segundo Santos, siendo

desde hoy propietario del ejemplar número 24 y toda la colección de la Diputación de Badajoz «Pintan Espadas» de poesía concreta, con obras de Antoñito Orihuela, Rodolfo Franco –mi amiguete brasileño que tantos buenos recuerdos me trae–, Enrique Flores, Juan Rosco y Juan Manuel Pérez. Yo me dejé en

el camino 30 poemas visuales mediocres y míos, algunos tipos de imprenta en madera y un par de dibu-

jos. La postal del día fue el coche de Antonio, lleno de cuernos de cabra –creo que unos setenta– y con el radiador sobre el asiento delantero, junto al conductor, por causa de una avería solventada en plan cha-

puza para que Antonio pudiera viajar hasta Béjar y luego hasta Pucela. Un número perfecto para ese circo de la mujer barbuda que es el mundo de Antonio. Me encantó abrazarle. Ya por la noche, agotado de la puta semana «presanta», me llamó Belencita con historias administrativas sobre su nuevo libro. Le envié

un beso gordo, gordo. Y hasta ahora me la he pasado leyendo «El corazón de la pluma», un libro homenaje al amigo Tundidor lleno de altibajos en las colaboraciones –eso sí, se han gastado una pastizara en imprenta–. Y a dormir.

19 de marzo de 2005 Con el relajo «guiquendiano» me pongo un poquito al día de cómo va el mundo: que si ETA pre-

tendía atentar en Semana Santa, que si una Opa 100% del BBV al BNL italiano, que si Fernando Alonso

puede ser «pole», que si el Generalísimo a perdido el sol para sus bronces, que si Zapatero se reunirá con

víctimas 11M, que si Pakistán va teniendo cierta capacidad nuclear... y nada del hambre, de los críos muertos de sed, de la malaria y su vacuna, de las mil torturas de humanos contra humanos. Eso sí, el

Presidente de la Conferencia Episcopal –un tipo demasiado afectado para mi gusto– hablando del tema

vasco, de su apoyo viejo al radicalismo euzk., del preservativo no y de la religión con nota y para media. Si a ello sumamos que Miguel Bosé se ha hecho columnista de «El Mundo» –el digital– sin haber apren171


dido aún a expresarse con cierta corrección y otra faria de cosas por encender con palillo y papel de fumar

mojadito de anís, pues que mejor no saber, no ver, no oír y no callar. ¡Merde! Y me pongo a echar de menos a V. Montalbán y a aquel Pepín Hierro de «Nada». Y todo con la música de Caetano rizándome

los oídos no su nada «mais» que tristeza y silencio. La tensión de la semana me ha dejado sin defensas y

han vuelto la tos y las eternas infecciones que me hacen sentir más vivo y que tan bien saben llamar a la escritura. Ando en estos días enzarzado con un poema que he titulado «El circo de las pulgas» que quie-

re ser memoria de un tiempo feliz y amargo, y ando peleándome con la forma, pues me gustaría que el poema funcionase también como objeto físico que llamase a cierta nostalgia positiva. El asunto resulta difícil de resolver en la práctica, aunque en mi cabeza tengo muy claro cómo debe ser. Aquí me acuerdo de las palabras de Antonio G. T. sobre la creación para uno mismo, sin pensar en el receptor. En este caso

es el receptor el que marca el final del poema –yo amamanto el argumento y debe ser el receptor del

poema el que contenga el sentimiento que quiero despertar en él–. Es difícil de explicar pero muy fácil de sentir, y ahí es donde debe estar el poeta, en servir de hilo de comunicación clara entre el sentimien-

to propio y el ajeno. Yo sí creo que se puede escribir poesía pensando en el lector, y poesía muy digna y bastante útil en lo social. Como ejemplo, sirva el ejercicio que realizo a continuación a bote pronto: Si quiero escribir «para mí» el sentimiento que ahora me domina, escribiría: «Floto en esa intensa voz que

ya vibró / y ahora es silencio. // ¡Qué vértigo!». Sin embargo, si escribo pensando en el otro, la cosa que-

daría plasmada en un poema último que ya he copiado hace unos días en estas páginas: «A veces encuentro a ese bañista gordo en los armarios / como una soledad / o una frontera // como un advervio quieto

/ esperando el idioma donde ser / y lavarse // Está bajo la ropa amontonada / junto a la naftalina / con su caja de cobre entre las manos / atesorando el tiempo / de un rostro colectivo que reclama palabras // aunque perdió el color / no ha aprendido a dormir / porque es sueño la muerte / pero sabe esperar / a la

próxima ola / con la mirada plácida / de quien se ahogó hace tiempo // Él llegó // Yo regreso al legajo del cuerpo / para indagar sus signos.». Creo que existe una diferencia entre un poema y el otro, pero para mí son el mismo poema, pues ambos surgen del mismo sentimiento sobre el recuerdo. La primera prue-

ba funciona, pero es mucho menos efectiva que la segunda de cara a la «comunicación», digamos que

más críptica; mientras que la segunda se nutre de imágenes que saben transportar mejor mi sentimiento y hacerlo par con el sentimiento del otro. Por medio ha quedado la elaboración, el trabajo poético, la bús-

queda del ritmo, el procesado del contenido para hacerlo comprensible y a la vez imbricarlo en un «objeto poético». Yo no necesito escribir para decirme a mí mismo cómo es mi sentimiento, pero sí necesito

hacerlo para que los demás puedan sentirlo como yo lo hago. Esa es la poesía en la que creo y es la poesía que intento escribir. Esto no quiere decir que no acepte otros formatos poéticos y otros procesos cre-

ativos más, vamos a llamarlo así, íntimos. Sólo que me interesan menos. Cuando estoy ante un auditorio recitando –y ya son muchos años– veo cómo el primer poema deja fríos a los oyentes mientras que el segundo llega a calar y a establecer la comunicación entre el poeta y el receptor, que a mí es lo que real-

mente me interesa: no tanto admirar a los catedráticos eméritos, a los filósofos y a los críticos egregios 172


–que són los que pueden auparte, premiarte, publicarte y sacarte en los papeles «importantes»–, y sí emo-

cionar –en todos los sentidos– a la gente que pisa la calle. Quizás esté equivocado y mi perdición como poeta venga por mi preocupación, al escribir, por el lector; pero es lo que quiero y con lo que obtengo un alto nivel de satisfacción, y eso me basta. 20 de marzo de 2005 Mail de David Torres con noticia de su visita a Praga –qué cabrón– y nota de los colegas escri-

tores madrisoletanos –bourbon incluido– con abrazo virtual. Y echo la mañana en preparar la charla que

daré mañana a los críos del cole de mis niños, a la que he puesto el título difícil de «Sobre la posibili-

dad», pero que me estoy currando para que sea divertida y no me den mala nota esos leones. La historia

va de aprender a valorar herramientas como la palabra, nuestro cuerpo y las cosas que nos rodean para

poder dominarlas y, así, conseguir salir airosos en los mil aspectos de la vida a base de saber resolver con éxito cualquiera de las posibilidades que nos proponga la mente. Así dicho, parece difícil conseguir

ganarse la atención de los críos, pero todo va aliñado con chascarrillos y ejemplos muy cómicos. Que Dios me asista aunque no exista. Y todo por no hablar del Quijote, que me tiene la cabeza loca, coño, que

es sólo un libro. Sí, el primero en... muchas cosas, pero ya esá bien de negociete alrededor de Don

Miguel. Que por las mismas podríamos celebrar el año Bob Beamon, el año Miguel Servet o el año Newton... y todo pastizara, ediciones, cursitos, estatuas, convenciones, calendarios, series televisivas y anuncios de Mirinda. Que no es para tanto con unos ni para tan poco con otros. Si aquel Miguelón que

hubo de humillar ante el duquesito de Béjar para salvar los filtros supiera cuántos mangantes de culos planos se han enriquecido hurgando con sus palabras, lo mismo le daba una parálisis en su mano buena.

Que ya le vale. Yo conozco a un tipo que se fue de «lector» a la bota europea y puso en su currículo «Rector». Eso sí que tiene para celebrar un año tonto. Y ahora el tipo publica ensayos para obtener créditos y es profe invitado de varias universidades. Morgana nos asista, y así hay tantos...

(tarde) Me llama Gerardo desde La Toja para decirme que está comiendo en el mismo restau-

rante en el que pasamos juntos algunos de los mejores momentos de nuestras vidas hace ya 21 años. Me ha hecho volver a un pasado feliz de colegas viendo mundo con marisco y Ribeiro, de novieteo y risas constantes, de no importarnos más que disfrutar de las horas como locos. Es un tiempo que generalmen-

te me salto en los ratitos de hacer memoria: O Grove, Coruña, Bayona, La Toja, el queso de tetilla y el

rodaballo a la parrilla, La Lanzada fría y kilométrica para nosotros solos toda entera y el Cantábrico poniendo el mejor horizonte a los besos de atardecer. Qué ganas de volver y no olvidar. 21 de marzo de 2005 Por recomendación de Antonio G. T., acabo de leer el diario de 1999 de Roger Wolfe, «¡Que te 173


follen, Nostradamus». Fresquito, cercano, casi yo..., en este diario aparecen multitud de amigos y poetas

que me gustan y a los que sólo conocemos cuatro gatos y Roger, por supuesto. Están David González, Karmelo Iribarren, Michel Gaztambide... La mierdería editorial de Abelardito Linares, lo chungalí del fenecido «Ajoblanco» con su eterna dificultad para cobrar un artículo –por ahí también pasé–, los bolos

con su enorme fila de gilipollas, los congresos con nombres sonorosos para hacer sombra, los bares y la

charla, las firmas de libros y los críos asombrados por esta poesía puturrú que no vende porque no hay

manera de que algún visorzuelo haga un poco de márquetin con ella. En fin, los mismos lugares, las mismas movidas, las mismas llamadas telefónicas. Lo he pasado de puta madre leyendo a este Roger de libre-

ta y boli, sin más pretensiones que meternos en su tiempo tedioso y feroz (?). Eso sí, con menos alcohol, pero con el mismo Bukowski de «El capitán ha salido a comer...». Antonio sabía lo que me esperaba.

Cómo me conoce.

Y a mí que este fresquito me gusta mucho, aunque sólo tenga el valorcito de lo cercano, porque

en él me veo en un espejo que me empecina más en muchas de mis opiniones. Saber que hay más tipos

en el mismo tono y con la misma mierda encima que yo es bastante tranquilizador. Saber que a Roger también le putean las editoriales y los medios que le piden colaboraciones –jugoso su temita con «El Mundo»–, conocer sus fobias y sus raras filias me ayuda un poquito a entenderme. En fin, que yo tam-

bién soy vulgar y me quedo en esto de los diarios personales, y que persistiré en contar cada tacto y cada

olor, cada desengaño y cada pequeña destrucción/autodestrucción. Sólo que yo no cuento de momento los viajes que me deben, ni los plazos que tardo en cobrar cada una de mis lecturas; sólo afirmo que cobro

para alimentar la jodida envidia de algunos mamones a los que se les revuelve la tripa sólo de pensarlo –y cobro siempre, aunque tarde, ¿eh?–.

(noche) Encerrado con unos ochenta críos entre los siete y los doce años he sido feliz. Atentos,

receptivos, interesados por todo lo que decía hasta el punto de interrumpirme para preguntar. Una autén-

tica gozada que me lleva a preguntarme por qué no escribo para niños. Se me hizo tan corto, que me dejé millones de cosas en el tintero, y el caso es que ellos querían más. Sé que nunca he srvido, pero lo mismo

tenía que haberme dedicado a la enseñanza. Una maravilla que sumar a la de los chavales ripenses. Buen mes y buen día. Sólo me falta cobrar. 22 de marzo de 1005 Ayer vi a José Antonio Marina por la tele, estaba hablando del fracaso de la inteligencia –él, por

supuesto, se autoubicó en el lado de los inteligentes no fracasados– y ponía a Kafka como ejemplo de ese fracaso que, según él, era fruto de no utilizar en positivo sus aspectos creativos, como lo habían hecho Witman o Lorca... El tipo largando con las cejas subidas en claro gesto de superioridad, poniendo a unos

y a otros en el lugar que a su criterio inteligentísimo les correspondía. Hablar de lo magnífico de una brizna de hierba es inteligente, decía, pero contar la miseria, la rabia y la falta de futuro es un fracaso. Y 174


luego, que si ver la tele es una falta de inteligencia colectiva aunque se ofrezcan programaciones dignas, que si las últimas generaciones de escritores muestran su falta de inteligencia en su pesimismo creativo...

Pues Antonio –te lo voy a escribir con las cejas bajadas y con el ceño fruncido–, qué quieres que te diga, prefiero mil veces las creaciones venidas del sufrimiento por amor, por odio, por soledad, por simple tristeza, que ese «viva la (V)irgen» de los escritores positivos que en un gran porcentaje trabajan en el campo

de la adulación y en el autoconvencimiento de que todo está de puta madre –será porque a ellos les va la vida de esa misma puta madre de la que escriben–. Y, coño, dar tantas lecciones debe cansar mucho, y

encima por esa tele que tanto fomenta la falta de inteligencia colectiva. Te habrán tenido que llevar atado para intentar vender mejor tu nuevo libro. Que vendas mucho, venga.

(noche) Y he visto el telediario. ¡La rehostia! Capillitas sevillanos llorando a lágrima pelada por-

que no han podido terminar los «pasos» de Semana Santa sus recorridos a causa de la lluvia –será que

Cristojesús ha sentido vergüenza de la movida y dicho: «chaparrón»–; en la misma noticia se da cuenta del precio de los claveles, que han tenido que llegar desde Colombia y, encima, no tienen los pétalos con

el color exacto para disgusto suicida de los poneflores; y luego, un cristo de madera chunga al que le han hecho un «tac» en cierto hospital mientras mi madre lleva en lista de espera desde junio de 2004 y con unos dolores de rabia –inmoral, ¿no?–; y el Papa chungo y agarradito al machito totus tuus, que los papas

ni se jubilan ni pasan a la reserva por terror de los que manejan sus hilos y saben del poder de modular

a un Papa enfermo... Y un crío que se creía Hitler y ha asesinado, y un suicida de carretera en dirección

obligatoria hacia la muerte, y Bush apiadándose de una muchacha en coma irreversible mientras firma muertes de miles de personas no norteamericanas. Que viva ese crío que ante una pregunta de su profe, hace unos día, sobre qué se celebra en la Semana Santa, contestó que la muerte de Don Quijote. Él sí que entiende.

23 de marzo de 2005 Ayer murió una niña del colegio al que van mis hijos y del que soy presidente del AMPA. Cinco

añitos tirados por la borda a causa de esa enfermedad puñetera que también se llevó a Antonio –otro cha-

valillo estupendo– hace un par de años y que me llevó a escribir «El amante discreto de Lauren Bacall».

Y yo vuelvo a preguntar por Dios a la puerta de la calle, que es también aquella puerta del Cielo a la que puso letra y música Bob Dylan al hilo de un asesinato legal consumado por Pat Garret. Sinceramente, me gustaría trabajar en la idea de Dios, indagarla desde el principio –mi principio– despreciando el hecho religioso para quedarme con la cosa filosófica, morgañeando alrededor de esa necesidad humana de apoyarse en un ente superior e inexplicable como consuelo, apoyo, acicate o base en la que descargar culpas

y miserias. Voy a intentar ponerme al día en lecturas filosóficas que traten el tema, pues creo, hoy más que nunca, que debo tener una idea muy clara de Dios, una idea que pueda llevar a palabras para inten-

tar explicar muchas cosas que pasean por mi cabeza desde hace un montón de años. ¿Cómo llegaría yo a 175


una idea de Dios si nadie me hubiera hablado de él, si no tuviera la vivencia del hecho religioso, si no existiera esa tradición ancestral del ser superior que nos crea y nos destruye? ¿De dónde o de qué podría

surgir en mí la necesidad de formar un concepto de Dios? Me parece fundamental trabajar en este proceso reflexivo, porque la idea genérica de Dios, hasta la fecha y desde los principios del hombre preocupado por la espiritualidad, es muy vulgar, bastante primaria y excesivamente reduccionista –todo por

culpa, y quizás por interés, de la tradición impuesta por las religiones dominantes–. En todo caso, se me ocurren varias vías de trabajo sobre las que dar vuelta:

1. Quizás la vía más «humanista», ojo, entre comillas –y lo mismo la más inteligente– sea la

empirista: simplemente no plantearse el problema. Dios ni existe ni no existe, simplemente no me lo plan-

teo. Entre otras cosas, porque no lo necesito, pues sé que nací y he de morir, y ese conocimiento que no

modificó el principio, tampoco podrá modificar el final. Y en el entretanto me preocuparé por conocer lo tangible con el único fin de hacer mi paso por la vida más, llamémoslo así, entretenido.

2. Otra vía es la de la necesidad, pensando en que para el hombre son más importantes sus nece-

sidades que sus posesiones, y construir una idea de Dios desde la necesidad de hacerlo no me parece un

mal planteamiento dentro de lo que Julián Marías definía como un «imposible necesario» –él se refería a la felicidad y yo lo traslado al conocimiento de Dios–. Así, puedo trabajar en la idea de Dios porque lo

necesito o simplemente no trabajar en ella porque no lo necesito. Si lo necesito, he de trabajar con el

conocimiento claro de que me encuentro ante un imposible y que nadaré en un mar de dispersión que probablemete me aporte ideas transversales que me den lucidez en otros campos, pero nunca en el de la exis-

tencia o no existencia de Dios. Si no lo necesito, pues de puta madre, ya que me quedará más tiempo para pensar en otras cosas.

3. Y otra vía es la de la posesión, quizás la más práctica, pues llegando a la posesión de la idea

de Dios –sólo se llega desde la fe– el problema queda resuelto y pasamos a otra cosa. El mal rollo en este

caso es que, si quiero darle sentido a mi vida, me sentiré absolutamente vulnerable y mediatizado, seré presa del fanatismo que contiene cualquier «verdad» –también entre comillas– no demostrable y me fallaré como ser racional al despreciar el valor de la «duda» como justa premisa a cualquier conocimiento.

(tarde) Recibí la visita de Miguel Ángel Gara, con carita de padre y menos kilos, con una bote-

llita de regalo y mucho afecto. Tomamos un café en «El Español» y charlamos del mundillo literario y de nuestro común amigo David Torres. Me gustó verle con ganas de escribir y hacer cosas. Me dejó un original último que leeré con mucho gusto. 24 de marzo de 2005 Anoche, sin dejar de pensar en la injusta y dolorosísima muerte de Carmen, charlé con Antonio

G. T. sobre la necesidad que siento de indagar en la idea de Dios. Antonio me planteó exactamente las mismas premisas de las que yo partía y también las mismas dudas. Lo fácil es creer, ¿pero en qué?, ¿de 176


qué forma?, ¿con qué base intelectual medianamente sostenible? Porque tal y como se plantea el asunto por parte del general de creyentes, los palos del sombrajo se te caen al menor soplo de viento de muerte, enfermedad, injustica o mal rollo. Por cierto, que me hizo mucha gracia una reflexión de Antonio sobre

la enfermedad del Papa: decía más o menos que si el Papa se va a morir y está en las circunstancias de salud que está, será porque Dios así lo quiere, y por ello todos los católicos debieran estar muy felices,

pues los designios de Dios son justamente esos y no debiera haber lugar para la preocupación, la tristeza o el llanto.

25 de marzo de 2005 Ya pasan cien años de la muerte de Julio Verne y no quiero pasar sin hacer mi pequeño home-

naje al autor que tantas buenas horas de lectura me ha regalado –empecé con él en una colección de Bruguera que incluía dibujos cercanos al cómic junto a los textos, haciendo que la lectura fuera menos

tediosa para un crío que, como yo, tenía dificultades de atención al seguir un texto largo–, y no quiero pasar sin recordar su olvidada postura revolucionaria –demasiado desconocida– y su afinidad con el anarquismo y el socialismo francés, junto a los contenidos libertarios y progresistas de sus obras. Yo prefie-

ro a Julio Verne mil veces antes que a Cervantes, sobre todo si miro el asunto desde la óptica de las polí-

ticas educativas sobre el fomento de la lectura, pues cuando me obligaron a leer el Quijote quise no vol-

ver a leer jamás de lo pesado que me resultó –yo andaría por los 11 ó 12 años–, mientras que –con la misma edad– a la sombra de Julio Verne, de Emilio Salgari y de Isaac Asimov terminé siendo un lector que rozaba el vicio. Él, ellos, son quizás los responsables de que un día decidiese escribir. Gracias por

ello. Luego llegaron Hesse, Melville, Poe, Goldwing, Tagore, V. Montalván, Juan Madrid,

Ibarguengoitia, García Márquez, Cortázar, Delibes... y algo después Ciorán, Rabelais, Sartre, Kafka, Tolstoi... y luego Lorca, Ángel González, García Montero, Alberti, Cernuda, Gabriela Mistral, Laforgue, Brodsky, Esvetaieva, Esenin, Montale, Rilke, Bukowski, Unagaretti, Roger Wolfe, Morante, Celan,

Carver, Pasolini, Víctor Botas, Ginsberg, Auden, Catulo, Abraham, Claudio Rodríguez, David Torres, Biedma, Máximo Hernández, Luis A. de Cuenca... y Antonio G. T., con el que converso poco, pero bien,

para salvar un punto la mediocridad de este pueblo sin gente con la que hablar. Como homenaje final a

mi Verne, recomiendo a los mayores de edad la lectura de «Une lecture politique de Jules Verne», escri-

to por Jean Chesneaux y publicado originalmente en 1971, en París, por la editorial Maspero. Yo tengo

una traducción de este libro perdida entre mis papelotes, y juro que su lectura cambia el sentido de autor infantil y juvenil que se ofrece del escritor. Y luego, leer su novela «Matías Sandorf», que nunca tuvo la

publicidad de sus obras más conocidas, pero que es una de las más asombrosas.

Y también un recuerdo intenso para Agustín Garrido, un bejarano que sufrío los rigores de la

guerra civil española y la tristeza desesperada de la huida. Ya reposan sus cenizas en esta tierra bejarana

que le hizo saber un día del dolor y la angustia. Su recuerdo trae consigo el de la madre de mi amigo 177


Ramón Hernández, el de mi abuela Antonia y la dulce presencia de mi madre. Todos ellos sufrieron de injusticia para que hoy disfrutemos esta paz tensa que debemos empeñarnos en atesorar, sobre todas las cosas, para nuestros hijos. Bienvenido, Agustín. Ya estás en casa.

(tarde) He vuelto esta tarde al diario de Roger Wolfe –«¡Que te follen, Nostradamus!»– para

recuperar un pasaje en el que Roger cita a Luis Rosales y donde quizás se encuentre el alma de toda su escritura –la de Roger y también la de Luis Rosales–, y probablemente también de la mía. Allí se encierra esa verdad del «te va a dar igual, pues todo va a seguir su curso y tú no vas a cambiar nada de nada»,

los día van a seguir pasando como las hojas del calendario y tú caerás con ellas, sin más y sin menos. La lucidez está en hacerle saber al personal que esa «obviedad» que casi nadie pondera es la más justa de

las realidades, aunque parezca un contrasentido ese intento de hacer demostraciones ante el convencimiento de su inutilidad. Estas palabras de Roger dan sentido a toda su escritura, y a la mía, pero también se lo quitan...

(más tarde) Veo junto a mi hija la película «Nadie conoce a nadie», basada en una novela de

Juan Bonilla y con música del niñito Amenábar, y enseguida caigo en que he visto algo muy parecido, pero sobre el decorado de Madrid... !Claro!, «El día de la bestia». Estos tipos no tiene perdón de Dios,

¡jajajaja! Lo que es capaz de hacer el oficio en el arte de lo epigonal. Y a ganar pasta, que Amenabarín es como una hucha, aunque sólo sea poniendo la banda sonora. Coño, si sale hasta una toma con la misma historia que la de las diabólicas Torres Kio, sólo que esta vez se conforma el símbolo del diablo entre el

enorme puente de El Alamillo y la iglesia de La Salvación. Increíble, pero cierto de la muerte, jejejeje. Es para verlo con atención. Sólo que Alex de la Iglesia lo hizo bastante mejor, para mi gusto. Y la cosa era original, que ya es algo. ¡Viva la intertextualidad!

(mucho más tarde) Llueve a mares y llevo desde las seis de la tarde mirando por la ventana de

mi estudio cómo cae la lluvia y cómo se mojan los turistas de interior, mientras se quejan de su mala suer-

te porque, entre otras cosas, no han traído zapatos para cambiarse antes de ir a cenar a alguno de los abarrotados –hoy– restaurantes bejaranos. ¡Que se jodan!, que ya me han fastidiado el cafetito diario con aje-

drez con su bullicio y con su «¡Niño, ponme otras cinco cañas y dos vinos!» a las tres y media de la tarde. Con lo bien que estarían a esa hora comiendo donde sirven comidas y no jodiéndole el cafetín a los clien-

tes de diario. Y a llorar porque no salen las procesiones. ¿Dónde coños vivirá la normalidad? Cuando para de llover, leo por internet el peródico especulador de Mariano R. para ver si me da la risa, pero no, hoy están mesurados en sus noticias/opinión. Deben ser las vacaciones. ¡Vaya prensa! 26 de marzo de 2005 Me despierta Guillermo a primera hora para que le lleve a comprar un juguete que compense sus

horas de trabajo para aprender las letras repitiendo eso de «la ene con la e, ne; la ese con la o, so; la te con la i, ti...»... y la verdad es que el chaval es constante, el más constante de mis hijos, y por eso le pro178


metí el juguete que él quisiera. Salimos de casa con la idea de comprar un huevo que contiene un dino-

saurio y que ahora anuncian mucho por la tele. Ya en la tienda de juguetes, a Guillermo se le vinieron

abajo todos sus planes, pues no contaba con la triste historia bejarana –claro, él aún es pequeñito para comprenderlo– de que hay lo que hay, es decir, un tercermundismo de la hostia. «Ese juguete no lo tenemos, mi niño, todavía no ha llegado a Béjar». Maribel, la chica que lleva la juguetería, que es un encan-

to, me explicó que no está la cosa como para hacer pedido de juguetes nuevos. El crío se tuvo que con-

formar con escoger entre los restos de las últimas navidades, quedándose con un ninja al que se le iluminan los ojos y el pecho y que lleva algunos pequeños complementos –un arma galáctica nosequeatómica, un cinturón de gravedad y un par de cosillas más–. Y es que es muy triste lo que nos sucede –si

decidimos prescindir del paisaje, que al día de hoy parece ser nuestro único valor–. Las tiendas están desabastecidas por falta de consumo –dato más que significativo si se piensa en la capacidad económica de los bejaranos–; la sanidad se ha centralizado en Salamanca –como tantas otras cosas–, con el consi-

guiente gasto añadido que eso supone para los bejaranos enfermos o para las mujeres embarazadas –este

asunto trae un grave movimiento del gasto de los bejaranos a Salamanca, pues los viajes de consulta

médica conllevan el consumo en la capital, entre otras cosas porque allí la oferta es mucho mayor y mejor–; el triste estado de los centros de enseñanza, que apenas conocen de la inversión pública en mejoras físicas y en dotaciones –no hablo ahora del escaso interés que ponen en el asunto educativo un gran

número de enseñantes, que ese tema es de índole nacional–... y así en cada uno de los temas locales que se nos ocurra tocar. Y todo con los mismos deberes que el resto de los españoles, con los mismos por-

centajes de pago a la hacienda pública... ¿Y nuestros derechos? Me río yo de la cosa vasca y de la cosa catalana. Esto sí que es vivir en una situación de injusticia territorial. Claro, que gran culpa de lo que nos sucede la tienen los políticos locales y sus políticas mediocres amparadas en la idea de caridad de las ins-

tituciones superiores. Aquí no hay nadie capaz de ver que tenemos recursos que explotar desde el impulso municipal sin necesidad de las miserables pesetas exteriores al municipio. Todo se resume en esa suer-

te de caridad que propicia trabajos de tres meses a setentamil pelas el mes con su posterior paro de puta caridad. Y la culpa es extensible a los votantes, claro, que son/somos los responsables de poner y quitar

a esta gente «tan caritativa» que nos está llevando a un caos hecho de pobreza, tristeza y desesperación. Y el resto es propaganda abonada con esas graciosas noticias de cientos de miles de visitantes por año.

Lo que yo sé es que voy a buscar el huevo con dinosaurio y tengo que llevarme un ninja con

copy de 1993, que me apetece leer «La Vanguardia» y tengo que pedirla por correo, que busco un des-

tornillador de estrella chiquitito para arreglar una Nintendo y sólo quedan de la talla XXL, que no hay

pantalones tejanos de mi talla –los de la marca que yo utilizo–, que es imposible encontrar el tintero de color para mi impresora Epson –que es de las normalitas– y no digamos ya encontrar tinta para mis plu-

mas, que no hay papel glossy para imprimir las fotografías que hago con mi cámara digital, que es impo-

sible encontrar el último disco de Caetano Veloso o los grandes éxitos de Bob Dylan, que no hay nadie que venda los libros de poesía que editan Hiperión o Visor, que apenas hay cobertura telefónica para mi 179


móvil –lo juro, que tengo que andar buscando las esquinas donde poder hablar con cierta garantía–, que si me duelen los riñones tengo que desplazarme de urgencia a Salamanca o quedarme en casa a ver qué

pasa –ellos dicen que «a ver cómo evoluciona»–, que no encuentro en ningún lado buenos soportes para

pintar, y no digamos ya materiales para poder hacerlo... que, en definitiva, esto es una puta mierda, el no

va más del desabastecimiento y la falta de servicio público y privado. Me río yo del problema vasco. Si hay un lugar donde pudiera crecer con cierta base la contestación más airada, ese lugar es mi pueblo: Béjar.

Pero no pasa nada, Felipe, tranquilízate, que vives en el Edén, que puedes aprender a esquiar y

eso no se puede hacer en el oeste de Madrid como se puede hacer aquí, que un piso que allí cuesta sesen-

ta kilitos de los de antes, aquí lo puedes pillar por diecisiete o menos si estás vivo; que aquí no tienes que

usar el tren de cercanías explosivo, que esto es el segundo mar de la tranquilidad –que el primero está en

la Luna de Valencia–, que vives mejor que un rajá del siglo XVIII, porque tú tienes tele y coche y un móvil que no tiene demasiada cobertura. Qué más hubiera querido aquel rajá, coño, que no tener cober-

tura en su móvil. No te quejes, Felipe, que el mundo anda solo y todo es cuestión de tiempo, y llegarán las autovías, los grandes centros comerciales bien surtidos y hasta la hostia por internet para que comul-

gues con ruedas de molino virtuales. ¿Y la tranquilidad que tienes, Felipe?, ¿eso no vale nada? Que vives

con menos de la mitad de uno de esos tipos de la capital que tienen tanta oferta ante sus ojos, que llegan a la ruina el día dos y no el tres, como tú. ¡Tonto el culo! Si tenías que estar besando los floreados culos

de los políticos que tienen tu pueblo aislado para que sea el Paraíso, coño. Hay que ver lo poquito que piensas. Si tu madre lleva más de dos años en lista de espera para lo de la operación «urgente», está mejor

que los que viven en la misma situación, pero en el infierno de las ciudades; que lo tuyo, Felipe, es purita calidad de vida.

Oye, y que corto y cierro. 27 de marzo de 2005 A eso de las once a.m. me acerco hasta la imprenta para hacer la limpieza semanal y en el tra-

yecto observo con felicidad que han desaparecido los coches de los turistas de Semana Santa. Ya se les acabó el tiempo de ocio vacacional y han vuelto a dejar los aparcamientos libres y las calles vacías. Ya

era hora. De esta tirada turística me ha quedado el parachoques del coche rajado y una de las puertas con un rozón considerable, todo por un Ibiza negro con matrícula de Madrid que pasó por la calle Colón a

bastante velocidad y golpeó a mi coche, que estaba aparcado frente al bar donde me tomaba un café. Lo vi y salí corriendo, pero el tipo aceleró y sólo retuve de su matrícula la eme de Madrid. Si a eso le sumo que durante estos días no he podido tomar ni un cafetito con tranquilidad, que no he podido jugar mi

chess de las tres y que he tenido que hacer una cola de la leche para poder comprar el periódico, pues como que me apetece decir desde lo individual que les den mucho por el culo. Y todo entendiendo que 180


algunos negocios bejaranos han hecho durante estos días sus cajas de salvación para unos meses, y ale-

grándome, claro. Y es que estos tipos se despendolan cuando les dan suelta, que ayer mismo andaba un perico a las tres de la tarde tomándose copas de coñac Gran Duque de Alba con tapa de oreja, que lo juro. Él solo en la barra, con un anorak azul de los del setenta y unas gafas de pasta negra W. A. Necesitan tanto huir de su marasma urbanita, que llegan al paraíso y sólo saben hacer gilipolleces.

Después de la limpieza de la imprenta –lo que llevo peor es el acicalamiento del «waterclose»,

pues el personal no tiene mucha puntería, o mejor, ninguna– me bajo hasta mi estudio y le echo un vis-

tazo a «La pájara pinta», una revista literaria alborotada, muy dispar y bastante caótica que, desde la

buena voluntad literaria, intenta dar un vistazo heterodoxo al panorama de la cosa escribidora. Recoge una sección de creación poética que en este número resulta bastante desigual, aunque hay un par de poemas que tengo que releer. Mi ánimo para estos pájaros pintos en su caminar conociendo. Y me aburro hasta la hora de comer.

(Tarde) José Ángel Mañas nombra a la bicha con su última novela, «Caso Karen», con una clara

inspiración, según parece –y a mí me lo parece–, en la vida y andanzas de Lucía Etxebarría. Nombra a la

bicha de los premios literarios y lo hace en el entorno imaginario (?) de uno de los mayores bluf literarios de los últimos años, un bluf de sexo y favores, plagios y colorete, alcohol y prozac; negocio, al fin, desbocado desde aquellas «Historias del Kronen», que se empeñó en ensuciar las librerías con una mierda literaria de acné bajo el titular de «libros para los que no leen». La pena de «Caso Karen» es que la

protagonista muere a la primera de cambio, sin dejarnos llegar a esas otras historias de la «intertextuali-

dad» para sobrevivir y mantener el tipo ante las editoriales, los empleos adheridos al éxito para rascar pelas de la mierda (currar por horas en la telebasura, participar en consultorios sexuales como norte y sur

de lo follable y por lo follado –algo que también hace Villena–, epatar a lo Arrabal sin hablar del mineralismo, coño; bolear en los festivales porno a cambio de comida, cama y gastos...)... Hubiera sido boni-

to que a Mañas no se le hubiera muerto su verbenera juntaletras para ver cómo sobreviven los/las caraduras al éxito del cohito bien diseñado. Me gustaría hacer una encuesta a jurados de premios literarios para conocer sus polvos de fallo o, peor dicho, su fallo en polvos. Quizás encontrásemos más sodomías que cohitos, que en esto de la literatura con minúsculas hay mucho bujarra. Quizás por eso ganen pre-

mios tantos varones. En todo caso, pueden preguntarle a Ricardo Piglia y a Planeta. Pandilla de inmora-

les con cara de culo que se mofan de los pobres curritos de la palabra. Ya lo dijo la judicatura argentina –según noticia de «Reporte 15’», de la Córdoba argentina–: «...Según los jueces, existen demostradas cir-

cunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio –Planeta, en su edición de

1997– en favor de la obra de Piglia, entre ellas ‘la menguada intervención del jurado’. En esa oportu-

nidad, el jurado estuvo integrado por –entre otros– Tomás Eloy Martínez, Mario Benedetti y Augusto Roa Bastos. Ahora, la Justicia puso en duda que el jurado haya leído la totalidad de las 264 obras presenta-

das en el certamen, ‘ya que para ello hubieran necesitado aproximadamente dos años y medio de tiem-

po’». ¿No es esto una mofa al pobre cubanito –es un ejemplo nada lejano de la realidad– que se gastó sus 181


poco pecunio –que de seguro le era imprescindible para comer– en enviar varias copias de ejemplares de su obra por correo aéreo? Inmorales y, además, unos hijos de puta. Bien por Mañas, en todo caso. 28 de marzo de 2005 Antes de cenar, mientras se bañaban los críos, he estado viendo por el canal «CD» de Televisión

Española una entrevista de Labordeta a Jorge Riechmann, que ahora anda con el pelo bastante largo, pero

con las mismas gafas de siempre, el boli en el bolsillo de la camisa y aquella parsimoniosa tristeza que

se hace bastante dura de llevar. Habló del Bertolt Bretch que él ha descubierto y que nosotros estamos por descubrir (!), de la tristeza y la esperanza, del amor como motor del mundo y, sobre todo, llenó la

entrevista de dramáticos silencios. Mi impresión fue la de encontrarme delante de un tipo profundamen-

te aburrido en presencia y palabra, afirmando esa imagen –equivocada, por supuesto– que casi todo el mundo tiene de los poetas. Salvó el asunto Labordeta diciéndolo casi todo gracias a su cartapacio de

apuntes sobre el autor. Y a mí, lo juro, Riechmann no me cae mal, pero la enorme distancia que pone siempre, sumada a su languidez, son como para darle un par de collejas, de esas que vienen con un «a

ver si espabilas, niño». Que cuando un poeta sale al ruedo, digo yo, tiene que echar el resto y estar bri-

llante, que para lo contrario es mejor quedarse en casa. Y, entre nosotros, me jodió un punto que entre su bibliografía no apareciese el poemario que le edité en «El árbol espiral», que no quiero ahora decir el título, no sea que Riechmann ya haya renegado de él. 29 de marzo de 2005 Arranco la mañana con un mail de Juan Antonio Gallardo, un colega reciente pillado por los

pelos en mi último viaje a Sanlúcar. El tipo es majo, entre otras cosas, porque le gusta el género diarístico y además, causa de vanidad, porque dice de mi diario : «... me parece que tiene lo que yo le pido al

género: Opinión, reflexión, humor y muchas veces un lirismo lejano de la cursilada y la payasada impú-

dica tan común entre nuestros congéneres poetas.». Aunque sólo sea desde la vanidad, ¡gracias, herma-

no! Y animado por su contacto virtual, me pongo a leer el material que traje de Sanlúcar. Nada más empezar con el laburo, me topo con una de esas erratas antológicas que son para guardar. Aparece en «Libro

de poetas 2004», que es una antología poética editada por el Ayuntamiento de Córdoba bajo la coordina-

ción de Francisco Arroyo Ceballos. En su página 11, bajo una fotografía de Ignacio Arrabal –otro colega

reciente y sanluqueño– aparece su biobibliografía como sigue: «... Actualmente colabora como comunis-

ta en periódicos...». ¡Mundial! ¿Qué mejor comienzo para una historia poética de profundo contenido

social? Ignacio, tío, a veces el azar nos pone donde debiéramos haber estado siempre. Los poemas de

Ignacio, sin embargo, no responden a ese comunismo mediático, pues son posos de té en una taza de tiem182


po con las horas caídas... «... en un jardín hay palabras / y pájaros muertos / que conocen nuestra historia.». No están mal los caminos de Ignacio, aunque el resto de la antología no se sostiene de forma algu-

na, y menos entre tanta pleca y tanto elemento decorativo para ensuciar la limpieza de los versos. Me quedo con las ganas de leer un poemario suyo completo y pillo «La Palabra Tiempo», que también me lo regaló el colega durante mi visita a su tierra. Hago una lectura de corrido –el libro es corto y los ver-

sos son de fácil lectura– y me encuentro ante un primer libro de autor con «canciones» que me suenan, aunque no me suenan mal, y es que en los primeros libros –y también en los últimos– somos nuestras lecturas. En fin, que he pasado un buen rato con Ignacio saltándome el tiempo entre sus palabras.

(noche) ¡Joder!, algo me ha sentado mal y he estado grogui un par de horas después de salir del

trabajo. Me he tumbado a tiritar en el sofá con un dolor de cabeza insoportable y con el estómago hecho unos zorros hasta que ha llegado un vómito para ponerlo todo en su lugar de siempre. Durante esas dos

horas chungas he pensado en la muerte desde un proceso de dolor –no en la mía, sino en la muerte en general– y en esa historia de los «cuidados paliativos». A mí me preocupa el dolor; me preocupa, sobre

todo, el dolor unido a la inapacidad de pensar o escribir. Creo que sabría soportar decentemente el dolor si me permitiera escribir, leer y reflexionar. De otra forma, quizás lo mejor fuera la muerte, desaparecer

sin ese desgaste final que hunde y te hace miserable. Estar lúcido, pero no sólo para el dolor, sino para decidir dónde poner el «hasta nunca». Ya escribí mucho de esto en mi «Amante discreto...».

En fin, que me enciendo un cigarrillo y me voy a seguir leyendo un ratito. Ahora a Ricardo

Bermejo Álvarez y su «Diván de atisbos y contemplaciones». Besos. 30 de marzo de 2005

Acabo de leer «Diván de atisbos y contemplaciones» y «Silencios que contarte», de Ricardo

Bermejo Álvarez, y me ha gustado lo que he leído. Ricardo es un poeta centrado y con oficio, y además con muchas cosas que decir («Ha dragado sus cauces la soledad / Y no... / No existen las bahías que

inventamos / para un lento suicidio de ballenas.». Y, sinceramente, no fue la impresión que me dejó cuan-

do nos conocimos en Sanlúcar. Le noté excesivamente preocupado por los premios y por la considera-

ción de los cercanos a su poesía, y eso siempre me ha dado mala espina. Pero he de reconocer que esta

vez me he equivocado, pues Ricardo es un buen poeta que debiera tener ya su trocito Visor o Hiperión. Probablemente me decida a trabajar algo sobre su obra para «Señales de humo».

(tarde) Recibo novela de Moshe Benarroch con su foto en cubierta, «Raquel dice algo entera-

mente inesperado», que prometo leer cuando pille un rato largo. Me llama José Antonio Sánchez Paso

para recordar olvidos –míos– y para reírse un poco de mi historia de «amor» con Lanzamierdas. Luis

Rodríguez me sugiere una publicación de la filosofía espiritualista de Nicomedes Martín Mateos con promesa de apoyo a la cosa. Gerardo se acuerda de mí para bien –como siempre– y he conseguido un mate fantástico en mi última partida de chess... Hasta aquí lo bueno, porque lo malo ha sido todo lo demás, un 183


puto día de pie izquierdo en el curro, hasta que tomé una decisión flou e hice una suerte de huelga de bra-

zos caídos contra mí mismo. No hemos dado pie con bola. Habrá días mejores. Menos mal que al llegar a casa estaban esperándome mi Guillermo con su «Papón pin pon, pirimpimpón», mi Felipe con sus

besos pegajosamente deliciosos y mi Mª Ángeles con su coqueto y fiera desdén adolescente. Y es que estas son las ventajas de ser un cabeza de familia numerosa: entrar en casa y malos rollos fuera. 31 de marzo de 2005 Recibo por correo «Hablando en plata. Antología de poetas españoles de hoy», un volumen edi-

tado en México por editorial Homoscriptum y coordinado por Alexandra Botto y Uberto Stabile. Me

gusta la antología, sobre todo por mis compañeros de viaje, entre los que se encuentran Fernando Beltrán, Antonio Orihuela, Riechmann, Petisme, David González, Reche, Antonio Gómez –castigado a no salir en créditos por esta vez–, Eva Vaz... Lástima de un par de erratas en el poema «Sobre la marcha», pero

no importa, como decía mi amigo Barral, «si ves alguna errata, la saludas de mi parte». El trabajo está ahí y creo que es bastante digno. ¡Ándele! Y como es día de libros, anoto también el recibí de «La piel

sobre la piel», de Orihuelita –este tipo no para, es una máquina de escribir– y además me dedica un poema de alto juego intertextual entre él, Bertolt Brecht y yo mismo. Y un «Mar de Sefarad» cargado de

poesía Moshe. Y el original «Que en el mundo han sido», de Antonio G. Turrión –gracias por confiarme

tus novedades, chavalín. Prometo lectura atenta y charleta–. Y visita a Cipriano con risillas Antúnez, ratillo con Paquito Montero, paseo a Santa Ana con la family, charleta cuñada –que ha venido mi cuñaete Francisco– y cena frugal (!).

(noche) Le echo un vistazo por encima –lleno de curiosidad– al original de Antonio, aunque dejo

la lectura atenta para el «finde», y encuentro la mirada de pareja sobre un ritmo exacto –más curiosidad–, y encuentro el lugar del sexo –«... lo que empuja hasta el mar desde la cueva...», para mucha más curio-

sidad–, el del excepticismo, el de la cosa lírica, el del paisaje por/para/con –se van notando los paseos de mi amigo–. Ya leeré más y mejor. Y que hablé un ratito con Ángel de esa «inexorabilidad que empeque-

ñece al hombre» y ante la que sólo caben valentía o distracción, pues cualquier otra forma de atacarla es causa segura de hundimiento personal. Quizás los hombres que tienen la «fe de un caballo» puedan con

esa dura carga sin poner un remedio rápido y eficaz, aunque me da en la nariz que el miedo a que Dios no exista también les toca en el vientre. La duda... jodida duda. 1 de abril de 2005 Soy todas y cada una de mis contradicciones. Ellas me atan a lo humano y conforman el fulano

que soy y el que parezco. Y es importante que sea así, que mis contradicciones existan y yo sea absolutamente consciente de ellas para seguir en este camino incierto y bellísimo de la vida. Y, ¿por qué no?, 184


me encanta ser como soy: Gritar contra la injusticia y vestir de marca o pelear por una segunda vivienda para mi gente, estar por la causa de la izquierda y querer ser un empresario rico –y que no se me logra–,

escupir contra cierta literatura y gozar de sus ventajas, poner carteles a favor de la libertad de copia y militar de número en la SGAE y en ARCE para cobrar algunas pesetillas por lo mío, reírme de Dios mien-

tras le busco y le niego a la vez, estar por la escuela pública y militar en la cosa de la privada... un caos, ¿no? Pero me parece que lo importante no es que exista la contradicción, sino saberla, asumirla y decir-

la sin rubor. Sí, yo soy un tipo que vive en y para la contradicción. ¿Pasa algo? Y el que esté libre de culpa, que tenga los cojones de tirarme la primera piedra –seguro que su lanzamiento sufriría el efecto boomerang y le daría en el mismo ojo del culo–. No hace mucho que me leí –no sin dificultades de aten-

ción, tengo que reconocerlo– «Sobre la contradicción» de Mao Tse-tung, rematando el asunto con un

jodido dolor de cabeza y un lío mental de tres pares de cojones. «...primero, la contradicción existe en el proceso de desarrollo de toda cosa, y, segundo, que el movimiento de los contrarios se presenta desde el

comienzo hasta el fin del proceso de desarrollo de cada cosa.». Bien, hasta aquí Mao me suma razón

desde su definición del «materialismo burgués»: soy, por tanto, un burgués materialista. Y luego Engels:

«Si ya el simple cambio mecánico de lugar encierra una contradicción, tanto más la encierran las for-

mas superiores del movimiento de la materia y muy especialmente la vida orgánica y su desarrollo. [. . .] la vida consiste precisamente, ante todo, en que un ser es en cada instante el mismo y a la vez otro. La

vida, pues, es también una contradicción que, presente en las cosas y los procesos mismos, se está planteando y resolviendo incesantemente; al cesar la contradicción, cesa la vida y sobreviene la muerte [...]

Tampoco en el mundo del pensamiento podemos librarnos de las contradicciones, y cómo, por ejemplo,

la contradicción entre la interiormente ilimitada capacidad cognoscitiva humana y su existencia real sólo en hombres exteriormente limitados y que conocen limitadamente, se resuelve en la sucesión, para

nosotros al menos prácticamente infinita, de las generaciones, en un progreso ilimitado...». Por tanto,

según Engels, soy normal.

Hay que perdonarme, en todo caso, que me haya tomado la libertad de utilizar las propuestas

«genéricas» de Mao y Engels en un plantemiento de individualidad, que entra casi en un contrasentido –contradicción, ja, ja, ja, ja– con los fines que ambos buscaban en su proceso racional: la utilización de la contradicción para argumentar la lucha del proletariado, dicho de una forma excesivamente simple. En

fin, que mi realidad contradictoria es absolutamente vitalista, o eso me parece a mí; que me hace nadar en aguas turbias y que de esa lucha por salir a flote nace algo muy importante para mí: la reflexión sobre mi forma de estar en el mundo solo y con los demás y el camino de un conocimiento que no sirve para

demasiado, pero que va ayudándome a tragar las horas. Es algo parecido a esa actualidad que se llama

«antiglobalización» y que utiliza los medios «globales» para crecer y multiplicarse, circunstancia que me parece tan correcta como que un individuo aproveche sus contradicciones para crecer –hasta en lo moral, que ya tiene cojones– y multiplicarse. A mí me encanta mirarme desde afuera, como quien asiste al espec-

táculo de un circo de pulgas con su mirada cenital: ser la pulga que actúa y a la vez el espectador que la 185


observa. Esa mirada exterior me da perspectiva y me hace menos importante para mí mismo y para los demás, pero me enriquece en autoconocimiento hasta porder decir: «soy un mamón, un indecente, un gili-

pollas, un tipo indigno y mentiroso... pero también soy divertido, ocurrente, amable, sensible... soy bueno y malo a la vez, tonto y listo, egoísta y generoso... La vida, al cabo. Y que saludos a JPII. 2 de marzo de 2005 Asisto desde anoche a esta nueva «crónica de una muerte anunciada»: un Papa viejo y profun-

damente conservador muriendo de verdad y jugando a fomentar su inmortalidad con el uso mediático de su agonía. Dicen que dijo que alguien escribiera «Soy feliz, sedlo también vosotros» mientras, según el

diario «El Mundo», «El Papa está siendo cuidado en todo momento por su médico personal, Renato

Buzzonetti, por dos médicos especialistas en reanimación, por un médico cardiólogo, un especialista oto-

rrinolaringólogo y dos enfermeros.». Y es que quizás también la felicidad de un moribundo radique en el

equipo médico que le asiste y le da confianza con sus cuidados paliativos y esas maravillosas pócimas para que el morir no duela. Qué más quisieran todos los agonizantes del mundo –hasta los católicos que

tanta cruz dicen gozar con el sufrimiento y la muerte– que contar con un equipo médico particular para

su mejor diseño de cadáveres. Yo creo que de esta operación mediática de la muerte se espera conseguir un buen número de fervientes católicos que sumar a la lista de pobres gentes que alimentan la riqueza de esos purpurados que mirando al cielo sujetan el oro y el poder terrenal con verdadera avaricia. Porque no se debe olvidar que la Iglesia Católica conforma un estado, con sede terrenal en El Vaticano, que se rige por un sistema piramidal –es decir, totalitario y antidemocrático– que acostumbra a intervenir con fiereza en las políticas de todos los demás países por la fuerza de la profesión de fe y de la obediencia debi-

da. Y, como Estado, es uno de los más ricos en cuanto a propiedades exteriores a su territorio y en lo refe-

rido a su influencia sobre la riqueza de las clases adineradas. Y siendo rico, se sostiene con el dinero que no les sobra a los pobres; y queriendo parecer pobre, predica los valores de esa pobreza imponiendo moral y amagando castigo eterno.

Que me lo explique quien lo entienda: Un poder de corte medieval con altas responsabilidades

en el devenir del futuro del mundo humano, un poder de hombres –patriarcal, machista o como se nos ocurra llamarlo– con absurdas renuncias de índole natural y apoderado de los principales «valores» bajo

el sustento y la promesa de la «vida eterna». Un poder absolutamente real y tangible que argumenta la

caridad como el mejor sustitutivo de la justicia –pues «salva» al caritativo de su pecado de codicia y solu-

ciona al receptor de la caridad por unas horas, eso sí, haciéndole más miserable por humillación–. Dios existe para ellos, claro que existe.

En todo caso, que es de bien nacidos ser agradecidos, vayan por adelantado mis condolencias a

todos los católicos que sienten en su interior esta desaparición, y ojalá sean recibidas con la aceptación

del espíritu crítico de quien las envía. Que deseo evolución positiva en los planteamientos de la Iglesia 186


sobre esas demostraciones de masas, que busco claridad con un orden lógico; que no pido prisa, pero sí

pasos. Creo que la Iglesia Católica tiene una labor que hacer y para ello necesita volver a ser de los necesitados y de los pobres –aún recuerdo la reprimenda pública de JPII a Ernesto Cardenal en su visita a Nicaragua («Famosas son las imágenes del Papa Juan Pablo II en 1983, cuando en su primera visita a Centroamérica reprendió en Managua al sacerdote Cardenal, que con su eterna barba blanca y entre los

ministros del gobierno vestía sus infaltables boina negra, camisa blanca y pantalones vaqueros. ‘Lo que más disgustaba al Papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución que no perseguía a la Iglesia’ como en otros países de la región, entre ellos El Salvador, donde fue asesinado en 1980 el

arzobispo Óscar Romero, dijo Cardenal al evocar el episodio. Más tarde y en una misa campal, el Papa

intentó silenciar a una multitud congregada en Managua, que a ratos lo interrumpía y le pedía oraciones por la paz y por 17 jóvenes muertos en un ataque de los irregulares ‘contras’. ‘El pueblo le faltó el respeto al Papa, es verdad, pero es que antes el Papa le había faltado el respeto al pueblo’, señaló

Cardenal.» Agencia Reuters, 22 de diciembre de 2003.), cuando el gesto lógico, entonces, debiera haber sido el ánimo al cura que lucha junto a los oprimidos. Este Papa se cargó toda la impronta de los sacer-

dotes que encabezaban la Teología de la Liberación –qué tiene que ver, por ejemplo, la Iglesia de Ratzinger y de la curia romana con las iglesias planteadas por Leonardo Boff o Pedro Casaldáliga, que

sabían y querían estar al lado de la gente con problemas–. Gravísima, y muy elocuente, me parece y me pareció en su día la defenestración de Hans Küng («Teólogo católico, catedrático en Teología Ecuménica

y director del Instituto de Investigación Ecuménica de Tubinga, obtuvo su licenciatura en la Universidad

Gregoriana de Roma en 1953. Inteligente, hábil y aperturista, en 1967 escribió ‘La Iglesia’, donde Küng pedía la abolición del celibato y el derecho a la conciencia como directriz en la cuestión de la regulación de la natalidad. Asimismo, el teólogo se manifestó contra la infalibilidad pontificia, e insitió en la posibilidad de que el Concilio Vaticano hubiera caído en determinados errores históricos. A raíz de estas

dos tesis, la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio, abrió un sumario en 1967 y otro en 1971, pidiendo a Hans Küng que fuera a Roma a justificar sus tesis. El teólogo se negó a someterse a lo que él consideraba un proceso inquisitorial. En 1979, Juan Pablo II, por primera vez desde su

pontificado, condenó a Hans Küng retirándole la autorización eclesiástica para ejercer la enseñanza teológica en Tubinga y se precisó que ‘ya no podía ser considerado como un teólogo católico’. En 1983,

Küng rompió su silencio con un artículo en el que criticó la obligación del celibato para los sacerdotes

católicos, y en 1985 realizó mediante otro artículo una dura crítica al pontificado de Juan Pablo II y a las ‘prácticas inquisitoriales’ de la Congregación para la Doctrina de la Fe.». Fundación Academia

Europea de Yuste. Abril de 2005.)–. Y tampoco estaría mal recordar cómo JPII se encargó de cepillarse

él solito –es un decir– todo el Concilio Vaticano II que comenzara Juan XXIII y que prentendía hacer de la Iglesia una institución más abierta a las necesidades del personal de tropa –habría que llamarle «el Papa del paso atrás», un paso de siglos–, que tuvo una importantísima responsabilidad en las revueltas socia-

les polacas –claro caso de intervención en políticas de estado ajenas al Vaticano– e instigó con palabras 187


y con gestos –quiero pensar que sin medirlo– el conflicto de los Balcanes que tantos muertos trajo, y todo por apoyar la secesión de Croacia («... el Vaticano junto con Alemania fue el primero en reconocer en

1990 la independencia croata de Yugoslavia, dando así continuidad a mil años en que la Iglesia Católica mantuvo vivo ese sentimiento nacional.» texto extraído de la Agencia de Noticias del Padre Santo, de

fecha 2 de Abril de 2005 –hoy mismo–). A qué hablar de su rabiosa condena al preservativo –agradecidos estarán los africanos, entre otros, víctimas del SIDA–...

Y callo ya, que va a ser mucho infierno por hoy para un apóstata como yo. 3 de abril de 2005 Ayer falleció JPII mientras yo cenaba con mi mujer y con mis críos. Vaya mi sentimiento por el

hombre y mi descanso por el Pontífice. Y punto en boca.

Y que dedico la primera hora de la mañana para leerme «Que en el mundo han sido», el último

poemario inédito de Antonio G. T. Con la lectura percibo que no ha variado nada la forma turriona, excep-

to en un soneto titulado ‘Amores que matan’ muy a lo de Cuenca. El ritmo también permanece, tan

machacón, que cuando se hace alguna ruptura rítmica doy un salto sobre la silla porque me parece que

existe algún error que me ha cortado la música, pero no, que Antoñito es así. También permanecen las figuras apoyadas en retazos idílicos de paisaje, que el tipo es de paseos hasta hartarse y hartar –no es cosa mala, no, aunque yo vea tedio en ese uso de las extremidades inferiores– («Desde los altos tesos, donde

el aire / da su aroma a los cielos, / y el sol, ojo gigante, / dora aquel mar de piedras, la llanura ,/ región solar más alta, / me ofreció unos caminos mancerados / por unas manos lentas, con unos surcos rectilí-

neos y hondos, en los que sumergí –túnel del tiempo– / mis luces y mis sombras...»). Y, más que perma-

necer, se multiplican los adjetivos líricos que tan poco me gustan a mí personalmente, pues me parece que ocultan la verdad del poema en un aire algo, cómo diría..., ¿bucólico? (luciente, hondo, tenues, ceni-

cienta, ardiente, albo, pudorosos...). Y lo mismo me sucede con bastantes sustantivos del mismo corte

plástico (hondura, aurora, tesos, arrullo, alborada, surcos, oteros, lindero...). Y repito que es mi sola sen-

sación lectora la que me lleva a rascarme con esos «excesos» líricos en el cuerpo del poema. En fin, que mil perdones. Sin embargo, los poemas contienen verdad («Hoy el tiempo saluda, certifica / que es un tren sin parada en estaciones / donde los sueños rozan con la vida ... // ...nadie sabe / si es fuego lo que

aguarda o es silencio.»), una verdad que comparto en el mayor de los casos y que me gustaría ver más

desnuda, con menos «paisaje», menos «tardes», menos «luz» vibrando para dejar al fresco esa otra «intensa luz que no se ve» de la que hablaran Caetano y Fellini. En resumen, todos los poemas –y digo todos– de este «Que en el mundo han sido», contienen un subpoema absolutamente magnífico que, desde

mi punto de vista, debiera ser el «poema». Y el camino es una carrera interior en la búsqueda desasose-

gante del Yo, una carrera realmente apasionante que discurre por los fracasos y los logros, por las espe-

ranzas y la inexorabilidad, por la duda y los hallazgos pequeños que entristecen y afirman. Antonio no ha 188


escrito «su» libro, porque «su» libro ya lo escribió con aquel «Brindis al Sol» en el que el dulce peso de

la memoria le llevó a un sentimiento elevadísimo que supo trasladar con la emoción precisa al poema –y en aquellos bellísimos poemas surgidos de la desaparición de su padre–, pero el paso interior que ahora ha dado, seguro que propiciará un fruto tan árido en la forma como lo pida el contenido. Entonces, sin duda –también sin «tardes», sin «paisajes» y sin «oteros»– habrá escrito ya no «su» libro, sino «el libro»

que contiene en su voz y en sus entrañas («...Y sentarnos desnudos, / y descubrirnos hombres, sólo hom-

bres, / humanos hasta el tuétano, / sin cifras ni modelos prefijados, / sin verdades externas / a las miserias y a las glorias próximas, / con un mundo cerrado entre paredes / del hombre levantado hacia sí mismo: / humano, siempre humano.»).

(tarde) Hablé por teléfono con Antonio y le conté mis impresiones sobre su poemario. Ante mis

apreciaciones sobre lo excesivo del «decorado», Antonio me indicó que lo escribió así con la voluntad de

dejar muy claro que esta mirada no viene de «calles, bares, farolas... superficialidad...», ni quiere acabar en ellas. Con esa premisa he vuelto a realizar una lectura esta tarde, con más atención y con cierta predisposición para asumir el decorado como parte esencial... Y sigo en las mismas, y aún más («La luz

cuaja en colores cuando el cielo...», «... por la brumosas lindes de un otero...», «... como un húmedo cés-

ped germinado...», «No platican las ramas a escondidas...»). Pero insisto en la lectura acotada de los poe-

mas, quedándome con versos magníficos en cada uno de ellos.

Luego me he puesto a pintar monas, que se me da de maravilla, estropeando papel y materiales,

y he acabado haciendo un collage con todas las colillas de estos últimos días –las he tenido que rescatar de la papelera–.

(noche) ¿Quién soy yo para poner o quitar, para apuntar o subrayar sobre un inédito? ¿De dónde

mi criterio y para qué? La verdad es que debiera rehusar con amabilidad cualquier oferta de lectura con

propósito de opinión, porque lo cierto es que no tengo nada claro el camino que debo seguir en la escritura como para ponerme a dar caña o jabón a otros. En todo caso, lo escrito ya está escrito, y sería una

traición a mí mismo el ocultar en este diario los resultados de mis carencias y mis constantes acelerones hechos de prisa y precipitación. Quizás el poemario de Antonio no tenga nada que ver con mis consideraciones, como quizás tampoco mis poemas tengan nada que ver conmigo. Sé que me fascina escribir y lo hago, pero en la lectura soy demasiado particular, por llamarlo de alguna manera, y me pierdo mucho

y con bastante frecuencia, pues leo con mis ojos sólo lo que busco y no el alma de quien lo escribió.

Disculpas al Antoñito por si me he pasado en mis apreciaciones. Fumo y respiro hondo esperando que pronto llegue otro viernes y temiendo que no acabe de llegar. 4 de abril de 2005 Últimamente sigo con verdadero entusiasmo a Alejandro Gándara, pues lo que escribe me resul-

ta tan centrado y tan cercano a mi línea de pensamiento, que parece que al leerlo estuviera asistiendo a 189


una ceremonia de afirmación de mis ideas, además escribe con claridad meridiana, sin recovecos, sin pen-

sar en que sobre su palabra pende la terrible espada de Damocles del cabo furrier sibilino que dirige «El Mundo». Es extraño que aún no hayan defenestrado a este gran tipo de la palabra y de las ideas, y ade-

más es una putada, porque por su culpa me veo obligado a hojear/ojear ese papel que tanto sabe escupir. En todo caso, sus escritos son para mí causa de optimismo. Y también me trae sorpresas, porque hoy he

tenido la suerte de toparme con un estupendo artículo de Leonardo Boff que aclara con la mirada abierta lo que ha supuesto para el mundo y para la Iglesia el paso de JPII –acompaña al artículo una insupe-

rable caricatura del Papa haciendo el gesto de bendecir con una mano de hierro de corte medieval–. Ojalá recupere el latido la Teología de la Liberación.

(tarde) De camino al curro me encuentro con un amiguete magrebí que se pelea las lentejas en

estos páramos y, de sopetón, me dice que «España adelgaza». «¿Y eso..?», le pregunto yo. «Pues que lle-

gué a España con 66 kilos y hoy peso sólo 60». Lo que aprenden aquí los forasteros, ¿eh?. Y lo que ganan... o pierden.

5 de abril de 2005 Hoy han operado a mi amigo Juanito de un asunto de garganta, y me siento mal por no poder

acercarme a verle hasta Salamanca, pero aquí me reclama el curro y sé que Juan lo entiende, como tam-

bién entiende que los hospitales no me gustan nada –menos que los funerales, que ya es decir–. En todo

caso, mensajeé con el colega por mi móvil y sus palabras son tan animosas como siempre. Dejo aquí mi abrazo fuerte fuerte para el mejor tipo del mundo con diferencia. El resto del día me ha deparado unas cuantas alegrías: He visto impreso mi nuevo libro –«Aráñame»–, he charlado por fin con el maestro José

Luis García Rúa, que me está haciendo pasar muy buenos momentos con la maquetación de su libro «Salamanca», que publicaré en coedición con el Ateneo Obrero de Gijón; he charlado con un Lara enfa-

dado con su gente municipal y pletórico en lo suyo, me ha visitado Miguelillo Sánchez Paso para proponerme un nuevo agosto poético, para regalarme un DVD de Dayna Kurtz –sabe el mamón dónde me duele– y un CD de Jonathan Ricman –«Not so much to be loved as to love»– que estoy escuchando ahora

con cierta sorpresa –y el mamón me ha contado que ha impreso mi apunte en este diario en el que hablo del mosén Lanzamierdas no sé con qué aviesas intenciones. Está bien, colega–. Y por fin una larga con-

versación telefónica con mi Morantón para explotarle y que se curre la lista de poetas que han de pasar por el agosto poético. Le encontré chulo de bien y me alegré un huevo.

El resto del día, para tirar a la puta basura, exceptuando la colaboración con mi Felipe para rea-

lizar un trabajo sobre la historia de la luz eléctrica, una de esas láminas coloreadas con dibujillos y tex-

tos cortos. Nos lo hemos pasado pipa, y hasta Guille se ha apuntado prestándonos sus rotuladores –que para él son como la Virgen para JPII–. Un cigarrito y a dormir, ¿no?

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6 de abril de 2005 Y que Juanito ya está viable y sin palabras –perfecto, je je–, feliz y con la misma fuerza de siem-

pre. Fue corto el trago. Y en este «marasmus» que es Béjar, aún encuentro cosas que hacer y que pensar,

aunque hoy no estoy por ponerme profundo porque el fragor del negoçi me ha llevado a perder la tarde entera en una conversación agradable y absolutamente macabea. En todo caso, cientos de miles de per-

sonas de múltiples nacionalidades andan haciendo cola para oler los restos de JPII –me pregunto yo si

todos estos tipos trabajan y ganan las pelas suficientes para tan caro pésame, y si en sus empresas les han dado vacaciones para el evento. Me da que pobres son pocos, o por lo menos no tan pobres como yo, que

no podría permitírmelo ni por asomo–. Y que Rainiero también al hoyo –pero qué mal iguala la muerte, coño–, y cónclave el dieciocho para saber quién va a gobernar el mayor reino en la Tierra con Cielo pro-

metido, y La Uno de coñazo total con el muerto y ya manda güevos, y Zapatero a misa y sin arreglar aún nuestros zapatos, y el PP haciendo vídeos para que M. A. Rodríguez pille más pelas con su empresa de diseño y maquetación especializada en contratas oficiales del PP –a este tipo habría que investigarle la

pasta–, y Rajoy acusando con su media lengua de líder con pies de barro y teniendo que aguantar aún a rabiosete y señorona –no te queda mili, galán–, y el País –je, je– (V)asco mangas por hombro con su «ate-

neoneta», y los motoGP calentando neumáticos porque el mundo es otra cosa y va sobre ruedas –para

ellos–, y Maragall dale que te pego a la de trapo hasta descubrir el proceso intrincado del tropezón con la lengua –la suya, se entiende, que no la cata-lana–, y el Chelsea en competición europea... «¿Fue real

cuanto exalta la memoria / o tan sólo un torrente de palabras / revestidas de falsa permanencia, / arga-

masa de un intangible muro / de contención, todo embriaguez o música / que resuena en el pálpito del

yo?». Buen poeta Carlos Alcorta y estupendo este «Pormenor» que es como un bebedizo. Y buena gente, coño, que es mucho más importante. Y a un tiro de piedra dos carachichis tomándose unas cañas y

poniendo a parir hasta a su santa madre. Pueblo de mierda –por su gente– que crucifica y amordaza en

su estrechez «cusaca» hasta al justito lucero del alba. Pandilla de mediocres amilanados en las barras, mujeres mal folladas de café con tortilla, palurdos de Ralf Lauren con caras de pedófilos pidiendo Berberana, gandules con Bemeuves y botas de montaña mostrando sin pudor su moralina de los cojones,

puñados de miraditas de insulto como un «te mataría»... Pandilla de cagones que amagan y no dan, que escupen a escondidas y sonríen si pasas. ¡Qué soledad, joder!, qué pena. 7 de abril de 2005 Con tristeza, me enteró con retraso –y me da mucha rabia– del fallecimiento del padre de mi

amigo Diego. No es justo y hago triste huelga de brazos caídos. Vaya todo mi afecto hasta pucela. 8 de abril de 2005 191


Magnífico hoy Millás con su artículo papero en «El País». Una tiradita a la contra sarcástica e

inteligentísima. Mejor casi que el artículo que Ángel González Quesada publicó hace unos días en «El Adelanto» sobre el mismo tema –que leí gracias a la recomendación de Antoñito GT–, pero jugando a la

comparación de este pontífice y su par sin par, el Papa ciego andaluz, que murió antes y mejor, habien-

do elevado a los altares a Carrero Blanco y a Don Pelayo. Los dos escritores por el centro y buenos de

morirse de la risa. Y así hasta que nos bendigan los purpurados un su «sub-urbi et orbe» conclaveado. A tomar vientos. Y ahora... que me ha dado por armar un Macondo sin literatura que tape lo rocín o, mejor dicho, lo asno. «Totus» nos de novela. Apunto algunos personajes para la nueva historia/histrionia en la

que me estoy metiendo, en tono verboflús, claro –u obscuro–, que no es cosa de dar pistas al enemigo y que me deje sin las garras de lo que me anda en mente (¿habremos novelita para octubre?):

1. Pongamos un tipo para olor de multitud con segunda landrusa virgohetaira y metido a ges-

tando que sububica a la suprapiba en asunto de oxígeno e hidrógeno(2) (dispuestos en un ángulo de 105

grados, con el oxígeno en el vértice) por cosa de la que agarra el carnero y lo apistona. El tipo ni arruga la de trapo –vergacasi– ni mide cada esputo resultante de su tal parlamento, mas muy al contrario o viceversa. Trajina con la mano, nunca con el testuz, no siendo que del uso tome forma y razón –pecado siem-

pre–. De su vasto/basto facer trina la gleba y se esbirra, si no en descojonamiento, acaso en el sano asun-

to del «siéntate aquí y verás París». De su paso: ruin(as)/(es). De su vacance: espera(nza)/(ción)/(nto). En fin, un cohitando en esta división que multiplica.

2. Otro gachó de recebo, éste enteco de pecunio, retador, de mirada como la sal o el yelo pica-

do, ricino puro, que se enhormó en su día y atesora escrituras en xifonier hortera de formica veteada mientras mesa su blanca con endiosado gesto. Tiene el As, pero duda si podrá hacerlo fresco por las tahú-

res artes o si traerá la reja unida a cualquier desajuste de su rictus; que sabe antecedentes y los pesa. Es de misa y abrazo si mueren sus enemigos fieros, casualmente tiene borrón curricular de lunarroja por pen-

sar sin querer –no es culpa suya– que el entero agro es orégano sólo. No le va mal e insiste como el «cátaro» aquel que fue a la fuente. El «cátaro», que no hay enes de ausencia en este rol de triunfos.

3. Ahora un fulano arlequín casi, de dobleces a cientos y jugador constante en campo ajeno

–fuera, vamos–. De parola lisérgica –y no fuma, ni bebe, ni su nariz conoce otro polvo que el clásico de

ácaros, coño–, sobó chepas un día y en un mismo hastahoy no ha terminado, que el masaje de esas «tes» tan Lluis Llach le ha traído y llevado con no distinta suerte del hilo al cortinaje. Quisiera Notredam tener-

lo a sueldo para calmar la esfinge de su espectro. A más, vocación de notario con escribanía de hasta/asta

aquí hemos llegado... pues habrá que seguir. Bíblica es su versión del plato de legumbres estofadas (Sólo puede ser un personaje secundario para la historia en ciernes).

Y ya no cuento más hasta la «jurdimbre» a más de lo que ya tengo currado, que es bastante.

Vamos, que me apetecía hoy jugar y ya lo he hecho. Que lo compre quien lo entienda.

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9 de abril de 2005 «Los soles se ocultan y pueden aparecer de nuevo; / pero cuando nuestra efímera luz se escon-

de / la noche es para siempre y el sueño, eterno.» o mejor «Soles occidere et redire possunt; / nobis cum

semel brevis lux occisus est / nox est perpetua et una dormienda.». Valerio Catulo debiera ser elevado a los altares. Hoy he dedicado la mañana entera a la poesía de Catulo, que hacía ya meses que no la visitaba, y he recobrado el tono muscular de la mano y cierta pasión perdida por el amor carnal. Y vuelvo a

pensar –creo que no lo he dejado de hacer nunca– que es el más grande poeta de la Historia, el que mejor supo pisar la Tierra y el que más luz le puso a ese Cielo de cenizas que es túmulo sencillo para casi todos o un lujoso y vano mausoleo para algunos. En fin, que lo suyo es vivir intensamente, amar lo que se pueda

–y follar también– y poder llamar hijo de puta a la cara a cada uno de los hijos de puta que se cruzan en tu vida. Sin probemas, sin tensiones. Hijo de puta y basta, que la noche es para siempre y el sueño, eter-

no. Y por la tarde, una charleta semimoral y vitalista con los hermanos «Italia», el Hiphop y el economista proletario, je, je. Son majetes los tíos, y están creciendo por dentro y por fuera de una forma dis-

tinta a la del resto de los chavales que conozco, pues ellos trabajan para sostener la cosa del vivir, y eso da otra perspectiva al proceso de maduración. Quiero yo a esos chavales.

Y que el resto de la tarde la echo en ver «Robots» con mis tres hijos y Bruno, un cachorro tími-

do de mirada viva que siempre acompaña a mi Felipón en sus correrías prepubertales. La tirada me sale por un pico, hasta pensarme si para la próxima peli tiro de alquiler de DVD, que sale más económico; pero, qué coño, el cine es el cine y no hay sucedáneo que se le pueda comparar, que en la pantalla de la

tele no habita nunca la magia de lo oscuro ni el remate de la sábana blanca puesta en la pared. Y que la pasta está para gastarla en gozo. Y me gustó «Robots» con toda su «intertextualidad» cinematográfica y

musical: divertido, ocurrente, con unos dibujos muy currados y el clásico libreto infantil de tipo que sale de la nada y triunfa en una carrera absolutamente previsible con asunto de chica en triángulo nebuloso. El valor queda en el detalle, en esos rótulos de los urinarios de Ciudad Robot en los que los femeninos son un enchufe hembra y los masculinos, uno macho... He pasado un buen rato.

(noche) Termino «Destructores de máquinas», un texto de Hernst Toller en el que desde su

expresionismo se plasman las revueltas de los tejedores contra la introducción de los nuevos telares a

principios del siglo XIX, la lucha terrible entre las máquinas y la mano de obra humana. Las tremendas contradicciones de la clase obrera enfrentada a las nuevas tecnologías, sus condiciones de vida y las reivindicaciones sociales y laborales. Y Toller se apunta en este libro al carro del hombre, enfrentando al

intelectual de izquierdas con el revolucionario pragmático, y se pregunta quién sopesa mejor la razón y quién puede restañar o abrir heridas en la burguesía explotadora. Y no es la máquina el mal con todo lo

que conlleva de espasmo social, sino el uso pernicioso que le da su propietario. A este libro accedí por mi curiosidad sobre los escritores suicidas, pues Toller lo fue, suicidándose en el Hotel Mayflower de

Nueva York en el año 1939. Apasionante su vida, su militancia expresionista, su postura política y su paso 193


por aquella España en guerra cruel entre hermanos. De su texto pueden sacarse conclusiones válidas para

hoy y un magnífico solucionario para el estado de las cosas a esta fecha... pero era un triste, otro, un cero

a la izquierda de la izquierda con una clarividencia tal que prefirió la muerte antes que saber más de la

miseria humana. Mi homenaje a Hernst Toller y mi rabia contra los editores que se olvidan de escritores y textos tan necesarios como los que hoy pongo de ejemplo. Está bien ganar pasta con las tonterías de moda, con las cosas cervantinas y con los nuevos narradores (?) de dieciocho tacos, pero algo de inversión en literatura sólida y con ideas de altura no estaría mal. ¡Me cago en todo! 10 de abril de 2005 Repaso papeles antiguos y encuentro un retrato de mi abuelo Felipe repeinado y serio, con una

mirada misteriosamente triste. Es la única foto que conservo de mi abuelo. Cuando se la hizo debía andar por los veinte años y quizás ya presentía el final terrible que le esperaba, hierro y fuego en el campo de

Los Santos. Tengo enfrente su foto y me pregunto cómo un hombre al que no conocí ha podido marcar tanto mi vida, cómo ha podido modular mi forma de pensamiento y mi escritura con tan exagerado ascen-

dente. La clave la tienen mi madre y mi abuela Antonia, que han sido capaces de guardar y extender su

memoria a diario, hacerle vivir en mí todo el tiempo que le robaron, pues yo fui el primer ser que llegó a la familia después de la muerte del abuelo, y eso marcó cada uno de mis días. El problema es que a mí me llegó la mediocridad por el heroísmo de la permanencia de mi abuela en esta tierra, que hay que tener-

los bien puestos para seguir conviviendo con los asesinos de su marido, verlos pasar por la calle cada día

y escupirles la rabia por dentro y por fuera. Mi abuela aguantó con una dignidad de hierro, jodiéndose la vida, para que su viudez fuera la venganza de aquellos fascistas que en sus últimos días seguían bajando

la cabeza al paso de mi abuela o de mi madre... pero a mí me hicieron la puñeta, pues una diáspora familiar me habría dado fuerza y perspectiva para lanzarme al pozo con mucha más decisión y con más pro-

babilidades de éxito, ya que desde este gueto apenas pude asomarme a la política y me cuesta muchísi-

mo encontrar un espacio donde mi escritura sea el justo combustible. Ese «fracaso» lo siento cada día y

me sirve de acicate para seguir en la brecha e intentar cruzar puentes desde el inmobilismo físico que me

ata a esta tierra. Sé que a mi abuela le hubiera gustado verme en la cabeza de todas las manifestaciones antifascistas, saberme humillando a los perros rabiosos que aún mantiene viva esa ideología que la dejó viuda y con cuatro hijos pequeños que sacar adelante. Y de ese deseo de mi abuela nació el que una vez me metira en política con bastante mala folla, que sacara adelante mi «Béjar Información» durante seis

años y medio a pesar de la ruina económica y moral que ello me supuso, y que escriba como lo vengo

haciendo desde hace no sé cuántos años. A ella también le debo mi estilo desbocado y abrupto y las enormes y constantes ganas de decir todo lo que me pide el cuerpo. Sé también que en mi forma de decir vive gran parte de mi fracaso como escritor, pero ya tengo aceptado que esa circunstancia no es importante –la

del éxito–, y que algo me impele a seguir en estas formas mías que juegan con la ironía hiriente y la tris194


teza inabarcable desde la palabra clara y cercana, y muchas veces desde el exabrupto. La misión que me encomendó mi abuela con sus ojos tristísimos fue la de mantener el recuerdo de todas las muertes injus-

tas y el odio hacia quienes las propician, y digo «odio» porque esa es la palabra exacta, ya que no admite términos medios, aunque no sea un término «políticamente» correcto. Y no se habla de rencor, que se

habla de dignidad, libertad y justicia. Y mientras me mira el abuelo Felipe, voy comprendiendo poco a poco cómo de bo ser, qué fines debo ponerme como meta y hasta dónde debo luchar en su nombre. Mis

armas son pocas, pero pienso seguir afilándolas cada día para poder seguir «visténdome por los pies» aunque el mundo se me venga abajo, que sólo se puede perder la vida, pues lo demás es circunstancial.

El ejemplo de respeto a la memoria que he tenido siempre en casa es mi mejor y mayor tesoro.

(tarde) He comido encabronaoíto después de ver la carrera de MotoGP, con Valentino convir-

tiendo la audacia en miseria y poniendo en peligro la vida de su adversario deportivo. Este tipo está loco

con esa impronta italiana tan Corleone y tan de refriega de calle. Debieran poner agentes de tráfico en los

circuitos de carreras para meter en la trena a delincuentes como el mentado VR. Si éste es el ejemplo que se quiere dar a los jóvenes deportistas, que le den por el culo a los ejemplos, que el deporte debe ser nobleza sobre las artimañas de baja estofa y sobre las eternas italianadas que sufrimos los espectadores

siempre que un estropajoso de esa nacionalidad sale a los terrenos de juego y se pone en competición. Lo enmafian y lo ensucian todo –verás como también se curran otra vez lo de un Papa italiano–. Y mira que

me encantan los artistas y escritores de esa tierra, que entre mis favoritos de la pintura, el cine, la litera-

tura o la música siempre hay alguno de ellos en cabeza de pelotón, pero en esto del deporte y en lo otro –que es lo mismo– de los negocios, el juego, las drogas..., son como para echarles de comer aparte –véase

Berlusconi y míreselo por cualquiera de sus oscuras esquinas–. Que Valentino me ha jodido la cruceta con patatas fritas. ¡Mamón! Y me pongo al Bob Dylan para escuchar tranqui su «Cry a while» y pillar

otra vez la marcheta de la semana, y junto a él leo los «Sueños ajenos» de Antonio Gómez, una brevería

editada por El Gato Gris del colega José Noriega con ilustraciones de Concha Gay. Sorprendentemente,

publican textos de Antonio y no poemas concretos. No entiendo cómo Noriega se ha dejado pasar la opor-

tunidad de pillar los últimos mejores trabajos de Antoñito y publicarlos en su deliciosa editorial, pues creo que las ilustraciones de Concha no están en el tono del autor concreto y visual –porque no dicen nada de él ni con él–. Por lo que se refiere al Antonio «versal», pues que me sugiere mucho, como es lógico, a los

textos de Joan Brossa, ya que moviéndose en el terreno de la «magia» poéticoartística, ha terminado bebiendo con la palabra en la charca común de los visuales, pero bebiendo magníficamente, ojo –«La rea-

lidad, / con sus trampas, / compone / y descompone. / Da luz, / junta / y reconcilia. // Abre o cierra, /

dice o calla.»–. En tanto que el Brossa de ‘Chinesco’ dijo que «El poema recibe la sombra de las manos, / el aparato de cine más antiguo.». Un excelente para Antonio y una oportunidad perdida para José

Noriega y su gato gris. A Concha, mil perdones, porque me da en el instinto que no era el momento justo ni la pareja edecuada para el autor. La edición, impecable, como es norma de la casa.

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11 de abril de 2005 Leo que Antonio Aguilar ha editado con Ed. Aljibe una antología poética del siglo XX con el

título de «Todo a cien», y con el sano interés de que los chavales se aficionen a este arte, es decir, para

hacerlo llegar a las escuelas. Y no me parece que vaya mal tirado el negocio: libros de lectura semiobli-

gatoria con una magnífica cuota de mercado y sin más historia que reunir cien poemas –no sabemos si con permiso de cada uno de los autores y sus pagos de derechos respectivos–. Bien tirado, Antonio

Aguilar, hasta en el título, hasta en el título.... Hasta en el jodido título. Y recuerdo aún mi visita al últi-

mo cole con lectura de poemas, las risas y el silencio, los maravillos pequeños «olores de multitud» y la miseria del después. También recuerdo los elogios de algún profe con su añadido de «regálame tus libros.

Te doy mi dirección...». Tú escribes, andas jodido para conseguir que alguien te publique a pelo, y llega

un «antólogo» y se come tus triste aceitunas, y llega un profe mamón y te saquea el fondo privado. ¿Qué todo a cien?... Todo a nada, que es el verdadero estado del poeta. ¡Imbéciles! Voy a ponerme a hacer una antología de antólogos, coño. 12 de abril de 2005 Magnífico Fernando Botero con su serie «Abu Ghraib». Por fin vuelve el Arte a denunciar.

Ahora que Eduardo Arroyo se andaba paniaguando con la cosa del money, F. Botero vuelve a poner las

cosas en su sitio retomando esa línea goyesca tan necesaria siempre –a pesar de lo plano que siempre resulta su trabajo y de lo comercialito que es este pintor–. ¡Chapeau! Y, mientras, los «Contratistas» de

Castilla y León premian a José Jiménez Lozano... (!). Y es que cada uno está donde quiere estar: Jacobo

Cortines con García Posada y su rosca de críticos, JJ Lozano con los contratistas, FB Reyes con el poder político establecido en cada momento y en cada lugar, FS Dragó con Esperanza Aguirre y CJ Cela con la

muerte que es descanso para todos. Cada uno en su sitio, en su casilla del damero esperando a que la

mano cenital mueva su esfinge y en el movimiento se quede algo en la bolsa eterna y personal. Y todo

sin sopesar qué se pierde en el lance, sólo mirando la ganancia hecha gloria ridícula y pasta gansa, que

no importa la dignidad. Hace unos días leía las pompas de saliva de un poeta premiado que se refería a

sí mismo como continuador de la tradición de Hesiodo/Hesíodo y asertaba que casi todos los demás poetas contemporáneos son «escritores de urgencia» que apenas leen, que apenas corrijen y que escriben sin

saber a dónde quieren llegar. ¡Gilipollas!... ¿continuador de la tradición de...? Pa mear y no echar gota...

Recuerdo ahora cómo Pepe Hierro le explicaba en Béjar a un periodista que «la poesía es como el oxígeno. Está ahí siempre, y uno la respira con consciencia o sin ella, pero simpre está ahí». Y tampoco

sirve confundir el culo con las témporas, que la «poesía de urgencia» no es la que se elabora sin ton ni son, con prisa y sin pausa racional. La Poesía de Urgencia, Gongora hesiódico, es la que hoy ha tomado el pulso del combate social y dice, sin esa enfermedad críptica de muchos poetas –es decir, con claridad 196


meridiana–, lo que late en el diario pasar de la gente de la calle, cuenta sus frustraciones poetizándolas y busca el pellizco para que salte la chispa y se encienda de una jodida vez la revolución pendiente. ¿Hesi... qué? ¡Gilipollas!

13 de abril de 2005 Llevo todo el día recordando al colega Ángel García López, ese derroche de humanidad de vista

destartalada y poemas justos. Me he acordado de él al ver a Antoñito Gamoneda luciendo el palmito en un sarao de Galaxia Gutemberg en plan promoción de obra/persona para ese Círculo de Lectores variopintos. A Ángel no le han llegado los triunfos como a Antoñito, y lo siento desde una sensación asfixiante

de injusticia, no por Antoñito, que es adorable y un estupendo poeta, sino por ese agravio comparativo que se hace a melificar a unos y ningunear a otros con valor parejo. Ángel suma a su obra una calidad

humana incomparable que le hace aún mejor poeta... Claro, que como Ángel están también tipos tan

entrañables como Jesús Hilario Tundidor, el mejor portero del Zamora, y otro montón de viejos poetas jóvenes a los que no se les hace ni puto caso. Me quedo un ratito con los «Sonietos a Pablo» de mi

Angelito de la Guarda, de ese mi otro abuelo... y le deseo todo lo mejor para sus días.

Y me escribe Morante con ilusión y ganas renovadas, y me llama mi Antonio Gómez con su

pausa divina, y el otro Antonio, el Orihuela, con su dulce lentitud moguereña, y veo terminado mi «Aráñame» y me gusta. Hoy soy medio feliz. 14 de abril de 2005 Me alegro por Raúl Rivero, aunque ni tanto ni tan calvo –me refiero a su poesía y no a su injus-

ta peripecia carcelaria–. Me alegro de que la palabra corra libre y, sobre todo, de que corra libre quien la

pronuncia y quien la escribe. Por ello he dedicado la tarde/noche a leer todos los poemas de Raúl que he encontrado en la red y, francamente, no es mi poeta. Comprendo las razones externas a la poesía y esa

gloria que vendrá por lo que significa de símbolo para muchos –«El Mundo», por ejemplo–, pero son

asuntos totalmente extraliterarios que difuminan al escritor en el loor de multitudes «interesadas». Es todo. Y con el desencanto Rivero he vuelto a René Char –también en la red, que es una buena opción de búsqueda de lecturas– para empaparme de un auténtico poeta de la resistencia. Luego, visita de Antonio

GT con conversación larga y tendida sobre el éxito y sus miserias. Anoto en un «cómo no» que he hablado hoy por teléfono con José Luis M, con Belén y con Diego, tres de mis mejores amigos. 15 de abril de 2005 El día me ha salido espesito. Me he dado vacaciones para escribir y no sale nada de nada, por lo 197


que me he dedicado a darle forma al pregón del barrio de La Antigua –que los vecinos han sido tan ama-

bles como para pensar en mi palabra para abrir sus fiestas, y yo encantado por su confianza y su aprecio–. Y he dedicado parte de la mañana a indagar en mi pasado junto a la muralla, en los juegos furtivos,

en el paso de la gente obrera por aquellas calles, en el famoso Panguy y sus rodeos de burros, en la música desde el balcón de Charlot, en la panadería de Chicharro, en la churrería de abajo, en El Pitilla y su famosa micción en la leche de El Novelty, en las casas de «Don Paco»... otra vez la memoria pequeña para darme ganas y sonrisas, otra vez jugando con el recuerdo usurpado y también con el inventado, otra vez esa «intensa luz que no se ve».

(tarde) Recojo un mail no identificado en el que me dicen que soy «un triste», sin más. Y es bien

cierto, soy un triste de atar con la sonrisa puesta, y todo porque mi vida se adelgaza en un casi siempre lo mismo, y todo porque me enredo en negocios que me traen cierta zozobra, y porque me preocupan los

hijos, y porque me mata esta microeconomía puñetera de cuarta pregunta, y porque me aburre casi todo lo que leo... Yo qué sé. A ver si me sale un día fiera y le soluciono la papeleta de la risa a este colega blog

y anónimo, un día de menos espanto que este de hoy, con miradita flou y periquitas a nalga puesta. Que lo prometo. Hoy me quedo en «estambái» con «Cinco poemas» de V. Nabokov, traducidos por Felipe Benítez Reyes para Ultramar («... el poema lanzado desde insospechadas alturas, / cuando aguardas el

sonido de la piedra / al caer en el agua, en lo profundo, y a tientas buscas la pluma, / y de repente te

llega un escalofrío, y después, // en la maraña de los sonidos, los leopardos de las palabras...»). O el

«Can Mayor» número trece dedicado a Gutiérrez Albelo... En todo caso, palabras enredando sobre este

«triste» y posándose tranquilamente en la música de Shigeru Umebayashi, que hoy es exactamente yo.

(noche) Después de una relajada sesión de «taicuondo» por la tele –a las españolas las han zurra-

do– y de una cenita a bocata de tortilla con pimientos y fresitas con nata, he vuelto a mi estudio para intentar encontrar un solo verso, pero llevo más de una hora y sólo caen chuzos de punta sobre mi estro. Qué le vamos a hacer. Pues nada, que enredo en mi colección de «Hora de Poesía» –que mi querido

amigo Javier Lentini me regaló antes de fallecer–, y encuentro inéditos de Joan Brossa, cosilla de Luis Cernuda y alguna curiosidad de Wallace Stevens... mientras recuerdo aquella conversación con Javier en

la que me contaba que conocía a los hombres por el culo –era un afamado proctólogo–, y especialmente a Goytisolo, al que trató durante muchos años. Javier siempre se portó conmigo como si fuéramos cole-

gas de toda la vida –yo le conocí en 1992– y conservo sus cartas con un cariño especial. De sus cosas, me gusta especialmente la insuperable traducción adaptada que hizo de varios sonetos de Giorgio Baffo,

poeta pornográfico –oculto, por supuesto– y tío de Giacomo Casanova, trabajo que aparece editado en un número de «Hora de Poesía» que incluía un estupendo especial de poesía pornográfica. Casí a la vez

conocí a Rafael Pérez Estrada, que me descubrió un mundo sensible de gran altura, y también casi a la vez se me fueron los dos para dejarme huérfano de cartas y dibujos, de llamadas telefónicas hilarantes a veces y tristes a ratitos. Algunos días, como hoy, recupero sus cosas y los recuerdo con mucho cariño.

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16 de abril de 2005 Era Enrique Cabezón el que me llamó «triste», pero no llegué a asociar su mail con él, que hace

tiempo que no nos vemos y mi memoria chunguea por su centro. Enrique es un poeta de urgencia de los de verdad, y también es un triste, y también es un creador plástico con chispa. Nos une un compromiso

que vengo retrasando por la cosa «money» y que es tan bonito como editar poemas de David González junto a unas imágenes digitalmente cabezonas de no sé qué Dios –je, je– devorando a sus hijos. El pro-

blema está en el coste de la tirada cuatricrómica, que se me va de las manos en estos momentos. Habrá que retomar el tema y buscarle las vueltas, porque merece la pena la edición. Besos, tío.

(mediodía) He charlado con Juanito al amor de un café y me preocupa seriamente la gestión del

MPDL de Castilla y León, y todo porque la central madrileña anda metida en algunas desidias y olvidos que nos hacen un flaco favor y nos llenan de problemas y quebraderos de cabeza. Habría que replantear totalmente los organigramas y los procesos administrativos, pues no se pueden gestionar altas cantidades

económicas en proyectos solidarios sin una administración sólida. El problema fundamental, desde mi punto de vista, radica en el sueldo grimio de los trabajadores y en la falta de seguridad en los contratos de trabajo, que no se puede exigir una gestión de cierto nivel si los que tienen que hacerla andan más pre-

ocupados de cobrar el paro o de buscarse los garbanzos a pellizcos. Hay que ser claro y taxativo: una org-

nización de corte solidario debe contar con una nómina de buenos profesionales que no sientan sobre su

cabeza la espada de Damocles del paro y de la inseguridad de su trabajo, y hay que pensar en términos

reales, pues el tema del voluntariado es un arma de doble filo: por un lado se vende la bondad y la buena

voluntad de quien lo practica, pero por otro lado se juega con la precariedad que da el estado moral y las ganas de los voluntarios, que en un momento de desánimo pueden abandonar con las consecuencias que

ello conlleva. Hay que contarle al personal que nos sigue y nos apoya, que para darle solidez al trabajo

bellísimo de echar una mano a quienes lo necesitan –una mano fuerte y segura–, hay que emplear a personas en buenas condiciones para que sean capaces de desarrollar un grupo sólido y bien administrado, capaz de controlar los proyectos al céntimo y hasta sus últimas consecuencias de uso y disfrute con arre-

glo a los términos establecidos en lo escrito y aceptado, no defraudar a las instituciones que ponen la pasta y cumplir todos y cada uno de los plazos que marquen, y hacerlo con brillantez.

Para ello es absolutamente necesario que el personal organizativo tenga una dedicación plena

unida a la tranquilidad laboral necesaria para soportar esa dedicación. Y trabajar con el voluntariado, por

supuesto, pero facilitándole el camino al máximo para que no desaliente, y midiendo siempre este aspecto con una reserva de recambios que sean capaces de dar continuidad a los proyectos si llegase a existir

alguna falta o alguna deserción. Y también tener muy claro que no se puede pagar siempre al personal de buena voluntad con esos «gracias» y esos «qué bueno eres y cuánto vales», que el mejor agradecimien-

to consista en que sean conscientes de la solidez de quienes dirigen el cotarro y que perciban con claridad meridiana que su trabajo de voluntarios sirve y siempre suma, que no se encuentren en su camino 199


problemas que no les corresponde solucionar ni, por supuesto, padecer.

Y a lo mejor hay que detenerse a meditar, parar el carro por un tiempo y hacer las reparaciones

que el sistema necesita para funcionar a la perfección, que al día de hoy esto es un morir hacia adelante que ya va dejando a muchos heridos por el camino. ¡Ánimo!

(tarde) Dice Julia Uceda –la gran acreedora del voto femenino en el Nacional de Poesía 2003–

de la obra de Jacobo Cortines, como jurado del Premio de la Crítica, que «en una época de poesía urgen-

te, sorprende la paz de la palabra de Jacobo Cortines, el dominio sereno del pensamiento, la compasión por el dolor humano y la atención a las zonas oscuras del alma y del sueño.» Otra vez con/contra la jodida poesía urgente/deurgencia, y esta vez aderezada con –perdónese mi iteración– «la paz de la palabra»,

el «dominio sereno del pensamiento» o la «atención a las zonas oscuras del alma y del sueño». Otra piba

de «tradición hesiódica» que valiéndose de su ancianidad y del mármol que viene se atreve a juzgar por

comparación. Y encima me burreó en el Nacional con una poética tan desconocida como la mía –y lo

mismo hasta más– y con el mal rollo de la cosa «femenina» –que hoy soy misógino–, dejándome en un

segundo lugar que no me sirve ni para servirme de algo o de alguien. Entonces, cuando lo del Nacional,

juré en carta privada a L. A. de Cuenca que defendería a los míos hasta mi muerte literaria o física, y es lo que hago ahora, que yo me considero un poeta de urgencia –como esos «míos» a los que me refiero–

y esta nenaza de las letras españolas no es quién –aunque sí es cómo y cuándo–. Oye, que se amparan en

el laurel de los años, en la permanén y en los loores –medioescribiendosólo–, y hacen de sus arruguitas un sayo de conocimiento y sentencias que agreden a los que no bailan en su cuerda, sujetada en este caso por la editorial y los premios Esquío –buen mojón para una soga–. Y ya estoy hasta las mismitas témporas de aguantar tanta babosería de ensoñaciones y silencios, de serenidad y zonas oscuras del alma enfren-

tándose por razón de canas o por pura mariconada a una poética de combate que no les ha hecho nada. ¿Por qué nos odian y nos denostan así, de forma tan sibilina? ¿Por qué no se atreven a dar nombres mien-

tras califican descalificando? ¿Qué jodido mal les hacemos, si ellos ya tienen el poder y controlan pelas

y jurados a mansalva? ¿De qué van? ¿Qué pretenden conseguir?... Y después de aliviarme, pues nada, señora Uceda, que encantado de que sea usted estereotipo femenino de la poesía española contemporá-

nea, que abandere con tanto donaire ese movimiento sexista y que desbarre contra quienes hasta hoy la habíamos respetado. Un saludete... y ya nos veremos en cualquier bolo. Ah, y antes de terminar, copio del blog de Alejandro Gándara –«El Escorpión»– unos párrafos divinos: «Julia Uceda, uno de los miembros del jurado de la presente edición, destacaba en uno de los premiados ´la paz de las palabras y la

atención a las zonas oscuras del alma´, que no sé qué quiere decir (no me imagino mucha paz en zonas

oscuras del alma), y menos a qué tipo de propuesta cultural y literaria responde. Más bien, suena a apo-

logía vaticana, en concordancia con las estragantes fechas que vivimos. García Posada, crítico vetera-

no y presidente de la asociación declaraba el domingo que ´somos una entidad filantrópica y lo bueno que tienen estos premios es que nunca se han equivocado’.

Si la filantropía es una garantía de verdad, debo decir que yo hasta ahora no me había entera200


do. Es más, desconocía la relación. En lo que estoy de acuerdo es en que los premios buenos son aque-

llos que no se equivocan nunca. Otra cosa es que me crea que eso existe y que me crea a quien lo dice de sí. En la misma línea afirmaba que ‘nuestra singularidad es que en el jurado siempre hay críticos de todas las regiones del país y se hace un trabajo modélico de preselección’. De nuevo hay aquí una rela-

ción rara entre regiones y preselecciones modélicas, a no ser que se quiera decir que ambas cosas son singulares en el procedimiento de la concesión del premio.

Si fuera así, habría que decir que las representaciones regionales son aptas para el folclore y

para el Senado, pero difícilmente evaluables en términos de criterio literario (por supuesto, nadie le quita singularidad). Excepto que la idiosincrasia de los jurados pase a constituir el canon del futuro. En cuanto a las preselecciones modélicas, están bien y son de agradecer, pero aún está mejor la concesión modélica del premio.

En fin, que convendría que estos premios aclarasen sus objetivos si es que merece la pena o que

los confundan cada vez más a fin de que nos enteremos definitivamente de qué van.». Lo de Posada tam-

bién es para nota.

17 de abril de 2005 Desayuno con mail de TS Norio anunciando su probable próxima visita a Béjar de camino a

«Edita 2005» –encantado de tomar unas copas y conversar–, el envío de un pedido de libros que le he hecho y refrendando la amistad que nos une desde hace tiempo. Luego he hecho limpieza en la imprenta y he repasado la prensa por la red. Entre otras cosas, me he enterado con detalle de la venta de «El

Adelanto» a un tipo zamorano ligado al mundo de la construcción y muy PP, lo que deja la prensa pro-

vincial en una triste mirada monocolor parida desde el entorno de la derechona constructora. Y eso que

en «El Adelanto», desde que recaló como directora Nunchi Prieto, todo ha sido una historia de silencios y suaves censuras, pero era algo de oxígeno, al fin y al cabo. El caso es que como la izquierda salmanti-

na no se ate los machos, van tener para dar y regalar, que ahora –y casi siempre– la prensa acostumbra a desinformar contra alguien o a favor de alguien. Y en Béjar está todo mucho más radicalizado, con emple-

adillos tiralíneas que escriben al sueldo del interés del que paga, y también –algunos– arrimando el ascua a su sardina personal –pues no sobran intereses personales en esta estrechura salmantina–. Una pena y una vergüenza. Y todo me hace pensar en que al final van a ser verdad esas historias de miedo que supo-

nen el Club Bilderberg, La Trilateral y los prediseños mundiales de Sion/Sión: un mundo bermejo

–rojo(?)– de sangre y fuego siguiendo las pautas marcadas desde la globalización financiera. A ver si soy

capaz de morirme antes de verlo. Y, por rabia, cada día me hago más radical; por impotencia, más cabrón; por palabras, más excesivo; por mis hijos, más temeroso... No puede ser que nos rindamos a ese poder que nos magrea con su insufrible cosa mediática para tenernos entretenidos y sin pensar, y sin actuar. Si

como grupo ya nos tienen controlados y absolutamente manipulados en su idea de mercado, peleemos en 201


la individualidad por nuestra libertad de pensamiento, que yo creo a pies juntillas en el desarrollo de la individualidad como triunfo sobre el globalismo de borregos que se nos viene imponiendo. Hombres

solos pensando, escribiendo, viviendo... pero «solos» con la idea social bien estructurada, no estiltas apartados del mundo y encerrados en sí mismos, sino seres que desde su crecimiento como individuos propi-

cien los vuelcos sociales necesarios, hombres que piensen y sepan decidir sobre su propia existencia sin

intervenciones grupales de presión externa. Me resulta complicado explicar lo que arde en mi cabeza sobre este tema, pero lo tengo muy claro. El asunto radicaría en minar las superestructuras con acciones puntuales imaginativas y con intolerancia hacia todo lo que suponga primar el desarrollo del grupo sobre

el del individuo, romper eso que se ha dado en llamar el «percentil» y la «media» para encontrarse con el «uno por uno» o con el «uno más uno». Volver a la aventura del esfuerzo personal como motor del pro-

greso y olvidarse del ideal del hormiguero como futuro perfecto. En este punto es donde los «principios» del cristianismo pueden dar un poco de luz –jamás los «finales» que vivimos en estos tiempos de reli-

giosidad fieramente financiera– y también las filosofías socialistas y anarquistas de primera toma: un hombre para sumar esfuerzo autónomo a otro hombre y no un hombre para sumar masa ciega y vehemente.

(tarde) Leo en «El Sol de México» unas declaraciones de Luis Mateo Díez en las que afirma que

«los editores buscan lectores que no lean». Y su razón es toda. El mundo editorial se ha mercantilizado de tal forma que ya sólo busca productos capaces de hacerse con una crasa cuota de mercado sin pensar

en los contenidos: Ediciones de pesca con el cebo lleno de la carnaza del diseño de cubiertas o simple-

mente con una campaña mediática que generalmente cuesta más que la edición. Se vende una imagen y no su contenido, y todo amparándose en una lista de valores de baja estofa que han crecido con la basura televisiva. No hace mucho, mientras comía con un conocido narrador, me contaba las últimas indicaciones que le había hecho su editor para poder ver su nueva obra publicada: No pasar de 127 «acuatros» en tipografía Times de cuerpo 12 e interlineado de 20 puntos, con márgenes a derecha, izquierda, cabe-

cera y pie de 2 centímetros. Capítulos cortos y, mejor, titulados con frases sintéticas y golosas.

Descripciones breves que contengan jerga juvenil que esté en uso y un ritmo trepidante. Imprescindibles dos acciones internas relacionadas –como mínimo– con conflictos de actualidad. Referencias a cinco

temas de veinte que se le marcan en hoja aparte –entre ellos la homosexualidad, el maltrato a mujeres, el aborto, el satanismo, los juegos de Rol–. No significación política del protagonista de la obra. Prohibidos los nombres de personajes en otros idiomas que no sean el castellano. Y como última recomendación

–esta fuera de lo obligatorio– alguna referencia a Cervantes o al Quijote... El colega me lo contaba con una sonrisa triste que era indicativa de que ya andaba pasando por el aro... «El caso es que me pagan bien

y siempre en fecha, que para los tiempos que corren ya es mucho. Yo me lo tomo como un trabajo y así no me hago mala sangre». Al día de hoy aún no tengo noticia de tan comercial edición, pero si no se ha

publicado aún, deben quedar pocos días, porque también tenía marcada la fecha de entrega de originales con una cláusula de penalización si dicha entrega se demoraba. Y así nos va, que escriben ya los edito202


res las historias con sus prontuarios obligatorios. Si sale bien el negoçi, el éxito es todo suyo. Si sale mal,

al autor le dan bien por el culo, porque además de no poder escribir lo que le pide el cuerpo, pierde el contrato que le asegura la sopa, el filete y la manzana con que se alimenta cada día. Pura historia de la literatura universal.

17 de abril de 2005 Otra vez elecciones vascas y todos han ganado, mientras la candidata del PP decía al mundo que

la culpa de todo es de Zapatero –je, je–, esa culpa de que un 12,5% de los votantes hayan dado su apoyo

al nacionalismo radical –un 4% más que en la anterior convocatoria a las urnas–. Son la ostia (de ostia, ostiae). Los nacionalistas –todos– por su enceporramiento fascistoide, el PP por su tardofascismo global,

el PSOE por su mingalacismo centrista y democrático, y el resto por su tonta imprescindibilidad. Si con

este tirón se acaba la violencia, pues felicidades a todos; si se avanza en la palabra –a pesar de que a muchos les joda uno o dos puntos–, pués olé tus cojones, Zapatero. En fin, del problema vasco a la conclavesca cosa vaticana y medieval, que casi viene siendo lo mismo, con fumata y una sola urna.

(noche) Veo a Jesús Caldera por la tele y recuerdo que somos de la misma quinta –añada(?)–, de

1957 los dos. Compas en las Salesianas desde los tres añitos y acreedores de capones salesianos un poco

más tarde. Me encantaría ver la cara de aquellos curas de mano suelta –en bastantes sentidos– viendo a mi Jesusín subido a la farola, lo mismo hasta pecaban de palabra y obra. Recuerdo también ahora que Jesús era la envidia –mi envidia– por su memoria casi fotográfica y por su adelantada idea del amor, que

cuando yo calzaba babas infantiles, él ya tenía novia y me hundía en la miseria sólo de verlo en pareja. También recuerdo algunas de sus arengas juveniles en el parque municipal a los cuatro colegas que nos cruzábamos con él –que ya estaba viajado y lucía su militancia en yo qué sé qué movidas políticas–. Yo.

por entonces, hacía migas con Angelito y Manolín Bueno, con Vicente Manso, con Javi Riobó. La ver-

dad es que entonces se tenía ganado el respeto y la admiración de los colegas que sólo salíamos de casa para dar una vuelta persiguiendo a las chicas que nos gustaban o para ir a la bolera de Antolín a echar un

billar o un futbolín. Jesús era importante porque tenía mundo y estaba metido en política «contra Franco»,

que era lo chulo entonces. Yo me fui a estudiar Biológicas a Salamanca y sólo le veía de cuando en vez durante los veranos. Charlábamos lo justo y desaparecíamos con aquel «cada uno a lo suyo». Con el tiem-

po, coincidimos en la militancia socialista y fui testigo de puñaladas, guerras y reconciliaciones políticas. Jesús manejaba ya el cotarro con maestría, sin bajarse a la política de pueblo, pero forjando el carisma que le llevaría a donde está ahora, y desde el lugar donde se practicaba esa política pequeña. Yo acabé harto y desquiciado después de pasar por las concejalías de Deportes y Urbanismo bejaranas –nunca he

tenido alma de político, y me alegro– y Jesús supo picar más alto, donde los palos son bombas y los triunfos gloria, y en su momento se la jugó con dos cojones a perderlo todo o a ganar... y ganó, pues su decidido apoyo a Zapatero, por el que nadie daba un chavo, le llevo a donde ahora está... Y no sé a qué viene 203


todo esto, o sí, que quería decir que lo que más me gusta de Jesús Caldera es su madre –lo siento cole-

ga–, a la que tengo el gusto de besar en la mejilla cada vez que me la cruzo... Una señora por el centro –de la izquierda, claro–, entusiasta, dinámica, totalmente viva... y profundamente humilde, sin esas ínfu-

las que se le suponen a la madre de un Ministro, sino todo lo contrario. Tu suerte es tu madre, Jesús. No lo olvides nunca.

19 de abril de 2005 «Habemus Papam» y por fin la Iglesia Católica se quita la máscara, olvida el cinismo y se nos

planta con su verdadera cara para que de una vez por todas sepamos por dónde anda cada uno. Por fin un

«mano de hierro» sin mingadas mediáticas para engatusar a las masas, un «es lo que es/somos lo que somos». A joderse, católicos... o a bailar. ¡Viva Bendictus XVy...! Coño, que han acertado los cardenales. Mis rehpetoh.

20 de abril de 2005 El día ha sido de bancarios y pelas, de andamio y nervios. Y cada hora que pasa llevo peor esto

de tener que ganarme el pan con el sudor de mi frente –pero qué gilipollas son los que bendicen el tra-

bajo–. Pero tengo cargas y debo seguir adelante hasta que me harte y me afloje uno de esos rollos de cabeza que me dan de cuando en vez. Debo anotar conversación con un Paco Ortega que me colma de afec-

to siempre, charleta con un Jesusín Márquez vital y agradecido a la vida y mail de un nuevo colega que tiene pinta de majete –Antonio M. Moreno, de Alcalá de Henares– y que dice cosas como las que siguen:

«Llevo tiempo en el intento este de ser poeta, cierto es que todo lo que rodea a este mundo es una mierda –bueno, no todo, sólo una gran parte. Aún quedan personas desinteresadas, lo que no sé es dónde–.

Pues eso, que al final te tienes que sacar las castañas del fuego tú solo porque las espaldas están a la orden del día, tanto o más que la pobreza. Así que hace un tiempo tomé la decisión de buscarme la vida haciedo recitales por los bares, intentando, de algún modo, acercar esto que nos llena tanto a la gente más necesitada (necesitada de versos y de ayudas para despertar sus sentimientos, se entiende) sin apo-

yos, sin subvenciones y algún que otro día incluso sin ganas, aunque es bien cierto que al final, cuando la gente ha guardado silencio para escucharte, llega como por arte de magia la mejor recompensa que pueda tener un hombre, la de sentirse grande, casi un semi-Dios que por unos momentos ha gobernado la vida de los otros.». Pues no es un mal comienzo, Antonio. Charlarems. 21 de abril de 2005 Hoy, que ha sido un día canalla y grana, me he levantado con la obsesión de volver a leer «La 204


camarera del cine Doré», de Carlos Martínez Aguirre, un poeta que me cayó de puta madre durante un encuentro poético en Puerto de Santa María y del que no he vuelto a saber nada. Aquel libro lo disfruté durante muchos días leyendo y releyendo, riendo y admirándome de la fina ironía del poeta y del curio-

so tono lírico de su obra. Lo he buscado por todos lados, me he vuelto loco revolviendo libros y papeles, y a eso de las nueve he dado con él y me lo he merendado/cenado de un bocado glotón. Y he vuelto a

admirarme por esa poesía tan de mi gusto que se bebe sin rascar en la garganta, pero que sabe arder en

el estómago. Mañana mismo voy a intentar enterarme si existe algún libro nuevo de Carlos para hacer-

me con él y devorarlo («... Disfrutemos / del amargo sabor de la derrota; / aún el jardín está lleno de flo-

res, / y aunque no las hubiera, poco importa: / hoy me siento más fuerte que la noche...»). Y luego se me fueron los ojos a «Un sendero nuevo a la cascada», de Raymond Carver, que ya acumulaba el polvo en mi biblioteca, y me lo he comido de postre, como Ángel González a las bañistas. «...Te seco la espalda,

las caderas, / con mi camiseta. / El tiempo es un león de montaña. / Nos reímos de nada, / y cuando te

toco los pechos / incluso las ardillas / quedan deslumbradas.». Y vuelvo a reencontrarme con el tono

aquel que tanto practiqué, al que quise arrimarme en el 92 para hacerlo mío y con el que disfruté hasta casi morirme de gusto. Hoy me he propuesto volver a leer a todos los primeros autores que me trajeron

hasta aquí de la mano y me han llenado de sensibilidad durante unos años fríos e inciertos. También he decidido releerme, rastrear todas mis notas, los versos sueltos y perdidos en cuadernos antiguos y viejas

agendas, volver un poco a aquel entonces tan ácido y tan dulce, y pasarme otra vez a los «Grandes» por el arco del triunfo. Tengo mucho que hacer, diario, y bueno. 22 de abril de 2005 «...No hay Dios, / y la conversación es un arte moribundo.», pero no importa, que hoy el día

jugó a primavera y vistió las aceras de camisas blancas, de pechos urgentes y de brazos otra vez de carne para abrasarse y abrazar. Porque la luz ciega, parece que algo cambia en la forma de ver el fracaso y un sentimiento positivo lo inunda todo. También abandonaron los grajos el alero del tejado de mi casa y han

vuelto a anidar los milanos. El negro por el siena hasta en la vida. ¿Cómo le afecta esto a mi escritura? No lo sé. Quizá cuando lleguen los vencejos sea capaz de averiguarlo, y en vez de la tristeza, me convo-

que algún sentimiento positivo para poder hablar del ahora y el luego, y ya jamás del antes. Sigo, en todo caso, enredado en buscar mis lecturas guía de hace unos años para emborracharme otra vez de la mirada abierta y buscar el decir que perdí y que quiero recuperar como sea.

(noche) Ya en la dinámica de recuperarme, vuelvo a «Los restos del naufragio» del tristemente

desaparecido Ricardo Franco, un poeta imprescindible y absolutamente olvidado que le da ciento y mil

vueltas a muchos de los gallitos del corral poético desde 1900 hasta estos días de mierda amojonada en libros y revistas –pena negra de árboles desperdiciados–. «...qué pena cuando el amor no es / sino la con-

tinuación de otra gran tristeza.» ... porque cuando el amor no es gozo, es mejor cazar ballenas en 205


Madeira, ser un líder revolucionario o morir de una «estúpida diabetes mellitus emboscada». Se nos fue

el capitán, pero nos dejó una balsa en la que naufragar con cierta esperanza de éxito. Ricardo Franco no fue el Pirata Negro, pero intentó serlo con todas sus fuerzas desde sus redondas gafas de pasta negra y sus camisas como postales de los mares del Sur. Otro triste magnífico y jodidamente olvidado por esa caterva de garcías que conforman y ordenan el escalafón literario desde la bilis y la bragueta. No ser, a veces, es la mejor medalla... jodida, pero medalla. 23 de abril de 2005 Me he levantado tarde y ya estaban los vencejos avisando el calor y las tormentas. Justo ayer los

eché de menos y hoy han vuelto a rizar con sus bucles mis ojos. Mirándolos, he pensado en ser el Percy Bysshe Shelley de «Adonais, elegía en la muerte de John Keats» o el Montale de «Non c’è un unico

tempo: ci sono molti nastri / che paralleli slittano / spesso in senso contrario e raramente / s’intersecano.», pero con su vuelo, los vencejos me han dicho que sea durante unos días Robert Louis Stevenson

«En las tierras altas, en los parajes agrestes, / donde tienen los viejos sonrosadas las teces, / y las hermosas doncellas / sosegados ojos; / donde el esencial silencio estimula y bendice, / y en las entrañas de los montes, eternamente, / su música más adorable / se gesta y muere...».

Luego me fui a la calle como un suicida alegre, a fumar y a llenarme los ojos, y la realidad vol-

vió aun a pesar de los vencejos: Mi ciudad es un asilo enorme y abierto como un «Centro de día», lleno

de dementes seniles deambulando con la mirada perdida entre la hojarasca de tiendas vacías y vaciadas, a veces asidos a otros brazos –la demencia senil del brazo de la vehemencia–, a veces solos y sin bastón. Como un jardín zoológico –mi amigo Máximo Hernández Fernández diría «zooilógico»–, mi pequeña

ciudad va poniendo nombre y jaula abierta a sus especímenes: Parejas endogámicas, sátiros y maricas muy distintos a los de aquella oda de Federico al viejo W.W. y peores, pichaflojas sabidos y ocultos ten-

tando coños propios y ajenos, putas de atar rizando el rizo de la ninfomanía, ratas sin pasado pero sin

futuro, héroes de la rapiña y la baja estofa, tahúres del ladrillo y la prebenda, niñas embarazadas en un atavismo de clase –gitana– que no perdona, curas de fieltro y falda, podridos cristianos viejos, maleantes siniestros en el arte de «gafa», onanistas de cine y roce... y miles de ancianos presagiando un final que se

aviene tranquilo, pero inexorable. Mi pequeña ciudad es una sala de espera a la desaparición, una bonita sala de espera. ¿Cómo ser aquí R. L. Stevenson? Aquí sólo puedo ser Celine, Carver o Buk... o quizás

nada más silencio, un silencio de rabia o abulia, de desesperación o de derrota. «Vendrá la muerte...» y

jamás tendrá sus ojos. Y me temo que el resto del mundo es una extensión de este triunfo de Pirro que

avisa de miriadas de cadáveres putrefactos sobre los que sentarse a escribir. Ya entonces con la tranquilidad del olor acre que es la carne sin latido. Esperaré hasta ver o hasta no poder verlo.

(tarde) He pintado otra vez mujeres deformes, desnudas como la realidad que sólo se imagina.

He pintado con prisa, porque tenía miles de imágenes en la cabeza y querían salir. He pintado y he subi206


do tres de mis pinturas a la web por ver si algún desaprensivo se las descarga y nota esto que me sucede

y a él también le seduce. He pintado con tiza y tinta china, porque no me quedan materiales en el estudio y no me da para reponerlos. He pintado por rabia y por ganas, por deseo y por frustración, por abu-

lia y por este nublado que se ha venido junto a la tarde para nublarme a mí también. Un paisaje Doré va rimando la caída del Sol y estoy harto de Cervantes –que mató y no era buena gente–, de su Quijote pelma hasta aburrir, del «zancas» que está harto también de ser el pueblo llano, agudo y obtuso; harto de los

molinos, de los baratarios, de los caballeros de pica en Flandes y de los de culo picado, harto de los que

se corren sólo de leer al mustio novelero que nos arruinó la Literatura saliéndose del yo para merodear por el nosotros/vosotros, harto de críticos y sabandijas de biblioteca que llenan su bolsa cada mes con el

zumo «Cervantes», harto de políticos mosenes y estudiantes marisabilidillas, harto de tabaco y Pepsi, de americanos y aznares, de tías remilgadas con sostenes de blonda, de sarasas con pose de «yo soy y seré»,

harto de dulcineas que no se levantan las faldas para mostrarme su sexo rojo y negro, harto de no saber

vivir, harto de casi todo... Esta noche voy a escuchar en directo a Jonathan Richman gracias a Miguelito Sánchez Paso, y lo mismo también acabo harto del perico cantor... pero no importa. 24 de abril de 2005 Béjar es una pena, una mierdecilla, una historia sin solución imaginable. Y cuando digo Béjar,

me refiero a su gente y a esa actitud de muertos que ya han alcanzado el estado de huesos blanqueados. O peor. Ejemplo gráfico del asunto sucedió ayer en el «afamado» Teatro Cervantes –que ya le vale al

manco de Lepanto–. Por obra y gracia de Miguel S. Paso, a la sazón uno de los doce tipos vivos de este

pueblo de mierda, actuaba Jonathan Richman –a la sazón, también, un tipo vivísimo, dulce y genial–, y lo hacía no sin precedentes suficientes como para convocar a media provincia –‘considerado como el poeta del Rock'n Roll, se mueve en la tradición de Bing Crosby o Frank Sinatra. Fundó The Modern

Lovers a principios de los 70, banda que reivindicaba el pop en los años setenta y de la que salieron miem-

bros destacados de Talking Heads o The Cars. De su primer trabajo, «The Modern Lovers», destacan

todavía hoy temas como «Roadrunner» o «Pablo Picasso». Descubierto para las nuevas generaciones por

la película «Algo pasa con Mary», Jonathan Richman es uno de los talentos más singulares e insoborna-

bles que ha dado el rock norteamericano del último cuarto de siglo. A principios de los setenta ya profe-

tizaba el advenimiento punk y se adelantó a su tiempo al adoptar los postulados de Velvet Underground

y que, pese a ofertar una actitud moral muy sentimental, sería versioneada por los mismísimos Sex

Pistols.’–. Pues en Béjar, colegas, sólo asistimos unas setenta personas a escucharle, y de ellas, el grupo

más numeroso vino del sur de Extremadura –Hervás y Baños de Montemayor–, es decir, de Béjar no

pasábamos de veinte personas. Y vuelvo a que esta miel no se hizo para la boca de tantos asnos como por aquí pastan y rebuznan. Con todo, Richman, profesional y artista sobre todas las cosas, trovó durante casi

dos horas sus canciones alegres y maravillosamente sencillas, dejándonos esa impronta de la vida por el 207


lado de la simplicidad inteligente. Absolutamente genial el perico y otro éxito de la nada para el grandí-

simo Miguel, al que debo agradecer personalmente estas oportunidades únicas de crecer que me/nos brinda. Te debo una velada poética de superlujo, Miguel. Pagaré de seguro.

(tarde) recibo mail de Antonio M. Moreno con algunos poemas suyos y con esa cosa del «irnos

conociendo». Y el tipo me devuelve al fresquito aquel que yo alimenté en el 96, el mismo fresquito que respiré en «Sentado en un bar», casi con el mismo ritmo, pero con endecasílabos –no aquella fiebre hep-

tasilábica que a mí me arruinó–. Y siento cómo esa otra primavera que no tiene nada que ver con la mete-

orológica me vuelve a poseer –son demasiadas cosas juntas las que convocan a respirar aire limpio en los

últimos días–. El caso es que Antonio tiene el verbo y la medida, la música y las ganas. ¡Enhorabuena, hermano!, enhorabuena. («ADANYEVA»: «Las mañanas de abril eran así, / grandes y claras / como los

ojos de una joven virgen. / Se llenaban de ti, de tu presencia, / de caricias resueltas ensayadas / en la

noche anterior, / bajo la tempestad de los placeres. / Tú mirabas el mar, yo las noticias / de un canal alemán de parabólica / –nunca tuvo la muerte un acento más justo– / Callábamos los dos, los dos desnudos / tomábamos café, / untábamos tostadas con deseos / y comíamos el uno de la otra. / Luego desen-

redabas estos rizos / revueltos y enrulados / y yo te leía versos en voz alta / de un tal Ángel González. / Te vestías tan sólo con las ganas / de quedarte desnuda para siempre, / yo clavaba minutos en las horas / para seguir contigo, / para mirarte viva. / Después tocaba sexo en la cocina, / entre la bechamel y el

pan rallado, / sobre el mantel de líneas / que acababan perdiéndose a la vista. / Un baño para dos, luego

otro solo, / luego otra vez los dos de vuelta al agua, / un porro de maría, / una canción de Marley / y el pecado venial de ser felices. / Pero nada es eterno. / Vendría, por desgracia, / la fecha del billete de avión

/ y nos expulsarían para siempre / de aquello que llamabas paraíso.»). Vendrá, querido Antonio, un des-

pués de preguntas sin respuestas, el eterno ejercicio de la vida para joderte el verso o para hacerlo rígido y cabrón, justo lo que merecen los que escuchan y leen o los que jamás harían ninguna de estas cosas.

Para mí, amigo Antonio, eres la selva virgen que un día intente hollar. Hoy sólo soy derrota. Besos, colega.

(más tarde) Ayer se me olvidó anotar la última entrada de Alejandro Gándara en su blog –«El

Escorpión»–. Un ejemplo de lucidez y de cabeza en su justo lugar. Cada día me gusta más lo que escribe este tipo –«...Cada vez más, uno se encuentra en las discusiones, los conflictos o la mera diferencia

con dos clases de gente: la que tiene convicciones y la que tiene pensamiento. Algunos líderes, amigos, lectores y escritores confunden ambas cosas con frecuencia y creen que tener convicciones es lo mismo

que tener pensamiento. (Hay una tercera clase de gente, que es la que no tiene pensamiento ni convicciones, lo que pasa es que con esa no discutimos: ello no quiere decir que no tengamos que aguantarla)...»–. Y sigo sin entender cómo la derechona que gobierna y edita «El Mundo» permite que tipos como

Alejandro «ensucien» sus páginas de mierda. ¿Será que la libertad anda gaando espacios?... No me lo puedo creer.

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25 de abril de 2005 Voz crítica, que ya tocaba, y quizás no sin razón. Voz casi de la conciencia con la que me toma-

ré un café cuando haga falta sin mirar el sí, el no o el quizás, que siempre me llegó bien esa voz parale-

la que no tiene rostro –cuando para lo bueno y cuando para lo malo–. Y si aburro es porque estoy aburrido, y si hiero es porque estoy solo, y si descabalo con mis palabras quizás sea porque he perdido mis

referentes y ya no sé medir ni las distancias pequeñas. Si he faltado al respeto de quien lo merece, pido perdón humildemente, que no me duelen prendas. Que además de triste, soy un equivocado. En fin, que

la mirada individual hacia afuera tiene estas cosas de que a uno se le vean las miserias en las palabras que no se pueden borrar, y todo porque nado en un mar de contradicciones y lo hago absolutamente solo. Por ello, Urah, siempre nos quedará un café para poner el gesto y la mano entre medias. Agradezco tus palabras en lo que valen mientras doy rienda suelta a las mías, quizás para mi mal en peor. 26 de abril de 2005 Recibo con verdadero placer «Linterna de Luciérnagas», del chiquillo Jacob Lorenzo. Un libro

miscelánea de versos y prosas lleno de encanto, de ganas y de lumbre. Jacob será, para su mala suerte, un tipo nombrado. Dios quiera que no se queme en el fragor de esa luz artificial, que le quiero de verdad,

además de admirar su escritura. Y el día no ha dado para mucho más que para trabajar en un tedioso libro de cocina y escanear «obra» para el encuentro de mail-art de la provincia de Badajoz. Hay días que son un cero a la izquierda de la izquierda. 27 de abril de 2005 He leído esta noche una gran parte del poemario inédito de Antonio G. Turrión «En un fluir eter-

no e incesante (Metamorfosis)», basado en una lectura entusiasmada de Ovidio. El juego resulta apasio-

nante, sobre todo cuando el autor atina a traer al ahora lo que siempre fue, ha sido y será. Una relectura

de las Metamorfosis muy agradable en tono y muy cuidada en la escritura. Quizás tenga un especial sentido didáctico para sumar que pudiera hacer interesante su edición.

(noche cerrada) Hablo un ratito con Morante y descargo tensión, que el colega sabe entenderme

y animarme. Bebo Pepsi de regalo, fumo «Camel» rogando que san «Chester» me perdone por esta pequeña traición y remato el pregón para las fiestas del barrio de «La Antigua». Me beso las manos como a un hijo y me digo un «hasta mañana» ramplón que avisa sueños sosos y aburridos. 29 de abril de 2005

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Salir a la calle vuelve ser alegría para los ojos, pero sólo eso. Y aún así sigo prefiriendo mi

escondite frío y desordenado, que este tiempo de suicidas me desequilibra y me trae y me lleva de la euforia a la pura confusión. Tengo ya cuarenta y siete años y no sé lo qué quiero ni cómo lo quiero; y, mien-

tras, sigo enredando mi vida en la búsqueda de cierta estabilidad económica sin precisar «los pasos en las

huellas»; y quiero estabilidad emocional, pero me arruino la existencia con pensamientos peregrinos.

Estoy atravesando unos días de fuerte estrés y todo se resuelve en fumar y en un constante atolondramiento en mi trabajo. No tengo nada claro, no sé hacia dónde dirigir mis pasos... Seguro que sólo es cosa de unos días.

30 de abril de 2005 Me mailea Valentín Muñoz –al que no recuerdo, coño, y lo siento– para recomendarme que oiga

a «Astrud». Lo haré cuando pueda pillar alguno de sus discos. Y también me habla muy bien de un grupo

musical de Salamanca –no me da el nombre– y de una revista en la red de Manolo Martínez que edita bajo el título «Esmeraldo» (me indica que entre en www. austrohungaro.com). Prometo realizar todos tus

encargos, Valentín, y gracias. Y, con gozo, recibo también los números 8 y 9 de «Vulcane», una revista

de Literatura editada en Tenerife. Con un diseño sobrio y limpísimo –qué bien editan los Canarios por norma– presenta artículos y creaciones muy bien seleccionados. Gozo especialmente con los fragmentos de la «Enciclopedia personal» de Bruno Mesa, con unas versiones de Isidro Hernández sobre unas cre-

aciones de Max Jacob y con una charleta de «Vulcane» con Jordi Doce y su «...cada voz de cada ser

humano, cuando se expresa en plenitud, es una voz de lo sagrado.».

Cierro el día –jodido de curro, por ser, además, sábado– con la lectura de corrido de «Cave

canem», poemario de Chema Prieto Molledo –al que no conozco de nada–. Y me ha gustado su tono

sosegado y verso tranquilo y coherente («Mi lengua ya está escrita, ya está hablada...»). Lástima que el amor lo medio llene todo. O fortuna quizás...

Y remato con relectura de Enrique Cabezón mientras J. Richman hace sonar su «Behold the lilies

of de field». «Dios cabalga los lomos de las muchachas» es el título goloso del inédito de Enrique. Y éste

sí es fresco, fresco... «...¿qué coño son esos licores? / ¿esa hierba? / ¿esa sustancia? / tráela aquí y

observa / ¿por qué cojones se embroca / y me dibuja más hermético y menos fiero? / ¿por qué no puedo ser una revolución con piernas? / ¿por qué lo críptico desbasta mi apariencia?...». Con su cosita cómic

y su cosita vida. Raro, pero fuerte. Bien, Cabezón. 1 de mayo de 2005

Hoy he besado a mi madre con la excusa de ese invento mercantilista de «el día de la madre»,

y me ha sabido a gloria, porque necesitaba hacerlo en la normalidad para que fuera como uno de esos 210


besos sin más asunto que el cariño. Es una mujer admirable que lleva su dolor con una sonrisa constante y sin perder esa rabia fresca que ha sido tónica en su vida. Me encantaría ser como ella en todo. 3 de mayo de 2005 Siempre he pensado que en la vida hay que saber dar vuelcos urgentes para solucionar la cosa

del aburrido devenir diario. Yo mismo he dado unas cuantas vueltas de tuerca en mi camino que siempre han resultado positivas para el ánimo y para tener la cabeza vivaz y las ganas con buen tono. Ahora ando

necesitando un cambio como el respirar, pues me encuentro atenazado en un futuro cercano de trabajo manual y esfuerzo empresarial que me mata. Quizás todo se resuelva con la solución menor de recupe-

rar mi espacio de soledad y mi tiempo de escritura. Que el dinero por el dinero no me interesa, entre otras cosas porque no me aporta felicidad esa lucha por tener un coche mejor, una segunda vivienda y mil euros más a final de mes. Yo quiero volver a ser un triste con chispa, volver a darle rienda suelta a mi imaginación y reírme o llorar justo cuando me apetezca y no sólo cuando lo mandan las circunstancias. Volver

a poder nombrar a los necios mientras sonrío, acariciar la mejor cara de mis amigos, beber yendo música en La Alquitara, charlar hasta las tantas con quien me aguante... No pido mucho... ¿O sí? 4 de mayo de 2005 Dar un salto, yo qué sé, y atiborrar el pelo a mechas doradas o hacerle un calvo a la vecina de

enfrente, y mearse en todos los símbolos del mundo o escribir una carta de dimisión, y calzarse un gorri-

to «Ralf-zinger» o taparse un ojo a lo pirata, y levantar las faldas de las muchachas o ser una muchacha, y decir «¿por qué no?» o «¡venga, vamos!», y tocarse los cojones durante cuarenta días seguidos o hacer huelga de sed, y vendimiar los senos primaverales o sólo mirarlos, y mandarlo todo a tomar vientos o

beber los vientos por alguien, y cabalgar hasta el desembarazo o jinetear frente al parque, y comerse las uñas o dejárselas largas, y reírse de la curia o curiarse en la risa, y pedir a gritos una mujer o quedarse en silencio, y acabar un cigarro a la par que otro empieza, y guiñar un ojo, y lamer un cuerpo, y reír, y llorar, y sentirse algo más que nada, y estar absolutamente inseguro, y doblar una manzana, y silbar, y

comerse un puñadito de picotas, y pintar un pezón de color siena, y cantar alboradas, y líar un porrito, y saberse empezando a acabar cualquier cosa, y comenzar de nuevo, y leer, y escribir, y ladrar como un

perro, y follar algo más o no hacerlo, y desearlo todo, y pelear a muerte, y toser, y seguir encontrando un

ratito en lo solo... El tiempo se caldea y yo empiezo a notarlo en las axilas, en las ingles, en la nuca, en la cama. Bienvenidos a la canícula. 5 de mayo de 2005

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Venir a España buscando libertad bien pudiera ser el título de un himno, y sólo eso por el esta-

do de las cosas, y nada más que eso por el valor de la acción. Que aquí la libertad se ha confundido con el monstruo que devora lo que otros han vomitado antes. Nuestra «libertad» se estrecha en negar la ver-

dad y en hacer con ella rizos y tirabuzones. Hoy España está sembrada de tertulianos apoderados sin voto de la opinión de la gente, de basura televisada, de dirigismo mediático y de un consumismo extremadamente pernicioso. Así es nuestra «libertad». Pensándolo bien, prefiero un totalitarismo de visionarios que

sean capaces de espolear a la masa por la injusticia flagrante que tener que aguantar este engordar para morir en el que todos tenemos lo justo para no levantar la voz. Mientras, pago mis impuestos y mis mul-

tas y todos los pijardos directos e indirectos que se imaginen, pero mi madre lleva ya dos años y pico esperando a ser operada de la cadera y sufriendo unos dolores terribles, no puedo aparcar cerca de mi trabajo sin soltar la gallina, no puedo ir hasta Salamanca por autovía, no puedo tener hijos ni nietos en Béjar,

las farolas de mi barrio no iluminan hasta los tres pasos necesarios para ver a un burro, ya no puedo leer un periódico provincial que no sea de derechas o el motor propagandístico de algún promotor inmobilirio... ¿Quién se merienda mis impuestos sin arreglar los baches?... ¡Joder, qué tarde! 6 de mayo de 2005 «Llámala Muerte, / como llamas origen a la tierra / donde tus padres, adobe tras adobe, / cons-

truyeron la casa / que refieres como tuya; / como travesía llamaste / a esa otra isla cuya arena / por un momento terció en tu incertidumbre, / para luego quebrarse contra el mar, / al fin casco oxidado. // Llámala Muerte, como Luna llamas al astro / o sueño a esa otra mujer inconcebible. // Llámala Muerte.

Ese es mi nombre.». Vino Manolito Moya a tomar café y a traerme su nuevo libro –«Habitación con

islas»–, recientemente premiado en el premio Fray Luis de León. El cafetín lo tomamos con Juanito y

charlamos durante una horita corta del estado de nuestras vidas y de la escritura. Manolo marchó pronto camino de Fuenteheridos y yo me quedé como con ganas de estar con él mucho más tiempo. Para qui-

tarme el mono, leí con avidez su libro, y me he encontrado con un Manolo mucho más reflexivo, muy poeta... me sigue gustando a rabiar. Y me llegó paquete magrito Norio con felicidad de libros buenos: «La

sonrisa de Maquiavelo» de Maurizio Viroli, «Poemas encadenados» de Pedro Casariego Córdoba,

«Jaime Gil de Biedma» de Miguel Dalmau y «Poesía completa» de José Saramago en edición bilingüe...

Lectura de la buena para pasar la primavera con garantía. Ya iré dando nota de tanta y tan buena palabra. Chiiissss.

7 de mayo de 2005 Ponerse viejo es consentir la cruz de conservar cada una de las cosas que tienes, temer por ellas

y ponerlas por encima de cualquier valor exterior y humano. Ponerse viejo es adular para permanecer o 212


callar para permanecer o llorar para permanecer o esconderse para permanecer. Ponerse viejo es sentirse

triste todo el tiempo y esperar. Ponerse viejo es una acción que no tiene nada que ver con la edad y que se mide en parámetros de ilusión y de ganas. Ponerse viejo es dar por hecho el amor... Ponerse viejo tam-

bién es percibir cómo triunfan los necios mientras tú no sabes poner en valor la diferencia. Nicolás Maquiavelo agrupaba como poetas menores a todos los que hablaban del amor –y eso también es ponerse viejo–, aupando a superiores categorías a los poetas épicos y a los escritores políticos, aunque eso qui-

zás fuera otra ironía del maestro de maestros. No sabía Nicolás en qué iban a terminar los políticos, a

pesar de su convencimiento de que todo es circular y cada tiempo es una onda igual a la de un tiempo anterior. Supuso magníficamente que el mundo era de los políticos, pero erró al catalogarlos como los

seres más audaces, dignos de compartir con él un trocito del infierno –y eso también fue ponerse viejo–. No atinó a imaginar que los gobiernos iban a ser la viva imagen del pueblo, es decir, la purita mediocri-

dad, que ya no habría líderes capaces de espolear conquistas al frente de sus ejércitos poniendo su pecho

para la primera flecha o para el primer venablo. No supo imaginar al líder refugiado en retaguardia, matando incluso a los suyos para que le sirvieran de parapeto o para parecer un muerto entre los muer-

tos. Girólamo Savonarola lo alumbró con su facciosa profética en el mismo tiempo y le llegó la hogue-

ra. Lo que ayer fue el candor del miedo y la épica de la gloria en la batalla, hoy es el conformismo consumista y la lírica del fraude mediático. Se han confundido todos los términos y el «gran comercio» mete

la mano por el culo a las marionetas políticas para entretenernos con un cuento teatralizado que no tiene parangón en la historia de la Literatura ni en el resto de las «historias»... En todo esto se equivocó Nicolás, pero con la consideración de que se equivocó en el encabalgamiento de los siglos XV y XVI,

acertando –eso sí– en mil percepciones de la sociedad, la política y la religión en las que el 99% de la gleba siglo XXI aún no han caído. Dos mundos humanos conviviendo en el planeta hoy: Uno masivo y

de corte absolutamente medieval, y otro minoritario y con ideas preclaras, pero abrumado y sometido –no me incluya en ninguno, Urah amigo–. Se equivocó también Nicolás en su percepción de la poesía amorosa y del amor mismo como algo «menor», y sobre todo se equivocó con Ovidio; pues no intuyó que el amor se mantendría hasta el día de hoy con la misma fuerza y la misma potencialidad de hacer y desha-

cer en todos los terrenos humanos –ahí Jesús de Nazaret estuvo más vivo, y a los resultados me remito

(debería decir con más precisión que «estuvieron más vivos sus acólitos»)–. El amor y el desamor como

monedas de cambio, como argumentos de poder y de gobierno, como rendición en la unidad fundamen-

tal humana –la pareja o «la familia»– y como reflejo mítico hacia el héroe de entonces y hacia el sátrapa de hoy. Todo se mide en una escala de testosterona y estrógenos, de erección y penetración, de reprodución para el consumo y de institiva afinidad hacia los productos de ese mismo consumo –siempre median-

do la subliminalidad en los niveles químicos y físicos–, que van desde el jabón rejuvenecedor hasta el líder político. Ya no hay «Príncipes» como los que decía Maquiavelo, que ahora todo se resume en «nes-

tlés» y «nabiscos», en «lokeeds» y «mercedes», en «shelfs» y en «repsoles», en «bebeuveás» y en «ame-

ricanexpreses»... La máquina global ha sustituido al líder, al príncipe, al tirano. Ellos ponen y quitan, dan 213


y toman, y es con ellos con quienes se debe hablar en el Infierno, no con los políticos, Nicolás, no con

los regentes, no con los jefes militares, no con los intelectuales. La industria farmacéutica, por ejemplo, va 10 ó 20 años por delante de la investigación médica oficial y antepone su servicio al mercado sobre el servicio a la sociedad, y lo mismo sucede en cada uno de los campos sobre los que decidamos pregun-

tarnos. El hombre no importa, importan sus ingresos y su capacidad de gasto. Si Nicolás hubiera nacido

ayer, quizás tuviera «la vida de Gates» –y juego aquí con el título de una magnífica novela de mi amigo Braulio García Noriega– o lo mismo buscaba un suicio en bolsa. El dinero es el «Príncipe», y el «amor» es la esperanza o su exacto contrario, que todo depende del color con que se mire, pero también es la

«esperanza». En todo caso, me quedo con las divinas palabras de Nicolás Maquiavelo cuando dice que

«el hombre no es, ni mucho menos, el señor del Universo, como por vano orgullo le gusta creer, sino víctima de la naturaleza en primer lugar y luego de la fortuna. Nace desnudo y lorando; su voz llena los aires. ünico entre todos los animales de la creación, es capaz de espantosas crueldades contra sus seme-

jantes: sin embargo, ninguna otra criatura parece tener tanto anhelo de vivir y tanto deseo, y necesidad,

de lo eterno y lo infinito». Sabía de lo que hablaba el perico, conocía al personal desde antes de

Aristóteles hasta nuestros días y percibía hace ya quinientos añitos lo que muchísimos hombres son incapaces de percibir hoy mismo. Eso también es ser «Príncipe», un príncipe de la luz que como máxima for-

tuna material puede llegar a tener un pañuelo para enjugar sus lágrimas... Pero también es ser viejo, como entenderlo es ponerse viejo.

(tarde) Llevo dos horas más enfrascado en la lectura apasionante de «La sonrisa de

Maquiavelo», de Maurizio Viroli, y es como un baño de agua tibia que recibo con el deseo de que nunca acabe. Estaba tan equivocada mi idea de Maquiavelo como lo estaba en su día con la de Pier Paolo. Cada

día miro con más admiración a lo italiano –exceptuando el plano deportivo y el trasunto político actual, por supuesto–, y también me voy redescubriendo en la esencia que me llega de la lectura. Poder acceder

a ciertos textos con la mirada ávida es una riqueza inconmensurable. Lástima que las pelas no lleguen con el mismo fluir y para la misma intensidad. Quizás no importe. 8 de mayo de 2005 Es curioso, me ha crecido una conciencia exterior, física y virtual a la vez, que tiene nombre. Se

llama Urahdal y me llega siempre por correo electrónico. Como conciencia es tan poco profesional que no sabe estar siempre que la necesito, pero es mi barragana esporádica. Escribe con corrección y juega a la sibila constantemente, ha aprendido a afirmarme y a negarme a la vez y vive por su cuenta no sé dónde.

Si me salgo del camino, me ataja y me regaña; si amanezco, sabe cómo anochecerme; si río, me muestra el llanto; si deserto, me recupera para la batalla. Existe, no como Dios, pero también aprieta. Yo la llevo

de paseo como al amigo maginario que tenía de crío y nunca he sabido si le he pagado un café. Desde mañana volveré a mi costumbre siciliana de dejar un «café en suspenso» en mi bar de siempre por si 214


Urahdal, mi conciencia exterior, quisiera pasar a reclamarlo. Aún no sé de su sexo, y soy curioso.

(13,30 h.) Llevo todo el día empeñado en el deseo de un café con bollos suizos. Con frecuencia

me llegan estos arrebatos glotones y salgo a buscar la calma con unos «Donuts» de «La Aurora» que van

directos a engrosar el flotador de la cintura. Al fin y al cabo ya no estoy en edad de merecer y ese flota-

dor es algo que queda para mi desnudo más tranquilo. Quizás el mejor fururo esté en asegurarme esas

rosquillas esponjosas y dulcísimas de la misma forma que mi difunto amigo Ciriaco entendía su negocio con aquella máxima de «el primer cliente del día debe pagar el jornal completo», por lo que tenía un pre-

cio fijo de dosmil pesetas para el primer trabajo que le llegase por la mañana, ya fuera la soldadura de un manillar de bicicleta o abrir una cerradura encasquillada. Siempre dosmil pesetas que aseguraban su presupuesto de ingresos diarios. Por mi primer trabajo del día un dónut. Y no es mucho pedir, me parece.

(tarde) La tarde está siendo de perros, pues se me cortó el café con una llamada de casa avisán-

dome de que a mi madre la iba a recoger una ambulancia. Todo fueron prisas, y ver a mi madre en el esta-

do de dolor en que estaba me llamó a las lágrimas y a la rabia. Fuerte como nadie, bajó a pie las escaleras de los tres pisos de su casa y subió a la ambulancia por su propio pie. Ya en el hospital sentí otra vez aquella sensación de ser indefenso que me atacó cuando operaron a mi hijo Felipe de una peritonitis aguda, o cuando murió su colega Antonio. Y es que no sirvo para el sufrimiento cercano. Ahora, mien-

tras escribo estas palabras, mi madre anda reposando en la sala de urgencias mientras los medicamentos en vena ponen reposo en su cuerpo. Mi padre está con ella. Los quiero tanto y tengo tanto miedo. 9 de mayo de 2005 Las salas de espera de «urgencias» son una prueba de fuego y a la vez una suerte de paraceta-

mol sicológico. Uno desea huir y permanecer mientras la cabeza hurga en cosas tan variopintas como el

sentido de la vida, ¿cuándo se cena aquí?, los ricos también lloran, los médicos pasan de mí, ¿alguno de estos tipos sabrá quién soy yo?, no somos nada, ¿dónde estarán los servicios?, no me he traído pasta, la

gente pasa y no se da cuenta del sufrimiento que hay aquí, pa habernos matao, hay que follar mucho, se me está acabando la batería del móvil, mi mujer es un cielo, qué valiente es mi madre, no hay sillas sufi-

cientes y me duelen las piernas, se me acabó el tabaco, como esto dure mucho a ver cómo me lo monto, voy a abrazar a mi padre, huele fatal, de aquí saldrá un buen poema, que no se muera mi madre, Dios no

existe, no tengo suelto para la máquina de cocacola y son las dos de la madrugada, tengo frío, tengo calor,

¿y si diera una cabezadita?, qué chulos son algunos médicos, voy a llamar a casa, me estoy meando, vaya gasto el de la Sanidad, nunca conduciría una ambulancia, qué majos esos gitanos, voy a besar a mi madre, hay que ser educado en estas circunstancias para conseguir información y buen trato, mi padre está tris-

te y creo que tiene miedo, ¿por qué le ha tocado a mi madre, coño?, quiero un montón a mis críos, una historia de amor en la sala de espera daría para un cuento curioso, me he mordido todas las uñas de las manos y me duelen, quiero llorar... Las salas de espera de «urgencias» son una prueba de fuego y a la vez 215


una suerte de paracetamol sicológico. 11 de mayo de 2005 Subir a planta con adjudicación de cama es como auparse un escalón hacia el Cielo desde el pur-

gatorio de las urgencias. Los purpurados dolientes, tan «pacientes» en la antesala del infierno que son los

bajos del hospital, visten con alisada alegría camisón sin culera, gotero y guía; y disfrutan de pronto de la luz compartida de esas habitaciones que a veces son final y casi siempre paso: cama con argumento y

sonora manivela, luminaria repleta de accesorios y enchufes, mesillita de apoyo para comer tumbado, taquilla cuartelera, sillón de acompañante, sillita vestidor de polipiel gastada, tele para alquilar y teléfo-

no sin uso conocido –tanto para dar como para recibir–; un baño con conejo, lavabo, ventanuca y un matraz de dos litros para medir orines. A todo ello, cómo no, debe sumarse un ajuar de curioso currículo autoclave –recia textura siempre la de ese algodón acartonado–. Subir a planta también es alivio por com-

paración y galones en el gasto público que se paga con tu/nuestro dinero. Y deseo de no estar, coño, de no gastar ni un euro público más... y ponerse a apoquinarlo. 13 de mayo de 2005 Dediqué a mi madre el pregón del barrio de «La Antigua», un pregón cortito por sequía parti-

cular, pero intenso por afecto hacia esa gente de casta obrera. Lo paso a la cuenta de este diario:

«Autoridades, vecinos de «La Antigua», amigos que hoy os habéis acercado a la fiesta de este barrio obrero de casta, judío de historia y profundamente bejarano, sed bienvenidos.

Podría hacer un pregón lírico: hablaros del embrujo de estas calles estrechas, del paisaje ador-

nando el balcón de la muralla, del trasunto del agua en el río y sus fuentes, del rumor perdido de los telares como eco ancestral de vuestro barrio, de las piedras calladas que guardan mil historias, de la

gente de aquí derrotando hacia el alba que encendía el camino, de las tejas rizando su arabesco en vuestras casas, del encendido ardor de todos vuestros jóvenes, del olor a mañanas en la cuesta más sencilla de la vida... pero no os diría nada.

No, no haré un pregón así.

Podría hacer un pregón político: hablaros de la profunda tradición obrera de La Antigua, de

sus luchas sociales, de la hermosa cultura asamblearia de sus hombres y mujeres, de la libertad y la mordaza que aquí han sido siempre un múltiplo del resto de la ciudad, de las carencias y de vuestro trabajo

ímprobo por soslayarlas, de la necesidad del grito y del alto respeto a la justicia social que aquí se res-

pira y se ha respirado siempre, de la diferencia entre vosotros y los prebostes del textil que ahí abajo hicieron de su capa un sayo, pero que os temían aquí arriba. Podría hablaros del orgullo que se siente al veros crecer diciendo generación tras generación «soy del barrio de La Antigua»... Pero tampoco me 216


parece la hora de la arenga, aunque sí la de la reividicación, señor alcalde. Tampoco haré un pregón así.

Podría hacer un pregón en clave histórica: hablaros del latido de aquellas tres culturas convi-

viendo aquí mismo en paz, pero también en guerra; discutir del origen de cada piedra puesta o de cada

viga labrada, desmontar la leyenda del salvaje que celebra el solsticio con su traje de musgo y jugó en las cabezas a ser símbolo eterno de heroísmo y astucia, despertar el bullicio de los que construyeron la iglesia de Santiago, entrar en las revueltas vecinales heridas de pobreza por el fascio textil y relatar la muerte de algún antepasado a manos de sicarios para poner el miedo en vuestras frentes... Entiendo que no es lugar ni hora para esas ceremonias del pasado, y por ello declino sin más pregonar en este tono.

Podría hacer un pregón, tan cercano, que relatase el rito del amor de hace unas horas en la

casa del fondo, el bullicio de alfajor y quincalla del mercado judío creado por ese extraordinario grupo

de gente que siente el barrio desde bien adentro, el pitillo que comparten tres críos en la esquina con la mirada alerta, los juegos en el parque o la bajada al caño del agua no potable para llenar las horas junto al bastón y la añoranza... Pero el momento siempre desborda a las palabras y seguro que habría de dejarme doscientosmil detalles... y tampoco es el caso.

Podría hacer un pregón de la memoria pequeña, que en este tiempo ando enredado en un juego

de recuerdos que quiere terminar conformando poemas cercanos a todos nosotros, poemas en los que el

tiempo consiga usurpar vuestros recuerdos y hacerlos míos. Hablaros, por ejemplo, de la singularidad

de Pangüy con sus rodeos de burros y aquellos cuadros que avisaban de un surrealismo religioso, casi mejicano; o del balcón de Charlot, otrora lleno de músicos para animar el baile más famoso de todo Béjar, el de las fiestas de La Antigua; o de la panadería de Angelita «Corre-corre» con su eterno olor a

hornazo, donde se podían comprar los mejores dulces de Béjar y el pan más recordado; o de las andanzas del bueno de Pitilla; o de la mercería del Salao y su «¡¡¡vendo medias de Tolosa que llegan hasta la cosa...!!!», o del estanco de Cortés, o del Berzas, o de Camilo, o del Tocinero, o de la enorme fuerza del

recordado Tajaílla, o del Repollero... Pero sólo hablaría para algunos, para los más mayores. Por eso no haré un pregón de la memoria pequeña.

Haré un pregón de hoy, un pregón pequeñito de bullicio y jarana, de buena voluntad para la

buena gente que sois. Veréis, hace apenas un mes, en el Pabellón Municipal, el equipo de críos que entre-

no, jugaba un partido de balonmano contra el equipo que representa a vuestro barrio. Podréis entender perfectamente que yo no sé nada de balonmano, y mis chavales lo padecen sufriendo derrotas inmensas

un partido tras otro. Pues bien, vuestro equipo –el mejor de la liga escolar en esa categoría– demostró en ese territorio de la nada lo que es la humildad y lo que supone el gesto de la solidaridad con un infe-

rior. Nada más comenzar el partido, vuestros muchachos marcaron la diferencia con técnica, con lim-

pieza y buenas artes, sumando goles sin mayores problemas. Visto el enorme escalón que los separaba de mis chavales y de acuerdo con su entrenador, decidieron completar el juego con tres jugadores menos para equilibrar el partido y que los críos de mi equipo no se desmoralizaran y siguieran jugando con 217


cierta esperanza. Agradecí en su momento ese gesto y lo traigo hoy aquí para deciros que estáis en el mejor de los caminos, que habéis sabido darle la vuelta a este barrio desde donde se debe hacer, habéis

atinado a poner en valor asuntos tan importantes como la formación integral de vuestros hijos en campos educacionales tan decisivos como la solidaridad y el ilusionado trabajo en común. No me duelen prendas en decir bien alto que vuestro centro escolar es la envidia de la ciudad cuando hace unos pocos años nadie daba un duro por él. Así se trabaja y así se crece. Gracias por ello, vecinos de La Antigua.

Y de esa impronta, esta fiesta para el gozo y la risa, para intentar echar un baile apretadito con

tu mujer de siempre o con la chica aquella por la que bebes los vientos, para empinar el codo un poquillo más de la cuenta, que por un día no pasa nada; para tirar petardos y asustar a la doña que siempre te regaña, pero tanto te quiere; para alzar bien la voz y gritar ¡¡¡Viva el barrio!!! y hasta ¡¡¡Viva la

República!!!, que tampoco es mal grito; para echar un parlao con el vecino aquel al que no saludabas desde hace dos horas, para limar los roces y volver al abrazo; para ser «barrio», amigos.

Y para no ser pelma, que me sé a pies juntillas lo que dice la gente de los que pregonamos, doy

final no sin antes agradecer vuestra confianza en mi persona al otorgarme el alto honor de abrir vuestras horas de fiesta. Sed felices y haced que esa felicidad se extienda como una fiebre o, mejor, como un «andancio», que es palabra más propia por ser nuestra.

Vecinos de La Antigua... ¡¡¡Ya estáis de fiesta!!!».

Puede averiguarse sin mucho esfuerzo mi absoluta falta de estro y el tiempo de trabajo que me

ha quitado la enfermedad de mi madre. Pero parece que el personal quedó satisfecho con la brevedad y con algún que otro guiño. De paga, unas bonitas figuras del Quixote y Sancho con plaquita conmemorativa (gracias por el afecto a los vecinos de «La Antigua») y un ágape estupendo de embutidos, vinito y perronillas.

14 de mayo de 2005 Estoy entre que el Barça va a ganar la liga y esa cosita Char de «Le fruit est aveugle. C’est l’ar-

bre qui voit.». Y discuto el valor del «Quixote» encendiéndome, y me doblo sin ganas ante la poesía rura-

lista de José María Gabriel y Galán, que ya va asomando su puñetera colita centenaria. No somos nada y somos todo, pero Sancho era «El Zancas», Francisco cuñado, y ya Ovidio, Propercio, Horacio, Catulo,

Marcial... contaron sin dobleces muchas de las películas Quixote un monton de años antes. Y tan tonto no debió ser el manco cuando sólo salvó su «Galatea» como la mejor obra salida de su mano. Divertido

e inteligente, sí. ¿A qué negarlo? Oportuno por circunstancia temporal, también, coño, también. ¿El mejor? Ni de coña. Los que nos comemos siempre los marrones del «después» sabemos mucho de esto, manejamos en la entrepierna los azares buscados por ardores ajenos alisados casi siempre de interés –bús-

quese la acepción que parezca precisa–. Armar un universo es tan fácil/difícil como encontrar quien

pueda sacarle producción y llevarla al bolsillo. Cuantos más tipos ganen y más sea el beneficio, mejor se 218


va mostrando el universo. No depende del tipo que universa, que depende al completo de otro mar de uni-

versos con asientos contables. Que es negocio el hacer trascender, como es gilipollez tragarse el sapo. Lo bueno es bueno y basta. No más. Pero sólo eso. 15 de mayo de 2005 Cuando las amapolas conversan con el viento y llega «Ono» a joderme el fin de semana con sus

telefonistas de contrato basura y sonrisa imaginada, me doy cuenta de que no le importo ni a «Ono» ni a

las amapolas, que la «escheriquia coli» tiene mucho más que decir que yo y bastante más interés como

ser vivo. Si me río, vienen los vencejos a admirarse en mi ventana mientras escupen haciendo sus nidos

para el verano; si me arrugo, me entra una rabia con cierta cosa de violador borroso e imagino torturas impensables a esas muchachitas de la línea 902 que mientras me dan la razón también me dan por el culo.Con el fin de buscar la calma, leo a Pedro Casariego Córdoba y me asombro con esa escritura de final previsto –no previsible–. Y admiro al colega más como suicida que como poeta, y quizás hasta vice-

versa («Mi angustia / es el eco / de la risa de Dios.»). Envidio a los tipos que son como mis «hermanos

políticos»: una vida segura aprobada con sobresaliente en el esfuerzo establecido como tal por la Administración, un trabajo para siempre que les protege de ideología y de silencios, un tiempo para cada

cosa –incluso para la queja–, un sí/no para todo y dejar que el mundo corra o se corra. ¿Dónde está el riesgo? Así no se puede ser un mal tipo a no ser que uno lo quiera, lo diseñe y lo lleve a cabo con empeño. Me gustaría ser como ellos para leer el «Quijote» y reírme admirado, para sentir el poder de la tran-

quilidad mundana, para ser el que apaga la luz –o la enciende– en la cabeza de un grupo de chavales o de adultos, para tener en mi mano la decisión de ser gris o irisarme. Mi error fue no dar el do de pecho

en mi proyecto de vida, no ser un tipo ordenado en lo mío y trabajar sobre un plan establecido y medianamente ambicioso en cuestiones de seguridad en el empleo. Mis circunstancias siempre han sido azaro-

sas y he dejado que el «carpe diem» me lleve y me traiga de los picos altos hasta las simas para ser el

libro abierto que soy. Mis ventajas son pocas a su lado y mi vulnerabilidad ante el reino del dinero es enorme. La verdad es que le veo pocas ventajas a esto del autodidactismo, pues los títulos son siempre honoríficos o morales y no tienen valor alguno a la hora de posicionarse en los estratos sociales y eco-

nómicos. El hombre triunfa si cumple con las premisas de la sociedad en la que vive y acumula los pun-

tos necesarios para subir los escalones prediseñados. Algo que me ha hecho siempre mucha gracia es que en los congresos en los que participo como ponente se reparten créditos entre el alumnado, unos créditos

que yo genero en parte, que a ellos les sirven en su cosita curricular y que a mí no me servirían jamás

para nada. ¿Dónde está el desajuste? En mí, claro; en mi absurda forma de ver la vida desde hace muchos

años y en el planteamiento tan poco alimenticio que he tenido siempre de las cosas terrenales y de mi propia vida. También es cierto que el vivir a salto de mata tiene su cosa romántica y de aventura, pero mis críos tienen que comer y eso me lleva a humillar cada vez con más frecuencia... o a desesperarme. Y 219


muchas veces me pregunto cuál es mi suerte y cuál la suya.

(noche) Mi hijo Guillermo quiere que tuneemos el «Tacuma» y le hagamos algunos tatuajes en

el «desjuace». Yo le he propuesto que me tuneen a mí, y me pongan alerones en la chepa, lucecitas en los

bajos y conexión a la COPE en las orejas. El crío se parte el culo, pero no sabe que yo se lo digo en serio. 16 de mayo de 2005 Distraerse para tenerse, esa es la vocación del que hoy habla. Harto de echar viajes a Helmántica

por eso de que no todos somos iguales para la Seguridad Social y, sin embargo, satisfecho de ver a la

madre recuperada y fuerte toreando sin pudor a la que iguala. Y llego a casa y me cuentan que no sé quién se ha empeñado en que grité un «¡Viva la República!» pregonero, cuando sólo lo sugerí como un azar de

fiesta. Y no me importa, porque igual hubiera dado ese grito de lógica contra la genética arbitraria y, cómo

no, en honor y en memoria de mi abuelo Felipe. Pero, ¿por qué mienten?, ¿por qué lo tergiversan todo?,

si mi afán fue dejar el agridulce sabor de la fiesta en unas pocas palabras... En todo caso, y para que no quepan dudas, quede el grito puesto: ¡¡¡VIVA LA REPÚBLICA!!! Si dicen, que dizan.

(noche) Un abrazo para Antonio M. Moreno y otro para Enrique Cabezón. Gracias, amigos. 17 de mayo de 2005 «¿Dónde está la fruta / para nosotros los débiles? / Caen las naranjas / siempre en otras manos

/ ¿por nuestra culpa, madre, / todos esos gajos desprendidos? / Redobla la sangre / en los huertos de

abajo / y hay cascadas amarillas / en los bosques de arriba / ¡No hay culpa, / sólo hay herida! /Cristales antibalas los de nuestras gafas / ¡guerras hay en todos nuestros ojos! / ¡Porque no sabemos mirar, / por-

que no sabemos mirar / como miráis las madres! / ¿Es la fiebre del egoísmo / lo que atenaza nuestros

corazones? / ¿Hay todavía en nosotros / una espiga de trigo? / Traen los cielos una hoz de tormenta / traen los ciervos la despedida / ¡Fuertes son los que aman a los débiles! / ¡Débiles somos los amados

por los fuertes! / ¡Y la única misión / es salvar a las madres!». Pedro Casariego escribió de mi madre en

1992 cuando escribía sobre la suya. Soy débil porque me siento amado por la mujer más fuerte, que aún

en la enfermedad le preocupa si estoy cansado, si hago las camas de los críos, si trabajo demasiado, si

viajo para verla y sentirla. Y yo me escondo en mi maldita coraza para no parecerle vulnerable. Y soy capaz de ocultar todos mis sentimientos para que ella perciba la normalidad de la distancia y para no derrumbarme. Mi madre, que llamaba a las vecinas para que me vieran devorar decenas de galletas María untadas con mantequilla, que me sacó con sarampión a ver a los Reyes Magos bien abrigado y apretado

a su pecho, que me lavaba en un barreño de zinc todas las noches, que me perdonó no triunfar en mis estudios, que reía a carcajada cuando yo me avergonzaba de ella, que siempre procuró que no me faltara

nada que a mí se me antojase, que me acompañó en cada fiebre y en cada vómito, que nunca se quejó de 220


mis desaires... Y yo me escondo para que note distancia cuando lo que quiero es llorar con ella, aunque sea de alegría. Mi madre, mi pozo y mis alas, mi novia eterna, yo mismo siempre... y mi padre.

(noche) «Contemplar las palabras / sobre el papel escritas, / medirlas, sopesar / su cuerpo en

el conjunto / del poema, y después, / igual que un artesano, / separarse a mirar / cómo la luz emerge / de la sutil textura. / Así es el viejo oficio / del poeta, que comienza / en la idea, en el soplo / sobre el

polvo infinito / de la memoria, sobre / la experiencia vivida, / la historia, los deseos, / las pasiones del hombre. // La materia del canto / nos la ha ofrecido el pueblo / con su voz. Devolvamos / las palabras

reunidas / a su auténtico dueño.». Y, como José Agustín, volví a escribir esta noche queriendo devolver «las palabras reunidas a su auténtico dueño». ‘La Trinidad era eso’ (A mi madre): «Era el hambre, / pero

no lo sabíamos; // y en la ignorancia aquella / jugamos a ser tres / en la ración de uno. // En el amor también / nos sucedió lo mismo. // Y en la vida.». 19 de mayo de 2005

A «pensar» se aprende, y el modelo de pensamiento de cada individuo tiene mucho que ver con

sus maestros y con su entorno. Y cuando se aprende a pensar, ese proceso modula el comportamiento de cada uno con dosis de riesgo, temor, placer... El problema llega cuando te planteas si el pensamiento te domina o eres tú quien lo modula y lo maneja. Yo creo firmemente que el pensamiento hace con cada uno

lo que le da la gana, poniendo barreras donde no las hay o no sabiendo sujetar cuando ha de hacerse. De

ahí la importancia de la moral, bien o mal entendida, como alimento durante el periodo de aprendizaje. En fin, que admito el total alienamiento al que me tiene sometido mi pensamiento, enterrándome en ton-

terías, en normas autoimpuestas y puestas por los demás, el planteamientos peregrinos del amor y el sexo,

de la violencia y la tolerancia, de la risa y el llanto. La lucha imposible, ahora, consiste en volver a convertirme en un hombre primario que sólo sepa moverse por estímulos de placer o dolor. Hacer sólo lo que me guste y apartarme de lo que me produzca la más mínima molestia. Sería lo ideal.

(tarde) Recibo un opúsculo –vamos a llamarlo así– del colega Antonio M. Moreno. Lo devoro

inmediatamente. Es una especie de «La Última Canana de Pancho Villa», pero más cutre. Y no importa

nada, porque esta «Poesía en los bares» es agüita fresca... o ron con hielo. «El silencio se adueña de su verdad...» y Antonio M. es un poeta haciéndose y deshaciéndose; con tanto que decir, que se pasa algu-

nas veces la poesía por el forro de los cojones y se dedica a gritar versos llenos de prosaísmo y repletos

de verdad y de rabia. Incendiario, enamorado, bruto y delicado, preclaro, vulnerable, triste... Una locura, en fin, llena de pulsión y de cara al frente. Un libro abierto también... y muchos por cerrar. Cuando al poeta le faltan horas –o le sobran–, Antonio, hay que volver a beber. Y que mañana me largo a Pucela

para presentar el nuevo libro de mi Diego Fernández Magdaleno, un mamón que toca el piano como los ángeles y además escribe mejor que yo, que no es difícil. Veré a Belén, a Bocos y a la gente que tanto quiero en esa tierra azul y a la vez tan roja. Prometo contarlo. 221


20 de mayo de 2005 Visité Pucela como si fuera Oz, y me reencontré con mi bruja líquida del Oeste, con una pre-

ciosa Dorita de ojos achinados y dedos como alas, con el terrible y entrañable Mago de Oz, con la risueña mujer de hojalata y su pie desengrasado, con un león Colina delgado y ácido, con veinte espantapája-

ros y con la muerte escrita/descrita/proscrita. Y como venido de otro cuento, pasó Manolín Bocos y su rastro de chavales sensibles a tope, y tímidos, y maravillosos. Y me fui de Oz dejando besos y abrazos,

ganas y restos de muchos naufragios, deseo y viento, calor y roces. Dos horas de Oz son ya demasiado para mí.

22 de mayo de 2005 Hoy, cuando he ido a comprar tabaco a «La Aurora», llevaba unos papeles sobre el Festival de

Blues de Béjar en la mano, y la madre de «La Aurora», que me despacha siempre, ha dicho: «Este hombre sabe lo que es y hacia dónde va... siempre cargado de papeles...», y me ha entrado una risa floja que

ahora se me está atragantando. Yo simplemente le conteste que «qué más quisiera que tener una remota idea de lo que soy y de hacia dónde me llevan los pasos de estos pies». Atiné a darle los dos euros con 55 céntimos justos, que ya es algo en la vida.

Entre la madre de «La Aurora», Diego y Belén, ando jodido. La primera me ha arrugado desde

la simplicidad, y los otros me arruinaron el viernes con una regañina conjunta en tono cariñoso y menor –para ellos, que a mí me desasosiega mucho cuando me riñen los amigos–. Poco menos que me llama-

ron cabeza loca y, además, me vinieron a explicar que con mi boca voy cerrándome todos los caminos. Y yo me pregunto: ¿Los caminos hacia dónde?, hacia la Fundación Montes, por ejemplo, en la que quedé

en mi última y única lectura como un tipo peligroso e incontrolable, además de como un poeta terrible –que lo soy–. Y yo ya voy mayor (cuatro «y» en una frase), y (cinco) no me gustan los caramelos que están hechos de/para sobar chepas, me la refanfinflan las instituciones y los premios magros sólo me gus-

tan por la pasta. ¿A qué tengo que quedar bien en los lugares donde lo rancio me atraviesa el estómago como un cuchillo mellado? Quien me quiere, me tendrá siempre; eso es lo importante para mí. Tanta min-

gada y tanta hostia para que hablen bien de ti unas señoronas con el coño escurrido y te contraten como

monigote poético para su club social. Lo he meditado, Diego y Belén, y estoy seguro de que debo seguir siendo así, un culo de mal asiento, el que dice «me cago en Dios» donde debiera decir «¡Viva la Virgen!»;

y también quiero seguir sacando la ironía y el sarcasmo a tomar el aire, sobre todo porque en la soledad ya no me queda ni un gramo de alguna de ellas; quiero ser el de los exabruptos, el amigo bruto que se deja perder los poemas en un chiste malo o soez. Ya os lo he dicho: queredme siempre así, que por mis

güevos no pienso cambiar ni mi tono ni mi pose. Que yo os adoro exactamente como sois... Exactamente. 222


(noche) Como los protagonistas de esa fotografía de Édouard Boubar realizada en el parisino

«Jardin du Luxembourg» me gustaría estar, abrazado a una mujer en el banco de un parque, con el pelo

revuelto y encendido de hormonas, detenido en un ahora eterno hecho de presiones y roces, de pieles y

de olores. Necesito estar enamorado para sentirme vivo, enamorado de cualquier cosa: de un gesto, de

una espalda, de una sonrisa, de una mirada, de una boca... pero últimamente sólo hablo de muerte y cansancio, sólo siento una vaga tristeza y unas enormes ganas de que se acaben cada una de las cosas que hago. Quisiera ser el tipo de la fotografía de Édouard anque sólo fuera durante un minuto eterno. «De qué

sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, / dejar atrás un sótano más negro / que mi reputación –y ya es decir–, / poner visillos blancos / y tomar criada, / renunciar a la vida de bohemio, / si vienes luego tú, pelmazo, / embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, / zángano de colmena, inútil, cacaseno, / con tus manos lavadas, / a comer en mi plato y a ensuciar la casa? // Te acompañan las barras de los

bares / últimos de la noche, los chulos, las floristas, / las calles muertas de la madrugada / y los ascen-

sores de luz amarilla / cuando llegas, borracho, / y te paras a verte en el espejo / la cara destruida, / con ojos todavía violentos / que no quieres cerrar. Y si te increpo, / te ríes, me recuerdas el pasado / y dices

que envejezco. // Podría recordarte que ya no tienes gracia. / Que tu estilo casual y que tu desenfado / resultan truculentos / cuando se tienen más de treinta años, / y que tu encantadora / sonrisa de mucha-

cho soñoliento / –seguro de gustar– es un resto penoso, / un intento patético. / Mientras que tú me miras

con tus ojos / de verdadero huérfano, y me lloras / y me prometes ya no hacerlo. // Si no fueses tan puta! / Y si yo supiese, hace ya tiempo, / que tú eres fuerte cuando yo soy débil / y que eres débil cuando me

enfurezco... // De tus regresos guardo una impresión confusa / de pánico, de pena y descontento, / y la

desesperanza / y la impaciencia y el resentimiento / de volver a sufrir, otra vez más, / la humillación

imperdonable / de la excesiva intimidad. // A duras penas te llevaré a la cama, / como quien va al infier-

no / para dormir contigo. / Muriendo a cada paso de impotencia, / tropezando con muebles / a tientas, cruzaremos el piso / torpemente abrazados, vacilando / de alcohol y de sollozos reprimidos. / ¡Oh, innoble servidumbre de amar seres humanos, / y la más innoble / que es amarse a sí mismo!». Lo escribió Jaime Gil y ya se acaba mayo. 24 de mayo de 2005 Recibo mail largo de Alicia Mariño, llamada de Manolín Bocos y noticias abundantes de la ale-

gría de los amigos por el premio que ha recibido José Luis Morante. No esta mal para empezar, una amiga

que rompe a hablar, un músico que marca mi número y un hermano que va teniendo lo que se merece –muy poquito todavía–. La única sombra es que Diego no ha contestado a mi último mail, y me interesa

que lo haga como él sabe hacerlo, de forma escueta y clavando en el hoyo de las agujas; que necesito sus palabras precisas aplicándose a mis postillas como el mejor analgésico. Quiero palabras justas y exactas para lamerlas despacio y verme como soy desde allí afuera. Que te quiero, Diego. Un abrazote. 223


25 de mayo de 2005 Cuando Woody Allen dejó de salir con aquella chica que se graduó con un «cum laude» en

Educación Física, fue justo cuando yo escribí mi primer poema, una mazurca de amor tendido y sonoro-

so inspirada, cómo no, en aquel «...eres la boina gris y el corazón en calma...» del gran Neruda. Dudé en

aquel trabajo epigonal, si no recuerdo mal, en escribir «...eres la boina malva y el corazón en calma...»

o «...eres la boina gris y el corazón de lys...»... En fin. Hoy, ya sin el retintín aquel ni buscando el paso

de la oca poético, escucho plácidamente a los colegas blueseros Mahjun & Giroux, que ahora me acaban de dedicar «Sweet Georgia Brown» y me fumo despacito una colilla Chester rescatada de mi cenicero,

pues mi Diego ya me contestó como se debe, coño. Y no sé si se nota que acabo de terminar un jodido

catálogo de muebles, después de cuatro días seguidos dejándome los ojos en la pantalla de mi Mac, que mi madre está en un «dentro de lo que cabe» y que mi padre vuelve a sonreír y a ser el «agüelete de mi Guillermo». Hoy ya no me pesa mi sombra como lo hizo las pasadas semanas, me siento más libre, más como siempre, y además sonrío. Unas pelas serían el remate perfecto. 28 de mayo de 2005 Hacía unos meses que no me pasaba por los foros interneteros bejaranos, entre otras cosas por-

que me ha dejado de gustar el rollo de las máscaras. Hoy me he dado una vuelta por ellos y he encontra-

do mi nombre en una entrada sobre Premysa, y para leer que «Cipriano me ha tapado la boca». ¡Manda güevos!, que a mi edad me tape la boca alguien que no sea yo mismo, el «enfant terrible» de la Fundación

Montes –je, je–. Nada, hombre, que para poner al día a ese tipo tan ávido de información contaré que me he cruzado en estos últimos meses un par de veces con Cipri, y siempre de buen rollo –hola, qué tal y hasta pronto–, que mis emociones con Premysa son de tono tan bajo, que se me olvida que existe duran-

te semanas; que sé que se preparan cosas, aunque no conozco las proporciones ni el ritmo de los traba-

jos previos; que no estoy entusiasmado, sencillamente porque tengo que sacar adelante mi negocio cada

hora de cada día –y no es moco de pavo–; que no tengo noticia alguna de si se han tenido en cuenta algunas de las propuestas que esbocé por escrito en su día a la gerencia de la fundación y que sigo a disposi-

ción de quien requiera mis palabras, mis apoyos y mi trabajo –cuando se me ha solicitado, he respondido con rapidez y he intentado dar lo máximo de mí–. En fin, que no tengo que echar las campanas al vuelo

ni ponerme a despotricar de lo que no existe en grado de conocimiento para mí. Lo que sucede es que ya se me pasó el síndrome «luz de gas» que me atacó hace unos meses y al día de hoy tengo cosas más

importantes a las que dedicar mi cabeza. Y, por fa, que nadie lance falsedades sobre mi silencio o mi verborrea, que ya estoy bastante mayor para ponerme a cruzar mi florete con algunos puñales.

(noche) Estoy saturado de maquetar la revista de Blues alquitareña, tanto, que veo a J. Lee Hoker 224


frente a mí, descojonándose de risa mientas silba «I’m in the mood for love» –está bastante más joven de

cadáver–. Me meto en vena una chocolatina con almendras de comercio justo y leo unos poemas de Wallace Stevens para convencerme de que he hecho algo positivo en este día. « La muerte es madre de

la belleza, mítica, / en cuyo seno ardiente imaginamos, desvelados, / a nuestras madres terrenales que

esperan.». La gente ha salido a la calle esta noche y me entretengo en la ventana con su bullicio y un cigarro. Yo ya no salgo.

29 de mayo de 2005 Como una casa vacía que ya no espera viajeros que se detengan a reposar en sus estancias o

como un perro perdido. Así siento la deslealtad; porque sólo puede definirse si se recibe, nunca si se asesta. ¿A qué detenerse en la herida, si el arma que la abrió estaba envenenada de desprecio? ¿Por qué doler, si cada final alumbra mil principios?

Debo desnudarme de todos para ver que el naufragio es la isla que me aguarda, que la próxima

brazada atrae o aleja –sin más–; que ser es dejar huecos y humedades, jamás piel.

Cualquier dolor es el límite del mío. ¿Cómo atar dos llamas separadas por un soplo?

Ayer encontré entre mis cosas un daguerrotipo de finales del XIX que presentaba a una mujer

sentada en un sillón de mimbre color sepia. Todo a su alrededor era perfecto, un fondo renacentista, un

pie alto de maceta con flores muy contrastadas, una alfombra a sus pies –calzados con chapines de un brillo charolado–. Miraba hacia mis ojos con una tristeza inabarcable. Todo era decorado menos sus ojos, que hablaban de un después para ese instante. Al releer hoy los diarios de Alejandra Pizarnik he comprendido el grito de esos ojos, y en la medida en que emerge su luz, siento un algo terrible que me asusta.

(tarde) Mis hijos son extraordinarios con todos sus defectos, y son extraordinarios porque me

quieren y yo los adoro. Mª Ángeles es absolutamente vital y desordenada, exactamente como yo; pisa

todavía el camino de la autoafirmación y contiene una sonrisa eterna que la hace adorable hasta cuando nos mosqueamos. Ha heredado el genio de su madre y la inquietud del que suscribe. Ya casi me puede

en las peleas de sofá y conoce todos mis puntos débiles hasta saber sacarme de quicio o llevarme por su

camino cuando y como le da la gana, y no me importa. Felipe es puro corazón, un corazón hiperactivo que entrega entero a quien lo necesite. Somos espejo el uno del otro y nos queremos hasta en las derro-

tas del Barça. Es el crío que yo no fui: travieso, vivaz, cabezota, absolutamente despistado, cariñoso y lleno de sentimientos positivos –se va a llevar muchos palos en la vida, pero no importa–. Le encanta que

le abrace y le bese, que veamos juntos la tele en la cama y que le cuente historias a media luz... es mi amigo pequeño y mis ojos siempre. Guillermo es el amor tranquilo, la ternura infinita, el que me hace sentirme un padre feliz y orgulloso, es mi juguete y la viva imagen de una foto que me hicieron en una

boda cuando tenía seis años. Me llama «Papón pirimpimpón» y también me llama «agüelo». Es mi miedo 225


mayor y también mi descanso mejor. Juega a ser mi mantita tapándome con su cuerpo cuando me echo una siestecilla. Es la hostia este crío.

Los tres, mis hijos, son una obra hecha y por hacer que me llena de orgullo. No me importa

demasiado que brillen o que asombren, aunque quisiera que fueran absolutamente libres y felices. Yo, la

verdad que no sé cómo puedo acercarlos a ese camino, y me da mucha rabia, pero confío en el tiempo y en el magnífico ejemplo de su madre. Ella va atando con mucho esfuerzo todo lo que yo desato sin querer. Somos una bonita familia y nos queremos, que es lo más importante.

(noche) No sé a qué coños ha venido lo de hablarle de mis hijos al diario, pero no pienso hacer-

me preguntas. Dediqué la tarde a leer plácidamente en mi sillón la colección de haikus recogida por Josep Mª Rodríguez en su libro «Alfileres». A pesar de que nunca he estado de acuerdo con esta moda de hacer

sucedáneos de un arte oriental que no tiene un solucionario digno en otra lengua ni en otra cultura, debo

confesar que me he encontrado con versos que, sin ser haikus aunque guarden la métrica, me han pare-

cido sobresalientes. Yo prefiero la cultura aforística, que es más europea y puede llenarse de jugo sin andar en milongas de pensamientos extraños con estructura y filosofía cerradas. «Cuando las lágrimas /

caen hacia adentro encharcan / el corazón.» (Javier Almuzara). «Cazas o mueres, / corazón de cereza, / latido cojo.» (Amalia Bautista). Acabo el día / dándome a la lectura / de Gil de Biedma (je, je). 31 de mayo de 2005

Tengo que escribir una brevería en clave picaresca por encargo de mi colega Marino –La Luna

de Mérida–, y me viene de miedo en estos momentos de flojera y estirón tocar el palo de la ironía por una semanita, y salirme también del territorio del poema para bucear la prosa de gracejo con coña mari-

nera. Quizás recupere la voz aquella de «El Gordo Luis» que solía frecuentar las páginas de «Béjar

Información». Por si un qué sé yo, me he pillado mi edición de «El Lazarillo» para rebuscar situaciones con las que enredar.

1 de junio de 2005 Conozco los pantanos de la voz y cómo sus alimañas hacen presa en la escritura, y muchos días

desciendo al trazo y a la letra para hablarme, para decirme: «todo está mal, pero no importa», para mirarme desde la tinta sin el engaño del espejo; también para respirar en lo blanco del papel, que es el oxígeno mismo de la escritura.

Últimamente siento temor por el rasgo de mi pluma, por el temblor que aparece en lo que antes

eran trazos seguros y rotundos. Como remedio a ese mal, recurro sin dudarlo a mi máquina de escribir, a su mancha fría y uniforme, y en ella me escondo y me redimo.

El viaje de la palabra es otra cosa, pues juega a un pasado que se hace presente en otras manos, 226


a un «hoy que era ayer» que distorsiona maravillosamente solapando tiempo y sentimientos. Me fascina

ese lugar de la demora donde todo, absolutamente todo, es latido. Es un lugar donde detenerse a vivir eternamente porque lo ya dicho es aún silencio y esperanza.

Necesito esperar una carta para sentir otra vez esa tensión tan parecida al amor...

(noche) Aprender a vivir es comprometerse con el fracaso y vestirlo de normalidad. Jamás sobre-

llevarlo. Desde ese compromiso puede entenderse el mundo por elevación y sólo la pérdida será el pozo del que salir. El único pozo.

Yo espero a los míos a diario. Los espero siempre con una mezcla maravillosa de miedo y pla-

cer, con emoción. Cuando llegan, siempre nos buscamos en el contacto físico, la caricia, el beso, el abrazo... También en la mirada o sobre todo en la mirada.

Desde esta mañana me asaltan pensamientos sombríos y no sé por qué. Al mediodía me refugié

en mis hijos, pero los pensamientos seguían asolándome. Hoy siento temor y presiento que está a punto de nacer un poema desolador. 2 de junio de 2005 Hoy he vuelto a leer el encendido breviario «Nuestras riquezas», de Koprotkin. Apareció en una

caja que mantenía cerrada desde hace diez o quince años junto a mis libros de universitario (tratados de bioquímica, botánica, microbiología, citología e histología... Abrir la caja ha supuesto recuperar de golpe

miles de recuerdos almacenados: la militancia antifascista, el rigor de algunos profesores, las noches del colegio mayor San Bartolomé, las novietas de entonces, los colegas a los que no he vuelto a ver jamás, la vietnamita y los panfletos... Pero «Nuestras riquezas» ha sido el hallazgo más jugoso, esa crítica voraz a lo acomodaticio del parlamentarismo que mastiqué cuando paradójicamente soñaba con una democracia. Recuerdo que toda la argumentación de Koprotkin sobre los descubrimientos científicos y los avan-

ces tecnológicos y sobre la usurpación de ese trabajo coletivo por las clases adineradas me llenó de una

lucidez militante que me dio fuerzas durante muchos años. Recuerdo casi de memoria el final de ese texto, porque me lo aprendí entonces: «...así deberá obrar la sociedad libertada. Para realizar la expropiación, le será absolutamente imposible organizarse bajo el principio de la representación parlamenta-

ria. Una sociedad fundada en la servidumbre podrá conformarse con la monarquía absoluta; una sociedad basada en el salario y en la explotación de las masas por los detentadores del capital, se acomoda con el parlamentarismo. Pero una sociedad libre que vuelva a entrar en posesión de la herencia común,

tendrá que buscar en el libre agrupamiento y en la libre federación de los grupos una organización nueva que convenga a la nueva fase económica de la Historia.». También recuerdo que aquel texto me llevó a

Gorki, a Esenin, a Maiakovski, a Anna Sehgers, a Alexander Blok (del que aún conservo en algún rincón escondido de mi biblioteca una edición cutre y argentina de su poema «Los Doce», en el que un batallón

ruso era liderado por Jesucristo y que guardé por lo paradójico que me pareció en su día. Recuerdo que 227


lo guardé junto a una serie de revistas de «Hermano Lobo» y un montón de recortes de la revista

«Triunfo»)... Años más tarde recuperé aquellos sentimientos llenos de acné con la lectura más tranquila de Borís Pasternak, Wallace Stevens, Anna Ajmatova, Osip Mandelstam. Hasta que con Joseph Brodsky

me convencí de que no todo el monte es orégano (a Brodsky lo descubrí gracias a Abraham Gragera, lo que no podré agradecerle nunca como se merece, pues me descubrió todo un mundo poético sin el talón de Aquiles de la revolución para molestarme o morderme). Las primeras lecturas, las del tiempo de la universidad, fueron siempre realizadas con ardor político y buscando lógica con la que apabullar a quienes no pensaban como yo. Tiempo perdido, en fin. Las lecturas posteriores me hicieron madurar en

muchos aspectos, tanto interiores como de convivencia... Todas, absolutamente todas, me dejaron un latido especial que siento algunas noches, cuando estoy solo, unas ganas enormes de volver a gritar y apartar la derrota en los cajones olvidados. La revolución rusa destrozó el espíritu bellísimo de muchos escri-

tores que la alentaron con ideales firmes y con un sentimiento vivísimo. Unos cuantos hijos de puta se

encargaron de enfangarlo todo y ponérselo a huevo al puñetero capitalismo, pero la clarividencia de aque-

llos hombres y mujeres que escribieron los mejores párrafos de la literatura social y de la poesía revolucionaria aún sigue tan viva como el exacto día en que los sentimientos ardieron para hacerse palabras.

Y yo de patrón medio en ruina en esta edad tardía, casi pisoteando todo lo que pensé, pero inten-

tando que cada día consiga poner sus acentos y sus interrogaciones, que ya es algo, coño. 3 de junio de 2005

Delante de mis narices hay cientos de vidas preparadas para ser usadas y sólo puedo tomar el

camino de una de ellas. Cada minuto de cada hora voy haciendo descartes con la seguridad de que me

arrepentiré mil veces de lo que dejo y de lo que tomo, pero tomo y dejo; no me atrevo jamás a jugar a más de una carta en este juego y por ello me siento cobarde. Alguna vez he hablado de vivir con la con-

tradicción, de ser el sí, el no y el quizás... pero me resulta imposible tomar a la vez dos caminos y seguir-

los con encono. No sé... Luchar para tener, luchar para ser, luchar para pasar, dejarme... cualquier circunstancia que me lleve a triunfar un poquito, siempre me traerá enemigos, lo mismo que le sucedió al Kino de John Steinbeck con su perla, y ya me va resultando un poco incómodo pelear por ser el tipo

dominante de mi manada, es mejor dejarse llevar y pastar la hierba pisada, que otros resuelvan y jueguen al rol de la humillación pensando que eso es la vida. «Vivir o vivir» es ahora mi único lema, pero que no

implique «convivir», que ya estoy cansado de aguantar. Ya se me pasó el tiempo de buscar una «causa»

a la que atarme y tirar hasta la misma muerte. Que todo pase o se quede sin hacerlo por mí o conmigo, que sólo quiero pensar, reír o estar triste, silbar o rascarme sin que ello afecte al mundo. Yo y basta.

«No es del arte, no es de la ciencia de donde el hombre extrae sus escasísimas cualidades posi-

tivas. Algo distinto les proporciona a los seres humanos su fuerza moral, no su profesión ni su talento.

Me he pasado la vida observando el espíritu servil, rastrero y humillado de la intelectualidad; de las 228


demás capas de la población más vale ni hablar... Yo conozco el secreto de los hombres que se hallan

junto al estribo. Es uno de los secretos que me llevaré a la tumba. No lo contaré. Lo sé y no lo contaré.».

Últimamente me encuentro con satisfacción en los escritos preclaros (y oscuros) de Varlam Shalamov, el

loco de Vologda que acertó a ver cómo la pobreza de espíritu es el mal primero, contra el que hay que luchar con todas nuestras armas, pero solos, absolutamente solos. «El espíritu servil, rastrero y humillado...» es el que hay que eliminar de cada uno de nosotros a partir de una lucha individual y solitaria. A

ésa es a la única carta que quisiera quedarme. Y mira que es difícil. 5 de junio de 2005

Decía Alberto Einstein que «la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal,

sino por las que se sientan a ver lo que pasa». Estamos en un mundo plagado de tipos sentados a ver lo

que pasa –yo ya soy uno de ellos–, y en ese descansar mirando van ocurriendo las cosas movidas por los hombres de paja –los políticos– y ordenadas por «el capital». A nosotros, los tipos sentados, se nos ali-

menta con imágenes y con salarios justitos para el consumo, de tal forma que no tengamos jamás la intención de sublevarnos ni la intención de subir en la vida más de lo que se nos tiene programado. Grave responsabilidad en este proceso la tienen los intelectuales arrimados al poder, apoyando con palabras y gestos todos y cada uno de los iconos del imperio decadente en el que nos ha tocado vivir. Nuestra casa,

nuestro negocio, nuestra empresa y el fruto de nuestro trabajo pertenecen sin remisión a la banca, que con su dinero de plástico, sus créditos y su euríbor se ha apoderado de nuestra economía, esclavizándonos con fecha fija. Siempre pensé en una banca nacionalizada o, como mucho, una banca sectorial participa-

da y dirigida por sus propios clientes. Ya es imposible, y sólo una dura inclemencia natural podría abrirnos los ojos y dejarnos en precario para reordenar todo el sistema trazado para nuestra esclavitud. Ningún hombre o grupo de hombres puede conseguir nada luchando contra este monstruo desde la decepción,

sólo la Naturaleza sería capaz de conseguir esa revolución pendiente y absolutamente necesaria. Sentirnos abandonados, hambrientos, doloridos, perdidos, sin nada a nuestro alrededor, aún sin el sentimiento del otro como apoyo y protección. Sólo el hombre desde su individualidad, desnudo, puede con-

seguir lo que se necesita para empezar de nuevo. Y no sé si esta visión del asunto viene de mi desolación o de mi angustia (decía Caro Baroja que «el joven siente angustia y el viejo desolación»), aunque puedo

afirmar taxativamente que procede de un tremendo desencanto. En fin, que, para empezar, habría que acabar con las religiones –todas– desde una formación científica y pragmática (la cabeza está reñida con las

plegarias y son absolutamente incompatibles), acabar también con la clase política asentada en su fun-

ción de esbirros del capital e instaurar un sistema en el que el pueblo sea propietario inexcusable de cada una de sus decisiones –hasta las más pequeñas–, destruir la propiedad privada para reemplazarla por el bien común y el reparto igualitario de los bienes de producción y consumo (todo hombre debe ser pro-

pietario del bagaje intelectual y científico de sus antecesores, que los avances en medicina, física, bio229


química, genética, tecnología... no puedan pertenecer a empresas privadas, pues son patrimonio de todos

los seres humanos), y acabar con esa clase intelectual tan dañina e interesada. El hombre debe pensar en su dignidad como tronco fundamental de actuación para comenzar a darle luz y sensatez al camino futuro, en su dignidad individual y en su dignidad grupal.

Sé que mis planteamientos beben demasiado en postulados de los primeros revolucionarios

rusos, pero es que entiendo que ellos vislumbraron un camino magnífico que se encargó de estropear la

ambición y la miseria de quienes lo pusieron en prática. Y hasta el día de hoy no he encontrado lecturas más atinadas que aquellas.

«No creo en el futuro. Acepto el fracaso. La sociedad quiere castrar, inhibir, no desea individuos

auténticos y diferentes, sino que busca seres homogéneos. La verdad implica subversión de lo real, es

revolución y transformación de lo dado y exige la construcción de una razón acorde con el inconscien-

te dirigida a la destrucción de la racionalidad irracional de la ideología.». Lo escribió Walter Benjamin,

que dejo la vida cuando quiso y en Port Bou. Qué triste es que los hombres más preclaros tengan que

autodestruirse ante la mirada de los necios, de esos hombres como yo que estamos sentados para ver lo que pasa.

Y luego está el asunto de la alegría de vivir, coño. El sistema está empeñado en que seamos unos

jodidos tristes. Hace años que anoté en mi agenda una frase de Ciorán –tipo vivísimo para el exabrupto y la frase precisa– que contiene una de las verdades más incontestables que he conocido: «Las religiones, como las ideologías que han heredado sus vicios, se reducen a cruzadas contra el humor.». Y no es

ninguna tontería, porque borrándole al hombre la sonrisa y robándole el sentido irónico se le somete mucho mejor. Cree en algo y dejarás de reír. 8 de junio de 2005 Hoy he vuelto a ver a mis hijos chapoteando en el agua al aire libre. Blanquitos del tiempo de

manga larga, estaban para morderlos. Al llegar a casa, Guillermo me ha sorprendido con una de sus frases: «Papón, como ya no voy a ser mediano, me voy a empezar a vestir yo solo». Y lo ha hecho. Lo que no sabía yo era hasta dónde llegaba en su cabeza la condición de «mediano». Así pues, ya tengo otro hijo mayor, éste de seis años. Luego vendrán los pudores –qué faena–, lo de bañarse encerrado, lo de mear a solas, lo de no querer mostrarle su desnudo ni al espejo, y esas cosas...

(noche) Hoy ha muerto un vecino que se daba a la droga con desmesura, y me ha dado mucha

pena ver su esquela y sentir esa sensación distante de falta que a veces me asola. A pesar de que era violento a veces –muchas noches oíamos sus voces desde casa–, cuando me lo cruzaba por la calle siempre

me saludaba con amabilidad. Un día vi cómo le cacheaba la bofia a la puerta del antiguo cine Castilla y me angustió mucho el trato que le dieron. La pena es que los guripas que le cacheaban sabían y saben perfectamente a lo que iba y a dónde iba. Él ya no está, pero los que le pasaban la «mierda» siguen pasán230


dola desde la trasera de la torre de San Gil hasta la Plaza Mayor, y algunos de esos pasantes aún no lle-

gan a la mayoría de edad. Recuerdo que antes de que empezaran las obras de la Plaza de la Piedad, todos los días y varias veces, veía desde la ventana de mi curro cómo se realizaban las transacciones. Lo peor es que esos mismos camellos pululan a diario por los alrededores de los dos institutos bejaranos, donde estudian –o hacen como que estudian– chicos y chicas de entre doce y diecisiete años. Y no quiero dar

una imagen falsa de moralina absurda, que a mí siempre me ha encantado un canuto de «maría» en un fin de semana. El problema está en quienes negocian con la miseria de los «enganchados» y les sacan los tuétanos a cambio de purito veneno, o en los que intentan introducir a chavales en el consumo con regalos bomba. Mi solución para el asunto sería legalizar y controlar el consumo de los productos alucinóge-

nos menos nocivos –defiendo el libre consumo de «maría»– y perseguir con dureza al mercado negro que tando dolor causa. Mis cigarros de tabaco son mucho más nocivos –con su etiqueta de muerte y su amo-

niaco– que el canutillo de fin de semana, como el alcohol o el consumo descontrolado de analgésicos, antibióticos u hormonas. Desmonten ustedes las mafias, «colegas» de la sevicia moral y física, arreglen el mercado con controles de calidad y venta, y detengan de una vez el trapicheo mortal y abusivo que realizan esas pequeñas mafias locales que ustedes tan bien conocen. 9 de junio de 2005 La red integrista católica –de rancia raigambre pepera– llega a las «ampas» de los colegios ven-

diendo su moto dirigista para atacar de la forma más cavernícola a los homosexuales y a los partidos que apoyan su entrada tranquila e igualitaria en la sociedad. Piden estos pericos que se fleten autobuses para marchar en manifestación por las calles de Madrid apoyando a «la familia» de heteros y denostando las uniones homosexuales. Y yo, que soy presidente de un «ampa», reniego de este dirigismo con el que se pretende utilizar el dinero que está destinado al disfrute y a la formación de nuestros hijos en pagar auto-

buses para manifestarse, entre otras cosas, en apoyo de los postulados de la oposición ultraconservadora

y atacar al gobierno y a los marginados por razón de sexo. Juro desde este diario que si del «ampa» que presido sale un solo duro para tal asunto, presentaré mi dimisión irrevocable y la haré pública con el fin de que quede bien clara mi postura. Y no quiero entrar en más arena de este asunto murciélago y cagón. Mi apoyo a la lucha contra la diferencia. Que ya está bien, coño. 10 de junio de 2005 Cuando alguien te dice «por tu bien» dónde debes comprar la carne, es que estás a punto de

soportar el aparejo hasta la muerte o hasta la total podredumbre del carnicero. No sé por qué –o sí–, pero me está dando en la nariz que los normales niveles de corrupción –los aceptables (?)– ya se han sobrepasado de largo en varios kilómetros a la redonda. No sería malo que desde manos fiscales se empezase 231


a indagar sobre algunas fortunas sobrevenidas en los últimos años de forma inexplicable, porque igual

que está en la boca de la gente el nombre de cada uno de los camellos y sus superiores, también ronda por las bocas cierta pestilencia de corte mafioso/político/especulador. Cuando el río suena... A mis años,

ya sé lo que supone ser político de pueblo y rozarse con los pollinos del dinero fácil –lo fui y me rocé–, sé lo que es vivir en la frontera que lleva del favor al óbolo –intentaron varias veces que yo la pasase– y sé cómo se puede ahogar desde el secreto embuchado en una canana. También sé cómo se acaba, porque

conozco a algunos tipos acabados, y sé sobre todo lo bien que le sienta al cuerpo y al espíritu liberarse de esa carga –aunque sólo te quede la dignidad de la miseria–. Algunos llorarán largo y tendido y no tar-

dará en llegar ese tiempo de pañuelos, que la ambición es la sal que colmata. Viviré para verlo, por supuesto.

(noche) Recibo «Haikus del mal amor» con la grata sorpresa de que el libro arranca citándome

con uno de los contados ¿haikus? que he escrito en mi vida. El libro está editado por «Puerta del Mar» con edición de Lara Cantizani, prólogo de Jesús Aguado y epílogo de Chantal Maillard. La edición es deliciosa. Los haikus (?) son como una persianita de luz tan sólo o solamente. Tratándose de chicos, es un trabajo hermoso por el que felicitar a Lara –como profe– y animar a los chavales. Yo sigo siendo el tres y la nada. Creo que aún me queda París. 11 de junio de 2005 Acabo de llegar de Helmántica y lo hago anonadado. Hacía muchos años que no encontraba la

ciudad tan garrula y «nacional». A mí, sinceramente, los papeles de la guerra me la refanfinflan tanto como el «maniqueante» archivo de los cojones –que pertenece al Estado, por cierto, y no a los salmanti-

nos–. El tema es que he visto una Salamanca garrula y «antepasada» del bando nacional. Alcaldes de pueblo envueltos en la bandera de España –que les iba de perilla con su moreno ganadero–, pijos repeinados con un sarampión de pegatinas en sus camisas «YsL» y con un tremendo olor a CEDADE mezclado

con pachulí, mucho moreno de bote y vestidito de domingo sobre septuagenarias de carmín y contorno

–pegatina+chucifijo de oro juntos–, mozas de escote generoso y mejor ver con pantalones pijoapretados y braguita sugerida amarradas a pancartitas como a un maromo –olían descaradamente a OPUS–... Gente normal en Salamanca desde Millán Astray hasta nuestros días –que he vivido allí seis largos años de mi vida–. Asustado, porque esa masa asusta, me refugié en el «Capitán Hadock» con mi hija para respirar-

nos una Coca-cola... pero ni por esas. En la oscuridad fresquita de la barra de mi bar salmantino se andaban cepillando unos gin-tonic un par de pijos maduros con bigote fascista. A uno de ellos le contamos dieciocho pegatinas entre su pantalón «Levi’s» de pitillo, su «Fred-Perry» con vivo rojo y gualda en el

cuello y sus gafas de sol «Carrera» –que a pesar de estar entre velas, el perico no se las quitó ni para ir a mear, que lo hizo dos veces–. Mientras huíamos por la Plaza de los Bandos, nos topamos de narices con

un Acebes risueño –yo diría que feliz entre los suyos, que le abrasaban con palmadas en la espalda y con 232


«qué guapo»–. Es mucho más joven de lo que yo me imaginaba y quizás mucho más mentiroso de lo que me imaginaré mañana. Al tufazo PP le ponía olor a Corpus una piara de guripas que no he visto ni en las manifestaciones del 74 contra el General asesino y moribundo.

Me vine a Béjar con la sensación de que la ultraderecha quiere tomar la calle y con el terror que

esto me produce –revísese la historia–. Me temo que esto va a acabar a palos el día menos pensado. Lo peor es que en La Maya había un accidente tremendo con uno de los coches implicados seriamente daña-

do. A sus ocupantes seguro que les va a preocupar desde hoy mucho más la jodida lista de espera de la Seguridad Social que ese archivo de los güevos que tanto enerva a tontoculería provincial y regional. Y es que si el PP quiere joder al gobierno, sólo tiene que tirar de la Sanidad –perdón, que las competencias están transferidas–. No, si van a tener razón.

Y después del entripao de multitudes pitufas, quiero dejar anotado el tráfago del que fui testigo

anoche en «El Castañar». Por un lado andaban de cena –como dando ejemplo– el Ministro de Trabajo y

una suerte de doce o trece apóstoles que conformaban bajo una carpa blanca la vivísima imagen de la

«Última cena» de Leonardo –¿para cuándo va a funcionar lo de Premysa?–. Por otro lado –al otro extremo, mejor dicho–, el dinero de verdad, las ganas de tenerlo y «el cómico de izquierdas»(?) –vamos a decir que este otro icono quería parecerse a «El beso de Judas»–. Entre medias, colegas, que tengo muchos –gracias a ese Dios que no existe porque no lo necesito– y unos cuanto trabajadores sudando la gota gorda e intentado bailar al ritmo que mandaban todos los popes –y los seudopopes, que había alguno y parece ser que mandaban más–. No sé si serían los vapores de mi «cola» con «Havana 7», pero presentí que allí había un fregao de tres pares de cojones, demasiados intereses personales y demasiadas ganas de figurar.

Y me fui a dormir sonriendo de la necedad de unos, de la sabiduría de otros y de la perplejidad de casi todos. Fue teatro, puro teatro. Y no pagué la entrada. Los protagonistas: Jesús Caldera, José Antonio

Sánchez Paso, José Francisco Fabián, Paco Montero y señora –los únicos que se dignaron a darme las

buenas noches, por tanto los más educados, porque a todos los conozco–, Pepe Hontiveros y señora,y

Manolo Pro y pareja –a éstos no logro ubicarlos de forma alguna en el cotarro– y «cara de acelga» -que

puteó a los camareros hasta que se hartó y se estuvo mofando del señor Ministro hasta cabrear a todo el personal de su alrededor–. La hostia en vinagre. 12 de junio de 2005 Cuando Sartre dijo que «el mundo podría existir muy bien sin la literatura, e incluso mejor sin

el hombre», ya había vendido una pila de libros y vivía de puta madre gracias a ese estatus de intelectual

que conservó hasta su muerte. Sartre quizás no hubiera podido existir sin la literatura, y menos sin el «otro». Debo reconocer, en todo caso, que este tipo nos dejó un estupendo legado de palabras, que hasta

escribió que «el hombre está condenado a ser libre», cuando la realidad nos dicta que el hombre a veces

se resigna a serlo, pero por poco tiempo. En fin, que me encanta ser un pequeño existencialista cuando 233


debiera plantearme ser un pequeño burgués con cara de gilipollas.

«El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es

un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una

excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que lo oriente; porque piensa que el

hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre. Ponge ha dicho, en un artículo muy her-

moso: el hombre es el porvenir del hombre. Es perfectamente exacto. Sólo que si se entiende por esto que ese porvenir está inscrito en el cielo, que Dios lo ve, entonces es falso, pues ya no sería ni siquiera un

porvenir. Si se entiende que, sea cual fuere el hombre que aparece, hay un porvenir por hacer, un porvenir virgen que lo espera, entonces es exacto. En tal caso está uno desamparado.

En cuanto a la desesperación, esta expresión tiene un sentido extremadamente simple. Quiere

decir que nos limitaremos a contar con lo que depende de nuestra voluntad, o con el conjunto de probabilidades que hacen posible nuestra acción.». O quizás no sepa ser un existencialista. Yo qué sé. ¿O sí

que sé? En todo caso, mi futuro está sobre todo en mis manos, y en mi palabra, y en mi libertad, y en este mundo al que fui «arrojado» para decidir si otros decicían por mí y de qué forma. Qué bien viene a veces un «rip» a tiempo.

13 de junio de 2005 Me llama Jesús Márquez para contarme que Víctor Manuel está estudiando tres temas míos con

música de Jesús para incluirlos en el nuevo disco de Ana Belén. Y mira, coño, que me hace mucha ilu-

sión, tanta como el poema que Paco Ortega me ha pillado para Paula Molina. Estas historias, aunque parezcan una tontería, me dan bastante vidilla... hasta el punto de engancharme a pensar en poemas nue-

vos susceptibles de ser canciones. Y que cantase un tema mío Ana Belén, de la que estuve enamorado durante muchos años, sería como para un picorcillo goloso. Hay días, qué sé yo, que la vida es estupenda. Otros son pura poesía de argamasa... y demasiados son exacto vacío.

(noche) Mientras en el piso de arriba están reunidos los colegas de la «Plataforma para el

Desarrollo de Béjar y Comarca» –gente con muchas ganas y, tristemente, sin posibilidades–, leo de forma gatuna una antología de Luis Cernuda mientras recuerdo con sonrisas a mi amigacho Morante: «Donde

habite el olvido, / en los vastos jardines sin aurora; / donde yo sólo sea / memoria de una piedra sepultada entre ortigas / sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. / Donde mi nombre deje / al cuerpo

que designa en brazos de los siglos, / donde el deseo no exista. / En esa gran región donde el amor, ángel terrible, / no esconda como acero / en mi pecho su ala, / sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece

el tormento. / Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, / sometiendo a otra vida

su vida, / sin más horizonte que otros ojos frente a frente. / Donde penas y dichas no sean más que nom234


bres, / cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; / donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, / disuelto en niebla, ausencia, / ausencia leve como carne de niño. / Allá, allá lejos; / donde habite el olvido.». Allá lejos, donde la soledad es un tiempo normal en el que herirse, donde no existe más que un

«nosotros» perdido en la memoria, donde las lágrimas se confunden con el rocío fresco de una amanecida, donde morir es también existir sin darse cuenta. Otro triste. Luis Cernuda fue otro triste, como yo o

como Dieguete, que también escribió con cierta gracia sobre esta sensación que llevo a cuestas en los últimos meses. ESTOY CANSADO: «Estar cansado tiene plumas, / tiene plumas graciosas como un loro,

/ plumas que desde luego nunca vuelan, / mas balbucean igual que loro. / Estoy cansado de las casas, / prontamente en ruinas sin un gesto; / estoy cansado de las cosas, / con un latir de seda vueltas luego de

espaldas. / Estoy cansado de estar vivo, / aunque más cansado sería el estar muerto; / estoy cansado del estar cansado / entre plumas ligeras sagazmente, / plumas del loro aquel tan familiar o triste, / el loro aquel del siempre estar cansado.».

Tiro de chocolate con almendras y lo mezclo con algo de tabaco, escucho despatarrado a

Vinicius, enredo con los pelos de mi oreja derecha, meso mi barba blanca y crema, intento razonar por

qué no me gustaría ser como mi cuñao Francisco –craso error por mi parte para muchos, y para mí tam-

bién–, me imagino enfrentándome a gritos contra esas mesnadas que no saben lo que es el patrimonio

–bueno, el suyo sí– ni la memoria histórica, recojo la furgoneta de la empresa –que ayer la alquilé para hacer de objeto en una peli–, me quito las sandalias con temor a los jodidos efluvios de un día entero de pies aprisionados, le hago a mi hijo Felipe un prontuario de polígonos con las correspondientes fórmulas para obtener sus áreas y dibujo una pareja besándose en un papel que ha caído en mis manos como si nada. Día completo.

15 de junio de 2005 Por circunstancias que no vienen al caso, me he pasado parte de la tarde leyendo proyectos curri-

culares y objetivos para la mejora de la enseñanza en la asignatura de Lengua. Y me he quedado perple-

jo al no encontrar ni una sola referencia a la formación y al uso del sentido crítico de los chavales, así como a la valoración de todo lo que suponga adquirir nuevos conocimientos por la curiosidad y el esfuer-

zo personal. Todo se ciñe a inculcar normas, definiciones, conceptos... con una sobrevaloración alarmente del trabajo memorístico, despreciando por omisión todo lo que supone el proceso de pensar, la reflexión,

la búsqueda por la lógica o mediante el trabajo loco (?) de la imaginación. Las programaciones actuales tienden a mecanizar el pensamiento y, sobre todas las cosas, a aburrir a los chavales en un tedioso pro-

ceso que los predisponga a ser las máquinas moldeables que tanto agradan al sistema capitalista: alienar por aburrimiento, creando seres sin futuro capaces de trabajar en su fábricas y guardar ese silencio de los corderos tan útil para ellos. No es justo.

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16 de junio de 2005 Mientras «Aqualia Koplovica» enardece a las masas bejaranas con sus tremendos jarros de agua

helada –jarros fomentados por cierta mala gestión de la corporación privatizadora–, el personal se va encabronando entre mucho y poco... y lo mismo se tira a la calle un día de estos para recorrer con sus pancartas líquidas la próxima «Avenida/Calleja del Buen Alcalde» (sería cojonudo ver a los bijarrenses de manifa en el «polígano», pero ni por el «patrimonio» ni con el «matrimonio», coño; por la superclo-

radísima agua de beber más cara del mundo mundial). Lo bonito del caso es que para «desierto» ya sólo nos falta la puñetera arena, porque no tenemos casi gente, el agua está por las nubes y el resto es un espe-

jismo. !Bien! Y por poner algún otro «ita est», pues que digo que aquí huele a Calabria camorrera a lo bestia, a tres por uno y no me sobra nada, a dame y firmo, a toma y toma. ¡Qué mundo, Dios! Y me ciño

el refajo tonelero para saludar a David Torres otra vez, que ha llegado a mi correo con asuntos «telemadrides», para apoyar a los gays desde mi cabezato de familia, para reírme del «cipote de archivona», para ciscarme en los coágulos de sangre en la cabeza o en lo pulmones, para darle un montón de ánimo a Jacinto Santaolalla, para decir a voces solas el más rancio «mecagüenrús», para brindar por la chapuza

europea, para mentar al Capital como a la madre de un enemigo, para sacarme un abono «peusec» de temporada... «Intento conocer la verdad, aunque ello comprometa mi ideología», escribió Gragam Greene,

uno de mis católicos de culto desde muy jovencillo, y yo me voy a apuntar a ese carro «otra vez», por mis güevos.

18 de junio de 2005 Pues que a la Iglesia se le ha unido la Falange, que con el PP ya hacen un triunvirato digno de

que en los coles se imponga de nuevo como asignatura troncal la «Formación del Espíritu Nacional». Y

yo quisiera saber cómo son las familias formadas por las congregaciones de solteros y solteras con espo-

so/a divino/a, quisiera saber qué se va a hacer con la multitudinaria colección de curas pedófilos, violadores u homosexuales (y que conste que el último término lo uso en su acepción más grata, y lo hago

apoyándolos). La familia como institución es tal desastre, que sería mucho mejor revisar el tema desde

su principio y replantearlo en parámetros de amor libre y derechos de últimas voluntades. Y quien habla tiene una «numerosa» para su gozo.

(6 de la tarde) Acabo de hacer mi huelga particular a favor de matrimonio guay/gay preparando

una sangría en el cole de mis niños, que es de monjas, y mientras la hacía les he cantado a las madres auqella cación de curda para cinco voces... «Era bella y católica, / como Isabel. // Más bien gordita, /

pero muy presentable. // Guardaba una sonrisa de papel / en sus ojos / por siempre impermeables. // Mas

cuando nos casamos, / la cosa cambió: / usaba bigudíes, / compraba al pormayor, / mataba moscas sin

consideración. // Buena esposa y mal maridada, / decía cosas que mejor no contarlas. // Y se extrañó 236


cuando le dije adiós, y se extrañó cuando le dije adiós...». Las monjas se han reído pensando que desva-

riaba y yo estoy feliz de haber hecho la boutade prevista. Y ha ido, sobre todo, por Juan Carlos Valera,

por Herme y la compaña, por el peluquero de mi hermana y por unos cuantos colegas más que son gays, además de la mejor gente que conozco.

(bastante más tarde) Cuando Grundtvig dijo en el siglo XIX que «las gentes sencillas se sienten

inseguras y se desaniman, los hombres cultivados dudan y calculan y los ricos se dedican a gozar y dor-

mitar. Para la mayor parte de la población Dios es tan sólo una idea y la patria una palabra.», ya demos-

tró que los países nórdicos iban muy por delante de los demás en el terreno de las ideas. Reconozco que

he leído a pocos autores nórdicos –craso error de cálculo por mi parte–, aunque hubo un tiempo en el que me enganché a Ibsen, porque me gustó aquella idea suya que aparecía en «Un enemigo del pueblo» en la

que venía a explicar que el hombre más fuerte siempre sería el hombre más solo. Luego me aburrí mucho con Ibsen y le olvidé, abandonando en los rincones más escondidos de mi biblioteca sus libros azules de

teatro con tapa plástica e impresión en oro. Con los años, lo intenté con Kierkegaard, entusiasmado por

alguna conversación con colegas muy leídos y por una idea estupenda sobre el amor que me dejó este tipo tan nombrado, algo así como que «el amor sólo es hermoso mientras dura el contraste y el deseo;

después todo termina en flaqueza y costumbre» (aún tengo anotada la cita en uno de mis cuadernos anti-

guos). Últimamente, mi afición diarística me ha llevado hasta Ingmar Bergman para anotarme con letras de fuego esta frase de su «Diario»: «La vida tiene exactamente el valor que uno le atribuye». Entre los

poetas he leído –por suicida– a Karoline Günderode (absolutamente magnífica), a Tor Jonsson –también por suicida– (delicioso) y a Jens Bjorneboe –por supuesto que suicida– (espléndido y recomendable). A

los tres les dediqué un poema en mi libro «Paraísos del suicida». Ahora tengo previsto comprar obra –si

es que la encuentro en algún lado– de August Strindberg, del que tengo buenas referencias, para leerla mientras escucho la música de Sibelius. Y es que llevo una temporada pensándo en ponerle límites geograficos a mis lecturas y hacerlas seriadas para intentar calar en la influencia de la tierra y el paisaje vivi-

do sobre la escritura. Todo con el fin de escribir un pequeño ensayo que me ronda por mi gran cabezota desde hace bastantes meses.

Otro de mis deseos últimos es convertirme en un escritorzuelo más conceptista aún de lo que he

sido hasta ahora y así, de paso, me cisco en el espíritu de Soto de Rojas, que lo he leído hace unos días

con la intención de mejorar mi vena sonetista y he acabado hasta los mismísimos cojones. Para muestra, un botón: «Del áspero segur la seca rama / se querella, si al fuego la condena; / la blanca vela, de la parda entena, / si su tesoro el Aquilón derrama; // si al coral falta su cerúlea cama, / se altera endure-

cido en tierra ajena; / el mal seguro leño en mar serena, / gimiendo, al monstruo que le rige infama. //

Éstos se quejan sin tener sentido, / sin tener vida: pues que vivo, y siento / fuego en mi pecho, mares en mis ojos, // la boca en aire y a la tierra asido, / portentoso de amor soy vencimiento. / Deja, Fénix, que sienta mis enojos.». Ya le valía al colega para su seca calavera, ¿no? Y que viva don Francisco de

Quevedo, ¡coño!

237


19 de junio de 2005 Por fin acabó la fiesta de final de curso del cole de mis críos. Todo ha salido bien y he llegado

a casa con la sensación de que los críos se lo han pasado guay. A las nueve y media me subí a la fuente de «El Lobo» con Felipe y Guillermo e hicimos juntos una cabaña con troncos y helechos que quedó casi habitable. Mis chavalones disfrutaron un montón recogiendo helechos y programando el uso de la caba-

ña para cuando llegaran sus amigos, sobre todo Guille, que andaba por allí con el orgullo puesto gracias a que subí la «furboneta» y le di carta blanca para jugar dentro de ella con sus coleguillas. El resto fue trajín «Chirimbamba» con servicio de bebidas para niños medio asfixiados por el calor, merendola de padres y recogida de los restos de un naufragio feliz.

A la hora del café me acerqué hasta la Venta del Bufón para que me lo sirviera Juanito –ahora

en lides camareras, después de tantos años– y me contó cosas bejaranas que no me han dado ninguna

buena espina. Habrá que esperar a que se confirmen los malos augurios para hablar con cierta claridad y mucha dureza del asunto que ahora me callo por cautela. Una cosa sí voy a decir, y con todas las conse-

cuencias: Casi todos los políticos y expolíticos que conozco de cerca son carne de casquería o peor, están llenos de rincones oscuros y de malas mañas –también de bastante mala folla–. En su retorcimiento son capaces de engañar hasta a su propia madre para arrastrar euros y prebendas hacia sus territorios personales. Propondría, para empezar, que se aplicara la norma de que cualquier político, por mínimo y poco

representativo que sea, sufriera un seguimiento económico duro, continuo y riguroso; que se prohibiese que colocasen a gente de su entorno familiar –tanto en la Administración como en las empresas deudo-

ras de sus favores–. Todo esto lo digo porque están sucediendo cosas tan graves, que se debiera empezar

mañana mismo con ese seguimiento y con esa investigación. Para proponer esto me siento totalmente avalado por haber sufrido hace poco, como ciudadano de a pie y como empresario, dos investigaciones con sus respectivos expedientes (uno del Ministerio de Trabajo y otro de Medio Ambiente), cuando la

mayoría de los meses me cuesta un güevo y parte del otro cobrar mi salario al completo, mientras oscuros políticos de pueblo medran y se ponen las botas con mi dinero y con mi trabajo. Quiero que alguien

me diga cuánto tenían cuando entraron en política y cuánto tienen ahora –hablo de pelas, bienes muebles e inmuebles, sociedades anónimas y limitadas, trabajos doblados o triplicados con sus sueldos corres-

pondientes y etcéteras varios–. También quiero saber cuántos hijos, hermanos, primos, amigos... de estos políticos trabajan con sueldos de la Administración comparando sus situaciones con fechas en las que

estos señores políticos mediocres eran aún ciudadanos normalillos –que me incluyan, por supuesto, a los que están chupando de trabajos subvencionados y programas de patrocinio estatal o europeo–. También

me siento muy avalado para que se me dé esta información, pues cuando entré a formar parte de la corporación municipal bejarana como concejal, mi pobre mujer –y ahora explico lo de «pobre»– pasó unas pruebas para ser bibliotecaria de la Biblioteca Municipal, y lo hizo con brillantez y quedando en el pri238


mer puesto para ocupar aquella plaza (no en vano era/es licenciada en Hispánicas y posee una diploma-

tura en biblioteconomía). Bien, pues aquella plaza se la negaron mis compañeros de partido para que no le pareciese mal al pueblo de Béjar, y se la otorgaron de facto a otra persona cercana de cuyo nombre no

quiero acordarme –la rehostia–. No parece mal aval el mío, ¿verdad? Pues que se haga ya y con rigor,

que sepamos todos a ciencia cierta la calaña y la mala baba de la gentuza que nos sonríe por la calle inflando el pecho y perdonándonos la vida. Quiero saber los cambios de vehículos con coste y marca, los

créditos personales concedidos y en qué condiciones, el índice de permisividad con unos ciudadanos y el

castigo decidido hacia otros. Y, por cierto, ya puestos a pedir papeles, también me interesa mucho saber cómo se trata a los desplazados de otros países en las instituciones públicas y en las asociaciones «sin ánimo de lucro» de nuestro entorno. Me encantaría saber si a algún extrajero se le ha pedido dinero para regularizar su situación en España. Y para esta petición me siento también avalado por mi condición de

presidente del MPDL en Castilla y León, que me están llegando rumores chungalís y deseo con todas mis fuerzas que sean falsos. Vaya tarde que llevo, ¿no? 20 de junio de 2005 Desde este «semper idem» que nos colocó Cicerón como si nada, debo decir que hay días lumi-

nosos que normalmente están asociados al cobro de pecunio o a la previsión segura del mismo. Hoy es uno de esos días para mí. ¡Por fin! He cerrado una venta, he cobrado algunos atrasos y se me ha anun-

ciado el avance de un porvenir pequeñito que me puede hacer feliz en unos meses. El dinero, manda cojones, pone mucho de su parte para subir el ánimo. Y no lo siento, por Dios. También me han llegado noti-

cias de fondo literario que me agradan mucho. Con todo ello en el bolsilo, además he gozado hablando

con Morante, con Enrique Cabezón y con Lara Cantizani –que ha tenido la deferencia de abrir con un poemilla mío un libro de sus alumnos, «Haikus del mal amor»–.

Si a todo ello le sumo que tengo que agradecerle a Cipri unas gestiones para que mi madre pueda

ser operada –gracias, colega–, pues miel sobre hojuelas.

También, para menos inri, he escrito un nuevo poema que sumar a mi libro en formación

«L’uomo invaso» y que le copio a mi diario para verlo entre sus hojas: «TOCA NINO ROTTA. // Como

no sé partir / he de prepararlo todo / para aguantar el tiempo / que me queda: // El geranio agotado / en su argolla / asomándose al mundo / desde el balcón de casa / soñándose parterre. // La postal de Coímbra / remozando la sala. // El valor en la percha / del armario empotrado / con su funda de plásti-

co. // La pluma Parker / seca / sin tinta ni palabras. // Los hijos / a su suerte. // La decepción doblada /

sobre el galán de noche / por si me hiciera falta. // La noche y sus traiciones / pintada de farolas / para

que haya penumbra. // El sexo en una mano / tatuando lo que reste. // Como no sé partir / aprenderé a esperar / dando siempre la espalda.».

239


21 de junio de 2005 Vuelvo a Sartre de nuevo porque durante la última semana no he hecho más que leer artículos

elogiosos sobre su persona y ver su imagen en los telediarios. Hoy, en Tele 5, he oído que hablaban de él como el filósofo equivocado. ¡Con dos cojones!... y también con un palo. Equivocado ese tipo que dijo que «la felicidad es querer lo que se hace y no hacer lo que se quiere», equivocado también con su «mi

libertad se termina donde empieza la de los demás», equivocado sobre todo en aquella sentencia que dice: «no hay necesidad de fuego, el infierno son los otros»... y mis hijos escuchándolo mientras bañaban sus mofletes en una hermosísima sandía helada. ¡Equivocado! ¡Joder! ¿dónde cojones se han formado los periodistas de nuestra piel de toro?, ¿en las jesuitinas quizás? Sartre sí que merecía un año sartre-

ño y concelebrado, y que se comparase con don Miguel de C. S. y con los peñazos bíblicos de los cruzados tan en boga lectora en estos días.

Recomiendo vivamente a los colegas que se están metiendo de cabeza en el mundo de la

Literatura y que sienten la urgente necesidad de crear, que se lean de pe a pa y con aprovechamiento «Qué es la Literatura», de Sartre, donde se cuenta, por ejemplo, que «la palabra, que arranca al prosista de sí

mismo y lo lanza al mundo, devuelve al poeta, como un espejo, su propia imagen...

... La crisis del lenguaje que se produjo a comienzos del siglo fue una crisis poética. Sean cua-

les fueren los factores sociales e históricos que la produjeron, esta crisis se manifestó por accesos de despersonalización del escritor ante las palabras. No sabía servirse de ellas y, según la célebre fórmula de

Bergson, sólo las reconocía a medias; se acercaba a ellas con una sensación de extrañeza verdadera-

mente infructuosa: ya no le pertenecían, ya no eran para él, pero, en esos espejos desconocidos, se reflejaban el cielo, la tierra y la propia vida. Y, finalmente, se convertían en las cosas mismas o, mejor dicho,

en el corazón negro de las cosas.». También les recomiendo encarecidamente que dejen de leer periódi-

cos y que si conectan la televisión, sólo se dediquen a mirarla, no a verla y oírla, pues se pueden encon-

trar con calificativos tan peregrinos como «equivocado» cuando se habla o se escribe de Jean Paul Sartre. Una puta mierda para los media-cres. 24 de junio de 2005 Me levanté con la alegría de que la editorial riojana «Planeta Clandestino» publicará en breve

mi pavesa «Tour de France», un poemario chiquito que analiza el mundo, el demonio y la carne desde

una caprichosa perspectiva ciclista. Una venita que abandoné a su suerte hace unos meses sin dejar de

estar satisfecho con ella. El asunto me sirve para dedicar algunos poemas a tres ciclistas de casa que me han dejado un rastro de buenos y malos momentos con la admiración de su esfuerzo (Lale Cubino, Santi

Blanco y Robertito Heras). Y todo después de una experiencia místico-festiva en la zona vip de una de las etapas de la Vuelta a España de hace un par de años. Hablo de lo mismo de siempre –soy monote240


mático– pero con un decorado multicolor y a golpe de pedal. Me hace ilusión, coño. Y luego de admi-

rarme, me acerqué a ver el arco de san Juanito que habían realizado Felipón y sus coleguillas justo al lado del Casino Obrero. La rehostia: cordero, arco floral de cuatro cuerpos con vegetación trenzada, tres mesas con tapete, bandejita de cerezas junto a la ya clásica para depositar los donativos, arco enano de dos cuer-

pos con masa vegetal y cadenetas para el pobre cordero –conguitado de miedo–, cestilla con caramelos

y plotteado de diversos cuadros famosos de san Juan niño. La nota pirata la puso mi Felipón con sus colegas Ramón y Bruno, pues pillaron un montón de tabletas de chocolate recién pasado de fecha –regalo, cómo no, del inefable Juanito– y las vendieron todas a los viandantes y a tres euros la tirada, que manda

güevos. El saldo total: doscientos y pico euros en donativos, el primer premio otorgado por el ayuntamiento y Carbónicas Molina, un abono para cuarenta baños en la piscina municipal –uno por cabeza–, un

boomerang y cuarenta euros más –que era la cuantía del premio– y un festejo callejero de gritos, hurras

y «joer, macho» que ha durado hasta bien entradas la ocho de la tarde. Quiero a mi pillo y estoy orgulloso de su forma de ser y de estar, de su ímpetu, de su capacidad de emoción y de cómo comparte sus ale-

grías y sus penas –el boomerang se lo regaló a Guille nada más llegar a casa–. Y poco más que destacar

hoy, si no es que toda mi comida del día se ha reducido a un par de cañas y siete u ocho rajas de sandía helada. Sartre me sonríe desde el infierno de los «equivocados». 25 de junio de 2005 Recibo con alegría el último libro de Luis Alberto de Cuenca, «Su nombre era el de todas las

mujeres», gracias a la diligencia y la amistad de Lara Cantizani, que le pone prólogo y solapa. Me resul-

ta un placer sin medida volver a encontrarme con ese Luis Alberto de mirada lúbrica que escribe de la

mujer, sobre la mujer, con la mujer... y siempre desde esa mirada afable y «guay» –no encuentro una

expresión que lo defina mejor– que a mí tanto me interesa y me divierte. Sobresaliente para mi maestro del Barrio de Salamanca, un «de Cuenca» de los de toda la vida.

«Mi poesía me la trae la brisa que de vez en cuando sopla en mi calle, junto a olores antiguos

más o menos prohibidos, canciones olvidadas y deseos por realizar. Mi poesía es figurativa. Mi poesía se entiende. Mi poesía busca moldes métricos y es, casi siempre, epigramática. Hace unos quince años, y guiado por lecturas helenísticas (la Antología Palatina) y provenzales (la lírica trovadoresca compila-

da por Martín de Riquer), abandoné una poesía de estructuras abiertas y empecé a escribir otra de estructuras cerradas, centrándome en los tres o cuatro temas que desde entonces aparecen una y otra vez en mi obra poética, y que son los temas de siempre ... El concepto que valoro más a la hora de escri-

bir poesía es la sinceridad (una ‘sinceridad’ entre comillas que implica el concepto, también entrecomi-

llado, de ‘obligatoriedad’ o ‘necesidad’ del poema). Pero no me interesa la sinceridad si no va acompa-

ñada de la claridad. Pienso que es de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técnica y sensibi-

lidad de donde surge la emoción poética. Soy mal lector de poesía contemporánea en la medida en que 241


la poesía contemporánea no suele preparar bien esos cócteles... Por lo demás, no hay poesía si quien la

escribe no posee dominio del oficio, conciencia del género, rigor en la construcción y, desde luego, oído. Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso. ¡Cuántos endecasílabos mal medidos o mal acen-

tuados en nuestra poesía más reciente! No debemos renunciar a lo mejor de la Vanguardia, a esa

Vanguardia que relampaguea en los versos humorísticos de Ángel Guache o en la poesía más reciente de

Abelardo Linares, pero tampoco a nuestra tradición, que es lo más valioso que tenemos ... Me gusta recordar que mi poesía suele gustarle a gente que no lee poesía o piensa que la poesía es un asunto de señoras cursis y/o de tarados. Eso demuestra que la poesía puede y debe salir del ghetto, de las mafias y sectas, del malditismo. De su propia y tediosa iconografía.» Estos párrafos robados a su «Poética»,

incluida en «El último tercio del siglo (1968-1998)», me dan un montón de razones para seguir adoran-

do el hacer poético del amigo... y también, cómo no, su estupenda compañera, una Mariño (Alicia) de toda la vida –jejeje–. Lo único que no comparto es esa opinión sobre la poesía de Abelardo Linares. No todo iba a ser perfecto.

(tarde) Me acerqué a tomar un café con hielo a El Castañar para charlar un rato con Miguel S.

Paso y me di de narices con una estampa costumbrista anonadante: Findesemaneros de bragueta cerrada y polvo escaso comiendo junto a pijos de atar, junto a ancianos desinhibidos y junto a una pareja motera de look «Pantera Negra». Todo ello aliñado con música francesa del ochenta y un viento levantafaldas

delicioso. Al bajar por las escaleras ya noté cómo me hacían un par de trajes y me puse digno por eso de guardar mi imagen de poeta solitario que come temprano. La vieja le dijo al viejo –que debía ser sordo– que yo era el «hijo del Satur, el Comendador que cobraba por las casas, el que sale en los papepeles por-

que le salió muy listo...». Y me entró una risa floja que aún me dura. Mientras, pude verle el sostén negro

a la motera, que recogía unos pechos generosos que me estarán negados para siempre, y me deleité con la espalda de una de las pijas que se giraba de vez en cuando para mirarme –parece ser que también estaban nombrándome en su mesa–. No hay como tomar café solo y bien acompañado a la vez. 26 de junio de 2005

Siempre dudo cuando me detengo a analizar mi forma de escritura. Por una parte quiero escri-

bir en un tono triste y dulce; pero, por otra parte, el cuerpo me pide ironía y dura acidez. Generalmente, siempre marcado por mi carácter cambiante e impulsivo, los resultados escritos terminan siendo una mezcla que apenas puedo controlar y que es fiel reflejo de mi persona y de mi carácter. En mi trabajo creativo sólo soy capaz de controlar los pasos previos, los que se desarrollan en la mente. En esa fase predise-

ño con decisión y un alto grado de reflexión cómo será mi escritura, de qué tratará, cómo dibujaré sus cimas y sus valles. En ese punto llega un momento en que lo tengo todo muy claro en la cabeza, y ahí es justo cuando llega el caos de la escritura. Todo se vuelve nebuloso y parece que las manos deciden a su

antojo, pasando de lo que pensé y de lo que decidí hacer desde la razón. En ese momento es cuando 242


empiezo a disfrutar de la escritura, porque fluye con hambre y sin medida. Yo no soy ya quien lleva el control, es otra cosa que no acierto a definir la que me incendia y me mueve. A partir de este punto todo

son primeras tomas que acabarán siendo, sin más, las definitivas; y no corrijo nada de lo escrito, pues si

lo hago, me asalta un sentimiento de traición hacia ese impulso que me llevó a escribir frenéticamente. Y disfruto con la escritura; disfruto tanto, que las horas pasan y no me percato de ello. Si lo que queda es bueno o malo, no me importa demasiado, porque esas palabras unidas son siempre una parte inseparable de mí, como un órgano vital del que no puedo prescindir aunque duela, moleste o dé placer.

A veces me inquieren sobre mi proceso creativo y lo hacen con preguntas asertivas que dan por

hecho un complejo trabajo mental antes y después de la escritura, y yo sonrío porque sé que quien hace

esas preguntas no entiende nada de lo que me sucede y no podría aceptar jamás la «facilidad» y el «azar»

como bases fundamentales de mi creación. Explicar que algo ha llegado porque sí, sin buscarlo, sin apretar, sin pulir, sin sufrir... le jode mucho a los que piensan que la literatura sólo puede ser posible por el

sufrimiento, por el trabajo constante y por una formación durísima. Yo me quedo con las palabras aque-

llas que Pepe Hierro pronunció en el Hotel Colón de Béjar: «La poesía es como el oxígeno. Está siempre ahí. Si quieres, la respiras. Eso es todo.». Lo mismo es que no soy poeta –que ahora está muy en boga la

semántica. Hasta en la protesta social y en la lucha política–, circunstancia que no me preocupa dema-

siado; más cuando sé a ciencia cierta que mis poemas dicen exactamente lo que yo quiero decir y como quiero decirlo. Si ellos fluyen, yo sigo viviendo. Si ellos se apagan, es triste, pero yo sigo viviendo tam-

bién. No cuento ya cuando algún estudioso se lanza a analizar mi obra sin conocerme de nada, sin haber tomado unas copas juntos... el resultado es tan ridículo, por su grandilocuencia y por sus absurdas supo-

siciones, que yo mismo me admiro de la imagen que extraen de mi persona y de mi obra, y me terminan

convenciendo de que todo es mentira, una mentira alimenticia que les sirve para ganar algunos eurillos con los que comer y beber, y por ello los disculpo y sonrío. ¡Infelices!

(tarde) Ayer charle un ratito en El Castañar con un exconcejal bejarano de la última legislatura

franquista, la que dirigió Pedro Carbajo. Fue curioso, porque me contó algunas maquinaciones del ya

fallecido Antonio Olleros para otorgar viviendas municipales a personas que trabajaban para él en el servicio doméstico, explicándome cómo urdía las presiones a la Junta de Urbanismo Bejarana desde los altos estamentos políticos y cómo se defenestraba con mucha diplomacia a los que defendían que esas viviendas debían otorgarse por baremo a bejaranos y no por recomendación a personas que estaban al servicio

de los ricos. Fue una conversación muy interesante en la que salieron antiguas prebendas, concesiones discriminatorias, engaños políticos... me quedé con la sensación de que nada ha cambiado desde enton-

ces –porque también hablamos del día de hoy, con concejales enriquecidos de pronto y un alto grado de

nepotismo en la administración–. El tipo no me cayó mal –nos conocíamos de vista y de decirnos edu-

cadamente hola y adiós por la calle–. Durante la conversación, me explicó con sinceridad que tenía una idea de mí equivocada, que me veía –por comentarios de otros– como un ateo resentido y como un rojo recalcitrante, como una persona peligrosa e hiriente; luego me aseguró que el tiempo le había hecho cam243


biar de idea en lo referente a mi persona y que tenía ganas de charlar conmigo largo y tendido. Y charla-

mos bastante hasta que un apretón de manos puso el final –o el principio–. Yo le conté cómo en mi etapa

de concejal de urbanismo fui incapaz de parar una obra ilegal que Juanita Muñoz (q.e.d.) realizó en Los Navarejos y cómo aquel suceso me convenció de que yo no servía para la política, pues fue entonces cuando decidí que si aquella señora podía hacer de su capa un sayo, yo no era quién para abrir expe-

dientes y parar obras a ciudadanos con menos dinero y mucha menos «historia» que la mentada doña.

Entre ese asunto y algunos otros que ya relaté hace tiempo, terminé presentando mi dimisión y saliendo por la puerta de atrás para no hacerle daño al partido. Algún día me enfangaré en contarlo todo con pelos

y señales, que en su día me esmeré en llevar un diario de mi paso municipal, y en él están anotadas montones de historias que llenarán de vergüenza a unos cuantos bejaranos –muchos de ellos de «pro»–. Y qui-

zás, cuando se sepan algunas cosas, haya gente que hoy me odia que pase, por lo menos, a entenderme.

Y vuelvo a decir muy claro que me queda la «dignidad» de haber hecho todo lo que creí que debía hacer –aunque lo hiciese mal– y de no haber aceptado jamás un óbolo de manos aviesas e interesadas –que

había/hay muchas, demasiadas–. El tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio y es posible que a alguno tengamos que llevarle pronto tabaco a chirona. 27 de junio de 2005 Mañana arranca Premysa con su primer acto oficial, y lo hace en Frades de la Sierra para home-

najear a José María Gabriel y Galán, circunstancia que me alegra por una parte, ya que el primer asunto en el que toca pelo es de corte cultural, y que me jode un punto por otra parte, ya que mirarse en el espejo de G. y G. para empezar no me parece asunto de mucho tino por el agravio comparativo que ello supo-

ne con otros poetas y escritores de Castilla y León, y más si contabilizamos los niveles de calidad literaria del homenajeado y los hasta ahora escritores silenciados. Vamos, que el comienzo me parece bastan-

te ñoño, poco brillante y nada oportuno para los objetivos aireados por la fundación. A nadie puede ocultársele que Gabriel y Galán fue un poeta menor que, eso sí, supo calar en las capas rurales por su poesía

sencilla y por el uso de localismos y recursos sentimentaloides que sabían tocar la sensibilidad de –es curioso– los paisanines menos formados de su entorno vital. Fue un poeta de lo rural que enfatizaba en

la sensiblería popular con una poesía descriptiva que poco tenía que ver con la nueva idea poética que ya bullía con fuerza en su tiempo. También se debe destacar en G. y G. su continuo recurrir a los iconos de la religión católica desde la aceptación de un Dios que nos regala la vida y el sufrimiento, manda cojones.

29 de junio de 2005 Y que pudo ser una visión estar con un Jesús Márquez de salud precaria en un demomento, como 244


pudo ser que no entendiera bien la causa de su despido o sí, como pudo no ser que al Ministro no le gus-

tase o sí la «Canción libertaria», como que también acaso pudo ser que el vómito moguereño en medio de la vía pública fuera de JRJ para GyG, como lo mismo también y todo pudo ser que se le revolvieran las tripas a las dos de quince que sumaban una y trina. Y Dios estaba para sellar el vínculo con la sinies-

tra española –de ésta se firma un nuevo acuerdo con la Coferencia Homoepiscopal–, y la estatua de GyG se reía porque no había ‘rever’, «joder», diría, «sin ‘rever’ en mi centenario centenero, sin un puñetero

‘rever’ que echarle al Santu Cristu que ni Menistru me dejó ser», y también estaba Melero –a Dios le

jodió, pero bueno–. Las cigüeñas pastaban la mierda de Guijuelo salteadas por alguna rapaz cuando me

acordé de que no llevaba corbata, de que llevaba la camiseta por fuera del pantalón, de que llevaba media hora meándome –con lo malo que es aguantarse para la cistitis crónica–, de que la boca me olía a tabaco y a cerveza tipo pilsen. Entonces, un paisano preguntó que si los ministros van también al wáter, y lo hizo

el mamón con cierta retranca pepera –me dieron ganas de decírselo al capitán guripa con tricornio que andaba por allí de controleta, pero me contuve, porque probablemente me hubiera embarcado una hostia

y comulgao pa casa–. Y que allí dejé a GyG de piedra –porque de piedra estaba ya cuando llegué–, y el resto fueron tapas, putamadres, quechachis, ceroceros, vistalfrentes, novamases, bachescoño, vengava-

mos y esas cosas. Y bien temprano metimos en la cama otracasa a Jesús Márquez, que soñó con un Cristu

de goma y se despertó para vomitar tres veces –cuatro en total con la tirada de la tarde–. Todo perfecto, guay, estupendo, magnífico, chuli, empero y más. Un nuevo baño rural de multitudes para GyG. Digo. 1 de julio de 2005 No sé si fue el melón o que Jesusín Márquez se dejara sus virus olvidados sobre mí, el caso es

que pasé toda la tarde y la noche de ayer con una vomitona constante que me ha dejado dolorido y algo más lúcido de lo normal. Lo peor es que no he podido leer nada porque se me iba la pelota a su antojo. Hoy me ha salido el día de bostezos y dolorcillos cabrones por todo el cuerpo. Recuerdo ahora un artí-

culo que escribí hace unos años en «Béjar Información» sobre la resaca y su lucidez. Hoy estoy con esa misma sensación y con aquella lucidez.

(noche) Me he pasado la tarde tirado en el sofá y justo ahora me doy un empujoncillo para que

no se me vaya el día en blanco. Disfruto despacito del cuaderno de Nueva York en collages que se tra-

bajó Carmen Martín Gaite, «Visión de Nueva York», publicado por Siruela con ese olfato divino que siem-

pre ha tenido este sello editorial, y siento envidia, y siento ganas de hacer cosas distintas, y admiro a Carmen Martín Gaite.

El estómago no me permite seguir y ya son muchos lunares seguidos en este diario. El tiempo

pondrá y quitará.

2 de julio de 2005 245


Recibí el trabajo de Fernando Rodríguez de la Flor sobre 30 inéditos de Aníbal Núñez.

Sobresaliente. Y ahora tengo que currarme un prólogo digno para rematar, con lo flojo que estoy; pero tengo que dar el do de pecho, pues quiero que esta edición sea divina. 3 de julio de 2005

Se me pasaron las vacaciones en un flush y no he hecho nada de lo que tenía pensado. La salud

pequeña me ha jugado esta vez una mala pasada, pero no importa. Me ha dado tiempo a recuperar con mi mujer y con mis hijos lugares como El Canalizo o las noches divinas de «La Venta del Bufón», a dejar-

me querer con cucamonas de Guillermo, pillerías de Felipe, mohínes de Marángeles y miradas tranquilas de Ángeles. En el fondo, he disfrutado de unas buenas vacaciones sin tener que salir de Béjar, junto

a mi gente. También me ha preocupado Miguelón con sus nervios tremendos y su estrés, pero todo va bien; y he disfrutado de unos ratillos buenos con Juanito, y he gozado con la presencia de Jesús Márquez

y «nuestra» música... Sólo me ha faltado una visita de Morante, una charleta larga con Diego, un café helado con Belén, un zipizape con el Turri –te echo de menos, tío–, unas risas tristes con Alberto, un con-

ciertillo de blues entre humo y «Havana 7»... y rematar un par de poemas que no fueran de encargo, que sólo he podido con el encargo que me hizo Jesús sobre el orgullo gay, que ha quedado como sigue

–estrambotillo incluido–:«INDEFINIDO Y SINGULAR»: «Que no soy el carmín ni el escenario / por

mucho que se empeñen las beatas, / ni el glamour, ni las fresas con su nata, / ni aquella perversión con

swing de armario. // Que yo amo en el trastero o en el coche, / igual que lo haces tú; o lo hago mansamente / al uso de Platón, o simplemente / me conformo con ver pasar la noche. // Me siento bien o mal,

según la vida / me da palos o azúcar, risa o llanto; / trabajo, sudo, silbo... y en mi mueca // busco salir del ghetto de Chueca / y borrar de tus ojos el espanto / por mi forma de amar y por mi herida. // Si tú quieres vivir, yo grito: ¡¡¡Vida!!!». Ha nacido para ser canción y por eso lleva aquel ritmillo. Ahora le

falta la música de Jesús. Ya veremos. 4 de julio de 2005

Empecé el curro de nuevo, y del ataque de realidad se me ha vuelto a resentir el estómago. Soy

un gilipollas delicado al que el trabajo le afecta a la salud de forma negativa, y no me evergüenzo de que

sea así, sino todo lo contrario, pues siempre he tenido muy claro que si hay algo con calidad de divino,

seguro que es el castigo de trabajar. En fin, que han caído quinientos libros de doscientas páginas –alzado y encuadernación– para mi mal humor y para mis malos humores. Todo sea por pasarme tres días de

lujo con mi Ángeles en el querido Moguer y, cómo no, junto a tipos tan entrañables como Santi G.

Valverde, Antonio Orihuela y su divina –ésta sí– familia, Jesús Márquez, David Pielfort, Daniel Macías 246


y otro montón de buenos colegas. También me apetece mucho conocer a Petisme, con el que nunca he tenido la ocasión de coincidir. Coño, y disfrutar con mi santa de unos días de playa y asueto bajo la mirada de Zenobia y las regañinas bíblicas de JRJ. Entre mis proyectos para esos días, quiero probar el nuevo poemario en el que estoy enfangado, «L’uomo invaso», para ver si funciona y cómo se comporta entre mis colegas. Mañana quiero comer sandía fría o hacer un propósito de enmienda. 8 de julio de 2005 Ya de nuevo entre papeles y bastante descargado de la tensión aquella de hace unos días. La sali-

da con Mª Ángeles ha sido deliciosa, y me ha encantado que conociera a mis amigos y se moviera un

poquillo entre ellos. Creo sinceramente que le han caído muy bien. La crónica del viaje puede resumirse en calor y risas, en tactos y emociones. Éste quizás haya sido para mí el mejor encuentro poético de los que he pasado en Moguer, un encuentro tranquilo magníficamente presentado por Antonio Ramírez –me

gustó mucho su entrada–. Va: rizada la voz de lo que fueron días roncos, partí con Geles al Sur bien abrigado por el aire acondicionado de mi Tacuma lleno de ese jaspe que tan bien saben dar las columnas de los aparcamientos públicos subterráneos. Bien lavados, corrimos y nos detuvimos, comimos jamón pata negra de la Sierra de Aracena y bebimos el nisesabe. Del sudor hablará mi ropa interior para las lavanderas. Ya en la tierra del fuego y el Polo Químico, entre el Tinto y el Odiel secándose, hicimos la cum-

plida visita al santuario de Zenobia –eterna sombra de JR–. Estaba tan guapa como siempre, mirándome a los ojos independientemente de donde me colocase. ¡Uff! Descarga de los jodidos quinientos libros lle-

nos de ética y/o poesía –me interjeto e inquiero (!?)– sin nadie que me echara una mano misericordiosa. Sudor de nuevo. De paso por el café de la plaza, camino al hotel, me sorprendieron dos colegas no pre-

vistos por mí para este bingo, dos hermanos de los buenos, de los de siempre: Uberto Stabile y Antonio Gómez. Saludo rápido por el apretón de los autos y a la posada sin fonda o viceversa.

Como siempre, los alojamientos moguereños son de transporte –a otro tiempo, se me entienda–:

habitáculo más alto que ancho, paredes de papel, humedad, grifos sinfónicos y desafinados, ajuar de baño peculiar e infinitivo, armario móvil, tele sin audio y con porno... en fin, alojamientos moguereños. Y allí

ducha y tumabada, y carga del teléfono portátil, y prohibidofumarcoñohostiamecagoentoloquesemueve. También besos y pieles de segunda luna sin hiel. Y al truco, al afán, al recinto de la poesía pseudoextre-

ma... a los amigos buenos. Digo: A Nel Amaro le encontré muy solo, algo distante y con cierto poso que iba de la tristeza al desencanto. Me quedé con ganas de charlar con él largo y tendido, pero sólo dio para

cosas como el tiempo meteorológico, los quetales, algún vengatío y los abrazos de hola y adiós. Uberto seguía con la derrota de su sonrisa eterna, como entre un sí y un tal vez; se me antoja que está esperan-

do algo que debe llegar y para lo que no gasta fuerza. Y su palor era esta vez de un verde Peugeot valisino metalizado con GPS y nevera («Poeta con coche» bien pudiera ser un título próximo de poema a

dedicarle al amigo). Antonio Gómez, en su camino de eternidad, jugando aún al setenta veces siete, al 247


coleccionista de fichas delictivas de autoacusación, al insomne, al solitario, a la esperanza y al nosotros (siempre al nosotros). Antonio Orihuela: dulce, dulcísimo; sereno, limpio, lentísimo, rojoynegro, lúcido,

afectuoso, padre y compañero, anfitrión y muy blandito. Daniel Macías: de faltón y rojo, barbiviajado y

por encima de cualquier bajo, look Goa de mira-mira la chica de las rastas, look Goa de mira-mira mis cuadernos de viajes, look Goa de mira-mira y no entiendas, look Goa de mira-mira cómo los protagonistas destruyen la risa de los secundarios, look Goa y basta y corto y cierro. David Pielfort: la piñata que

da golpes y recibe sonrisas, la flor natural de su tierra, el ginecólogo de las verdades con escroto, el espejo distorsionante/desternillante de los que en él nos miramos, el no va menos porque «tú eres muy fina y

tienes una teta al lado de la otra», el no va más por su ducatismo militante de barra y pastilleo, la «subrealidad» sobreponiéndose al cante maricón en tierra, los puntos cardinales descolocados y una mujer pre-

ciosa que llevarse a la boca cada noche de cada día; la envidia y el miedo de todos y de ninguno. Idoia Ikardo: beat bascodanés entera, con los labios rojos como un sexo abierto y los ojos con más destellos que he visto yo en mi vida. Dura y vulnerable, desencantada y encantadora, vaporosa y aturdida de rea-

lidad. Rara, extrema, ética y excesivamente narrativa para mi gusto. Antonio de Padua: recién casado y

con un brío tejano de spot tabacorrubioamericano y sin querer saber de valles y simas, yo del «yo» y yo del «nosotros». María Gómez: morena hasta la lujuria y delgada hasta la «esperación»... Y los chicos de

«La mano vegetal» con swing «chirliders» y envidiable juventud hecha de prontismo y sarao, y Santi

Aguaded Landero manojando nervios y regalando bondad y ánimo, y Diego Mesa de visita a lo pariente lejano, y el niño de Isla Canela en brujo y rapsoda ahogado, y Petisme es majete a bote pronto, y la poe-

tisa donostierra que vive en Almería es auténtica y aún no sabe de qué va esto aunque lo sabrá pronto, y

Diego «El Cigala» se tuvo que conformar sin verme entre su público, y Jesús Márquez/Vázquez lo bordó, y Santi G. Valverde fue una rosa incendiada bajo el cielo de su sonrisa franca... Y el tálamo fue Mazagón

con su arena, y el escondite fue Matalascañas, y el amor es mi Geles, fue mi Geles, será mi Geles. Faltó Morante, ¡Coño!

Amé en Moguer y me sentí amado. 10 de julio de 2005 Me envía Belén un libro delicioso: «Sonetos experimentales», de Rafael Marín, editado por

Eduardo Fraile en su colección Gilberta Swann. Un editor con mucho gusto y un alto criterio. Muy recomendable... hasta como objeto. También me escribe Morante desde su paraíso vacacional para reforzar el vínculo y recordarme que pronto nos veremos como jurados de premio Ciudad de Leganés. Ya tengo

ganas de echar un ratillo con el colega para hablar de todo lo divino y lo humano. El resto del día lo he pasado en historias familiares, asistiendo a una comida a la que me/nos han invitado Nena y Antonio –de

rechupete la paella–. Y de aquí la milonga Magdalena, que en su enfermedad está absolutamente ausente, sin ganas, perdida, absorta en no sé qué. Yo nunca quisiera llegar a ese estado de incapacidad psíqui248


ca que te convierte en un objeto sin que el cuerpo dé voces de alarma física, un estado que no deja siquie-

ra un resquicio a la voluntad suicida. Vivir se convierte en una espera tranquila y aburridísima que exas-

pera a todos los que rozan su alrededor. Y está deliciosa porque se deja querer sin reconocer de dónde llega el cariño y hacia dónde va. Y de Magdalena surge otra vez el tema de Dios como inexistente mal-

poder que abrasa y atonta. Y que viendo el asunto haya que seguir dándole gracias. ¿Por qué?, por joder

a una mujer que no ha sabido en su vida más que el dolor del sacrificio, sentada en casa haciendo punto

para sacar a sus hijas adelante, resignada a no atinar a juntar dos letras, encerrada en un mundo estrecho hecho de Dios y familia en su más estricto sentido de sometimiento, sin tener armas con las que racionalizar y sirviendo comidas tres veces al día. Es absolutamente injusto que a la bondad esclava se la resu-

ma con un olvido tan cruel –o lo mismo no–. Y luego Ángel con ese marbete terrible del «yo me como lo

que no quieran los demás», como un testigo del Jesús más relamido que sólo come porque los demás lo

han hecho y con no sé qué intención de destino en lo universal. Nada me alegraría más que existiera un

Cielo para que este hombre se lo quedara enterito y lo administrara. No entiendo nada de nada, que ni la edad sea capaz de poner lucidez en unos ojos vividos, que hasta el final se siga viviendo en las nubes con

cara de felicidad y dando gracias por los males menores y mayores. ¡Dios, hazme sufrir para que te merezca! Hazme sufrir. Hasta que te merezca. La apuesta es complica, ¿eh? Y con el café Castañar/Bufón

he releído a Martínez Sarrión, que me aburría un güevo, y me he vuelto a quedar con su poema «Parón»... «...y de pronto, / un día al azar, con sol o nublado / y, lo que es más cabrón, / a hora intempestiva / –no

es para creído–, tienes que marcharte.». Esto y la nota final en la que muestra su «gusto creciente por la

claridad y la sencillez de dicción», me arreglan un poquito la humareda de cabeza que se me ha puesto

dándole vueltas a la cosa de Ángel y Magdalena. Ahora me dedicaré a leer «Notas a pie de página», el diario de Antonio G. Turrión, que me apetece mucho meterme un poquito en su mundo. 11 de julio de 2005 Le he dado fin a la nueva entrega del diario de Antonio Gutiérrez Turrión. Lo he leído con avi-

dez –cada día crece más mi gusto por este palo literario–. El resultado en la boca ha sido contradictorio, pues las crónicas de viaje/excursión/paseo le ponen un tedio en forma de enormes paréntesis a la pasión por la razón y al tranquilo y endiablado escepticismo de este tipo contradictorio en su extrangulada mira-

da a la vida y sus usos. A grandes y graves reflexiones, les siguen roneos paisajistas que, a mí, me rompen el ritmo. Fuera de eso, agradecerle al colega/cuñao sus palabras políticas –locales, nacionales/nazio-

nales e internacionales–, su extraordinario seguimiento reflexivo de la muerte del Papa JP y de la llegada de Ratzenager, su carta a Roberto Heras, las cosas familiares llenas de sentimiento, el turbulento esta-

do de su soledad, las coñas marineras ennatadas de humor negro e inteligente, las menciones y palabras

al que suscribe, la cosa Majada –hermosísisma–, los hijos, la mala baba de muchos tratada con finura, la pasión por los libros... He sentido cierta indefensión, también, al leer a un Antonio que ha seguido este 249


Savonarola con regularidad, y buenas ganas me quedan de responder a muchas de sus apreciaciones y

pensamientos. Otra cierta acidez –mía– es la que se muestra en un pasaje del día de Reyes en el que Antonio se enorgullece por su imagen de lector de la familia, y es que a mí jamás me regalan libros porque quizás piensan todos que apenas leo. Bien, algo debo aclarar para mi tranquilidad y su conocimiento a la hora de buscar un regalo digno para mí: también me encanta leer –y leo con hambre y sed de humo y Coca-cola– poesía, filosofía, libros de pintura y diarios (abomino las novelas y odio a Don Quixote y a su Zancas). Aunque tengo una memoria precaria, suelo releer varias veces los libros que me han gus-

tado, o los poemas que marco en las primeras lecturas. También me reconozco absolutamente heterodoxo en mis lecturas y, cómo no, en mis opiniones sobre las mismas. En fin, que me lo he pasado muy bien

con Antonio y con sus historias («Hay una cosa que se llama miedo a la libertad y que ejerce un poder

en el ser humano escandaloso», «Cuando el mundo se encoge y se aprieta, yo me encojo y me aprieto con él. Entonces se me caen muchas torres, se me derriban muchos edificios... Entonces aparece la fami-

lia, se hacen fuertes mis próximos... Y, a veces, me quedo solo y solitario, como en una cámara vacía, a solas conmigo mismo y con mis cosas. la vida es un vaivén, un acordeón que se infla y se encoge. Con

ella y con su sonido voy pasando.»). En otro orden de cosas, esta tarde, mientras trabajaba en la imprenta, me ha dado una caída de tensión lenta que me ha provocado pérdida de visión durante una hora larga

y un dolor constante de cabeza que aún me dura. He aguantado el tirón con un par de aspirinas y unos vasos de agua con azúcar y he recordado un poema de Martínez Sarrión que leí ayer, un poema que habla

de un hombre que miró directamente al sol y, desde entonces, le acompaña una mancha negra y alucinada en su mirada. El poema lleva por título «Fosfeno», y es una lectura sarriona de «Le point noir», de

Nerval. Una mancha negra en la mirada como un signo de luto por haber intentado gozar de la gloria por

un minuto. A eso de las ocho me he metido en la piscina con los críos y parece que mi cuerpo ha vuelto a recuperar su tono y mi cabeza su isatisfecha alegría. Hasta mañana. 13 de Julio de 2005 Cuando Antonio Di Bendetto, en 1984, escribió: «Lo único que no se pierde y se conserva con

la edad es la necesidad de amar y ser amado. A lo mejor una gran idea ayuda a vivir a los demás, pero

no a uno... uno se queda en el territorio del amor y de los sueños. Por eso creo que el gran gesto es el

de borrar de una vez los sueños, borrando la causa, que es uno mismo. De ahí que uno reverencie a un

tipo como Albert Camus que, aunque no se suicidó, estaba minado por la muerte y dispuesto a recibirla

sin esperar el paliativo de la enfermedad. Tuvo la suerte de que la carretera era deslizante... es la misma suerte que tuvieron, de algún modo, Romeo y Julieta, que se murieron antes de que el amor se les gas-

tara.», yo andaría en el trasunto de empezar a centrar mi vida con un matrimonio y a resacármela con un

autoempleo. Sí, Di Bendetto tenía razón, no en cuanto a lo que sucede, sino en lo referente a lo que debie-

ra suceder: todos debiéramos quedarnos a vivir en el territorio del amor y de los sueños. Saco a colación 250


este párrafo bendetto gracias a una conversación que tuve anoche con Antonio GT en la que charlamos

de su diario y de cuáles son las apetencias de un diarista para con su obra. Los dos coincidimos en que el diario es una memoria para que sea cazada por ojos ávidos y/o, mejor, cercanos. Así llegamos a los

hijos como sujetos hacia los que principalmente se escribe, y ese punto yo le indiqué a Antonio que para

ese lector deberíamos ser más intimistas, contar nuestros sentimientos más intensos y escondidos para hacer que esa memoria anotada cobre la dimensión de un tesoro para nuestra gente de casa –esas cigüe-

ñas suyas que ya abandonaron el nido y marcharon a otros lugares–. Por eso recupero este texto de Di

Bendetto en el que se habla de la enfermedad como paliativo hasta la muerte y de la necesidad de amar y ser amado. Ése punto es el que nos falta a ambos en las páginas vividas, el del amor diario, con sus prosaísmos y su pequeña pornografía, con su sentimentalismo ñoño y pasión atada/desatada.

Y es que a mí me hubiera gustado saber cómo amó/ama mi padre a mi madre y mi madre a mi

padre, cómo se ha mantenido el vínculo entre dos pieles que han envejecido juntas, las palabras de amor,

los gestos, los regates, los malos y los buenos momentos, el sudor mezclado, las bocas, las pequeñas deserciones... Ese capítulo secreto también pertenece a mi vida y me encantaría degustarlo con tranqui-

lidad a la luz de mi flexo. Le pasé a Antonio unos textos en esa línea que vengo escribiendo desde principios de 2004 y que guardaba en absoluto secreto hasta ayer. Me apetece mucho conocer su opinión y, sinceramente, no siento pudor por habérselos dejado leer, que era mi miedo.

Borges, al contrario que Di Bendetto, pensaba en el amor como destrucción hacia un placer que

se multiplica en dolor, y sólo veía remedio al caso en que el amor se mezclase con la amistad para hacer-

lo menos doloroso y más fácil de ser vivido. Este tipo debió tener grandes desengaños o no cató el fino sabor de amar y sentirse amado sin ese componente de posesión que son los celos. Y es que amor no es poseer, sino dejarse y dejar, desprenderse y no esperar más que lo que llegue, estar para todo –hasta para no estar–. Escucho a Lhasa y me dejo. 14 de julio de 2005 La astenia que supura el calor en mi cuerpo toma ya índices preocupantes. Soy un cuerpo sin

alma y sin aire. Y encima me toca cruzarme con tipos empingorotados de poder que me amargan la entrada del poco aire que puedo respirar. Hoy me ha tocado uno de esos especímenes, uno de esos que se sien-

ten seguros porque pueden dar y quitar, y de eso iba la milonga, pues me espetó de pronto, sin previo

aviso, que tenía pensado colocar a cierto periquito –no voy a dejar el nombre en abierto, por supuesto– y

que le apetecía conocer mi opinión sobre el mentado, ya que yo había tenido la oportunidad de trabajar

junto a él en uno de mis proyectos editoriales. Y mi respuesta, intentando sujetar el vómito, fue un «sin palabras» seguido de un remordimiento cabrón por no decirle al mandamás la verdad del tal fulano, que

me jode un punto que a los que son peor que tontos se les aparezca la Virgen y que manda güevos que un artefacto parido por la izquierda se rodee de tardofascistas y mamapollas sin valor conocido y sin 251


capacidad alguna... lo dejo. Y pensando mejor el asunto, me pongo a escribir una crta a Jesús Caldera que le haré llegar por medio de José Antonio Sánchez Paso, y que dice: «Querido amigo José Antonio: He perdido el mail de Jesús Caldera y quisiera hacerle llegar la carta que te adjunto. Te ruego que le rebotes este mail al suyo o que se la hagas llegar de la forma que mejor te parezca. Confío en tu confidencialidad. Gracias por ello. Un saludete. Luis F. Comendador Querido amigo Jesús: Creo que ya es hora de que me dirija a ti para ofrecerte mi valoración –que no me has pedido, pero que mi criterio y mi preocupación me indican que te la haga llegar– sobre la evolución de Premysa y el desarrollo de su gestión en los meses larguísimos que lleva de existencia: ACTIVIDADES REALIZADAS: No deja de ser curioso que la primera actividad de Premysa haya sido homenajear a uno de los poetas que peor imagen nos dejó de la mujer –en la cocina y con los hijos, y siempre en las manos de Dios–, de los trabajadores –argumentando la «resignación» como el mejor valor de un hombre sin posibles– y la puesta en valor de Dios como principio y fin. Un poeta, en fin, de la derecha más rancia que haya pisado esta piel de toro. La segunda actividad que ha salido a la calle –hoy mismo– es para mear y no echar gota, compañero: unos talleres de pena negra –nada más y nada menos que enseñar a hacer trajes de choricero y vestidos cervantinos por la módica cantidad de 200 euros la tirada–. Hoy somos el hazmerreír de toda la provincia gracias a estas ocurrencias ASAM –no se me olvida que estos mismos talleres ya se impartieron el año pasado en Candelario instigados por la mentada ASAM, y me consta que con la promesa de que se repetirían hasta cuatro veces. Y súmale un taller de Creatividad impartido por Marga Íñiguez a 150 euros la tontería. El resumen hasta hoy es que la comarca entera se pregunta de qué vamos a la vez que estamos en todas las bocas con críticas mordaces –con razón– y mucho recochineo. Dicen que vamos a hacer buenos a «Salamanca Emprende», y por lo que se ve hasta el día de hoy, yo me lo creo. Contra este asunto ya hecho, yo sugerí en su día algunas propuestas que iban en torno a un ramillete de actividades dignas de perfil bajo, pero siempre basadas en criterios de calidad y de progresía –nunca esas historias tan de la Sección Femenina del oscuro Generalísimo, me refiero a lo de GyG y los cursos de costura–. Propuse actividades semanales –para tener presencia continuada en los medios– en diversos órdenes –cultural, social, del trabajo...– que se traducían en conferencias, proyecciones, exposiciones, debates, conciertos... todas de muy bajo coste–. En mi propuesta, por supuesto, incluía colabo252


ración para tirar de amigos con experiencia testada y muchos de ellos muy conocidos (Javier Bauluz, Luis Pastor, José Luis Morante, Fernando Rodríguez de la Flor, Alberto Hernández, Ángel García López... Colaboración con fundaciones como la Juan Ramón Jiménez, de Moguer, con cuyo director mantengo una profunda amistad y está en la coordinadora de fundaciones españolas; con la fundación Delgado Valhondo de Mérida, con el Patronato de la Casa Lys, con el MPDL... Salió vano. Y es que, Jesús, en la vida no sólo hay que ser; también hay que parecer; y nuestra fundación debiera estar brillando cada semana con una actividad sobresaliente de bajo coste para hacer sentir su presencia, a la vez que trabajar en proyectos de alto calado y largo tiempo. GESTORES Me llama mucho la atención que entre las personas que cortan el bacalao no figuren de facto tipos como Antonio Parra, Ángel Calvo, etc... mientras que otros imponen criterios tan peregrinos como los cursos antedichos, la edición de libros para nota o los homenajes rancios a poetas «gore». Y vuelvo a repetirte lo que ya te dije en un mail al comienzo de este proyecto: sin las personas idóneas esto se va al garete, y yo no veo calidad de gestión en quienes llevan el asunto hasta el día de hoy, detenidos tediosamente en asuntos administrativos y demostrando poca capacidad pragmática en lo poco que se hace. TERMINO Creo que se precisa una reunión urgente de «todo» el patronato para que se nos informe de los pasos dados y de los proyectos en marcha, así como que se propicie un tiempo para el debate interno y la exposición de quejas que puedan llevarnos a un solucionario en positivo de urgencia para poner el nombre de la fundación donde yo creo que debiera estar ya hace unos meses. Y te escribo todo esto porque cada día me jode más ser parte del fracaso y de la incapacidad –aunque yo forme parte de él de un modo tan volátil como sugiere la palabra «honor», que es nada. Disculpa, Jesús, esta perorata crítica de un tipo que no sabe nada, pero que ha aprendido a percibir el olor del fracaso por las muchas veces que le ha tocado en las mejillas y en las vísceras. Redefine el equipo de trabajo con los mejores profesionales –aunque cueste dinero, que los profesionales brillantes cobran, pero cumplen con creces– y pasa de mediocres administrativos/administradores que dañarán al final tu prestigio y se cargarán los proyectos por exasperación. Busca que cada actividad Premysa lleve el sello indiscutible de la calidad y la eficacia sin dejar que te nublen la vista las gasas de los cercanos, las promesas de los que sonríen y los subterfugios de los que buscan en la resaca mientras te dan palmadas en el hombro. No sé nada de nada, pero creo que esto no funciona. Un fuerte abrazo mientras medito si el honor que me concediste en su día al nombrarme patrono de Premysa se corresponde con mis palabras críticas y melladas. Quedo a tu disposición.» 16 de julio de 2005

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Sobre la canícula me llegan Mari Sol y Urceloy, y yo casi no estoy para nada. Hasta he declinado la invitación de acudir al encuentro PAN de poetas que se celebra en Morille este fin de semana. Dejo el esfuerzo para ir el miércoles a Leganes con el fin de fallar el premio de poesía de aquella ciudad, que es cita de obligado cumplimiento. En el entrehoy anoto conversación con mi Morante, maileo con Herme y conversación sorprendente y seria con Antonio Izard, al que voy encontrando algo mayor. Y cocacola con tapa de oreja, y etapa sucrán del Tour sin Heras, y café con hielo, y cine a las ocho con Guillermo. Creo que Batman. (noche) Me he permitido navegar por blogs ajenos durante un buen rato y me he topado con la fachosidad de nuevo cuño que lleva a gala Victoria Prego bien pagada por «El Mundo», con las metáforas sobre la hipocondria nacional de Alejandro Gándara y sus cositas sobre cursos de verano –en los que seguro participa y cobrando, a pesar de ser un tipo que me cae bien, y sin apesar–, con los enormes silencios de Diego Fernández Magdaleno en esas breves noticias contadas a su padre, con las cosas Arcadi Espada que tanto me entretienen y con otros diarios poco destacables y para qué nombrarlos. De todos, el que más me jode leer es el de la Prego, porque yo la tenía en una peana desde mi más imberbe juventud y ahora me jode un punto verla entre vaticanista y florero podrido. ¡Pena negra! y todos callados como putas en asuntos tan fascistas y repulsivos como los que representan esos pijos insoportable de la derecha rancia que tienen a gala ser los hijos «políticos» del Fraga más en la calle es mía, los zaplanas achulados y los lloroncetes exministros de los interiores. Que había que estar chillando de rabia porque aún sigan aullando y sonriendo como avaros. Y la metafísica de la construcción en la Comunidad de Madrid con su pija bizca tensando siempre esa sonrisa maullada. Una pija bizca, un llorón y chulo encorbatado a lo hortera –léase dependiente de comercio– amargando la existencia al personal que mira la tele y enriqueciéndose por segunditos con sus milongas terrenales –y Dios al frente y al perfil, encima, arropado por su papátzinger decidido a prohibir la lectura de «Harry Potter» y la sodomía matrimonial si no es hetero–. Sí, todos callados como putas. Pero es así. En Salamanca, por ejemplo, los tres periódicos provinciales son de capital pepero o afín –y al cabo–. ¡Tiemble Venecia!, pues Savonarola no arde bien porque es ignífugo –que la ciencia ha avanzado una barbaridad desde el quemado–. Y en lo local: disputas siempre, fango sobre la mierda, quemazones, manos manchadas, paro a «más madera, venga», ruindades de todos los colores, incapacidad, jodienda de valores, Zancas y Quixanos en llaveros y hasta de tropezones en el gazpacho... ¿Pero qué hemos hecho para merecer que hasta los «nuestros» sean unos gambas de toma pan y moja? Que no salimos de imbéciles y ya estamos metidos en boboloscojones. Me bajo los pantalones, me asomo a la ventana y siento cómo una brisa fresca saluda a mis entremusleras. Por lo menos hay algo en este pueblo que alivia y refresca un poco, además de los colegas con cabreo y de los que se han hecho silencio. ¡¡¡Negro, impar y falta!!! 17 de julio de 2005 254


Hoy, por fin, le he escrito un poema a mi padre. Llevaba varios años intentándolo, pero me resultaba imposible afrontar el respeto y el amor que siento hacia mi padre en forma de palabras. Esta tarde, sin más, sin pensarlo, casi sin quererlo, han fluido los versos de forma satisfactoria, encerrando en cada

palabra todo el sentimiento que me propicia la persona de mi padre. «LA QUEMA DEL INVIERNO»:

«No fueron los azares, / sí la menta, / sí el mantel, / sí la resta de música en la boca. // No fue arder, / fue abrasarse de frío en los inviernos / entre aquel no poder / que aún nos corona / y este permanecer hecho de abrazos. // De entonces queda el padre siendo norte / para lo malo y bueno que viniese, / con su punto

de sombra en las pupilas / para prestarnos vuelo y estatura. / Si sufrió, no se sabrá jamás, / pues fue son-

risa hasta en la decepción / y hasta en las lágrimas; / también fue la moral bien entendida, / el muro

hasta las manos que flaqueaban, / el horario más laxo / y el dinero en domingos eternos y festivos. / Si el mundo naufragaba, él buscaba una isla a la que atarnos; / si la lluvia, era los soportales o el para-

guas; / si el calor, la camisa regazada y una sombra de parra bien tupida; / si la muerte, siempre un abrazo fuerte y un ‘sigamos...’. // Siendo ejemplo de amor, quemo un invierno / todas sus posesiones para dar-

nos / este calor precioso que nos lleva / hacia donde queramos ir. // Ser padre y basta.». Me he quedado

vacío y lleno, satisfecho del todo porque necesitaba escribir este poema como ningún otro, pues mi padre es sin duda el mejor padre que existe, y yo he tenido la inmensa suerte de caer en sus manos acostum-

bradas al trabajo y hechas para el honor y los laureles más sencillos. A él y a mi madre les debo todo lo libre que soy y me siento. Sin su apoyo y sin su aliento constantes e incansables nunca podría haber lle-

gado a sentirme colmado por la palabra y por el afecto. Os quiero, padres, tanto como a mis hijos y a mi mujer, pero siempre menos de lo que me queréis vosotros. 18 de julio de 2005 Jodida fecha, sí, jodida. Como que me dan ganas de no escribir. Haré un esfuerzo y lo dedicaré a

mi abuelo Felipe, que tragó bilis y balas en las fincas olleras –mi mafre me acaba de explicar que no murió en Los Santos, sino en una de esas fincas de esa gente de Diossss– por un no sé qué de que al pobre

hombre le iba la cosa de la libertad y pensaba en una sociedad más justa y con todo mejor repartido. «El Juguete», Felipe Sánchez, mi abuelo, debió sentir un miedo atroz mientras los sicarios de los fascistas del

textil le transportaban en aquella luctuosa camioneta que era el mismo ángel de la muerte, un miedo atroz por sus cuatro hijos –entre dos y siete años–, por su mujer de acero –joven madre y sirvienta por necesi-

dad de la clase que la dejó viuda–; un miedo atroz por el dolor que se avecinaba y una pena triste por la enorme sandía que dejó destrozada en la arena de El Solano cuando le atraparon las hienas, una sandía que debía saciar el hambre inmensa de sus hijos. Imagino también sus lágrimas por no poder despedirse siquiera con una mirada de los suyos, y el sudor frío, y la rabia, y la verdad que atravesó su cabeza como

fuego, y las ganas de huir. Mi abuelo andando entre las sonrisas diabólicas de aquellos que cobraban cua255


tro perras gordas por asesinar a sus iguales, cuatro perras gordas de los hijos de puta que vivieron inflados hasta la muerte necesaria y justa –alguno aún respira... ¡Dioooos!... 21 de julio de 2005 Ayer me fui con toda mi prole a sudar Rivas y a conquistar Leganés. Sudé, sin más, y a lo bestia.

Hacía mucho tiempo que no hacía un viaje largo con toda mi gente amontonada en el coche. La ida

fue trapisonda hasta el punto de que sólo nos faltó la abuela Magdalena en el maletero. ¡Puff! Felipón en

me mareomemareoabrelaventanamemareo, y retando a su hermana con su vena más puñetera; Mariángeles en cierrayalaventanaquesevaelaireacondicionadotontonovuelvoaviajarcontigo, y puteando a Felipón en ese estilo nacido de nalgas en su plantada y preciosa figura; Guillermo en venga¿yallega-

mos?¿nollegamosya?joMadridquélejospapi¿yallegamos?¿nollegamosya?jo, y pasando de las milongas de sus hermanos aunque siempre en medio, entre los dos, que le habían arrebatado con oscuros subter-

fugios los asientos con ventana; madre, enferma con la disputa de los dos mayores y su novuelvoasalirconvosotrosdeviajeyaestábienbasta... Y yo cagándome en todo lo que se mueve curva sí, curva no.

Y a veinte kilómetros de Madrid, todo en obras –chungo, bizcapepé–. Me escapo por la M40 como

puedo y venga sol y bronca –¡joder!–. Y Rivas, la rehostia: nuevos accesos en obra total y perdido de la

muerte hasta el primer letrero carrefouro. «¡Aquí nos quedamos, leches!» Y llamo a Morante «tíoaquíes-

toyvenyavengacoñoquépuebloeltuyo». Caña fresquita, tapa revenida de chorizo –lo justo para la temperatura ambiente del momento–, besos a todos y euros para que los críos nos dejasen en paz unos minutos mientras se entretenían en el área de juegos –¡¡¡bien!!!–. Y llegó mi Morante con el afecto puesto, y me relajé con el amigo eterno. De la mañana, resta acomodar la charla en su lugar y la comida america-

na por obligación en su justo sitio: menú infantil con hombre llameante para Guillermo y los demás a Bocatta. Paga Morante, que siempre se me adelanta y me da mucha rabia. Anotar también café con hela-

do ricorrico, y otra vez Morante... tío, coño, que somos cinco. No pasa nada. Y llega Herme a lo Metropolitano Golden Meyer: un encanto de tía, buena a rabiar, sarcástica con figura y elegancia... y ese

diente que enseña con su sonrisa dulcísima y que tanto me gusta –se me olvidaba anotar que Guille y

Felipe se bañaron en calzoncillos en la piscina de la urbanización de Moante y sin avisar; qué listos los jodíos. Mariángeles sólo le decía a su madre: «quévergüenzaquévergüenzamamá». Y a Leganés. Mi gente

castigada a pasar unas horas de centro comercial y yo, con José Luis y con Herme, a fallar el Ciudad de Leganés. No fue difícil, pues nos pusimos de acuerdo rápido gracias a que mi Morantón y la hermosa Herme hacen sus deberes de puta madre. Bien por ellos. Y un besotre a Luz Mª con cervecita helada, y

Begoña con su «yeratismo» sarcástico siempre puesto en la sonrisa de la boca –me encanta esta tía, coño–. Y Esther Muntañola bellísima, muy delgada, con una boca perfecta y una caída de ojos divina,

sencilla y sofisticada a la vez en la lentitud de todos sus movimientos –me cae muy bien esta muchacha–,

reencontrada y perdida otra vez en la marasma urbanita que más me encabrona. Muy guapa, de veras. 256


Luego, Santi G. Valverde con su risa franca inevitable, con las alforjas llenas de una poesía que no hace falta leer, con la fotocopia de un poema original que Sabina de la Cruz le ha pasado por amigo y por grande, un poema retitulado Leganés y perteneciente a la memoria viva del esposo de Sabina –acertad el nombre, jeje–. Mis hijos me robaron de la mano de mis amigos y apenas pude disfrutarlos. Y todo terminó,

de nuevo, en el aire acondicionado de un centro comercial con unos helados carísimos deshaciéndose y con un viaje de vuelta mucho más tranquilo –la noche hace milagros. 22 de julio de 2005 Todo el día ciscándome en Tartesos por el jodido calor que tenemos que sufrir los curritos cuando

nos toca ir al tajo a Jerte, y ciscándome también por los cursitos Premysa de labor

cervantinochoricera/torticera (léase esa acepción del término hacia lo que no se ajusta a la razón) a 200 euratis la tirada y que me traen por la calle de la amargura, ya que el personal se me ríe en la jeta por eso

de que yo vengo siendo de la causa por la nadería del honor Rizzi que se me concedió quizás como castiguito a mi bocota. Y es que esto no se debe hacer, colegas, con un tipo que siempre ha creído en la pro-

gresía y en los valores de la izquierda. A mis años tener que aguantar ser parte de esas cosas tan Sección Femenina que tanto le iban a Pilarín Primo y a sus mesnadas de nalgas lacias. Y rompo mi silencio un

poquitillo porque estoy muy cabreado, ¿vale? Y quitándole el calor a Jerte, niño, que la gloria mismita. Qué poderío, qué arte, qué progreso, cuánta gente trabajando... y todo como una patena. Yo me digo que

ahí sí está el espejo en el que mirarse, Premy, menos historias mediogeneralísimas, menos cursos y menos

talleres. Que yo creo que lo primero que hay que hacer, y ya puestos lo digo, es conocer los mimbres locales y comarcales (tipología de la población en edad de currar con percentiles y detalles de formación, pro-

blemas, causalidad del paro específico, necesidades empresariales y de servicios, posibilidad del fomen-

to de autoempleo, actividad crediticia y estados financieros de las empresas ya existentes, posibilidad de financiación al empuje de nuevas empresas que falten en la comarca, estudio de microcréditos para jóve-

nes y desplazados, posibilidades con visos de realidad para recuperar a todos los titulados comarcanos

que han tenido que emigrar, valoración de incorporar nuevas tecnologías en las empresas ya existentes para empujar nuevas bolsas de empleo y autoempleo con pequeñas empresas periféricas...), y cuando

digo conocer los mimbres, estoy diciendo que hay que ponerse a estudir a fondo a nuestra población desde el campo profesional, no desde la incorporación de personas sin conocimientos testados para este tipo de estudios. Conocer con precisión lo que hay, estudiar con detalle y auténtica profesionalidad lo que se puede hacer, dónde y cómo, es un punto de partida imprescindible para acometer programas de ataque directo al empleo y al crecimiento. Y sé a ciencia cierta que lograr un estudio en condiciones cuesta un

huevo y parte del otro, pero entiendo que es la única forma de empezar con buen pie algo que nos ase-

gure un futuro mejor. Es preferible que se gaste el dinero de cursitos y talleres formativos en un estudio profundo de la «cosa» y que de ahí se comience a trabajar de forma estructurada y sólida, con unas metas 257


muy específicas, para garantizar el cumplimiento a pies juntillas del programa que se cree y se decida aplicar. y si hace falta un «loby» –esa palabreja albiona tan en boga en estos días–, pues que se gasten los

duros en el mejor, coño, que ya basta de mediocridad y gustillito por lo más prosaico, que Béjar necesita un empujón de una vez, y volver a aquel milongo «Salamanca Emprende» me parece muy fuerte. Basta

y cierro. Y que me escribió Esther Muntañola, y que me llamó Inma Luna, y que llamé a Morante, y que contacté con Belén, y que charlé chuli con Antonio Garrido... y que me voy a intentar reposar un ratillo, que estoy más doblao que Picapoco. Muac. 23 de julio de 2005 Escribir en este tiempo de ratas es fácil y a la vez muy complicado. Todo depende de cómo se abor-

de el trasunto de las palabras y con qué intención. Si la cosa va de publicar y epatar, no hay ningún pro-

blema, sólo tienes que mamar las pollas precisas y escribir exactamente lo que esas pollas quieran que escribas y cómo desean que lo hagas –es conveniente buscar a algún escritor de «enjundia política» muy bien colocado por dorar las píldoras mediáticas que le convienen a los partidos más poderosos y cartearse con él apoyando sus artículos de prensa, ensalzando su libros últimos y primeros y mostrando una

admiración que ofrezca sumisión total; de ahí llegarán tus primeros trabajos para revistas especializadas, tu asistencia a cursitos, talleres y congresos como becario/a y, después, ponencias pagadas, conferencias,

recitales, publicaciones conjuntas, premios magros y publicaciones individuales escaladas en editoriales diversas que con el tiempo serán de más calado... Dinero, al fin y al cabo, por palabras sicarias–. Este modo de llegar a ninguna parte es el rápido y el más infame, el que siempre pillan los jóvenes ambicio-

sos que quieren llegar rápidamente a comerse un trocito de la hedionda tarta del poder pseudoliterario. Muchos de estos tipos ya tienen sus libritos en editoriales mediáticas y algún puesto de importancia media en fundaciones importantes o instituciones culturales. Sus poderes siempre los utilizan para bus-

car el favor y jugar al intercambio enmascarándolo todo con una pátina de intelectualidad relamida y con mucha cultureta de salón. ¡Lameculos!, se enfangan con fiereza en defender su statu y, por ende, en defender la imagen, las ideas y la mierda escrita de sus mentores.

Otra forma de escribir, mucho más digna, es el disparo a quemarropa, sin formación alguna, sin

equipaje de lectura, dejando correr las ganas a campo abierto y equivocándose en casi todo mientras se

piensa en el «yo» como algo único e incomparable, mientras se tiene montado un mundo imaginario en el que se es el adalid e la originalidad y de la mejor dicción con contenido. Estos escritores de hambre son pesadísimos para los demás y muy difíciles de llevar y aguantar. Casi todo lo que escriben es malo

de atar, mientras se empeñan en defenderlo a muerte ante el «sursum corda». ¡Infelices tipos primarios! Hay tantos.

Y luego está la escritura callada, ésa que nace de la razón y la experiencia, la que se alimenta de

sensibilidad o rabia, la que contiene el poso de la vida y de mucha lectura anterior, la que no antepone el 258


término «publicación» a la necesidad de decir y al impulso creativo, la que no nace de una preocupación por ser o por estar. En este espacio es donde nace y crece el escritor verdadero, sea bueno o malo, por-

que también hay malos escritores verdaderos que son mucho mejores que algunos de los más destacados escritores mediáticos.

Mi problema ante lo dicho es que no sé dónde estoy ni cómo estoy. Y, lo peor, no sé hacia dónde

dirigir mis pasos. Estoy hasta los cojones de titubear. 23 de julio de 2005

Ayer celebramos el cumpleaños de Magdalena en El Castañar con una comida familiar hermosa y

triste a la vez –siempre falta alguien muy importante para ponerle la guinda a estas comidas que juegan

a ser la última, y no me parece nada bien; es más, me parece una impertinencia y una falta de sensibilidad–. Mi Mada estaba confusa, con la mirada perdida y una calenturita a medio sanar en su labio infe-

rior. Yo ya no sé si disfruta de sus hijas y nietos en estas reuniones familiares o todos somos un estorbo que distorsiona y agota. En todo caso, creo que está muy bien vernos las caras (casi) todos un par de días al año. Esta vez se sumó a la tribu un japonés, Yoshi, amigo de mi sobrino Javier, que hizo que la comi-

da fuera aún más deliciosa con su sensibilidad y sus gestos tranquilos. Fue una reunión feliz esta vez y

no quise entrar en ninguna conversación tensa para no crispar –oportunidades las hubo un par de veces–.

Me encantó ver a Antonio besar a Magdalena con un cariño difícil de expresar con palabras, y la reac-

ción de Magdalena ante el cariño. Yo la abracé un ratito y se me acurrucó en el pecho sonriendo. Es un cielo.

(mañana) «Yo te reconquisto de toda tierra y celestial altura, / porque el bosque es cuna y tumba,

/ porque estoy en la tierra con un solo pie, / porque voy a cantarte como no canté a nadie jamás. // Yo te

recupero de todo tiempo y de toda espada, / de toda noche y de toda bandera; / arrojaré las llaves y los

mastines del umbral, / pues soy perro fiel esta noche. // Te reconquisto de todos los demás y de la otra / pues no seré esposa de nadie, ni tú serás esposo de ninguna, / y en la última lucha te salvaré, ¡calla!, /

del que en la noche estuvo con Jacob en la lucha. // Pero hasta que en tu pecho pueda cruzar los dedos / –¡maldito seas!– te ensimismas a solas, / tus dos alas alzadas al espacio infinito, / pues el mundo es tu

cuna y tu sepulcro el mundo.». Ando corrigiendo una mala traducción de poemas de Marina Tsvetaeva y

estoy disfrutando un montón a pesar de que con mi voz hago de sus versos un eco triste e incompleto.

Me da rabia no saber ruso para poder leer en su idioma a esta poeta fortísima y vulnerable. Mi homenaje queda en los versos que acabo de escribir/interpretar unas líneas más arriba, y mi admiración, y mi desesperanza, y mi tristeza. Quisiera ir más allá de ese mundo que es cuna y sepultura, soportar un amor

hecho de duelo y falta, recelar de una boca y aprender a sentir un tacto ya imposible; quisiera recibir en

las vísceras un sentimiento intenso y aprender a vomitarlo con palabras. Es imposible, y lo sé, pero me encanta presentir que alguna vez podré escribir como Marina para alguien. 259


(tarde) He pasado la mañana del domingo adelantando algunos trabajos de la imprenta, pues el ago-

bio llega arrimado siempre a las deudas y a las prisas de la gente. Y no sé ser empresario, no me gusta,

pero hago fuerza cada día para estar a la altura de los que me rodean y para demostrarme a mí mismo que

soy capaz de algo. El resultado es una mezcla de desesperación y un ahogo extraño que se mezcla con

una rara sensación de no llegar a tiempo. También es cierto que necesito romper con mi imaginario y pegarme bañitos diarios de realidad para no anquilosarme en la bobada de una vida soñada. Y mientras

trabajo imagino ser otra persona distinta, un hombre que habita otro lugar, que duerme en otra cama y que sabe de otras pieles... esto me ayuda a pasar el trago prosaico y a currar en dos niveles: el real y otro que me va salvando cada segundo que sucede. Ahora, las seis de la tarde más o menos, acabo de releer

«37 poemas», de Eugenio Montale –me lo regaló mi Abraham Gragera en mayo del 97–, y me he quedado con «Tempo e tempi», traducido por Ángel Crespo con bastante tino... «No hay un único tiempo:

hay muchas cintas / que se deslizan paralelas / a menudo en sentido contrario y raramente / se entrecruzan. Es cuando se descubre / la única verdad que, desvelada, / es cancelada al punto por quien cuida

/ de ensamblajes y agujas. Y se cae otra vez / en el único tiempo. Pero es en ese instante / cuando sólo los pocos vivos se reconocen / para decirse adiós, nunca hasta luego.». Importante este poema para tan-

tas cosas, e importante Abraham con sus descubrimientos y su ausencia ya tan larga. Y no sé por qué me

acuerdo ahora de Idoia Ikardo –que me escribió hace unos días un mensaje sms para decirme que le había hecho gracia que yo tildase su poesía de excesivamente narrativa–, porque la vi en Moguer como nadan-

do entre varias de esas cintas paralelas que se mueven en sentido contrario. Percibí netamente que no es

poeta aún, pero que la mordida interior que padece puede hacerle estallar en cualquier momento con algo importante y sorprendente, y quizás no tenga nada que ver con la poesía y sí mucho con una narrativa impactante y necesaria. Ya digo, no sé a qué viene ahora Idoia, pero su rostro, su cuerpo y su voz acaban

de cruzarse nítidamente por mi cabeza. Y a mí también me hace falta «caer en el único tiempo» para

verme de nuevo con cierta distancia y recuperar la voz que más me gusta, esa voz sencilla, de palo seco

que dice de forma escueta lo justo y necesario. Y se me pasa también por la cabeza Alberto Hernández, que ahora anda exponiendo en Galicia como se merece, y me subo al piso de arriba a ver y tocar un cua-

dro suyo muy Tápies, y lo disfruto y pienso en el amigo de blanco humo prohibido. Es un tipo extraordinario.

26 de julio de 2005 Me gustaría tener ahora aquí, junto a mí, a todos mis amigos, poner la música de Zizi Possi, por

ejemplo el tema «Quém e vôce», y leerles a cada uno un poema. A José Luis Morante le leería la estrofa XLVI del «Adonais. Elegía en la muerte de John Keats» de Shelley; a Belén Artuñedo, el poema «Las

nunca olvidadas (I)», de Robert Louis Stevenson o «Sobre una oda de Horacio» de L.A. de Cuenca; a

Antonio Orihuela, «Primera navegación a vela», de Ricardo Franco; a Diego Fernández Magdaleno, 260


«Los zarzillos», de Montale; a Antonio Gutiérrez Turrión, «Cálculo de probabilidades», de Benedetti; a

Herme G. Donis, «Bolero», de Goytisolo; a Antonio Gómez, «Emigrante a América» de Huidobro; a Fernando Beltrán, «Dentro de su cabeza», de Casariego Córdoba; a Esther Muntañola, «Sobre las lomas

de Sussex», de Sara Teasdale; A Urceloy, cualquier cosa de Catulo; a Alberto Hernández, «Tango de eter-

nidad», de Gamoneda; a Juanito, «Parón», de Martínez Sarrión... Y, así, uno por uno, un poema volando a sus oídos, un poema que me los evoque y me los traiga... y que no se los lleve jamás.

Ayer murió una cría de milano al intentar alzar el vuelo desde el tejado que está frente a mi casa.

Felipe lloró mucho, pues en casa todos queremos a esas aves vecinas que crían justo enfrente de la cocina todos los veranos. Pobre. 27 de julio de 2005

Hoy he probado el Ducados rubio en un acto de infidelidad a mi Chester, y es que la economía está

tan chunga como para esto. No está mal, pero está mucho mejor mi Chester de toda la vida. Veremos. El

día ha dado también para charlar un ratiro con Josetxo y para hablar por teléfono con Antonio Gómez.

La vidilla me la han dado unos libros que he comprado y que me han llegado esta misma mañana: Un opúsculo de José Benavides y Magarzo de León que se titula «Esencia de la poesía» publicado en 1880,

la «Antología total» de Vicente Aleixandre en una edición de 1977, una rareza de 1824 titulada «De la

filosofía moral» de Josef Droz, una bellísima edición en francés de «Entretiens de Cicerón sur la nature des dieux» editado por Barbou en 1775 y «Histoire de la vie et des poésies d’Horace» del barón

Walckenaer (1840). Y me he pasado casi una hora tocando sus cubiertas, pasando mis dedos suavemen-

te por los tejuelos de sus lomos, hojeándolos despacito. Es un placer tener entre mis manos unos libros

que han pertenecido a distintas generaciones de personas que los han sabido cuidar con mimo durante tantos años. Su olor también es muy excitante y logra transportarme a otro tiempo y a otras formas de entender la vida tan distintas a esta locura en la que estamos metidos. De mi hojear, dejo unas palabras

de Josef Droz hablando de Dios: «...la inmensidad del Ser que exige la obediencia, y la nada del que ha de prestarla, atemorizan la razón; nacen entonces los tiranos escrúpulos, martirio de la inocencia; se subs-

tituye la moral con una sutil casuística... ... y la superstición y el fanatismo ahogan la religión, asolando la socidad.». Esto está escrito a principios del siglo XIX... Me digan. 28 de julio de 2005 Alguien que no me conoce me anda utilizando para atacar a Ramón por cierta milonga de política

de pueblo, y quiero dejar muy claro en estas páginas que mi relación con Ramón es normal, que admiro su encono y su capacidad de trabajo y que no me roza casi nada con él en los últimos tiempos. Debo admi-

tir que hemos tenido discrepancias, épocas tensas, discusiones bizantinas... pero siempre se han solucio261


nado por el práctico y pacífico método del diálogo. También han existido momentos dulces y entusiasmados. Todo pasó ya, y mi pensamiento sobre Ramón en el terreno político bejarano es algo que perte-

nece a mi universo íntimo y que sólo comento con mis cercanos. Quede claro, en todo caso, mi respeto al hombre y mi reserva con el político. Yo, sinceramente, no tuve los reaños de quedarme en el campo de batalla para aguantar las heridas –me dediqué a la prensa pobre y a buscar espacios de libertad–. También es cierto que no me gustó nada mi paso por la política y que nunca peleé por un puesto de más envergadura que los que pude ocupar entonces. Dicho.

Y contar la gran alegría que me ha supuesto recibir dos pequeños poemarios de José Luis Morante:

«El cielo de verano», editado por Pliegos de Ítaca, y «Diez insomnios», editado por Corondel –los leeré

el fin de semana–. También me ha llegado un magrísimo volumen Renacimiento del gran Karmelo Iribarren, «Seguro que esta historia te suena. Poesía completa (1985-2005)». Me encantará leerlo y comentarlo. Gracias a los dos colegas por acordarse de mí. 29 de julio de 2005 Hoy he dedicado un par de horas a leer algunos textos sobre Enrique Líster y, sin querer, he encon-

trado una publicación anónima de carteles y cartelistas de la 2ª República Española. Una delicia de imá-

genes y toda una historia gráfica de aquella ilusión y aquel terrible miedo: Amster con un affiche maravilloso anunciando la creación del Instituto para Obreros de Madrid, Arteche llamando a la lucha a las

mujeres con una miliciana digna de los tebeos femeninos de los años sesenta, Canet con una llamada

campesina a recoger toda la cosecha en un ambiente lúdico/bélico, Sanz Miralles llamando a dar el golpe definitivo al fascismo con un monstruo contra el que bien pudieran luchar los 4 Fantásticos... y me han transportado a aquel tiempo de pasiones encendidas y miedo. Estuvo chulo. 30 de julio de 2005 Los rastros de la noche de ayer me han sacado del sueño a eso de las diez de la mañana. Estuve con

mi hija en La Venta de Bufón escuchando una jam session de la gente del II Seminario de Blues Ciudad

de Béjar. Disfruté y me reí un ratito. Los profesores eran francamente buenos tocando, especialmente me gustaron Kike Jambalaya y Leo Sánchez; y los alumnos bastante verdes en general, aunque había tres jovencillos con esa cara de hambre de aprender que tanto me gusta. El punto flou/flash lo puso una espe-

cie de vaquero americano «semirrockabilly» embutido en unos pantalones de cinco tallas menos y con

un aparataje digno de míster Livingston mezclado con cierto swing tía Engracia. El fulano me llamó la atención desde el principio, cuando le vi sentado en la terraza alta fumándose una pipa de estilo country profundo, con un sombrero auténtico y una cara de tabaco rubio americano o «ha vuelto el hombre», que

es lo mismo. Hasta ahí, bien, me pareció una rareza puesta en El Castañar por arte Miguel. La historia 262


llegó cuando salió a participar como guitarra en la jam session: la cara de malo del oeste trocó en agra-

decimiento sumiso y gestos en búsqueda de la aceptación gansa, temeroso, lento, entre acojonadillo y

venga... un contrarretrato de su apariencia. Si a ello le sumamos el pantalón prieto hasta estallar, tócame Roque. Y al final se metió de rondón y sin permiso en la pieza final para hacer un solo de armónica que sonó sucio y perdido, estropeando la buena marcha de ese final pensado por la piña de profes con pinta de cachondos. Esta noche quizás vuelva a ver qué sucede.

(mediodía) Ya leí los poemas de Morante. Fina y pura ironía, desencanto tranquilo, precisión abso-

luta de términos y ritmo, algo de candidez cuando se habla del otro –aunque hay escepticismo entre la crema limpia–, un nuevo imaginario que yo desconocía cuando juega a cartógrafo, a escultor o a suicida. No son más de lo mismo –como a mí me sucede– estos pocos poemas, hay un tono muy nuevo mezcla-

do con el hacer más clásico de este poeta entero. Me gusta lo que ha hecho y me da en la nariz que hay un buen libro en ciernes dentro de poco tiempo. Será bueno, me temo. Sí que me ha jodido un poquito

verme en ese poema entrevista en el que se duele de que los amigos no le contestamos a las cartas (por lo que a mí se refiere es absolutamente cierto. Perdona, colega).

(tarde) Excursión con los críos al río Jerte, y sin bañador –para dar la nota progresista, como siem-

pre, y acabar todos en calzoncillos intentando pescar bogas–. El personal nos miraba raro porque se nos veía la cosa montaraz en el blanco de la piel y en la poca pericia para salvar con éxito los cantos roda-

dos. En fin, los chavalones disfrutaron, comieron helados, bebieron Fanta, se descojonaron de risa para lograr mearse en el río Jerte, que no está catalogado aún como contaminación a efectos sancionadores. Y

volvmos mojados, no sin hacer antes la parada de rigor en el mirador del puerto para asombrarnos del paisaje bellísimo.

Y ya en mi estudio me leo de corrido y con hambre la antología de Karmelo Iribarren. Fresquita,

fresquita; obra de un maestro en la vida y en las ganas, muy cercana a la cosa Roger que más me gusta y bastante Chinaski. Decididamente, Karmelo queda en la balda de mis autores de culto para siempre

(«¡Ojo avizor!, / poeta. / No vayas a caer / en la vulgaridad / de escribir /un poema divertido. Esto / es

muy serio. A este club / sólo acceden / las eminecias / en martirología. / No vengas / ahora tú / a jodernos el invento / con la vida.»). Yo prefiero mil veces a un camarero que a un poeta. ¡Bien por Karmelo! 31 de julio de 2005 Hoy le han dicho a mi padre que han hablado de mí en la Cadena SER nacional para agradecerme

el trabajo editorial y comentar positivamente mi poesía. Y mi padre está como con zapatos nuevos, orgu-

lloso de mí y satisfecho de ser mi padre. Él no quiere saber que todo se lo debo a él y a mi madre, pues piensa que soy un hombre hecho a sí mismo, como no entiende que este tipo de historias mediáticas no

son nada importantes –para él significan reconocimiento a mi trabajo y, por tanto, es el no va más–, no entiende que yo crezco en la soledad de mi estudio, junto a ellos, a mi mujer y a mis hijos; que lo real263


mente importante es la sonrisa que me llega a la boca constantemente por tenerlos a todos a mi lado. Yo

soy importante en la medida en que ellos me importan y yo les importo –y soy muy importante, lo tengo claro–. La poesía es un accesorio magnífico como vía de escape, pero sólo eso, pues su valor sólo debe

medirse en calidad de vida y en lucidez, no como mérito ni como oropel –que también gusta a veces, no lo niego–. Y yo me alegro porque hoy mi padre esté feliz, porque eso me hace feliz a mí. Así pues, que

hablen de mí mucho por la radio y que mi padre lo escuche, y que se lo comenten por la calle los paisanines, y que me lo diga con asombro y satisfacción. Claro que sí.

(tarde) Pierdo el tiempo armando mi nuevo diario cutre-collage. Y ahe llenado más de veinte pági-

nas con recortes, dibujos y pensamientos. Me parece una buena medidad para acabar de pasar el verano sin abrasarme de calor, tedio y gente. Y me preocupa Miguel, le he visto jodido a la hora del café y muy

disgustado con los profes blueseros: El personal no entiende lo que cuesta montar una historia y sólo quieren pelas y cosas, pasan de los afectos y el buen rollo. Todos somos negociantes, ¡mierda! Ya lo dijo

–de otra manera– mi querido Karmelo: «No se preocupen. / Ustedes sigan / adornando / sus jodidos arbo-

litos / de Navidad. // Yo haré / el trabajo / sucio.». Y de otra más manera, Morante aplica su tornillo sar-

cástico a esta resta de absurdos: «Tasio Luna leía cada año / numerosos manuscritos / aunque sobre los

mismos no opinaba nunca. / Llegó a ser el crítico más reputado de su tiempo. / Los que a sí mismos se

consideraban buenos escritores / juzgaban el silencio como tácito asentimiento; / los dubitativos refren-

daban con él sus propias dudas; / los malos escritores entendían aquel silencio / como un gesto de cortesía.».

1 de agosto de 2005 Es tiempo de cabañuelas y mis hijos retozan en el sillón viendo antiguos episodios de «Los

Simpson» con los ojos rojos por el cloro de la piscina –aunque su madre se empeña que esa irritación

viene de la Nintendo–. Yo, mientras, sobrevivo a base de sandía y melocotones mientras paso de casi todo

lo que sucede a mi alrededor. Sólo me falta aquel «... y de postres las bañistas...» del bueno de Angelito Glez. Como lucha contra la vergüenza de mi estado, me meto una pequeña dosis de telediario... y apes-

ta: Una madre que asesinaba a sus bebés y los metía en macetas que decoraban su jardín, unos muertos

en la carretera de Ávila–Salamanca con mucha verdura desparramada por el suelo, la muerte de uno de los ricos iracundos del petróleo, los actores secundarios de los atentados de Londres –ya apenas se habla de las primeras figuras–, Aznar sin camiseta haciendo bolos –jodido mamón– y lluvia a raudales en no

sé qué parte del mundo... todo presentado por una perica impresionante, felina, que se me comía desde

la pantalla... Y volví a mi sandía y a los melocotones verdes como quien cambia de dial. ¡Puta mierda de mundo!

Mis hijos seguían con más Simpsons –la realidad en dibujos y más divertida– y mi mujer, precio-

sa, probándose la ropa de ese arca de la alianza que lo contiene todo: Una familia feliz, al fin y al cabo. 264


5 de agosto de 2005 Ya dos días de blues entre las nalgas y tengo la lengua de napa y el cuerpo tan crujiente como el

pan recién hecho. El ánimo, de diana floreada gracias al diablo y a Miguelón. El primer día, sinceramente,

de llorar, con el luso Chalie y sus Blues Cats flojitos –no me imaginaba yo un blues luso si no fuera con fusión de fado, y sigo sin imaginármelo– y con un postre Bummer demasiado jevirrock de una onda muy distinta a la buscada, con un sonido sucio que yo no sé aguantar. Demasiado mediocres los grupos para

un comienzo de festival, y en jueves, con curro pendiente y sus etecés. No pasa nada, hombre, que era el

aperitivo y el capote para que el toro melómano entrase al engaño y se diese de narices con el albero. El segundo día, hoy, ya el festival de verdad, arrancando de mentirijilla con los Hash, flojitos pero dignos, con una armónica notable como mejor valor. Y llegó el brillo sin más, como quien no quiere la cosa, con

Marcus Malone, un blues elegantísimo, limpio, moderno y lleno de gracia y emoción. Marcus limpió y dio esplendor a toda la mediocridad anterior, que se me olvido al instante. ¡Gracias, M. M.! Y con la sexta

cerveza y el vigesimonono cigarrillo se me apareció una suerte de Ray Charles con cierto toque de algodón y un no sé qué africano: Skeeter Brandon, un ancianito sin luz sentado frente a su órgano callado y

una envidiable juventud rompiendo la voz y partiendo la pana en el teclado. Cuando canto «Georgia» me

presentí feliz y me vi en otro tiempo, con la piel de gallina y todo el vello erizado, un tiempo de colegas y amores clandestinos, de besos a escondidas y de no dormir nada. Skeeter me rompió y me hizo llorar

de alegría, y bailé como nunca he sabido –sólo con la cabeza, que no doy para más– junto a mis colegas Gerardo y Elena, felices también y sintiendose libres por unos minutos. Y todo porque a Miguel Sánchez Paso se le pone en los cojones regalarnos un tiempo que ya había mos perdido. Nunca podré agradecérselo, nunca. Y me voy a dormir, que ya es mañana. 7 de agosto de 2005 Acabó el festival de blues esta madrugada y me embolingué un poquito. Nada, ese pedete lúcido

que marca el límite de lo que podemos aguantar los adultos que jugamos a jovencitos. La crónica escue-

ta podría ser: Ganó Ñaco en el duelo de armónicas, Phil Guy lució traje de terna en granate y oro a lo James Brown –normalito en la música– y el organista/vocalista Burning es un gilipollas que parece más

un cabeza rapada matamoros que un líder de banda movida madrileña. Que lo que podía haber acabado «Blues» –que mimbres había–, acabó «vlues» gracias a ese payaso montando el número «líder/mando yo» en el escenario. Que tenga que venir un chuleta a joder todo el encanto ya manda unos cuantos hue-

vos, y tratando a palos a los técnicos de sonido delante de todos los que estábamos allí, y cortando las canciones cuando le salía de su pantalón hortera, y desafinando, y diciendo cositas de tanta altura inte-

lectual como... «nenas... qué bonitas estáis esta noche»... ¡vete a la mierda, tío! Y me dediqué a mirar al 265


personal de tropa: una mujer de porrito constante, falda morada y cuerpo divino bailaba con soltura y mecía mis ojos mientras Alberto H. y señora reían sus copas, Luisito Fú tragaba esas risas de comerseelmundoperono, Juanito se cabreaba cansado, Miguel iba como respirando en un yaseacabó, Elenita gua-

peaba la plaza del brazo de mi/su Gerardo, Richar subía el tono de voz entre la familia, Marín tomó la barrera y basta... y piernas de todos los orígenes y pendientes de algunos finales, y pechos como huchas de las cajas de ahorros confederadas llamando a los ojos, y caderas moviéndose para imaginar y desen-

volver, y cerveza a raudales, y pumpunes constantes del majara Burning al que seguían algunas mocitas

con auténtica entrega –el amor es ciego–. En fin, que acabé abrazado a mi hija y bajando de El Castañar a veinte como mucho.

El festival ha estado bien en general, aunque yo borraría de ya a tanto imberbe con guitarrita que

confunde el blues con el rock frufrú o con el pop hortera. Sólo poniendo a Skeeter Brandon como bro-

che final la cosa hubiera pasado de bien a muy brillante. En todo caso, todo mi apoyo y mi afecto para el valiente de Miguelón, y gracias por Skeeter, por Marcus Malone, por Ñaco y Dany Boy, por Darius y Guy, muchas gracias, tío. Y al macarra de los Burning no le pagaba, coño. ¡Payaso! 8 de agosto de 2005 Mi vida es un ballet para soprano: no sé de qué va. Tan pronto sale un día torcido y pijotero como

se me aviene un día «Can mayor» con llamada incluida de Javier Lostalé para entrevistarme en «La estación azul». No entiendo este no ser y ser al rato, y debe radicar la cosa en mi calidad de hombre prima-

rio que sólo ve planos que se cortan y líneas que se cruzan. Más cuando acabo de enterarme de que la Fundación Giner de los Ríos, por medio del «Colectivo Giner de los Ríos» y con el patrocinio de Unicaja,

ha dado a conocer mi poesía en un acto público celebrado el día 28 de abril en Málaga, en el hotel Acinipo... y yo sin enterarme de nada, como siempre, con lo que a mí me gustan los dorados oropeles y

la pólvora. Sólo le falta al asunto que se enteren los de «autores» con su «silbar se va a acabar» y vayan por allí a demandar los cuatro doblones por uso de autor con agravante de desconocimiento en comisión

con caja de ahorros. Lo llevo chungo, mira que dar a conocer mi poesía sin que yo me entere; ya es mala suerte no estar mirando el único día que alguien me lee en público sin que yo tenga que hacer el esfuer-

zo lector y panoli. Gracias mil a los ginerdelosríos por el detalle, coño. Hoy voy a dormir como un crío. 11 de agosto de 2005 Hoy ha sido un poquito mi día de gloria, pues Javier Lostalé e Ignacio Helguero me han hecho una

entrevista de una hora para el programa «La Estación Azul» de Radio 3 (Radio Nacional de España) –se

emitirá la grabación el día 14, domingo, a las doce de la noche–, y he podido hablar de mi obra y de la

de mis amigos con total libertad, a pesar de mis pocas tablas. En fin, viaje a Helmántica con mi Geles, 266


encarguitos imprenteros en polígonos rijosos, espera de estudio en RNE Salamanca, conexión y muy buen rollo con Ignacio y Javier. Tiempo para hablar de mis cosas, de mi poesía, para leer poemas y escu-

char mi música preferida, para nombrar a mis poetas y gritar sus nombres bien alto –Morante, Luis Alberto, Belén Artuñedo, Abraham Gragera, Roger Wolfe, Karmelo Iribarren, Aníbal Núñez...– y tam-

bién para darle algo de cañita a la crítica dirigista, y para acordarme de Paco Ortega y de nuestro Jesús Márquez, y de mis padres, y de mi mujer, y de mis hijos. Putitamadre todo y tiempo para las noticias.

Luego a comprar ropa interior cortefiel, pantalones y camisas Levi’s –que soy un marquitas de mierda–, un pasador y unas diademas para la santa y un bocata con cola de purita hambre. Viaje a casa y corto y cierro. Buen día, ¡coño!

12 de agosto de 2005 El día ha dado para montar un cartelón en el Puente del Congosto –con bastante facilidad, gracias

a Deu–, para tomarme una tapita de carrilladas con cola en Guijuelo, para hacer unos alzados en la imprenta y para irme de «marcha flamenca» con Antonio G. al lustroso/ilustroso pueblo de Becedas. La

cosa no daría para más si no cuento que he tenido que transfigurarme en Santa Teresa y en don Quixote para adornar una ponencia del buen amigo Jesús Gómez –yo mismo en esas circunstancias, ¡¡¡la repolla!!!– y el reencuentro con el farmacéutico –un antiguo cliente de mi tienda de puericultura– y el glo-

rioso resurgimiento del amigo Rasillo, puesto de alcalde orondo y lirondo de la villa becedense –faltó el cura faltón, gracias también al Deu que no existe–. El más de lo más fue Rasillo con su comentario taber-

nero de «el boticario es algo político...», a lo que yo le contesté: «Todos somos algo políticos, Rasillo»,

y él me replicó: «Yo mismo no soy político». La rehostia mi colega alcalde, un tipo de esos que reúnen toda la sabiduría del pueblo por arte casi lazarillo. Unas copichuelas con tapa y vuelta a mi Béjar mun-

dial de la muerte. Y el pueblo dormido de atar, que hoy les va a durar el siestorro hasta bien entrada la tarde de mañana. Felices sueños. 13 de agosto de 2005

Para un día que pillo con la oportunidad de dormir hasta bien entrada la mañana, llama mi suegro

a las nueve con alguna nadería –que no me dio tiempo a pillar el teléfono, pero vi que era el suyo, «abue-

los m»– y me jode el buen rollito de las sábanas, y me cago en el jodido teléfono por no hacerlo en un

familiar. Y no importó ya, porque me levanté y me puse a trabajar en unos dibujos últimos que saben ponerme relax. Luego, sin ganas, pillé el libro «Arturo, Rey de Erbania» de Jonathan Allen –que llevo ya

varios meses prometiéndole al colega su lectura–. Agoté una hora y media en el intento, pero no pude con él, no es el tipo de historia que me enganche hoy y lo siento por Jonathan, pero he vuelto a aparcar el libro. Y es que no puedo con las novelas ya, con ninguna novela. Me muero de aburrimiento en el deta-

lle descrito y en la dirección señalizada. Ahora sólo necesito indicios que me lleven a desarrollar pensa267


mientos para poder perderme de pura concentración y ensimismamiento. A ver si le echo ánimos para empezar ese «Elogio y refutación del ingenio», de José Antonio Marina, que me ha prestado el colega Turri, que me ha dicho que me va a enganchar bien.

(noche) La tarde, de pena negra, aburrido como una ostra y muerto de calor. Ya en mi estudio, leo

a Pasolini –«Poesía en forma de rosa»–y traduzco del italiano por instinto (se me perdone): «Querido

muchacho, claro que podemos vernos, / pero no esperes nada de este encuentro. / Quizás, una nueva desilusión, un nuevo / vacío: de aquellos que hacen bien / a la necesidad narcisista, como un dolor. // A

los cuarenta años sigo estando como a los diecisiete. / Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete / pueden encontrarse, balbuceando / ideas convergentes sobre problemas / entre los que se abisman dos déca-

das, toda una vida, / y que, sin embargo, aparentemente son los mismos. / Hasta que una palabra, salida de la garganta insegura, / mezclada de llanto y deseo de estar solos, / revele la irremediable diferen-

cia. // Y, además, tendré que ejercer de poeta / padre, y entonces me esconderé en la ironía, / que te incomodará: al ser el de cuarenta / más alegre y joven que el de diecisiete, / él, ya dueño de la vida. // Más

allá de esta apariencia, de este aspecto, / no tengo nada que decirte. // Soy egoísta, lo poco que poseo / me lo guardo en el corazón. // Y la piel entre el pómulo y el mentón, / bajo la boca torcida a fuerza de

sonrisas / de timidez, y los ojos que han perdido / su dulzura, como un higo amargo, / te parecerían el retrato / de esa madurez que te hace daño, / una madurez extraña. ¿De qué puede servirte / un coetáneo,

simplemente entristecido / en la delgadez que le devora la carne? / todo cuanto podía dar ya lo ha dado,

el resto / es árida piedad.»... y yo me encuentro tan cuarenta y tan diecisiete como siempre, guardándo-

me lo que quiero en las entrañas y sacando lo que me da la gana para que se oree al viento caliente de este agosto infernal hasta en Béjar. Me voy a ver si duermo un poco y tengo la suerte de que Ángel no me despierte al amanecer con su cosa telefónica. 14 de agosto de 2005 Hoy he vuelto a escuchar, después de muchos años, el «Viaje a Ítaca» de Lluis Llach, divino en la

interpretación de ese poema de Constantino Cavafis. Y he recordado mi tiempo de universitario, hundi-

do por la situación personal y política, escuchando esta canción en la buhardilla de la Pensión Meléndez salmantina en un no saber qué me esperaba... «Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el camino

sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias. / No temas a los lestrigones ni a los cíclopes, / ni

al colérico Poseidón, / seres tales jamás hallarás en tu camino, / si tu pensar es elevado, si selecta / es

la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. / Ni a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al salvaje Poseidón encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma, / si no los yergue tu alma ante ti. / Pide que el camino sea largo. / Que sean muchas las mañanas de verano / en que llegues –¡con qué placer y alegría!– / a

puertos antes nunca vistos. / Detente en los emporios de Fenicia / y hazte con hermosas mercancías, / nácar y coral, ámbar y ébano / y toda suerte de perfumes voluptuosos, / cuantos más abundantes perfu268


mes voluptuosos puedas. / Ve a muchas ciudades egipcias / a aprender de sus sabios. / Ten siempre a

Ítaca en tu pensamiento. / Tu llegada allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin

aguardar a que Ítaca te enriquezca. / Ítaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte. / Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. / Así,

sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significa Ítaca.»... Y volvía a la vida,

y sentía las ganas fluir de nuevo por todo mi cuerpo, y dejaba los restos de cada uno de mis naufragios y

salía a la calle para comerme el mundo. Con el tiempo, ya olvidado mi disco de vinilo Lluis Llach en una caja perdida y con la cabeza otra vez atorada en la tierra como esos avestruces de los cuentos, leí el poema «El peregrino» de Luis Cernuda y volví a remozar todas mis ganas por un tiempo. Hoy, agotado por la luz de este agosto, muertas casi las ganas por enésima vez, he vuelto a ver Ítaca en mi frente y quiero viajar hasta donde me lleve, sin pedirle nada, sin esperar otra cosa que no sea el camino, el camino, ese jodi-

do y maravilloso camino. Quiero que siga siendo largo y lleno de experiencias, seguir a Cavafis y a

Cernuda sin mirar atrás... «...no eches de menos un destino más fácil, / tus pies sobre la tierra antes no hollada, / tus ojos frente a lo antes nunca visto.». Caminar sin moverme de aquí y no volver a olvidarme de que el camino está tendido para mís pies, para mis risas y para mi llanto.

(noche) La tarde ha sido deliciosa junto a Gerardo, Elena y su Elenita. Hemos merendado las dos

familias y hemos celebrado los veintitrés años de matrimonio de la mía. Cala, la perrita de Gerardo, ha hecho felices a mis críos. Me siento muy bien con mi gente y con mis amigos. 15 de agosto de 2005 Hacía unos cuantos días que no me preocupaba de mirar las noticias nacionales e internacionales.

Hoy me he metido en internet a bucearlas y me he topado con un asunto dulcísimo para mi golosería: Perro Jota Ramírez, sí, el de las medias de nylón, el mundodirector comepó, el asidero de la derechona española, ese tipo hortera con carita de Acebes revenido, el mismo que viste y calza compartiendo sabanitas de lunares con su gatadelaprada... anda quemadito porque unos radicales de izquierda se han queri-

do bañar en «SU» piscinona para hacernos saber a todos los españoles que ese ultraconservador experto en la agresión verbal y en los oscuros manejos se ha hecho propietario de un trozo de costa por sus san-

tísimos y embragados cojones. Y el tipo, tan en su papel, quiere denunciar hasta al señor Ministro del Interior y a sus familiares, y todo «utilizando» –como siempre– su poderoso papel de mierda en esta tri-

fulca de orden particular. A mí también me gustaría tener un «papel de mierda» para contar que a mi madre no la opera la Seguridad Social y lleva esperando entre dolores ya dos años y pico, que algún con-

cejal de la casa se ha hecho millonario en cuatro añitos representativos a base de prebendas, favores y puñaladas; que aquí sólo se colocan los amigotes y los familiares hasta la cuarta generación y un infini-

to etc. de mucho más calado que ese chapuzón ERC en piscina ilegal de perro rabioso. Ya hablando en 269


serio –que hasta ahora todo era casi broma o no–, es vergonzoso ver cómo el poder mediático crea y ali-

menta a sus monstruos/menstruos y los multimillonariza permitiendo que hagan de su capa –de «capar»– un sayo, que modulen la opinión y eleven o derriben a otros mientras ellos mantienen sus predios a salvo

de cualquier opinión, acción u omisón. Ellos son «la bicha» que está por encima del bien y del mal, el poder real contra el que no hay democracia que valga. Les daba yo una buena revolución, coño.

(noche) Y que comimos en familia en el restaurante chino de José Lidón para celebrar el 23 ani-

versario de aquel enlace que me ha traído hasta aquí y así. Fueron los críos los que escogieron y yo me alegré por su sensibilidad –«papá, es que ahí no va nadie; póbrecillos chinos»–. Arroz tres delicias,

empanaditas de nosequé, pollo agridulce, gambas con setas chinas y bambú, brotes de soja con sofrito y unos helados caucásicos. Todo de puta madre y baratísimo. Y la familia mandarina jugando a las cartas en el fondo con sus ojitos de «que te estás durmiendo»... encantadores y buena celebración que remata-

mos con un café bufón en El Castañar y con el visionado parejil de «Moll Flanders», una peli llorona

best seller de las que le encantan a mi Mª Ángeles –vale por un día– y comiéndonos un bandejón de leche frita que nos regaló esta mañana mi madre... Y que se me olvidó del todo el asunto Perro Jota, que se va a morir igual aunque defraude y ladre... pues que le den bien por el culo.

Y ahora, fumando un cigarrito tras otro, ando con Pavese (EL PARAÍSO SOBRE LOS TEJADOS:

«Será un día tranquilo, de luz fría / como el sol que nace o muere, y el cristal / cerrará el aire sucio fuera

del cielo. // Se nos despierta una mañana, una vez para siempre, / en la tibieza del último sueño: la som-

bra / será como la tibieza. Llenará la estancia, / por la gran ventana, un cielo más grande. / Desde la

escalera, subida una vez para siempre, / no llegarán voces, ni rostros muertos. // No será necesario dejar el lecho. / Sólo el alba entrará en la estancia vacía. / Bastará la ventana para vestir cada cosa / con una tranquila claridad, casi una luz. / Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido. // Serán los recuerdos como grumos de sombra / aplastados como las viejas brasas / en el camino. El recuerdo

será la llama / que todavía ayer mordía en los ojos apagados.»), un día como el de hoy sería perfecto para encarnarse en este «Paraíso sobre los tejados» y luego desaparecer. 16 de agosto de 2005 Mañana temprano salgo para Logroño, voy invitado por la editorial «Planeta clandestino» que

mantiene el grupo entusiasta «4 de agosto». Mi trabajo será leer una brevería que me han editado, «Tour

de France», poemas en clave ciclista que hablan de la vida y sus miserias bajo las máscaras de los locos

de la ruta. Me complace mucho esta edición, pues en ella he dejado un rinconcito para tres de mis ídolos deportivos: Lale Cubino, Santi Blanco y Roberto Heras, a los que he visto crecer, mantenerse y aflojar con una enorme carga de humanidad. También los vi enriquecerse y los veo vivir casi a diario en esos

cuerpos pequeñitos, fibrosos y castigados. En su día me pareció una metáfora perfecta para hablar de la vida.

270


20 de agosto de 2005 Intenso mi viaje a Logroño, intenso y lleno de afectos. Ya el viaje contó con ese rollo sibila, pues

enseguida, como casi siempre que me va bien, encontré un perro muerto por atropello en la carretera, era

blanco y negro y tenía un gesto casi irónico en su boca entreabierta –me detuve para retirarlo al arcén y ponerle unas zarzas encima a modo de homenaje–. Ya en Logroño, sentí desde el primer momento el calor

y la fuerza de Enrique Cabezón (Kb), un tipo grandote que juega al malditismo y es la representación físi-

ca de la bondad y la atención, magnífico poeta en crecimiento, dibujante suelto y original, amigo grande donde se puedan imaginar y ejemplo de naturalidad en las palabras y en los hechos. Tan buena impresión

me causó, que aguanté con estoicismo que me hiciera sudar como hacía muchos años mientras me ense-

ñaba todos los rincones de la capital riojana –hasta hicimos el tramo Camino de Santiago que cruza la ciudad–. Pasear con Kb es aprender, hasta el punto de que pude volver a ciscarme en san Moneo por la herejía de ayuntamiento que ha preparado también en Logroño –no se me olvida el cagajón arquitectónico de Ávila–, junto a la Facultad de Bellas Artes, que es un edificio digno y muy agradable a la vista

de un observador instintivo como yo. Magros fueron los cojones del caballo de Espartero, y más magros

los del de Santiago apóstol... en fin, que conocí la ciudad y me gustó su toque provinciano, su decadente dejación de edificios antiguos con un cierto futuro incierto y la mixtura de gentes jugando al contras-

te más crítico –entre lo fasciolibertario y lo «cultureclub»–. Muy destacable la comida, la bebida y las tapas de El Espolón, ansí como la pléyade de librerías de todo tipo y rosca. Lo mejor de todo, sin duda,

la humanidad del entrañable Kb y su disposición absoluta para que me sintiera como en casa –como sucedió–. El resto del día lo llenaron un Diego Marín nervioso de pura actividad y pura amabilidad en su son-

risa constante; Carmen –creo que es su nombre–, la pareja de Kb, encantadora, con una candidez y una

dulzura envidiables y exactamente la mujer que se merece un tipo tan enorme y «brutal» como ese «k», su justo contrapunto... y la extraordinaria sorpresa de poder cenar y departir con Sergio Gaspar y señora

–otro encanto de mujer–. Lo de Sergio, lo juro, fue ya para nota: irónico, dividido entre el silencio y las

palabras exactas y justas, doliente divertidísimo de su columna vertebral física y literaria, conocedor

impertinente y lúcido de todas y cada una de las miserias literarias, sabio de casi andar por casa, editor compungido y cada vez más en el papel de una suerte de «Eugenio» de corte literario. Fue una noche para

no olvidar en la que se enfrentaron las ganas de comerse el mundo desde la utopía –de la mano de Kb– y la ironía sobreponiéndose en la experiencia del mejor Sergio Gaspar. Una delicia turca. Y dormí, y no

soñé, y me desperté pronto, y paseé temprano la ciudad a solas para apoderarme un poquito de su espíritu. El segundo día en Logroño, mi día grande, me llevó a primera hora del mediodía a una crasa rueda de prensa sin desperdicio: todo tipo de medios, fotos a porrillo, apretón de manos con Pepe Pereza, palabras, muchas palabras y pocas preguntas de los periodistas. El resultado en prensa, lo más mundial de la muer-

te que se conozca: Se le ocurrió decir a uno de los plumillas que yo era de Salamanca, a lo que repliqué 271


indicándole que yo no soy salmantino, que soy de Béjar; y el tipo insistió en el asunto para conocer las

razones de mi respuesta, a lo que yo le dije que la percepción de la mayoría de los bejaranos –y la realidad– es que Salmanca siempre nos ha sometido con un centralismo feroz, que ha crecido y se ha embellecido a fuerza de gastarse el dinero de toda la provincia y que, por no tener, no tenemos ni la opción de

que nuestras mujeres den a luz en Béjar. Y como final, indiqué que no me gusta Salamanca, que no me

gusta el montaje universitario, que no trago a sus políticos y que su gente, en general, no me agrada por carácter, por pensamiento y por forma. Bueno, pues casi todos los medios anotaron tal asunto como el de más interés y llegaron incluso a publicar cosas tan absurdas como la que cito: «...siente un gran ‘odio’ a

la ciudad condal (?), tal, que le ha influido inevitablemente en sus trabajos...» –Lo de la «ciudad con-

dal» es para nota, pues, quien me conoce un poquito, sabe que Barcelona es mi ciudad luz y que soy culé

hasta las cejas. Lo del «odio» está de cine, pues la expresión me encanta. Y lo de que «le ha influido...»

se refiere a otra parte muy distinta de mi intervención en la que dije que Béjar está tan dentro de mí para lo bueno y para lo malo, que influye con fuerza en toda mi creación–. Y luego historias como que soy

muy aficionado al ciclismo –lo soy a la poesía y al sillón de mi casa–, que fui Premio Nacional de Poesía

del Ministerio de Cultura –esto en titulares–, cuando sólo llegué a estar al nivel dignísimo de finalista junto al gran Margarit, mientras las pelas y los oropeles se los llevó doña Julia Uceda... y así hasta casi

el infinito –como para no volver a decirle una sola palabrita a la prensa–. Y quede esto como anécdota y

para la risa. Luego, «Friquiteo» encantador en La Gota de Leche, y más tarde, recital junto a Pepe Pereza, un tipo entrañable de Guijuelo que se dedica a cosas de teatro y cine.

La lectura fue chunga para mí, ya que el sistema de lectura y el acompañante de viaje no me fue-

ron nada propicios, pues la lectura fue de cuatro cortes alternando autores, y, como Pepe y yo hacemos

una poesía absolutamente distinta, los saltos entre poemas de uno y de otro eran auténticos abismos que yo notaba como lanzas clavándose. La cosa salió bien y creo que el público acabó divirtiéndose. Yo, en

todo caso, dejo aquí mi percepción de la poesía de Pepe para que no se me olvide: P. Pereza se arranca en el mundo poético con un primer trabajo absolutamente verde en cuanto a la forma y de corte muy radi-

cal en su contenido. Bebe, no sé si con conocimiento de causa, de las difíciles aguas extremas que tan

bien conozco de Moguer; aguas llenas de peligro, pues contienen la traición del filo que divide y corta el prosaísmo de lo poético. Es un poeta por hacer que sabe lo que quiere decir, pero aún no ha encontrado

las mejores herramientas para hacerlo poéticamente. Mi percepción del poeta es justamente la que acabo de escribir, y mi percepción del hombre que está detrás es mucho más positiva: Encantador, muy vivido

y muy maqueado, entre feliz e infeliz –que eso ya es mucho– y con una disposición de ánimo y una capa-

cidad de trabajo muy grandes. Yo creo que este mojar en poesía se lo ha tomado como un experimento, y ahí es donde está el defecto: la poesía hay que sentirla y vivirla, no experimentar con ella solamente.

A lo que se puede ver, mi viaje a Logroño reunió todos los ingredientes para pasarlo de puta madre

–que fue exactamente lo que sucedió– y para estar pensando ya en volver enseguida, pues creo que he

dejado allí a nuevos y buenos amigos con los que pasar otro trocito de vida. No me olvidaré de Diego y 272


su mujer de siesta y besos, ni de Rubén y su compañera –risa fresca siempre–, ni de Pepe Pereza y su

tatuaje, ni de la parejita poética que anda preparando su despedida de solteros, ni –por supuesto– del gran Enrique Cabezón y su Carmen deliciosa.

Ahora ando en el recuerdo y en ordenar todo el material que me han regalado: «Tras el ratón», un

cómic de Kb tan original como para no tener dibujos; «Samsara (deambulación)», de Lucas Rodríguez

Luis; «Inmejorable y otros relatos», de Diego Marín; «Un día con Stevens» de Sergio Gaspar; la revista «La Papelera»; el especial de Litoral sobre «Los poetas del cine»; «Prohibido jugar» de Carmen Beltrán

Falces; «Esa enfermedad incurable y pegadiza» en edición de José Luis Pérez y Diego Marín; «Albada

y engranaje», de José Luis Pérez Pastor; «La otra voz», una selección de poesía femenina de La Rioja; «Cementerio de las horas», una novela gráfica de Kb; «Alegrías riojanas» y la revista «Piedra de rayo». Todo de puta madre.

21 de agosto de 2005 Muchas veces me pregunto cómo puede medirse el valor de la poesía, tanto en lo individual como

en lo colectivo, cómo un poema puede hacerse grande para el creador y cómo y por qué ese mismo poema triunfa o fracasa en el juego social.

Como individuo que escribe y muestra sus cosas de vez en cuando, siento enseguida si un poema

funciona para mí, y es curioso que ese sentimiento nunca viene dado por una propuesta original o rom-

pedora, por una forma específica y trabajada o por un magnífico golpe de riñones... siento que el poema funciona sólo cuando ha sido capaz de acercarse a decir justo lo que yo quería decir, sin importar cómo

ni de qué manera lo he dicho. Es, por tanto, fundamental el fondo del poema siempre que se refiera al

autor y vaya sólo para él. Cuando el poema decide viajar, ya es otra cosa, pues no hay quien entienda las corrientes de opinión y los gustos estéticos con garantía de saberlos penetrar con éxito. Con otras palabras, cuando el poema decide viajar, ya estamos hablando de estrategia de mercado y no de creación, y ahí la forma y la presentación son fundamentales –tanto como dominar las buenas relaciones con los gru-

pos de poder–. Este punto es imprescindible tenerlo en cuenta para, como poco, hacer llegar el poema a los ojos necesarios que ya, por fin, puedan leerlo, sopesarlo y aprobarlo o condenarlo. Los poetas que

creen en su poesía y deciden sacarla a la luz, deben trabajar para atravesar infinitos filtros que poco o nada tienen que ver con lo literario y buscar ese punto relacional que los haga permeables.

Hace un par de días, Sergio Gaspar me explicaba su visión del asunto e ideaba la forma más rápi-

da de lograr el éxito y el reconocimiento. Decía, más o menos, que primero hay que agruparse con otros cercanos de parecida sensibilidad a la tuya, ponerle nombre al diablo –buscar un enemigo muy nombra-

do al que destruir y suplantar– y atacarle hasta acabar con él para, con decisión, ocupar su sitio... pero esto no hace que tu obra sea buena o mala, y quizás ni que sea reconocida sino por tu boutade guerrille-

ra y por tus gestos de payaso mediático: Eres bueno porque dices y haces gilipolleces; no por tu trabajo 273


creativo –claro, que lo uno puede llevar a lo otro y se debe medir si las ganas son tan grandes como para tal sacrificio–.

Visto esto, yo me voy conformando con mi satisfacción particular y con pillar alguna que otra

migaja cuando se tercia, pero guardando siempre las distancias.

(tarde) Hoy he vuelto a sentir frío, y eso me alegra y me pone ganas. También he dibujado como

un poseso gastando el poco material que ya me queda –ni tinta para mi pluma tengo hoy–. He dibujado

Friuli a partir de un poema de Pasolini y me han salido rostros en lugar de árboles, rostros con gestos tristes que han empezado a aparecer de las manchas aguadas de color con las que inicié el fondo del paisaje. Dejé correr la mano y todos mis demonios han quedado plasmados para que mis ojos los vean y sopesen el estado interior en que me encuentro. Voy a leer un poco a J. A. Marina y luego quizás descanse hasta la noche.

22 de agosto de 205 Rematé por fin «Elogio y refutación del ingenio», de José Antonio Marina, que tan amablemente

me prestó Antonio Gutiérrez. Muchas sensaciones contradictorias me han quedado, demasiados asuntos

pendientes que no ha sabido resolver la erudición del autor, o mi poca pericia como lector, y la sensación de haber caído algunas veces en la trampa sibilina que se nos tiende en este texto –que me ha parecido muy esclarecedor en algunos momentos, mientras que en otros, quizás los de la refutación, absolutamente oscuro por lo que deja deshilachado, que es bastante–. Fuera del terreno de las definiciones, que hay muchas, y de los juegos peligrosos alrededor de las certezas, el mayor problema con el que me he encontrado ha sido el que José Antonio Marina trabaja con premisas parciales y/o puntuales para sacar con-

clusiones de «totalidad», es decir, aglutina todos los factores posibles del ingenio y los suma en un solo

individuo, disponiéndolos como signo y herramienta de toda su existencia. Y eso es una trampa, porque

nadie es en su totalidad vital ingenioso y sólo ingenioso –si así fuera, sería aceptable y muy necesaria la refutación–. Y es que el ser humano es un ente porcentuado de muy distintos estados anímicos y de res-

puestas diversas, siendo el ingenio una herramienta extraordinaria para muchos solucionarios y no sir-

viendo para nada en otros. Por tanto, si el ingenio sirve en un tramo de la creación, en un segmento vital

positivo o negativo o para transformar la realidad haciéndola más llevadera, acepto el gran elogio que le hace y tomo ya como mías muchas de las soluciones que propone y que sin conocimiento de causa vengo aplicando en mi vida con demasiada frecuencia. Y la refutación sólo quedaría para el caso inexistente que ya he planteado, el de un hipotético hombre que actuase siempre, y sólo siempre, con esa herramienta. Y es que la «novedad» por sí misma no puede permanecer, igual que no se puede permanecer en el cons-

tante estado de novedad; y es que el ingenio no es un «proceso de salvación» sino una herramienta pun-

tual de «supervivencia» (ese concepto que Marina define como «sólo humano» en contraposición con la «pervivencia» animal); Y es que el ingenio ni «libera» ni «aniquila» en términos absolutos, porque no es 274


absoluto, sino que ayuda a pasar (relativamente) mejor los tragos diversos en los que se le hace intervenir, siendo salvífico y laudánico de forma esporádica; Y, por Dios y su santa madre, señor Marina, el ingenio no puede ser de ninguna forma una manera débil de crear y frenar la inteligencia.

En fin, que me he divertido mucho con la lectura de este libro –gracias a Antonio G. y al señor

Marina–, que he descubierto muchos asuntos nuevos en los que engolfarme por un tiempo y que con gozo

he descubierto que aún puedo pensar con cierta lógica de otra manera, sin afán científico, para refutar las refutaciones al ingenio que se hacen en este texto. Que todo es y no es... más sus contrarios, y cualquier

analgésico para soportar mejor los golpes de realidad siempre será bien recibido en sus justas dosis, ya

que la enfermedad está en llevar cualquier proposición a sus extremos –que es un poco lo que se hace en este libro brillante y entretenidísimo–. La lluvia es buena siempre que deje de llover y luego vuelva. 25 de agosto de 2005 Postrada, la madre sonríe sus daños colaterales mientras cuenta las gotas de sus goteros y se felici-

ta de la sangre reciclada y recuperada. El dolor es hoy su sonrisa mejor, pues ha sido operada de esa cruz de cadera que le ha dado eterno título de mártir por la gracia de Dios y de la Seguridad Social. La reciclanda ha sostenido y aguantado su lidia en hospital privado pucelano a cargo de la S.S. y con gasto enor-

me de la JuntadeCyL por no gestionar bien sus recursos e impacientar a tan hermosa y familiar paciente.

Dos pobres, en fin, mis padres, disfrutando del lujo sanitario de los ricos con desplazamientos, comidas,

desayunos y cenas totalmente pagados, con cama de sufridor y catre de acompañante, con habitación individual para paciente y comparsa tuneada de aire acondicionado y tele de alto pulgadaje, anestesia epi-

dural y trato exquisito del personal de tropa y mandos en plaza. Me alegro por mi madre y me alegro por

mi padre. Y me cabreo muchísimo porque el resto de ciudadanos no podamos acceder desde /en nuestra SS a este trato y esa riqueza –hay aún mucha diferencia entre los contribuyentes españoles–. Y me jode

este centralismo enervante y castellano-leonés que lo acumula todo en Pucelandia y deja a sus ciudades medianas a pelo –Béjar, por ejemplo, no puede lucir hijos paridos en sus predios desde hace un monto-

nazo de años–. Va bene y me cago en todo lo que se mueve... Pero mi madre es feliz y acaba de empezar

a recuperar su vida normal, la que le va a permitir pasear, ir sola a la peluquería y comprarle peras a la Cardero sin la ayuda de mi padre y su esposo. Y como mi madre es feliz, pues mi padre también es feliz;

y como los dos son felices, pues yo también soy feliz. ¡¡¡Mami, te reto en diciembre a una carrera de

fondo desde tu cocina mágica hasta el comedor de mis primeros días!!! El que pierda paga unas lonchas

finas y sudadas de jamón con chorreras. ¿Operadora...? ... se me ha cortado la comunicación con Pucela, y era una conferencia importante. 26 de agosto de 2005

275


Los amigos de verdad florecen cuando eres vulnerable. Te riegan y abonan con delicadeza la tierra

a la que se agarran tus raíces. Yo tengo muchos amigos de verdad y eso me enorgullece hasta las lágrimas. Gracias por existir, colegas. 27 de agosto de 2005

Otro día con perfil de ambulancias, con sensación de asepsia por todos los rincones y con dema-

siada carretera tendida para mis jodidos riñones. Acabo de hablar con mi madre por teléfono y me ha

dejado un sabor nervioso en la lengua, pues ha necesitado sangre y ha tenido una pequeña crisis respiratoria que parece ser que se ha solventado con rapidez y eficacia por los servicios médicos. Su voz era la de siempre, rezumando alegría y sentimientos positivos, mandando con energía y regañándome porque

dentro de un ratito salgo de viaje para pasar el día con ella y con mi padre. Sin embargo, muy en el fondo, he percibido un rastrito de temor y algo de desasosiego en sus palabras. Luego he hablado con mi padre

y le he notado agotado y triste, con ese miedo tranquilo que arrastra sin descanso desde hace un montón de meses. Me pondré de nuevo la máscara del «no pasa nada» y mi sonrisa mejor, volcaré toda mi concentración en la palabra e itentaré bañar a mis padres de optimismo y de risas. Ya veremos.

(noche) Acabo de llegar de Pucela y lo hago agotado y contento. He visto a mi madre muy recu-

perada, ya sin esos tubos para el drenaje de la herida, sin los goteros y sin el entubado para la orina. Verla

sin más conexiones que su sonrisa y su mirada la hace mucho menos vulnerable. Relajados, mi madre, mi padre, mi Mª Ángeles y yo hemos visto la etapa prólogo de la Vuelta a España mientras mi Carmencita hacía ejercicios cíclicos con su pierna derecha que le suponían mucho trabajo con las consiguientes caru-

chas de dolor. Cuando nos hemos venido para Béjar, la hemos dejado sentada –todo un logro– esperando a que le trajesen la cena.

Hoy voy a dormir muy tranquilo. 28 de agosto de 2005 «Me siento atontado. Una tristeza brutal se agazapa en mí. Ya el verano se extingue con sus rayos

dorados y yo no puedo verlo, escondido como estoy detrás de las paredes de la tipografía. Donde quiera que mires, la mirada tropieza con fríos muros y sólo vemos edificios grises sobre una calzada salpi-

cada aún con la sangre de los sacrificados de 1905...». Así se expresaba Esenin en una carta a Grigory

Panfilov, y así me siento yo hoy con independencia de la fecha de aquella sangre, que hoy es otra y demasiada, aunque más lejana que aquella y, cómo no, menos incendiaria. Y en este «da lo mismo» al que me

he retraído, viven trasuntos cercanos y asuntos tan graves como el cainismo humano que tiene divididos y engañados a los hombres: Oriente contra Occidente, reflexión contra el absurdo de las religiones; radicalidad y mesianismo haciéndose con el mundo, bien alimentados en la placa Petri de la estupidez. 276


Me siento atontado y triste porque tengo la certeza de mi inutilidad y me dejo llevar cobardemen-

te por ella. Y es que siento que debiera hacer algo, intentar volver al juego mediático y vomitarlo todo

con las palabras más duras... pero no tengo ganas de nada, y debe ser algo químico lo que me sucede, algún juego de hormonas e iones que tengan algo que ver con los finales de verano.

(noche) Comimos en casa de Antonio G. para celebrar su cumpleaños –gracias, colega, y felicida-

des– y Magdalena no fue capaz de reconocer a su hija Mª Ángeles. Todos, y también Magdalena, lo toma-

mos con hilaridad y buen rollito, pero el regusto de la enfermedad es desolador y pone un grueso nudo en la garganta.

Dios no puede existir, estoy seguro. 3 deseptiembre de 2005 Murió Norberta para poner una tilde de Damocles sobre la cabeza de su hijo Reyes, y también

mucha más soledad. Yo he asistido al postdeceso, a la cosa de la compañía y a las exequias; y todo lo sucedido, acompañado de ese dolor Katrina televisado y de la memoria de Beslam, me ha traído muchas palabras de las que José Antonio Marina usó en su obra sobre el ingenio como vía de escape de la reali-

dad más cruel. Y confieso que durante los dos últimos días me he escondido detrás de cualquier chispa

para evitar que el drama de la muerte pudiera afectarme –con distancia y sin la herida cerca, bien se puede–.

El caso es que he tenido bastante tiempo para observar con detenimiento todo el negocio de la

muerte: la mala suerte al escoger la hora de expirar y que ello coincida con algún médico de guardia meticuloso en la letra y con un juez rígido en la misma puta letra –dos días de sufrida espera para los dolien-

tes–, las últimas ofertas en ataúdes, esquelas, coronas y pompas; la gestión de papeles, el paranegociete de cafés y refrescos, la chungalería del clero –protagonista donde los haya de estos teatros finales (esta

vez con rogativas obispales para que llueva)–, la misa final entre una feria de coimas falsas y tarugos cervantinos que obligaron por orden municipal a celebrar los actos a primerita hora de la mañana para que no afectara la muerte a la rijosa fiesta de mierda. Y Reyes solo y abatido, rodeado de casi nadie para más

soledad y triste como nunca le había visto. Mi resumen tranquilo es que quedan Reyes y la falta de su madre como lo único auténtico e insoslayable... y que los demás, todos los demás, nos movemos en un

absurdo quitatiempo que lo hace todo más tedioso de lo que ya es. Sólo puso la puntillita buena uno que respondió a las rogativas pluvieteras del párroco siglo XVI con un delicioso «...y yo sin paraguas». 4 de septiembre de 2005 Soy un mamonazo, lo sé, pero no me importa. Soy un mamonazo cruel porque me alegro de lo que

le ha sucedido a Estado Unidos como estado líder del capitalismo feroz y a su presidente, el señorito 277


Bush, como adalid de la política global más perra. Sí, lo siento mucho por los porbres ciudadanos que están sufriendo –seguro que son los más pobres del antes y de este después–, pero me alegro un montón

de notar la vulnerabilidad de un país brutal en su política económica internacional y constante violador de los derechos humanos. Quien derrama sangre debe sufrirla en su vientre y en su cabeza.

En todo caso, los norteamericanos que no han muerto terminarán recuperando otra vez su status y

su medio de vida, cosa que no le va a suceder a los iraquíes, a los afganos, a los congoleños y a los miles y miles de desplazados por guerra, hambruna, sed o enfermedad del resto del mundo.

La prepotencia yanki se merece un montón de golpes como el que le ha dado Katrina –una especie

de señal de que Dios pudiera hasta existir–. Que se soplen la herida mientras se les van enfriando esas brasas de líderes del mundo mundial.

(noche) «La flor ha perdido el aroma / que alentaba igual que tus besos. / Su color ya se ha dilui-

do / tras brillar solamente en ti. // Su forma muerta, enjuta, hueca, / yace en mi pecho abandonado / bur-

lando al corazón ardiente / con su quietud fría y callada. // Mis lágrimas no la reaniman. / Mis suspiros no la reviven. / Su suerte muda y resignada / debiera ser ahora la mía.». Percy Bysshe Shelley describe

perfectamente en este poema el sentimiento de ausencia que he podido vivir con distancia durante los días pasados en los que he sentido el triste roce la muerte, y pienso en la soledad mezclándose con el desconsuelo para herir de tristeza. Hay que vivir intensamente. 5 de septiembre de 2005 Cada día me afirmo más en la idea de que la democracia está obsoleta, de que servir en bandeja el

poder a los mediocres y darles esa fuerza que emana del pueblo es un craso error que nos lleva de cabeza a un sonoro y nítido fracaso. El pueblo debe autogobernarse desde la pluralidad de un sentimiento común y por los hombres más sabios y más humildes –esto quizás sea un exabrupto venido de la dosis

de Coca-cola que llevo esta jodida tarde–. El caso es que comparto palabras con Baudelaire cuando dice que «Monarquía o república, basadas en la democracia, son igualmente absurdas y débiles», aunque él

hablaba de tal forma en una cómica defensa de la aristocracia y yo lo hago alumbrando una suerte de

anarquía inflamada de autogestión y buena voluntad individual. Quizás debiera hablarse de la utilidad de lo individual en lo social para poder evadirse de una vez por todas de esa farsa que son los políticos inú-

tiles que sacan una buena utilidad a esa calidad de imbéciles que se refleja sin necesidad de espejos. El ente social debe depurar definitivamente de sus filas a los seres inútiles que marcan su camino y fiar el futuro en manos menos ambiciosas y mucho más dignas y reflexivas. También escribió Baudelaire que «no puede haber progreso más que en el individuo y por el individuo mismo». Y así lo pienso yo e inten-

to practicarlo, bien sé que con un alto porcentaje de fracaso, pero persevero en darme cabezazos contra esa pared que soy yo mismo. Es más, cada uno de mis fracasos se agrupa en todo mi éxito, el de vivir un poco –sólo un poco– como me da la real gana. Este gusto por lo individual, lo entiendo, tiene su latiga278


zo clasista y, en cierta forma, aristocrático, pues no querer pertenecer a la masa e intentar ser singular contiene un tufo antisocial que poco tiene que ver con ideas comunistas, socialistas y anarquistas. No me

importa, en todo caso, pues espero un ideólogo que me arme una buena estrategia para entenderme a mí mismo sin desclasarme sin renunciar a esta idea de soledad y triunfo individualista.

Lo mismo acabo con una camisa «nera» y cantando el «Montañas nevadas» en la soledad de mi

cuarto. No, no lo haré jamás, entre otras cosas porque mi abuela se revolvería en su tumba, y la sigo queriendo tanto.

6 de septiembre de 2005 Llueve por fin y es gozo para los sentidos y descanso para ese sudor que ya se figuraba eterno en

este verano seco y terrible. Nada más levantarme he salido a empaparme y a respirar en la calle, y me he encontrado con un maravilloso mundo de paraguas y de personas con chaqueta. Luego, con muchas

ganas, he terminado de escribir un relato para teatralizar sobre Antona Pérez, la madre de Lázaro de Tormes, un encargo de Marino para su editorial –De la luna libros– con el fin de ser representado en la ciudad de Mérida en homenaje a esa obra genial. Dejo aquí la primera toma de mi brevería:

«Mírenme vuesas mercedes. ¿Me ven bien? ¿Vuesa merced también?... Sí, el de lan antiparras. Es

que es muy importante que todos me vean bien, porque soy Antona, Antona Pérez... Bueno, soy ya el

espectro de Antona Pérez y juro –Dios me guarde– que no he de volver a aparecerme jamás, porque son muchos los trajines que hay que sufrir para hacerse visible: Que si endelgar el ánima para que pase hol-

gada por la puerta del purgatorio y hacerlo a fuerza de lavativas y purgas –que también las hay para los espíritus–, que si hacerme con los favores del espectro de una coima vieja para que me sortilegiara, que

si escaquearle al Dios bendito una salsa de nimbo que guarda su ama en una marmita de la cocina, que si entrar en conocimiento con un escribano para que resolviese cienes y cienes de formularios con su escribanía de plata repujada, que si alquilar lamparones de resplandor celeste para figurarme como

ahora lo hago, que si esto y lo otro... Y todos estos sufrires para pagar gabela de presencia y ponerme

votos de camino al Cielo, que no llevo demasiado bien purgar por lo que la vida me trujo sin que hubiere razón ni sentido por mi parte. Y como pienso que es cosa de justicia –lo de ir al Cielo–, pues que me

avengo a deciros cuál fue el mal que pude hacer cuando mis huesos vestían carnes para el trabajo duro

de vivir, que era y es derecho único y sin hurto de los pobres. Sí, alumbré un hijo rosado, mi Lazarín, a la vera del Tormes, junto al molino astroso que mi esposo Tomé mantenía en el sitio de Tejares. Buena se me presentaba la vida con aquel gandulón amarrado a la teta y mi Tomé alimentándonos con los fru-

tos de las moliendas. Me vi madre y esposa con un hogar humilde y saben Dios y el mismísimo Diablo que no quería más, pues siempre fui de buen conformar, y aquel estado me colmaba. Pero los hados son 279


retorcidos y quisieron que mi Tomé fuese acusado en falso –eso me juró sobre el vientre una de las últimas noches de amor que pasamos juntos– de hacer sangrías en unos costales de trigo para romper esa felicidad chica que se me prometía. Entre llantos, con mi querubín colgado del pecho, dije adiós al que quise por esposo y vile marchar camino de guerrillas y cruzadas contra el moro penando de acemilero.

Todo mi mundo al infierno sin haberlo buscado. Confiándome al instinto y arrojada por la necesidad, me fui con mi garruchino –que ya andaba hecho un pirracas– a buscar fortuna en la leída Salamanca. No

me faltó labor, pues me puse a guisar para estudiantes y a lavar entre horas los calzones mugrientos de los mozos de cuadra del Comendador de la Magdalena, lo que me servía justo para pagar un mínimo

alquiler y alimentar al niño Lázaro y a mí misma. Bien pueden imaginarse vuesas mercedes el ardor de

una hembra que conoció varón y el picor que producen el tiempo de sequía y la soledad entre unas piernas jóvenes y fuertes. Fuere que no aguanté o fuere que mucho me quemó la brasa... el caso es que hube gracia carnal con un mozote moreno y grande, negro de natural, que, a más de los alivios, me procura-

ba comida y buena leña para lumbre. Y no era mal hombre aquel negro Seid, por lo que no me importó que me llamaran amancebada y aun ni serlo. Del calor de su leña y de los bríos de su enorme carnero

vine a preñarme pronto de un negrito con los pelos rizados y duros. Y otra vez me rozó la mala fortuna, pues Seid, viendo al niño tan como él, empeñóse en criarlo sin que tuviera falta ni necesidad, y se enfan-

gó en mil hurtos desherrando a las mulas en las caballerizas y vendiendo la herrumbre, escaqueando

leña, salvados y mandiles, despojando la cuadra de las mantas y sábanas con que se abrigaban a las bestias. Tanto hurtó para el crío, que terminó penando por cosa de justicia con azotes y pringue de grasa

hirviendo en sus heridas. Y su mala fortuna trajo también la mía, pues perdí la confianza de la casa del Comendador de la Magdalena y hube de buscarme labor en otro sitio para dar de comer a tanta boca. Fue el mesón de la Solana donde cupe y donde pasé más años, y también fue allí donde perdí a mi Lázaro

pensando en su fortuna, pues dejélo al servicio de un ciego que me dio confianza pensando que en su

trato y servicio hallaría mi Lázaro más ganancia que malviviendo conmigo. No suponen vuesas merce-

des el dolor de una madre que ve partir así al fruto de su entraña. Aquel dolor ya fuera suficiente para enviarme al Cielo. Pero no, por lascivia y por uso del amancebamiento caí en el Purgatorio, y hoy vengo

aquí a contarlo para que apunte mérito y en vuesas voluntades se empuje a este alma en pena para que

toque Cielo, aunque lo fuera raso. El castigo que llevo se me hace insoportable, que no es imaginado si

no se padeciese. El buen Dios, siempre justo, decidió que purgara pena en banda sonora. Tal como se lo digo. A cada pensamiento, a cada frase dicha, a cada gesto hecho corresponde una música que suena en

mi cabeza y me deja aturdida, pues alto es su volumen. Y no hay reposo al canto o al soniquete, y es repetido si son mis sentimientos, mis palabras y hechos repetidos. Tengan piedad, por Dios, juzguen en buena

lid mi vida, mis carnales caídas y el castigo que pené en vida por ello y que ahora peno en muerte. Eleven una súplica al Divino Señor para que, por lo menos, aminore el volumen de los cantos terribles que tan fuera de mí me tienen, pidan misericordia para una madre que hubo de entregar a un hijo sano para hur-

tarlo del hambre y la miseria sin saber hacia dónde lo enviaba. Yo ya tuve el dolor encarnando la piel y 280


ahogándome los ojos. Lógrenme el Cielo con esa clara bondad que adivino en sus ojos. Quedo suya, caballeros y damas de indiscutible nobleza, y parto con la música a otra parte.»

Sé que no es maravilloso, que es una fruslería, pero puede servir si se cuenta el fin y el tiempo malo

de atar que he tenido para escribirlo.

(tarde) Cuando ganar o perder no importa es cuando el hombre se acerca a la invulnerabilidad y al

más alto estado del conocimiento. Buscar en todo la calidad de despreciable y utilizar tal fundamento para destruir o crear sin más límite que la propias ganas y sin más fin que una nada puede ser el culmen del

humanismo. Y así, sin más, como otro dios patético, llegar a reinar sobre todo y sobre todos sin existir siquiera. Decía da Vinci que «Entre la pintura y la escultura no encuentro más que esta diferencia: que

el escultor ejecuta sus obras con mayor fatiga de cuerpo que el pintor y el pintor ejecuta las suyas con mayor fatiga de mente.». Yo digo que entre el hombre humanista y el hombre inútil no encuentro más

diferencia que mientras que el primero es consciente de la existencia de su proceso mental y lo utiliza creciendo, el segundo sólo mide lo físico y lo gasta hasta agotarlo. Sé en todo caso que me pierdo en esta comparación porque no soy da Vinci ni tengo un pequeño asomo de su lucidez y eso hace que no atine a

concretar bien mis premisas y sus conclusiones, pero sé en mi cabeza lo que quiero decir. Quizás desde

este pensamiento pudiera conformarse una nueva idea de clase para edificar un mundo distinto –no es innoble afirmar que cierto grupo de hombres deben dominar al resto de la humanidad si ese grupo huma-

no dominante es un grupo apoyado en los procesos de la razón, no como ahora, que estamos gobernados

por auténticos visionarios que se presignan e invocan a Dios para sojuzgarnos y su única meta es de índole absolutamente material. Dios como medio, y poder y riquezas como fin. 7 de septiembre de 2005 Estoy disfrutando como un chavalín con la lectura de «Aforismos», de Leonardo da Vinci. De entre

todos, hay uno que me ha encendido vivamente: «El hombre posee gran razonamiento, pero en su mayor parte vano y falso; los animales lo tienen menor, pero útil y verídico, y más vale una pequeña certeza que

un gran engaño». Huelga cualquier comentario, pues todo queda dicho y me ha dado de lleno en la moral. Tendré que ponerme a recoger pequeñas certezas y pasar del embolingamiento reflexivo. Se me acaban de caer todos los palos del sombrajo que venía edificándome desde que empecé a pensar. Lo único que

me mosquea un poquito es la teodicea de Leonardo, un empeño empecinado de agradecerle a Dios todo,

absolutamente todo. ¿No se daba cuenta el genio da Vinci de que en su creencia y en su embebimiento religioso estaba cayendo en esa su historia del «gran engaño»? No sé qué pensar. Y luego dedica un capítulo completo y complejo a quejarse del cuerpo como edificio imperfecto para contener el espíritu. ¿No es esa una terrible crítca al Dios responsable, según él, de la creación? En fin. Le daré vueltas al asunto. (noche) Esta tarde he tenido el placer de saludar a Carlos Aganzo, que ha pregonado las fiestas de 281


Béjar y, además, ha tenido la deferencia de nombrarme en su pregón. Con él estaban José María Muñoz

Quirós –muy amable– y un Gonzalo distante. He aprovechado para presentarle a Carlos a Reinaldo Lugo, un colega cubano, buen novelista, mejor persona y en trance de montarse una nueva vida en nuestro país. Espero que del contacto salga algo positivo. 8 de septiembre de 2005 Hoy es en Béjar la hora de Dios como anoche fue la hora de la carne en la calle. Hoy rogando a una

cabeza pinchá en un palo y ayer mamaos como perros con los ojos lascivos y los bolsillos rotos. Es el día de la virgendelcastañar y todos los borregos pastan hoy en el monte mientras un juntaletras de ultraderecha –que nunca haría botellón porque eso es de rojos... él hace guateques con camiseta sobre polo y cuello subido a lo cervantino– se inflama haciendo fotos digitales de romeros cagándose en todos sus prin-

cipios con esos pseudocastizos ¡¡¡guapaguapaguapa!!! de en un phabernosmatao. Y es que Dios es el único invento del hombre que es capaz de reinar sin existir, de enriquecer y someter sin estar, de imbe-

cilizar sin ser. Y todos dando gracias en su ovina condición a ese dios creador y a su virgen madre por

habernos hecho imperfectos en todo, hasta en la necesidad de la tristeza y la miseria para poder conocer por comparación y por falta la felicidad. Sí, ese dios destartalado y sin imaginación que nos dio un oído

limitado y direccional, una vista incapaz del enfoque correcto y tan ajustada a lo borroso en su conexión con el cerebro, un tacto adormecido e incapaz de trasladar cada sentimiento o razón con justeza, un gusto transido por la vista engañosa, una razón que enfanga en vez de aclarar, unos nervios que avisan sólo por

el latigazo del dolor, una fecha de caducidad con achaques a miles que producen malestares y dolores

infinitos, el miedo, el odio, la rabia, la cobardía, la venganza... Qué burdos y espesos nos hizo el tipo del triángulo, qué limitados, qué completos de trampas, qué destructivos. Claro, nos hizo «a su imagen y semejanza» porque el mismo hombre le ideó y creó también a su imagen y semejanza.

Mi razón, derrotada y cautiva, huye hoy en desbandada de paraísos tan terribles como ése que anda

gobernado en estos días por la orden teatina –por mandato de dios y de su santa madre–, una pandilla de

visionarios como aquellos de lo artúrico que se entierran en bienes terrenales y niegan hasta el sentido

homenaje de unos fieles a una paisana víctima de atentado terrible –otra cosa venida de dios, que manda güevos–, que regentan un hotel religioso de lujo pagado por todos con la santa mediación de unos polí-

ticos castellanoleoneses que, además de haberse ganado ya una jubilación magra por los servicios no prestados, andan buscándose también una buena parcela con vistas en ese «Cielo» que es tierra y gusa-

nos... Y los bejaranitos con su ¡¡¡guapaguapaguapa!!! para salir en la foto del juntaletras Himmler, sumando vergüenza a la desvergüenza y queriendo sentirse salvados de todas sus cuitas y de todas sus

miserias diarias. Dios es hoy esa masa que mataría antes de sentir vergüenza por el absurdo uso de sus

cortas razones, dios es esa masa que se deja llevar en el orden taxonómico de clases, que asume con

ceguedad el escalón que ocupa de cada uno de sus individuos y mantiene el sistema de lo injusto con un 282


ardor indecente al que llaman «fervor». ¿Es esto el hombre?, ¿ese ser capaz de idear su evolución y sus cambios, de manejar y redirigir su medio, su vida y hasta su muerte? ¿Qué nos separa del animal?, ¿quizás la insaciable depredación y la estupidez?

(noche) He recibido de nuevo un par de correos del anónimo Urahdal. El último haciendo referen-

cia a mi reciente lectura del maestro da Vinci y mostrando su convencimiento de que Leonardo obraba

con sabiduría abrazando la religión con el fin de darse tranquilidad social para poder desarrollar su pen-

samiento. Pero, digo yo, no es tal acto de valentía o de cobardía tanto como fuera de razón, que tal maestro, acostumbrado a los procesos puros de la lógica y al estudio concienzudo del hombre y sus sentidos, determinó vivamente la imperfección del creador al conformar al hombre por «obtuso y burdo». ¿A qué

conformarse con los postulados para carneros ofrecidos por la idea de Dios de su tiempo, cuando busca-

ba la verdad con tanto arrojo y sabiduría?, ¿sólo para vivir tranquilo y a salvo de los poderosos y temi-

bles visionarios? Me parece poco digno de su mente racional si así fue, hasta el punto de considerar esa cobardía un extraordinario referente negativo en mi percepción de Leonardo. Yo prefiero pensar que real-

mente creía en lo que decía –basándome en las febriles palabras de su teodicea– y que no tuvo tiempo,

anudado a tantas cosas, de desarrollar hasta las últimas consecuencias su idea de Dios –igual que le sucedió en su razonamiento para demostrar que la pintura era más importante para el hombre que la poesía–.

Sí debo decir que leer a Leonardo es un placer, sobre todo si se penetra en su proceso mental y se dejan de lado muchas de las cosas que dice, que, teniendo referentes, se da uno cuenta rápidamente de que casi todo responde a una magnífica y pormenorizada lectura de los clásicos griegos y romanos con aprove-

chamiento –sólo eso ya le hacía un hombre sobresaliente–. Eso, por supuesto, sumado a su afán casi enfermizo de experimentación y comprobación de todo lo que pasaba por sus ojos y por su mente. Yo prefiero, sin más, leer a Baudelaire. 9 de diciembre de 2005 Levantarme tarde me pone la boca de napa y la cabeza espesa. Hoy me he levantado tarde porque

anoche tuve que salir con mis críos a las actividades festivas y se nos hizo lo bastante tarde como para salirnos de esa normalidad que yo guardo como un tesoro. Si he de ser sincero, debo decir que nunca me

han divertido estas fiestas nocturnas en las que la música ensordece y la gente deambula con sonrisas estúpidas volviendo una y otra vez sobre sus pasos. Claro, pero tengo hijos pequeños y ellos quieren salir como para comerse el mundo. Y yo, como si no tuviera ya castigo con haberme tragado 17 años de pelí-

culas Disney, ahora tengo que salir por las noches justo cuando y como no me apetece. Ser padre es un martirio delicioso.

(noche) Brertolt Brecht dijo que «el arte no es la copia de la realidad, sino el martillo con que se

la forja». Y lo cita Jenaro Talens en su artículo para «Poesía hispánica contemporánea», una obra edita-

da por Sánchez Robayna (y Jordi Doce) que pretende analizar la poesía hispánica contemporánea con una 283


suerte un poco extraña. La de su gusto estético y esa loca pasión por Valente que tanto determina y tan-

tas puertas poéticas cierra. He leído el libro y me he puesto triste porque los mejores poetas hispánicos

que he conocido no son dignos ni de mención. Cómo esta el mundo, la hostia. Y le doy vueltas a la cita de B.B. para afirmar que la poesía que se ensalza en este trabajo nunca podrá ser martillo para forjar la

realidad, sino un fruto deforme del enrarecimiento de la palabra para emboscarla en un ardid de «cono-

cimiento» absurdo. Cada día odio más a esos poetas de la dificultad que tan fácil tiene las cosas, los cursos en El Escorial, las publicaciones en Galaxia Gutemberg y las reseñas en magros periódicos nacionales e internacionales. No está bien lo que sucede. Nada bien. 10 de septiembre de 2005 Como de soslayo, me entero de cómo está el patio bejarano: que sí navajazo con magrebí en la UVI,

que si robos con nombre y dirección de los culpables –y tan panchos–, que si decenas de peleas en los

baretos nocturnos con demasiada sangre en la cara y en el suelo, que si un par de agresiones sexuales,

que si se vende más droga que nunca –vienen a comprar desde Cáceres, Palencia, Logroño... y hasta de Salamanca–, que si Béjar se ha conformado en lugar de destierro para gitanos castigados por los senados

de su etnia, que si se regalan papelinas de coca a chiquillos para engancharlos, que si se ha agredido a

una mujer con mando en plaza de partido parlamentario, que si aquí no cierra ni un puto bar a las tres de la madrugada en contra de lo que manda la ley, ésa que debe hacer cumplir la guripería –y pasa lo que

pasa–... Y yo que me acojono y pongo prohibición de salida nocturna en el pasillo de casa. Y conflicto con mis chicos. Y mi mujercilla que me apoya. Y seacabónohablemosmásybasta. 14 de septiembre de 2005 Loli no es Lolita –vaya por Dios– y yo no soy Nabokov –y bien que lo siento–, pero hace un par

de días, en la caseta Alquitara, mi Loli estaba Lolita de cervezas, de guiños y de risas. Convulso y atro-

pellado no llegaba a creérmelo: Mi Lolitateresadecalcuta, la sufrida mujer de piel de porcelana y ojos azul de cielo, la chica solidaria tan distinta a una arrecogía como aquellas del Beaterio de Santa María de Egipciaca, la azucarada más pudorosa que conozco, la Blanca/Clara/Alba –todas juntas– de todos los rea-

lismos mágicos lusohispanoamericanos riendo, hablando como una loca, haciendo guiños de palabras absolutamente desinhibidos.

16 de septiembre de 2005 Ando un poco apático y apenas tengo ganas de escribir. Sólo anoto visitas de Diego Mesa, Diego

Fernández Magdaleno y su hermano y llamadas de Lus Alberto de Cuenca, Alicia Mariño, Morante y 284


Lara Cantizani.

Reposaré a ver si se me pasa esta abulia peleona. 17 de septiembre de 2005 Anda hoy mi cabeza entre el recuerdo de África –qué ganas de volver– y las cosillas locales. Un

silencio Premysa me corre entre las piernas mientras evoco al colega Yuma con su 4x4 atravesando a pelo

la sabana en dirección a Karatu. Y me hago silencio para evocar las intensas imágenes de Mangola y para no decir ninguna burrada sobre Premysa de la que tenga que arrepentirme... Prefiero quedarme con asuntos tan mundanos como la poesía para, aunque sea, poner a parir a toda esa ñoñería de la poesía del silencio y el conocimiento. Silencio para quién y conocimiento de qué. Y es que creo que ya es denunciable

lo que viene sucediendo con estos tipos tan bien arropados por la pasta y tan en su lugar de «poetaspoe-

tas» hasta que se acabe este jodido mundo. Pues bien, que yo pienso, y lo digo bien alto, que la poesía

debe nadar aguas claras para decir todo lo que nos amordaza, que no debe ser la jodida mordaza, coño, la que ellos nos quieren poner con ese «escribe difícil y atravesarás el círculo de fuego de los elegidos». Y es que escribir difícil, perdónenme, es lo más fácil que hay. Veamos: «Rotas torres adentro, como un cíngulo aletargando al crótalo. Bebe sus fuentes y sabrás la señal o el infinito», «...atravesando los ani-

versarios, a veces viajan las palomas ebrias...», «...balsas y garzas nunca serán pañuelos...»... son unos

ejemplos rápidos (quizás vanos) robados a poetas del conocimiento y del silencio. Coño, con lo fácil que

es decir que si mañana estás mal, pasa la noche y espera a que amanezca, o que la edad también tiene sus ratos buenos, o que un adiós se dice desde adentro. Manda güevos. Prefiero mil veces al peor sonetista manco español, Joaquín Sabina, que a esos culos planos con cara de hucha. 18 de septiembre de 2005 Acaba de Ganar Roberto Heras la Vuelta a España y lo hace por cuarta vez, el único ciclista que lo

ha conseguido hasta el día de hoy. Mi enhorabuena a Roberto y un «a la mierda» para Fernando Llamas,

que desde el glorioso diario «El Mundo» escribe un artículo –«La proeza invisible (a Roberto Heras le cuesta sonreír»– que es la puta vergüenza del periodismo de opinión. Trascribo aquí algunos párrafos para

su escarnio: «Chava Jiménez dejó este mundo sin ganar una Vuelta, pero cualquiera de sus movimientos en carrera despertaba de la siesta al aficionado menos efusivo. Roberto Heras ya lleva cuatro y su adic-

ción al gran premio de Unipublic parece adormecer hasta a los campeones del entusiasmo.» –¿cómo

estará la madre de este señor?–. «...Se está pareciendo cada día más a 'su' carrera predilecta, apenas una sombra que roza la inexistencia.» –sabe bien este payasín por experiencia lo que es la inexistencia–. «La

pregunta sobre su declive en el Tour de Francia revolotea sin cesar entre los aficionados y adquiere tonos de sospecha entre algunos 'entendidos'.» –entendidos como tú, ¿no?–. «...huye de los focos, quisiera ser 285


un funcionario incógnito.» –será para no rozarse con imbéciles como tú–. «Pero con todo, la carencia de Roberto Heras es un fluido conocido por el nombre de alegría. Por eso no engancha con el público.»

–La alegría del Chava era mundial, tío, y es un profesional del ciclismo, y serio de verdad–. «...pero será difícil conseguir que en los bares y las oficinas se comente la última o la próxima heroicidad de Heras.

Es como si no existiera.» –qué sabrás tú de existir, juntaletras–... Y el Fernandito Llamas se nos queda

tan pancho, con el sueldo bien cobradito de las manos heroicas del rey de las piscinas ilegales y los líos de faldas más asquerosos, del reclacitrante y profascista P.J.R.

Vamos bien, tíos. Que viva Roberto y que estos Fernanditos empiece a pedir limosna por las calles.

En fin...

22 de septiembre de 2005 Como novedades mundiales, he sido invitado a leer en «La Invierna» leganesa durante la noche del

día 28 de noviembre, a participar como poeta en el proyecto «Ciencia y sugerencia» del Consejo Superior

de Investigaciones Científicas e impulsado por el Centro Nacional de Investigaciones Metalúrgicas –he

de poner versos a una microfotografía de silicio realizada por el científico Álvaro Miranda– y a participar con un poema en la antología perruna del gran Diego Galán.

Y yo sigo chungo del coco, sin ganas de escribir, sin ganas de leer y sin ganas de trabajar. Algo ani-

madillo por la lucecita que supone el bejarnoticias.com de Chiqui Cascón –con amenaza de muerte inclui-

da– y mirando absorto cómo la naturaleza se revuelve contra la bicha norteamericana para devolverle sólo un poquito de lo que le ha quitado al resto del mundo en forma de bofetadas de agua y viento (¡qué esperanza!)...

27 de septiembre de 2005 Ha muerto Don Adams casi a la vez que el hijo de Luis, un tipo al que he admirado desde que le

conocí. ¿Qué va a hacer ahora la agente 99 y qué va a ser de mi amigo libertario? Mientras, a mí se me vuelven a caer los palos del sombrajo porque se me mueren de viejos los mitos de la niñez y los hijos de mis amigos se mueren también para volver a meterme el miedo en el cuerpo. Don Adams representó la

ruptura por la ironía de esa seriedad terrible y tensa que fue la guerra fría, enseñando a los muchachos de mi generación cómo había que torear en un mundo lleno de dictadores, locos y asesinos de masas –aquí

me detengo para ponerle un sobresaliente a aquella televisión hecha en Norteamérica, que algo han hecho bien de vez en cuando...

1 de octubre de 2005

286


Para: Béjarnoticias.com

Nombre de la sección: «La estatua de sal» Firma: Luis Felipe Comendador

Título del artículo nº. 1: «Quizás aún necesite presentación» 1 de octubre de 2005

«Quizás aún necesite presentación, pues cuando el hombre se hace silencio, el olvido asola y vence.

En fin, que soy el sí y el no, el ángel exterminador venido a menos y la bicha venida a más, el tahúr y su víctima, el rojo de mierda que viste de Levi’s y Lacoste, la ventana cerrada y la puerta abierta, la rabia y el justo miedo... También soy el de siempre y el de nunca, aquel querer y no poder que tanta mierda trajo y enseñó.

Y que así, como uno más de todos los hombres grises que hemos hecho por pasiva la sociedad que

nos merecemos, vuelvo desde el silencio a la palabra, y que lo hago sin muchas ganas –pero no importa– por petición de Chiqui y por un a ver que coños me pasa esta vez.

Dejando de lado pequeñas y grandes traiciones, granitos de gafa y otras operaciones urbanísticas

que no me dejan dormir, cuando me levanto mellado de la cama, un agua rojiza de a millón el paso me trae diariamente a la realidad en forma de ducha –Acualia nos ha puesto una buena dosis de hierro (Fe) para justificar subida–. Salgo a la selva estrecha con mi Tacuma y, ¡zas!: cerrada la Colón, cerrada la

Puerta de Ávila, camión parado en la boca estrecha hacia José Lidón –10 minutos de mecagoentodo-

quellegotarde–, golpe en el espejo en el tubo de botella Colón/Panakes, parón escolar en la entrada a Las Amantes y sin aparcamiento en la Plaza de la Piedad por tres contenedores, una valla y una ocupación de vía en forma de montón de arena. Aparco sobre una de las aceras y que le den por saco. Abro mi garito –gracias a que me curro clientes de otras tierras– y tiro la mañana en olas y quetales mientras se jode

Internet mil veces, cortan el agua del local por avería –necesito el agua para currar– y un tipo me dice que quite el coche de la acera porque le molesta para pasar. Y bajo a la Plaza Mayor llena de aquellas pri-

meras piedras de Pedro –el de «...edificaré mi Iglesia...», no vayamos a confundirnos– anotando en mi

coco los mil «se vende» que decoran todas las fachadas, y me llego hasta la sede Premysa para saludar:

«Chico, no sabía que había tantos parados en este pueblo». Y yo me río. «¿Te hace gracia lo de los parados...?». No, tío; me hace gracia lo de «pueblo»... Al volver al curro ya hay una plaza de aparcamiento libre. Acurruco en ella el coche y rezo para que no me pongan multa O.R.A. con foto, que estoy traba-

jando y no gano para echar en esa jodida hucha Dorna que se lleva el dinerito de los que ya apoquinan con el impuesto de circulación –y no quiero decir con esto que yo lo haga.

A la una y quince recojo a mi leoncito chico –que lleva a esa hora más hambre que un centurión

romano en Las Galias– y otra vez a lidiar con la estrechez Colón/Panakes, con tres muchachas que están pintando de azul los pasos de cebra y los han llenado de conos para sortear, con tramo Colón cerrado y con dos ambulancias aparcadas junto al hospital Virgen del Castañar –toda una gyncana para el Fernando 287


Alonso en que me estoy convirtiendo–. Como, ronco dos minutos, me aseo y vuelta al tajo con los cor-

tes de calles antedichos y la misma gyncana, otra vez sin aparcamiento en la Plaza de la Piedad, pero no importa, que la acera está libre. Tarde tranquila de curro –Béjar a finales de septiembre es tranquila de curro, como en enero, febrero, marzo...– y viva España.

A las nueve p. m. ya no queda ni Dios –aunque no exista– y eso me encanta –aunque no sea un buen

síntoma.

Todo está bien, perfecto, cojonudo... sólo falta que nieve para que esquíen los paquitosfernandezo-

choa en nuestra estación, que llueva para que Acualia nos quite el hierro del agua, que se vaya la gente a currar a Barna para que no haya problema de aparcamiento, que hagan escuelastallerdeoficiossalaman-

caemprende para que se callen los parados, que siembren más piedras para terminar la Plaza Mayor y empezar otra nueva, que se tire más basura para conseguir nuestro monte Fuji particular, que vuelva a

abrir el bar Sol –verlo cerrado da cierto mal rollo de que esto se acaba– y que se tarde menos de media hora para llegar a Salamanca –para el dosmilochoministrodixit–. Todo está bien, perfecto, cojonudo: los

mejores políticos, las mejores ofertas en pisos céntricos, el mejor paño, la infraestructura turisticorrural más de lo más, dos semáforos, O.R.A. Dorna, Acualia, cuatro cajas de ahorros, siete bancos, unos multi-

cines, campo de fútbol de hierba, pabellónes cerrados, pistas de tenis, estación de esquí, cuatro colegios públicos y dos concertados, dos I.E.S., casi quincemil cabezas –y sin exagerar–, piscina municipal abier-

ta, dos piscinas cubiertas, varios gimnasios, supermercados chachis y baratitos, año cervantino, partos en

Helmántica –para quitarnos problemas en casa–, arquitectos felices, aparejadores alegres, tenderos de fiesta continua... ¿Quién coño puede quejarse? Pues ya está.

Sólo falta que gobierno y oposición decidan tomarse unas cañas juntos al final de cada pleno y can-

tar el «Asturias, patria querida...» entre abrazos y achuchones. Es así de fácil.

Entonces, cuando eso suceda, me tomaré las cuatro gymcanas diarias como parte de mi ocio, dis-

cutiré por pagar el primero las boletas de la O.R.A. y obligaré a mís críos a que beban dos litros diarios

del agua ferruginosa Acualia, que debe ser divina para la circulación –oye, y si es así, podrían regar todas las calles a diario y lo mismo no tendrían que meterse en tanta obra. Si es que el que no se conforma es porque no quiere. Lo dicho, que quizás aún necesite presentación.» 4 de octubre de 2005 Para: Béjarnoticias.com

Nombre de la sección: «La estatua de sal» Firma: Luis Felipe Comendador

Título del artículo nº. 2: «Mirar atrás» 288


4 de octubre de 2005 «Nunca es bueno mirar atrás si lo que dejas es una Sodoma de andar por casa o cualquier suerte de

Gomorra. Lo digo por experiencia –no en vano soy la estatua de sal que miró buscando el amor que se dejaba–. El caso es que ya he cristalizado y mis pupilas se han quedado fijas en lo que sucede a mi espalda temporal.

En mi estatismo pétreo soy capaz de ver espectros del pasado en su juego de engaños y sonrío por

dentro. De esa mirada obtengo distancia y perspectiva: pobres de escarchar sardinas viniéndose a un más de escalfar ladrillos, arrumbados deshechos en la pátina del fracaso con cetro y catre ahora, visionarios

de fe y pandereta metidos a gallitos finiseculares con concubina y todo, pseudooenegeros con toda la

familia en nómina y lo que venga, tiralíneas proletas asumidos en mismísimos auditarras con pluma cara

de punto fino y tinta roja... Todo un rol de monstruos contra natura empeñados en «ser» por fas o por nefás parte del eterno prosaísmo bejarahui con sus tanganas castañaras, sus «como los más ricos de

Béjar», sus navajas con cacha de nácar para escachar patatas calderilleras, sus conversaciones sobres vinos caros y añadas luengas, sus «pa ti y pa mí»... Todo un rol infame de tipos duros apuntándose a la cosa «nuevo rico» más hortera.

Yo, aunque joven –todo es relativo–, los vi mocosos, medio mendigando, robando en el peso, lim-

piándose el sudor más amargo con los faldones de la camisa... y luego los conocí vendiéndose, sobando chepas cuaternarias con esa ciega fe de los «pal por si...», riendo amargas gracias a tipos de billete fácil

y empezando a ver en sus pies cómo les crecía una bota que pisa... Luego los vi montados sobre una jaca

toledana con un «love» en el centro de cada una de las capitales de provincia de la compartida Comunidad

Autónoma CyL... Y me alegro, coño, me alegro de que a los imbéciles y a los tontos de baba les vaya tan bien, aunque les ruego que sopesen el asunto de las caídas y el terrible pudor de la enfermedad y la muerte, pues no hay peor pobre que el que supo la riqueza ni peor muerto que quien se pensó inmortal.

Y viene esto traído como a traición, pero con afán de que se comparen esas trayectorias con otras

labradas en el estudio y el trabajo personal, porque ayer me enteré de que han despedido de un ente muni-

cipal a un buen colega, a un magnífico profesional y a un tipo que ha hecho mucho más por su ciudad que todos los que le han echado juntos. Mi «newport» favorito en paro, entre otras razones, por querer hacer bien las cosas y por hacer frente a la vergüenza paramilitar que repta por los cargos intermedios municipales –una trampa/zepo burdamente armada que arruga a los políticos y los mueve como a mario-

netas tristes–. Y yo quisiera hoy que alguien me explicase los cómos y los porqués, que alguien pusiese

en rango de comparación las trayectorias de los que están y las de los expulsados, que los cercanos al asunto salieran a contar las mil verdades ocultas que laten tras esta historia.

Y válgame Dios que se entienda que acuso esta vez a los políticos de uno u otro color –en todo caso

pudiera hacerlo por falta de mando y de criterio–, que fui concejal unos cuantos años y sé a ciencia cierta cómo se intoxica, cómo se maneja, cómo se urde, cómo se medra desde dentro. 289


Sí me gustaría que se hiciera justicia con mi colega y, por qué no, con otros/as profesionales que

han sufrido en sus carnes una sub-gestión voraz y llena de asuntos personales, que los bejaranos que pagamos un día su sueldo y hemos de apoquinar con la vergüenza y las pelas de sus despidos conozcamos todo lo que sucede y qué lo provoca.

La pena radica en que como a los antedichos, a los tontos de baba a los que me referí hace unos

párrafos, todos estos asuntos les parecen naderías porque no son ladrillos, pues aquí no pasa nada.

En todo caso, es jodido recordar que vivimos en un pueblo pequeño y todos sabemos lo que suce-

de en la casa del otro, cada uno tiene anotadas las copas de más del resto, los polvos furtivos, las traiciones, las salidas nocturnas, las heridas, las enfermedades y los sepelios.

Mi ánimo al colega y un ruego feroz para que forcemos que la luz se haga en cada uno de nosotros. Tampoco me importa decir –para que vean– que esto también hubiera sucedido si gobernase el

Partido Socialista, I. U. o los mismísimos leonesistas; pues no es cosa de políticos, que estoy seguro. Son las ventajas de ser una estatua de sal.» 5 de octubre de 2005

He pasado unos días de silencio venidos de un vacío total que no alcanzo a explicarme. Quizás es

que la luz persiste con demasiada fuerza y lo mismo me hace falta un tiempo meteorológico algo más inestable, quizás es que se me han acabado las palabras y no hay que darle más vueltas al asunto o quizás es que ando en tono bajo para pillar un nuevo arranque con fuerza. No sé lo que me sucede, pero no tengo ganas de escribir.

Y me hago un silencio de falsete, porque me han enganchado para escribir en «bejarnoticias.com»,

porque el ayunta ha despedido a mi amiguete Juanma con muy mal rollo, porque mi Guillito ha empezado a aprender judo y me hace posturas entre ninja y Popeye, porque apenas veo a mi Felipón desde que

ha empezado secundaria –maldito cruce de horarios–, porque con mi Ángeles chica me sucede lo mismo... En fin, y que tampoco he leído nada durante estos días. Vamos a esperar para ver lo que sucede.

7 de octubre de 2005 Para: Béjarnoticias.com

Nombre de la sección: «La estatua de sal» Firma: Luis Felipe Comendador

Título del artículo nº. 3: «Io voglio una dona»

7 de octubre de 2005

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A veces me gustaría ser como el Tío Teo de «Amarcord», subirme a un árbol y gritar a grito pelao

aquello de «io voglio una dona», y que el árbol fuera uno de esos que pueblan por cortesía el centro de

Béjar para que los bedeles municipales me tiransen cohetes buscando el silencio, igual que hacen con los estorninos, y también me encantaría que el resto de los bejaranos se fuesen sumando a mi exabrupto tarumba y que terminásemos siendo como aquellas bandadas de los mentados pajaruelos gritando todos a la vez la frase federica... «io voglio una dona... io voglio una dona....», y que también se sumasen colec-

tivos de mujeres bajo el grito de «io solo mia», y que viniesen los furruquis del Guines y nos sacasen

hasta en los telediarios de cadena Vocento como una curiosidad culomundera. Sería magnífico que el

mundo supiera que en Béjar, por una sola vez, todos los ciudadanos bijarrenses gritábamos juntos y a dos

voces. Porque, joder, he escuchado por la radio a nuestro alcalde platicando con el coleguilla SER sobre un asunto de «Paradores Nacionales» y todo era yo, mi (mí), me, conmigo... Que si yo soy el primero, que a si a mí se me ocurrió, que si me pongo en jarras, que si conmigo esto va mejor, que si yo, que si

mi (mí), que si me, que si conmigo... ¿Y el «nosotros», dónde carajo se ha olvidado el «nosotros» este señor?, porque está ahí para decir sus posesivos gracias a que su partido (un «nosotros») decidió que estu-

viera, porque un alto número de votantes censados en Béjar (otro «nosotros») le votó para que los (nos)

representase; y se llena de posesivos para hablar de historias a las que se dispara con pólvora (pelas) ajena (otro «nosotros», y bastante interesante). Pero no es sólo nuestro alcalde prosapio el que yomimeconmiguea sin rubor, que lo mismo sucede cuando escucho al buen colega Jesús, al Melero más zotal, a mi

Zapatero ternerillo, al alcaldorro Lanzahelmántico, a... Y no está bien, coño, porque a los minguillas como yo nos duele un punto esa personalización individualizada de lo público, que tal y como está ideado el sistema, los que tiene mando en plaza lo deben usar en nombre de todos o, como mínimo, en nom-

bre de sus representados; que se empieza por esta mala costumbre en la cosa discursiva y se termina uno

creyendo que todo lo ha hecho él y que por eso es suyo. ¡No!, amigos políticos, destierren de su vocabulario esas voces tan poco elegantes en democracia y usen otras más adecuadas a lo que «debiera» ser la realidad.

Si se acostumbran al «nosotros» es muy posible que empiecen a entender lo que significa el diá-

logo, la colaboración, el sumar para conseguir... y quizás los roces acaben convirtiéndose en caricias, porque no es lo mismo que «su» pueblo sea «nuestro» pueblo, que «su» parador sea «nuestro» parador, que

«su» residencia de asistidos sea «nuestra» residencia, que «sus» logros sean los «nuestros» y que «su» fracaso sea el «nuestro» –cuando las cosas salen mal, casi nunca hay un yomimeconmigo–. Que si empe-

zamos por expresarnos con corrección, es muy posible que terminemos actuando también con corrección. Así que, lo mismo, cualquier día ven a esta estatua de sal aupadita a un plátano del parque gri-

tando «io voglio una dona» esperanzado en que se le sumen todos los bejaranitos para hacer un «noso-

tros» de prueba. Digo.

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10 de octubre de 2005 Hoy es un día triste sin cómos ni porqués, un día triste sin más. En días así echo mucho de menos

a mis amigos especiales y me faltan como nunca, pero qué puedo hacer...

Me conformo, en todo caso, con la piel de mis hijos, con los cansados ojos de mi Ángeles y con la

extensísima presencia de mis padres. Y ya va empezando a entrar la lluvia con su cosa de encerrarse y mediomorir de otra manera. Escucho, para pasar el trago, a la deliciosa Bessie Smith con su sonidillo gra-

mófono... «t’ain’t nobody’s bizness...», a Sara Vaughan y a Ella Fitzgerald interpretando a Cole Porter e

intento bucear en mi rollito más Truffaut, ése que me machaca con su «morirás y no habrás hecho nada de lo que figura en la lista que escribiste hace años». Y es que mis «400 golpes» no son tanto de rebelión

como de abulia. Entre mi rol de cosas por hacer, figura en primer lugar viajar a París y empaparme de ese sentimiento que deseo y que sé de seguro que se encuentra en las calles de la ciudad luz; también quiero volver a África –a mi paraíso Mangola Chini, con Yuma wu Erima y Alí–, desconocerme en mil abrazos pendientes, hacer el amor en las aguas del Indo, robar plátanos rojos en Mozambique, escribir un poema

vertical a la sombra de un baobab, besar la frente del subcomandante Marcos y comer papas con chile en La Candona. También tengo pendiente escribir un poema largo que empiece así: «¿Cómo será el final? /

–me pregunto últimamente / con demasiada frecuencia– // ¿Dónde caerá mi cuerpo? / ¿Habrá espera / o tan sólo una luz que se va / como aquel día / en el que todo fue borrado / por un no sé qué de iones sodio? // ¿Quién estará a mi lado / para decir ese nombre / que ya no habrá de ser más que recuerdo?...», un poema que exprese todo lo que debo, que aseste y reciba cada uno de los golpes de mi vida, que no se zafe de ninguno; un poema para el amor pendiente y el gastado, para expresar el odio entero y el afecto, la rabia y el tranquilo pasar, un poema completo que ajuste exactamente en el lugar que le dará final y razones a toda mi obra, el poema último que diga con tranquilidad «aquí se acaba todo» y ahora toca deshacerse. Creo que hasta que no escriba ese poema voy a tener que aguantar la vida, aunque pasen cien jodidos años más por este cuerpo que tanto maltrato a diario. Ahora ando en esa historia tan Proust de que «sólo se ama lo que no se posee totalmente», y me empeño en desembarazarme de cualquier totalidad para intetar amarlo todo con intensidad, porque presiento que voy a arrepentirme de no haber amado tantas cosas y a tanta gente que ya me está doliendo. También necesito dibujar mis días en un comosinada, todos y cada uno de mis días. 12 de octubre de 2005 Llueve como en aquel «A cántaros» de Pablo Guerrero, y «es tiempo de creer que tiene que llover...», que estamos hechos de barro, pero «¿quién nos ata?». Acabe con mi Morante el nuevo «Señales de humo», y con un retraso por el que le pido al hermano mil perdones, pero es que he atravesado un 292


desierto vacío que ha atacado directamente a las ganas. Hoy parece que voy levantando cabeza, sobre todo animado por el colega sevillano Emilio, por el grandísimo Antonio Gómez, por mi Herme de alma, por Belencita, por el mentado Morantón, por Urahdal y por Marcela Lieblich, que me han escrito o me han llamado para darme un empujoncito de ganas –con conocimiento de causa o sin él, que no me importa–. El caso es que comienzo a caminar de nuevo como esos enfermos que llevan demasiado tiempo en cama, balbuceando, con leves mareos, pero con todas las ganas del mundo. Sin más, repaso el horror de las últimas semanas y lo comparo con este horror pequeño de pueblo. Sólo coincido en alguna muerte injusta, porque lo que sucede en el mundo es causa de un profundo desajuste humano puesto a prueba por la dureza de los azares naturales, y lo que sucede en Béjar es fruto de la sola imbecilidad. Soy demasiado superficial y decido de pronto que no me interesa el mundo y, cómo no, tampoco mi precioso pueblo lleno de gente infame bien arropadita en una doble moral pestífera. Escucho sin más a Sarah Vaughan en su elegantísimo «The George Gershwin songbook» y leo un ratito a Ezra Pound, que en su día fuera tachado de loco y traidor por los EEUU, su patria, y que fue capaz de escribir que un esclavo es aquel que espera a que venga alguien y lo libere. Me quedo con un poema absolutamente práctico y que estaría muy bien traído a la bicha de la poesía española contemporánea –a esa mingada Robayna o a esa otra mingada Montero/Sabina–. Va: «Haré un pacto contigo, Walt Whitman: / Te he detestado ya bastante. / Vengo a ti como un niño crecido / Que ha tenido un padre testarudo; / ya tengo edad de hacer amigos. / Fuiste tú el que cortaste la madera, / ya es tiempo ahora de labrar. / Tenemos la misma savia y la misma raíz. / Haya comercio, pues, entre nosotros.». ¡Ja!, ¿no es bueno? ¿Haya comercio entre nosotros? Sería posible si todos los poetas españoles partiésemos de un capital similar y apetecible para el otro. El problema es que las posturas irreconciliables de la poesía contemporánea española toman base y poder en un asunto tan poco literario como el dinero público. Ni poesía de la experiencia, ni poesía del silencio, ni poesía de la santa polla... sólo poesía del dinero bien arrimadita al poder, poesía del PSOE y poesía del PP como acreedores del laureado estado pope, y un montón de sensibilidades dispersas sin posibilidad alguna –y no es cuestión de hacer un rol con nombres y apellidos, porque ya estoy hasta los cojones de que me pongan cruces sobre cruces ya puestas–. No puede haber comercio, porque el que no tiene nada que dar, sólo puede poner el culo para que se lo pongan como un cucurucho de almendras garrapiñadas. Y es que hay un tercer mundo poético –al que creo pertenecer– que va al pairo y no acaba de encontrar el abrigo de una ensenada. Hace falta que se eliminen del panorama literario los padrinazgos políticos y que los poetas, uno a uno, aparezcamos desnudos ante el lector, en las mismas condiciones. Entonces se podría saber quién es quién y para qué sirve cada postura poética. Y no es queja lo que quiero dejar aquí, es un cabreo enorme por esa cosa político/económica que eleva la mierda a categoría de «Literatura», dejando el listón de la poesía nacional en el justito subsuelo. Sigue Sarah con un «Summertime» que es pura golosina, yo sigo en mis trece y ellos siguen en sus sillones de piel flor poniendo cara de payasos sin darse cuenta de que en esos gestos está su verdadera 293


derrota. 13 de octubre de 2005 Hoy tengo frío. 17 de octubre de 2005 Me ha llamado un medio feliz Antoñito Orihuela sin vesícula. Igual de pacífico en la voz y de calmo en la risa. Me ha comentado que Antonio Gómez le ha preguntado por mí con cierto tono de preocupación –no pasa nada, amigo concreto– y hemos hecho gasto de parabienes y buenos deseos mutuos y comunes. Por mi parte, sigo sin salir de este charco de nada y me lo tomo con tranquilidad; me dedico a observar y a acumular sensaciones, a divertirme con la sinceridad valiente de Juan Marsé en esa meca del dinerito «mundilloliterario», a entristecerme con las noticias del mundo, a quedarme pasmado ante el último cuadro que le he comprado a Alberto Hernández –la purita viña del Señor–, a leer un poquito de Percy Bysshe Shelley y otro poquito de Bertrand Russell, a caer en pequeñas depresiones de dos minutos y en enormes euforias de segundo y medio, a preocuparme por la marcha de la imprenta, a pintar y pegar como un poseso en mi diario gráfico, a reírme y a llorar de mí mismo, a esperar a que llegue el sábado para encontrarme con Morante, a fumar las colillas de mi cenicero porque se me ha acabado el tabaco y no tengo ganas de salir, a pensar que mi pueblino se ha quedado sin gente en cuatro días y qué bien se está... Rozan alas de ángeles mis sienes y a veces soy feliz y a veces la justa desgracia. En fin. 29 de octubre de 2005 Un respirillo otra vez y a volver a estar en la pomada poética. Pillé el premio Ciudad de Mérida con su cosita económica y ese «más aún» que supone editar «El gato sólo quería a Harry» en DVD ediciones. Y respirillo porque he vuelto a sentir el afecto y el cariño de mis mejores amigos (Orihuelita, Morante, Alicia, Antoñito Gómez, Turri, L. A., Sergio Gaspar, Herme, Belén, Alberto, Garridín, Abraham, Juanito...). Y voy a disfrutarlo con una fiesta individual llenita de cigarros y cocacolas, y brindaré por Urah dal y por la poesía triste, por la amistad de veras y hasta por Sarita Montiel, porque las pelas me vienen ahora que ni pintadas y la edición es un punto para un poeta tan periférico como yo. Espero que este asunto me anime otra vez a volver a la palabra perdida. Y aún me jode que este es el primer premio que me he currado en creación y en cosa social, no en vano sabían que me presentaba todos mis amigos, Lara, Morante, L. A., Orihuela y Antonio Gómez. 294


¡Mierda!... pero me hacía tanta falta. 31 de octubre de 2005 Ser parte del subsuelo y encerrarse no es tan malo; reflexionas, escribes, dibujas y juegas a ser todo y parte... y de pronto llega un laurel, merecido o no, y sales a la calle y todo es afecto. Nunca, y digo nunca, me he sentido tan querido por mi gente como hoy –y cuando hablo de mi gente, hablo de los bejaranos de a pie y los de a caballo–; ánimos, felicitaciones, recuerdos, sonrisas, palmadas en la espalda, apretones de manos... Gracias, mil gracias a todos. Y ahora vuelve a tocar el grito, ese grito necesario cuando el éxito pequeño, el grito para hacer saber a todo el mundo que un premio es una pequeña anécdota que debe servirnos para poner en valor a los buenos poetas que trabajan en caminos llenos de riesgo y fuera de los cánones establecidos por los popes que viven de esto. Es la hora de gritar que Abraham Gragera es el mejor poeta joven nacional con diferencia –pronto podremos gozar un poemario suyo en Ed. Renacimiento–, que José Luis Morante es la voz exacta con ritmo y todo, que Antoñito Orihuela es la justa poesía neolibertaria, que Belén Artuñedo es el verso esencial, delicado y más oculto; que Antonio Gómez es la justa poesía concreta y pluscuamperfecta, que Karmelo Iribarren es la polla en verso, que Uberto Stabile es el corazón de demasiadas cosas y el alma de lo demás, que Fermín Herrero es a la poesía como las castañas glaseadas a la Navidad, que Enrique Cabezón va a dar mucho de qué hablar, que Máximo Hernández Fernández ya ha alcanzado ese no se puede hacer mejor –no lo pierdan de vista–, que Roger Wolfe aún escribe y vive y respira, que Abel Feu es la hostia, que Manolillo Moya vibra cada día mejor, que Ada Salas es un cielo a la derecha –o una espía en el silencio–, que Antonio Manilla es poeta y basta, que Herme G. Donis es la razón de la sensibilidad... y que Lara, Cusac, David González, Antonio G. Turrión, Michel Gaztambide, Villagrasa, Ramón García Mateos, David Pielfort, Juanjo Barral, Norio y todos los que se me olvidan son la hostia mismita de un universo literario apartado, denostado, bueno de atar, libre, arriesgado... un universo hecho de mucha soledad y demasiados fracasos. La nave va, amigos, y los impulsos que vienen de lo prosaico, los premios, son un poquito de viento con el que navegar todos juntos con las voces en guardia. Gracias también a todos vosotros por existir y por ser mis ganas. Un abrazo. Nos vemos. 1 de noviembre de 2005 Aquella Gloria Fuertes que no escribía para niños, la mujer derrotada de humanidad que quería ser tan bella por dentro como por dentro, escribió un poema que tituló «Sobre la soledad hoy me desdigo», en el que desertaba de ese estado como sigue: «No hay soledad perfecta, / eso es un fraude; / ser y no estar (es duro) / ser y no estar con la persona amada. // Porque hay que estar y ser junto a su cuerpo; / (poetas tristes dejaros de bobadas) / no decir: que la tarde y su presencia / en la 295


ausencia / pasa a ser perfume de alborada.. // Tan sólo la verdad es poesía. / La soledad, es una cabronada.». Yo, sin embargo, más joven que la poeta, más vivo en lo físico –aunque no en la poesía–, aún creo en la soledad como una magnífica tabla de salvación: desde la soledad se crea y se destruye, en ella es donde se ama más intensamente, con ella se pone mejor en valor al otro, por su acaso eres capaz de desnudarte ante ti mismo y conocerte algo mejor. También la soledad aparta el cáliz de las jodidas derrotas diarias, la extensa mediocridad de los políticos y el eterno gris de la gente. y, como diría un poeta chileno que es colega, «por sobre todo» te hace aislar, con prudencia y en condiciones de asepsia total, las opiniones de sujetos tan nocivos y venenosos como el tal Pío Moa, el supernumerario César Vidal o el mojigatero terrorista Jiménez Losantos, que juegan –muy bien pagados– a ser el verdín de una Iglesia política que ladra con su verdadera voz en enjendros como la Cadena COPE. No para el amor, recordada Gloria, quiero yo la soledad –que eso me suena más a placer autogestionado–, sino para todo eso tan bueno y tan malo que he descrito. Y es que la distancia que aporta la soledad siempre busca el vómito de la lucidez, una lucidez que me sujeta a quien amo y que me impele a luchar contra el que busca el fuego que lo destruye todo para vencer. Y por todo esto, sigue siendo tiempo de permanecer encerrado en las cavernas más profundas para no sentir la terrible vulnerabilidad de los engañados. Quizás sea un equivocado, pero no estoy loco como para lanzarme a beber por mi cuenta el acíbar de los héroes. Mi lucha, hoy, en absoluta soledad, es denunciar con gritos en voz baja que hay una clase muy poderosa que nos quiere hacer volver al hierro y a la sangre escondida. Son católicos de pro, sus culos está muy bien lavados, manejan coches de lujo y poseen las mejores acciones de las más prestigiosas empresas. Tienen miedo a la masa y por ello la penetran con su fiebre consumista y muchas dosis de miedo en vena. Sus escuálidos perros rabiosos –nacidos de la izquierda más extrema– vocean por la radio, escupen desde los periódicos y ocupan las tertulias de la tele. Ellos lo poseen todo y quieren poseernos a todos; es por ello que apelo a trabajar desde la individualidad y la soledad para buscar métodos individuales de fortalecimiento personal que nos lleven a atacarlos con la suficiente garantía de herirlos de muerte, una suerte de guerra de guerrillas que termine aunándonos para salir a la calle otra vez y poder hacerles frente cuando se sientan más vulnerables. Que la cosa está en un punto muy delicado –mucho más de lo que parece– y hay que pasar a la acción para conseguir expulsarlos a su infierno y crear el marco para una nueva derecha moderada y positiva que trabaje con la razón y sea el justo contrapeso político a la izquierda desvahída que hoy nos gobierna. Ellos, por definición y por intereses, siempre estarán unidos. Nosotros, siempre dispersos. Busquemos, pues, las ventajas de nuestra dispersión y los puntos débiles del engranaje que los aglomera en una voz única e hiriente. En fin, que empecé con la soledad y he acabado con la revolución... Yo también me disperso, como mi clase social... mediocre, sin ínfulas de obrera, absorta en el fútbol y en la telemierda. ¿Habrá solución? 2 de noviembre de 2005 296


Hay días en los que algún colega está como un estropajo y te pide abrazos y consejos. No entiende tu dolor, no lo entenderá nunca, pero te muestra el suyo como cierto y hasta único; te mirá con ojitos de carnero y abunda con fervor en el mal que lo desola. Su error es que no entiende que en la vida un sufrimiento es paso a cualquier gozo, y que hay que estar bien despierto y ver la luz que asoma tras la sombra, gozar el escozor como el camino, deteniéndose en él para medir lo andado y no esperar sino lo que te llegue con una calma chicha. Tampoco es malo jugar a parecer insobornable, agredir la moral de los cercanos, reírse de la cruz que empuja al hombro y pensar que alguien está peor, que es bien seguro. Lo peor –ahora que hablo yo solo y no me escucha– es que después de esta tormenta breve y simple, volverán los efluvios del dinero, la cosa del consumo, el ser para no ser, la risa floja... y cobrará sus nóminas esféricas, y mentirá con lenguan monetaria, y no le dará paz al que la busca ni un respiro al que sí lo necesita. Vestira sus corbatas y en su coche de lujo supersónico sonará una canción de un tal Sabina. Si un día me ve llorar –ya lo escribí hace tiempo– creerá que río... y no me importa. Hoy me siento por él desencajado, como fuera de mí por verle triste, pues teniéndolo todo no es capaz de gozarlo y, encima, para colmo, le ha dado un golpe bajo a todo el optimismo con que salí de casa esta mañana. 3 de noviembre de 2005 Llueve ahora como una manta pesada, empapada de esa nostalgia de inviernos que tanto bien me hace. Llueve y acabo de leerme de cabo a rabo «El canto y la ceniza», una edición deliciosa de Galaxia Gutemberg que está empapada de la poesía impresionante de Anna Ajmátova y de Marina Tsvetáieva. Durante la lectura me he acordado muchísimo de mi amigo Abraham, pues en los rincones de estos versos hay mucho de la poesía del colega –le echo mucho de menos, sus conversaciones deliciosa, sus conocimientos poéticos, su sensibilidad, su tímida erudición...–. Después del baño templadito de versos he dibujado un rato el cuerpo de una mujer fumando y no me ha quedado nada bien, aunque no me importa, porque la imagen qu e quiero está nítida en mi mente, unas manos volando con un pitillo encendido, un gesto elegante en las piernas y los ojos entrecerrados para engañar al humo. He roto el dibujo porque distorsionaba la imagen de mi cabeza y me he puesto a mirar cuadros de James Ensor en un libro de arte bajo la lluvia musical de Madeleine Peyroux y la tormenta del «Back to the Blues» de Dinah Washington. Anoto que he recibido «I 4 elementi», de Lara Cantizani, en edición bilingüe (Italiano/castellano) a cargo de Emilio Coco y con introducción de Josep Mª Rodríguez. Una bella edición de I quaderni della valle. Enhorabuena. 7 de noviembre de 2005

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Llamadita Paco Ortega pletórico de curro y afecto, lleno de sorpresas, como siempre, y puntazo Ángel González en forma de bomba para prontito –avanzo, pero no digo–. Carta digital Herme G. y miraquequieroyoaestatía. Florilegio Kb con un «cabronazo» lleno de cariño y muchas ganas de todo. Orgullo gay Jesusín Márquez –«venga tío, venga ya esa canción rosa fucsia para granjearnos masas»–. Telefonema leganesillo y cucurucho de SantiGeValverde. Y poco más. Y nada menos. (noche) Pringada por el frío la narizota que llevo, enciendo por primera vez el radiador años setenta para sujetar mi escritura en un ambiente menos aterido. He comenzado a escribir un nuevo poemario y ya le tengo titulete al conjunto que aún no existe –«Los 400 golpes»– y cabezada a cada uno de los poemas. Es mi forma de escribir desde siempre, una forma rara, lo sé, pero que a mí me funciona de puta madre y que casi siempre consigue que mis poemarios tengan cierta unidad. Esta vez quiero que todo suceda entre un canto al exceso y un grito callado contra la decepción. Así comienza el rito de la escritura esta vez: un tema para el que tengo ya armados varios caminos transversales, un título tan poco imaginativo como que está robado directamente al bueno de Truffaut –otra vez la clave cinematográfica en mi trabajo–, los títulos de cada uno de los poemas por adelantado y casi todos los versos clave de cada uno de los poemas que pienso escribir –esos versos son ahora aforismos que están en mis nuevas «Palabras en ropa interior»–. Imagino que, como siempre, con estos mimbres en mis manos, la poesía fluirá a bocanadas –mala, regular o buena– en cualquier momento y ya no habrá vuelta atrás. Y este poemario me apetece un güevo, pues en él quiero hablar de frente y sin temores, nombrar con desnudez bajando a mis cloacas personales y escupir daño y vísceras. Si lo logro, será un descanso tan parecido al final de una de esas terribles retenciones de vientre. A ver qué sucede. 8 de noviembre de 2005 Son las once de la noche y acabo de llegar del hospital Virgen del Castañar, en el que han atendido a uno de los veintinueve desplazados subsaharianos que desde anoche están pasando unos días en nuestra comarca para reponer fuerzas de su terrible itinerario desde países como Mali, con parada en campos de Melilla, Canarias y Granada. Todos son jóvenes y llegan en unas condiciones bastante tristes, especialmente tres de ellos: dos con graves problemas respiratorios –a uno de ellos es al que acaban de mirar en nuestro hospital– y uno con un fuerte golpe en el costado. Se les ha repartido ropa y se les está proporcionando un menú diario completo, aseo y habitaciones bien equipadas para el descanso digno. Su llegada fue impresionante, con caras de auténtico temor, pero con un rastro de esa emoción que sienten los vencedores pequeños –que son los más grandes– de haber conseguido pisar nuestro jodido primer mundo. Pero esta mañana, ya aseados y con ropa edecuada para nuestro clima, han llegado a reír e incluso a dejar un ratillo a la diversión practicando fútbol y baloncesto. El cabecilla, Yusuf, es de Senegal y habla tres idiomas, tiene una energía especial y sabe el estado 298


de cada uno de sus compañeros de periplo –y se preocupa vivamente por ellos–. Hace un ratito le he despedido con un apretón muy fuerte de nuestras manos. Le he visto muy esperanzado, aunque yo sé que va a sufrir lo indecible para poder sentirse persona en nuestro país. Yo, personalmente, pienso ayudarle en lo que pueda, pues una voluntad como la suya merece un gran esfuerzo de integración. Me decía con una sonrisa de oreja a oreja y en castellano: «Yo soy el primero de mi familia que ha llegado a Europa», y se sentía entre héroe y un dios menor. A mí me han brotado unas lágrimas. Si alguno de los colegas que os acercáis a este diario chungo queréis echar una mano a estos tipos impresionantes, podéis contactar conmigo o con Juanito Hernández Heras en nuestros mail («felipe@lfediciones.com» o «mpdl@lfediciones.com»). Sólo con vuestra voluntad de apoyo nos sentiremos felices. Gracias de antemano y un ¡¡¡aúpa!!! bien alto para Juanito, que ha tenido los cojones suficientes para pellar él solo con toda esta bellísima historia de solidaridad. 13 de noviembre de 2005 Ayer fue un día malo, un día que no quiero que se vuelva a repetir. Juan y yo tuvimos una conversación con Yusuf para intentar explicarle lo que le espera de aquí en adelante. Le explicamos que es libre de hacer lo que quiera y que el martes se acaban los fondos para su manutención en Béjar. Él sólo nos entendía a medias y acertaba a decir de vez en cuando «OK, OK... merci...». Le explicamos que con los papeles que tiene, una jodida orden de expulsión que no puede ejecutarse por no haber convenio de extradición con su país, no puede trabajar más que en el mercado negro del trabajo y bajo explotación; le indicamos que no debe robar nunca y mediante mímica le explicamos la tipología de personas de las que debe fiarse y de las que no. Juan quedó encargado de prepararle un librito de direcciones y teléfonos para que pueda buscar socorro y ayuda cuando lo necesite... Y el grito se me quedó adentro, pellizcando con fuerza. Un grito contra el sistema que niega y pone cruces negras sobre los hombres por razón de raza o de nacimiento; un grito contra mí mismo por no dejarlo todo y ponerme a echar una mano de verdad, de las buenas, a los tipos que, como Yusuf, han puesto sus esperanzas en nuestro sistema podrido y diferenciador. Sé que no puedo hacer mucho más de lo que ya he hecho, que es justamente nada, que podría meterlo en mi casa y darle de comer cada día, que podría buscarle un trabajo oculto para que empezara a encontrar su dignidad... pero todo en mí es impotencia y me siento vencido por el afecto y por mi incapacidad. Otros no hacen nada y yo he hecho un poquito, pero me siento muy mal por mi falta de determinación y por esconderme detrás de mis cosas y de mi mundo artificial para olvidar los ojos de Yusuf y de Malik. No hay esperanza porque no tenemos la valentía de recrearla cada segundo que pasa por nuestras narices. No hay esperanza porque hemos aprendido a esconder la sensibilidad detrás de la caridad puntual y se nos ha olvidado que hay que luchar constantemente por la justicia. Ayer sufrí como hace años mientras me comía las lágrimas. Hoy soy la pura imposibilidad y sien299


to la derrota total como hombre social. Es dura la vida y es aún más dura la consciencia de su devenir. Y vuelta al trabajo mañana sin saber si el orden natural nos pondrá a todos en situación de igualdad. Luchemos, colegas, aunque sea por el egoísmo de sentirnos un poquito más dignos. (noche) Esta tarde, después del cineforum MPDL, Yusuf nos ha contado a grandes rasgos su periplo hasta llegar a Béjar: Cómo viajó de Senegal hasta Dakar con el dinero que le prestó su tío después de vender dos de sus mejores bueyes, cómo llegó hasta Casablanca y cómo le robaron todo lo que tenía en Marruecos –hasta la ropa con la que vestía– y se alimentó varios días con pienso para pollos, cómo en cinco días atravesó parte del Sahara junto a una treitena de paisanos con una sola barra de pan para comer en ese trayecto, cómo se embarcó en una patera en la que entraba el agua a cubos y cómo se pasó el itinerario achicando agua, el terrible miedo que le asoló ante el acecho de un enorme tiburón que estuvo siguiendo su patera con aviesas intenciones, cómo vio morir a diecisiete ocupantes de otra patera con la que se encontraron en su viaje y de cómo salvaron a siete de sus ocupantes jugándose la vida por sobrecarga, cómo llegó a Canarias y el trato que allí se le dispensó... todo con 22 años, con tres cursos de Filosofía ya realizados y con la ilusión de encontrar trabajo para poder finalizar sus estudios. Yusuf nos ha dado hoy una bella lección a todos los que hemos tenido la suerte de escucharle. 16 de noviembre de 2005 Ha vuelto el cielo azul y Béjar ha renacido esta mañana entre ocres, naranjas y amarillos; bella como bellos son los ciclos y como bella resulta la muerte y el paso hasta sus sábanas si se supo vivir y mirar desde unos ojos sencillos. Yousouph (así se escribe el nombre real de «Yusuf») se está adaptando muy bien al clima y a la gente, no en vano le hemos rodeado de afecto y estamos trabajando para darle alguna salida digna a su situación. A mí me viene muy bien estar cerca de él, pues estoy recuperando a empujones mi francés –cada minuto me sorprendo de lo bien que lo entiendo y de cómo me tatrevo sin más a llevar una conversación fluida en ese idioma– y también mi ilusión por muchas cosas que tenía ya como perdidas. Este tipo es una gran bocanada de aire fresco en mi vida, y me da en la nariz que también en la de muchos de mis cernanos: Ha levantado en mis hijos un extraordinario aire solidario y un montón de preguntas sobre la justicia (un gran paso en su educación integral). Cada mañana, cada tarde y cada noche me preguntan por Yousouph, me dan cosas para él, me recomiendan que le lleve a algún sitio para que lo conozca y se preocupan de saber si ha comido, si ha dormido bien y si tendrá frío o tristeza por estar lejos de su país. Él se pasa el día canturreano, riendo, haciéndome preguntas o contándome cosas de su país. Hoy, por ejemplo, me ha contado que tiene cuatro hermanos varones y seis mujeres, y que uno de sus hermanos, David, juega tan bien al fútbol que en el pueblo le llaman Zidane. Tanbién me ha dicho que es del Barça, aunque yo creo que lo hace por agradarme, ya que se le nota mucho su venita merengona –todos los inmigrantes que llegaron con él a Béjar eran declarados del Real Madrid... los puñeteros–. En fin, que 300


mis temores se van diluyendo con el roce y cada día veo más salidas dignas para este tipo. Hoy voy dormir como un cosaco, aunque me duela de cojones un dedo de la mano que me he pillado con la máquina de rematar calendarios de pared... soy un torpe para los trabajos de manipulación y se me ha puesto el dedo como la piel de Youssouph. Será el afecto. 19 de noviembre de 2005 Hoy hay fiesta Madrid-Barça con merienda Alquitara en compañía de Yusuf, de mi Felipón y de Juanito... y todo después de un café largo con Albertito Hdez. y Sra. mojadito en charla sobre la dignidad del creador y el horroroso bandidaje de tener que intentar sacar la cabeza con rugosidades mercantiles. Bien de los rebienes. Y si a todo le sumamos el que nuestro «Yusu» va feliz y se aclimata bien, pues miel sobre hojuelas. 26 de noviembre de 2005 Vivo en la disyuntiva de desear un mundo sin calendarios –me jode ver cómo los días marcan el paso de la oca– o que la matemática de los días se multiplique por miles de millones –últimamente vivo de hacer calendarios para las empresas de la zona–. En fin, que los días van a pasar con la misma certeza de muerte que traen siempre y, quizás, con alguna sorpresa que –Dios nos libre– no tenga nada que ver con la gastroenteritis que sufre hoy mi querido Felipón. Y en ese paso, el de los días, me topo con el número de julio-septiembre de la revista «El Médico», y me doy de narices con un artículo de Jesús J. de la Gándara sobre los poetas y el suicidio, un artículo escrito –sin género de dudas– al calor de mi «Paraísos del suicida» y con graves errores de cita, tantos y tan graves como que cita versos de montones de poetas suicidas que son absolutamente míos, todos del mentado poemario y escritos por mí para homenajear a esos poetas autoinmolados. La verdad es que ver mis versos con tan magras firmas los hace quizás mejores –que ya eran buenos–, por lo que no me voy a enfadar con el colega de la Gándara ni voy a pedirle que rectifique, pues pudiera traer cierta gloria de quívoco cachondón amparado en ese manido citar de citas que tanto se usa en los estudios más diversos –de «diversión»– y sesudos –de «sesada»–. En fin, que me ha hecho un montón de gracia el verme impreso siquiátricamente como Vachel Lindsay o como Gabriel Ferrater. Que la costumbre del éxito se apura en la prisa de un nuevo triunfo, amigo de la G., aunque me hubiera gustado un poquito que me citases en tan oronda revista galena –ya sabes, por lo del curriculum–. Pelillos a la mar. Y que hay un futuro con dos concejales peperos –no de la cosa cultural– pasándolas putas por joder a un tipo que no lo merecía y que parece que tiene los reaños y la pasta suficiente para meterles mano. Por uno de ellos va a darme la risa floja y por el otro lo siento mucho, que le aprecio. Y me da en la nariz que no hay vuelta atrás y que ya andamos en el «alea jacta...» –cosinas de pueblo, ya se sabe–. Y que me 301


ando preparando para leer el lunes que viene en La Invierna leganesa y disfrutar junto a mis colegas Morante, Santi G. Valverde, Inma y los que se vayan animando a pasarse por allí para tomarse una copichuela y escuchar a este desastre poético que soy. Me voy de fiesta a mi cama, que hace frío. 27 de noviembre de 2005 Acabo de ver «Libertarias» y me ha quedado un agrio sabor de boca. Prepararé mi lectura Invierna y me iré a acostar muy pronto, que me duelen los riñones y tengo frío. 30 de noviembre de 2005 Casi llego tarde para hablar de mi lunes madrileño, y es que llevo dos días seguidos de jornadita currera de once horas de vellón –asuntos de la plastanavidad imprentera–. Pues que me fui a tierras leganesas con mi Youssouph de copiloto. Charleta francohispana, paradiña en Ávila para que mi negrito conociera las murallas y probara las yemas de Santa Teresa –no le hicieron demasiada gracia–, comidita en Rivas con mi Morantón –que me regaló su nuevo libro, «La noche en blanco», con detallazo de poema chuli dedicado–. Palabras, abrazos, noticias de puesta al día, afecto total para mi Yusu, proyectos, ilusiones, planes de futuro... y a Leganés para comerme a besos a mi Santi G. Valverde, que me tocó el piano y me cantó unas cuantas canciones en proceso de remate. Y, luego, Inma y Enma, Paquillo Montero, un par de poetisas majas y leganesas y un escritor Mondadori perdido en aquella Invierna de/para cuatro gatos. La lectura fue rápida y de inéditos. En resumen, que gané algunos amigos nuevos para apuntar y perdí las pelas que me costó la gasofa, la cena de vuelta, las yemas de Santa Teresa , los pasos de frontera autopistera y unos cafés. Y digo que perdí porque no hicieron un solo gesto de pagarme los gastos de viaje –yo nunca lo habría pedido, pero estas cosas se sobreentienden, coño–. Vamos, que me costó la historia unos 80 euros que cambio sin pensarlo por la compañía y la conversación de Yusu, por el abrazote Morantón, por las risas Santi, por el detallazo Montero, por el beso de la madre de mi G. Valverde –un encanto de señora– y por el cariño Inma. En fin, que no importa, aunque prometo que no vuelvo a leer en público si no hay apoquine de gastos mínimos. También es cierto que fueron a escucharme cuatro gatos –mis cuatro gatos preferidos– y el amigo Invierna habría perdido dinero conmigo... Soy, en definitiva, un puto desastre para las cosas económicas. Y viva España. 4 de diciembre de 2005 Siguen los días grises sin encontrar la escritura y ya empiezo a sentirme mal, pues creo que nunca 302


he tenido un parón tan largo. Quiero escribir y sólo me salen dibujos, ¡¡¡Mierda!!! 5 de diciembre de 2005 Aún ando sin un jodido resquicio para la escritura, pero incurriría en una falta de respeto hacia mí mismo si no dejase apuntado aquí el golpe por EPO a mi paisano Roberto Heras. Y no voy a escribir para un sí o para un no, para un «te apoyo» o un «te jodes», que de eso ya se habla a todas horas en los baretos y en los corrillos milongos de esta estrecha ciudad. Hablaré del respeto que me merece Roberto Heras y del afecto que siempre le tendré a pesar de lo que ocurra a partir de hoy. Cuando mi hijo Felipe sufrió una peritonitis aguda y hubo de ser hospitalizado y operado de urgencia en Salamanca, su amigo Antonio –compañero de clase y de afición al Barça– tomaba las últimas bocanadas de aire de su vida en la habitación que estaba frente a la que ocupaba mi hijo. Uno de aquellos terribles días, mientras comía solo en el comedor del hospital, coincidí con el hermano de Roberto –al que conozco de sus andanzas por el mundo del basket bejarano y al que aprecio un montón– y me preguntó por la razón que me tenía en el hospital. Le expliqué lo de mi hijo y lo de Antonio y me despedí de él con un apretón de manos. Cuando terminé de comer, subí a la planta donde estaba internado mi hijo y me encontré con un gran revuelo de enfermeras y de pequeños pacientes arremolinados y sonrientes en el pasillo. Roberto Heras había subido a visitar a Felipe y a Antonio para darles ánimos y dejarles una gran foto dedicada. Sé que Antonio no se enteró de nada, pero mi Felipe se vino arriba y mejoró sensiblemente en los días siguientes, hasta el punto de acelerar su recuperación sobre el tiempo previsto por los médicos. A los pocos días falleció Antonio y Felipe quiso entrar en su habitación –ya vacía– para compartir la alegría de la posesión de aquella foto que hoy no ha abandonado aún la cabecera de su cama –nosotros le explicamos llorando que a Antonio le habían trasladado a otra planta y él pensó que era de alegría porque Antonio se estaba curando–. Aquel día Roberto Heras entró en mi corazón para tomar la calidad del más grande mito que haya conocido, y hoy me importa un bledo su EPO o su no EPO. Roberto es y será grande por su hermosa humanidad, que es mucho más importante que cualquier título deportivo. Es más, en su defensa yo declaro que fumo marihuana con cierta frecuencia para intentar aclarar o confundir mis ideas hasta el gozo de la escritura. He sido premiado varias veces por mis escritos y, lo juro, mi sangre no habría podido resistir el más leve análisis. Te admiro como persona, amigo Roberto, y lo seguiré haciendo hasta el justo túmulo. Tú eres importante porque sabes bajar del pedestal y pisar la tierra de la forma más humilde y hermosa. Mi hijo y yo –quizás también Antonio en su paraíso particular– sabemos que la gloria te acompañará siempre. Fuerza, hermano.

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6 de diciembre de 2005 La salud del sistema sociopolítico actual siente un cierto malestar COPE que podría enquistarse. Que lobotomicen a Losantos podría empezar siendo una buena solución. Qué asco siento por ese fulano. 7 de diciembre de 2005 Son las onceitreintaisiete minutos p.m. y acabo de recibir mi primer regalo de cumpleaños: me ha escrito mi Herme un mail hermoso que me ha llenado de esa amistad tan necesaria que llevo en el pecho como una de las medallas más importantes. «Querido Rey Moro: sufro una nueva tarde melancólica de esas en las que te apetece el achuchón de los amigos y, claro, me acuerdo de ti y de Morante y de mi gente de Asturias y de... En fin, ya me entiendes porque también tú eres proclive a tener recaídas de similar índole. Así que para aliviar un poco esta morriña, venga correo para aquí y para allá, pues mientras los escribo os siento a todos un poco más cerca. ¿Cómo va todo? Amigo, cómo me ha emocionado el texto de tu diario en el que hablas de Roberto Heras. Di que sí. A las personas se las quiere y se las admira más por esos gestos pequeños y privados tan llenos de grandeza, que por el oropel en el que se ven envueltos en su vida pública. Rey Moro, ya sabes que te quiero, Besinos, Herme» Mi suerte son mis amigos, que los tengo bien grandes y bien buenos, y también son mi historia, mis años, mi pañuelo favorito –de la mejor seda–. Gracias por tu regalo, Herme, por decidir poner mi nombre junto a tantas palabras importantes, y todo si saber que en media hora voy a cumplir cuarentaiocho tacos de vellón y que necesitaba sorber tus palabras para saciar esta sed de cariño que tengo hoy. Tengo grandes amigos, amigos de verdad. ¿Qué más puedo pedir?... Quizás verlos pronto a todos y fundirnos en un abrazote colectivo. 8 de diciembre de 2005 Me replica Herme por mail y me la quiero comer: «Jo, Rey Moro, qué palabras más hermosas me dedicas y dedicas a todos tus amigos. Eres un cielo de persona. Te cuento un secreto. Estoy tomando Prozac y desde que lo tomo me cuesta mucho llorar (a lo mejor es por eso por lo que llaman a este medicamento "la píldora de la felicidad"). Pues bien, muchas de tus notas de diario logran hacerme llorar. Y no sabes qué consuelo y alivio me produce echar (aunque no sean tantas como quisiera)esas lágrimas puñeteras que no sé dónde se esconden y que según 304


mi psicólogo necesito lanzar a chorros. Y es que tienes una habilidad única para lanzar dardos que van derechitos a hacer diana allí en donde cada uno de nosotras tenga el alma. Gracias por todo, amigo. Luis, muchas, muchas felicidades . Pásalo muy bien con todos los tuyos y brinda por tus amigos. Besos, muchos, Herme Te mando un regalín en forma de haiku: ‘En el silencio se desprende una hoja: el bosque tiembla.’». Cuarenta y ocho como trece. Así estoy hoy, con Youssouph al lado tocando los yambés, Juanito poniendo precios a las mercaderías navideñas y Javi «El Rana» y Raquel echándole una mano tan solidaria como ellos mismos. Un verdadero amor de amigos. Y escribo después de recibir una llamada de Richar y un mail de Belencita, unos puros de Hilaria y un abrazo telefónico de mi tía Toñi, después de besar a mi padre en los mofletes y acariciar a mi madre en la cabeza –mi cabeza–... «Cuarenta y ocho como trece / y voy resistiendo al tiempo / con su acaso de meses y de mudas; / y me siento como una camisa recién planchada, / como el dedo de Dios, / como el vivo fracaso / que aún alberga esperanzas / de sentirse peor y estar de vuelta. // Cuarenta y ocho como trece, / pues aún todo es juego / esperando a la noche / que inaugure otro ciclo. // Aún mantengo mis dudas / con su salud de hierro / y me riego a diario / con besos de mis hijos. // La luz alienta al fondo / un deseo cumplido / y algunos por cumplir. // Aún me queda tiempo / y sabré desperdiciarlo / como me venga en gana, / que esa es mi libertad. // Cuarenta y ocho como trece / y una madre y un padre, / tres hijos y una mujer / a la que amar sin prisa... / y una hermana que en la distancia / se hace de blanca niebla. // Ya nunca haré estrategias, / me dejaré llevar. / Por bandera: una sonrisa eterna / hasta que la biología / dicte su no va más / y deje un nombre / –el mío– / para el cincel y la frente. // El horizonte existe, / pero pone distancia.». Y es que percibir en cifras cómo modula el tiempo me lleva un poquito a esa escritura perdida y ansiada: Cuarenta y ocho como trece, así, sin más y sin menos, con todo y con nada, escuchando plácidamente a Ben Harper y echando de menos el calor cercano de Morante, Abraham, Herme, Belén, Orihuelita. (tarde) Escribió Miltón: «... por oírte velará el sueño...». Pues que no me falte el oído y se me olviden las ganas de dormir para siempre. 11 de diciembre de 2005 Voy agotando el fin de semana a base de tabaco y collages. Sólo la lectura rápida de «Berenice», el último libro de mi amigo Jesús Urceloy, me ha sacado del humo y el pegamento. Y «Berenice» es purito Urceloy en vena –lástima de erratas, que hay demasiadas. 305


13 de diciembre de 2005 Resulta curioso enterarse de que este diario lo siguen con atención desde el ayuntamiento –me imagino que rebuscando entre sus recovecos alguna pista falsa–. Y quizás tengan razón al arriesgarse a penetrar en mi mundo personal para extraer algún pequeño resultado que aliente su trabajo o que alerte sus oídos y sus ojos. Yo, un rojeras de toda la vida con demasiadas cosas poco claras, quizás pueda aportarles cierto enfoque –eso si no se enconan sólo en las escorias políticas que a veces acompañan a la mena–. Por agradar a mis pocos lectores «purpurados» he de decir que admiro sin reservas a cualquier persona que intente trabajar por la comunidad desde las líneas de pensamiento político más dispares. Así que vaya mi «chapeau» por adelantado. Y lo único que me atrevo a pedir a estas alturas es buena voluntad y mejor rollo entre todos, que se tenga muy claro que en política se debe estar para servir y no para servirse y, en fin, que al lado de lo malo siempre habrá algo bueno en lo que fijarse. Y es que está muy bien que se arreglen las calles, la red de aguas, las carreteras y los jardines... como está también estupendamente el que la oposición demande más y mejores servicios... Y todo funciona, entre otras cosas, porque el sistema tiene la capacidad de retroalimentarse esté quien esté en el sillón o bajo el palio civil. No hay problema. Lo que sí me jode un punto es que el personal se enriquezca con el abuso de lo público –y cuando escribo el verbo «enriquecer» no estoy hablando de unos pocos de miles de euros–, echando mano de prebendas, amenazas o abusos. Para darle solución a este mal esporádico de la política pequeña ya expliqué hace unos meses que debiera llevarse con extricta puntualidad una declaración de bienes anual y comparada de cargos públicos, exigiendo justificación pormenorizada de cualquier circunstancia que salga de ojo. Esta vigilancia de corte ciudadano haría disminuir los grandes abusos, las comisiones por obras y servicios y los enriquecimientos obtenidos bajo cuerda. Lectores oficiales / que indagan en mis signos, / estrategas / de un toma y trae oscuro / que dicen dónde dije / y ponen en mis sílabas sibilas. // Cartón piedra del ser para ahora mismo, / hienas de abecedario... 16 de diciembre de 2005 Salgo del siglo «dieciocho que encabalga al veintiuno» más Urceloy/Berenice y me meto en los «humos» Morante para disfrutar como un enano de ese «Adiós a la época de los grandes caracteres», de Abraham Gragera por duodécima vez con el fin decidido de hacer una crítica digna y publicable de este poemario maduro e impresionante. Y en ese «... sol de agosto que suprime las orillas» aprendo que «vivir es predicado», que «la luz es lo que es porque no cabe», que «la soledad es todo lo que ocurre alrededor de ella», que «sobran atributos para el verbo mujer» o que –sobre todo– necesito urgentemente reencontrarme con la mirada y la voz de Abraham junto a unas cervezas. ¡Ah!, y que el ayunta parece que ha 306


aprendido a dialogar un poquito y eso me gusta un güevo. A ver si continúa. (noche) Ando de cabeza preparando papeles, comentarios e ideas para la asamblea general de Premysa –qué curiosa resulta la palabra «asam-blea» en este momento–. Mi percepción del asunto en este momento, después de un año de tiro de esta chimenea, es que ha habido de todo, como en botica: un muy mal a los cursos de verano –todo un chasco por donde se los pille–, un pirulí por la cosa de Gabriel y Galán –anda que no hay escritores de valores y de verdad a los que homenajear antes que al ñoño, machista y casimisacantano de don Gabriel–, cierto mosqueo con la copada asam del asunto, satisfacción medida con el buen trabajo de Cipri e ilusión con los proyectos que acaban de nacer –Dios nos libre de que no acaben en lo de aquella «Salamanca emprende» de tan triste recuerdo–. Del personal de tropa, aún no sé bien si son los más idóneos o no, por lo que me guardo la opiión para el próximo proceso. Sí que he detectado un punto tecnócrata –no es malo– que no se ve compensado, desde mi punto de vista, con algún valor imaginativo y de riesgo –tan necesario para crecer como para hundirse en la mierda–. Mi apuesta, en todo caso, es que todo va a salir de perlas si se saben aplicar rectificaciones en cada momento de baja que acierte a llevar la labor de Premysa a la peana de la excelencia. Lo que hasta ahora se ha hecho es un poco «pan para hoy y –quizás– hambre para mañana», pues el entorchado «escuelataller» tiene siempre esa jodida connotación de un ahora sin luego con base de barro en la subvención proteccionista con fecha de agotamiento. Mi idea ronda por el trasunto ocupar espacios sólidos que sean capaces de fijar la estructura de la fundación en el tiempo. No sé, por ejemplo atacar a Caja Duero por lo cultural e intentar llegar a un acuerdo para recuperar la biblioteca de esa Caja en Béjar con propuesta de gestión Premysa amparada en un proyecto sólido e innovador de biblioteca especializada en fondos provinciales del más diverso calado, la creación de una oficina estable de atención al inmigrante con un solucionario imaginativo que pase por el autoempleo y los microcréditos asesorados, la presencia cultural constante de medio tono –se entienda con esta expresión que con un presupuesto bajo y bien medido– en la provincia con exposiciones itinerantes, conferencias, proyecciones, recitales literarios, conciertos... y una política de convenios de colaboración con asociaciones y personas privadas capaces de mover a ciertos colectivos –se me ocurren Cáritas, MPDL, Consejo de la Juventud, La Alquitara, Centro de Estudios Bejaranos, Grupo Cultural San Gil...– En fin, un montón de historias para las que ahora no tengo más palabras, que voy a continuar imaginando. 18 de diciembre de 2005 Pasó la asamblea de Premysa y puedo decir que he quedado satisfecho y más convencido que ayer de que la cosa marcha viento en popa. Lo más importante, desde mi punto de vista, es que se está consolidando un grupo sólido de trabajo y que el proceso de elaboración de proyectos parece que va por caminos correctos y ajustados a la realidad. Si a ello le sumamos el apoyo empecinado de Jesús Caldera, 307


la asesada apuesta del presidente de Caja Duero –«sólo financiaremos proyectos realistas que en sus estudios previos arrojen un futuro en positivo»–, la original mirada práctica de Francisco Montero y la sensata visión inversora de Mariano Rodríguez o el conocimiento de las triquiñuelas administrativas de Angelito de Prado... aparte de los apoyos de Iberdrola, Globalia y un etcétera potente y esperazador de personas con alto nivel de gestión; creo que estamos –ahora sí– ante un proyecto esperanzador y con visos de realidad entre las manos. Y hay que citar la magnífica labor de Cipri, que ayer se me descubrió a los ojos como la persona perfecta para mediar entre la tecnocracia, la burocracia y el personal del negocio pelado. Un muy bien para todos, empezando por la gerencia y terminando por el bueno de Paulino. Sólo me queda que decir, por poner alguna pega, que Premysa debe aprender a venderse mejor en el día a día y no confiarse en el milagro de la subvención –que ese milagro es siempre una trampa–. Debe empeñarse en trabajar unas raíces sólidas que la hagan presente en la comarca y necesaria en el tiempo, y debe emprender una labor constante de autocrítica para no cometer errores y no perderse en ideas dispersas. (tarde) Después de la reunión interminable de Premysa, participé de buen rollo en el festival de Navidad Rotary para comprar juguetes a niños necesitados. Conté la historia de Youssouph y me quedé tan fresco. 19 de diciembre de 2005 Hoy estoy fundido como una bombilla vieja o como uno de aquellos plomos de la casa de mi abuela: Miguel Ángel se ha casado y yo aún le tengo en la retina con cinco añitos, hablando solo en la cabina telefónica de Olivillas y mirándome con sus ojos enormes y profundos, durmiendo su siesta en el sofá de los yayos o haciendo ascos a cualquier comida que se le ofreciese –lo que le costaba comer a mi chavalote cuando era crío–. Miguel Ángel es un poco mi cromatografía vital, el primer sobrino que se desposa y me desposee de un tiempo que ya creía eterno y mío. Él acumuló siempre –y acumula– una paz tranquila que se le mete por los poros a quien le toca o le mira, una sonrisa leve y constante que sugiere un cariño dulce y algo de misterio... y en esa sonrisa se ha llevado parte de mi tiempo y un amor distinto que ahora sé acotar y determino con franqueza que me hubiera gustado gozarlo más intensamente... Pero el niño sigue bajo ese hombre brillante que es orgullo de todos sus cercanos y no me resigno a perderlo, y por ello no me quitaré nunca de la cabeza la imagen constante de Miguel Ángel sentado en las rodillas de Antonio y pasando de la risa al sueño y del sueño a la risa. Me has dado todo lo que no quiero quitarme de encima y me has quitado la lágrima que quiero aún derramar por verte cerrar un ciclo y comenzar otro. En lo sucesivo, «Ne... netilo», me encantaría poder disfrutar y sufrir junto a ti cuando la cosas se anuden o se tuerzan. No me olvides, coño, que te quiero un güevo. 308


(noche) Escucho la banda sonora de «2046» y siento demasiadas ausencias sobre mi frente, demasiados silencios listos para explotar y romperme un poquito el corazón. Y sé que soy el culpable de esos silencios, pero no he aprendido a resignarme en mi culpa. Estoy triste tranquilamente o tranquilamente triste –que no es lo mismo aunque lo parezca– y vuelvo con hambre a la obra de Eugenio Montale para ver en ella nítidamente a Abraham –«No conserva el espejo ennegrecido / sombra de vuelos (ni rastros hay ya del tuyo...»–, y vuelvo a los poemas de Cortázar para encontrar en ellos a una musa perdida –«Tu idioma -el de los hombres miradores de nubes- / se alzaba en las barcazas al soplo de la noche, / y el puñal del peligro y el dorado ocelote / y esperarte sin tregua más allá de las cumbres.», y busco a Pepe Hierro para estar con Morante –«Con sílabas de alga y de marfil / compones nombres que antes no existían...»– y en Catulo me rindo para verme a mí mismo –«Odio y amo. ¿Por qué hago yo esto?, preguntes acaso. Yo no lo sé, más lo siento y ello me causa dolor.»... Y me despeino en las notas de «Perfidia» sonando en mi cabeza como una oración o un final pequeño. Siento demasiados silencios esta noche. Y no es malo, pues aún siento. 24 de diciembre de 2005 Ayer fue un día para recordar porque se consumó en el día perfecto para olvidar: Salí de celebración navideña con la gente de la imprenta y bebí más de lo que mi cuerpo aguanta en los últimos tiempos. El alcohol trajo risas, cercanías, canciones de curda y un magnífico sentimiento de afecto hacia la gente con la que trabajo. A la fiesta se sumaron Juanito y Youssouph para poner esa guinda necesaria. Ya en mi cama, a eso de las cuatro de la madrugada, llegó el ardor y el vómito para dejarme claro que sólo en la candidez de los paraísos artificiales se puede llegar a sentir un poquito lo que supone un tiempo feliz. Me gustó y aún hoy me gusta que todo sucediera como sucedió. (tarde) La satisfacción me puede hoy con fuerza, pues creo que hemos puesto en el buen camino el futuro de Youssouph. Ya tiene una casa digna en la que vivir, amigos con los que compartir su tiempo y sus enormes ganas de hacer y deshacer, comida asegurada y un proyecto de trabajo más o menos estable con el que obtener algo de dinero para enviar a su familia. Y él está absolutamente feliz y me ha hecho uno de los más grandes favores de mi vida: sentirme útil de verdad y capaz de hacer algo con garantía de resultado. Y es que Youssouph me ha dado mucho más de lo que yo pueda darle a él jamás, me ha dado fuerzas renovadas y una fe valiosísima en los valores solidarios. Verle cada día me anima y me construye, y pelear por él me enriquece hasta límites que yo aún no conocía. ¡Gracias, hermano!

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